Revista de Arte Brasileño
Revista de Arte Brasileño
Revista de Arte Brasileño
Cartografías estéticas
Arte en Brasil hoy
EMBAJADA DE BRASIL EN MADRID
Diseño gráfico
Juliana Serri y Miguel Ángel Beneyto
Arte y Tecnología.
Apuntes sobre la estética lúdica en el arte participativo en Brasil 104
Claudia Giannetti
Anna Bella Geiger tórica: moldura y corsé que aprisiona, por tanto, para desarro-
Foto Nacho Calonze
llarse las artes cinéticas, el arte tecnológico o la expresión del
cuerpo como forma de articular el caos. Así, tras un paso obli-
gado por el concretismo posmodernista, que fuera un “servicio militar
de la forma”, en la feliz expresión de Cocchiarale, surgieron las figuras
de Lygia Clark, Hélio Oiticica o Lygia Pape, entre otras, quienes plan-
tearon una nueva manera de enfrentarse al hecho artístico. Lygia Clark
se sitúa en la frontera entre lo escultórico y lo cinético con sus objetos
relacionales como fueron sus Bichos y, más tarde, intenta fusionar arte
y psicoanálisis al defender que la memoria preverbal está retenida en el
cuerpo, que es también el origen de nuestras actitudes vitales incons-
10 cientes. Hélio Oiticica con sus instalaciones exige la participación activa
del espectador, ya no sólo como consumidor o visitante ajeno al hecho
artístico, sino como alguien que, junto con el propio creador, ha de ser
capaz de dar contenido a la propia manifestación artística. Lygia Pape
plantea en sus obras la siempre conflictiva relación entre arte y vida,
colectividad e individuo, tradición y actualidad, sagrado y profano. De
estos polos contrapuestos y complementarios nace su interés por las
culturas indígenas, especialmente la de los Tupinambás, y la elaboración
de las túnicas/mantos de los Ianomani. Estos tres artistas provocaron
con sus obras, con sus experiencias vitales y estéticas, la ruptura con la
denominada “ventana renacentista” y plantearon un nuevo concretis-
mo, una nueva objetividad. Esta vanguardia, por otra parte, ajena a los
“ismos” de corte europeo y norteamericano, tiene una íntima relación
con lo popular. Prueba de ello es que una obra como Tropicalia, de
Hélio Oiticica, se convirtiese en bandera de enganche de una gene-
ración de cantantes e intérpretes musicales. Fernando Cocchiarale, en
su presentación en El Escorial, mostró dos trabajos emblemáticos de
la vanguardia que aunaban lo popular con el desacato civil contra la
dictadura. El primero, de Artur Barrio, tuvo lugar en las proximidades
de la sede, donde se celebraba una muestra internacional de arte, en
el estado de Minas Gerais. El artista empaquetó vísceras de animales
para arrojarlas a un río próximo y provocar así una inevitable compa-
ración entre el animal y el hombre sometido en un estado dictatorial,
entre tortura y descuartizamiento, que servirá para la alimentación de
un régimen de opresión y terror. Aquellos paquetes flotaron en las
aguas y fueron recogidos y abiertos por los servicios de seguridad, que
nunca llegaron a entender el significado de aquella cruenta matanza de
animales. El espectador, sin embargo, no pudo evitar hallar determina-
das similitudes entre esta actuación y la situación política que estaba
viviendo. El segundo trabajo, de Cildo Meireles, consistía en distribuir el
lema “Yankees go home” en botellas de Coca-Cola recicladas. De ese 11
modo, el consumidor del producto norteamericano recibía un mensaje
contradictorio entre el contenido y el continente de la conocida bebi-
da. En ambos casos, el arte actuaba como ariete de denuncia y entraba
a formar parte de la vida de la gente cumpliendo el objetivo que había
propuesto Hélio Oiticica.
En el trabajo que se publica en esta revista, Fernando Cocchiarale
se remonta a comienzos del siglo XIX, cuando la familia real portuguesa
traslada la capital del reino de Lisboa a Río de Janeiro, para explicar
la singularidad artística brasileña frente a la de las colonias españolas
de América Latina. Son hitos en esta trayectoria la Semana de Arte
Moderno de 1922, la creación de la Bienal Internacional de Arte de São
Paulo en 1951, la inauguración del Museo de Arte de São Paulo y de los
Museos de Arte Moderno de São Paulo y Río de Janeiro, el nacimiento
de los grupos concretistas de São Paulo, la exposición Nova Objetividade
Brasileira de 1967, y el magisterio indiscutible de Hélio Oiticica, Lygia
Clark, Lygia Pape, Waldemar Cordeiro y Anna Bella Geiger por citar
algunas de las figuras más representativas de las décadas del sesenta
y setenta.
Por su parte, Fernando Castro propone un recorrido por el
arte brasileño, desde el modernismo a nuestros días, con una reflexión
acerca de sus artistas más representativos: Tarsila do Amaral, el cons-
tructivismo del grupo Ruptura, la poesía concreta de Décio Pignatari,
Augusto y Haroldo de Campos, Lygia Clark y Hélio Oiticica, la Teoria
do Não-Objeto de Ferreira Gullar, o la actitud vital de Cildo Meireles,
que estudia las posibilidades de la insignificancia del objeto y muestra,
además, la tendencia misma de su autor por difuminarse. La visión pa-
norámica del crítico español y profesor universitario atañe también al
arte cinematográfico, de tanta relevancia en Brasil, y, fiel a su estudio
de lo ejemplar, se centra en la figura de Glauber Rocha, cuyas películas
12
El Brasil modernista
El comienzo del arte moderno en Brasil, a principios del siglo
pasado, se dio de modo espontáneo, al margen del Estado, contra sus
instituciones. Estuvo, por eso mismo, marcado no solamente por la
confrontación con las vertientes académicas (apoyadas por las institu-
ciones oficiales creadas por el régimen imperial), sino también por las
28 restricciones a su propia expansión impuestas
por una realidad socioeconómica paradójica: si,
por un lado, las grandes ciudades, sobre todo
Río de Janeiro y São Paulo, vivían una cotidiani-
dad moderna, propiciada por la naciente indus-
trialización, por otro, la articulación orgánica
de estas metrópolis con una economía por en-
tonces predominantemente agroexportadora,
socialmente retrógrada y de la que dependían,
conspiraba contra la implantación generalizada
del capitalismo que en ellas se anunciaba.
Trenzada con algunos hilos de moder-
Victor Brecheret, Pietá, 1930 nidad y las amarras de una estructura arcaica, esta
Mármol. 89 x 22 x 14 cm
contradicción histórica ya les planteaba a los intelec-
Colección de Luis Antonio de
Almeida Braga. Río de Janeiro tuales y artistas de la época problemas urgentes, ex-
tra-artísticos, sobre los que tenían que pronunciarse:
¿Cuál es la relación entre las cuestiones universales nacidas en el
terreno moderno de la ciudad y las naciones germinadas hace siglos
en el suelo conservador del latifundio y del monocultivo? ¿Cómo
articularlas en un proyecto cultural moderno que, criticando los obs-
táculos sociales profundamente enraizados en el pasado, mantenga
sus tradiciones?
Formuladas a lo largo de los años 20 y 30 por artistas e inte-
lectuales de algunas de las regiones más importantes del país como
el Distrito Federal (la ciudad de Río de Janeiro), São Paulo, Minas
Gerais y Pernambuco, por ejemplo, estas cuestiones dieron como
resultado proyectos de modernización cultural que, en alguna medi-
da, expresaban las contradicciones entre las oligarquías regionales y
dimensionaban el peso que invertían en la disputa por su hegemonía
en el marco nacional.
En los últimos treinta años, los diversos modernismos brasileños se 29
vienen contemplando con frecuencia desde la óptica del modernismo
paulista, celebrado por la famosa Semana de Arte Moderno, realizada
en 1922. Esta versión al final victoriosa no se debe solamente al poder
económico y político de São Paulo, sino, sobre todo, a algunos aciertos
estratégicos y tácticos, como el de la creación de un marco simbólico
(la Semana); al contenido de sus propuestas, cuyo contenido nacional
(no regionalista) permitió la adhesión de artistas de otras regiones
brasileñas; y, posteriormente, a la construcción de una historiografía
marcada por la consolidación de la hegemonía absoluta de este Estado
en la vida nacional a partir de la década de 1970.
Evidentemente no pretendemos minimizar la innegable calidad
artística ni la contribución a la cultura brasileña de exponentes de la
Semana tales como Oswald de Andrade, Mário de Andrade, Tarsila do
Amaral, Anita Malfatti, Victor Brecheret, Vicente do Rêgo Monteiro, Di
Cavalcanti y tantos otros. Se trata, a lo largo del debate estrictamente
artístico, de señalar que la producción de un hito histórico como la
Semana de Arte Moderno, realizada por iniciativa de las elites paulista-
nas, la transformó en punto de inflexión de nuestra vacilante moderni-
dad y permitió la fijación de un comienzo que no se dio (como puede
sugerir el que se dé un evento tan señalado) en la Semana.
En mayo de 1928, el poeta y escritor Oswald de Andrade lanzó
en São Paulo el Manifiesto antropófago, publicado en el primer número
de la Revista de antropofagia. Entre las diversas formulaciones sobre
la especificidad cultural del país, originadas en el marco emblemático
de la Semana de Arte Moderno (São Paulo, 1922), ésta fue la única
que marcó el desarrollo futuro del arte brasileño, pues, recuperada
en la década de los 60 contribuyó a establecer las bases de su actual
autoconfianza e inserción positiva en el contexto internacional. La
Antropofagia, sin embargo, nunca constituyó un ismo o movimiento
30 artístico. Era más un modelo que prescribía que la cultura local era el
resultado de la deglución y digestión antropofágicas de las influencias
externas. Aun así, a pesar de constituirse en la propuesta brillante de
un modelo cultural propio, aunque sin chovinismo, no resultó victoriosa
de inmediato, coexistiendo, incluso en desventaja, con otras respuestas
al problema.
Tal vez por todo esto el desarrollo del arte brasileño, hasta el
surgimiento de las corrientes abstractas en el tránsito de los años 40 a
los 50, continuó sobredeterminado por la discusión de los fundamentos
nacionales de la modernidad. A lo largo de esos 30 años, la producción
cultural del país gravitó en torno a cuestiones esencialmente ideológi-
cas, como la brasilidad y el regionalismo, que terminaron por eclipsar
la posibilidad de un debate centrado en la renovación de los lenguajes
plástico-formales tal como ocurría en Europa.
No sería inadecuado decir que la politización y la consecuente
desestetización del debate sobre el arte brasileño fue un factor que
retrasó, hasta el final de la década de los 40, su efectiva moderniza-
ción, pues, la invención formal y la investigación en el lenguaje que
caracterizan a las vanguardias únicamente podían florecer en el cam-
po específico del arte, y no en el terreno desplazado del discurso
social.
Mientras, la naturaleza conservadora de las instituciones artísti-
cas federales y de los estados dejó al Estado brasileño fuera del largo
proceso de implantación del Arte Moderno, que concluyó con la difu-
sión de los abstraccionismos geométrico (concretismo y posteriormen-
te neoconcretismo) e informal, inmediatamente después de la II Gran
Guerra. Algunas instituciones creadas por sectores del empresariado
de São Paulo y de Río, fueron decisivas para este proceso de moder-
nización. A finales de los años 40, se crearon el Museo de Arte de São
Paulo y los Museos de Arte Moderno de São Paulo y de Río de Janeiro,
marcos institucionales de la sincronía definitiva del arte producido en 31
Brasil con el del exterior.
Fue, no obstante, la Bienal Internacional de Arte de São Paulo,
inaugurada en 1951 y hasta hoy la muestra de arte más importante
de América Latina, la que puso por primera vez al artista, a la crítica
y al público brasileños en una situación de contacto directo, aunque
temporal, con las principales tendencias y obras del arte moderno
internacional. Cabe observar también que los entonces recién creados
Museo de Arte de São Paulo y los Museos de Arte Moderno de São
Paulo y Río de Janeiro, constituyeron un terreno seguro para la difu-
sión de la renovada producción artística brasileña de este periodo, que
se caracterizaba entonces por el surgimiento de los abstraccionismos
geométrico (concretismo y neoconcretismo) e informal.
Contemporaneidad
Las primeras manifestaciones del arte contemporáneo brasileño
tuvieron lugar en el tránsito de la década de los 50 a la de los 60. Éstas
no fueron obra de principiantes sino de artistas que ya habían comen-
zado su trayectoria en el modernismo: dos performances de Flávio de
Carvalho, la Experiencia nº 2 y la Experiencia nº 3, realizadas en 1931
y en 1956; los Bichos de Lygia Clark (1960); los Núcleos y primeros
36 Penetrables de Hélio Oiticica (1960); las experiencias de Lygia Pape;
de Waldemar Cordeiro, y las experiencias singulares de Anna Bella
Geiger y Amélia Toledo, entre otras, pueden tomarse como emblemas
del nacimiento de la definitiva sincronización del país en relación a las
cuestiones propuestas por el arte occidental.
No es de extrañar que el reciente descubrimiento del vigor con-
temporáneo del arte brasileño por parte de algunas instituciones públi-
cas y privadas del primer mundo, es antes fruto del desconocimiento,
en algunos casos hasta cultivado, respecto a lo que acontece en países
como Brasil, que de la supuesta constatación de un cosmopolitismo
caído del cielo sin ningún vínculo con nuestra tradición artístico-cul-
tural. Algunos críticos y teóricos internacionales parecen haber descu-
bierto, al fin, la singular sintonía del arte brasileño con las cuestiones
universales del arte, descubrimiento que relativiza la vieja curiosidad
europea en torno a las manifestaciones exóticas de un paraíso (o más
recientemente con el infierno) tropical.
La vitalidad del arte brasileño reside en la calidad de la obra
de muchos artistas de las tres o cuatro últimas generaciones que han
construido una base de referencias visuales a las que las nuevas gene-
raciones se pueden remitir de modo inteligible y sin ningún temor: un
pasado moderno y contemporáneo que tal vez pocos países posean.
Sin embargo, habría que hacer una salvedad, pues la búsqueda de
vínculos con la producción universal no es común a todas las manifes-
taciones culturales del país. Muchas de nuestras tendencias artísticas, a
la inversa, se alimentan de las especificidades regionales buscando en
el arte popular las raíces que les darían sentido.
La oposición, pura y sencilla, entre una visualidad ligada a los pro-
blemas generales del arte de occidente y aquella enfocada hacia las raí-
ces regionales, parece dogmática e improcedente. Algunas de nuestras
tendencias artísticas más significativas han mantenido y mantienen un
lazo estrecho, aunque no ilustrativo, con las manifestaciones culturales 37
populares o rasgos específicos de una región, consiguiendo asimilarlas a
las cuestiones más universales del arte de nuestro siglo. Por otro lado,
la caracterización del llamado eje Río-São Paulo como reducto de todo
cosmopolitismo o de los “modismos” internacionales en el país, pierde
cada día sentido debido a la descentralización de la producción visual
contemporánea en relación a este eje, observable desde hace por lo
menos dos décadas. Ciudades como Belén, Belo Horizonte, Brasilia,
Curitiba, Fortaleza, Goiania, Porto Alegre, Recife y Salvador, sólo por
citar algunas de las capitales más populosas, han visto nacer, muchas ve-
ces al lado de posiciones regionalistas fuertemente enraizadas, núcleos
de artistas cuyas obras, aunque singulares, buscan la contemporaneidad
tal como aquellos de Río de Janeiro y São Paulo que poseen, además,
junto a su vocación cosmopolita, rasgos regionales fortísimos que se
circunscriben, no obstante, a las identidades locales.
Traducción de Elena Blanco Aramendía
Adriana Varejão, Pliegues, 2000-01 de Las lágrimas de eros, “padeciendo la obsesión in-
Óleo, espuma, madera y tela
deleble de la ignominia, y se ven reducidos a comer
195 x 250 x 66 cm
Colección privada queso”. Varejão fija textualmente sobre la imagen
de un niño junto a un mostrador del que cuelga un
animal despellejado una frase de tonalidad casi nie-
tzscheana: “Alegría es la aceptación sin restricciones de lo real”. Desde
la carroña baudeleriana a estos fragmentos de la arquitectura cotidiana
que, en su fractura, muestran las entrañas, surge una voluntad de esta-
blecer un “decir objetivo”, esto es, un deseo de afrontar lo traumático
sin patetismo y, así, mirar al abismo de la finitud con jovialidad. Obras
como Tea and tiles II (1997) o Irezumi com padrão de cerámica (1997)
eran trampantojos sobre la cerámica o las pieles tatuadas, servían como
telón de fondo a una secuencia performativa que era, propiamente, un
rito caníbal. Varejão va, en sus últimas obras, hacia dentro de la pintu-
ra, utilizando sus potencialidades miméticas, sin por ello dejar de for-
mular una articulación espacial escultórica. “Si bien –escribe Gerardo
Mosquera– con esta obra Varejão se aleja de lo narrativo y simbólico
hacia un trabajo más espectacular, la dimensión simbólica continua la-
tente. Estos trozos arruinados de paredes de carne y baldosas quedan
abiertos a múltiples interpretaciones tropológicas”. Adriana Varejão 61
presenta un imaginario vigoroso, una pintura que está, literalmente, en
carne viva, desplazándose más allá de un citacionismo perverso, en el
que cabía tanto la historia del arte como la del cuerpo.
También podemos encontrar en Vik Muniz, otro de los artistas
brasileños más valorados en el contexto del arte global, revisiones lúdi-
cas tanto de la historia como de la memoria personal. Vik Muñiz con-
sidera que sus obras son memorabilia en las que rescata y transforma
la imagen primera de las cosas, partiendo de una imagen fotográfica o
de su recuerdo “que amplía y traduce en una materia poco noble hasta
conseguir una pintura que finalmente fotografía”. Utilizando, con una
soltura increíble, materiales como el hilo y el alambre, así como sus-
tancias perecederas como el azúcar, el polvo o el chocolate, enfatiza
lo temporal. Según cuenta, a principios de los años ochenta compró
un ejemplar del libro The best of life, en el que se recogían fotogra-
fías de momentos históricos, que perdió en una playa años después,
lo que supuso el detonante para una reconstrucción de los recuerdos.
