Los Hermanos Leight 02 - Gloria en Texas

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Gloria en Texas

Los Hermanos Leight 02

Lorraine Heath

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CAPÍTULO 1

Mayo de 1881

Sueños. Imágenes de la telaraña que la mayoría de la gente lleva


consigo mientras duerme, para Dallas Leigh, eran el incentivo que lo
despertaba antes del amanecer, el ímpetu que lo empujaba hacia la
medianoche.
Los sueños eran los escalones para la gloria.
Persiguiéndolos, había alcanzado un nivel de éxito que excedía el
alcance de la mayoría de los hombres y había adquirido todo lo que se
había propuesto tener: tierras, ganado y riquezas más allá de sus más
altas expectativas.
Sin embargo, la desesperación lo mordía como un perro muerto de
hambre, que acababa de descubrir un hueso oculto, y mientras miraba
las estrellas que cubrían el cielo aterciopelado, sintió como si no hubiera
logrado nada.
Era un hombre con un único sueño que permanecía intacto, el que
había servido como faro guía para cada objetivo que había cumplido. Sin
la realización de su mayor deseo, sus otros logros significaban poco, y
temía que no significaran nada en absoluto, si nunca tuviera un hijo con
quien compartirlos.
El calor persistente en la tierra reseca, se filtró a través de su
espalda, mientras apoyaba su columna vertebral en una posición más
cómoda contra el nudoso y retorcido poste, que servía como uno de los
mil anclajes para su valla de alambre de púas.
Odiaba el alambrado con pasión, pero sabía que estaba destinado
a convertirse en esencial para la supervivencia de todos los rancheros,
de la misma manera que el ferrocarril había entrado en sus vidas. Los
trabajadores continuaban extendiendo los rieles que llevaban cada vez a
más personas hacia el oeste. Los días de conocer al vecino y de respetar
dónde terminaba su tierra y dónde comenzaba la tierra de un hombre,
disminuían. El alambre de púas aclaraba las diferencias, marcaba el
dominio de un hombre y no dejaba dudas sobre su propiedad.
Desafortunadamente, era un aspecto del futuro que solo unos
pocos hombres podían imaginar, y aquellos cegados por las tradiciones
del pasado estaban decididos a que el alambre de púas no resistiera el
paso del tiempo.
Dallas Leigh intentaba asegurarse de que sí lo hiciera.
- ¿Dallas? - El ronco susurro, momentáneamente silenció la serenata
nocturna de los grillos, ranas y saltamontes.
Echó un vistazo a su hermano menor, que estaba tendido en el
suelo, con los brazos cruzados bajo su cabeza oscura y su cuerpo alto y
larguirucho paralelo a la valla.
- ¿Qué?
- ¿Cuánto tiempo nos quedaremos? - preguntó Austin.

- Toda la noche si tenemos que hacerlo.


- ¿Qué te hace pensar que vendrán?
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- La luna llena. A los hermanos McQueen les gusta robar y destruir a la
luz de la luna llena.
- No sé cómo puedes estar seguro de que van a cortar el cable aquí
mismo, - dijo Austin, la exasperación atravesada por su voz juvenil. A los
veintiún años, tenía poca paciencia cuando se trataba de esperar el
momento siguiente.
- No sé dónde van a cortarlo, pero si cierras la boca, escucharemos el
sonido metálico del corte viajando a lo largo del cable, y sabremos en
qué dirección ir. Solo cierra los ojos e imagina que estás escuchando ese
primer tintineo que proviene de tu violín cuando lo golpeas con el arco.
- No golpeo mi arco con nada. Lo coloco sobre las cuerdas con la misma
suavidad con la que toco la mejilla suave de una mujer o presiono mis
labios contra su cálida boca. Luego de acariciar lenta y largamente, el
camino hacia...
- ¿Te callas? - gruñó una voz más
profunda.
Dallas no necesitó inclinarse hacia adelante para ver la expresión
de disgusto que sabía que encontraría en la cara de Houston. Su
hermano del medio, era el único
que tenía una esposa, y Dallas imaginó que en este momento preferiría
estar acurrucado en la cama, con ella acurrucada contra su costado.
Apreciaba el hecho de que Houston estuviera, en cambio, protegiendo la
cerca.
Austin rió disimuladamente.
- Estás disgustado porque no estás en casa creando tus propias caricias.
- Cuida tu boca, muchacho - advirtió Houston - Vas a cruzar al territorio
peligroso si traes a mi esposa a esta conversación.
- Sabes que no diría nada malo sobre Amelia. Solo imagino que
preferirías estar en casa haciendo otro bebé, en lugar de sentarte aquí
esperando algo que podría no suceder.
- Ya hemos creado otro bebé - dijo Houston, orgulloso y con una gran
cantidad de afecto reflejada en su voz.
Dallas se lanzó hacia adelante para poder ver el rostro de su
hermano iluminado por la luz de la luna. A pesar de las fuertes cicatrices
en el lado izquierdo de la cara y el parche negro que ocultaba lo peor de
todo, Houston parecía ser un hombre que había cumplido todos los
sueños que alguna vez se había atrevido a desear. Dallas a veces le
envidiaba esa satisfacción, especialmente cuando la había logrado
robándole su esposa.
- ¿Cuando pasó esto? - preguntó Dallas.
Houston tiró del borde de su sombrero.
- Demonios, no sé. En algún momento del mes pasado, más o menos,
creo. Amelia acaba de decírmelo esta noche, antes de salir.
- Así que Maggie May va a tener un hermanito o hermanita - dijo Austin,
con una amplia sonrisa brillando como los rayos de luna que

atravesaban las nubes - Me imagino que no planeas nombrar a todos tus


hijos como el mes en que nacieron, ¿o sí?
Houston se encogió de hombros.
- Los nombraré como Amelia quiera
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nombrarlos.
Dallas volvió a recostarse contra el poste.
- Estoy muy feliz de que hayas arrebatado a esa mujer de mis manos. No
me gustaría vivir mi vida en torno a los deseos y necesidades de una
mujer.
- Si la amaras, tanto como yo amo a Amelia, te gustaría - dijo Houston.
Dallas tuvo que admitir que probablemente lo haría, pero
encontrar a una mujer a quien amar en una tierra poblada
principalmente por vaqueros y perros de las praderas, no era una tarea
fácil.
Demonios, ni siquiera podía encontrar a una mujer para casarse y
que le diera su hijo, mucho menos a una mujer a quien amar.
La ausencia de mujeres decentes en esta parte del oeste de Texas,
era una espina clavada en su costado, un dolor persistente en su
corazón, y una barrera firme para el cumplimiento de su gloria final: un
hijo al que pudiera transmitir el legado por el que había trabajado tan
duro, domando una tierra conocida por sus desilusiones y promesas
rotas.
Había esperado fundar una ciudad que atrajera mujeres al área,
pero Leighton crecía lentamente. El banquero, Lester Henderson, tenía
una esposa que fácilmente ocupaba todo el ancho del malecón cuando
se dirigía a la tienda general. Perry Oliver, el dueño de dicha tienda, era
viudo y tenía una hija encantadora. Dallas había considerado pedirle al
comerciante la mano de su hija. A los dieciséis años, su madre se había
casado con su padre, pero Dallas no podía casarse con una mujer menor
de la mitad de su edad. Además, sospechaba que Austin había puesto la
mira en la joven. ¿Por qué otra razón sino su hermano tendría una
excusa para ir a la ciudad todos los días a comprar algún artilugio inútil
de la tienda general?
Ni el sheriff, ni el encargado del salón, ni el médico habían traído
mujeres con ellos. La costurera de la ciudad, Mimi St. Claire, no estaba
casada, pero tenía alrededor de cuarenta, con suerte.
Con resignación, Dallas llegó a la conclusión de que, una vez más,
tendría que buscar más allá de su pueblo, más allá de la pradera, para
encontrar a una mujer que pudiera dar a luz su hijo. A los treinta y cinco
años, comenzaba a sentir el peso de los años presionándolo. Él
necesitaba un hijo.
Quería un hijo sentado a su lado en este mismo momento,
compartiendo la anticipación de la noche. Quería contar las estrellas con
su hijo. Necesitaba sentir la brisa sobre sus rostros y saber que cuando
ya no tocara su rostro, cuando Dallas estuviera muerto y enterrado, la
brisa continuaría acariciando la cara de su hijo.

El río cercano corría al ritmo de la canción de cuna de la


Naturaleza: el crujido de los insectos se mezclaba con el zumbido
ocasional de las alas de un búho y el aullido de un coyote acosando a la
distancia. Dallas quería que su hijo escuchara esa canción, para apreciar
la magnificencia de la naturaleza, domarla, poseerla. Se imaginaba a su
hijo de pie aquí desde hacía años, mirando todo lo que habían logrado,
escuchando el roce del río en la orilla fangosa, escuchando el... ¡Silbido!
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La melodía de la destrucción irrumpió en la noche. Dallas se puso
en pie de un salto y cuando volvió a oírse el agudo silbido dijo:
- Están al sur.
Él y sus hermanos montaron sus caballos con una agilidad que
venía de años de perseguir ganado en estampida. El resplandor plateado
de la luna iluminaba su camino a lo largo del borde del río.
Con un firme agarre, Dallas retiró la cuerda enrollada de su silla de
montar. Solo necesitaba la presión segura de sus muslos para guiar al
semental que lo había ayudado a resguardar al ganado del norte.
Cuando las sombras de tres hombres emergieron de la oscuridad,
el caballo no titubeó. El hombre más alto disparó su arma, mientras los
otros dos luchaban con sus caballos. Dallas escuchó gritos y alaridos.
Los caballos resoplaban, relinchaban y se alzaban, con sus cascos
cortando el aire.
Alzando su brazo, Dallas chasqueó la muñeca y lanzó un bucle que
silbó a través del aire bochornoso y rodeó a Boyd McQueen. Dallas tiró
con fuerza de la cuerda. La pistola voló de la mano de McQueen
mientras caía al suelo. Sin dudarlo, Dallas aseguró su extremo de la
cuerda alrededor del cuerno de la silla de montar, colocó los talones a
los costados de su caballo y galopó hacia el precioso río.
Dallas miró por encima del hombro. La luz de la luna se reflejaba
en la cara enojada de Boyd McQueen. Dallas se sintió satisfecho con la
furia del hombre y guió a su caballo de carrera hacia las aguas poco
profundas que se asemejaban más a un riachuelo que a un río en toda
regla.
- ¡Maldito seas, Leigh! - McQueen gritó justo antes de que el caballo
chapoteara en el centro del arroyo.
El agua roció las piernas de Dallas. Miró hacia atrás para
asegurarse de que la cabeza de McQueen estaba fuera de la superficie.
No quería que el hombre se ahogara, pero tenía la intención de darle un
duro paseo.
Dallas escuchó el eco de tres disparos rápidos. No sonaron
disparos en respuesta. El misterioso silencio que siguió señaló una
advertencia. Hizo que su caballo se detuviera. Sus hermanos no estaban
detrás de él. Tres disparos más rugieron.
Gimiendo, McQueen luchó por ponerse de pie, farfullando
obscenidades que Dallas no se detuvo a responder. Soltando la cuerda
del cuerno de la silla de montar, empujó a su caballo hacia la valla.

La alarma se deslizó por su espalda cuando vio las siluetas de dos


hombres de pie y un hombre arrodillado. Desmontó antes de que su
caballo se detuviera. Cayó de rodillas junto al hombre tendido sobre el
suelo.
- ¿Qué pasó? - preguntó Dallas.
- Austin recibió la bala que Boyd disparó, y no se ve bien - dijo
Houston.

- ¿Dónde demonios está el maldito doctor? - gruñó Dallas mientras


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miraba por la ventana del dormitorio. Había enviado a su capataz a la
ciudad para buscar al médico, pero eso había sido hacía más de dos
horas.
- Él estará aquí pronto - dijo Amelia en voz baja. Mientras Dallas había
traído a Austin a casa, sin la ayuda de los hermanos McQueen, Houston
había ido hasta su casa a buscar a su esposa e hija. Con la inocencia de
un niño, Maggie había visto la carrera a la casa de su tío, en la oscuridad
de la noche, como una aventura.
Dallas se dirigió hacia la cama donde yacía su hermano, con los
ojos cerrados y la respiración entrecortada. Vio como Amelia pasaba un
paño húmedo sobre la cara de Austin. Habían detenido el flujo de
sangre, pero necesitaban que el médico retirara la bala del hombro de
Austin. No había salido del otro lado, así que Dallas solo podía suponer
que estaba incrustada en su hueso. Tuvo suerte de que la bala no
hubiera entrado más bajo y atravesado su corazón.
- Se ve demasiado pálido.
Amelia levantó su mirada hacia la de él. Tenía los ojos verdes más
bonitos que jamás había visto. Recordó un momento en que pensó que
fácilmente podría enamorarse de esos ojos. Tal vez lo había hecho.
- No creo que sea tan malo como cuando Houston recibió un disparo -
dijo en voz baja.
- Me sentiría muchísimo mejor si se despertara.
Volvió a su tarea de pasar el paño por la frente de Austin.
- Él solo sentiría dolor.
Mejor el dolor que la muerte. Dallas miró a Houston que estaba
sentado en una silla cercana, sosteniendo su propia vigilia silenciosa,
con su hija dormida acurrucada en el regazo.
- Creo que piensas que debería haber manejado esto de otra manera -
dijo Dallas.
- No tiene sentido para mí construir una ciudad, contratar un sheriff, y
luego no usarlo cuando tienes problemas.
- Lo contraté para proteger a los ciudadanos. Puedo manejar mis propios
problemas.
- No se puede tener las dos cosas, Dallas. Si traes a la ley aquí, entonces
no puedes ser tu propia ley.

- Puedo ser cualquier cosa que malditamente quiera ser. Es mi tierra.


McQueen aprenderá a mantenerse al margen, y yo mismo le enseñaré la
lección.
- ¿Pero a qué
precio?
Las palabras resonaron en voz alta con preocupación. Dallas volvió
su atención a su hermano herido.
- ¿Por qué no metes a tu hija en mi cama? - sugirió en voz baja a
Houston.
- Lo haré - respondió mientras se ponía de pie fácilmente, sin despertar a
Maggie. Y salió de la habitación.
Dallas envolvió su mano con fuerza alrededor de la pata de la
cama, en busca de respuestas a su desafortunado dilema. Los McQueen
se habían mudado al área hacía tres años, pensando que habían
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comprado la tierra que corría a ambos lados del río. Dallas sospechaba
que la persona que les había vendido la tierra había sido un atracador de
tierras. El acaparamiento de tierras había sido una práctica común
después de la guerra. Un hombre compraría una parcela de tierra y
extendería los límites tan lejos como quisiera, a menudo publicando un
aviso en un periódico para validar su reclamo. Aunque la práctica
generalmente funcionaba, el aviso en el periódico no era legalmente
vinculante. Dallas había presentado reclamaciones ante la oficina de
tierras por cada hectárea de tierra que poseía. Desafortunadamente, los
McQueen parecían creer, como muchos rancheros, que una pistola
hablaba más fuerte que la ley. Se habían negado a reconocer la escritura
de Dallas sobre la superficie cultivada y habían empujado
descaradamente a sus animales a pastorear por sus tierras.
No le habría importado compartir su agua o su hierba si no
necesitara controlar la cría de ganado para poder mejorar la calidad de
la carne que producían sus vacas.
Había comenzado a levantar su valla de alambre de púas. Si los
McQueen lo hubieran aceptado, Dallas les hubiese dejado una parte del
río abierta. Pero habían derribado la cerca antes de que los hombres de
Dallas la terminaran de colocar. Irritante, pero inofensivo. Dallas había
visitado a Angus McQueen y le había exigido que mantuviera sujetos a
sus hijos. Entonces Dallas había ordenado a sus hombres que terminaran
de construir la cerca y que la llevaran más allá del río.
Dos meses atrás, los hijos de Angus McQueen habían destruido
otra vez una sección de la cerca, cortando el alambre, quemando los
postes y matando a casi cuarenta cabezas de ganado, la mayoría al
borde del parto. Dallas le había mandado a Angus McQueen una factura
por los daños, que el hombre se había negado a pagar porque Dallas no
podía probar que habían sido sus hijos los que derribaron la valla y
habían asesinado al ganado.
Dallas ciertamente podría probar que McQueen había cortado su
alambre esta noche, pero como Houston había declarado, ¿a qué costo?

Mantuvo sus pensamientos y su silencio cuando Houston regresó a la


habitación y tomó su vigilia en la silla al lado de la cama.
Dallas giró en redondo mientras suaves pasos se cercaban por el
pasillo. El alivio lo invadió cuando el Dr. Freeman entró arrastrando los
pies en la habitación. El hombre alto y delgado parecía como si estuviera
golpeando a la puerta de la muerte él mismo. Sus huesos crujieron
cuando cruzó la habitación sin decir una palabra. Puso su bolsa negra
sobre la mesita de noche y comenzó a examinar la herida de Austin.
- ¿Dónde diablos ha estado?- exigió Dallas.
- Tuve que ponerle el brazo en su lugar a Boyd McQueen - El doctor
Freeman miró por encima del hombro a Dallas y alzó una ceja blanca y
delgada, sus ojos grises y acerados acusándolo - Boyd dijo que usted se
lo rompió.
Las dos emociones cruzaban las entrañas de Dallas: furia porque
McQueen había hecho que el médico atendiera egoístamente sus
necesidades, sabiendo todo el tiempo que su bala había golpeado a
Austin; y culpa porque no se había dado cuenta de que había roto el
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brazo de Boyd cuando lo había arrastrado a través del río.
- ¿Le dijo McQueen que le disparó a Austin?
El Dr. Freeman suspiró.
- No, no supe esa información hasta que volví a casa y encontré a su
capataz esperándome - Negando con la cabeza, comenzó a tocar con los
dedos alrededor de la carne devastada de Austin - Usted y los McQueen
necesitan resolver sus diferencias antes de que toda esta área se
convierta en una zona de guerra.
- ¿El Sr. McQueen va a estar bien? - preguntó Amelia.
- Sí, señora. Fue una quebradura limpia, y lo dejé al cuidado de su
hermana.
Dallas miró al doctor como si acabara de hablar en un idioma
extranjero. - ¿Hermana? ¿Boyd McQueen tiene una hermana?
- Sí. Tímida cosa - dijo el Dr. Freeman ausente mientras abría su bolsa
negra - Oí decir que ella pasó la mayor parte de su infancia y
adolescencia atendiendo a su madre enferma. Supongo que pasó tanto
tiempo siendo obligada a quedarse en casa que nunca piensa irse ahora
que ha crecido.
- ¿Cuánto creció? - preguntó Dallas.
- ¿Qué?
- Quiero decir ¿cuántos años tiene ella?
- Veintiséis.
- ¿Veintiséis? - repitió Dallas.
El Dr. Freeman se dio vuelta y lo miró.
- ¿Debo verificar su audición antes de
irme?
- Simplemente no sabía que McQueen tenía una hermana.
- Bueno, ahora ya lo sabe. Vaya a buscar más linternas y lámparas para
que pueda tener suficiente luz aquí para sacar esta bala.

Unas horas más tarde, Dallas observó a su hermano menor


mientras dormía, con el hombro envuelto en vendas. El Dr. Freeman le
había asegurado que Austin no estaba en peligro. Él estaría dolorido,
débil y de mal humor, pero sobreviviría. Aun así, Dallas decidió que se
sentiría mucho más confiado con el pronóstico del médico si Austin se
despertara.
Dallas asumió que Houston tenía sus mismas inquietudes. Su
hermano había convencido a Amelia de que durmiera con Maggie,
mientras él estaba sentado en el lado opuesto de la cama, sin apartar su
mirada de Austin.
Cuando los plumosos dedos del amanecer entraron en la
habitación, Austin abrió lentamente los ojos. Con un gemido bajo, hizo
una mueca. Dallas se adelantó.
- ¿Tienes mucho
dolor?
- Ese bastardo inútil me disparó en el hombro - graznó Austin - ¿Cómo
voy a tocar mi violín?
- Encontrarás la manera - le aseguró Dallas.
- Cuando... esté lo suficientemente fuerte... digo que los echamos de su
tierra. - Los ojos de Austin se cerraron.
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- ¿Dallas?
Se giró y se encontró con la mirada turbada de Houston.
- Dallas, tienes que hacer algo para detener esta pelea. El Dr. Freeman
tiene razón. La próxima vez, tal vez no tengamos tanta suerte, y no
quiero que mi familia quede atrapada en el medio - Houston se movió
incómodamente en la silla - No tendré a mi familia atrapada en el medio.
Si tengo que elegir…
- No tendrás que elegir. He estado reflexionando sobre la situación, y
creo que puedo tener una solución a nuestro problema. Voy a programar
una reunión con Angus McQueen y ver si podemos llegar a algún tipo de
acuerdo.
- Bueno - Houston se puso de pie, plantó sus manos contra la parte baja
de su espalda y se estiró hacia atrás - Voy a dormir un poco - comenzó a
caminar hacia la puerta.
- ¿Houston? - se detuvo y se volvió. Dallas pesó sus palabras.
- ¿Crees que la hermana de McQueen es tan mezquina como él?
- ¿Qué diferencia habría? - le
preguntó.
Dallas miró la cara pálida de Austin.
- No, no hay diferencia. No hay diferencia en
absoluto.

- ¡Por Dios, no tienes derecho! - gritó


Angus.
Echándose hacia atrás, Dallas apoyó los codos en los brazos de
madera de su silla de cuero y entrelazó sus largos dedos presionándolos
contra sus tensos labios. Estrechó sus ojos marrón oscuro y miró la baba

que había salido de la boca de McQueen y que caía por el borde de su


escritorio de caoba. Podía imaginarse cómo se deslizaba por el frente de
su escritorio, como una babosa que se escapa por la noche para cubrir la
tierra de baba.
Lentamente, levantó sus ojos hacia los de su adversario.
- Tengo todo el derecho de vallar en mi tierra - dijo con calma.
- ¡Pero estás cercando el río!
- Está en mi tierra. Cualquier ranchero de sólida reputación se pondría
de mi lado. Nadie me culparía por colgar a tus hijos del árbol más
cercano. Tenemos un código no escrito, que la mayoría de los ganaderos
honran. Una vez que un hombre tiene un derecho válido a un río o a un
pozo de agua, otro vaquero no llegará a menos de veinticinco millas de
él, con o sin una cerca. Nadie habría cuestionado mi derecho a llevar la
cerca más atrás, pero graciosamente dejé kilómetros de tierra abiertos
para pastorear.
- Para burlarte de nosotros. No necesito praderas, ¡maldita sea!
¡Necesito agua!
- Tienes arroyos y ríos en tu tierra.
- No tengo más que lechos de arroyos secos.
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Dallas negó con la cabeza en señal de simpatía.
- No puedo evitar que la Naturaleza elija secar tu suministro de agua y
dejar que fluya el mío, pero no me separaré gratuitamente de nada mío.
La cara de McQueen se volvió de un rojo moteado. Se le ocurrió a
Dallas que el hombre podría tener un ataque de apoplejía aquí en su
oficina. Entonces nunca obtendría lo que quería.
- ¿Gratuitamente? - murmuró Angus - No compartirás tu agua
gratuitamente, pero lo harás por un precio. ¿De eso se trata esta
reunión? ¿Es por eso que vallaste el río? ¿Así podrías conseguir algo por
el agua? ¿Suficiente como para robar mi tierra?
- He tenido esa extensión de tierra desde
1868.
Angus resopló.
- Eso es lo que tú dices.
- La ley respalda mi reclamo - le recordó Dallas.
Angus soltó fuerte el aliento.
- Entonces pon tu precio por el agua, y yo lo pagaré. ¿Qué
quieres?
¿Dinero? ¿Ganado? ¿Más tierras?
Dallas bajó las manos hasta su regazo, los dedos de su mano
derecha acariciando el mango de marfil del arma atada a su muslo.
Debería haber insistido en que esta reunión se llevara a cabo sin armas.
- Tengo dinero. Tengo ganado. Tengo tierras. Quiero algo que no tengo.
Algo tan precioso como el agua fresca. Algo tan hermoso como un río
que fluye - Dándole a sus palabras un momento para hacer eco dentro
de la cabeza de McQueen, apretó su mano alrededor de la pistola - Algo
tan puro como el agua brillando bajo el sol.
Angus negó con la cabeza.

- Estás hablando en acertijos. No tengo nada que sea puro, precioso y


bello.
- He oído que tienes una hija - dijo Dallas, deseando no haber sido tan
directo.
Los surcos que recorrían la frente de McQueen se profundizaron.
- Sí, tengo una hija, pero no veo qué tiene que ver
eso.
Dallas estaba empezando a cuestionar la sabiduría de mantener su
reunión con Angus, preguntándose si hubiera sido mejor discutir los
detalles de su compromiso con Boyd
- Tal vez no te hayas dado cuenta, pero las mujeres escasean por estas
tierras. Necesito un hijo.
- ¡Dios mío! ¡No puedes hablar en serio! - gritó McQueen, sus ojos
sobresalían de sus órbitas.
- Estoy hablando en serio.
Angus se desplomó en su silla.
- ¿Me darás acceso a tu agua si te doy acceso a mi hija?
Con una velocidad que Dallas nunca hubiera esperado de un
hombre tan corpulento, Angus se lanzó sobre el escritorio y agarró la
camisa de Dallas. Éste sacó el arma de su funda y la clavó en los
pliegues del cuello de Angus, pero el hombre aparentemente estaba
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demasiado enojado como para darse cuenta. Arrojó saliva sobre la cara
de Dallas.
- Te veré muerto primero - gruñó
Angus.
- Eso no te llevará al agua - dijo Dallas en voz
baja.
- ¡No te daré a mi hija para que la uses como a una puta!
- No la quiero como una prostituta. La quiero como mi
esposa.
Angus McQueen parpadeó.
- ¿Quieres casarte con ella?
- ¿Hay alguna razón por la que no debería?
Angus se dejó caer en la silla.
- ¿Quieres casarte con Cordelia?
¿Cordelia? ¿Iba a tirar su valla por una mujer llamada Cordelia?
¿En qué diablos estaba pensando McQueen cuando se le ocurrió ese
nombre?
- Ni siquiera la conoces - dijo McQueen.
Dallas se inclinó hacia adelante.
- Mire, McQueen, hemos estado discutiendo sobre esa franja de tierra
durante tres años. La ley dice que es mía y me da el derecho de rodear y
proteger lo que es mío. Sus hijos mataron mi ganado...
- No puedes probarlo.
- Hace dos noches, casi mataron a mi hermano. Fui a la guerra cuando
tenía catorce años. He peleado con yanquis, indios, renegados, forajidos,
y ahora estoy luchando contra mis vecinos - Dallas se hundió en su silla -
Estoy cansado de luchar. Angus, necesito un hijo al que pueda pasar mi
legado. Necesito una esposa que me dé un heredero legítimo. Las
candidatas por aquí son escasas...

Angus salió de la silla y golpeó el escritorio con el puño.


- ¿Las candidatas? Si fuera diez años más joven te golpearía en la cara
por pensar tan pobremente sobre mi hija.
- Pienso muy bien de ella porque respeto a su padre. Ambos trabajamos
duro para esculpir un imperio en tierras desoladas, y ambos estamos a
punto de destruir todo lo que hemos logrado. El alambre de púas es
parte del futuro. Lo pongo, tú lo derribas. Voy a seguir poniéndolo -
respiró hondo, listo para jugar su mano final - Pero mañana al amanecer,
le voy a dar a mis hombres la orden de disparar a matar a cualquiera
que toque mi alambrado o traspase mi tierra.
- Eres un hijo de puta - gruñó Angus.
- Tal vez, pero he puesto mi corazón y mi alma en este rancho. No voy a
dejar que lo destruyas. Casarme con tu hija nos dará un vínculo en
común.
- Ni siquiera la conoces - repitió Angus, inclinando la cabeza - Ella es…
Dallas tuvo su primer presentimiento.
- ¿Ella es qué?
- Frágil, delicada, como su madre - Él levantó su mirada - Honestamente,
por Dios, no sé si ella podría sobrevivir estando casada contigo.
- Nunca la lastimaré. Te doy mi palabra sobre
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eso.
Angus caminó hacia la ventana. Más allá del cristal, la tierra se
extendía hasta la eternidad.
- ¿Retirarás tu valla?
- La mañana después de que nos casemos.
Angus asintió lentamente.
- Dame la tierra que corre por veinticinco millas a lo largo de ambos
lados del río para mí, y la tendré en la puerta de tu casa mañana por la
tarde.
¡Maldita sea! Dallas se preguntó si Angus había leído la
desesperación en su voz o en sus ojos. De cualquier manera, Dallas
había perdido su ventaja, y al mirar la arrogante inclinación de la barbilla
de su vecino y el brillo en sus ojos, supo que Angus entendía que tenía la
sartén por el mango.
- Cuando ella me dé un hijo, te entregaré la tierra.
Angus lo señaló con un dedo tembloroso.
- Toda la tierra que pensé que tenía cuando vine aquí.
- Cada acre.

- ¿Estás loco? - rugió Houston.


Luchando por no retorcerse, Dallas miró las llamas que ardían en
el hogar. Su hermano, de todas las personas en el mundo, debería
entender su deseo de tener una esposa. Demonios, él se había llevado a

su primera esposa. Houston podría al menos apoyarlo en su búsqueda


para encontrar un reemplazo.
- Tal vez lo sea, pero la ciudad que estamos construyendo no ha hecho
mucho por traer mujeres aquí. Mujeres elegibles.
- ¡Ni siquiera la
conoces!
Dallas giró y se encontró con la mirada de su hermano.
- Tampoco conocía a Amelia cuando me casé con ella.
- La conocías mucho mejor de lo que conoces a la hija de Angus. Al
menos se habían escrito cartas. ¿Qué demonios sabes sobre esta mujer?
- Que tiene veintiséis... y es
delicada.
- Por lo que escuché, tampoco me imagino que ella se mire mucho al
espejo.
Dallas giró la cabeza para mirar a Austin, que se sentó en una silla
frotándose el hombro, con la cara aún enmascarada por el dolor.
- ¿Qué has escuchado? - le preguntó.
- Cameron McQueen me dijo que no tiene nariz.
- ¡¿Qué quieres decir con que no tiene nariz?!
Austin levantó su hombro ileso.
- Me dijeron que los indios se la cortaron. Esto casi le rompió el corazón,
por lo que su pa le fabricó una de cera. Le quitó el alambre a unas gafas

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y lo enganchó a la cera para que tenga una nariz para usar,
colocándosela y sacándosela... como si fueran unas gafas.
El estómago de Dallas se revolvió. ¿Por qué Angus no había
revelado ese pequeño defecto de su hija? Porque no había querido
perder la oportunidad de obtener el agua y la tierra. Imaginó que los
hombres de McQueen se estaban riendo mucho, ahora mismo.
- Ya detén esto - dijo Houston.
- No. Di mi palabra, y por Dios, que la
cumpliré.
- Al menos ve a conocerla antes.
Dallas movió su mano en el aire.
- No hace ninguna diferencia para mí. ¡Quiero un hijo, maldita sea! Ella
no necesita una nariz para darme un hijo.
Houston recogió su sombrero de una mesa cercana y lo colocó
sobre su frente.
- ¿Sabes?, hasta este momento, siempre me sentí culpable por quitarte
a Amelia. Ahora, estoy feliz de haberlo hecho. Era un regalo que nunca
hubieras aprendido a apreciar.
- ¿Qué demonios significa eso? - preguntó Dallas.
- Significa que a pesar de todo tu enorme imperio, hermano mayor,
nunca serás un hombre rico.

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CAPITULO 2

Era parte de la vida de una mujer vivir dentro de las sombras


proyectadas por los hombres.
Cordelia McQueen conocía esa desafortunada verdad y entendía muy
bien sus ramificaciones.
Con las manos cruzadas sobre su regazo, miró por la ventana
hacia el horizonte donde el sol se retiraba con valentía. Nunca había
culpado a su madre por querer correr hacia los majestuosos azules y
lavandas que se desplegaban en el cielo. Su madre lo había llamado
"una aventura", pero incluso a la edad de doce años, Cordelia lo había
reconocido como lo que era: una huida.
Su madre hizo una maleta y le dijo a Cordelia y Cameron que
recogieran sus posesiones más preciadas. Explicó que Boyd y Duncan
eran demasiado grandes para emprender esa aventura, ellos, en
cambio, eran muy pequeños para quedarse atrás.
Estaban caminando por el pasillo, cuando su padre subió las
escaleras, su rostro enrojecido por la furia.
Cordelia tiró de Cameron hacia un rincón, escondiendo el rostro de
su hermanito en el hueco de su hombro, mientras su padre chillaba y
decía a los gritos que Joe Armstrong no se llevaría a su esposa, su
propiedad, a ninguna parte.
El terror barrió la cara de su madre. Se giró hacia las escaleras, y
su padre sacudiéndola la dio vuelta.

- ¡Así es! ¡Lo sé! ¡Lo sé todo! - Le escupió y le dio una bofetada en la
cara, que la hizo caer escaleras abajo.
El grito de su madre resonó claramente en la mente de Cordelia,
como si lo hubiera escuchado en este mismo momento. Durante diez
largos años, ella se había preocupado por la mujer que una vez se había
preocupado por ella. La "caída accidental", como su padre se refería a
ella, había dejado a su madre inválida, con los ojos tristes alojados
dentro de un cuerpo inmóvil, sus pensamientos atrapados por una boca
que ya no podía hablar. Solo cuando los ojos de su madre se llenaron de
lágrimas, Cordelia supo con certeza que vivía dentro de una cáscara
maldita que la mantenía prisionera.
Su madre simplemente había cambiado una prisión por otra. Y
ahora parecía que Cordelia haría lo mismo.
- ¡Maldición, papá! Hay otras formas de obtener el agua que
necesitamos - dijo Cameron. Seis años más joven que ella, él siempre
había sido su campeón. A menudo, su cabello rubio y sus ojos azul claro
le recordaban al capataz que había desaparecido el día en que su madre
resultó herida. - ¡No tienes que darle a Cordelia a ese hombre!
Ese hombre.
Cordelia había visto a Dallas Leigh una vez, y solo desde la
distancia. Era más alto y más ancho que ella, y cuando anunció que la
tierra que estaba acordonando iba a ser utilizada para levantar una
ciudad, el viento había sido lo suficientemente amable como para
trasladar su profunda voz a todos los que se habían reunido alrededor de
él. Ella no creía que fuera un hombre que se hubiera conformado con
15
menos.
Ahora estaba exigiendo que se convirtiera en su esposa. El
pensamiento la aterrorizó.
- Este asunto no está abierto a discusión, Cameron - dijo Boyd. Un
centinela alto y oscuro, ubicado detrás de la silla de su padre. Desde que
se habían trasladado desde Kansas a Texas, después de la muerte de su
madre, la salud de su padre había decaído considerablemente. Dentro
de la familia, Boyd descaradamente había ejercido el poder. Solo el amor
y el respeto por su padre, le permitió dejar que los extraños pensaran
que él seguía a cargo.
- Cuando quiera tu opinión sobre un asunto, Cameron, la pediré - dijo su
padre.
- Solo
decía.
- Sé lo que estás diciendo, y no estoy interesado en escucharte. Ya le he
dado mi palabra.
- Bien, no romperás tu palabra si muere esta noche, y ciertamente
podemos arreglar eso - dijo Duncan.
Cordelia mantuvo su mirada fija en los tonos rosados que se
extendían por el horizonte. No deseaba ver la profundidad del odio hacia
este hombre. Había visto una vez un odio tan profundo: cuando su padre
se había enfrentado a su madre. No sabía cómo detenerlo.

Cuando era niña, se había escondido en un rincón oscuro. Como


mujer tenía un fuerte deseo de esconderse de nuevo, en su habitación,
en lo profundo de uno de sus libros. Temía que Duncan no estuviera de
humor para bromear. Mientras su padre continuaba callado, ella se
preocupó porque pudiera pensar que el asesinato podía tener algún
mérito.
- ¡Matarlo no nos dará el agua!- gritó finalmente su padre. - De eso se
trata todo esto. ¡Del agua!
- ¡Leigh no la tratará mejor que a una puta! - rugió Duncan.
Furiosa, Cordelia apretó las manos en su regazo. Odiaba la ira y la
rabia, odiaba la forma en que distorsionaba los rostros de los que
amaba, porque amaba a sus hermanos, excepto cuando se
transformaban en rostros que temía.
- Cordelia, ve a tu habitación. Tus hermanos y yo obviamente tenemos
algunos detalles para resolver - ladró su padre.
Se puso de pie, sus manos dolían cuando sus dedos se apretaron
alrededor de ellas. Había considerado llorar. Había considerado caer de
rodillas y suplicar, pero había aprendido hacía mucho tiempo que
cuando su padre y Boyd se ponían un objetivo, nada los detenía. Rescató
el poco orgullo que le quedaba, inclinó la barbilla y se encontró con la
mirada de su padre.
- Padre, no me opongo a este
matrimonio.
Cameron parecía como si acabara de apuntarle con un arma.
- No puedes hablar en serio.
Ella dio un paso tentativo hacia adelante.
- Trata de entenderlo. El sueño de padre es criar ganado, y tú siempre
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has sido parte de él. Solo he podido mirar desde la ventana. Ahora,
tengo la oportunidad de ser parte de su sueño. Soy el medio por el cual
puede obtener el agua que necesita.
- No tienes idea de lo que pasa entre un hombre y una mujer, Cordelia -
dijo Cameron, en voz baja. Aborrecía la violencia tanto como ella, y
también sabía que él seguía las órdenes de Boyd, para que sus
hermanos nunca cuestionaran su hombría.
Miró a su padre, recordando cuando tenía seis años y una pesadilla
la había enviado corriendo a la habitación de sus padres. Su madre
estaba llorando. Sobre ella su padre se retorcía y chillaba, como un
cerdo mientras devoraba las sobras del comedero. Había llamado
maldita puta a su madre, y aunque Cordelia no había sabido qué
significaban esas palabras en ese momento, la fuerza con que su padre
las había escupido, se le habían grabado en la memoria.
- Lo sé, Cameron - dijo en voz baja.
- Entonces deberías entender por qué Duncan y yo nos oponemos a
esto. Dallas Leigh nos odia a todos y no te demostrará misericordia.
- Sin duda, él no es tan
cruel.
- Entonces, ¿por qué su primera esposa lo dejó a una semana de su
matrimonio? - preguntó Duncan.

Permaneció como un pilar de fuerza, mirándola como si realmente


esperara que supiera la respuesta. Cabello oscuro, ojos oscuros, era solo
su temperamento generalmente tranquilo lo que lo diferenciaba de
Boyd.
- Quiero hacer esto - mintió, en beneficio de la tranquilidad y por
Cameron, por nadie más.
Su padre golpeó su mano sobre la mesa.
- Entonces, por Dios, que se hará.

Desde que podía recordar, Cordelia había querido ser hombre,


disfrutar de las libertades que los hombres daban por sentado. Apartó la
cortina de la pequeña ventana de su carruaje de viaje y miró hacia la
tierra estéril y llana. ¿Cómo alguien podía considerar este lugar
desolado, como un paraíso?, estaba más allá de su entendimiento. ¿Por
qué los hombres lucharían por poseerlo?, era incomprensible para ella.
Pero hubo lucha. El brazo roto de Boyd servía como testamento de
una de las batallas, y esta noche el hombre que había lastimado a su
hermano, vendría a su cama. Oró pidiendo la fortaleza necesaria
para sufrir en silencio su toque, sin lágrimas.
Una gran casa de adobe apareció ante su vista. Ella solo podía
mirar la inmensa estructura rectangular. Un balcón rodeaba cada
ventana que podía ver en el segundo piso. El diseño almenado del techo,
le recordó un castillo sobre el que había leído una vez.
Cabalgando sobre su caballo al lado del carruaje, Cameron se
inclinó y se quitó el sombrero de la frente.
- Ahí vivirás, Dee.
- ¿Son torrecillas, esas en las esquinas?
17
- Sip. Me dijeron que el mismísimo Leigh diseñó la casa.
- Tal vez después de hoy, tú y Austin puedan ser un poco más abiertos
con su amistad.
Cameron negó con la cabeza.
- No por un tiempo. Por ahora no me verás cabalgando por aquí, Dee. El
odio es lo suficientemente espeso como para cortarlo con un cuchillo.
- Pensé que se suponía que el día de hoy haría que el odio se fuera.
- Lo que estás haciendo hoy, es como las olas del océano que bañan la
costa. No importa cuán fuertes sean, solo se llevan un poco de arena a
la vez.
Ella sonrió tímidamente.
- Eres un gran poeta, Cameron - Él se sonrojó como siempre que su
hermana lo elogiaba.
- Escucha, Dee, Dallas me da un susto de muerte, no lo negaré, pero
intentaré encontrar un momento a solas con él para pedirle que te
muestre un poco de dulzura esta noche.
Lo alcanzó a través de la ventana y puso su mano sobre la suya,
que descansaba sobre su muslo.

- Él será gentil o no, Cameron, y no creo que tus palabras lo cambien, así
que evita la confrontación. Estaré bien.
Se recostó contra el asiento del carruaje y se cubrió la cara con el
velo.

De pie en la galería delantera, con sus hermanos flanqueándolo a


ambos lados, Dallas observó la procesión que se acercaba. Parecía la
caballería, como si McQueen tuviera a todos los hombres que trabajaban
para él en la ceremonia.
Bueno. Él tenía a todos sus hombres aquí, así como a todos los de
la ciudad. Quería testigos, muchos testigos. Incluso había logrado
localizar al predicador del circuito.
El destino estaba de su lado.
Entornó los ojos hacia el coche rojo situado en el centro de la
procesión. Lo había visto una vez, el día que había acordonado la tierra
sobre la cual planeaba construir Leighton.
- ¿Crees que ella está dentro de ese carruaje rojo? -
preguntó.
Austin se apoyó contra un tirante.
- Sí, en eso viaja cuando se le permite salir, lo cual no ocurre muy a
menudo, según Cameron.
- Si sabes tanto sobre ella, ¿por qué no me comentaste que estaba en el
área? - preguntó Dallas.
Austin se encogió de hombros.
- No pensé que querrías una mujer que no tuviera nariz.
Dallas señaló con el dedo a cada uno de sus hermanos.
- No la miren boquiabiertos. El Dr. Freeman dijo que era tímida.
Probablemente sea por eso, así que no la miren fijamente.
- No estoy en posición de molestar a nadie que tenga una desfiguración -

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dijo Houston, pasándose el pulgar sobre las pesadas cicatrices que se
arrastraban por su mejilla debajo del parche en el ojo.
Dallas asintió y volvió su atención hacia la caravana.
- Una nariz no es importante. - Ojos. Los ojos eran importantes. Dios,
esperaba que tuviera unos ojos bonitos.
Los caballos y el carruaje se detuvieron. Todos los hombres
estaban sentados en sus sillas de montar, mirando con odio, ni una
sonrisa se veía.
- ¿Dónde está tu padre? - le preguntó Dallas a Boyd McQueen.
- Se sentía mal esta tarde, así que estaré actuando en su lugar, y quiero
hablar con usted en privado antes de la ceremonia.
- Bueno.
Dallas vio como Cameron desmontaba y abría la puerta del
carruaje. Una mano blanca enguantada, se deslizó en la bronceada de
Cameron. Una mano esbelta. De dedos largos. Apareció un pie cubierto
con una zapatilla blanca, seguido de una falda de seda blanca, un
corpiño de seda y encaje blanco y un velo, blanco. El velo cubría su

rostro, pero por detrás, Dallas podía ver su cabello negro azabache
recogido.
- Deja de mirar boquiabierto - susurró Houston a su lado, pero Dallas no
pudo evitarlo.
La mujer era alta. El Dr. Freeman había dicho que era una "pequeña cosa
tímida", y Dallas esperaba una mujer como Amelia, una mujer que no
llegara más allá del centro de su pecho. Pero Cordelia McQueen era tan
alta como sus hermanos. Pensó que la parte superior de su cabeza
podría estar al nivel de la punta de su nariz. Y era delgada, una buena
figura de mujer.
Dallas respiró hondo y salió de la galería. Notó que la mujer
apretaba sutilmente los dedos de la mano de su hermano. El grueso velo
ocultaba sus facciones, pero pensó que podría tener ojos oscuros. Él
podría vivir con una mujer que tenía ojos oscuros. A través de la ligera
protuberancia del velo, pudo notar que su padre le había hecho una
nariz pequeña. Se preguntó si se derretiría en verano cuando el
sofocante calor secaba la tierra. Tal vez le modelaría una nariz de
madera, pequeña como la que tenía de cera.
Dallas se quitó el sombrero.
- Señorita McQueen, es un placer tenerla aquí.
- Espero que así sea, señor Leigh.
Su voz era tan suave como la nieve cayendo.
- Haré todo lo que esté en mi poder para asegurarme de que así sea,
señorita McQueen. Le doy mi palabra al respecto.
Era imposible saberlo con el velo cubriendo sus ojos, pero tenía el
presentimiento en sus entrañas, de que lo estaba mirando fijamente.
- Quédate aquí, Cordelia - dijo Boyd mientras desmontaba - Necesitamos
unos minutos a solas con tu futuro esposo.
Girándose, Dallas miró a Boyd. De todos los McQueen, Dallas había
sentido en el momento en que sus caminos se cruzaron por primera vez,
una antipatía instantánea hacia Boyd.

19
- Imagino que lo que tienes que decir le concierne, así que vendrá con
nosotros.
- Bien - dijo Boyd con los dientes apretados - Necesitaremos al
predicador como testigo.
Dallas extendió su brazo e inclinó la cabeza hacia Cordelia.
- ¿Entramos?
Ella miró a Cameron quien le dio una sonrisa y asintió. Luego soltó
a su hermano y envolvió sus dedos alrededor del antebrazo de Dallas.
Deseó no poder sentir a través de la manga de su chaqueta que
temblaba más que una hoja en el viento.

Cordelia nunca había visto una casa con habitaciones tan


cavernosas. Sus pasos resonaron sobre los pisos de piedra, mientras
caminaban hacia la oficina de Dallas Leigh.

Se preguntó si le permitiría pasar tiempo en esta habitación.


Estaba maravillada por los estantes del piso al techo, que se alineaban
en tres de las paredes. Estantes vacíos, excepto uno, pero estanterías de
todos modos. Imaginaba que todos sus libros podrían haber encontrado
un hogar allí.
Cameron la había convencido de traer solo algunas de sus
pertenencias en caso de que decidiera no quedarse. Como si tuviera una
opción en el asunto. Al ver al hombre sentado detrás del gran escritorio
de caoba, tuvo la sensación de que dejarlo no sería una opción para ella,
una vez que se convirtiera en su esposa.
Así como irse no había sido una opción para su madre.
Cuando Dallas Leigh se había quitado el sombrero y las sombras se
habían retirado, no estaba preparada para la perfección de sus rasgos
cincelados. Ahora trató de no mirarlo, pero parecía incapaz de
detenerse. Un grueso bigote negro enmarcaba unos labios que parecían
demasiado suaves para pertenecer a un hombre.
Con los años, el viento y el sol habían esculpido líneas en una cara
que reflejaba orgullo y confianza. Y posesión. Dallas Leigh era un hombre
que no solo poseía todo lo que lo rodeaba, sino que también era dueño
de sí mismo.
Pronto él sería su dueño, al igual que su padre había sido dueño de
su madre.
Los hermanos de su futuro esposo se sentaron en la parte
posterior de la sala, como si nada de este arreglo les preocupara, y sin
embargo, ella se quedó con la clara impresión de que estaban
preparados para cambiar de opinión en un abrir y cerrar de ojos.
Boyd se paró frente al escritorio, Cameron y Duncan estaban justo
detrás de él. Ella siempre había encontrado a sus hermanos un poco
intimidantes. Parecía como si Dallas Leigh solo los encontrara irritantes.
El reverendo Preston Tucker se había presentado amablemente
antes de entrar en la habitación. Pareciendo entretenido, se paró cerca
de las ventanas que se alineaban en la pared vacía.
Boyd sacó una hoja de papel de su chaqueta.
- Antes de que Cordelia firme el acta de matrimonio, queremos su firma

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en este contrato que hemos elaborado. Explica las dos condiciones por
las que mi padre accedió a darle permiso para casarse con su hija.
Hemos agregado una tercera condición.
Dallas alzó una ceja y le recordó al ala de un cuervo en vuelo.
- ¿Y esa condición sería?
- Si el destino tiene la amabilidad de hacerla viuda, ella hereda todo lo
que posees hoy y todo lo que obtengas a partir de hoy.
Cordelia vio como Dallas apretaba la mandíbula. No podía decir
que lo culpara. Su familia había perdido la cabeza al pensar que él
estaría de acuerdo.
- No hace falta decir que si es mi esposa, todo lo que tengo va a ella
después de mi muerte.

- ¿No crees que esos dos sentados atrás se opondrían? - preguntó Boyd.
- No si les digo que no lo hagan.
- No es lo suficientemente seguro - dijo Boyd - Lo queremos por escrito y
firmado.
- Mi palabra es lo suficientemente buena para el banco, lo
suficientemente buena para el estado, lo suficientemente buena para
cualquier hombre que alguna vez haya tenido que depender de ella. Más
vale que sea lo suficientemente buena para ti.
Cameron y Duncan se miraron furtivamente el uno al otro. Boyd
simplemente movió sus hombros hacia atrás.
- Bueno, para nosotros, no es lo suficientemente buena. Si no firmas el
documento, nos vamos a casa, y Cordelia se va con nosotros.
Cordelia pensó que sería bastante difícil construir un matrimonio
sobre una base de odio, pero comenzarlo sabiendo que no existía
confianza... Se adelantó en la silla
- Boyd, seguramente esto no es necesario…
- Cierra la boca, Cordelia - gruñó Boyd.
Ella se encogió contra la silla y Dallas Leigh plantó sus manos
sobre el escritorio y lentamente se puso de pie. Cameron y Duncan
dieron un paso atrás, y ella pensó que si les daba la opción, con gusto
abandonarían la habitación. Dee quería irse.
Los ojos marrones de Dallas se oscurecieron, y se imaginó que Satanás
se vería como un ángel, de pie junto a este hombre, cuando estaba
consumido por la ira.
- Nunca uses ese tono de voz en mi presencia, cuando estás hablando
con una mujer y, por Dios, nunca le hables a la mujer con la que me voy
a casar de esa manera.
- No te casarás con ella si no firmas el documento - dijo
Boyd.
Dallas entrecerró los ojos hasta que parecieron el filo de una daga.
Ella sabía que el orgullo le impedía aplicar su firma al documento. El
orgullo evitaría que se convirtiera en su esposa hoy.
Cordelia oyó el ruido de unos pies diminutos y vio el destello de un
vestido azul y rizos rubios, cuando una niña pequeña pasó corriendo
junto a ella. Acarreando a un pequeño gatito que sostenía firmemente
en sus brazos, corrió hacia el hombre parado detrás del escritorio. La
mujer que caminaba detrás de ella, obviamente, ignoraba el odio y la ira
21
que colmaban la habitación. Houston se levantó, pero parecía vacilar en
interferir.
- ¿Unca Dalls? - dijo la niña mientras tiraba de los pantalones de
Dallas.
Cordelia se levantó lentamente de su silla, temiendo por el
bienestar de la niña, sin saber qué hacer para evitar que Dallas se
enojara con ella.
Pero ya era demasiado tarde.
Él miró hacia abajo, y la niña le apuntó con su pequeño dedo hacia
su nariz.
- Kitty me mordió.

La ira en los ojos de Dallas se transformó en preocupación. Frunció


el ceño.
- ¿Lo hizo?
Ella sacudió su cabeza, los rizos rubios rebotando con entusiasmo.
- ¿Dónde?
Se estiró sobre los dedos de los pies, levantando el dedo.
- Aquí.
- Ah, Maggie - dijo Dallas mientras buscaba en su bolsillo - Se ve mal.
Maggie asintió, aunque Cordelia no podía ver sangre, y la niña aún
no había liberado el agarre sobre el animal infractor. Dallas se arrodilló,
besó el dedo de Maggie y lo envolvió con su pañuelo, dándole un
vendaje casi tan grande como su mano. Ella soltó una risita. Él tocó su
dedo con la punta de la nariz.
- Corre ahora.
Mientras corría por la habitación y encontraba una comodidad
adicional en los brazos de su padre, Dallas se puso de pie, tomó una
pluma, la sumergió en el tintero y garabateó su nombre sobre el
documento de Boyd.
- Comencemos con esta maldita cosa.
Cordelia deseó que Boyd hubiera tenido la gentileza de no sonreír
triunfalmente.
- Lo siento, no estaba afuera para saludarte cuando llegaste.
Cordelia giró su cabeza hacia la suave voz. La mujer que había
seguido a la niña a la habitación le sonrió.
- Soy Amelia, la esposa de Houston. Puse a Maggie a dormir una siesta y
terminé quedándome dormida. Espero que me perdones.
- No hay nada que perdonar. Realmente no esperaba que estuvieras
aquí.
¿Por qué no?
Cordelia sintió el calor que bañaba su rostro. No podía explicar que
no esperaba que Dallas diera la bienvenida en su casa, a la mujer que lo
había abandonado, ni había imaginado que la mujer seguiría siendo
amiga de un hombre que había sido un marido tan horrible.
- Es que... bueno, este acuerdo se produjo tan rápido que no esperaba
que hubiera nadie aquí.
Amelia sonrió cálidamente.
- Entre todos los cowboys del rancho y la gente del pueblo, tenemos una
gran reunión. Dallas cree en hacer todo a la perfección.
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Cordelia sintió como si un enjambre de abejas repentinamente
hubiera invadido su estómago. Había esperado una ceremonia pequeña
y tranquila, pero parecía que su futuro esposo era un hombre de
audaces preferencias.
Echó un vistazo hacia Dallas. Él usaba la impaciencia tan
fácilmente como ella usaba sus guantes.

Boyd le estaba explicando al reverendo Tucker que necesitaba su


firma para servir como testigo. El reverendo Tucker no parecía dispuesto
a querer firmar.
- ¡Maldita sea! Solo firme el papel - dijo Dallas, con una irritación muy
marcada en su voz.
El reverendo Tucker apretó la mandíbula y asintió lentamente.
- Si esto es lo que quieres - Metió la pluma en el tintero - "La venganza
es mía", dice el Señor - Con una penetrante mirada azul, miró a Boyd -
Mantenlo en mente.

Firmar el documento había sido una maldita estupidez, decidió


Dallas en retrospectiva mientras el reverendo Tucker realizaba la
ceremonia. Boyd McQueen le había dado una forma honorable de no
casarse con su hermana, y Dallas había sido demasiado terco para
aceptarla.
Por su bien, deseó no haber insistido en que ella fuera a su oficina,
deseó haberla dejado afuera para que no tuviera que presenciar todo lo
que había sucedido. Su mano descansó sobre su brazo mientras se
paraban frente al predicador con todos los que conocían de pie detrás de
ellos, y podía sentir que temblaba más de lo que lo había hecho antes,
cuando lo conoció.
Le había dicho al reverendo Tucker que usara palabras que
tuvieran que ver con la confianza, el honor y el respeto, manteniéndose
alejado del amor. No quería hacer consciente a la mujer, de lo que se
estaba perdiendo.
El reverendo Tucker terminó sus palabras de apertura.
- ¿Se pondrían de frente y unirían sus manos? - preguntó en voz baja.
Cuando Dallas tomó las manos de Cordelia, su temblor aumentó
hasta que pensó que rivalizaba con la sacudida del suelo durante una
estampida.
- ¿Tú, Cordelia Jane McQueen, tomas a este hombre como tu esposo
legalmente casado, para bien o para mal, a través de la enfermedad y la
salud, para honrarlo y amarlo a partir de hoy?
Un silencio se estableció alrededor de ellos. Dallas resistió el
impulso de mirar debajo del velo y asegurarle a su novia que todo
estaría bien. ¿Por qué estaba usando un velo de todos modos? Dallas
nunca cerró un negocio sin mirar a un hombre directamente a los ojos.
Un matrimonio era igual de importante. Le pareció que este momento
era el único en que una mujer no debería estar protegiendo su mirada
de un hombre.
El silencio se hizo sofocante. Dallas estaba agradecido de que el
reverendo Tucker hablara lo suficientemente bajo como para que solo los
que estaban cerca pudieran oír. Estaba aún más agradecido de que solo
23
la familia estuviera cerca.
El Reverendo Tucker se inclinó ligeramente hacia adelante.
- Si aceptas casarte con Dallas, simplemente di: "Sí,
quiero".

- Ella quiere - dijo Boyd.


- Maldita sea, McQueen, déjala decirlo - gruñó Dallas.
- ¿Diablos, qué diferencia hace? - preguntó Boyd.
- Dentro de unos años, podría hacer una diferencia para ella. - respondió
Dallas.
El reverendo Tucker se aclaró la garganta.
- ¿Podríamos tal vez, abstenernos de usar el nombre del Señor en vano
durante la ceremonia?
Dallas sintió el aumento de calor en su rostro.
- Lo siento, Reverendo. ¿Por qué no deja de lado esa parte sobre el
amor?
- Eso no deja mucho - dijo el reverendo
Tucker.
- Deja
suficiente.
- Muy bien. ¿Usted, Cordelia Jane McQueen, acepta a este hombre como
su legítimo esposo, honrándolo, a partir de hoy?
Ella mantuvo su silencio, y Dallas maldijo su naturaleza
impaciente. Debería haber tomado unos minutos para tranquilizarla,
para hablarle. Había estado tan preocupado de perder la oportunidad de
tener una esposa, que se había precipitado sin tener en cuenta sus
sentimientos. Pondría fin a todo el asunto, si no creyera que iba a perder
el respeto de todas las personas que estaban en el salón de su casa.
El reverendo Tucker se frotó el costado de la nariz.
- He tenido tratos con Dallas de manera intermitente durante más de
cinco años. Puedo asegurarle que no será difícil honrarlo.
- Acepto - dijo en voz baja.
Dallas luchó para que el alivio no se reflejase en su rostro.
El reverendo Tucker se volvió hacia él.
- ¿Y tú, Dallas Leigh, aceptas a esta mujer para que sea tu esposa
legítimamente casada, para tener y conservar, a través de la
enfermedad y la salud, para honrar y atesorar desde este día en
adelante?
- Acepto.
- ¿Tienes un
anillo?
Asintiendo con la cabeza, Dallas metió la mano en su bolsillo y
sacó el anillo que una vez había pertenecido a su madre, una vez había
sido usado por Amelia. Torpemente, tiró del guante que cubría la mano
izquierda de Cordelia. Su mano era casi tan blanca como el guante... y
tan fría como un río en invierno. Había oído una vez que si una mujer
tenía manos frías, tenía un corazón cálido. Se aferró a ese pequeño
pensamiento de esperanza, mientras deslizaba el anillo en su dedo.
- Con este anillo, te desposo.
Echó un vistazo al reverendo Tucker.
24
- Lo siento Reverendo, me adelanté a usted.
El Reverendo Tucker sonrió.
- Está bien. Ya hemos pasado por esto, ¿no es así? Ahora los declaro
marido y mujer. Puedes besar a la novia.

La boca de Dallas se secó, y ahora eran sus dedos los que


temblaban peor que los de ella, mientras lentamente levantaba el velo.
Ella tenía un pequeño y lindo mentón, los labios más rojos que
jamás había visto, tal vez el rojo parecía más brillante porque su piel era
increíblemente pálida, como si nunca hubiera conocido el toque del sol.
Su boca le recordó a una fresa madura, capaz de atormentar a un
hombre. Él podía vivir con eso.
Levantó el velo y en contra de su voluntad, su mirada se fijó en su
nariz. Su pequeña y perfecta nariz.
Entrecerró los ojos y miró a Austin. La boca de Austin se abrió,
mientras miraba a Cameron, que parecía tan atónito como se sentía
Dallas.
- Tu hermano tiene un extraño sentido del humor - dijo Dallas en voz
baja mientras volvía su atención a la lectura de su nueva novia. Tenía
unos enormes ojos marrones que le recordaban a un cervatillo que una
vez había visto. Tenían forma de almendras, grandes... asustados.
Odiaba el miedo reflejado allí y decidió que si podía hacer que se
relajara, podría llenar esos ojos de felicidad, serían su característica más
llamativa.
Dallas sonrió.
- Veamos si a tu hermano le gusta mi sentido del
humor.
Había planeado todo el tiempo darle un rápido beso y terminar con
eso, pero comprendió que a veces las circunstancias exigían que
cambiara los planes. Él decidió que un beso largo, lento y agradable, les
sería merecido, incluso podría hacer que sus hermanos se retorcieran.
Acunó su rostro en sus grandes manos, bajó su boca a una corta
distancia de la de ella, y descubrió lo que debería haber sabido: nunca la
habían besado. Fruncía los labios como si acabara de morder un limón.
Cambió de opinión y le dio un simple toque con los suyos, porque
no tenía ningún deseo de iniciarla en la forma correcta de besar, frente a
toda la ciudad.
- Señoras y señores - resonó la voz del reverendo Tucker - Les presento
al Sr. y la Sra. Dallas Leigh.

25
CAPÍTULO 3

Estaba casada.
Cordelia miró la ancha banda de plata con filigrana en su dedo. No
se sorprendió al descubrir que no le quedaba bien. Doblando su dedo
para evitar que el anillo se resbalase, temió que nada en su vida volvería
a sentirse bien.

Las personas que no conocía se presentaron, los hombres sonreían


ampliamente, como si la felicidad por su marido no conociera límites, las
pocas mujeres que asistieron, se limpiaban las lágrimas de los ojos como
si supieran que estaba condenada a la infelicidad. Todos la llamaban Sra.
Leigh. No estaba cómoda con el nombre, pero no pudo reunir el coraje
para pedirles que la llamaran Cordelia.
Apretándole la mano a Dallas, los hombres lo felicitaron. Mientras
que las mujeres le besaban la mejilla, él no apartaba los ojos de ella. Su
mente se había convertido en una pizarra recién pintada, borrada de
todos los pensamientos previos y el conocimiento compartido. Parecía
incapaz de recordar las declaraciones más simples. Él era su marido, y
ella no tenía idea de cómo cumplir el último de los votos que habían
intercambiado: cómo honrarlo.
Cuando su madre quedó incapacitada, el mundo de Cordelia se
había encogido hasta abarcar poco más que el dormitorio de su madre,
su familia y las novelas. Hasta este momento, no se había dado cuenta
de lo mal preparada que estaba para convertirse en esposa.
Como buitres que anticipaban el último aliento de su presa, sus
hermanos estaban del otro lado de la sala sin amueblar, con los brazos
cruzados sobre el pecho, con sus miradas fijas en Dallas, como si
esperaran que cometiera un error. Ella oró para que él no lo hiciera.
La música comenzó a rondar lentamente a través de la habitación.
La gente retrocedió, dejando un espacio vacío en el centro de la sala. En
el borde más alejado del círculo, un hombre de cabello blanco tocaba un
violín.
Dallas extendió su mano hacia ella.
- ¿Me honrarías con un baile?
Ella levantó su mirada a la suya y rápidamente la bajó.
- No. Quiero decir... no sé bailar.
- No es difícil. Te guiaré.
Ella negó con la cabeza enérgicamente.
- Por favor, no delante de todas estas personas.
- Dame tu mano.
Deseando que el suelo se abriera de repente y la tragara, ella
curvó sus dedos hasta que sus uñas se clavaron en sus palmas.
- Confía en mí - dijo su esposo en voz baja.
Le pareció oír una ola de desesperación en su voz, y solo entonces
se dio cuenta de lo que debía parecerle a sus amigos y a su familia,
verle sosteniendo la mano alzada hacia ella, mientras ella
descaradamente la ignoraba. Como nadie más estaba bailando, asumió
que todos esperaban que la novia y el novio bailaran primero, solos, sin

26
duda siendo el centro de atención. Sin mirarlo, aspiró profundamente y
deslizó su temblorosa mano en la suya. Fuertes y ásperos, sus dedos se
cerraron alrededor de los de ella.
- Saldremos a tomar un poco de aire fresco - anunció con voz autoritaria,
mientras se dirigía a los reunidos a su alrededor - Disfruten de la música.

Cordelia temió llorar de alivio mientras él la guiaba a través de las


puertas. Tan pronto como salieron al porche, ella soltó su mano y caminó
hacia la esquina más alejada.
- Gracias.
La música flotó a través de la puerta abierta, las risas y las voces
se mezclaron con las suaves tensiones. Los pasos de su esposo
resonaron en la galería, a medida que se acercaba. Su esposo. Dios
querido, ¿qué había hecho?
- Supongo que tu padre te dijo que yo era un bastardo
desalmado.
Cordelia se giró, con los ojos muy abiertos. Dallas Leigh la estudió,
su rostro sombrío.
- Sí, de hecho lo hizo.
- ¿Qué más me ha dicho de mí?
- Que eres un ladrón.
Levantó una ceja oscura como si le divirtiera, y ella no pudo evitar
decirle:
- Y un tramposo.
- Sin embargo, él dio su bendición para nuestro
matrimonio.
La humillación la inundó cuando las lágrimas brotaron de sus ojos.
- Porque le ofreciste algo que valora más de lo que me valora a mí. Se
giró, cerrando los ojos con fuerza, luchando contra el ardiente torrente
de vergüenza - No estoy segura de que pueda perdonarte por eso.
- No necesito tu perdón. Puedes odiarme, por lo que a mí respecta, pero
eso no cambiará el hecho de que ahora eres mi esposa. - Maldijo con
dureza.
Ella se estremeció ante el recordatorio frío y despiadado, y se
preguntó si él podría golpearla. Con esas grandes y poderosas manos,
podría infligirle un gran daño en muy poco tiempo.
- No creo que hayas esperado que tu boda fuera exactamente como lo
fue hoy - dijo, con una voz resonante pero mucho más dulce, que la
envolvió como una bruma al amanecer - Lo siento por eso.
Se atrevió a mirarlo.
- ¿Tanto como para dejarme ir?
- No.
No suplicaría, pero querido Dios, quería arrodillarse y suplicarle a
este hombre misericordia y libertad.
Su mirada bajó a sus labios, sus ojos marrones ardían con una
emoción que no podía identificar. Ella no creía que estuviera enojado,
pero su cautela aumentó.
- ¿Dónde aprendiste a besar? - le preguntó.
Cordelia se pasó la lengua por los labios hormigueantes, y sus ojos
se oscurecieron aún más.
27
- De los libros. Leo muchos libros.
Él asintió levemente.
- Creo que las mujeres en esos libros siempre fruncen sus labios para
besar.

- Sí, lo hacen - respondió ella, preguntándose cómo había sacado esa


conclusión de su simple declaración, solo una respuesta rápidamente
vino a su mente. - Tal vez hemos leído los mismos libros.
- Lo dudo - dijo, en voz baja y acunó su mejilla con una de sus grandes
manos - No te frunzas.
Antes de que pudiera protestar, él le cubrió la boca con la suya.
Apenas había notado cuando la había besado antes, pero ahora se dio
cuenta de que sus labios eran cálidos, dóciles. No había esperado eso de
un hombre tan duro como se rumoreaba que era.
Su bigote era suave, recordándole el pelaje de un cachorro que
una vez había tenido, un cachorro que Boyd había matado.
Dallas lentamente frotó su pulgar a lo largo de la tierna carne
debajo de su barbilla, mientras le susurraba contra la boca:
- Relaja tu mandíbula - el aliento extrañamente era dulce y cálido
mientras se desplazaba por su mejilla. Otra cosa sobre él que no había
esperado.
- ¿Qué…? - supo lo que quiso decirle antes de haber formado
completamente la pregunta.
Su lengua inquisitiva se deslizó entre sus labios abiertos y bailó al
ritmo de la melodiosa música que aún se escuchaba de fondo.
Audaz. Intrépido. Atrevido. Fuerte. Como el viento antes de una
tormenta, una tempestad que se extiende por el horizonte...
- Ni siquiera podías esperar hasta que tus invitados se fueran para
probarla otra vez - dijo Boyd, con su voz plagada de disgusto.
Dallas dejó de besarla. Cordelia, mortificada, se habría apartado
de él, pero su mano se apretó en su cuello.
Con la ira ardiendo en sus ojos, Dallas miró a Boyd.
- No creo que nadie encuentre fallas en que un marido le robe un beso a
su nueva novia.
- Bueno, ahora serías tú quien sería acusado de robo, ¿no? - preguntó
Boyd.
Cordelia estaba lo suficientemente cerca como para ver las fosas
nasales de Dallas encendidas. Él le recordó a un toro furioso. Por un
momento, cuando sus labios tocaron los de ella, casi había olvidado que
él era el hombre que su familia odiaba, el hombre que le había roto el
brazo a Boyd, el hombre que le había revelado a su padre, exactamente
lo que ella valía. Comenzó a temblar, de repente sintiéndose fría, donde
solo momentos antes, se había sentido arder.
- Por favor, déjame ir - susurró, deseando no sonar como un mendigo
hambriento dispuesto a conformarse con migajas.
Dallas la miró, sin ira brillando en sus ojos, y se preguntó cómo
había cambiado sus emociones tan rápido. Su mano callosa se deslizó,
abandonando su cuello.
Cuando volvió su atención a Boyd, la ira había vuelto.

28
- Debido a que tu hermana merece más recuerdos gratos del día de su
boda, de los que le hemos dado hasta ahora, voy a pasar por alto ese
comentario. ¿Querías algo?
- Un momento privado con mi
hermana.
Dallas los miró a ambos, como si no confiara en ninguno de ellos.
Cordelia no sabía por qué ese conocimiento le dolía.
- Tengo que decirles a nuestros invitados, que trasladen la celebración
afuera para poder disfrutar de la carne que prepararon mis hombres. Si
su hermana no está parada en este lugar cuando regrese, el alambrado
permanecerá donde está.
- Entonces estarías rompiendo tu palabra - Dallas dio un paso
amenazador hacia Boyd. Boyd se estremeció.
- De hombre a hombre - dijo Dallas, en voz baja - sabes que quiero más
que intercambiar palabras, antes de retirar mi alambrado. No trates de
privarme de lo que ahora es mío por derecho.
Se abrió paso a través de Boyd y desapareció dentro de la casa.
Cordelia se abrazó y se apretó contra la fría pared de adobe.
- No puedo quedarme aquí, Boyd - susurró.
Cruzó la pequeña distancia que los separaba, mirándola con ojos
crueles.
- No tienes otra opción, Cordelia.
Anhelaba que alguien la comprendiera, que la abrazara, que la
consolara, pero como su familia estaba compuesta únicamente por
hombres que nunca expresaban sus sentimientos y que se comunicaban
nada más que a los gritos, fue un deseo inútil.
Boyd colocó sus dedos alrededor de la barandilla que rodeaba la
galería, en lugar de sostener su mano temblorosa.
- Lo creas o no, vine aquí para hablar
contigo.
Parecía estar a punto de entregar malas noticias, y se preguntó si
su padre estaba más enfermo de lo que creía.
- ¿Es padre? - le preguntó.
- No, pero como él no está aquí y mamá está muerta, la tarea recae
sobre mí y no quiero que vayas a la cama de Leigh sin saber qué
esperar.
Un calor escalofriante recorrió su cuerpo y su corazón tronó.
- Boyd…
- Tengo que hacerlo, Cordelia, por tu bien. Te resultará mucho más fácil
si no luchas contra él. Solo deslízate en su cama, levanta tu camisón y
quédate lo más quieta que puedas.
Ella apretó los ojos para bloquear la imagen que sus palabras le
trajeron a la mente.
- No puedo hacer esto - susurró roncamente.
- Si no lo haces, matarás el sueño de papá, y probablemente también a
él. ¿Es eso lo que quieres?
Cordelia abrió los ojos.

- Ya nos hemos mudado antes. ¿Por qué no encontrar tierras que tengan
29
más agua?
- ¡Maldita sea! Pensamos que teníamos tierras y agua cuando nos
mudamos aquí, pero ese bastardo con el que te casaste nos robó todo.
Ahora, si cumples con tu deber, tenemos la oportunidad de recuperarlo.
Su deber. Se obligó a sí misma a asentir y se preguntó dónde
encontraría la fuerza.

Dallas decidió que aquel día, se estaba convirtiendo rápidamente


en uno que preferiría olvidar por el resto de su vida.
Nada había salido como había esperado.
Agarrada a su brazo, su mujer solo hablaba cuando se le hablaba.
Ella nunca ofreció su opinión sobre nada, y no sabía cómo hacer que el
miedo abandonara sus ojos. Todo lo que él decía, solo parecía
profundizarlo.
Maldijo a Boyd McQueen por lo que le había dicho a su hermana
para aterrorizarla.
Rara vez levantaba la mirada hacia él, prefería mirar el botón de
su camisa. Había pensado en arrancarlo, pero pensó que solo
encontraría otro botón para mirar. No creía que fuera apropiado para un
hombre de su posición, saludar a sus vecinos sin botones en la camisa.
La gente vagó por el exterior, disfrutando de la reunión. Podía oír
las risas y el zumbido de las voces, mientras entraban y salían de la
cocina que había construido cerca del barracón.
Mucha comida y bebida los aguardaba en las mesas instaladas
dentro. Cookie continuó tocando su violín. La media docena de mujeres
que vivían en la zona, iban a tener que reponer sus zapatos al final de la
tarde.
Observó a Amelia bailar el vals con Houston, recordando la
primera vez que la había visto bailar. Ella nunca le tuvo miedo, pero
luego, considerando el infierno por el que había pasado para llegar hasta
él, no creía que le temiera a nada.
Echó un vistazo a su esposa actual. Parecía más nerviosa que un
gato en una habitación llena de mecedoras.
- ¿Quieres algo para comer? - le preguntó.
Su mirada se alzó rápidamente hacia él.
- No gracias.
- ¿Algo de beber?
- No.
- Bueno, el solo hecho de estar parados aquí, está a punto de volverme
loco. Déjame mostrarte todo.
Ella asintió.
- Bien.

Alejándose de las personas que estaban bailando, Dallas señaló.


