Dialnet ElSentidoYLaDistancia 4224041
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Alejandro Ramos
Universidad FASTA
Mar del Plata, 2018
Ramos, Néstor Alejandro
Job y el sentido del sufrimiento / Néstor Alejandro
Ramos. - 1a ed . - Mar del Plata : Universidad FASTA, 2018.
Libro digital, PDF/A
INTRODUCCIÓN ......................................................................... 4
El autor de la obra ................................................................ 7
Job es un rebelde ............................................................... 13
Los géneros literarios ......................................................... 20
CAPÍTULO 1 ¿TIENE SENTIDO EL SUFRIMIENTO? ................... 28
1. Job cae en desgracia ....................................................... 29
2. Del dolor a la crisis espiritual ......................................... 38
3. ¿Tiene sentido el sufrimiento? ....................................... 42
CAPÍTULO 2 ¿QUIERE DIOS EL MAL PARA LOS BUENOS? ...... 56
1. ¿Quiere Dios el sufrimiento del justo? ........................... 58
2. La forma en que Dios nos ama ....................................... 71
CAPÍTULO 3 HABLAR DIRECTAMENTE CON DIOS .................. 83
1. Job quiere hablar con Dios, no con sus amigos ............. 83
2. La oración en el momento del dolor .............................. 97
CAPÍTULO 4 LA VIDA TIENE UN LÍMITE ................................ 103
1. La brevedad de la vida .................................................. 104
2. Jesús le da un nuevo sentido al dolor .......................... 112
CAPÍTULO 5 MISERICORDIA CON EL QUE SUFRE ................. 125
1. La soledad de Job ......................................................... 125
2. Misericordia para el dolor ............................................ 131
CONCLUSIÓN EL SUFRIMIENTO ES UNA REVELACIÓN ......... 147
Bibliografía ............................................................................ 156
INTRODUCCIÓN
En nuestra vida, el sufrimiento es la experiencia que nos
permite vivir de forma más directa y dramática lo que somos
como seres humanos. Es el estado existencial en el cual el
hombre percibe en su conciencia la noción de límite y de
debilidad, que le da las posibilidades de elevarlo, al mismo
tiempo, a un estado único de madurez y sabiduría. Tiene, por
un lado, un sentido oscuro, en cuanto nunca terminamos de
entender, de forma acabada aquí y ahora, por qué uno tiene
que sufrir; pero, por otro lado, tiene un sentido luminoso, en
tanto que, elevándonos por encima de nuestras
preocupaciones y urgencias cotidianas, nos conecta con
nuestra verdadera esencia, con la realidad dura y cruda de
nuestra condición humana.
4
de la filosofía y la literatura, fue precisamente ésta la cuestión
que puso en marcha la necesidad de ensayar respuestas al
origen del mal en la vida humana. ¿El mal que hace sufrir a los
hombres procede de otro mundo? ¿Los dioses son los
responsables de los enfrentamientos que dan origen a las
guerras y destruyen a las comunidades? ¿O bien, la repuesta
se encuentra en este mundo, pero no en un fatalismo cósmico
sino en los vicios, en los amores desordenados, en la ambición
desmedida, que surgen del alma de cada individuo y originan
este desorden? Ya conocemos la respuesta de Homero en la
Ilíada y la Odisea, aunque no sería ésa la única experiencia del
mal que le tocaría al hombre padecer. Las catástrofes
naturales, las enfermedades y la misma muerte son hechos
con los cuales se enfrenta y ante los cuales necesita algunas
ideas que le permitan comprender qué valor tiene aquello que
se presenta como algo negativo.
5
hombre a partir de algunos criterios antropológicos inspirados
en el conocimiento humano y en la revelación divina.
6
lugar a dudas, una de las obras cumbres de la literatura
universal (Alonso Schökel y Sicre Díaz 1983: 21).
El autor de la obra
Como señalan los autores de la Introducción al Libro de
Job en la Biblia de Jerusalén (1986), la fecha más probable de
su composición es la de comienzos del siglo V a.C. (652),
siendo posterior a los libros de Jeremías y Ezequiel, con los
cuales comparte lenguaje y pensamientos.
7
Además, es un texto en el que intervienen varias
manos. Hay un autor principal que concibe la idea de la obra y
escribe la mayor parte del texto actual. Pero cuenta con
“agregados posteriores” que se dan en diversos momentos.
Esto se explica porque, en la Antigüedad, no existía la
preocupación moderna por apropiarse individualmente de
una obra y contaba más la obra en sí que el individuo. Así
sucede en otros libros de la Sagrada Escritura, en los que
participan diversos “maestros” sin distinguirse del autor
principal. En este caso, el autor principal es un israelita que
conoce las enseñanzas de los profetas y sabios y que asume
una actitud crítica ante la deformación de la fe convertida en
una religión interesada. Es un hombre culto, de pensamiento
profundo y espíritu libre que, como toda persona inteligente y
superando los temores y prejuicios, se atreve a cuestionar una
sabiduría falsa que busca a Dios por interés, con el fin de
acercarse a la comprensión del misterio del sentido del
sufrimiento en la existencia humana. Es probable que se trate
de un israelita que vive fuera de Israel, posiblemente en
Egipto. Esto le permite expresar con más soltura su disenso y
sus cuestionamientos no sólo a sus amigos, sino al mismo
Yahvé.
8
El texto comienza con esta historia de las desgracias
del justo Job. El autor toma, en efecto, el relato de las
desventuras de un héroe justo del país de Edom, quien, aun
cuando cae en desgracia perdiendo sus bienes, no se aparta
del bien y la justicia y, por eso, es finalmente recompensado.
Parte, entonces, de este cuento y le da un sentido religioso. La
pérdida de los hijos, de los bienes y la enfermedad provocan
en el justo una crisis de fe. ¿Cómo entender a un Dios Bueno
que castiga al que hace el bien y le es fiel? Y ¿Por qué en esta
vida les va bien a los malos, mientras que los buenos muchas
veces tienen que padecer? En este contexto, que procede no
de una historia real, sino de un antiguo cuento edomita,
irrumpen los diálogos, que avanzan en tres ciclos y en los
cuales el autor principal expone de manera brillante la
cuestión central del sentido del dolor. En esta serie de
diálogos, que constituye gran parte del libro, el personaje
expone sus pensamientos y responde a las objeciones de sus
amigos. Finalmente, el cierre está constituido por un discurso
sobre las maravillas del mundo creado y la restauración de
Job, que se mantuvo fiel a Yahvé durante la prueba.
9
la retribución que defienden sus amigos, la cual enseña que el
sufrimiento es consecuencia de una infidelidad a Dios y que el
justo puede vivir tranquilo, porque sabe que Dios lo premiará
con su bendición, protegiéndolo de todo mal. Este modo de
pensar y vivir la religión estaba tan arraigado en algunos
israelitas que se había convertido en la forma tradicional de
entender la fe; de allí que cualquier cuestionamiento fuera
considerado una “herejía” que debía ser corregida. Esta es la
razón por la que en el libro se observan textos de otros
autores añadidos posteriormente con la intención de corregir
este error y de suavizar sus críticas. Estas inserciones
posteriores resaltan la bondad divina, una bondad que no
puede ser comprendida totalmente por los seres humanos,
que son débiles de entendimiento y cuya sabiduría está
muchas veces ofuscada por el pecado. Ejemplos de esto son:
el elogio de la sabiduría divina (cap. 28); el discurso sobre el
poder divino (cap. 38 y 39); y el discurso sobre la Providencia
divina (cap. 40). Estos agregados no modifican ni la estructura
ni el mensaje esencial de la obra, sólo pretenden salvaguardar
la bondad y sabiduría de un Dios que permite el mal, pero que
no lo quiere.
10
Por este motivo, el autor ha querido que el personaje
de la obra sea un extranjero que tiene la libertad de
cuestionar la religión del amor interesado. Job es presentado,
entonces, como un oriental, un hombre que incluso viene de
un país que estaba enemistado con los judíos. Al carecer de
genealogía, tiene algo de prototipo universal, para que el
mensaje pueda aplicarse a todo aquel que sufre, por ello, sólo
es definido como “el más rico entre los hijos de Oriente”.
Además, el nombre mismo de Job indica su destino, pues en
las lenguas semíticas de la época significa “ser hostil”. Él es el
justo que tiene el coraje, poco frecuente, de enfrentarse con
Dios y desafiarlo a “discutir”. Este nombre aparece en otro
pasaje bíblico, pero referido a un personaje legendario de
origen cananeo que está vinculado con Edom (Ez 14,20), razón
por la cual algunos exégetas creen que el protagonista de
nuestro libro también proviene de Canaan (Trebolle y
Pottecher 2011: 103).
11
por el conocimiento y la sabiduría. Un individuo que, por otra
parte, se muestra fascinado por la belleza de la naturaleza
creada por Dios, de tal forma que recomienda la
contemplación de la creación como forma de superar la
tristeza que conlleva el dolor (Alonso Schökel y Sicre Díaz
1983: 78). Estos rasgos ponen de manifiesto también por la
época de su composición, un momento de confluencia de
corrientes sociales y teológicas de orientaciones sapienciales,
proféticas, políticas, sacerdotales e históricas, en el que la
sociedad busca pensar la religión analizando sus fundamentos
verdaderos (Trebolle y Pottecher 2011: 167). En ese contexto,
el autor se propone distinguir entre la verdadera y la falsa
sabiduría, entre el amor genuino por Dios como fundamento
de la religión y la sabiduría humana que busca siempre el
provecho individual, aun también cuando dice buscar a Dios.
De allí que en varias ocasiones Job considera a sus
contemporáneos “charlatanes con proverbios de arcilla” y los
critica.
12
dolor, que en definitiva, sólo tiene respuestas personales. En
este sentido, se puede calificar a este libro como una obra
abierta, es decir, una obra que sirve para la reflexión y que
busca la sabiduría de saber vivir bien según Dios, en el
momento del sufrimiento. Así lo asumimos aquí, por eso, lo
que pretendemos hacer no es un análisis exegético, sino una
meditación teológica sobre lo que nos enseña este libro
inspirado por Dios.