Este artista tremendamente curioso y dotado de un fino sentido del
humor (capaz de construir una calavera que tiene el hueso de la nariz
redondo como si el payaso tan sólo hiciera de la necesidad virtud) es
un constructor de ilusiones. «Mi área de interés –advierte Vik Muniz– es
el reverso del espectro de la ilusión: deseo crear la peor ilusión posible
que todavía puede burlar el ojo de una persona normal. Algo tan rudi-
mentario y simple que el espectador piense: “No doy crédito a lo que
veo. No puedo estar viendo esto, mi mente es demasiado sofisticada
para creer en algo tan estúpido como esto.”» La obra de arte no es
otra cosa que una falsedad elaborada, una fantasía que nos ayuda a pa-
sar el rato como las sombras que se hacen con las manos en el muro
que Muniz presenta por medio de radiografías. En buena medida, se
comporta como un prestidigitador, haciendo trucos, jugando con las
62 apariencias o, para ser más preciso, sigue la estela de Houdini, que
terminó deconstruyendo la magia y explicando cómo se hacían todas
aquellas cosas que dejaban al público atónito. Es capaz de recuperar
la pintura paisajística decimonónica, sea Corot o Lorrain, y rehacerla
con hilos, aludiendo a lo precario y a la acción del viento, reconstruir,
para el Whitney Museum, las obras de los minimalistas con el polvo
de las salas en las que están expuestas, dibujar nubes en el cielo con
aviones en una fusión del imaginario infantil con el artificio tecnológico
y las huellas cada vez más “naturales” del medio de transporte aéreo
o utilizar maquinaria para realizar en la arena figuras (unas tijeras,
una pipa o una llave) que desmantelan el esoterismo de las líneas de
Nazca. Si en la serie The sugar children (1996), realizada a raíz de unas
vacaciones en el Caribe en las que se hizo amigo de algunos niños
de la región cuya felicidad contrastaba con la amargura de sus padres
que trabajaban en la industria del azucar, alude, elípticamente, a la
condición socio-política, en Pictures of chocolate (1997-1998) utiliza ese
material blando para retratar personajes conocidos como Sigmund
Freud o Jackson Pollock, o bien edificar con tan erótico y sabroso
producto las catedrales de Burgos, Santiago de Compostela y León,
metaforizando el modo como se derrite el recuerdo, mientras que en
las impactantes Pictures of soil (1997-1998) compone vanitas literales,
sedimenta con tierra la imagen de la muerte. “Aunque las imágenes
que ha creado –advierte Dan Cameron– cubren todo un espectro,
desde lo efectista hasta lo profundo, desde lo cómico a lo moribundo,
comparten una propensión a otorgar forma visual a un dilema típico
de nuestra época pero cuyas implicaciones tienen más largo alcance.
¿Puede una cultura que inexorablemente produce tantas imágenes
visuales que llegan a desbordar la capacidad de la percepción indivi-
dual para procesarlas, volver a investir el acto de ver de un sentido de
placer y de provocación?”.
63
Tunga, Pente - cabelo, 1984 Tal vez el manierismo aparezca como la esen-
57,5 x 78,7 cm
cia del arte contemporáneo, aunque tendríamos que
Colección de Marieluise Hessel
Nueva York advertir que aquel es un campo de batalla. Si algunos
hablan de ilegibilidad, evidente en el hermetismo de
determinadas propuestas, y otros reparan en la textualización del arte
actual, también podríamos subrayar que el fetichismo o la complicidad
interpretativa son los rasgos distintivos de la estética que define nues-
tro tiempo. Una verdad del arte contemporáneo, subrayada por Jean
Baudrillard, es que éste no plantea ya la literalidad del mundo, sino la
literalidad gestual de la creación, pero también es cierto que esa testi-
monialidad, concentrada no tanto en el trazo como en la semiurgia de
la firma, es uno de los principales problemas que está siendo asediado
y desmontado por numerosos artistas, entre los que cabe mencionar
a Cildo Meireles. Aquella problematización del autor, surgida desde la
64 periferia del estructuralismo, ha sido puesta en acto, en una poderosa
ofensiva contra las rémoras del romanticismo y, especialmente, contra
la ideología del genio. Es evidente que aquel vínculo de lo poético e in-
cluso de la filosofía con la mántica (el rapto como locura trascendental)
pierde credibilidad cuando la obra es entendida como bricolage. Todas
las fantasías grandilocuentes de la obra de arte total, heredera del pro-
yecto wagneriano, desembocan en la fabulización del mundo que trata
de escapar a la fealdad cotidiana que ha sido capaz de transformar (casi
alquímicamente) la inmundicia en el chorro incontenible de la cantidad
dineraria. La pertinencia de las tesis de Guy Debord sobre la cultura
del espectáculo ha sido sobradamente contrastada, aunque tampoco
haya escapado de la mixtificación la misma deriva y las tácticas de tergi-
versación, que en su multiplicación acelerada, han terminado por gene-
rar una especie de cinismo del comportamiento estético “radical”. Hay
un manifiesto hartazgo eurocéntrico y la perspectiva, completamente
asimilada, del final de las vanguardias con todas aquellas estrategias crí-
ticas que tenían, en muchos casos, estructura autorreferencial, cuando
acaso deberían impulsar otras narrativas como es el caso de las mani-
festaciones plurales del arte latino-americano que son, casi sistemáti-
camente, olvidadas por el discurso museístico, crítico e historiográfico
dominante. Edward Said señalaba, en Cultura e imperialismo, que ahora
se confía más en los informes que vienen de primera línea: allí donde
se libra la batalla entre los tiranos locales y la oposición idealista, las
combinaciones híbridas de realismo y fantasía, las descripciones carto-
gráficas y arqueológicas, todas las investigaciones de formas mixtas en
las que se relatan experiencias de exilios sin término (ensayos, vídeos y
películas, fotografías, memorias, cuentos, aforismos). Sin embargo, esas
líneas de resistencia contra la globalización tienen enormes problemas
para hacerse visibles, sin claudicar o ser desactivadas, en la globalización
acelerada. El manifiesto antropofágico mantenía en su dicción lapidaria,
como ya he recordado, que sólo me interesa lo que no es mío: “Fue por- 65
que nunca tuvimos gramática ni colecciones ni viejos vegetales. Y nunca
supimos que era urbano, suburbano, fronterizo y continental [...] por
lo que nunca fuimos catequizados. Lo que hicimos fue un carnaval”. Sin
duda, la descolección y la desterritorialización aparecen en el campo
de intersección de lo moderno a lo posmoderno, cuando la política
neoimperial impone el maniqueísmo y la estrategia de la venganza.
“Lo marginal –apunta Stuart Hall– se ha vuelto un espacio pro-
ductivo”, aunque muchos años antes Oswald de Andrade definió lo
que hoy se llama periferia como un lugar para la acción positiva y, en
su estela, Oiticica escribió que la marginación, que existe naturalmente
en el artista, “ha llegado a ser para mí fundamental”. Es evidente la
fractura entre esa posición precaria y el contemporáneo silencio de los
artistas brasileños ante una situación social tan crítica. Aracy Amaral
hablaba de la chocante contradicción existente en Brasil: “tan real es
la imposibilidad de solución a la injusticia social que nos angustia, que
el artista, al ignorar totalmente la realidad en cuyo contexto vive, ya
da muestras de este mismo rechazo, de su dificultad de enfrentarse
a la problemática”. Pero tenemos que tener presentes las enormes
dificultades, la persecución literal, en la que tuvo que desarrollar su
filmografía Glauber Rocha que llegó a ver a Brasil como “la cloaca del
universo”, un sitio en el que, a causa de una implosión en el centro de
la Tierra, se han quebrado todos los cimientos. Deberíamos volver a
contemplar las visiones del Tercer Mundo, la alegoría brasileña de A
idade da terra: “el imperialismo –apunta Glauber Rocha–, las fuerzas
negras, los indios asesinados, el catolicismo popular, el militarismo re-
volucionario, el terrorismo urbano, la prostitución de la alta burguesía,
la rebelión de las mujeres, las prostitutas transformándose en santas,
las santas en revolucionarias. Todo esto está en la película, dentro del
gran escenario de Brasil y de las capitales principales, Bahía, Brasilia y
66 Río”. Ahí sigue la basura, ese escenario amargo que atraviesa corriendo
un negro antes de ser asesinado por la policía, según la primera versión
de Terra em transe. Da igual que se pida, aunque sea a gritos, calma,
cuando el tiempo está desquiciado. Con un tono menos apocalíptico
advertía Lygia Clark que “nosotros existimos antes del después”, en un
destiempo en el que lo único que tiene sentido es lo efímero; la obra
es el acto, ese instante que llamamos vida: “Es necesario –apuntó la
creadora que sabía que las disculpas metafísicas se habían acabado– ab-
sorber este sentido de lo precario para descubrir en la inmanencia del
acto el sentido de la existencia”.
Un cubo diminuto de 9 milímetros cúbicos (Cruzeiro do sul, 1969-
1970) puede provocar un incendio en un museo. Esa pieza verdadera-
mente mínima, realizada con maderas de pino y roble, utilizadas por los
indios tupí para hacer fuego, que consideran a esos árboles represen-
taciones míticas en su cosmología, tiene que ocupar un área expositiva
de doscientos metros cuadrados ya sea para evitar que el incendio se
propague o para llamar la atención hacia la monumentalidad de algo
casi imperceptible. En el texto también titulado Cruzeiro do sul (1970),
que termina hablando de un pueblo feliz cuya historia son leyendas y
fábulas, advierte que los circos, las razones, las habilidades, las especia-
lizaciones, los estilos, se acaban: “sobra lo que siempre ha existido, la
Tierra. Sobra la danza que puede hacerse para pedir la lluvia. Entonces
lodazal. Y de ese lodazal nacerán gusanos, y de nuevo la vida. Otra
cosa. Crean siempre en los rumores. Porque en la selva no existen
mentiras, existen verdades individuales”. Meireles subraya que la cuali-
dad de lo perecedero es saber que vamos a morir, la de lo descartable
es suicidarnos a causa de ello: “Not to be or not to be es la cuestión”.
A pesar de todo hay que seguir construyendo, aunque sea haciendo
sólo juegos de manos, cortes topológicos, desbordamientos del límite
o intentando resolver el humorístico dilema antropofágico “Tupí or not
tupí, that is the question”. No hay que tener miedo a vestirse con una 67
tela transparente, como propusiera Oiticica en su Calentamiento para el
carnaval (1980), el segundo de los Acontecimientos poéticos urbanos en el
Morro de Mangueira; un año antes, en su Manifiesto Cajú (1979), Oiticica
vuelve a insistir en su pasión por dislocar el campo pictórico del cua-
dro hacia el espacio “y destruir lo pictórico empobrecido por siglos de
barreras para la proposición de un espacio-lugar nuevo y totalmente
abierto a la exploración creativa: lo que hizo declarar a Malévich que
el rechazo al viejo mundo del arte estaba trazado en las palmas de sus
manos”. No deja de resultar sorprendente cómo consiguieron algunos
concretistas brasileños salir de la abstracción estéril hacia un espacio
de acontecimientos. El crítico brasileño Paulo Emilio Sales Gómez, refi-
riéndose a la voluntad cosmopolita de los artistas de Brasil, decía que
su suerte era que copiaban mal, pues lo valioso en ellos es aquello que
los personaliza dentro de un lenguaje internacional hablado con fuerte
acento. «El arte brasileño –apostilla Gerardo Mosquera–, como la pa-
loma equivocada de Rafael Alberti, quiso ir al norte y fue al sur. Esta
“equivocación” está en la base de que sea una de las manifestaciones
más interesantes, ricas y complejas de todo el arte contemporáneo.»
En el manifiesto de poesía Pau-Brasil, reclamaba Oswald de Andrade un
lenguaje sin arcaísmos, sin erudición, natural y neológico: “La múltiple
contribución de todos los errores. Como hablamos nosotros. Como
somos nosotros”.
«El fenómeno denominado “arte brasileño” –escribe Ivo Mezquita
al final de su ensayo incluido en Arte latinoamericano del siglo XX, al cui-
dado de Edward Sullivan– siempre ha tenido un sabor genuinamente
internacional. No se trata de reproducir los variados “ismos” (quienes
así lo hicieron ya han caído en el olvido), sino de confrontar cuestiones
plásticas inspiradas en un repertorio común al mundo occidental, al
cual pertenece Brasil, y mezclarlo con las razas, religiones y culturas
68 autóctonas. Por este motivo, la antropofagia es la fundamental piedra
de toque de la cultura brasileña, y quizá representa también su contri-
bución más original a la civilización occidental. No queremos decir que
todos los movimientos artísticos brasileños puedan definirse como un
acto de canibalismo. Más bien se trata de una estrategia cultural que
sirve como punto de referencia de nuestra historia, e indica la pers-
pectiva de la producción artística brasileña en la configuración de una
estética visual moderna y contemporánea.» Lo cierto es que desde la
línea de frontera de Meireles a la acción de Hélio Oiticica de devolver
tierra a la tierra, realizada en un vertedero de basuras cerca del puerto
en Río, donde estaba el barrio imperial portugués, resuena el lema o
grito de alerta de la Nova Objetividade: DA ADVERSIDADE VIVEMOS!
No cabe duda de que el parangolé tenía sus raíces en el fascinante
mundo del carnaval, la fiesta orgiástico-tropicalista, pero no perdía de
vista al paria que acarrea basuras y mantenía el anhelo de incorporar
la revuelta, de la misma forma que el Cinema Novo surgía de la política
del hambre, del dolor, del odio, del amor frustrado, de la incoherencia
del subdesarrollo. También podemos escuchar, casi intempestivamente,
la bronca profecía de A idade da terra: “bienaventurados los locos por-
que ellos heredarán la tierra”. Glauber Rocha era un hombre que no
tenía miedo a decir lo que pensaba, Oiticica acaso sintetizó su vivencia
al escribir en una de sus capas: “Estou possuido”. Eduardo Coutinho,
el documentalista autor de Cinco vezes favela (1962), hablaba del movi-
miento neoconcreto como un intento de mostrar la realidad brasileña,
“sin propuestas explícitas: cómo se trabaja, cómo se sufre, se lucha, se
habla” y el artífice del parangolé, después de haber franqueado el blan-
co sobre blanco del suprematismo, llegó a decir: “Mangueira soy yo”.
“Vivimos a través de un derecho sonámbulo”. El Manifiesto an-
tropófago no deja de revelar su fecundidad, la lucidez para desvelar que
el tabú se transforma, permanente, en tótem. «La antropofagia –señala
69
Vik Muniz, A rosa branca, 2003 Haroldo de Campos– es el pensamiento del engulli-
C-Print. 182,9 x 233,7 cm
miento crítico del legado cultural universal, elaborado
Colección privada
no a partir de la perspectiva sumisa y reconciliada del
“buen salvaje”, sino desde el punto de vista desengañado del “mal
salvaje” devorador de blancos, antropófago. No incluye una sumisión
(una catequización) sino una transculturización, mejor aún, una “trans-
valorización”: una visión crítica de la Historia como función negativa (en
el sentido de Nietzsche), apta tanto para la apropiación como para la
expropiación, la desjerarquización, la deconstrucción.» Sería triste cer-
70 tificar que la original mezcla del sarcasmo de Montaigne sobre los caní-
bales, el parricidio fundacional freudiano y la concepción nietzscheana
del hombre como animal de presa que asimila y digiere sin el menor
resquicio de resentimiento o culpa, esa metafísica bárbara de Oswald de
Andrade, prolongada como esplendorosa revuelta de los desposeídos,
se transformó en chocolate del loro. Oiticica mostraba su indignación
al ver cómo el tropicalismo había terminado por ser un regresivo culto
a lo hortera, se había llegado a un “empastelamiento retro-formal”.
«La formación brasileña –escribe en el texto titulado Brasil diarrea–,
hay que reconocerlo, es la de una falta increíble de carácter: diarreica;
quien quiera “construir” (nadie más que yo “ama Brasil”!) tiene que
ver esto y vaciar las tripas de esa diarrea –zambullirse en la mierda.»
Lo que hizo este artista fue apropiarse, en un detournement del ready-
made duchampiano, de la lata de aceite o de otras cosas dejadas de
la mano de Dios en la calle o en los descampados. Soñaba con dejar
una obra abandonada en un parque (el lugar para el alivio, allí donde
se puede vagabundear, amar, o cagar) para que la encontrara cualquier
paseante. Porque él mismo no había hecho otra cosa que entregarse a
esa experiencia mágica del encuentro de esas cosas que hemos visto
todos los días pero que nunca pensábamos buscar. En último término
lo importante es la búsqueda de uno mismo en la cosa, una comunión
con el ambiente que se produce también en la danza. Pero no siempre
es carnaval. Siempre podemos ir a peor, al sertão, en las brutales visio-
nes de Glauber Rocha, puede llegar el cangaceiro que mata para cumplir
la promesa de no dejar que el pobre se muera de hambre o el marginal
arribar a una aldea de pescadores y, con una maldad absoluta, cortar
la red para hacer que la barriga duela de verdad; la estética del hambre
desea que “todo el mundo grite a la vez”. Las marcas por las que guiar-
se son pocas, en la oscuridad brilla una luz que ha sido generada desde
la precariedad. «La experiencia del bidón-fuego –apunta Oiticica– a la
que me referí está en todas partes sirviendo de señal luminosa para la 71
noche –es la obra que aislé en la anonimidad de su origen– existe ahí
una “apropiación general”: quien vio el bidón-fuego aislado como una
obra no podrá dejar de acordarse de que es una “obra”, al ver, en el
silencio profundo de la noche, los demás esparcidos como señales cós-
micas, simbólicas, por la ciudad: juro ante Dios que no existe nada más
emocionante que esos bidones solos, alumbrando la noche (el fuego
que nunca se apaga) –es una ilustración de la vida: el fuego se mantiene,
y un día de repente se apaga, pero mientras dura es eterno.»
I
Tal vez porque cada día somos más globalizados, y paradójica-
mente, más extranjeros al mismo tiempo, acabamos inevitablemente
viendo las cosas unas veces por dentro y otras por fuera. La condición
de observador español inscrito en los vaivenes del arte hecho en
Brasil a partir de los años 90 favorece esa perspectiva –ese juego de
perspectivas– y una lectura inevitablemente fronteriza, híbrida, trans-
versal. Lejos tanto del cosmopolitismo provinciano como del exotismo
regionalista. Y estas breves notas de navegación crítica pretenden car-
tografiar algo de eso, una situación de situaciones (por su pluralidad), y
al mismo tiempo, reconocer la fase más internacionalista en la historia
de las artes plásticas brasileñas.
Por otro lado, y a sabiendas de que el arte contemporáneo se ha
convertido en un espacio tan amplio de análisis y de horizontes, sólo
cabe sumergirse a fondo en un ámbito específico o realizar aproxi-
maciones generales pretendiendo “mapear” algo del territorio donde
estamos. Haber escogido la segunda opción, obliga a pensar en diversas
cosas en varias direcciones, sobre todo cuando es manifiesta la falla de
nuestra cartografía, pues como dice Boaventura de Sousa Santos, los
mapas que tenemos no 73
nos sirven, están desfa-
sados, y no sólo en el
ámbito estético sino en
otros niveles. Estamos
hablando entonces de
nuevos territorios, nue-
vas configuraciones, de
un contexto de época
que no cesa de cam-
biar, que recoloca nues-
tra condición humana
de forma diferente, ya
que nuestro entorno
viene transformándose
Albano Afonso, Natureza morta – dupla, 2006-07 y nuestros conceptos de espacio y de
Dos modelos anatómicos de un cuerpo revestido con tiempo se han modificado substancial-
espejos. Caja de madera y vidrio, proyector de luz.
Dimensión variable mente (por el desarrollo cuántico de
los medios tecnológicos, informativos
o por las propias comunicaciones... Independientemente del contrape-
so que esto pueda ejercer todavía en la geopolítica de padronización o
desigualdad según los contextos, las culturas y los países).
Estamos hablando también de un objeto estético como materia
de reflexión, ya que en nuestros días ha ganado, o mejor dicho, ha
reforzado esa capacidad, esa imperiosa obligación interpretativa (so-
cio-lingüística y espiritual). Como algo que ya deja de ser objeto/obra y
pasa a ser más poiesis, poética, creación, producto artístico, objeto en
tránsito en busca de su propio paradigma –otro estatuto antropológi-
co de obra– en una cultura visual en continua metamorfosis y en una
sociedad completamente estetizada a todos los efectos.
