Levana O Nuestra Señoras Del Dolor

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LEVANA Y NUESTRAS SEÑORAS DEL

DOLOR.
Thomas de Quincey

«Con frecuencia he visto en Oxford a Levana en mis


sueños. La conocía por sus símbolos romanos.»

Pero, ¿qué es Levana? Era la diosa romana que presidía las primeras
horas del niño, la que le confería, por decirlo así, la dignidad humana.
«En el momento del nacimiento, cuando el niño respiraba por primera
vez la atmósfera turbia de nuestro planeta, se le depositaba en tierra.
Pero casi inmediatamente, por miedo a que una criatura tan grande se
arrastrase por el suelo más de un instante, el padre, como mandatario
de la diosa Levana, o algún pariente cercano, como mandatario del
padre, lo levantaba en el aire, le mandaba mirar a lo alto, como si fuera
el rey de este mundo, y presentaba la frente del niño a las estrellas,
diciéndoles quizá para su adentros: “¡Contemplad lo que es más grande
que vosotras!”. Este acto simbólico representaba la función de Levana.
Y esta deidad misteriosa, que nunca ha desvelado sus rasgos (excepto a
mí, en sueños) y que siempre ha actuado por delegación, deriva su
nombre latino del verbo levare, levantar en el aire, mantener alzado.»

Naturalmente muchas personas han entendido por Levana el poder


tutelar que supervisa y rige la educación de los niños. Pero no se crea
que aquí se trata de esa pedagogía que sólo reina por los alfabetos y las
gramáticas; es preciso pensar sobre todo «en este vasto sistema de
fuerzas centrales que está oculto en el profundo seno de la vida humana
y que trabaja incesantemente a los niños, enseñándoles a su vez la
pasión, la lucha, la tentación, la energía de la resistencia».

Levana ennoblece al ser humano que supervisa, pero por medios


crueles. Esa buena nodriza es dura y severa, y, entre los procedimientos
que usa más a gusto para perfeccionar a la criatura humana, el que
prefiere a todos los demás es el dolor. Tres diosas le están sometidas, y

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las emplea para sus designios misteriosos. Como hay tres Gracias, tres
Parcas, Tres Furias, como primitivamente había tres Musas, hay tres
diosas de la tristeza. Son nuestras «Nuestra Señora de las Tristezas».

Las he visto a menudo hablando con Levana, y a veces incluso


ocupándose de mí. ¿Hablan entonces? ¡Oh, no! Esos poderosos
fantasmas desdeñan las insuficiencias del lenguaje. Pueden emitir
palabras por los órganos del hombre cuando habitan en un corazón
humano; pero entre ellas no se sirven de la voz, no emiten sonidos; un
silencio eterno reina en sus dominios…

La mayor de las tres hermanas se llama Mater Lachrymarum, o Nuestra


Señora de las Lágrimas. Es ella la que, noche y día, desvaría y gime,
invocando rostros desvanecidos. Es ella la que estaba en Roma cuando
se oyó una voz lamentarse: la de Raquel que lloraba a sus hijos y no
quería ser consolada. También estaba en Belén la noche en que la espada
de Herodes barrió a todos los inocentes fuera de sus casas… Sus ojos son
sucesivamente dulces y penetrantes, espantados o adormecidos,
elevándose a menudo hacia las nubes, acusando a menudo a los cielos.
Lleva una diadema en la cabeza. Y sé por recuerdos de infancia que
puede viajar sobre los vientos cuando oye el sollozo de las letanías y el
trueno del órgano, o cuando contempla el desmoronamiento de las
nubes en verano. Esta hermana mayor lleva en su cintura llaves más
poderosas que las llaves papales, con las que abre todas las chozas y
todos los palacios. Es ella, yo lo sé, la que todo el verano pasado ha
permanecido a la cabecera del mendigo ciego, aquel con el que tanto me
gustaba hablar y cuya piadosa hija, de ocho años de edad, de rasgos
luminosos, resistía a la tentación de mezclarse con la alegría del pueblo
para recorrer durante el día entero caminos polvorientos con su padre
afligido. Por eso, Dios le envió una gran recompensa. En la primavera
del año, y cuando ella misma comenzaba a florecer, le ha llamado junto
a Él. Su padre ciego la llora sin cesar, y a medianoche siempre sueña que
tiene aún en su mano la pequeña mano que le guiaba, y siempre se
despierta en unas tinieblas que ahora son nuevas y más profundas
tinieblas… Es con ayuda de esas llaves como Nuestra Señora de las
Lágrimas se desliza, fantasma tenebroso, a las habitaciones de los
hombres que no duermen, de las mujeres que no duermen, de los niños

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que no duermen, del Ganges al Nilo, del Nilo al Misisipi. Y como ella
fue la primera que nació y posee el imperio más vasto, la honraremos
con el título de Madona.