- Esa es la
casa.
Cordelia se preguntó si tal vez le estaba tomando el pelo. Nunca se
le había ocurrido que tendría sentido del humor. No podía pensar en
nada significativo que decir.
30
- Es grande.
- La diseñé yo mismo. Contraté a un muchacho de Austin para que
viniera a construirla cuando Amelia... unos años atrás.
Comenzó a alejarse antes de que ella pudiera responder. Apretó su
agarre en su brazo para poder equiparar sus largas zancadas.
- Me recuerda a un castillo - dijo, buscando algo que la distrajera de las
palabras anteriores de Boyd.
Acortó sus pasos.
- Se supone que sí. Cuando me mudé aquí, no había nada. Quería algo…
- extendió las manos como si pensara que las palabras podrían aparecer
en ellas - …algo glorioso. Apartó la mirada de ella como avergonzado por
sus palabras - Esa es la cocina. Señaló un pequeño edificio de piedra. El
humo, que transportaba el aroma del mezquite, se derramaba en espiral
desde la chimenea.
- Durante el rodeo, el cocinero lleva el carro para alimentar a los
hombres. Otras veces, simplemente se queda aquí, y se llevan algo con
ellos o vuelven a comer. El también prepara las comidas para la casa.
Cordelia recordó el nombre
- Cookie. Él es el caballero que toca el violín.
- Ahí está el barracón. Tengo doce hombres contratados en este
momento. Y voy a contratar a doce más.
Deseó saber qué decir. Ella no sabía si doce era mucho. No tenía
idea de cuántos hombres trabajaban para su padre.
- El corral, el
granero.
Caminó con él hasta que pasaron el granero. Se detuvo y sacudió
la cabeza hacia un cobertizo de madera.
- El herrero trabaja
allí.
- ¿Dallas?
Se volvieron al mismo tiempo, cuando el reverendo Tucker se
acercó, su largo abrigo negro ondeaba con sus movimientos, revelando
el arma que llevaba atada a su muslo.
- Dallas, si ya no necesitas mis servicios, necesito dedicarme a la
búsqueda de un alma perdida.
Dallas sonrió cálidamente, el humor brillaba en sus ojos hipnóticos.
Por un momento, no fue el hombre al que su familia despreciaba, sino un
hombre al que creía cualquier mujer llamaría felizmente esposo.
- ¿Comiste algo? - preguntó Dallas.
El reverendo Tucker se frotó el estómago.
- Más de lo que debería haber comido, me temo. La gula es un pecado.
- Sé de peores pecados.
- Supongamos que ambos lo hacemos - dijo el reverendo Tucker.

- Reverendo, sabes que yo hablaba en serio sobre la construcción de una


iglesia en mi ciudad, donde podrías predicar.
- Lo sé, y me gustaría poder aceptar la oferta, pero no
puedo.
Dallas negó con la cabeza y su sonrisa se ensanchó.
- Me imagino que tenemos muchas almas perdidas por
31
aquí.
- Pero estoy buscando una en particular.
Dallas extendió su mano.
- Entonces espero que lo encuentres.
- A ella - dijo el reverendo Tucker mientras estrechaba la mano de
Dallas.
- Y créeme, lo haré. Tarde o temprano, la
encontraré.
Inclinó la cabeza hacia Cordelia.
- Señora Leigh, te deseo lo
mejor.
Cordelia le envidiaba la libertad de irse.
- Gracias, reverendo.
- ¿Te importaría si tuviera un momento a solas con tu
marido?
Agradeció la oportunidad de escapar de al lado de su esposo. Si
pudiera encontrar a Cameron, hablar con él, sabía que podría descansar
de sus miedos, al menos por un rato.
- No, por supuesto que no. Quiero hablar con Cameron. Disculpen.

Dallas vio a su esposa, alejarse de él prácticamente al galope.


Esperaba que no estuviera teniendo ninguna idea sobre irse con
Cameron.
- Las cosas parecen un poco incómodas - dijo el reverendo Tucker.
Dallas soltó una ráfaga de aire.
- Por mi lado, puedo contar con una mano el número de mujeres
decentes que he conocido en mi vida. No soy hábil cuando se trata de
hablar con ellas.
- Nunca parecías tener problemas para hablar con
Amelia.
- Demonios, un poste de la cerca podría hablarle a Amelia. Tiene una
manera increíble de hacer que uno diga cosas.
El Reverendo Tucker sonrió.
- Sí, ella la
tiene.
- Parece que no puedo encontrar la forma correcta de hablar con...
Cordelia - hizo una mueca - ¿Dónde crees que su padre consiguió ese
nombre?
- Significa "Joya del mar".
Dallas levantó una ceja. El reverendo Tucker se sonrojó.
- En una época solía tener interés en los nombres y sus significados. Tal
vez se convertirá en tu "Joya de la pradera".
- Es lo suficientemente bonita. Demonios, es hermosa. No lo esperaba.
Quizás es por eso que me atasco con ella.
- A veces no necesitas palabras, si las acciones son las correctas.
- Aun así, me gustaría darle las palabras apropiadas. Demonios, le daré
lo que quiera si ella me da un hijo.

- ¿Crees que un hijo es lo que falta en tu


32
vida?
- Lo sé - dijo Dallas con convicción.
El reverendo Tucker miró hacia el sol poniente.
- Solía pensar que sabía lo que faltaba en mi vida - sonrió tristemente -
Pero descubrí demasiado tarde que estaba equivocado.
- Yo no estoy equivocado.
El Reverendo Tucker se encontró con la mirada de Dallas.
- Sabes que firmaste tu sentencia de muerte hoy.
- Boyd McQueen no sería tan
estúpido.
- Conozco su tipo. Es un hombre sin escrúpulos. Cuídate.
- Siempre lo
hago.

Sentado con la espalda apoyada contra el costado de la casa,


Austin observó cómo el sol se hundía en el horizonte. Se quitó la botella
de whisky de la boca y se tomó un momento para disfrutar el ardor en
su estómago, antes de pasar el placer a su mejor amigo.
Cameron tomó la botella y bebió su parte, antes de devolvérsela.
- No puedo creer que le hayas contado a Dallas esa historia sobre la
nariz de Cordelia.
- No sabía que me mentiste cuando te pregunté por qué nunca vino a la
ciudad.
- Solo estaba jugando contigo. No creí que lo creyeras.
Austin tomó otro sorbo de whisky. Todos los colores de la puesta de
sol parecían estar corriendo en zigzag.
- ¿Por qué no? Eres mi amigo. Se supone que no me debes mentir.
Cameron agarró la botella y tomó un largo trago. Luego se pasó el
dorso de la mano por la boca.
- ¿Pero sabes lo que realmente me molesta?
Austin se encogió de hombros e hizo una mueca cuando el dolor le
recorrió el hombro. Ya habían terminado una botella de whisky. No veía
que podía molestar a Cameron, con el mundo girando alrededor de ellos
como estaba. Lo agarró de su camisa, y ambos oscilaron.
- Que él se casó con ella de todos modos.
Austin arrebató la botella.
- Diablos, sí, él se casó con ella. Podría venir a él sin una cara, y él se
habría casado con ella igual - Levantó la botella - "Una mujer no
necesita una cara para darme un hijo", dijo. Eso es todo lo que quiere.
Un hijo. Supongo que se casaría con ella aunque no tuviera cabeza.
Cameron se rió entre dientes.
- Ella sería una belleza sin cabeza. - Sus ojos se iluminaron - ¡Eso
rima!
- Eres un gran poeta, Cameron. - dijo alguien a su lado.
Austin sacudió su mirada al escuchar el sonido de la triste voz
femenina. Dos mujeres flotaron delante de él, hasta que se encontraron
y se convirtieron en su nueva hermana por matrimonio.

- Ah, demonios - gimió, sintiendo una dolor fuerte en el estómago, que


33
poco tenía que ver con el whisky revuelto en su interior.
- ¿Qué haces acá, Dee? - Preguntó Cameron, arrastrando las palabras.
- Te estaba buscando. Ahora desearía, no haberte encontrado - Ella giró
y rápidamente se alejó.
Cameron luchó por ponerse de pie.
- Demonios, será mejor... ir detrás de ella.
- ¿Crees que escuchó todo? - preguntó Austin.
Cameron asintió, se tiró al suelo y comenzó a roncar.
¡Maldita sea! Austin decidió que tenía que perseguir a la hermana
de su mejor amigo y pensó que tan pronto como encontrara sus piernas,
lo haría. Mientras tanto, bebió el líquido ámbar restante.
Desafortunadamente, el ardor en su garganta no alivió el dolor en su
corazón.
- Ahí estás.
Austin escuchó una voz más dulce que cualquier sonido que su
violín pudiera hacer. El crepúsculo se estaba abriendo a su alrededor
mientras miraba con los ojos entrecerrados a la chica parada frente a él.
Becky Oliver. Dulce Becky Oliver. Con ojos del color de un cielo de
verano. El sol poniente convirtió su cabello castaño rojizo, en un tono
rojo. Su padre era dueño de la tienda general. Austin comenzó a
sonreírle y luego recordó que ella era la razón por la que estaba tratando
de emborracharse. Él empinó la botella. Dos gotas apenas fueron
suficientes para satisfacerlo.
Se arrodilló a su lado, él podía oler a vainilla. Siempre olía a algo a
lo que le gustaría pasarle la lengua.
- Estás enojado conmigo - dijo en voz baja.
Él negó con la cabeza, luego asintió.
- Estabas bailando con Duncan McQueen.
- Hubiera bailado contigo, pero no me lo pediste.
- Solo tengo un brazo bueno - dijo mientras golpeaba su hombro e hizo
una mueca.
- Podrías bailar con un brazo.
Sacudió la cabeza.
- Me gusta mantener a mis mujeres cerca. Necesito dos brazos para
hacer eso.
Sujetó fuertemente la botella vacía y la arrojó a un lado.
- ¿Cuántas mujeres tienes?
Él sonrió torcidamente.
- Una. Solo una. - Él tocó su mejilla. Era más suave que una nube
ondeando en el cielo.
- Quería tocar mi violín para ti, pero tampoco puedo hacer eso.
Ella bajó la mirada a su regazo.
- ¿Necesitas dos brazos para besarme?
- Para hacerlo bien - Se resbaló por la pared de adobe. Merecía que su
cabeza golpeara contra el duro suelo. En lugar de eso, ella se acercó

más y él apoyó la cabeza en su regazo, una almohada más suave que


cualquiera que hubiera conocido. Él cerró los ojos.
- Tengo que besarte correctamente la primera vez.

34
Ella peinó sus dedos en su cabello. La oscuridad se arremolinaba a
su alrededor. Él envolvió su brazo bueno por su trasero y se prometió a
sí mismo que tan pronto como sanase su hombro, la besaría.

Cordelia quería esconderse, estar sola con sus pensamientos, con


su dolor. Quería estar en su propia habitación, acurrucada en su cama,
con un libro en su regazo.
Pero aquí, en esta enorme casa, no tenía ningún lugar que solo le
perteneciera a ella. No tenía un santuario privado. Ningún lugar para
llamarlo propio.
Cerró la puerta principal detrás de ella y contuvo la respiración. No
escuchó voces ni pasos. Todos estaban afuera, celebrando su
matrimonio, un matrimonio que ella no quería, un matrimonio que las
obligaciones familiares la obligaban a aceptar.
Caminó de puntillas por el pasillo, volviendo sobre los pasos que
había tomado más temprano, hasta que llegó a la oficina de Dallas.
En silencio, abrió la puerta y miró dentro. Las sombras de la tarde
acechaban en las esquinas. Se deslizó en la habitación y cerró la puerta.
Caminó hacia una silla y se sentó, colocando sus piernas sobre el suave
cojín.
Allí le dio a las lágrimas silenciosas la libertad de caer.
Dallas Leigh no quería una esposa. Él quería un hijo.
Se sentía como una yegua seleccionada, elegida por la
descendencia que podía producir. A Dallas Leigh no le importaba nada su
apariencia, sus deseos, sus necesidades, sus sueños. No era la persona
que él quería a su lado, para acompañarlo en su viaje por la vida. Ella
era simplemente el medio para un fin.
Sus pensamientos regresaron al beso que Dallas le había dado en
la galería. Se preguntó a dónde podría haberlos llevado. Suponía que
Boyd los había interrumpido porque sabía exactamente a dónde los
habría llevado.
Las horribles palabras de Boyd se estrellaron contra ella,
aterrorizándola... a menos que se aferrara al recuerdo del beso de
Dallas. Cuando la miró antes de besarla, ella se sintió... conmovida,
como si sintiera sus manos sobre ella, aun antes de tocarla. Quizás si la
besara de nuevo...
Enterró la cara en sus manos. No quería estar aquí. No quería ser
una esposa. No quería darle un hijo.
En ese momento escuchó un suave crujido y se tensó, su cabeza
latía a un ritmo implacable. Bajó sus manos y miró alrededor de la
habitación.
Estaba sola.

El sonido se repitió, como si alguien estuviera arrugando papel.


Lentamente, apoyó los pies en el suelo y se levantó.
Oyó un ruido sordo salir de debajo del escritorio, un golpe
demasiado fuerte como para proceder de un ratón. Contuvo el aliento,
esperando, preguntándose qué clase de animales tenía Dallas,
preguntándose si debería encontrarlo y hacerle saber que una de sus
35
criaturas había escapado.
Otro golpe y un crujido.
Estudió el escritorio. Alguien había apartado la silla. El escritorio
era muy ancho y alto, casi llegaba al piso, en el centro, donde debería
estar la silla, vio un trozo de tela azul.
¿No había estado la niña vestida de azul? En silencio, se adentró
en la habitación y giró alrededor del escritorio. Un pequeño zapato negro
golpeaba el aire, el pie moviéndose al ritmo de una música que Cordelia
no podía oír.
Se arrodilló y miró debajo de donde normalmente se sentaría
Dallas. La pequeña niña estaba sentada sobre unos cómodos
almohadones, con un pequeño gato en su falda. Sus ojos se agrandaron
para formar enormes círculos de color verde.
Cordelia sonrió suavemente.
- Hola. Eres Maggie, ¿verdad?
La pequeña asintió con la cabeza, se inclinó hacia delante y tocó
con su dedo meñique la húmeda mejilla de Cordelia.
- Tienes un triste.
Ella se secó las lágrimas que caían de sus pestañas.
- No, en realidad no.
- Sí, lo tienes. Puedo hacer que triste se vaya.
- ¿Tú puedes?
Maggie asintió con entusiasmo. Salió de debajo del escritorio y
luchó por abrir un cajón.
Cordelia se apoyó sobre el escritorio, un poco más cerca de la
niña.
- No creo que debas jugar en el escritorio de tu tío.
Maggie se llevó el dedo índice a los labios.
- Shh - Sacó una bolsita de papel y volvió a colocar el cajón en su sitio.
Sonriendo alegremente, se arrastró hasta su escondite y dobló su
diminuto dedo - Ven.
Doblando su cuerpo, Cordelia se abrió paso debajo del enorme
escritorio, preguntándose si ¿todo en la vida de Dallas era grande?
- Cierra los ojos - le dijo Maggie.
- ¿Por
qué?
- Unca Dalls lo dice.
Dallas le había enseñado a la niña cómo hacer que la tristeza
desapareciera. Cordelia bajó las pestañas.
- Abre la boca.

Vacilante, Cordelia obedeció. Oyó el crujido del papel. Entonces


algo duro saltó sobre sus dientes y golpeó su lengua. Sintió dulzor y
amargura antes de escupirlo en su mano y ver un dulce con forma de
gota de limón.
- Cuando se va, también se va un triste - dijo Maggie - Unca Dalls lo dice
- metió la mano en la bolsa - Tengo un triste, también - Se metió una
gota de limón en la boca y se acurrucó contra el costado de Cordelia.
Sosteniendo a la niña cerca, devolvió el dulce a su boca. Oyó a
Maggie golpeando sus pequeños piececitos contra el costado de
36
madera, mientras chupaba el dulce.
Se sorprendió al descubrir que algo de la tristeza se había
desvanecido.

37
CAPÍTULO 4

Había sido un error dejar sola a su nueva esposa, pero parecía que
era un día para cometer errores.

Después de que el reverendo Tucker lo dejó, Dallas decidió llevar


las pertenencias de ella a la casa. Solo había traído un baúl pequeño, y
Dallas no tardó mucho en llevarlo a la habitación, pero aparentemente
había sido suficiente para perderla.
La oscuridad se estaba instalando y la gente comenzaba a
despedirse. Sin su esposa a su lado, Dallas les agradeció su presencia y
se negó a responder las preguntas que vio reflejadas en sus ojos.
Cuando el último carro lleno de gente del pueblo rodó en la noche,
la tensión dentro de él aumentó. Estaba empezando a pensar que podía
saber cómo se sentía una cuerda cuando se estaba poniendo: tensa y
estirada.
Necesitaba encontrar a su esposa, darle la oportunidad de
despedirse de sus hermanos, enviarlos en su camino y lograr la
realización su último sueño.
Vio a Houston apoyado contra el corral y no perdió el tiempo en
cruzar el espacio que los separaba.
- ¿Has visto a mi esposa últimamente? -
preguntó.
- No.
- Llevé su baúl a mi habitación, y ahora no puedo
encontrarla.
- Ella tiene que estar aquí - aseguró Houston, luego de volverse para
examinar la menguante multitud que eran solo los vaqueros del rancho.
- He buscado en todas partes, incluso en esa cosa chillona en la que
viaja.
- Sé lo que estás pensando. Nadie se la robó.
- Pero ella podría haberse ido.
Houston asintió sabiamente como si creyera que probablemente lo
había hecho.
- Encontremos a Austin.
- ¡Houston!
Los dos hombres se volvieron al oír la voz frenética de Amelia.
- No puedo encontrar a Maggie - dijo mientras patinaba para detenerse y
clavaba los dedos en los brazos de su esposo.
- ¿Qué quieres decir con que no puedes encontrarla? - preguntó
Houston, el pánico enredándose en su voz.
- Quiero decir que está perdida. Se suponía que los hombres se turnaban
para mirarla, pero perdieron la pista de a quién le tocaba el turno de
cuidarla. Debería haberla vigilado. No debería haber empezado a bailar...
Houston se inclinó y presionó su boca contra la de ella para
silenciarla.
- La encontraremos.
- Pero es que si…
- Sé dónde está - dijo Dallas.
El alivio bañó la cara de Amelia.
38
- ¿La has
visto?
- No, pero sé dónde le gusta esconderse. Si estoy en lo cierto, se irá a
casa con un gran dolor de estómago.

Comenzó a caminar hacia la casa, tranquilizar a Amelia era


prioridad. Luego seguiría buscando a su escurridiza esposa, pero no
estaba de más consultarle:
- ¿Has visto a mi esposa?
- No desde que la llevaste a caminar. ¿Por qué?
- Creo que se fue. - le comentó mientras empujaba la puerta de
entrada.
- Por supuesto que no - dijo Amelia
suavemente.
- No puedo encontrarla, y no creo que esté escondida debajo de mi
escritorio con Maggie.
Dallas caminó por el pasillo. Silenciosamente abrió la puerta de su
oficina y miró adentro. No quería asustar a su sobrina si tenía una gota
de limón en la boca.
Oyó ruido de papel y sonrió. Él amaba mucho a esa pequeña niña.
Con Houston y Amelia siguiéndole, cruzó la habitación y esperó
junto a su escritorio hasta que escuchó el papel crujir nuevamente, una
señal de que había terminado una gota de limón y estaba buscando
otra. Le había enseñado a no poner más de una a la vez en su boca.
Rápidamente se colocó delante de su escritorio y se acuclilló.
- ¡Te atrapé!
Un grito penetrante rebotó en la habitación. Dallas miró a su
esposa, encorvada debajo de su escritorio. Ella gritó de nuevo.
Maggie gritó, sus pequeñas manos agitándose frenéticamente en
el aire. El gatito erizó su lomo y cortó el aire con la zarpa de una pata.
Dallas intentó tomar a su esposa. Pero ésta retrocedió y le dio una
patada en la espinilla, gritando de nuevo. Él gruñó. Maggie comenzó a
llorar. El gato hizo un charco en el piso.
Houston lo empujó a un lado, y Dallas aterrizó con fuerza en su
trasero.
- Shh. Shh. Está bien - susurró a la multitud reunida debajo de su
escritorio, con una voz que Dallas había oído que usaba a menudo para
calmar a los caballos - Está bien. Nadie está en problemas. Nadie va a
salir herido. Shh. Shh.
Maggie salió de debajo del escritorio y se metió entre los brazos de
Houston, unos segundos después se la pasó a Amelia. Con lágrimas
corriendo por su rostro, Maggie miró a Dallas con una acusación en sus
ojos verdes.
- ¡Tuvimos un triste!
Dallas se sintió como un monstruo cuando se puso de pie. Houston
extendía su mano hacia Cordelia.
- Vamos, Cordelia. Está bien. A Dallas no le importa que te comieras sus
gotas de limón.
Observó mientras su esposa lo miraba cautelosamente desde
debajo del escritorio. No alivió su conciencia notar que ella también
39
había estado llorando. Permitió que Houston la ayudara a levantarse.
- Lo siento - susurró mientras se limpiaba las lágrimas que brillaban en
sus mejillas.

- Fue mi culpa - dijo Dallas - No debería haber... - ¿No debería haber qué?
¿Haber intentado sorprender a su sobrina? ¿Cómo demonios iba a saber
que su esposa se arrastraría con ella debajo del escritorio?
Pasos acelerados resonaron por el pasillo y los tres hermanos de
Cordelia irrumpieron en la habitación, Cameron agitando una pistola en
el aire.
- ¡Aléjate de ella, bastardo! - gritó, arrastrando bastante las palabras.
- Cameron... - comenzó Cordelia, pero Dallas levantó una mano para
silenciarla.
Se movió alrededor del escritorio y caminó lentamente hacia su
cuñado, poniéndose entre los que estaban detrás del escritorio y el
arma, ya que ni Boyd ni Duncan parecían dispuestos a intentar quitarle
el arma a Cameron.
- Dame el arma, Cameron - dijo Dallas en voz baja y tranquila.
Sacudió la cabeza.
- No voy a dejar que lastimes a mi hermana.
- No voy a lastimarla.
- La escuché gritar. Conozco el sonido de sus gritos.
Agitó el arma a su derecha y Dallas se adelantó.
- La asusté - dijo Dallas - No volverá a suceder.
Cameron se puso verde enfermizo y el sudor le brotó en la frente.
Dallas alcanzó el arma.
- No la lastimaré - repitió.
- Dame tu palabra - jadeó Cameron, el temblor de su mano cada vez
mayor.
- Te doy mi palabra - dijo Dallas mientras arrebataba el arma de la mano
temblorosa.
Cameron se dobló en dos y devolvió su cena. Mientras los demás
en la habitación se ahogaban y gemían. Dallas saltó hacia atrás y apretó
los dientes. Maravilloso. Ahora tenía vómito y orina en su despacho para
limpiar.
Cordelia pasó rápidamente por al lado suyo y presionó sus dedos
en la frente de su hermano pequeño.
- Oh, Cameron.
- Estoy bien, Dee - dijo, secándose la boca con la manga y desviando la
mirada de Dallas.
Éste miró a Boyd.
- McQueen, deséele lo mejor a su hermana, reúna a sus hermanos y
aléjense de mi vista.
Cordelia lo miró como si fuera una serpiente.
- Cameron no puede irse. Está enfermo.
- Puede vomitar afuera tan fácilmente como lo hizo adentro.
- Eres cruel - dijo.
- Estoy bien ahora, Dee - repitió Cameron. Extendiendo su mano hacia
Dallas, le preguntó:

40
- ¿Puedo recuperar mi arma?

- Te la daré en un par de días, después de que los ánimos se hayan


calmado - dijo Dallas - En este momento, sería mejor si te fueras.
Cameron asintió y miró a su hermana.
- Buenas noches, Dee - y se abrió paso hacia el exterior.
- ¿Tienen que irse? - preguntó ella.
- Tu marido lo exige - dijo Boyd - Vámonos. Giró sobre sus talones y salió
pitando, con sus hermanos siguiéndolo como perros con sus colas
metidas entre las patas.
No era exactamente como Dallas había planeado terminar la
noche.
Maggie cruzó la habitación, colocó sus pequeñas manos sobre los
muslos de Dallas e inclinó la cabeza hacia atrás.
- Tuvimos muchos pandilleros - dijo - Un grupo de perros.
Él la levantó en sus brazos.
- ¿Se han ido todos ahora? - él le preguntó, aunque enfocó su mirada en
su esposa que lo miraba como si pensara que podía dañar a la niña.
Maggie asintió y apoyó la cabeza en su hombro.
- Solo que ahora me duele el
estómago.
- No me sorprende. - Miró a su hermano - ¿Por qué no llevas a tu hija y le
mostraré a mi esposa su habitación? Entonces me ocuparé de este
desastre.
Entregó su sobrina a Houston y tendió un brazo hacia su esposa.
- Señora Leigh - dijo, sabiendo que su voz sonaba demasiado severa,
pero incapaz de atemperarla. Había perdido una esposa en su noche de
bodas y no tenía la intención de perder a otra.
Dio un paso vacilante hacia él, como si acabara de decir que iba a
llevarla a la horca en lugar de a su habitación. Sus dedos se clavaron en
su antebrazo, y maldición, todavía estaba temblando.
- Por
aquí.

Cordelia lo siguió desde el despacho, por el pasillo y subió por un


amplio tramo de escaleras. Caminó hacia la última habitación a la
derecha, la habitación de la esquina que tenía la puerta cerrada.
- Esta es nuestra habitación. Coloqué tu baúl antes, así que te está
esperando.
Su habitación, no la de ella, sino de ellos. Sabía que él tenía la
intención de que la compartieran esta noche y todas las demás.
- Lamento haber comido todas tus gotas de limón - dijo, estúpidamente,
deseando que el sol nunca se hubiera puesto y que la noche nunca
hubiera llegado.
- ¿Funcionó?
- ¿Disculpa?
- ¿Hizo desaparecer la tristeza?
- No completamente.
41
- Siento escuchar eso.
- Siento haber
gritado.
- Sabía que Maggie estaba escondida debajo de mi escritorio. No se me
hubiera ocurrido asustarla, de saber que tú también estabas allí.
- Lo siento, dije que eras
cruel.
Una esquina de su boca se levantó.
- Probablemente podríamos quedarnos aquí toda la noche
disculpándonos por cosas que dijimos o hicimos a lo largo del día.
Reconozcamos que empezamos con el pie izquierdo, e iremos desde allí.
Puso su mano en el pomo de la puerta.
- Las dos primeras condiciones… - dijo rápidamente. Dallas retiró la
mano de la puerta, se enderezó y la miró. Ella se lamió los labios.
- …las primeras dos condiciones en las que mi padre estuvo de
acuerdo... ¿qué eran?
- ¿No te lo
dijo?
- Dijo que compartirías tu agua con él si me casaba contigo. Sin el agua,
perdería su ganado.
- Esa fue la primera condición. Prometí retirar mí alambrado la mañana
después de casarnos.
- ¿Esa fue tu idea? - le
preguntó.
- Fue mi
oferta.
- ¿Y la segunda condición?
- Cuando me des un hijo, entregaré una porción de mi tierra a tu padre.
- ¿Esa fue tu idea
también?
Él dudó.
- No.

42
Cordelia sintió como si alguien hubiera atravesado su pecho
arrancándole el corazón.
- ¿No hay un nombre para una mujer que intercambia sus favores por
ganancia? - preguntó.
- También hay un nombre para una mujer que toma un marido. Eres mi
esposa, no mi puta.
- En este caso, Sr. Leigh, la diferencia se apoya en una línea muy fina.
¿Puedo tener unos momentos a solas?
Él asintió y abrió la puerta de su habitación.
- Voy a ver a mi hermano y su familia, luego volveré.
Se deslizó dentro de la habitación, cerró la puerta y presionó
fuertemente su espalda contra ella.
Su padre conocía los temores que albergaba, sabía lo que había
visto de niña. Había estado parada en la entrada de su habitación,
aterrorizada, cuando finalmente él se bajó de su madre.
Le había prometido que ningún hombre la tocaría jamás. Había
cambiado su promesa por una franja de tierra, sabiendo muy bien que lo
que Dallas Leigh esperaba de su esposa, era lo que su padre le había
jurado que nunca tendría que dar.

Dallas se apoyó en la viga de la galería y observó cómo Houston


metía a Maggie en la parte trasera del carro. Amelia había tenido la
amabilidad de ayudarlo a limpiar su despacho. Deseó tener el poder de
borrar sus dudas, tan fácilmente como ella había limpiado el charco del
gatito.
¿Era tan terrible que un hombre deseara un hijo?
- Que tengan un buen viaje de regreso a casa - dijo.
Houston levantó la vista de su tarea.
- Lo tendremos.
- Si necesitan algo…
- Estaremos bien - dijo Amelia - Vuelve con tu esposa.
Al entrar a la casa, Dallas cerró la puerta detrás de él. Después de
un día lleno de invitados, la casa parecía insoportablemente vacía. Sus
pasos resonaron por el pasillo. Comenzó a subir las escaleras.
Su esposa lo estaba esperando. Su esposa. Había planeado bailar
con ella, brindar por su felicidad y encantarla.
En cambio, ella había visto que su temperamento se recrudecía
más de una vez, y la había asustado. Su grito había sido de puro terror.
Se detuvo frente a la puerta de su habitación. Una luz pálida se
deslizaba por debajo. Ella estaba adentro esperándolo.
Esta noche tendría a alguien a su lado, y con un poco de suerte,
dentro de nueve meses, tendría a alguien en su corazón.
Él al decir sus votos, había jurado para bien o para mal. Haría todo
lo posible por mejorar todo para ella, tenía que hacerlo.
Puso su mano sobre la perilla, la giró y descubrió que estaba
trabada. Por Dios, ¿este día no terminaría nunca? Había sido desafiado
en todo momento, y ya estaba malditamente cansado. Con un estallido

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de ira que hizo que la sangre corriera por sus sienes, pateó la puerta.
Ella gritó y se levantó volando de la silla que había llevado junto al
fuego del hogar, apretando su cepillo contra su pecho.
- Nunca me cierres la puerta - dijo en voz baja y amenazadora - No en mi
casa.
Ella negó con la cabeza y dio un paso atrás.
- No, no, no lo haría. Conozco mi deber. Yo... me estaba preparando para
ti.
Su deber. Las palabras sonaron increíblemente duras, pero ¿qué
había esperado? Ella sabía menos de él de lo que él sabía de ella, porque
todo lo que sabía de él provenía de sus hermanos, y era obvio después
de la confrontación en su despacho y de las conversaciones mantenidas
a lo largo del día, que tenían pocas palabras amables para decir sobre él.
Sus ojos estaban tan grandes como dos lunas llenas, y ahora podía
ver que su cepillo estaba enredado en su pelo. Enredado en su espeso
cabello negro que caía libre sobre sus estrechas caderas, como una
cascada inmóvil.

Llevaba un camisón de algodón blanco con encaje en la garganta y


pequeños botones de perlas en la parte delantera. Algo con lo que una
mujer podría dormir.
Cuando dio un paso hacia adelante, vio cómo se le curvaban los
dedos de los pies. Por alguna razón inexplicable, esa pequeña acción lo
conmovió como nada durante todo el día. Echó un vistazo a la puerta,
colgando en un ángulo ridículo, arrancada de las bisagras superiores.
Miró a Cordelia.
- Enviaré a alguien a reparar la puerta. - Le dio un asentimiento brusco.
Salió de la habitación, bajó corriendo las escaleras y se lanzó a la
noche. Vio a Houston, de pie junto a la carreta, besando a Amelia como
si no hubiera pasado todo el día con ella, como si no fuera a compartir el
resto de su vida con ella.
- ¡Houston!
Éste levantó la cabeza y atrajo a Amelia hacia él.
Dallas se sintió como un tonto. Un maldito tonto.
- Necesito que... me ayudes y arregles la puerta de mi habitación.
- ¿Arreglar? ¿Qué le pasó?
- Un pequeño malentendido. La pateé y ahora está colgando de las
bisagras. Pensé que sería mejor si alguien más la reparaba.
Dallas gruñó cuando Amelia lo golpeó en el estómago.
- Mira a nuestra hija - ordenó.
Amelia y Houston se apresuraron a entrar a la casa. Dallas caminó
hacia la parte trasera del vagón y miró dentro. Maggie yacía sobre un
colchón de mantas, el gatito que le había regalado estaba curvado sobre
su estómago.
- ¿No te gustaría tener un niño pequeño para jugar? - preguntó en voz
baja.
Vio un movimiento por el rabillo del ojo. Austin estaba avanzando
hacia el carro.
- ¿Austin?

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Éste se paró en seco.
- ¿Qué?
- Mira a Maggie. Necesito un trago.
Ignoró el gruñido de Austin mientras se dirigía a la casa.

Cordelia estaba temblando tanto que pensó que nunca más estaría
caliente. Amelia había agregado leña al fuego, pero todavía sentía frío,
tanto frío. Su cuñada había colocado una manta alrededor de sus
hombros, pero eso tampoco le había traído ningún calor.
- No puedo quedarme aquí - susurró.
Amelia se arrodilló ante ella y le tomó las manos.
- Estará todo bien.
Cordelia negó con la cabeza.

- Mi hermano Duncan me contó que te casaste con Dallas y que él había


sido tan cruel contigo que te fuiste después de solo una semana de
matrimonio. - Vio encenderse una chispa de ira en las profundidades
verdes de los ojos de Amelia.
- ¿Eso es lo que te
contó?
- Puedo entender por qué lo dejaste. - contestó mientras
asentía.
La mujer comenzó a quitar los alfileres del pelo de Cordelia y le
sonrió suavemente.
- No, no creo que entiendas. Me prometí a Dallas y me casé con él. Unos
días después de casarnos, se dio cuenta de que amaba a Houston y que
Houston me amaba, así que me dio la anulación. Me liberó.
- Desearía que me liberara a mí
también.
- Nunca olvidaré lo que me dijo esa noche... cuando me dejó ir. - le
murmuró mientras cepillaba su cabello.
Cordelia no quería saber nada más sobre el hombre con el que se
había casado, estaba segura de que sabía todo lo que necesitaba saber.
Tenía un temperamento peor que cualquiera que hubiera visto antes,
que se encendía con una pequeña chispa.
Sin embargo, recordó que más temprano, ese día, había alterado
su temperamento cuando su sobrina se había arrojado sobre sus
piernas. Las gotas de limón que tenía en su escritorio para la pequeña.
Su renuencia a dejar que Boyd hablara por ella durante la ceremonia. En
contra de su voluntad, se escuchó preguntar:
- ¿Qué dijo él?
- "No necesito amor, Amelia, pero creo que tú sí, y si lo encuentras con
un hombre que sueña con criar caballos, debes saber que lo haces con
mi bendición". - Amelia se puso de pie y le tendió el cepillo a Cordelia. -
Te dejo con un pequeño secreto. Dallas necesita amor, más que ninguno
de nosotros. Sé que tu matrimonio no ha comenzado bajo las mejores
circunstancias, pero creo que si le das una oportunidad, adorará al suelo
que pisas.

45
Con los codos clavados en sus muslos, Dallas miró fijamente el
fuego bajo que parpadeaba en el hogar de su oficina. Recordaba el día
en que se había casado con Amelia. Había visto la decepción en sus
ojos, un toque de tristeza, pero también había habido esperanza y
confianza.
En cambio, el día en que se había casado con Houston. Ella había
brillado con amor y felicidad.
No había esperado que la mujer con la que se casara hoy
resplandeciera, pero tampoco había planeado llenarla de puro miedo.
¿Qué había estado pensando para casarse con una mujer que nunca
había visto? Había acordado casarse con ella como si fuera poco más
que una yegua de cría cuidadosamente seleccionada. No podía culparla
por ofenderse, desconfiar y atemorizarse.
- Arreglé la puerta - dijo
Houston.

Sin apartar su atención del fuego, Dallas simplemente asintió.


- Lo aprecio.
- Asustaste muchísimo a Cordelia... otra vez.
Dallas hizo una mueca.
- Lo sé - suspiró profundamente - Sé cómo acostarme con una puta. No
tengo la menor idea de cómo hacer para acostarme con una esposa.
- No parecías tener ningún problema cuando te casaste con
Amelia.
Dallas levantó la vista hacia la ira reflejada en la voz de su
hermano. Había ofendido a alguien más sin desearlo.
- Sabes tan bien como yo que nunca llegamos tan lejos. Con Amelia
siendo secuestrada en nuestra noche de bodas y que a ti te dispararan
cuando la rescatamos, apenas tuve la oportunidad de besarla. Nunca la
vi de pie frente al fuego, en un vestido flojo que apenas la cubría,
jugando con luces y sombras. Cordelia tiene piernas que le llegan hasta
los hombros.
Houston le dio una sonrisa comprensiva.
- Sé todo sobre las sombras. - Se aclaró la garganta - Mira, Dallas, esto
no es asunto mío, pero no hay ninguna ley que diga que tienes que
acostarte con ella esta noche. Conociendo a su pa, probablemente no
tuvo mucho que decir sobre este matrimonio. ¿Qué te costaría darle un
par de días para que se acostumbre?
Dallas se levantó.
- Sí, he estado pensando lo mismo. Se está haciendo tarde. ¿Tú y tu
familia quieren quedarse aquí esta noche?
- Agradezco la oferta, pero esta noche hay una buena luna y un cielo
despejado. Estaremos bien.
Dallas siguió a su hermano desde su oficina y se paró en las
escaleras, esperando mientras Houston salía por la puerta principal.
Levantó la vista. Las escaleras nunca antes habían parecido tan altas.
Cuando comenzó a trepar por ellas, comenzó a imaginar disculpas en su
mente, tratando de encontrar la correcta, la que desharía todo el daño
que involuntariamente infligió a la tranquilidad de su esposa.
Cuando llegó a su habitación, tocó suavemente la puerta y esperó
46
una eternidad para que ella abriera.

Cordelia miró al formidable hombre que estaba parado en el


pasillo. Ella abrió más la puerta, dándole acceso a la habitación,
ofreciéndole acceso a ella misma. Vio como su manzana de Adán se
deslizaba lentamente hacia arriba y hacia abajo.
- Prepárate para cabalgar antes del amanecer,- dijo bruscamente y se
volvió hacia las escaleras.
Aturdida, salió al pasillo.
- ¿Quieres montar a caballo?
Él dejó de caminar y la miró.
- ¿Qué otra cosa crees que montamos?
¿Vacas?

Ella sacudió la cabeza.


- No... es que… yo… solo... no sé hacerlo. Nunca he... montado en un
caballo.
Pensó que si dejaba escapar una respiración profunda, se caería y
se derrumbaría por las escaleras.
- ¿Nunca has montado un caballo?
- Padre dijo que era demasiado peligroso. Siempre viajé en mi carruaje.
- No hay forma en el infierno de que mi esposa viaje por el campo con
ese artilugio rojo. Les dije a sus hermanos que se lo llevaran.
- Oh. - Ella presionó su mano en su garganta, tratando de pensar en algo
que decir.
- Tengo un caballo tranquilo que puedes montar, y si no lo quieres,
puedes montar conmigo.
Rápidamente negó con la cabeza.
- El caballo tranquilo está bien.
- Bien. Entonces te veré antes del amanecer.
Giró sobre sus talones y bajó las escaleras pisando fuerte. Cordelia
volvió a entrar en la habitación, cerró la puerta y se apoyó en ella.
Presionó los dedos contra su boca. ¡Había hecho que sus hermanos se
llevaran el odioso carruaje!
Mañana, aprendería a montar a caballo por el campo. Se abrazó a
sí misma. Él había dicho que la vería por la mañana. ¿Eso significaba que
estaría segura esta noche? ¿Podría dormir sola?
Caminó hacia la cama. No fue hasta que alargó la mano para
retirar las mantas que notó las flores que descansaban entre las
almohadas.
Marchitas ahora, su fragancia todavía flotaba sobre la cama. Cogió
una flor amarilla y pasó el dedo por el frágil pétalo. Crecían en la
pradera. Suficientemente fáciles de encontrar. No había muchos
problemas para tomarlas.
Sin embargo, las lágrimas brotaron de sus ojos. Un gesto tan
simple. Quería creer que Amelia se las había dejado para ella, pero de
alguna manera sabía que habían sido un regalo de Dallas.
Caminó hacia el otro lado de la habitación, apartó las pesadas
cortinas, abrió una puerta ventanal y salió al balcón.
47
A lo lejos, vio la silueta de su marido sentado en la barandilla
superior del corral, con los hombros encorvados, mientras miraba en
dirección a la luna.

48
CAPÍTULO 5

Cordelia yacía en la enorme cama de roble escuchando los pasos


de su marido. Varios minutos después de la medianoche, finalmente lo
escuchó subir por las escaleras. Siguió el sonido por el pasillo, hasta que
lo oyó detenerse frente a su puerta. Contuvo el aliento, esperando el clic
del picaporte, el eco que anunciaría que venía a reclamarla como su
esposa. Pero todo lo que escuchó fue las pisadas de sus botas mientras
se alejaba.
Rodó hacia un lado y observó cómo las sombras jugaban en la
habitación. Su habitación.
Se preguntó cuánto tiempo le daría antes de insistir en que sea
"su" habitación.
Durmió irregularmente toda la noche y finalmente se arrastró fuera de la
cama a primera hora de la mañana para prepararse para su primer
paseo a caballo. Fue entonces, en la quietud antes del amanecer,
cuando notó las muchas cosas que había pasado por alto la noche
anterior.
Se lavó la cara con el agua que llenaba el pesado lavabo de roble.
Contempló su reflejo en el espejo ovalado que colgaba en la pared.
Imaginaba que Dallas generalmente se afeitaba aquí. Sus artículos de
afeitar descansaban sobre una pequeña mesa junto al lavabo. Sabía que
era hábil con una navaja de afeitar. Su mentón y sus mejillas habían
estado lisos y no presentaban rasguños ni cicatrices, salvo uno pequeño,
justo debajo de su ojo izquierdo, pero no creía que una navaja
descuidada lo hubiera hecho. Su bigote había sido recortado
prolijamente.
Usando una de las dos toallas que había dispuestas junto al
lavabo, secó la humedad de su rostro. Luego se acercó al tocador con
espejo, se sentó en la silla de respaldo recto y deshizo su trenza.
En la cómoda, había colocada una botella pequeña de "Ron de
bahía". Sus hermanos a menudo se rociaban con él, pero olía diferente
en la piel bronceada de Dallas. Era dueño de este rancho, pero no creía
que pasara tanto tiempo en su oficina como su padre. La piel de Dallas
eran demasiado oscura, demasiado curtida.
Se levantó el pelo, y rápidamente se puso su traje de montar color
rojo. Ella solo se lo había puesto una vez. El día que Mimí St. Claire se lo
había entregado, un regalo de Cameron con la esperanza de poder
convencer a su padre para que la dejara montar. Ella había admirado a
la mujer por viajar al rancho, sin escolta, en un calesín, la había
envidiado por tener la libertad de ir y venir a su antojo, ya que no estaba
atada a un hombre.
Cordelia le había preguntado a su padre si tal vez ella podría hacer
lo mismo, pero él le había prohibido viajar sin compañía, como si no
confiara en su regreso. Nadie había encontrado el tiempo suficiente para
acompañarla a la ciudad, después del día en que Dallas había
acordonado la tierra.

49
Había dedicado tantos años al cuidado de su madre, que quedarse
en casa se había convertido en una forma de vida para ella, que rara vez
había cuestionado. Había crecido con el adagio de su padre: "El lugar de
una mujer está en el hogar, atendiendo a sus hombres".
Cordelia saltó al escuchar que golpeaban a la puerta. Tomando una
respiración profunda, cruzó la habitación y la abrió. Fue golpeada una
vez más por la hermosa visión de los rasgos cincelados de Dallas. Su
mirada lentamente viajó desde la punta de su sombrero hasta la punta
de los dedos de sus pies.
-Tenemos que irnos-dijo con una voz que sonaba como si lo estuvieran
estrangulando.
Ella lo siguió por las escaleras y en la oscuridad de la madrugada.
Había dos caballos atados frente a la terraza delantera.
- Esta es Belleza, - dijo Dallas mientras colocaba su mano sobre la grupa
castaña de la yegua - Ella es lo más dócil que puedas encontrar. Tira de
las riendas para detenerla. Dale un ligero apretón con tus piernas en los
costados para que marche. En su mayor parte, simplemente seguirá a
mi caballo.
- Suena bastante fácil - dijo Cordelia.
Dallas la miró y entrecerró los ojos.
- ¿Nunca has montado? - preguntó como si pensara que le había
entendido mal la noche anterior.
Ella sacudió su cabeza.
- Mi padre consideraba indecoroso y peligroso que una mujer montara a
caballo.
Caminó hacia atrás hasta que se paró al lado del caballo.
- Simplemente agarra el cuerno de la silla de montar, pon un pie en el
estribo, elévate hacia arriba, y balancea la otra pierna.
Aunque era alta, todavía encontró el cuerno excepcionalmente alto
cuando lo envolvió con sus manos. Dallas agarró el estribo y lo mantuvo
firme después de que su pie lo perdió dos veces. Deslizó su bota en él,
respiró hondo y se elevó. Dallas la agarró de la cintura con una mano,
presionó su otra mano en su trasero y la levantó. Con el calor ardiendo
en sus mejillas, Cordelia se acomodó en la silla. Nadie jamás la había
tocado tan íntimamente.
Cuando el caballo se echó hacia un lado, Cordelia clavó los dedos
en el cuerno de la silla de montar. Dallas agarró la brida y el caballo se
calmó.
- Toma estas - dijo, sosteniendo las riendas hacia ella. Cordelia miró las
tiras de cuero que se enredaban entre sus dedos. Dedos largos que
fácilmente se habían extendido por la mitad de su cintura. Ella extendió
la mano y tomó las riendas.
- Gracias.
- No tienes que agradecerme - gruñó mientras caminaba hacia su
caballo y montaba en un movimiento fluido. - Vamos. Dale a Belleza una
patada suave.

Ella hizo lo que le indicó, y Belleza siguió al caballo de Dallas a


paso lento. Se preguntó cómo se sentiría al galope a través de las

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llanuras, el viento soplando en su cara. Podía sentir la brisa ahora, solo
un leve aliento sobre sus mejillas.
El hombre que montaba a su lado parecía haber nacido en la silla,
como si él y su caballo fuesen uno.
Cordelia miró a su alrededor, esperando que otros se unieran a
ellos.
- ¿Dónde está la escolta?
Dallas la miró.
- ¿Qué escolta?
- Mi padre siempre insistió en que viajara con al menos seis hombres
para protegerme. Solo asumí que tus hombres...
- Yo protejo lo que es mío - dijo con voz tensa.
No tuvo que mover su mano hacia la pistola que descansaba a lo
largo de su muslo o el rifle alojado en su silla de montar para
convencerla de que hablaba seriamente.
- ¿Qué... cuál es el nombre de tu caballo? - le preguntó.
- Satán.
El diablo negro montaba a Satanás. De alguna manera parecía
apropiado.
- Demoré un demonio de tiempo tratando de domarlo - explicó Dallas -
Al final, tuve que dejar que Houston lo domesticara.
- Suenas decepcionado.
Él se encogió de hombros.
- Ese el talento de Houston, domesticar a los caballos.
- ¿Cuál es tu talento?
Él sostuvo su mirada.
- Yo construyo imperios.

Cabalgaron hacia el oeste durante más de una hora con nada más
que silencio y una suave brisa entre ellos. Dallas luchó por mantener su
mirada fija en el horizonte lejano en lugar de en su nueva esposa. Él
pensó que ayer se veía hermosa vestida de blanco. Pero en rojo, ella era
devastadora. El profundo tono, resaltaba la riqueza de su piel de
porcelana, el cabello negro y los ojos marrones.
La combinación era casi suficiente para hacerle cambiar de opinión
sobre lo que había decidido esa mañana. Pero la vacilación en su voz
cuando habló con él y el miedo que aún residía en sus ojos, le impidieron
alterar sus planes.
Hizo detener a Satán en lo alto de la pequeña elevación y giró
ligeramente el caballo, Belleza se detuvo junto a él.
- ¿Por qué nos detuvimos? - preguntó Cordelia.
- Para ver el amanecer.

No podía explicar por qué quería ver el sol en el horizonte con esta
mujer a su lado. El amanecer no era su hora favorita del día. Él prefería
la noche, cuando las nubes se desvanecían para revelar las estrellas.
Esas estrellas que lo habían guiado a casa incontables veces. Cuando

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era niño, incluso les había pedido deseos.
Había pensado en pedirle a Cordelia que cabalgara con él anoche,
cuando no podía dormir, pero había necesitado tiempo a solas para
pensar, para vadear el atolladero que había creado inadvertidamente.
No sabía si podría desenredar el desastre, pero esperaba poder darles
un camino más tranquilo que seguir. Podía tratar de explicárselo, pero
entonces escuchó su suave respiración, cuando el sol comenzó a lavar la
oscuridad. Se preguntó si alguna vez había visto el comienzo de un
nuevo día. Él sabía muy poco sobre ella. Todo parecía sin importancia
hasta la noche anterior.
- Es hermoso - dijo en voz baja.
Tenía las palabras en la punta de la lengua, pero no se atrevía a
decirlas, ya que no sabía cómo terminaría la mañana.
Apenas volviendo el rostro en su dirección, le dio una sonrisa
vacilante y agregó:
- Gracias.
Él hizo una mueca.
- Yo no hice el amanecer. Solo te traje a verlo.
Ella se puso seria, asintió levemente y desvió la mirada. En ese
momento él hubiera querido restarle la brusquedad a su voz. No sabía
por qué siempre sonaba enojado cuando le hablaba. Quizás porque el
cumplimiento de su sueño final se basaba en la voluntad de ella de
dárselo.
Extendiendo la mano, agarró las riendas de Belleza y alejó a los
dos caballos del sol naciente.
Cordelia miró el río, los hombres que se alineaban en la otra orilla,
y el alambrado de púas que se extendía a lo largo de la corriente. A lo
lejos, más allá del río, una nube de polvo se elevaba hacia el cielo
mientras el ganado avanzaba hacia la valla.
Reconoció a sus hermanos liderando la manada, Boyd con su brazo
todavía en una férula blanca, con Duncan y Cameron a cada lado.
Hicieron detener sus caballos, y el ganado paró detrás de ellos mientras
los hombres que flanqueaban cada lado, sujetaban a las vacas que
querían seguir moviéndose.
Oyó el balbuceo del río y el bajo bramido del ganado. El corazón se
tensó en su pecho cuando se dio cuenta de por qué Dallas la había
traído hasta aquí: para ver exactamente por lo que su familia la había
cambiado.
Deseó haber sido lo suficientemente hábil con un caballo como
para simplemente salir galopando de ahí.
A su lado, Dallas se quitó el sombrero, se agachó y colocó sus
muñecas sobre el cuerno de la silla.

- Siempre me he considerado un hombre afortunado. Tengo más tierra


de la que sé qué hacer con ella y dinero suficiente como para que mi
familia nunca pase necesidades. Supuse que cualquier mujer estaría
contenta de tenerme por esposo. Tu familia y yo hemos estado
peleándonos por esta franja de tierra desde el día en que llegaron.
Quiero un hijo y quiero que cese la pelea. Casarme parecía una forma de
tener ambas cosas. Lamentablemente, no pensé que debería considerar
52
y entender tus sentimientos. Ese es el asunto que debes considerar. - Él
apartó su mirada de ella - ¿Ves a ese hombre parado junto al
alambrado?
Vio a un hombre alto y de huesos delgados colocado junto al
alambre de púas, con su caballo atado a un poste.
- Sí.
- Es Slim, mi capataz. Si tú vas allí, él cortará el alambre y te dejará
pasar para que puedas reunirte con tus hermanos del otro lado.
- ¿Y aun así derribarás el alambrado?
Él giró su mirada oscura e inquebrantable hacia ella.
- Esta tierra ha absorbido mi sudor y mi sangre... y la de mis hermanos.
No voy a ceder ni un centímetro, si no recibo nada a cambio.
Sus esperanzas se desplomaron.
- ¿Y si decido quedarme aquí?
- Levanta la mano y bájala. Entonces mis hombres retirarán el alambre.
Hoy te doy lo que tu familia y yo no pudimos darte ayer: una elección.
Quédate o vete. Es tu decisión.
- Pero ya estamos casados.
- Se puede deshacer lo suficientemente
fácil.
- Mi padre y mis hermanos estarán
furiosos.
Él sostuvo su mirada.
- Estoy preparado para lidiar con
eso.
- Rompiste el brazo de Boyd antes. ¿Qué vas a hacer esta vez? ¿Matarlo?
Su mirada nunca titubeó.
- Si tengo
que.
Su estómago se sacudió. Desde luego, no podía acusar a Dallas
Leigh de ser deshonesto. Su boca quedó tan seca como el viento.
- Solo me has dado la ilusión de una elección.
- A veces, eso es todo lo que la vida nos da a cualquiera de
nosotros.
Unos momentos antes, se había maravillado ante la belleza del
amanecer, y ahora estaba viendo la fealdad de los hombres y su
avaricia.
- ¿Quieres estar casado con una mujer que te odia? - Preguntó, dándose
cuenta con un escalofrío de temor de que muy bien podría llegar a odiar
a este hombre.
Se colocó el sombrero en la cabeza, arrojando sombras sobre su
cara.
- No necesito tu amor, pero necesito tu decisión. Mis hombres tienen un
trabajo que hacer.

Sintió que la ira bullía a través de ella.


- Mi padre tenía razón. Eres un bastardo de corazón frío.
Volvió la cabeza bruscamente como si estuviera tan sorprendido
por la vehemencia en su voz como ella. Nunca en su vida se había
atrevido a hablarle tan bruscamente a nadie. Esperaba que le diera lo
53
que su padre le daba a sus hermanos cuando usaban ese tono duro con
él: un revés en la cara.
- Te estoy dando una opción que él no estaba dispuesto a darte - dijo.
Al escuchar la tensión en su voz, se maravilló por su moderación.
- Con gusto la tomar - dijo mientras pateaba los costados de su caballo.
Permitió a la yegua dar media docena de pasos antes de tirar de las
riendas. Miró por encima del hombro. Dallas no se había movido. Ni un
músculo. Lo recordaba como lo había visto anoche: sentado en la valla
del corral, mirando la luna.
¿Qué elección le había dado la vida a él por esposa? No había
contado, pero había visto menos de una docena de mujeres en su boda.
Sus hermanos siempre estaban discutiendo sobre la ausencia de
mujeres, especulando sobre dónde encontrar una esposa, yendo tan
lejos como para contestar anuncios en diarios.
Quizás una ilusión de elección era lo que todos tenían realmente.
Sus verdaderas elecciones se limitaban a vivir dentro de las
sombras proyectadas por su padre y sus hermanos o vivir dentro de la
sombra proyectada por este hombre.
Siempre sombras, cuando anhelaba el sol.
La prisión siempre era prisión, pero al menos su carcelero actual,
le daba la libertad de montar, una razón estúpida para levantar y bajar
la mano, pero lo hizo, sin apartar la vista de su marido. El aire de
repente se llenó de agudos silbidos, gritos y alaridos.
Dallas instó a su caballo a avanzar hasta que estuvo a la par con el
de ella.
- Es mejor que mires lo que les diste - dijo, con la voz
baja.
Ella apartó su mirada de él, mientras sus hombres enlazaban los
postes torcidos y comenzaban a tumbarlos. Sus hermanos se quitaron
los sombreros, le hicieron señas con un círculo sobre sus cabezas y
empujaron a sus caballos hacia adelante, siguiendo al ganado.
- Quiero un hijo - dijo Dallas en voz baja.
El corazón de Cordelia latía locamente en su pecho.
- Estoy consciente de eso. Mi familia obtiene la tierra y el agua que
quiere. ¿Y qué obtengo yo?
Él se quitó el sombrero y se encontró con su mirada.
- Todo lo que quieras.
Cordelia consideró pedirle su libertad, pero sabía muy en el fondo
de su corazón que nunca abandonaría a un niño que hubiese traído al
mundo. Su hijo la uniría a Dallas con más fuerza que cualquier otro voto
que ella hubiera pronunciado ayer.

Nunca había sabido lo que era odiar a nadie, pero ahora empezaba
a sentir sus incómodas sensaciones. Su padre la había sobreprotegido, la
había ocultado del mundo, hasta que se había convertido en poco más
que una posesión para ser intercambiada.
- ¿Amor? - preguntó.
Sus ojos se oscurecieron.
- Dame un hijo y voy a encontrar la manera de dártelo.

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Austin quería matar a los pequeños hombres que estaban
construyendo una ciudad dentro de su cabeza. Sus constantes golpes
resonaron entre sus sienes.
Se obligó a sí mismo a sentarse y balancear las piernas sobre el costado
de la cama. Los golpes se hicieron más fuertes, y se dio cuenta de que
gran parte de eso no estaba en su cabeza en absoluto.
- ¡El desayuno esta listo!
Gruñó ante la voz en auge de Dallas.
- Ya voy - murmuró. Inclinó la cabeza esperando que Dios lo ayudara y
que Cordelia siguiera durmiendo. No sabía cómo en el mundo iba a ser
capaz de mirarla a los ojos.
Se puso de pie, se lavó lo más rápido que pudo, se puso una camisa
limpia y se dirigió al comedor para desayunar.
Dallas y Cordelia ya estaban sentados uno frente al otro, él
masticando su comida, Cordelia arrastrando los huevos de un lado al
otro del plato. Austin tomó la silla entre ellos.
- Te ves como el infierno - dijo Dallas.
- Me siento como el
infierno.
Dallas empujó un plato de huevos fritos hacia él. Las yemas
amarillas temblaron y el estómago de Austin se revolvió.
- Mete algo en tu estómago - ordenó Dallas. Austin cogió la cafetera y
vertió el humeante brebaje negro en una taza.
- Solo quiero café.
Apoyó el codo sobre la mesa y la barbilla en la palma de la mano
para evitar que la cara cayera sobre la mesa.
- No era necesario que me llevaras a la cama anoche - dijo Austin.
- No podía dejarte en la parte trasera del carro de Houston.
Recordó haber pensado en lo cómoda que parecía Maggie
acurrucada en el carruaje, entonces se había acomodado a su lado.
Sentía la boca como si se hubiera tragado la cola del gato.
- ¿A qué hora vas a tirar el alambrado?
- Ya lo he
retirado.
Haciendo muecas ante la censura en la voz de su hermano, Austin
se obligó a mirar a Dallas.
- Supongo que debería haber estado allí.
- Supongo que deberías haberlo hecho, pero ya está hecho. ¿Piensas ir a
la ciudad hoy?

- No creo poder sentarme en una silla de montar por más de cinco


minutos sin vomitar.
Dallas negó con la cabeza.
- ¿Qué diablos pensaban tú y Cameron?
- Estábamos tratando de no pensar.
Dallas se recostó en su silla.
- Voy a trabajar en mis libros por un tiempo, y luego tengo que controlar
la manada. ¿Serás capaz de estar atento a mi esposa por si ella
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necesita algo?
Austin miró rápidamente a Cordelia y asintió.
- Bueno. - Dallas raspó su silla y recogió su
plato.
- Lo lavaré por ti - dijo Cordelia
suavemente.
Austin nunca había visto a Dallas mirar como si no supiera qué
hacer, pero seguro parecía vacilante ahora. No estaban acostumbrados
a tener a una mujer cerca para ver sus necesidades.
- No me importa lavar después de las comidas - dijo Cordelia.
Dallas puso el plato sobre la mesa.
- Bien, entonces. Aprecio el gesto.
Salió de la habitación, y Austin deseó haber podido irse con él,
pero sabía que quedaban muchas cosas entre él y Cordelia, y vivir en la
misma casa sería un infierno hasta que todo estuviera aclarado.
Dio un largo trago a su café, esperando aclarar su cabeza. Luego
se inclinó hacia ella.
- ¿Te importa si te llamo Dee? Sé que Cameron lo hace.
Ella levantó la vista y luego volvió a bajarla.
- Está bien.
- No, no está bien, y ambos sabemos por qué - Puso su mano sobre la de
ella, quién levantó su mirada. Él le dio una sonrisa triste - Oíste anoche
algo que nunca debiste oír.
Bajó nuevamente la mirada.
- No
importa.
Él le apretó la mano hasta que lo miró de nuevo.
- Sí importa. Cuando los hombres se emborrachan, dicen cosas que no
deberían. No voy a negar que Dallas quiere un hijo... y mucho. Pero
también sé que te tratará bien, de la forma en que un hombre debería
tratar a una mujer.
- ¿Cameron te dijo que no tenía nariz?
Austin hizo una mueca.
- Sí, no sé por qué hizo eso.
- Y le dijiste a Dallas.
- Sip, y no sé por qué hice eso.
- Y aun así se casó conmigo. Debe estar realmente desesperado.
Él tomó su mano entre las suyas.
- Tienes que entender a nuestra familia. Has visto a Houston. No hay
hombre tan marcado como él. Y aun así Amelia se enamoró de él.

Después de ver eso, creo que no le damos mucha importancia a las


cicatrices.

- ¿Qué demonios creías que estabas haciendo esta mañana?


Dallas levantó la vista de la saliva que había aterrizado en su
escritorio y se encontró con la mirada ardiente de Angus McQueen.
- Moviendo mi
alambrado.
- Con mi hija a caballo, en un lugar donde fácilmente podría haber caído
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y haber sido aplastada por las reses. Te dije que era delicada.
- Tu hija puede mantenerse bien en un caballo, McQueen. El caballo es
tan tranquilo que mi sobrina de tres años lo monta. Tu hija estaba a
salvo.
- Es lo que tú dices. Debes protegerla...
- La protegeré, pero lo haré a mi
manera.
Angus se dejó caer en la silla. Sus hijos continuaron de pie, con los
brazos cruzados, aunque Dallas pensó que Cameron lucía como si
pudiera sacar su última comida en cualquier momento, un pensamiento
que no encontró particularmente tranquilizador.
- Simplemente no entiendes - dijo Angus - Las mujeres no pueden
protegerse a sí mismas. Debes mantenerlas cerca o se dañarán, tal
como lo hizo mi querida esposa.
Dallas se frotó la frente, tratando de aliviar el dolor de cabeza.
Había querido poner fin a la lucha, y solo había logrado reformarla.
- Mira, McQueen, ahora es mi esposa. Me ocuparé de ella.
- No es fácil entregar a tu hija a otro hombre.
- Pareció bastante fácil ayer. Ni siquiera te molestaste en arrastrarte
hasta aquí, para estar con ella cuando el mismísimo diablo la tomó como
su esposa.
McQueen entrecerró los ojos.
- No me sentía bien...
- Creo que pasaste la noche anterior tratando de ahogar tu culpa, y una
resaca te mantuvo en casa. - Cuando el hombre comenzó a levantarse
de su silla, Dallas levantó una mano - No quiero escucharlo, McQueen.
Tus excusas, tus inquietudes, tus preocupaciones. No me importa nada
de eso. Quieres visitar a tu hija, está bien. Visítala. Pero no trates de
explicarme cómo cuidar de ella. No te importó cuando la cambiaste por
mi agua. Puede montar a pelo, correr desnuda por las llanuras si es su
deseo, por lo que a mí respecta.
Dallas estaba seguro de que el hombre iba a sufrir un ataque al
corazón, su cara se puso roja, su boca se abría y cerraba, pero no
escuchó ninguna palabra.
Dallas se levantó.
- Le haré saber que estás aquí - Salió del despacho y subió las escaleras.
Austin le había dicho que Cordelia se había retirado a su habitación
después de que habían terminado de desayunar. Tenía la sensación de

que no había logrado todo lo que había planeado esa mañana. Ella
todavía era demasiado reservada con él.
Llamó suavemente a su puerta. Él escuchó sus suaves pasos en el
otro lado. Abrió la puerta y miró como si esperara encontrar un monstruo
en el otro lado.
- Tu familia está en mi oficina. Quieren visitarte... si quieres verlos...
- Sí, me gustaría verlos.
- Necesito controlar mi rebaño. No volveré hasta después del anochecer.
Austin estará aquí por si necesitas algo.
- Gracias - dijo en voz baja.
No era exactamente lo que quería oír. Ten cuidado. Date prisa en
57
volver. Esperaré por ti. Cualquiera de esas frases lo habría complacido.
Golpeó sus guantes contra su palma y ella se estremeció.
Sin preocuparse demasiado por el aguijón en el pecho que le
causó su reacción, se dio vuelta para irse, se detuvo y miró por encima
del hombro.
- ¿Quieres que me quede mientras estás con ellos?
- No. Prefiero verlos a solas.
Bajó las escaleras, sabiendo que no había logrado nada esa
mañana.

Cordelia estaba parada afuera de la oficina de Dallas, reuniendo


coraje. Había creído que su familia esperaría para visitarla, que
aguardaría hasta que el dolor en su corazón hubiera disminuido.
Tomando una respiración profunda, entró en la habitación.
Cameron se sentó en una silla sosteniendo su cabeza. Supuso que
el whisky, y no una enfermedad, era responsable de eso. Austin cuando
se reunió con ellos para desayunar esa mañana, estaba en las mismas
condiciones.
Boyd y Duncan flanqueaban a su padre. Quién se levantó de la
silla al entrar ella. Deseó no verlo tan viejo.
- ¿Cómo estás, hija?
Cordelia cerró la puerta tras su paso y se sentó en una silla
cercana.
- Bien, estoy bien.
Su padre se sentó y se inclinó hacia adelante.
- ¿El bastardo te lastimó anoche?
De repente, se percató que nunca había escuchado a Dallas
referirse a ningún miembro de su familia con odio. Nunca los llamó con
nombres despectivos. Jamás insinuó que su origen podría ser
cuestionable o que podrían no ser hombres de honor.
- No, padre, mi esposo no me hizo daño.
- ¿Él no te lastimó en absoluto? - preguntó Boyd.
Levantó la vista y se encontró con la mirada desconcertada de
Boyd.

- No, Boyd. ¿Esperabas que lo hiciera?


- ¿Se han acostado? - continuó Boyd.
Cameron levantó la cabeza.
- No veo la importancia de
eso.
- Ella vino a él virgen - dijo Boyd - Una virgen siempre siente dolor. ¿Él se
acostó contigo anoche, o no?
Cordelia no podía creer las palabras que Boyd le había lanzado
como si no tuviera sentimientos, ni privacidad. Ella había pensado que
su corazón se rompería la noche anterior cuando escuchó las
condiciones de su matrimonio. En este momento, ella sintió que su
corazón se hacía añicos y deseó tener el coraje de pedirles a todos que
se fueran.
- Responde, niña - dijo su padre.
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Miró a estos hombres, preguntándose si realmente los conocía. No
podría responder, aunque su vida dependiera de ello.
- Dulce Señor, será mejor que no le hayas negado sus derechos anoche -
dijo Boyd.
- ¿Crees que hubiera retirado la cerca si ella se los hubiera negado?-
Preguntó Cameron.
- Solo quiero una respuesta simple, Cordelia. Sí o no - exigió Boyd - ¿Se
ha acostado contigo?
- Eso no es absolutamente de tu
incumbencia.
Cordelia giró la cabeza. Houston estaba en la puerta, con la mano
apoyada en la pistola que llevaba en la pistolera. Inclinó la cabeza hacia
Cordelia.
- No quise irrumpir, pero estoy buscando a Dallas.
- Él... tenía que controlar a la manada - dijo Cordelia.
- Bueno, entonces, estoy seguro de que hablo por él,… caballeros…
deben irse.
La forma en que dijo "caballeros" hizo que Cordelia se diera cuenta
de que no los consideraba caballeros en absoluto.
Boyd lo miró furioso.
- Eso sonó como una orden y esta no es tu
casa.
- Te voy a hacer un favor, McQueen. No voy a decirle a Dallas lo que
acabo de escuchar en esta habitación. Ahora dile buen día a tu hermana
y vete a casa.
Su padre se puso de pie.
- Nos íbamos de todos modos. - le dio a Cordelia unas palmaditas en la
cabeza como si fuera un perro entrenado y le dijo: - Nos mantenemos en
contacto.
Su padre arrastró los pies hacia la puerta. Houston se hizo a un
lado, dejando un amplio espacio para que su padre y sus hermanos
pudieran pasar.
Cameron se detuvo en la entrada y la miró antes de irse, ella
pensó que se veía miserable.

Houston cruzó la habitación y tomó la silla que su padre había


desocupado. - ¿Estás bien? - preguntó. Ella asintió, mientras presionaba
los temblorosos dedos en sus labios, luchando por contener las lágrimas.
- ¿Crees que quedan algunas gotas de limón en el escritorio de Dallas? -
le preguntó.
Su cuñada sacudió la cabeza.
- No creo que puedan llevarse un triste así de grande. - No sabía cómo,
pero de repente los fuertes brazos de Houston la rodearon y ella
presionó el rostro contra su hombro.
- Ven y llora - dijo en voz
baja.
Los sollozos fueron duros y pesados.
- Nadie se preocupa por mí. Ellos solo quieren el agua y la tierra. Dallas
solo quiere un hijo.
Sus brazos se apretaron alrededor de ella.
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- No puedo negar que se ve de esa manera, pero a veces las cosas no
siempre son como parecen.
Reprimiendo su dolor, se movió para salir de su abrazo. Él le tendió
un pañuelo que usó para secarse las lágrimas de la cara. Tomó una
respiración profunda y temblorosa y le preguntó:
- ¿Cómo está Maggie esta mañana? ¿Está bien su barriguita?
- Ella está
perfecta.
- Gracias. - Le dijo mientras le devolvía el pañuelo húmedo.
- Supongo que las cosas no están mucho mejor esta mañana.
Ella sacudió la cabeza.
- Dallas me asusta.
- Lo sé. A veces también me asusta.
Sus palabras la sobresaltaron. Si Dallas asustaba a su hermano,
¿qué posibilidades tenía de sentirse cómoda con él?
- Ayer, cuando todos estábamos aquí, y Maggie corrió hacia él, me dio
tanto miedo... - resopló - Estabas aquí. Sabías lo enojado que estaba,
pero de todos modos dejaste que se acercara a él - Ella lo estudió,
recordando lo despacio y calmado que se había puesto de pie - Sabías
que no la dañaría.
- Con excepción de las puertas, Dallas no es alguien que dirija su ira
contra los inocentes.
Él envolvió sus manos con las suyas, justo como Austin lo había
hecho antes. El pequeño gesto fue increíblemente reconfortante. Lo que
hubiera dado porque su padre o hermanos hubiesen hecho lo mismo por
ella, en vez de molestarla queriendo saber sobre su noche de bodas.
- Probablemente no debería decir esto - dijo Houston en voz baja - pero
podría ayudarte a entender a Dallas un poco mejor si sabes... - Bajó la
mirada.
La alarma la atravesó, y se arrastró hasta apoyarse en el respaldo
de la silla.
- ¿Saber qué?
Él le dio una sonrisa incómoda.

- Puedo hablar con Amelia sobre la guerra, pero había olvidado lo difícil
que es hablar con otros sobre eso.
- ¿La guerra entre los Estados?
- La Guerra de la Agresión del Norte según Dallas. Yo tenía doce años y
él tenía catorce cuando nuestro padre nos alistó.
- ¿Catorce?
- Sip. Yo era el del tambor de Pa, y Dallas... Dallas era su segundo al
mando. A muchos de los hombres les molestaba que un chico les diera
órdenes. Al principio lo molestaban, parecían deleitarse haciendo lo
contrario a lo que les decía que hicieran. Y eso le fastidiaba, y mucho.
Una noche, escuché a Pa dándole una reprimenda porque había
descubierto que algunos hombres no habían seguido las órdenes que
Dallas había dado. Pa le dijo a Dallas:
- No es necesario que les gustes, pero tienen que respetarte y tienen
que obedecerte. - Houston negó con la cabeza. - A Dallas dejó de
importarle si les caía en gracia o no. Él dejó de pedirles que hicieran las
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cosas, y comenzó a ordenarles. El hábito se quedó en él, incluso después
de que terminó la guerra - se inclinó hacia adelante - Creo que lo que
trato de decir es que no quiere sonar enojado o duro, lo que pasa es que
mucha gente depende de él... y simplemente se le olvidó cómo
preguntar. - le soltó las manos y se levantó - Bueno, necesito encontrar a
Dallas y regresar a casa. ¿Estarás bien ahora?
A ella le gustaba la forma en que dijo "casa". Como si no hubiera
ningún lugar mejor en el mundo entero.
- Estaré bien.
Después de que él se fuera, Cordelia simplemente se quedó
sentada en la silla por mucho tiempo, recordando la comodidad de su
toque, la resonancia tranquilizadora de su voz. Ella ciertamente podía
entender por qué Amelia había pasado por alto sus cicatrices y se había
enamorado de él.

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CAPÍTULO 6

Cuando el reloj de la planta baja sonó doce veces, Cordelia salió de


la cama. Dallas no había venido a su habitación, ni siquiera estaba
segura de que estuviera en la casa.
Ojalá hubiera traído sus libros. Había esperado estar ocupada
como esposa y pensó que no tendría tiempo para leer, pero descubrió
que no tenía nada más que tiempo.
Recordó que en el estante medio de la oficina de Dallas, había
libros. Se puso su bata de noche, aumentó la llama de la lámpara y se
dirigió al pasillo oscuro y silencioso. Sosteniendo la lámpara en alto y
cuidando cada paso que daba. Bajó las escaleras y caminó hacia el
estudio de Dallas.
Abrió la puerta, y se quedó sin aliento al verlo sentado detrás de
su escritorio. Él levantó la cabeza y, como una cierva que olía peligro, no
pudo moverse. La lámpara de su escritorio estaba encendida, tan baja
que gran parte de la habitación permanecía en las sombras. Las cortinas
estaban corridas, así que las amplias ventanas le daban una visión de
mil estrellas que centelleaban en el cielo nocturno.
Arrastró su silla por el suelo y se levantó.
Ella agitó la mano.
- No, no te levantes. Lo siento. No quise molestar. No sabía que estabas
aquí.
Él inclinó la cabeza.
- ¿Necesitabas algo?

- No podía dormir y me acordé que vi algunos libros en los estantes.


Pensé que podría pedir uno prestado.
- Tómalo tú
misma.
Ella se lamió los labios secos.
- Houston te estaba buscando esta
tarde.
- Sí, me encontró. Llegó su madera e iré a su casa el domingo para
ayudarlo a construir un ala adicional. Puedes venir si quieres.
Pensó en Maggie, Houston y Amelia. Pensó que disfrutaría pasar el
día en su compañía, con personas que no siempre estaban enojadas.
- Me gustaría eso.
- Bien. ¿Cómo estuvo la visita de tu
familia?
- Estuvo… bien. Bueno… - Ella caminó rápidamente hacia la estantería -
…solo será un minuto.
- Tómate el tiempo que
quieras.
Solo media docena de libros estaban parados en el estante. Las
fundas estaban deshilachadas y gastadas. Levantó la lámpara más
arriba hasta que pudo distinguir el título del primer libro: "Todo el arte de
la ganadería". El libro ubicado a su lado se llamaba: "El práctico
Husbandman (1)".
Arrastró sus dedos sobre los lomos. Por el rabillo del ojo, vio a su
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esposo acercarse a ella.
- ¿Has leído este? - le
preguntó.
- Cada palabra - dijo, en voz baja, su aliento rozando su cuello.