74
De ahí que las primeras notas puedan ser de contexto, donde se 75
consideran algunas circunstancias que gravitan sobre la historia cruzada
y altamente contaminada de Brasil en su registro más visual. Y las si-
guientes quieran ser de naturaleza más analítica sobre algunas caracte-
rísticas que viene presentando el arte reciente hecho en Brasil, cuando
éste viene ya convirtiéndose en uno de los segmentos culturales más
ricos, intensos e instigantes, sólo superado por la música popular bra-
sileña, dígase de paso. De hecho, esta asociación con la música no deja
de ser significativa, pues –amén de ser ambas actividades artísticas las
más reconocidas mundialmente– esta última es un verdadero campo
de pruebas, en el sentido de que siempre realizó estrategias de apro-
piación, colaboración, integración de vertientes o aspectos anteriores, y
practicó un sincretismo fuera de toda duda, algo que las artes plásticas
vienen desarrollando con cierta profusión.
II
En este sentido, llama sobremanera la atención el hecho de que
sea precisamente en la última década del siglo XX cuando se hace pa-
tente la consideración y apropiación de toda una herencia moderna, que
puede llegar hasta las experiencias constructivas de los años 50 (poé-
ticas concretas e neoconcretas), y más aún, las experiencias rupturistas
posteriores, sean de la tríada Hélio Oiticica-Lygia Clark-Lygia Pape o de
los intensos años 60 y 70 que sientan las bases del arte contemporáneo,
donde coinciden las aventuras abisales y al mismo tiempo conceptualistas
de Cildo Meireles, Artur Barrio, Antonio Manuel, Antonio Dias, Nelson
Leirner, Waltercio Caldas, Tunga, entre otros. De alguna forma, Brasil se
reconoce en sus propias coordenadas estéticas, se re-
José Damasceno, Poema objeto
Tipografía, loza y madera
concilia con la perspectiva histórica creada, sin tener que
Dimensión variable buscar referencias importadas a cualquier precio.
76 Es más, hay un de-
notado magisterio actual
de algunos artistas de
generaciones anteriores.
Aparte de aquellos que
hicieron de puente entre
el arte moderno y el con-
temporáneo como Lygia
Pape, Anna Bella Geiger,
Regina Silveira o Nelson
Leirner –profesores de
innumerables ar tistas,
en plena actividad y con
un reconocimiento cada
vez más abarcador–, en
André Vallias, Ode, poema digital esta misma categoría de maestros o ejes axiales del
arte brasileño se pueden identificar a Cildo Meireles,
Waltercio Caldas, Antonio Dias, Mira Schendel, Tunga, Carlos Fajardo,
Miguel Rio Branco, aparte de los siempre considerados Hélio Oiticica
y Lygia Clark. Este reconocimiento de referencias dentro de las prác-
ticas del arte brasileño más reciente ya fue saludado como “herencias
contemporáneas” (Katia Canton). Se trata de una circunstancia avalada
por la propia actividad artística más joven, algo que no se produjo en
la década anterior, en unos años 80 en que predominó cierta recu-
peración internacional de la pintura, y en Brasil, muy enfatizada como
movimiento contrario al hermetismo de algunas propuestas concep-
tuales anteriores.
A partir de los años 90, y con la proliferación de nuevos registros
y la consideración ya integrada de que todos los soportes son campos
ampliados, los artistas de nuevas generaciones hacen de este legado un
acervo sin distinciones reduccionistas, incorporando tanto el compro- 77
miso reflexivo del trabajo (poética), como su condición de exploración
lingüística en estado de aleación y convergencia (lenguaje/s), así como
su inscripción en una época, socio-cultural (visualidad contextualizada
en una sociedad ya de consumo, espectacularizada, estetizada). Así, la
configuración de los años 90 permite una incorporación de nombres
y poéticas anteriores, y tal vez lo que sea más importante, de cierta
exigencia de “voluntad experimental” (como diría Mário Pedrosa para
otros momentos), como legado vivo que discute la naturaleza y la idea
de arte –sus límites–, y que se reconoce como una de las columnas ver-
tebrales de la cultura brasileña, siendo la otra –también conceptual– el
lado antropofágico, algo reforzado por el movimiento del tropicalismo
en los años 60/70 y que se puede sintonizar en otro diapasón cultural,
concretamente, con la canibalización del otro en la experiencia chamá-
nica de Joseph Beuys.
De alguna forma, se puede decir que el cuerpo artístico como tal
se pone en relación, se flexibiliza en muchos brazos/extensiones; en el
fondo, se articula, gracias a una intertextualidad cada vez más creciente
y menos fundamentalista que en otros periodos, lo que representa una
característica del arte contemporáneo, pues no rompe con el moder-
nismo, no establece con él ningún par dicotómico.
III
No obstante, los años 90 y su herencia posterior –con la entrada
en el siglo XXI que toca relatar aquí someramente–, incluyen aspectos
objetivos, históricos, dentro y fuera del espacio estético que tienen sus
peculiaridades. Sintomáticamente, esta década representa el abandono
de una época que se cierra con los años 80, y la configuración de otro
estadio histórico con características diferentes, no sólo en Brasil, pues
78
José Damasceno, Trilha sonora, 2001la adaptación globalizadora pasa a primer plano. La
Martillos y clavos. Instalación
configuración de transformaciones socioeconómi-
cas, la internacionalización de la economía, la época
del ajuste neoliberal (después de la simbólica caída del muro de Berlín)
llega también a Brasil (incluso con un escandaloso gobierno como el de
Fernando Collor y después el significativo cambio de rumbo tecnocrá-
tico con Fernando Henrique Cardoso). Globalización y descomposición
que –según Laymart Garcia dos Santos– no serían términos antinómi-
cos, pues definen la situación de actualización por un lado, y por otro,
la destrucción de las “bases de una sociedad volcada hacia un proyecto
de nación”. Aunque no tenemos aquí espacio para tratar esta quiebra
que alude a la crisis de lo público en un país que ya tiene como rasgo
esa marcada bipolaridad de público/privado, queda aquí inscrita como
una latencia de gran peso.
Años 90: Rotas de fuga, Laymart Garcia dos Santos, Caminhos do contemporâneo,
Paço Imperial/IPHAN, Río de Janeiro, 2003.
En un ámbito más amplio, se reconoce el creciente estadio de- 79
mocrático de la sociedad brasileña, por lo menos en sus coordenadas
oficiales y políticamente representativas, lo que no impide registrar
con el triunfo del neoliberalismo “socialdemócrata” una serie de fac-
tores, aparte de la definitiva victoria sobre la inflación –una antigua
losa económica–, otros aspectos colaterales o subyacentes no tan
admirables como la violenta metropolización, el aumento en las tasas
de homicidio y violencia urbana, el agravamiento de los conflictos
en el campo por la falta inveterada de reforma agraria, la ronda de
privatizaciones y el consiguiente desmantelamiento del Estado o de
sus políticas públicas, el aumento del desempleo o el mantenimien-
to de estructuras laborales explotadoras o de carácter marginal, y
el predominio de una filosofía cada vez más mercantil y financiera
como única prerrogativa existencial. En cualquier caso, parte de este
cuadro, con la llegada al gobierno de Inácio Lula da Silva, se mantiene
en grandes rasgos, desgraciadamente, pero algunos aspectos básicos,
socio poblacionales, han venido recibiendo substanciales mejoras.
No olvidemos que Brasil en su riqueza y potencia, abriga una de las
más extraordinarias cotas de explotación (que arrastra hasta ahora
visos de esclavitud y de precapitalismo salvaje), y por consiguiente de
desigualdad social.
A nivel sociocultural y artístico, los años 90 presentan otro per-
fil en sintonía con la actualización sufrida. La cultura comienza a ser
contemplada como estructura valiosa en la configuración de la iden-
tidad del país, y también como espacio de inversión, a través de leyes
de incentivo y desgravación fiscal, y el incipiente y siempre defectuoso
mercado del arte se va estructurando, apoyado en un incremento
progresivo de la producción artística y cultural. Eso significa, la crea-
ción de galerías de arte contemporáneo, la profesionalización de ins-
tituciones como centros expositivos, culturales, nuevas actividades y
80 creación de museos, descentralizando el poderoso eje Río-São Paulo,
la aparición de patrocinadores y de colecciones en primera línea de
actuación; en resumen, un incremento de las actividades artísticas y
de una nueva concepción del arte como segmento cultural, de perfil
inversor en los planos de los medios. Una configuración de un circuito
aún defectuosa, si se contabiliza la ausencia palmaria de publicaciones
especializadas o que versen sobre artes plásticas (fuera de la resis-
tencia del ámbito universitario) y la exigua y monocorde existencia
de tal crítica en los periódicos. Algo paradójico si se tiene en cuenta
el grado de riqueza y versatilidad de las actuales artes plásticas y su
consideración e interés internacional; éste, sí, trabajado por críticos,
comisarios y revistas internacionales que han venido cumpliendo un
papel más que simbólico en esta actualización y lectura del arte he-
cho en Brasil.
Aún así, y en la todavía falta de madurez de las estructuras de las
artes visuales, se pueden registrar desde aventuras inusitadas como la
Rede Nacional de Artes Visuais, de la Funarte/Ministerio de Cultura, un
intento de catalogar la producción del país y de descentralizarla. Una
aventura altamente productiva, de gran empeño colectivo (acciones,
oficinas, talleres, conferencias con numerosos participantes de presti-
gio, artistas, críticos), que, después de más de dos años de ricas expe-
Ars, Concinnitas, Arte e ensáios, son, por ejemplo, algunas de estas excepciones
universitarias (USP, de São Paulo, UERJ y UFRJ, ambas de Río de Janeiro, respec-
tivamente). Dentro del universo más comercial de los quioscos, se encuentra la
presencia de la revista Bravo, São Paulo, la nueva Mapa das Artes, de Río de Janeiro,
y ya de forma más desigual, Cult, de São Paulo, Continente Cultural, de Recife, Coyote,
de Curitiba. Y no hay cómo evitar la lectura de que la falta de revistas de arte, de
los más diversos grados y niveles, es un índice del consumo todavía elitista de los
aspectos estéticos, amén de la falta de discusión conceptual y cultural de las artes
visuales.
riencias y resultados (2004-2006), lleva visos de estancarse por falta 81
de determinación y claridad institucional, que no profesional. Sumado
a esto, se encuentra la falta de apoyo oficial a museos de gran impor-
tancia histórica y contemporánea (la Fundación Hélio Oiticica, de Río
de Janeiro, a la deriva, tal vez sea el peor ejemplo), y la precaria infraes-
tructura económica de la mayoría que perjudica en parte la autonomía
de su programación cultural. A la escasa tradición de coleccionistas, se
junta el problema del mantenimiento y cuidado de los acervos. En el
mismo debe de esta circunstancia se ha de colocar la reciente venta de
la colección de arte concreto brasileño de Adolpho Leirner al Museum
of Fine Arts de Houston, Estados Unidos, por absoluto desinterés
tanto de los capitales privados como estatales de Brasil, causando un
agrio debate.
Quizá en respuesta a la situación descrita –y asunción de un es-
tado de precariedad que la poética de la gambiarra [chapuza] explicita
con un gran número de artistas produciendo piezas/trabajos que son
En la última década se viene produciendo un fenómeno cultural de importación de
muestras y exposiciones de artistas e instituciones del primer mundo (fundamen-
talmente europeas), que vienen con todo pagado, incluidos catálogos, a los que
numerosos museos brasileños se adaptan por falta de medios financieros propios.
La situación, algo neocolonial, no deja de ser significativa.
La impor tante colección de ar te concreto y neoconcreto de Adolpho Leirner
(pinturas, construcciones, dibujos, car teles y obra gráfica), ya motivo de edi-
ciones y exposiciones, y a la venta desde 1993, fue comprada finalmente por
la institución estadounidense en el año 2007, por 15 millones de dólares, ante
la falta de tentativas brasileñas. Las reacciones por la adquisición de este patri-
monio ocuparon gran espacio informativo, denunciando la falta de protección
de acervos de esta categoría o la inexistente preocupación por el patrimonio
nacional.
82 ingenios populares al desnudo, defectuosos, agrestes –, o porque es-
tamos en una época en la que el reconocimiento de los esfuerzos no
se deriva de los dos polos más clásicos: el institucional/oficial y el priva-
do/mercantil, hay una reconocida actividad que se escapa o desmitifica
este estado de establishment artístico. Se renueva la poiesis de la obra
de arte, y para sacarla de su reificación y de otras posibles cooptacio-
nes, se invierte en otros caminos, otros territorios y acciones. En este
contexto se deben inscribir las significativas intervenciones en el espacio
sociocultural de muchos artistas, su acercamiento a la realidad vivida
como colectiva o pública, su cambio de espacio allende el cubo blanco.
De ahí la gran sensibilidad que demuestra en todo el territorio nacional
cierta profusión de grupos/espacios independientes, y que se desmarcan
de una injerencia ideológica de otrora (la asociación unidimensional del
arte político con el arte de protesta sigue siendo un reduccionismo de
época, una de las muchas simplificaciones de las dictaduras). Ahora ya
se reconoce que la inscripción del arte en las relaciones de la cultura
es de hecho política, y el diálogo del individuo con lo colectivo forma
parte de una misma articulación o “doblez” (Arendt, Deleuze), de ahí
que merezca toda la atención la creación de circuitos alternativos, algo
que se destaca, paradigmáticamente, a finales de los años 90. Colectivos
de artistas, circuitos independientes o arte de activismo cultural, que,
Dado que Moacir dos Anjos ha desarrollado en detalle este segmento de la pro-
ducción artística brasileña, no insistimos en esta vertiente, aunque sí nos cabe decir
aquí que ya el segundo Hélio Oiticica es un precursor de la gambiarra en numero-
sas obras: Penetráveis, Ninhos, Parangolés, etc., que se alimentan de esa precariedad,
afirman estructuras casi insustentables o desmitificadoras de la constructividad
más canónica, a imagen y semejanza de las dicotomías del país. También la poética
radical de Artur Barrio se inscribiría en toda esta extensión, así como la de Arthur
Bispo do Rosário, por citar otros antecedentes ilustres.
según un oportuno estudio de Newton Goto al respecto de este 83
art action, significa la conquista de espacios y de circulación (en un
gran inventario de acciones, eventos, exposiciones, textos, ediciones
gráficas, debates, sites, organizaciones espaciales...). En suma, defen-
sa de una heterogeneidad, de una no servidumbre ni subvención
estructural a estamentos institucionales ni a su discurso, defensa de
una autogestión artística, abierta a participaciones, y apuesta también
por la ruptura de la noción centro/periferia. Una lista justa de pro-
tagonistas de esta resistencia y acción cultural, de esta micropolítica,
incluiría casi cien nombres, entre ellos, Torreão (Porto Alegre), Agora,
Capacete, CEP 20000, Atrocidades maravilhosas, Interferencias urbanas,
A gentil carioca, Canal contemporâneo (Río de Janeiro), Galeria do pos-
te (Nitéroi/RJ), Camelo, Noninoninoni (Recife), Alpendre (Fortaleza), A
revolução não será televisada, Rizoma.net, Linha imaginária (São Paulo),
Entorno (Brasília), entre muchos otros, barajando entre ellos espacios
alternativos, grupos de trabajo, sitios de internet, propuestas artísticas,
publicaciones alternativas, a veces sin tanta distinción. Algo que, por otro
lado, tiene que ver también con una intensa difusión de límites entre el
artista/comisario/agente cultural, otra definición del artista como autor/
productor con otra negociación y agenciamiento de los segmentos del
arte actuación/reflexión información/participación que los usuales.
IV
Si hay tres momentos significativos en la historia de las artes
plásticas en Brasil, es posible decir que se corresponden con la irrup-
ción del modernismo, de las vanguardias del medio siglo y su evolución
Sentidos (e circuitos) políticos da arte, Revista Primeira Pessoa, nº 1, diciembre de
2005, João Pessoa, pág. 9.
84
Arthur Lescher, The men’s river radical en los años 60/70, y la llegada de una cierta pos-
modernidad en los albores del nuevo siglo XXI. No es
por casualidad que el proceso de internacionalización del arte brasileño
se produce en los años 90, en una mezcla de aggiornamento crítico y
puesta al día internacional y algo de influencia del multiculturalismo
para dictar algunas de las nuevas oscilaciones o leyes del gusto y del
mercado. Ya que hasta esa fecha son contadas las operaciones extra-
ordinarias, como Information , en Nueva York, donde se da la presencia
de artistas plásticos brasileños que se codean con la producción inter-
La exposición internacional itinerante de Hélio Oiticica se produce en la década
de los 90, doce años después de la muerte del artista (1980) y la de Lygia Clark,
en 1997, diez años después del fallecimiento de la artista (1988). Actualmente, en
exhibición se encuentra The body of the colour, de Oiticica, Tate Modern, Londres,
2007. Como al otro lado de este panorama, también existe un libro fundamental
sobre escultura moderna de Rosalynd Krauss (1977), que a pesar de ser una fuente
reconocida de estudio del siglo XX, no reconoce otra internacionalidad en el arte
que en las inevitables vanguardias históricas. La panorámica que ofrece cultiva
principalmente las innovaciones norteamericanas, obligatorias a partir del medio
siglo, pero olvida o no registra otras experiencias, y cae en etnocentrismos de
época por desconocer otras referencias (sean artistas brasileños como Lygia Pape
en relación a obras de Frank Stella, Christo o Robert Morris, o argentinos como
Víctor Grippo, por ejemplo, como tantos otros). De ahí se deduce la necesidad de
comenzar a realizar una nueva historiografía artística internacional con los ajustes
y las contribuciones pertinentes.
8
Information incluía a Cildo Meireles, Artur Barrio, Hélio Oiticica, MoMA, Nueva
York, 1970.
85
Aparte de la Mostra do redescobrimento Brasil + 500 anos, São Paulo, 1991, y Bienal
Brasil século XX, São Paulo, 1994, se celebraron significativas muestras colectivas en
diversos contextos internacionales, Brazil projects, Nueva York, 1988, Ultramodern:
The art of contemporay Brazil, Washington, 1993, Estrategias barrocas: Arte contempo-
ráneo brasileño, Quito, 2004, Um océano inteiro para nadar, Lisboa, 1997, Brazil: body
and soul, Nueva York, 2001, amén de otras muestras de carácter latinoamericano.
86 tras importantes (Cocido y crudo, Centro Reina Sofía, Madrid, 1994,
o Global conceptualism: points of origin 1950-1980, Queens Museum,
Nueva York, 1999, por colocar dos ejemplos señeros) y el aumento de
los viajes y tránsito de muchos de ellos ha reconfigurado el panorama
internacional, ofreciendo una presencia de prestigio casi periódica.10
Amén de las obligatorias presencias individuales en bienales,
dokumentas, etc., lo cierto es que la presencia de galerías brasileñas
en los eventos comerciales de arte, Feria de Basel, ARCO, etc., ha
venido incrementándose exponencialmente. Así como no es para de-
jar en el olvido la función de enlace pionero de algunas publicaciones
“occidentales” que han otorgado una atención –que sería inusitada en
otra época– a artistas procedentes de Brasil, favoreciendo, y mucho,
la divulgación y conocimiento de poéticas artísticas en curso, inclusive
antes de que el propio mercado entrase en actividad.
