Los Hermanos Leight 02 - Gloria en Texas
Los Hermanos Leight 02 - Gloria en Texas
Los Hermanos Leight 02 - Gloria en Texas
Gloria en Texas
Lorraine Heath
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CAPÍTULO 1
Mayo de 1881
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y lo enganchó a la cera para que tenga una nariz para usar,
colocándosela y sacándosela... como si fueran unas gafas.
El estómago de Dallas se revolvió. ¿Por qué Angus no había
revelado ese pequeño defecto de su hija? Porque no había querido
perder la oportunidad de obtener el agua y la tierra. Imaginó que los
hombres de McQueen se estaban riendo mucho, ahora mismo.
- Ya detén esto - dijo Houston.
- No. Di mi palabra, y por Dios, que la
cumpliré.
- Al menos ve a conocerla antes.
Dallas movió su mano en el aire.
- No hace ninguna diferencia para mí. ¡Quiero un hijo, maldita sea! Ella
no necesita una nariz para darme un hijo.
Houston recogió su sombrero de una mesa cercana y lo colocó
sobre su frente.
- ¿Sabes?, hasta este momento, siempre me sentí culpable por quitarte
a Amelia. Ahora, estoy feliz de haberlo hecho. Era un regalo que nunca
hubieras aprendido a apreciar.
- ¿Qué demonios significa eso? - preguntó Dallas.
- Significa que a pesar de todo tu enorme imperio, hermano mayor,
nunca serás un hombre rico.
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CAPITULO 2
- ¡Así es! ¡Lo sé! ¡Lo sé todo! - Le escupió y le dio una bofetada en la
cara, que la hizo caer escaleras abajo.
El grito de su madre resonó claramente en la mente de Cordelia,
como si lo hubiera escuchado en este mismo momento. Durante diez
largos años, ella se había preocupado por la mujer que una vez se había
preocupado por ella. La "caída accidental", como su padre se refería a
ella, había dejado a su madre inválida, con los ojos tristes alojados
dentro de un cuerpo inmóvil, sus pensamientos atrapados por una boca
que ya no podía hablar. Solo cuando los ojos de su madre se llenaron de
lágrimas, Cordelia supo con certeza que vivía dentro de una cáscara
maldita que la mantenía prisionera.
Su madre simplemente había cambiado una prisión por otra. Y
ahora parecía que Cordelia haría lo mismo.
- ¡Maldición, papá! Hay otras formas de obtener el agua que
necesitamos - dijo Cameron. Seis años más joven que ella, él siempre
había sido su campeón. A menudo, su cabello rubio y sus ojos azul claro
le recordaban al capataz que había desaparecido el día en que su madre
resultó herida. - ¡No tienes que darle a Cordelia a ese hombre!
Ese hombre.
Cordelia había visto a Dallas Leigh una vez, y solo desde la
distancia. Era más alto y más ancho que ella, y cuando anunció que la
tierra que estaba acordonando iba a ser utilizada para levantar una
ciudad, el viento había sido lo suficientemente amable como para
trasladar su profunda voz a todos los que se habían reunido alrededor de
él. Ella no creía que fuera un hombre que se hubiera conformado con
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menos.
Ahora estaba exigiendo que se convirtiera en su esposa. El
pensamiento la aterrorizó.
- Este asunto no está abierto a discusión, Cameron - dijo Boyd. Un
centinela alto y oscuro, ubicado detrás de la silla de su padre. Desde que
se habían trasladado desde Kansas a Texas, después de la muerte de su
madre, la salud de su padre había decaído considerablemente. Dentro
de la familia, Boyd descaradamente había ejercido el poder. Solo el amor
y el respeto por su padre, le permitió dejar que los extraños pensaran
que él seguía a cargo.
- Cuando quiera tu opinión sobre un asunto, Cameron, la pediré - dijo su
padre.
- Solo
decía.
- Sé lo que estás diciendo, y no estoy interesado en escucharte. Ya le he
dado mi palabra.
- Bien, no romperás tu palabra si muere esta noche, y ciertamente
podemos arreglar eso - dijo Duncan.
Cordelia mantuvo su mirada fija en los tonos rosados que se
extendían por el horizonte. No deseaba ver la profundidad del odio hacia
este hombre. Había visto una vez un odio tan profundo: cuando su padre
se había enfrentado a su madre. No sabía cómo detenerlo.
- Él será gentil o no, Cameron, y no creo que tus palabras lo cambien, así
que evita la confrontación. Estaré bien.
Se recostó contra el asiento del carruaje y se cubrió la cara con el
velo.
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dijo Houston, pasándose el pulgar sobre las pesadas cicatrices que se
arrastraban por su mejilla debajo del parche en el ojo.
Dallas asintió y volvió su atención hacia la caravana.
- Una nariz no es importante. - Ojos. Los ojos eran importantes. Dios,
esperaba que tuviera unos ojos bonitos.
Los caballos y el carruaje se detuvieron. Todos los hombres
estaban sentados en sus sillas de montar, mirando con odio, ni una
sonrisa se veía.
- ¿Dónde está tu padre? - le preguntó Dallas a Boyd McQueen.
- Se sentía mal esta tarde, así que estaré actuando en su lugar, y quiero
hablar con usted en privado antes de la ceremonia.
- Bueno.
Dallas vio como Cameron desmontaba y abría la puerta del
carruaje. Una mano blanca enguantada, se deslizó en la bronceada de
Cameron. Una mano esbelta. De dedos largos. Apareció un pie cubierto
con una zapatilla blanca, seguido de una falda de seda blanca, un
corpiño de seda y encaje blanco y un velo, blanco. El velo cubría su
rostro, pero por detrás, Dallas podía ver su cabello negro azabache
recogido.
- Deja de mirar boquiabierto - susurró Houston a su lado, pero Dallas no
pudo evitarlo.
La mujer era alta. El Dr. Freeman había dicho que era una "pequeña cosa
tímida", y Dallas esperaba una mujer como Amelia, una mujer que no
llegara más allá del centro de su pecho. Pero Cordelia McQueen era tan
alta como sus hermanos. Pensó que la parte superior de su cabeza
podría estar al nivel de la punta de su nariz. Y era delgada, una buena
figura de mujer.
Dallas respiró hondo y salió de la galería. Notó que la mujer
apretaba sutilmente los dedos de la mano de su hermano. El grueso velo
ocultaba sus facciones, pero pensó que podría tener ojos oscuros. Él
podría vivir con una mujer que tenía ojos oscuros. A través de la ligera
protuberancia del velo, pudo notar que su padre le había hecho una
nariz pequeña. Se preguntó si se derretiría en verano cuando el
sofocante calor secaba la tierra. Tal vez le modelaría una nariz de
madera, pequeña como la que tenía de cera.
Dallas se quitó el sombrero.
- Señorita McQueen, es un placer tenerla aquí.
- Espero que así sea, señor Leigh.
Su voz era tan suave como la nieve cayendo.
- Haré todo lo que esté en mi poder para asegurarme de que así sea,
señorita McQueen. Le doy mi palabra al respecto.
Era imposible saberlo con el velo cubriendo sus ojos, pero tenía el
presentimiento en sus entrañas, de que lo estaba mirando fijamente.
- Quédate aquí, Cordelia - dijo Boyd mientras desmontaba - Necesitamos
unos minutos a solas con tu futuro esposo.
Girándose, Dallas miró a Boyd. De todos los McQueen, Dallas había
sentido en el momento en que sus caminos se cruzaron por primera vez,
una antipatía instantánea hacia Boyd.
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- Imagino que lo que tienes que decir le concierne, así que vendrá con
nosotros.
- Bien - dijo Boyd con los dientes apretados - Necesitaremos al
predicador como testigo.
Dallas extendió su brazo e inclinó la cabeza hacia Cordelia.
- ¿Entramos?
Ella miró a Cameron quien le dio una sonrisa y asintió. Luego soltó
a su hermano y envolvió sus dedos alrededor del antebrazo de Dallas.
Deseó no poder sentir a través de la manga de su chaqueta que
temblaba más que una hoja en el viento.
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en este contrato que hemos elaborado. Explica las dos condiciones por
las que mi padre accedió a darle permiso para casarse con su hija.
Hemos agregado una tercera condición.
Dallas alzó una ceja y le recordó al ala de un cuervo en vuelo.
- ¿Y esa condición sería?
- Si el destino tiene la amabilidad de hacerla viuda, ella hereda todo lo
que posees hoy y todo lo que obtengas a partir de hoy.
Cordelia vio como Dallas apretaba la mandíbula. No podía decir
que lo culpara. Su familia había perdido la cabeza al pensar que él
estaría de acuerdo.
- No hace falta decir que si es mi esposa, todo lo que tengo va a ella
después de mi muerte.
- ¿No crees que esos dos sentados atrás se opondrían? - preguntó Boyd.
- No si les digo que no lo hagan.
- No es lo suficientemente seguro - dijo Boyd - Lo queremos por escrito y
firmado.
- Mi palabra es lo suficientemente buena para el banco, lo
suficientemente buena para el estado, lo suficientemente buena para
cualquier hombre que alguna vez haya tenido que depender de ella. Más
vale que sea lo suficientemente buena para ti.
Cameron y Duncan se miraron furtivamente el uno al otro. Boyd
simplemente movió sus hombros hacia atrás.
- Bueno, para nosotros, no es lo suficientemente buena. Si no firmas el
documento, nos vamos a casa, y Cordelia se va con nosotros.
Cordelia pensó que sería bastante difícil construir un matrimonio
sobre una base de odio, pero comenzarlo sabiendo que no existía
confianza... Se adelantó en la silla
- Boyd, seguramente esto no es necesario…
- Cierra la boca, Cordelia - gruñó Boyd.
Ella se encogió contra la silla y Dallas Leigh plantó sus manos
sobre el escritorio y lentamente se puso de pie. Cameron y Duncan
dieron un paso atrás, y ella pensó que si les daba la opción, con gusto
abandonarían la habitación. Dee quería irse.
Los ojos marrones de Dallas se oscurecieron, y se imaginó que Satanás
se vería como un ángel, de pie junto a este hombre, cuando estaba
consumido por la ira.
- Nunca uses ese tono de voz en mi presencia, cuando estás hablando
con una mujer y, por Dios, nunca le hables a la mujer con la que me voy
a casar de esa manera.
- No te casarás con ella si no firmas el documento - dijo
Boyd.
Dallas entrecerró los ojos hasta que parecieron el filo de una daga.
Ella sabía que el orgullo le impedía aplicar su firma al documento. El
orgullo evitaría que se convirtiera en su esposa hoy.
Cordelia oyó el ruido de unos pies diminutos y vio el destello de un
vestido azul y rizos rubios, cuando una niña pequeña pasó corriendo
junto a ella. Acarreando a un pequeño gatito que sostenía firmemente
en sus brazos, corrió hacia el hombre parado detrás del escritorio. La
mujer que caminaba detrás de ella, obviamente, ignoraba el odio y la ira
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que colmaban la habitación. Houston se levantó, pero parecía vacilar en
interferir.
- ¿Unca Dalls? - dijo la niña mientras tiraba de los pantalones de
Dallas.
Cordelia se levantó lentamente de su silla, temiendo por el
bienestar de la niña, sin saber qué hacer para evitar que Dallas se
enojara con ella.
Pero ya era demasiado tarde.
Él miró hacia abajo, y la niña le apuntó con su pequeño dedo hacia
su nariz.
- Kitty me mordió.
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CAPÍTULO 3
Estaba casada.
Cordelia miró la ancha banda de plata con filigrana en su dedo. No
se sorprendió al descubrir que no le quedaba bien. Doblando su dedo
para evitar que el anillo se resbalase, temió que nada en su vida volvería
a sentirse bien.
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duda siendo el centro de atención. Sin mirarlo, aspiró profundamente y
deslizó su temblorosa mano en la suya. Fuertes y ásperos, sus dedos se
cerraron alrededor de los de ella.
- Saldremos a tomar un poco de aire fresco - anunció con voz autoritaria,
mientras se dirigía a los reunidos a su alrededor - Disfruten de la música.
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- Debido a que tu hermana merece más recuerdos gratos del día de su
boda, de los que le hemos dado hasta ahora, voy a pasar por alto ese
comentario. ¿Querías algo?
- Un momento privado con mi
hermana.
Dallas los miró a ambos, como si no confiara en ninguno de ellos.
Cordelia no sabía por qué ese conocimiento le dolía.
- Tengo que decirles a nuestros invitados, que trasladen la celebración
afuera para poder disfrutar de la carne que prepararon mis hombres. Si
su hermana no está parada en este lugar cuando regrese, el alambrado
permanecerá donde está.
- Entonces estarías rompiendo tu palabra - Dallas dio un paso
amenazador hacia Boyd. Boyd se estremeció.
- De hombre a hombre - dijo Dallas, en voz baja - sabes que quiero más
que intercambiar palabras, antes de retirar mi alambrado. No trates de
privarme de lo que ahora es mío por derecho.
Se abrió paso a través de Boyd y desapareció dentro de la casa.
Cordelia se abrazó y se apretó contra la fría pared de adobe.
- No puedo quedarme aquí, Boyd - susurró.
Cruzó la pequeña distancia que los separaba, mirándola con ojos
crueles.
- No tienes otra opción, Cordelia.
Anhelaba que alguien la comprendiera, que la abrazara, que la
consolara, pero como su familia estaba compuesta únicamente por
hombres que nunca expresaban sus sentimientos y que se comunicaban
nada más que a los gritos, fue un deseo inútil.