Job es un rebelde
Job es un rebelde, pero su rebeldía no es un acto de
capricho o inmadurez, sino una queja. Job se queja de sus
amigos, defensores de la teoría de la retribución, aduciendo
que, bajo la pretensión de defender las tradiciones, enseñan
una forma equivocada de vivir la religión, dando prioridad al
amor propio por sobre el amor de Dios. Pero Job se queja
también de Dios y le reclama con angustia lo que considera
una gran injusticia: él es un hombre religioso y bueno con el
prójimo, por lo cual no merecería padecer tanto sufrimiento.
13
situaciones dolorosas— quizá no sea sino la necesidad que
tiene el que sufre de desahogar su alma, también ante Dios. El
dolor tiene que salir y sale como puede.
14
capítulo 3, Job pronuncia siete maldiciones, en correlación con
los siete días de la creación. Es, por tanto, un “Génesis al
revés”. Además, también toma la figura del Satán del primer
libro de Biblia y le atribuye a Yahvé el mismo rol de tentador
del hombre. Porque así como en el Génesis Satanás tienta a
Adán y a Eva con la desobediencia, ahora Job presenta a Yahvé
como Aquel que tienta al hombre con la prueba. Se queja
porque Dios ha escuchado y seguido la astuta provocación de
Satanás: ¿por qué no poner a prueba la sinceridad de la fe de
este que Tú llamas justo? Sin embargo, Dios sólo sigue su
sugestión, la personificación del mal es el mismo Satán, el que
se presenta en la introducción del capítulo 1 como uno de los
ángeles, uno de los “hijos de Elohim”.
15
sobre el país del “más allá” del cual ya no se regresa, la sola
idea de un lugar en el que no haya nada —tampoco
sufrimiento—, se vuelve la promesa de una existencia mejor
que la actual. Job se atreve a preguntarse lo que algunos que
identifican la vida con el éxito piensan: ¿vale la pena darle vida
a un desdichado? ¿por qué más bien no dejarlo descansar en
paz? (3,20-22).
16
buenas, usa su poder en sentido inverso, destruye al débil, al
que Él mismo formó del barro, al que le dio vida soplando su
aliento: “Tus manos me formaron, me plasmaron, ¡y luego en
un arrebato quieres destruirme!” (Job 10,8). Por eso le
pregunta a Dios si se siente “orgulloso por atraparlo” (10,16).
17
son usados en clave de esperanza, para alcanzar al fin una vida
sin dolor.
18
una audiencia, quiere enfrentarlo y le dice que no le teme,
aun cuando sabe que puede matarlo. Su esperanza es
defender su conducta ante su faz (Job 13,15).
19
angustiado de ser escuchado, y nadie pide ese favor si no
tiene, en el fondo, la convicción de que finalmente puede ser
tenido en cuenta. Job se define a sí mismo como alguien que
“resiste” hasta el final, hasta que le toque su turno de
comparecer ante Dios (14,14). Aguanta porque no deja de
esperar, resiste con la fuerza de la esperanza, tal como enseña
Jesús a sus discípulos que aquel que persevere hasta el final se
salvará (Mt 10, 22; 24, 13 y Mc 13, 13). Job se enoja con los
amigos, se enoja con Dios, pero nunca pierde la esperanza de
ser oído, por lo cual insiste hasta conseguir lo que busca. Job
pierde todo, menos la esperanza, y, por eso, sólo por eso, al
final es recompensado.
20
hombre justo que pasa de la abundancia a la miseria y el
sufrimiento de un momento a otro. Luego, da comienzo a
unos diálogos que intentan explicar lo que sucedió y concluye,
de manera inesperada, con un nuevo cambio de situación. Al
final, Job recupera y acrecienta el bienestar del cual gozaba
antes de su desgracia por una restauración, que es obra de
Dios.
21
Así, Dios le permite a Satán poner a prueba la fe del justo Job y
así inicia el relato de las desgracias que lo dejan sin nada.
22
presenta rebelde e impaciente. Por esta razón, es posible
pensar en autores y momentos diferentes en ambos pasajes.
23
propios de la tragedia griega (coro, por ejemplo), sino más
bien el abordaje del aspecto dramático de la vida (Trebolle y
Pottecher 2011: 122). También hay elementos propios de un
proceso judicial, porque en los diálogos aparece, por ejemplo,
el formato de una disputa legal: la presentación de la causa, la
asistencia de testigos y de adversarios, la acusación oral o
escrita, la defensa y la sentencia final. Así por ejemplo, Job
habla del “juicio” de Yahvé; se refiere a su “defensa” (13,18-
19); y manifiesta su deseo de presentarse ante el tribunal del
juez divino para presentar su causa, escuchar sus acusaciones
y defenderse (23,3-7) (Trebolle y Pottecher 2011: 124).
24
lamento que se convierte en confesión, en un grito de reclamo
ante Dios y ante los hombres por lo injusto del sufrimiento
(Trebolle y Pottecher 2011: 126).
25
sostiene los cielos es creación divina. Todo, en definitiva, está
sometido al poder del Creador silencioso (26,5-14).
26
con el consuelo más grande: la Presencia divina sin
intermediarios.
27
CAPÍTULO 1
¿TIENE SENTIDO EL SUFRIMIENTO?
Cuando vemos a un niño o a un anciano sufrir dolores
graves, cuando vemos que la pérdida de un ser querido deja
un vacío difícil de llenar, cuando nos enfrentamos a una
enfermedad crónica o una discapacidad, nos preguntamos
siempre si ese dolor puede tener algún sentido. Si a pesar de
ser una experiencia angustiante del mal, puede haber en ella
algo positivo. Lo primero que se nos ocurre pensar es que no
hemos tenido suerte en la vida, que hay un “destino” marcado
que no nos favorece como a otros, que no deben sufrir como
nosotros; o bien, a veces pensamos que Dios nos quiere
“castigar” por los pecados que hemos cometido; o tal vez la
culpa de lo que nos sucede está en la maldad o negligencia de
otro. No importa cuál de estas respuestas u otras similares
elaboremos, pues en definitiva, estamos siempre tratando de
comprender la presencia del misterio del mal en nuestras
vidas, porque necesitamos una explicación lógica de lo que
para nosotros carece de razón de ser.
28
espiritual que puede acercarnos a la sabiduría divina o bien
alejarnos, tal vez por mucho tiempo, de Dios y sus designios.
Esto que nos ocurre le pasa a todo aquél que pasa por un
sufrimiento importante. Todos nos formulamos las mismas
preguntas, aunque las circunstancias y el proceso sean
absolutamente personales. También Job, el personaje del libro
que comentaremos, formula preguntas a lo largo del texto;
preguntas a sí mismo, a sus amigos y al mismo Dios, que
buscan con ansiedad una respuesta.
29
familia, los bienes, la salud, etc. De la cima de la vida, cae al
llano despreciable de los deshechos, de un momento para
otro.
30
Sin embargo, no era ésa su situación inicial; por el
contrario, el autor describe a un hombre rico, con una familia
grande (7 hijos y 3 hijas) y una vida dichosa. Era, dice
exagerando un poco para que a nadie le quede duda, “el
hombre más rico de Oriente”. Pero no un rico como los que
vemos a menudo, es decir soberbios, autosuficientes y
manejando a los demás con el dinero, sino un hombre
creyente que no sólo se preocupa por agradar a Dios, sino
que, además, se ocupa de bendecir y purificar a sus hijos ante
Él.
31
importante que Job podría haber recibido, se convierte luego
en uno de los argumentos principales de la discusión con sus
amigos. Para ellos, la desgracia de Job se explica por sus
pecados, pues siguiendo la teoría de la retribución, culpan a
este justo de ser pecador como todos los hombres. Sin
embargo, él no encuentra faltas contra Dios o el prójimo por
las que merezca padecer. Por eso, con tenacidad y justicia, él
va a defender hasta el final su inocencia. Cansado de la
acusación falsa y de la incomprensión de sus amigos, va a
pedir una audiencia directa con Yahvé, para discutir con Él
porque se siente seguro de su inocencia y con derecho
reclama justicia.
32
La “Bella-Luz” deja en claro que conoce al hombre en
su interior, que sabe perfectamente que las verdaderas
intenciones de nuestras acciones no son lo que parece y que
estamos realmente heridos por un desorden que, a veces, tiñe
todo lo bueno que hacemos. El amor a nosotros mismos es
más fuerte de lo que pensamos y, muy a menudo, nos arrastra
a buscar en todo lo que hacemos, aún en las acciones más
nobles como la religión, nuestro propio interés.
33
podría encontrar una forma que no duela; sin embargo, Él
conoce nuestra alma y sabe que en la situación de fragilidad,
es cuando se puede ver en quién confiamos y a quién estamos
dispuestos a obedecer. Esto es precisamente lo que el Satán le
plantea a Yahvé: mientras el hombre reciba beneficios va a
mostrarse siempre fiel a Dios. Ahora bien, ese amor no es
honesto pues en vez de buscar a Dios, persigue los bienes que
espera recibir de Él. Así, el sufrimiento como prueba se
entiende no desde la perspectiva humana, sino desde la
perspectiva de Dios, porque Él sabe del peso real que tiene el
amor propio a la hora de decidir y, por eso, quiere que el
hombre que lo elija, ya sea que reciba bienes o padezca males.
34
los han llevado, después de matar a los siervos al filo de
la espada. Sólo yo he podido escapar para contártelo”.
35
rapó la cabeza; después cayó en tierra en actitud
humillada (Job 1, 13-19).
36
consideramos bienes pueden convertirse en un obstáculo,
desde un punto de vista espiritual, si ponemos en ellos
nuestra confianza y nuestra felicidad, tal como enseña este
libro sagrado (Levecque 1987: 9).