(1) Significa "labrador"… pero al separarla "marido hombre", de ahí la confusión de Cordelia.
- ¿Lees libros sobre cómo ser un marido? - preguntó con asombro. Giró
su cabeza para encontrarlo mirándola - No sabía - explicó - No sabía que
se habían escrito libros sobre este tema. ¿Crees que alguien ha escrito
un libro sobre cómo ser un ama de casa que yo pudiera leer?
Él rió. Profunda, ricamente. Con una amplia sonrisa, le tocó la
mejilla con la punta de los dedos. El calor que se arremolinó a través de
su cuerpo la sobresaltó, y retrocedió, su corazón latiendo con fuerza, su
aliento atrapado en su garganta.
La sonrisa de su esposo desapareció, y regresó a su silla detrás
del escritorio.
- Siéntete libre de leer cualquiera de mis libros.
Ella agarró "El práctico Husbandman"… seguramente el consejo
ofrecido a un esposo se aplicaría también a una esposa. Sujetando el
libro contra su pecho, corrió por la habitación y se detuvo en la puerta.
Tragó saliva antes de mirar por encima del hombro a su marido. Él la
estaba mirando, pero no quedaba humor en sus ojos oscuros.
- Eh... ¿vendrás a la cama pronto?
- ¿Quieres que vaya? - preguntó.
Apretó sus dedos alrededor del libro. ¿Le estaba dando una
elección real o solo otra ilusión?
- Preferiría que no lo
hicieras.

- Entonces no lo haré - Metió la pluma en el tintero y comenzó a


garabatear en sus libros de cuentas, descartándola en el proceso.
- Gracias.
Corrió por el pasillo y escaleras arriba hasta su habitación.
Poniendo la lámpara sobre la mesita de noche, se quitó la bata y se
deslizó debajo de las sábanas. Se puso las almohadas detrás de la
espalda, levantó las rodillas y abrió el libro, anticipando todos los
secretos que se despejarían.
Pero en realidad, no era la llave que había esperado.

La luz del sol de la mañana entraba por la ventana ubicada al final


del pasillo, y Dallas estaba parado frente a la puerta de su habitación,
sabiendo simplemente que tenía el derecho de entrar a la habitación,
sabiendo que era un derecho del que no haría uso. No todavía, de todos
modos.
Odiaba el miedo que veía en los ojos de su esposa cada vez que lo
miraba. Las pocas veces que la había tocado, el miedo se había
intensificado. ¿Qué demonios pensó ella que él iba a hacer: destrozarla?
Despreciaba la forma en que abría la puerta y miraba hacia afuera
como si temiera lo que podría encontrar al otro lado, pero de todos
63
modos golpeó. Abrió la puerta, y él contuvo su frustración ante la
aprensión reflejada en sus ojos.
- Enviaré a uno de mis hombres a la ciudad esta mañana para recoger
suministros. Si me das una lista de lo que necesitas, haré que los recoja
por ti.
- Oh, gracias. Solo será un momento.
Corrió hacia el escritorio y arrancó un papel de un cuaderno.
Suponía que tenía un diario. Sabía tan poco de ella, pero descubrió que
le gustaba la forma de su trasero cuando se inclinó y comenzó a escribir
en la hoja de papel. Se enderezó y giró antes de lo que hubiera deseado.
Vacilante, sostuvo el papel hacia él, que lo tomó de su mano.
- Gracias - dijo en voz baja.
Él odiaba también su gratitud. Salió de la casa y cruzó el patio
hacia donde un joven estaba esperando al lado del carro. Extendió la
hoja de papel hacia Pete.
- Necesito que traigas esto para mi esposa.
Pete bajó la vista y comenzó a patear el suelo con la punta de su
bota.
- Vamos, muchacho, no tengo todo el día - Dallas sacudió la lista debajo
de su nariz. - Toma la lista y vete.
Pete levantó la mirada, su rostro pecoso más rojo que el cabello
cubierto por su sombrero.
- No puedo leer.
- ¿Qué quieres decir con que no puedes leer? Te doy una lista todas las
semanas, y la llevas a la ciudad y recoges mis suministros.

Pete cambió su postura.


- Nah, señor. Cookie me lee la lista. Memorizo todo, pero no sabía que
iban a tener otra lista para mí, y Cookie salió con la manada hoy, pero
puede decirme qué escribió y lo recordaré. Tengo buena memoria.
Dallas pensó que más de la mitad de sus hombres probablemente
no sabrían leer. Eran hombres inteligentes de los que podía depender
para hacer el trabajo, y ese trabajo rara vez requería la lectura. Su hijo
necesitaría un tutor, si la ciudad no tuviera una escuela dentro de unos
años. Dallas se encargaría de que el tutor también le enseñara a
cualquiera de sus hombres que quisiera aprender. Mientras tanto, harían
lo mejor posible con lo que tenían.
Dallas desdobló la lista de Cordelia y miró la única palabra que
había escrita.
Pete se aclaró la garganta.
- ¿No lees
bien?
Dallas se encontró con la mirada seria del joven.
- No, leo bien, pero esto es algo de lo que tendré que ocuparme. Irás a la
ciudad y conseguirás los suministros que necesito.
- Sí
señor.
Hasta que Pete se subió a la carreta y comenzó a rodar hacia la
ciudad, no se atrevió Dallas a mirar la lista de su esposa nuevamente.
Sacudió la cabeza con desconcierto, preguntándose si alguna vez
64
entendería cómo funcionaba la mente de una mujer, convencido de que
nunca entendería a su esposa.
Se dirigió a la casa, buscando en todas las habitaciones, seguro de
que ya no estaría en su habitación. Estaba vestida cuando llamó a su
puerta antes. Seguramente ella no se quedaría en su habitación todo el
día.
Pero cuando llamó a la puerta de su dormitorio, le abrió tan
vacilante como siempre. Él levantó su lista.
- ¿Flores? ¿Querías que mi hombre fuera a la ciudad y te comprara
algunas flores?
Ella parpadeó, cruzando sus manos como si estuviera a punto de
rogar.
- Estaba pensando que podría recogerlos en su camino de regreso al
rancho.
- ¿Por qué no puedes hacerlo tú?
Sus ojos marrones se abrieron con alarma.
- Porque están afuera.
- Sé dónde están las flores.
- No me permiten salir. Los
peligros...
- ¡Jesucristo! ¿Estabas prisionera en la casa de tu padre?
Las lágrimas brotaron de sus ojos.
- En Kansas, me ocupaba de mi madre. Aquí... mi padre pensó que era
mejor para mí permanecer adentro. Dijo que había peligros. Renegados.
Forajidos. Una mujer no estaba a salvo en ningún lado.

Dallas se pasó repetidamente el pulgar y el índice por el bigote,


tratando de dar sentido a lo que acababa de escuchar.
- ¿Te has estado quedando en esta habitación todo el
día?
- ¿Hay otra habitación en la que debería quedarme? preguntó mientras
asentía.
Él cerró los ojos con fuerza. No solo le tenía miedo a él. Le tenía
miedo a todo. Dios mío, ¿podría haberse casado con una mujer que
fuera más opuesta a él?
Lanzando un suspiro, abrió los ojos.
- No tienes que quedarte en ninguna habitación. No tienes que quedarte
en la casa. Si quieres flores, sal a buscarlas.
Se veía horrorizada.
- Pero… ¿y los
peligros?
- No estarás sola aquí. Mis hombres están cerca. Si los necesitas todo lo
que tienes que hacer es gritar. Estarán a tu lado antes de que cierres la
boca, así que ve a buscar tus flores.
Él se dio vuelta para alejarse.
- ¿Dónde estarás? - le preguntó.
- Controlando la manada - Deseó no haber visto el alivio surgir en sus
ojos.

Cordelia estaba de pie en la terraza delantera, disfrutando de la


65
sensación de la cálida brisa que se deslizaba por su cabello, liberando
suavemente los mechones de su moño. Inhaló profundamente e imaginó
que podía oler la libertad. La libertad de deambular de la casa al establo,
de caminar por los campos que se encontraban más allá de la casa.
Podía oír el ruido constante de hierro contra hierro. Salió del
porche y caminó hacia el cobertizo al otro lado del granero. Un hombre
movía un fuelle para calentar las brasas.
- Hola - le dijo en voz baja.
Él giró su oscura mirada hacia ella. Tenía una constitución
poderosa, su piel negra brillaba por el trabajo.
- Señora.
- Solo estaba dando un paseo - le dijo.
- Es un buen día para eso, ocho meses más o menos y será demasiado
caluroso para disfrutar.
Ella mordió su labio inferior.
- Creo que te vi en la boda, pero no recuerdo tu
nombre.
- Sansón.
Ella se sonrojó tímidamente al ver sus músculos tensarse contra su
camisa, el brazo colgando a su lado que todavía parecía agarrar algo.
- ¿Sansón? El nombre te queda bien.
- Sí, señora, eso es lo que pensó mi amo cuando me nombró.
- ¿Eras un
esclavo?
- Sí, señora, lo fui.

Su mirada se deslizó hacia la tierra abierta que se extendía hacia


el horizonte.
- La libertad es un poco aterradora, ¿verdad, Sansón?
- Sí, señora, seguramente lo es, pero trae consigo una medida de gloria.
Recuerdo la primera bocanada de aire que tomé como hombre libre. Su
olor. Pensé que olía mucho más dulce que cualquier cosa que hubiera
respirado alguna vez antes.
Ella juntó sus dedos.
- Estaba pensando en recoger algunas flores.
- Haga eso, y cuando llegue donde las flores son más coloridas, párese
un momento y respire profundamente.
Ella sonrió tímidamente.
- Voy a hacerlo. Gracias.
Caminó por el costado del establo justo cuando otro hombre
estaba saliendo del granero. Recordó su nombre porque lo describía muy
bien y porque había estado esperando en junto al alambre de púas por
su decisión.
- Hola, Slim (2)- dijo
vacilante.
Se detuvo rápidamente y se quitó el sombrero.
- Señora Leigh.
Cordelia sintió un nudo en el estómago. Pensó que nunca se
acostumbraría a recibir ese nombre.
- ¿Está belleza dentro del establo?
66
- No, señora. Se la llevé a Houston.
La decepción se apoderó de ella. Le había gustado mucho el
caballo.
- ¿Quiere que ensille otro caballo para usted? - Preguntó Slim.
Cordelia negó con la cabeza.
- No, hoy voy a caminar. Gracias.
- Bueno, hágame saber si quiere montar, y le encontraré un
caballo.
- ¿Estás casado?
Debajo del bronceado oscuro, su cara se sonrojó.
- No, señora.
- ¿Hay aquí alguien
casado?
- Dallas está casado, pero creo que usted lo sabía.
Él sonrió como si estuvieran compartiendo una broma privada.
- Sí, lo sabía - agitó la mano ante ella, señalando el horizonte.- Iba a salir
y recoger algunas flores. ¿Cree que es seguro?
- Oh, sí, señora. Solo tenga cuidado con los agujeros de los perros de las
praderas. No querría que se tuerza un tobillo.
- Gracias por la
advertencia.
Caminó entre los altos pastos de la pradera, disfrutando de la
sensación del sol calentando su rostro.
Antes de su accidente, su madre había cuidado un jardín de flores,
cuando lo hacía, eran las únicas veces que parecía estar realmente en
paz. Habían pasado años desde que Cordelia había pensado en el jardín

de su madre, en su dulce voz mientras tarareaba acariciándolas, en la


fuerte fragancia de la tierra recién revuelta en las manos de su madre y
en las hermosas flores que siempre adornaban cada habitación.
(2) Delgado
Cordelia se inclinó y arrancó una flor silvestre. Se preguntó si a
Dallas le importaría si plantaba flores cerca de la galería. Seguramente
no, si no le importaba si caminaba más allá de la casa.
Miró por encima del hombro. La casa no estaba tan lejos como
para no poder verla. Todavía podía oír el martilleo constante del herrero
mientras trabajaba.
Como si fuera una niña, se sentó en el suelo, echó la cabeza hacia
atrás y cerró los ojos. Había pasado largas horas leyéndole libros a su
madre, que la habían llevado a todas las partes donde no se le permitía
ir, mientras también llevaba a su madre a lugares donde ya no podía ir.
Después de que su madre murió, Cordelia había seguido
refugiándose en sus libros. Había sido más fácil que tratar de ir más allá
de los límites que su padre había establecido a lo largo de los años.
Hasta que se casó con Dallas, se había sentido satisfecha con una
vida que giraba más en torno a la ficción que a la realidad. Pero ahora se
preguntaba qué pudo haber pasado por alto, qué había más allá de su
pequeño mundo.
Solo sabía que no tenía ninguna habilidad cuando se trataba de
hablar con su marido. Cada vez que miraba sus oscuros ojos marrones,
67
su corazón se aceleraba, sus palmas se humedecían, y su respiración
lentamente se reducía a nada.
Si él no pareciera siempre estar tan enojado.
- Bueno, ahora, ¿qué estás haciendo?
Abrió los ojos y fue saludada por la sonrisa de Austin que se
acuclillaba a su lado. Tenía los ojos azules más hermosos que jamás
había visto. Ella levantó su flor solitaria.
- Estaba recogiendo flores.
- Hay otras más bonitas, más allá - Se puso de pie y estiró su mano hacia
ella - Ven.
Ella deslizó su mano en la suya, y él la ayudó a ponerse en pie.
Cuando comenzaron a caminar, su mano permaneció acurrucada dentro
de la suya. Deseó poder sentirse tan cómoda con su esposo.
Oyó un pequeño ladrido. Echó un vistazo alrededor, pero no pudo
ver ninguna señal de un perro. El sonido volvió, un pequeño quejido.
Austin soltó su mano y sacó su arma de la funda.
- ¿Qué es? - preguntó.
- Un perro de las praderas - dijo mientras aceleraba el paso - Quédate
aquí.
Nunca antes había desobedecido la orden de un hombre, y no
sabía qué era lo que la poseía para desobedecer ahora... tal vez fue el
llanto lastimoso que se parecía tanto a un niño herido o el hecho de que

Austin le recordaba tanto a Cameron, que todavía no había podido


pensar en él como en un hombre.
Vio al pequeño animal marrón, antes que Austin, gimiendo y con
su lengua saliendo de su largo hocico para lamerse la pata.
- Oh, no - susurró mientras corría hacia adelante, se arrodillaba junto a la
pequeña criatura y estudiaba la trampa de hierro que había capturado
su pata - ¿Quién haría algo así?
Austin se agachó junto a ella.
- Ve de regreso a la casa. Lo sacaré de su miseria.
Ella giró la cabeza.
- No creo que su pata esté rota. Su hueso no está asomado como lo hizo
el de Boyd cuando Dallas le rompió el brazo.
- ¿Qué tiene que ver eso con algo? - preguntó
Austin.
Cordelia frunció el ceño.
- Si puedes separar los lados metálicos, podría sacar su pata de la
trampa. Entonces podría llevarlo a la casa y cuidar su herida.
Austin podía hacer poco más que mirar a la mujer.
- Es un perro de las praderas - le recordó.
Cautelosamente, ella pasó sus dedos sobre su cabeza.
- Es solo un bebé. Por favor, ayúdalo.
Dee lo miraba con tanta esperanza en sus grandes ojos marrones,
que no podía hacer lo que sabía que debía hacer. Deslizó su arma en la
pistolera. Gracias a Dios, estaba casada con su hermano y no con él.
Dallas podría romper su corazón. Austin no lo haría.

68
Cerca del anochecer, Dallas detuvo su caballo frente al establo.
Las flores que había juntado del suelo en el camino, se habían
marchitado en su mano. Desmontó, tratando de decidir si su esposa las
querría de todos modos.
- ¿Jefe? - Se volvió hacia la irritada voz de Slim. - Tenemos problemas -
dijo el hombre larguirucho.
Dallas suspiró, para nada sorprendido. Uno de sus pozos se había
secado y tenía ganado muriendo en el extremo norte.
- ¿Qué tipo de problema?
- Un perrito de las praderas. Austin llevó a tu mujer a caminar, y
encontraron un perro de las praderas. Él la dejó que lo conservara.
- ¿Qué él
qué?
- Él la dejó llevarlo a la casa para curarlo. Dijo que iba a darle
leche.
¿Alguna vez oíste algo así? Le garantizo que no les sentará bien a los
hombres. Pensé que debía saberlo.
Las flores cayeron de su mano.
- Encárgate de Satanás, ¿quieres?
- Te desharás de ese perro de la pradera, ¿no? - Preguntó Slim.
- Me desharé de eso, por supuesto.

Casarse con una mujer que no conocía, no había sonado como una
mala idea hasta que lo hizo. ¿Qué diablos podría querer con un perro de
las praderas?
Dallas se dirigió hacia la casa. Austin se sentó en los escalones,
con una larga pierna estirada delante de él y la otra sirviendo como
lugar de descanso para su violín mientras tocaba las cuerdas.
Se detuvo frente a su hermano, quien inclinó la cabeza hacia atrás,
y sus ojos azules parecían tan inocentes como los de un bebé recién
nacido.
- Dime que vamos a preparar un guiso de perrito de las praderas -
ordenó Dallas.
Austin sonrió.
- Estaría mintiendo si dijera eso. Hace mucho aprendí que mentir solo
trae problemas.
- Entonces, ¿qué demonios estabas pensando para dejarla traer a un
perro de las praderas a la casa? - gritó Dallas.
Austin levantó un hombro en un medio encogimiento descuidado.
- Ella no es mi esposa. No creía que fuera mi deber decirle que no podía
quedarse con él. Pensé que era tu obligación tomar esa decisión.
- No hay decisión que tomar. Un perro de las praderas no es una
mascota. Es un rufián.
- ¿Vas a decirle eso?
- Maldita sea, lo haré.
- ¿Vas a decirle que no puede quedárselo?
- Demonios, sí, voy a decirle que no puede quedárselo.
Austin negó con la cabeza.
- Seguro que no me gustaría entrar a la casa en tus botas.
69
- No podrías aunque quisieras. Tus pies son demasiado grandes. ¿Dónde
está ella?
- La última vez que la vi, estaba en la cocina.
Marchó por la casa y entró a zancadas en la cocina.
Con la criatura retorciéndose en su regazo, Cordelia se removió en
una silla de respaldo recto. Y levantó la cabeza.
- Oh, gracias a Dios - dijo en un suspiro apresurado con obvio alivio.
La ira desapareció de él al ver su hermoso rostro sin miedo en sus
ojos.
- Aquí - dijo mientras se levantaba y sostenía al bribón hacia él. -
Abrázala.
- ¿Qué?
- Abrázala - repitió mientras empujaba al animal en sus manos, lo
agarraba del brazo y lo acercaba a la silla - Siéntate.
Aturdido por la urgencia en su voz, Dallas se sentó.
- Limpié su herida y le puse ungüento, pero estaba teniendo un
momento terrible tratando de envolver su pata - explicó mientras
recogía una tira de lino blanco del suelo - Sostenle su pata para que yo
pueda vendarla. De lo contrario, se lamerá el ungüento.

Dallas luchó por mantener inmóvil al animal mientras Cordelia


enrolló una buena sábana limpia, alrededor de su herida.
Sus manos de repente se aquietaron, y lo miró.
- Alguien puso una trampa en tu tierra. ¿Qué clase de persona cruel
haría eso?
La culpa le hizo aclarar la garganta.
- Alguien que reconoció que un perro de las praderas es peligroso.
Sus manos una vez más se detuvieron.
- ¿Cómo ella puede ser peligrosa?
- Porque viven bajo tierra y hacen agujeros en la pradera. Un caballo
mete una pata en ese agujero, y por lo general se rompe la pata y tiene
que recibir un disparo.
- Entonces el hoyo es el peligroso, no el perro de las praderas.
- Es como decir que un arma es peligrosa, no el hombre que la
sostiene.
- No es lo mismo para nada - terminó de envolver el vendaje alrededor
de su pata.- Austin pensó que debería llamarla Problema, pero me gusta
el nombre Preciosa. ¿Qué piensas?
Pensó que podía acostumbrarse a mantener una conversación con
ella sin que estuviera aterrada, pero primero tenía que lidiar con esta
tarea desagradable.
- Los perros de las praderas son el peor enemigo de un vaquero. No
puedes quedártelo.
- ¿Por qué? Voy a mantener a Preciosa conmigo. No la dejaré cavar
ningún agujero.
- Necesito sacar al perro de la pradera de
aquí.
Ella agarró al animal de sus manos y se escabulló a una de las
esquinas de la cocina, se acuclilló encorvándose sobre el perro, como
para protegerse a sí misma y al animal.
70
- ¿Qué vas a hacer con ella? - le preguntó, la aprensión en sus ojos.
El perro lanzó un aullido agudo. Dallas no pudo decirle a la mujer
que iba a dispararle al bribón. Se puso de pie con tanta fuerza que la
silla se tambaleó y cayó de costado. Su esposa se estremeció.
- Haré una maldita correa, pero si se quita la correa, no seré responsable
por eso.
Dallas salió disparado por la puerta de la cocina en la parte trasera
de la casa y se dirigió al establo. Tiró de las riendas de la pared y caminó
hacia la sala de trabajo en la parte posterior del edificio. Puso las tiras de
cuero en la mesa llena de cicatrices, desenvainó su cuchillo y comenzó a
cortar.
Si alguna vez tenía hijas, iba a enseñarles cómo lidiar con un
mundo difícil. Podían maldecir, masticar tabaco y beber como un hombre
por lo que a él le importaba, pero seguro que no iban a ser criaturas
temerosas con miedo hasta de sus propias sombras o de las voces de
sus maridos.
Escuchó los pasos amortiguados y talló más profundamente en el
cuero.

- ¿Así que le diste la noticia? - preguntó Austin mientras se inclinaba


contra la puerta.
- Sip - respondió a través de sus dientes apretados, mientras perforaba
un agujero desigual en el cuero con la punta de su cuchillo.
- ¿Cómo se lo tomó? - le
preguntó.
- Ella lo tomó muy
bien.
Austin negó con la cabeza.
- Desearía tener tu habilidad con las palabras. No podría pensar en una
forma de decírselo sin romperle el corazón.
Entró en el cuarto de trabajo y miró por encima del hombro de
Dallas.
- ¿Qué estás
haciendo?
- Trabajando.
- Puedo ver eso. Pero… ¿qué estás
haciendo?
Dallas apretó la mandíbula hasta que le dolió.
- Una correa.
- ¿Una correa? ¿Para qué? Es tan pequeña... ¡Dios mío! Estás dejando
que se quede.
Dallas giró y blandió el cuchillo frente a la cara de su hermano.
- No digas otra palabra. Ni una sola palabra. Si valoras tu piel, te
borrarás esa sonrisa estúpida de la cara y te largarás de aquí.
Levantando las manos, Austin comenzó a retroceder.
- No soñaría con decir nada.
Pero cuando se perdió de vista, su risa resonó por todo el granero.

71
CAPÍTULO 7

- Nunca antes se había visto un perro de las praderas con correa - dijo
Houston.
Dallas clavó un clavo en la madera nueva, con la esperanza de que
su hermano se ahogara con su risa estrangulada.
- Un hombre de visión abriría una tienda en Leighton vendiendo correas
especialmente diseñadas para perritos de la pradera - agregó Austin,
sonriendo.
Dallas detuvo su martilleo y miró a su hermano menor.
- Si no quieres tu visión obstaculizada por dos ojos hinchados, hablarás
de otra cosa.

- Creo que Austin tiene un punto válido - dijo Houston - Con todos los
perros de la pradera que hay por aquí, vender correas podría ser un
negocio en auge, especialmente para un hombre interesado en la
construcción de imperios.
- No hay duda de eso - dijo Austin - y no le lleva mucho tiempo a Dallas
hacer una correa. La que hizo para Dee solo le tomó unos diez minutos,
y habría necesitado menos tiempo, si no hubiera tallado el nombre del
perro en ella.
Houston comenzó a reírse.
- Tiene que tener el nombre del perro tallado, en caso de que lo pierda.
¿De qué otra forma sabrías a quién pertenece? - La risa que había
estado conteniendo explotó a su alrededor.
Las carcajadas de Austin llenaron el poco espacio que quedaba
para el ruido. Dallas no pudo ver lo cómico de la situación.
- ¿Ya pensaste que querías agregarle a tu casa? - preguntó.
Podía ver a Houston luchando por sofocar su risa. Tenía un fuerte
deseo de ir a ayudar a su hermano, golpeándolo en la cabeza con su
martillo.
- Sí - finalmente logró decir Houston.
- Entonces tenemos que dejar de jugar y subir el
marco.
- Tienes razón - admitió Houston, su rostro se puso serio un breve
momento antes de que su risa estallara de nuevo - Dios mío, Dallas, un
perro de las praderas con correa. Nunca pensé que dejarías que una
mujer te envolviera en su dedo.
- No estoy enrollado en su dedo, y me gustabas mucho más cuando
nunca te reías.
La risa de Houston menguó.
- Pero a mí no me gustaba. No me gustaba para nada.
Dallas sabía que Houston se había tenido en baja estima hasta que
Amelia se envolvió en su corazón. También sabía que no habría ningún
envoltorio entre él y Cordelia... ni alrededor de su corazón, ni alrededor
de su dedo. No era su destino.
Entonces enderezó su cuerpo y dijo:
- Hagamos este marco.

72
- Es tan bueno escucharlos reír, saber que están disfrutando de su
mutua compañía - dijo Amelia.
Cordelia miró a la mujer que estaba a su lado, con los dedos
extendidos sobre el estómago, con una sonrisa satisfecha en el rostro.
- Cuando vine por primera vez, rara vez hablaban entre sí y nunca se
reían - confesó Amelia en voz baja.
- ¿Por qué? - preguntó Cordelia.
- Por las culpas y los malentendidos, mayormente. - Como atraída por
recuerdos dolorosos, de otra época, Amelia lanzó un largo y lento suspiro
antes de caminar hacia el fuego donde se cocinaba la carne.

Cordelia vio como los hombres comenzaban a levantar el armazón


que serviría como estructura para la adición a la casa de Houston.
Estaba descubriendo rápidamente que Dallas hacía todo buscando la
perfección.
Junto con Austin, habían comenzado su viaje mucho antes del
amanecer y habían llegado a la casa de Houston justo cuando el alba
susurraba en el horizonte. Dallas la ayudó a desmontar, antes de tomar
la taza de café que Amelia le ofreció al salir al porche.
- ¿Tú sabes lo que quieres? - le preguntó a Houston cuando su hermano
deslizó su brazo alrededor de Amelia y la besó en la mejilla.
- Sí - dijo Houston, entregando a Dallas un pergamino, que éste
desenrolló y levantó para que la nueva luz del día pudiera brillar en él.
- Parece que quieres agregar dos habitaciones a la parte de atrás y
poner un desván encima de ellas.
- Eso es lo que Amelia quiere.
- Entonces, hagámoslo.
Y lo hicieron. La medición, el cortado, el golpeteo de los martillos
contra los clavos que se incrustaban en la madera, habían hecho eco en
la pradera.
Cuando terminaron de colocar el marco en su lugar, Dallas tomó su
primer descanso. Cordelia sostuvo a Preciosa con más seguridad en sus
brazos y vio como su esposo se quitaba el sombrero, se sacaba la
camisa empapada en sudor y se sacudía como un perro que acaba de
salir de un río. Arrojó su camisa sobre un arbusto cercano, colocó su
sombrero en su lugar y volvió al trabajo. Aunque él no le había echado
un vistazo desde su llegada, ella no podía dejar de mirarlo.
Su espalda bronceada brillaba, sus músculos se aglomeraban y se
estiraban mientras levantaba una tabla. Sus largas piernas cortaban la
distancia entre la pila de madera y el marco recién construido. Apoyó la
tabla contra el marco y se agachó, una mano sujetando la tabla mientras
la otra buscaba el martillo en la hierba. Sus pantalones le apretaban los
glúteos. No creía haber notado lo delgado de sus caderas. Le recordó la
parte superior de un reloj de arena: sus hombros anchos se desplegaban
hacia afuera, su espalda se estrechaba hasta formar una cintura
estrecha.
- Desearía que no hubieran hecho eso - dijo Amelia en un suspiro.
Con las mejillas sonrojadas, Cordelia miró a Amelia.
73
- ¿Qué?
- Quitarse las camisas. Estoy tratando de preparar la cena, y todo lo que
quiero hacer ahora es verlos trabajar.
Cordelia volvió su atención a los hombres. No sabía cuándo
Houston y Austin se habían quitado las camisas, pero sus espaldas no
llamaron su atención como lo hizo la de Dallas, no le hicieron
preguntarse si sus pieles estaban tan calientes como parecía.
Vio que Maggie corría hacia los hombres, con sus rizos rubios
rebotando tanto como el cucharón que llevaba en su pequeña manita. El

agua se derramó por los lados. Cordelia estaba segura que solo unas
pocas gotas podrían haber permanecido en el cucharón cuando la niña
se detuvo bruscamente junto a Dallas y se lo tendió.
Una cálida sonrisa se extendió bajo su bigote, mientras tomaba el
cucharón, echó la cabeza hacia atrás y tomó un largo y lento trago.
Cuando Maggie juntó sus manos y abrió sus ojos verdes, Cordelia tuvo la
sensación de que Dallas estaba montando un espectáculo para su
sobrina. Cuando se quitó el cucharón de la boca, llevó su dedo a la punta
de la diminuta nariz y dijo algo que Cordelia no pudo oír. Maggie sonrió
alegremente, agarró el cucharón y corrió hacia el balde de agua.
Sin aliento, miró a su madre.
- Unca Dalls dijo que era el agua más dulce que alguna vez tuvo el
placer de beber. Le voy a regalar un poco más. - Metió el cucharón en el
balde antes de correr hacia su tío, el agua salpicando su falda.
- Pobre Dallas. Ella lo adora. No va a poder trabajar ahora - dijo Amelia.
- El sentimiento parece ser mutuo - dijo Cordelia, deseando que le
otorgara a ella esa cálida sonrisa.
- Tienes razón. Él la malcría. Me estremezco al pensar cómo va a echar a
perder a sus propios hijos.
El calor avivó las mejillas de Cordelia al recordar sus deberes de
esposa.
- Yo... quería agradecerte antes, por las flores que colocaste en mi cama
el día que me casé.
Amelia sonrió.
- Yo no coloqué flores en tu cama.
- Oh. - Cordelia miró a Dallas. Habían terminado de levantar el marco y
asegurarlo en su lugar. Los hombres habían comenzado a poner los
tablones de madera en el suelo. Dallas sostenía un clavo mientras
Maggie lo golpeaba con un martillo. Después de unos suaves toques,
Dallas le quitó el martillo y colocó el clavo en su lugar.
No sabía qué pensar de Dallas Leigh. Parecía tan duro como los
clavos que sobresalían de su boca sonriente, ni en broma el tipo de
hombre capaz de recoger flores... Aunque, sabiendo con certeza que él
era quien había colocado las flores en su cama, le resultaba difícil sentir
aversión hacia él y mucho menos odiarlo. Sin embargo, todavía no le
gustaba la idea del matrimonio.
Maggie trepó por el marco que habían tendido sobre el suelo, el
marco que sería el piso de la parte nueva, y se acercó para sostenerle
los clavos a Austin. Aunque llevaba su brazo en cabestrillo, estaba

74
logrando hacer su parte del trabajo. Algo que Cordelia tuvo que admitir
ella no estaba haciendo.
- Amelia, ¿qué puedo hacer para ayudar?
- Dejé varios edredones en el porche. ¿Por qué no los colocas alrededor
del árbol para que podamos sentarnos a comer a la sombra?

Cordelia colocó a Preciosa en el suelo, y con su mascota


rascándose la correa, corrió al porche, agradecida de tener una tarea,
aunque no creía que eso le impidiera pensar en su marido.

Por el rabillo del ojo, Dallas observó a su esposa correr hacia la


parte delantera de la casa. Estaba pasando un buen rato concentrado en
la tarea que tenía entre manos: construir la casa de Houston. Pero aun
así, sus pensamientos a la deriva se dirigían hacia ella. No había
ayudado que hubiera lavado su ropa durante esa primer semana y que
cuando comenzó a sudar, su aroma a lavanda se había levantado a su
alrededor, envolviéndolo. Había pensado que se volvería loco, con su
fragancia rodeándolo, mientras estaba increíblemente lejos.
Había cometido un error al no ejercer sus derechos de marido en la
noche de bodas. Ahora, no tenía idea de cómo acercarse a ella y hacerle
saber que su indulto había terminado.
Sabía que si llamaba a su puerta, le abriría con terror en los ojos, y
no podía soportar la idea. Le recordaba la forma en que demasiados
soldados lo habían mirado durante la guerra. Ellos habían seguido sus
órdenes y habían ido a la batalla, temiéndole a él más de lo que le
temían al enemigo o a la muerte.
No creía en vivir con remordimientos, pero a veces se preguntaba
cuántos hombres de dura naturaleza había enviado a la muerte.
No quería que su esposa lo mirara con el mismo miedo en sus ojos
cuando él llegara a su cama. Solo que no sabía cómo borrarlo. Durante
un corto periodo, mientras cuidaban al perro de la pradera, el miedo
había desaparecido de sus ojos, pero Dallas no se veía a sí mismo
trayéndole un perro de las praderas herido todas las noches.
Se puso de pie y fue a buscar más tablas y clavos. Cuando se
acercó al montón de madera, se detuvo lo suficiente como para admirar
la parte trasera de su esposa mientras se inclinaba y ponía colchas en el
suelo.
Ojalá supiera cómo mantener el miedo fuera de sus ojos,
permanentemente.
Comerían en silencio, salvo, seguramente por la conversación que
Austin les brindaría. Dallas no podía pensar en una sola cosa para
conversar con su esposa. Era como cuando había decidido escribirle a
Amelia por primera vez. Su primera carta solo habían sido unas pocas
líneas. Para el final del año, él había estado compartiendo páginas
enteras de su vida con ella. Había pensado en escribirle una carta a
Cordelia, pero esa parecía la salida del cobarde. Necesitaba aprender a
decir el tipo de palabras que pondrían suavidad en los ojos de una
mujer, el tipo de suavidad que se veía en Amelia cada vez que miraba a
Houston.
75
Llevó varias tablas hasta la estructura del armazón, las colocó en
su lugar, se arrodilló junto a una, y se quitó un clavo de la boca.

- Houston, cuando tú y Amelia viajaban hacia aquí... ¿de qué hablaban?


Houston clavó una tabla que serviría como piso y se encogió de
hombros.
- De lo que sea que ella quisiera hablar.
Dallas reprimió su frustración.
- ¿De qué quería hablar ella?
Houston se quitó el sombrero de la frente.
- De ti, mayormente. Siempre hacía preguntas sobre el rancho, el tipo de
hombre que eras, la casa.
- No debes haberle dicho la verdad sobre la casa, si de todos modos vino
- dijo Austin.
Dallas giró su mirada.
- ¿Qué pasa con mi casa?
Austin borró su sonrisa de la cara y miró a Houston. Houston negó
con la cabeza y le lanzó una mirada como diciendo: "esta vez deberías
haber mantenido la boca cerrada", y comenzó a clavar sobre el tablón.
- ¿Qué pasa con mi casa? - volvió a preguntar Dallas.
- Uh, bueno, eh... es grande - explicó Austin.
- Por supuesto que es grande. Tengo la intención de tener una gran
familia.
- Bueno, entonces, no tiene nada de malo - dijo Austin, y le dio un clavo
a Maggie - Maggie May, sostenlo aquí para tu tío Austin.
Dallas miró a su hermano, intentando entender lo que acababa de
escuchar.
- Tu comentario no tiene nada que ver con el tamaño de mi casa. Quiero
saber a qué te refieres.
Austin cerró los ojos de golpe y respiró hondo antes de encontrarse
con la mirada de Dallas.
- No se ve como una casa. Es... es... - Desvió su mirada hacia Houston,
quien había detenido su martilleo.
Dallas pensó que su hermano podría estar buscando coraje. Sabía
que su casa era inusual.
Austin miró a Dallas.
- Creo que es francamente fea. Ahí lo dije, pero eso es lo que creo.
Houston piensa lo mismo.
Houston entrecerró su ojo.
- Mantenme fuera de esta conversación, muchacho.
Dallas sintió como si una manada de ganado acabara de
pisotearlo.
- ¿Estás de acuerdo con él? - le preguntó a Houston.
Éste apretó la mandíbula.
- Es diferente. Eso es todo. Es simplemente diferente. No es un lugar en
el que me gustaría vivir.
- ¡La comida está lista! - llamó Amelia.

- Gracias a Dios - dijo Houston mientras se ponía de pie - Me muero de


76
hambre. ¿Y tú, calabaza? - Maggie chilló mientras él la levantaba en el
aire.
Dallas desplegó su cuerpo y agarró el brazo de Austin antes de
que pudiera escaparse.
- ¿Por qué nunca antes dijiste nada?
La cara de Austin se encendió de un rojo brillante.
- Estabas tan orgulloso de ella, y lo que pensamos nosotros no es
importante. Lo que importa es lo que Dee piensa de ella. Tal vez
deberías preguntarle.
Preguntarle si odiaba la casa tanto como odiaba a su marido. No,
jamás le preguntaría, así viviera hasta los cien años.
- Me gusta la casa - afirmó
rotundamente.
Austin le dio una débil sonrisa.
- Entonces no hay problema. Vamos a comer.

Después de atar a Preciosa a un arbusto cercano, Cordelia observó


con creciente inquietud cómo se acercaban los hombres. Cada uno se
había lavado rápidamente en la bomba de agua, antes de volver a
ponerse su camisa. Por ese pequeño acto, estaba extremadamente
agradecida. No creía poder comer si el pecho de Dallas permanecía
descubierto.
Había puesto tres colchas alrededor de una caja de madera con el
fondo hacia arriba. Allí Amelia había puesto bandejas con tiras de bistec
y patatas, los platos y los utensilios estaban repartidos en las colchas.
Su cuñada se sentó en una de ellas. Houston se dejó caer a su
lado, Maggie se acurrucó en sus brazos.
- Se ve bien -
dijo.
Cordelia sabía que no tenía sentido esperar que Austin se sentara
en la colcha junto a ella, pero de todos modos se encontró deseándolo.
Él le dio una sonrisa antes de tomar su lugar en la colcha opuesta.
Cuando Dallas se sentó a su lado en la pequeña colcha, parecía
increíblemente grande.
- Esta no es una de mis vacas, ¿verdad? - preguntó Dallas.
Houston sonrió.
- Probablemente. Vagaba por mi tierra. ¿Qué se suponía que debía
hacer?
- Mandarla a casa.
- No en tu
vida.
Austin extendió su brazo.
- ¿Solo aquí? Soy el único sin una mujer para compartir mi colcha.
Maggie May, ven a sentarte conmigo.
Con la cara brillante de emoción, Maggie saltó, cruzó la pequeña
área y se tiró sobre Austin. Resoplando bruscamente, él la apartó con su
brazo bueno. Houston tomó a su hija y le preguntó a Austin.

- ¿Estás bien?
77
Éste que había palidecido considerablemente, asintió.
- Estoy bien.
- Lo siento - dijo Maggie, con el labio inferior
temblando.
Él sonrió.
- Está bien, cariño. Todavía estoy un poco dolorido. - Él palmeó su
muslo
- Sólo ven y siéntate a mi lado, no en mí, ¿de acuerdo?
Cuidadosa y lentamente, se arrastró sobre la colcha y se sentó a
su lado.
- ¿Qué le pasó a tu brazo? - preguntó Cordelia. Un silencio cayó sobre la
reunión mientras todos la miraban. El calor subió a su cara - Lo siento.
No pensé en preguntar antes.
Austin pareció incómodo cuando respondió:
- Me dispararon.
- Querido Señor. ¿Fuera de la ley? - preguntó, horrorizada ante la
idea.
- Criadores de ganado - dijo Dallas mientras colocaba patatas en su plato
- Pero ya no nos molestarán más.
- Estoy agradecida de escuchar eso - dijo Cordelia. Cortó su carne en
pedacitos, comiendo con moderación.
- No comes ni para mantener vivo a un pájaro - dijo
Dallas.
Levantó la mirada y lo encontró mirándola con furia, con el ceño
fruncido. No podía decirle que cada vez que él estaba cerca, su
estómago se anudaba tan fuerte que apenas podía tragar.
- Nunca he sido una comilona - dijo en voz baja y bajó la vista a su plato.
- Supongo que estoy acostumbrado a ver comer a los hombres - dijo
Dallas bruscamente.
- Nunca comí tanto como mis hermanos - dijo. Y un silencio profundo los
rodeó. Cordelia deseó poder pensar en algo, cualquier cosa que decir.
- ¿Cuándo crees que llegará el ferrocarril aquí? - preguntó
Amelia.
Dallas alcanzó más papas.
- En algún momento del próximo
año.
- Las cosas deberían cambiar entonces - dijo Amelia en voz baja.
- Supongo que lo harán. Con algo de suerte, Leighton comenzará a
crecer tan rápido como Abilene. Voy a construir una escuela. ¿Quieres
estar a cargo de encontrar un buen maestro? - le preguntó Dallas.
Amelia sonrió.
- Me encantaría. Además, tengo experiencia en colocar anuncios, y
definitivamente queremos a alguien del Este.
- Dame una lista de todo lo que necesitarás, para poder calcular los
costos antes de ir a hablar con el Sr. Henderson al banco.
Amelia se inclinó hacia adelante y tomó la mano de Cordelia.
- Dee, ¿te gustaría ayudarme?
Cordelia miró a Dallas. La estaba estudiando como si esperara su
respuesta. Sin duda, si hubiera querido que lo ayudara, lo habría
sugerido.
78
- No sé nada sobre escuelas. Tenía un tutor.

- Entonces aprenderemos juntas - dijo Amelia.


Cordelia negó con la cabeza.
- No, no creo que pueda.
- Nuestro hijo estudiará en esa escuela - dijo Dallas - Deberías poder
opinar.
Cordelia asintió rápidamente.
- Está bien, entonces, lo haré.
- Bien - dijo Dallas bruscamente.
Amelia apretó la mano de Cordelia.
- Será divertido.
Sí, ella imaginaba que lo sería, y eso le daría algo que hacer
además de lavar platos y ropa. Dallas y Austin rara vez estaban dentro
de la casa y mantenerla requería tan poco de su tiempo que pensó que
posiblemente podría volverse loca.
La conversación se dirigió a otros aspectos de Leighton, pero tenía
poco sentido para Cordelia. No había visitado la ciudad desde el día en
que la tierra había sido acordonada. Había pedido varias veces que
alguien la llevara, pero ninguno de sus hermanos había tenido tiempo.
Siempre había pensado que sería emocionante ver crecer algo de la
nada... como ver a un niño convertirse en adulto.
Su marido había plantado las semillas para tener una ciudad, el día
que había acordonado la tierra. Recordó que Boyd lo había llamado un
bastardo codicioso ese día... uno de los nombres más agradables que
tenía para Dallas. Ella sabía muy poco sobre negocios, pero no veía
cómo una escuela o una iglesia, como la que le había ofrecido construir
al reverendo Tucker, le traerían mucho dinero.
De hecho, en el poco tiempo desde que era su esposa, no había
visto evidencia de avaricia en él, excepto la mañana en que se había
negado a tirar el alambrado si ella lo dejaba. Pero incluso entonces, no
había ganado nada más que una esposa reacia, mientras su familia tenía
acceso al agua. Eventualmente, él ganaría un hijo, mientras que su
familia además ganaría tierras.
Estaba empezando a pensar que Dallas ocultaba su codiciosa
naturaleza... tan bien, que se preguntó cómo Boyd lo había descubierto.
- La nueva adición a la casa parece estar bien - dijo Amelia, desviando la
conversación de los temas sobre Leighton.
- Debería tener el primer piso y la mayoría de las paredes en su lugar
antes del anochecer - dijo Dallas.
- Significa mucho para mí que tú y Austin renuncien a su día de
descanso para construir nuestra casa.
- Para eso está la familia - dijo Dallas.
- Pero no podremos devolverte el favor. No puedo imaginar que alguna
vez necesites agregar algo a tu casa.
- Hablando de la casa de Dallas - dijo Austin - Dee, ¿qué piensas de ella?

Cordelia miró a Austin, luego a Dallas, que la miró con tanta


intensidad que casi dejó de respirar. Palabras sin sentido revolotearon
79
por su mente.
- Tenemos que volver al trabajo - dijo Dallas, colocando su plato vacío en
la colcha.
Houston gimió y se frotó el estómago.
- Estoy demasiado lleno. Tengo la intención de sentarme y relajarme por
un rato.
- Pensé que querías estas habitaciones - dijo Dallas.
- Las quiero, pero podemos terminarlas el próximo domingo.
- Va a ser mucho más calor el próximo domingo - dijo Dallas mientras se
ponía de pie - Regresaré al trabajo.
Cordelia vio a su marido sacarse la camisa por la cabeza, mientras
caminaba hacia la casa.
- Algún día, Austin, vas a aprender cuándo mantener la boca cerrada -
dijo Houston.

Dallas levantó una tabla y la llevó al otro lado de la casa. Se había


cansado de golpear agachado el piso. Houston y Austin podrían
terminarlo cuando despertaran de sus siestas. Ambos se habían
quedado dormidos bajo las ralas ramas del árbol: Houston con la cabeza
apoyada en el regazo de Amelia, Austin con Maggie acurrucada contra
él.
Cordelia simplemente se sentó a la sombra, con las manos
cruzadas en su regazo, luciendo hermosa.
Se preguntó si le habría dado permiso a todos, para llamarla Dee,
excepto a él. No es que ella le hubiera preguntado... ni él tampoco, pero
Dee seguramente sonaba mucho mejor que Cordelia. Pensó que Dee le
sentaba mejor, era más suave.
Puso la tabla vertical contra el costado de la casa y la clavó en su
lugar. El sudor rodó a cada lado de su columna vertebral. Estaba
pensando que esa noche se daría un buen baño caliente.
Puso otra tabla en su lugar y comenzó a colocar los clavos en la
madera. Un buen baño caliente en su casa. En su gran casa.
Él giró y se congeló. Cordelia estaba parada a su lado, sosteniendo
un cucharón con agua. El miedo asomando en sus ojos.
- Amelia pensó que podrías tener sed.
- No fue muy amable de su parte, enviarte a la guarida del león, pero
aprecio el agua.
Él tomó el cucharón de su mano temblorosa y bebió el líquido claro
en un largo trago. Su mirada se clavó en la de ella, se pasó el dorso de la
mano por la boca antes de devolvérselo
- Gracias.
Levantó otra tabla y la colocó contra el marco.
- Acerca de tu casa - comenzó.

- Te construiré otra - dijo mientras alineaba el tablero - No hace ninguna


diferencia para mí.
- En realidad, me
gusta.
Echó un vistazo por encima del hombro. Estaba agarrando el
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cucharón con la fuerza suficiente como para que sus nudillos se
volvieran blancos.
- ¿Te gusta?
Ella asintió bruscamente.
- Eh… creo que es un poco dura... eh, quiero decir, creo que parecería
más amistosa si tuvieras algunas decoraciones.
- ¿Quieres decir cómo chucherías?
- Y tal vez algunas pinturas o tapices. Quizás un cantero con flores en el
frente. Podría darte una lista de ideas...
- No es necesario. Solo hazlo. - Se agachó y puso un clavo contra el
tablero.
- ¿Qué pasa si no te gusta lo que
hago?
- Al parecer, mi gusto por las cosas no es del gusto de todos. - Golpeó el
clavo - Confiaré en tu criterio. Tengo un catálogo de Montgomery Ward
en mi oficina. Pide lo que necesites desde allí o ve a la tienda general de
Oliver y obtenlo.
De pie para colocar otro clavo, miró por encima del hombro,
esperando que hiciera algún comentario, pero estaba mirando, con los
ojos muy abiertos, al área donde habían comido. Dallas miró por el borde
del tablero. Houston aparentemente se había despertado de su siesta,
había inclinado su cuerpo sobre el de su esposa, y estaba disfrutando de
su postre: los dulces labios de Amelia.
- No es cortés mirarlos - dijo Dallas mientras clavaba otro clavo en su
lugar.
- Pero ellos están... ellos están...
- Besándose - dijo Dallas - Simplemente se están besando.
Cordelia se volvió, su cara roja.
- Pero están muy cerca el uno del
otro.
- Es más divertido de esa manera. ¿No te lo dijo el libro que te presté?
No creía que su sonrojo pudiera crecer más profundo, pero lo hizo.
- Ese libro está mal titulado - dijo en un susurro silencioso, como si
temiera que alguien la oyera - No tiene nada que ver con ser un esposo.
No pudo evitar sonreír.
- Pero tiene todo que ver con la cría.
La confusión nubló sus ojos.
- No entiendo.
- La ganadería es una palabra educada para criar y cuidar del ganado.
- Podrías habérmelo explicado antes de que lo
tomara.
Él se encogió de hombros.
- Te casaste con un ranchero. Pensé que no te haría daño leer el libro.
Nos dará algo para discutir en la cena.
Sus ojos se agrandaron.

- ¡No lo haríamos!
Su sonrisa se redujo hasta desaparecer en una línea endurecida.
- No, si puedes pensar en otra cosa para hablar durante nuestras
comidas. Me estoy cansando de comer en silencio. Si quisiera eso, me
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quedaría fuera de la cocina y comería allí.
- No me di cuenta de que querías hablar mientras comíamos. En casa,
no me permitían hablar durante las comidas.
- Parece que tu pa y yo teníamos la misma actitud: los niños son vistos y
no escuchados, pero ya no eres una niña.
- No, mujeres... las mujeres deben ser vistas y no escuchadas.
Dallas negó con la cabeza incrédulamente.
- Paso todo el día escuchando el mugido del ganado y las voces ásperas
de los hombres. Por la noche, me gustaría escuchar la voz suave de una
mujer.
- Voy a... Trataré de pensar en algo que podamos discutir durante las
comidas.
- Bueno. - Él volvió a su tarea. - Antes de irnos, debes decirle a Houston
que te permita elegir un caballo. Belleza le pertenece a Maggie. Creo
que es hora de que dejemos de pedírselo prestado.

Con las primeras sombras de la noche moviéndose, Dallas se


apoyó contra la viga de madera del porche delantero de Houston y miró
a Cordelia, parada en el corral, hablando con su hermano. Hablando,
sonriendo, de vez en cuando riendo.
Nunca antes había escuchado su dulce risa. Parecía tan inocente
como ella.
- ¿Te gustaría algo de beber? - le preguntó Amelia.
Sin apartar los ojos de su esposa, Dallas envolvió sus dedos
alrededor del vaso de limonada que le ofrecía Amelia.
- Mi hermano parece haberse convertido en el hombre de las
damas.
- Él no es una amenaza para ella - dijo Amelia
suavemente.
Dallas sacudió la cabeza.
- ¿Y crees que yo lo
soy?
- Ella piensa que lo eres.
- Cristo, no sé cómo puede pensar eso. No la he tocado desde el día que
me casé con ella.
- ¿Con qué frecuencia la llamaste por su nombre desde que te
casaste?
- ¿Qué tiene eso que ver con algo?
- Has estado aquí desde el amanecer y nunca te oí pronunciar su
nombre. A una mujer le gusta escuchar su nombre de vez en cuando.
- Su nombre se enreda en mi lengua.
- Su nombre no es muy diferente del mío, y nunca tienes ningún
problema con él.
- Es muy diferente. Tu nombre es suave. Su nombre es... difícil... como
una pila de madera.

- Me gusta su nombre.
- Bueno, a mí no.
Su cuñada le golpeó el brazo, y la limonada se derramó del vaso a
82
su mano. Dio un paso atrás.
- ¡Maldita
sea!
Ella lo golpeó de nuevo.
- Entonces llámala de otra
forma.
- ¿Cómo qué?
- Trocito de azúcar.
Él hizo una mueca.
- Cariño, querida.
- No puedo ver palabras como esa rodando por mi lengua.
- Entonces encuentra una palabra que lo haga, pero llámala
algo.
- ¿Por qué? Ella nunca dijo mi nombre tampoco.
- Estás actuando como un niño de dos años.
Se sentía como un tonto, mirando a su esposa, que con otro
hombre, lucía como si se estuviera divirtiendo, cuando nunca había
disfrutado un solo momento de su compañía.
Amelia se frotó el brazo.
- Lo siento. Realmente no es asunto mío. Solo quiero verte feliz.
- Lo seré tan pronto como tenga a mi hijo.
Una tristeza se apoderó de sus facciones.
- ¿Es un hijo tan importante para
ti?
- Sí. Es el único sueño incumplido que me
queda.
- ¿Por qué quitaron lo relacionado con el amor de sus votos
matrimoniales?
Cambió su mirada al vaso de limonada, la verdad tan amarga
como la bebida en su mano.
- No soy un hombre fácil, Amelia. Lo sé. El amor no es algo que pueda
darme. No veía ningún sentido pedirle que hiciera una promesa que no
podía cumplir. - Le devolvió el vaso - Tenemos que irnos antes de que la
oscuridad se instale. - Salió del porche.
- No te das crédito suficiente - dijo en voz
baja.
Con una sonrisa triste, él la miró.
- Parece que me di demasiado. Si le dijera que puede irse y que aún
mantendría mi alambrado caído, estaría corriendo antes de que saliera
la primera estrella.

83
CAPÍTULO 8

Dallas cruzó los brazos sobre la barandilla superior del corral y


miró las estrellas. Pasar el día con la familia de su hermano le había
demostrado cuánto le faltaba a su vida: no solo un hijo, sino también las
cálidas miradas que Houston y Amelia intercambiaban a lo largo del día,
que revelaban la profundidad de su amor compartido, sin necesidad de
una sola palabra dicha en voz alta.
No esperaba que Cordelia lo mirara como Amelia miraba a
Houston: como si él colgara la luna y las estrellas del cielo. Si fuera otro
tipo de hombre, la liberaría, la enviaría de regreso con su padre, sin
conocer el sabor completo de su boca, la sensación de su carne contra
sus palmas, el sonido de sus sollozos mientras vertía su semilla en ella.
Pero él no era un hombre amable. Quería besarla de nuevo, más
profundamente que antes, con su boca devorando la de ella. Quería
deslizar sus manos sobre sus pechos, a través de su cintura estrecha, y
a lo largo de sus esbeltas caderas. Quería escuchar sus jadeos, suspiros
y gemidos.
La quería en su cama; gimió de frustración. Ella ya estaba en su
cama. Su problema era que no sabía cómo volver a su cama sin llamar a
la puerta y ver el miedo reflejado en sus ojos.
Había pensado en entrar a hurtadillas en su habitación en la
oscuridad de la noche, acariciándola con los labios, acariciándola con
sus besos.
- ¿Dallas?
Se giró ante la duda vacilante en la suave voz de Cordelia. Ella
había ido a su estudio poco después de regresar a la casa, para obtener
el catálogo. Había esperado que lo revisara en su oficina, pero
simplemente lo agarró y se escabulló como un conejo asustado. No la
había visto desde entonces, había supuesto que se había ido a la cama,
sin él… una vez más.
Cruzó los brazos sobre su pecho desnudo y deseó a Dios que sus
pies no estuvieran sin las botas. Se sintió desnudo y eligió vestirse con
ira.
- ¿Qué estás haciendo aquí?

- Austin me dijo que viniera a hablar contigo.


Primero Amelia. Ahora Austin. Parecía que toda su familia
intentaba empujar a la mujer hacia él. Desafortunadamente, quería que
ella viniera por su propia cuenta.
Con cautela, su esposa se acercó más al corral y pasó el dedo por
la barandilla.
- Te veo aquí a menudo. ¿Tienes problemas para dormir?
- Tengo muchas cosas en mente.
- ¿Cómo qué?
Como qué bonitos son tus ojos. Cómo qué suave se ve tu piel.
Cómo qué dulce hueles. Cómo cuánto quiero abrazarte.
- Mi marca. Necesito cambiarla.
- ¿Por
84
qué?
Porque no he tenido una mujer en años, no desde Amelia.
- Porque el símbolo ya no está bien.
- ¿Qué pasó cuando lo cambiaste, para hacerlo mal?
Destino.
- Cuando apenas compré esta tierra, utilicé dos DD para Dallas. Cuando
Amelia aceptó casarse conmigo, agregué una A. La puse apoyada contra
el costado de una de las D, por lo que las letras se unieron. Solo que ella
y yo no estábamos unidos. Ahora lo estoy, así que necesito cambiar el
símbolo, pero tu nombre no se presta bien para apoyarse en el D.A.D y
sin la A solo parecen dos D, nuevamente, así que estoy tratando de
encontrar la forma de juntar la C y la D, así es una única marca y no
parecido a otra. - Y divagando como un idiota en el proceso.
Cordelia sostuvo su mirada a la luz de la luna.
- ¿La amabas?
- ¿A quién?
Ella bajó sus pestañas.
-A Amelia. ¿La
amabas?
Se pasó el dedo pulgar y el índice por el bigote. Nunca se había
detenido a hacerse esa pregunta. Quizás debería haberlo hecho.
- La quería mucho. Agregó gentileza en mi vida mientras estuvo aquí,
pero no, no la amaba. No como lo hacía Houston entonces, no tan
profundamente como lo hace ahora.
- Parecen felices.
- Creo que lo son.
Ella pisó el último peldaño de la valla. Los dedos de sus pies se
enroscaron alrededor de la madera. Pensó en tocar su pie desnudo con
el suyo, frotando su planta a lo largo de su delicado empeine.
Irguiéndose, se apoyó contra el corral. Dentro de las sombras de la
noche, pudo ver la curva de sus pechos presionando contra su vestido.
Ansiaba quitárselo de los hombros, ahuecar sus pechos y sentir su piel
satinada contra sus ásperas palmas. Hundió los dedos en sus brazos
para evitar alcanzarla cuando parecía tan serena.
- Creo que espalda con espalda funcionaría - dijo en voz baja.

¿Espalda con espalda? La mujer era increíblemente inocente. De


atrás hacia adelante podría funcionar, aunque preferiría que el frente
estuviera de frente. Nunca había conocido a una mujer tan alta como
ella. Imaginó que, presionado contra ella, encontraría muy poco de sí
mismo que no fuera calentado por su carne. Muslo a muslo, cadera a
cadera, pecho a senos. Sus hombros tal vez no, ya que quedaban un
poco más altos que los de ella, pero podría vivir con eso.
Lo miró.
- Cameron me llama Dee. Lo prefiero a Cordelia, así que ya ves, la doble
DD espalda contra espalda podría funcionar.
- ¿Doble? ¿De espalda contra espalda? - Él echó la cabeza hacia atrás,
jadeando. - Mi marca. Estás hablando de mi marca.
- ¿De qué crees que estaba hablando?
Él movió la cabeza.
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- De mi marca. Pensé que estabas hablando de mi
marca.
Ella inclinó la cabeza como si no le creyera del todo y quiso
descubrir exactamente qué había estado pensando. Dallas metió sus
sudorosas manos en los bolsillos del pantalón.
- ¿Por qué te llama
Dee?
- Cuando era bebé, Cordelia era demasiado difícil para él, así que
comenzó a llamarme Dee. Nunca me gustó Cordelia, pero no elegimos
nuestros nombres... ni a nuestras familias.
Él imaginó que en la última semana había aprendido más sobre su
familia de lo que a ella le habría gustado saber. Houston le había
contado la conversación con su familia que había escuchado en su
oficina, y había necesitado toda la moderación que pudo reunir para no
visitar a los McQueen. Había maldecido a Houston durante mucho
tiempo por hacerle dar su palabra de que fingiría que no sabía lo que
había sucedido, antes de que Houston le hubiera contado lo que había
sucedido.
- Escuché que Austin y Amelia te llaman Dee. Podría llamarte así si
quieres.
- Me gustaría eso.
- Bien. Veré cómo poner dos D en nuestra marca.
Su esposa inclinó su rostro hacia las estrellas.
- ¿Qué hacen tus hombres cuando se casan?
Al igual que la longitud de su cuerpo, su garganta era larga y
esbelta. Se giró hacia el corral y apoyó el codo en la barandilla superior
para poder verla más claramente.
- No se
casan.
- ¿Nunca?
- Son vaqueros. Si un hombre quiere una familia, tiene que ahorrar su
paga, comprar un terreno y comenzar su propia expansión para que
tenga un lugar donde vivir su familia.
- ¿No te parece triste?

- Nunca pensé mucho sobre eso. Así es como es. Un vaquero lo sabe
desde el principio.
Pareció contemplar su respuesta. Ojalá supiera lo que estaba
pensando, deseó saber qué haría si ponía un pie en la barandilla,
tomaba su frágil rostro entre sus manos y la besaba.
Tenía derecho
Ella desvió su atención de las estrellas.
- Austin irá a la ciudad en la mañana. ¿Puedo ir con
él?
Ignoró el pinchazo en su orgullo porque prefería viajar a la ciudad
con su hermano. La habría acompañado feliz si hubiera sabido que
quería ir.
- No eres una prisionera aquí. Puedes hacer lo que quieras. No tienes
que pedirme permiso.
- ¿Puedo hacer cualquier cosa?-
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preguntó.
- No puedes regresar a tu casa - respondió rápidamente, seguro de que
sus pensamientos estaban por dirigirse en esa dirección.
Levantó su barbilla ligeramente, casi desafiante.
- Tú dices que me das libertad, pero luego limitas mis elecciones, lo que
le quita la libertad. - Bajó de la barandilla - Gracias por darme permiso
para ir mañana con Austin.
Se alejó. Quería agarrar su trenza, envolverla en su mano y
atraerla hasta que sus caras quedaran pegadas... y besarla hasta que
ninguno de los dos tuviera elección.

Al estudiar las palabras que había escrito antes de irse a dormir la


noche anterior, Cordelia masticaba lentamente la galleta. Sabía que la
libertad era una ilusión. Podía ir y venir a su antojo siempre que no fuera
adonde quisiera, a algún lugar donde pudiera proyectar su propia
sombra.
Aun así, ella tenía la intención de disfrutar del día. Incluso la
aparente falta de interés de Dallas en sus temas, no iba a arruinar su
estado de ánimo. Levantó la vista de sus notas.
- ¿Por qué crees que las hojas cambian de color en otoño?
Con su tenedor cargado de huevos a medio camino de la boca,
Dallas se calló.
- Porque ellas mueren.
- Ya veo - miró a Austin - ¿Crees lo mismo?
Al mirarla por encima del borde de su taza, entre el vapor del café
que se elevaba, vio el humor en sus ojos y asintió.
Volvió su atención a la lista. Había estado increíblemente
complacida consigo misma la noche anterior por caminar hacia el corral
para pedir permiso a Dallas para ir a la ciudad con Austin. Por supuesto,
Austin la había empujado por la puerta y la había cerrado, obligándola a
encontrar el coraje para enfrentar a su marido, pero aun así lo había
hecho... finalmente.

- ¿Cuál es tu color favorito?


- Marrón.
Levantó su mirada.
- Marrón. De todos los colores del mundo, ¿por qué te gusta el marrón?
Dallas no se atrevía a decirle la verdad. Él prefería el marrón
porque sus ojos eran marrones. La única vez que los había visto sin
temor o cautela nublándolos, lo habían hipnotizado.
- Porque sí.
- Oh.
Miró su trozo de papel, y Dallas reprimió un mordaz improperio. La
había amenazado con una discusión sobre la cría si no hablaba, y había
traído una lista de temas a la mesa esta mañana y seguía pasando el
dedo sobre ella, buscando cosas para discutir.
Viento. Lluvia. La forma de las nubes. Todo el tiempo que parloteó
sobre esas cosas, descubrió que quería hablar sobre ella. A que le había

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temido cuando era una niña pequeña. Sus sueños Si se sentía sola.
Empujó su silla hacia atrás, y Cordelia levantó la cabeza. Se puso
de pie, caminó hasta su extremo de la mesa y colocó un sobre al lado de
su plato.
- ¿Qué es esto? - le preguntó.
- Dinero para gastar. - Durante más de una hora, había pensado cuánto
le daría, temiendo que muy poco o demasiado pudiera ofenderla. No
tenía idea de cuánto dinero necesitaban las damas y se había decidido
por veinte dólares - Si no es suficiente, puedes poner tus compras en mi
cuenta, y me ocuparé de eso la próxima vez que vaya a la ciudad.
Pasó sus dedos sobre el sobre, y él se preguntó cómo se sentiría si
sus delgados dedos rozaran su pecho.
Lo miró fijamente.
- Gracias.
- Tú eres mi esposa. Se supone que debo velar por ti. - Miró a Austin. -
Cuídala, o voy a colgar tu piel hasta que se seque.
Salió de la habitación, preguntándose por qué no pudo inclinarse,
besarla en la mejilla y decirle que disfrutara del día.

A Cordelia le encantaba viajar con Austin. Poseía mucha más


paciencia que su hermano mayor. Ya le había enseñado cómo llevar a
Gota de limón al trote. Le encantaba la sensación del viento rozando su
rostro, el movimiento de la yegua dorada debajo de ella, y el
conocimiento de que tenía el control de la bestia.
Si tan solo pudiera controlar a su esposo tan fácilmente. Si tan solo
él la liberara.
Aminoró la velocidad de su caballo a un paseo. A su lado, Austin
hizo lo mismo.
- Lo hiciste realmente bien - dijo, sonriendo
ampliamente.
Sintió que el calor abanicaba sus mejillas.

- Es un buen caballo.
- Es del único tipo que acepta Houston.
- ¿Crees que volveremos y trabajaremos en su casa este
domingo?
- Estoy seguro de que lo haremos. Dallas no es de los que dejan un
trabajo a medio hacer.
- No, no me imagino que lo haga. - movió su trasero sobre la silla de
montar.- ¿Por qué tus padres te nombraron a ti y a tus hermanos como
ciudades de Texas?
- Según Houston, nuestro padre tenía una veta vagabunda y nos puso el
nombre de la ciudad en la que vivía en el momento en que nacimos. No
recuerdo a nuestro padre, pero Houston dice que Dallas se parece
mucho a él, dice que es la razón por la cual compró tanta tierra. Podía
vagar por todas partes y aún estar en casa.
Su respuesta la hizo pensar y se preguntó si Dallas había anhelado
raíces mientras crecía, tanto como había deseado libertad. Se sacudió
una mancha de tierra de la falda de montar.
88
- Me preguntaba…
Austin se quitó el sombrero de la frente.
- ¿Sí, señora?
- Mi padre envía a alguien a la ciudad todas las semanas para obtener
suministros. ¿No te ahorraría un tiempo considerable si cargaras un
vagón, así no tendrías que ir todos los días a buscar suministros?
La cara de Austin se puso roja como una remolacha cuando tiró de
su sombrero.
- No voy a la ciudad en busca de suministros. Dallas envía a Pete a
buscar los suministros.
- Entonces, ¿por qué vas todos los días?
Se aclaró la garganta.
- Solo… me gusta.
- ¿A Dallas no le importa?
- Mientras haga mi trabajo, a él no le importa en absoluto - contempló su
respuesta. Sus días eran largos, sus noches incluso más largas. Se
preguntó si podría encontrar algo en la ciudad que la ayudarla a pasar el
tiempo.
Apretando las riendas, Cordelia vio cuando Leighton aparecía a la
vista. Media docena de edificios de madera flanqueaban la amplia calle
polvorienta. En las afueras de la ciudad, parecía que la gente había
levantado tiendas de campaña al azar.
Los trabajadores martillaban en el marco de un edificio. El olor a
aserrín llenó el aire. Nunca había visto algo así.
El día en que Dallas anunció que estaba acordonando la tierra para
una ciudad, no había visto nada más que pradera abierta. No había
regresado desde entonces.
Sabía que en la ciudad se había instalado una modista y una
tienda general. No sabía sobre el salón, el banco y la cárcel.

- ¿Qué están construyendo? - le preguntó a Austin mientras conducían


sus caballos por el centro de la ciudad.
- Una caballeriza y una
herrería.
- Realmente va a ser una ciudad - dijo con asombro - Boyd dijo que
nunca sucedería. Que Dallas era un tonto.
- Boyd es el tonto - dijo Austin - Nunca he visto a Dallas fallar en nada.
Su cuñado detuvo los caballos frente a un edificio de fachada falsa
que proclamaba "TIENDA GENERAL DE ELIVER". Desmontó, ató los dos
caballos, extendió la mano y ayudó a Cordelia a desmontar.
Una ciudad entera para caminar. Bueno, no era una gran ciudad,
pero lo sería algún día, y su marido era el responsable. Un constructor
de imperios.
Quizás él era algo más. Un constructor de sueños.
¿Cómo llegó siquiera a saber por dónde empezar?
Austin abrió la puerta que conducía a la tienda general. Tan pronto
como entró en el edificio, se quitó el sombrero de la cabeza y una
sonrisa fácil se dibujó en las comisuras de su boca.
Becky Oliver estaba parada en una escalera, colocando productos

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enlatados en un estante. Miró por encima de su hombro, sus ojos azules
cada vez más cálidos.
Cordelia pensó que podría haber descubierto el interés de Austin
por venir a la ciudad todos los días.
- Bueno, joven, ¿qué te trae a la ciudad hoy? ¿En qué puedo ayudarles? -
preguntó un hombre calvo parado detrás del mostrador. Cordelia recordó
haber sido presentada a Perry Oliver en su boda.
- Dee necesita algo, así que simplemente la traje a la
ciudad.
Cordelia luchó por mantener la sorpresa fuera de su rostro. No
necesitaba nada, pero Austin le lanzó una mirada implorante que le
suplicaba que le siguiera la corriente. ¿Cómo podría resistirse a la
súplica en esos ojos azules?
- ¿Qué necesita entonces, Sra. Leigh? - preguntó el Sr. Oliver.
¿Sra. Leigh? Pensó que nunca se acostumbraría a ese nombre.
- Yo... eh... libros... necesito algunos libros.
Los ojos del Sr. Oliver se agrandaron.
- ¿Ya leíste esos libros que tu esposo me compró la semana pasada?
Cordelia miró a Austin. Él simplemente se encogió de hombros. No
tenía idea de qué libros había comprado su marido. Sin duda, más sobre
la cría de ganado.
- No, él no los compartió conmigo - confesó
finalmente.
El señor Oliver frotó la palma de la mano en su brillante calva.
- Que extraño. Dijo que eran para ti. Dijo que te gustaba leer - Entrecerró
los ojos azul claro y frunció los labios - Veamos. Tenía "Un Cuento de Dos
Ciudades" y "Silas Marner". Él compró los dos.
Las palabras le fallaron. Si Dallas le hubiera comprado los libros,
¿no se lo habría dicho? Si él no los compraba para ella, ¿por qué le había
dicho al señor Oliver que sí?

- Eran los únicos que tenía en existencia - continuó Oliver - Me dijo que
cuando tenga más libros, debo dejarlos a un lado hasta que el tenga la
oportunidad de mirarlos y decidir si los quiere.
La campana sobre la puerta tintineó cuando un niño entró
vacilante a la tienda. Su cabello negro necesitaba desesperadamente un
corte y un lavado, al igual que su rostro. Sus pies descalzos se
arrastraron sobre el suelo de madera mientras se acercaba al mostrador,
con su mano clavada en el bolsillo de su mono, sujeto por una correa, ya
que le faltaba un botón en la parte delantera para mantenerlo en su
lugar, y parecía que el botón del otro lado no se iba a quedar con él
mucho más tiempo.
Perry Oliver se inclinó sobre el mostrador.
- Bueno, señor Rawley Cooper. ¿Qué puedo hacer por usted hoy?
El chico puso unas monedas en el mostrador.
- Mi padre necesita algunos cigarrillos para
armar.
- Tengo algo por aquí - dijo el Sr. Oliver mientras desaparecía detrás del
mostrador.
El niño miró los frascos de coloridos dulces que se alineaban en el
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mostrador. Cordelia no creía que pudiera tener más de ocho años. Sus
ojos negros se dirigieron al Sr. Oliver cuando el hombre puso una bolsa
de tabaco y algunos papeles en el mostrador.
- Bien - dijo el chico mientras deslizaba los suministros en su bolsillo y
se volvía para irse.
- Espera un momento, Rawley. Me diste demasiado - dijo Oliver mientras
colocaba un dedo regordete sobre un penique de cobre y lo deslizaba
sobre el mostrador.
Rawley parecía dudoso mientras su mirada se precipitaba entre el
señor Oliver y el penique. Vacilante, colocó su mano mugrienta sobre el
centavo.
- Hoy estoy vendiendo regaliz por un centavo - dijo Oliver - No creo que
tu padre echaría de menos un centavo.
Rawley negó con la cabeza, agarró el penique y se apresuró a salir
por la puerta.
- Deberías haberle dicho que era gratis - dijo
Austin.
El Sr. Oliver negó con la cabeza.
- Intenté eso. El chico tiene demasiado orgullo como para tomar algo a
cambio de nada. Contrario a todo lo que alguna vez he visto y
considerando quién es su padre, no sé cómo se las arregló para
aferrarse a cualquier orgullo.
- ¿Quién es su padre? - preguntó Cordelia.
- Uno de los trabajadores que levanta los edificios, aunque llamarlo
trabajador, le está quedando grande. La mayoría de las veces cobra su
sueldo y se emborracha.
- ¿Dónde está la madre de Rawley? - le
preguntó.
- Muerta,
creo.
Austin sacó dos palos de zarzaparrilla de un tarro.

- Pon esto en mi cuenta - dijo mientras se dirigía hacia la puerta.


- No los tomará - le gritó el señor Oliver.
Austin lanzó una sonrisa cautivante.
- Puedo ser muy encantador cuando quiero
serlo.
Cuando la puerta se cerró detrás de él, Cordelia se apartó del
mostrador, sintiéndose cohibida sin Austin a su lado.
- Voy a mirar por aquí.
El Sr. Oliver asintió.
- Nos dices si necesitas algo.
Cordelia caminó hacia el otro lado de la tienda, sin saber qué
hacer si encontraba algo que quería comprar. Se sentía vulnerable y
perdida, como una niña que había soltado la mano de su madre entre
una multitud de personas.
Tenía veintiséis años y no tenía idea de cómo comprar una cinta
para su cabello. Su padre y sus hermanos habían adquirido el hábito de
llevarle todo mientras ella cuidaba a su madre. El hábito había
permanecido mucho después de que su madre falleciera. Donde una vez
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se había sentido mimada, ahora se sentía frustrada.
Se había permitido depender de la caridad de su familia, y le
habían sacado la posibilidad de decidir.
Giró hacia unas suaves pisadas. Becky le sonrió.
- ¿Encontraste algo que te guste?
Cordelia se retorció las manos. Suponía que debería comenzar a
convertir la casa de Dallas en un hogar.
- Estaba buscando algunas alfombras.
- Tenemos algunas aquí - dijo Becky. Cordelia esquivó barriles y cajas
mientras la seguía al otro lado de la tienda. Ella dio unas palmaditas
sobre una pila de alfombras.
- Esto es todo lo que tenemos. Solo míralas y avísame si quieres
alguna.
Con cuidado de no tumbar la pila, Cordelia quitó una alfombra a la
vez y la examinó. Quería algo con tejido marrón, el color favorito de
Dallas.
- Me sorprendí cuando escuché que Dallas se casaría contigo - dijo
Becky.
Cordelia levantó la vista de las alfombras y sonrió.
- Supongo que no sabías que mis hermanos tenían una hermana.
- Oh, había escuchado rumores - dijo Becky - Pero estaba sorprendida de
que Dallas se casara contigo después de que Boyd le disparara a Austin.
El corazón de Cordelia chocó contra sus costillas, y pudo sentir la
sangre que drenaba de su rostro.
Los ojos de Becky se abrieron de par en par.
- Oh, Dios mío. ¿No lo sabías?
Cordelia bajó la vista al suelo. ¿Por qué no se abre y se la traga?
- Estoy segura de que Dallas lo ha perdonado, de lo contrario no se
habría casado contigo.