Boyd colocó sus dedos alrededor de la barandilla que rodeaba la
galería, en lugar de sostener su mano temblorosa.
- Lo creas o no, vine aquí para hablar
contigo.
Parecía estar a punto de entregar malas noticias, y se preguntó si
su padre estaba más enfermo de lo que creía.
- ¿Es padre? - le preguntó.
- No, pero como él no está aquí y mamá está muerta, la tarea recae
sobre mí y no quiero que vayas a la cama de Leigh sin saber qué
esperar.
Un calor escalofriante recorrió su cuerpo y su corazón tronó.
- Boyd…
- Tengo que hacerlo, Cordelia, por tu bien. Te resultará mucho más fácil
si no luchas contra él. Solo deslízate en su cama, levanta tu camisón y
quédate lo más quieta que puedas.
Ella apretó los ojos para bloquear la imagen que sus palabras le
trajeron a la mente.
- No puedo hacer esto - susurró roncamente.
- Si no lo haces, matarás el sueño de papá, y probablemente también a
él. ¿Es eso lo que quieres?
Cordelia abrió los ojos.
- Ya nos hemos mudado antes. ¿Por qué no encontrar tierras que tengan
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más agua?
- ¡Maldita sea! Pensamos que teníamos tierras y agua cuando nos
mudamos aquí, pero ese bastardo con el que te casaste nos robó todo.
Ahora, si cumples con tu deber, tenemos la oportunidad de recuperarlo.
Su deber. Se obligó a sí misma a asentir y se preguntó dónde
encontraría la fuerza.
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Ella peinó sus dedos en su cabello. La oscuridad se arremolinaba a
su alrededor. Él envolvió su brazo bueno por su trasero y se prometió a
sí mismo que tan pronto como sanase su hombro, la besaría.
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CAPÍTULO 4
Había sido un error dejar sola a su nueva esposa, pero parecía que
era un día para cometer errores.
- Fue mi culpa - dijo Dallas - No debería haber... - ¿No debería haber qué?
¿Haber intentado sorprender a su sobrina? ¿Cómo demonios iba a saber
que su esposa se arrastraría con ella debajo del escritorio?
Pasos acelerados resonaron por el pasillo y los tres hermanos de
Cordelia irrumpieron en la habitación, Cameron agitando una pistola en
el aire.
- ¡Aléjate de ella, bastardo! - gritó, arrastrando bastante las palabras.
- Cameron... - comenzó Cordelia, pero Dallas levantó una mano para
silenciarla.
Se movió alrededor del escritorio y caminó lentamente hacia su
cuñado, poniéndose entre los que estaban detrás del escritorio y el
arma, ya que ni Boyd ni Duncan parecían dispuestos a intentar quitarle
el arma a Cameron.
- Dame el arma, Cameron - dijo Dallas en voz baja y tranquila.
Sacudió la cabeza.
- No voy a dejar que lastimes a mi hermana.
- No voy a lastimarla.
- La escuché gritar. Conozco el sonido de sus gritos.
Agitó el arma a su derecha y Dallas se adelantó.
- La asusté - dijo Dallas - No volverá a suceder.
Cameron se puso verde enfermizo y el sudor le brotó en la frente.
Dallas alcanzó el arma.
- No la lastimaré - repitió.
- Dame tu palabra - jadeó Cameron, el temblor de su mano cada vez
mayor.
- Te doy mi palabra - dijo Dallas mientras arrebataba el arma de la mano
temblorosa.
Cameron se dobló en dos y devolvió su cena. Mientras los demás
en la habitación se ahogaban y gemían. Dallas saltó hacia atrás y apretó
los dientes. Maravilloso. Ahora tenía vómito y orina en su despacho para
limpiar.
Cordelia pasó rápidamente por al lado suyo y presionó sus dedos
en la frente de su hermano pequeño.
- Oh, Cameron.
- Estoy bien, Dee - dijo, secándose la boca con la manga y desviando la
mirada de Dallas.
Éste miró a Boyd.
- McQueen, deséele lo mejor a su hermana, reúna a sus hermanos y
aléjense de mi vista.
Cordelia lo miró como si fuera una serpiente.
- Cameron no puede irse. Está enfermo.
- Puede vomitar afuera tan fácilmente como lo hizo adentro.
- Eres cruel - dijo.
- Estoy bien ahora, Dee - repitió Cameron. Extendiendo su mano hacia
Dallas, le preguntó:
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- ¿Puedo recuperar mi arma?
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Cordelia sintió como si alguien hubiera atravesado su pecho
arrancándole el corazón.
- ¿No hay un nombre para una mujer que intercambia sus favores por
ganancia? - preguntó.
- También hay un nombre para una mujer que toma un marido. Eres mi
esposa, no mi puta.
- En este caso, Sr. Leigh, la diferencia se apoya en una línea muy fina.
¿Puedo tener unos momentos a solas?
Él asintió y abrió la puerta de su habitación.
- Voy a ver a mi hermano y su familia, luego volveré.
Se deslizó dentro de la habitación, cerró la puerta y presionó
fuertemente su espalda contra ella.
Su padre conocía los temores que albergaba, sabía lo que había
visto de niña. Había estado parada en la entrada de su habitación,
aterrorizada, cuando finalmente él se bajó de su madre.
Le había prometido que ningún hombre la tocaría jamás. Había
cambiado su promesa por una franja de tierra, sabiendo muy bien que lo
que Dallas Leigh esperaba de su esposa, era lo que su padre le había
jurado que nunca tendría que dar.
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de ira que hizo que la sangre corriera por sus sienes, pateó la puerta.
Ella gritó y se levantó volando de la silla que había llevado junto al
fuego del hogar, apretando su cepillo contra su pecho.
- Nunca me cierres la puerta - dijo en voz baja y amenazadora - No en mi
casa.
Ella negó con la cabeza y dio un paso atrás.
- No, no, no lo haría. Conozco mi deber. Yo... me estaba preparando para
ti.
Su deber. Las palabras sonaron increíblemente duras, pero ¿qué
había esperado? Ella sabía menos de él de lo que él sabía de ella, porque
todo lo que sabía de él provenía de sus hermanos, y era obvio después
de la confrontación en su despacho y de las conversaciones mantenidas
a lo largo del día, que tenían pocas palabras amables para decir sobre él.
Sus ojos estaban tan grandes como dos lunas llenas, y ahora podía
ver que su cepillo estaba enredado en su pelo. Enredado en su espeso
cabello negro que caía libre sobre sus estrechas caderas, como una
cascada inmóvil.
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Éste se paró en seco.
- ¿Qué?
- Mira a Maggie. Necesito un trago.
Ignoró el gruñido de Austin mientras se dirigía a la casa.
Cordelia estaba temblando tanto que pensó que nunca más estaría
caliente. Amelia había agregado leña al fuego, pero todavía sentía frío,
tanto frío. Su cuñada había colocado una manta alrededor de sus
hombros, pero eso tampoco le había traído ningún calor.
- No puedo quedarme aquí - susurró.
Amelia se arrodilló ante ella y le tomó las manos.
- Estará todo bien.
Cordelia negó con la cabeza.
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Con los codos clavados en sus muslos, Dallas miró fijamente el
fuego bajo que parpadeaba en el hogar de su oficina. Recordaba el día
en que se había casado con Amelia. Había visto la decepción en sus
ojos, un toque de tristeza, pero también había habido esperanza y
confianza.
En cambio, el día en que se había casado con Houston. Ella había
brillado con amor y felicidad.
No había esperado que la mujer con la que se casara hoy
resplandeciera, pero tampoco había planeado llenarla de puro miedo.
¿Qué había estado pensando para casarse con una mujer que nunca
había visto? Había acordado casarse con ella como si fuera poco más
que una yegua de cría cuidadosamente seleccionada. No podía culparla
por ofenderse, desconfiar y atemorizarse.
- Arreglé la puerta - dijo
Houston.
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CAPÍTULO 5
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Había dedicado tantos años al cuidado de su madre, que quedarse
en casa se había convertido en una forma de vida para ella, que rara vez
había cuestionado. Había crecido con el adagio de su padre: "El lugar de
una mujer está en el hogar, atendiendo a sus hombres".
Cordelia saltó al escuchar que golpeaban a la puerta. Tomando una
respiración profunda, cruzó la habitación y la abrió. Fue golpeada una
vez más por la hermosa visión de los rasgos cincelados de Dallas. Su
mirada lentamente viajó desde la punta de su sombrero hasta la punta
de los dedos de sus pies.
-Tenemos que irnos-dijo con una voz que sonaba como si lo estuvieran
estrangulando.
Ella lo siguió por las escaleras y en la oscuridad de la madrugada.
Había dos caballos atados frente a la terraza delantera.
- Esta es Belleza, - dijo Dallas mientras colocaba su mano sobre la grupa
castaña de la yegua - Ella es lo más dócil que puedas encontrar. Tira de
las riendas para detenerla. Dale un ligero apretón con tus piernas en los
costados para que marche. En su mayor parte, simplemente seguirá a
mi caballo.
- Suena bastante fácil - dijo Cordelia.
Dallas la miró y entrecerró los ojos.
- ¿Nunca has montado? - preguntó como si pensara que le había
entendido mal la noche anterior.
Ella sacudió su cabeza.
- Mi padre consideraba indecoroso y peligroso que una mujer montara a
caballo.
Caminó hacia atrás hasta que se paró al lado del caballo.
- Simplemente agarra el cuerno de la silla de montar, pon un pie en el
estribo, elévate hacia arriba, y balancea la otra pierna.
Aunque era alta, todavía encontró el cuerno excepcionalmente alto
cuando lo envolvió con sus manos. Dallas agarró el estribo y lo mantuvo
firme después de que su pie lo perdió dos veces. Deslizó su bota en él,
respiró hondo y se elevó. Dallas la agarró de la cintura con una mano,
presionó su otra mano en su trasero y la levantó. Con el calor ardiendo
en sus mejillas, Cordelia se acomodó en la silla. Nadie jamás la había
tocado tan íntimamente.
Cuando el caballo se echó hacia un lado, Cordelia clavó los dedos
en el cuerno de la silla de montar. Dallas agarró la brida y el caballo se
calmó.
- Toma estas - dijo, sosteniendo las riendas hacia ella. Cordelia miró las
tiras de cuero que se enredaban entre sus dedos. Dedos largos que
fácilmente se habían extendido por la mitad de su cintura. Ella extendió
la mano y tomó las riendas.
- Gracias.
- No tienes que agradecerme - gruñó mientras caminaba hacia su
caballo y montaba en un movimiento fluido. - Vamos. Dale a Belleza una
patada suave.
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llanuras, el viento soplando en su cara. Podía sentir la brisa ahora, solo
un leve aliento sobre sus mejillas.
El hombre que montaba a su lado parecía haber nacido en la silla,
como si él y su caballo fuesen uno.
Cordelia miró a su alrededor, esperando que otros se unieran a
ellos.
- ¿Dónde está la escolta?
Dallas la miró.
- ¿Qué escolta?
- Mi padre siempre insistió en que viajara con al menos seis hombres
para protegerme. Solo asumí que tus hombres...
- Yo protejo lo que es mío - dijo con voz tensa.
No tuvo que mover su mano hacia la pistola que descansaba a lo
largo de su muslo o el rifle alojado en su silla de montar para
convencerla de que hablaba seriamente.
- ¿Qué... cuál es el nombre de tu caballo? - le preguntó.
- Satán.
El diablo negro montaba a Satanás. De alguna manera parecía
apropiado.
- Demoré un demonio de tiempo tratando de domarlo - explicó Dallas -
Al final, tuve que dejar que Houston lo domesticara.
- Suenas decepcionado.
Él se encogió de hombros.
- Ese el talento de Houston, domesticar a los caballos.
- ¿Cuál es tu talento?
Él sostuvo su mirada.
- Yo construyo imperios.
Cabalgaron hacia el oeste durante más de una hora con nada más
que silencio y una suave brisa entre ellos. Dallas luchó por mantener su
mirada fija en el horizonte lejano en lugar de en su nueva esposa. Él
pensó que ayer se veía hermosa vestida de blanco. Pero en rojo, ella era
devastadora. El profundo tono, resaltaba la riqueza de su piel de
porcelana, el cabello negro y los ojos marrones.
La combinación era casi suficiente para hacerle cambiar de opinión
sobre lo que había decidido esa mañana. Pero la vacilación en su voz
cuando habló con él y el miedo que aún residía en sus ojos, le impidieron
alterar sus planes.
Hizo detener a Satán en lo alto de la pequeña elevación y giró
ligeramente el caballo, Belleza se detuvo junto a él.
- ¿Por qué nos detuvimos? - preguntó Cordelia.
- Para ver el amanecer.
No podía explicar por qué quería ver el sol en el horizonte con esta
mujer a su lado. El amanecer no era su hora favorita del día. Él prefería
la noche, cuando las nubes se desvanecían para revelar las estrellas.
Esas estrellas que lo habían guiado a casa incontables veces. Cuando
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era niño, incluso les había pedido deseos.
Había pensado en pedirle a Cordelia que cabalgara con él anoche,
cuando no podía dormir, pero había necesitado tiempo a solas para
pensar, para vadear el atolladero que había creado inadvertidamente.
No sabía si podría desenredar el desastre, pero esperaba poder darles
un camino más tranquilo que seguir. Podía tratar de explicárselo, pero
entonces escuchó su suave respiración, cuando el sol comenzó a lavar la
oscuridad. Se preguntó si alguna vez había visto el comienzo de un
nuevo día. Él sabía muy poco sobre ella. Todo parecía sin importancia
hasta la noche anterior.