37
2. Del dolor a la crisis espiritual
Un sufrimiento importante o prolongado conduce,
muchas veces, a una crisis espiritual. Cuando no se percibe
una salida para el dolor o cuando nos parece que es más
fuerte que nuestras fuerzas, la tristeza comienza a adueñarse
del alma y a oscurecer la vida entera hasta asfixiarla. Por eso,
es importante especialmente en esas situaciones iniciar lo
antes posible la búsqueda de sentido. El dolor puede llevarnos
a una crisis grave, pero también puede ser una oportunidad
para iniciar un proceso de maduración y superación. Esto es lo
que sucede a continuación en la historia de Job. Todas las
desgracias que lo fueron dejando sin sus bienes y sin hijos lo
llevan a la tristeza, después de reconocer ante Dios y el
mundo que, a pesar de ser “el hombre más rico de Oriente”,
en realidad, siempre estuvo con la piel expuesta por el hecho
de ser hombre.
38
línea y con una imagen la tristeza y la soledad de Job, sentado
solo en un basural, atormentado por la enfermedad.
39
¡Perezca el día en que nací, y la noche que dijo: “Un
varón ha sido concebido”! El día aquel hágase tinieblas,
no lo requiera Dios desde lo alto, ni brille sobre él la
luz. Lo reclamen tinieblas y sombras, un nublado se
cierna sobre él, lo estremezca un eclipse […] Y aquella
noche hágase inerte, impenetrable a los clamores de
alegría […] Sean tinieblas las estrellas de su aurora, la
luz espere en vano y no vea los párpados del alba.
Porque no me cerró las puertas del vientre donde
estaba, ni ocultó mis ojos al dolor. ¿Por qué no morí
cuando salí del seno, o no expiré al salir del vientre?
¿Por qué me acogieron dos rodillas? ¿Por qué hubo dos
pechos para que mamara? (Job 3, 3-12).
40
“salida” que se le ocurre, aunque no tengamos elementos
para pensar en una actitud suicida en él. Se siente encerrado y
asfixiado por un dolor que parece no tener fin, por eso piensa,
equivocadamente, que desaparecer es la forma de dejar de
sufrir. Para comprender mejor su estado anímico, deberíamos
recordar que pasó de una vida plena y de abundancia a una
situación miserable, de un momento a otro. Como dice el libro
del Eclesiástico, la muerte es amarga para el que goza de sus
bienes y vive con placer, pero dulce para el que está derrotado
y desesperado (Eclo 41, 1-2).
41
El texto, a pesar de la tristeza y angustia que transmite,
también habla de la capacidad poética de su autor, como
hemos dicho en la introducción. Su capacidad para expresar,
de manera plástica con imágenes, un deseo tan oscuro es
realmente notable. Job desea que el día de su nacimiento se
vea “estremecido por un eclipse” y que “la luz espere en vano
y no vea los párpados del alba”. Este pasaje deja así entrever
una profunda crisis espiritual, pues el protagonista de esta
historia ya no quiere la vida que Dios le ha dado. Sabe, como
todo creyente, que a Él le debe su vida y que la Providencia
divina guía su historia. Es por eso que el creyente se siente
seguro en este mundo, a pesar de que nada está asegurado en
su vida. La confianza está puesta en un Dios que es bueno y
que usa todo su poder para hacer el bien. Lo que Job no
entiende es qué es lo que hizo mal para que su vida cambiara
tanto. Seguramente se repite la pregunta que todos nos
hacemos ante una situación dolorosa y repentina: ¿por qué
me sucede esto a mí?, ¿por qué ahora? La crisis espiritual no
es otra cosa sino la búsqueda de respuestas a esas preguntas.
42
prolongado, como dijimos, nos conduce en algún momento a
una crisis espiritual. También nosotros, como Job,
comenzamos a hacernos preguntas por la causa y el sentido
de nuestro dolor (Le Breton 1999: 13). También nosotros,
como Job, nos preguntamos, por qué Dios nos castiga si no le
hicimos daño a nadie ni lo hemos ofendido a Él. ¿Puede
alguien merecer un sufrimiento?
43
algunas ocasiones, porque cometemos errores que tienen
consecuencias en nuestra vida.
44
sufrimiento en concreto de un individuo o de un grupo se
explica por esa fragilidad en determinadas circunstancias. Ésa
es la primera de las causas posibles en un caso individual, pero
no la única.
45
La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor
define este dolor como una experiencia desagradable
sensorial y emotiva asociada a un daño que sufre el organismo
(Moscoso 2011: 17). Efectivamente, causa rechazo en la
persona, por lo cual es algo que se evita o de lo cual se trata
de salir lo antes posible, porque nadie puede naturalmente
querer sufrir.
46
obligan a buscar soluciones reales más profundas que los
analgésicos.
47
de culpa, o bien, de una visión interesada de la religión, como
sucede con la teoría de la retribución (Juan Pablo II, n. 10-13).
Los amigos acusan a Job de tener responsabilidad en el mal
que sufre, porque sostienen que Dios no permite que un justo
padezca. Si el creyente cumple con Dios, según esta visión,
Dios cumple con el creyente y lo protege de todo mal. Job se
opone a esta teología y la cuestiona a lo largo de toda la obra,
no sólo porque no tiene faltas por las que merezca sus
padecimientos, sino porque en el fondo, el que busca a Dios
por interés personal, en realidad, no lo ama por encima de
todo, sino que pretende su propio bien.
48
antropólogo francés, pueden cometer el error de pensar que
el problema se soluciona con analgésicos, cuando en realidad
el dolor abarca a toda la persona, tanto su dimensión
fisiológica, como su estado psicológico o espiritual (Le Breton
1999: 28ss). El dolor no es sólo un mecanismo de respuesta
del sistema nervioso que se activa ante un estímulo negativo y
reacciona para evitarlo; y no lo padece un órgano sino la
persona que lo percibe y lo interpreta. En todo dolor, hay un
proceso racional de interpretación que va de lo físico a lo
simbólico. Por eso, el dolor es soportable cuando la persona
puede entender algo de lo que le pasa y tiene la esperanza de
poder superarlo. Y por el contrario, el dolor se vuelve
insoportable cuando no se comprende y cuando no encuentra
la posibilidad de una salida. En este sentido, los que asistimos
a enfermos terminales podemos dar testimonio de cómo, para
algunos enfermos terminales con dolores intensos, la
esperanza de una vida futura sin sufrimientos se convierte en
un verdadero consuelo.
49
fundamentalmente la experiencia agónica de la soledad y la
fragilidad humana y lo único que puede mitigarlo es el afecto y
la compañía (40ss). El que se siente solo no encuentra una
razón para seguir luchando por su vida. Nadie puede darle
sentido a su vida por sí mismo, o dicho de otra manera, el
dolor nos revela la verdad del hombre: nadie puede ser feliz si
vive para sí mismo. Si esto lo podemos aprender a partir de la
experiencia del sufrimiento, ¿podemos decir que no tiene
sentido sufrir? En la misma línea, podemos decir que esta
punción que nos saca de nuestra zona de confort nos permite
experimentar otra de las verdades antropológicas más
profundas del ser humano: no podemos vivir sin ayuda de los
demás. Las enfermedades que nos impiden valernos por
nosotros mismos y nos obligan a pedir ayuda nos acercan a la
humildad. Hace falta humildad, precisamente, para vencer el
orgullo de pensar que no necesitamos de los demás y que
siempre vamos a poder valernos por nosotros mismos. De
este modo, las enfermedades que padecemos en la vida
pueden tener un valor positivo si las asumimos no como un
castigo o fatalidad de la cual renegamos hasta cansarnos, sino
como la oportunidad de vivir en profundidad lo más humano
de nuestra vida: la necesidad de dar y recibir ayuda de los
50
demás, la necesidad de amar con comprensión y misericordia
por el que sufre, saliendo de la visión egoísta y superficial de
pensar que lo que importa es cumplir con nuestros proyectos
de realización individual. El éxito, el verdadero éxito, es
realizarnos como seres humanos, como seres que se realizan
por el amor, no por la acumulación de bienes.
51
cambio de visión que termine en el perdón y en dejar a Dios el
juicio de las personas.
52
sobresalir. Todos estos deseos desordenados del alma que no
se dominan nos generan habitualmente dificultades en las
relaciones personales y nos hacen padecer angustias y
tristezas que no sólo afectan al alma sino también al cuerpo.
En estos casos, ¿tenemos que pensar que la culpa es del
destino, o bien analizar qué hay detrás de actitudes y gestos
nuestros o ajenos para encontrarnos con que la raíz del mal
está en el interior y no en el exterior?
53
amistad. Por eso, muchos de esos enfrentamientos personales
se evitarían o se podrían solucionar si fuéramos conscientes
del daño que causa la envidia y tratáramos de dominar
nuestros deseos o si tuviéramos la capacidad de perdonar a
los que nos hacen daño y evitar que nos sigan afectando. Algo
similar sucede con la gula, con la incapacidad de dominar el
placer en la comida y en la bebida. También en estos casos
hay una relación directa entre lo que padecemos y nuestra
falta de voluntad para dominar el apetito. Esta relación puede
tornarse más evidente y peligrosa en el caso de los trastornos
o las adicciones. Y, naturalmente, lo mismo podemos decir de
las consecuencias que podemos sufrir por la falta de un
dominio racional del deseo sexual y un uso egoísta o banal del
otro. En todos estos casos, la superación del sufrimiento
comienza por el acto de humildad de reconocer que el mal
que padecemos no viene de afuera, sino que deriva de un
desorden moral propio, el cual no se podrá superar si no hay
una verdadera y profunda conversión del alma.