La puerta se abrió, y Austin entró a la tienda, con una rama de


zarzaparrilla sobresaliendo de su boca.
- Bueno, lo hice. Conseguí que el chico tomara uno de los dulces. - Dio
un paso hacia Cordelia, con confianza en su paso - ¿Qué tienes ahí, Dee?
- A… alfombras. Pensé... pensé que compraría una para la casa.
- Eso estaría bien - dijo Austin, hablando sobre el zarcillo de zarzaparrilla
- ¿Cuál?
Cordelia buscó rápidamente entre la pila y sacó una alfombra
marrón.
- Ésta.
Becky la tomó.
- La envolveré para ti y la pondré en la cuenta de Dallas. Puedes
recogerlo cuando salgas de la ciudad.
- ¿Podemos ir a casa ahora? - le preguntó a Austin.
- Pensé que querías ver el resto de la ciudad
- Oh, sí, lo olvidé - No podía obligarse a mirar a Austin, sabiendo que su
hermano le había disparado.
Austin la tomó del brazo.
- Vamos, Dee, te ves pálida. Vamos a tomar un poco de aire.

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Permitió que la condujera afuera. Luego se separó de él, cruzó el
pequeño camino de madera y envolvió sus temblorosas manos alrededor
de la barandilla.
Austin estudió a la mujer que se agarraba a la barandilla como si
temiera ahogarse en el polvo, sin ella. Sacó la varilla de zarzaparrilla de
su boca.
- ¿Qué pasó, Dee?
Lo miró, con dolor y enojo mezclados en sus ojos. Su estómago
cayó al suelo, y luchó contra el impulso de extender la mano y tocarla,
para limpiar el dolor y la ira.
- ¿Qué hice? - le preguntó en voz baja.
- Boyd te disparó.
Frunció el ceño.
- Sí.
- Dijiste que eran ladrones de
ganado.
- Dallas dijo que eran ladrones de
ganado.
- ¿Por
qué?
Su cuñado se encogió de hombros.
- Tal vez él no pensó que le creerías, o tal vez estaba tratando de
evitarte un dolor. Sentados a la sombra de un árbol, almorzando en paz,
no me pareció correcto decir que Boyd me había disparado y creo que
Dallas se sintió de la misma manera.
- Pero Boyd te
disparó.
- ¿Becky te lo dijo?
Ella asintió.
- Demonios, esa chica tiene una gran boca.
- ¿Por qué te
disparó?

- No creas que fue su intención. Él solo estaba disparando, y me metí en


el camino.
Las lágrimas brotaron de sus ojos.
- No tengo amigos, Austin. Necesito un amigo ahora. Se mi amigo.
- Claro. Lo que quieras.
- Los amigos nunca se mienten - dijo
ella.
Con el pulgar, Austin se quitó el sombrero de la frente, deseando
haber sido un poco más lento al aceptar ser su amigo.
- ¿Que quieres
saber?
- ¿Sabes lo que pasó la noche en que Dallas le rompió el brazo a Boyd?
- Sip. Esa fue la noche en que me
dispararon.
- ¿Boyd estaba cuidando su ganado? ¿Lo atacaron tú, Dallas y Houston? -
Austin se quitó el sombrero y miró al cielo, preguntándose de dónde
venía la sabiduría.-Quiero la verdad - dijo - ¿Estoy casada con un hombre
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que se acercó furtivamente a mi hermano en la oscuridad de la noche y
le rompió el brazo?
Su cuñado bajó la mirada hacia ella. Dentro de sus ojos marrones,
vio un destello de esperanza, y se preguntó qué le haría menos daño: la
verdad o la mentira.
- La verdad - susurró como si entendiera su vacilación.
- No, no estás casada con un hombre que se acercó sigilosamente a
nadie. No es la manera de Dallas. Nunca lo ha sido. Él enfrenta todos los
problemas de frente. Tus hermanos se estaban acostumbrando a cortar
el alambrado de Dallas y a matar a su ganado. Esa noche, estábamos
esperándolos. Cuando el dolor me atravesó el hombro, todo se volvió
negro, pero Houston me dijo que Dallas había arrastrado a Boyd por el
río. Creo que su brazo debe haber golpeado una roca o algo y se rompió,
pero sé que Dallas no lo hizo a propósito.
- Dallas me asusta, Austin.
Él no pudo evitar acercarse y la abrazó.
- Lo sé. Lo veo en tus ojos cada vez que lo miras. Él lo ve también, y lo
vuelve loco, eso te asusta más y lo pone furioso. Es un círculo del que
parece que no pueden salir.
- Las cosas que Boyd me dijo... ya no sé qué
creer.
Austin se inclinó hacia atrás y ahuecó su mentón.
- Bueno, podrías tratar de no mirarlo a través de los ojos de Boyd, sino
mirarlo a través de los tuyos. Finge que acabas de conocerlo y que
nunca habías escuchado nada sobre él.
- Creo que aún me asustaría.
Austin se rió.
- Me asusta mucho. Y sé que a Houston también. - se puso serio - Pero
nunca te lastimaría, Dee. Lo sé.
- Pero él no me dará la
libertad.
- Si lo hiciera, ¿qué harías? ¿Vivir con tu familia era mejor de lo que
tienes ahora?

- Necesito algo más, Austin. No sé qué, pero sé que necesito algo más
de lo que Dallas o mi familia tienen el poder de darme.
Él la atrajo hacia sí, presionando la mejilla contra la parte superior
de su cabeza.
- Entonces espero que lo encuentres, Dee. Realmente lo espero.

94
CAPÍTULO 9

Dallas salió del banco y deseó a Dios que no hubiera buscado


desesperadamente una excusa para ir a la ciudad. Había esperado
cruzar casualmente el camino de su esposa, quizás caminar por la
ciudad con ella.
No esperaba verla frente a la tienda envuelta en los brazos de su
hermano.
Austin levantó la vista y sus ojos azules se agrandaron.
- ¡Dallas! - Como una serpiente envuelta alrededor de la rama baja de un
árbol, Austin se desenrolló lentamente de alrededor de Cordelia - No
sabía que tenías planes de venir a la ciudad.
- Obviamente. - Dallas cerró sus manos en puños y apretó las
mandíbulas, su mirada se precipitó entre su hermano y su esposa. El
terror había vuelto a sus ojos, y él imaginó en ese momento que ella
tenía buenas razones para temerle.
Con largas zancadas, Austin se acercó a él.
- Dee descubrió que Boyd me había disparado. Estaba un poco enfadada
con nosotros por no decírselo abiertamente y decir que se trataba de
ladrones de ganado. Solo intentaba enfriar su temperamento.
Dallas miró a su hermano.
- No me abrazas cuando estoy enojado.
Austin soltó una risotada.
- Lo haré si quieres que lo haga, porque estoy seguro que estás enojado
en este momento. - Estiró los brazos y ladeó la cabeza, mostrando una

sonrisa contagiosa que Dallas estaba seguro de que usaría para hechizar
a las damas, si hubiera damas alrededor - ¿Quieres un abrazo?
Dallas dio un paso atrás.
- Diablos, no. - y cambió su atención a Dee, que lo estaba estudiando
como si fuera un extraño, y se dio cuenta de que lo era. ¿Qué sabía ella
realmente de él? ¿Qué sabía él de ella?
- ¿Cómo lo descubrió? - le preguntó a su hermano.
Austin sacudió su cabeza hacia la tienda general.
- Becky - Se frotó las manos sobre los muslos - Escucha, Dee nunca visitó
Leighton. ¿Le mostrarías la ciudad mientras hablo con Becky por un
rato? - Austin giró la cabeza - No te importa ir con Dallas, ¿verdad, Dee?
Vio a su esposa palidecer antes de asentir, finalmente.
- Eso estaría bien.
- Gracias. Los alcanzaré. - Austin desapareció en la tienda general.
Dallas deseaba haber sido él a quien Dee hubiera recurrido, el que
la hubiera abrazado cuando supo la verdad.
- ¿Nunca has estado en la ciudad? - preguntó.
Ella sacudió la cabeza.
- No, al menos, no después del día en que acordonaste la tierra. Mis
hermanos nunca tuvieron tiempo de traerme.
- Bueno... - Se acercó a ella, repentinamente cohibido por todo lo que
faltaba hacer - No está ni cerca de estar concluida. - Señaló hacia
95
adelante - La tienda general - Él movió su mano hacia la izquierda - El
Banco.
- ¿Qué estabas haciendo en el banco? - le preguntó mientras caminaba a
su lado.
- Quería hablar con el Sr. Henderson sobre un préstamo para otro
edificio.
- ¿Qué tipo de edificio?
Se aclaró la garganta.
- Un ebanista (3) me escribió. Quiere mudarse aquí, pero no tiene los
medios para financiar su negocio. Creo que sería una buena inversión.
- ¿Tienes los medios para financiarlo?
- Con la ayuda del banco, lo ayudaré a comenzar. Eventualmente, será
dueño de su negocio, pero mientras más gente pueda traer a Leighton,
más creceremos.
- ¿Cómo se determina qué negocios serían una buena inversión?
Él la estudió, no esperaba las preguntas que le estaba haciendo,
pero estaba contento de que quisiera saber y de que estuviera lo
suficientemente interesada como para preguntarle. Él torció su codo y
vio como tragaba antes de colocar su mano sobre su brazo. Juntos
caminaron lentamente por la calle.
- Intento averiguar qué necesita la gente - le explicó, señalando hacia la
tienda de ropa - Houston siempre iba a Fort Worth a comprar ropa para
Amelia. Visitaba la tienda de ropa de la señorita St. Claire. La idea de
una nueva ciudad la intrigó, por lo que movió su negocio aquí,

esperando que la ciudad prospere y más mujeres lleguen. Ven. Hasta


entonces, ella cose ropa para hombres y mujeres.
- No hay muchas mujeres por lo que he
visto.
- Media docena como mucho. No he descubierto cómo atraerlas a
Leighton. He estado pensando en publicar un anuncio para novias,
similar al que Amelia colocó buscando marido. Si un montón de mujeres
estuviera viniendo, necesitaría tener maridos esperándolas. Tengo que
pensar en la mejor manera de manejar eso. No me gusta mucho la idea
de ser un agente matrimonial.
Ella asintió lentamente, y Dallas casi imaginó que podía ver
engranajes girando en su mente. Quería preguntarle qué pensaba de la
ciudad. Quería que Leighton fuera más que solo una ciudad... quería que
fuera un lugar que atrajera a la gente y les diera una razón para
quedarse.
Se acercaron al salón. Vacilante, ella lo miró.
- ¿Puedo mirar dentro del salón?
- Por supuesto.
Cautelosamente, Cordelia se acercó a las puertas batientes y miró
adentro. El humo era espeso. Los olores no del todo agradables. Podía
ver a algunos hombres sentados en una mesa jugando a las cartas. Uno
de esos hombres era su hermano.
- ¿Qué está haciendo Duncan aquí? -
preguntó.
Dallas miró por encima de su hombro.
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- Jugando a las cartas.
- Quiero decir ¿por qué no está trabajando con el
ganado?
- Supongo que solo se está tomando un tiempo
libre.
Retrocediendo, estudió a su esposo.
- ¿Cuándo te tomas un tiempo
libre?
Él la llevó lejos del salón.
- Los salones no me atraen. Nunca quise permitir que la suerte de una
carta me quitara el dinero que tanto trabajo me había costado ganar.
(3) Persona que tiene por oficio trabajar con maderas finas y construir muebles de calidad.
- Pero debes relajarte alguna
vez.
- Cuando necesito relajarme, salgo de noche y visito a una de mis
damas.
Cordelia no estaba preparada para el dolor que la atravesó.
¿Esperaba que permaneciera fiel a ella, solo porque habían
intercambiado unos votos? Indignada por razones que no podía
comenzar a comprender, soltando su brazo, se alejó de él.
- Creo que he visto todo lo que quiero ver de la
ciudad.
Dallas volvió a tomarla del brazo y ella se soltó.
- Por favor no me toques. No después de haberme arrojado tus amantes
a la cara.
- ¿Mis amantes? - Él juntó las cejas con los ojos atiborrados de confusión,
luego comenzó a reírse - Mis damas.
- No veo que es lo gracioso.

- No estaba pensando.
- Obviamente no. Un caballero no le menciona sus otras mujeres a su
esposa. Creo que los dos estaríamos mucho más felices si te hubieras
casado con una de ellas en vez de conmigo - Giró sobre sus talones y
comenzó a alejarse.
- Dee.
Ella quería seguir caminando, pero el anhelo en su voz la
conmovió, la alcanzó y la obligó a darse vuelta. Sin sonreír ni reír, la miró
como buscando algo.
- Las damas son mis molinos de viento - dijo en voz baja - Disfruto
escuchándolos en la tranquilidad de la noche. Me da paz. Me gustaría
compartir eso contigo en algún momento.
Increíblemente avergonzada, ella cerró los ojos con fuerza.
- Lo siento. Actué como una musaraña.
- Deberías enojarte más a menudo.
Sus ojos se abrieron de golpe. La única vez que su madre se enojó,
su padre la había golpeado.
- ¿Por
qué?
- La ira pone fuego en tus ojos. Prefiero ver el fuego que el miedo.
- ¡Dallas! - gritó un hombre.
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Cordelia vio como un hombre delgado corría hacia su esposo.
- Tyler, ¿tienes algún problema? - le preguntó Dallas.
El hombre patinó hasta detenerse.
- No es un problema - Como si de repente la hubiera notado, Tyler se
quitó el sombrero de la cabeza. Corrió los mechones rubios de su frente
y sonrió a Cordelia.
- Señora Leigh, nos conocimos en su boda, aunque probablemente no
me recuerde. Tyler Curtiss.
- No soy muy buena con los nombres - confesó.
- No soy muy bueno con las caras, excepto cuando son hermosas como
la suya - Se sonrojó como si no estuviera acostumbrado a flirtear, y
Dallas frunció el ceño.
- Tyler diseña los edificios y maneja la construcción - dijo Dallas, con la
voz tensa.
Ella sonrió con interés.
- ¿Así que está construyendo la
ciudad?
- Con una gran ayuda. Me gustaría obtener la opinión de su esposo sobre
algunas cosas, si puede perdonarlo.
- Sí, está bien.
Dallas pareció dudar.
- ¿Puedes encontrar a Austin? - Ella asintió - Estoy seguro de que todavía
está en la tienda general.
- Te veré en casa entonces.
Ella lo vio alejarse. Desde su posición, podía decir que estaba
escuchando atentamente mientras Tyler hablaba.

¿Por qué le dolió tanto cuando mencionó a sus damas con tanto
cariño? ¿Por qué se sintió aliviada al descubrir que había estado
hablando de molinos de viento?
Comenzó a caminar hacia los caballos atados al poste de
enganche frente a la tienda general. Ella había estallado con ira y en
lugar de tomar represalias, le había dicho que se enojara más a menudo.
Decidió que su sugerencia podría tener algún mérito, había encontrado
el estallido de furia... liberador.

De pie en el balcón frente a su habitación, Cordelia miró la noche.


Oyó el ruido constante del molino de viento cercano, una de las damas
de su esposo.
Se enojó fácilmente, la furia destelló dentro de sus ojos oscuros,
pero mantuvo su temperamento atado. Era tan diferente de su padre, y
de sus hermanos.
Mientras los hombres de su familia se preocupaban solo por sus
deseos y necesidades, Dallas amplió sus horizontes para incluir a otros.
La gente venía a su ciudad porque les daba la oportunidad de compartir
un rincón de su sueño, y al compartirlo, su sueño crecía.
Estaba segura de que Boyd se habría referido a sus acciones como
egoístas y codiciosas, pero ¿cómo podría culpar a Dallas Leigh por

98
querer construir un futuro para sus hijos... un futuro más grandioso que
cualquier cosa que ella se haya atrevido a soñar?
Una ciudad. Una comunidad. Una comunidad de hombres.
Frunció el ceño, sorprendida de descubrir que también quería ser
parte de su sueño. Quería ayudarlo a alcanzar lo que aún debía lograr.
Ella quería encontrar la manera de atraer mujeres a Leighton.
No vio a su marido de pie junto al corral, ni había escuchado sus
pasos haciendo eco en el pasillo.
Se preguntó dónde estaría, si estaría en su oficina. Si los dos libros
que había comprado estaban esperando allí también.
No quería temerle, pero más que eso, no quería depender de él.
Una vez había codiciado la libertad, pero ahora se daba cuenta de que
sin independencia, la libertad no existía. El primer paso hacia la
independencia era conquistar su miedo.
Entró en la habitación y tomó el libro que le había pedido prestado,
sobre la cría de ganado.
Recordó la profundidad de su risa, esa noche y esta tarde. La
espontaneidad. La forma en que se había extendido y golpeado un
acorde en lo más profundo de su ser.
Sosteniendo la lámpara, se dirigió a la oficina de Dallas. Vio la luz
que se derramaba por debajo de la puerta y casi cambió de opinión. En
cambio, se forzó a sí misma a golpear.
- Adelante - resonó desde el otro lado.

Su corazón se aceleró. Temblando, tomó aliento y abrió la puerta.


Dallas estaba sentado tras su escritorio con los libros de contabilidad
extendidos ante él. Se puso de pie.
- Oh, no, no te levantes - le dijo mientras se deslizaba en la habitación -
Solo quería devolver tu libro.
- Bien.
Dio un paso más cerca de los estantes.
- ¿Siempre trabajas en tus libros de contabilidad a altas horas de la
noche?
- Generalmente.
Su boca se secó de repente y se lamió los labios, su determinación
se marchitó.
- Mi padre... mi padre trabaja en sus libros durante la tarde.
- Tiene tres hijos para el resto del trabajo. Yo solo me tengo a mí.
- Y Austin.
- No es su responsabilidad. Algún día, descubrirá lo que quiere de la vida
y se irá.
Cuando Austin se fuera, estaría a solas con este hombre. Este
hombre que quería hijos.
- Por favor, no dejes que te moleste - levantó el libro - Voy a poner esto
en su lugar.
Él se sentó y ella se apresuró a cruzar la habitación. Deslizó el libro
en el estante y luego pasó los dedos sobre uno de los nuevos libros: "Un
cuento de dos ciudades".
Echó un vistazo a Dallas, que estaba escribiendo en su libro de
contabilidad como si su presencia no le importara... y, sin embargo,
99
como si estuviera esperando algo.
Tomó el libro del estante.
- Nunca he leído "Un cuento de dos ciudades" - dijo en voz baja.
- Es tuyo - dijo bruscamente - también el otro. Simplemente no me
agradezcas. Debí haber puesto libros aquí hace mucho tiempo. No tiene
mucho sentido tener un librero si no les pones libros.
- Eso es lo que pensé la primera vez que vi esta habitación. Me enamoré
de estas estanterías. - Levantó la cabeza y la miró, sus ojos
increíblemente oscuros - Pensé que… - se aclaró la garganta - pensé que
estas estanterías podrían contener mil libros.
Él se recostó en su silla.
- ¿Mil?
Ella asintió.
-O
más.
- Déjame saber cuál es el recuento cuando tengas los estantes llenos -
Volvió a escribir en sus libros de cuentas.
Sosteniendo el libro abrazado con fuerza sobre su pecho, comenzó
a caminar por la habitación, pero se detuvo. La habitación estaba
silenciosa excepto por el ocasional rasguño de la pluma sobre el papel.

- Solía leerle a mi madre antes de morir - dijo en voz baja. Él levantó la


cabeza y la miró - Extraño leerle a ella - agregó - La extraño.
Apoyó el codo sobre el escritorio y se frotó el bigote con el pulgar y
el índice. Ella recordó su suavidad cuando la había besado.
- El Dr. Freeman mencionó algo sobre que tu madre estaba
inválida.
Dee nunca había dicho las palabras. Después de todos estos años,
reconocer la verdad todavía era doloroso.
- Ella y mi padre tuvieron una discusión. En la refriega, perdió el
equilibrio y se cayó por las escaleras. No pudo moverse después de eso,
pero no estaba muerta. Así que me preocupaba por ella.
- ¿Una refriega? ¿Quieres decir que tu padre la golpeó?
Asintió, deseando haber mantenido el incidente en secreto.
Sonaba increíblemente feo en voz alta. Si se hubiera levantado de la silla
y se hubiera acercado a ella, habría escapado y se hubiera refugiado
rápidamente en su habitación.
En cambio, se quedó perfectamente quieto.
- No importa cuán enojado me ponga, Dee, nunca te golpearé. Te doy mi
palabra sobre ello.
Las palabras pronunciadas en voz baja y llenas de convicción no le
dejaron otra opción que creerle.
- ¿Puedo leerte? - preguntó. Casi se rió por la expresión de sorpresa que
cruzó su rostro, como si hubiera pronunciado las últimas palabras que
esperaba escuchar. Parecía que le hubiera arrojado encima un balde de
agua fría - Sé que no tienes mucho tiempo libre. Podría leerte mientras
trabajas en tus libros de cuentas.
Como si no pudiera determinar el motivo de su ofrecimiento,
asintió lentamente.
- Eso estaría bien.
100
Puso una lámpara sobre una pequeña mesa y se sentó en la silla
de al lado. Levantando los pies y colocándolos debajo suyo. Sintió que él
la miraba y trató de no molestarse por su escrutinio.
Giró la tapa y varias páginas antes de aclararse la garganta.
- Fue el mejor de los tiempos, fue el peor de los
tiempos...
Levantó la vista. Su pluma estaba colocada sobre el libro, la tinta
goteaba sobre el papel.
- ¿Puedes trabajar mientras leo? - le
preguntó.
Él asintió con la cabeza y sumergió la pluma en el tintero de
nuevo. Cuando comenzó a escribir en sus libros, ella llenó la habitación
oscurecida con la historia.

Dallas no estaba seguro del momento exacto en que su esposa se


había arrepentido de su decisión de leerle, pero le pareció que podría
haber sido en algún momento después de la medianoche.

Sus ojos se habían cerrado, sus palabras se habían vuelto más


suaves, menos claras. Él le había preguntado si quería irse a la cama,
pero ella había levantado la cabeza y asegurado que no estaba cansada.
Se le ocurrió que simplemente no sabía cómo dejar de leer y
anunciar que se iba a la cama, sin dejar la posibilidad de que él se le
uniera.
Así que había leído durante dos horas más, su voz se volvió ronca,
sus párpados caían de vez en cuando, hasta que finalmente se cerraron
y su cabeza cayó hacia atrás.
Parecía malditamente incómoda apoyada en la silla, con la cabeza
inclinada en un ángulo extraño, e increíblemente adorable cuando toda
la preocupación y el miedo habían escapado por la ventana hacia la
noche.
Deseaba saber cómo lograr que la preocupación y el miedo
huyeran de sus ojos cuando estaba despierta. Había considerado ser
franco y simplemente explicarle qué esperaba y con qué se conformaría.
Pero imaginó que una mujer necesitaba más que la visión de un
hombre sobre el tema. Probablemente querría palabras tiernas que él no
sabía cómo dar.
Tan silenciosamente como pudo, empujó su silla hacia atrás, se
puso de pie y caminó hacia la silla donde estaba desplomada. Con
cuidado, él liberó el libro de su mano y lo dejó sobre la mesa al lado de
la silla.
Luego deslizó un brazo alrededor de su espalda, el otro debajo de
sus rodillas, y la acunó contra su pecho. Suspirando, Dee acurrucó su
mejilla en el hueco de su hombro.
No había esperado que fuera tan ligera como una brisa de verano,
o que se sintiera tan delicada en sus brazos. Tan alta como era,
esperaba que pesara más. Era poco más que suaves curvas y calidez.
La llevó a su habitación y suavemente la acostó en la cama. Se
puso de lado, levantó las rodillas hacia su pecho y deslizó su mano
101
debajo de su mejilla. La cubrió con las mantas, y se ubicó junto a la
cama para observarla mientras dormía.
Había disfrutado esa tarde de la chispa en su temperamento que
la referencia a "sus damas" había encendido en sus ojos.
Sabiendo lo que ahora sabía sobre la dolencia de su madre, se dio
cuenta de que su arrebato, por pequeño que fuera, había sido una forma
de confianza. Quizás estaba empezando a poner a prueba sus límites, a
ver hasta dónde él le permitiría ir. Pensó en decírselo, pero no creía que
le creyera. Simplemente tendría que mostrárselo.

Cordelia se despertó sobresaltada. Un tenue rayo de sol iluminaba


la habitación. Se llevó las mantas a la barbilla e intentó recordar cuándo
se había acostado.

Dallas había estado en la habitación. De alguna manera, estaba


segura de eso. Su presencia se notaba, como un aroma olvidado. ¿La
había llevado a la cama y luego la había dejado dormir sola? Pensó que
tal vez nunca lo entendería.
Su esposo había querido una mujer para darle un hijo, y sin
embargo, a excepción de su primera noche, no había hecho ningún
movimiento hacia ella. Se dijo que tal vez lamentaba haberse casado, y
que tal vez nunca llegaría a ser su marido.
Se levantó de la cama, caminó hacia las puertas del balcón y
apartó la cortina. Podía ver a Dallas de pie junto al corral hablando con
su capataz. Cuando Slim se alejó, él montó su caballo negro y levantó la
vista. Su mirada se encontró con la de ella. Se quedó sin aliento y su
corazón latió con fuerza.
Su boca se movió, formando palabras que ella no podía oír, abrió
la puerta y salió al balcón.
- ¿Qué? - preguntó.
- ¡Vístete para montar!
- ¿Ahora?
- Sí.
Cuando él desmontó, entró corriendo a la habitación, cerró la
puerta del balcón, juntó las cortinas y deseó no haberse aventurado a
salir de la cama.

Dallas no estaba seguro de lo que lo había poseído para invitar a


su esposa a cabalgar con él, aunque tuvo que admitir que Dee
probablemente no había considerado sus palabras como una invitación.
No estaba en su naturaleza preguntar. Tal vez lo había hecho
cuando era niño, pero la guerra lo había cambiado. A los catorce años,
había emitido su primera orden. Cuando la guerra terminó, él continuó
emitiendo órdenes. Era la forma más fácil de lograr lo que se necesitaba
hacer. Ordénale a un hombre, si no le gusta, puede seguir su camino.
Desafortunadamente para Cordelia, si no le gustaban sus órdenes,

102
no tenía libertad para seguir su camino. Un contrato de matrimonio la
vinculaba a él de por vida, le gustara o no.
Había esperado que avanzaran hacia una relación amistosa
cuando le había ofrecido leerle la noche anterior, pero ahora cabalgaba
a su lado con la espalda tan tiesa como una vara de hierro, sus ojos
enfocados en el frente, y sus nudillos blancos mientras sostenía el
cuerno de la silla de montar.
Los caballos caminaban lentamente como si tuvieran todo el día
para llegar a donde iban.
- ¿Qué tan buena eres para cumplir tu palabra? - le preguntó.
Ella giró su cabeza hacia él y frunció el ceño.
- No miento, si es eso lo que insinúas.

- Mi padre me enseñó que un hombre es tan bueno como su palabra.


Nunca en mi vida he incumplido mi palabra. Me pregunto si tu padre te
enseñó lo mismo.
Cordelia no encontraba las palabras. No podía recordar que su
padre le enseñara mucho más que cual era su lugar en el mundo de los
hombres, un lugar que nunca había cuestionado, hasta que descubrió
que no encajaba muy bien en el mundo de su marido.
- Sé cómo cumplir una promesa - admitió finalmente - Supongo que es lo
mismo.
El asintió.
- Entonces necesito que me hagas una promesa.
- ¿Qué tipo de promesa?
Él detuvo su caballo, ella hizo lo mismo. Quitándose el sombrero,
captó su mirada.
- Quiero que prometas que si algo me sucede, no le darás mi tierra a tus
hermanos.
- ¿Qué podría
pasarte?
- A cualquier hombre puede pasarle algo aquí. Simplemente no quiero
que tus hermanos se beneficien de mi muerte.
¿Su muerte? Las palabras resonaron en su mente y a través de su
corazón.
- ¿Por qué
morirías?
Sus labios se curvaron en una leve sonrisa.
- No estoy planeando hacerlo. Solo quiero tu palabra de que si tenemos
un hijo, te aferrarás a la tierra por él.
- ¿Y si no tenemos un hijo?
- Entonces quédate con la tierra o véndela. Solo no se la des a tus
hermanos.
- No sabría qué hacer con ella- confesó.
Miró hacia el horizonte distante.
- Dame tu palabra de que no les darás la tierra a tus hermanos, y yo te
enseñaré cómo manejarla.
Cordelia recorrió la tierra con la mirada. Él le confiaba su legado.
Se dio cuenta de que si algo le sucedía a él, necesitaría saber cómo
administrar el rancho para poder enseñarle a su hijo. Lo miró mientras él
103
la observaba seriamente.
- Podría destruir todo lo que has
construido.
- Si pensara que existe la más mínima posibilidad de que sucediera eso,
no te lo habría propuesto.
La fuerza de sus palabras se estrelló contra ella. Le confiaría el
imperio que había construido, confiaba en que ella honraría su palabra,
al igual que había jurado honrarlo el día de su boda.
Le estaba dando la oportunidad de nivelar el inestable cimiento
sobre el cual habían comenzado a construir su matrimonio.
- Te doy mi palabra.- le dijo
Una lenta sonrisa se extendió bajo su bigote.

- Bien.

En los días que siguieron, ella llegó a conocer a los hombres y sus
respectivos trabajos. Había supuesto que los vaqueros simplemente
miraban el ganado, pero no podría haber estado más equivocada. Los
hombres constantemente recorrían la línea del alambrado, arreglando el
alambre cortado o roto, reemplazando los postes. El jinete de molino
visitaba los molinos de viento para engrasar los cojinetes y reparar todo
lo que se había roto. Los jinetes del llano buscaban ganado que se había
enredado en los matorrales o que había quedado atrapado en el barro.
Los numerosos tipos de jinetes y sus diversas tareas la asombraron.
Parecía que era necesario revisarlo todo y verificarlo nuevamente:
la cerca, los molinos de viento, el ganado, el suministro de agua, el
pasto. Debían tomarse decisiones sobre cuándo y dónde mover el
ganado.
Al final de la semana, Cordelia estaba abrumada por todo el
conocimiento que había obtenido y también respetaba y comprendía
más a su esposo y sus logros.

Dallas golpeó el clavo en la madera del suelo. Este domingo


resultaba ser muy parecido al domingo anterior.
Estaba trabajando en el desván mientras sus hermanos
descansaban. Se sorprendió de que hubieran logrado colocar las paredes
en el primer piso.
Escuchó el rugido profundo de risas masculinas, seguido por unas
risitas más suaves. Contra su mejor juicio, alejó su cuerpo de la madera
y caminó cuidadosamente a través de las vigas hasta que llegó al borde
del segundo piso. Se apoyó contra el marco abierto.
Cordelia estaba parada en un extremo del patio. Todos los demás
estaban ubicados en diferentes lugares. Ella les dio la espalda y todos se
movieron. Houston dio un gran paso y se detuvo. Amelia dio tres
pequeños pasos. Maggie saltó y cayó de rodillas. Austin corrió.
Cordelia se dio la vuelta. Austin se tambaleó hasta detenerse. Ella
lo señaló con un dedo.
- Te vi correr.
104
- ¡Diablos, lo hiciste! - gritó mientras todos los demás se reían.
Ella movió su dedo hacia él.
- Regresa al principio.
Pisoteó una cuerda tendida a lo largo del suelo a varios metros de
Cordelia, ella giró, dándoles la espalda, y todos comenzaron a moverse
de nuevo.
Dallas negó con la cabeza. Sin duda otro de los juegos de Amelia.
La mujer tenía más juegos que las ramas de un árbol. Sonrió cuando

Maggie y Houston fueron enviados a la cuerda. Houston levantó a su hija


sobre sus hombros.
Su esposa les dio la espalda, y las piernas de Austin se agitaron
más rápido que las cuchillas de un molino de viento cuando soplaba del
norte. Dallas apretó los dientes para evitar gritar una advertencia.
Cordelia giró demasiado tarde. Austin la levantó del suelo. El
pecho de Dallas se tensó cuando ella echó los brazos alrededor del
cuello de su hermano y se rió. Austin la hizo girar, su risa mezclándose
con la de ella.
Maggie gritó que quería jugar de nuevo. Austin puso a Cordelia de
pie. Echó un vistazo hacia la casa y su mirada se estrelló contra la de
Dallas, su sonrisa se marchitó como todas las flores que había cortado
para ella durante la semana y que nunca le había dado. Él se giró y
caminó hacia el otro lado de la habitación, preguntándose cuándo se
había vuelto tan viejo.
Unos minutos más tarde escuchó los pasos en la escalera, la
escalera que había construido esa mañana. No podía culpar a Houston.
Si tuviese una esposa que lo mirara como Amelia lo hacía y una hija que
lo adorara, él tampoco estaría aquí clavando clavos en la madera.
- Pensé que te gustaría un poco de
limonada.
Miró a Cordelia. Ella permaneció insegura en la puerta,
sosteniendo un vaso. Cruzó el corto espacio que los separaba, tomó el
vaso y bebió en un largo trago. Le devolvió el vaso.
- Gracias.
Volvió a su esquina, se arrodilló, alineó el tablero y colocó el clavo
en su lugar.
- Me avergüenzas - dijo en voz baja.
Frunciendo el ceño, miró por encima del hombro.
- ¿Por
qué?
Caminó sobre los tablones del suelo que ya había clavado en su
lugar y se arrodilló a su lado.
- Ahora, tengo una comprensión más clara de cómo pasas tus días. Toda
la semana administras tu rancho y supervisas la construcción de una
ciudad, y en lo que debería ser tu día de descanso, estás construyendo
una adición a la casa de tu hermano, mientras yo estoy jugando juegos
tontos o comprando alfombras...
- Me gustan las alfombras.
Ella inclinó su cabeza de lado.
- ¿De verdad lo
105
crees?
Lamentó no haberlo mencionado antes.
- Sí, lo creo. Me gusta la colcha que colgaste en la pared del salón y las
cortinas.
- Pensé que hacían que la habitación pareciera más acogedora. He
ordenado algunos muebles para el salón.
- Bien.

Desde la noche en que comenzó a leerle y el día en que comenzó


a explicarle el manejo del rancho, el terror se había desvanecido
lentamente de sus ojos. Lo miraba ahora sin miedo.
Pensó en inclinarse y besarla, pero descubrió que no era suficiente
que el miedo se hubiera ido. Quería ver calor reflejado en su mirada
cuando lo mirara. Quería que ella lo deseara tanto como él la deseaba.
Una cosa malditamente tonta para desear.
Bajó la mirada y raspó con la uña el clavo que él acababa de poner
en su lugar.
- ¿Es difícil construir un piso? - le
preguntó.
- No - le extendió el martillo - ¿Quieres probar?
Una chispa iluminó sus ojos.
- ¿Puedo?
- Por supuesto.
Ella tomó el martillo, y él le dio un clavo.
- Quieres que el clavo atraviese la tabla superior y se afiance en la viga
que corre longitudinalmente. Eso es lo que la mantiene en su lugar.
Mantén la vista en el clavo y golpea suavemente.
- Siempre suena como si golpearas duro.
- Tengo experiencia detrás de mí, así que es menos probable que me
golpee el pulgar.
- Oh.
Observó divertido mientras colocaba el clavo en su lugar y
agarraba el martillo. Sus cejas se unieron para formar un profundo surco,
jaló su labio inferior entre los dientes.
Dallas tragó saliva, recordando la sensación de ese labio bajo los
suyos.
Sus ojos se oscurecieron con concentración. Quería verlos
oscurecerse con pasión.
Suavemente, golpeó el clavo, el surco se hizo más profundo, sus
dientes se clavaron en su labio, sus nudillos se pusieron blancos. Pensó
en darle más instrucciones, pero algunas cosas en la vida se aprendían
mejor a través del ensayo y error. Después de una docena de golpes, el
clavo se había asentado en su nuevo hogar.
Ella frotó sus dedos sobre el clavo.
- ¿Es eso lo que se siente al construir una ciudad? -
preguntó.
Nunca lo había pensado, no sabía cómo responder su pregunta. Lo
miró con asombro en sus ojos.
- Los niños gatearán por este piso. Luego caminarán, lo pisarán y lo
cruzarán. Si esta casa subsiste durante cien años, lo que has hecho hoy
106
podría afectar a niños que nunca conocerás. Es lo mismo con tu ciudad y
tu rancho. Todo lo que haces llega a tocar a tanta gente. Las cosas que
yo hago no tocan a nadie.
Puso el martillo en el suelo y se levantó en silencio.
Luchó contra el impulso de agarrar su tobillo y evitar que se
alejara de él.

- Podría usar algo de ayuda - gruñó - Dile a Houston que venga aquí.
Desapareció por la puerta. Presionó su pulgar contra el clavo que
había incrustado en la madera, y condenó su orgullo. Él no había querido
que se fuera. No quería oír su risa y no ser parte de ella. No quería ser
testigo de sus sonrisas desde la distancia.
No había sido capaz de pedirle que se quedara, que compartiera la
tarea con él, que aligerara su trabajo con su presencia.
Si no podía pedirle algo tan simple, ¿cómo demonios iba a pedirle
que lo recibiera en su cama?

107
CAPÍTULO 10

Con las flores marchitándose en su mano, Dallas caminó por la


casa. Todas las habitaciones estaban vacías. Todas las habitaciones
excepto la cocina, y allí, solo encontró al perro de la pradera.
Había llegado temprano y entrado por la cocina, con la idea de
pedirle a su esposa que lo acompañara, y no pudo encontrarla.
Salió de la casa y se dirigió al granero. No alivió su mente el hecho
de ver el puesto vacío donde debería haber estado la yegua de Cordelia.
- ¡Slim!
Su capataz apareció desde la parte de atrás.
- ¿Sí señor?
- ¿Sabes dónde está mi esposa?
- Sí, señor. Ella fue a la ciudad con Austin.
- Pensé que había ido a la ciudad ayer, con él.
- Sí, señor, ella lo hizo, y el día anterior también.
La inquietud lo recorrió al recordar algunos momentos que pasaron
por su mente: Austin abrazando a Cordelia fuera de la tienda general.
Austin levantando a Cordelia en sus brazos y haciéndola girar en la casa
de Houston. Cordelia hablando con Austin durante las comidas sin la
necesidad de su lista de temas. Por la noche, Austin había empezado a
entrar en la oficina de Dallas para escuchar a Cordelia leer. De vez en
cuando, Dallas levantaba la vista de sus libros contables para encontrar
a su hermano mirando a su esposa como si fuera la mujer más
maravillosa del mundo.
Dallas se odiaba a sí mismo por resentirse a la intrusión de Austin.
Su hermano tenía cinco años cuando su madre había muerto, y él había
crecido sin ninguna otra mujer en su vida. Dallas sabía que no debería
envidiar el placer que encontraba en la voz suave de Cordelia, pero lo
hizo.
- ¿Quieres que deje de ensillar su caballo? - Preguntó Slim.
- No - respondió rápidamente - No, ella es libre de ir y venir a su antojo -
y arrojó las flores al establo vacío, regresando a la casa.
El crepúsculo se había asentado sobre la tierra antes de que
regresaran. Sentado a la cabecera de la mesa en el comedor, Dallas oyó
sus risas lejanas en el pasillo. Sus entrañas se apretaron ante el delicioso
sonido que nunca esbozaba en su presencia.
Se obligó a ponerse de pie cuando entraron en el comedor, sus
miradas tan culpables como dos niños que se habían escabullido para ir
a pescar, antes de terminar sus quehaceres.
- Lo siento, llegamos tarde - dijo Austin mientras corría la silla de
Cordelia para que se sentara.
Sonriendo tímidamente a su cuñado, se sentó. Austin tomó su
lugar a su lado y comenzó a servir el estofado en sus cuencos.
- Perdimos la noción del tiempo.

- Me lo imaginé - dijo Dallas mientras tomaba asiento - He alimentado a


108
tu maldito perro de las praderas.
Cordelia levantó la mirada, luego la bajó rápidamente hacia su
plato de guiso.
- Gracias.
- Estaba ladrando tan fuerte que no podía concentrarme en mi trabajo -
dijo Dallas.
- Lo siento. La llevaré con nosotros la próxima vez.
Con nosotros la próxima vez. Las palabras colgaron pesadas en el
aire. Dallas sintió un nudo en el estómago.
- ¿Cómo fue tu viaje a la ciudad?
Cordelia levantó la cabeza y miró a Austin, quien abrió y cerró la
boca.
- Bien - dijo Cordelia - Me fue bien.
Dallas raspó su silla en el piso. Como consumidos por la culpa,
Cordelia y Austin se apartaron de la mesa.
- Los dejaré disfrutar de su comida - dijo Dallas.
No le sorprendió que ninguno de ellos protestara. Caminó hacia el
corral, sabiendo que era un tonto.
Le había pedido a Amelia que se casara con él, entonces había
enviado a Houston a buscarla y ella se había enamorado de su hermano.
Se había casado con Cordelia, y le había dicho a Austin que le
hiciera compañía. ¿Qué demonios había esperado que sucediera?
Metiendo la mano en su bolsillo, retiró el reloj que Amelia le había
dado como muestra de su afecto cuando había llegado al rancho por
primera vez. No esperaba que Cordelia le diera nada como símbolo de su
afecto, pero estaba seguro de que lo dejaría.
Consideró argumentar que demasiados años separaban a Cordelia
de Austin, pero pensó que el amor no le daba mucho valor a la diferencia
de años. Además, él era varios años mayor que Cordelia y su corazón no
parecía darse cuenta.
Les construiría una casa en un rincón distante de su tierra, porque
no creía que su orgullo pudiera tolerar verlos juntos, sabiendo que en
algún momento ella debería haber sido suya. Luego vería si encontraba
otra esposa. Podría publicar un anuncio en los periódicos del este o
quizás podría...
- ¿Dallas? - La voz de Austin surgió detrás de él - Dallas, necesito hablar
contigo.
Se guardó el reloj en el bolsillo y se envolvió en una pared de
indiferencia. Empujó la parte de sí mismo que podría ser lastimada, a un
agujero oscuro y se volvió para mirar a su hermano menor.
- Imaginé que lo harías - dijo mientras doblaba un codo sobre la
barandilla del corral.
Austin miró hacia abajo y raspó la punta de su bota en la tierra.
- No sé cómo decirlo.
- Solo dilo directamente. Esa suele ser la mejor manera.

Austin asintió y se encontró con la mirada de su hermano.


- Dee me pidió que no te dijera nada, pero supuse que deberías saberlo.
Dallas tragó saliva por el nudo que se había formado en su

109
garganta.
- Me imagino que sí.
Austin se metió las manos en los bolsillos.
- ¿Recuerdas cuando me llevaste a ese circo cuando tenía siete años?
Si Austin había esperado disminuir la ira de Dallas, lo había
logrado. Navidad, 1867. El Circo Colosal y la Casa de fieras de Haight y
Chambers de Nueva Orleans, habían levantado tiendas en San Antonio.
Dallas y Houston seguían recuperándose de la guerra y tenían solo
algunas monedas en sus bolsillos, pero querían darle a Austin una
Navidad que no olvidara. Dallas no pudo evitar sonreír ante los buenos
recuerdos.
- Sí, y tú me molestaste todo el día con preguntas. Amenacé con pagarle
a ese tragasables para que te clavara una de sus espadas en la
garganta, solo para que te callaras.
Austin se rió entre dientes y se frotó el costado de la nariz.
- Pensé que hablabas en serio.
- La amenaza no funcionó, ¿verdad?
Austin negó con la cabeza.
- No, y así es Dee cuando la llevo a la ciudad. Tiene muchas preguntas y
todo la sorprende. Nunca la llevaron a la ciudad, Dallas. Nunca.
- Pero tú lo hiciste, y creo que ella está agradecida por
eso.
Austin dio un paso más.
- No estaba prestando atención a las preguntas que me estaba haciendo.
Solo estaba respondiéndolas. Mientras yo respondía a sus preguntas,
ella estaba trabajando en esta idea. Hoy, finalmente, tuvo el coraje de
hacer algo al respecto... y el Sr. Henderson se rió de ella. Lo que lo
empeoró es que Boyd estaba allí y el bastardo...
- Whooo. Detén los caballos - Dallas levantó la mano - ¿De qué demonios
estás hablando?
- Intento decirte lo que sucedió hoy en la ciudad. Mira, Dee pensó que
cuando llegara el ferrocarril aquí, la gente necesitaría un lugar donde
alojarse. Así que estaba pensando en construir un hotel. Sabía que
habías hablado con el Sr. Henderson acerca de un préstamo para el
ebanista, así que pensó que era allí donde tenía que empezar,
obteniendo un préstamo. Ayer se quedó afuera del banco todo el día. No
pudo reunir el valor para entrar. Hoy al fin, reúne el coraje y se dirige al
banco. Solo Boyd está adentro, y él le dice que el salón tiene todas las
habitaciones libres que esta ciudad va a necesitar. Entonces él y el Sr.
Henderson comienzan a reírse de ella, Boyd le dice que tu cama es la
única cama de la que debe preocuparse.
- ¿Que hizo ella? - preguntó con los dientes apretados.
Austin sonrió.

- Hubieras estado orgulloso. Ella simplemente le agradeció al Sr.


Henderson por su tiempo y se fue con la cabeza en alto.
- ¿Quién más estaba en el banco?
- Un par de rancheros y la cajera. Lo preocupante es que su autoestima
está a la altura del vientre de un caracol. He estado tratando de contarle
historias divertidas para hacerla reír, pero eso no es lo que ella necesita.
110
Pensé que tal vez esta noche podrías ser dulce. Háblale, haz que se
sienta especial.
- ¿Ser dulce, hablar con ella?
- Sí, ya sabes, di esas palabras que a las mujeres les gusta oír. Las
palabras que las hacen brillar más que la luna llena.
Dallas asintió.
- Yo haré
eso.
La cara de Austin se dividió en una amplia sonrisa.
- Me alegra habértelo dicho. Dee temía que estuvieras enojado con ella
por querer hacer algo por sí misma.
- No estoy enojado con ella.
- Sabía que no lo estarías - Austin retrocedió un paso - Supongo que
deberíamos ir a la casa. Ella querrá leer pronto. Te aseguro me gusta
escucharla leer - Se giró hacia la casa.
- ¿Austin?
Se detuvo y miró por encima de su hombro. Dallas pesó sus
palabras.
- Nunca le digas que me dijiste lo que pasó
hoy.
- Oh, no lo haré. Solo asegúrate de darle unas buenas palabras dulces.
Dallas asintió.
- Lo haré.
Palabras dulces. ¿Qué sabía él de dulces conversaciones?
Ni una maldita cosa.
Dallas golpeó la puerta hasta que las bisagras vibraron. Escuchó
los vacilantes pasos del otro lado.
- ¡Es Dallas! ¡Abre!
La puerta se abrió un poco. Dallas reprimió su temperamento.
Lester Henderson abrió la puerta más.
- Dallas, buen señor, me asustaste hasta la muerte. ¿Pasa algo?
- No sé, Lester. Escuché un rumor que me impide dormir. Solo espero
que no sea cierto.
Siempre ansioso por cotillear, Lester Henderson salió al porche
trasero del piso superior. Como la mayoría de los recién llegados a
Leighton, vivía por encima de su negocio y su negocio era el banco.
- ¿Qué rumores? - preguntó.
- Escuché que mi esposa entró al banco hoy y pidió un
préstamo.
Lester se rió con un agudo chillido que irritó los nervios de Dallas.
- Oh, eso. No te preocupes Dallas, la rechacé. Boyd estaba allí, y él le
explicó la locura de su pedido. Se supone que debe darte un hijo, y Boyd
lo dijo en voz alta y clara.

Dallas cerró sus manos en puños para evitar que rodeasen la


garganta de la pequeña comadreja.
- ¿Podrías salir un poco más, Lester? - le
preguntó.
- Por supuesto. - contestó mientras caminaba hasta el borde del porche.
Dallas señaló el horizonte lejano
111
- ¿Qué ves ahí afuera,
Lester?
Éste se encogió de hombros.
- Luna. Estrellas. Tierra.
- Mi tierra - dijo Dallas - Hasta donde puedes ver, es mía. No tengo un
hijo, Lester. Si una serpiente me muerde mañana y muero, toda esa
tierra irá a manos de mi esposa. - Dallas inclinó la cabeza - Ahora que lo
pienso, la tierra ya le pertenece porque me honró al convertirse en mi
esposa.
Se quitó el sombrero de la cabeza y bajó la cabeza hasta que él y
Henderson se miraron a los ojos. Lester retrocedió y Dallas lo siguió
hasta que el hombre no tuvo otro lugar adonde ir y no tuvo más remedio
que inclinarse sobre la barandilla como un retoño en el viento.
- Si mi esposa entra a tu banco, no quiero que tenga que pedir nada.
Quiero que saltes de tu silla y le preguntes qué puedes hacer por ella. Y
si quiere un préstamo, entonces por Dios, que le darás un préstamo.
- Pero... pero las garantías - tartamudeó Henderson.
- ¡Te acabo de mostrar tu maldita garantía!
- Pero Boyd
dijo…
- Me importa un comino lo que dijo Boyd o lo que cualquier otro miembro
de su familia diga. Si ella quiere la luna, por Dios que voy a encontrar la
manera de dársela. En este momento lo único que quiere es un
préstamo tuyo, y te agradecería muchísimo si pensaras en su solicitud
esta noche y decidieras por la mañana que sería en el mejor interés de
esta ciudad dárselo.
Dallas dio un paso atrás. Henderson se enderezó e infló su pecho.
- ¿Me estás
amenazando?
- No, Henderson, no lo hago - dijo Dallas con una voz que sonó
engañosamente suave - Nunca amenazo, pero te daré mi palabra de que
si alguna otra vez avergüenzas a mi esposa, como lo hiciste hoy,
construiré un banco al lado del tuyo y te sacaré del negocio. A donde sea
que vayas, te seguiré, hasta el día que muera, y nunca volverás a
trabajar en un banco, mucho menos tener uno propio.
Dallas giró sobre sus talones y comenzó a bajar los escalones. Se
detuvo y se volvió.
- Henderson, no quiero que mi esposa sepa nunca de esta conversación.
Henderson asintió en silencio y Dallas bajó los escalones. No creía
que Lester Henderson lo acusaría alguna vez de hablar dulcemente.

A la mañana siguiente, durante el desayuno, Dallas observó cómo


su esposa pasaba lentamente el dedo por la lista de temas.

- ¿Dee?
Levantó la mirada, con la decepción grabada en sus rasgos.
- No tienes que hablar conmigo si no quieres. No discutiré sobre la cría
de ganado en la mesa.
Ella asintió con gravedad, miró rápidamente a Austin y luego
112
volvió a mirar sus notas.
Dallas podía sentir el brillo azulado de los ojos de Austin clavados
en él. Aparentemente, su hermano había descubierto que Dallas no
había hablado con dulzura con su esposa la noche anterior y eso no le
había sentado bien.
Cordelia cambió su mirada a Dallas y se mordió el labio inferior.
- ¿Qué hubieras hecho si el Sr. Henderson no te hubiera dado el
préstamo para el ebanista?
Dallas se recostó en su silla, increíblemente complacido con su
pregunta y feliz de que no estuviera planeando dejar que Henderson o
su hermano la detuvieran para alcanzar su sueño. Se preguntó qué otras
preguntas había escrito en su lista.
- Iría a un banco en otra ciudad, para convencerlos de que me den el
préstamo.
- ¿Qué pueblo?
- Fort Worth probablemente sea el mejor.
- ¿Qué tan lejos está?
Un golpe en la puerta interrumpió su pregunta, Dallas tenía una
buena idea de a dónde se dirigía con las preguntas, y esperaba que no
tuviera que viajar hasta allí.
- Austin, ¿por qué no vas a ver quién está en la puerta? - preguntó
Dallas.
Su hermano empujó la silla hacia atrás y salió de la habitación.
Unos minutos más tarde, con la incredulidad reflejada en su joven rostro,
escoltó a Lester Henderson al comedor.
Cordelia giró con gracia en su silla.
- Señor Henderson, qué placer es tenerlo en nuestro hogar. ¿Le gustaría
tomar un café mientras habla con mi esposo?
Dallas no sabía si alguna vez había conocido a alguien tan amable
como su esposa, y en ese momento estaba muy orgulloso de que ella
estuviera casada con él.
Henderson giró su sombrero en sus manos.
- En realidad, señora Leigh, estoy aquí para hablar con usted.
Cuando Dallas raspó su silla en el piso para levantarse, Henderson
pareció como si casi hubiera salido de su piel.
- Puedes usar mi oficina. Necesito controlar la manada.
Salió de la casa, se dirigió al establo y ensilló a Satanás. Para
cuando sacó al caballo del granero, Henderson estaba subiéndose a su
carruaje.
- Espero que sepas lo que estás haciendo - espetó Henderson, con los
labios fruncidos.

Dallas sonrió con satisfacción.


- No sería tan exitoso como lo soy hoy, si no supiera el valor de una
buena inversión.
- Las mujeres no saben nada de negocios - dijo Henderson.
Dallas corrió el sombrero de su frente.
- Ellas saben cómo administrar una casa. Ellas saben cómo manejar una
familia. ¿Por qué diablos no crees que puedan manejar un negocio?

113
Farfullando, Henderson golpeó las riendas y envió al caballo del
buggy al trote, volviendo a la ciudad.
Dallas escuchó el excitado chillido de su esposa cuando llamó a
Austin.
Ignoró el dolor en su pecho porque ella no había elegido compartir
su alegría con él, y fingió que no le importaba porque tarde o temprano,
no tendría otra opción. Tendría que venir a él, y cuando lo hiciera,
aprendería que nada en la vida venía sin un precio. Para tener lo que ella
quería, Dallas tendría que obtener lo que quería.
Al tocar suavemente la puerta de su oficina, Dallas se apartó de la
ventana y del cielo nocturno.
- Adelante.
Cordelia abrió la puerta y miró dentro.
- ¿Puedo hablar contigo por un
minuto?
Escuchó el temblor en su voz.
- Por supuesto.
Como alguien a punto de enfrentarse a un verdugo, entró en la
habitación y se detuvo frente a su escritorio. Ella agitó su mano hacia su
silla.
- Te puedes sentar.
- ¿Es eso lo que
quieres?
Ella le dio un asentimiento brusco.
A grandes zancadas, cruzó la habitación y se dejó caer en su silla.
Apoyó el codo sobre el escritorio, se frotó lentamente el bigote con el
pulgar y el índice y levantó una ceja.
Ella bajó su mirada al suelo.
- Yo... eh… - Ella aclaró su garganta - Pensé que sería bueno si tu ciudad
tuviera un hotel. Logré obtener un préstamo y el señor Curtiss está
diseñando los planos para el edificio...
- ¿Dee?
Levantó la vista.
- Siempre debes mirar a un hombre a los ojos cuando hablas de
negocios.
Visiblemente tragó.
- Lo hace más
difícil.
- El hombre con el que haces negocios sabe eso. Te respetará por ello, y
es más probable que te dé lo que estás pidiendo.
- ¿Sabes por qué estoy
aquí?
- Tengo una buena idea.

- ¿Y aun así vas a hacer que pregunte?


- Todo lo que vale la pena en la vida, tiene un
precio.
- ¿Y tú precio?
La desconfianza y el miedo acechaban en las oscuras
profundidades de sus ojos. Los odiaba a los dos.
114
- Pide.
Ella respiró hondo y apretó sus manos en puños a los costados.
- Tengo el dinero. Tengo a alguien para construirlo - apretó la mandíbula
y enarcó la barbilla - Pero necesito la tierra. Cuando tú anunciaste que
habías reservado tierras para una ciudad, en mi ignorancia, supuse que
eso significaba que era gratis. Esta tarde, el Sr. Curtiss me explicó que
todavía eres dueño de la tierra, y que los comerciantes deben comprar
los lotes antes de poder construir sobre ellos - La resignación rasgó su
voz - Sin la tierra, no puedo construir el hotel.
Dallas empujó su silla hacia atrás. Ella saltó. Así tuviera que atarla,
él iba a hacer que dejara de saltar cada vez que se movía.
Fue a una esquina y tomó un pergamino. Lo colocó en el escritorio
y lo empujó suavemente. Rodó sobre la superficie plana, revelando el
diseño de su ciudad: las calles planificadas, los lotes de construcción.
Colocó su tintero en un extremo del rollo para mantenerlo en posición y
colocó la lámpara en el otro extremo.
- ¿Dónde quieres tu hotel? -
preguntó.
La curiosidad reemplazó el miedo cuando se inclinó sobre el mapa.
Pasó el dedo por la calle más ancha.
- Main Street - dijo en voz baja - Supongo que lo querría en la misma
calle que el banco y la tienda general. ¿Dónde estará el ferrocarril?
- Espero que llegue a este extremo de la ciudad - dijo, tocando el punto
más al sur.
- ¿Para qué son estos bloques de tierra más pequeños? - preguntó,
tocando una sección apartada de la ciudad.
- Casas, si tenemos suficientes personas mudándose.
Dee mordió su labio inferior.
- El hotel debería estar cerca del ferrocarril - levantó su mirada hacia él -
¿No lo crees?
No estaba preparado para el placer que lo atravesó. Ella quería su
opinión. Tragó saliva.
- Ahí es donde lo pondría.
Asintió con la cabeza y colocó su dedo en un terreno justo al lado
de donde había dicho que estaría el ferrocarril.
- ¿Cuánto me costaría este pedazo de tierra?
Sintió la gloria del éxito surgir a través de él. Su sueño era
construir un hotel. Él entendía de sueños. Su sueño era tener un hijo. Un
simple intercambio: un sueño por otro. Ambos podrían tener lo que
querían. Pero sin confianza, sin afecto, el precio repentinamente parecía
demasiado alto.
- Una sonrisa - dijo en voz baja.

Ella levantó su mirada.


- ¿Disculpa?
- El precio es una sonrisa... como las que le das a Austin o a Houston... o
a ese maldito perro de las praderas tuyo.
Su esposa parpadeó y se enderezó. Luego jaló sus labios hacia
atrás para revelar una sonrisa torturada que se parecía más a una
mueca.
115
La lección aprendida fue dolorosa: no podía forzar el afecto. No
pudo forzar una sonrisa. Y se imaginó que si se arrastraba en su cama y
tomaba lo que era suyo por derecho, se sentiría más vacío de lo que
estaba ahora.
Metió la pluma en el tintero y garabateó «El hotel de Dee» en el
cuadrado en blanco del mapa de su ciudad. Luego caminó hacia la
ventana, colocó sus manos detrás de su espalda, y miró hacia el cielo sin
luna, tratando de llenar un vacío que solo parecía profundizarse con
cada momento que pasaba.
- ¿Eso es todo? - preguntó detrás de
él.
- Eso es todo.
- ¿Ese bloque de tierra es mío?
- Es tuyo.
- Oh, Dallas.
Él se volvió de la ventana. Con evidente asombro, tocaba las
palabras que él había escrito en el mapa. Lágrimas brillaban en sus ojos
mientras las miraba y sonreía... una sonrisa gloriosa que le quitó el
aliento.
- Nunca he tenido nada en toda mi vida, y ahora soy dueña de este
pequeño pedazo de tierra.
- Tienes mucho más que eso. En verdad, ni siquiera tenías que sonreír.
Siempre fue tuyo.
- No entiendo.
- Cuando te casaste conmigo, te convertiste en mi compañera, no solo
en mi vida, sino en todo: mi rancho, la ciudad... en todo, y yo me
convertí en tu compañero.
Como él sabía que sucedería, su sonrisa se retiró como el sol antes
de una tormenta.
- Entonces el hotel... ¿será tuyo
también?
- Será nuestro. Pero seré un compañero silencioso.
- ¿Qué significa eso?
- Que eres libre de hacer lo que quieras con el hotel. Hazlo como
quieras, y voy a cerrar la boca. Pero si alguna vez quieres una opinión
sobre algo, estaré aquí.
Ella cruzó sus manos en su regazo y se las miró.
- Nada ha cambiado, Dee.
- Todo ha cambiado - dijo en voz baja. Levantó la mirada hacia la de él -
¿Qué pasa si quiero que el hotel ocupe dos de estos espacios en el
mapa?

Él levantó una ceja.


- ¿Dos espacios?
Ella asintió.
- Quiero que sea un gran hotel. Cuando la gente pase por aquí, quiero
que hablen de ello.
Regresó al escritorio.
- Entonces marca otro
bloque.
116
Sonriendo, ella metió la pluma en el tintero y con movimientos
deliberados, escribió su nombre en un espacio en el mapa. Ella lo miró
fijamente.
- ¿Qué pasa si quiero tres?
- Tengo algunos otros planes para la ciudad
también.
Ella se inclinó hacia adelante.
- ¿Cuáles son tus planes? - Su pregunta hizo eco en su corazón. Se había
sentido desairado cuando no había compartido sus planes con él antes,
y ¿qué había compartido él con ella? Ni una maldita cosa.
Se sentó, apoyó el codo en el brazo de madera de la silla y se
cepilló el bigote. Él solo le decía a la gente lo que necesitaban saber
para hacer el trabajo. No recordaba haberle contado a nadie todo lo que
esperaba.
- Uh, bueno, tengo un periodista interesado en venir a
Leighton.
Sus ojos se agrandaron.
- ¿Un periódico? ¿Tendremos un periódico?
Le gustaba la forma en que había dicho "nosotros".
- Sí, tendremos un periódico. Él podrá poner anuncios y publicar
boletines informativos.
- ¿Cómo se llamará el periódico?
- El Líder Leighton.
- ¿Qué más?
- Una mortuoria. - visiblemente se estremeció. - La gente muere - dijo.
Ella miró en el mapa y recorrió con su dedo a lo largo de las líneas
que representaban las calles.
- McGirk, Tipton, Phillipy... - Su voz se apagó, dejando los nombres de
tantas otras calles no dichas - ¿Por quién nombraste estas calles?
Él dejó de acariciar su bigote. Su mente de repente se llenó con los
sonidos de cañones, explosiones y disparos.
- Hombres a los que mandé a la muerte - dijo en voz baja - Eran niños
realmente, más temerosos de mí que del enemigo - Él levantó un
hombro - Poner sus nombre a las calles, es mi manera de recordarlos, de
honrarlos.
- No eras muy viejo durante la
guerra.
- Pocos soldados lo fueron.
Se deslizó en su silla.
- Sé muy poco de ti.
- ¿Que quieres
saber?

- Todo - desvió la mirada como avergonzada - ¿Sabías que quería


construir un hotel?
- Escuché el rumor.
Lo miró.
- ¿Crees que será
exitoso?
- Absolutamente.
117
Puso sus manos sobre el escritorio, con el miedo grabado en las
oscuras profundidades de sus ojos, pero no pensó que era miedo a él.
- Dallas, quiero hacer algo diferente con el hotel.
Se levantó y comenzó a caminar. Con tanta gracia. Tan elegante.
Se preguntó si realmente alguna vez la había visto caminar.
- ¿Qué quieres hacer? - le
preguntó.
Se detuvo y agarró el respaldo de su silla.
- Quiero usar el hotel para atraer mujeres a
Leighton.
Frunció el ceño.
- ¿Cómo?
Se deslizó alrededor de la silla, se sentó y se inclinó hacia
adelante, con una emoción en los ojos, como nunca le había visto.
- Mencionaste colocar un anuncio para que las mujeres vengan a
Leighton como novias, lo cual me parece tan injusto. Una mujer debe
prometerse con un hombre que nunca conoció, tal como Amelia se
prometió contigo. ¿Qué pasa si ella cae en una trampa? ¿Si quisiera
casarse con alguien más? No todos los hombres son tan generosos como
tú. No todos los hombres renunciarían a su reclamo. ¿O qué pasaría si
conoce al hombre y no le agrada?
Saltó de la silla y comenzó a caminar de nuevo. Dallas estaba
fascinado mirándola, como si realmente pudiera ver sus formarse
pensamientos.
- Quiero darles a las mujeres una razón para venir a Leighton que no
tenga nada que ver con el matrimonio. Quiero tener un buen restaurante
dentro del hotel, donde los hombres se reúnan para hablar de negocios.
Quiero que las mujeres administren el hotel y trabajen en el restaurante.
Traeremos mujeres de todo el país aquí. Capacitándolas. Ofreciéndoles
las habilidades que necesitan para trabajar en nuestro hotel. Si
encuentran un hombre que les gusta y se casan, no será porque no
tenían otra opción.
Sus palabras chocaron contra él con la fuerza de un toro en
estampida. Ella no tuvo otra opción. Se preguntó con quién podría haber
decidido casarse si le hubieran dado la oportunidad.
Dejó de caminar, colocó sus palmas sobre el escritorio, y se
encontró con su mirada.
- ¿Qué piensas?
Que deberías haber tenido una elección.
Mantuvo sus pensamientos sólo para él, se levantó y caminó hacia
la ventana. A lo lejos, podía oír su molino de viento. Detrás de él, podía
sentir la tensión de Dee mientras esperaba su respuesta.

No le había dado una opción cuando había decidido que se


casarían, pero ahora podía darle una opción. Él se quedaría fuera de su
habitación hasta que lo quisiera allí.
Girando, él capturó su mirada.
- Creo que estás a punto de construir un imperio.

118
CAPÍTULO 11

Dentro de la oficina de Dallas, Cordelia se movió en la silla y


garabateó más notas sobre lo que una vez había sido una hoja de papel
sin marcar. Pronto descubrió que construir un imperio no era tarea fácil.
Abundaban los detalles.
Por la mañana limpió cualquier evidencia de que habían
desayunado, arregló la casa e hizo las camas rápidamente. En ese
momento se le ocurrió que si Dallas realmente se convertía en su
marido, durmiendo en su cama, solo tendría que dedicarle tiempo a
hacer dos camas, en vez de tres, lavando sábanas para dos camas, en
lugar de tres.
Había considerado discutir el tema con él, pero no podía reunir
suficiente coraje. Estaba segura de que él querría hacer algo más que
dormir en su cama, y no estaba del todo preparada para lo que el "más"
podría implicar.
Aunque con cada día que pasaba, se encontraba pensando en
Dallas con mayor frecuencia.
Después de terminar sus quehaceres en la casa, Austin la
acompañaría a la ciudad. Constantemente pensaba en Dallas mientras
veía los planes que el Sr. Curtiss estaba elaborando. Se preguntaba si él
estaba cuidando su ganado. Esperaba que surgiera una razón para que
su esposo también fuera a la ciudad. Parecía que sus caminos se
cruzaban continuamente. Le gustaba caminar por la ciudad con él,
escuchando mientras explicaba las fortalezas y debilidades en los
edificios o discutía los otros negocios que vendrían a Leighton: el
fabricante de letreros, el panadero, el zapatero y el barbero.
Pero ella anticipaba más que nada las noches. Se acurrucaba en la
silla rellena de la oficina de Dallas y discutía sus planes con él: la
redacción de los anuncios que traerían mujeres a Leighton para trabajar
en su hotel, el tipo de muebles que quería colocar en las habitaciones, la
variedad de comidas que quería servir en el restaurante.
Dallas le había ofrecido un descuento en carne de res. Ella le había
recordado que no necesitaba un descuento. Como su compañera, ella
simplemente podía tomar el ganado que deseara.
Él se había reído, profundamente, ricamente, y ella se había dado
cuenta de que amaba su risa, amaba la forma en que la escuchaba,

amaba la aprobación de sus sugerencias que veía reflejadas en su


mirada castaña.
- ¿Qué te molesta?
Cordelia levantó la vista de las notas que había estado haciendo
con respecto al restaurante. Colocó sus pies más seguros debajo de ella.
- Nada. Todo está bien.
Sentado detrás de su escritorio, Dallas entrecerró los ojos.
- ¿Tienes un problema con el hotel?
Ella mordió su labio inferior.
- Realmente no es un problema. El señor Curtiss terminó el diseño del

119
hotel... y no es exactamente lo que tenía en mente.
- Entonces díselo.
Se movió en la silla.
- Trabajó tan duro en el diseño, que odio herir sus sentimientos.
- Pero no es lo que quieres. Le estás pagando para que te dé lo que
quieres. Le estás pagando, ¿verdad?
- Sí.
- Entonces ve a la ciudad mañana y díselo.
Dibujó la última marca de Dallas al borde del papel. Le recordaba a
un corazón más que a dos D espalda con espalda. Todo lo que
necesitaba era la flecha de Cupido. Dibujó su marca de nuevo,
esperando un momento, queriendo pedirle que fuera con ella.
- ¿Quieres que vaya contigo?
Levantó la vista, atraída por la intensidad de su mirada. Una vez se
había sentido incómoda con su escrutinio. Ahora lo reconoció por lo que
era: simplemente su forma de ver a todos, a todo.
Sonrió suavemente.
- No, puedo manejar este asunto por mi cuenta.
Su mirada se volvió cálida, y su corazón revoloteó como mariposas
en la primavera. Su respuesta lo había complacido, y se preguntó
cuándo había empezado a importarle si le complacía o no.

A la mañana siguiente, con el sol apenas sobre el horizonte, Dallas


guió a su caballo por la parte de la ciudad donde se ubicaban las tiendas
de campaña. Algún día se irían todas y no quedarían más que edificios
de madera. La gente vendría. Su pueblo crecería. Su hijo tendría un
buen futuro aquí.
Vio a Tyler Curtiss de pie fuera de su tienda, con los tirantes
colgando mientras se afeitaba delante de un espejo sujeto al poste de la
tienda. Dallas detuvo a Satanás.
- ¿Tyler?
Tyler se apartó del espejo y sonrió ampliamente.
- Dallas, estás fuera un poco temprano esta mañana.
Asintiendo con la cabeza, Dallas se apoyó en el cuerno de la silla
de montar.

- Estás haciendo un buen progreso en la ciudad.


- Cada vez que creo que mi trabajo está a punto de completarse, recibo
una solicitud para diseñar y construir otro edificio. Tengo la sensación de
que esta ciudad crecerá para siempre.
Dallas sonrió.
- Eso espero. Las cosas deberían explotar una vez que llegue el
ferrocarril - mientras cambiaba su peso, la silla crujió en la quietud que
precede al amanecer - Tyler, mi esposa vendrá esta mañana. No está
contenta con los planes que trazaste para el hotel.
Tyler frunció el ceño.
- Ayer, dijo que estaban
bien.

120
Quitándose el sombrero, Dallas estudió el horizonte lejano. Con
toques ligeros, el sol acariciaba el amanecer con matices suaves, de
forma muy similar a como su esposa traía el sol a sus días.
- ¿Alguna vez has estado
casado?
- No, señor, no puedo decir que he tenido el
placer.
- No sé cuán placentero es. Las mujeres son complicadas. Cuando Dee
dice que algo está bien, no está nada bien. Cuando está bien, te da una
sonrisa... una sonrisa que te quitará el aliento - Dallas se colocó el
sombrero en la cabeza - Cuando venga a verte hoy, asegúrate de hacer
lo que sea necesario para darle esa sonrisa.
Tyler asintió.
- Yo haré
eso.
- Lo apreciaría - dijo y giró su caballo.
- ¿Dallas?
Echó un vistazo por encima del hombro.
- ¿Qué debería hacer con los planos que tracé hace unos meses para el
hotel que querías construir?
Dallas se encogió de hombros.
- Haz lo que quieras con ellos. Esta ciudad solo necesita un hotel.

Cordelia nunca en su vida había estado tan nerviosa como este


día. Ella se apartó y observó cómo el equipo del topógrafo clavaba
marcadores en el suelo y acordonaba los lotes donde el hotel algún día
se levantaría.
El señor Curtiss había terminado la herrería y la librea. Por lo tanto,
estaba listo para comenzar la construcción del hotel.
Dee le apretó el brazo a Dallas mientras estaba de pie a su lado,
vestido como lo había estado el día que se casó con ella: pantalones
marrones, chaqueta marrón, un chaleco marrón satinado. Parecía un
hombre de negocios exitoso, no el vaquero que cabalgaba al atardecer,
cubierto de sudor y polvo. Él la miró.
- Realmente va a suceder, ¿no es así? - ella le
preguntó.
Sus labios se abrieron en una cálida sonrisa, una sonrisa que tocó
sus profundos ojos marrones.

- Sí.

121
Sosteniendo a Preciosa en el rincón de su brazo, miró por encima
del hombro. La gente se estaba reuniendo detrás de ellos, mirando a los
inspectores con interés. Ella podía ver a todos los vaqueros del rancho
de Dallas.
Vio a Houston abriéndose paso entre la multitud, sosteniendo a
Maggie, con los brazos enlazados alrededor de su cuello. Amelia
caminaba pesadamente junto a él, sus brazos entrelazados. A medida
que se acercaban, Amelia soltó su agarre sobre Houston y abrazó a
Cordelia de cerca. Preciosa ladró y Amelia se rió.
- Esto es tan emocionante - dijo
Amelia.
Cordelia no pudo contener su sonrisa.
- El señor Curtiss cree que puede tener el hotel listo para
octubre.
- ¿Cuatro meses? - preguntó Houston - ¿Cree que necesitará tanto
tiempo?
Cordelia asintió.
- Es que va a ser un gran hotel, un gran gran hotel - Ella apretó la mano
de Amelia - Así es como lo llamaremos: "el Grand Hotel" - Echó un
vistazo a Dallas - ¿No es así?"
- Lo llamaremos como quieras llamarlo -
dijo.
Houston se rió entre dientes.
- Suena que nombrar un hotel, es como nombrar
niños.
Dallas frunció el ceño a su hermano.
- No hay nada como eso en absoluto.
A grandes zancadas, Austin caminó hacia Dallas y le susurró algo
al oído. Dallas asintió.
- Bueno.
Austin le sonrió a Cordelia.
- Es difícil de creer que han pasado menos de tres semanas desde que
entraste en el banco de Henderson. Creo que trabajas más rápido que
Dallas cuando tienes una idea en mente.
Ella se sonrojó y bajó la mirada.
- Creo que esto ayudará a la ciudad a crecer. Le dará a la gente un buen
lugar donde alojarse cuando visiten Leighton. - miró a Amelia -
Pensamos que tendríamos una sala especial donde el maestro de
escuela podría vivir.
- Eso sería maravilloso - dijo Amelia - aunque para mi vergüenza no he
hecho nada para asegurar uno para la ciudad.
- No te he ayudado
tampoco.
- Tendrá que ser nuestra próxima orden del día - dijo
Dallas.
Cordelia se quedó sin aliento cuando vio a sus hermanos
caminando hacia ella. Solo Cameron le sonrió. Él extendió la mano y
tomó la suya.
- Hola, Dee, te ves
122
bien.
Ella se sentía bien, se sentía feliz.
- No esperaba verte hoy.