- Es hermoso - dijo en voz baja.
Tenía las palabras en la punta de la lengua, pero no se atrevía a
decirlas, ya que no sabía cómo terminaría la mañana.
Apenas volviendo el rostro en su dirección, le dio una sonrisa
vacilante y agregó:
- Gracias.
Él hizo una mueca.
- Yo no hice el amanecer. Solo te traje a verlo.
Ella se puso seria, asintió levemente y desvió la mirada. En ese
momento él hubiera querido restarle la brusquedad a su voz. No sabía
por qué siempre sonaba enojado cuando le hablaba. Quizás porque el
cumplimiento de su sueño final se basaba en la voluntad de ella de
dárselo.
Extendiendo la mano, agarró las riendas de Belleza y alejó a los
dos caballos del sol naciente.
Cordelia miró el río, los hombres que se alineaban en la otra orilla,
y el alambrado de púas que se extendía a lo largo de la corriente. A lo
lejos, más allá del río, una nube de polvo se elevaba hacia el cielo
mientras el ganado avanzaba hacia la valla.
Reconoció a sus hermanos liderando la manada, Boyd con su brazo
todavía en una férula blanca, con Duncan y Cameron a cada lado.
Hicieron detener sus caballos, y el ganado paró detrás de ellos mientras
los hombres que flanqueaban cada lado, sujetaban a las vacas que
querían seguir moviéndose.
Oyó el balbuceo del río y el bajo bramido del ganado. El corazón se
tensó en su pecho cuando se dio cuenta de por qué Dallas la había
traído hasta aquí: para ver exactamente por lo que su familia la había
cambiado.
Deseó haber sido lo suficientemente hábil con un caballo como
para simplemente salir galopando de ahí.
A su lado, Dallas se quitó el sombrero, se agachó y colocó sus
muñecas sobre el cuerno de la silla.
Nunca había sabido lo que era odiar a nadie, pero ahora empezaba
a sentir sus incómodas sensaciones. Su padre la había sobreprotegido, la
había ocultado del mundo, hasta que se había convertido en poco más
que una posesión para ser intercambiada.
- ¿Amor? - preguntó.
Sus ojos se oscurecieron.
- Dame un hijo y voy a encontrar la manera de dártelo.
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Austin quería matar a los pequeños hombres que estaban
construyendo una ciudad dentro de su cabeza. Sus constantes golpes
resonaron entre sus sienes.
Se obligó a sí mismo a sentarse y balancear las piernas sobre el costado
de la cama. Los golpes se hicieron más fuertes, y se dio cuenta de que
gran parte de eso no estaba en su cabeza en absoluto.
- ¡El desayuno esta listo!
Gruñó ante la voz en auge de Dallas.
- Ya voy - murmuró. Inclinó la cabeza esperando que Dios lo ayudara y
que Cordelia siguiera durmiendo. No sabía cómo en el mundo iba a ser
capaz de mirarla a los ojos.
Se puso de pie, se lavó lo más rápido que pudo, se puso una camisa
limpia y se dirigió al comedor para desayunar.
Dallas y Cordelia ya estaban sentados uno frente al otro, él
masticando su comida, Cordelia arrastrando los huevos de un lado al
otro del plato. Austin tomó la silla entre ellos.
- Te ves como el infierno - dijo Dallas.
- Me siento como el
infierno.
Dallas empujó un plato de huevos fritos hacia él. Las yemas
amarillas temblaron y el estómago de Austin se revolvió.
- Mete algo en tu estómago - ordenó Dallas. Austin cogió la cafetera y
vertió el humeante brebaje negro en una taza.
- Solo quiero café.
Apoyó el codo sobre la mesa y la barbilla en la palma de la mano
para evitar que la cara cayera sobre la mesa.
- No era necesario que me llevaras a la cama anoche - dijo Austin.
- No podía dejarte en la parte trasera del carro de Houston.
Recordó haber pensado en lo cómoda que parecía Maggie
acurrucada en el carruaje, entonces se había acomodado a su lado.
Sentía la boca como si se hubiera tragado la cola del gato.
- ¿A qué hora vas a tirar el alambrado?
- Ya lo he
retirado.
Haciendo muecas ante la censura en la voz de su hermano, Austin
se obligó a mirar a Dallas.
- Supongo que debería haber estado allí.
- Supongo que deberías haberlo hecho, pero ya está hecho. ¿Piensas ir a
la ciudad hoy?
que no había logrado todo lo que había planeado esa mañana. Ella
todavía era demasiado reservada con él.
Llamó suavemente a su puerta. Él escuchó sus suaves pasos en el
otro lado. Abrió la puerta y miró como si esperara encontrar un monstruo
en el otro lado.
- Tu familia está en mi oficina. Quieren visitarte... si quieres verlos...
- Sí, me gustaría verlos.
- Necesito controlar mi rebaño. No volveré hasta después del anochecer.
Austin estará aquí por si necesitas algo.
- Gracias - dijo en voz baja.
No era exactamente lo que quería oír. Ten cuidado. Date prisa en
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volver. Esperaré por ti. Cualquiera de esas frases lo habría complacido.
Golpeó sus guantes contra su palma y ella se estremeció.
Sin preocuparse demasiado por el aguijón en el pecho que le
causó su reacción, se dio vuelta para irse, se detuvo y miró por encima
del hombro.
- ¿Quieres que me quede mientras estás con ellos?
- No. Prefiero verlos a solas.
Bajó las escaleras, sabiendo que no había logrado nada esa
mañana.
- Puedo hablar con Amelia sobre la guerra, pero había olvidado lo difícil
que es hablar con otros sobre eso.
- ¿La guerra entre los Estados?
- La Guerra de la Agresión del Norte según Dallas. Yo tenía doce años y
él tenía catorce cuando nuestro padre nos alistó.
- ¿Catorce?
- Sip. Yo era el del tambor de Pa, y Dallas... Dallas era su segundo al
mando. A muchos de los hombres les molestaba que un chico les diera
órdenes. Al principio lo molestaban, parecían deleitarse haciendo lo
contrario a lo que les decía que hicieran. Y eso le fastidiaba, y mucho.
Una noche, escuché a Pa dándole una reprimenda porque había
descubierto que algunos hombres no habían seguido las órdenes que
Dallas había dado. Pa le dijo a Dallas:
- No es necesario que les gustes, pero tienen que respetarte y tienen
que obedecerte. - Houston negó con la cabeza. - A Dallas dejó de
importarle si les caía en gracia o no. Él dejó de pedirles que hicieran las
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cosas, y comenzó a ordenarles. El hábito se quedó en él, incluso después
de que terminó la guerra - se inclinó hacia adelante - Creo que lo que
trato de decir es que no quiere sonar enojado o duro, lo que pasa es que
mucha gente depende de él... y simplemente se le olvidó cómo
preguntar. - le soltó las manos y se levantó - Bueno, necesito encontrar a
Dallas y regresar a casa. ¿Estarás bien ahora?
A ella le gustaba la forma en que dijo "casa". Como si no hubiera
ningún lugar mejor en el mundo entero.
- Estaré bien.
Después de que él se fuera, Cordelia simplemente se quedó
sentada en la silla por mucho tiempo, recordando la comodidad de su
toque, la resonancia tranquilizadora de su voz. Ella ciertamente podía
entender por qué Amelia había pasado por alto sus cicatrices y se había
enamorado de él.
61
CAPÍTULO 6
(1) Significa "labrador"… pero al separarla "marido hombre", de ahí la confusión de Cordelia.
- ¿Lees libros sobre cómo ser un marido? - preguntó con asombro. Giró
su cabeza para encontrarlo mirándola - No sabía - explicó - No sabía que
se habían escrito libros sobre este tema. ¿Crees que alguien ha escrito
un libro sobre cómo ser un ama de casa que yo pudiera leer?
Él rió. Profunda, ricamente. Con una amplia sonrisa, le tocó la
mejilla con la punta de los dedos. El calor que se arremolinó a través de
su cuerpo la sobresaltó, y retrocedió, su corazón latiendo con fuerza, su
aliento atrapado en su garganta.
La sonrisa de su esposo desapareció, y regresó a su silla detrás
del escritorio.
- Siéntete libre de leer cualquiera de mis libros.
Ella agarró "El práctico Husbandman"… seguramente el consejo
ofrecido a un esposo se aplicaría también a una esposa. Sujetando el
libro contra su pecho, corrió por la habitación y se detuvo en la puerta.
Tragó saliva antes de mirar por encima del hombro a su marido. Él la
estaba mirando, pero no quedaba humor en sus ojos oscuros.
- Eh... ¿vendrás a la cama pronto?
- ¿Quieres que vaya? - preguntó.
Apretó sus dedos alrededor del libro. ¿Le estaba dando una
elección real o solo otra ilusión?
- Preferiría que no lo
hicieras.
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Cerca del anochecer, Dallas detuvo su caballo frente al establo.
Las flores que había juntado del suelo en el camino, se habían
marchitado en su mano. Desmontó, tratando de decidir si su esposa las
querría de todos modos.
- ¿Jefe? - Se volvió hacia la irritada voz de Slim. - Tenemos problemas -
dijo el hombre larguirucho.
Dallas suspiró, para nada sorprendido. Uno de sus pozos se había
secado y tenía ganado muriendo en el extremo norte.
- ¿Qué tipo de problema?
- Un perrito de las praderas. Austin llevó a tu mujer a caminar, y
encontraron un perro de las praderas. Él la dejó que lo conservara.
- ¿Qué él
qué?
- Él la dejó llevarlo a la casa para curarlo. Dijo que iba a darle
leche.
¿Alguna vez oíste algo así? Le garantizo que no les sentará bien a los
hombres. Pensé que debía saberlo.
Las flores cayeron de su mano.
- Encárgate de Satanás, ¿quieres?
- Te desharás de ese perro de la pradera, ¿no? - Preguntó Slim.
- Me desharé de eso, por supuesto.
Casarse con una mujer que no conocía, no había sonado como una
mala idea hasta que lo hizo. ¿Qué diablos podría querer con un perro de
las praderas?
Dallas se dirigió hacia la casa. Austin se sentó en los escalones,
con una larga pierna estirada delante de él y la otra sirviendo como
lugar de descanso para su violín mientras tocaba las cuerdas.
Se detuvo frente a su hermano, quien inclinó la cabeza hacia atrás,
y sus ojos azules parecían tan inocentes como los de un bebé recién
nacido.
- Dime que vamos a preparar un guiso de perrito de las praderas -
ordenó Dallas.
Austin sonrió.
- Estaría mintiendo si dijera eso. Hace mucho aprendí que mentir solo
trae problemas.
- Entonces, ¿qué demonios estabas pensando para dejarla traer a un
perro de las praderas a la casa? - gritó Dallas.
Austin levantó un hombro en un medio encogimiento descuidado.
- Ella no es mi esposa. No creía que fuera mi deber decirle que no podía
quedarse con él. Pensé que era tu obligación tomar esa decisión.
- No hay decisión que tomar. Un perro de las praderas no es una
mascota. Es un rufián.
- ¿Vas a decirle eso?
- Maldita sea, lo haré.
- ¿Vas a decirle que no puede quedárselo?
- Demonios, sí, voy a decirle que no puede quedárselo.
Austin negó con la cabeza.
- Seguro que no me gustaría entrar a la casa en tus botas.
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- No podrías aunque quisieras. Tus pies son demasiado grandes. ¿Dónde
está ella?
- La última vez que la vi, estaba en la cocina.
Marchó por la casa y entró a zancadas en la cocina.
Con la criatura retorciéndose en su regazo, Cordelia se removió en
una silla de respaldo recto. Y levantó la cabeza.
- Oh, gracias a Dios - dijo en un suspiro apresurado con obvio alivio.
La ira desapareció de él al ver su hermoso rostro sin miedo en sus
ojos.
- Aquí - dijo mientras se levantaba y sostenía al bribón hacia él. -
Abrázala.
- ¿Qué?
- Abrázala - repitió mientras empujaba al animal en sus manos, lo
agarraba del brazo y lo acercaba a la silla - Siéntate.
Aturdido por la urgencia en su voz, Dallas se sentó.
- Limpié su herida y le puse ungüento, pero estaba teniendo un
momento terrible tratando de envolver su pata - explicó mientras
recogía una tira de lino blanco del suelo - Sostenle su pata para que yo
pueda vendarla. De lo contrario, se lamerá el ungüento.
71
CAPÍTULO 7
- Nunca antes se había visto un perro de las praderas con correa - dijo
Houston.
Dallas clavó un clavo en la madera nueva, con la esperanza de que
su hermano se ahogara con su risa estrangulada.
- Un hombre de visión abriría una tienda en Leighton vendiendo correas
especialmente diseñadas para perritos de la pradera - agregó Austin,
sonriendo.
Dallas detuvo su martilleo y miró a su hermano menor.
- Si no quieres tu visión obstaculizada por dos ojos hinchados, hablarás
de otra cosa.
- Creo que Austin tiene un punto válido - dijo Houston - Con todos los
perros de la pradera que hay por aquí, vender correas podría ser un
negocio en auge, especialmente para un hombre interesado en la
construcción de imperios.
- No hay duda de eso - dijo Austin - y no le lleva mucho tiempo a Dallas
hacer una correa. La que hizo para Dee solo le tomó unos diez minutos,
y habría necesitado menos tiempo, si no hubiera tallado el nombre del
perro en ella.