V
Sin incurrir en una lectura que se acostumbra a hacer con el arte
en Brasil, regulando todo como si fuesen ciclos del café o del azúcar,
una mera sucesión de momentos unilaterales, lo cierto es que la llegada
de la posmodernidad hace coincidir momentos y poéticas. Permite, por
10
Una lista sucinta ya puede registrar, aparte de Hélio Oiticica, Lygia Clark y Lygia
Pape, a Cildo Meireles, Miguel Rio Branco, Artur Barrio, Antonio Dias, Tunga,
Nelson Leirner, Waltercio Caldas, Arthur Omar, Arthur Bispo do Rosário, Regina
Silveira, Anna Bella Geiger, Geraldo de Barros, Iole de Freitas, Ivens Machado,
Beatriz Milhazes, Daniel Senise, Ana Maria Maiolino, Rosângela Rennó, Ernesto
Neto, Adriana Varejão, Vik Muniz, Fernanda Gomes, Irán do Espirito Santo, Jac
Leirner, Frida Baranek, Arthur Lescher, José Damasceno, Sandra Cinto, José Rufino,
Efrain Almeida, como reconocidos artistas internacionales con amplia presencia en
muestras y exposiciones.
primera vez, hacer esa lectura del patrimonio anterior, intertextualizar 87
el rico legado del siglo XX, sobre todo su medio siglo y el producido en
las décadas de los años 60 y 70. La fragmentación y la multiplicidad de
discursos es una circunstancia internacional que coincide con el melting
pot cultural que ya es Brasil, prácticamente de salida, en su primera
configuración como colonia.
Todo esto quiere decir que los diferentes paradigmas artísticos
de la historia del arte brasileño del siglo XX sólo pueden ser entendi-
dos como conceptos operativos, nunca de forma fosilizada y sí como
matrices. En parte, porque como dice Tunga (citando un pensamiento
de Nilton da Costa), la identidad brasileña es fluctuante, es decir, abier-
ta en sus definiciones.
El paradigma modernista representa para Brasil la inauguración
de su independencia estética en los años 20, pero lejos de perma-
necer en un cierto limbo historicista, y precisamente por su nomen-
clatura antropofágica –“la columna vertebral de la cultura brasileña”
(según el filósofo Benedito Nunes)– es una sintonía permanente.
Máxime cuando en el arte contemporáneo, este recurso de la apro-
piación –del tratamiento con lo otro– se ha convertido en parte del
proceso de creación, dejando la obra más abierta, con una mayor plu-
ralidad de lecturas. Esta metáfora caníbal, tan brasileña, de incorporar
el otro, deglutir lo ajeno –a la cual ha prestado reciente atención
Eduardo Subirats en La última visión del paraíso, 2001, y ya lo hizo la
Bienal de São Paulo, en 1998–, continúa siendo una viva estrategia
operativa que la misma Tropicalia/Tropicalismo en los 60/70 activó y
estructuró para siempre en la articulación plural de la cultura brasile-
ña, allende lo meramente visual. La reciente muestra Tropicália–Uma
revolução na cultura brasileira (1967-1972), Chicago/ Nueva York/ Río
de Janeiro (2005/2007) recoloca de nuevo la importancia del mes-
tizaje cultural sobre cualquier género, y divisa herencias plásticas en
88 Rodrigo Araújo, Lucas Levitan/Jailton Moreira, Marepe, Ernesto Neto
o Rivane Neuenschwander.
El sueño de una modernidad abarcadora, social, precisamente,
cuando la idea de lo moderno comienza a entrar en crisis, alimenta el
segundo paradigma significativo, el constructivo, que se establece en
los años 50, una época áurea en la cultura brasileña, que sólo en parte
se va a ver truncada en el segundo periodo de la dictadura (el Artículo
Institucional 5, AI-5, en 1968). El abstraccionismo, sobre todo geomé-
trico más que informal (hay unas raíces geométricas en muchos de los
tatuajes/dibujos corporales indígenas, así como en cierta artesanía, por
ejemplo, la marajoara)11, apuesta por el constructivismo –concreto o
neoconcreto– y es de un rigor compositivo extremo, afiliado al arte
moderno centroeuropeo. Lo que incluso se siente en el campo de la
propia poesía contemporánea brasileña como una herencia inevitable
(junto con el canon cabralino, también del mismo signo de exigencia
racional). De hecho, el arte constructivo acaba convirtiéndose en el
paradigma–monopolio en el arte brasileño, por su privilegio de aten-
ciones críticas, frente al informalismo, cualquier abstracción, o arte más
contaminado. En cualquier caso, llegar a la “geometría soñadora” por
parte del neoconcretismo de Clark, Pape, Oiticica y otros como Sérgio
Camargo, Amílcar de Castro, Franz Weissmann, Aluisio Carvão, Willy
de Castro o Abraham Palatnik, no sólo representa un paso decisivo
frente a cualquier restricción racional, como una salida inesperada den-
tro de la tendencia constructiva centroeuropea.
Y uno de los caminos de los neoconcretos (sobre todo de la tríada
Clark-Oiticica-Pape fue abrirse a lo sensorial, a los otros sentidos, a la
11
Una prueba fehaciente de esta sintonía que salta los estadios temporales es la serie
de grabados, Tecelares (1956) de Lygia Pape, que tienen la impronta geométrica
indígena aludida.
recuperación del cuerpo, y a la participación (“los sentidos son órganos 89
sociales”), y por ende, a otra “forma” de obra, dejando su contribución
constructiva en otro estadio anterior del arte. Es sintomático que el lado
dionisiaco de Hélio Oiticica –donde el descubrimiento de la samba y de
la favela es piedra de toque– o las experiencias de arte-terapia de Lygia
Clark hayan inventado otras fronteras más amplias (de lenguaje y poética).
Tanto el uso del cuerpo como de los sentidos, como materia prima, fue
un rasgo pionero del arte brasileño, que alimenta hasta ahora el corpus
de los nuevos trabajos. Esta sensorialidad a la búsqueda de una totalidad
corporal ha sido un largo camino, pues con el énfasis de la velocidad en
nuestra sociedad (Paul Virilio ha estudiado a fondo esta influencia en la
percepción), los sentidos han sufrido transformaciones, estableciéndose
relaciones de contigüidad. Quiere decir esto, que incluso contempla-
mos con otros ojos, de otra forma menos retiniana. Estaríamos ahora
dentro de una poética de la relación, donde todos los soportes/medios
son instrumentos (como sucede con la música de Hermeto Pascoal), se
articulan, y las estructuras son ambivalentes. (Lo que hace que la propia
instalación, por ejemplo, reúna cada vez más requisitos y no sólo una
mera interpretación del espacio expositivo).
A pesar de todo esto, y como una manifestación en las antípodas
de lo señalado, siempre existió un trasfondo barroco, en el sentido
de expresión de fuerzas atávicas, más extremas, dramáticas, incluso
vinculadas a un ex-romanticismo, que pueden conectarse con un lado
trágico que Brasil, por sistema, se empeña en omitir.12 (Piénsese en la
12
Al respecto, hay una edición que reformula esta situación, Formas e mediações do
trágico moderno: uma leitura do Brasil, Ettore Finazzi-Agro & Roberto (organizado-
res), Ed. Unimarco, São Paulo, 2005. En esta contramano, se repiensa la noción
eclipsada de lo trágico en la cultura brasileña (a través de la literatura, especial-
mente), como un cuestionamiento problemático de conflictos que llegan hasta la
modernidad.
90 obra de Maria Martins, Iberê
Camargo, Miguel Rio Branco,
Anna Bella Geiger, Farnesse de
Andrade, Arthur Omar, Cabelo,
José Rufino y hasta de Tunga,
para percibir ese lado más om-
nipresente de lo que parece).
Esta herencia barroca como tal
constituye una vertiente un poco
eclipsada, tenida como antigua,
pero que presenta sintonías con
el expresionismo (lo que hizo
la muestra Violência e paixão
(Río de Janeiro/ Porto Alegre,
2002), rescatando una vertiente
expresiva de la subjetividad, de
la intensidad/visceralidad y del
exceso, de otra concepción
de las formas, un poco descla-
sificada por las preferencias de
Nelson Leiner, Picadeiro, 2000 cierta pureza formal, a toda vista, anacrónica). Aunque
Papel, plástico y adhesivo
Barrio supone ya una quiebra rotunda e irrevocable de
sobre madera. 76 x 60 x 15 cm
esta situación, como continúan haciéndolo Miguel Rio
Branco, Ivens Machado, Adriana Varejão, Cabelo o Ronald Duarte más
adelante, lo cierto es que el reconocimiento contemporáneo de esta
latencia ha ampliado el espacio de prácticas artísticas, dando otro cariz.
La consideración de la categoría de neobarroco –con concomitancias
en el ámbito poético brasileño a partir de un giro lingüístico-cultural de
Haroldo de Campos y de la presencia permanente de Affonso de Avila,
dentro de Brasil–, propugnado teóricamente por Omar Calabrese,
registra nuevos datos contempo- 91
ráneos en nuestra cultura visual,
de forma más generosa en cuanto
a los signos/soportes/gestos/for-
mas, en los cuales el valor de la
fragmentación (obras-fragmento),
de cierto caos y accidente, la
turbulencia e irregularidad se ven
altamente reconocidos como par-
te de una cultura fractal que no
aspira a tener una visión comple-
ta, sistémica.
Del paradigma conceptua-
lista, otra matriz significativa, se
debe reconocer enseguida cómo
este se diferencia del arte con-
ceptual anglosajón, mucho más
metalingüístico y tautológico. En
el caso de Brasil y también de
algunos países de América Latina
Nelson Leiner, Picadeiro, 2000 (el cono sur, por ejemplo), existe una fuerte conexión
Papel, plástico y adhesivo
sobre madera. 76 x 60 x 15 cm
con la esfera pública y hasta la propia ideología es
materia prima. De la paráfrasis del artista como or-
ganizador de mensajes (Maiakovski, Décio Pignatari, Mari Carmen
Ramírez) a la preocupación por el objeto para comunicar ideas (Luis
Camintzer), hay toda una corriente crítica amplia que no discrimina
qué es materia y qué es concepto. Algo que aporta hasta hoy, suges-
tivamente, un background no sólo imagético.
Toda esta apresurada y sintética enunciación se justifica por la
activación –en distinto grado e incidencia– de estas fuentes. El archipié-
92 lago posmoderno representa una abertura casi sin límite, de criterios,
caminos, poéticas; asocia las diferencias por aquello que las separa.
Cada obra pretende ser una ars poética (como diría Waly Salomão). Y
en la interfaz de hoy (hibridismo de lenguajes, soportes y conceptos,
y fuentes matriciales), recordamos que donde “la modernidad indicaba
una ruptura, el arte contemporáneo opera una soldadura”. Se trata de
otro vértigo que no es el del futuro, sino de un presente que relee la
memoria. Si el gran enemigo de la modernidad era el pasado, ahora
éste es recuperado, intertextualizado, conjugado. De hecho, el contex-
to contemporáneo es una suma inaudita de estrategias que hace difícil
establecer una cartografía firme o muy definida, ya que la permeabili-
dad de ellas (de las acciones y de las poéticas) es cada vez más intensa.
¿Qué hacer con el intenso legado del siglo XX, cómo articularlo? Tal
vez ésta sea la gran cuestión. Y, en esa concepción nada evolucionista
del arte, hay ecos del derecho a seguir una “trayectoria nómada” (de-
fendida en 1979 por Achille Bonito-Oliva). Lo que da pie a encontrarse
con numerosos ejemplos de “arqueología contemporánea” (motivo de
una Bienal del Mercosur en 2003 y signo estético de una época que
sabe desmitificarse en el mejor de los casos).
En este contexto, sigue siendo un dato revelador, para valorar
la vigencia de la experimentación o de la libertad de frentes brasileña,
su posterior sintonización con los tiempos posmodernos, el hecho de
que se puedan entender algunas características del país como un co-
mienzo posmoderno, ya sea por la ausencia de un meta-relato absoluto
y explicador, por el sincretismo cultural, por la necesidad continua de
relectura, por la fragmentación de los discursos y por la simultaneidad
de tiempos/registros/culturas en juego.
Un caso ejemplar, notorio de esta confluencia de vectores puede
ser la llamada Plástica Sonora –por usar el término creado por el músico
y artista plástico Walter Smetak–. Un campo semántico que pode-
mos entender en tres frentes, por ejemplo: los artistas plásticos que 93
se aproximan a la música, al aspecto sonoro (Cildo Meireles, Miguel
Rio Branco, Waltercio Caldas, Lenora de Barros, Chelpa Ferro, Paulo
Vivacqua) los músicos que otorgan una cualidad estética extra, plástica
(Walter Smetak, Hermeto Pascoal, Marco Antonio Guimarães), y tam-
bién los poetas experimentales que usan la palabra como fonética o los
distintos grados de visualidad textual como recursos sonoros (Augusto
de Campos, Paulo Bruscky, Walter Silveira, Arnaldo Antunes, Ricardo
Aleixo, André Vallias).
VI
Si algo define la última producción artística en Brasil es su condi-
ción estética nada folclórica o regionalista. Tal aspecto corto de vuelo
o reduccionista, en parte ya viene dinamitándose desde el momento
modernista de la Antropofagia (una matriz que no sólo se extiende a
Brasil como al continente latinoamericano como una necesidad bio-
gráfica). Las antenas ofrecidas por el movimiento, y sobre todo por la
teoría aforística y fragmentaria de Oswald de Andrade colocaba el arte
europeo en una extraña coincidencia y descoincidencia con algunas
características de la identidad brasileña. Los manifiestos modernistas
respiraban raíces y dadaísmo, mostraban un camino de ida y vuelta, que
ya se podía sumar a la efervescencia de las vanguardias europeas como
parte de las aportaciones culturales del nuevo mundo.
La vieja etiqueta de un arte del tercer mundo se dinamita en
varias direcciones: primero, por la forma de trabajar las llamadas raíces,
lo que tiene que ver con la sintonización de tiempos/culturas, de his-
toria-memoria y presente; segundo, por la actualidad de los lenguajes
artísticos de la contemporaneidad, sus antenas en los campos infor-
mativo, formal, tecnológico. Otro de los factores más sobresalientes
94 de este desmarque es la estrecha relación entre diferentes prácticas
artísticas (en un diálogo e intervención nunca visto en otra época), una
suerte de poiesis (de vasto campo de creación). Otro dato significativo
es la relación alta/baja cultura, que los dadaístas inauguraron de una
manera casi paródica y Warhol, y por extensión el pop, después re-
valorizaron. Sirvan como ejemplos próximos los de Emmanuel Nassar,
Efrain Almeida o Galeno, que utilizan el legado popular y nociones de
pintura constructiva, de posminimalismo o de escultura neoprimitiva,
respectivamente, de forma equilibrada.13) Ejemplo de este tipo de re-
lación, que debe ser considerada de uso frecuente, es la mantenida con
medios como la moda, el design, los videoclips o incluso presentaciones
musicales; en suma, con otras formas de la visualidad contemporánea.
Tunga, Arthur Omar, Raul Mourão, Arnaldo Antunes, Chelpa Ferro,
entre muchos otros, se alían a diversos campos al mismo tiempo, en
una suerte de multimedia, de conquistada organicidad estética.
Así como ya existe una nueva desterritorialización que incluye
nuevos espacios de arte que trastocan la geografía codificada de los
ejes culturales de Brasil (Recife, Curitiba, Vitória, Porto Alegre, Ceará,
Salvador producen y atraen expectativas para sí) y que reconfiguran la
polaridad nacionalidad/internacionalidad en otra escala; al mismo tiem-
po, comienza a existir una mayor conciencia de que una poética artísti-
ca se puede construir en cualquier lugar, dialogando con valores próxi-
mos y distantes, aspectos de formación localista y sintonías del mundo.
La relación de lo local y lo global no es la misma que hace simplemente
diez años, se ha abierto a múltiples negociaciones con la quiebra del
sortilegio etnocentrista. Memoria y presente, historia y tecnología, sin
13
Aparte de Efrain Almeida, hay diversos artistas jóvenes que trabajan, por ejemplo,
el soporte de la madera con especial atención, como Marcelo Silveira, Afonso
Tostes, Maxim Malhado, entre otros.
95
VII
Para cerrar este itinerario, a las características apuntadas de
estos nuevos tiempos deberían sumarse otras, aunque lo más sig-
nificativo sea que el rango de la especificidad artística cada vez vale
menos, en comparación con la experimentación, la intervención en
los soportes y lenguajes. Lo que estamos viviendo es un arte que se
abre para otro estatuto de obra: site specific, internet, intervenciones
urbanas, obras colectivas. Muchas veces la obra no es ya un patrimo- 97
nio objetual, permanente, museográfico, y sí inmaterial, transitorio.
De ahí que el arte de las intervenciones, de la “obra pública”, o de
la misma búsqueda de una frontera entre la naturaleza y la cultura
–obra/contexto– no hace sino abundar en la problematización del
sujeto y del objeto artístico. Gran parte de los artistas más jóvenes
de Brasil participan de estas inquietudes, respiran esta abisalidad crí-
tica de que el arte no tiene una definición inmutable, y se necesitan
traspasar límites –adecuándose las poéticas a las transformaciones
vividas.
La mayoría de las disciplinas artísticas obedecen a todos estos
cambios de percepción, que se entienden como campos expandidos
(nunca la expansión del objeto artístico fue tan amplia), como pos-
lenguajes. A mi entender, en esta diversidad, los soportes funcionan
como ejes operativos, casi como interfaces, en permanentes diálogos,
sin privilegiar ninguno, incluso contando con el peligro inminente de un
relativismo como absoluto. El arte contemporáneo en Brasil está a fa-
vor de manifestaciones híbridas –continuas hibridaciones de técnicas y
lenguajes–, de debatir la naturaleza de la imagen. Ahora, como sucede
también en la poesía contemporánea, muchos trabajos son preguntas
sobre la creación, o sea, metapoéticas. Y muestran su interior, su pro-
ceso, exhiben cierta desnudez. Pero no sólo se da esta preocupación
por el cuerpo de la obra, también existen concomitantemente, con un
regreso al cuerpo como real, a sus pulsiones y a cierta configuración
como territorio de investigación (véase la tendencia de lo posthuma-
no)–, una nueva trama orgánica, muy evidente, en gran parte, del dibu-
jo que se practica y que ganó estatus mixto, transformable en espacio
(Sandra Cinto, Marcelo Sola, Paulo Climatuska, entre otros, lo llevan a
otras dimensiones, donde la subjetividad es investigada, también como
ficción, como verdad bajo sospecha).
98
Waltercio Caldas, Sin título, 2007 Si tuviéramos que reconocer otras preocu-
210 x 198 x 44 cm
Acero inoxidable pulido, hebra de lana
paciones latentes, amén de las ya insinuadas en
y vidrio. Cortesçia de la Galería Elviraeste texto, sumaríamos algunas figuras conceptua-
González. Madrid les que funcionan como imanes: ellas producen sus
campos gravitatorios, se entrecruzan en las poé-
ticas de los artistas, lógicamente, porque nadie trabaja ya con un solo
ideario. Hay una fuerte vertiente que tiene que ver con el desarrollo
de la percepción, con los cambios en este campo fronterizo, con el
análisis de las fronteras entre lo visible y lo invisible: otra inteligencia de
la mirada que recupera la visión en relación con el resto de los sentidos
(aparte de los pioneros casos de Abraham Palatnik, Waltercio Caldas
y Regina Silveira, esta preocupación es asumida por Sônia Andrade,
Vera Chaves Barcellos o, más cerca, por Rosângela Rennó, Lúcia Koch, 99
Frederico Dalton...) y vincula visión y pensamiento sin las polarizaciones
metafísicas tradicionales.