54
de dónde sale el mal que padecemos. Este cuestionamiento
no se resuelve sólo en el análisis de las causas temporales,
sino que frecuentemente termina en un planteo que
cuestiona la Bondad y Justicia con la cual Dios gobierna
nuestra vida. Por eso, el sufrimiento se supera cuando la
persona busca el sentido que esa experiencia del mal pueda
tener en su vida. Como dijimos antes, hay razones que
explican la existencia del dolor en general y se puede acceder
a ellas. Sin embargo, resulta difícil comprender en las
situaciones particulares el sentido que pueda tener. Se trata,
en definitiva, de aceptar la condición humana con sus límites y
de encontrar su valor positivo. Lo que no deja de ser una
experiencia del mal podría, a pesar de todo, dejarnos algún
bien espiritual.
55
CAPÍTULO 2
¿QUIERE DIOS EL MAL PARA LOS BUENOS?
A todos nos cuesta comprender a Dios. Por este
motivo, algunos se niegan a creer y prefieren vivir en la
oscuridad de pensar que no hay nada después de esta vida.
Nos cuesta concebir una idea que lo represente, razón por la
cual hay tantas representaciones curiosas sobre Dios a lo largo
de la historia. Nos cuesta también pensar conceptos que no
podemos comprender, pues al vivir en la limitación del
espacio y el tiempo, nos sentimos superados por los atributos
de la divinidad, como la simplicidad, la infinitud o la eternidad.
Pero lo que más nos cuesta comprender es cómo piensa Dios,
cómo mira al hombre y al mundo y qué planes tiene para cada
uno de nosotros.
56
confianza en Dios, mucho más lo hará el hecho de que el Dios
Bueno que conocemos y en el cual creemos “permita” que el
mal nos haga sufrir. Con cualquier tipo de sufrimiento, sea por
una enfermedad, por una pérdida, por un pecado propio o
ajeno, por una injusticia, o cualquier otro, siempre nos
encontramos ante la dificultad de conciliar la Bondad divina –
que quiere siempre el bien para sus hijos– con lo que nos toca
padecer (Greshake Gisbert 2008: 24).
57
comprender a Dios, nos atrevemos a pensar que la idea divina
del bien no coincide exactamente con la nuestra, con lo que
nosotros deseamos y esperamos de Dios.
58
intención real del sujeto, produciéndose así una distorsión del
orden entre los bienes y una deformación de la noción misma
de bien.
59
contestados, cada uno a su tiempo, por Job (Lavecque 1987:
15ss). Según estos tres amigos, Dios es justo porque nunca
deja de “retribuir” a los que le son fieles; todo aquel que
cumple su palabra recibe en esta vida la bendición divina que
asegura que “nunca un justo ha sido abandonado”. Si hay
alguno que haya recibido males en lugar de bienes, debe
revisar su conducta porque seguramente hay razones
(pecados) que explican la ausencia divina. Esta es la sabiduría
de la tradición judía y la razón por la cual estos tres personajes
insisten en culpar a Job, deslindando a Yahvé de todas las
desgracias acaecidas en la vida de este pobre justo. Sin
embargo, Job no se siente culpable del mal que padece; es
consciente de su inocencia y, por eso, comienza a discutir con
ellos sobre el bien y el mal.
60
labran maldad y siembran vejación, eso cosechan” (Job
4, 7-8).
61
a la mañana quedan pulverizados. Para siempre
perecen sin advertirlos nadie; se les arranca la cuerda
de su tienda y mueren privados de sabiduría (Job 4, 17-
21).
62
que pueden deshacerse, que no pueden ofrecernos un reparo
seguro.
63
conducta, pueden asegurarle al creyente que, a partir de
entonces, comenzará a gozar de un tiempo de bienestar y
felicidad. Es como un pastor sin escrúpulos utilizara todos los
medios que tiene para convencer a sus fieles de que tienen
que agradar a Dios y de que cumpliendo su voluntad les
espera un camino de lleno de luz:
64
algunos problemas. Para algunos, sería el argumento decisivo
para creer, ¿quién puede negarse a un Dios que nos promete
que todo lo que emprendamos nos saldrá bien? ¡Nadie! Pero
Dios no promete eso. Su promesa es, en realidad, más grande
y tentadora porque nos ilusiona con el Cielo, que es Él mismo;
es decir, es vivir junto a Él, lo cual supone mucho más que un
bienestar pasajero en una vida cambiante como la que
tenemos aquí en la tierra. Si lo pensáramos bien y
comparáramos, como hicieron los santos, deberíamos dejarlo
todo por Él; pero nos presiona la urgencia de una felicidad
rápida y las necesidades materiales que suelen angustiarnos.
Por eso, aunque nos agrada la idea de creer en Dios, dejamos
para más adelante las renuncias que nos pide.
65
de todo, ahora es una fe subordinada a un bien inferior. Sigue
siendo fe, pero una que pretende obtener primero los bienes
temporales y luego los sobrenaturales. La cuestión es si esta
religión del “do ut des” es la que quiere Dios o es, más bien,
una forma disfrazada de amor propio (Alonso Schökel y Sicre
Díaz 1983: 337). Más allá de que estos intereses se mezclen y
nos cueste distinguirlos y aceptar que en la vida tenemos
prioridades bien definidas, es imposible pensar que podamos
conformar a Dios con una simulación de la verdadera fe. Dios
conoce perfectamente nuestro interior, sabe de nuestros
pensamientos y deseos, tal como lo muestra Jesús en varias
ocasiones, adelantándose a sus interlocutores. Por eso, o
buscamos a Dios por encima de todo como lo más importante
de nuestra vida y le dedicamos un amor sincero, o
sencillamente perdemos el tiempo.
66
quejarse de su amigo, al menos no de entrada, porque sus
primeros consejos son realmente sabios y oportunos. También
nosotros deberíamos aconsejar así a nuestros amigos. Sin
embargo, la esperanza de la cual le habla Bildad no es la que
se confía en las manos de Dios y espera recibir de su
misericordia lo que quiera darle, sino la confianza en que nos
va a dar lo que nosotros le pidamos. La recuperación de los
bienes que hemos perdido. Es una esperanza enfocada en una
visión humana de la justicia que se comprende en el contexto
de la teoría de la retribución.
67
vergüenza, y desaparecerá la tienda de los malos (Job
8, 13-15; 20-22).
68
Bildad va a insistir en las ventajas con las que podría
contar Job si se decidiera a reconocer sus errores. Finalmente,
el problema de los que sostienen la teoría de la retribución, es
que terminan haciendo culpable a un individuo de los pecados
que no ha cometido con tal de justificar el mal que padece.
Por eso, Bildad acusa a su amigo de sentirse atrapado por
Dios, como si estuviera dentro de una red que no lo deja salir.
Estás así, le dice Bildad a Job, no porque Dios quiera tenerte
atrapado, sino por tus propios pecados que te han metido en
esa situación y no te dejan salir (Job 18,8).
69
Los tres amigos coinciden, naturalmente, en la
fundamentación de la teoría de la retribución, pero cada uno
la presenta desde una perspectiva diferente (Alonso Schökel y
Sicre Diaz 1983: 198). Sofar va a hacer hincapié en la sabiduría.
No se pueden menospreciar los consejos de los sabios, no se
puede olvidar que con la obediencia a Dios se superan todos
los males y “el infortunio queda en el olvido”.
70
una relación de amistad en la que, a medida que lo
conocemos más, descubrimos más profundamente su Amor y
nos entregamos a los planes que Él tiene para nosotros. Amar
a Dios para recibir beneficios temporales no es amarlo a Él,
sino a nosotros mismos; es no comprender la manera en que
Él nos ama.
71
Pensamos que Dios nos ama solo con un amor de
benevolencia en el cual sólo cabe todo aquello que nos puede
producir un bienestar y del cual está excluido, naturalmente,
toda experiencia dolorosa (41).
72
importarle si es verdadera, integral, espiritual y, sobre todo,
sin preocuparse por el logro de la verdadera felicidad, que es
para siempre.
73
que todo lo que hagamos y lo que nos suceda nos lleve a la
Ciudad Celestial. Entonces, lo bueno no es lo que nos gusta,
sino lo que nos hace bien para alcanzar ese fin, y lo malo no es
lo que contraría nuestra voluntad de sentirnos bien, sino todo
aquello que se convierte en obstáculo para alcanzar ese fin.
74
obstáculo para nuestra realización, podría tener un sentido
positivo si somos conscientes de que el Dios que guía nuestra
vida lo permite porque puede trasformar algo malo en algo
bueno, demostrando así su omnipotencia. Dios no quiere
nuestras enfermedades; son inevitables porque nuestro
organismo no es perfecto. No impide esos padecimientos
porque sabe que, con una visión de fe, podemos crecer en
humildad y compasión hacia los demás. Mucho menos quiere
Dios nuestros pecados y vicios, sin embargo, eso que por un
tiempo nos aleja de Él, podría luego convertirse en un camino
de acercamiento si nos dejamos perdonar y liberar por su
misericordia.
75
nuestra verdadera realización y si pensamos que somos el
centro del universo, que todo, Dios incluido, existe para
nosotros (1995: 49). Nos cuesta comprender que el amor de
Dios permita el mal, porque posee una forma muy diferente a
la nuestra. Dios ama, efectivamente, todas las cosas, ellas no
existirían si la Voluntad divina no hubiese decidido crearlas y
conservarlas en su ser. Por lo tanto, el solo hecho de existir es
ya la primera manifestación del amor de Dios. De un Dios que
no necesita nada de nosotros y que, sin embargo, nos crea. El
amor de Dios es anterior a cualquier acto de amor de parte
nuestra, incluso anterior a nuestra existencia misma; si
existimos es porque Él nos quiso. Por lo tanto, no podemos
pensar en una relación de amor con Él como si fuera otro ser
humano, con el cual nosotros podemos cumplir obedeciendo
por interés.
76
sino con generosidad y desinterés. Cualquier otro planteo de
relación es simplemente rechazar una verdadera relación de
amistad y pretender tener una relación de intercambio
comercial con alguien que no necesita nada de nosotros y nos
ha dado todo.
77
con Dios por todo lo que recibió antes que reclamar por más.
