El Hades en La Odisea
El Hades en La Odisea
El Hades en La Odisea
Las almas de los muertos no pueden hablar de la misma forma en que lo hacen
los vivos. En diversos pasajes de la Odisea se refleja esta condición de los
espectros: las almas de los pretendientes emiten una especie de murmullo
desasosegante mientras son guiadas por Hermes hacia los infiernos. Ese
sonido y ese revolotear hace que el poeta los compare con los murciélagos.
Sófocles les atribuye un sonido diferente cuando escribe: “Aquí llegan los
zumbidos del enjambre de los muertos”. Este sonido miserable que emiten las
almas de los muertos es sin duda producto de su imposibilidad de hablar. No
en vano Hesiodo llama a la muerte “la que hurta la voz”.
Los órficos
Tras la muerte -dicen los órficos- el alma se dirige hacia el Hades y la que está
destinada a la reencarnación es obligada a beber de la fuente del Leteo para
que olvide sus experiencias, tanto las de sus vidas anteriores como las del
mundo celeste. Pero las almas de los órficos no están sujetas a la
reencarnación o, al menos, pueden recordar sus vidas anteriores, dice Platón.
El Hades en La Eneida
El orfismo decae tras las guerras médicas y vuelve a aquirir popularidad en los
primeros siglos de la era cristiana. Y es Virgilio quien la vuelve a poner sobre el
papel en la Eneida, aunque en el mismo Canto expresa también la concepción
homérica de la muerte.
Gloria y fama
Existe en el mundo clásico una forma de inmortalidad que los héroes se
disputan: la fama, el recuerdo de sus hazañas a través de los tiempos. Por esa
inmortalidad Aquiles decide morir joven y no palidecer en una existencia vulgar
para que los poetas ensalcen su nombre.
El recuerdo será la forma de inmortalidad más grata para los hombres porque
si exceptuamos esos Campos Elíseos o esas Islas Afortunadas, apenas
documentados, a los que las almas acceden tras mil años de sufrimiento en
reencarnaciones sucesivas, lo que queda es una existencia lúgubre, exangüe,
muda y sin escapatoria del mundo de los espectros. Siglos más tarde
Shakespeare escribirá el epitafio perfecto, según el escritor Tomás Eloy
Martínez: “Perduraré donde más alienta el aliento, es decir, en los labios de los
hombres”.