Por otra parte, la investigación con el espacio urbano y la arqui-
tectura es otro ámbito de actuación poderoso, donde cabe un amplio
margen de intervenciones, lejos del cubo blanco (y de su restrictivo uni-
verso de mera propiedad y contemplación). En este sentido, las sucesivas
ediciones de ARTE/Cidade en São Paulo, fueron más instigantes que
algunas bienales de la misma ciudad, y pautaron todo un frente estético
que lee el entorno y el contexto urbano dentro del trabajo. Site specific,
intervenciones, obras públicas... Desde Regina Silveira, Waltercio Caldas,
Artur Barrio, Iole de Freitas, Nelson Felix, Daniel Senise, Nuno Ramos,
hasta Ana Maria Tavares, Laura Vinci, Eduardo Frota, Afonso Tostes,
José Bechara, Eduardo Coimbra, Rubens Manno o José Damasceno, este
binomio arte/arquitectura viene dando frutos imprevisibles. En cierto
sentido, son numerosos los trabajos que extrapolan la obra de arte, que
se inscriben en coordenadas mayores (Maurício Dias & Walter Riedweg,
Rivane Neuenschwander, Laura Lima...).
El componente de la ironía, no sólo semántica sino lingüística
(incluye Lygia Pape, Nelson Leirner, Vik Muniz, Marcos Chaves, Eduardo
Coimbra, Barrão, Lula Vanderley, Marepe) conlleva un lado dadá, lúdi-
co, macunaímico14 , que tiene una gran parte del arte hecho en Brasil, a
veces, por encima de sus expectativas críticas. Este ingrediente malévo-
lo, histórico, que funciona como antídoto y que socava seriedades de la
representación, se sintoniza no sólo con la figura de la parodia, sino con
elementos alegóricos, con el juego que las imágenes establecen cada
vez más en su mismo substrato imagético.
14
Del espíritu de Macunaíma (1928), la novela fundacional de Mário de Andrade,
fábula de imaginación poética y tratado narrativo del antihéroe brasileño.
100
Como una extensión de los plurales sentidos de Dionisio, cabe 101
reconocer toda una preocupación no sólo sensorial, que se vehiculiza
a través de un corpus enraizado en el cuerpo del trabajo. Una cor-
poralidad dialectizada con otras instancias que se escapan al orden
biográfico, de una subjetividad ampliada (el lema feminista ya rezaba
que “todo lo personal es político”). Y no es inocente que haya una ma-
yoría de artistas mujeres en esta hendidura estética: Adriana Tabalipa,
Beatriz Luz, Brigida Baltar, Beth Moyses, Daisy Xavier, Eliane Duarte,
Janaina Tschape, Márcia X, Nazareth Pacheco, Rosana Palazyn o Tatiana
Grinberg, con innumerables registros (esculturas, vídeos, performan-
ces, objetos, fotografías), junto con Ernesto Neto, Cao Guimarães,
Marcos Chaves, Edgar de Souza, Eder Santos, o anteriormente, Rafael
França, Victor Arruda o Leonilson.
Por último, hay que considerar la metáfora de la heteronimia
como una traducción de lo que sucede a grandes rasgos en el reciente
panorama estético brasileño: investigación de la subjetividad/unidades
del yo/y de la fragmentación del mundo; alteridad/apropiación; regis-
tros/simultaneidad de lenguajes; diálogo ficción/realidad; y por último,
texto/textualidades. En esta plural inmersión se reconocen numerosos
artistas a los que se ha hecho referencia.
A tenor de estas notas, se infiere que en los últimos años se ha
conseguido generar un área de comunión entre técnicas, materiales,
poéticas, que sirve a una época rizomática, nada lineal. Así como la
totalidad está estropeada –algo que ya decía humorísticamente Valle-
Inclán–, la linealidad tampoco ejerce su poderío de otras épocas, más
maximalistas. La última década, o los últimos 15
Waltercio Caldas, Piano, 2007 ó 17 años, han avanzado con una normalización
Acero inoxidable pulido, acero
de los cambios, asimilación de actitudes, for-
inoxidable pintado y madera barnizada.
86 x 122 x 64 cm. Cortesía de la Galería mas, conceptos innovadores (vía relecturas que
Elvira González potencian) en la creación general. Lo que tiene
102 que ver con el modus operandi culturalista en boga, pero también
en tránsito, pues, independientemente de los nombres propios (hay
que recordar finalmente a Elida Tessler, João Mode, Luiz Zerbini, José
Patrício, Gil Vicente, Albano Affonso, Nazareno, Bruno de Carvalho,
Rosana Recalde, Fabiana Santos, Suzana Quiroga, Luis Andrade, Paula
Trape, Vicente de Mello, Arthur Lescher, Alex Flemming, Elder Rocha,
Eustaquio Neves, Carlos Bevilacqua, Elyeser Szturn, Wagner Barja,
Ronald Duarte, Mauro Spindola, Bernardo Pinheiro...), la tensión que
se vive dentro del arte respecto de la cultura visual, obliga a una tor-
sión de límites y, en definitiva, a reconocer que la esencia modernista
ha sido en gran parte sustituida por la dinámica de relación/intersec-
ción/mestizaje contemporánea. Se buscan caminos, interrelaciones,
formas de arraigo de la producción simbólica.
CODA
En el fondo, la cuestión que está en alza, más allá de cualquier in-
ventario nominal, y de las transformaciones/aleaciones de las disciplinas
artísticas, es la problemática del lenguaje en relación con la imagen, la
forma de lidiar con la cultura visual –con su diferenciación y cuestiona-
miento del moto continuo que trivializa signos, y por otro lado, cuál es
su inscripción territorial, operativa, en la constitución de nuevas coor-
denadas. Se trata entonces de ver/reconocer cuáles son los atributos
de la estética contemporánea, su nueva tensión de límites (diferente de
la estética moderna que se legitimaba precisamente por sus referentes
ensimismados). Ahora lo “no artístico” no sirve de contraste, de fon-
do, de diferencia para afirmaciones autónomas, en parte porque está
incorporado, o porque coexiste. El juego en el que andamos se amplió
y es casi ilimitado, multifacético, pues el universo de la imagen ha sub-
sumido todo en sus dimensiones abarcadoras. No existen extramuros
–de ahí en parte la lejanía de lo nacional o la distancia de una mitifica- 103
ción de lo territorial: “el arte es un medio sin lugar”, apunta Pedro A.
Cruz Sánchez–. No existen extramuros y sí una necesidad continua de
microsignificaciones, más moleculares que molares, más cerca de una
mutabilidad contextual que de una ontología prefijada.
Como en toda navegación que se precie, hay otros muchos peli-
gros , pero estos son también generales, de la época, y nada exclusivos
15
15
A modo de complemento, debe decirse que el arte se encuentra en una paradójica
situación de grado cero, después de intensas luchas para conquistar la libertad de
que disfruta. Como si fuese una contrapartida irónica, ahora antiguos radicalismos
son usados como elementos artísticamente correctos, y caer en la tentación de
la comunicación y de la mera obra/objeto son dos trampas (divisadas por Mario
Perniola). También el intento de introducir el arte en la vida a cualquier precio
tiene su doble filo, pues se acaba produciendo una situación de mímesis de lo real,
argumentada por discursos o contextos sociológicos, sin asumir función alguna
de perspectiva simbólica. Así como lo político ya no es patrimonio de la política,
lo real ha vencido a la realidad (como realismo) mostrando toda una amplitud de
detalles y aristas que obliga a otros registros, otras reflexiones. En este sentido, es
sintomático el reconocimiento que la ficción ha adquirido, a veces confundiéndose
con la verdadera documentación. Así como un nuevo estatuto antropológico de la
obra de arte es una necesidad de primera instancia de la época (por los cambios
ejercidos en su naturaleza y relaciones), todavía se reconoce en el arte un espacio
de investigación y revelación, guarda un enigma que no puede reducirse a docu-
mento (tendencia de explicación reinante), y aún coloca ironía y crítica en el estado
actual de las cosas, o en la religión económico-científica.
ARTE Y TECNOLOGÍA
Apuntes sobre la estética lúdica en el ar te par ticipativo en Brasil
Claudia Giannetti
Vilém Flusser, Brasilien oder die Suche nach dem neuen Menschen - Für eine Phäno-
menologie der Unterentwicklung. Mannheim, Bollmann Verlag, 1994, pág. 253-254.
Véase también: Vilém Flusser, Bodenlos: uma autobiografia filosófica. São Paulo,
Annablume, 2007.
Idem, pág. 255.
106 de fiesta.” Para Flusser es necesario
entender este posicionamiento vital
como una manera de ser lúdica, que
podría resumirse en la situación de
“estar fuera del juego y no obstante
jugar”. Esta condición permite al “ju-
gador” cuestionar la realidad desde
un contexto, ya no especulativo, sino
existencial y ahistórico. Una sociedad
Abraham Palatnik, lúdica de estas características desesta-
Aparelho cinecromático. Visión de la estructura interna
biliza, relativiza, infringe y supera los lí-
de la obra en construcción.
mites de lo que se ha instaurado como
las delineaciones de realidad y verdad.
Algunas de las manifestaciones más interesantes de esta forma
lúdica de pensar y actuar las encontramos en el contexto del arte. La
idea de “estar fuera del juego y no obstante jugar” puede ser conside-
rada paradigmática para el proceso de acercamiento del espectador a
la obra mediante estrategias de participación o interacción. Como ya
intuía Flusser, el arte brasileño contemporáneo desempeña un papel
especialmente interesante en este ámbito.
Uno de los artistas que ha investigado de forma sui generis este
vínculo ha sido Abraham Palatnik (Natal, 1928). Su papel pionero en
Brasil en la investigación de la relación entre arte, ciencia y tecnología
ha sido ampliamente citado. No obstante, es igualmente relevante su
innovadora aportación al arte participativo. Primero de forma cinéti-
co-sensorial en su serie de Aparatos Cinecromáticos (a partir de 1949),
después explorando la participación lúdica del público mediante la
Idem, pág. 255.
Idem, pág. 163.
interacción del espectador con 107
los campos magnéticos en algu-
nas obras de la serie Mobilidade
(a partir de 1959). En 1962, cons-
truyó el juego Quadrado perfeito,
basado en el movimiento de
piezas en un tablero tipo ajedrez,
que tiene reglas propias para
motivar la participación senso-
rial –y no racional– del público.
Objeto Rotativo (1969), que pone
Hélio Oiticica, Parangolé, 1964 a prueba la física newtoniana, depende de la in-
Tela y pintura, 150 x 110 x 20
tervención del espectador para su funcionamiento
Colección Proyecto Hélio Oiticica
Río de Janeiro y movimiento. Aplica, de hecho, los principios de
la comunicación cibernética, en la que el intercam-
bio de información entre sistemas diversos constituye la esencia del
feedback. Según expone el propio Palatnik, en un mundo saturado de
información, su validez “está en nuestro ajuste constante al mundo
exterior, mientras manifestamos nuestra actuación en él de forma
directa o por medio de nuestras extensiones y tecnologías. Una espe-
cie de ‘permuta’. (...) Asimismo, creo que la forma de alguna cosa no
es sólo su contorno, sino sobre todo su esencia. Alcanzar esa esencia
es realmente intrigante. Es el origen de todas las manifestaciones
estéticas manipuladas por el artista. Se pone a prueba la sensibilidad,
el mecanismo de la improvisación desabrocha, y lo lúdico se presenta
acercando de nuevo el ser humano a su condición de participación e
integración.”
Abraham Palatnik, Depoimento, 1977, en: http://www.nararoesler.com.br/artis-
tas_txt_p.asp?idartista=3.
108 Estas ideas de
permuta, improvisa-
ción y búsqueda de la
esencia han encontra-
do eco en los trabajos
de Ligia Clark (1920-
1988) y de su coetá-
neo Hélio Oiticica
(1937-1980). Desde
diferentes soluciones
Lygia Clark, formales, los resultados de sus investigaciones revelan el paso
Rede de elásticos, 1973
de una estética de la contemplación a una estética de la acción,
[Serie Relacional]
al arte participativo, en el que el factor lúdico desempeña
necesariamente un papel destacado. Oiticica explora la ale-
goría de la fiesta e interconecta los diferentes niveles y formas, desde
el objeto al cuerpo, desde la música a la arquitectura: una “totalidad
ambiental”, que une lo “dado” y lo “construido”, la naturaleza y la cul-
tura. Encontramos en esta concepción otro ejemplo de lo que Flusser
consideraba como resultado de la síntesis propia de la “manera de ser
lúdica”.
Especialmente interesantes son las propuestas que Oiticica
elabora a partir de mediados de los años 60, que culminan en la se-
rie de obras denominadas Parangolé. Estos “transobjetos”, como los
denominaba Oiticica, consisten en trajes, capas o estandartes para
llevarlos puestos, bailar, relacionarse con otros y con el entorno, en
definitiva, “accionar” la obra. Para Oiticica, Parangolé, como “antiarte
por excelencia”, es una “estructura-acción” que requiere la participa-
ción corporal directa: el acto de vestirse la obra e interactuar con
el entorno implica una transmutación del espectador en el espacio y
el tiempo, y pone en práctica, por otro lado, la citada idea de jugar
estando fuera del juego, actuar en el sistema desde un sistema más 109
amplio externo, en el que participan otros espectadores.
El diálogo del público con la obra también se constituyó como
una investigación central de la obra de Lygia Clark. Según afirmó Mário
Pedrosa, Clark ya había apuntado en su diario en 1957 que las obras
deberían “exigir una participación inmediata del espectador”. Su co-
nocida serie Bichos (a partir de los años 60) –obras tridimensionales
de metal con bisagras que el público puede manipular y plegar dán-
dole formas variables– plantea una propuesta inicial en este sentido, y
vincula su investigación espaciotemporal con el proyecto de dilatar las
capacidades perceptivas y sensoriales humanas. Según la artista, cada
Bicho “es un organismo vivo, una obra esencialmente actuante. Entre tú
y él se establece una interacción total, existencial. En la relación que se
establece entre ambos no hay pasividad, ni tuya ni de él”.
El arte relacional –una tendencia que se ha puesto de moda
otra vez en la última década y que algunos jóvenes (y no tan jóvenes)
artistas pretenden reivindicar (tropezando con cierto oportunismo)
como una “invención” propia y original– ya había sido ampliamente
teorizado y puesto en práctica por Clark en los años 60 a través de sus
intervenciones artísticas, objetos y espacios relacionales. Buen ejemplo
es el ambiente La casa es el cuerpo. Penetración, ovulación, germinación,
expulsión, presentado en la Bienal de Venecia de 1968. La obra consistía
en una estructura de ocho metros de ancho armada como un laberinto
dividido en compartimentos, en el que el espectador debía entrar y pa-
Cfr. Claudia Giannetti, Estética Digital - Sintopía del arte, la ciencia y la tecnología.
Barcelona, ACC L’Angelot, 2002.
Mário Pedrosa, Significação de Lygia Clark, Jornal do Brasil, 23/10/1960.
Lygia Clark, Libro-obra. Río de Janeiro, 1983. Publicado en el catálogo Lygia Clark,
Barcelona, Fundació Antoni Tàpies, 1997, pág. 121.
110 sar por diferentes experiencias sensoriales. En esta especie de “reducto
poético”, el espectador, además de entrar en contacto directo con el
espacio de la obra, experimentando física y sensorialmente su contex-
to, tenía que actuar dentro de la obra de una forma intuitiva. Esto signi-
ficaba dar una nueva dimensión al receptor y a la obra: la abolición del
concepto tradicional de objeto y de espectador contemplativo. Como
escribe Clark, “la persona se transforma en soporte de la obra y el
objeto desaparece, está completamente vacío de sentido, y sólo puede
ser animado con el soporte humano”. Arquitecturas biológicas (1969)
–serie de obras que utilizan estructuras plásticas penetrables– darían
continuidad a esta idea dialógica obra-público, introduciendo física-
mente al espectador “en” la obra y motivándolo a participar, actuar y
recrear el espacio formal y arquitectónico de manera colectiva. Para
Clark, “el objeto relacional no tienen ninguna especificidad en sí mismo.
Como su propio nombre indica, se define en la relación establecida con
la fantasía del sujeto”.10
Estos ejemplos nos permiten, por un lado, desmitificar una con-
cepción muchas veces equivocada, pero muy extendida, de que la idea
de arte interactivo nace con las tecnologías digitales y las interfaces
electrónicas. Por otro, permiten desarmar la adherencia despectiva
que suele prevalecer al hablarse de lo lúdico en el arte, respaldada por
teóricos y críticos reacios a aceptar que el juego puede ser articulado
como paradigma estético. El juego suele estar vinculado predominan-
temente a fenómenos marginales del comportamiento orientados al
tiempo libre, y casi nunca al núcleo de una relación contigua obra-re-
ceptor en el contexto del arte. En el juego, el hecho de actuar en el
Lygia Clark, en L’art c’est le corps, París, Preuves, n.º 13, 1973, pág. 143-145.
10
Lygia Clark. Río de Janeiro, Funarte, 1980. Publicado en el catálogo Lygia Clark
(1997), op.cit., pág. 319.
terreno de lo virtual (el como-si, según Hans 111
Vaihinger) produce una escisión con la reali-
dad del entorno, y además permite crear una
realidad propia (permite manipular). El con-
junto de reglas creado a propósito de cada
juego determina esta (seudo)realidad simbó-
lica, es decir, su contexto virtual. A través de
la acción y de la relación directa mediante
objetos o la interfaz, los usuarios se sienten
identificados con la (seudo)realidad del juego
e integrados en su universo, de forma que sus
soluciones formales se suman al “vocabula-
rio” del usuario. El juego se constituye, por lo
tanto, como una estrategia de comunicación
directa y, muchas veces, intuitiva entre la pie-
za y el jugador/espectador.
Esta relación dialógica obra-público/pú-
blico-obra plantea una serie de cuestiones de
fondo, entre las que podemos destacar sobre
todo dos: el principio de la comunicación ba-
sada en redes de interrelaciones inmateriales,
y el proceso aleatorio como estrategia de
transformar la intervención del azar en factor
Lygia Clark, creativo, lo que significa desarmar el modelo de proba-
Desfolhado, 1960 [serie Bichos]
bilidad de los comportamientos que suele ser aplicado a
Aluminio
las estructuras del juego, y activar una cadena de resul-
tados impredecibles.
El tema de la comunicación vinculada al arte y la idea de las
redes informacionales cobraron un impulso decisivo en los años 70,
época en la que empezaron a gestarse propuestas de uso artístico de
112 Carlos Fadón Vicente, los medios de telecomunicación en diversas partes del
Cahier 45, 1989
mundo. En 1972, uno de los pioneros del computer art,
Libro de artista, 21,5 X 28 cm
el brasileño Waldemar Cordeiro, atribuyó la crisis del
arte contemporáneo a “la inadecuación de los medios
de comunicación como transporte de información, y la ineficacia de la
información como lenguaje, pensamiento y acción”.11 El arte centrado
en el objeto material limitaría el acceso del público a la obra y, por ese
motivo, se mantendría “por debajo de la demanda cultural cuantitativa
y cualitativa de la sociedad moderna”. Según Cordeiro, “la obra que im-
plícitamente define el espacio físico de su propio consumo secciona el
ambiente y presupone una zona específica para la fruición artística. (…)
La seccionarización comunicativa/informativa entra en conflicto con el
carácter interdisciplinar y abierto de la cultura planetaria. La utilización
de medios electrónicos puede proporcionar una solución para los pro-
blemas comunicativos del arte a través del uso de las telecomunicacio-
nes y de los recursos electrónicos, que requieren, para la optimización
informativa, determinados procesamientos de la imagen”.12
Las ideas de Cordeiro sobre una conexión global y un amplio
acceso libre del público a la obra a través de la telecomunicación an-
ticipan la propuesta de arte en red y las nociones de ubicuidad e inte-
ractividad. En Brasil, las manifestaciones más representativas de arte y
comunicación se desarrollan en los años 80. Natural de Madrid, pero
residente en Brasil desde la década de los 60, Julio Plaza (1938-2003)
–artista polifacético, cuya producción abarca desde la poesía visual, la
videopoesía y la holopoesía, hasta la electrografía y el arte telemático–
coordinó eventos pioneros en este campo, como el proyecto Arte por
11
Waldemar Cordeiro (ed.). Arteônica – o uso criativo de meios eletrônicos nas artes.