- Dallas envió un mensaje diciendo que tenía que hacer un anuncio - dijo
Boyd. Bajó su mirada a su estómago - Supongo que todos sabemos cuál
es ese anuncio ya que tu esposo parece pensar que a todo el mundo le
importan sus cosas.
La animosidad la sorprendió. Hasta ese momento no se había dado
cuenta de que se había acostumbrado a vivir en una casa en la que la
ira no reinaba siempre.
- ¿Dónde está padre?
- No pudo hacer el viaje - dijo Boyd.
- ¿Está enfermo? - preguntó.
- La edad simplemente lo está alcanzando.
Ella miró a Dallas.
- Realmente debería ir a verlo
pronto.
- Haré los arreglos.
Uno de los topógrafos se acercó.
- Hemos terminado - Dallas asintió y volvió su atención a Cordelia
- ¿Quieres caminar por el borde de la propiedad antes de que comience
la ceremonia?
- ¿La ceremonia? - preguntó Boyd.
Con evidente satisfacción, Dallas le sonrió a su hermano.
- La ceremonia de inauguración. Nuestro anuncio involucra el hotel que
Dee planea construir en Leighton.
Boyd palideció visiblemente.
- ¿Hotel? ¿No estás anunciando que lleva a tu hijo?
- No.
Boyd entornó los ojos.
- ¿Qué pasa, Leigh? ¿No eres lo suficientemente hombre como para
dejarla embarazada?
Cameron se enfrentó a su hermano mayor.
- Cuidado con lo que dices, Boyd.
Boyd sostuvo su dedo tembloroso frente a la nariz de Cameron.
- Nunca vuelvas a hacer eso. Nunca.
Cameron negó con la cabeza.
- Este es el momento de Dee. Por ella, no lo arruines.
- ¿Sabías que estaba por construir un hotel?
La mirada de Cameron se lanzó hacia Austin antes de regresar a
su hermano.
- Sí, lo sabía.
- No me importa un comino ningún hotel. Lo único que me importa es la
tierra que este bastardo nos robó - Boyd se fue dando grandes zancadas.
Cordelia miró a sus dos hermanos restantes. Se movieron de un
pie al otro, incómodos.
Duncan finalmente sonrió.
- Escuché que habrá baile, comida y whisky gratis. Planeo quedarme.

123
- Yo también - dijo Cameron con menos entusiasmo.

- Estamos contentos de escuchar eso - dijo Dallas. Se volvió hacia


Cordelia. - ¿Un rápido paseo por el borde? La gente está ansiosa porque
comencemos.
Ella estaba ansiosa de que terminara. Las protestas de su
hermano, siempre regresaban a la tierra y a que ella debía darle un hijo
a Dallas.
Sin embargo, el hombre que quería el hijo, el hombre que debería
estar enojado porque no había compartido su cama, era el que estaba
parado junto a ella ahora, caminando por la propiedad que le había
costado poco más que una sonrisa.
El día que lo conoció, lo consideró un hombre de poca paciencia.
Sin embargo, en el último mes, nunca le había exigido lo que por
derecho era suyo. Él había escuchado pacientemente sus planes para el
hotel, le había ofrecido consejos y le había dado la oportunidad de hacer
algo que ella quería.
Él no había pedido nada a cambio.
- ¿Qué obtienes tú de todo esto? - preguntó ella cuando doblaron la
primera esquina y caminaron a lo largo del lado que sería la parte de
atrás del hotel.
Él pareció sorprendido cuando la miró.
- Me gusta verte sonreír. Construir el hotel parece darte muchas razones
para sonreír.
- ¿Así de simple? - le
preguntó.
- Así de simple.
Caminaron alrededor de la siguiente esquina.
- Va a ser grande, ¿no? - preguntó mientras su mirada se estiraba de una
cuerda tensa a la otra.
- El edificio más grande de la
ciudad.
Regresaron a donde habían comenzado. El Sr. Curtiss estaba de pie
en la esquina, sosteniendo una pala. Dallas y el Sr. Curtiss pisaron la
cuerda y caminaron hacia el centro de la propiedad.
Cordelia sintió que Amelia deslizaba su mano alrededor de la de
ella y la apretaba suavemente. Houston estaba detrás de Amelia.
Maggie se envolvió alrededor de las piernas de Cordelia. Austin se colocó
junto a Cordelia y le pasó el brazo por el hombro.
Cameron y Duncan se mantuvieron a un lado. Con una rara mezcla
de tristeza por la familia que parecía haber perdido y felicidad rotunda
por la familia que había ganado, volvió su atención a su marido.
Se quitó el sombrero de la cabeza y un silencio descendió sobre la
reunión. El orgullo resonó en su corazón al ver al hombre con el que se
había casado tan alto y tan atrevido ante la multitud.
Quería que las mujeres que vinieran a Leighton pudieran elegir. En
cuanto a ella, ya no estaba segura de haber elegido otra cosa, si hubiera
tenido otra opción.
- Hace poco más de un mes - comenzó Dallas, con el profundo timbre de
su voz retumbando a su alrededor - tuve el placer de compartir con
124
ustedes, nuestros amigos y vecinos, mi alegría cuando Dee se convirtió
en mi esposa. Hoy, queremos compartir con ustedes el comienzo de lo
que será un edificio emblemático en Leighton. La visión de Dee para su
hotel, establecerá el estándar por el que se juzgarán todos los futuros
edificios de Leighton - Él sostuvo su mano hacia ella - Dee, el sueño es
tuyo. La tierra es tuya para abrirla.
Cordelia se quedó sin aliento, su corazón latió con fuerza y le
temblaron las rodillas. Seguramente él no quería que ella se le uniera
delante de toda esta gente. Dio un paso atrás y chocó contra el duro
cuerpo de Houston.
- Vamos, Dee - la instó Houston en voz baja y con cuidado.
Austin le apretó el hombro y sonrió ampliamente.
- Si puedes ingresar al banco y solicitar un préstamo, puedes ingresar a
tu propio hotel.
Su propio hotel.
Miró a Amelia, cuyos ojos se llenaron de lágrimas.
- Te lo dije - susurró - que si tuviera la oportunidad, adoraría el suelo que
pisas.
Cordelia volvió a mirar a su marido. Su mano estaba extendida
mientras la esperaba. Agarró a Preciosa más de cerca, respiró hondo y
pasó por encima de la cuerda.
La multitud aplaudió y vitoreó, la sonrisa de Dallas creció, y su
temblor aumentó. Atravesó el espacio lo más rápido que pudo y deslizó
su mano en la de su esposo, sorprendida de que también él temblara.
El Sr. Curtiss sostuvo la pala hacia ella.
- Necesitará esto - dijo, sonriendo alegremente.
- Dame el maldito perro de la pradera - gruñó Dallas más allá de su
sonrisa cuando él le soltó la mano.
Dee le entregó a Preciosa y tomó la pala. El Sr. Curtiss la ayudó a
posicionarla. Ella apretó su agarre en el mango, presionó su pie en la
pala como él le dijo, y arrojó a un lado una pequeña porción de tierra.
Echó un vistazo a Dallas.
- ¿Qué tan grande debería hacer el hoyo?
Negando con la cabeza, tomó la pala y se la entregó al señor
Curtiss.
- Eso es todo lo que necesitas hacer - Él torció su codo. Puso su mano
sobre su brazo, y él la condujo hacia la multitud que esperaba.
Se agarró al brazo de Dallas mientras la gente la rodeaba,
haciéndole preguntas.
- No te dejaré - le susurró Dallas cerca de su oreja.
Ella relajó sus dedos. No, él no la dejaría. ¿Había notado alguna
vez la frecuencia con que él estaba allí cuando lo necesitaba?
- ¿Cuántas habitaciones tendrá el hotel? - preguntó alguien.
Cordelia sonrió.
- Cincuenta.
- Escuché que va a tener un restaurante.

- Un restaurante muy agradable - les aseguró Cordelia - La mejor comida


125
de la ciudad.
- Hablando de buena comida - interrumpió Dallas - tenemos carne asada
cerca del salón. Todos están invitados a disfrutarla.
Mientras la gente se alejaba, Cordelia volvió su atención a su
marido.
- ¿Por qué no me dijiste que iba a tener que cavar un hoyo frente a toda
esta gente?
- Imaginé que solo te pondrías nerviosa, y podrías decidir no venir.
Quería que disfrutaras de tu momento.
Su momento.
- ¿Señora Leigh?
Ella giró. Un joven estaba parado frente a ella, sosteniendo un bloc
de papel.
- Sra. Leigh, soy periodista del diario Fort Worth Daily Democrat. Dado
que el mismo ferrocarril que toca nuestra ciudad, finalmente tocará la
suya, esperaba que pudiera dedicarme unos minutos para responder
algunas preguntas sobre su hotel.
Cordelia miró a Dallas. Él sonrió.
- Tu momento.
Mientras él se alejaba, comenzó a responder las serias preguntas
del joven acerca de El Gran Hotel. Explicó el hecho de que las mujeres
administrarían el hotel y trabajarían en el restaurante. Cuando terminó
de responder su última pregunta, se dirigió hacia el otro extremo de la
ciudad, donde la gente se estaba congregando. Podía escuchar los
dulces acordes de un vals. Vio a Austin parado en la parte trasera de una
carreta, tocando el violín. Houston y Amelia bailaban, al igual que Becky
y Duncan. Varios hombres bailaban juntos.
- ¿Dee?
Ella se detuvo y le sonrió a su hermano menor mientras tomaba su
mano.
- Cameron, estoy tan feliz de que hayas venido
hoy.
- Te ves feliz, Dee. ¿Dallas te está tratando
bien?
Echó un vistazo hacia el salón. Podía ver a su marido apoyado
contra la pared, Preciosa acurrucada en el hueco de su brazo mientras
hablaba con el señor Curtiss.
- Me trata muy bien - Ella le apretó la mano - Deberías venir a visitarnos.
Creo que te gustaría Dallas si dejaras de mirarlo a través de los ojos de
Boyd.
Por el rabillo del ojo, vio un destello de rayas negras.
- Disculpa - le dijo a su hermano mientras se escabullía - ¡Rawley,
Rawley Cooper!
El chico se detuvo tambaleante y bajó la mirada hacia la tierra.
Ella se arrodilló frente a él.
- Hola, Rawley. No sé si me recuerdas. Te vi en la tienda general el otro
día.

- Yo la recuerdo.
- Me preguntaba si podrías hacerme un favor.
126
Su negra mirada se lanzó hacia arriba, luego hacia abajo. Comenzó
a clavar el dedo gordo del pie derecho en la tierra. Ella quería abrazarlo,
envolverlo ferozmente y se preguntó si alguien alguna vez lo había
hecho.
- Te pagaré - dijo en voz baja.
Su mirada se elevó y se mantuvo enfocada en ella, podía ver la
duda y la desconfianza nadando en sus ojos.
- ¿Cuánto será? - preguntó.
- Un dólar.
Él se mordió el labio inferior.
- ¿Qué tengo que hacer?
- Cuidar a mi perro de la pradera para poder bailar con mi esposo.
- Bien, ¿cuánto tiempo?
- Hasta mañana por la mañana.
Él entrecerró los ojos.
- Tienes que pagarme primero.
- De acuerdo. - Dee se levantó y le tendió su mano - Vamos a hablar con
mi esposo.
Con los dedos enroscados, tomó su mano y luego la retiró
rápidamente.
- Tomarse de las manos es de mariquitas.
Se preguntó brevemente si sus hermanos tenían la misma opinión.
Desde que podía recordar, Cameron era el único que la había tocado, y
su contacto siempre había sido vacilante. Ella no quería eso para sus
hijos.
Caminó hacia el salón con Rawley arrastrando los pies detrás suyo.
Supo el momento exacto en que Dallas la vio. Su atención se desvió del
Sr. Curtiss, y aunque el arquitecto y el constructor continuaron hablando,
ella sintió que tenía toda la atención de su esposo.
Cuando se detuvo frente a él, Preciosa soltó un aullido y Dallas la
tomó en sus brazos.
- Si me disculpan, quiero hablar con la señorita St. Claire - dijo el Sr.
Curtiss - Está pensando en expandir su negocio a un emporio.
- Aprecié su ayuda hoy - dijo Dallas.
- El gusto fue mío - dijo e inclinó su sombrero hacia Cordelia antes de
irse.
- ¿Cómo estuvo la entrevista? - preguntó Dallas.
- Parecía bien informado, y creo que estaba entusiasmado con el nuevo
hotel.
Preciosa ladró de nuevo y comenzó a retorcerse. Cordelia tocó el
hombro de Rawley, y él se apartó. Ella esperaba no estar cometiendo un
error.
- Este es Rawley Cooper. Va a cuidar a Preciosa por nosotros.
Dallas levantó una ceja.

- ¿Ah, sí?
Rawley asintió con la cabeza.
- Pero tienes que pagarme. Un dólar, por
adelantado.
- Eso es una ganga - murmuró Dallas mientras buscaba en su bolsillo y
127
sacaba un dólar. Lo puso en la palma de Rawley, quién miró la moneda
como si realmente no hubiera esperado recibir un dólar. Se guardó el
dinero en el bolsillo, extendió sus manos cubiertas de tierra y tomó a
Preciosa. Echó un vistazo a Cordelia.
- ¿Dónde quieres que te encuentre
mañana?
- ¿Dónde
vives?
Bajó la mirada.
- Por ahí.
- Te encontraremos - dijo Dallas.
Rawley asintió y lentamente se alejó como si llevara algo frágil.
- Ahora, ¿por qué hiciste eso? - preguntó Dallas.
Cordelia dirigió su atención a su esposo.
- Preciosa estaba en el camino - Ella subió al entarimado. Su mirada
estaba casi nivelada con la de Dallas. Podía escuchar los suaves acordes
de otra canción llenando el aire. Su corazón comenzó a latir con fuerza,
su estómago se estremeció - El día que nos casamos, me dijiste que no
era difícil bailar y que me guiarías. Me preguntaba si tu oferta aún sigue
en pie.
Dallas se apartó de la pared y le tendió la mano.
- Siempre está en pie para ti.
Ella colocó su mano en la suya. Su palma estaba áspera, sus
almohadillas estaban callosas, sus dedos largos, su piel cálida cuando su
mano se cerró alrededor de la de ella. Caminaron juntos hasta un área
donde solo unos pocos bailaban.
Cuando él colocó su mano sobre su cintura, parecía el movimiento
más natural del mundo colocar su mano sobre su hombro. Él sostuvo su
mirada y cuando se movió al ritmo de la música, ella lo siguió.
La melodía se arremolinaba a su alrededor. Más allá del hombro de
Dallas, los tonos apagados del cielo comenzaron a oscurecerse,
alargando las sombras de la noche. Él la guió a través del vals tan
fácilmente como la había guiado hacia este día.
- ¿Cómo sabías que quería construir un
hotel?
Su mirada nunca titubeó.
- Austin me contó sobre tu visita al
banco.
- ¿Le dijiste al Sr. Henderson que me diera el préstamo?
- Simplemente le expliqué que tenías una
garantía...
- Tu tierra.
- Nuestra tierra. Él no tenía ninguna razón para no darte un
préstamo.
- ¿Y si el hotel falla?
- No lo hará.
- ¿Cómo puedes estar tan seguro?

Su agarre sobre ella, se apretó cuando la atrajo más cerca. Sus


muslos rozaron los suyos.
128
- Te he visto aterrorizada. Te quedaste cuando no tengo dudas de que
desesperadamente querías irte. Una mujer con tanta fortaleza no va a
dejar que un negocio se tambalee.
- Fui una tonta por temerte.
Él negó ligeramente con la cabeza.
- Fui el más tonto. Nunca debí haber forzado nuestro matrimonio.
Debería haberme tomado el tiempo para cortejarte - Ella vio como
tragaba - Debería haberte dado la oportunidad que quieres darle a otras
mujeres.
Ella se balanceó entre sus brazos, ahora sabiendo sin lugar a
dudas que si él la hubiera cortejado, si ella hubiera tenido una opción, no
habría elegido otra cosa.

Dallas no era un hombre propenso a las dudas, pero esta noche


cuando Dee cabalgaba a su lado de regreso al rancho, las dudas lo
atormentaban.
Sus labios estaban curvados en una suave sonrisa, su rostro
estaba sereno mientras la luna los guiaba a casa. Parecía feliz y
contenta, más de lo que la había visto nunca.
Como una letanía esperanzada, sus palabras resonaron en su
mente: fui una tonta por temerte.
Una brisa cálida soplaba suavemente sobre la tierra, y en la
distancia, podía escuchar el constante ruido de su molino de viento más
nuevo. Mantuvo silencio hasta que apareció el molino de viento, una
silueta oscura contra el cielo de la pradera.
- Quiero mostrarte algo - dijo en voz baja, esperando que ninguno de los
actos de esta noche devolviera el miedo a sus ojos.
Ella lo miró.
- ¿Qué quieres mostrarme?
Hizo detener a su caballo debajo del molino de viento. Ella detuvo
el suyo y sonrió.
- Oh, una de tus damas.
Dallas desmontó y se limpió las sudorosas palmas en la chaqueta,
antes de ayudarla a bajar del caballo.
- Nunca he estado tan lejos de la casa por la noche - susurró, como si
alguien estuviera cerca acechándolos para escuchar sus palabras.
- Esta es mi hora favorita del día - le dijo - Me gusta verlo desde allí - y
señaló la parte superior del molino de viento. Dee abrió mucho los ojos y
preguntó
- ¿Cómo llegas
allí?
- Este molino de viento tiene una escalera y una plataforma pequeña. -
Una plataforma que había construido en previsión de esta noche.
Extendió su mano. Una cálida sacudida de placer lo atravesó cuando

colocó su mano en la suya y juntos se dirigieron al molino de viento. -


Solo un pie a la vez - dijo - Sostente de la barandilla. La escalera te
llevará a la plataforma en la parte superior.
La siguió de cerca hasta que llegó a la plataforma. Él subió detrás
129
de ella. La plataforma era pequeña, apenas espacio suficiente para que
los dos se pararan. Dallas había pensado en este momento cien veces,
en todas las cosas que le diría: las cosas que sentía, las cosas que
quería, los sueños que le quedaban por cumplir.
Quería que ella viese todo lo que veía: la inmensidad del cielo. El
dosel de estrellas. La tierra que se extendía ante ellos. En la lejana
distancia, podía oír el sonido del ganado. Podía oler el suelo, la hierba,
las flores que habían florecido durante todo el día.
Podía oler la noche. Podía oler su dulce fragancia.
Y sabía que ninguna palabra que pudiera pronunciar haría justicia
a la magnificencia que tenían delante, al futuro que podrían compartir. Si
ella no podía imaginarlo por su propia cuenta, él no podía describírselo,
así que ella lo haría. Si no lo entendía, no podía explicárselo.
- Que bonito.
Su voz suave, entrelazada de reverencia, se envolvió a su
alrededor, multiplicando por diez la majestuosidad de todo lo que había
adquirido, de todo lo que había trabajado tan duro para lograr.
Nunca se había sentido tan cerca de nadie como la sentía ahora,
de pie sobre su molino, con la noche rodeándolos, y de alguna manera
sabía que si había juzgado mal el momento, su sueño se convertiría en
polvo.
- Quiero un hijo, Dee.
Ella giró la cabeza y lo miró a los ojos, en ese momento Dallas rezó
para que no fuera un truco de la luz de la luna, lo que hacía que
pareciera que no veía miedo en los suyos.
- Quiero un hijo con el que pueda compartir esto. Quiero traerlo aquí al
amanecer, al atardecer, a medianoche. Por grandioso que sea todo esto,
quiero que sepa que palidece en comparación con todo lo que logrará
ser - Tragó saliva - Pero no tomaré lo que no estés dispuesta a dar.
Observó cómo su mirada recorría lentamente la tierra como si
midiera su valor.
- Quiero darte un hijo - dijo en voz baja.
Su corazón latía con tanta fuerza que temió que no la hubiera
escuchado correctamente.
- ¿Tú lo
quieres?
Ella asintió, y él podría haber jurado que se sonrojó a la luz de la
luna.
- Entonces, si voy a tu habitación esta noche, ¿no tendrás miedo?
Su esposa sacudió la cabeza.
- Estaré nerviosa, pero no asustada.
Pensó en besarla. Pensó en hacerle el amor debajo del molino de
viento, pero quería que todo fuera perfecto.

Quería darle una noche de cortejo, el que debería haberle dado


antes de casarse con ella.

130
CAPÍTULO 12

Becky Oliver nunca había conocido el terror, pero ahora lo sentía:


las manos ásperas, el aliento fétido que apestaba demasiado a whisky,
los fuertes dedos sujetando sus muñecas detrás de su espalda. No
acertó a su boca, sino que la deslizó por su mejilla, dejando un rastro de
baba.
- ¡Duncan, detente!
Él empujó su muslo entre los de ella.
- Vamos, Becky, sabes que quieres un pequeño beso.
Ella no quería nada por el estilo, al menos no de él. Quería gritar,
pero pensó que podría morir si alguien la veía así: presionada contra la
pared trasera de la tienda general con este hombre envuelto alrededor
de ella.
- Duncan, por favor déjame ir - suplicó.
- Bésame primero.
Ella sintió que las lágrimas amenazaban con salir a la superficie.
De alguna manera, sabía que él disfrutaría viendo caer sus lágrimas, así
que las retuvo.
- Duncan. Ella no está interesada.

Oyó la voz de Austin y el alivio la inundó. Duncan gruñó y ella de


repente se liberó de su agarre. Se encogió al lado de las cajas que se
alineaban en una parte de la pared trasera y vio como Austin golpeaba
con su puño la cara de Duncan. Duncan chilló y tropezó.
Oh, estaba contenta, tan contenta, a pesar de que sabía que había
sido el whisky el que lo había hecho asustarla.
Austin estaba parado con los brazos en jarras, las manos cerradas
en puños a los lados, esperando... esperando.
- Vamos, McQueen, saca tu trasero de la tierra para que pueda golpearte
de nuevo.
Gimiendo, Duncan se dio la vuelta y quedó de rodillas.
- ¡Me rompiste la nariz!
Duncan miró por encima del hombro y Becky pudo ver sangre
brillando a la luz de la luna. Ella salió corriendo de su escondite y
envolvió sus dedos alrededor de los brazos de Austin.
- No lo golpees de nuevo.
Austin giró su mirada hacia ella. La ira que ardía en sus ojos azules
la asustaba casi tanto como Duncan. Ella nunca había visto a Austin
enojado.
- Él te
lastimó.
- No, no lo hizo. En realidad no. Simplemente me
asustó.
Austin señaló con el dedo a Duncan.
- Aléjate de Becky o la próxima vez te mataré.
Sabía sin lugar a dudas que lo decía en serio, y ese conocimiento
la aterrorizaba. Él se volvió hacia ella entonces, y pudo ver la
preocupación grabada en su rostro, junto con la ira.
131
- Déjame llevarte a casa - le dijo.
Dejando a Duncan luchando por ponerse en pie, Austin caminó con
ella al lado de la tienda general y la siguió escaleras arriba. En el rellano,
dijo en voz baja,
- ¿Estás bien,
Becky?
Ella no lo estaba y esperaba entrar en la casa sin que él lo supiera,
pero su voz estaba tan preocupada que no pudo evitar volverse con
lágrimas deslizándose por sus mejillas.
- Ah, Becky - dijo en voz baja cuando la recibió en su abrazo y presionó
su mejilla contra su hombro.
- Dijo que quería mostrarme algo - le confesó con voz áspera a través
del nudo grueso en su garganta - No sabía…
- Shh. ¿Cómo podías saber,
dulce?
- Estás enojado conmigo.
- No, no lo estoy - Él ahuecó su rostro e inclinó ligeramente su cabeza
hacia atrás - Bueno, tal vez un poco. ¿Por qué no pudiste bailar con
Cameron?
- Duncan me lo pidió - levantó su hombro - pero realmente quería bailar
contigo.

Él acarició su mejilla con el pulgar, una y otra vez, la ira se


desvaneció de sus ojos, dejándolos del azul que se retuerce en el centro
de las llamas de fuego.
- No puedo bailar y hacer música. ¿Te gustó la
música?
- Pensé que habías tocado encantadoramente. Me hubiera gustado solo
sentarme y escucharte toda la noche.
- Te veías hermosa bailando, Becky, aunque fuera con Duncan. No podía
quitar mis ojos de ti - Una esquina de su boca se curvó - Podría sentarme
y mirarte toda la noche - Él bajó un poco la cabeza y su corazón se
aceleró - Dime que me detenga, Becky, y lo haré. De lo contrario,
pretendo besarte.
- ¿Vas a hacerlo
bien?
- Así es, como lo mereces.
Había soñado con su beso todas las noches, mientras dormía,
debajo de las mantas, y durante el día mientras trabajaba, encima de
una escalera apilando productos enlatados. Pero ninguno de sus besos
de ensueño sería tan maravilloso como uno real.
Le tocó la boca con el pulgar tentativamente, brevemente, luego
rozó sus labios sobre los de ella, recordándole la forma en que había
afinado su violín antes de haber comenzado a tocar la primera canción.
Prueba, burla, búsqueda de los sonidos correctos.
Esperando el momento correcto.
Entonces, cuando llegó ese momento, colocó su boca sobre la de
ella y tocó un acorde resonante dentro de su corazón.

132
Dallas se encogió cuando se miró en el espejo. Como un joven
afeitado por primera vez, tenía tres pequeñas mellas incrustadas en la
barbilla. Entrecerrando los ojos, se inclinó más cerca, preguntándose si
debería igualar los lados de su bigote un poco más.
Se había bañado y recortado todo lo que podía recortarse: su pelo,
sus uñas, su bigote.
Nunca había estado tan malditamente nervioso en toda su vida.
Vistiendo solo sus pantalones, pantalones nuevos, nunca antes usados,
se examinó a sí mismo, preguntándose si Dee lo encontraría carente.
Luchó contra el impulso de retorcerse mientras su reflejo lo fulminaba
con la mirada.
Tomó su camisa de la cama y la deslizó sobre su cabeza. Comenzó
a abotonarla y se detuvo. Dee solo tendría que desabrocharla, o no lo
haría, ojalá sus dedos no temblaran tanto, ya que no sabía si podría
soltarlos sin enviarlos volando a través de la habitación.
Sería mejor dejarla desabrochada.
Se sacó la camisa por la cabeza y la tiró sobre la cama. Mejor no
usarla en absoluto.
Ambos sabían por qué iba a ir a su habitación. No era necesario
fingir lo contrario.

Tomando una respiración profunda, agarró la botella de vino y dos


copas. Nunca había llegado a abrir la botella cuando estuvo casado con
Amelia. Había empezado a temer que nunca tendría la oportunidad de
abrirla.
Solo que esta noche Dee le había dicho que quería darle un hijo. Lo
extraño fue que sus palabras lo habían emocionado y también lo habían
dejado intrigado. Simplemente no estaba seguro de qué era
exactamente lo que quería de ella.
Sus sonrisas. Su risa. Sus pies debajo de ella mientras
consideraban las decisiones comerciales. Su cuerpo curvado contra el
suyo.
Abrió la puerta de su habitación y el sonido resonó por el pasillo.
¿Alguna vez se había dado cuenta de cómo todo hacía eco en esta casa?
Con los pies descalzos, se arrastró hacia su habitación, su corazón
latiendo con más fuerza que cuando un toro se había propuesto
cornearlo, en su juventud. Quería alisarse el pelo y pasarse los dedos por
el bigote, pero tenía las manos ocupadas, así que simplemente respiró
hondo otra vez y golpeó la puerta con los nudillos.
Inmediatamente, la puerta se abrió y se preguntó si ella estaría
esperándolo apoyada en el otro lado. Miró hacia afuera con sus grandes
ojos marrones y una sonrisa trémula. Luego abrió la puerta más y dio un
paso atrás.
Él entró a la habitación. Su fragancia a lavanda impregnaba el aire,
junto con el aroma persistente de su baño.
La puerta al cerrarse hizo clic, y su boca se secó. Dulce Señor, no
había estado tan nervioso ni cuando visitó una casa de putas por
primera vez, sin estar realmente seguro de qué esperar.
Y se dio cuenta con repentina claridad de que no tenía idea de qué
esperar esta noche. Solo sabía que quería darle todo lo que tenía para
133
dar, que quería facilitarle el camino, que quería evitar el miedo en sus
ojos.
Él se giró y la miró. Llevaba el camisón blanco que había estado
usando esa primera noche. Cada pequeño botón capturado
cómodamente dentro de su lazo correspondiente hasta su garganta,
donde el encaje descansaba debajo de su barbilla. ¿Por qué encontraba
ese poco de inocencia más seductor que cualquier mujer medio desnuda
que había conocido en su juventud?
Levantó la botella y los vasos.
- Traje algo de vino. Pensé que podría ayudar a relajarte.
Ella sonrió tímidamente.
- Estoy increíblemente nerviosa.
- Sí, yo también.
Sus ojos se abrieron con asombro.
- ¿Tú también?
Él asintió y caminó hacia el tocador, dejando su ofrenda, antes de
que la botella y las copas se le resbalaran de las manos sudorosas. Se

limpió las palmas de las manos en los pantalones y sacó el corcho.


Luego llenó cada copa hasta la mitad.
Recogió las copas, se volvió y le entregó una. Hizo chocar su copa
contra la de ella.
- Por nuestro
hijo.
Sus mejillas se volvieron de un hermoso tono carmesí,
recordándole una puesta de sol. Mirando su pecho, Dee se llevó el vaso
a los labios y bebió un pequeño sorbo. Soltó un pequeño suspiro
ahogado y bajó la mirada a sus pies descalzos.
- Dee, mírame.
Ella levantó sus ojos hacia él.
- Lo siento. Olvidé que ese era el
trato.
Él tomó la copa de su mano y las colocó en la cómoda.
- No es por el trato. - Pasando los dedos por su pelo negro que había
cepillado hasta darle un brillo aterciopelado, apoyó las palmas de sus
manos a ambos lados de su rostro y bajó su boca hacia la de ella.
Él deslizó su lengua sobre sus labios. Tan suave. Probó el vino que
los humedecía y sintió el pequeño temblor de su boca debajo de la suya,
preguntándose si ella podía sentir los temblores corriendo a través de él.
Como un vaquero con una cuerda trucada, hizo girar su lengua sobre la
de ella en una figura de ocho.
Dee dio un paso más cerca, su camisón rozando contra su pecho.
Un placer inesperado se disparó a través de él por el gesto que provino
de ella, tan audaz como imprevisto.
Dallas inclinó la cabeza, pasó la lengua por la costura de sus
labios, jugueteando con su boca hasta que se separó ligeramente. Él
hundió su lengua en el acogedor abismo de calidez y sabor único de ella.
Sintió sus manos moverse entre ellos. Continuó saqueando su
boca, esperando el momento en que esas manos lo tocaran. El aliento
atrapado en su pecho, mientras su cuerpo anhelaba el toque.
134
Pero todo lo que sintió fue el extraño anudamiento y
desanudamiento de sus manos.
Se apartó del beso y miró hacia abajo. Su camisón estaba tan
apretado por sus puños, que estaba sobre sus rodillas.
- ¿Qué estás haciendo? - preguntó.
La confusión surgió en sus ojos.
- Boyd me dijo que se suponía que debía levantar mi camisón para ti.
Yo... yo solo quería hacer lo correcto. - Él cerró de golpe los ojos y arrojó
maldiciones silenciosas a su cuñado. - Te he hecho enojar - dijo en voz
baja.
Abriendo los ojos, rozó los nudillos a lo largo de sus mejillas
enrojecidas.
- No, no me has hecho enojar, pero tu hermano es un tonto. Quiero que
te olvides de todo lo que él te haya dicho.

Se inclinó, le quitó la tela de sus dedos endurecidos, vio cómo el


lino blanco caía hacia sus tobillos desnudos, y deseó ser un hombre de
palabras tiernas.
Levantó la mirada hacia ella y pudo ver que estaba luchando
contra el miedo que acechaba en un rincón de su corazón. Ahuecó su
cara entre las manos, que eran demasiado ásperas para una piel tan
lisa.
- Dee, cuando un hombre y una mujer se unen... no hay algo correcto o
incorrecto. Es simplemente una cuestión de hacer lo que a cada uno de
nosotros nos de placer - Él pasó sus pulgares debajo de su barbilla. - Si
hago algo que no te gusta, todo lo que tienes que hacer es decírmelo y
me detendré.
- ¿Y si haces algo que me gusta?
Él sonrió cálidamente.
- Puedes decírmelo también.
- ¿Cómo sabré lo que te gusta a ti?
Su sonrisa se hizo más profunda.
- Lo sabrás - arrastró su boca por su garganta, hasta su cuello, hasta que
sus labios estuvieron cerca de su oreja - Pero te garantizo que no quiero
que te levantes el camisón para mí. Cuando realmente te convierta en
mi esposa, no quiero que vistas nada. - Ella jadeó y se puso rígida. Pasó
su lengua por el delicado lóbulo de su oreja - He pasado un mes
preguntándome si tu cuerpo es tan hermoso como tu rostro. Esta noche
tengo la intención de averiguarlo.
- ¿Vas a estar vestido? - preguntó sin aliento.
Metió la lengua dentro de su oreja, antes de tomar un mordisco
rápido en el lóbulo.
- No planeaba eso.
- ¿Es así como se hace? - le preguntó.
Él levantó la cabeza y se encontró con su mirada.
- Así es como lo vamos a hacer. Y si me lleva toda la noche hacer que te
sientas cómoda con la idea, nos tomaremos toda la noche.
Dee sonrió cálidamente, sus grandes ojos marrones brillaban como
mil velas ardiendo en la noche. Colocó una mano firme sobre su pecho,

135
con los dedos extendidos justo sobre su corazón. Los únicos temblores
que sintió fueron los que recorrían su cuerpo mientras mantenía sus
impulsos bajo control, sin querer asustarla. Él no quería ver nunca más
miedo reflejado en sus ojos.
- No creo que te lleve toda la noche - susurró.
- Gracias a Dios por eso - dijo con voz áspera mientras tomaba posesión
de su boca.
Ella deslizó sus manos por su pecho, y las enrolló alrededor de su
cuello. Gimiendo, la envolvió con sus brazos y presionó su cuerpo contra
el suyo. Sus cuerpos se encontraron justo como lo había imaginado
cientos de veces: perfectamente, como la forma en que el cielo

descendía para tocar la tierra en el horizonte, azul contra verde, suave


contra duro.
Creyó que podía sentir su corazón latir al ritmo del suyo,
golpeando contra la tela que separaba sus cuerpos. Lentamente, él
movió sus manos alrededor del encaje que adornaba su garganta.
Con una paciencia que no sabía que poseía, liberó el primer
diminuto botón y bajó la boca para besar la carne recién expuesta.
Los brazos de Dee se apartaron, mientras él desprendía otro botón
y luego otro, sus labios siguieron el rastro virginal que la tela abierta
revelaba. Ella contuvo el aliento cuando sus nudillos rozaron el interior
de sus pechos. Él plantó un ferviente beso en el valle entre sus pechos
mientras sus dedos daban libertad al último de los botones.
Dallas se enderezó y deslizó sus manos debajo de la tela en su
garganta. Podía sentir los leves temblores que caían en cascada a través
de ella, y temía que tuvieran poco que ver con la pasión.
- Mírame, Dee.
Sus enormes ojos se encontraron con los suyos.
- Creo que el método de Boyd era más fácil - susurró.
- Su método nos habría engañado a los dos. Te doy mi palabra sobre eso
- Él levantó sus manos para ahuecar sus mejillas - Pero no te obligaré a
compartir tu cuerpo conmigo.
Su esposa presionó los dedos en sus labios y las lágrimas brotaron
de sus ojos. El corazón de Dallas se hundió. El método de Boyd pudo
haber sido más fácil, pero se condenaría antes de que solo tuviera una
parte de ella, cuando quería conocerla por completo, desde la parte
superior de su cabeza hasta la punta de los dedos de sus pies, por
dentro y por fuera.
- ¿Compartir? - le preguntó - Nunca pensé en esto como en compartir -
bajó sus manos y sonrió suavemente - No es tan aterrador cuando
pienso en compartirlo.
- Quiero conocerte toda, Dee. No solo tú cara y la forma de tus dedos,
sino toda tú - deslizó sus manos por su rostro, su cuello y sus hombros.
Luego deslizó el camisón de sus hombros.
Éste se deslizó por su cuerpo y se acumuló a sus pies, llevándose
su aliento con él.
Dallas la tomó en sus brazos y la llevó a la cama. La acostó
suavemente y comenzó a desabrocharse los pantalones. Los ojos

136
almendrados de su esposa se redondearon.
- No tengas miedo, Dee.
- No lo tengo -
dijo.
- Puedes cerrar los ojos si quieres.
- ¿No crees que me he preguntado cómo te
ves?
De repente deseó haber apagado la lámpara y que la habitación
estuviera sumergida en la oscuridad. Ser consciente de sí mismo no era
algo que estuviera acostumbrado a sentir, pero después de someterla a
la dura prueba de desnudar su cuerpo, no podía negarle la oportunidad

de verlo. Sosteniendo su mirada, tomó una respiración profunda y dejó


caer sus pantalones.
- No te lastimaré - dijo, en voz baja.
- Lo sé.
Su mirada bajó y luego volvió a subir a la suya.
- No tengas miedo - suplicó suavemente.
- No estoy asustada.
Él se acomodó en la cama y ella saltó cuando su muslo tocó el
suyo.

137
Ahuecando su cara en la palma de la mano, colocó la boca cerca
de su oreja.
- No puedo soportar cuando me tienes miedo, Dee.
- Solo estoy nerviosa.
Él arrastró la boca a lo largo de su cuello y sumergió su lengua en
el hueco en la base de su garganta. Sabía fresca, pura y sin usar, a
diferencia de cualquier mujer que hubiera probado alguna vez.
- No te pongas nerviosa - le dijo.
Él bajó su rostro hasta que la boca tocó la curva de su pecho. Ella
jadeó. Sin mover la boca, levantó la vista y la encontró mirándolo. Él se
movió más abajo. Su lengua rodeó su pezón.
- ¿Dallas?
- Shh. Todas las noches soñé con probarte. - Cerró su boca alrededor del
brote tenso y amamantó suavemente.
Su esposa cerrando los ojos, gimió. Él pasó su boca sobre el valle
entre sus pechos y deslizó la lengua sobre su otro pecho. Deslizó su
mano a lo largo de su estómago, un estómago tan plano como la
pradera. Dentro de unos meses, se hincharía, se abultaría con el hijo que
podría darle esta noche.
Acomodó la mano entre sus muslos, y cuando ella podría haber
protestado, él cubrió su boca con la suya, su lengua ahondando
profundamente, devorando sus suspiros, sus gemidos.
Recién cuando Dee giró hacia él, se dio la libertad de acomodar el
cuerpo entre sus muslos. Luego, tan suavemente como el viento soplaba
a través de las llanuras, deslizó su cuerpo hacia el de ella.
Se puso rígida y él se mantuvo quieto, sabiendo a ciencia cierta lo
que antes solo había conocido como un rumor. Él no tenía más remedio
que hacerle daño.
- Lo siento, Dee - dijo con voz ronca mientras le cubría la boca con la
suya, se sumergía profundamente en ella y tragaba su llanto.

Cordelia envolvió los brazos con más fuerza alrededor de él, la


petición de perdón que escuchó en su voz, hizo que se le saltaran las
lágrimas. Él se detuvo, su cuerpo tenso. Continuó besándola, solo por
besarla, como si no pudiera tener suficiente de ella.
Su boca dejó un rastro abrasador a lo largo de su garganta.

- Va a mejorar, Dee.
Ella pasó los dedos por su cabello y acunando su cabeza, lo giró
hasta que sus miradas se encontraron.
- Quiero esto Dallas - susurró - Quiero darte un hijo.
Sintió un sonido gutural en su garganta, y su pecho vibró contra
los suyos. Él volvió su boca a la de ella, su lengua hundiéndose,
barriendo, acariciando, besándola profundamente.
Se movió contra ella, lentamente, casi vacilante. El dolor
retrocedió, y un calor profundo en su interior comenzó a desplegarse.
Él deslizó su mano debajo suyo y levantó sus caderas.

138
- Sígueme, Dee - suplicó con voz ronca cerca de su oreja.
Como si tuviera otra opción. Él se elevó por encima suyo, sus
embestidas se hicieron más profundas, más rápidas. Observó como las
sombras de la habitación jugaban sobre sus rasgos cincelados.
Y luego, como lo había hecho desde el principio, comenzó a guiarla
hacia la luz del sol. A un lugar donde no había sombras. Ella gritó su
nombre mientras una miríada de sensaciones estallaba en su interior.

Dallas sintió el cuerpo de Dee tensarse a su alrededor, mientras se


arqueaba debajo de él. Presionando profundamente, él la siguió a donde
ella había ido.
La gloria nunca se había sentido tan dulce.
Dallas se despertó. Había apagado la llama de la lámpara antes de
quedarse dormido junto a Dee. Ahora solo la luz de la luna se derramaba
a través de las cortinas abiertas. Rodó hacia su lado y trató de
alcanzarla.
Pero todo lo que encontró fue la calidez de las sábanas.
Entornando los ojos entre las sombras, la vio de pie junto a la ventana,
mirando hacia la noche, con los brazos envolviéndola.
Él se levantó de la cama y se unió a ella.
- Dee, ¿estás
bien?
Lo miró y sonrió tímidamente.
- Solo quería sostenerlo.
- ¿A qué cosa?
- Al bebé que me diste esta noche.
Él arrastró los dedos a lo largo de la curva de su mejilla.
- Puede que no te haya dado un
bebé.
Ella frunció el ceño.
- Pero
nosotros…
- No siempre sucede la primera
vez.
- Entonces, ¿qué hacemos?
- Bueno, tenemos dos opciones. Podemos esperar y ver si tienes tu
período o… - sonrió cálidamente - podemos asumir que no llevas a mi
hijo y podemos seguir intentándolo. La elección es tuya. - Ella desvió la

mirada, y el corazón de Dallas se hundió - No deberías sentir ningún


dolor la próxima vez. Te dolió esta noche porque eras virgen.
Ella asintió rápidamente.
- Creo que deberíamos esperar y ver.
Él le había dado la opción y ella la había tomado. No sabía qué
dolía más, si su orgullo o su corazón.
- Bien entonces.
Caminó hacia la cama y arrebató los pantalones del suelo.
- Solo házmelo saber.
Salió de la habitación, cerró la puerta y se dirigió a su cama fría y
139
vacía. Deseó haberse acostado con ella como Boyd había sugerido.
Hubiera sido muchísimo más fácil mantenerse alejado, si no supiera
cuán perfectamente su cuerpo se alineaba con el de él, cómo se
ajustaba cómodamente a él, y lo maravilloso que se sentía.

140
CAPÍTULO 13

Cordelia se preguntó cómo en el mundo una esposa miraba a su


marido la mañana siguiente a la noche en que habían hecho el amor.
Cómo encontrarse con su mirada sin recordar el sabor al vino que
se había quedado pegado en sus labios, la sombra bronceada de su piel,
los músculos que se habían tensado cuando él se había levantado sobre
ella, el sudor que le había adornado la garganta y el pecho, las
sacudidas contra ella, los suspiros, los gemidos...
Se echó más agua fría en la cara, tratando de ahogar las imágenes
de la mandíbula apretada de Dallas y su mirada ardiente. No, no podía
enfrentarlo, simplemente se quedaría en su habitación hasta que
supiera si estaba cargando a su hijo.
Nunca algo la había sorprendido tanto. La noche anterior había
sido un regalo inesperado. No se parecía a nada de lo que había
presenciado entre sus padres. No se parecía a nada de lo que Boyd
había insinuado.
Los golpes resonaron contra su puerta. Esperaba que fuera Austin,
pero incluso mientras recorría la habitación, reconoció el constante
staccato rap como perteneciente a su marido.

Ella se envolvió más apretadamente dentro de su bata y abrió la


puerta. Su mirada recorrió el marco de la puerta antes de, finalmente,
posarse sobre ella, y se preguntó si le resultaba tan difícil a él como a
ella hablar de cosas mundanas e intrascendentes después de la
intimidad que habían compartido.
- No has bajado a desayunar - dijo con voz ronca - Solo quería
asegurarme de que estabas bien.
No podía obligarse a admitir que experimentaba un leve escozor
cuando caminaba.
- Estoy bien. Bien.
Él entrecerró los ojos.
- ¿Estás dolorida?
El calor flameó sobre sus mejillas mientras bajaba sus pestañas.
- Un poco.
- Lo siento por eso. Haré... Haré lo que pueda para hacerlo mejor la
próxima vez.
Ella se atrevió a levantar su mirada.
- Si hay una próxima vez. Tal vez tuvimos suerte anoche.
Si ella no lo conociera tan bien, habría pensado que había herido
sus sentimientos por la expresión que había pasado por su cara.
- Sí, tal vez - dijo, y cambió su postura - ¿Vas a ir a la ciudad a buscar a
tu maldita perra de las praderas o quieres que vaya yo a buscarla?
La brusquedad en su voz dolió más que un cuchillo de hoja afilada
que se hundía en su corazón. Después de su partida abrupta la noche
anterior, temía haberlo decepcionado de algún modo. Ahora, sabía sin
lugar a dudas de que sí lo había hecho. Se tragó las lágrimas.
- Yo la buscaré.
141
- Bien.
Giró sobre sus talones, dio dos largos pasos, se detuvo y miró por
encima del hombro.
- Necesito hablar con Tyler hoy. Iré a la ciudad contigo si no tienes
objeciones.
Como un guijarro arrojado sobre aguas tranquilas, la alegría la
recorrió.
- Me gustaría eso. Me tomará un momento prepararme.
- Tómate tu tiempo. Ensillaré nuestros caballos.
Se deslizó en la habitación, presionó la espalda contra la puerta
cerrada, y extendió los dedos sobre su estómago. Quería darle a Dallas
tanto como él le había dado. Si solo la fortuna les hubiera sonreído
anoche. Su esposo había compartido tanto de sí mismo con ella, le había
dado una gratificación tan inmensa, que no veía cómo él también no
podría haberle dado un hijo.

Mientras Dallas cabalgaba al lado de Dee, se deleitaba con las


cosas más pequeñas: la graciosa inclinación de su espalda mientras

estaba sentada en su caballo, los mechones de pelo sueltos que


jugueteaban con el viento, la expectación que brillaba en sus ojos
cuando se acercaban a la ciudad.
Había decidido, a primera hora de la mañana, mientras el sueño se
le escapaba, que se mantendría alejado de su esposa hasta que supiera
si habían tenido suerte o no.
Esa resolución duró hasta que los dedos del alba entraron
sigilosamente en su habitación, y se encontró pensando en lo solo que
se sentiría ese día que se extendía ante él, al no compartirlo con Dee.
No podía negar que quería estar en su cama todas las noches,
enterrado profundamente dentro de ella, pero también reconoció que
quería más que eso. Quería sus cálidas sonrisas en el desayuno, su risa
mientras galopaba por la pradera en Gota de limón, el apretón de su
mano, la alegría en sus ojos, su voz suave cuando le hablaba.
Si no podía compartir sus noches, había decidido sentarse a la
mesa para desayunar y cenar con ella y con Austin por compañía, se
contentaría con compartir sus días, si no sus noches.
Ella se elevó en la silla de montar cuando el lugar para el hotel
apareció a la vista.
- Oh, Dallas, comenzaron a construirlo.
- Por supuesto que sí. Por eso ayer comenzaste a escavar.
- Aun así, no pensé que sucedería tan rápido. - Se giró hacia él con una
sonrisa tan radiante que necesitó de toda su fuerza de voluntad, para
no tender la mano, atraerla hacia sí y plantar un devastador beso en su
boca. - ¿Podemos acercarnos y mirar?
- Es tu hotel, Dee. Puedes clavar los clavos en la madera si quieres.
- ¿Puedo?
- Por supuesto.
Mientras detenían los caballos, Tyler Curtiss dejó la multitud de

142
trabajadores, sonriendo ampliamente.
- ¡Buen
día!
Antes de que Dallas pudiera desmontar y ayudar a su esposa, Tyler
disfrutaba del privilegio, con las manos apoyadas en la cintura de Dee.
Unos celos, calientes y cegadores, atravesaron a Dallas como
plomo fundido y lo tomaron por sorpresa. Incluso cuando sospechaba
que Houston albergaba sentimientos por Amelia, nunca se había sentido
celoso. Furia, sin duda, pero nada que lo hiciera querer destrozarle el
brazo a un hombre simplemente porque había ayudado a su esposa a
desmontar.
Tyler se apartó de Dee y agitó su mano en un amplio círculo.
- ¿Qué piensa?
- Es maravilloso. No puedo creer que ya tenga una parte del marco
colocado.
- La razón fue que su esposo les ofreció una bonificación a los hombres
si lograban terminar el hotel en tres meses, ese es el motivo por el que
los hombres cortan y martillan desde el amanecer - explicó Tyler.

Dee volvió su atención a Dallas, que cambió su postura, incómodo


por su escrutinio.
- ¿Les pagarás una bonificación? - le preguntó.
- Pensé que cuanto antes terminaran, antes podrías traer a tus mujeres
aquí, para entrenarlas.
Tyler abrió los ojos y la boca ante el comentario.
- ¿Qué
mujeres?
- Dee planea que un grupo de mujeres sean las que administren, se
encarguen del hotel, y también sirvan la comida en el restaurante.
- ¿Mujeres meseras? - sonrió torcidamente - No tendrías que pagar una
bonificación si se lo hubieras dicho a los hombres antes - afirmó mirando
a Dallas.
- Estas serán mujeres respetables - le dijo Dallas - no prostitutas.
Cualquier hombre que no las trate adecuadamente responderá ante mí.
- ¿Mujeres casaderas? - preguntó Tyler.
Dee miró rápidamente a Dallas y luego a Tyler.
- No vienen con el propósito expreso de casarse, pero espero que
algunas de ellas decidan que el matrimonio es una opción.
- ¿Dónde van a vivir?
- En las habitaciones que construiremos encima del
restaurante.
- Entonces necesito que los hombres vuelvan al trabajo y terminen este
hotel, lo antes posible.
Dee dio un paso adelante.
- ¿Señor Curtiss?
Él se giró.
- Sí,
señora.
- ¿Puedo colocar un clavo en su lugar?
- Sí, señora. Usted puede hacer lo que quiera. Mujeres meseras. ¿Quién
143
lo hubiera pensado...?
Retrocediendo, Dallas observó mientras su esposa caminaba con
confianza alrededor del sitio de construcción, saludando a cada hombre
individualmente. Apenas se parecía a la mujer que había estado parada
en su salón, dudando en casarse con él.
Se preguntó si miraría a los hombres que estaba conociendo,
deseando haber tenido la oportunidad de elegir al hombre que sería su
marido.
Un hombre le dio un martillo mientras que otro le dio un clavo.
Otros dos hombres sostenían una tabla en su lugar. Colocó el clavo en la
madera y la satisfacción se extendió por sus hermosas facciones.
Se preguntó si hubiera invitado a volver a su cama la noche
anterior a otro hombre que no fuera él. Tal vez una sola vez con él fue
suficiente; pero si hubiera sido con otro hombre, nunca lo hubiera sido.
Despreciaba las dudas que lo atormentaban, porque nunca sabría
si ella lo habría elegido a él si hubiera tenido otra opción.

Poniéndose en cuclillas entre las altas hierbas de la pradera,


Rawley Cooper acercó al perro de la pradera a sus piernas y vio a la
dama atravesar el esqueleto del edificio más nuevo.
Ella era la cosa más hermosa que jamás había visto. Pensó que
parecía un ángel, si existieran los ángeles. Albergaba muchas dudas
sobre cosas como ángeles, el cielo... y la bondad. Pero la dama lo hacía
querer creer.
Salió por un agujero en el marco y retrocedió unos pasos,
extendiendo los brazos, como si no pudiera creer lo grande que era.
Luego se volvió, sonrió suavemente y comenzó a caminar hacia él.
Su corazón comenzó a latir con tanta fuerza que pudo oírlo en los oídos,
y le dolía hasta tomar un poco de aliento. Se levantó, abrazando al bicho
contra él, que gritó y luchó por liberarse, pero la mantuvo apretada.
- Hola, Rawley Cooper - tenía la voz más dulce que hubiera escuchado.
Ojalá tuviese un sombrero para arrojarlo al aire como había visto el día
anterior.
Se arrodilló frente a él. Olía como si tuviera un montón de flores,
pero no podía ver que estuviera sosteniendo o usando ninguna. Tomó el
perro de la pradera de sus brazos.
- ¿Cómo está Preciosa?
- Bien.
Su sonrisa creció.
- Aprecio que la hayas cuidado por
mí.
Quería que ella lo abrazara de la misma forma en que abrazaba al
perro de las praderas, pero sabía que no lo haría, sabía que nadie lo
haría nunca. Retrocedió un paso.
- Me tengo que ir.
Tan rápido como se lo permitieron sus piernas, corrió hacia los
edificios donde podría esconderse en las sombras.

Sentada en una mecedora en la galería, Cordelia cerró los ojos y


144
escuchó la música que la rodeaba como un remolino. El crescendo se
elevó, se volvió más audaz, más fuerte hasta que pudo imaginar a un
hombre galopando a través de las llanuras, con el polvo ondeando
detrás de él...
- Dallas - dijo en voz baja y miró por un ojo a
Austin.
Sonriendo ampliamente, detuvo el arco.
- Sí.

145
Ella cerró su ojo.
- Toca otra.
Dallas la había escoltado a su casa y luego había ido a ver cómo
estaba su rebaño. Austin se había unido a ella en la galería, con el violín
metido debajo de la barbilla mientras tocaba melodías de su propia
creación, melodías que basaba en las características de las personas
que conocía.

Había adivinado todas las canciones correctamente hasta ese


momento: Houston, Amelia, Maggie, Dallas, pero esta melodía era
diferente. No llevaba ningún patrón. Fuerte por un momento, débil, débil,
cada vez más débil con cada nota.
Abrió los ojos, se puso de pie, corrió al borde de la galería y saludó
a su hermano mientras se acercaba.
- ¡Cameron!
- Así es - dijo Austin mientras dejaba de
tocar.
Cordelia sacudió la cabeza.
- ¿Qué?
- Esa canción sin valor fue Cameron - Se levantó de un salto y se volvió
hacia la casa.
- ¡Austin! - gritó Cameron mientras detenía su caballo y
desmontaba.
Austin se dio la vuelta.
- ¿Qué?
Su hermano colocó un pie en el escalón, luego lo devolvió a la
tierra como si no estuviera seguro de si era bienvenido. Su mirada se
dirigió hacia Dee, luego de regreso a Austin.
- Sé que estás enojado.
- Sí, maldita sea, estoy enojado. Cuando no puedo estar con Becky, se
supone que debes cuidar de ella por mí. Para eso están los amigos.
Cameron se sonrojó debajo de su sombrero.
- Ella estaba bailando con mi hermano. ¿Cómo se suponía que debía
saber…?
- Deberías haberlo sabido, eso es todo. En el momento en que la llevó a
las sombras, deberías haberlo sabido. No tendrá diecisiete hasta el
próximo mes. Duncan tiene que estar en el lado más alejado de los
treinta, demasiado viejo y demasiado experimentado para su bien.
Cordelia caminó cautelosamente por el porche.
- ¿Qué pasó?
- No pasó nada - dijo Austin - porque lo detuve - Señaló con su arco a
Cameron - Y puedes decirle a tu triste excusa de hermano, que si él la
toca otra vez, lo mataré.
- Creo que se dio cuenta de eso cuando le rompiste la
nariz.
- ¿Le rompiste la nariz a Duncan? - Cordelia preguntó en estado de
shock.
- Hubiera roto toda su cara, pero Becky me detuvo - Austin entró a la
casa.
146
Cameron se dejó caer en el escalón, apoyó el codo en el muslo y la
barbilla en el puño. Cordelia se sentó a su lado y le tomó la mano. Giró la
palma de su mano y entrelazó sus dedos con los de ella antes de mirarla
con una expresión tan funesta que estuvo a punto de llorar.
- ¿Alguna vez te preguntaste cómo nuestra familia llegó a ser así? Pa no
se siente bien. Está borracho la mayor parte del tiempo. Boyd tiene
tanto odio en él que explota sin razón. Creo que Duncan lo sigue de
cerca. No decide si ir por su cuenta o seguir a Boyd.

- ¿Qué hizo él
anoche?
- Sacó a Becky detrás de la tienda general e intentó forzar su afecto
hacia ella. Austin estaba tocando música para la gente… - Cameron
negó con la cabeza - Y yo haciendo de chica.
- ¿De chica?
- Sí, no hay suficientes chicas alrededor, así que tuvimos que sacar
pañuelos de un sombrero. Si sacábamos uno rojo, teníamos que atarlo
alrededor de la manga y ser la chica. Casi me rompen las botas.
Ella presionó su mejilla contra su hombro.
- ¿Es por eso que no estabas mirando a Becky? ¿Demasiado ocupado
bailando?
- Tal vez.
Ella le frotó el dorso de la mano, recordando las muchas veces que
lo había hecho cuando él era niño, preguntándose ahora, cuándo había
adquirido la mano de un hombre. Incluso relajado, las venas se
hinchaban y los músculos parecían fuertes.
- ¿Eres feliz, Dee?
Suspirando, ella cerró su mano alrededor de la suya.
- Sí, lo soy. Dallas es... justo.
Él sacudió la cabeza hacia atrás.
- ¿Justo?
- No sé si puedo explicarlo. Nunca espera más de sus hombres, de nadie,
de lo que está dispuesto a dar. Está levantado antes del amanecer,
trabajando, y trabaja en la noche. Habla conmigo, pero además él me
escucha. No sé si alguna vez alguien realmente escuchó lo que tenía que
decir.
- ¿Lo amas?
Ella se encogió de hombros y habló con tanta melancolía como su
hermano momentos antes.
- Tal vez.
Levantó la mirada hacia un jinete que se aproximaba. Dallas
detuvo su caballo al lado del de Cameron.
Éste saltó de los escalones.
- Tengo que irme - dijo, depositando un rápido beso en la mejilla de
Dee.
- ¿No puedes quedarte a cenar? - le
preguntó.
- No yo…
- Tu hermana quiere que te quedes - dijo Dallas, su voz haciendo eco en
la terraza. Cameron asintió rápidamente.
147
- Entonces me quedaré.

- ¿Nadie en tu familia come? - preguntó Dallas mientras veía a Cameron


y Austin alejarse del rancho, dirigiéndose al salón de la ciudad. La
hostilidad que había notado entre los dos apenas se sentaron a cenar,
había disminuido durante la comida - Tu maldito perro de las praderas
come más que él.

- Estaba un poco incómodo...


Dallas se volvió hacia ella y alzó una ceja oscura.
Se dejó caer en la mecedora y cruzó las manos en su regazo.
- Lo aterrorizas.
Dallas colocó una cadera en la barandilla. Necesitaba un columpio
en el porche, con un banco que no fuera demasiado ancho para poder
sentarse junto a Dee y disfrutar de la brisa de la tarde a medida que
avanzaba la noche. Tan pronto como el ebanista se instalara, Dallas le
encargaría uno, hecho especialmente con su nueva marca tallada en la
parte superior.
- Supongo que conoces esa sensación.
Ella sonrió.
- También sé lo que es no temer.
Él podía discutir eso. Si ella no le temiera aun, tal vez no hubiera
sido tan rápida para echarlo de su cama.
Le gustaba verla sentada en su terraza. Se sentía bien, como la
brisa que movía su molino de viento. Como el suave viento que hacía
sonar sus pequeñas campanillas. Extendiendo la mano, tocó los diversos
trozos de alambre de púas que Dee había colgado de los aleros de la
galería, y en los aleros de los diversos balcones, que ahora tintineaban
en el viento. Ella había tocado su vida con una abundancia de pequeños
gestos.
- Camina conmigo - dijo.
Ella se levantó y lo siguió por los escalones. En un agradable
silencio, caminaron hacia el sol poniente.
Pensó en tomarla de la mano, pero después de la noche anterior,
no estaba exactamente seguro de dónde estaba parado, y mataría su
orgullo si no le daba la bienvenida a su toque.
Había pasado treinta y cinco años durmiendo solo, y de repente
deseaba desesperadamente algo, a lo que ni siquiera podía ponerle
nombre: necesitaba llenar el vacío que había descubierto dentro de sí
mismo la noche anterior. Fue ese momento después de haber
desbordado de satisfacción, cuando había yacido en su cama,
sosteniéndola entre sus brazos y había escuchado su suave respiración.
Casi se encontró deseando no haberle dado un hijo.

- No llevo a tu hijo.
Dallas levantó la cabeza y miró a su esposa al otro lado de la
mesa, con la mirada fija en los huevos fríos. Austin se había ido apenas

148
unos momentos antes, dejando un pesado silencio a su paso, una
reticencia destrozada por sus palabras.
- ¿Estás segura?
Su esposa asintió enérgica.

- Lo supe hace varios días. Pensé que sería mejor esperar hasta... hasta
ahora para decírtelo - Su mirada se lanzó hacia arriba, luego hacia abajo,
y sus mejillas se pusieron rojas.
Dallas se puso de pie y caminó hacia su extremo de la mesa, un
millar de sentimientos tronando en su mente como el ganado en
estampida. Quería arrodillarse a su lado, tomar su mano, besar su
frente, su nariz, su barbilla. Quería que ella lo mirara, pero solo se quedó
mirando los malditos huevos, por lo que pronunció unas palabras que
transmitían poco de lo que estaba sintiendo.
- Iré a tu cama esta noche, si eso te
agrada.
Ella asintió bruscamente.
- Lo siento.
- Tal vez tendremos mejor suerte esta
noche.
- Eso
espero.
Con un propósito en su zancada, Dallas salió furioso de la casa, tiró
de las riendas de Satanás del corral, montó al semental negro y lo pateó
al galope. Cabalgó rápido y duro por las llanuras hasta que la casa de su
hermano quedó a la vista. Los últimos diez días habían sido un infierno:
quería abrazar a Dee, sabiendo que ella no tenía ningún interés en su
toque.
Era extraño, pero tenía que admitir que no estaba decepcionado
de que Dee todavía no llevara a su hijo.
Aún deseaba un hijo, pero la urgencia de su sueño había
disminuido. Lo que quería ahora eran unas pocas noches, más
extendidas, en la cama de Dee, con ella acurrucada contra él.
Houston estaba trabajando con un mustang en el corral cuando
Dallas detuvo su caballo en la casa y desmontó.
Amelia estaba sentada en el porche, batiendo mantequilla. Maggie
se puso de pie y bajó los escalones. Ella chilló cuando Dallas la levantó
hacia las nubes.
- Veo pecas saliendo - dijo.
- ¡No! - lloró ella mientras se frotaba la nariz - ¡Bésalas! ¡Bésalas!
Él empezó rápidamente a lloverle besos sobre su rostro, hasta que
ella soltó una risita. Señor, amaba su fragancia. Olía a flores sacadas de
la tierra, gatitos y leche dulce. Su inocencia siempre lo humilló.
La pequeña arrugó su nariz.
- ¿Me hiciste un niño para jugar?
- Todavía no. Todavía estoy trabajando en eso.
- ¿De dónde va a venir?
Dallas señaló a Amelia con la mirada. Negando con la cabeza, ella
sonrió. Sacó una gota de limón del bolsillo y se la dio a su sobrina.
- ¿Por qué no chupas esto por un tiempo?
149
- No me dio un triste.
- A mí sí y mientras lo haces yo hablo con tu ma al respecto. - Puso a
Maggie en el porche, que se metió el caramelo en la boca y comenzó a
chupar vigorosamente. Dallas se quitó el sombrero, colocó un brazo

sobre la barandilla del porche y estudió a Amelia. Pensó que se veía


pálida.
- ¿Cómo te sientes? - preguntó.
- Solo un poco descompuesta por las mañanas, pero pasará.
- ¿Vas a darle a Houston un hijo esta vez?
- Le gustan las hijas.
- Es una maravilla para mí que los dos queramos hijos.
- Tú y Houston son más parecidos de lo que crees.
Sacudió la cabeza.
- Con su habilidad con los caballos, podría tener un negocio próspero.
Nunca me conformaría con menos.
- No se trata de conformarse con menos. Es cuestión de saber lo que
quieres y encontrar satisfacción en eso - dijo en voz baja.
- ¿Tienes todo lo que quieres?
- De hecho, sí. ¿Te gustaría contarme sobre tu triste?
- No es triste en realidad. Lo dije para beneficio de
Maggie.
Amelia inclinó la cabeza como si no le creyera. Maldita sea la
mujer, ella siempre había visto y averiguado demasiado. Volteó su
sombrero entre las manos, estudiándolo, buscando las palabras
correctas.
- ¿Recuerdas cuando nos casamos? - preguntó.
Amelia sonrió cálidamente.
- No es probable que una mujer olvide su primer matrimonio.
- Cuando te besé... ¿te gustó? - preguntó
bruscamente.
Levantó la mirada rápidamente como si la respuesta descansara
dentro de los aleros del porche antes de volver su mirada a la de él.
- Pienso que fue muy
agradable.
- ¿Agradable? El clima es muy agradable. Un beso debería ser... - Se
detuvo abruptamente ante el rubor que corría por sus mejillas - ¿Qué
pasa cuando Houston te besa?
Su rubor se hizo más profundo.
- Mis dedos de los pies se curvan.
- ¿Es por eso que lo elegiste en lugar de a mí? - Las palabras fueron
pronunciadas antes de que él pudiera recuperarlas. Amelia siempre
había tenido una manera de hacer que un hombre dijera lo que pensaba.
Lo había hechizado y agravado al mismo tiempo.
Se puso de pie, cruzó el porche y envolvió su mano alrededor de la
de él.
- Cuando se trata del corazón, la razón rara vez está involucrada. No sé
por qué me enamoré de Houston y no de ti. Sólo sé que lo hice.
- No estoy feliz por eso - dijo.
Ella le apretó la mano.
150
- Sé que no.
- Solo... maldita sea - Forzó las palabras amargas más allá de su
apretada garganta - No sé cómo complacer a Dee en la cama... y quiero
hacerlo.

- Ese es el primer paso, ¿no? ¿Querer complacerla?


- Aparentemente, es un pequeño y maldito primer paso. ¿Qué hace
Houston cuando te besa?
- No lo sé. Él solo me besa. Quizás deberías preguntarle a él.
Echó un vistazo por encima del hombro. Houston se deslizaba por
las tablillas del corral. Dallas nunca en su vida había preguntado la
opinión de otro hombre sobre nada. Ahora no sabía cómo preguntar,
especialmente sobre algo tan íntimo y personal como acostarse con su
esposa.
- Aprecio que seas sincera conmigo - le dijo a Amelia.
Ella le dio unas palmaditas en el hombro.
- Ve a hablar con Houston.
Mientras su estómago se tambaleaba más que las aspas de un
molino de viento cuando la varilla de bombeo se partía en dos, Dallas se
acercó a su hermano.
- ¿Qué te trae hoy? -Preguntó Houston mientras se abrochaba la camisa.
Dallas rechazó su orgullo.
- ¿Cómo besas a
Amelia?
Los dedos de Houston se detuvieron sobre el último botón, y
frunció el ceño.
- ¿Qué?
Dallas exhaló un profundo suspiro de frustración.
- Amelia dice que cuando la besas, haces que los dedos de sus pies se
curven.
La boca de Houston se dividió en una sonrisa distorsionada que
movió un lado de su rostro dejando inmóvil el lado marcado.
- Ella dijo eso, ¿verdad? - Miró por encima de Dallas en dirección al
porche donde su esposa había vuelto a batir mantequilla.
Irritado, Dallas se paró frente a él.
- Sí, ella dijo eso. Entonces, ¿cómo la
besas?
Houston se encogió de hombros.
- Solo pongo mi boca sobre la de ella como si no hubiera un
mañana.
- ¿Eso es todo? ¿No haces algo
especial?
- ¿Cómo qué?
- ¡Si supiera no
preguntaría!
Houston entrecerró su ojo.
- Aprendí cómo besar mirando. ¿Cómo puedes olvidar cómo hacerlo?
- No lo olvidé, pero solo besé a las putas a excepción de Amelia - Él hizo
una mueca cuando la descripción de su beso resonó en su cabeza - Ella
dice que mi beso fue muy agradable - Dio un paso adelante y cruzó los
151
brazos sobre la barandilla superior del corral - Agradable, por el amor de
Dios, me sorprende que Dee no haya tenido arcadas.
Houston se relajó junto a él.
- Tal vez no tiene nada que ver con la forma en que la besas. Tal vez
tiene todo que ver con lo que sientes cuando la besas.
Dallas giró su mirada hacia su hermano.

- ¿Qué quieres
decir?
Houston se frotó el lado con cicatrices de su cara, sus dedos
rozaron su parche en el ojo.
- Te enojarás si te digo.
- No, no lo haré.
- Dame tu
palabra.
- La tienes.
Houston lanzó una respiración profunda.
- La primera vez que besé a Amelia, recién habíamos cruzado ese río
inundado...
- ¿La besaste antes de llegar al rancho?
- Dijiste que no te
enojarías.
- No estoy enojado, me siento estafado. Confié en ti... - Dallas reprimió
su temperamento. Cinco años atrás, había tomado una decisión que lo
había dejado sin esposa. Él no planeaba repetir su error - Termina tu
explicación.
Houston se limpió la garganta como si contemplara la sabiduría de
sus palabras.
- Bueno... estaba furioso porque ella había saltado al río para salvarme,
estaba muy agradecido de que no se hubiera ahogado, y me golpeó más
fuerte que un caballo mustang darme cuenta de que la amaba. No podía
decírselo, así que intenté mostrarle. Vertí todo lo que sentía en ese beso,
y la he estado besando de esa manera desde entonces.
- Haciendo que sus dedos de los pies se curven.
Houston sonrió ampliamente.
- Aparentemente sí.
Dallas se apartó del corral.
- Gracias por el consejo.
- Tal vez con el tiempo, una vez que tus sentimientos por Dee se
profundicen…
- Ese es mi problema, Houston. Creo que me enamoré de ella y no tengo
la menor idea de cómo hacer que ella me ame.

152
CAPÍTULO 14

Dallas estaba fuera de la habitación de Dee. Había decidido que si


solo iba a tener una noche con ella cada mes, iba a sacar lo mejor de la
misma.
Esta vez no se iría de la cama hasta que amaneciera en el
horizonte, y si no quería que él le hiciera el amor otra vez, se contentaría
con simplemente abrazarla durante toda la noche.
Llamó a la puerta y esperó una eternidad para que ella le dijera
que podía pasar. Entró en la habitación y dio un portazo.
- Llegas temprano - dijo mientras pasaba el cepillo por su cabello negro
y sedoso.
- No veo ningún punto en esperar - La tomó en sus brazos y colocó su
boca sobre la de ella como si no hubiera un mañana, deseando a Dios
que hubiera, que sus dedos de los pies se curvaran, y que lo quisiera en
su cama todas las noches.
El cepillo cayó al suelo, y ella le rodeó el cuello con los brazos más
agarrada que la soga en un becerro que se escapaba. Ella presionó su
cuerpo contra el suyo, y las plantas de sus pies, se deslizaron sobre sus
empeines

Él gimió, ella gimió, y la necesidad corrió a través de él como un


río embravecido. Sosteniéndola cerca con una mano, su boca devorando
la de ella, usó su otra mano para soltar los botones de su camisón,
escuchando varios tintineos al caer al piso. Lo bajó y se deleitó en la
gloriosa visión del cuerpo desnudo de su esposa, mientras se quitaba los
pantalones. La levantó en sus brazos y la llevó a la cama. Él la recostó,
luego envolvió su cuerpo sobre el suyo, lloviendo besos sobre su rostro,
su garganta y sus pechos.
Él la tocó con sus manos, su boca, sus ojos, todo el tiempo
maravillándose de su belleza, el brillo rosado de su piel, el marrón
intenso de sus ojos.
Cuando unió su cuerpo con el de ella, no escuchó una fuerte
inspiración, ni un grito de dolor, solo un suspiro de asombro. Él sacudió
sus caderas hasta que sus suspiros se convirtieron en jadeos y su cuerpo
se retorció debajo del suyo. Empujó más fuerte, más profundo,
deleitándose en el momento en que su suave voz hizo eco de su nombre
y se estremeció entre sus brazos.
Con un gemido gutural, echó la cabeza hacia atrás, apretó los
dientes, y con un empujón final se lanzó al abismo del placer.
Respirando pesadamente, se dejó caer sobre su cuerpo
tembloroso. Todavía podía sentir su cuerpo latiendo alrededor de él.
Presionó un beso en su garganta, en su barbilla, en su mejilla... y probó
la sal de sus lágrimas.
El odio a sí mismo reemplazó a la completa dicha. Él no le había
dado la ternura que había planeado. Había entrado en esta habitación
como un toro embravecido, con un solo pensamiento, un propósito en su
mente: enterrarse tan profundo y tan rápido como pudiera en su calor
glorioso hasta que estuvieran tan cerca uno del otro, que una sombra no
153
podría haberse deslizado entre ellos.
Ella compartiría su cuerpo con él una vez al mes y en lugar de
saborear el momento, había tomado su ofrenda y la había usado tan
rápido como un rayo brillaba en el cielo.
Presionó sus labios contra el rabillo del ojo, donde sus lágrimas
brillaban, frescas y cálidas.
- Lo siento, Dee - dijo con voz ronca - No quise lastimarte.
- No me lastimaste - susurró.
Él levantó la cabeza y se encontró con su mirada. Podía ver el
dolor que él había causado arremolinándose en las oscuras
profundidades de sus ojos. Tal vez no la había lastimado físicamente,
pero tenía pocas dudas de que había herido el corazón de su mujer, la
parte que más anhelaba conquistar. Él pasó sus dedos por su cabello.
- Te hice daño, y lo lamento.
Ella sacudió su cabeza.
- No, no me lastimaste. Fue maravilloso. - ¿Maravilloso? Ella pensó que el
apresurado apareamiento había sido maravilloso.
- Entonces, ¿por qué estás llorando?