Por otro lado, porque pretende recibir aquello que a Dios no
le interesa dar: bienestar y bienes. Finalmente, porque con esa
actitud está despreciando lo que Dios quiere darle, que es la
participación en su vida aquí en la tierra y luego en la vida
eterna.
78
de la vida. Esta deformación de la religión no es un peligro al
que están expuestos algunos pocos que, de vez en cuando, se
acercan a un templo a pedir cosas, sino que es una tentación a
la que estamos siempre expuestos todos.
79
enfocarse sólo en esta vida y ésta es una de las razones por la
que me cuesta tanto entender a un Dios que mira no sólo la
totalidad de mi vida, sino el sentido de mi existencia terrenal
en orden a la vida eterna. Es la dificultad de un alma que,
habiendo sido creada para la inmortalidad, se encierra
voluntaria e incompresiblemente en el tiempo.
80
descubrir quién soy–, sino porque quieren el alimento que
perece. Entonces, Jesús les habla de otro pan, el Pan de Vida
eterna, del cual aquél solo fue una figura, como el maná que
recibió Israel en el desierto. Este Pan no perece porque es el
Cuerpo de Cristo, que da vida eterna a aquellos que así
alimentan el alma (Jn 1, 1-66). Otro ejemplo es el de Marta y
María que, desesperadas y en tono de reclamo (como
podríamos hablarle nosotros en una situación similar), le
dicen a Jesús: si hubieras estado aquí, mi hermano Lázaro no
habría muerto; Él les responde que resucitará, que vivirá una
vida mejor junto a Dios, pero para que vean que eso es
posible, manda al muerto a salir de su tumba (Jn 11,1-43).
Cuando ellas piden vida para Lázaro, una vida que algunos
años después indefectiblemente se terminará, Jesús les habla
de la Vida eterna. Cuando nosotros le pedimos que nos ayude
y nos enojamos si no lo hace, Él sigue pensando y ofreciendo
lo que no vemos, lo que no perece.
81
nuestro bien, y aceptáramos que no podemos comprender, de
manera perfecta, qué sentido tiene el dolor en nuestra vida,
en eso que nos quita la felicidad por un tiempo, podríamos
advertir la promesa de una felicidad que no vemos pero que
confiamos nos sea cumplida al final, en el Cielo.
82
CAPÍTULO 3
HABLAR DIRECTAMENTE CON DIOS
1. Job quiere hablar con Dios, no con sus amigos
La experiencia del sufrimiento nos genera, en muchas
ocasiones, un conflicto con Dios, porque los que creemos
sabemos que Él gobierna toda nuestra vida según los planes
de su Providencia y nos cuesta comprender que allí tenga
lugar el mal. Esto sucede con Job, a pesar de que gran parte de
su obra está dedicada a la confrontación con sus amigos, los
defensores de la teoría de la retribución, Job es consciente
que su problema en el fondo no es su diferencia con ellos, sino
su enfrentamiento personal con Dios.
83
desgracia, tal como nos sucede a nosotros cuando nos
preguntamos lo mismo que él: ¿por qué tengo que sufrir esto?
Y, seguro de su inocencia, reclama por lo que considera su
derecho: ser escuchado, tener la posibilidad de defenderse y
escuchar las “razones divinas”. Pero, ¿Job tiene derecho a
pedirle explicaciones a Dios? ¿Podemos nosotros, acaso,
pedirle que nos muestre las razones por las cuales permite
que padezcamos un mal?
84
por la soberbia pretendiendo tener derecho a exigir
justificaciones. El dolor se ve de una determinada manera
desde adentro, y de otra muy distinta, desde afuera (Kaiser y
Mathys, 74).
85
En verdad, vosotros sois el pueblo, con vosotros la
Sabiduría morirá. Yo también sé pensar como vosotros,
no os cedo en nada: ¿a quién se le ocultan esas cosas?
La irrisión de su amigo eso soy yo, cuando grito hacia
Dios para obtener respuesta. ¡Irrisión es el justo
perfecto! ¡Al infortunio el desprecio! -opinan los
dichosos-. Un golpe más a quién vacila. Mientras viven
en paz las tiendas de los salteadores, en plena
seguridad los que irritan a Dios, los que meten a Dios
en su puño! (Job 12,2-6)
86
Job desnuda la fe de los que procuran sus propios
intereses y no los de Dios. A decir verdad, no son sabios; se
creen tales, se comportan como tales, pero su misma actitud
los delata. El verdadero sabio no es soberbio, no se cree
superior a los otros, no pretende “dar cátedra” de cómo
obtener éxitos en esta vida. Por el contrario, el que conoce la
sabiduría divina es humilde, sabe de sus limitaciones, no
menosprecia a los pobres y débiles y sobre todo, busca a Dios
por encima de todo, incluso de sus propios proyectos y deseos
de bienestar.
87
en primera instancia, porque no sólo refuta la teoría de la
retribución, sino también el culto al éxito temporal, un vicio
de muchas de las “sabidurías” tanto antiguas como actuales,
que pretenden conquistar la mente y el corazón de muchos.
Rendirle culto al éxito, al punto de pensar que la vida vale la
pena si se consiguen “cosas” importantes, es una de los
obstáculos más importantes que tenemos a la hora de
comprender el valor positivo que puede tener la experiencia
del mal.
88
Pero es a Sadday a quién yo hablo, a Dios quiero hacer
mis réplicas […] ¡Dejad de hablarme, porque voy a
hablar yo, venga lo que viniere! Tomo mi carne entre
mis dientes, pongo mi alma entre mis manos. Él me
puede matar: no tengo otra esperanza que defender mi
conducta ante su faz. Y esto mismo será mi salvación
pues un impío no comparece en su presencia (Job 13,
3.13-16).
89
que no nos queda otro recurso que vivir la fe a fondo,
presentarnos en la oración tal como somos y pedir, como este
justo, escuchar y ser escuchado.
90
Job, sin embargo, no se ha vuelto loco, ni está
confundido. Su valentía no es temeridad; sabe perfectamente
que está hablando con Dios y que su diálogo no es de igual a
igual, por eso, pide clemencia. Está ante la presencia del
Todopoderoso, no deja de sentir temor, sabe que es nada
ante Él, se siente como una “hoja agitada por el viento”.
Suplica a Dios que lo escuche y que no se enoje con él:
91
su conciencia pecados por los que deba recibir un castigo
según la teoría de la retribución. Su situación actual reclama,
entonces, una explicación que él pide en términos legales. Job
exige una disputa legal, porque quiere escuchar esas razones y
también tener la oportunidad para presentar su defensa:
“Arguye tú y yo responderé: o bien yo hablaré y tú
contestarás”. No tiene faltas y eso lo hace presentarse seguro
de reclamar lo que está en su derecho: ser escuchado.
92
todo aquél que pasa por una situación dolorosa, también él
mira por un momento a los que lo rodean y se da cuenta de
que la injusticia no se refiere a él solamente, sino que mirando
el mundo, encuentra una razón más para sufrir. Como nos
sucede a nosotros en determinados momentos de la vida, él
sufre porque ve triunfar a los malos:
93
paciencia el mal en esta vida, pues Él es el único que tiene las
respuestas a las preguntas que surgen a partir de una
experiencia dolorosa (Alons Schökel y Sicre Díaz 1983: 323).
94
“Y con todo a Dios decían: `¡Lejos de nosotros, no
queremos conocer tus caminos! ¿Qué es Sadday para
que le sirvamos, qué podemos ganar con aplacarle?´”
(Job 21,14-15).
95
todo lo que pensamos para escuchar también todo lo que
tiene para decirnos?
96
la oración, porque sólo Dios puede darle sentido a nuestra
vida. ¡Sin Él, estamos solos! ¡Completamente solos!
97
La oración no es una repetición mecánica de fórmulas
establecidas seguida de una lista de pedidos que le hacemos a
Dios. Ésta es una forma de rezar válida, sobre todo cuanto
tenemos que pedirle ayuda a Dios; pero no es la única ni la
más importante.
98
siempre nos escucha, que comprende nuestro padecimiento,
porque Jesús se dedicaba a escuchar y curar a los enfermos y
pecadores. Creemos en un Dios Bueno y misericordioso. Por
eso, no deberíamos dejar que las angustias se acumulen y se
instalen en nuestra alma. Necesitamos contarle nuestras
penas para que salgan, para que el alma se sane, para que su
gracia nos renueve la esperanza de vencer el mal.
99
Para el cristiano, el camino que lleva a la felicidad pasa
por la cruz, por la Cruz de Cristo y por las cruces que le tocan
cargar en esta vida, de acuerdo con el plan divino. Por eso, el
modelo a imitar es siempre la obediencia fiel del Hijo a la
voluntad del Padre. En este sentido, la oración más perfecta es
la de Cristo en el huerto de Getsemaní. Allí el dolor más
grande se hace gotas de sangre y se entrega voluntariamente
a la voluntad del Padre. Cuando nos toca padecer un gran
dolor, al igual que Cristo, tenemos que ofrecernos
completamente a Dios. Deberíamos, en esas ocasiones,
recordar lo que pide Jesús a sus discípulos: oren para tener la
fuerza espiritual necesaria para superar la prueba (Lc 21,36).
100
del diálogo directo con su Padre. Y es justamente esto lo que
Job reclama en este hermoso libro, cansado ya de los
discursos teóricos de sus amigos. Nada expresa mejor el
sentido de este diálogo que el hecho de que Jesús nos haya
enseñado a llamarlo “Padre”, para que comprendamos que
esta “conversación” no puede ser formal y distante, sino
cercana y confiada (Mt 6,9-13). Jesús nos enseña que, en los
momentos difíciles, es cuando más tenemos que confiar en
Dios, en el poder de la oración:
101
comprender que Su voluntad es que todo aquello que nos
sucede sirva para llegar al Cielo.