São Paulo, Editora da Universidade de São Paulo, 1972, pág. 3.
12
Idem.
Teléfono, desarrollado en São Paulo, en 113
1982, y al año siguiente, la exposición Arte
y Videotexto, organizada para la 17ª Bienal
Internacional de São Paulo, compuesta de
ocho núcleos, con la participación de artis-
tas de diferentes áreas, por ejemplo, Arte
sobre Arte, con obras del propio Julio Plaza
y Regina Silveira; Arte sobre el Medio, con
la participación de Vera Chaves Barcellos
y Wagner Garcia; Interarte, con obras de
Jac Leirner y Mário Ramiro; Arte Visual,
con Alex Flemming, Ana Maria Tavares,
Carmela Gross, Nelson de las Nieves; Arte
Narrativo, con Lucia Santaella, entre otros.
A estas primeras propuestas siguió
Carlos Fadón Vicente, una prolífica actividad en torno a la inte-
Vetor 12j, 1989
gración de los medios de comunicación y el arte,
Obra en papel, 84 X 28 cm, hoja parcial
como los proyectos de Mário Ramiro (Clones
– Una Red de Radio, Televisión y Videotexto, jun-
to a Wagner Garcia, São Paulo, 1983), Eduardo Kac y Carlos Fadón
Vicente; exposiciones como la retrospectiva de obras de arte y co-
municación Arte: Nuevos Medios/Multimedios – Brasil 70/80, en la FAAP
- Fundación Armando Álvares Penteado, São Paulo, 1985; o la creación
del Instituto de Investigación en Arte y Tecnología, IPAT, que reunió a
un grupo de artistas y teóricos, como Julio Plaza, Carlos Fadón Vicente,
Artur Matuck, Milton Sogabe, Paulo Laurentiz, Anna Barros, Arlindo
Machado, Gilbertto Prado, Wagner Garcia, entre otros, para investigar
y organizar eventos de arte y comunicación, utilizando inicialmente
slow-scan television (televisión de barrido lento), videotexto y fax.
114
13
http://www.itaucultural.org.br/desertesejo
116 relación arte-juego se encuentra el grupo del
Laboratorio de Investigación en Arte y Realidad
Virtual de la Universidad de Brasilia, coordina-
do por Suzete Venturelli. Las aportaciones de
Venturelli y Marel Maciel al llamado game-art,
con la exploración de interfaces no convencio-
nales para juegos de ordenador, tienen especial
destaque en el panorama de la producción
brasileña de arte on-line, software art o arte in-
Kiko Goifman, Jacks in Slow Motion, 1998 teractivo basado en experiencias sensomotoras.
CD-ROM
En el campo del net art, Paula Perissinotto, en
la obra As we may feel, involucra al usuario en
un juego de preguntas sin respuestas con un operador telefónico.14 Una
sátira a los pseudo-diálogos que ofrecen los servicios asistenciales a dis-
tancia y a la “catalogación” de los sentimientos y conflictos existenciales
propios de la sociedad de consumo actual.
Una obra muy distinta es Jacks in Slow Motion (1998), de Kiko
Goifman, una de las producciones multimedia brasileñas más premiadas
nacional e internacionalmente. Mientras Prado, Cantoni/Kutschat, Fraga,
Venturelli y Perissinotto exploran las posibilidades de las experiencias y
percepciones humanas en universos virtuales, Goifman se enfrenta a una
de las realidades más duras de Brasil: las cárceles. La obra en soporte
CD-ROM analiza el espacio de las prisiones brasileñas como lugares en
los que el juego y las disputas de poder se dan en diferentes niveles:
entre institución y población; entre dominadores y dominados; entre
carceleros (sujetos) y prisioneros (objetos); entre prisioneros y prisione-
ros; entre sistema y objeto de vigilancia. El llamado delincuente asume
la categoría de individuo que debe ser excluido a través del encierro en
14
http://www.artransition.net
prisiones, en las que la tortura física y mental se justifica 117
con el argumento de la aplicación de la disciplina. El
Panóptico de Jeremy Bentham, con su sistema de vigi-
lancia permanente, está sutilmente presente en todo
el contexto de la obra. La manera lúdica y participativa
de acercar al usuario a estas condiciones brutales le
transforma en un vouyeur perverso, que mira desde la
ventana de su mundo considerado “pulcro” hacia una
realidad invisible para la sociedad.
La profundidad conceptual de esta obra y su
Paula Perissinotto, riqueza audiovisual demuestran que el factor lúdico
As we may feel. 2004, net art
no se circunscribe sólo al entretenimiento trivial. Al con-
trario, puede ser una herramienta intelectual perspicaz
para acercar al espectador a la obra y provocar la reflexión. Como
planteaba Flusser, el sentido lúdico tiene el poder de desestabilizar y,
por lo tanto, cuestionar la realidad.
© cgiannetti, 2007.
Claudia Giannetti
Teórica, escritora y comisaria de exposiciones, especialista en arte
contemporáneo y media art. Curadora de Expanded Box en ARCO'2008,
Madrid. Ha publicado diversos libros, entre otros, Estética Digital. Sintopía
del arte, la ciencia y la tecnología (Barcelona, 2002; Belo Horizonte, 2006).
<http://www.artmetamedia.net>
Documentos
de sensibilidad y crítica
Una aproximación a la fotografía en Brasil
Santiago Olmo
Ivo Mesquita, Arte brasileño contemporáneo: panorama desde ultramar. En Lápiz
134/135, número monográfico sobre Brasil, Madrid 1997.
En el desarrollo histórico del arte brasileño, la Semana del 22 es 121
el hito fundacional de la modernidad, pero tanto la fotografía como el
cine, que constituyen en ese momento los ámbitos más vanguardistas,
están sin embargo ausentes de las celebraciones paulistas.
No obstante en varios textos recogidos en el número 1 de la
revista Klaxon, aparecida unos meses después de la Semana, y que se
convertirá en la caja de resonancia del movimiento modernista, hay
numerosas alusiones a la importancia del cinematógrafo y a la atención
que debe prestarse a sus lecciones de actualidad y modernidad.
Entre 1923 y 1931, Mário de Andrade realiza en sus viajes por
Brasil una fotografía muy personal: elude la documentación mientras
intenta reflejar la estructura básica del paisaje urbano o natural a través
de líneas compositivas, transmite una aureola de imaginación y fantasía
al lugar, mientras él mismo se entromete en el campo de la imagen
como sombra o como personaje casi de ficción. En cierto modo sus
imágenes pueden ser consideradas como el primer testimonio de una
voluntad vanguardista e innovadora en el ámbito fotográfico brasileño.
Se trata de un paso que va más allá del trabajo de Valério Vieira titu-
lado Los treinta Valérios (autorretrato), un fotomontaje de intenciones
teatrales e ilusionistas, realizado en 1900 en el que el propio autor es
cada uno de los personajes que construyen la escena de un concierto:
músicos, espectadores, acomodadores y camareros son hasta treinta
personajes encarnados por el propio autor.
De una manera general es posible orientarse en la fotografía
actual de Brasil a partir de un particular debate interno que surge en el
interior de la propia disciplina como cuestionamiento y revisión de dos
coordenadas básicas: por un lado la fotografía documental y por otro la
que podríamos llamar experimental y de vanguardia, o de creación.
Como ejemplos y resumen de cada una de estas líneas activas en
Brasil entre finales de los años 40 y los años 50, vamos a tomar como
122
Mário Cravo Neto, Odé, 1994 referencia a Pierre Verger en la fotografía documental
Digital Fuji Print, 120 x 120 cm
y a Geraldo de Barros, en relación con el concepto di-
Cortesía de la Galería
Fernando Pradilla, Madrid fuso de fotografía experimental. Desde estas obras es
posible entender su desarrollo posterior en Brasil que
empieza a eclosionar como una línea dominante dentro de la produc-
ción artística, desde los años 70, y que encuentra sus mejores ejemplos
entre los años 90 y los primeros años del 2000.
Pierre Verger, es una personalidad de gran fuste cuyo trabajo va
a circular a lo largo de su vida desde una fotografía documental hacia
el estudio antropológico y, finalmente, a su iniciación e inserción activa
en los círculos religiosos del candomblé bahiano. Su obra y su vida se
interrelacionan de un modo singular hasta fundirse.
Nacido en Francia en 1902, lleva una existencia convencional
hasta los años 30, cuando pierde a su familia, y se introduce en la
fotografía para documentar sus numerosos viajes, que emprende
primero por Europa, a menudo en bicicleta, y más tarde por otros 123
continentes. Su vida en esos años se convierte en una aventura, qui-
zás en busca de sí mismo. Viaja a la URSS y en España es confundido
con un espía alemán. Viaja a Tahití, por Indochina, Filipinas y China,
donde trabaja como corresponsal de guerra para la revista Life.
También recorre África Occidental y diversos países de América,
desde México a Argentina y las Antillas. Casualmente llega a Salvador
de Bahía en 1946, estableciéndose definitivamente en la ciudad dos
años más tarde. Aunque en esos primeros años su atención se dirige
hacia el tipismo de las calles, las fiestas populares y la vida de los
trabajadores, poco a poco se concentra en las manifestaciones reli-
giosas de la población negra, el candomblé, que constituye el eje de
la cultura popular bahiana. Su interés es primero etnográfico, pero
poco a poco se involucra desde la perspectiva de un iniciado. Viaja
frecuentemente a Benin y Nigeria, que son los ámbitos culturales de
donde proviene la religión que da origen al candomblé, y establece,
a partir de sus fotografías y estudios, a un lado y otro del Atlántico,
correlaciones y paralelismos de gran interés y novedad desde el punto
de vista de la antropología cultural. Entre tanto, en 1953 en Benin es
rebautizado como Fatumbi, que significa “nacido de nuevo gracias al
Ifá”, mientras que en Bahía se convierte en Ogã (término que define
el cargo de protector del candomblé). Por otra parte, en esos años,
el IFAN (Instituto Francés para el África Negra) le solicita que escriba
sus experiencias y de ahí surge una extensa bibliografía que estudia
en profundidad este fenómeno religioso.
Desde su propia implicación personal, su mirada fotográfica
tiende a una observación sin distancia, describe las manifestaciones o
se aproxima a los retratos de personajes religiosos, desde un interior
que comprende y entiende las claves, con el deseo de transmitirlas con
sinceridad absoluta, sin distancia.
124
Miguel Rio Branco, Dog man, 1979 Frente a otros fotógrafos activos en Brasil
Cibachrome. 64 x 95 cm
entre los años 30 y 50, como Marcel Gatherot
Cortesía de la Galería Oliva Arauna
Madrid (también de origen francés) o José Medeiros, que
trabajan para la revista O Cruzeiro, Pierre Verger
inaugura una manera de mirar que se sumerge en la realidad antes de
reflejarla, se empapa y se identifica con ella para poder expresarla me-
jor. Sus fotografías intentan generar un archivo visual para una cultura
de tradición oral, como es la cultura afro-bahiana. Sobre la descripción
panorámica y estética del documentalismo se impone una penetración
profunda que conduce más allá de lo anecdótico o de los recursos
visuales y formales.
En este sentido podríamos hablar de un ejercicio de silencioso y
sutil magisterio por parte de Pierre Verger sobre Mário Cravo Neto,
fotógrafo bahiano, hijo de un escultor, Mário Cravo Júnior que estuvo
muy conectado con los círculos artísticos, culturales y literarios de la
ciudad y cuyas obras en numerosas ocasiones tomaron también como
referencia la cultura vernácula de la ciudad. Su padre trató a Pierre
Verger y él lo conoció desde niño: «Lo conocí cuando era un niño.
Porque Pierre Verger cuando se marchaba de viaje dejaba las cosas
en el estudio de mi padre. Al cabo de los años mi padre descubría su
maleta, debajo de la cama y me decía “este Pierre, hace un par de años
que se fue y no sabemos nada de él. Aquí nos ha dejado esta mierda.
Apártala de aquí”. Yo me aproximé, más cerca de él, apenas unos años
antes de morirse. Me gustaría que estuviera aquí para que conversára-
125
Miguel Rio Branco, Man dog, 1979 mos con él. A través de Pierre Verger yo me inicié
Cibachrome. 64 x 95 cm
en el candomblé. Gracias a él hago este trabajo.»
Cortesía de la Galería Oliva Arauna
Madrid Aunque el trabajo de Mário Cravo no puede
ser considerado en ningún caso documentalista,
pues sus objetivos no están en el retrato de una realidad popular o
callejera, sino en el de personas, sensaciones e ideas, en una entrevista
publicada en 2002, a la pregunta de si se considera un fotógrafo do-
cumentalista, responde: “Para empezar no creo en la diferencia entre
hacer retratos y hacer documentalismo. Lo que estaba haciendo era un
pulso interior de mi relación con mi gente, mi pueblo y mi ciudad.”
Muchas de sus series han sido realizadas en estudio, a través de
una cuidadosa puesta en escena, y sus referentes relacionados con el
candomblé constituyen síntesis visuales muy estetizadas, a partir de una
recreación simbólica que establece una mirada analítica y de compren-
sión de una cultura y una sensibilidad, desde los detalles, las formas o
las texturas. El cuerpo constituye una de sus herramientas básicas y se
sirve de él para construir imágenes que nos hablan desde una sensibi-
lidad bahiana de una visión total del mundo y de lo humano. El cuerpo
es insertado en una puesta en escena que tiende a transmitir ideas y
sensaciones conectadas con los elementos esenciales de la vida: las
Manuel García, Entrevista con Mário Cravo Neto, Los artistas somos encantadores de
serpientes. En Lápiz 181, mayo 2002
Idem
126
Ver “Miguel Rio Branco habla con Teresa Siza” en Conversaciones con fotógrafos, La
Fábrica, Madrid 2002.
velarse las posibilidades de la arquitectura del movimiento moderno, 129
entre los años 40 y los 50.
La serie Fotoformas de Geraldo de Barros es comúnmente con-
siderada en Brasil como un trabajo que conduce a la fotografía hacia
otros ámbitos en los que no es necesario describir, sino que es más
importante descubrir aquellas estructuras internas de la realidad que
nos conectan con las formas, y la fotografía es el instrumento de lectura
más adecuado.
Geraldo de Barros (1923-1998) participa en el movimiento
concreto como pintor, pero también se dedica al diseño industrial, y
desde la geometría experimenta con materiales y soportes de carácter
industrial. Es a finales de los años 40 cuando investiga las posibilidades
plásticas de la fotografía. En 1949 organiza el laboratorio fotográfico
del Museo de Arte de São Paulo y allí presenta su serie Fotoformas que
consiste en imágenes realizadas a partir de negativos recortados, pin-
tados, sobrepuestos y perforados: “Realizo un trabajo de composición
independiente del que escogí como asunto o tema, en el que la única
guía es el ritmo, el contrapunto, la armonía plástica.” Las referencias
arquitectónicas se diluyen así en una composición que subraya la im-
portancia de un lenguaje fotográfico capaz de generar nuevas formas
desde las formas.
Esta línea de actuación, es decir lo que podemos considerar
como fotografía experimental o de creación, será suficientemente
variada en las décadas posteriores como para que no sea posible esta-
blecer genealogías al respecto. Lo que sí parece claro es que desde en-
tonces la fotografía en Brasil no ha estado sujeta a esquemas formales
o temáticos rígidos, sino que se ha dirigido por una gran variedad de
caminos. La actitud experimental ha asumido, por ejemplo, el análisis
de las apariencias como una reflexión sobre el arte, como en el caso
de Vik Muniz, o la consideración de la memoria individual y colectiva
130
Vik Muniz, Toy soldier de la serie Monads, 2003 En una de sus últimas series, A últi-
Chromogenic print, 230 x 180 cm. Cortesía del
ma foto (2006), elabora un discurso que
artista y de la Galería Elba Benitez, Madrid
circula desde la idea de la desaparición de
la fotografía química frente a la afirmación
de la fotografía digital, hacia una reflexión sobre la disolución de la
autoría.
El punto de partida de la serie es la historia de la autoría y de
los derechos de reproducción que pesan sobre el monumento del
134 Cristo Redentor que domina la ciudad de Río, desde la montaña del
Corcovado.
En 1921 Heitor da Silva Costa gana el concurso para la realización
de un monumento al Cristo Redentor y en 1924, contrata al escultor
francés Paul Landowski para realizar la maqueta final, con el objetivo
de pasar de una maqueta de 4 m. de altura a una escala monumental
de 30m. En 1931 se inauguró el monumento y en el momento de la
construcción todos los participantes en el proyecto cedieron sus dere-
chos al Círculo Católico que impulsó la iniciativa. En 1960 asumió estos
derechos la Archidiócesis de Río. Sin embargo al no quedar claros los
límites de cada uno de los trabajos realizados, en 2005, los herederos
de Landowski iniciaron por vía judicial la reclamación de los derechos
de reproducción y de autoría.
Rosângela Rennó solicita a 40 fotógrafos brasileños que realicen
una fotografía del Cristo y que se la remitan junto a la cámara analógica
con la que la han tomado, como la última foto que ha captado la cámara,
antes de su sustitución o de su más preciso estatus de pase a la reserva.
Las fotos son expuestas junto a una caja de metacrilato en la que se ex-
hibe la cámara encerrada herméticamente. Foto y cámara se convierten
en polos inseparables de una misma memoria de mirada. El mismo tema
adquiere una multiplicad de facetas y enfoques: no hay ninguna fotografía
que se parezca a otra, del mismo modo que las cámaras, son todas ellas
diferentes. Las analogías aparecen con claridad: cámara como ojo, foto-
grafía como memoria. Lo mismo e idéntico aparece diferente y diverso:
la conexión con la percepción individual es también meridiana.
Pero entretanto nos encontramos con otra vuelta de tuerca más,
el archivo de fotos y cámaras que ha sido organizado por la artista pasa
a ser de su autoría, mientras cada una de las piezas conserva el nombre
de su autor. Los problemas relacionados con la autoría están siempre
implícitos en la obra de Rennó.
Las vinculaciones del universo digital con una cierta noción de 135
disolución de la autoría, conectan esta obra con la puesta en marcha
de una idea de muerte química para la fotografía, que funciona sin em-
bargo más como un dispositivo crítico que como una descripción de
la situación real. De alguna manera se trata del mismo mecanismo de
crisis que la idea de muerte de la pintura o muerte del arte.
Los problemas a los que se enfrenta la fotografía son otros muy
distintos, cuando la propia representación está regulada por diversas
y complejas escalas de derechos. En la obra de Rennó nos situamos
siempre en esos resbaladizos límites por los que circulan las imágenes
de nuestra cultura visual.
De acuerdo con Édouard Glissant, “la noción de ser y de absoluto del ser está asociada
a la noción de identidad ‘raíz única’ y a la exclusividad de la identidad, y que si concebimos
una identidad rizoma, esto es, raíz, pero que va al encuentro de las otras raíces, entonces
lo que se hace importante no es tanto una pretensión absoluta de cada raíz, sino el modo,
la manera como entra en contacto con otras raíces: la Relación”. Édouard Glissant. Intro-
ducción a una poética de la diversidad. Juiz de Fora: Editora UFJF, 2005, pág. 37.