Ella le tocó la mandíbula con dedos temblorosos.


- Porque siempre te duele
tanto.
Él la miró, incapaz de dar sentido a sus palabras.
- ¿Qué?
Sus mejillas se pusieron rojas cuando bajó las pestañas.
- Te miro - confesó, su voz apenas por encima de un susurro - Gruñes y
gimes. Tus músculos se tensan y tiemblan. Aprietas los dientes - levantó
sus pestañas - La agonía debe ser insoportable. ¿Es así como la
naturaleza iguala las cosas, ya que el parto es insoportable, las mujeres
reciben un regalo de placer mientras hacen al bebé y los hombres solo
reciben dolor?
- ¿Pensaste que estaba sufriendo?- Ella asintió con timidez. La esperanza
se encendió en su interior como los cohetes que él y Houston habían
hecho con los restos de la alfombra cuando eran niños - ¿Es por eso que
querías esperar y ver si llevabas a mi hijo? ¿Evitarme el sufrimiento de
intentarlo cuando podría no ser necesario?
Ella arrastró sus dedos a lo largo de su mejilla, su pulgar rozó su
bigote.
- No soporto verte lastimado
así.
- Oh Dios - Se dejó caer de espaldas, se cubrió los ojos con un brazo y se
echó a reír. Sus hombros se sacudieron con fuerza, y la cama tembló con
su arrebato.
- ¿Que es tan
gracioso?
Luchando por detener su risa, miró la cara preocupada de Dee. Se
había levantado sobre un codo, su pelo negro una cortina de seda cubría
sus hombros. Con una amplia sonrisa, él extendió la mano, le pasó los
dedos por el pelo y acercó sus dulces labios a los suyos.
- Eres preciosa, ¿lo sabías? Tan malditamente
154
preciosa.
Él le dio un ligero beso sobre su tentadora boca.
- No siento dolor.
Sus ojos marrón oscuro se ensancharon hasta que fueron más
grandes que cualquier luna llena que alguna vez haya guiado su viaje a
través de la noche.
- ¿De ningún modo?
- No, todo lo contrario de
hecho.
Él la acostó nuevamente, metiendo su cuerpo debajo del suyo,
incapaz de borrar la sonrisa de su rostro.
- Así que la naturaleza no te dio ninguna compensación. Eso no parece
justo - Ella sonrió cálidamente, su rubor se arrastró debajo de las
sábanas que había subido para cubrir sus pechos - Pero yo estoy
contenta.
Su sonrisa se escapó mientras tragaba.
- ¿Eso significa que no te molestaría intentarlo de nuevo? ¿Solo en caso
de que no tuviéramos suerte?
Enterrando su rostro contra su garganta, ella asintió y presionó un
beso justo debajo de su nuez de Adán.

La dicha disparó a través de él, que se inclinó hacia atrás, ahuecó


su mejilla, y bajó su boca a la de ella, besándola profundamente
mientras apartaba la sábana para poder sentir la longitud de sus
extremidades presionadas contra las suyas.
Varios minutos después, él se atrevió a mirar sus pies. Distraído, deslizó
su boca sobre su barbilla.
- ¿Qué estás haciendo? - preguntó ella.
Haciendo una mueca, consideró regresar su boca a la de ella y
besarla hasta que olvidara la pregunta y su extraño comportamiento,
pero tenía que saber la verdad. Maldición, tenía que saberlo.
- Amelia me dijo que sus dedos de los pies se enroscan cuando Houston
la besa. Solo estaba tratando de ver si tus dedos se doblan cuando te
beso.
Se puso de un precioso tono rosa y rodó sus hombros hacia su
barbilla.
- Todo mi cuerpo se encrespa cuando me besas.
- ¿Todo tu
cuerpo?
Ella asintió rápidamente.
- Cada pulgada.
- Bueno, demonios - dijo mientras acomodaba su boca con avidez sobre
la de ella con los planes de mantener su cuerpo fuertemente encrespado
por el resto de la noche.

- Susan Lee - dijo Dee.


Dallas levantó la vista de sus libros contables. Dee estaba sentada
en su oficina, acurrucada en su silla, con un montón de cartas sobre la
mesa a su lado.
155
- ¿Susan leyó qué? - preguntó.
Echó la cabeza hacia atrás y se rió. Señor, amaba su risa, la
columna de marfil de su garganta, el destello de alegría en sus ojos.
- Susan Lee, L-E-E. Ese es el nombre de la mujer a la que estoy pensando
contratar para administrar el hotel. Dirige una pensión en el este, lo que
creo que le da una experiencia maravillosa. ¿No estás de acuerdo?
Apoyó el codo sobre el escritorio y se pasó el pulgar y el índice por
el bigote. Una pequeña emoción siempre corría a través de él cuando le
pedía su opinión, cuando compartía un rincón de su sueño con él.
- Lo que creo... es que tenemos que ir a la
cama.
Sus ojos se agrandaron, no con miedo sino con asombro y
anticipación.
- Dallas, todavía no está oscuro.
Arrastró la silla por el suelo, se puso de pie y avanzó hacia ella.
- Te hice el amor esta mañana, y tampoco estaba
oscuro.
- Eso fue diferente. Todavía no nos habíamos levantado de la cama.
- Un error que puedo remediar. - Tomó la carta de sus dedos, la arrojó
sobre la mesa y la tomó en sus brazos.

Riendo, rozó su nariz contra su cuello mientras la sacaba de su


oficina. La puerta de entrada se abrió y Austin entró a la casa.
- ¿A dónde vas? - preguntó
Austin.
- A la cama - dijo Dallas mientras comenzaba a subir las escaleras.
- ¿Qué hay de la
cena?
- Ve a ver al cocinero.

- Ve a ver al cocinero - dijo Austin - Eso es lo que dijo Dallas. Luego, él y


Dee comenzaron a reírse como un par de coyotes borrachos con whisky
de maíz.
Houston miró a Amelia al otro lado de la mesa y sonrió.
- ¿Así que decidiste venir a ayudarnos con nuestra
cena?
Austin se encogió de hombros.
- Mejor que esperar a esos dos. Puede que nunca vuelvan a bajar - Le
guiñó un ojo a Amelia - Además, las comidas de Amelia saben mejor que
las del cocinero.
Al acercarse a la olla de frijoles, Amelia le dio unas palmaditas en
la mano.
- Aprecio el cumplido. Parece que las cosas entre Dallas y Dee están
mejor.
- Extrañas diría yo - dijo Austin mientras cortaba el
bistec.
- ¿De qué manera? - preguntó Houston.
Austin apoyó el codo sobre la mesa y apuntó con el tenedor a
Houston.
156
- Dee nos lee todas las noches. Se supone que Dallas está trabajando en
sus libros contables. Solo que él termina mirándola. Luego ella levanta la
mirada y olvida todo lo que leyó. Se miran el uno al otro durante unos
minutos, entonces Dallas dice que es hora de irse a la cama, y se van, y
yo me pregunto ¿cómo sigue la historia? Dee comenzó a leer a Lily
Marner hace más de una semana y todavía no ha terminado el primer
capítulo.
- Es posible que tengas que empezar a leer para ti - sugirió Amelia.
- No es lo mismo escuchar la historia en mi voz - Austin continuó
cortando su bistec - Solo necesito ser paciente. Creo que las cosas
volverán a la normalidad una vez que Dallas obtenga su hijo.
- No contaría con eso - dijo Houston, encontrándose con la mirada de su
esposa. Sabía por experiencia que cuando la mujer que un hombre
amaba, traía a su hijo al mundo, el vínculo solo se profundizaba y se
fortalecía.

- ¿Señor Curtiss?
Cordelia asomó la cabeza dentro de la tienda donde trabajaba
Tyler Curtiss. Se había despertado a las dos de la mañana pensando en

unas ideas para el hotel, que quería compartir con él, pero no podía
encontrarlo por ninguna parte. Al entrar en la tienda, decidió esperarlo.
Grandes hojas de papel cubrían su escritorio, y no pudo evitar
mirarlas. Vio los planos para la nueva oficina del periódico y la del
boticario. Pequeñas empresas, grandes negocios, encontrarían un hogar
en Leighton.
Apartó los papeles y vio un dibujo de un edificio con muchas
habitaciones. Las letras en negrita en la parte superior proclamaban que
era un hotel.
Hundiéndose en una silla, estudió el dibujo. No era su hotel, y sin
embargo el diseño parecía increíblemente familiar, le recordó a Dallas.
Oscuro. Atrevido. Las habitaciones eran grandes, diseñadas para la
comodidad y no para el bienestar. No era práctico para una ciudad en la
que simplemente pasarían muchas personas. Sin embargo, a una parte
de ella le atraía, especialmente si, como sospechaba, su marido había
sido responsable de esos planos.
- Señora Leigh. ¡Qué placer!
Saltó de la silla sobresaltada.
- Señor Curtiss, quería hablar con usted - Su mirada regresó al dibujo -
¿De quién es este hotel?
- Oh eso - le dio una sonrisa culpable - Uh, bueno... eh - Se quitó el pelo
rubio de la frente.
- Dallas le pidió que hiciera planes para un hotel,
¿no?
- Sí, señora. Hace algunos meses, de hecho.
- ¿Qué va a hacer con esos planos ahora?
- Me dijo que los ignorara. Dijo que esta ciudad solo necesitaba un
hotel.
- Gracias, Sr. Curtiss - Ella comenzó a caminar hacia el exterior.
157
- Pensé que había venido a discutir
algo.
Ella sonrió.
- Me acabo de dar cuenta de que primero tengo que discutirlo con mi
esposo.
Mientras entraba al rancho, vio a Dallas de pie junto al corral. Una
amplia sonrisa se extendió bajo su bigote mientras ella detenía a Gota
de limón y desmontaba.
Ella se acercó a él, entrelazó sus brazos alrededor de su cuello, y lo besó
profunda, intensamente. Desde el momento en que la hizo su esposa, él
había estado colocando secretamente regalos al alcance de su mano,
regalos que venían sin envolver, sin moños, regalos cuyo valor solo
podía medirse con el corazón.
Él retrocedió y frunció el ceño.
- ¿Por qué fue
eso?
- Vi los planos para tu hotel.
Él hizo una mueca.
- Oh, eso. Fue solo una idea con la que estaba jugando. Nunca se
afianzó, no como tus planes.

nuca.

158
Ella pasó sus dedos a través de su cabello, que se rizaba en la
- Me levanté esta mañana con un pensamiento. Quiero que una de las
habitaciones sea especial, pero no estaba exactamente segura de lo que
quería. Iba a hablar con el Sr. Curtiss sobre eso, y luego vi tus dibujos.
Tus habitaciones eran mucho más grandes que las mías.
- Quería darle a un hombre espacio para estirarse.
- Quiero darle a un hombre y a una mujer un lugar para hacer el amor -
Ella se separó y comenzó a pasearse, la idea era poco más que una
semilla - Realmente creo que muchas de las mujeres que vienen a
trabajar al Gran Hotel eventualmente se casarán. Algunas se casarán
con hombres como Slim, y tendrás que proporcionarles a tus hombres un
tipo diferente de alojamiento.
- ¿Ah sí? - preguntó Dallas, intrigado como siempre por la forma en que
Dee ponía las ruedas de una idea en movimiento dentro de su cabeza,
como un molino de viento construido en el camino de una brisa
constante.
Sus pasos se hicieron más rápidos a medida que la excitación ardía
intensamente en sus ojos.
- En su mayor parte, se casarán con hombres de medios modestos,
hombres que se contentan con cumplir los sueños de otros. Se casarán
en la iglesia que algún día construirás, y luego irán a la casa donde ellos
probablemente vivirán por el resto de sus vidas.
- La mayoría no podrá realizar un viaje de bodas, pero quiero darles un
lugar donde puedan ir por una noche y sentirse especiales. Una
habitación tan bella como su amor, tan grandiosa como sus esperanzas
para el futuro, donde un hombre pueda hacer el amor con su esposa por
primera vez en una enorme cama con flores que los rodeen - Ella dejó de
caminar - ¿Qué piensas?
Que debería haberte llevado a un lugar especial. Nunca se había
detenido a considerar exactamente qué boda quería una mujer, lo que la
primera noche de un matrimonio debería haber anunciado.
Ciertamente, no un marido pateando la puerta mientras su esposa
se preparaba para complacerlo.
No podía deshacer los errores que había cometido en el pasado,
pero podía asegurarse de no repetirlos en el futuro.
Se detuvo, apoyada en la punta de los dedos de sus pies, con las
manos apretadas delante de ella, esperando su respuesta. Él podía
hacer poco más que compartir la verdad con ella.
- Pienso que podrías necesitar más de una habitación especial.
Ella agarró su mano.
- Dos habitaciones, entonces. ¿Me ayudarás a diseñarlas y amueblarlas?
Quiero una habitación donde un vaquero se sienta cómodo quitándose
las botas, y una mujer pueda sentirse hermosa deslizándose de su
vestido de novia.
- Entonces definitivamente deberías tener un sacabotas en la
habitación.

Una mirada distante se deslizó en sus ojos.


- Debería tener un sacabotas en cada habitación - Ella sacudió la cabeza
159
- He ignorado por completo los
detalles.
- No creo que hayas ignorado nada. Yo soy el que ha pasado por alto
muchas cosas - apartando los errantes mechones de cabello de su cara
le dijo - No creo que me haya molestado en decirte que eres hermosa.
Un sonrojo encantador se elevó sobre sus mejillas, sus ojos se
entibiaron, y sus labios se abrieron.
Él la levantó en sus brazos y gritó:
- Slim, ocúpate del caballo de mi
esposa.
Ella se acurrucó contra él mientras la llevaba hacia la casa.

La vida era una serie de cambios, y Cordelia sabía que después de


esta noche su vida sería diferente para siempre. Ya no podía posponer lo
inevitable.
La alegría y el dolor se entrelazaron alrededor de su corazón
mientras leía las últimas palabras de la historia y cerraba el libro.
- Me gustó esa historia - dijo Austin - ¿Qué vas a leer a continuación?
- Encontraré algo - dijo en voz baja mientras giraba el anillo en su dedo.
Podía sentir la mirada de Dallas clavada en ella, pero no podía obligarse
a mirarlo, todavía no.
Ganaría tanto esta noche... pero perdería aún más.
Austin desplegó su cuerpo y se levantó.
- Supongo que me iré a la cama.
- Nos vemos en la mañana - dijo Dallas.
Escuchó mientras los pasos de Austin resonaban por la habitación
y la puerta se cerró a su paso.
- No me has mirado en toda la noche - dijo Dallas.
- Lo sé - Dejó el libro a un lado y levantó la mirada hacia él - hoy fui a ver
al Dr. Freeman.
Profundos surcos cubrieron su frente y saltó de la silla.
-¿Estás enferma?
Ella sonrió incómoda.
- No.

160
Caminó alrededor de su escritorio y se arrodilló ante ella.
- Entonces, ¿qué pasa Dee?
Volveré a dormir sola cuando ya me he acostumbrado a dormir
contigo.
- Finalmente tuvimos suerte. Estoy esperando a tu hijo.
Bajó su mirada a su estómago.
- ¿Estás segura?
Ella extendió sus dedos a través de su cintura donde su hijo estaba
creciendo. Lo había sospechado durante dos meses, pero había querido
estar segura antes de decírselo, antes de darle esperanza y quitarle el
motivo para que durmiera con ella.

- Tu hijo debería estar aquí en la


primavera.
Entrelazó sus dedos con los de ella hasta que sus manos unidas se
parecían a una mariposa que extendía sus alas.
- Mi hijo - Él levantó su mirada hacia ella - Nuestro hijo - Él le tocó la
mejilla con la mano que tenía libre - ¿Cómo te sientes?
- Bien, todo está bien - Las lágrimas brotaron de sus ojos - Excepto que
quiero llorar todo el tiempo, pero el Dr. Freeman dijo que eso era normal.
Con el pulgar, capturó una lágrima antes de que cayera por el
rabillo del ojo.
- He querido esto por tanto tiempo, Dee, que no sé qué decir. Gracias no
parece suficiente.
- Por el amor de Dios, no me agradezcas. - empujó con fuerza sus
hombros, y él cayó hacia atrás, su trasero golpeando contra el suelo de
piedra. Ella se puso de pie y lo miró - Esta es la razón por la que te
casaste conmigo, ¿verdad? ¿La razón por la que mi familia me entregó a
ti? ¡Solo estoy haciendo lo que me trajeron a hacer!
Ignorando la expresión afligida de su esposo, se apresuró a salir de
la habitación antes de que pudiera ver las lágrimas correr por su rostro.
Ella quería darle un hijo, la oportunidad de hacer realidad sus sueños,
pero no quería su gratitud.
Ella quería su amor.

Un hijo.
Iba a tener un hijo.
De pie en el corral, Dallas sonrió como un idiota mientras los
vientos lo rodeaban, trayendo el clima más frío que anunciaba la llegada
del otoño. Cuando los vientos más cálidos llegaran a fines de la
primavera, estaría sosteniendo a su hijo en sus brazos.
Y hasta entonces... estaría durmiendo solo.
Dee lo había dejado dolorosamente claro.
La sonrisa desapareció de su rostro. Lo había dejado entrar en su
cama porque se sentía obligada. Había empezado a pensar que había
dormido allí porque ella lo quería allí.
Se estremeció cuando el viento aulló y expulsó todo el calor de su

161
cuerpo. Había estado esperando con ansias el invierno por primera vez
en años. Había imaginado despertarse con Dee acurrucada a su lado,
compartiendo la calidez que compartían bajo las mantas.
Echaría de menos tantas cosas. La forma en que ella metía la nariz
en su hombro. La forma en que frotaba la planta de su pie sobre su
empeine. La forma en que olía antes de hacerle el amor; la forma en que
olía después.
Él gimió profundamente.
En un momento pensó que le quedaba un solo sueño por cumplir:
tener un hijo. Algo realmente triste cuando un hombre de su edad se dio
cuenta de que se había conformado con un pequeño sueño, cuando

podría haber tenido un sueño mucho más grande: tener una mujer que
lo amara y que le diera un hijo.
Golpeó su puño contra la barandilla del corral. No necesitaba
amor, pero maldita sea, de repente lo quería desesperadamente. ¿Cómo
demonios podía hacer que lo amara, un hombre que no sabía nada de
ternura o palabras suaves o alguna de las cosas suaves que las mujeres
necesitaban?
No sabía cómo pedir. Él solo sabía cómo ordenar. Su padre le había
enseñado eso.
Se alejó del corral y caminó lentamente hacia la casa. No deseaba
dormir solo en su fría cama. Él trabajaría en sus libros por un tiempo.
Luego saldría a mirar a su rebaño, a revisar sus molinos de viento, a
buscar algo que nunca podría encontrar.
Abrió la puerta que daba a la cocina y se detuvo. Dee sostenía un
tronco en un brazo, inclinándose para recuperar otro.
- ¿Qué diablos crees que estás haciendo? - rugió él.
- El fuego en mi habitación casi se ha ido, y podía oír el viento. Pensé
que estaría más frío por la mañana.
- Dame eso - dijo, tomando el tronco de ella. Se agachó y apiló más
troncos en el hueco de sus brazos - No debes llevar cosas pesadas.
- No soy una inútil- dijo, con las manos en sus estrechas caderas.
Se preguntó si alguna vez se había dado cuenta de lo delgada que
era. Sabía que sí, simplemente no había considerado cómo eso podría
afectarla cuando llegara el momento de parir a su hijo.
- No dije que lo fueras - dijo bruscamente mientras se ponía de pie - Pero
no quiero que cargues madera o cualquier otra cosa pesada. Si necesitas
algo, házmelo saber.
- No estabas aquí.
- Entonces pídeselo a Austin.
Parecía que quería seguir discutiendo, pero simplemente pasó a su
lado. ¿Cuándo se había vuelto tan caprichosa? Tendría que ir hasta lo de
Houston mañana y descubrir qué otras pequeñas sorpresas le esperaban
en los próximos meses.
La siguió a su habitación. Ella se sentó en el borde de la cama
mientras él reavivó el fuego en su hogar. Se puso de pie y se pasó las
manos por los pantalones.
- Listo. Vendré cada dos horas más o menos y revisaré el fuego. No es

162
necesario que te levantes de la cama.
- Bueno.
Él la miró. Tenía las manos envainadas en el regazo, los pies
descalzos cruzados uno encima del otro.
- ¿Ni siquiera tienes la sensatez de usar zapatos mientras caminas sobre
estos fríos pisos de piedra? - preguntó mientras se arrodillaba ante ella y
plantaba los talones en sus muslos - Tus pies están helados.
Ella empujó las puntas de sus pies contra su pecho y lo lanzó al
suelo.

- Están bien - dijo ella.


Él entrecerró los ojos y lenta y deliberadamente llegó a su altura
máxima.
- Métete debajo de esas mantas… ahora - dijo en voz baja.
Ella abrió la boca como para protestar. Cuando dio un paso
amenazante hacia la cama, ella cerró la boca y se metió bajo las
mantas. Él se sacó la camisa por la cabeza.
- ¿Qué estás haciendo? - le preguntó.
Se dejó caer al borde de la cama y se quitó las botas.
- Voy a calentar tus pies.
De pie, al lado de la cama se quitó los pantalones antes de
deslizarse en su cama con un rápido y fluido movimiento.
- Pon tus pies entre mis muslos.
Sus ojos se agrandaron.
- Pero están helados.
- Lo sé. ¡Ahora, hazlo,
maldición!
Ella presionó sus labios y empujó sus pies entre sus muslos
desnudos. Él aspiró profundamente entre sus dientes.
- ¿Es eso lo que querías? - le preguntó, mirándolo.
- No, pero te quiero caliente - respondió él, devolviéndole la mirada.
Las lágrimas brotaron de sus ojos, y ella desvió la mirada.
- No se suponía que fuera así cuando te lo dijera. Se suponía que íbamos
a ser felices.
Acunando su mejilla, suavemente la giró hasta que sus miradas se
encontraron.
- Estoy feliz, Dee. Más feliz que nunca en mi
vida.
Ella colocó su mano sobre su pecho y él saltó.
- ¡Dulce Señor! Incluso tu mano está fría - Él tomó su otra mano y
presionó sus palmas contra su pecho, poniendo sus manos sobre las
suyas - ¿Cómo puedes tener tanto frío?
- Estabas afuera. ¿Cómo puedes ser tan cálido? - le
preguntó.
- Tengo más carne en mis huesos.
Ella corrió su lengua a lo largo de su labio inferior.
- Lamento haberte empujado antes, en tu oficina y aquí. No sé qué me
pasó...
- No importa. Quiero un hijo, Dee, más de lo que siempre he querido
algo.
163
- Lo sé. Quiero darte este niño. Espero que se parezca a ti.
Él tocó su mejilla.
- Nunca pensé en cómo se vería. Creo que no tendrá más remedio que
tener el pelo negro y los ojos marrones.
- Él será alto - dijo.
- Esbelto.
Ella asintió levemente y le dio una suave sonrisa.
- Pasará un tiempo antes de que tenga
bigote.

- Creo que así será - Su pulgar se movió hacia adelante y hacia atrás
sobre su mejilla. - Sé que no quieres mi gratitud, y sé que no eres inútil,
pero quiero cuidarte mientras llevas a mi hijo.
Ella no protestó cuando él se inclinó, puso su mano alrededor del
dobladillo de su camisón, y lentamente lo levantó sobre su cabeza. Ella
no se movió cuando presionó su boca contra su estómago.
- Nuestro hijo está creciendo aquí - dijo con asombro, preguntándose por
qué había pensado alguna vez que se contentaría con dejar que
cualquier mujer trajera a su hijo al mundo, ¿por qué no se había dado
cuenta de que necesitaba una mujer a la que pudiera respetar y
apreciar, una mujer como Dee? Ella pasó sus dedos por su cabello. Se
tragó el nudo en la garganta, la miró y le dijo - Me alegro de que seas su
madre.
Nuevas lágrimas brillaron en sus ojos. Aliviándola, él la besó tan
suavemente como podía. Luego retrocedió y le sonrió.
- Tu nariz está fría. Puede que tenga que dormir aquí solo para
mantenerte caliente.
- Desearía que lo hicieras.
- Si quieres que lo haga, lo haré. Te daré lo que quieras, Dee.
Porque ella estaba cargando a su hijo. Al corazón de Cordelia le
dolía tanto el anhelo como la alegría. Los lazos que los unían serían una
pared que los separaría para siempre.
Pero las paredes podían romperse, y esta noche, ella quería, ella
necesitaba escalar esa pared para ella.
- Hazme el amor. Sé que ahora no hay motivo, ya que ya llevo tú...
Él acarició con su pulgar sus labios cuando una gran cantidad de
ternura llenó sus ojos.
- Estoy pensando que podría haber más de una razón para hacerlo
ahora.
Él bajó sus labios hacia los de ella con un suspiro, ella le dio la
bienvenida, a su calidez, a su sabor, a su dulzura mientras su lengua
barría lentamente su boca.
La urgencia que había parecido acompañar todos sus amores
antes se derritió como escarcha sobre el cristal de la ventana cuando el
sol se extendió para tocarlo.
El objetivo que una vez lo había llevado a su cama ahora era una
chispa de vida creciendo dentro de ella. Sus pechos ya habían
comenzado a ponerse tiernos, y pronto su vientre se hincharía.
Con el propósito logrado, había esperado que se abriera un abismo
entre ellos mientras esperaban el nacimiento. Ella no había esperado
164
disfrutar de la gloria de su cariño.
Con infinita ternura, la tocó como si fuera un regalo raro, sus
dedos recorriendo su carne, burlándose, provocando hasta que su boca
se movió para satisfacerla.
Sentía como si su cuerpo se hubiera convertido en líquido caliente,
las sensaciones eran una neblina que se arremolinaba mientras viajaban

desde la parte superior de su cabeza hasta la punta de los dedos de sus


pies. No importaba dónde se apoyara su boca, se sentía como si la
tocara a toda ella.
Dee deslizó las palmas sobre sus hombros, presionó las manos a lo
largo de su espalda y pasó los dedos por su cabello, saboreando las
diferentes texturas de su cuerpo: el ligero bello que cubría su pecho, los
músculos duros que se ondulaban cada vez que se movía, el cálido
aliento que dejó un rastro de rocío sobre su carne mientras su boca
continuaba su exploración sobre su cuerpo.
Nada de lo que habían compartido antes la había preparado para
esto: la alegría suprema de ser deseada, de sentirse querida.
Cuando él se levantó sobre ella y capturó su mirada, su respiración
se detuvo. Cuando él la penetró con un golpe largo y lento, su cuerpo se
curvó fuertemente alrededor de él.
Ella se movía al ritmo de sus empujones seguros y rápidos: dar,
tomar, compartir. Su poder. Su fuerza. Su determinación Su valor. La
vida que ellos crearon
Donde una vez le había temido, ahora ella entendía que lo amaba.
Su cuerpo se arqueó, contra el suyo, y en sus ojos, vio reflejada la
gloria y el triunfo, y la recibió como propia cuando se estremeció y
enterró su rostro en la abundancia de su cabello, su aliento rozando su
cuello y hombro.
Letárgicamente, ella se recostó sobre su pecho y escuchó su
respiración profunda.
Si en verdad la hubiera amado, ella no creía que él podría haberle
dado más.
Con su hijo creciendo dentro de ella, la esperanza volvió a crecer
en su corazón de que algún día la amara.

165
CAPÍTULO 15

Los vientos fríos azotaban Main Street mientras Cordelia se


apresuraba a lo largo del andén, ajustando más la chaqueta de piel de
oveja de Dallas. Se la había dado cuando notó que los botones del medio
de su abrigo estaban desabrochados por acomodar su estómago
hinchado. Él había sacado de un baúl una chaqueta más vieja para él.
Levantando el cuello, inhaló el olor a Ron de la bahía de Dallas.
Una clara ventaja de tomar prestado su abrigo era que siempre se sentía
como si lo tuviera cerca.
Fue a la tienda de ropa, se quitó los guantes y corrió a la estufa
barrigona para calentarse las manos.
- Pensé que tenía una de ellas en su hotel - dijo Oliver.
Cordelia sonrió.
- Sí. Estaba caliente cuando dejé el hotel, pero tuve frío, así que pensé
en venir aquí. Además, necesito ver si mi pedido llegó.
- Claro que sí. Juego de Shakespeare. Doce dólares.
Su regalo de Navidad para Austin, no solo los libros, sino la lectura
de ellos durante el próximo año.
- Lo recogeré cuando estemos listos para salir de la ciudad.
Comenzó a deslizar las manos nuevamente dentro de sus
guantes. El Sr. Oliver le hizo un gesto para que se acercara.
- Este ha sido mi mejor año, con las meseras que trabajan en el
restaurante. Será mejor que planeen poner un árbol de Navidad en el
hotel para que los vaqueros tengan un lugar donde dejar todos los
regalos que compraron para las chicas.
El primer grupo de mujeres había llegado en octubre. Cuando
terminaron su entrenamiento, Cordelia había abierto el restaurante y el
primer y segundo piso del hotel. Todavía estaba amueblando el tercer
piso, pero el negocio iba bien. Leighton se estaba expandiendo. Ella
apretó la mano del Sr. Oliver.
- Espere a ver el próximo año. Tendré otro grupo de mujeres llegando en
la primavera.
- Dios, vamos a ser una ciudad real. Tenía algunas dudas al
principio.
- Fe, señor Oliver. Tuvo fe en el criterio de Dallas o no estaría aquí.
Salió de la tienda general. El viento la abofeteó mientras cruzaba
la calle hacia la tienda de ropa. Las campanas tintinearon sobre su
cabeza cuando abrió la puerta y entró en la tienda.
Una mujer robusta con cabello rojo llameante, Mimi St. Claire
apartó las cortinas que conducían a su sala de costura, haciendo una
gran entrada a su propio establecimiento.

- Estás aquí por tu hermoso vestido rojo… ese con la gran panza.
¿Sí?
Cordelia se rió por la descripción del vestido. Ella estaba perdiendo
rápidamente su cintura y no le importaba ni un ápice.
- Sí. ¿Está listo?
- Por supuesto, señora. Su marido me paga demasiado bien, para
asegurarse de que su ropa esté lista a tiempo.
166
- Se suponía que no debía saber sobre este.
- Él no sabe - levantó un hombro - Aun así, él esperaría que agregara un
poco más a su factura.
- No querríamos decepcionarlo, ¿verdad? - bromeó Cordelia.
- Por supuesto que no. Terminé el abrigo para Rawley también, se lo di
ayer cuando los vientos comenzaron a soplar. Hace demasiado frío para
un niño pequeño que no tiene carne en los huesos.
Extendiendo la mano, Cordelia le apretó el brazo.
- Gracias. Duplica el extra que agregas a nuestra
factura.
Mimi agitó su mano en el aire.
- No… lo hago por nada, excepto por el costo de los materiales que tú
puedes pagar y yo no.
- Muy bien. Envuelve el vestido. Nos lo llevaremos cuando nos
vayamos.
Mimi movió su dedo hacia Cordelia.
- Pero no puedes usarlo hasta Navidad, sin importar cuán tentador sea
complacer a tu marido antes, porque sé que lo complacerá.
- Sé que lo hará. Gracias por tenerlo listo - Preparándose para la
avalancha de frío, abrió la puerta, salió y corrió por el andén hasta el
curtidor. Se deslizó dentro y Dallas se alejó del mostrador.
Sonriendo, él abrió su abrigo y ella se acurrucó en su contra, lo
más cerca que pudo, obstaculizada por el niño que crecía en su interior.
- Me alegro que hayas venido - dijo - Necesito saber cómo nombraremos
a nuestro hijo.
- ¿Tienes que saberlo en este momento?
- Sí. Haré poner sus iniciales aquí, en esta silla de
montar.
Con incredulidad, Dee miró su dedo de punta roma presionando en
la esquina de una pequeña silla de montar que descansaba sobre el
mostrador.
- Dime que no compraste esa silla de
montar.
- Mi hijo la va a
necesitar.
- No por años.
Le besó la punta de la nariz, un hábito que había adquirido cuando
quería distraerla de las compras demasiado prematuras que estaba
haciendo. Botas del tamaño de una aguja con pespuntes intrincados y
un diminuto sombrero Stetson negro ya estaban esperando en el cuarto
de los niños.
- Tu nariz está fría. Hay un hotel en la calle. Podríamos conseguir una
habitación. Podría calentarte...
- Dallas, no somos visitantes. Vivimos…

- A una hora de distancia en el frío. Nos tomaría solo un minuto llegar al


hotel. Vamos, Dee. Déjame que te caliente.
Captó un movimiento por el rabillo del ojo y giró ligeramente la
cabeza. Un hombre corpulento se apoyaba contra el marco de la puerta
que conducía a su área de trabajo.
167
- Hola, señor Mason.
- Señora Leigh.
- Vamos a discutir los nombres, Mason. Volveré y te diré qué iniciales
poner en esa silla de montar.
La cara del hombre estalló en una sonrisa cordial mientras sacudía
la cabeza con evidente diversión.
- Hazlo, Dallas.
Con su brazo ceñido alrededor de sus hombros, su cuerpo
protegiéndola del viento, Dallas escoltó a Cordelia afuera. Caminaron
enérgicamente por el andén hasta el otro extremo de la ciudad donde
se encontraba el hotel de ladrillos rojos.
Dallas abrió una de las puertas y Cordelia entró rápidamente.
Se tomó un momento para disfrutar de los aromas que se filtraban
desde el restaurante, el aroma de la madera fresca, la vista de la nueva
alfombra roja, las velas parpadeando en los candelabros en previsión del
anochecer. Miró a Dallas.
- ¿Realmente no vas a registrarnos para una habitación, verdad?
Sus ojos se volvieron más cálidos que el fuego que ardía en el
hogar al otro lado del vestíbulo.
- Vamos a pasar la noche.
- No traje nada de
ropa.
- No la necesitarás.
La anticipación y la alegría la atravesaron en espiral. Nunca había
esperado que le prodigara tanta atención como lo hacía: su toque rara
vez estaba muy lejos, su mirada buscaba constantemente la suya como
si la necesitara tanto como ella lo necesitaba a él. Todas las noches
dormía entre sus brazos. Todas las mañanas se despertaba con su beso.
- Quiero verificar el restaurante mientras consigues la habitación - dijo.
Con una sonrisa que no prometía remordimientos, la besó
ligeramente en los labios antes de dirigirse a la recepción. El niño dentro
de ella pateó. Deslizó su mano dentro del abrigo y acarició el pequeño
montículo. Si solo Dallas la quisiera tanto como ya amaba a este niño.
Girando, ella entró al restaurante.
- ¡Señora Leigh!
Ella sonrió cálidamente a la gerente del restaurante.
- Hola, Carolyn.
Con las mejillas sonrosadas, Carolyn James llevaba excitación
dentro de sus ojos color avellana.
- Me preguntaba si te importaría que organizáramos una celebración
navideña aquí en Nochebuena. Pensé que sería bueno para las chicas,
aliviar la soledad de estar lejos de la familia.

- Creo que sería encantador.


La mujer se sonrojó hermosamente.
- Quizás tus hermanos quieran
venir.
- Estoy segura de que lo harán. ¿Todo lo demás marcha bien?
Carolyn asintió.

168
- Muy bien, aunque me alegrará cuando lleguen más chicas en la
primavera. Algunos de estos vaqueros comen cuatro y cinco comidas al
día.
Cordelia sonrió, sabiendo que sus apetitos tenían poco que ver con
la necesidad de comida, y mucho con el deseo, simplemente, de mirar a
una mujer.
- Discutiremos los detalles de la celebración de Navidad la próxima vez
que venga a la ciudad.
- No lo postergue demasiado tiempo señora. La Navidad estará aquí en
dos semanas.
Dos semanas. Cuando Cordelia regresó al vestíbulo, pensó que no
era posible que hubiera estado con Dallas durante siete meses, llevando
a su hijo por casi cinco. Todavía no había decidido qué regalarle en
Navidad. Él tenía todo lo que quería. Tal vez simplemente se ataría un
gran moño alrededor del vientre.
Ante el absurdo pensamiento, reprimió la risa mientras se
acercaba a la recepción donde Tyler Curtiss estaba hablando con Dallas.
Dallas deslizó su brazo alrededor de ella.
- Esta es la mujer con la que necesitas hablar.
- ¿Acerca de? - preguntó Cordelia.
Tyler miró a Susan Lee mientras estaba de pie detrás del
mostrador, con la barbilla inclinada y le dijo
- Lee, aquí…
- Es la señorita Lee para ti - dijo, con la voz humeante. En el momento
en que Cordelia conoció a su gerente de hotel, le había gustado. Su
cabello castaño estaba recogido, dejando mechones rizados para
enmarcar su rostro.
- La señorita Lee - dijo Tyler - no está dispuesta a dar a mis trabajadores
un descuento por las habitaciones. Con este frío intenso, pensé que
podrían disfrutar de unas pocas noches en la calidez del hotel,
durmiendo en una cama real, en lugar de en una hamaca, parecía justo
ofrecerles una tarifa especial ya que ellos construyeron el hotel.
- He visto a tus trabajadores. La mayoría están sucios. No se sabe qué
tipo de pestes traerán con ellos - dijo Susan.
Cordelia puso su mano sobre el mostrador.
- Ofrézcales un descuento, la mitad de la tarifa normal, con la condición
de que visiten la casa de baños antes de registrarse. Eso debería
satisfacerlos a los dos.
Tyler sonrió cálidamente.
- Gracias, señora Leigh. Trataré los detalles con la señorita Lee y se lo
haré saber a los hombres.

Le dio unas palmaditas en el brazo.


- Asegúrate de recibir una de las habitaciones más bonitas.
Dallas la aseguró contra su costado y comenzó a caminar hacia las
escaleras.
- Creo que resolver los detalles con Susan es lo que pretendía desde el
principio - dijo en voz baja cerca de su oreja.
Cordelia echó la cabeza hacia atrás.

169
- ¿Crees que tiene interés en ella?
- Sí.
Antes de que pudiera darse la vuelta para observar ese supuesto
interés, Dallas ya la escoltaba escaleras arriba. En el rellano, salió al
pasillo.
- ¿Qué cuarto?
La tomó en sus brazos y la llevó al siguiente tramo de escaleras.
- Dallas, este piso no está listo.
- ¿Estás segura?, yo pienso que sí.
- Solo la de las novias. - Su voz se anudó alrededor de las lágrimas que
se formaron en su garganta.
A grandes zancadas, caminó hasta el final del pasillo, dobló las
rodillas e insertó la llave en la cerradura.
- Parecía correcto que fueras la primera en usar tu habitación especial. -
Dio un suave empujón y la puerta se abrió.
Ya ardía un fuego perezoso en el hogar, y ella se dio cuenta de que
su verdadera razón para venir a la ciudad no era para hablar con el
curtidor como le había dicho esa tarde, sino para llevarla a esta
habitación.
- Te merecías algo mejor que lo que obtuviste en nuestra noche de
bodas, así que esto… me parece un poco tarde, pero…
- ¿Qué importa cuando me has dado tantos momentos especiales desde
entonces?
- Planeo darte más... muchos más.
Porque ella llevaba a su hijo. ¿Qué importaban las razones detrás
de su consideración y bondad? Su generosidad estaba dirigida hacia ella.
Pero las razones sí importaban. En un rincón oscuro de su corazón,
importaban.

La satisfacción se extendió por Dallas tan suavemente como el


rocío que saludaba el amanecer. Nunca antes había experimentado esta
inmensa satisfacción, no solo consigo mismo, sino con su vida, porque
antes, siempre, sin importar lo mucho que consiguiera, algo siempre
faltaba.
Ese algo ahora estaba cubierto por más de la mitad de su cuerpo,
su respiración volvía lentamente a la normalidad, un brillo en su piel
cálida que hablaba de placer, tan elocuentemente como sus jadeos
momentos antes.

Él pasó sus dedos a través del pelo de ébano desplegado sobre su


pecho. Amaba sus hilos de seda. Le encantaba el marrón de sus ojos y la
inclinación de su nariz. Le encantaban las puntas de los dedos de sus
pies, a pesar de que estaban cada vez más fríos.
Su esposa comenzó a frotarlos a lo largo de su empeine. Él amaba
eso también.
Él la amaba.
Y no sabía cómo decírselo. A veces, le decía que estaba feliz, y ella
le sonreía, pero algo en sus ojos la hacía ver triste, como si no le creyera

170
del todo.
Pensó que toda la satisfacción podría filtrarse como un agujero en
el fondo de un pozo si le decía lo que había en su corazón y la
incredulidad silenciosa llenaría sus ojos.
La había traído aquí para decírselo, para compartir sus
sentimientos en la habitación especial que había imaginado para que las
mujeres pasaran su noche de bodas. Pero ella le había dado esa mirada
antes de haber pronunciado las palabras, así que las empujó hacia atrás
y trató, en cambio, de mostrarle sus sentimientos.
Él sonrió con satisfacción. Si sus gemidos y estremecimientos eran
alguna indicación, él se lo había demostrado con éxito.
Aun así, le gustaría que ella escuchara las palabras...
Donde su estómago estaba presionado contra su vientre, sintió el
ligero movimiento de su hijo. Su satisfacción aumentó. Deslizó la mano
debajo de la cortina de cabello de Dee y extendió sus dedos sobre su
pequeño montículo.
Dee no estaba creciendo tan redonda como Amelia. Supuso que
era porque Amelia era bajita, y su bebé no tenía adónde ir. Dee era alta,
dando a su hijo un área más larga para crecer.
Disfrutaba ver los cambios en su cuerpo. El oscurecimiento de los
pezones de los que su hijo se amamantaría, el más leve ensanchamiento
de sus caderas, la insinuación de una caminata desgarbada.
Suspirando, ella se retorció contra él, abrió un ojo y lo miró.
- Mmmm. Sabía que esta habitación era una buena idea. Será difícil
dejar que gente que no conozco duerma aquí ahora.
- Entonces que no lo hagan.
Su otro ojo se abrió, y levantó la cabeza.
- Ese es el propósito de un
hotel.
Él arrastró su pulgar a lo largo de un lado de su cara.
- No tiene nada de malo que los propietarios tengan una habitación
privada que puedan usar a su conveniencia, en cualquier momento que
quieran.
Ella entrecerró los ojos con sospecha.
- Es por eso que me dijiste que necesitaría dos
habitaciones.
Inclinándose, comenzó a mordisquear sus labios. Ella lo empujó.
- Planeaste usar esta habitación todo el tiempo,
¿no?
Él se encogió de hombros.

- Parecía una buena idea en ese momento, una mejor idea ahora que la
hemos probado.
Riendo, se acurrucó en el hueco de su hombro, arrastrando sus
dedos sobre su pecho, hacia arriba y hacia abajo.
- Tal vez te dé esta habitación como regalo de Navidad.
- ¿Me das algo que ya es mío para Navidad? ¿Qué tipo de regalo es ese?
Ella levantó la cara.
- Es que lo tienes todo.
- No, no lo tengo.
171
- ¿Qué más podrías necesitar?
Tu amor. Tragó saliva.
- Algo que solo se puede entregar si no se lo piden.
Ella lo miró fijamente.
- ¿Qué significa eso?
- Demonios si lo sé. Regálame una silla nueva.
- ¡Oh! - Ella rodó fuera de la cama.
Dallas se apoyó sobre un codo.
- ¿Qué?
Miró sobre su hombro mientras comenzaba a recoger la ropa del
piso.
- Solo pensé en algo.
- ¿Algo para regalarme?
Agitó su mano desdeñosamente en el aire.
- No, tonto. Solo pensé en algo que debo decirle a Carolyn.
- ¿No puede
esperar?
- No, ella quiere tener una celebración de Navidad aquí. Quiero que siga
adelante con la idea y que haga que el señor Stewart en la oficina del
periódico redacte invitaciones y anuncios para que podamos anunciarlo
por el área.
Dallas se dejó caer sobre la almohada.
- Eso puede esperar hasta la mañana. Ven a la cama.
Estaba apresuradamente poniéndose la ropa. Cuando tenía una
idea, era como un remolino de polvo levantado por el viento.
- Me llevará solo unos minutos - corrió hacia la puerta - Además, sin
duda me enfriaré cuando baje, y puedes calentarme de nuevo.
- ¡Cuenta con eso! - le gritó mientras salía de la
habitación.
Dios mío, estaba más obsesionada con la construcción de su
imperio de lo que nunca él lo había estado, o tal vez simplemente lo
disfrutaba más.
Él estaba contento porque estos días no iba a hacer nada más que
sentarse en la terraza en su nuevo sillón hamaca. Ese regalo le había
gustado tanto a Dee, que había mandado a hacerle uno más pequeño,
que había colgado en el balcón fuera de su dormitorio.
Metió las manos debajo de la cabeza y miró al techo. Le diría que
la amaba cuando regresara, le susurraría las palabras al oído justo antes
de unir su cuerpo al de ella. Si no lo distraía con todos esos gloriosos

sonidos que hacía y la forma en que su cuerpo se movía al ritmo del


suyo.
Sonriendo, dejó que sus ojos se cerraran y comenzó a planear la
seducción. Seducirla era muy fácil. Cautivarla llevaba recompensas que
nunca imaginó que existieran.
Un grito hizo añicos sus pensamientos. Un grito de terror que
había escuchado una sola vez antes, en su noche de bodas.
Saltó de la cama y se puso los pantalones, abrochándolos mientras
bajaba las escaleras, su corazón latía con fuerza, su sangre latía a través

172
de las sienes.
Mientras bajaba, se encontró con Susan Lee en su camino hacia
arriba, con sus ojos marrones asustados.
- Ha habido un accidente.
- Querido Dios. - Él pasó a su lado.
- ¡Ella está detrás del restaurante! - le decía Susan que corría detrás de
él.
Corrió por el vestíbulo, el restaurante y salió de la cocina. Las
grandes cajas de madera que una vez habían estado apiladas afuera,
ahora yacían rotas y desordenadas en el suelo. Tyler Curtiss estaba
inclinado sobre el cuerpo tendido de Dee.
Ajeno a los fríos vientos que golpeaban su pecho desnudo y sus
pies, Dallas se arrodilló junto a su esposa y le acarició la mejilla pálida
con sus temblorosos dedos. El frío entorpeció sus sentidos. No podía
sentir su calor ni oler su dulce aroma.
- ¿Dee?
Parecía una muñeca de trapo que un niño había dejado de lado ya
que se había cansado de jugar con ella.
- Juró que escuchó a un niño llorar - se lamentó Carolyn - Yo no escuché
nada... pero ella salió... escuché un fuerte golpe, su grito... ¿está
muerta?
- ¡Ve a buscar al maldito médico! - rugió Dallas y la gente que lo rodeaba
corrió en todas direcciones.
Necesitaba calentarla, necesitaba llevarla adentro. Suavemente,
deslizó un brazo debajo de sus hombros, el otro debajo de sus rodillas.
Fue entonces cuando lo sintió, y un miedo diferente a cualquiera
que hubiera conocido antes, surgió a través de él. Había llevado a
demasiados hombres moribundos fuera de los campos de batalla para
no reconocer la sensación resbaladiza de la sangre fresca.

La había llevado a la casa, pensando que de alguna manera podría


protegerla mejor, mantenerla a salvo.
Pero mientras yacía bajo las mantas, bañada en sudor, con la cara
tan blanca como una nube en un día de verano, con la mano temblorosa
dentro de la suya, temía que nada de lo que hiciera, nada de lo que
ideara, la mantendría con él.

Con un paño caliente, limpió el brillante rocío que adornaba su


frente. Él no quería que ella tuviera frío.
Si muriera, tendría frío para siempre. No podía soportar la idea,
pero acechaba en un rincón lejano de su mente como una pesadilla
indeseada, haciéndole compañía al grito que había escuchado.
Él oiría por siempre su grito.
Ella gimió y sollozó, un pequeño sonido lastimoso, que desgarró su
corazón en jirones.
¿Dónde estaba el maldito doctor cuando lo necesitaba? Iba a
buscar otro médico para Leighton, un médico que supiera cómo
mantener el trasero en su casa, así estaría allí cuando lo necesitaran, no
un médico que vagabundeaba por el campo cuidando de personas que

173
Dallas ni siquiera conocía.
Dee soltó un pequeño grito y apretó su mano. Nunca en su vida se
había sentido tan completamente inútil.
Tenía dinero, tierra y ganado. Se había bañado en la gloria del
éxito y ¿de qué demonios lo ayudaba eso ahora? Cambiaría todo por una
oportunidad de volver el reloj atrás, para mantenerla en esa habitación
con él.
- ¿Dallas? - Amelia colocó su mano sobre su hombro - Dallas, está
perdiendo al bebé.
- Oh Dios - El dolor lo atravesó tan intensa y tan profundamente, que
pensó que podría caerse. Inclinó su cabeza y envolvió sus dedos más
firmemente alrededor de la mano de Dee. Nunca había sabido lo que
necesitaba, pero ahora lo sabía, necesitaba la fuerza silenciosa de Dee.
- Simplemente no me dejes perderla - dijo con voz áspera.
- Haré lo que pueda. Si quieres irte...
- No. No la dejaré.
Y no lo hizo. Él se quedó a su lado, secándole la frente cuando
lanzó un grito torturado, sosteniendo su mano mientras su cuerpo se
retorcía en agonía.
Las palabras le fallaron, se volvieron insignificantes. Pensó en
decirle que la pérdida no importaba, que tendrían otros hijos, pero no
podía obligarse a mentirle, y sabía que ella reconocería sus palabras por
la mentira que eran.
Ningún otro hijo, sin importar cuán especial o cuán precioso fuera,
reemplazaría a este primer niño.
Entonces hizo todo lo que sabía hacer. Él permaneció estoico, la
abrazó y deseó a Dios que de alguna manera el dolor pudiera ser de él y
no de ella.
Y él la vio llorar en silencio cuando Amelia envolvió el pequeño
cuerpo sin vida en una manta. Dallas se obligó a ponerse en pie.
- Yo lo
llevaré.
Amelia levantó la vista, la desesperación se extendió por su rostro.
- Dallas…
- Lo haré mientras terminas de atender a Dee. Cuídala.

Tomó el pequeño bulto y salió de la habitación. Era de noche, pero


hizo lo que tenía que hacer.
Construyó un pequeño ataúd y lo rellenó con las delicadas mantas
que Dee había comprado para mantener al niño caliente. Luego colocó a
su pequeño hijo dentro de la caja de madera.
Con los fríos vientos del invierno aullando a su alrededor, cavó una
tumba cerca del molino de viento que estaba cerca de la casa y dejó a
su hijo en reposo.
Tan gentil como las suaves lágrimas de un ángel, los copos de
nieve comenzaron a caer en cascada desde los cielos.
Con un escalofrío de desesperación recorriendo su cuerpo, Dallas
cayó de rodillas, clavó los dedos en la tierra recién revuelta y lloró.

174
Cordelia se obligó a sí misma a atravesar la niebla de agotamiento
y dolor. Cada centímetro de su cuerpo protestaba, su corazón protestaba
sobre todo porque recordaba la pérdida y la pena en el rostro de Dallas
cuando le había quitado su bebé a Amelia.
Reprimió un grito cuando los dedos empujaron y pincharon. Ella
abrió los ojos. ¿No había ya sufrido lo suficiente? ¿Por qué estaba el Dr.
Freeman, torturándola ahora?
Él bajó su camisón y colocó las mantas sobre ella, aparentemente
sin darse cuenta de que se había despertado. A través de los ojos
entreabiertos lo vio cruzar la habitación hacia la ventana, donde Dallas
estaba mirando a través del vidrio.
- ¿Va a vivir? - preguntó Dallas.
- Debería - dijo el Dr. Freeman - pero va a necesitar mucho descanso.
Cuídala por un tiempo - El Dr. Freeman puso su mano en el hombro de
Dallas - Y encuentra una forma de decirle con delicadeza que no podrá
tener más hijos.
El corazón de Cordelia se contrajo, y presionó su mano contra su
boca, mordiéndose los nudillos para evitar gritar. Dallas sacudió la
cabeza y miró al médico.
- ¿Estás seguro de que no puede tener más hijos?
El Dr. Freeman suspiró pesadamente.
- Tiene suerte de estar viva. Se lastimó por dentro y por fuera. Sus
lesiones fueron extensas, y va a haber muchas cicatrices. Según mi
experiencia, no veo cómo podría quedar embarazada.
Caminó silenciosamente por la habitación. Dallas colocó un puño
cerrado en la ventana e inclinó la cabeza.
El corazón de Cordelia se hizo añicos al saber que había perdido su
sueño.

175
CAPÍTULO 16

Antes de estar completamente despierta, antes de abrir los ojos,


ella era consciente de sus cálidos dedos entrelazados con los suyos. Sus
párpados se agitaron, y pudo ver a Dallas sentado en una silla al lado de
la cama, con la cabeza gacha y la cara sin afeitar.
Las lágrimas se atascaron en su garganta y quemaron detrás de
sus ojos. Parecía un hombre de luto. Ella usó la poca fuerza que tenía
para apretar sus dedos.
Levantó la cabeza y se inclinó hacia adelante. Sus ojos estaban
inyectados en sangre y bordeados de rojo. Suavemente él le corrió unos
mechones de pelo de su cara.
- ¿Cómo te sientes? - preguntó en una voz que sonaba tan áspera como
papel de lija. Se volvió borroso cuando sus lágrimas salieron a la
superficie.
- ¿Fue nuestro bebé un niño? - le
preguntó.
Él apretó los ojos cerrados y presionó los labios contra el dorso de
su mano. Luego los abrió y le sostuvo la mirada. Ella observó su
garganta trabajar mientras tragaba.
- Sí, lo era. Yo, eh, lo puse a descansar cerca del molino de viento. Yo...
Siempre me gustó la forma en que suenan las cuchillas cuando llega el
viento, y no sabía qué más hacer.
Dee deseó tener la fuerza para sentarse y envolverse con sus
brazos alrededor de él, para consolarlo. Las lágrimas brotaron.
- Escuché lo que dijo el Dr. Freeman, que no podré tener otros hijos.
Dallas, soy estéril.
- Shh. Vas a estar bien y eso es lo que importa. Pensé que también iba a
perderte.
En ese momento, no creía poder amarlo más, por la mentira que
había dicho con tanta sinceridad. Ella sabía la verdad. Si ella también
hubiera muerto, podría volver a casarse con cualquiera de las mujeres
que se habían mudado recientemente a Leighton, y tener el hijo que tan
desesperadamente deseaba.
Él se relajó en la silla.
-Dee, quiero saber qué pasó.
Olfateando, frunció el ceño.
- ¿Qué pasó?
- Saliste de la habitación. Te escuché
gritar…
Ella apretó su mano, pedazos de imágenes corriendo por su
mente.

- Oh, Dallas, Rawley.


- ¿Rawley?
- El niñito. Escuché llorar a un niño. Salí por detrás del hotel y lo vi
pegado a una esquina, llorando. Entonces alguien me empujó y las cajas
cayeron sobre mí... Oh, Dallas, él también puede estar lastimado. ¿Él…?
- Solo te vi a ti.
176
- Dallas, tenemos que encontrarlo.- Intentó sentarse, y él le puso las
manos en los hombros.
- No puedes salir de la cama. Enviaré a Austin a buscarlo.
- Haz que traiga a Rawley aquí para que pueda ver que está bien.

Rawley Cooper sabía que estaba en un gran problema. Lo había


sabido por días y sabía que tarde o temprano su error lo alcanzaría.
Él hubiera deseado que fuera más tarde.
Se sentó mirando las llamas rojas y anaranjadas mientras
caldeaban y calentaban la habitación. El hombre que lo había traído a
esta gran casa estaba sentado con los pies apoyados en el escritorio,
con las espuelas colgando por el borde.
El hombre le había dicho que su nombre era Austin. Una vez, Rawley
había pasado por un pueblo llamado Austin. Pensó que este hombre era
muy importante ya que tenía una ciudad que llevaba su nombre.
Los hombres importantes asustaban a Rawley. Podían hacer lo que
quisieran y nadie los detenía.
Rawley casi saltó de su piel cuando Austin abrió un cajón.
- Dallas tiene algunas gotas de limón aquí. ¿Quieres una?
Miró a Austin, vio la bolsa que sostenía en su mano, la bola
amarilla que estaba rodando entre sus dedos. Recordó que el hombre le
había dado una zarzaparrilla una vez y que no lo había lastimado cuando
la había tomado. Pero eso había sido hace mucho tiempo. Negó con la
cabeza y volvió su atención al fuego.
Sabía todo lo que quería saber acerca de tomar regalos. Tarde o
temprano, siempre venían con un alto precio.
- No hablas mucho, ¿verdad? - dijo Austin.
Rawley se preguntó si corría hacia el fuego si él lo tragaría.
Pensaba en eso a veces. Encontrar una manera de desaparecer para que
nadie pudiera tocarlo, para que nadie pudiera lastimarlo.
- ¿Dónde está tu mamá? - preguntó
Austin.
- Muerta,
creo.
- ¿No lo sabes?
Rawley levantó un hombro.
La puerta se abrió. Austin dejó caer los pies al suelo y se levantó.
Rawley se puso de pie también, sus piernas temblando. Mejor enfrentar
al hombre que lo quería.
- Lo encontraste - dijo el
hombre.

Era grande, Rawley lo había visto con la bella dama.


- Sí. Su papá se desmayó en el salón. Le dije al camarero que le avisara
cuando se despierte que el niño está aquí.
- Bueno.
El hombre se sentó en su silla detrás del escritorio. Austin subió la
cadera y plantó su trasero en la esquina del escritorio. Rawley trató de
177
no parecer asustado pero tenía la sensación de que no estaba teniendo
mucho éxito.
El hombre se inclinó hacia adelante.
- ¿Sabes quién soy?
Rawley asintió.
- Sí, señor. Usted pertenece a la bella
dama.
Una esquina del bigote del hombre se levantó mientras sonreía
levemente.
- Creo que lo hago. Me llamo Dallas Leigh. La bella dama es la señora
Leigh. - Su sonrisa desapareció rápidamente, dejando su boca con
expresión dura - Se lastimó hace unas noches.
El corazón de Rawley comenzó a latir tan rápido que pensó que
podría escapar a través de su pecho.
- ¿Ella
murió?
- No, pero está herida... grave. Dijo que alguien la empujó. ¿Sabes quién
lo hizo?
Rawley negó con la cabeza rápidamente y bajó la vista al suelo
para que Dallas Leigh no pudiera ver que estaba mintiendo. El silencio
se extendió entre ellos. Rawley oyó crujir los troncos cuando las llamas
los devoraron. Pronto no serían más que cenizas. Deseó que algo lo
convirtiera en cenizas.
- ¿Te gustaría verla?
Su mirada se disparó. Dallas Leigh lo miraba como si pudiera ver a
través de él. Pensó que cualquiera que le mintiera al Sr. Leigh saldría con
la parte posterior ampollada.
Él asintió vacilante, preguntándose qué le costaría ver a la bella
dama, esperando que no estuviera tan lastimada que no pudiera
sonreírle. Él amaba sus sonrisas. Sus sonrisas no eran como las sonrisas
que le daba la mayoría de la gente, sonrisas que ocultaban algo feo
detrás de ellas.
El señor Leigh se puso de pie y miró a Austin.
- El Dr. Freeman está comiendo algo en la cocina. Llévalo al piso de
arriba.
Austin salió de la habitación con los brazos balanceándose. El
señor Leigh puso su mano sobre el hombro de Rawley. Rawley
retrocedió.
El Sr. Leigh lo estudió por un minuto, sus ojos marrones lo
penetraban. Rawley pensó que podía ver claramente su espina dorsal.

- Sígueme - dijo el Sr. Leigh y caminó dando grandes zancadas hacia la


puerta. Rawley habría tragado saliva si hubieran podido, pero su boca se
había secado más que el algodón que había recogido un verano.
Siguió al Sr. Leigh al pasillo. Nunca había visto una casa tan grande
ni unas escaleras tan anchas. Pensó que diez hombres podían caminar
uno al lado del otro por esas escaleras sin tropezarse. En lo alto de las
escaleras, le hubiera gustado tomarse un momento para mirar hacia
abajo, para fingir que era el rey del mundo, pero no se atrevió. No creía
que el Sr. Leigh fuera un hombre paciente, ni que comprendiera su
178
deseo de mirar hacia abajo a un mundo que siempre lo había
despreciado.
El Sr. Leigh abrió una puerta.
- Aquí
dentro.
El corazón de Rawley se aceleró. La bella dama le sonreiría, tal vez
le tendería la mano y le hablaría con esa voz que sonaba tan suave
como el viento. Se limpió las manos en los pantalones, no queriendo que
sintiera su sudor, y entró en la habitación.
Su corazón cayó al suelo.
Su mirada recorrió la habitación, buscando una señal de que no
había sido engañado, pero con un conocimiento que un muchacho de su
edad no debería poseer, comprendió muy bien la verdad de su situación.
Sabía que no debía confiar, que no debía esperar, que no debía
desear.
Escuchó un arrastrar de pies y se volvió. Un hombre que parecía que
debería estar acostado en un ataúd estaba parado en la entrada.
- Este es el Dr. Freeman - dijo el Sr. Leigh - Te va a echar un vistazo.
Rawley se tragó la bilis que le quemó la garganta.
- La bella dama…
- Puedes verla tan pronto como el Dr. Freeman termine
contigo.
- ¿Ella quiere que haga esto? -
preguntó.
- Sí. - El señor Leigh le asintió levemente al médico y salió al pasillo,
cerrando la puerta.
Rawley luchó contra la amarga desilusión de la traición y comenzó
a dejarse llevar a un lugar donde el sol lo mantenía caliente, la hierba
era suave bajo sus pies, y la brisa siempre olía a flores.

Dallas tenía pocas dudas de que el chico sabía quién había


empujado a Dee, quien era el responsable del daño que le había quitado
a su hijo.
Pero también había visto algo con lo que estaba demasiado
familiarizado. Lo había visto surgir más profundamente en los ojos del
niño: miedo.
El chico no le diría a Dallas lo que quería saber porque le temía a
quien había estado detrás del hotel, más de lo que le temía a él.
- Parece que le lleva mucho tiempo al Dr. Freeman - dijo Dee en voz baja.

Dallas se apartó de la ventana y miró a su esposa. Él había


apoyado almohadas detrás de su espalda para que pudiera sentarse en
la cama. Él le traía la comida, asegurándose de que tenía mucho para
beber, y había empezado a leerle por las noches. Dee parecía tener poco
interés en otra cosa que no fuera el bienestar del niño, y Austin tardó
dos días en encontrarlo.
- Eso parece, porque estamos esperando. El tiempo pasa de manera
diferente cuando estás esperando - aún se veía tan pálida - ¿Quieres que
te lave el pelo otra vez?
179
- No - Ella estudió sus manos juntas.
Apenas lo había mirado desde que había perdido al bebé. No podía
culparla. Él no había escuchado a su padre, no había creído que fuera
delicada. La había dejado salir de la habitación sin escolta mientras él
yacía en esa cama pensando en lo que quería hacer con su cuerpo
cuando regresara.
La vergüenza surgió dentro de él. No la había considerado tan
preciosa como debería haberlo hecho, y su falta les había costado a los
dos, no solo un hijo, sino también la oportunidad de un futuro juntos. Ella
había querido darle un hijo, y durante un corto tiempo pareció que
también lo había querido. Se había reído tan fácilmente mientras
cargaba a su hijo, resplandecía de anticipación y sonreía
constantemente.
Durante las noches, habían susurrado cosas tontas: los libros que
le leería, las cosas sobre el ganado que Dallas le enseñaría, las
habilidades de construcción que Dee compartiría con él. Lo llevarían a la
cima de un molino de viento y le enseñarían a soñar: grandes sueños.
Tantos momentos planeados, que en una noche se habían
convertido en polvo para volar sobre la pradera y perderse.
La puerta se abrió y el doctor Freeman asomó su rostro esquelético
a la habitación.
- Dallas, necesito hablar contigo un
momento.
Dee frunció el ceño.
- ¿Rawley Está lastimado?
- Está bien - dijo el Dr. Freeman - Solo necesito hablar con Dallas.
Desapareció en el pasillo. Dallas salió de la habitación y cerró la
puerta. El doctor Freeman estaba de pie junto a una ventana, mirando
hacia afuera, con las manos cerradas en apretados puños a los lados.
- Hay momentos en que lamento haber jurado no causar ningún daño -
dijo con los dientes apretados - Ese chico tiene más cicatrices que la
tierra reseca tiene grietas. ¿Sabes lo que él pensó que yo quería hacer? -
El Dr. Freeman negó con la cabeza ferozmente - No, por supuesto que
no. - Cuando se volvió, Dallas se sorprendió al ver las lágrimas brillar en
los ojos del hombre. - Creo que esa excusa lamentable de hombre que
se hace llamar el padre del niño lo ha estado vendiendo.
Dallas sacudió la cabeza hacia atrás.
- ¿Venderlo? ¿A quién?

- Hombres. Hombres que prefieren niños a mujeres.


A Dallas se le revolvió el estómago.
- ¿Estás seguro?
- No puedo jurarlo, pero apostaría mi
vida.
- ¿En Leighton?
- La perversión no se viste de manera diferente que tú o yo. No se puede
mirar a un hombre y decir lo que está en su cabeza o en su alma. He
visto a los hombres más honrados de otras comunidades hacer cosas
que te revolverían el estómago, y solo supe de ellos porque fueron
demasiado lejos y necesitaron mis servicios.
180
Dallas sintió que la ira impotente se hinchaba dentro de él.
- ¿Hay algo que puedas hacer por el chico?
El Dr. Freeman negó con la cabeza.
- El dolor que ha sufrido en el exterior sana, pero es el profundo dolor
que debe sentir por dentro lo que me preocupa, las cicatrices que llevará
consigo por el resto de su vida.
- No lo llevaré de vuelta a la ciudad - dijo Dallas con
determinación.
- Dejaré que su padre lo sepa.
- No, déjame a su padre.

Rawley Cooper sabía que había cometido un gran error. Todo lo


que el doctor había querido hacer era mirarlo. No podía recordar lo que
había dicho, pero supo el momento exacto en que el doctor descubrió lo
que él creía que quería hacerle. Pensó que el hombre flaco iba a vomitar
en el suelo, y Rawley sabía que ahora no lo dejarían ver a la hermosa
dama. Sabían que estaba sucio por dentro y por fuera.
Oyó la puerta abrirse. Recogió su vergüenza de la misma manera
que había juntado su ropa. Él se giró de la ventana.
El señor Leigh llenó la entrada.
- Ponte la ropa, muchacho.
Rawley asintió e hizo lo que le dijeron. Había pensado en ponérsela
antes, pero el doctor no se lo había dicho, así que decidió esperar. Él
siempre estaba haciendo lo que se suponía que no debía hacer.
Cuando sus dedos se habían saltado los dos ojales de su camisa
que ya no tenían botones, y se había abrochado el botón superior de la
garganta, el botón que casi lo amordazaba pero lo hacía sentir
protegido, levantó su mirada hacia el hombre imponente.
El Sr. Leigh salió al pasillo.
- Ven conmigo, muchacho.
Echando un último vistazo a todas las cosas nuevas y bonitas de la
habitación, caminó lentamente hacia el pasillo. El señor Leigh estaba de
pie junto a una puerta abierta que daba a una habitación en la esquina.
- Deja de arrastrar los pies. Mi esposa está ansiosa por verte.
El corazón de Rawley se sentía como las alas inquietas de una
mariposa que alguna vez ahuecó en sus manos. El señor Leigh sabía la

verdad sobre él, podía verlo en sus ojos, y todavía iba a dejar que viera a
la bella dama. Se apresuró a entrar en la habitación antes de que el
señor Leigh pudiera cambiar de opinión.
Luego se paró en seco. La dama estaba sentada en la cama,
parecía un ángel. Ella sonrió suavemente y le tendió la mano.
- Rawley, estoy tan feliz de que pudieras venir a visitarme.
Se acercó más a la cama, y ella agitó su mano.
- Dame tu
mano.
Sacudió la cabeza.
- No estoy
limpio.
181
- Eso no
importa.
Sabía que ella pensaba que él estaba hablando de tierra, pero
estaba hablando de algo tan sucio que ensuciaba hasta su alma. Las
lágrimas le quemaron los ojos cuando esta vez negó con la cabeza.
El señor Leigh caminó hacia el otro lado de la cama y se paró cerca
de su esposa.
- Está bien, Rawley.
Entonces se atrevió a levantar su mirada. El Sr. Leigh asintió. Dio
un paso más y tocó con sus dedos la mano de la dama. Ella cerró su
mano alrededor de la suya. Su mano era cálida, suave y se tragó la
suya. Se preguntó si la mano de su madre habría sido así.
La dama tiró suavemente y él se acercó. Ella pasó sus dedos sobre
su frente. Él nunca había sido tocado con tanta dulzura.
- ¿Estás bien? - le
preguntó.
El asintió.
- Las cajas no cayeron sobre mí.
- Me alegro.
De repente recordó todos los gritos que había escuchado, toda la
sangre, los gritos sobre el bebé.
- ¿Dónde está tu
bebé?
Las lágrimas brotaron de sus ojos, y el señor Leigh bajó la vista al
suelo.
- Está en el cielo - dijo en voz baja.
- Lo siento - graznó Rawley mientras las lágrimas que había estado
luchando por contener se rompieron - Lo siento.
Ella lo acercó y presionó su cabeza contra su pecho.
- No fue tu culpa.
Pero él sabía que sí lo era. Si él no hubiera gritado. Sabía que no
debía llorar. La mujer lo sacudió de un lado a otro mientras lloraba. No
sabía que tenía tantas lágrimas. Cuando dejó de llorar, su camisón
estaba mojado, pero a ella no pareció importarle.
Por un largo tiempo, simplemente se paró a su lado y la dejó
sostener su mano.
Cuando la dama se durmió, ayudó al Sr. Leigh a subir las mantas hasta
su barbilla. A través de la ventana, pudo ver que la noche había caído.

Siguió al señor Leigh a través de la casa, a través de grandes


habitaciones, hasta que llegaron a la cocina.
Austin se sentó en una pequeña mesa, comiendo estofado.
- Siéntate, muchacho - dijo el Sr. Leigh.
Rawley se deslizó en la silla. Estaba avergonzado cuando su
barriga gruñó como un perro enojado. Austin le sonrió. El Sr. Leigh puso
algo de guiso en un bol y lo colocó frente a él.
- Vamos, chico, come - dijo el Sr. Leigh.
Rawley se retorció.
- No tengo forma de
pagarte.
182
- ¿Qué pasó con ese dólar que te di?
- Lo enterré. Construyeron un hotel encima. No sabía que iban a hacer
eso hasta que fue demasiado tarde.
El Sr. Leigh se frotó el bigote.
- Esa debe ser la razón por la cual el hotel tiene tanto éxito. Quizás
deberíamos cambiar el nombre por el de Suerte Dólar Hotel.
Rawley se encogió de hombros.
- Anda come, muchacho. Hiciste sonreír a mi esposa. Eso vale más que
un dólar para mí.
Cautelosamente, Rawley se llevó una cucharada de guisado a la
boca. Normalmente comía lo que sea que dejara su pa, lo que
generalmente no era mucho. Nunca antes había tenido su propio tazón.
Su propia comida. Su boca y su estómago querían que comiera rápido,
pero se obligó a sí mismo a comer despacio, a fingir que tenía su propia
comida todas las noches y que podía comer todo lo que quisiera.
Cuando terminó de comer, el Sr. Leigh lo hizo tomar un baño y
ponerse algunas ropas viejas de Austin. Le dijo a Rawley que Austin
tenía ocho años cuando uso esa ropa. Como la ropa le quedaba bien,
Rawley se preguntó si eso significaba que tenía ocho años. Se preguntó
si eso significaba que llegaría a ser tan alto como Austin.
Como sabía que no podía correr más rápido que el Sr. Leigh,
Rawley lo siguió escaleras arriba hasta la habitación donde había estado
antes, donde el médico lo había mirado. El señor Leigh se detuvo y
sostuvo algo hacia Rawley.
- ¿Sabes lo que es esto? - le preguntó el Sr. Leigh.
- Una llave.
- ¿Sabes para qué se usa?
- Para bloquear la puerta para que no puedas
salir.
El señor Leigh entró en la habitación e insertó la llave en un
agujero al otro lado de la puerta.
- A partir de ahora, esta será tu habitación. Cierra la puerta y gira la
llave para que nadie pueda entrar en esta habitación a menos que tú lo
desees.
- ¿Ni siquiera tú? - preguntó sospechosamente.
- Ni siquiera yo. Te doy mi
palabra.

El señor Leigh salió de la habitación y cerró la puerta. Rawley


metió la llave más profunda en el agujero y la giró. Escuchó el eco de un
clic.
Esperó y escuchó con fuerza. Oyó las botas del Sr. Leigh golpeando
el piso del pasillo. Él lo escuchó en las escaleras. Entonces él no lo
escuchó más.
La luz de la luna entraba por la ventana, guiándolo. Caminó hacia
la cama, se quitó las botas y se arrastró debajo de las mantas.
Olían limpio y fresco, justo como lo imaginaba, y crujieron debajo
de él. Miró la puerta por un largo rato, a la sombra de la llave en la
cerradura. Cuando sus ojos se cerraron, por primera vez en su vida,
durmió sin miedo.
183
Dallas caminó a través de las puertas de madera del salón. El
aroma del whisky recién echado y el humo rancio del cigarrillo asaltaron
sus fosas nasales.
Si fuera sábado por la noche, no podría caminar por el salón sin
tropezarse con alguien, pero esta noche solo estaban las heces de su
ciudad.
Varios hombres jugaban cartas en una mesa. Un hombre sentado
solo en la mesa de un rincón tomaba un whisky. Otro hombre estaba de
pie en la barra, con los brazos cruzados sobre la parte superior.
- Vamos, camarero, dame un whisky - dijo, su voz ronca.
- No vendo licor a crédito - dijo Beau mientras secaba un vaso, luego lo
levantó para que las velas de su lámpara pudieran bailar sobre el vidrio -
¿Por qué no te vas a casa, Cooper?
- Porque no estoy lo suficientemente
borracho.
Dallas se dirigió al bar y puso una moneda en el mostrador.
- Whisky.
Beau puso un vaso frente a él y sirvió un largo trago, luego caminó
hacia el otro extremo de la barra. La mirada negra de Cooper se
precipitó hacia el cristal. Pasó su lengua por sus labios agrietados.
- No consideraría comprarme una bebida, ¿verdad?
- No, pero quiero hablar contigo sobre tu hijo.
- ¿Rawley? - Sus labios se extendieron en una distorsionada sonrisa -
Difícilmente pareces del tipo que se interese por Rawley, pero lo que un
hombre es por dentro no siempre se ve por fuera - Se inclinó más cerca
y su aliento rancio se elevó como una nube de polvo - Cinco dólares por
veinte minutos. Veinte dólares puedes tenerlo toda la noche.
Dallas había esperado, rezado, que el Dr. Freeman se hubiera
equivocado. No hizo ningún intento por contener el odio en su voz.
- ¿Podemos discutir esto afuera?
Cooper se burló.
- Claro. No quieres que la gente conozca tus placeres. Puedo respetar
eso. También sé cómo mantener la boca cerrada.