102
CAPÍTULO 4
LA VIDA TIENE UN LÍMITE
El sufrimiento es siempre una experiencia del límite,
porque una enfermedad, una injusticia o un fracaso nos llevan
inevitablemente a darnos cuenta de que las posibilidades de
realización en esta vida son acotadas, que no podremos
cumplir de manera perfecta todos nuestros sueños. De allí que
la mejor forma de superar una crisis producida por un
sufrimiento importante consista en cambiar nuestras
expectativas por algunos objetivos más concretos que tengan
en cuenta una mirada sapiencial de nuestras posibilidades
reales. Sin embargo, no sólo nos encontramos con
limitaciones a nuestros deseos de realización existencial, sino
que también, en algunas ocasiones, nos planteamos el
problema del límite final de la vida. Esto mismo es lo que le
pasa a Job a medida que pasa el tiempo, pues no encuentra
una solución a sus desgracias y comienza a pensar en que toda
esta triste historia que le toca vivir finalmente acabará con su
vida, de modo que la única solución a su angustia ya no se
dará aquí, en esta vida, sino en la otra.
103
después de la muerte. La idea escatológica sobre el Cielo, el
Infierno y el Juicio divino son posteriores. A pesar de esto, el
autor inspirado por Dios plantea en un texto misterioso la
confianza en que, después de esta vida, Dios lo restituirá en la
felicidad y plenitud por obra de un Salvador. Esta “intuición”
teológica se cumple de manera impensada en la obra que
realiza Cristo en la tierra. Su pasión y muerte se convierten en
la causa de la salvación de los hombres y, en consecuencia, en
el camino para superar no sólo los sufrimientos en esta vida,
sino para esperar, con fundamento, una solución definitiva al
dolor y la muerte. Por eso, la lectura e interpretación del libro
de Job puede enseñarnos sobre la necesidad de tener una
mirada de sabiduría sobre nuestro paso por este mundo,
reconocer que la vida tiene un límite y que, como el justo Job,
necesitamos que un Salvador nos rescate de la muerte eterna.
1. La brevedad de la vida
Las enseñanzas sapienciales pueden parecernos
demasiados elementales a veces, sin embargo, cada tanto
necesitamos pensar nuevamente nuestra vida a partir de estas
perspectivas que nos conectan con lo verdaderamente
esencial y nos sirven como luces que nos ayudan a
mantenernos en el camino correcto.
104
Job sabía que la vida se iba a terminar en algún
momento, como lo sabemos nosotros; pero sólo comienza a
pensar realmente en que ese fin puede estar cerca cuando se
siente vencido por el dolor, como también nos sucede a los
que vivimos inmersos en las preocupaciones cotidianas, sin
tiempo para pensar en lo fundamental. El sufrimiento tiene el
poder de modificar nuestra forma de percibir el mundo,
porque lo que nos parecía un lugar agradable puede
convertirse en un espacio hostil en el que ya no deseamos
estar. Si el sufrimiento es crítico o se prolonga en el tiempo, su
capacidad de hacer insoportable la vida crece y los calmantes
ya no son suficientes. En ese estado de crisis, el individuo
suele preguntarse si tiene sentido vivir en medio del dolor, si
es posible soportar el resto de la vida en esas condiciones, si
se puede cargar con esa cruz (Chesterton 1970: 194). Job está
en ese estado; se siente agobiado no sólo por las pérdidas –
era rico y se había quedado sin nada, sin hijos, sin bienes, sin
salud–, sino porque siente que no merece pasar por esa
situación de ninguna manera. A pesar de las acusaciones
reiteradas de sus amigos, no encuentra culpas en su
conciencia por las que deba sufrir, de acuerdo con la teoría de
la retribución, y eso lo amarga. Así débil y triste, comienza a
105
pensar que no está lejos el fin de su existencia y se vuelve
contra Dios para interpelarlo con “quejas” (Lavecque 1987:
25). No obstante ello, Job sabe que con Dios no discute de
igual a igual, porque su vida está en las manos de Él:
106
propiedades esenciales, es “corto de días”. Por más años que
sume, la vida siempre será breve para todos. Es lo mismo que
dice el Salmista: “Oh sí, de unos palmos hiciste mis días, mi
existencia cual nada es ante ti; sólo un soplo, todo hombre
que se yergue, nada más una sombra el humano que pasa”
(Sal 39, 6-7). Sólo vivimos, dice también el Salmista, unos 70 u
80 años y la mayor parte son trabajo y vanidad que pasa (Sal
90,10); al igual que el Sabio reconoce que la vida que Dios nos
ha dado está marcada por las preocupaciones y la angustia de
esperar la hora de muerte (Eclo 40, 1.2.5).
107
además del moral: el límite temporal, al decir que Dios le puso
un término que no podrá sobrepasar recuerda que Él es el
único Dueño del mundo y quien ha fijado un límite para cada
ser, como lo hizo con el mar (Jer 5,22).
108
injustamente herido y asfixiado por un Ser superior que no lo
deja en paz. Sin embargo, no se cansa de pedir un encuentro
con Yahvé, porque nunca pierde la esperanza de ser
escuchado ni de encontrar finalmente un lugar donde
descansar. El problema del autor principal es que, en su
época, no había aún una idea clara sobre la existencia en el
más allá, por eso, pone su esperanza en alcanzar otra vida,
aunque no sepa bien en qué consiste; sólo advierte que ésta
le parece insoportable y que la salida está en otro lugar:
109
Celestial. Para Job, luego de la muerte sigue el sheol. No es la
nada, sino una existencia sombría, sinónimo de hundimiento y
soledad que, en el contexto del dolor, supone una liberación
(Levecque 1987: 29). Para Job, esta esperanza es una
necesidad profunda, y por ello, usa una comparación tomada
de la vida vegetal que subraya la fuerza que tiene la naturaleza
al pelear por una nueva vida. Job siente que si hasta un árbol
tiene esperanza, él no puede perderla. Más tarde, Isaías dirá
que retoñará el tronco de Jesé, hablando de la esperanza de
vida que traerá el Mesías (11, 1). Job nunca pierde la confianza
en que Dios le puede dar una vida en paz, sin sufrimiento, más
allá de la muerte. Es por eso que recurre a Él pidiéndole que lo
libere de sus padecimientos (Job 14, 13-17). En el fondo sabe
que Dios siempre lo escucha.
110
mismo le veré, mis ojos le mirarán, no ningún otro”
(Job 19,25-27).
111
a muchas de las angustias que nos hacen sufrir. Cualquiera de
los límites con los que nos encontramos, hasta dónde
podemos llegar en nuestro trabajo, las posibilidades reales de
mejorar de las personas que queremos, etc.; pero también lo
que podríamos llamar el “límite final”, es decir, el límite de
una existencia que es breve y que nos obliga a vivir bien. Ante
los límites, hay que tener la sabiduría de reconocerlos, de
asumirlos y principalmente, de no perder nunca la esperanza
en que Dios nos rescatará de nuestra debilidad y nos dará la
paz que tanto ansiamos.
112
obediencia del Hijo al Padre y de amor por nosotros, se nos
abre una posibilidad nueva, que es la de alcanzar una vida
donde el sufrimiento ya no existe. La vida eterna es, para el
cristiano, la contemplación cara a cara de Dios con la
compañía de los santos y los ángeles, lo cual implica la
realización máxima de la capacidad de conocer y amar del
hombre. Es una vida en la que el cuerpo resucitado tiene un
estado diferente al que tuvo aquí en la tierra, es decir, sin las
imperfecciones que lo hicieron padecer, de modo que ni el
alma ni el cuerpo pueden sufrir (Ramos 1997: 242-250).
113
nuestro amor por Él, pero la mayor expresión se da en la
aceptación de una voluntad distinta a la nuestra, en la
obediencia (Ramos 2007:51-55). Y eso es precisamente lo que
significa la vivencia de un dolor, la posibilidad de perseverar
en nuestra fe cuando Dios permite que tengamos que padecer
alguna experiencia del mal. De hecho, a lo largo de nuestra
vida, tenemos muchas oportunidades de decirle a Dios que
creemos en Él y que estamos dispuestos cumplir su voluntad,
pero sólo cuando el peso del sufrimiento es grande y
percibimos nuestra fragilidad, buscamos a Dios siendo
totalmente conscientes de que necesitamos de manera
absoluta de Él; por fin, comprendemos que sin Él nada
podemos.
114
de Dios: ofrecerse en sacrificio por amor al Padre y a nosotros,
y entregarse completamente hasta morir en la Cruz. Es lo que
le pide el Padre y lo que lo constituye luego en Rey y Redentor
de los hombres y en Cabeza del Cuerpo Místico (Ramos 2009:
63-68). Su obediencia a la voluntad del Padre es no sólo causa
de nuestra salvación, sino modelo de cómo tenemos que
asumir las cruces que nos toca cargar en esta vida para llegar a
la Vida eterna.
115
tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo unigénito, para
que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida
eterna” (Jn 3, 16).
116
si hay una esperanza de que ese padecimiento en un
momento desaparezca. Con esa ilusión, el alma se llena de
energía para hacer frente al dolor, pero sin esa posibilidad, la
angustia nos vacía de ánimo y nos asfixia. La esperanza en
Dios es un descanso para el alma, que se siente agobiada por
el hecho de que con el dolor ha tomado conciencia de su
fragilidad y es más consciente de que no puede bastarse a sí
misma. Por más fuerte que sea nuestra voluntad, ante una
crisis seria percibe que no tiene las “fuerzas” suficientes para
sobreponerse si no es “ayudada” por una fuerza sobrenatural.
Las crisis que produce la experiencia dolorosa son un
verdadero desafío para el alma porque lo que se pone a
prueba es, finalmente, el fundamento de la fuerza espiritual
que soporta el peso que todo dolor conlleva. La confianza en sí
mismo y el deseo de superarse pueden servir por un tiempo y
para determinados padecimientos, pero la debilidad física y
mental nos llevan a buscar otra fuente de seguridad que no
podemos ser nosotros mismos, sino Dios. Así el alma se
debate entre la reafirmación de sí mismo o la humildad y es
obligada por la situación a decidirse por una u otra. La crisis se
resuelve o se profundiza con esta decisión.