La segunda hermana se llama Mater Suspiriorum, Nuestra Señora de los


Suspiros. Nunca sube a las nubes ni se pasea sobre los vientos. En su
frente, ninguna diadema. Sus ojos, si se pudieran ver, no parecerían ni
dulces ni penetrantes; no podría descifrarse en ellos ninguna historia;
sólo se encontraría una masa confusa de sueños medio muertos y los
restos de un delirio olvidado. Nunca levanta los ojos; su cabeza, tocada
con un turbante hecho jirones, nunca está erguida y siempre mira la
tierra. No llora, no gime. De vez en cuando suspira ininteligiblemente.
Su hermana, la Madona, es a veces tempestuosa y frenética, delira contra
el cielo y reclama a sus seres queridos. Pero Nuestra Señora de los
Suspiros no grita nunca, no acusa nunca, no sueña nunca con rebelarse.
Es humilde hasta la abyección. Su dulzura es la de los seres sin
esperanza… Si murmura a veces, sólo lo hace en lugares solitarios,
desolados como ella, en ciudades en ruinas y cuando el sol ha
descendido a su reposo. Esta hermana es la que visita al Paria, al Judío,
al esclavo que rema en las galeras… a la mujer sentada en las tinieblas,
sin amor que abrigue su cabeza, sin esperanza que ilumine su soledad…;
a todo cautivo en su prisión; a todos los que son traicionados y a todos
los que son rechazados; a los que están proscritos por la ley de la
tradición, y a los hijos de la desgracia hereditaria. Todos están
acompañados por Nuestra Señora de los Suspiros. También ella lleva
una llave, pero apenas la necesita. Pues su imperio se encuentra sobre
todo entre las tiendas de Sem y los vagabundos de todos los climas. Sin
embargo, entre las clases más altas de la humanidad encuentra algunos
altares, e incluso en la gloriosa Inglaterra hay hombres que, ante el
mundo, llevan su cabeza tan orgullosamente como un ciervo y que,
secretamente, han recibido su marca en la frente.

¡Pero la tercera hermana, que también es la más joven!... ¡Chist!


Hablemos de ella sólo en voz baja. Su imperio no es grande; en caso
contrario ninguna carne podría vivir; pero sobre ese imperio su poder
es absoluto…

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A pesar del triple velo de crespón con el que envuelve su cabeza, por
muy erguida que la lleve puede verse desde abajo el brillo salvaje que
despiden sus ojos, luz de desesperación siempre deslumbrante, mañana
y tarde, a mediodía tanto como a medianoche, a la hora del flujo tanto
como a la del reflujo . Desafía a Dios. También es la madre de las
demencias y la consejera de los suicidas… La Madona camina con pasos
irregulares, rápidos o lentos, pero siempre con una gracia trágica.
Nuestra Señora de los Suspiros se desliza tímidamente y con precaución.
Pero la hermana más joven se mueve con movimientos imposibles de
prever; brinca y da saltos de tigre. No lleva llave, pues, aunque visita
raramente a los hombres, cuando se le permite acercarse a una puerta,
la toma por asalto y la echa abajo. Y su nombre es Mater Tenebrarum,
Nuestra Señora de las Tinieblas.

Tales eran las Euménides o Graciosas Diosas (como decía la antigua


lisonja inspirada por el miedo) que atormentaban mis sueños en Oxford.
La Madona hablaba con una mano misteriosa. Me tocaba la cabeza;
apuntaba con el dedo a Nuestra Señora de los Suspiros, y sus señales,
que ningún hombre puede leer a no ser en sueños, podían traducirse así:
“¡Mira! ¡Aquí tenéis al que en su infancia he consagrado con mis altares!
He hecho de él mi favorito. Yo lo he extraviado, yo lo he seducido, y
desde lo alto del cielo, yo he atraído su corazón hacia el mío. Por mí se
hizo idólatra; por mí, lleno de deseos y languideces, ha adorado el
gusano de tierra y ha dirigido sus plegarias a la tumba vermicular.
Sagrada para él era la tumba; amables eran las tinieblas; santa su
corrupción.

¡A este joven idólatra yo he preparado para ti, querida y dulce Hermana


de los Suspiros! Tómalo ahora en tu corazón y prepáralo para nuestra
hermana terrible. Y tú —volviéndose hacia la Mater Tenebrarum—
recíbelo a tu vez de ella. Haz que tu cetro pese sobre su cabeza. No sufras
porque una mujer, con su ternura, venga a sentarse a su lado en su
noche. Expulsa todas las debilidades de la esperanza, seca los bálsamos
del amor, quema la fuente de las lágrimas; maldícele como tú sola sabes
maldecir. Así se habrá hecho perfecto en el horno; así verá cosas que no
deberían ser vistas, espectáculos que son abominables y secretos que son
indecibles. Así leerá las antiguas verdades, las tristes verdades, las

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grandes, las terribles verdades. Así resucitará antes de estar muerto. Y
nuestra misión quedará cumplida, la que nos encomendó Dios, que es
atormentar su corazón hasta que hayamos desarrollado las facultades
de su espíritu”»

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