Salió tambaleándose del salón. Dallas lo encontró al lado del


edificio. Una linterna que colgaba de un poste envió un pálido resplandor
sobre el hombre mientras le tendía la mano.
Dallas nunca le había pegado a un hombre. Nunca había usado
otra cosa que su voz para hacer que un hombre escuchara y obedeciera,
para hacer que un hombre se retorciera cuando fuera necesario, para
hacer que un hombre lamentara haber elegido erróneamente.
Pero esta noche, su voz simplemente no parecía ser suficiente. Él
trajo su brazo hacia atrás y golpeó con su puño anudado en la nariz de
Cooper. Éste chilló como un cerdo salvaje y retrocedió, la sangre
brotando de sus dedos mientras cubría su rostro. Cayó al suelo y maldijo
mientras se tambaleaba sobre sus rodillas.
Dallas esperó hasta que Cooper se puso de pie antes de enterrar

184
su puño en el estómago del hombre. Cuando Cooper se inclinó con un
gruñido, Dallas clavó su puño en la barbilla del hombre.
Escuchó el sonido satisfactorio del hueso que se rompía. Cooper
cayó de espaldas, gimiendo y llorando.
- ¡No me pegues! ¡No me golpees otra
vez!
Dallas se agachó junto a la lastimosa excusa de un padre, agarró
su camisa y lo levantó de un tirón. Cooper gritó.
- ¡No más!
Dallas miró la sangrienta carnicería.
- Mantente alejado de Rawley o la próxima vez usaré mi
arma.
- ¡Él es mi
chico!
- Ya no - dijo Dallas mientras empujaba al hombre de regreso al suelo -
Ya no.

Dallas vio que Rawley se metía los huevos y las galletas en la


boca. Tardó diez minutos en convencer al chico de que la comida era
para él, de que le darían más si quería. Una vez convencido, Rawley
había devorado un plato de huevos y cuatro galletas más, como si
temiera que la oferta se anulara. Dallas tenía pocas dudas de que al
chico se le había ofrecido mucho en su vida que rápidamente fue
retirado. Dallas apoyó los codos sobre la mesa y sorbió lentamente el
café negro de su taza. Esa mañana, cuando le había llevado el desayuno
a Dee, le había dicho que el chico se iba a quedar.
- Quiero que se quede, Dallas, pero no podemos decidir qué es lo mejor
para la gente. Rawley podría haber estado feliz donde estaba. No creo
que lo haya sido, pero no puedes alejarlo de su padre sin su
consentimiento.
Ella tenía razón, por supuesto. Dallas la había sacado de su casa
sin saber, o preocuparse, si ella en realidad quería irse. Parecía tener la
costumbre de decidir qué debían hacer las personas con sus vidas.
Preguntar nunca entró en su cabeza.

Cuando Rawley se metió el último bocado de galleta en la boca y


se bebió un vaso de leche, Dallas dejó la taza a un lado. Echó un vistazo
a Austin antes de dirigir su mirada hacia el chico.
- Rawley, tengo una oferta para ti.
La desconfianza brotó en los ojos del niño, y pareció que podría
devolver el desayuno.
- Necesito un ayudante - agregó rápidamente
Dallas.
Rawley frunció el ceño.
- ¿Un
ayudante?
- Sí. Tengo un gran rancho y muchas responsabilidades. A veces, no
tengo tiempo para hacer todo. Necesito a alguien que pueda ayudarme
y encargarse de algunas cosas.
185
- ¿Cómo qué? - preguntó.
Dallas sintió un nudo en el estómago. Un niño de la edad de
Rawley no debería saber lo suficiente sobre la vida como para que la
sospecha marque su mirada.
- Cuidar del maldito perrito de las praderas, por un lado.
- Soy bueno en eso.
- Sé que lo eres. También necesito a alguien que pueda engrasar mi silla
de montar, cepillar mi caballo, alguien para hacerle compañía a mi
esposa mientras estoy revisando el rancho. Puedes dormir en esa
habitación de arriba, comer todo la comida que entre en tu estómago, y
recibirás un dólar por semana.
Los ojos negros de Rawley se ensancharon maravillados.
- ¿Te refieres a un dólar a la semana para mí?
- Para guardarlo o para gastar. Depende de ti. Simplemente no lo
entierres. Si quieres guardarlo, lo pondremos en el banco.
Rawley frunció el ceño y se mordió el labio inferior.
- Mi pa…
- Hablé con tu padre anoche. Dijo que está bien si quieres quedarte aquí
y trabajar para mí.
Rawley asintió vigorosamente, su pelo negro golpeando su frente.
- Sí. Puedo trabajar
duro.
- Sé que puedes, hijo - Un dolor agudo apuñaló el pecho de Dallas. No
había tenido la intención de llamar así al chico. Su hijo yacía en el suelo
frío. Empujó la silla hacia atrás y se levantó - Cuando termines de comer,
subes las escaleras y le pides a la Sra. Leigh que te lea. Le gusta leer en
voz alta.
A grandes zancadas, abandonó la casa antes de cambiar de
opinión sobre dejar que el chico se quedara. El niño no podía reemplazar
a su hijo, nadie, nada podía.

186
CAPÍTULO 17

De pie frente a la ventana de su dormitorio, Cordelia contempló la


tierra que parecía tan fría como su corazón, tan vacía como el lugar
donde una vez había crecido su hijo. A veces, imaginaba que aún podía
sentirlo patear. Ella presionaba la mano en su estómago, recordando
todas las veces que Dallas había puesto su gran mano debajo de su
ombligo, esperando, conteniendo la respiración, hasta el momento en
que se unía a ellos con sus imperceptibles movimientos. La tierna
sonrisa que él le había otorgado cuando sintió el movimiento. La calidez
de sus labios contra su carne cuando su boca reemplazó su mano,
besándola suavemente, haciéndola sentir preciosa.
Preciosa porque su sueño crecía dentro de ella.
Las lágrimas salieron a la superficie y ella las obligó a retroceder.
Estaba cansada de llorar, cansada del dolor en su pecho que sabía que
nunca se iría, cansada de añorar los sueños que nunca serían.
Con el bebé, había albergado la esperanza de que Dallas llegara a
amarla; si no por ella, por el hecho de que le había dado un hijo y a
través de ella había adquirido su sueño.
Pero la esperanza había muerto con su hijo.
Dallas acudía a su habitación todas las tardes para preguntarle por
su salud, pero él nunca llegaba a su cama. Él nunca la abrazaba. Ya no la
miraba como si ella colgara las estrellas.
Y ella lo echaba tanto de menos.
Llamaron a su puerta, ella se apartó de los cielos grises.
- Adelante.
Dallas entró en la habitación.
- No estás lista.
Echó un vistazo al vestido rojo que le había traído de la ciudad.
¿Cómo podría ella vestirse de rojo cuando estaba de luto? ¿O un niño
que nunca había vivido no recibía un período de luto?

- No estoy dispuesta a ver


gente.
- Has estado en esta habitación durante dos semanas, Dee. Si no puedes
bajar las escaleras, te llevaré, pero la Nochebuena siempre ha sido un
momento especial para mi familia. Es la única tradición que tenemos. -
Su nuez de Adán se deslizó lentamente hacia arriba y hacia abajo. -
Significaría mucho para mí si te unes a nosotros, sino por mí, por Rawley.
No estoy seguro de que el niño siquiera sepa lo que es la Navidad.
Rawley. Pensó en la forma en que se quedaba inmóvil como la
piedra y escuchaba, apenas respirando, cuando ella le leía.
- Estaré abajo en diez minutos.
Él asintió y salió de la habitación. Rápidamente se lavó en el agua
tibia que él le había traído antes. Se cepilló el pelo y se lo levantó del
cuello. Luego se puso el vestido rojo, para Dallas, un pequeño regalo
intrascendente para él porque sabía que la prefería de rojo.
187
Salió al pasillo, sorprendida de encontrar a Dallas apoyado contra
la pared, con la cabeza inclinada. Había notado tan poco acerca de él
antes, pero ahora notó todo.
El brillo en sus botas, el chaleco rojo debajo de su chaqueta negra, un
rojo que hacía juego con su vestido, la corbata negra en su garganta.
Lentamente, levantó la mirada. En otro momento, ella sabía que él
le habría sonreído. Ahora, él solo la miraba con incertidumbre, una mujer
a quien los votos matrimoniales lo habían encadenado, una mujer que
no podía satisfacer el deseo solitario de su corazón.
Se apartó de la pared y dobló el codo.
Siempre el caballero... incluso ahora honrando su palabra cuando
ella ya no podía honrar la suya.
Desafió una sonrisa y colocó su brazo sobre el suyo. Lentamente
descendieron las escaleras, una pared de silencio alzada entre ellos.
¿Cómo podía un niño que nunca había tenido en sus brazos, al que
nunca le había dado palmaditas en la cabeza o al que nunca le había
dado un beso de buenas noches, dejar un abismo tan doloroso en su
alma?
Entraron al salón y el mundo se transformó en alegría. En un
rincón lejano, con cintas rojas, palomitas de maíz envainadas y pasas de
uva, y herraduras pintadas de vivos colores que decoraban sus ramas,
un extenso cedro rozaba el techo.
Austin se sentó al estilo indio junto al árbol, Maggie se acurrucó contra
su costado. Tomó un paquete de debajo del árbol, lo colocó entre sus
orejas y lo sacudió. La sonrisa de Maggie creció cuando el cascabel
rebotó alrededor de ellos.
- ¿Qué piensas? - preguntó.
- ¡Un cachorro!
Austin se rió entre dientes.
- No lo creo. - Dejó el paquete y buscó
otro.
Houston y Amelia se sentaron en el sofá, sus dedos entrelazados,
susurrándose uno a otro sin apartar los ojos de su hija.

Rawley estaba parado al lado de una silla vacía, vistiendo una


versión en miniatura de la chaqueta, chaleco y corbata de Dallas. Con su
cabello negro peinado hacia atrás, su rostro limpio, y sus manos
anudadas a los costados, se preguntó si él sabía que la Navidad llegaba
con regalos.
Maggie chilló.
- ¡Tía Dee, has venido! - Ella saltó, corrió por la habitación y envolvió sus
pequeños brazos alrededor de las rodillas de Cordelia - Estoy tan feliz -
Ella miró a Dallas. - ¿Ahora?
Tocó la punta de su nariz.
- En un
minuto.
Torpemente, Amelia se puso de pie con la ayuda de Houston.
Presionando con una mano su estómago sobresaliente, sonriendo
suavemente, ella se tambaleó por la habitación. Con lágrimas en los
ojos, abrazó a Cordelia.
188
- Feliz Navidad - susurró.
Cordelia luchó por contener sus propias lágrimas. Ella había
esperado una Navidad llena de alegría, no de tristeza. Cuando Amelia
retrocedió, Cordelia le apretó las manos y le dedicó una sonrisa
temblorosa.
- ¿Cómo te
sientes?
Amelia sonrió alegremente.
- Me levanté esta mañana y quería limpiar la casa de arriba a abajo.
Estoy tan contenta de que la víspera de Navidad sea hoy cuando no
estoy tan cansada.
- Yo también - dijo Houston - Ella quería que la ayudara a limpiar - Se
inclinó y presionó un beso en la mejilla de su cuñada - Feliz Navidad,
Dee.
- ¿Por qué no te sientas aquí? - Dijo Dallas mientras la acompañaba a la
silla donde estaba Rawley, como centinela silencioso.
Sentada en la silla, le sonrió a Rawley y tocó con un dedo la solapa
de su chaqueta.
- Ciertamente te ves muy
guapo.
Manchas dobles de color rojo en sus mejillas. Miró hacia abajo,
botas nuevas, tan brillantes como las de Dallas. Había estado tan
envuelta en su dolor que no había considerado que el niño podría
necesitar, quizá querer, ropa nueva. Levantó la mirada, queriendo
agradecer a Dallas por asegurarse de que el niño estuviera vestido tan
bien como todos los demás en este día especial.
Pero él se había alejado y estaba parado junto al árbol. Se aclaró la
garganta.
- Nuestra madre creía en esta tradición. No tenía muchas, pero la
Navidad siempre había parecido especial - Él encontró la mirada de
Houston - Austin no recordaba nuestras tradiciones porque era muy
joven cuando nuestra madre murió, pero Houston y yo las recordamos.
Dimos nuestra palabra de que las compartiríamos con Austin, y en algún

momento con nuestras familias. Siempre nos hace sentir como si


nuestra madre todavía estuviera con nosotros - Se aclaró la garganta de
nuevo - De todos modos, ella siempre cantaba una canción antes de que
se abrieran los regalos.
Houston se acercó a él. Austin tomó su violín, lo colocó debajo de
su barbilla y colocó su arco sobre las cuerdas. Con un golpe largo y
lento, trajo la hermosa música a la habitación. Luego Dallas y Houston
agregaron sus voces profundas a las variedades líricas del violín.
- Noche silenciosa Santa noche…
La voz de Dallas era una rica resonancia que parecía extenderse y
tocar cada rincón de la habitación. Houston sonaba como si el ganado le
hubiera enseñado a cantar, pero no importaba. Las palabras viajaron
desde sus corazones y sus recuerdos. Cordelia se quedó asombrada al
escuchar a tres hombres y tres hermanos rendirle un homenaje especial
a la mujer que los había traído al mundo a cada uno de ellos.
Dallas titubeó ante las palabras "madre e hijo" y se calló. Él la
189
miró, y por un breve momento ella vio el crudo dolor que le había estado
ocultando. Entonces la voz de Amelia se sumó, llenando la habitación
cuando se acurrucó contra el costado de Houston y la envolvió con su
brazo.
Cordelia quería levantarse de la silla, cruzar la habitación, abrazar
a Dallas y decirle que todo estaría bien, que encontraría una manera de
arreglarlo todo, pero vio a una familia parada frente al árbol, cuatro
personas que se amaban. No pudo encontrar el coraje para caminar
entre ellos y pedirles que la aceptaran como estaba, quebrada.
Una pequeña mano encontró su camino dentro de la suya.
Sonriendo suavemente a Rawley, se preguntó si él sentía que no
pertenecía allí tanto como ella.
Las voces resonaron con las últimas palabras del himno, y
mientras se apagaban, Austin se tomó su tiempo, permitiendo que las
últimas tensiones de la música se desvanecieran.
Maggie caminó hacia Dallas e inclinó la cabeza hacia atrás.
- ¿Ahora?
Él sonrió cálidamente.
- Ahora.
Ella chilló y cayó al piso, aplaudiendo.
- Ahora, Unca Austin, ahora.
Austin apartó su violín y la señaló con el dedo.
- No mirar, no abrir nada hasta que todos tengan el
suyo.
Asintiendo con la cabeza, ella se arrodilló. Houston y Amelia
regresaron a sus lugares en el sofá, y Dallas se apoyó contra la pared,
con los brazos cruzados sobre el pecho.
Cordelia apretó la mano de Rawley.
- ¿No quieres acercarte al
árbol?
Él negó con la cabeza inclinada, pero ella podía verlo mirando por
debajo de sus pestañas hacia el árbol.

Austin se arrodilló y tomó un regalo.


- Está bien, veamos qué tenemos aquí - Dio vuelta la caja envuelta una y
otra vez, frunciendo el ceño - Mmmm... oh, espera, lo veo - Él sonrió
ampliamente - Maggie.
Ella aplaudió, tomó el regalo y arrastró su trasero hasta el suelo.
Austin alcanzó otra caja y levantó una ceja.
- Maggie.
Maggie tenía seis regalos a su lado antes de que Austin frunciera
el ceño y la fulminara con la mirada.
- ¿Cómo es que estás obteniendo todos los regalos?
Ella sonrió brillantemente.
- Fui demasiado buena. - Miró por encima del hombro a Rawley - ¿No
fuiste bueno?
Cordelia sintió que la mano de Rawley se estremecía dentro de la
suya y vio su mandíbula apretarse.
- Fue muy bueno - dijo en su defensa, deseando haber estado lo
suficientemente bien como para viajar a la ciudad para comprarle un
190
regalo, preguntándose qué podría tener en su habitación que pudiera
darle.
- Bueno, creo que sí - dijo Austin - Suerte, aquí. Este es para Rawley - Le
dio el regalo a Maggie - Llévaselo Maggie May.
Tomó el regalo de Rawley y se lo tendió, pero él solo miró la
pequeña caja oblonga.
- ¿No lo quieres? - preguntó Maggie.
- Lo tomaré - dijo Cordelia y dejó el regalo a sus pies. Ella leyó la
etiqueta, agradecida a Austin por recordar al niño.
- Estaré maldito - dijo Austin - Rawley otra vez.
- ¡Oh! - Maggie protestó mientras tomaba el gran regalo plano de Austin
y se volvía a llevárselo.
- Vamos a entregar rápido el
resto.
Ella lo ayudó, dejando regalos a los pies de los adultos. Cordelia
miró sus dos regalos. Uno de Austin. Uno de Houston y Amelia. Había
perdido el entusiasmo por la temporada cuando había perdido a su hijo,
pero a juzgar por la cantidad de obsequios que aparecían, asumió que
Dallas no lo había hecho. Observándolo mientras se mantenía apartado
de la reunión, pensó que podía decir cuándo un regalo de él se lo
entregaron a alguien. Un calor tocó sus ojos, como si estuviera
complacido de poder dar en abundancia a aquellos que amaba.
Sin embargo, ella no recibió ningún regalo de él.
- ¿Qué demonios es esto? - Preguntó Austin mientras sacaba una gran
caja envuelta desde detrás del árbol. Los ojos de Maggie se agrandaron
y su boca formó un gran círculo - Dios mío, es para Rawley - dijo Austin -
Ayúdame a pasárselo, Maggie May.
Ambos hicieron un gran espectáculo al empujar el paquete por la
habitación. Cuando se detuvieron, Maggie plantó las manos en la caja y
se inclinó hacia Rawley, inclinando la cabeza hacia atrás.

- Debes haber sido más bueno que yo.


Austin juntó sus manos.
- Eso es. Veamos qué tenemos.
Austin se apresuró a cruzar la habitación y comenzó a desgarrar
sus regalos como si tuviera la misma edad que Maggie.
Cordelia escuchó unos pasos silenciosos y levantó la vista. Dallas
estaba de pie frente a ella, sosteniendo una pequeña caja envuelta con
un pequeño lazo rojo.
- Es solo algo - dijo - Temía que se perdiera bajo el
árbol.
Con dedos temblorosos, ella tomó el regalo, desató
cuidadosamente la cinta roja, retiró el papel y abrió la caja. Un medallón
en forma de corazón estaba acurrucado entre el algodón. Diminutas
flores habían sido grabadas sobre el oro. Las lágrimas quemaron la parte
posterior de su garganta mientras miraba a Dallas.
- Yo... no tengo nada para ti -
susurró.
- Bajo las circunstancias, no esperaba que lo hicieras - Se agachó frente
a Rawley - ¿Vas a abrir tus regalos?
191
Rawley miró al señor Leigh, y luego bajó la vista hacia las cajas
envueltas, tratando de creer que eran realmente para él, preguntándose
si no sería mejor dejarlas tal como estaban, cuidadosamente envueltas
con su nombre en ellas, eran los regalos verdaderos que nunca había
recibido en su vida.
- Siempre empiezo por el más pequeño - dijo el Sr. Leigh mientras
recogía el primer regalo que Rawley había recibido y lo sostenía hacia él.
A Rawley se le secó la boca. Tenía que confesarse primero. Se
llevarían los regalos, pero tenía que decirle la verdad al señor Leigh.
- No fui
bueno.
El señor Leigh se frotó el bigote negro con el pulgar y el índice.
Rawley había descubierto que lo hacía cuando estaba pensando mucho.
- Hay una diferencia entre ser malo y hacer cosas malas. A veces, una
persona hace algo porque no tiene otra opción. Puede que no le guste lo
que hizo... pero eso no lo convierte en una persona mala.
Rawley había hecho muchas cosas que no le gustaban. El Sr. Leigh
sacudió la caja debajo de su nariz. Sacudió algo feroz.
- Austin, ¿has puesto una serpiente de cascabel aquí? - preguntó el Sr.
Leigh.
Austin estaba metiendo su mano en un nuevo guante. Él levantó la
vista.
- No se lo digas. Arruinará la sorpresa.
El señor Leigh levantó una ceja.
- ¿Qué piensas?
Rawley arrugó la nariz.
- Pensé que las cascabeles dormían en invierno.
- Tal vez será mejor que lo abras y veas.
Rawley asintió y tomó el regalo. Sus dedos temblaban tanto que
apenas podía agarrar el pequeño trozo de cuerda. Tiró del lado libre y

movió el papel a un lado. Luego, conteniendo la respiración, levantó la


tapa y miró dentro.
- Santa vaca - susurró.
Nunca había visto tantas zarzaparrilla en toda su vida, excepto en
la tienda general. No sabía mucho sobre cómo contar, pero sabía que un
centenar era un gran número, así que pensó que tenía al menos cien
palos en esa caja. Sería un anciano antes de que terminara de comerlos.
- Puedes comerlos cuando quieras, Rawley - dijo Austin, con una gran
sonrisa.
- ¿Puedo comer uno ahora? - preguntó.
- No tienes que preguntar - dijo el Sr. Leigh - Son tuyos para hacer con
ellos lo que quieras.
Suyos. Cien palos de zarzaparrilla. Quizás más. Se le hizo agua la
boca cuando sacó uno de la caja y se lo metió en la boca. El sabor ácido
lo recorrió. Miró a la dama. Tenía lágrimas en los ojos. Pensó que ella
también quería un palo de zarzaparrilla, pero no parecía que sus cajas
tuvieran el tamaño adecuado para contener unos. Él sabía lo que era
querer, y nunca tener. Entonces sostuvo la caja hacia ella.

192
- ¿Quiero uno?
Más lágrimas llenaron sus ojos junto con una sonrisa gloriosa que
ella le dio cuando metió la mano en su caja.
- Gracias.
Él había hecho eso. La había hecho sonreír. Nunca en su vida tuvo
nada más que miseria para compartir con la gente. Se sentía tibio por
dentro sabiendo que tenía algo bueno que podía compartir, incluso si
eso significaba que no podría comérselos a todos. Empujó la caja hacia
el Sr. Leigh.
- ¿Quiero uno?
El Sr. Leigh sonrió también, mientras tomaba un palo y se lo metía
en la boca. Rawley se preguntó si el bigote del señor Leigh olía a
zarzaparrilla después de haber comido los dulces.
Reuniendo su coraje, recorrió la habitación, ofreciéndose a
compartir su regalo con todos, incluso con la niña malcriada, viendo
crecer sus sonrisas, deseando tener más para darles. Cuando regresó a
su lugar, echó un vistazo a las dos cajas sin abrir. No creía que pudieran
contener nada mejor de lo que ya había obtenido.
Dejó a un lado su caja de dulces y abrió el siguiente regalo,
guardando el más grande para el final. Su corazón se desplomó cuando
miró dentro de la caja. Una manta. Una manta que podría usar cuando lo
llevaran de vuelta a la ciudad, y durmiera junto a los edificios otra vez.
Había estado trabajando tan duro, esperando que lo mantuvieran para
siempre, pero parecía que no había trabajado lo suficiente.
- ¿Vas a abrir el último? - le preguntó el Sr. Leigh.
Rawley asintió, aunque no quería abrirlo, para ver qué más le
habían dado. Separó la cinta y retiró el papel, abrió la caja y se quedó
mirando.

Miró el fino cuero marrón que brillaba como si alguien lo hubiera


escupido una y otra vez. El señor Leigh metió la mano en la caja y sacó
la silla de montar.
La señora Leigh llevó los dedos a la esquina de la silla.
- Esas son tus iniciales.
No sabía cuáles eran sus iniciales, pero estaba seguro de que
reconocía una buena talla cuando la veía, y alguien había tallado
pequeños diseños a lo largo de toda la silla de montar, excepto por el
lugar donde le había puesto las letras.
- Bueno, ahora, si ese no es el regalo más estúpido que he visto - dijo
Austin mientras se acercaba para ver de cerca - ¿Qué estabas pensando,
Dallas?
Cordelia se preguntó qué estaría pensando Dallas. Había planeado
darle esa silla de montar a su hijo, un hijo que nunca tendría.
- ¿De qué le sirve una silla de montar si no tiene un caballo? - preguntó
Austin.
- ¡Pero le dimos un caballo! - Maggie se tapó la boca con la mano y se
volvió hacia su padre con los ojos verdes muy abiertos.
Houston la levantó en el aire, y ella chilló.
- Mantuviste ese secreto más tiempo de lo que pensé que harías - dijo,

193
sonriendo.
Dallas desplegó su cuerpo.
- Vamos afuera.
Sostuvo su callosa mano hacia Cordelia. Ella deslizó su mano en la
suya, saboreando la fuerza que sentía, el calor, recordando la sensación
de sus manos tocándola íntimamente ya que nunca la tocarían de
nuevo.
Él la ayudó a ponerse de pie. Austin arrojó a Dallas un abrigo de
una silla cercana. Con él la cubrió a Cordelia. Los otros se encogieron de
hombros antes de atravesar las puertas que conducían a la galería.
Rawley se había puesto la chaqueta, pero ahora estaba de pie
como una estatua, mirando a la puerta, sin aliento. Cordelia extendió su
mano hacia él.
- Vamos, Rawley. Parece que este último regalo fue demasiado grande
para envolverlo.
Él negó con la cabeza vigorosamente.
- No quiero un caballo. No quiero tener que
irme.
- No tienes que irte, hijo - dijo Dallas.
El corazón de Cordelia se tambaleó ante la palabra… hijo… dicha
con tanta facilidad.
- Entonces, ¿por qué me das un caballo si no quieres que me vaya de
aquí?
- ¿De qué otra manera vas a controlar mi rebaño y contar el ganado por
mí?
El pánico se adentró en los ojos oscuros de Rawley.
- No sé cómo contar.

- ¿Puedes atar un nudo en una cuerda?


Rawley asintió vigorosamente.
- Entonces puedo enseñarte a contar.
Cordelia cerró los ojos de golpe. Dallas le enseñaría a Rawley como
una vez había planeado enseñarle a su propio hijo. Se preguntó si él era
consciente de que le estaba diciendo a Rawley cosas que había
planeado decirle a su propio hijo.
Pero Rawley no llevaba la sangre de Dallas; él no era un Leigh. Sin
embargo, no pudo evitar preguntarse si este niño del infortunio, podría
llenar el vacío en sus corazones.
Al abrir los ojos, envolvió su mano en la de Rawley.
- Será mejor que miremos este caballo antes de que comiences a hacer
planes. Puede que ni siquiera quieras conservarlo.
Rawley asintió con entusiasmo.
- Oh, quiero quedármelo, incluso si él es feo.
Dallas se aclaró la garganta y una sonrisa tiró de la esquina de su
boca.
- Eres demasiado fácil de complacer, Rawley.
Caminaron hacia el porche, tomados de la mano, una familia que
podría haber sido, un recordatorio agridulce de lo que nunca sería.
Atado a la barandilla de la baranda, un caballo manchado de
blanco y marrón relinchó.
194
Rawley soltó la mano de Cordelia y se dirigió al borde de la galería.
Dallas continuó sosteniendo su mano con fuerza. Ansiaba que su brazo
la rodeara, para encontrar de nuevo la intimidad que habían compartido
al anticipar el nacimiento de su hijo.
Rawley se giró, con incredulidad en sus ojos.
- ¿Él es mío?
- Él es tuyo - dijeron los tres hermanos a la vez.
Intercambiaron miradas, y Cordelia vio un vínculo entre ellos que
no existía entre sus propios hermanos.
- Debido a que parece que alguien le ha salpicado pintura, se lo conoce
como pintura o pinto - explicó Amelia - Tendrás que darle un nombre.
- ¡Spot! - Maggie gritó mientras envolvía sus manos alrededor de la viga
de la galería y se reclinaba hacia atrás - Spot es un buen nombre.
Rawley la miró como si hubiera perdido la cabeza.
- ¿Spot? Ese no es un nombre para un caballo.
Ella arrugó su pequeña nariz y le sacó la lengua.
- ¿Entonces qué?
Rawley frunció el ceño.
- Mi madre se llamaba Shawnee. ¿Podría llamarlo Shawnee?
Amelia soltó un pequeño grito y tropezó contra Houston, su mano
presionada contra su estómago.
- ¡No tengo que llamarlo así! - Gritó Rawley - ¡Puedes ponerle el nombre!
Houston envolvió sus brazos alrededor de su esposa mientras
comenzaba a jadear por aire. Dallas apretó la mano de Cordelia.

- ¿Qué pasa? - preguntó Houston, un hilo de pánico en su voz


normalmente tranquila.
- ¿Ma? Ma? - Maggie dijo débilmente, las lágrimas brotaban de sus ojos
cuando alcanzó a su madre. Austin la tomó en sus brazos y la sangre se
le escapó de la cara.
La respiración de Amelia comenzó a equilibrarse. Echó un vistazo
alrededor de la multitud atónita, su sonrisa temblaba, su mano
presionada debajo de su garganta.
- Lo siento, pero vamos a tener que irnos a casa
ahora.
Houston la miró incrédulo.
- ¿Estás teniendo el
bebé?
- Creo que sí. Tenemos que irnos a casa.
- Al diablo con eso - dijo Houston mientras la tomaba en sus brazos. Miró
a Dallas - ¿Qué cuarto?
- La habitación de Dee. La habitación de la esquina.
- No quiero tener al bebé aquí - dijo Amelia.
- Demasiado tarde - dijo Houston ásperamente - Austin, busca al Dr.
Freeman.
Houston entró a la casa con su esposa protestando en sus brazos.
Austin entregó a Maggie a Dallas.
- Demonios - se quejó Austin - Diciembre. ¿Podría haber escogido un mes
peor? Me niego a llamar a algún pariente mío Algo… diciembre.
- Ve a buscar al médico y nos preocuparemos por como vamos a llamar
195
al bebé más tarde - le dijo Dallas.
Sin decir una palabra más, Austin corrió hacia el granero. Dallas
tocó con su dedo la nariz de Maggie.
- Tu mamá va a estar bien.
- ¿Promesa? - le preguntó con voz temblorosa.
- Te doy mi palabra - Miró a Cordelia - Houston probablemente pueda
ayudar hasta que el médico llegue, pero ¿por qué no vas a ver si
necesitan algo? Pondremos a Shawnee en el establo y luego entraremos.
Ella asintió temblorosamente y entró a la casa, rezando para que
todo estuviera bien. Fuera de su habitación, respiró profundamente
antes de abrir la puerta.
Houston tenía un fuego encendido en el hogar, las cortinas
echadas hacia atrás en las ventanas y su esposa acostada en la cama.
Su vestido estaba sobre una silla.
Cordelia les dio a ambos una sonrisa trémula.
- ¿Te gustaría tomar prestado un camisón?
- Sí - dijo Houston.
- No - dijo ella.
Con una gran tristeza en los ojos, Amelia sostuvo la mano hacia
Cordelia, ella corrió por la habitación y envolvió sus manos en las de
Amelia.

- Lo siento mucho - dijo Amelia - He tenido pequeñas puntadas todo el


día, pero pensé que pasarían. Sé que esto es duro para ti. No quería
tener a mi bebé aquí.
Cordelia apartó un mechón de cabello rubio de la frente de Amelia.
- No seas ridícula. No puedes dejar de tener bebés solo porque yo no
puedo tenerlos. Déjame traerte un camisón. Probablemente te trague,
pero estarás más cómoda. Amelia asintió levemente en señal de
aquiescencia. Cordelia caminó hacia el armario, escuchó un grito
ahogado y giró.
La cara de Amelia se contorsionó de dolor, su mano apretando la
de Houston, su respiración irregular.
- Prueba relajarte - dijo su esposo con voz
tranquilizadora.
- Intenta relajarte tú- espetó ella. Amelia cayó contra las almohadas,
respirando pesadamente y le sonrió a su esposo - No creas nada de lo
que diga en esta habitación - Ella lanzó un largo y lento respiro - Este
bebé estará aquí demasiado rápido.
Demasiado pronto resultó ser no tan demasiado pronto por lo que
respecta a Cordelia. Sintió como si mil horas hubieran pasado mientras
ayudaba al Dr. Freeman, limpiando la frente de Amelia, sosteniéndole la
mano, asegurándole que todo estaría bien, hasta que escuchó ese
primer llanto carnal unos minutos después de la medianoche. Las
lágrimas llenaron los ojos de Cordelia cuando el Dr. Freeman colocó al
bebé en los brazos de Amelia.
- Oh, ¿no es hermosa? - Amelia preguntó en voz baja.
Cordelia le dio unas palmaditas al reluciente brillo de sudor de la
garganta de Amelia.
- Sí, ella lo es.
196
Amelia la miró.
- Ve por Houston por favor.
- Todavía no, niña - dijo el Dr. Freeman - Todavía no hemos terminado. No
sé por qué ustedes, mujeres, piensan que terminamos en el momento en
que sostienen al bebé.
- Tal vez porque ese minuto es el que hemos estado esperando nueve
meses - dijo Amelia mientras pasaba sus dedos sobre el cabello oscuro
de su hija.
- Entrégasela a Cordelia por un minuto - ordenó el Dr. Freeman -
mientras tú y yo terminamos aquí.
Cordelia tomó a la preciosa niña y la envolvió en una manta azul
suave con la que había planeado envolver a su propio hijo. Tan pequeño.
Con profundos ojos azules, la niña la miró.
- ¿Debería lavarla? - preguntó Cordelia.
- Dale un poco de tiempo para acostumbrarse a estar afuera - dijo el Dr.
Freeman. -Puedes lavarla mientras Amelia duerme.
- Quiero ver a Houston primero - dijo Amelia.
El Dr. Freeman colocó las mantas sobre ella.

- Entonces lo buscaré. Mi trabajo está terminado esta noche, así que me


voy a casa, pero te veré mañana por la tarde - Él señaló con un dedo
huesudo y nudoso a su cuñada - Quédate aquí hasta que te diga que
puedes irte a casa.
Ella sonrió suavemente.
- Gracias doctor.
- No me agradezcas, niña. Esta es la parte de ser médico que más
disfruto - Él arrugó la frente - Ahora que lo pienso, podría ser la única
parte que disfruto - le dio unas palmaditas en la cabeza - Te veo
mañana.
Cordelia volvió a colocar al bebé en los brazos de Amelia.
- Querrás mostrarle a Houston a su hija.
Amelia agarró su mano.
- Gracias. Sé que fue difícil para ti.
Cordelia le apretó la mano.
- No querría haber estado en ningún otro
lado.
Dio un paso atrás cuando el Dr. Freeman cruzó la habitación
arrastrando los pies y abrió la puerta.
- Supongo que está esperando entrar aquí - dijo el Dr. Freeman.
- ¿Está bien? - preguntó Houston mientras pasaba al lado del Dr.
Freeman.
- Por supuesto que sí.
Houston cruzó la habitación y se arrodilló junto a la cama, su
mirada se centró únicamente en su esposa. Sonriendo, ella dobló la
manta hacia atrás.
- Tenemos otra
hija.
- Una hija - dijo Houston con asombro mientras tocaba con un dedo
grande la pequeña mano en puños - Ella es tan bella como su madre - Él
levantó su mirada hacia la de su esposa - Nunca te volveré a tocar.
197
Amelia miró a Cordelia.
- ¿La llevarás
ahora?
Con cuidado, Cordelia envolvió a la niña en sus brazos.
- Esta vez lo digo en serio - dijo Houston.
- Sé que lo haces - dijo Amelia mientras le tocaba la mejilla - Ahora, ven
y abrázame.
Cuidadosamente, se subió a la cama, se acostó junto a su esposa,
la rodeó con sus brazos y presionó su mejilla en la parte superior de su
cabeza.
- Te amo.
- Creo que esa es nuestra señal para irnos.
Cordelia giró la cabeza. No había escuchado a Dallas entrar en la
habitación, pero él la estaba mirando con una intensidad que hacía que
su corazón latiera más rápido que los cascos de un caballo desbocado.
- Necesito lavar al
bebé.
El asintió.
- He calentado la cocina.

Ella lo siguió desde la habitación, y él cerró la puerta en silencio.


- ¿Estás bien? - preguntó mientras bajaban las escaleras.
- Solo
cansada.
- Houston pensó que tenían un par de semanas más, o no las habría
traído hoy.
- Me alegro de que hayan venido. Me gustaría pensar que nos
necesitaban.
Caminaron por el comedor.
- ¿Dónde están los niños? - le preguntó.
- Los puse en la cama poco después del atardecer - Él abrió la puerta
hacia la cocina. Una cálida y agradable sensación se apoderó de
Cordelia, y sostuvo a la niña más cerca de su pecho. Dallas sacó una
tetera del fuego y vertió agua en un cuenco. Él ya había puesto toallas y
mantas sobre la mesa.
- Has hecho esto antes - dijo Cordelia en voz baja.
Él la miró.
- Cuando nació Maggie, Houston es bastante inútil preocupándose por
Amelia de la manera en que lo hace.
- ¿Y cuando nació tu hijo?
Ella vio como su nuez de Adán se deslizaba lentamente hacia
arriba y hacia abajo.
- Sí, lo bañé también - Él dejó el hervidor - ¿Por qué no la pones en las
toallas allí? La sostendré mientras la lavas.
Ella dejó a la bebé. Dallas deslizó su gran mano debajo de su
cabeza oscura.
- Primero le lavaremos el pelo. No le gustará, pero tiene que hacerse -
dijo.
Cuando Cordelia roció las primeras gotas de agua tibia sobre la
cabeza de ella, la bebé arrugó la cara y soltó un gemido.
198
- ¿Crees que la estoy lastimando? - Cordelia preguntó mientras el
lamento se intensificaba.
- Nah, ella solo está ejercitando sus pulmones - Suavemente, él giró a la
niña, acunándola de costado para que Cordelia pudiera lavarle la parte
de atrás de la cabeza.
- Ella es muy pequeña - dijo Cordelia.
- Sip, pero eso no durará.
Mientras Dallas la ayudaba a limpiar a la criatura, un dolor se
instaló en lo profundo de su pecho por todos los niños que Dallas
cuidaría en el futuro, todos los niños que no le pertenecerían. Los hijos
de Houston. Los hijos de Austin. Pero nunca uno suyo.
Qué injusto el destino, darle al padre de Rawley un hijo que nunca
apreciaría, mientras que Dallas viviría el resto de su vida sin esperanza
de tener un hijo. Él, cuyas grandes manos acunaron y consolaron a esta
niña. Él, que miraba a este niño de apenas una hora de nacido, con amor
en los ojos.

Mientras que el padre de Rawley le dio a su hijo nada más que


dolor, Dallas se encargaría de que su hijo tuviera todo lo que su corazón
deseara.
Cuando terminó de lavar al bebé, vio que Dallas le daba
palmaditas a su sobrina y le ponía un vestido azul sobre la cabeza. Un
vestido que su hijo hubiera usado. Él trajo una manta seca alrededor del
bebé y la acunó dentro de la curva de su brazo. Una esquina de su
bigote se levantó cuando sonrió.
- Hola, pequeña diciembre. ¿No eres una belleza? ¿Estás lista para ver a
tu mamá? ¿Quieres algo para comer?
Miró a Cordelia, con tristeza en los ojos.
- ¿Querrías llevarla arriba?
En ese momento, supo que lo amaba más profundamente de lo
que creía posible.
- No, llévala tú.
Cuando él se fue, ella miró alrededor de la cocina. Juntos se habían
preocupado por la hija de Houston. Trabajaron bien juntos, siempre lo
habían hecho.
- Habríamos sido buenos padres - susurró a las sombras en la esquina -
No es justo que se nos haya negado la oportunidad.
Sin saber su destino, salió de la casa, sus pies calzados con
zapatillas dejaron un rastro en la fina capa de nieve.
El viento azotaba a su alrededor, y ella oyó el rápido clack-clack
del molino de viento. Entonces estaba junto a la tumba de su hijo, por
primera vez.
En un trozo de madera un simple epitafio:
LEIGH
HIJO
1881

Ella quería abrazarlo. Quería bañarlo, peinarlo y verlo crecer. Ella


quería que sus lágrimas humedecieran su hombro y su risa llenara su

199
corazón. Quería todo lo que nunca podría tener, y que deseaba
desesperadamente.
La angustia desgarró su pecho por todo lo que habían perdido: su
hijo y la base de un amor que él podría haberles dado a sus padres.
Dallas ahora nunca la amaría, como ella lo amaba.
Oyó pisadas amortiguadas, pero no pudo darse vuelta. Trató de
secarse las lágrimas de las mejillas, pero otras salieron a la superficie.
Ella envolvió sus brazos alrededor de sí misma, tratando de contener el
dolor, pero solo aumentó.
Dallas colocó su chaqueta de piel de oveja sobre sus hombros. Sus
brazos la rodearon, y la trajo contra su pecho.
Para su mortificación, soltó un pequeño gemido y su agarre se
tensó.
- Ni siquiera lo vi - dijo, con voz irregular.

- Era tan pequeño, era difícil de decir... pero me gusta pensar que se
habría parecido a ti.
- Duele. Dios, como duele.
- Lo sé - dijo en voz baja.
- Perdimos tanto cuando lo perdimos a él.
- Todo - dijo en voz baja - Perdimos todo.
Sus palabras la rodearon en el viento.
Todo.

200
CAPÍTULO 18

Cordelia entró en la casa y se detuvo al ver a Cameron y a Duncan


de pie justo al lado de la puerta. La alegría se hinchó dentro de ella
mientras Cameron levantaba la vista y sonreía.
Ella corrió hacia adelante, tomando sus manos. Él le dio un beso
en la mejilla. Luego alcanzó a Duncan.
- Es tan bueno verte - dijo.
- La Navidad no es lo mismo sin ti - dijo Cameron, y Duncan asintió con
la cabeza.
- Esperaba verlos hoy, pero - señaló hacia las escaleras - Amelia tuvo a
su bebé anoche, y todo ha sido tan agitado.
La tristeza llenó los ojos de Cameron cuando bajó la mirada a su
cintura.
- Escuchamos que perdiste a tu bebé.
Las lágrimas llegaron de repente, sin previo aviso, quemando sus
ojos, obstruyendo su garganta hasta que no pudo hacer poco más que
asentir.
- Lo siento, Dee - dijo Cameron.
Ella se llevó una mano a los labios, deseando poder controlar el
abrumador dolor.
- En realidad, es por eso que estamos aquí - dijo Duncan - Boyd quería
encontrarse con Dallas.
Cordelia tragó las lágrimas.
- ¿Boyd está
aquí?
- Sí, está en la oficina hablando con Dallas.
- ¿Acerca de
qué?
Sus hermanos desviaron sus miradas, uno mirando sus botas, el
otro al techo. El presentimiento la atravesó. Corrió por el pasillo y
empujó la puerta parcialmente abierta.
Dallas estaba parado frente a la ventana, mirando hacia afuera.
Boyd estaba parado al lado del escritorio, con un pergamino en la mano.
- Así que así es como lo veo - dijo Boyd - El contrato dice que si ella te
diera un hijo, nos cederías la tierra. Ella te dio un hijo. Es lamentable que
muriera, pero eso no cambia el hecho de que mantuvo su parte del
trato. Espero que mantengas tu pala…
- El infierno lo hará - lo interrumpió Cordelia.
Dallas se giró, la agonía reflejada en su mirada, justo antes de
cubrirla con una máscara de indiferencia.
- Dee…
- Esto no te concierne, Cordelia - dijo Boyd.

- Demonios, claro que así. Tú y papá me han negociado por una franja de
tierra, y ahora tienen el descaro de decir que no me concierne. ¿Cómo
se atreven? ¿Cómo se atreven a entrar en nuestra casa y demandar algo
201
de nosotros, cualquier cosa de Dallas? No hay un tribunal en el estado
que se ponga del lado de ustedes y que diga que un hijo muerto es lo
mismo que un hijo vivo...
- Dee… - comenzó Dallas.
- ¡No! - gritó, doliéndole por él, un dolor que se retorcía dentro de ella
por todo lo que habían perdido. No perderían más. Volvió su mirada
endurecida hacia su hermano y presionó una mano en su pecho - ¡Nos
duele, maldita sea! Perdimos algo que deseábamos desesperadamente,
algo que nunca podremos recuperar. ¿Dónde estaba mi familia cuando
estaba sufriendo? ¿Dónde estaba mi familia cuando pensé que podría
morir? ¡Marcando la tierra que querían reclamar! - Tembló de rabia,
herida por la desilusión - Nunca más quiero que pongas un pie en esta
casa. Nunca vas a tener la tierra, porque ahora ya no puedo darle a
Dallas un hijo vivo. Tengo una gran necesidad de golpear algo, Boyd, y si
no sales, de mi vista en este momento, hay muchas posibilidades de que
seas el que reciba mis golpes.
Boyd miró a Dallas.
- ¿Vas a dejar que hable por
ti?
Dallas asintió sabiamente.
- Incluso te sostendré, si ella quiere
golpearte.
- Te arrepentirás por no haber cumplido con tu palabra - escupió Boyd
justo antes de salir de la habitación.
Cordelia se dejó caer en una silla, temblando como si la hubieran
arrojado a un río helado. Dallas se arrodilló junto a ella.
- Nunca he incumplido mi palabra, Dee, pero por ti, lo haré. Volveré a
alambrar el río si quieres.
Ella sacudió la cabeza.
- No sé lo que quiero ahora. Solo abrázame.
Él envolvió los brazos a su alrededor, ella presionó su rostro en su
hombro y lloró: por la familia McQueen que había perdido y por la familia
Leigh, que nunca tendría.
Mientras paseaba por el depósito en la parte trasera del granero,
Austin oyó una débil respiración, como alguien corriendo, luchando por
respirar. Se detuvo y escuchó con atención. Luego, con mucha cautela y
tranquilidad, subió al desván.
Rawley estaba apretujado en una esquina, con los brazos
apretados alrededor de las rodillas dobladas, balanceándose,
meciéndose adelante y atrás.
Austin se detuvo sobre el piso cubierto de paja.
- ¿Rawley? - nunca había visto el terror puro, pero sabía que lo estaba
viendo ahora. Tocó el hombro del niño y pudo sentir los temblores
corriendo a través de él.
- Él está aquí - susurró Rawley.

- ¿Quién está
aquí?
- El hombre que lastimó a la bella
Dee.
202
Austin se arrastró sobre su vientre hacia la ventana abierta en el
desván y miró hacia afuera. Reconoció los tres caballos atados a la
barandilla, pero no podía creer que uno de los hermanos McQueen fuera
el responsable de herir a Dee. Echó un vistazo por encima del hombro.
- ¿Estás seguro de que él está aquí?
Como una tortuga asustada, Rawley levantó los hombros como si
creyera que podía esconder su cabeza.
- Le pagó mi pa.
- ¿Para qué le pagaría a tu padre?
Rawley rodó sus hombros hacia adelante.
- Para lastimarme - susurró en una voz que se hizo eco de la vergüenza.
La rabia se apoderó de Austin.
- ¿Me lo puedes señalar cuando se vaya?
Rawley negó con la cabeza vigorosamente.
- Dijo que me mataría si alguna vez lo decía.
- Te doy mi palabra, Rawley, que nunca te tocará de nuevo. - Él extendió
su mano - Pero tengo que saber quién es antes de poder tratar con él.
Vamos. Ayúdame.
Más lento que un caracol, mirando como si en cualquier momento
se fuera a esconder en la esquina, Rawley se arrastró hacia Austin. Éste
lo jaló hacia abajo hasta que quedaron tendidos en el piso, sus ojos justo
sobre la paja.
Austin vio a los tres hermanos McQueen salir de la casa y montar.
- ¿Cuál?
Rawley señaló con un dedo tembloroso.
- El que está en el
medio.
- ¿Estás seguro? - Austin le preguntó.
- Sí
señor.
Austin volvió la cabeza y le sonrió al chico.
- Lo hiciste bien, Rawley. Déjame el resto a mí.

Dos horas más tarde Austin entró pavoneándose al salón. El humo


era denso, el ruido más denso. Puso una moneda de cinco centavos
sobre el mostrador y miró a su presa.
- Cerveza.
Tomó el vaso y bebió el brebaje amargo de un trago. Era el más
joven, el bebé, el que todos los demás siempre defendían.
No esta vez.
Sacó su arma de la pistolera, apuntó con cuidado y disparó una
bala en la pared del salón... justo encima de la cabeza de Boyd
McQueen.
Boyd se inclinó en su silla y golpeó el suelo con un ruido sordo. Él
se acercó chisporroteando. Austin no podía creer la calma que se

apoderó de él mientras lo veía atravesar la habitación. Los hombres se


apartaron de su camino. Los hombres que habían estado sentados en la

203
mesa de Boyd se apresuraron a moverse a otras mesas.
Austin plantó las manos sobre la mesa y frunció el ceño a Boyd.
- Sé la verdad sobre todo. Te mantendrás lejos de mí, de los míos, y de
cualquiera que considere mío o mi próxima bala pasará por tu corazón.
Él giró sobre sus talones.
- No tienes agallas para matar - se burló Boyd.
Austin se volvió lentamente y se enfrentó a su adversario.
- Recuerda mis palabras, McQueen. Nada me proporcionaría mayor
placer que liberar al suelo de tu sombra.

La primavera llegó como si el invierno no hubiera sentido el dolor,


cubriendo la tierra en una gran variedad de rojos, amarillos y verdes.
Cordelia se sentó en el porche de la casa de Amelia, viéndola como
amamantaba a Laurel Joy. La niña movió sus gorditos brazos y piernas al
ritmo de su boca succionadora. A Cordelia no le molestaba que Amelia
sostuviera a la niña contra su pecho, pero no podía evitar sentir dolor
por los niños que nunca alimentaría.
Dirigió su atención al cobertizo donde los hombres y Rawley
estaban trabajando para ayudar a una yegua a dar a luz un potrillo.
Siempre ocurrirían los nacimientos. Siempre el dolor dentro de ella se
profundizaría, por lo que no podía tener, por lo que no podía darle a
Dallas.
- Te ves como si tuvieras algo en mente - dijo Amelia.
Cordelia desvió su mirada de aquellos que amaba y mordió su
labio inferior.
- Me dijiste que tú y Dallas habían adquirido una anulación. ¿Cómo lo
hiciste?
Amelia colocó a Laurel sobre su hombro, se abotonó la blusa y la
estudió como si tratara de entender la razón detrás de la pregunta.
- Fue realmente bastante simple. Nunca consumamos nuestro
matrimonio.
- Oh. - Cordelia sintió que su corazón se hundía - Eso no funcionaría para
nosotros, ¿verdad?
- No, obviamente fueron íntimos en un momento
dado.
En un momento dado. Dallas no había venido a su cama desde la
tarde que habían compartido en el hotel. La miraba con cautela, como si
no estuviera seguro de qué hacer con ella.
- Entonces, ¿qué haría una mujer si ya no quisiera estar casada? -
preguntó Cordelia.
- ¿Has hablado con Dallas sobre esto?
- No, ya no hablamos más. Ahora somos más extraños que antes de
casarnos.
- Está dolido...

- Yo también. Pero puedo terminar con su


dolor.
Laurel Joy eructó y Amelia se levantó de su silla.
- ¿Cómo?
204
- Al dejarlo. Al darle la oportunidad de casarse con alguien que pueda
darle un hijo.
Amelia negó con la cabeza.
- No creo que él quiera eso, Dee. Cuando perdías al bebé, él me rogó
que no dejara que también te perdiera.
- Palabras habladas
fácilmente.
- No para Dallas. Nunca ha sido alguien que diga lo que
siente.
- No sabía lo que le costaría decirlas, porque todavía no sabía que nunca
podría darle el hijo que tan desesperadamente quiere.
La simpatía llenó los ojos de Amelia.
- Tú lo amas.
Las lágrimas obstruyeron la garganta de Cordelia.
- Ayúdame, Amelia. Ayúdame a darle lo que él
quiere.
Amelia suspiró con resignación.
- Probablemente deberías hablar con el señor Thomaston.
- ¿El abogado?
Amelia asintió.
- Hay algo llamado divorcio. No sé mucho sobre cómo se hace, pero sé
que una mujer divorciada es despreciada, así que piensa en esto antes
de hacerlo, Dee.
Ella miró hacia el cobertizo. Dallas estaba acurrucado junto a
Rawley, apuntando hacia la yegua, moviendo la boca, instruyéndole,
explicando como sabía que él siempre había querido enseñarle a su
propio hijo. Se merecía la oportunidad de enseñarle a un niño que
llevara su sangre.
- No tengo que pensar en eso - dijo en voz baja.

De pie dentro del puesto de Shawnee, Rawley notó el hedor


primero, le recordó a los huevos duros que había escondido una vez para
tenerlos al otro día. Entonces el frío del alba se deslizó sobre él tanto
como imaginaba los dedos huesudos de un esqueleto se sentirían
mientras se deslizaban sobre su cuello.
Tragó saliva y escupió fuera del establo. Una lechuza se abalanzó
con un chasquido que casi detuvo el latido del corazón de Rawley.
Las sombras temblaban en las esquinas. Podía ver la luz del sol
flotando entre la grieta donde se encontraban las puertas del establo.
Él sonrió. La primera luz del amanecer. El Sr. Leigh estaría
esperando en los escalones traseros.
El dolor que le atravesó el pecho lo sorprendió cuando algo se
estrelló contra él y lo tiró al suelo. Alguien se sentó a horcajadas sobre él
y envolvió una gran mano alrededor de su garganta. Él no sabía por qué.

No podría haber respirado si lo hubiera deseado... y necesitaba hacerlo.


Él presentía algo malo.
Una cara flotaba a pocos centímetros de la suya, una cara que
alguna vez había conocido. La cara ahora parecía un rompecabezas de
205
madera que alguien había revuelto.
Puntos blancos y negros aparecieron frente a sus ojos. El negro
estaba ganando.
- Voy a alejar mi mano. Si gritas, voy a romper tu cuello en dos - dijo su
padre con voz áspera. - Su padre. Su interior se contrajo ante la idea.
La mano se alejó. Rawley respiró hondo, tragando la bilis que se
elevaba cuando el hedor de su padre llenaba sus fosas nasales. Su pa se
bajó de él y lo puso de pie como si fuera poco más que la muñeca de
trapo de Maggie. Lo colgó contra la pared, y Rawley deseó que fuera una
muñeca para no sentir el dolor que venía en camino.
- Vives elegante, ¿no es así, chico? - su pa ladró. Rawley negó con la
cabeza. Su padre sonrió. No tenía tantos dientes como una vez y los que
quedaban eran negros en la parte superior de su sonrisa - Bueno, yo
también viviré elegante, y me vas a ayudar a lograrlo.
Rawley escuchó las palabras. Quería irse a ese lugar dentro de su
cabeza donde nada podría lastimarlo. Pero sabía que si lo hacía... su
padre mataría a la dama.

El picnic había sido idea de Rawley.


- Una forma de hacerte feliz - había dicho tímidamente, con los ojos
bajos. Cordelia debería haber sabido entonces que algo andaba mal,
pero estaba demasiado absorta con los pensamientos de alejarse de
Dallas. Rawley le había dicho que sabía de un lugar perfecto para un
picnic, un lugar que Dallas le había mostrado. Eso debería haberla
avisado también. Rawley siempre se refirió a Dallas como el Sr. Leigh.
En retrospectiva, pudo ver que él le había dado pistas, pequeños
indicios de que algo andaba mal. Pero no fue hasta que se sentaron en la
colcha para disfrutar de la comida, que llegaron los jinetes y que los ojos
de Rawley llenos de lágrimas se negaron a mirarla, que llegó a
comprender la verdadera razón detrás de su sugerencia para un picnic.
Querido Leigh:
Soy prisionera del Sr. Cooper.
Tienes hasta el mediodía de mañana para llevar
U$S 1,000.00 al pozo seco en el extremo norte
de tu rancho. Espera allí solo, sin armas ni cuchillos.
No estoy herida, pero si no sigues sus órdenes, me matará.
Sra. Leigh

Cordelia miró a su captor. Le arrebató el papel de debajo de las


manos y lo sostuvo hacia la luz de la linterna.
- Bien, bien, escribiste justo lo que
dije.

Se preguntó si él sabría leer, si él realmente supiera que había


escrito sus palabras exactamente como las había pronunciado. Ojalá no
lo hubiera hecho nunca.
Echó un vistazo a Rawley, su única razón para hacer lo que Cooper
le había ordenado. Estaba dentro del cobertizo, sentado en una caja de
madera. Inmóvil. Sus manos cruzadas sobre su regazo, una postura
206
adulta fuera de lugar en un niño pequeño. Parecía estar mirando la llama
que temblaba en la linterna, solo la llama, nada más... como si deseara
que no hubiera nada más. Como si mirando fijamente la linterna,
manteniéndose completamente quieto, haría que el arma presionada
contra su sien desapareciera.
- ¿Y bien? - el hombre que sostenía la pistola preguntó.
El padre de Rawley asintió.
- Adelante.
Antes de que Cordelia pudiera reaccionar, el hombre apretó el
gatillo. Ella gritó cuando un resonante clic resonó por el lugar.
El padre de Rawley se rió.
- Tuviste suerte de nuevo, Rawley. - Echó la mano hacia atrás y le dio
una bofetada en la cara, éste se tambaleó de la caja y golpeó el piso.
- ¡No! - lloró Cordelia mientras corría hacia la esquina y tomaba a Rawley
en sus brazos. Estaba temblando como si hubiera sido sumergido en un
río helado.
- No lo sintió - su padre se rió - Se ha metido en su cabeza, va a un lugar
lejano. No es tan listo como yo - Señaló su sien - Ahora, yo soy un
hombre pensante. Siempre pienso. - Se arrodilló y trajo su abominable
olor corporal con él - ¿Sabes lo que estoy pensando?
Cordelia juntó fuerza a su alrededor mientras colocaba a Rawley
más cerca de ella.
- No me importa lo que estés pensando.
- Él vendrá, y cuando lo haga, lo
mataré.
- ¿Por qué? Tendrás el
dinero…
- Te dije que soy un hombre pensante. Tu hermano me pagó para
matarlo, pero estoy pensando: Dallas Leigh no va a ser un hombre fácil
de matar. Peleará. Entonces empiezo a pensar, Dallas Leigh piensa que
es inteligente. Piensa que soy tonto. Así que pienso para mí, voy a
secuestrar a su esposa. Hacer que me traiga dinero. Luego lo mato.
Recibo dinero de él y recibo el dinero de tu hermano.
- Dallas no vendrá. No es un hombre para intercambiar algo por nada.
Quiere un hijo que no puedo darle. Con mi muerte, tendrá la oportunidad
de casarse con una mujer que pueda darle un hijo.
El padre de Rawley se puso de pie.
- Mejor deberías orar para que venga, porque si él no viene, - pasó su
mirada por encima de su cuerpo y Cordelia se obligó a no estremecerse -
Conozco a muchos hombres que me pagarían por pasar tiempo contigo,
como lo hicieron para pasar tiempo con la mamá de ese chico.
- ¿Ese chico? ¿Te refieres a Rawley? ¿Vendiste a tu
esposa...?

- Ella no era mi esposa. Ella era una piel roja que encontré. - tocó su
sien
- Te dije que soy un hombre pensante. La hice trabajar, y gané mucho
dinero hasta que ella murió. Le di al niño mi nombre, pero no creo que
fuera su padre, él no es tan guapo como yo solía ser. Y contigo será
mejor que con ella, ya que no tendré que preocuparme de que me dejes
207
ningún mocoso inútil.

208
CAPÍTULO 19

Dallas miró por la ventana de su oficina mientras la oscuridad se


asentaba a su alrededor... junto con la soledad. Nunca antes había
experimentado la soledad, tal vez porque nunca había entendido el
compañerismo: la comodidad de saber que alguien estaba dispuesto a
escuchar sus pensamientos, la alegría de compartir algo tan simple
como mirar las estrellas aparecer en el cielo aterciopelado.
Quería que Dee estuviera en su oficina ahora, acurrucada en su
silla discutiendo sus ideas, sus planes. Pero ella no había venido a su
oficina desde que tuvo la confrontación con Boyd.

Arrugó la nota que le había dejado en la mesa del comedor. Rawley


y yo nos hemos ido de picnic.
Solo unos pocos meses antes, ella podría haberlo invitado a unirse
a ellos. Ahora, ni siquiera quería su compañía cuando iba a la ciudad
para ver su hotel. Se habían convertido en extraños.
Después del accidente, había tenido miedo de dormir en su cama,
temeroso de herirla. Con cada día que pasaba, se abría un abismo cada
vez más grande entre ellos, un abismo que no tenía idea terrenal de
cómo cerrar.
Se preguntó si ella incluso llegaría a casa esta noche. Había
empezado a pasar más noches en el hotel. Inclinó su cabeza hasta que
su mentón tocó su pecho. Maldita sea, la echaba de menos y no sabía
cómo recuperarla.
Sus sonrisas para él habían desaparecido, junto con su risa. A
veces, la oía reírse de algo que Rawley dijo. Había retenido el momento
como si fuera para él, sabiendo muy bien que no era así.
Parecía que la noche en que perdieron a su hijo, cualquier
sentimiento de ternura que ella pudiera haber tenido por él, había
perecido también. ¿Cómo podría culparla? Él no había estado allí para
protegerla. Había sido tan inútil como un pozo seco.
Escuchó los cascos galopantes y levantó la vista a tiempo de ver
que el jinete le revoleaba el brazo. La ventana se hizo añicos cuando una
roca la atravesó.
- ¿Qué demonios?
Encontró la roca, desató la cuerda que la rodeaba y desdobló la
nota. Reconoció el fluido trazo de Dee mucho antes de ver su firma.
Sentado en su escritorio, encendió la llama de la lámpara. Leyó la
nota una docena de veces. Las palabras se mantuvieron igual,
enfriándolo hasta los huesos.
Apoyó los codos sobre el escritorio y enterró la cara entre sus
manos, hundiendo los dedos en su frente. Cristo, él no sabía qué hacer.
El pozo en el extremo norte era visible por millas, como lo era todo
a su alrededor. Si alguien lo seguía para ofrecer ayuda, cualquiera que lo
esperara en el pozo lo vería.
Si Dallas mantenía su silencio, si no le contaba a nadie sobre la
nota de rescate, si no llevaba a nadie con él... Suspiró pesadamente.
209
Probablemente había visto su última puesta de sol, lamentando no
haberse tomado el tiempo de apreciarla, porque tenía pocas dudas de
que una bala lo estaría esperando junto al pozo.

Dallas golpeó la puerta hasta que las bisagras vibraron. La puerta


se abrió un poco, y Henderson se asomó a la oscuridad.
- Dios mío, Dallas, tu esposa no pidió un préstamo hoy.
- Lo sé. Necesito mil dólares en efectivo.
- Ven a verme a las ocho cuando abra el banco. - Comenzó a cerrar la
puerta, y Dallas golpeó su mano contra ella.

- Ahora. Los necesito ahora.


- ¿Para qué?
- Negocios. Puedes cobrarme el doble de interés.
Henderson salió corriendo, y Dallas lo siguió por los escalones.
Mientras manipulaba las llaves, Dallas se abstuvo de agarrarlas y
meterlas en las cerraduras él mismo. Cuando giró la llave en la última
cerradura, miró por encima del hombro a Dallas.
- Quédate aquí mientras busco el dinero.
Asintiendo con la cabeza, Dallas le entregó la alforja.
- Asegúrate de que sea exacto.
Cuando Henderson desapareció en el edificio, Dallas caminó hasta
el borde del andén y miró hacia el final de la ciudad donde se
encontraba el hotel de Dee, antes de centrar su atención en la oficina
del sheriff. Jugó con la idea de despertar al sheriff también, de explicarle
la situación en caso de que Dee no regresara a casa mañana. Pero si
Cooper no liberaba a Dee, ¿qué diferencia haría que alguien lo supiera?
Ninguna en absoluto.
Echó un vistazo al hotel, y el orgullo se hinchó dentro de él. El
Gran Hotel. Ella lo había imaginado y lo había convertido en realidad. No
podía recordar si alguna vez le había dicho lo orgulloso que estaba de
tenerla a su lado.
Para un hombre que pensó que había vivido su vida a base de
logros, de repente descubrió que había dejado muchas cosas por hacer.

Dallas llegó al pozo una hora antes de que el sol brillara


directamente sobre su cabeza. El molino de viento resonó cuando la leve
brisa sopló sobre la llanura. Se acomodó sobre su silla de montar y
esperó.
Amaba la tierra, la apertura, la forma en que atraía a un hombre.
Si se la trataba bien, la tierra le devolvía el favor, pero no podía
enroscarse contra un hombre en la oscuridad de la noche. No podía
calentar sus pies en pleno invierno.
Vio que el solitario jinete se acercaba. No le sorprendió que el
intercambio no tuviera lugar aquí. Aun así lo había esperado. El hombre
que se acercó, no era Cooper. Dallas nunca lo había visto, y esperaba no
volver a verlo nunca más.
- ¿Tienes el dinero? - le preguntó el hombre, con una boca de dientes

210
perdidos y podridos.
- Sí. ¿Dónde está mi esposa?
- En el campo. - El hombre tendió una tela negra - Ponte esto.
Dallas le arrebató la tela de los dedos mugrientos y se la ató a los
ojos. No era un hombre acostumbrado a jugar según las reglas de otro,
pero no tenía otra opción. Haría lo que fuera necesario para mantener
viva a Dee.

Ella había perdido a su hijo porque había tirado la precaución al


viento. Él no tenía intención de ser tan descuidado esta vez.
El material oscuro enmudeció los rayos cegadores del sol de la
tarde, pero Dallas usó la intensidad de la luz para medir el paso del día,
para medir la dirección en que viajaban: al oeste, hacia el ocaso.
Después de lo que parecieron horas, Satanás se paró en seco.
- Puedes quitarte la máscara ahora - dijo su captor.
Dallas sacudió la tela maloliente. Sus ojos necesitaban poco
tiempo para adaptarse a medida que el crepúsculo se asentaba dentro
del pequeño cañón.
Su mirada barrió rápidamente el área, registrando los peligros, los
riesgos... el terror en los ojos de Dee mientras estaba de pie con la
espalda apoyada en un árbol, con los brazos levantados, las manos
atadas con una cuerda gruesa a la rama que colgaba sobre su cabeza.
Dallas desmontó, agarró las alforjas y se dirigió hacia Cooper,
haciendo caso omiso de la sonrisa de complicidad del hombre, incapaz
de ignorar el látigo que arrastraba en el polvo como la cola fláccida de
una serpiente de cascabel.
- Suéltala, - ordenó Dallas mientras se acercaba al repugnante hombre
que se hacía llamar el padre de Rawley, lamentó descubrir que había
dejado intacta buena parte de la cara del hombre.
Cooper escupió un chorro de jugo de tabaco.
- No hasta que tenga el
dinero.
Dallas tiró las alforjas a los pies de Cooper y se dirigió hacia Dee.
- Detente allí o Tobías le disparará - gruñó Cooper.
Dallas se giró. Un hombre que estaba a la derecha de Cooper tenía
un rifle apuntado hacia Dee. El hombre que había traído a Dallas al
campamento había desmontado y serpenteaba con un brazo a Rawley,
sosteniéndolo contra su costado, con un arma presionada contra la sien
del chico. Dallas habría esperado que el miedo flotara en los ojos
oscuros de Rawley. En cambio, solo tuvieron una silenciosa resignación.
Dallas apisonó su enojo.
- Tienes el dinero. Déjalos
ir.
Cooper se rió entre dientes.
- Esto no se trata solo del dinero. Esto es lo que te debo. - Él sacudió el
látigo y la grieta resonó a través del cañón - Mi cara ni siquiera puede
atraer a una puta después de lo que le hiciste. Duele ferozmente. Me
figuraba que podría hacer que sintieras un poco de ese dolor tú mismo -
Sus labios se extendieron en una sonrisa que iluminó sus ojos con
anticipación - ¿Cuántos azotes crees que llevaría matarla?
211
Dallas dio un amenazante paso adelante.
Un rifle fue disparado.
Dee gritó.
Dallas se congeló. Lentamente miró por encima de su hombro. Dee
negó enérgicamente con la cabeza. No podía ver sangre, ningún dolor
grabado en su cara.

- La próxima vez, Tobías no errará - dijo Cooper.


Tragando saliva, Dallas volvió su atención a Cooper, decidiendo
que era hora de arriesgar todo para ganar todo.
- Mátala y nunca obtendrás el dinero. - La risa de Cooper resonó
alrededor del cañón mientras pateaba las alforjas.
- Maldito idiota. Tengo el
dinero.
- ¿Si? - le preguntó Dallas.
La risa murió bruscamente cuando Cooper cayó de rodillas y arrojó
las solapas sobre las alforjas. Frenéticamente, sacó papel. Piezas y
pedazos de papel en blanco. La furia enrojeció su rostro mientras miraba
al hombre que había escoltado a Dallas al campamento.
- Quinn, tonto, ¿no miraste en las alforjas antes de traerlo
aquí?
- No me dijiste que mirara en las alforjas. Simplemente me dijiste que lo
trajera.
Cooper fulminó con la mirada a Dallas.
- ¿Dónde está el maldito dinero?
- En un lugar seguro. Los mil dólares, pero no los conseguirás hasta que
sepa que Dee está a salvo. Se va conmigo ahora, y te daré el dinero. Te
doy mi palabra.
- Tu palabra. ¿Crees que soy idiota? No la voy a perder de vista hasta
que tenga el dinero, y nunca saldrás vivo de aquí.
- Entonces podemos manejar esto de otra manera. Llévenla a la ciudad,
déjenla registrar en el hotel. Un hombre está allí, esperando su regreso.
Cuando él sepa que ella está a salvo, él les dará el dinero. Mientras
tanto, tú me tendrás como un seguro - Cooper entrecerró los ojos
- ¿Quién es? ¿Uno de tus hermanos? - Se frotó la mandíbula - Austin.
Tiene que ser Austin.
Dallas negó con la cabeza.
- No. Imaginé que esperarías que fuera uno de mis hermanos. Nunca
sospecharías de este hombre.
Cooper se puso en pie con dificultad, sus nudillos se pusieron
blancos cuando apretó el látigo.
- ¡Me dirás quién tiene el dinero, por Dios que me lo dirás!
Con un rápido movimiento de su muñeca, trajo el látigo hacia atrás
y lo descargó. Silbó en el aire. Dee jadeó cuando cortó su falda.
- ¡Maldición! - rugió
Dallas.
- Dime quién es - gritó Cooper - o la azotaré hasta que muera.
Cuando Cooper recuperó su brazo, Dallas corrió a través de la
extensión que lo separaba de Dee. Presionó su cuerpo contra el de ella,
respirando entre dientes mientras el látigo le mordía la espalda.
212
Extendiendo la mano, jugueteó con los nudos de la cuerda.
- ¡Si les desatas las cuerdas, Tobías le disparará!
Dallas detuvo sus manos. Solo se tomó de la soga que estaba
sobre sus cabezas. Su cuerpo parado a la par del de Dee, lo cubría desde
las manos hasta los pies, si seguía utilizando el látigo, ni un centímetro
de su adorado cuerpo estaría descubierto.

Nunca en su vida había preguntado o suplicado nada.


- ¡Cristo! ¿Me quieres de rodillas, arrastrándome sobre mi vientre? Haré
lo que quieras, solo llévala a la ciudad. Déjala registrarse para una
habitación en el hotel. El hombre y el dinero te están esperando.
- Así que… - Cooper gritó - seguramente la ley me esté
esperando.
Dallas oyó el silbido y apretó los dientes, pero no pudo evitar que
su cuerpo se sacudiera cuando el látigo le cortó la espalda. Su camisa
ofrecía poca protección contra la punta afilada, y se dio cuenta con
repugnante temor de que había perdido su apuesta. Había esperado que
su cambio en los planes hubiera forzado a Cooper a cumplir con su parte
del trato.
Envolvió sus manos en los temblorosos puños de Dee, jadeando
cuando el látigo lo golpeó de nuevo.
- Aléjate - le susurró
roncamente.
- No. - Cerró de golpe sus ojos cuando el dolor lo atravesó. Cuando abrió
los ojos, las lágrimas amenazaban con caer de los suyos - No te atrevas
a llorar - gruñó entre dientes - No te atrevas a darle esa satisfacción.
Ella asintió con valentía, y él podía verla parpadear para contener
las lágrimas. Querido Dios, él no podría haber pedido una esposa más
fuerte.
- Tienes que alejarte de aquí - dijo en voz baja cuando el látigo se
estrelló contra él - Uno de mis hermanos le pagó para matarte.
- Imaginé que era algo así. Por eso... traté de obligarlo a llevarte a la
ciudad - Él bajó sus dedos temblorosos a su suave mejilla - Cumple la
promesa que me hiciste... mi tierra...
El dolor se intensificó, ahogando sus pensamientos, sus músculos
temblando mientras el ataque continuaba. Él enterró la cara contra su
cuello, su calidez, su dulce fragancia. Quería decirle algo más, algo
importante, pero flotaba al borde de la agonía.
- Lo siento - se deslizó por sus labios antes de que la negrura lo
envolviera.