138
tamaño del interior del país, un calendario de eventos compuesto de fies- 139
tas tradicionales populares –algunas profanas, otras religiosas–, partidos
de fútbol del equipo local y manifestaciones políticas de las más diversas
naturalezas. Así pues, a pesar del tamaño casi pequeño para los patrones
brasileños y de estar relativamente distante de la metrópolis regional, la
ciudad no es un territorio aislado de todo lo que queda “lejos”, puesto
que el carácter mercantil de las actividades que sustentan y dan sentido
a las vidas de sus moradores trae ya embutida la abertura hacia quien
está fuera y hacia lo que es diferente. Y es justo en la permeabilidad a
ese ambiente al mismo tiempo particular y amplio, potencializado por las
transformaciones de un mundo que cada vez más aproxima lo cercano y
lo distante, en la que se funda la obra madura de Marepe.
Varios de los trabajos realizados por el artista a mediados de la
década de los 90 son el testimonio de la mirada interesada y cuidadosa
hacia actividades que desde hace mucho organizan la vida común de
Santo Antonio de Jesús e, igualmente, del centro comercial de Salvador,
ciudad donde vivió para concluir sus estudios. Después de observar y
fotografiar muchos puestos de vendedores ambulantes, Marepe rehizo
algunos de ellos valiéndose de los mismos materiales y técnicas emplea-
dos por quien anónimamente construye los que existen en las calles.
Puso enseguida sobre los puestos rehechos productos idénticos a los
que los otros vendían, colocándolos, además, de modo parecido. Son
Banca de fichas e cartões telefônicos (Puesto de fichas y tarjetas telefónicas)
(1996), Banca de venenos (Puesto de venenos) (1996) y Banca de bijuterias
(Puesto de bisuterías) (1996-1998). En época próxima a la que elaboró esa
serie de puestos, reprodujo también las Trouxas
Marepe, (Fardos) (1995) de tejidos blancos usados para
Banca de veneno, 1996
transportar y guardar la comida de trabajadores
Madera, cemento, plástico, cuerda, ratas y
cucarachas. 130 x 81 x 51cm que pasan todo el día fuera de su casa o para
Foto: Valentino Fialdine cargar, sobre la cabeza de quien se ocupa de ese
140 oficio, ropa lavada y planchada. Se apropia así no de objetos que existen
en la trama confusa de la ciudad, sino tan sólo de sus imágenes, respetan-
do el valor de uso de ellos y tejiendo, al mismo tiempo, un elogio a sus
formas de existencia material, en constante amenaza de desaparición por
la dinámica de una economía que continuamente reduce las oportunida-
des para lo que no es grande o no está articulado en redes de interés
sólidas. Además, a través de ese procedimiento, llama la atención hacia
aquellos que se dedican por vocación o necesidad a la invención de equi-
pos destinados al medio social en que viven enfatizando su capacidad de
adaptación creativa ante la imposibilidad de otra inserción en el mundo
que genera riqueza y renta.
Aunque esos trabajos estén superficialmente emparentados
a los objets trouvés del artista francés Marcel Duchamp (1887-1968),
entre ellos existen marcadas diferencias. Además del hecho de que
los primeros sean construidos y los segundos capturados ya listos
(ready-mades), el móvil de las elecciones de Marepe es la afección por
las formas y usos de los objetos en su cotidianeidad y el hecho de ser
necesarios para la gente de su lugar, mientras que Marcel Duchamp
ejercitaba en sus selecciones una completa indiferencia por aquello que
nombraba como arte. A pesar de reconocer la crucial importancia del
ready-made por haber autorizado la apropiación como gesto creativo,
Marepe delimita las diferencias entre aquella operación y los procedi-
mientos en que está interesado, refiriéndose a esos y a otros de sus
trabajos como nécessaires. El aprecio del artista por los artefactos y
Ese conjunto de trabajos de Marepe también se aproxima, por su deseo de reprodu-
cir algo ya existente, a otros de los artistas suizos Peter Fischili (1952) y David Weiss
(1946), réplicas exactas de objetos banales del mundo hechas igualmente a mano. Con
todo, al contrario de los de Marepe –y además de las desemejanzas de concepto–, no
están hechos de las mismas materias ni imitan las técnicas de fabricación de los mo-
delos que siguen, al ser todos esculpidos en poliuretano y pintados posteriormente.
por los artífices que están al margen de la circulación oficial de bienes 141
se extiende, finalmente, a los pregones utilizados por los trabajadores
que comercializan productos en la calle o en establecimientos que, de
tan precarios, expresan más resistencia a la entropía de la pobreza
que cálculo empresarial. Sobre una superficie azulejada y blanca que
recuerda un mostrador de una lanchonete (cafetería), Marepe coloca
recipientes de plástico comúnmente usados para acondicionar salsa de
tomate; sin embargo, fijados en los bordes de esa mesa, conductos de
metal sugieren conducir, a través de tubos puestos en las cuatro esqui-
nas del mueble, una sustancia pastosa y roja hasta palanganas blancas
colocadas en el suelo de la sala, trayendo a la memoria igualmente una
mesa de autopsia. Denominada Sangue de novela (Sangre de novela)
(2004), esa obra evoca no solamente el modo escandaloso con que
los vendedores de meriendas ponen la salsa que adereza los bocadillos
que sirven, sino también su condición de casi excluidos de un acuerdo
económico y social que transforma sus negocios en una especie de es-
cenario y que despoja sus biografías de un protagonismo de hecho.
La descripción de esos pocos trabajos permite ya notar la
preocupación del artista por traer al campo codificado de las artes
visuales –instancia que clasifica las cosas que le pertenecen como
esculturas, instalaciones, objetos o designaciones asemejadas–, ex-
presiones características de su espacio de vida ordinaria. Ante el
poder homogeneizador de la cultura global –aquella que, en contacto
constante con otras, impone con más énfasis formas de pertenencia
que son, en verdad, particulares–, Marepe procura insertar, en los
propios cauces donde se reclama esa hegemonía (exposiciones y
publicaciones de arte, entre tantas otras), aquello que pertenece a
su territorio doméstico, por el cual tiene estima, y que aumenta, por
eso, su “potencia” de actuar. El deseo del artista de proteger un es-
pacio restringido y próximo frente a algo que supuestamente lo niega
142 se confunde, por tanto, con el deseo de ocupar el espacio simbólico
más distante, aunque más amplio, que el arte instaura. En un mundo
que acerca y enfrenta valores diversos al azar, la obra de Marepe
habita el terreno de lo contradictorio y se deja así simultáneamente
afectar, en conflicto irresoluto, por aquello que eleva y por aquello
que deprime su fuerza de existir. La salvaguarda de lo que identifica
como propio de su lugar no se hace por medio del rechazo a lo que
marca otros territorios; por el contrario, los objetos, los paisajes y los
modos de lo cotidiano de Santo Antonio de Jesús se dan a conocer,
en un espacio ampliado, a través de formas expresivas creadas en
tradiciones distintas de las presentes en la vida diaria de su ciudad
natal. Aunque transformado por medio de los códigos descarnados
del arte, ese repertorio vernáculo es, debido a esa misma transforma-
ción, no solamente defendido de la obsolescencia, como transporta-
do a un circuito de legitimación al que no poseía antes acceso. De esa
aproximación y embate entre diferentes formas de expresión resulta
una obra que embute y expresa, de una sola vez, signos “fluctuantes”
de afecto.
Las fotografías que componen el trabajo Doce céu de Santo
Antônio (Dulce cielo de Santo Antonio) (2001) desvelan con claridad el
lugar simbólico ambiguo al que pertenecen y del que son, además,
testigos. En ellas, el artista, con los pies clavados en el suelo, aparenta
Para Gilles Deleuze, existen “dos tipos de signos vectoriales de afecto, conforme
el vector sea de aumento o de disminución, de crecimiento o de decremento,
de alegría o de tristeza. Esas dos especies de signos se denominarían potencias
aumentativas y servidumbres diminutivas. [A estas, añade además] ... una tercera
especie, los signos ambiguos o fluctuantes, cuando una afección aumenta y disminu-
ye nuestra potencia a un solo tiempo, o nos afecta a la vez de alegría o de tristeza”.
Gilles Deleuze. “Spinoza y las tres ‘éticas’”. En Crítica y clínica. São Paulo: Editora 34,
1997, pág. 158.
alimentarse de las nubes que surcan los cielos de la ciudad y que al- 143
canza con el brazo estirado; por estar comiendo, de hecho, algodón
dulce, asocia ese pedazo de firmamento que cubre la comunidad que
allí habita a la protección que solamente el recuerdo de las cosas de
la infancia genera. Inscribe esa idea de proximidad en el mundo más
vasto, entretanto, como registro fotográfico de performance. En ese
proceso, promueve no solamente la modificación de un sistema cultu-
ral específico a través de otro distinto, sino también la inserción, en el
segundo de esos sistemas –el campo del arte en que circula su obra –,
de maneras de decir, ver y actuar presentes anteriormente apenas en
lo cotidiano de Santo Antonio de Jesús. Sucede que, tal como entre sis-
temas lingüísticos diferentes, no existe correspondencia unívoca entre
sistemas culturales diversos. Como consecuencia, no existe transparen-
cia perfecta en aquello que es resultado de esas traducciones, restando
siempre algo opaco y, por tanto, intraducible entre las formaciones
culturales puestas en conflicto por el artista. Tal opacidad es propor-
cional al desconocimiento tanto de lo que es propio de la vida común
de la ciudad donde Marepe nació como de los conceptos y códigos
que estructuran el campo del arte culto. De esa forma, si el dominio
de la historia y de los procedimientos canónicos de la producción visual
contemporánea no basta para desvelar los significados posibles de sus
trabajos, el hecho de que los habitantes de Santo Antonio de Jesús re-
conozcan la procedencia y la función de cada utensilio, imagen o gesto
de los que el artista se apropia no les hace, por eso, mejores entende-
dores de su obra. Ante los trabajos de Marepe, parece estarse siempre
Sarat Maharaj. “‘Perfidious fidelity’: the untranslatability of the other” (“Fidelidad
pérfida: la intraducibilidad del otro”). En Jean Fisher (ed.). Global visions towards a
new internationalism in the visual arts. (Visiones globales hacia una nueva internaciona-
lización en las artes visuales) Londres: Kala Press-inIVA, 1994.
144 demasiado lejos o demasiado cerca de aquello que, supuestamente, los
explicaría de modo esmerado. Son una fuerte evidencia, en realidad, de
que el roce de diferencias produce no síntesis identitarias, sino afirma-
ciones de pertenencia híbridas e inestables, igualmente apartadas de
los componentes distintos de los que son resultados, aunque siempre
lleven rastros de ellos.
Coexisten, entonces, en ese espacio de intercambios que el
mundo contemporáneo instituye, el hecho de defender y compartir
territorios. Defensa formulada, de modo ejemplar, en la instalación Rio
Fundo (Río hondo) (2004), en que botellas cerradas de cachaza, produ-
cida en la región y que da nombre al trabajo, se colocan sobre bancos
de madera y formica –parecidos a los que se encuentran en los bares
suburbanos de Brasil– en la compañía sugestiva de vasos. Esos bancos
son circundados, además, por cámaras de aire llenas, semejantes a
las utilizadas por la población más pobre del país como improvisadas
boyas en baños de mar o de río, sirviendo aquí, sin embargo, como
protección simbólica frente al naufragio de cosas y hábitos propios de
un lugar que deben, afirma el artista, ser preservados y celebrados en
el encuentro necesario y deseado con lo que está alejado. La defen-
sa de lo local está también presente en el objeto intitulado Cabeça
acústica (Cabeza acústica) (1995), hecho con dos barreños de aluminio
como los usados para lavar ropa en los patios de las casas modestas,
una bisagra que las une como las hojas de una concha, y un asa cónica,
igualmente de aluminio, introducida en un agujero creado donde los
dos recipientes se juntan, recordando la forma de un altavoz. Completa
la pieza una cinta de goma que evita el contacto directo entre el metal
y la piel del cuello de quien pone la cabeza, a través de otro orificio
también abierto, en el interior de ese objeto extraño. Para Marepe,
ese trabajo es “protección para lo que está fuera e inmersión en lo
que está dentro”, metáfora del sentimiento de defensa del entorno que
su obra conjura. La voz de quien viste ese aparato construido y que 145
habla desde su interior (simbólicamente, desde dentro de un territorio
cultural que quiere preservar) reverbera en el material de los barreños,
es moldeada por él y llega, a través del asa y marcada por lo que es
propio de aquel ambiente, al oído del otro, aquel que está fuera y que la
escucha. De modo simple y lúdico, el artista aboga por el “derecho de
narrar” el mundo a partir de puntos de vista que, simplemente por ser
emitidos desde lugares diversos, poseen un particular acento y jamás
se confunden con otros discursos.
Esa defensa no impide, con todo, que, en O presente dos pre-
sentes (El regalo de los regalos) (2002), Marepe decore pequeños
ladrillos de arcilla con cintas de seda y estrellas de papel laminado,
exponiéndolos enseguida como si fuesen ofrendas. Hechos de la
materia que simboliza suelo y morada, esos pequeños “paquetes”
afirman la diferencia de un lugar de entre tantos, haciendo al otro la
oferta potencial de lo que es más querido para cada uno: su suelo, su
base. Y justamente las convergencias entre vivencias o narrativas no
Declaración del artista publicada en el catálogo del 46º Salón de Artes de Pernam-
buco. Recife: Companhia Editora de Pernambuco, 2004.
Según Homi Bhabha, el “derecho de narrar no es simplemente un acto lingüístico;
es también una metáfora del interés humano fundamental por la libertad, el dere-
cho de ser oído, de ser reconocido y representado. Tal derecho puede habitar en
la pincelada dubitativa de un artista, ser percibido en un gesto que fija un movi-
miento de danza o hacerse visible en un ángulo de cámara que paraliza su corazón.
Repentinamente, en pintura, danza o cine, uno renueva sus sentidos de personali-
dad y perspectiva, y, en ese proceso, uno entiende algo profundo sobre sí mismo,
sobre su momento histórico, sobre lo que concede valor a una vida vivida en una
ciudad en particular, en un momento particular, bajo condiciones sociales y políticas
particulares”. Homi Bhabha. The right to narrate (“El derecho de narrar”). Disponi-
ble en www.uchicago.edu/docs/millennium/bhabha/bhabha_a.html. Consultado el
23 de mayo de 2007. [traducción de la traducción del autor del artículo]
146 miscibles son promovidas en la instalación O casamento de discos (La
boda de discos) (2002), en que dos gramolas antiguas y varios discos
de vinilo se ofrecen a miembros del público, los cuales deben escoger
dos de las grabaciones y ponerlas al mismo tiempo. El artista ofrece
sus elecciones –contenidas en el limitado repertorio de los discos
expuestos– y, en función de ese clima de apertura a la conversación,
la audiencia debe tomar sus opciones, combinando los sonidos de las
canciones y creando así algo que antes no existía y que es, además,
inconcluso y efímero; algo que no promueve la disolución de una can-
ción en otra y sólo perdura los instantes necesarios para hacer sonar
los pares seleccionados de discos. Además de la defensa del low-tech
frente al high-tech vigente (metáfora posible de la afirmación de lo
subordinado ante lo hegemónico), esa forma rudimentaria de mez-
cla sugiere que del diálogo puede surgir una aproximación temporal
entre desiguales, aunque las diferencias persistan siempre. Propone,
desde su lugar de origen, la ampliación del campo de “compartir lo
sensible” y, en consecuencia, incita a que otros hagan de ese espacio
específico también su simbólica morada.
Por tanto, la obra de Marepe no sólo comenta un lugar sin
dimensión cierta, como demarca y habita tal territorio, requiriendo
siempre la imaginación del otro para imprimirle significados, aunque
Jacques Rancière define “el hecho de compartir lo sensible” como “el sistema de
evidencias sensibles que revela, al mismo tiempo, la existencia de un común y de
los recortes que en él definen lugares y partes respectivas. El hecho de compartir
lo sensible fija, por tanto, al mismo tiempo, un común compartido y partes exclusi-
vas. Ese reparto de las partes y de los lugares se funda en un hecho de compartir
espacios, tiempos y tipos de actividad que determina propiamente la manera en
que un común se presta a la participación y en que unos y otros toman parte en
ese hecho de compartir”. Jacques Rancière. Compartir lo sensible. Estética y política.
São Paulo: Editora 34, 2005, pág.15.
parciales y provisionales. Pocas veces esa apelación fue tan marcada 147
como cuando transportó el fragmento de un muro de su ciudad (dos
metros de altura, seis de extensión y tres toneladas y media de peso)
al interior del edificio de la Bienal de São Paulo, a casi dos mil kilóme-
tros de distancia. Transformó con ese acto lo que poseía servidumbre
asentada para los moradores locales en campo abierto para que los
visitantes de la muestra ejercitaran su desaliento ante lo que no con-
seguían clasificar de modo cierto. Sobre esa pared hecha de ladrillos
y de cemento se destacaba, además, pintada artesanalmente en azul
y amarillo, la propaganda de un antiguo y conocido almacén donde
su padre trabajaba –Comercial São Luís –, ofreciendo Tudo no mesmo
lugar pelo menor preço (Todo en el mismo lugar por el menor precio)
(2002), confirmación de unas ganas de atraer al otro y de negociar
mercancías variadas. Desplazado y despojado de su utilidad original,
la primera parte de ese eslogan –“todo en el mismo lugar”– parecía
recordar cuán embebido de todas partes está lo local (Santo Antonio
de Jesús, entre muchos otros lugares). Sin embargo, podía igualmente
leerse como una afirmación contradicha por la propia acción del ar-
tista, puesto que el desplazamiento del pesado muro sugería que las
cosas, incluso las supuestamente fijas, no están siempre en el mismo
lugar, sino al contrario, en potencial movimiento. Si no tanto, indicaba
al menos que ese lugar donde están todas las cosas es un territorio
de fronteras flexibles, que se contraen y se dilatan continuamente. El
desplazamiento del muro de una a otra ciudad informaba, además,
que también lo global (São Paulo, entre muchos otros lugares, depen-
diendo desde dónde se observa el mundo) está impregnado de lo
que le parece periférico y subordinado. Ya si se pusiera el énfasis en la
última parte del eslogan –“por el menor precio” –, cabría leer la pri-
mera frase pintada como un comentario ácido sobre la valorización
simbólica y patrimonial de los trabajos (incluyendo, evidentemente, el
148
Para Gilles Deleuze, cuando la potencia de actuar aumenta suficientemente en el
encuentro al azar entre cuerpos, “entramos en la posesión de esa potencia y nos
tornamos capaces de formar un concepto, comenzando por lo menos universal
(conveniencia de nuestro cuerpo con algun otro), incluso si en la secuencia debe-
mos alcanzar conceptos cada vez más amplios según el orden de composición de
las relaciones”. Gilles Deleuze. Op. cit., pág. 162.
la migración, efectuada hace tiempo y en penosas condiciones, de ha- 149
bitantes pobres de Bahía y de otros estados del Nordeste de Brasil al
mismo destino. Empleados como operarios de la construcción civil (al-
bañiles, ebanistas, herreros, pintores, sirvientes), muchos de esos inmi-
grantes contribuyeron de forma decisiva a la acelerada transformación
física de São Paulo en la mayor metrópolis del país. Y es la celebración
de lo que resultó de ese cambio demográfico lo que estructuró la
instalación Desemboladeira (Desemboladera) (2004), presentada en la
Pinacoteca del Estado de São Paulo el día en que se conmemoraban los
450 años de la ciudad. Sobre el suelo del patio central de la institución,
Marepe dispuso, en grupos amontonados que recordaban tejados y,
al mismo tiempo, marcos del trazado de una pequeña plaza en fiesta
–sugerencia reforzada por el cable con luces encendidas suspendido
en la sala de exposiciones–, 450 llanas, instrumentos utilizados por los
albañiles para aplanar la argamasa puesta entre y sobre los ladrillos en
la construcción de paredes. A cada año de vida ya cumplido por São
Paulo le correspondía, entonces, una llana, muchas de ellas envueltas
en papeles coloridos como si fuesen regalos de aniversario. De alta-
voces colocados en el espacio, se oían además los sonidos híbridos
de Signagem (1997), disco de autoría del compositor paraibano Pedro
Osmar [1954], que articula la construcción formal de la embolada –una
de las expresiones musicales típicas de zonas del interior del Nordeste
brasileño– y elementos sonoros que simulan los ruidos de los grandes
aglomerados urbanos, aproximando los lugares de origen de la mayor
parte de los inmigrantes que edificaron el São Paulo moderno y el lugar
El mayor flujo de migración de personas originarias de estados del Nordeste (prin-
cipalmente de Bahía) a São Paulo se dio entre las décadas de 1950 y 1970, período
de industrialización intensa de Brasil y, de modo más concentrado, de la región del
sudeste del país.