117
En este sentido, la Pasión de Cristo puede servirnos de
modelo, porque aun siendo el Hijo de Dios, fue sometido a
esta prueba, aceptando una Voluntad que lo contrariaba, la
voluntad de su Padre. Jesús, como nosotros, rechaza el dolor,
no quiere sufrir: “que pase de mí este Cáliz” le dice al Padre en
el momento de mayor angustia en el Huerto de Getsemaní.
Así Él se niega a sí mismo y, de manera libre y voluntaria,
asume la Cruz y la muerte: “Yo doy mi vida, nadie me la quita”
(Jn 10,18).
118
es la eliminación del dolor en esta vida, sino su superación
total en la otra. El sufrimiento en este mundo continúa y es
real, como fue real el padecimiento de Cristo, tal como lo
refleja el relato de la oración en el huerto:
119
sacrificio de su vida y, por estar su humanidad unida a la
divinidad en la persona del Verbo, ese sacrificio es aceptado
por el Padre para la salvación de todos los hombres. El cuerpo
es así un instrumento de la divinidad, por eso, lo que padece
es real y tiene valor salvífico universal (Suma Teológica, III, 8,
1, ad.1). La experiencia del dolor extremo en Jesús se
convierte en el acto por el cual el Hijo es el Redentor, el
Salvador, que nos salva del pecado, de la muerte y de todo
dolor abriendo para nosotros las puertas a una vida sin dolor.
120
divino y el mejor ejemplo de obediencia, humildad,
constancia, tal como afirma Pedro: “Cristo sufrió por vosotros,
dejándoos ejemplo para sigáis sus huellas” (1 Pe 2,21).
121
que es el mérito, es decir, tiene el valor de una obra que la
hace digna de recompensa. Es, en definitiva, un acto de amor
(Von Balthasar 1971: 704ss ).
122
por ser Dios y hombre, Sumo y Eterno Sacerdote, es el único
Mediador, de modo tal que no existe otra mediación en orden
a la salvación. Por otra parte, su sufrimiento tiene un valor de
satisfacción en cuanto que, como acto de amor al Padre,
repara todo el mal que los hombres hacen a lo largo de la
historia cuando se rebelan contra Dios. La Pasión de Cristo
repara esa ofensa, es decir, compensa la desobediencia y
rebeldía humanas con un acto de obediencia y entrega. Así, su
dolor es el signo más grande de Amor hacia nosotros y hacia el
Padre, un Amor que no se guarda nada para Sí mismo.
123
ser una ofrenda de nuestra voluntad, de todo nuestro ser a
Dios. Así lo que era, de hecho, una experiencia negativa del
poder del mal se podría así convertir en una ocasión para
acercarnos a Dios (Boulnois 1995: 56). Más aún, hasta
deberíamos alegrarnos, como enseña Pedro, por compartir los
sufrimientos de Cristo que nos sirven para nuestra salvación y
la de los demás (1Pe 4, 13-14). Si imitáramos a Cristo y
ofreciéramos nuestra vida al Padre como Él lo hace en el
Huerto de Getsemaní, entonces, el dolor, sin dejar de ser una
punción desagradable, sería una liberación espiritual, una
donación de sí mismo.
124
CAPÍTULO 5
MISERICORDIA CON EL QUE SUFRE
1. La soledad de Job
El libro de Job no es un libro histórico, pues no hay un
relato de un hecho de la historia en el cual se transmite un
mensaje revelado, sino que es un diálogo en el que el autor
principal, tomando la historia de un justo que aun cayendo en
desgracia se mantiene fiel a su fe, expone una crítica a la
visión de una religión interesada que se vivía en el pueblo de
Israel, en torno al siglo V a.C. No obstante ello, este diálogo no
sólo ofrece reflexiones profundas sobre Dios, la religión, el
hombre, su vida y sus bienes, sino que también aparece
inevitablemente la relación del personaje principal con sus
amigos. Esta relación no es real en el sentido histórico, pero sí
refleja la soledad e incomprensión que siente el justo y,
seguramente, el autor.
125
aparecen frecuentemente contrapuestos en sus discursos, de
modo que la confrontación va subiendo de tono en la medida
en que ellos lo consideran un insensato que se atreve a
cuestionar la justicia divina, en vez de aceptar su condición
impura. Y se complica aún más cuando Job les responde
cuestionando su sabiduría y sus pretensiones de defender a
Dios (Levecque 1987: 20). Como ellos no quieren escucharlo y
entender su crisis espiritual, Job se cansa de ellos y les pide
que se callen porque quiere hablar directamente con Yahvé.
Ese desafortunado desencuentro refleja no sólo diferencias en
el modo de concebir la relación con Dios, sino la actitud de
Elifaz, Bildad y Sofar respecto de su amigo que sufre la terrible
pérdida de sus hijos, sus bienes y su salud y se queda solo,
sentado en un basural. Esta imagen es tan fuerte como
elocuente de la situación miserable en la que el pobre Job se
encuentra sumido.
126
y lo acompañan en silencio durante siete días. ¿Acaso, hay
palabras que puedan consolar ante una desgracia tan grande?
Hasta este momento Elifaz, Bildad y Sofar se comportan como
verdaderos amigos, pero Job rompe el silencio, comienza a
desahogar su angustia, desea desaparecer y pide, como suele
suceder, que alguien le explique por qué le toca sufrir si él ha
sido bueno con los hombres y con Dios. Entonces, cada uno de
sus amigos, a su turno, le explica que un hombre justo recibe
bienes de Dios, en cambio, al pecador le toca padecer. Job se
defiende, porque su conciencia no le reprocha nada. Sus
amigos insisten y lo atacan con acusaciones, pensando que así
obtendrán una confesión forzada de pecados inexistentes,
pero en realidad, inician un enfrentamiento por el cual
abandonan al pobre justo. Job, como todo el que sufre, se
siente solo y y cansado de tantas palabras vacías de razón y de
afecto:
127
discursos, meneando por vosotros la cabeza; os
confortaría con mi boca, y no dejaría de mover los
labios. Mas si hablo, no cede mi dolor, y si callo ¿acaso
me perdona? [...] Abren su boca contra mí,
ultrajándome hieren mis mejillas, a una se amotinan
contra mí. A injustos Dios me entrega, me arroja en
manos de los malvados (Job 16, 1-6.10-11).
128
dolor. Los que están convencidos de ser buenos ante los ojos
de Dios sólo hacen daño.
129
habéis zarandeado sin reparo. Aunque de hecho
hubiese errado, en mi sólo quedaría mi yerro. Si es que
aún queréis triunfar de mí y mi oprobio reprocharme,
sabed que ya es Dios quien me hace entuerto y el que
en su red me envuelve. Si grito: ¡Violencia!, no obtengo
respuesta, por más que apelo, no hay justicia […] A mis
hermanos ha alejado de mí, mis conocidos tratan de
esquivarme. Parientes y deudos ya no tengo, los
huéspedes de mi casa me olvidaron (Job 19, 1-7.13-14).
130
2. Misericordia para el dolor
El libro de Job no se ocupa particularmente de este
tema, sino que se concentra más bien en la crisis de la relación
del justo sufriente con Dios. El problema planteado es que no
se puede entender la justicia divina que “castiga” a un justo si
se pretende comprender la religión desde la perspectiva de la
teoría de la retribución. Sólo en ese contexto se explican las
discusiones de Job con sus amigos, que abarcan gran parte de
la obra. Sin embargo, una reflexión teológica sobre el dolor no
puede dejar de hablar de esa relación de verdadera compañía,
que está ausente y que tanto extraña Job. De este modo,
nosotros podemos completar la reflexión de Job, al modo de
los Padres de la Iglesia, es decir, leyendo el texto en el
contexto del resto de la Biblia, iluminando unos libros con
otros.
131
(Fuentes 2008: 59). Más aún, el dolor podría llevarnos a vivir la
experiencia de la compañía cercana de un Dios que se
conmueve ante el padecimiento de los hombres y que, en la
Revelación, presenta la salvación como un consuelo para los
que sufren.
132
entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!” (Is
49, 14-15). A Dios le cuesta encontrar las palabras precisas
para expresar el amor fiel que siente por nosotros y por el cual
nos asegura que nunca nos abandonará, no porque le falten,
sino porque las palabras humanas no alcanzan para definir su
manera de querernos. Por esta razón, usa metáforas y
compara su amor con la ternura entrañable de una madre por
un hijo o con la fidelidad y entrega con que un esposo ama a
su esposa. Aunque te parezca que te abandoné por un
instante, que te oculté mi rostro, dice por la boca del profeta,
tú eres mi primer amor y “yo me compadecí de ti con amor
eterno” (Is 54, 8). Dios nos dice lo mismo que le decía al
pueblo de Israel, que se sentía abandonado: háblenle al
corazón y díganle que Yo soy el consuelo y la liberación (Is 40,
1); Yo voy a cambiar el dolor por alegría, voy a consolar a los
afligidos porque escuché sus lamentos, sus llantos de
amargura y tuve compasión y los voy a recompensar (Jer 30,
13-17).
133
el pastor bueno con los corderos, nos abraza y nos cobija en
su pecho (Is 40, 11). Como dice el Salmista, Dios consuela con
su Palabra (Sal 119, 50), la cual debemos escuchar
especialmente cuando no estamos bien y necesitamos que Él
nos hable, porque lo que consuela es la misericordia de Dios
(Sal 119,76), es decir, el Amor por el que quiere mostrarnos
que está siempre cerca de nosotros y de manera especial en
los momentos difíciles. Eso expresa el término “misericordia”,
el cual tiene en la Biblia muchas formas de traducirse, pero
principalmente dos significados. Por un lado, significa el amor
entrañable y materno de Dios, que se compadece de sus hijos
que sufren (Sal 106,45); por otro, la relación de amor piadoso
y fiel que Él siente por nosotros como Padre, de manera
particular en el dolor (Dufour 1988: 543).