Houston comenzó a reírse.
- Tiene que tener el nombre del perro tallado, en caso de que lo pierda.
¿De qué otra forma sabrías a quién pertenece? - La risa que había
estado conteniendo explotó a su alrededor.
Las carcajadas de Austin llenaron el poco espacio que quedaba
para el ruido. Dallas no pudo ver lo cómico de la situación.
- ¿Ya pensaste que querías agregarle a tu casa? - preguntó.
Podía ver a Houston luchando por sofocar su risa. Tenía un fuerte
deseo de ir a ayudar a su hermano, golpeándolo en la cabeza con su
martillo.
- Sí - finalmente logró decir Houston.
- Entonces tenemos que dejar de jugar y subir el
marco.
- Tienes razón - admitió Houston, su rostro se puso serio un breve
momento antes de que su risa estallara de nuevo - Dios mío, Dallas, un
perro de las praderas con correa. Nunca pensé que dejarías que una
mujer te envolviera en su dedo.
- No estoy enrollado en su dedo, y me gustabas mucho más cuando
nunca te reías.
La risa de Houston menguó.
- Pero a mí no me gustaba. No me gustaba para nada.
Dallas sabía que Houston se había tenido en baja estima hasta que
Amelia se envolvió en su corazón. También sabía que no habría ningún
envoltorio entre él y Cordelia... ni alrededor de su corazón, ni alrededor
de su dedo. No era su destino.
Entonces enderezó su cuerpo y dijo:
- Hagamos este marco.
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- Es tan bueno escucharlos reír, saber que están disfrutando de su
mutua compañía - dijo Amelia.
Cordelia miró a la mujer que estaba a su lado, con los dedos
extendidos sobre el estómago, con una sonrisa satisfecha en el rostro.
- Cuando vine por primera vez, rara vez hablaban entre sí y nunca se
reían - confesó Amelia en voz baja.
- ¿Por qué? - preguntó Cordelia.
- Por las culpas y los malentendidos, mayormente. - Como atraída por
recuerdos dolorosos, de otra época, Amelia lanzó un largo y lento suspiro
antes de caminar hacia el fuego donde se cocinaba la carne.
agua se derramó por los lados. Cordelia estaba segura que solo unas
pocas gotas podrían haber permanecido en el cucharón cuando la niña
se detuvo bruscamente junto a Dallas y se lo tendió.
Una cálida sonrisa se extendió bajo su bigote, mientras tomaba el
cucharón, echó la cabeza hacia atrás y tomó un largo y lento trago.
Cuando Maggie juntó sus manos y abrió sus ojos verdes, Cordelia tuvo la
sensación de que Dallas estaba montando un espectáculo para su
sobrina. Cuando se quitó el cucharón de la boca, llevó su dedo a la punta
de la diminuta nariz y dijo algo que Cordelia no pudo oír. Maggie sonrió
alegremente, agarró el cucharón y corrió hacia el balde de agua.
Sin aliento, miró a su madre.
- Unca Dalls dijo que era el agua más dulce que alguna vez tuvo el
placer de beber. Le voy a regalar un poco más. - Metió el cucharón en el
balde antes de correr hacia su tío, el agua salpicando su falda.
- Pobre Dallas. Ella lo adora. No va a poder trabajar ahora - dijo Amelia.
- El sentimiento parece ser mutuo - dijo Cordelia, deseando que le
otorgara a ella esa cálida sonrisa.
- Tienes razón. Él la malcría. Me estremezco al pensar cómo va a echar a
perder a sus propios hijos.
El calor avivó las mejillas de Cordelia al recordar sus deberes de
esposa.
- Yo... quería agradecerte antes, por las flores que colocaste en mi cama
el día que me casé.
Amelia sonrió.
- Yo no coloqué flores en tu cama.
- Oh. - Cordelia miró a Dallas. Habían terminado de levantar el marco y
asegurarlo en su lugar. Los hombres habían comenzado a poner los
tablones de madera en el suelo. Dallas sostenía un clavo mientras
Maggie lo golpeaba con un martillo. Después de unos suaves toques,
Dallas le quitó el martillo y colocó el clavo en su lugar.
No sabía qué pensar de Dallas Leigh. Parecía tan duro como los
clavos que sobresalían de su boca sonriente, ni en broma el tipo de
hombre capaz de recoger flores... Aunque, sabiendo con certeza que él
era quien había colocado las flores en su cama, le resultaba difícil sentir
aversión hacia él y mucho menos odiarlo. Sin embargo, todavía no le
gustaba la idea del matrimonio.
Maggie trepó por el marco que habían tendido sobre el suelo, el
marco que sería el piso de la parte nueva, y se acercó para sostenerle
los clavos a Austin. Aunque llevaba su brazo en cabestrillo, estaba
74
logrando hacer su parte del trabajo. Algo que Cordelia tuvo que admitir
ella no estaba haciendo.
- Amelia, ¿qué puedo hacer para ayudar?
- Dejé varios edredones en el porche. ¿Por qué no los colocas alrededor
del árbol para que podamos sentarnos a comer a la sombra?
- ¿Estás bien?
77
Éste que había palidecido considerablemente, asintió.
- Estoy bien.
- Lo siento - dijo Maggie, con el labio inferior
temblando.
Él sonrió.
- Está bien, cariño. Todavía estoy un poco dolorido. - Él palmeó su
muslo
- Sólo ven y siéntate a mi lado, no en mí, ¿de acuerdo?
Cuidadosa y lentamente, se arrastró sobre la colcha y se sentó a
su lado.
- ¿Qué le pasó a tu brazo? - preguntó Cordelia. Un silencio cayó sobre la
reunión mientras todos la miraban. El calor subió a su cara - Lo siento.
No pensé en preguntar antes.
Austin pareció incómodo cuando respondió:
- Me dispararon.
- Querido Señor. ¿Fuera de la ley? - preguntó, horrorizada ante la
idea.
- Criadores de ganado - dijo Dallas mientras colocaba patatas en su plato
- Pero ya no nos molestarán más.
- Estoy agradecida de escuchar eso - dijo Cordelia. Cortó su carne en
pedacitos, comiendo con moderación.
- No comes ni para mantener vivo a un pájaro - dijo
Dallas.
Levantó la mirada y lo encontró mirándola con furia, con el ceño
fruncido. No podía decirle que cada vez que él estaba cerca, su
estómago se anudaba tan fuerte que apenas podía tragar.
- Nunca he sido una comilona - dijo en voz baja y bajó la vista a su plato.
- Supongo que estoy acostumbrado a ver comer a los hombres - dijo
Dallas bruscamente.
- Nunca comí tanto como mis hermanos - dijo. Y un silencio profundo los
rodeó. Cordelia deseó poder pensar en algo, cualquier cosa que decir.
- ¿Cuándo crees que llegará el ferrocarril aquí? - preguntó
Amelia.
Dallas alcanzó más papas.
- En algún momento del próximo
año.
- Las cosas deberían cambiar entonces - dijo Amelia en voz baja.
- Supongo que lo harán. Con algo de suerte, Leighton comenzará a
crecer tan rápido como Abilene. Voy a construir una escuela. ¿Quieres
estar a cargo de encontrar un buen maestro? - le preguntó Dallas.
Amelia sonrió.
- Me encantaría. Además, tengo experiencia en colocar anuncios, y
definitivamente queremos a alguien del Este.
- Dame una lista de todo lo que necesitarás, para poder calcular los
costos antes de ir a hablar con el Sr. Henderson al banco.
Amelia se inclinó hacia adelante y tomó la mano de Cordelia.
- Dee, ¿te gustaría ayudarme?
Cordelia miró a Dallas. La estaba estudiando como si esperara su
respuesta. Sin duda, si hubiera querido que lo ayudara, lo habría
sugerido.
78
- No sé nada sobre escuelas. Tenía un tutor.
- ¡No lo haríamos!
Su sonrisa se redujo hasta desaparecer en una línea endurecida.
- No, si puedes pensar en otra cosa para hablar durante nuestras
comidas. Me estoy cansando de comer en silencio. Si quisiera eso, me
81
quedaría fuera de la cocina y comería allí.
- No me di cuenta de que querías hablar mientras comíamos. En casa,
no me permitían hablar durante las comidas.
- Parece que tu pa y yo teníamos la misma actitud: los niños son vistos y
no escuchados, pero ya no eres una niña.
- No, mujeres... las mujeres deben ser vistas y no escuchadas.
Dallas negó con la cabeza incrédulamente.
- Paso todo el día escuchando el mugido del ganado y las voces ásperas
de los hombres. Por la noche, me gustaría escuchar la voz suave de una
mujer.
- Voy a... Trataré de pensar en algo que podamos discutir durante las
comidas.
- Bueno. - Él volvió a su tarea. - Antes de irnos, debes decirle a Houston
que te permita elegir un caballo. Belleza le pertenece a Maggie. Creo
que es hora de que dejemos de pedírselo prestado.
- Me gusta su nombre.
- Bueno, a mí no.
Su cuñada le golpeó el brazo, y la limonada se derramó del vaso a
82
su mano. Dio un paso atrás.
- ¡Maldita
sea!
Ella lo golpeó de nuevo.
- Entonces llámala de otra
forma.
- ¿Cómo qué?
- Trocito de azúcar.
Él hizo una mueca.
- Cariño, querida.
- No puedo ver palabras como esa rodando por mi lengua.
- Entonces encuentra una palabra que lo haga, pero llámala
algo.
- ¿Por qué? Ella nunca dijo mi nombre tampoco.
- Estás actuando como un niño de dos años.
Se sentía como un tonto, mirando a su esposa, que con otro
hombre, lucía como si se estuviera divirtiendo, cuando nunca había
disfrutado un solo momento de su compañía.
Amelia se frotó el brazo.
- Lo siento. Realmente no es asunto mío. Solo quiero verte feliz.
- Lo seré tan pronto como tenga a mi hijo.
Una tristeza se apoderó de sus facciones.
- ¿Es un hijo tan importante para
ti?
- Sí. Es el único sueño incumplido que me
queda.
- ¿Por qué quitaron lo relacionado con el amor de sus votos
matrimoniales?
Cambió su mirada al vaso de limonada, la verdad tan amarga
como la bebida en su mano.
- No soy un hombre fácil, Amelia. Lo sé. El amor no es algo que pueda
darme. No veía ningún sentido pedirle que hiciera una promesa que no
podía cumplir. - Le devolvió el vaso - Tenemos que irnos antes de que la
oscuridad se instale. - Salió del porche.
- No te das crédito suficiente - dijo en voz
baja.
Con una sonrisa triste, él la miró.
- Parece que me di demasiado. Si le dijera que puede irse y que aún
mantendría mi alambrado caído, estaría corriendo antes de que saliera
la primera estrella.
83
CAPÍTULO 8
- Nunca pensé mucho sobre eso. Así es como es. Un vaquero lo sabe
desde el principio.
Pareció contemplar su respuesta. Ojalá supiera lo que estaba
pensando, deseó saber qué haría si ponía un pie en la barandilla,
tomaba su frágil rostro entre sus manos y la besaba.
Tenía derecho
Ella desvió su atención de las estrellas.
- Austin irá a la ciudad en la mañana. ¿Puedo ir con
él?
Ignoró el pinchazo en su orgullo porque prefería viajar a la ciudad
con su hermano. La habría acompañado feliz si hubiera sabido que
quería ir.
- No eres una prisionera aquí. Puedes hacer lo que quieras. No tienes
que pedirme permiso.
- ¿Puedo hacer cualquier cosa?-
86
preguntó.
- No puedes regresar a tu casa - respondió rápidamente, seguro de que
sus pensamientos estaban por dirigirse en esa dirección.
Levantó su barbilla ligeramente, casi desafiante.
- Tú dices que me das libertad, pero luego limitas mis elecciones, lo que
le quita la libertad. - Bajó de la barandilla - Gracias por darme permiso
para ir mañana con Austin.
Se alejó. Quería agarrar su trenza, envolverla en su mano y
atraerla hasta que sus caras quedaran pegadas... y besarla hasta que
ninguno de los dos tuviera elección.
87
temido cuando era una niña pequeña. Sus sueños Si se sentía sola.
Empujó su silla hacia atrás, y Cordelia levantó la cabeza. Se puso
de pie, caminó hasta su extremo de la mesa y colocó un sobre al lado de
su plato.
- ¿Qué es esto? - le preguntó.
- Dinero para gastar. - Durante más de una hora, había pensado cuánto
le daría, temiendo que muy poco o demasiado pudiera ofenderla. No
tenía idea de cuánto dinero necesitaban las damas y se había decidido
por veinte dólares - Si no es suficiente, puedes poner tus compras en mi
cuenta, y me ocuparé de eso la próxima vez que vaya a la ciudad.
Pasó sus dedos sobre el sobre, y él se preguntó cómo se sentiría si
sus delgados dedos rozaran su pecho.
Lo miró fijamente.
- Gracias.
- Tú eres mi esposa. Se supone que debo velar por ti. - Miró a Austin. -
Cuídala, o voy a colgar tu piel hasta que se seque.
Salió de la habitación, preguntándose por qué no pudo inclinarse,
besarla en la mejilla y decirle que disfrutara del día.
- Es un buen caballo.
- Es del único tipo que acepta Houston.
- ¿Crees que volveremos y trabajaremos en su casa este
domingo?
- Estoy seguro de que lo haremos. Dallas no es de los que dejan un
trabajo a medio hacer.
- No, no me imagino que lo haga. - movió su trasero sobre la silla de
montar.- ¿Por qué tus padres te nombraron a ti y a tus hermanos como
ciudades de Texas?