150 al que vinieron a vivir.10 A lo largo de todo el día, las llanas se regalaron
a los visitantes para que se las llevasen a sus casas, medio simbólico
de exaltar a aquellos que ayudaron a construir la ciudad y, simultánea-
mente, de recordar la ambigua inserción que esa población posee en la
vida contemporánea de São Paulo, entre la integración y la invisibilidad
social. En el reparto de las llanas resuena, además, un trabajo ante-
rior de Marepe, también realizado en una fecha festiva. Palmeira doce
(Palmera dulce) (2001) fue una performance hecha en Santo Antonio de
Jesús el día consagrado, en el calendario católico, a los santos Cosme y
Damián (27 de septiembre), en el que es costumbre, aunque restrin-
gida a ciudades menores, organizar fiestas que combinan celebración
religiosa y juegos para niños, con reparto generoso de golosinas. Con la
ayuda de los fabricantes de algodón dulce del lugar, el artista produjo e
instaló, en una de las palmeras imperiales existentes en la principal vía
de Santo Antonio de Jesús, como si fuesen racimos maduros y colori-
dos de un fruto raro, cerca de cuatro mil sacos del producto, retirados
después de lo alto del árbol y repartidos entre los niños de la ciudad
en alborozo ruidoso y feliz. Así como en Desemboladeira, fue el hecho
de compartir física y simbólicamente algo, aliado a su consiguiente
desaparición objetual, lo que construye un trabajo inscrito en el difuso
campo del arte.
Que no se idealice Santo Antonio de Jesús, entretanto, como
espacio de convivencia sereno y tranquilo; de modo similar a lo que
ocurre en casi todo el país, también allí lo cotidiano vivido está marca-
do por desigualdades sociales agudas y por la consecuente exclusión de
10
Ivo Mesquita. Desemboladeira. Texto no publicado de presentación de la instalación
homónima de Marepe, exhibida el día 25 de enero de 2004 en la Pinacoteca del
Estado de São Paulo. El título del trabajo es una referencia simultánea a la herra-
mienta del albañil (llana) y a la sincopada forma musical nordestina (embolada).
parte de la población de 151
los medios de acceso a los
bienes públicos básicos.
No en vano, las vivien-
das populares han sido
tema y cuestión recurren-
tes en la obra de Marepe.
Destacan en ese ámbito,
los trabajos Os embutidos
(Los embutidos) (1999) y
Embutidinho (Embutidito)
(2001), casas casi toscas
hechas de madera y herra-
jes baratos que, situadas
Marepe, entre el prototipo y la maqueta, reproducen soluciones
Palmeira doce, 2001
constructivas inventadas por la población más pobre de
4000 sacos de algodón dulce
sujetos en una palmera Brasil para hacer frente a la ausencia crónica de vivien-
Foto: Marcondes Dourado das. Son representaciones de casas pequeñas, a veces
muy por debajo de lo razonable, pero que entrañan una
sofisticada comprensión del espacio a partir de su uso ordinario. Son
trabajos que demuestran una inteligencia hecha del aprieto y que es
producto, por tanto, de vidas tejidas en la falta de mucho de lo que
importa. Pero aunque expresen o celebren la capacidad de adaptación
de un gran contingente de habitantes de Brasil a condiciones adversas
en el mundo, tan bien encapsulada en el término gambiarra (conexión
clandestina al tendido eléctrico), esas construcciones no poseen, jus-
to por eso, una connotación únicamente positiva, expresando en el
campo de lo simbólico y de lo sensible la incapacidad de Brasil en
hacer valer un derecho universal. Sin embargo, reproducen tácticas de
supervivencia que el artista considera merecedoras de permanencia
152 simbólica mediante su transporte y traducción hacia el campo culto del
arte, concediendo amplia visibilidad a lo que muchos tal vez ni siquiera
noten en la vertiginosa cotidianidad. Una vez más, se hace evidente la
naturaleza ambigua del lugar del afecto en la obra de Marepe, dado
que en ella están contenidos de modo indiviso impulsos que lo animan
y otros que lo descorazonan. Embutido recôncavo (Embutido recóncavo)
(2003), a su vez, trabajo de la misma serie, tiene su suelo cuadrado
repartido en cuatro partes iguales apoyadas sobre ruedas y los planos
verticales que conforman sus paredes articulados con bisagras, pose-
yendo de ese modo el recurso de volverse sobre sí mismo y ponerse
al revés haciendo de su interior fachada y de la pared externa ambiente
íntimo. Mezclando lo convexo y lo cóncavo, el artista refuerza el deseo,
expresado en tantos momentos de su trayectoria, de exponer lo que
es próximo y de abrirse a lo que está lejos.
La casa o la falta de ella está igualmente presente en la escul-
tura llamada O telhado (El tejado) (1998), en que la vivienda se resu-
me en una cubierta hecha de madera y de tejas de barro apoyada
directamente sobre el suelo vacío; o en el trabajo A porta e a janela
(La puerta y la ventana) (2004), en que la casa queda reducida, como
indica el título, a una puerta y a una ventana de madera apoyadas en
cualquier rincón, dando acceso a algún lugar o a un espacio del orden
de la esperanza o la “saudade”. Ambos nuevamente afirman, por la
ausencia evidente de todo el resto, el problema de la carencia de
viviendas accesibles a una parte significativa de la población de Brasil,
que obliga a muchos a migrar con sus pocas pertenencias en busca
de mejores condiciones de vida no siempre halladas. Esa movilidad
forzada y difícil se presenta con un humor amargo en A mudança (La
mudanza) (2005), camión hecho totalmente de madera en una escala
situada entre la del juguete y la de la reproducción idéntica, que ob-
viamente no anda, y que está cargado de objetos domésticos hechos
153
11
La relación más inmediata y formal es con la serie de esculturas verticales del
artista rumano Constantin Brancusi (1876-1957), hechas de la superposición de
estructuras modulares, tanto en madera como en mármol. En el plano simbólico,
con todo, es posible asociar Os filtros (Los filtros) al trabajo Little lights (Lucecitas)
(2005), de la artista brasileña Jac Leirner (1961), en que la energía eléctrica recorre
4.000 metros de hilo de cobre, desde su fuente en un punto de la sala expositiva
hasta otro rincón en el mismo espacio, para mantener encendida una sola lámpara
de 60 vatios.
12
Agnaldo Farias. “Las cosas que deben mirarse. [Desde Brasil: Marepe]”. Artecontex-
to, 1(1), 2004.
13
Marepe y Lisette Lagnado. ”Marepe” (entrevista). En 27ª Bienal de São Paulo: Como
Viver Junto: Guia. (Cómo vivir junto: Guía) São Paulo: Fundación Bienal de São Paulo,
2006.
actuar –el lugar “acertado”, por tanto– sin por ello rechazar sin embar- 155
go el contacto estrecho con el lugar distante y extraño del otro, el cual,
por amenazar la integridad de aquel territorio amoroso, en principio
deprime, por consiguiente, su fuerza de existir –el lugar “equivocado”.
Muchos de esos trabajos afirman, de hecho, que solamente a través
de la promoción de la convivencia entre esos lugares –lo “acertado”
y lo “equivocado”– es posible imaginar y construir nuevas formas de
pertenencia en un mundo de fronteras en progresivo desvanecimien-
to. Rechazando la nostalgia por una filiación identitaria atemporal e,
igualmente, la rendición a modos de vida con los que no se identifica
de modo pleno, invoca un espacio simbólico de bordes flexibles y
en construcción constante, necesariamente tejido de negociaciones,
conflictos y acuerdos de incierta duración.14 No se trata de establecer
oposiciones ciegas entre geografías y formaciones culturales diversas,
sino, en lugar de ello, de absorber, traducir y lanzar a los circuitos de
difusión apropiados, los efectos frecuentemente contradictorios de esa
inevitable vecindad. Para alcanzar tal intento, su obra constantemente
frustra las expectativas de los que esperan reconocer en ella apenas
el elogio de lo pasado y de lo periférico, en supuesta oposición binaria
a un tiempo presente y a un territorio central, donde los primeros
evocarían una existencia apegada a modos de vida particulares y los
segundos, una adhesión a un arte internacional genérico. Por medios
14
Según Miwon Kwon, el lugar “acertado” sería aquel que transmite y reafirma una
sensación de pertenencia y de identidad enraizada, mientras que el lugar “equi-
vocado” sería aquel que desorienta y amenaza el sentido coherente que se tiene
del mundo y de sí mismo. Sin embargo, el encuentro con el lugar “equivocado” es
el que expone la inestabilidad de lo que pensaba antes como el lugar “acertado”.
Miwon Kwon. One place after another: Site-specific art and locational identity. (Un
lugar tras otro: arte específico al lugar e identidad locacional) Cambridge, Mass: MIT
Press, 2002.
156 variados, el artista construye lazos o propone asociaciones posibles
entre la defensa de lo vernáculo y el deseo de lo cosmopolita, entre
lo que conforta y lo que produce sufrimiento, entre lo que es nece-
sario para la supervivencia y lo que sólo es representación de algo.
Instaura, así, un espacio de “disensión” en medio de conceptos e ideas
convencionales que ignoran las complejas formas identitarias vigentes
en el mundo contemporáneo, solicitando de quien entra en contacto
con sus trabajos, que negocie y cuestione los posibles significados que
éstos encierran.15 Espacio de disensión que es también esbozo de la
cartografía nueva e inconclusa de un mundo que une Santo Antonio
de Jesús a tantos otros lugares que reparten, con la ciudad de Marepe,
la incertidumbre de sentidos con que se lidia forzosamente en la coti-
dianidad común y en el campo ampliado del arte.
Traducción de Silvia Rebollo Conde
15
Para Jacques Rancière, el papel de la “disensión” es reexaminar siempre las fronteras
entre lo que se supone normal y lo que se supone subversivo, entre lo que se supone
activo –y, por tanto, político– y lo que se supone pasivo o distante –y, por tanto, apolíti-
co. Jacques Rancière, Fulvia Carnevale y John Kelsey. “Art of the possible” (“El arte
de lo posible”) (entrevista). En Artforum, 45 (7), 2007, pág. 266. [traducción de la
traducción del autor]
157
Marepe,
Os filtros, 1999 (detalle)
Filtros de barro, mesas de madera, vasos de vidrio, agua
Dimensiones variables
Foto: Cortesía Galería Max Hetzler, Berlín
158
Algunos fragmentos sobre
Anna Bella Geiger
Adolfo Montejo Navas
Ana Bella Geiger, obra pictórica, vídeos, trabajos gráficos y toda una serie
O pão de cada dia, 1978
de formas híbridas (objetos-esculturas, dibujo-pintura,
Serie de seis tarjetas postales
y bolsa de pan. 1024 x 768 cm fotografía-instalación, vídeo-instalación y grabado-pasa-
je), paradójicamente, como una instancia definidora: no
sólo estamos de paso sino que somos pasaje, fijamos pasajes; retorno
a lo nómada, al éxodo como una idea permanente de exilio, como
movimiento continuo, definitorio.
Es en pleno periodo de la desterritorialización socio-cultural
(finales 80 y 90) cuando las cuestiones de identidad, de un nuevo
162
Ana Bella Geiger, estas series, Local da ação y Fronteiriços, las que de
Indiferenciados, 2001
alguna manera son obras-correcciones de estos es-
Cajones de archivo de hierro,
dibujo del brazo de Leonardo quemas eurocéntricos (una preocupación constante
y hoja encaústica de cobre flexiblede la artista).
Las fracturas socio-culturales del nuevo mun-
do postmoderno, “globalizado”, también están aquí en estas obras
dialógicas que diluyen experiencias intersubjetivas y colectivas, y que
no dejan de ser cartografías virtuales, imaginarias. Se trata de cons-
trucciones que forman parte del “campo expandido” de la escultura, y
que están más allá de lo ideológico (otra base de trabajo de la artista),
porque en el fondo son “una discusión sobre el paisaje y una gran abs-
tracción”, en el decir de Anna Bella Geiger.
164 Gran parte de la última
obra de la artista se dedica a
problematizar la autoridad del
espacio codificado, como ya lo
hicieron Torres García, Artur
Barrio o Alighiero Boetti en
ámbitos diferentes. Así se puede
ver que en los “archivadores”,
donde se continúan las relacio-
nes entre lugar e identidad, se
produce una convergencia de
morada y viaje. Hay algo inters-
ticial en estos nuevos lugares-
mapas, lejos del monopolio car-
tográfico (topológicos, Mercator
Ana Bella Geiger, o derivados) o de la ortodoxia representacional.
Rrose Sélavy, 2001
Una deriva en la que se pueden escuchar desde lejos al-
Colage-periódico
gunas metamorfosis y accidentes de la naturaleza que nos traen
otra conciencia del planeta que habitamos. Su imaginería artística
comparte otro tiempo que no es nunca el real, ni el directo del es-
pectáculo mediático, a pesar de haber realizado performances (como
también lo eran las de Joseph Beuys, artista con el que comparte no
sólo proximidades estéticas en los dibujos abstractos y sus acuarelas,
sino una visión antropológica del arte y aproximadas valoraciones de la
verdad y el descubrimiento). El “mundo herido” de Beuys es sentido de
otra forma quizá menos grave en el caso de Anna Bella Geiger, como
muestran los desdoblamientos que sus obras viscerales –de matriz
espiritualmente interna– empiezan a tener con los espacios exteriores,
los diversos tipos de obras-mapas que van a recorrer el cuerpo del
mundo como una última ciencia posible. La herida del mundo en Beuys
165
Ana Bella Geiger, se vuelve el pensamiento de la materia geográfica que alcanza otra
Sobre Nadar
raíz dolorosa, otro plano estético y otra necesidad espiritual en
Anna Bella Geiger.
¿Otra arqueología contemporánea? Por esta razón, se puede
sentir que “a história pareça insuficiente nesta tarefa de integrar-nos
e de evocar o sentimento de pertencermos a um mundo”, y en con-
secuencia exista una ampliación temporal en esta obra, que no sólo
revisa la mitología modernista y se sintoniza con los tiempos multicul-
turales (además de practicar la fragmentación de los géneros artísticos
y el uso de soportes híbridos), sino que retoma formas y aspectos bien
anteriores de la historia del arte, mereciendo atención destacada el
Renacimiento.
Característica medular del trabajo de Anna Bella Geiger es so-
bre todo esta invención de un lugar de arte que reflexiona sobre su
naturaleza en varias direcciones: no sólo en la geografía como metáfora
artística en su abstracción planimétrica, en el trazado imaginario de
meridianos, paralelos, planisferios, etc., sino también como reflexión
metalinguística y poética del espacio artístico. A este respecto, es muy
significativo que su espacio sea prácticamente “interno”, incluso en los
vídeos y fotografías conceptuales que revelan un pasaje (pasos de un
“La historia parezca insuficiente en esta tarea de integrarnos y evocar el sentimien-
to de pertenecer a un mundo.” Luíza Interlenghi, “Cartografia e deslocamento:
imagem e palavra”, en Anna Bella Geiger: Constelações, MAM de Río de Janeiro,
1996.
166
Nota
Este fragmento pertenece al ensayo: Anna Bella Geiger – Una
poética en archipiélago (aproximaciones), incluido en el libro Anna Bella
Geiger – Territórios, Passagens, Situações. Ed. Casa da Palabra, Rio de Janeiro,
2007.
Carlos Augusto de Figueiredo Monteiro, O mapa o a trama, Ed. da UFSC, Floria-
nópolis, 2002, pág. 15.
Mito y magia en la pintura de
Carlos Franco
Antonio Maura
Carlos Franco, uno mismo. Por otra parte, el carácter ritual de los
Almuerzo en Nagasaki II, 1999-2000
griegos tiene indudables coincidencias con el arte
Técnica mixta con pintura fluorescente
sobre lienzo. 130 x 153 cm afrobahiano.
Colección Ana Serratosa
C. F.: Los temas que surgían me pedían que los tratase de ma-
neras distintas. El conocimiento de la historia de la pintura me daba
puntos de vista muy diferentes. El agua, por ejemplo, me lo habían en-
señado a ver los impresionistas. En definitiva, todo eran sucesos reales
que alguien había comprendido y expresado. Es decir, a lo largo de mi
aprendizaje he recibido todo tipo de mensajes que he absorbido de
forma inconsciente y que notaba que brotaban en mi pintura de forma
inconsciente también.
Por otra parte, necesitaba liberarme de los prejuicios de lo que
debe ser el arte. Para mí la pintura y el color han supuesto una ayu-
172 da para poder expresarme fuera del lenguaje de las palabras. Podía
hacerlo con imágenes. Es difícil dejar que fluya una imagen, como
elemento estético, sin que nos atrape su significado y que se pueda
usar además como expresión abstracta y no simplemente como or-
namentación banal.
Brasil (3/12)
06 España (9/12)
Brasil (4/12)
07 España (9/12)
Brasil (8/14)
06 España (6/14)
Brasil (4/8)
07 España (4/8)
Frieze
05
Brasil (2/3)
España (1/3)
Brasil (2/4)
06 España (2/4)
Brasil (3/5)
07 España (2/5)
especialmente orientadas al arte del siglo XX. También sé que Tarsila 189
do Amaral es una de las artistas brasileñas que alcanzaron la más alta
cotización de los últimos años: un millón trescientos mil dólares, por
su cuadro titulado Abaporu. Esto sucedió en 1995, en la sala Christie’s
de Nueva York. Sergio Camargo, Emiliano Di Cavalcanti, Cándido
Portinari y Mira Schendel son artistas brasileños también muy cotiza-
dos en subasta, como lo son igualmente Ernesto Neto, Tunga, Beatriz
Milhazes, José Resende, etc.
Ahora que la Tate Modern de Londres va a celebrar una nueva
gran exposición de Hélio Oiticica (que murió en 1980, a los 42 años)
y que hay otra en preparación dedicada a Cildo Meireles, el arte bra-
sileño volverá a ocupar las primeras páginas, lo mismo que esperamos
ocurra con las propuestas brasileñas que esperamos ver en ARCO el
año próximo.
Muchas Gracias.
Nota:
Contenido de la intervención realizada el 13 de julio de 2007 en la
Universidad Complutense, en El Escorial, dentro del curso Cartografías esté-
ticas. El arte en Brasil hoy.