Con la chisporroteante llama del candelabro de una vela emitiendo


un resplandor sobre la espalda de Dallas, Cordelia trató de evaluar el
daño.
Ella había quitado lo que quedaba de su camisa, tiras empapadas
de sangre que ni siquiera podían servir como venda. Riachuelos carmesí
de sangre se filtraban por la carne desgarrada y le cruzaban la ancha
espalda. Sus pantalones se habían vuelto negros y rígidos con toda la
sangre que había fluido libremente después de cada golpe que infligió el
213
látigo.
Aunque inconsciente, gimió y apretó los puños. Los dedos
temblorosos de Dee se cernieron sobre su carne torturada. No sabía
cómo aliviar su dolor, cómo evitar que la infección se estableciera,
aunque fuera la menor de sus preocupaciones. Habían intentado

matarlo, y con un terror nauseabundo, supo que su intención era que su


muerte fuera un asunto lento y agonizante.
- ¿Por qué viniste? - susurró roncamente mientras corría el cabello negro
de su ceño fruncido. Se puso rígida cuando escuchó una llave entrar en
la cerradura de la puerta del cobertizo. Se abrió y Cooper irrumpió en la
habitación.
- ¿Ya está despierto?- Cordelia se movió para que su cuerpo cubriera
parcialmente la vista de la espalda de Dallas.
- No.
Cooper avanzó pesadamente por la habitación y se puso en
cuclillas al lado de Dallas. Agarró su cabello y levantó su cabeza. Dallas
gimió, sus ojos se abrieron en finas rendijas.
- ¿Quién tiene el dinero? - exigió Cooper.
- Vete al infierno. - logró gruñir
Dallas.
Cooper le golpeó la cabeza contra el piso de tierra.
- La llevaré a la ciudad mañana. Si no vuelvo con el dinero, vas a morir
lentamente. Pasé tiempo con los indios, y sé cómo mantener a un
hombre gritando por días. - Se puso de pie.
- Y si el dinero está allí - dijo Cordelia, odiando la súplica que escuchó en
su voz - lo dejarás ir.
Cooper se burló de ella.
- Si recibo el dinero, lo mataré rápido. Como dije antes, tu hermano me
pagó para matarlo. No tengo más remedio que decidir si muere rápido o
lento, la decisión está en sus manos.
Salió del cobertizo, cerrando la puerta con llave. Cordelia se inclinó
cerca de la oreja de Dallas.
- ¿Alguien tiene el dinero? - le
preguntó.
- Sí.
- ¿Quién?
- Estás más segura... sin saber.
- No te dejaré
aquí.
Gruñendo y gimiendo, luchó por sentarse, el sudor le rozaba el cuerpo,
los músculos le temblaban por la tensión. Se aproximó, acunó su mejilla
y la acercó a su cara.
- Te irás, maldición.
- Te va a matar - susurró con voz
entrecortada.
- Tal vez - Él dejó caer su mano a la tierra - Mira, creo que estamos aquí.
- En la tenue luz del resplandor de la vela, podía ver su mano temblar
mientras dibujaba una X en la tierra. - Bien en el extremo norte - Otra X -
La casa - X - La ciudad. - Levantó su mirada llena de dolor hasta la de
214
ella - Una vez que ingreses al hotel, espera en nuestra habitación con la
puerta cerrada hasta que venga un hombre por ti. Te dirá, "sostienes mi
corazón". Dibújale un mapa. Ve con él al sheriff. Existe la posibilidad de
que puedan volver aquí... a tiempo.

Sabía por la resignación en sus ojos que pensaba que las


posibilidades eran escasas. Su cara era una máscara de agonía cuando
volvió a colocar la palma contra su mejilla, entonces ella le dijo:
- Acuéstate. Debes guardar tus fuerzas. Veré si puedo detener algo del
sangrado.
Con la respiración entrecortada, se estiró junto a ella. Dee imaginó
que cada vez que su espalda se expandía para tomar aliento era una
agonía. No tenía forma de cauterizar las zanjas abiertas, aun así arrancó
una tira de su enagua y la presionó contra la peor de sus heridas,
tratando de detener la filtración de su brillante sangre. El aire siseó
entre sus dientes.
- Lo siento. No sé qué más hacer - miró su rostro. Sus ojos estaban
cerrados, su mandíbula apretada, tocó su mejilla, agradeciendo que
hubiera perdido el conocimiento.
Cordelia arrastró los dedos a lo largo de sus costados, donde el
látigo a veces se había deslizado. Los cortes eran superficiales y habían
dejado de sangrar. Quería acurrucarse junto a él, rodearlo con los brazos
y quitarle el dolor.
No había planeado quedarse dormida y no estaba segura de
cuando lo había hecho, pero se despertó al escuchar un rasguño en la
puerta. La vela se había acabado y el pequeño cobertizo estaba envuelto
en la oscuridad.
El ruido se intensificó, luego escuchó un clic, y la puerta al abrirse,
chirrió sobre las bisagras secas. Una pequeña silueta estaba parada en
la entrada.
- ¿Dama Dee? - Cordelia se puso de rodillas.
- ¿Rawley? - él dio un pequeño paso hacia
adelante.
- Tenemos que irnos.
- ¿Dónde está tu padre?
- Todos están desmayados, borrachos como zorrillos, pero tenemos que
darnos prisa.
Cordelia sacudió el hombro de Dallas, quien gimió. Entonces
abofeteó su mejilla, alarmada de encontrarla tan cálida.
- ¿Dallas? - lo abofeteó de nuevo - Dallas, despierta.
Gimiendo, la agarró de la mano antes de que pudiera golpearlo de
nuevo.
- Rawley abrió la puerta. Tenemos que irnos - Ella deslizó sus manos
debajo de sus brazos - Ayúdame. Vamos. Levántate.
Lenta y laboriosamente, logró ponerlo de pie. Él colocó un brazo
sobre su hombro, y ella envolvió el suyo por su cintura, tratando de darle
algo de apoyo.
- ¿Caballos? - él
susurró.
- Nunca les quitaron las sillas de montar - dijo Rawley en la oscuridad -
215
Pero tenemos prisa. Me azotarán el culo si se despiertan.
Se tambalearon en la noche. Cordelia no sabía cómo Dallas logró
subirse a la silla, pero lo hizo. Luego estaban galopando, galopando

hacia la libertad. Cordelia mantuvo el mapa que Dallas había dibujado,


estampado en su mente, su mirada se centró en la Estrella del Norte que
una noche su esposo le había mostrado. Sabía que iban en la dirección
correcta, lejos de sus captores, pero no sabía exactamente dónde estaba
la casa, o la ciudad, o al menos la casa de Houston. Todos podían
perderse en la vasta extensión de tierra que se extendía ante ellos.
No tenía forma de calcular el tiempo mientras el constante
golpeteo de los cascos resonó sobre las llanuras. Rawley siguió mirando
por encima del hombro. Ella no lo culpó, tenía pocas dudas de que su
castigo sería severo si los atrapaban.
- ¡Dee! - giró su mirada. Dallas estaba repantigado sobre el cuerno de la
silla de montar, su caballo disminuyendo la velocidad a un trote.
Cordelia detuvo su propio caballo y galopó en círculos mientras Satán se
tambaleaba hasta detenerse.
- ¿Dallas? - Su respiración era superficial, sus nudillos blancos mientras
se agarraba al cuerno de la silla de montar.
- Átame.
- ¿Qué?
- Estoy a punto de desmayarme. Si me caigo, no tendrás la fuerza
necesaria para volver a subirme a este caballo. - Luchó por soltar la
cuerda que estaba colgada en su silla de montar - Quiero que me ates a
la silla de montar para que no pueda caerme.
Ella miró alrededor.
- Seguramente puedes aguantar un poco más. No podemos estar tan
lejos de casa.
- Todavía tenemos horas por montar - Una esquina de su boca se inclinó
hacia arriba - Ese es el problema de poseer tanta tierra. Lleva mucho
tiempo llegar a casa.
Rawley había deslizado su caballo contra el suyo, su joven rostro
grabado con preocupación.
Cordelia extendió la mano, tomó la suya y la apretó suavemente.
- Mantén la vigilancia mientras ayudo al Sr. Leigh. Si ves que llegan
jinetes, corres rápido y sin detenerte hasta la ciudad.
Asintió rápidamente y colocó su mirada ansiosa en la dirección por
la que habían cabalgado. Cordelia desmontó, liberó la cuerda de la silla y
miró a Dallas, el dolor estaba grabado en los pliegues de su cara.
- ¿Qué debo hacer? - le
preguntó.
- Desliza la cuerda debajo de la pata de la silla... envuelve mi pierna...
levanta la cuerda... rodea mi cintura y la silla en forma de ocho... llévala
al otro lado, envuélvela... y asegura mis manos al cuerno de la silla de
montar... Dame tu palabra que si algo sucede y no puedo montar más...
seguirás adelante.
- No.
- Dee…

216
- No - insistió ella mientras enrollaba la cuerda alrededor de su pierna y
la anudaba - Si quieres que esté a salvo, entonces será mejor que
encuentres la forma de seguir andando.
- ¿Cuándo... te volviste tan… cascarrabias?
Sabía que era injusto pedirle tanto cuando estaba sufriendo
horrores, pero estaría condenada antes de dejarlo rendirse. Llevó la
cuerda hasta su cintura, cuidando de no dejar que el áspero cáñamo le
tocara la espalda desnuda. Cuando terminó de cumplir con sus
instrucciones, montó en Gota de limón y tomó las riendas de Satanás.
- ¿Voy en la dirección correcta?
Lentamente contempló las estrellas, antes de mirar hacia la tierra.
- Dirígete hacia el sur... y luego hacia el
este.
Dio una patada a su caballo, ignorando los gemidos estrangulados
de su marido, con la esperanza de que su hogar estuviera justo después
del amanecer.

217
CAPÍTULO 20

Cameron se despertó bruscamente, con el cuello rígido, el brazo


entumecido por usarlo como almohada. Su mirada recorrió el lobby del
Gran Hotel. Estaba vacío, silencioso. Incluso el fuego bajo que había
estado ardiendo dentro del hogar había muerto silenciosamente. A
través de las ventanas, podía ver la oscuridad de la noche. Había sido de
noche la última vez que había mirado.
¿Cuándo había sido eso?

Se puso de pie, metió la mano en el bolsillo y sacó el reloj. Dos y


media. Dallas lo mataría si se hubiera quedado dormido... Corrió por el
vestíbulo y golpeó la campanilla en el mostrador de registro.
Con ojos cansados, Susan Lee se asomó desde la habitación detrás
del mostrador.
- ¿Que necesitas?
- ¿Se ha registrado la Sra. Leigh? - preguntó, incapaz de mantener la
alarma fuera de su voz. Susan suspiró y negó con la cabeza.
- No, pero ella tiene la llave de una de las habitaciones del piso de
arriba. Podría haber entrado sin que yo lo supiera.
- ¿Qué
habitación?
- Tres uno.
- Gracias - Cameron subió corriendo la escalera y golpeó la
puerta.
- ¿Dee?
Con un estallido de pánico inesperado, pateó la puerta y la abrió.
La habitación estaba vacía.
El terror lo llenó. Ella debería haber estado aquí a estas horas.
Cristo, ¿por qué Dallas había puesto esta carga sobre sus hombros?
¿Debería esperar... o debería irse? Sacó una moneda de su bolsillo y la
arrojó al aire. Cara… se quedaría. Aterrizó con un golpe seco en el piso.
Jefes… buscaría ayuda.

Las llamas ardientes lamieron la espalda de Dallas


despiadadamente. Buscó el capullo pacífico del olvido, pero se mantuvo
fuera de su alcance cuando el dolor atravesó su espalda y todo su
cuerpo se sacudió en rebelión.
- ¡Maldita
sea!
- Lo siento, hijo, pero tengo que limpiar estas
heridas.
El Dr. Freeman.
Dallas se obligó a abrir los ojos, y al darse cuenta de que estaba
acostado en una cama, apretó el colchón con fuerza.
- ¿Dee?
- Estoy aquí - dijo en voz baja mientras colocaba la palma sobre su
218
mano.
Quería volver la mano y entrelazar sus dedos con los de ella, pero
tenía miedo de aplastar sus huesos. No parecía tener control sobre su
cuerpo ya que se estremecía con las no tan gentiles atenciones del Dr.
Freeman.
- ¿Casa?
Ella colocó los dedos fríos contra su frente febril.
- Sí, estamos en casa. Cuando no llegué al hotel, Cameron vino y le
contó a Austin lo que había sucedido. Austin hizo que los hombres nos
buscaran. Nuestros caminos se cruzaron al amanecer. Ella le cepilló el
pelo de la frente - ¿Por qué confiaste en Cameron con el dinero?

- El día que te casaste conmigo... él fue el único que se preocupó por ti...
lo suficiente como para amenazarme. ¿Qué hay de Cooper?
- Austin fue a la ciudad a buscar al sheriff para que pudieran arrestarlos.
Les dibujé un mapa como el que dibujaste para mí.
- Bien. ¿Tus... otros hermanos?
Cuando Cameron escuchó toda la historia, había palidecido
considerablemente. Le había dicho que se registrara en el hotel hasta
que se resolviera el problema. Sabía que no tenía estómago para el duro
conflicto que estaba a punto de estallar.
- Me ocuparé de ellos. Me ocuparé de todo. Solo necesitas ponerte bien.
- Apaga el incendio.
Ella rozó sus labios a lo largo de su oreja.
- No hay fuego. Tienes fiebre y tu espalda... tu espalda es un desastre.
Pensó que sentía la lluvia cayendo sobre su mejilla, suave y fresca
lluvia. Entonces no pensó en nada más, ya que el dolor lo llevó a los
rincones más oscuros del infierno.

Cordelia limpió cuidadosamente sus lágrimas de la cara de Dallas,


luego las borró de la suya.
- ¿Va a
vivir?
- Demonios, si lo sé - respondió el Dr. Freeman, la frustración evidente
en su voz - Perdió mucha sangre, está luchando contra la infección, y no
me quedan muchas cosas que coser. - Él giró su mirada marchita hacia
ella - Pero ¿sabes?, él es un luchador. Siempre lo ha sido así que creo
que luchará contra esto también.
Volvió a trabajar y Cordelia desvió su mirada de la espalda
devastada de Dallas. Una mano gentil se cerró sobre su hombro.
- Alimenté y bañé a Rawley. Está durmiendo ahora. Déjame cuidarte -
dijo Amelia - Cordelia negó con la cabeza - No hasta que baje la fiebre de
Dallas.
- Eso podría llevar un tiempo.
- Lo sé.
Después de que el Dr. Freeman se fue, ella se quedó al lado de
Dallas, secándole el sudor de la frente y la garganta con un paño
húmedo, frotando ungüento sobre sus muñecas escaldadas, luchando

219
contra las lágrimas que amenazaban con salir a la superficie cada vez
que miraba su espalda.
Él no se dejaba avergonzar por el sufrimiento. Incluso
inconsciente, su mandíbula permaneció apretada, su ceño fruncido, sus
puños apretados alrededor de las sábanas. Su cuerpo de vez en cuando
se sacudía e inconscientemente gemía bajo en la garganta, como el
llanto de un ternero solitario, perdido en la pradera.
Por la tarde, tarde, unos pasos tronaran en las escaleras. Se puso
de pie cuando Austin y Houston irrumpieron en la habitación, con el
sheriff a su lado.

- ¿Cómo está el? - Preguntó Houston mientras recorría con la mirada la


espalda de su hermano.
- Luchando. ¿Encontraron a los hombres…?
- Los encontramos - dijo Austin mientras se arrojaba en una silla al lado
de la cama.
Ella miró al sheriff. Parecía incómodo de pie en la habitación,
sosteniendo su sombrero en la mano.
- ¿Los arrestó?
- No, señora. Estaban muertos.
Cordelia se tambaleó hacia atrás.
- ¿Muertos?
- Sí, señora. Alguien llegó hasta ellos antes que nosotros. Parece que
quien fue, les cortó la garganta mientras dormían.
Cordelia cerró los ojos de golpe.
- Entonces no tiene manera de saber cuál de mis hermanos les pagó
para matar a Dallas.
- No, señora.
- Boyd - dijo Austin.
- ¿Por qué Boyd? - preguntó el sheriff Larkin - ¿Porque él es el mayor?
¿Porque te disparó? Necesito tener una mejor razón para arrestar a un
hombre.
Austin se puso de pie.
- Puedo darte una buena razón para arrestarlo.
Houston se aclaró la garganta duramente. Austin bajó la mirada.
- De todos modos, Dallas no querrá que lo arrestes. Él se ocupa de sus
propios problemas.
Houston se interpuso entre Austin y el sheriff.
- Estamos todos cansados y discutir entre nosotros no va a ayudarnos en
nada.
El sheriff Larkin colocó su sombrero en su lugar.
- Avíseme cuando Dallas esté en condiciones de hablar. Quizás sepa algo
más. - Señaló con su dedo a Austin. - Y tú, no rompas la ley pensando
que resolverás las cosas. Dos hombres que infringen la ley son solo dos
hombres que infringen la ley.
- No voy a violar la ley, pero tampoco voy a dejar que se salgan con la
suya.
Cordelia puso su mano sobre el brazo de Austin para contenerlo.
- Yo manejaré esto. - Ella cambió su mirada hacia el sheriff. - Gracias,

220
sheriff. Si tenemos otra información, se lo haremos saber.
- Haga eso, señora. Lo siento, no puedo hacer nada más - Él salió de la
habitación. Cordelia se volvió hacia Austin.
- ¿Qué ibas a decir antes de que Houston te detuviera?
Austin miró a Houston y él negó con la cabeza. Cordelia clavó sus
dedos en el brazo de Austin.
- Prometiste ser mi amigo. ¿Qué sabes que yo no sepa?

Austin suspiró pesadamente, sus ojos azules se llenaron de tristeza


cuando le tocó la mejilla con los dedos.
- Boyd estaba detrás del hotel la noche en que te lastimaron. - Cordelia
sintió que la sangre se le escapaba de la cara.
- No. - Ella vio a Austin
tragar.
- Sí, Dee. Al parecer, le gustaba lastimar a Rawley, le pagó a su padre
para que se lo permitiera. - Se tambaleó hacia atrás y se dejó caer en la
silla, su mano cubriendo su boca. - Lo siento, Dee, nunca quise que lo
supieras.
- ¿Lo sabe Dallas?
- No. Houston y yo hablamos de eso. Supusimos que Dallas mataría a
Boyd si lo supiera.
- Eso no significa que Boyd sea responsable de esto - señaló Houston -
Simplemente sabemos que es un depravado... y que aparentemente no
tiene conciencia.
Cordelia se levantó de la silla y respiró hondo.
- Si alguno de ustedes puede quedarse con Dallas, necesito hablar con
mi familia, ahora.
- Iré contigo - dijo Austin. - Cordelia lo miró.
- Me llevo a los hombres. Puedes venir, pero entiende que no quiero
interferencias.
- Amelia mirará a Dallas. Los dos vamos a ir contigo - dijo Houston.
- Está bien. Déjame hacer los arreglos.
Salió de la casa hacia el establo donde encontró a Slim cepillando
el lomo de Satanás que ya tenía un brillo aterciopelado. Suponía que
todos, a su manera, sentían la necesidad de hacer algo por Dallas.
- ¿Slim?
El hombre se volvió y le dio una sonrisa torcida.
- Sí,
señora.
- Necesito que juntes a los hombres. Quiero ir a hablar con mi familia
esta tarde, y no tengo ningún deseo de ir sola. Asegúrate de que todos
lleven un rifle o dos, y que estén preparados para usarlos de ser
necesario, pero solo si yo se los ordeno.
- Sí,
señora.
- Austin y Houston también vendrán conmigo. También me gustaría que
estuvieras allí.
- Sí, señora. Yo ensillaré su caballo.
- Gracias, Slim. - caminó desde el establo, a través del dominio de
Dallas, agradecida de que su apellido ya no fuera McQueen.
221
No se molestó en llamar cuando llegó a la casa de su padre.
Simplemente abrió la puerta con Houston, Austin y Slim detrás suyo.
La casa tenía forma de H. Tres habitaciones a cada lado con las
salas principales dispuestas en el centro. Caminó por el salón delantero,
directamente al estudio de su padre. Él estaba sentado detrás de su

escritorio, bebiendo lo que ella suponía que era un whisky, Duncan


estaba repantigado en una silla, y Boyd estaba mirando por la ventana.
Boyd se volvió. Una rabia cegadora y ardiente la atravesó cuando
cruzó la habitación, echó la mano hacia atrás y lo abofeteó tan fuerte
como pudo.
Él la agarró de la muñeca, sus dedos se clavaron en su carne.
- ¡¿Qué
demonios?!
Tres armas fueron retiradas de sus cartucheras y amartilladas.
- Suéltala - gruñó Austin - o te atravesaré con una bala allí mismo. -
Boyd la liberó.
- ¿Qué está pasando, Dee? - preguntó Duncan mientras se ponía de pie.
- Boyd asesinó a mi hijo. ¿Cómo pudiste? ¿Cómo pudiste dejarme allí
tirada y luego exigirle a Dallas que te diera su tierra...? La bilis surgió en
su garganta mientras se alejaba de él. Nunca había sentido tanta
repugnancia.
- Bueno, después de esa pequeña exhibición dramática. - Se giró tan
rápido que Boyd dio un paso atrás.
- Aún no has visto mi exhibición dramática. - Él sonrió
condescendientemente.
- Cálmate, Cordelia. Este comportamiento no es propio en ti.
- Es exactamente como soy yo... ahora que estoy libre de la opresión
bajo la que vivía en esta casa.
Boyd atravesó la habitación y ocupó su lugar detrás de la silla de
su padre.
- Has dicho lo que piensas, Cordelia. No necesitabas ventilar nuestra
ropa sucia delante de otros.
- ¿Lo que pienso, Boyd? - Cordelia preguntó, el temblor en su estómago
se intensificó, pero aun así, no se extendió a su voz - Todavía no he
empezado a decir lo que pienso. Debes alejar tu ganado del río de
Dallas. Por la mañana, nuestros hombres volverán a colocar el
alambrado donde estaba el día en que Dallas se casó conmigo. El
ganado que se quede, será confiscado.
Su padre luchó por ponerse de pie.
- ¿Has perdido la razón? Tu marido dio su
palabra...
- Sí, el dio su palabra de que retiraría el alambrado si me casaba con él.
Y mantuvo su palabra. Entonces yo vi como lo desollaban pulgada a
pulgada, porque uno de mis hermanos le había pagado a un maldito
como Cooper para que lo matara.
Boyd permaneció inmóvil, Duncan bajó la vista. Su corazón se
hundió.
222
- Oh, Duncan, dime que no fuiste tú.
- No sé de qué estás hablando, Dee.
Levantó la mirada, y vio la verdad en los ojos de su hermano. El
plan había sido de Boyd, y Duncan lo sabía.
- Lo sabías - susurró - Sabías lo que Boyd planeaba, y lo permitiste.

- No sé de lo que estás hablando - repitió - Cooper era un borracho. Lo


que sea que haya dicho fue una mentira.
- Duncan tiene razón - dijo Boyd - Es nuestra palabra contra la de
Cooper. ¿A quién vas a creerle? ¿A tu familia o a un borracho?
- Cooper y sus compañeros están muertos - dijo con resignación,
mirando a Boyd - por lo que el sheriff no hará ningún arresto, ya que no
tenemos pruebas, pero quiero dejarte algo perfectamente claro. Si
Dallas muere, heredo su tierra, y a menos que una tormenta de nieve
sople en el infierno, nunca poseerás esa propiedad. Así que no ganaste
nada y perdiste todo. Saca tu ganado de nuestra tierra, o también lo
perderás - Ella se giró.
- ¡Cordelia! - Se detuvo tambaleante y giró lentamente mientras la voz
de su padre reverberaba por la habitación - Acabas de acusar a tus
hermanos de intentar cometer un asesinato.
- No, padre. Desde este día en adelante, Cameron es el único hermano
que tengo. Si permites que estos dos, permanezcan en tu hogar después
de lo que te acabo de contar, entonces tampoco tengo padre.
- Eres tan briosa y obstinada como tu madre. Le advertí a Leigh que
tenía que controlarte, pero no quiso escucharme.
- Dallas no es de los que siguen los consejos de otros hombres. Darle tu
aprobación para casarse conmigo, fue el mejor regalo que me pudiste
haber dado.

Dallas estaba más caliente con cada hora que pasaba. Cuando se
estremeció, Cordelia no se atrevió a subir las mantas para cubrirlo. El Dr.
Freeman le había dicho que la espalda lastimada de Dallas necesitaba
aire. Incluso si no hubiera sido así, ella pensó que no soportaría que algo
le tocara esa zona.
La noche había caído mientras volvían de las tierras McQueen.
Houston se había llevado a Amelia y a las niñas a casa. Austin había
cabalgado a la ciudad y Rawley dormía profundamente, sin siquiera
moverse cuando ella le apartó el cabello de la frente.
Cordelia había tomado su vigilia al lado de Dallas, colocando su
mano sobre la suya. Una mano tan fuerte, con un toque tan suave. Un
hombre tan fuerte, con un corazón tan tierno. Él lo negaría, por
supuesto, pero ella había visto demasiadas pruebas para no reconocer la
verdad. A pesar de su brusquedad, tenía un corazón tan grande como
Texas.
Escuchó arrastrar los pies y se volvió para ver a Rawley de pie en
la puerta, con el cabello negro pegado hacia un lado. Dee le tendió la
mano.
- Ven a sentarte conmigo.
Se apresuró a cruzar la habitación y se detuvo justo antes de
223
alcanzarla.

- No puedo, señorita Dee. Te engañé. Dijo que te mataría si no lo hacía.


No sabía que iba a lastimar al Sr. Leigh. Te juro por Dios que no lo sabía.
No haré lo que me diga nunca más. Juro por Dios que dejaré que me
mate antes de hacer lo que él me diga.
Cordelia extendió la mano hacia él, y aunque se resistía,
finalmente logró abrazarlo, y subirlo a su regazo. Ella comenzó a
balancearse de un lado a otro, su corazón roto por la vida que este niño
había soportado.
- No te lastimará más, Rawley - susurró ella, acariciando con sus dedos
su cabello - Se ha ido. Se ha ido al cielo.
Rawley se echó hacia atrás, estudiándola.
- ¿Quieres decir que está muerto?
No había querido decirlo sin rodeos, y honestamente, ella tampoco
creía que él hubiera ido al cielo. Aunque estaba segura de que Rawley
no sentía ningún afecto por el hombre, Cooper había sido su padre.
- Alguien lo
mató.
- Me alegro - dijo Rawley con vehemencia - Me alegro de que haya
muerto, para que ya no pueda hacerle daño a nadie.
Ella presionó el rostro del niño contra su pecho y pronto sintió sus
cálidas lágrimas empapando su vestido. Sabía que él necesitaba
desahogarse. Aunque su padre nunca lo había amado, había sido su
padre. Justo como ella necesitaba desahogarse por la familia de la que
se había despedido esa tarde. Finalmente se había dado cuenta de que,
con la excepción de Cameron, nunca había conocido realmente su amor,
pero aún dolía decirles adiós. Por eso cerró los ojos y dejó que sus
propias lágrimas cayeran libremente.

Al amanecer, unos fuertes golpes en la puerta despertaron a


Cordelia. Había puesto a Rawley en su cama y regresado al lado de
Dallas, solo para quedarse dormida en la silla. Antes de levantarse
colocó su palma en la mejilla de su esposo, su fiebre había aumentado.
Los golpes continuaron, y se preguntó por qué Austin no atendía.
Corrió al pasillo y comenzó a golpear en su habitación.
- Austin, ¿puedes abrir la puerta? - Cuando él no respondió, ella irrumpió
en su alcoba. Su cama estaba vacía y parecía como si no hubiera
dormido allí. ¿No había vuelto a casa?
Bajó corriendo las escaleras y abrió la puerta. El sheriff Larkin llenó
la entrada. Ella salió a la galería.
- ¿Slim? - El capataz se apartó del grupo de hombres.
- ¿Sí, señora?
- Envía a alguien a la ciudad a buscar al Dr. Freeman. De inmediato.
- Sí,
señora.
Se volvió hacia el sheriff.
- Lo siento, Sheriff. ¿Necesitaba algo?
- Necesito hablar con Austin.

224
Con los dedos, se apartó los mechones de la cara e intentó
recordar cuándo había sido la última vez que se había pasado un peine.
Demasiado tiempo.
- Creo que él no está aquí - dijo mientras el cansancio se asentaba - Fue
a la ciudad ayer por la noche, pero no parece que su cama haya sido
usada, así que puede consultar en el hotel.
- Ya hice averiguaciones por la ciudad. Nadie lo vio ayer por la tarde. No
entró al hotel.
La alarma se deslizó por su espina dorsal.
- Dijo que iba a ir a la ciudad. ¿Cree que esté
herido?
Más allá del hombro del alguacil, vio a Rawley arrastrando los pies
fuera del granero.
- ¡Rawley! - Ella le hizo un gesto para que se acercara y el niño corrió
hacia la casa - Rawley, ¿has visto a Austin? - le preguntó.
Él Sacudió la cabeza.
- No desde que le dije sobre el
hombre.
Cordelia se arrodilló frente a él.
- ¿Qué
hombre?
- El hombre que pagó a mi padre para matar al Sr. Leigh. - Su corazón
comenzó a latir con fuerza.
- ¿Quién sería ese hombre, muchacho? - preguntó el sheriff Larkin.
Rawley no apartó la vista de Cordelia cuando respondió:
- El hombre que te lastimó, fuera del hotel.
- ¿Boyd?
- No sé su nombre. Pa siempre lo llamó, mi amigo especial. Solo que
nunca pensé que él fuera especial en absoluto.
Cordelia estuvo de acuerdo con la evaluación que Rawley hizo de
su hermano. No había sido especial, solo cruel.
- ¿Cómo sabes que fue él quien pagó a tu padre para matar al señor
Leigh? - preguntó ella.
- Pa me dijo que una vez que hubiera matado al Sr. Leigh por encargo de
su amigo especial, me iba a entregar a él para siempre.
Imaginando el terror que el niño debió haber sentido al escuchar
las palabras de su padre y sabiendo el destino que podría haberle
esperado, si no hubieran escapado, ella lo atrajo hacia su abrazo.
- ¿Y le dijiste esto a Austin? - Dee susurró.
El asintió.
- Dijo que se encargaría de todo.
Cordelia se puso de pie cuando el contorno vago de un jinete,
sobre un caballo negro surgió en la distancia. Por el rabillo del ojo, vio al
sheriff Larkin apoyar la mano en la culata de su arma.
- Ahí está Austin. - éste detuvo su caballo y desmontó, mirando con
cautela al sheriff Larkin.
- ¿Qué está pasando, Dee? - De repente, se le ocurrió que no tenía idea
de lo que estaba sucediendo, que era exactamente lo que había llevado
al sheriff a la casa.
225
- No se…
- Tienes sangre en la camisa - señaló el Sheriff Larkin. - Austin bajó la
mirada y tocó con sus dedos el delgado rastro de sangre que corría a lo
largo del costado de su camisa. Levantó la vista y se encontró con la
mirada del sheriff.
- Debo haberme arañado.
- ¿Tienes a alguien que pueda dar fe de tu paradero anoche? - preguntó
el sheriff Larkin.
Austin dio un paso atrás, su mirada se movió entre Cordelia y el
sheriff Larkin.
- ¿Qué diablos está
pasando?
El sheriff Larkin soltó una gran ráfaga de aire.
- Señora Leigh, no quería darle la noticia de esta manera, pero Boyd fue
asesinado anoche. Lo encontramos en la pradera. Con un disparo en el
estómago.
Cordelia se tambaleó hacia atrás y envolvió sus brazos alrededor
de la viga. Ella había estado enojada con su hermano, muy posiblemente
había llegado a odiarlo, pero no había querido eso para él. Nadie
merecía esa lenta y agonizante muerte.
- ¿Quién...? - El corazón se estrelló contra sus costillas cuando el sheriff
Larkin volvió toda su atención hacia Austin.
- Ahora, entonces, chico, ¿tienes a alguien que puede jurar que estabas
con ellos anoche? - Austin miró a Cordelia, una silenciosa petición de
perdón en sus ojos, antes de decir en voz baja - No.
- Eso es malo, chico - dijo el Sheriff Larkin mientras bajaba del porche,
sacudiendo las esposas - Porque Boyd escribió tu nombre en la tierra
antes de morir.

Mientras la fiebre de Dallas aumentaba sin control, Cordelia


constantemente colocaba agua fría sobre su cuerpo y se preocupaba por
Austin. Un juez de circuito había llegado esa mañana, y no veía el punto
en posponer lo inevitable, hasta que Dallas se hubiera recuperado.
- ¿Dee?
Cordelia giró ante el sonido de la voz ronca de Dallas, puso una
mano sobre la suya, que estaba atada a la pata de la cama. La habían
obligado a atarlo, para detener sus bruscos movimientos en el punto
más alto de su delirio.
Rozó los labios sobre su frente enfebrecida, sus ojos vidriosos
reflejaban dolor.
- Tienes que... escapar - dijo con voz áspera.
- No, ahora estamos a salvo. Estamos en casa.
- ¿En casa?
Ella apoyó su mejilla contra la suya barbuda.
- Sí, estamos en casa.
- Entiérrame junto a nuestro hijo. - La furia explotó a través de ella.

- ¡No vas a morir! - colocó una mano debajo de su barbilla, clavando los
226
dedos en su mandíbula y lo giró hasta que sus ojos se enfrentaron - ¡¿Me
oyes?! ¡Vas a tener un hijo, pero solo si vives! ¿Me oyes? ¡Vas a obtener
lo que más quieres!
Él la miró a través de su mirada dolorida.
- No... lo... quiero…
Sus ojos se cerraron, y ella sintió que su cuerpo tenso se relajaba.
Se preguntó si la fiebre estaba dañando su cerebro. Un hijo era lo que él
quería. Todo lo que siempre había deseado. ¿Por qué estaba negando
eso ahora?
Cerca del anochecer, escuchó pasos en el pasillo justo antes de
que Houston entrara a la habitación. Su rostro le contó el veredicto,
mucho antes de que pudiera pronunciar las palabras.
- Lo encontraron culpable.
Su corazón se desplomó.
- ¿Cómo pudieron encontrarlo culpable? Debería haber ido al juicio.
Debería haber testificado...
Houston envolvió sus manos alrededor de la pata de la cama y
apoyó su frente contra la madera enrollada.
-No habría hecho ninguna diferencia. No después de que salió a la luz
que amenazó con matar a Boyd y a Duncan. Maldición, incluso llegó a
disparar una bala contra la pared del salón justo encima de la cabeza de
Boyd anunciándole a todo el mundo que quería deshacerse de la sombra
de Boyd.
Cordelia cerró los ojos de golpe.
- Cuando escuché ese testimonio, quise golpearlo - agregó
Houston.
- Esto va a matar a Dallas cuando esté lo suficientemente fuerte como
para entender lo que pasó.
- Sí. El sheriff lo llevará mañana a la prisión en
Huntsville.
- ¿Tan
pronto?
Houston asintió.
- Creo que el sheriff tiene miedo de que si espera hasta que Dallas esté
bien, él interferirá. - Houston se rió burlonamente - Y él tiene razón.
- Necesito hablar con Austin.
- Cuidaré a Dallas. Cenaremos comida de Amelia. Pensé en quedarnos
aquí esta noche, haremos lo que podamos para ayudarlo, ya que no
pudimos ayudar a Austin.

La cárcel estaba hecha de ladrillo, pero no parecía tan grandiosa,


ni tan hermosa como su hotel. Se veía fría, oscura y deprimente.
La oficina del sheriff era pequeña. Él estaba sentado a su
escritorio, con las piernas cruzadas sobre los papeles esparcidos en la
parte superior. Una puerta en la parte de atrás estaba entreabierta.
- Supongo que estás aquí para ver a Austin - dijo mientras se ponía de
pie. Asintió, su voz se le anudó en la garganta. Tenía que ser valiente,

tenía que ser fuerte. Él Señaló el pasillo - Lo encontrarás a través de esa


227
puerta.
Cautelosamente, Dee cruzó por la puerta, sin saber qué esperar.
Las barras que se extendían desde el piso hasta el techo corrían a
ambos lados del pasillo. Otras barras dividían cada lado en dos. En total
cuatro celdas tenía la cárcel.
Austin estaba en la última, apoyado contra la pared de ladrillo, con
sus manos ahuecando la cara de Becky Oliver quien con sus dedos le
agarraba la camisa a través de los barrotes.
Volvió ligeramente la cabeza y le dirigió a Cordelia una sonrisa
poco entusiasta. - Oye, Dee. - La verdad de su situación la golpeó
duramente.
- Vuelvo después.
- Está bien. Becky se está por ir.
Con lágrimas corriendo por sus mejillas, Becky echó la cabeza
hacia atrás para mirar a Austin.
- Déjame decirlo, Austin.
- Shh - Él llevó sus pulgares a los labios - Simplemente espera por mí,
dulce mía. Como hemos quedado.
Con un sollozo, ella soltó su agarre y pasó rápidamente junto a
Cordelia.
Austin volvió su rostro hacia la pared. Cordelia podía ver los
músculos de su garganta, moviéndose. Le dio un tiempo para calmarse
antes de acercarse en silencio.
- No lo maté, Dee - le dijo cuándo se encontró con su mirada.
Extendiendo la mano, ella arrastró sus dedos sobre su mejilla
barbuda.
- Lo sé, Austin. Esa es la única cosa de la que nunca he dudado en todo
este lío. - Parecía como si acabara de levantar un peso de sus hombros.
- ¿Cómo está Dallas?
- Su fiebre no se ha ido, pero acaba de llegar al Dr. Freeman. Va a ver
qué más puede hacer.
Se miraron el uno al otro, con tanto que decir, pero aquí, con las
palabras que viajaban entre barras de hierro, quedaba demasiado sin
decir. Tomando una respiración profunda, Cordelia finalmente se atrevió
a decir:
- Estás protegiendo a alguien, ¿verdad?
Su cuñado bajó la mirada hacia sus botas, la punta de sus pies
metiéndose entre los barrotes como si buscaran la libertad.
- ¿Cameron?
- No.
- Si es la persona que mató a Boyd…
- No lo es.
- Pero estabas con alguien esa noche, ¿verdad?
Continuó mirando al suelo, y la verdad se le presentó tan
claramente que se preguntó por qué nadie más había pensado en eso.

- Becky - susurró roncamente - Estabas con Becky.


Él levantó su mirada. Ella envolvió sus manos alrededor de las frías
barras.

228
- A eso se refería cuando dijo: Déjame decirlo. Austin, ella puede hablar
por ti.
Él negó con la cabeza tristemente.
- Son solo cinco años, Dee. No vale la pena arruinar su reputación. No
vale la pena darle esa vergüenza. Queremos vivir aquí. Criar a nuestros
hijos aquí. No dejaré que la gente susurre a sus espaldas.
- Pero has sido acusado de asesinato. ¿No crees que la gente susurrará
sobre eso?
- Cuando salga, descubriré quién lo hizo, y lo
manejaré.
- Pero, Austin... cinco años.
- Houston se casó con Amelia hace cinco años, y parece que fue ayer. No
es tanto.
- Es una eternidad cuando no tienes
libertad.
Él envolvió su mano alrededor de la de ella.
- Dile a Dallas que se mantenga alejado de esto.
Alcanzándolo a través de los barrotes, lo abrazó tan fuertemente
como pudo.
- Cuídate.
- Cuida mi violín y a mi caballo. Los necesitaré a los dos cuando vuelva a
casa.

229
CAPÍTULO 21

Cordelia lloró de alivio cuando la fiebre de Dallas finalmente cedió


cerca del amanecer. El dolor no había desaparecido con la fiebre, pero
pudieron desatarlo. Estaba increíblemente débil, demasiado débil para
sentarse, pero se las arregló para sorber caldo de una cuchara que le
acercaban a sus labios... una y otra vez durante todo el día cada vez que
no estaba durmiendo.
Mientras comía, ella parloteaba, explicando cosas que habían
sucedido desde que habían regresado al rancho, evitando
cuidadosamente cualquier mención a Austin. Le contó acerca de la
recolocación del alambrado más allá del río, de la muerte del padre de
Rawley, de sus planes de construir un teatro en Leighton.
Hablar del teatro lo hizo sonreír.
Houston y su familia permanecieron en la casa y se turnaron para
atender las necesidades de Dallas. Decir que era un paciente difícil era
quedarse corto.
La tercera mañana después de que su fiebre desapareció, Cordelia
entró en la habitación y se encontró a Dallas sentado en el borde de la
cama tomando aire brevemente, sus manos anudadas alrededor del
colchón, el sudor le rozaba el cuerpo.
- No deberías levantarte - le regañó mientras entraba en la habitación y
colocaba su bandeja de desayuno al pie de la cama.
- ¿Dónde está
Austin?
El momento que tanto había temido, finalmente había llegado.
Todas las palabras que había dicho mil veces, practicando la forma de
decírselo, repentinamente parecían triviales, insignificantes. Se arrodilló
frente a él y colocó las manos sobre las suyas. Podía ver el dolor grabado
en sus facciones, la tensión en sus músculos. Cómo odiaba tener que
aumentarlo.
- Está en la prisión de
Huntsville.
Él palideció como si el látigo le hubiera golpeado la espalda otra
vez. Apretó el agarre en sus manos.
- Boyd fue asesinado. Aparentemente, antes de morir, garabateó el
nombre de Austin en la tierra. Condenaron a Austin a cinco años de
prisión porque había amenazado con matarlo delante de medio pueblo y
además porque no dijo con quien estuvo la noche en que murió Boyd.
- ¿Con quién estaba él? - preguntó Dallas con los dientes apretados.
Cordelia presionó su frente contra su rodilla.

- Él no quiere que nadie lo sepa - levantó la vista, sus ojos suplicantes -


Dame tu palabra de que si te digo, no traicionarás su confianza.
Él desvió la mirada, y lo vio tragar.
- Te doy mi palabra - dijo con
resignación.
- Becky Oliver.
- Prepara mi
230
caballo.
Cordelia cayó de espaldas mientras Dallas se ponía de pie.
- Me diste tu
palabra.
- No voy a incumplir mi palabra, pero estaré condenado si dejo que
renuncie a cinco años de su vida por una mujer.
Dio un paso, vaciló, tomó la mesita de noche en busca de apoyo,
la tumbó y se estrelló contra el suelo. Gritó de dolor, rodando sobre su
estómago. Cordelia llamó a gritos a Houston, que irrumpió en la
habitación y se arrodilló junto a Dallas, deslizando sus manos bajo sus
brazos, tratando de ayudarlo a levantarse.
- ¿Qué pasó? - preguntó Houston.
- Le conté sobre Austin - dijo Cordelia.

Dallas miró a su hermano.


- ¿Por qué diablos no hiciste
algo?
- Hice todo lo que pude hacer. La evidencia estaba apilada en su contra,
y él no abrió la maldita boca. La única vez que debería haberla abierto,
la mantuvo cerrada.
Finalmente luchando, Houston puso a Dallas de pie, que se alejó
de él, se tambaleó y recuperó el equilibrio.
- Austin me dijo que te dijera que te mantengas alejado de esto. Que es
su problema y que él se ocupará de esto - dijo Cordelia.
- Él tiene una gran manera de ocuparse. Prisión, por el amor de Dios.
Dallas caminó rígidamente por la habitación, tiró las cortinas a un
lado, empujó la puerta y salió al balcón. Tomó un soplo de aire fresco,
luchando contra el dolor y las náuseas. Pensó que su espalda había
estado en agonía, pero el dolor no se comparaba con la angustia que le
desgarraba el corazón.
- Realmente no había nada que pudiéramos hacer - dijo Houston en voz
baja desde la habitación - El juez fue indulgente con su sentencia debido
al antagonismo que existía entre las dos familias. Dentro de todo, eso
fue bueno.
Dallas abarcó con su brazo el horizonte.
- Mira. La tengo. Cada maldita hectárea. Pero eso no impidió que mi hijo
muriera. No impidió que alguien secuestrara a mi esposa. Eso no impidió
que Austin fuera a prisión por un asesinato que no cometió. Dime. ¿Qué
diablos ves que sea bueno? - inclinó la cabeza - Quiero verlo, Houston.
- Sé que quieres, pero preferiría que no lo hicieras. Sé que lo criamos, y
que es difícil verlo como algo más que nuestro hermanito, pero ahora es
un hombre. Sabía lo que le costaría si guardaba silencio, y estaba

dispuesto a pagar el precio. Todo lo que podemos hacer ahora, es darle


un lugar al que volver cuando salga de prisión.
- ¿Qué demonios creía que estaba haciendo?
- Supongo que pensó que estaba siguiendo nuestros pasos, haciendo
todo lo posible para proteger a la mujer que ama.

231
Cordelia esperó hasta que Dallas recuperó sus fuerzas, hasta que
sus heridas sanaron lo suficiente como para poder usar una camisa y
administrar los asuntos de su rancho.
Tomando una respiración profunda para darse fuerza, Cordelia
golpeó con los nudillos la puerta de la oficina de su esposo. Su coraje
vaciló cuando su voz sonó, obligándola a entrar.
Nunca más volvería a entrar en esta habitación, nunca más
escucharía su voz retumbando del otro lado. Cuando abrió la puerta,
incluso sonrió mientras se ponía de pie. Siempre el caballero. El hombre
que ella amaría por siempre.
Cruzó la habitación lo más rápido que pudo, juntando las manos.
Dallas golpeó con el lápiz sus notas meticulosas.
- Cuidaste muchos cabos sueltos mientras yo... me estaba
recuperando.
- Traté de manejar las cosas como pensé que se hacía. Tus hombres
fueron de gran ayuda - dio un paso más cerca - Dallas, he pensado
mucho en nuestra situación...
- ¿Nuestra situación? - Se le secó la boca y deseó haber traído un vaso
de agua con ella.
- Sí, nuestra situación. Nuestro matrimonio fue un acuerdo. Ya no existen
las razones para mantenerlo unido. Mi familia no se merece, ni ganará el
derecho de tener tu tierra como propia. Y no puedo darte un hijo.
Él arrojó el lápiz sobre sus libros mayores.
- Dee…
- Creo que deberíamos solicitar el divorcio - afirmó rápidamente, sin
fingimientos, antes de que su resolución se derritiera como un copo de
nieve solitario.
- ¿Divorcio? ¿Es eso lo que quieres?
Se obligó a mantener la mirada fija en la incredulidad reflejada en
sus ojos, sabiendo que era la única forma en que él le creería.
- Creo que sería lo mejor para los dos.
Caminó hacia la ventana, contempló su tierra y le preguntó en voz
baja.
- ¿Sabes cómo es la vida para una divorciada? - Girando, él encontró su
mirada - No importa las razones que demos, la gente cuestionará tu
moral, no la mía. Te culparán a ti por el fracaso de nuestro matrimonio,
no a mí. Tus posibilidades de construir otro negocio, de encontrar otro
marido, disminuirán...

- Entonces me mudaré a otra ciudad, donde nadie me conozca. Mientras


los hombres continúen tendiendo rieles para los trenes, las ciudades
florecerán a lo largo de las vías y los hoteles estarán en demanda.
- Enfrentarás años de dificultades.
- Hace un año, la idea me hubiera aterrorizado - Las lágrimas querían
desbordarse, y luchó contra ellas - Pero soy una persona más fuerte por
haber sido tu esposa.
Una esquina de su boca se levantó.
- Siempre fuiste fuerte, Dee. Simplemente no lo
232
sabías.
En ese momento se sintió increíblemente débil. Quería cruzar la
distancia que los separaba y dejar que la cobijara en su abrazo. En
cambio, levantó la barbilla.
- Me iré por la
mañana.
- Bien. - se alejó de ella - Si es lo que quieres.
No lo quería, pero la vida no le daba opción, ni siquiera la ilusión
de una opción. Quería que Dallas fuera feliz, y él nunca sería feliz si ella
se quedaba a su lado.
- Sobre Rawley. Pensé que sería mejor para él si pudiera quedarse aquí.
- No tengo ningún problema con eso. Ya está cobrando
salario.
- Entonces le explicaré las cosas antes de irme. ¿Te veré en la
mañana?
- Probablemente no. Necesito controlar mi
manada.
- Entonces me despediré ahora. Dallas… a pesar de la angustia que
hemos sufrido, me llevaré algunos recuerdos muy queridos, y te
agradezco por eso.
- ¡Maldición! ¡No quiero tu gratitud! - Se giró, la ira llameando en sus
ojos. - Nunca quise tu gratitud.
- Eso es malo, porque la
tienes.
Un fantasma de sonrisa revoloteó sobre su rostro.
- ¿Qué pasó con la mujer tímida con la que me casé, la mujer que se
encogió de miedo cuando pateé la puerta de la habitación?
Probablemente ahora me arrojarías tu cepillo
- Sí, creo que lo haría - Si sus dedos no hubieran estado temblando,
podría haber seguido sus instintos y extendido la mano para peinar el
mechón caprichoso de su frente - En tu próxima noche de bodas, no
patees la puerta.
- No lo haré.
Su tácita afirmación le dolió mucho más de lo que esperaba.
Tendría otra noche de bodas, otra esposa... el hijo que deseaba. Todo lo
que ella quería que él tuviera. El conocimiento debería haberla llenado
de alegría, no de dolor.
- Tengo que empezar a empacar - Cruzó la mitad de la oficina, se detuvo
y miró por encima del hombro - Dallas, la próxima vez dale las flores a tu
esposa, en lugar de dejarlas en la cama. Puede que las descubra
demasiado tarde. - salió de la habitación mientras todo dentro de ella
gritaba que se quedara.

Rawley Cooper sabía demasiado sobre la tristeza como para no


reconocerla cuando la veía.
Bella Dee era la persona más triste que había visto en su vida.
Pensó que podía estar aún más triste de lo que había estado la noche en
que azotaron al Sr. Leigh.
Ella se sentó en el borde de su cama, con una sonrisa que parecía
233
dibujada en un pedazo de papel y que se había colocado sobre los
labios. No era cálida como solían ser sus sonrisas. No se extendía y
tocaba sus ojos.
En cualquier momento, esperaba verla llorar, le estaba sujetando
la mano con tanta fuerza que se sorprendió de no haber escuchado un
hueso romperse. Con dedos temblorosos, le apartó el pelo de la frente,
pero éste volvió a su lugar, entonces ella lo cepilló de nuevo, una y otra
vez.
- Te amo, Rawley - dijo finalmente en voz
baja.
Esas fueron las palabras más bonitas que había escuchado, y
temía que fuera él quien llorara. Ojalá pudiera devolvérselas, porque la
amaba, pero las palabras no podían esquivar el dolor en su pecho y salir
al exterior.
- Quería que lo supieras porque me voy a ir, y no tiene nada que ver
contigo.
- ¿Te vas? - el
graznó.
- Sí, voy a construir hoteles en otras ciudades.
- ¿Qué pasa con el Sr.
Leigh?
- Él se quedará aquí y cuidará de ti.
- ¿Vas a volver? - Ella se mordió el labio inferior.
- No. Necesito que hagas dos cosas muy especiales por mí. Necesito que
cuides de Preciosa, y necesito que cuides al Sr. Leigh. Cuando tenga una
nueva esposa, sé que te amará, tanto como lo hago yo. - Se levantó y
tiró de las sábanas - Ahora a dormir.
Se arrastró debajo de las mantas. Ella colocó los extremos
alrededor de sus hombros. Entonces, como siempre, se inclinó para
besar su frente. Él le echó los brazos al cuello.
- Te amo, señora Dee. Por favor, no te vayas.
Cordelia lo abrazó muy fuerte.
- Tengo que hacerlo, Rawley. Porque te amo a ti y al señor Leigh, debo
irme.
- Él no te dejará ir. El señor Leigh no te dejará ir.
Se retiró, y su mirada vagó por su rostro como si tratara de
grabarlo en su mente.
- Sí, lo hará. Siempre me da lo que quiero, pero yo no puedo darle lo que
él quiere.
Presionó un rápido beso en su frente, un beso final, el último que
recibiría, y salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de ella.

Un rayo de luz de luna se filtraba a través de la ventana. Rawley


podía ver la llave en la cerradura. Ya no sentía la necesidad de usarla.
Rodó hacia un costado, se hizo una bola y observó las sombras
bailar sobre las paredes. Pensó en escabullirse de la habitación,
encontrar al señor Leigh y hablar con él de hombre a hombre sobre la
partida de la señora Dee, pero no veía el punto.
El señor Leigh era un hombre que sabía cómo luchar por lo que
quería. Rawley pensó que tarde o temprano decidiría por sí mismo que
234
quería que la bella Dee se quedara con él.

El reloj de abajo dio la medianoche cuando Cordelia colocó la


última de sus pertenencias en una caja.
Lanzando un profundo suspiro, se estiró para aliviar el dolor de su
espalda. Estaba increíblemente cansada, pero sabía que el sueño la
eludiría. Desde que Dallas había dejado de dormir en su cama, su cuerpo
sufría de necesidad.
Había pensado en pedirle que durmiera con ella esta última noche,
solo para que la abrazara, pero temía que eso lo hiciera tanto más difícil
para ambos. Los recuerdos de lo que había sido, de lo que podría haber
sido, se habrían reavivado. Tal como estaban las cosas, era preferible
que lentamente se desvanecieran en brillantes brasas.
Atravesó la habitación, corrió las cortinas, abrió la puerta y salió al
balcón. Un millón de estrellas centelleaban en el cielo aterciopelado y
negro. Desde lo alto de un molino de viento, había visto la tierra a través
de los ojos de Dallas.
Se preguntó por qué alguna vez la había considerado desolada.
Oyó un relincho de caballo y miró hacia el corral. Con el corazón
palpitando, se acercó más al borde del balcón. Podía ver a su marido
sentado en la barandilla del corral, con los hombros caídos y la cabeza
gacha. Si no supiera cuán fuerte era Dallas Leigh... habría pensado que
estaba llorando.

Con un doloroso nudo formándose en su pecho, Cordelia vio como


Slim cargaba las últimas cajas en el carro. Sostuvo cerca de su corazón
la despedida que Rawley le había dado la noche anterior. Había sido tan
difícil liberarlo, dejarlo solo en su habitación, pero su partida era lo
mejor.
No sabía qué le depararía el futuro, a dónde iría, qué haría
exactamente, pero sabía que Rawley necesitaba estabilidad y que la
encontraría aquí, con Dallas.
Él era parte de la tierra, sus raíces estaban enterradas
profundamente en el suelo. El golpe de la última caja contra el suelo del
carro resonó a su alrededor. Su pecho se tensó en respuesta. Se le secó

la boca, le escocían los ojos mientras buscaba fortaleza. Slim se volvió y


se limpió las manos en los pantalones.
- Bueno, eso es todo. ¿Se lleva su caballo?
Gota de limón. Ella había montado ese caballo al lado de Dallas.
Asintió.
- Entonces la buscaré y se la traeré.
A grandes zancadas, Slim comenzó a caminar hacia el granero.
Cordelia oyó el portazo en la puerta principal y unos pasos pesados que
resonaron en la galería. Había esperado que Dallas hubiera ido a
controlar su manada como le había dicho que lo haría. No sabía si podría
sobrevivir a una despedida más.

235
Giró y se encontró con la mirada inquebrantable de Dallas.
Apoyado contra el poste, sus manos enlazadas detrás de la espalda, sus
ojos oscuros, su expresión dura. Le recordó a un animal depredador,
esperando, esperando para atacar.
Cordelia entrelazó los dedos, buscando las palabras que
disminuirían el dolor de su partida, pero las palabras permanecieron
ocultas. Aclaró su garganta.
- Todo está listo. Slim está buscando a Gota de limón. Supongo que está
bien si tomo el caballo - Dallas solo la miró, como una estatua de
madera frente a una tienda. Si un músculo en su mandíbula no se
hubiera sacudido, ella podría haber pensado que se había convertido en
piedra. Tomó su silencio como aprobación - ¿Quieres contactar al
abogado o debo hacerlo yo? - ella le preguntó. Su mirada se intensificó. -
Supongo que deberé hablar yo con él - dijo en el silencio que
impregnaba el aire - Le diré que te envíe un mensaje acerca de la mejor
manera de manejar este asunto. Me quedaré en nuestra habitación del
hotel hasta que decida exactamente a dónde iré. Estoy bastante segura
de que no me quedaré en Leighton. Creo que sería más fácil para
nosotros si me fuera. Te dejaré saber lo que decida. - Las palabras
estaban saliendo de su boca ahora, y parecía incapaz de detenerlas.
Sabía que las lágrimas no se quedarían atrás. - Te deseo toda la felicidad
que mereces.
Ella giró y corrió hacia la parte delantera del carro.
- Quédate.
La palabra estrangulada, pronunciada con angustia, le desgarró el
corazón, desgarró su resolución. Se secó las lágrimas que llovían sobre
sus mejillas y se volvió lentamente, forzando la dolorosa verdad más allá
de sus labios.
- No puedo quedarme. Ya no puedo darte lo que quieres. No puedo darte
un hijo.
Dallas salió de la galería y extendió un ramo de flores silvestres
hacia ella.
- Entonces quédate y dame lo que
necesito.
Su corazón se sacudió ante la abundancia de flores que se
marchitaban en su asfixiante agarre. Negó con la cabeza vigorosamente.

- No me necesitas. Hay una docena de mujeres elegibles en Leighton


que felizmente te darán un hijo y el mes próximo habrá al menos una
docena más...
- Nunca amaré a ninguna de ellas tanto como te amo a ti. Lo sé con
tanta seguridad como sé que saldrá el sol por la mañana. - Cordelia se
quedó sin aliento, su temblor se incrementó, las palabras se atascaron
en su garganta. ¿Él la amaba? Ella vio como tragaba. - Sé que no soy un
hombre fácil. Nunca esperaré que me ames, pero si al menos me
tolerases, te doy mi palabra de que haré lo que sea necesario para
hacerte feliz.
Avanzando rápidamente, presionó sus temblorosos dedos contra
sus cálidos labios.
- Dios mío, ¿no sabes que te amo? ¿Por qué crees que me voy? Me voy
236
porque te amo demasiado. Dallas, quiero que tengas tu sueño, quiero
que puedas cumplirlo, que disfrutes de un hijo.
Cerrando los ojos, él puso la mano áspera sobre la suya donde
tembló contra sus labios y presionó un beso contra el corazón de su
palma.
- No puedo prometerte que no habrá días en que miraré hacia el
horizonte y sentiré el doloroso vacío que proviene de saber que nunca
tendremos un hijo para transmitirle nuestro legado a... - Abriendo los
ojos, capturó su mirada - Pero sé que el vacío que dejarás, si te vas,
consumirá cada minuto de cada día. Cuando era niño, fui a la guerra en
busca de gloria. No la encontré. Vine aquí, pensando que encontraría la
gloria si construía un imperio de ranchos o una próspera ciudad. - Él
arrastró su pulgar sobre sus labios - En cambio, descubrí que ni siquiera
sabía lo que era la gloria, no hasta que me sonreíste por primera vez, sin
miedo a tus ojos. - Su mirada paseó más allá de ella, para abarcar todo
lo que los rodeaba - En cien años a partir de ahora, todo lo que he
trabajado tan duro para construir no será más que polvo soplado por el
viento, pero si puedo pasar mi vida amándote, moriré como un hombre
rico, como un hombre feliz. - Las lágrimas se desbordaron y se
derramaron sobre sus mejillas - Quédate conmigo Dee. - le dijo.
Llorando y asintiendo en silencio, ella envolvió los brazos alrededor
de su cuello. Las flores flotaron hasta el suelo cuando la tomó en sus
brazos y la llevó a la casa.
- Tu espalda - le dijo mientras comenzaba a subir las escaleras - No
deberías cargarme.
- Mi espalda está bien.
No estaba bien. Siempre llevaría las cicatrices que se había
ganado protegiéndola. Cien veces se había preguntado qué podría haber
hecho diferente para evitar su sufrimiento. Cien veces, no pudo pensar
en nada.
Dentro de su habitación, ella se deslizó a lo largo de su cuerpo
hasta que sus pies tocaron el suelo. Con infinita paciencia y ternura,
como si tuvieran toda una vida de tiempo, él le quitó la ropa, dejándola a

sus pies. Sus nudillos rozaron el interior de su pecho mientras recogía en


la palma de la mano, el relicario con forma de corazón que le había
regalado por Navidad.
- No sabía que estabas usando mi regalo - dijo
roncamente.
- Pensé que usarlo era lo más cerca que estaba de tener tu corazón.
- Has retenido mi corazón por tanto tiempo que no puedo recordar
cuándo no lo hiciste, pero no sabía cómo decírtelo. Pensé que si te daba
esto, lo sabrías. Pero he descubierto hoy, que las palabras no son tan
difíciles de decir. Te amo Dee - Su boca descendió para cubrir la de ella,
besándola profunda y cálidamente. La había besado antes, tantas veces
antes, pero nunca así... nunca como si su boca fuera la única que había
conocido, como si sus labios fueran los únicos que él había probado
alguna vez, como si solo su beso fuera el que lo satisfaría alguna vez.
La amaba, y mientras la llevaba a la cama, se preguntó por qué
nunca se había dado cuenta antes. Él se lo había demostrado de muchas
237
maneras diferentes, atrayéndola a la luz del sol hasta que ella pudo
proyectar su propia sombra.
Él se quitó la ropa y se tumbó a su lado. Dee arrastró los dedos
sobre su pecho y sus ojos se oscurecieron. Ella guió sus manos hacia su
espalda y sintió las crestas desiguales que siempre llevaría. Las lágrimas
brotaron en sus ojos. Él ahuecó su mejilla.
- No llores.
- Odio que te hayan hecho
esto.
Él la besó en la mejilla.
- También tienes cicatrices. Te las quitaría si pudiera. - Pero no podía.
Ambos lo sabían. Las de él en el exterior. Las de ella por dentro. Ambos
habían flotado cerca de la muerte. Las cicatrices servirían como un
recordatorio de su triunfo.
Apoyó las palmas de sus manos a ambos lados de su rostro y
sostuvo su mirada inquebrantable.
- Dallas, ¿estás seguro de que puedes renunciar a tu sueño sin terminar
odiándome?
- Tú eras mi sueño, Dee. Es que simplemente no lo sabía. Eres lo que una
parte de mí siempre estaba buscando.
Sus labios encontraron los de ella, calientes y vibrantes, llenos de
vida, de deseo. Sus manos se tocaron y se acariciaron, avivando las
brasas moribundas de su pasión, con un rugido fulgurante. Ella besó su
cuello, pasó las manos sobre su pecho y bajó, acariciándolo
audazmente, saboreando los profundos sonidos guturales que vibraban
dentro de su garganta.
Hicieron el amor, tratando de cumplir su sueño. Hicieron el amor
para celebrar la promesa de ese sueño. Ahora, por fin, estaban
celebrando aquello en lo que deberían haberse glorificado todo el
tiempo: el amor que sentían el uno por el otro.
Él capturó su mirada mientras hundía su cuerpo en el de ella que
se maravilló de la perfección de su unión. Luego comenzó a moverse, las

oscuras profundidades de sus ojos humeando, el fuego rugiendo a través


de ella, ardiendo brillantemente hasta que explotó con un glorioso
estallido de sensaciones, colores y sonidos, diferente de todo lo que
había conocido hasta ahora.
Dallas se estremeció antes de desplomarse sobre su pecho, su
respiración ronca cerca de su oreja, sus dedos enhebrados a través de
su pelo, raspando suavemente su cuero cabelludo.
- Te amo - le susurró ella
- En este momento me diste mi regalo de Navidad - le dijo bajo, con voz
cansada.
- ¿Tu regalo de Navidad?
- Eso es todo lo que quería para Navidad. Tu amor. - Ella cerró los ojos,
recordando sus palabras en la habitación del hotel esa noche hacía tanto
tiempo. "Algo que solo podría darse si no se lo pidiera".
Algo con lo que ella lo regalaría por el resto de su vida.

238
EPÍLOGO

Mayo de 1884 - dos años después…

Dallas oyó el grito de su esposa y se levantó de la silla.


- ¡Siéntate! - Con pánico atravesándolo, se detuvo y miró a su
hermano.
- ¡Siéntate! - Houston ordenó de
nuevo.
Dallas apretó sus manos en comprimidos puños.
- Un esposo debería estar con su esposa en un momento como este.
- Simplemente la volverías loca. Demonios, me estás volviendo loco a
mí.- Dallas se dejó caer en la silla, hundió los codos en los muslos y
enterró la cara entre las manos.
- El Dr. Freeman dijo que no podía tener hijos. Cristo, nunca más la
tocaré.
- La tocarás - dijo Houston.
Dallas levantó la mirada, la determinación grabada profundamente
en las líneas de su rostro.
- No, no lo haré.
- Sí, lo harás. Una noche, ella se acurrucará contra ti, tan inocente
como... - Compasión, comprensión y una gran simpatía llenó la mirada
de Houston - La tocarás.

La puerta de la oficina se abrió, y Rawley se deslizó en la


habitación tan silenciosamente como una sombra.
- Creí haber escuchado a Ma gritar.
Dallas le sonrió al chico. Su cabello negro estaba pulcramente
recortado, su rostro estaba limpio. Las manchas de tierra y hierba en su
mono más nuevo eran la única evidencia a la vista de que no era tan
adulto como él pretendía ser.
Lo habían adoptado en sus corazones mucho antes de que los
documentos lo legalizaran. Contra la preferencia de Dallas, Rawley había
guardado su apellido, murmurando algo acerca de no merecer el nombre
Leigh. Dallas esperaba que con tiempo y paciencia, el niño algún día
cambiara de opinión.
Rawley había caído rápidamente en el hábito de llamar a Dee
"Ma". Todavía no había llamado a Dallas otra cosa que no fuera señor
Leigh. Dallas tenía la sensación de que el muchacho tenía un largo
camino por recorrer antes de confiar en los hombres.
- ¿Por qué no llevas a Preciosa a dar un paseo? - sugirió Dallas.
Rawley se adentró más en la habitación.
239
- Ya la llevé a jugar con sus amigos por un tiempo.
Dallas frunció el ceño.
- ¿Sus amigos?
Rawley asintió.
- Sí. Tiene un montón de amigos en el prado. Les gusta jugar al salto.
Solo que no saltan sobre ella. Simplemente se lanzan sobre ella. Parece
que siguen tratando de saltar sobre ella, pero solo que no es lo
suficientemente fuerte, creo.
- Dios mío, ¿está caliente?
Rawley se encogió de hombros.
- Supongo que se calienta por ahí. Yo lo hago y no tengo todo ese pelaje.
La risa de Houston resonó alrededor de la habitación.
- Diría que antes de mucho tiempo, vas a estar haciendo un montón de
correas.
Dallas estaba a punto de lanzar una amenaza para silenciar a su
hermano cuando el grito de Cordelia resonó en toda la casa. Rawley
palideció visiblemente y retrocedió a una esquina.
Dallas salió disparado de la silla.
- Cuida a Rawley.
Salió corriendo de su oficina y subió las escaleras, de dos en dos
escalones. Mientras se acercaba a su habitación, pudo escuchar un
pequeño gemido. Se tambaleó hasta detenerse, su corazón latía con
fuerza. Apoyó la frente en la puerta y escuchó los llorosos gritos de su
hijo. Un milagro que nunca había esperado. Un niño nacido del amor que
compartía con Cordelia.
La puerta se abrió y Dallas casi cae dentro de la habitación. Él
sostuvo su equilibrio cuando Amelia le sonrió.
- Hola papá.

- ¿Cómo está ella? - preguntó.


- Oh, ella está
bien.
Echó un vistazo a la habitación. Las sombras de la tarde
adornaban las esquinas. Al menos su hijo tuvo la sensatez de nacer a
una hora decente.
- ¿Puedo verla?
- El Dr. Freeman está terminando
ahora.
Amelia lo tomó del brazo y lo condujo a la habitación. Se sentía
incómodo parado al pie de la cama, viendo a su esposa pasar los dedos
sobre la cabeza de su hijo.
El Dr. Freeman cerró su bolsa de cuero negro y le lanzó a Dallas una dura
mirada.
- Disfruta de este niño porque no estarás recibiendo otro. Lo garantizo.
No sé cómo se las arregló para darte este. - Salió arrastrando los pies de
la habitación, con Amelia a su lado. Ella cerró la puerta, dejando a Dallas
solo mirando maravillado a su esposa.
Dee lanzó una mirada en su dirección y sonrió tímidamente. Dallas
caminó alrededor de la cama y se arrodilló junto a ella. Le apartó un
mechón de cabello suelto. - ¿Cómo te sientes?
240
- Cansada, pero feliz. Muy feliz. - La alegría iluminó su rostro y calentó
sus ojos.
Dallas contempló el pequeño bulto acurrucado en sus brazos. Una
cabeza pequeña, una cara arrugada que parecía pertenecer a un
anciano y cabello negro muy negro.
- Sí que tiene mucho pelo este niño. - Él cambió su mirada hacia Dee. Su
sonrisa se secó, y acercó al bebé a su pecho como para protegerlo.
- ¿Qué? - preguntó - ¿Qué está mal con él?
Ella pasó la lengua lentamente por sus labios.
- Él está bien. Muy
bien.
Dallas entrecerró los ojos.
- No, algo no lo está. Nunca he sabido que algo esté bien cuando dices
que está bien.
Cordelia respiró profundamente antes de decir,
- Él es una niña.
- ¿Qué quieres decir con que es una niña?
Giró con cuidado los lados de la manta.
- Tienes una hija Dallas.
Observó las piernas delgadas, los dedos de los pequeños pies, el
pequeño pecho tomando aire rápidamente y soltándolo. Rápidamente
cubrió a la niña para evitar que se enfriara. Sus dedos inadvertidamente
rozaron el puño tenso de la bebé, que desplegó su mano y la envolvió
con fuerza alrededor del dedo de Dallas.
También podría haber arrojado sus brazos alrededor de su corazón.
- Lo siento - dijo Dee en voz baja.
- ¿Lo sientes? - graznó
Dallas.
- Sé que querías un hijo…

- Tengo un hijo, y ahora tengo una hija - Pasó los dedos por la mejilla de
Dee - Tenemos una hija, y ella es hermosa, igual que su madre.
Las lágrimas brotaron de sus ojos cuando apoyó la palma de su
mano contra su mejilla erizada.
- Te quiero mucho.
Inclinándose sobre su hija, presionó sus labios en los de Dee,
besándola profundamente, poniendo todo el amor que sentía por ella.
- ¿Me pegarás si te doy las gracias por darme una hija? - preguntó en
voz baja. - Ella enterró su cara contra su cuello.
- No, tenía tanto miedo de que te
decepcionaras.
- Nada de lo que me des nunca podría decepcionarme.
Un suave golpe resonó en la puerta antes de que se abriera
lentamente. Houston asomó la cabeza por la habitación.
- Rawley ha estado preocupado.
Dee agitó su mano.
- Tráelo por
favor.
Rawley entró arrastrando los pies en la habitación, acercándose
cautelosamente hasta que se paró junto a Dallas.
241
- Te escuché gritar.
Extendiendo la mano, Dee tomó la suya.
- A veces, las cosas duelen, pero a cambio recibimos cosas maravillosas
- giró levemente al bebé - Tienes una
hermanita.
Rawley arrugó la cara.
- ¿Una
hermana?
- ¿Qué piensas de ella? - preguntó Dallas.
Rawley levantó la vista.
- Pienso que ella es muy fea.
Dallas sonrió.
- Dale unos años, y sin duda sentirás
diferente.
- ¿Cómo vas a llamarla?
Dee se encontró con la mirada de Dallas.
- Estaba pensando en Faith (Fe) - dijo en voz baja - para recordarnos que
nunca debemos perder la fe en nuestros sueños.

Dallas se despertó con el sonido de un pequeño llanto. La llama


ardía bajo en la lámpara, se alejó cuidadosamente de Dee, se levantó de
la cama y, descalzo, caminó pesadamente hacia la cuna donde antes
había acostado a su hija, después de haberla bañado y admirado su
perfección.
Con cautela, la levantó en sus brazos.
- Hola, cariño - susurró. Ella lo miró con profundos ojos azules, y él se
preguntó si el color cambiaría a marrón. Echó un vistazo hacia la cama.
Dee estaba acurrucada de lado, con los ojos cerrados y la respiración
tranquila.

Silenciosamente, cruzó la habitación, retiró la cortina, abrió la


puerta y salió al balcón. El cálido aire de la noche lo saludó. Sujetando a
su hija con un brazo, señaló hacia el horizonte lejano.
- Todo lo que puedes ver, Faith, todo te pertenece. Algún día, te llevaré a
la cima de un molino de viento y te enseñaré a soñar. Cuando trates de
alcanzar algunos de esos sueños, podrías caer... pero tu madre y yo
estaremos allí para atraparte, porque eso es lo que significa el amor:
estar siempre allí. Te amo, pequeña niña. - Presionó un beso en la mejilla
de su hija. - Tanto que... duele. Pero creo que es parte del amor también.
- Permaneció de pie el mayor tiempo posible, abrazando a su hija,
recordando una época en la que había sido un hombre de sueños
pequeños, un hombre que medía la riqueza en términos de oro.
- ¿Qué estás haciendo? - dijo una voz soñolienta detrás de él.
Miró por encima de su hombro cuando Dee se movió contra él.
- Solo le mostré a Faith las estrellas y deseé que Austin estuviera
aquí.
Dee deslizó su brazo alrededor de su cintura y acomodó su mejilla
en el hueco de su hombro. Cuidadosamente balanceando a su hija en un
brazo, abrazó a su esposa más cerca de él con el otro.
- Debería haber estado aquí - susurró a través del nudo en su garganta.
242
Todavía no entendía todo lo que había pasado, pero en su corazón, sabía
que su hermano era inocente.
Y no había nada que pudiera hacer al respecto. El detective que
había contratado no había podido encontrar ninguna prueba para probar
la inocencia de Austin o la culpa de alguien más.
Dee puso la palma contra su mejilla y le giró la cabeza, hasta que
sus miradas se encontraron.
- El eligió mantener su silencio, por la razón que sea.
- Fue una maldita cosa estúpida de hacer, sea cual sea el
motivo.
Ella sonrió suavemente.
- ¿Nunca harías algo estúpido para proteger a la mujer que amas? -
Reconoció por la calidez en sus ojos que ella sabía que lo había
arrinconado. Había hecho algo estúpido: ir tras ella solo, sabiendo que la
muerte lo esperaba. Y sabía sin lugar a dudas que lo volvería a hacer,
arriesgaría cualquier cosa por su esposa. ¿Cómo podría condenar a su
hermano por sacrificar cinco años de libertad, cuando Dallas estaría
dispuesto a dar su vida para evitar que Dee experimentara algún tipo de
sufrimiento?
Negando con la cabeza, miró el dosel de estrellas. Su hija estaría
caminando cuando Austin llegara a casa. Su hijo estaría arreando
ganado. Su esposa estaría construyendo un teatro en Leighton... y
cualquier otra cosa que le quisiera.
Atrayendo a Dee más cerca de él, cayendo en las profundidades
de su oscura mirada, se dejó atraer por la gloria de su amor.

FIN

243

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