- Según Houston, nuestro padre tenía una veta vagabunda y nos puso el
nombre de la ciudad en la que vivía en el momento en que nacimos. No
recuerdo a nuestro padre, pero Houston dice que Dallas se parece
mucho a él, dice que es la razón por la cual compró tanta tierra. Podía
vagar por todas partes y aún estar en casa.
Su respuesta la hizo pensar y se preguntó si Dallas había anhelado
raíces mientras crecía, tanto como había deseado libertad. Se sacudió
una mancha de tierra de la falda de montar.
88
- Me preguntaba…
Austin se quitó el sombrero de la frente.
- ¿Sí, señora?
- Mi padre envía a alguien a la ciudad todas las semanas para obtener
suministros. ¿No te ahorraría un tiempo considerable si cargaras un
vagón, así no tendrías que ir todos los días a buscar suministros?
La cara de Austin se puso roja como una remolacha cuando tiró de
su sombrero.
- No voy a la ciudad en busca de suministros. Dallas envía a Pete a
buscar los suministros.
- Entonces, ¿por qué vas todos los días?
Se aclaró la garganta.
- Solo… me gusta.
- ¿A Dallas no le importa?
- Mientras haga mi trabajo, a él no le importa en absoluto - contempló su
respuesta. Sus días eran largos, sus noches incluso más largas. Se
preguntó si podría encontrar algo en la ciudad que la ayudarla a pasar el
tiempo.
Apretando las riendas, Cordelia vio cuando Leighton aparecía a la
vista. Media docena de edificios de madera flanqueaban la amplia calle
polvorienta. En las afueras de la ciudad, parecía que la gente había
levantado tiendas de campaña al azar.
Los trabajadores martillaban en el marco de un edificio. El olor a
aserrín llenó el aire. Nunca había visto algo así.
El día en que Dallas anunció que estaba acordonando la tierra para
una ciudad, no había visto nada más que pradera abierta. No había
regresado desde entonces.
Sabía que en la ciudad se había instalado una modista y una
tienda general. No sabía sobre el salón, el banco y la cárcel.
89
enlatados en un estante. Miró por encima de su hombro, sus ojos azules
cada vez más cálidos.
Cordelia pensó que podría haber descubierto el interés de Austin
por venir a la ciudad todos los días.
- Bueno, joven, ¿qué te trae a la ciudad hoy? ¿En qué puedo ayudarles? -
preguntó un hombre calvo parado detrás del mostrador. Cordelia recordó
haber sido presentada a Perry Oliver en su boda.
- Dee necesita algo, así que simplemente la traje a la
ciudad.
Cordelia luchó por mantener la sorpresa fuera de su rostro. No
necesitaba nada, pero Austin le lanzó una mirada implorante que le
suplicaba que le siguiera la corriente. ¿Cómo podría resistirse a la
súplica en esos ojos azules?
- ¿Qué necesita entonces, Sra. Leigh? - preguntó el Sr. Oliver.
¿Sra. Leigh? Pensó que nunca se acostumbraría a ese nombre.
- Yo... eh... libros... necesito algunos libros.
Los ojos del Sr. Oliver se agrandaron.
- ¿Ya leíste esos libros que tu esposo me compró la semana pasada?
Cordelia miró a Austin. Él simplemente se encogió de hombros. No
tenía idea de qué libros había comprado su marido. Sin duda, más sobre
la cría de ganado.
- No, él no los compartió conmigo - confesó
finalmente.
El señor Oliver frotó la palma de la mano en su brillante calva.
- Que extraño. Dijo que eran para ti. Dijo que te gustaba leer - Entrecerró
los ojos azul claro y frunció los labios - Veamos. Tenía "Un Cuento de Dos
Ciudades" y "Silas Marner". Él compró los dos.
Las palabras le fallaron. Si Dallas le hubiera comprado los libros,
¿no se lo habría dicho? Si él no los compraba para ella, ¿por qué le había
dicho al señor Oliver que sí?
- Eran los únicos que tenía en existencia - continuó Oliver - Me dijo que
cuando tenga más libros, debo dejarlos a un lado hasta que el tenga la
oportunidad de mirarlos y decidir si los quiere.
La campana sobre la puerta tintineó cuando un niño entró
vacilante a la tienda. Su cabello negro necesitaba desesperadamente un
corte y un lavado, al igual que su rostro. Sus pies descalzos se
arrastraron sobre el suelo de madera mientras se acercaba al mostrador,
con su mano clavada en el bolsillo de su mono, sujeto por una correa, ya
que le faltaba un botón en la parte delantera para mantenerlo en su
lugar, y parecía que el botón del otro lado no se iba a quedar con él
mucho más tiempo.
Perry Oliver se inclinó sobre el mostrador.
- Bueno, señor Rawley Cooper. ¿Qué puedo hacer por usted hoy?
El chico puso unas monedas en el mostrador.
- Mi padre necesita algunos cigarrillos para
armar.
- Tengo algo por aquí - dijo el Sr. Oliver mientras desaparecía detrás del
mostrador.
El niño miró los frascos de coloridos dulces que se alineaban en el
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mostrador. Cordelia no creía que pudiera tener más de ocho años. Sus
ojos negros se dirigieron al Sr. Oliver cuando el hombre puso una bolsa
de tabaco y algunos papeles en el mostrador.
- Bien - dijo el chico mientras deslizaba los suministros en su bolsillo y
se volvía para irse.
- Espera un momento, Rawley. Me diste demasiado - dijo Oliver mientras
colocaba un dedo regordete sobre un penique de cobre y lo deslizaba
sobre el mostrador.
Rawley parecía dudoso mientras su mirada se precipitaba entre el
señor Oliver y el penique. Vacilante, colocó su mano mugrienta sobre el
centavo.
- Hoy estoy vendiendo regaliz por un centavo - dijo Oliver - No creo que
tu padre echaría de menos un centavo.
Rawley negó con la cabeza, agarró el penique y se apresuró a salir
por la puerta.
- Deberías haberle dicho que era gratis - dijo
Austin.
El Sr. Oliver negó con la cabeza.
- Intenté eso. El chico tiene demasiado orgullo como para tomar algo a
cambio de nada. Contrario a todo lo que alguna vez he visto y
considerando quién es su padre, no sé cómo se las arregló para
aferrarse a cualquier orgullo.
- ¿Quién es su padre? - preguntó Cordelia.
- Uno de los trabajadores que levanta los edificios, aunque llamarlo
trabajador, le está quedando grande. La mayoría de las veces cobra su
sueldo y se emborracha.
- ¿Dónde está la madre de Rawley? - le
preguntó.
- Muerta,
creo.
Austin sacó dos palos de zarzaparrilla de un tarro.
92
Permitió que la condujera afuera. Luego se separó de él, cruzó el
pequeño camino de madera y envolvió sus temblorosas manos alrededor
de la barandilla.
Austin estudió a la mujer que se agarraba a la barandilla como si
temiera ahogarse en el polvo, sin ella. Sacó la varilla de zarzaparrilla de
su boca.
- ¿Qué pasó, Dee?
Lo miró, con dolor y enojo mezclados en sus ojos. Su estómago
cayó al suelo, y luchó contra el impulso de extender la mano y tocarla,
para limpiar el dolor y la ira.
- ¿Qué hice? - le preguntó en voz baja.
- Boyd te disparó.
Frunció el ceño.
- Sí.
- Dijiste que eran ladrones de
ganado.
- Dallas dijo que eran ladrones de
ganado.
- ¿Por
qué?
Su cuñado se encogió de hombros.
- Tal vez él no pensó que le creerías, o tal vez estaba tratando de
evitarte un dolor. Sentados a la sombra de un árbol, almorzando en paz,
no me pareció correcto decir que Boyd me había disparado y creo que
Dallas se sintió de la misma manera.
- Pero Boyd te
disparó.
- ¿Becky te lo dijo?
Ella asintió.
- Demonios, esa chica tiene una gran boca.
- ¿Por qué te
disparó?
- Necesito algo más, Austin. No sé qué, pero sé que necesito algo más
de lo que Dallas o mi familia tienen el poder de darme.
Él la atrajo hacia sí, presionando la mejilla contra la parte superior
de su cabeza.
- Entonces espero que lo encuentres, Dee. Realmente lo espero.
94
CAPÍTULO 9
sonrisa contagiosa que Dallas estaba seguro de que usaría para hechizar
a las damas, si hubiera damas alrededor - ¿Quieres un abrazo?
Dallas dio un paso atrás.
- Diablos, no. - y cambió su atención a Dee, que lo estaba estudiando
como si fuera un extraño, y se dio cuenta de que lo era. ¿Qué sabía ella
realmente de él? ¿Qué sabía él de ella?
- ¿Cómo lo descubrió? - le preguntó a su hermano.
Austin sacudió su cabeza hacia la tienda general.
- Becky - Se frotó las manos sobre los muslos - Escucha, Dee nunca visitó
Leighton. ¿Le mostrarías la ciudad mientras hablo con Becky por un
rato? - Austin giró la cabeza - No te importa ir con Dallas, ¿verdad, Dee?
Vio a su esposa palidecer antes de asentir, finalmente.
- Eso estaría bien.
- Gracias. Los alcanzaré. - Austin desapareció en la tienda general.
Dallas deseaba haber sido él a quien Dee hubiera recurrido, el que
la hubiera abrazado cuando supo la verdad.
- ¿Nunca has estado en la ciudad? - preguntó.
Ella sacudió la cabeza.
- No, al menos, no después del día en que acordonaste la tierra. Mis
hermanos nunca tuvieron tiempo de traerme.
- Bueno... - Se acercó a ella, repentinamente cohibido por todo lo que
faltaba hacer - No está ni cerca de estar concluida. - Señaló hacia
95
adelante - La tienda general - Él movió su mano hacia la izquierda - El
Banco.
- ¿Qué estabas haciendo en el banco? - le preguntó mientras caminaba a
su lado.
- Quería hablar con el Sr. Henderson sobre un préstamo para otro
edificio.
- ¿Qué tipo de edificio?
Se aclaró la garganta.
- Un ebanista (3) me escribió. Quiere mudarse aquí, pero no tiene los
medios para financiar su negocio. Creo que sería una buena inversión.
- ¿Tienes los medios para financiarlo?
- Con la ayuda del banco, lo ayudaré a comenzar. Eventualmente, será
dueño de su negocio, pero mientras más gente pueda traer a Leighton,
más creceremos.
- ¿Cómo se determina qué negocios serían una buena inversión?
Él la estudió, no esperaba las preguntas que le estaba haciendo,
pero estaba contento de que quisiera saber y de que estuviera lo
suficientemente interesada como para preguntarle. Él torció su codo y
vio como tragaba antes de colocar su mano sobre su brazo. Juntos
caminaron lentamente por la calle.
- Intento averiguar qué necesita la gente - le explicó, señalando hacia la
tienda de ropa - Houston siempre iba a Fort Worth a comprar ropa para
Amelia. Visitaba la tienda de ropa de la señorita St. Claire. La idea de
una nueva ciudad la intrigó, por lo que movió su negocio aquí,
- No estaba pensando.
- Obviamente no. Un caballero no le menciona sus otras mujeres a su
esposa. Creo que los dos estaríamos mucho más felices si te hubieras
casado con una de ellas en vez de conmigo - Giró sobre sus talones y
comenzó a alejarse.
- Dee.
Ella quería seguir caminando, pero el anhelo en su voz la
conmovió, la alcanzó y la obligó a darse vuelta. Sin sonreír ni reír, la miró
como buscando algo.
- Las damas son mis molinos de viento - dijo en voz baja - Disfruto
escuchándolos en la tranquilidad de la noche. Me da paz. Me gustaría
compartir eso contigo en algún momento.
Increíblemente avergonzada, ella cerró los ojos con fuerza.
- Lo siento. Actué como una musaraña.
- Deberías enojarte más a menudo.
Sus ojos se abrieron de golpe. La única vez que su madre se enojó,
su padre la había golpeado.
- ¿Por
qué?
- La ira pone fuego en tus ojos. Prefiero ver el fuego que el miedo.
- ¡Dallas! - gritó un hombre.
97
Cordelia vio como un hombre delgado corría hacia su esposo.
- Tyler, ¿tienes algún problema? - le preguntó Dallas.
El hombre patinó hasta detenerse.
- No es un problema - Como si de repente la hubiera notado, Tyler se
quitó el sombrero de la cabeza. Corrió los mechones rubios de su frente
y sonrió a Cordelia.
- Señora Leigh, nos conocimos en su boda, aunque probablemente no
me recuerde. Tyler Curtiss.
- No soy muy buena con los nombres - confesó.
- No soy muy bueno con las caras, excepto cuando son hermosas como
la suya - Se sonrojó como si no estuviera acostumbrado a flirtear, y
Dallas frunció el ceño.
- Tyler diseña los edificios y maneja la construcción - dijo Dallas, con la
voz tensa.
Ella sonrió con interés.
- ¿Así que está construyendo la
ciudad?
- Con una gran ayuda. Me gustaría obtener la opinión de su esposo sobre
algunas cosas, si puede perdonarlo.
- Sí, está bien.
Dallas pareció dudar.
- ¿Puedes encontrar a Austin? - Ella asintió - Estoy seguro de que todavía
está en la tienda general.
- Te veré en casa entonces.
Ella lo vio alejarse. Desde su posición, podía decir que estaba
escuchando atentamente mientras Tyler hablaba.