134
“Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto, y
he escuchado su clamor en presencia de sus opresores;
pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para
librarle de la mano de los egipcios” (Ex 3,7-8).
135
al vernos sufrir no sólo frente al dolor físico, sino también ante
nuestra debilidad moral, de los errores que cometemos en la
vida y que tienen muchas veces, como dijimos antes,
consecuencias dolorosas. A diferencia de nosotros, que nos
cansamos de los que nos hacen daño, Dios no se cansa de las
ofensas, comprende profundamente la condición humana y,
cuando tiene que hacer justicia, lo vence la ternura de Padre y
perdona. Así lo describe el profeta Oseas cuando habla de la
relación de Yahvé con su pueblo como la íntima relación que
une al esposo con la esposa. A pesar de la traición del pueblo
que ha sido infiel con el pecado de idolatría, Dios que ya había
decidido abandonarlo y dejarlo sin compasión (1, 6), cambia
de parecer movido por su Bondad y llama a su esposa la
“Compadecida” (2, 3).
136
quien lleva a su pueblo al desierto de soledad y dolor con un
solo fin: “hablarle al corazón” (Os 2,16).
137
sufrimiento de una madre por haber perdido a su único hijo y
del desconsuelo de un padre al que se le murió su hija (Lc
7,13; 8,42; 9, 38-42). Nos referimos también a sus palabras,
porque usa varios ejemplos para contarnos cómo el amor del
Padre se alegra siempre por recuperar a la oveja perdida.
138
manifestación de la ternura divina debería conmovernos
cuando nos sentimos lejos de Dios, sea por el pecado o por la
crisis espiritual a la que a veces nos lleva el dolor, y de la que
podemos salir si recordamos este forma paternal y tierna que
tiene Dios de querernos. Si Él nos espera en la puerta con
paciencia, sin tiempos, podemos tener la esperanza de un
reencuentro, a pesar de que, en algún momento de la vida, el
sufrimiento nos distancie de su presencia.
139
por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo.
De igual modo un levita que pasaba por aquel sitio le
vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de
camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión, y
acercándose vendó sus heridas, echando en ellas aceite
y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le
llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente,
sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo:
“Cuida de él y, si gastas algo de más, te lo pagaré
cuando vuelva. ¿Quién de éstos tres te parece que fue
prójimo del que cayó en manos de los salteadores? Él
dijo: “El que practicó misericordia con él. Díjole Jesús:
“Vete y haz tu lo mismo” (Lc 10, 29-37).
140
sufrimiento del otro al punto de dejar nuestros intereses y
preocupaciones para ocuparnos de ayudarlo. Es una lucha
espiritual entre el amor de sí que tiende a concentrarnos
obsesivamente en nosotros mismos y el amor al prójimo como
forma de amar a Dios, tal como nos enseñó con su palabra y
con su vida.
141
fundamentalmente por nuestra manera de amar al prójimo.
Del mismo modo en que el samaritano se acerca al herido, así
nosotros tenemos que estar “cerca” del que padece en el
cuerpo o en el alma para consolar con nuestras palabras y
nuestros gestos (Pangrazzi 2013: 14-17).
142
En la vida de Jesús, que para nosotros es el modelo a
imitar, hay un espacio importante dedicado a atender
enfermos y familiares que piden por sus enfermos. Los
Evangelios hablan de un Dios que viene a “curar” un mundo
en el cual el mal ejerce su poder. Jesús se dedica a sanar,
porque la sanación está ligada con la salvación, pues es no
sólo curar el cuerpo, sino también y principalmente el alma, y
se produce cuando el hombre descubre la presencia del Poder
y la Bondad de Dios.
143
por las faltas de los pecadores (Is 53, 4). Por esto se explica la
costumbre de los israelitas de acudir a Dios en la enfermedad,
suplicando su omnipotencia y misericordia, como sucede en
los Salmos (6; 38; 41; 88; 102; etc.), así como la esperanza
escatológica de alcanzar en la otra vida una existencia en la
que ya no haya más enfermedad ni sufrimientos (Is 35,5;
65,19). Lo paradójico es que la liberación se realiza mediante
un sufrimiento extremo, el Siervo sufriente nos curará cuando
tome sobre sí nuestras enfermedades, “gracias a sus llagas
seremos curados” (Is 53,4).
144
mundo: “Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él
una fuerza que sanaba a todos” (Lc 6, 19).
145
La misión de Cristo, por lo tanto, es sanar e iluminar. Es
la misma misión que Él encomienda a los apóstoles, a quienes
les da el poder y la tarea de curar las enfermedades (Mt 10, 1).
Ellos salen a predicar y a curar haciendo milagros, como
atestiguan varios pasajes de los Hechos de los Apóstoles (3, 1;
8, 7; 9, 32; 14, 8; 28, 8; etc.), e incluso ungen con el óleo
consagrado a los enfermos, tal como lo hacemos nosotros en
la actualidad (Sant 5, 14ss).
146
CONCLUSIÓN
EL SUFRIMIENTO ES UNA REVELACIÓN
Un sufrimiento importante, cualquiera sea su
naturaleza, puede tener en nuestra vida un sentido oscuro o
luminoso, como dijimos al inicio. Oscuro, si las preguntas que
se suscitan en esa ocasión no encuentran una respuesta y al
dolor se añade la angustia de no encontrarle un sentido. Por el
contrario, puede ser luminoso si, a pesar de lo negativo como
toda experiencia del mal, podemos hallarle una explicación a
su presencia y una respuesta a su fin.
147
la cual Dios debería favorecernos y ayudarnos para que nos
vaya bien–, entonces, necesitamos madurar nuestra fe.
Debemos comprender la forma en que Dios nos ama, la
manera que tiene Él de llevarnos al Cielo y lo equivocados que
estamos al pensar que con nuestro buen comportamiento nos
libramos del mal.
148
pregunta Jung. En definitiva, Job tiene un comportamiento
moral superior al de Yahvé, porque confía en su Dios hasta el
final (58). Sin embargo, el Dios del cual habla Jung, como él
mismo lo dice, es el Dios que construye la psicología humana
(123); por eso, si bien expresa el rechazo natural de toda
persona al dolor, no tiene en cuenta que no se puede
comprender a Dios desde la pura psicología humana, pues Él
no piensa como nosotros, el comportamiento divino es un
misterio.
149
de nuestros límites y que esto nos la virtud de la humildad.
Por todo esto, el dolor puede tener un sentido positivo en
nuestra vida, puede ser una “revelación”, es decir, un
momento luminoso en el que finalmente aparezca lo mejor de
nosotros y lo mejor de Dios, o mejor dicho, para que se
manifieste claramente la conciencia de nuestro límite y la
infinitud de un Dios que nos cuesta entender, pero que no por
eso es injusto ni ha dejado de querernos.
150
Job lo había reclamado insistentemente, cansado de
las falsas acusaciones y de la visión interesada de la religión
que defendían sus amigos, quería encontrarse con Dios cara a
cara, deseaba poder discutir con Él. Tenía preparadas las
preguntas para hacerle con la ilusión de que Yahvé le explicara
por qué tenía que sufrir tanto. Pero no lo encuentra; lo busca
por todo el mundo de Oriente a Occidente y no lo encuentra
(Job 23, 3-17). Entonces, se siente completamente solo y
desconsolado, como se siente todo el que, llevado por el dolor
al límite de sus capacidades, quiere encontrarse con Dios y
sólo halla silencio. Pero, a pesar de todo, Dios escucha…
siempre escucha.
151
La ironía divina no es hiriente porque es benévola y
paternal. Dios sólo quiere que Job reconozca sus propios
límites (Levoratti 2011: 41). Para comprender algo del misterio
del sufrimiento en nuestra vida, es necesaria la humildad, el
reconocimiento de que sólo somos seres humanos. Dios
quiere educarnos poniendo las cosas en su lugar, aunque eso
implique tener que padecer.
152
creaturas suyas (Job 40 y 41). Yahvé le dice a Job –y nos dice
también a nosotros–, que si creemos en Él, si esperamos en el
único Señor del Universo, el mal, por más fuerza que tenga en
algún momento de nuestra vida, no nos vencerá. Si fuéramos
humildes, nos daríamos cuenta de que la verdadera fuerza del
hombre es su esperanza: “Y Job respondió a Yahvé: Sé que
eres todopoderoso: ningún proyecto te es irrealizable. Era yo
el que empañaba el Consejo con razones sin sentido. Sí, he
hablado de grandezas que no entiendo, de maravillas que me
superan y que no entiendo” (Job 42, 1-3). Así, Job, rendido
ante el misterio del sufrimiento confiesa: “Yo te conocía sólo
de oídas, mas ahora te han visto mis ojos” (Job 42, 5).
153
aún el plan con el cual gobierna nuestra vida y en el que tiene
un lugar salvífico el dolor (Levoratti 2011: 44).
154
gustaría aquí y ahora, pero de una forma que es, al final,
beneficiosa para alcanzar nuestro mayor bien: la vida eterna
junto a Dios.
155
Bibliografía
AAVV (1986). Biblia de Jerusalén, Introducción al libro
de Job. Bilbao: Desclée de Brower.
156
DUFOUR, Xavier León (1988). Vocabulario de Teología
bíblica. Barcelona: Herder.
157
KIERKEGAARD, Sören (1970). “El Señor lo ha dado, el
Señor lo ha quitado”. En: AAVV. La hora de Job.
Caracas: Monte Avila.
158
PIOLANTI, Antonio (1995). Dio Uomo. Roma: LEV.
159
160
Universidad FASTA
Autoridades
Gran Canciller
Fr. Dr. Aníbal Ernesto Fosbery O.P.
Rector
Dr. Juan Carlos Mena
Vicerrector Académico
Dr. Alejandro Gabriel Campos
Vicerrector de Formación
Pbro. Dr. Néstor Alejandro Ramos
161
ISBN 978-987-1213-83-2