¿Por qué le dolió tanto cuando mencionó a sus damas con tanto
cariño? ¿Por qué se sintió aliviada al descubrir que había estado
hablando de molinos de viento?
Comenzó a caminar hacia los caballos atados al poste de
enganche frente a la tienda general. Ella había estallado con ira y en
lugar de tomar represalias, le había dicho que se enojara más a menudo.
Decidió que su sugerencia podría tener algún mérito, había encontrado
el estallido de furia... liberador.
98
querer construir un futuro para sus hijos... un futuro más grandioso que
cualquier cosa que ella se haya atrevido a soñar?
Una ciudad. Una comunidad. Una comunidad de hombres.
Frunció el ceño, sorprendida de descubrir que también quería ser
parte de su sueño. Quería ayudarlo a alcanzar lo que aún debía lograr.
Ella quería encontrar la manera de atraer mujeres a Leighton.
No vio a su marido de pie junto al corral, ni había escuchado sus
pasos haciendo eco en el pasillo.
Se preguntó dónde estaría, si estaría en su oficina. Si los dos libros
que había comprado estaban esperando allí también.
No quería temerle, pero más que eso, no quería depender de él.
Una vez había codiciado la libertad, pero ahora se daba cuenta de que
sin independencia, la libertad no existía. El primer paso hacia la
independencia era conquistar su miedo.
Entró en la habitación y tomó el libro que le había pedido prestado,
sobre la cría de ganado.
Recordó la profundidad de su risa, esa noche y esta tarde. La
espontaneidad. La forma en que se había extendido y golpeado un
acorde en lo más profundo de su ser.
Sosteniendo la lámpara, se dirigió a la oficina de Dallas. Vio la luz
que se derramaba por debajo de la puerta y casi cambió de opinión. En
cambio, se forzó a sí misma a golpear.
- Adelante - resonó desde el otro lado.
102
no tenía libertad para seguir su camino. Un contrato de matrimonio la
vinculaba a él de por vida, le gustara o no.
Había esperado que avanzaran hacia una relación amistosa
cuando le había ofrecido leerle la noche anterior, pero ahora cabalgaba
a su lado con la espalda tan tiesa como una vara de hierro, sus ojos
enfocados en el frente, y sus nudillos blancos mientras sostenía el
cuerno de la silla de montar.
Los caballos caminaban lentamente como si tuvieran todo el día
para llegar a donde iban.
- ¿Qué tan buena eres para cumplir tu palabra? - le preguntó.
Ella giró su cabeza hacia él y frunció el ceño.
- No miento, si es eso lo que insinúas.
- Bien.
En los días que siguieron, ella llegó a conocer a los hombres y sus
respectivos trabajos. Había supuesto que los vaqueros simplemente
miraban el ganado, pero no podría haber estado más equivocada. Los
hombres constantemente recorrían la línea del alambrado, arreglando el
alambre cortado o roto, reemplazando los postes. El jinete de molino
visitaba los molinos de viento para engrasar los cojinetes y reparar todo
lo que se había roto. Los jinetes del llano buscaban ganado que se había
enredado en los matorrales o que había quedado atrapado en el barro.
Los numerosos tipos de jinetes y sus diversas tareas la asombraron.
Parecía que era necesario revisarlo todo y verificarlo nuevamente:
la cerca, los molinos de viento, el ganado, el suministro de agua, el
pasto. Debían tomarse decisiones sobre cuándo y dónde mover el
ganado.
Al final de la semana, Cordelia estaba abrumada por todo el
conocimiento que había obtenido y también respetaba y comprendía
más a su esposo y sus logros.
- Podría usar algo de ayuda - gruñó - Dile a Houston que venga aquí.
Desapareció por la puerta. Presionó su pulgar contra el clavo que
había incrustado en la madera, y condenó su orgullo. Él no había querido
que se fuera. No quería oír su risa y no ser parte de ella. No quería ser
testigo de sus sonrisas desde la distancia.
No había sido capaz de pedirle que se quedara, que compartiera la
tarea con él, que aligerara su trabajo con su presencia.
Si no podía pedirle algo tan simple, ¿cómo demonios iba a pedirle
que lo recibiera en su cama?
107
CAPÍTULO 10
109
garganta.
- Me imagino que sí.
Austin se metió las manos en los bolsillos.
- ¿Recuerdas cuando me llevaste a ese circo cuando tenía siete años?
Si Austin había esperado disminuir la ira de Dallas, lo había
logrado. Navidad, 1867. El Circo Colosal y la Casa de fieras de Haight y
Chambers de Nueva Orleans, habían levantado tiendas en San Antonio.
Dallas y Houston seguían recuperándose de la guerra y tenían solo
algunas monedas en sus bolsillos, pero querían darle a Austin una
Navidad que no olvidara. Dallas no pudo evitar sonreír ante los buenos
recuerdos.
- Sí, y tú me molestaste todo el día con preguntas. Amenacé con pagarle
a ese tragasables para que te clavara una de sus espadas en la
garganta, solo para que te callaras.
Austin se rió entre dientes y se frotó el costado de la nariz.
- Pensé que hablabas en serio.
- La amenaza no funcionó, ¿verdad?
Austin negó con la cabeza.
- No, y así es Dee cuando la llevo a la ciudad. Tiene muchas preguntas y
todo la sorprende. Nunca la llevaron a la ciudad, Dallas. Nunca.
- Pero tú lo hiciste, y creo que ella está agradecida por
eso.
Austin dio un paso más.
- No estaba prestando atención a las preguntas que me estaba haciendo.
Solo estaba respondiéndolas. Mientras yo respondía a sus preguntas,
ella estaba trabajando en esta idea. Hoy, finalmente, tuvo el coraje de
hacer algo al respecto... y el Sr. Henderson se rió de ella. Lo que lo
empeoró es que Boyd estaba allí y el bastardo...
- Whooo. Detén los caballos - Dallas levantó la mano - ¿De qué demonios
estás hablando?
- Intento decirte lo que sucedió hoy en la ciudad. Mira, Dee pensó que
cuando llegara el ferrocarril aquí, la gente necesitaría un lugar donde
alojarse. Así que estaba pensando en construir un hotel. Sabía que
habías hablado con el Sr. Henderson acerca de un préstamo para el
ebanista, así que pensó que era allí donde tenía que empezar,
obteniendo un préstamo. Ayer se quedó afuera del banco todo el día. No
pudo reunir el valor para entrar. Hoy al fin, reúne el coraje y se dirige al
banco. Solo Boyd está adentro, y él le dice que el salón tiene todas las
habitaciones libres que esta ciudad va a necesitar. Entonces él y el Sr.
Henderson comienzan a reírse de ella, Boyd le dice que tu cama es la
única cama de la que debe preocuparse.
- ¿Que hizo ella? - preguntó con los dientes apretados.
Austin sonrió.
- ¿Dee?
Levantó la mirada, con la decepción grabada en sus rasgos.
- No tienes que hablar conmigo si no quieres. No discutiré sobre la cría
de ganado en la mesa.
Ella asintió con gravedad, miró rápidamente a Austin y luego
112
volvió a mirar sus notas.
Dallas podía sentir el brillo azulado de los ojos de Austin clavados
en él. Aparentemente, su hermano había descubierto que Dallas no
había hablado con dulzura con su esposa la noche anterior y eso no le
había sentado bien.
Cordelia cambió su mirada a Dallas y se mordió el labio inferior.
- ¿Qué hubieras hecho si el Sr. Henderson no te hubiera dado el
préstamo para el ebanista?
Dallas se recostó en su silla, increíblemente complacido con su
pregunta y feliz de que no estuviera planeando dejar que Henderson o
su hermano la detuvieran para alcanzar su sueño. Se preguntó qué otras
preguntas había escrito en su lista.
- Iría a un banco en otra ciudad, para convencerlos de que me den el
préstamo.
- ¿Qué pueblo?
- Fort Worth probablemente sea el mejor.
- ¿Qué tan lejos está?
Un golpe en la puerta interrumpió su pregunta, Dallas tenía una
buena idea de a dónde se dirigía con las preguntas, y esperaba que no
tuviera que viajar hasta allí.
- Austin, ¿por qué no vas a ver quién está en la puerta? - preguntó
Dallas.
Su hermano empujó la silla hacia atrás y salió de la habitación.
Unos minutos más tarde, con la incredulidad reflejada en su joven rostro,
escoltó a Lester Henderson al comedor.
Cordelia giró con gracia en su silla.
- Señor Henderson, qué placer es tenerlo en nuestro hogar. ¿Le gustaría
tomar un café mientras habla con mi esposo?
Dallas no sabía si alguna vez había conocido a alguien tan amable
como su esposa, y en ese momento estaba muy orgulloso de que ella
estuviera casada con él.
Henderson giró su sombrero en sus manos.
- En realidad, señora Leigh, estoy aquí para hablar con usted.
Cuando Dallas raspó su silla en el piso para levantarse, Henderson
pareció como si casi hubiera salido de su piel.
- Puedes usar mi oficina. Necesito controlar la manada.
Salió de la casa, se dirigió al establo y ensilló a Satanás. Para
cuando sacó al caballo del granero, Henderson estaba subiéndose a su
carruaje.
- Espero que sepas lo que estás haciendo - espetó Henderson, con los
labios fruncidos.
113
Farfullando, Henderson golpeó las riendas y envió al caballo del
buggy al trote, volviendo a la ciudad.
Dallas escuchó el excitado chillido de su esposa cuando llamó a
Austin.
Ignoró el dolor en su pecho porque ella no había elegido compartir
su alegría con él, y fingió que no le importaba porque tarde o temprano,
no tendría otra opción. Tendría que venir a él, y cuando lo hiciera,
aprendería que nada en la vida venía sin un precio. Para tener lo que ella
quería, Dallas tendría que obtener lo que quería.
Al tocar suavemente la puerta de su oficina, Dallas se apartó de la
ventana y del cielo nocturno.
- Adelante.
Cordelia abrió la puerta y miró dentro.
- ¿Puedo hablar contigo por un
minuto?
Escuchó el temblor en su voz.
- Por supuesto.
Como alguien a punto de enfrentarse a un verdugo, entró en la
habitación y se detuvo frente a su escritorio. Ella agitó su mano hacia su
silla.
- Te puedes sentar.
- ¿Es eso lo que
quieres?
Ella le dio un asentimiento brusco.
A grandes zancadas, cruzó la habitación y se dejó caer en su silla.
Apoyó el codo sobre el escritorio, se frotó lentamente el bigote con el
pulgar y el índice y levantó una ceja.
Ella bajó su mirada al suelo.
- Yo... eh… - Ella aclaró su garganta - Pensé que sería bueno si tu ciudad
tuviera un hotel. Logré obtener un préstamo y el señor Curtiss está
diseñando los planos para el edificio...
- ¿Dee?
Levantó la vista.
- Siempre debes mirar a un hombre a los ojos cuando hablas de
negocios.
Visiblemente tragó.
- Lo hace más
difícil.
- El hombre con el que haces negocios sabe eso. Te respetará por ello, y
es más probable que te dé lo que estás pidiendo.
- ¿Sabes por qué estoy
aquí?
- Tengo una buena idea.
118
CAPÍTULO 11
119
hotel... y no es exactamente lo que tenía en mente.
- Entonces díselo.
Se movió en la silla.
- Trabajó tan duro en el diseño, que odio herir sus sentimientos.
- Pero no es lo que quieres. Le estás pagando para que te dé lo que
quieres. Le estás pagando, ¿verdad?
- Sí.
- Entonces ve a la ciudad mañana y díselo.
Dibujó la última marca de Dallas al borde del papel. Le recordaba a
un corazón más que a dos D espalda con espalda. Todo lo que
necesitaba era la flecha de Cupido. Dibujó su marca de nuevo,
esperando un momento, queriendo pedirle que fuera con ella.
- ¿Quieres que vaya contigo?
Levantó la vista, atraída por la intensidad de su mirada. Una vez se
había sentido incómoda con su escrutinio. Ahora lo reconoció por lo que
era: simplemente su forma de ver a todos, a todo.
Sonrió suavemente.
- No, puedo manejar este asunto por mi cuenta.
Su mirada se volvió cálida, y su corazón revoloteó como mariposas
en la primavera. Su respuesta lo había complacido, y se preguntó
cuándo había empezado a importarle si le complacía o no.
120
Quitándose el sombrero, Dallas estudió el horizonte lejano. Con
toques ligeros, el sol acariciaba el amanecer con matices suaves, de
forma muy similar a como su esposa traía el sol a sus días.
- ¿Alguna vez has estado
casado?
- No, señor, no puedo decir que he tenido el
placer.
- No sé cuán placentero es. Las mujeres son complicadas. Cuando Dee
dice que algo está bien, no está nada bien. Cuando está bien, te da una
sonrisa... una sonrisa que te quitará el aliento - Dallas se colocó el
sombrero en la cabeza - Cuando venga a verte hoy, asegúrate de hacer
lo que sea necesario para darle esa sonrisa.
Tyler asintió.
- Yo haré
eso.
- Lo apreciaría - dijo y giró su caballo.
- ¿Dallas?
Echó un vistazo por encima del hombro.
- ¿Qué debería hacer con los planos que tracé hace unos meses para el
hotel que querías construir?
Dallas se encogió de hombros.
- Haz lo que quieras con ellos. Esta ciudad solo necesita un hotel.
- Sí.
121
Sosteniendo a Preciosa en el rincón de su brazo, miró por encima
del hombro. La gente se estaba reuniendo detrás de ellos, mirando a los
inspectores con interés. Ella podía ver a todos los vaqueros del rancho
de Dallas.
Vio a Houston abriéndose paso entre la multitud, sosteniendo a
Maggie, con los brazos enlazados alrededor de su cuello. Amelia
caminaba pesadamente junto a él, sus brazos entrelazados. A medida
que se acercaban, Amelia soltó su agarre sobre Houston y abrazó a
Cordelia de cerca. Preciosa ladró y Amelia se rió.
- Esto es tan emocionante - dijo
Amelia.
Cordelia no pudo contener su sonrisa.
- El señor Curtiss cree que puede tener el hotel listo para
octubre.
- ¿Cuatro meses? - preguntó Houston - ¿Cree que necesitará tanto
tiempo?
Cordelia asintió.
- Es que va a ser un gran hotel, un gran gran hotel - Ella apretó la mano
de Amelia - Así es como lo llamaremos: "el Grand Hotel" - Echó un
vistazo a Dallas - ¿No es así?"
- Lo llamaremos como quieras llamarlo -
dijo.
Houston se rió entre dientes.
- Suena que nombrar un hotel, es como nombrar
niños.
Dallas frunció el ceño a su hermano.
- No hay nada como eso en absoluto.
A grandes zancadas, Austin caminó hacia Dallas y le susurró algo
al oído. Dallas asintió.
- Bueno.
Austin le sonrió a Cordelia.
- Es difícil de creer que han pasado menos de tres semanas desde que
entraste en el banco de Henderson. Creo que trabajas más rápido que
Dallas cuando tienes una idea en mente.
Ella se sonrojó y bajó la mirada.
- Creo que esto ayudará a la ciudad a crecer. Le dará a la gente un buen
lugar donde alojarse cuando visiten Leighton. - miró a Amelia -
Pensamos que tendríamos una sala especial donde el maestro de
escuela podría vivir.
- Eso sería maravilloso - dijo Amelia - aunque para mi vergüenza no he
hecho nada para asegurar uno para la ciudad.
- No te he ayudado
tampoco.
- Tendrá que ser nuestra próxima orden del día - dijo
Dallas.
Cordelia se quedó sin aliento cuando vio a sus hermanos
caminando hacia ella. Solo Cameron le sonrió. Él extendió la mano y
tomó la suya.
- Hola, Dee, te ves
122
bien.
Ella se sentía bien, se sentía feliz.
- No esperaba verte hoy.
- Dallas envió un mensaje diciendo que tenía que hacer un anuncio - dijo
Boyd. Bajó su mirada a su estómago - Supongo que todos sabemos cuál
es ese anuncio ya que tu esposo parece pensar que a todo el mundo le
importan sus cosas.
La animosidad la sorprendió. Hasta ese momento no se había dado
cuenta de que se había acostumbrado a vivir en una casa en la que la
ira no reinaba siempre.
- ¿Dónde está padre?
- No pudo hacer el viaje - dijo Boyd.
- ¿Está enfermo? - preguntó.
- La edad simplemente lo está alcanzando.
Ella miró a Dallas.
- Realmente debería ir a verlo
pronto.
- Haré los arreglos.
Uno de los topógrafos se acercó.
- Hemos terminado - Dallas asintió y volvió su atención a Cordelia
- ¿Quieres caminar por el borde de la propiedad antes de que comience
la ceremonia?
- ¿La ceremonia? - preguntó Boyd.
Con evidente satisfacción, Dallas le sonrió a su hermano.
- La ceremonia de inauguración. Nuestro anuncio involucra el hotel que
Dee planea construir en Leighton.
Boyd palideció visiblemente.
- ¿Hotel? ¿No estás anunciando que lleva a tu hijo?
- No.
Boyd entornó los ojos.
- ¿Qué pasa, Leigh? ¿No eres lo suficientemente hombre como para
dejarla embarazada?
Cameron se enfrentó a su hermano mayor.
- Cuidado con lo que dices, Boyd.
Boyd sostuvo su dedo tembloroso frente a la nariz de Cameron.
- Nunca vuelvas a hacer eso. Nunca.
Cameron negó con la cabeza.
- Este es el momento de Dee. Por ella, no lo arruines.
- ¿Sabías que estaba por construir un hotel?
La mirada de Cameron se lanzó hacia Austin antes de regresar a
su hermano.
- Sí, lo sabía.
- No me importa un comino ningún hotel. Lo único que me importa es la
tierra que este bastardo nos robó - Boyd se fue dando grandes zancadas.
Cordelia miró a sus dos hermanos restantes. Se movieron de un
pie al otro, incómodos.
Duncan finalmente sonrió.
- Escuché que habrá baile, comida y whisky gratis. Planeo quedarme.
123
- Yo también - dijo Cameron con menos entusiasmo.
- Yo la recuerdo.
- Me preguntaba si podrías hacerme un favor.
126
Su negra mirada se lanzó hacia arriba, luego hacia abajo. Comenzó
a clavar el dedo gordo del pie derecho en la tierra. Ella quería abrazarlo,
envolverlo ferozmente y se preguntó si alguien alguna vez lo había
hecho.
- Te pagaré - dijo en voz baja.
Su mirada se elevó y se mantuvo enfocada en ella, podía ver la
duda y la desconfianza nadando en sus ojos.
- ¿Cuánto será? - preguntó.
- Un dólar.
Él se mordió el labio inferior.
- ¿Qué tengo que hacer?
- Cuidar a mi perro de la pradera para poder bailar con mi esposo.
- Bien, ¿cuánto tiempo?
- Hasta mañana por la mañana.
Él entrecerró los ojos.
- Tienes que pagarme primero.
- De acuerdo. - Dee se levantó y le tendió su mano - Vamos a hablar con
mi esposo.
Con los dedos enroscados, tomó su mano y luego la retiró
rápidamente.
- Tomarse de las manos es de mariquitas.
Se preguntó brevemente si sus hermanos tenían la misma opinión.
Desde que podía recordar, Cameron era el único que la había tocado, y
su contacto siempre había sido vacilante. Ella no quería eso para sus
hijos.
Caminó hacia el salón con Rawley arrastrando los pies detrás suyo.
Supo el momento exacto en que Dallas la vio. Su atención se desvió del
Sr. Curtiss, y aunque el arquitecto y el constructor continuaron hablando,
ella sintió que tenía toda la atención de su esposo.
Cuando se detuvo frente a él, Preciosa soltó un aullido y Dallas la
tomó en sus brazos.
- Si me disculpan, quiero hablar con la señorita St. Claire - dijo el Sr.
Curtiss - Está pensando en expandir su negocio a un emporio.
- Aprecié su ayuda hoy - dijo Dallas.
- El gusto fue mío - dijo e inclinó su sombrero hacia Cordelia antes de
irse.
- ¿Cómo estuvo la entrevista? - preguntó Dallas.
- Parecía bien informado, y creo que estaba entusiasmado con el nuevo
hotel.
Preciosa ladró de nuevo y comenzó a retorcerse. Cordelia tocó el
hombro de Rawley, y él se apartó. Ella esperaba no estar cometiendo un
error.
- Este es Rawley Cooper. Va a cuidar a Preciosa por nosotros.
Dallas levantó una ceja.
- ¿Ah, sí?
Rawley asintió con la cabeza.
- Pero tienes que pagarme. Un dólar, por
adelantado.
- Eso es una ganga - murmuró Dallas mientras buscaba en su bolsillo y
127
sacaba un dólar. Lo puso en la palma de Rawley, quién miró la moneda
como si realmente no hubiera esperado recibir un dólar. Se guardó el
dinero en el bolsillo, extendió sus manos cubiertas de tierra y tomó a
Preciosa. Echó un vistazo a Cordelia.
- ¿Dónde quieres que te encuentre
mañana?
- ¿Dónde
vives?
Bajó la mirada.
- Por ahí.
- Te encontraremos - dijo Dallas.
Rawley asintió y lentamente se alejó como si llevara algo frágil.
- Ahora, ¿por qué hiciste eso? - preguntó Dallas.
Cordelia dirigió su atención a su esposo.
- Preciosa estaba en el camino - Ella subió al entarimado. Su mirada
estaba casi nivelada con la de Dallas. Podía escuchar los suaves acordes
de otra canción llenando el aire. Su corazón comenzó a latir con fuerza,
su estómago se estremeció - El día que nos casamos, me dijiste que no
era difícil bailar y que me guiarías. Me preguntaba si tu oferta aún sigue
en pie.
Dallas se apartó de la pared y le tendió la mano.
- Siempre está en pie para ti.
Ella colocó su mano en la suya. Su palma estaba áspera, sus
almohadillas estaban callosas, sus dedos largos, su piel cálida cuando su
mano se cerró alrededor de la de ella. Caminaron juntos hasta un área
donde solo unos pocos bailaban.
Cuando él colocó su mano sobre su cintura, parecía el movimiento
más natural del mundo colocar su mano sobre su hombro. Él sostuvo su
mirada y cuando se movió al ritmo de la música, ella lo siguió.
La melodía se arremolinaba a su alrededor. Más allá del hombro de
Dallas, los tonos apagados del cielo comenzaron a oscurecerse,
alargando las sombras de la noche. Él la guió a través del vals tan
fácilmente como la había guiado hacia este día.
- ¿Cómo sabías que quería construir un
hotel?
Su mirada nunca titubeó.
- Austin me contó sobre tu visita al
banco.
- ¿Le dijiste al Sr. Henderson que me diera el préstamo?
- Simplemente le expliqué que tenías una
garantía...
- Tu tierra.
- Nuestra tierra. Él no tenía ninguna razón para no darte un
préstamo.
- ¿Y si el hotel falla?
- No lo hará.
- ¿Cómo puedes estar tan seguro?
130
CAPÍTULO 12
132
Dallas se encogió cuando se miró en el espejo. Como un joven
afeitado por primera vez, tenía tres pequeñas mellas incrustadas en la
barbilla. Entrecerrando los ojos, se inclinó más cerca, preguntándose si
debería igualar los lados de su bigote un poco más.
Se había bañado y recortado todo lo que podía recortarse: su pelo,
sus uñas, su bigote.
Nunca había estado tan malditamente nervioso en toda su vida.
Vistiendo solo sus pantalones, pantalones nuevos, nunca antes usados,
se examinó a sí mismo, preguntándose si Dee lo encontraría carente.
Luchó contra el impulso de retorcerse mientras su reflejo lo fulminaba
con la mirada.
Tomó su camisa de la cama y la deslizó sobre su cabeza. Comenzó
a abotonarla y se detuvo. Dee solo tendría que desabrocharla, o no lo
haría, ojalá sus dedos no temblaran tanto, ya que no sabía si podría
soltarlos sin enviarlos volando a través de la habitación.
Sería mejor dejarla desabrochada.
Se sacó la camisa por la cabeza y la tiró sobre la cama. Mejor no
usarla en absoluto.
Ambos sabían por qué iba a ir a su habitación. No era necesario
fingir lo contrario.
135
con los dedos extendidos justo sobre su corazón. Los únicos temblores
que sintió fueron los que recorrían su cuerpo mientras mantenía sus
impulsos bajo control, sin querer asustarla. Él no quería ver nunca más
miedo reflejado en sus ojos.
- No creo que te lleve toda la noche - susurró.
- Gracias a Dios por eso - dijo con voz áspera mientras tomaba posesión
de su boca.
Ella deslizó sus manos por su pecho, y las enrolló alrededor de su
cuello. Gimiendo, la envolvió con sus brazos y presionó su cuerpo contra
el suyo. Sus cuerpos se encontraron justo como lo había imaginado
cientos de veces: perfectamente, como la forma en que el cielo
136
almendrados de su esposa se redondearon.
- No tengas miedo, Dee.
- No lo tengo -
dijo.
- Puedes cerrar los ojos si quieres.
- ¿No crees que me he preguntado cómo te
ves?
De repente deseó haber apagado la lámpara y que la habitación
estuviera sumergida en la oscuridad. Ser consciente de sí mismo no era
algo que estuviera acostumbrado a sentir, pero después de someterla a
la dura prueba de desnudar su cuerpo, no podía negarle la oportunidad
137
Ahuecando su cara en la palma de la mano, colocó la boca cerca
de su oreja.
- No puedo soportar cuando me tienes miedo, Dee.
- Solo estoy nerviosa.
Él arrastró la boca a lo largo de su cuello y sumergió su lengua en
el hueco en la base de su garganta. Sabía fresca, pura y sin usar, a
diferencia de cualquier mujer que hubiera probado alguna vez.
- No te pongas nerviosa - le dijo.
Él bajó su rostro hasta que la boca tocó la curva de su pecho. Ella
jadeó. Sin mover la boca, levantó la vista y la encontró mirándolo. Él se
movió más abajo. Su lengua rodeó su pezón.
- ¿Dallas?
- Shh. Todas las noches soñé con probarte. - Cerró su boca alrededor del
brote tenso y amamantó suavemente.
Su esposa cerrando los ojos, gimió. Él pasó su boca sobre el valle
entre sus pechos y deslizó la lengua sobre su otro pecho. Deslizó su
mano a lo largo de su estómago, un estómago tan plano como la
pradera. Dentro de unos meses, se hincharía, se abultaría con el hijo que
podría darle esta noche.
Acomodó la mano entre sus muslos, y cuando ella podría haber
protestado, él cubrió su boca con la suya, su lengua ahondando
profundamente, devorando sus suspiros, sus gemidos.
Recién cuando Dee giró hacia él, se dio la libertad de acomodar el
cuerpo entre sus muslos. Luego, tan suavemente como el viento soplaba
a través de las llanuras, deslizó su cuerpo hacia el de ella.
Se puso rígida y él se mantuvo quieto, sabiendo a ciencia cierta lo
que antes solo había conocido como un rumor. Él no tenía más remedio
que hacerle daño.
- Lo siento, Dee - dijo con voz ronca mientras le cubría la boca con la
suya, se sumergía profundamente en ella y tragaba su llanto.
- Va a mejorar, Dee.
Ella pasó los dedos por su cabello y acunando su cabeza, lo giró
hasta que sus miradas se encontraron.
- Quiero esto Dallas - susurró - Quiero darte un hijo.
Sintió un sonido gutural en su garganta, y su pecho vibró contra
los suyos. Él volvió su boca a la de ella, su lengua hundiéndose,
barriendo, acariciando, besándola profundamente.
Se movió contra ella, lentamente, casi vacilante. El dolor
retrocedió, y un calor profundo en su interior comenzó a desplegarse.
Él deslizó su mano debajo suyo y levantó sus caderas.
138
- Sígueme, Dee - suplicó con voz ronca cerca de su oreja.
Como si tuviera otra opción. Él se elevó por encima suyo, sus
embestidas se hicieron más profundas, más rápidas. Observó como las
sombras de la habitación jugaban sobre sus rasgos cincelados.
Y luego, como lo había hecho desde el principio, comenzó a guiarla
hacia la luz del sol. A un lugar donde no había sombras. Ella gritó su
nombre mientras una miríada de sensaciones estallaba en su interior.
140
CAPÍTULO 13
142
trabajadores, sonriendo ampliamente.
- ¡Buen
día!
Antes de que Dallas pudiera desmontar y ayudar a su esposa, Tyler
disfrutaba del privilegio, con las manos apoyadas en la cintura de Dee.
Unos celos, calientes y cegadores, atravesaron a Dallas como
plomo fundido y lo tomaron por sorpresa. Incluso cuando sospechaba
que Houston albergaba sentimientos por Amelia, nunca se había sentido
celoso. Furia, sin duda, pero nada que lo hiciera querer destrozarle el
brazo a un hombre simplemente porque había ayudado a su esposa a
desmontar.
Tyler se apartó de Dee y agitó su mano en un amplio círculo.
- ¿Qué piensa?
- Es maravilloso. No puedo creer que ya tenga una parte del marco
colocado.
- La razón fue que su esposo les ofreció una bonificación a los hombres
si lograban terminar el hotel en tres meses, ese es el motivo por el que
los hombres cortan y martillan desde el amanecer - explicó Tyler.
145
Ella cerró su ojo.
- Toca otra.
Dallas la había escoltado a su casa y luego había ido a ver cómo
estaba su rebaño. Austin se había unido a ella en la galería, con el violín
metido debajo de la barbilla mientras tocaba melodías de su propia
creación, melodías que basaba en las características de las personas
que conocía.
- ¿Qué hizo él
anoche?
- Sacó a Becky detrás de la tienda general e intentó forzar su afecto
hacia ella. Austin estaba tocando música para la gente… - Cameron
negó con la cabeza - Y yo haciendo de chica.
- ¿De chica?
- Sí, no hay suficientes chicas alrededor, así que tuvimos que sacar
pañuelos de un sombrero. Si sacábamos uno rojo, teníamos que atarlo
alrededor de la manga y ser la chica. Casi me rompen las botas.
Ella presionó su mejilla contra su hombro.
- ¿Es por eso que no estabas mirando a Becky? ¿Demasiado ocupado
bailando?
- Tal vez.
Ella le frotó el dorso de la mano, recordando las muchas veces que
lo había hecho cuando él era niño, preguntándose ahora, cuándo había
adquirido la mano de un hombre. Incluso relajado, las venas se
hinchaban y los músculos parecían fuertes.
- ¿Eres feliz, Dee?
Suspirando, ella cerró su mano alrededor de la suya.
- Sí, lo soy. Dallas es... justo.
Él sacudió la cabeza hacia atrás.
- ¿Justo?
- No sé si puedo explicarlo. Nunca espera más de sus hombres, de nadie,
de lo que está dispuesto a dar. Está levantado antes del amanecer,
trabajando, y trabaja en la noche. Habla conmigo, pero además él me
escucha. No sé si alguna vez alguien realmente escuchó lo que tenía que
decir.
- ¿Lo amas?
Ella se encogió de hombros y habló con tanta melancolía como su
hermano momentos antes.
- Tal vez.
Levantó la mirada hacia un jinete que se aproximaba. Dallas
detuvo su caballo al lado del de Cameron.
Éste saltó de los escalones.
- Tengo que irme - dijo, depositando un rápido beso en la mejilla de
Dee.
- ¿No puedes quedarte a cenar? - le
preguntó.
- No yo…
- Tu hermana quiere que te quedes - dijo Dallas, su voz haciendo eco en
la terraza. Cameron asintió rápidamente.
147
- Entonces me quedaré.
- No llevo a tu hijo.
Dallas levantó la cabeza y miró a su esposa al otro lado de la
mesa, con la mirada fija en los huevos fríos. Austin se había ido apenas
148
unos momentos antes, dejando un pesado silencio a su paso, una
reticencia destrozada por sus palabras.
- ¿Estás segura?
Su esposa asintió enérgica.
- Lo supe hace varios días. Pensé que sería mejor esperar hasta... hasta
ahora para decírtelo - Su mirada se lanzó hacia arriba, luego hacia abajo,
y sus mejillas se pusieron rojas.
Dallas se puso de pie y caminó hacia su extremo de la mesa, un
millar de sentimientos tronando en su mente como el ganado en
estampida. Quería arrodillarse a su lado, tomar su mano, besar su
frente, su nariz, su barbilla. Quería que ella lo mirara, pero solo se quedó
mirando los malditos huevos, por lo que pronunció unas palabras que
transmitían poco de lo que estaba sintiendo.
- Iré a tu cama esta noche, si eso te
agrada.
Ella asintió bruscamente.
- Lo siento.
- Tal vez tendremos mejor suerte esta
noche.
- Eso
espero.
Con un propósito en su zancada, Dallas salió furioso de la casa, tiró
de las riendas de Satanás del corral, montó al semental negro y lo pateó
al galope. Cabalgó rápido y duro por las llanuras hasta que la casa de su
hermano quedó a la vista. Los últimos diez días habían sido un infierno:
quería abrazar a Dee, sabiendo que ella no tenía ningún interés en su
toque.
Era extraño, pero tenía que admitir que no estaba decepcionado
de que Dee todavía no llevara a su hijo.
Aún deseaba un hijo, pero la urgencia de su sueño había
disminuido. Lo que quería ahora eran unas pocas noches, más
extendidas, en la cama de Dee, con ella acurrucada contra él.
Houston estaba trabajando con un mustang en el corral cuando
Dallas detuvo su caballo en la casa y desmontó.
Amelia estaba sentada en el porche, batiendo mantequilla. Maggie
se puso de pie y bajó los escalones. Ella chilló cuando Dallas la levantó
hacia las nubes.
- Veo pecas saliendo - dijo.
- ¡No! - lloró ella mientras se frotaba la nariz - ¡Bésalas! ¡Bésalas!
Él empezó rápidamente a lloverle besos sobre su rostro, hasta que
ella soltó una risita. Señor, amaba su fragancia. Olía a flores sacadas de
la tierra, gatitos y leche dulce. Su inocencia siempre lo humilló.
La pequeña arrugó su nariz.
- ¿Me hiciste un niño para jugar?
- Todavía no. Todavía estoy trabajando en eso.
- ¿De dónde va a venir?
Dallas señaló a Amelia con la mirada. Negando con la cabeza, ella
sonrió. Sacó una gota de limón del bolsillo y se la dio a su sobrina.
- ¿Por qué no chupas esto por un tiempo?
149
- No me dio un triste.
- A mí sí y mientras lo haces yo hablo con tu ma al respecto. - Puso a
Maggie en el porche, que se metió el caramelo en la boca y comenzó a
chupar vigorosamente. Dallas se quitó el sombrero, colocó un brazo
- ¿Qué quieres
decir?
Houston se frotó el lado con cicatrices de su cara, sus dedos
rozaron su parche en el ojo.
- Te enojarás si te digo.
- No, no lo haré.
- Dame tu
palabra.
- La tienes.
Houston lanzó una respiración profunda.
- La primera vez que besé a Amelia, recién habíamos cruzado ese río
inundado...
- ¿La besaste antes de llegar al rancho?
- Dijiste que no te
enojarías.
- No estoy enojado, me siento estafado. Confié en ti... - Dallas reprimió
su temperamento. Cinco años atrás, había tomado una decisión que lo
había dejado sin esposa. Él no planeaba repetir su error - Termina tu
explicación.
Houston se limpió la garganta como si contemplara la sabiduría de
sus palabras.
- Bueno... estaba furioso porque ella había saltado al río para salvarme,
estaba muy agradecido de que no se hubiera ahogado, y me golpeó más
fuerte que un caballo mustang darme cuenta de que la amaba. No podía
decírselo, así que intenté mostrarle. Vertí todo lo que sentía en ese beso,
y la he estado besando de esa manera desde entonces.
- Haciendo que sus dedos de los pies se curven.
Houston sonrió ampliamente.
- Aparentemente sí.
Dallas se apartó del corral.
- Gracias por el consejo.
- Tal vez con el tiempo, una vez que tus sentimientos por Dee se
profundicen…
- Ese es mi problema, Houston. Creo que me enamoré de ella y no tengo
la menor idea de cómo hacer que ella me ame.
152
CAPÍTULO 14
- ¿Señor Curtiss?
Cordelia asomó la cabeza dentro de la tienda donde trabajaba
Tyler Curtiss. Se había despertado a las dos de la mañana pensando en
unas ideas para el hotel, que quería compartir con él, pero no podía
encontrarlo por ninguna parte. Al entrar en la tienda, decidió esperarlo.
Grandes hojas de papel cubrían su escritorio, y no pudo evitar
mirarlas. Vio los planos para la nueva oficina del periódico y la del
boticario. Pequeñas empresas, grandes negocios, encontrarían un hogar
en Leighton.
Apartó los papeles y vio un dibujo de un edificio con muchas
habitaciones. Las letras en negrita en la parte superior proclamaban que
era un hotel.
Hundiéndose en una silla, estudió el dibujo. No era su hotel, y sin
embargo el diseño parecía increíblemente familiar, le recordó a Dallas.
Oscuro. Atrevido. Las habitaciones eran grandes, diseñadas para la
comodidad y no para el bienestar. No era práctico para una ciudad en la
que simplemente pasarían muchas personas. Sin embargo, a una parte
de ella le atraía, especialmente si, como sospechaba, su marido había
sido responsable de esos planos.
- Señora Leigh. ¡Qué placer!
Saltó de la silla sobresaltada.
- Señor Curtiss, quería hablar con usted - Su mirada regresó al dibujo -
¿De quién es este hotel?
- Oh eso - le dio una sonrisa culpable - Uh, bueno... eh - Se quitó el pelo
rubio de la frente.
- Dallas le pidió que hiciera planes para un hotel,
¿no?
- Sí, señora. Hace algunos meses, de hecho.
- ¿Qué va a hacer con esos planos ahora?
- Me dijo que los ignorara. Dijo que esta ciudad solo necesitaba un
hotel.
- Gracias, Sr. Curtiss - Ella comenzó a caminar hacia el exterior.
157
- Pensé que había venido a discutir
algo.
Ella sonrió.
- Me acabo de dar cuenta de que primero tengo que discutirlo con mi
esposo.
Mientras entraba al rancho, vio a Dallas de pie junto al corral. Una
amplia sonrisa se extendió bajo su bigote mientras ella detenía a Gota
de limón y desmontaba.
Ella se acercó a él, entrelazó sus brazos alrededor de su cuello, y lo besó
profunda, intensamente. Desde el momento en que la hizo su esposa, él
había estado colocando secretamente regalos al alcance de su mano,
regalos que venían sin envolver, sin moños, regalos cuyo valor solo
podía medirse con el corazón.
Él retrocedió y frunció el ceño.
- ¿Por qué fue
eso?
- Vi los planos para tu hotel.
Él hizo una mueca.
- Oh, eso. Fue solo una idea con la que estaba jugando. Nunca se
afianzó, no como tus planes.
nuca.
158
Ella pasó sus dedos a través de su cabello, que se rizaba en la
- Me levanté esta mañana con un pensamiento. Quiero que una de las
habitaciones sea especial, pero no estaba exactamente segura de lo que
quería. Iba a hablar con el Sr. Curtiss sobre eso, y luego vi tus dibujos.
Tus habitaciones eran mucho más grandes que las mías.
- Quería darle a un hombre espacio para estirarse.
- Quiero darle a un hombre y a una mujer un lugar para hacer el amor -
Ella se separó y comenzó a pasearse, la idea era poco más que una
semilla - Realmente creo que muchas de las mujeres que vienen a
trabajar al Gran Hotel eventualmente se casarán. Algunas se casarán
con hombres como Slim, y tendrás que proporcionarles a tus hombres un
tipo diferente de alojamiento.
- ¿Ah sí? - preguntó Dallas, intrigado como siempre por la forma en que
Dee ponía las ruedas de una idea en movimiento dentro de su cabeza,
como un molino de viento construido en el camino de una brisa
constante.
Sus pasos se hicieron más rápidos a medida que la excitación ardía
intensamente en sus ojos.
- En su mayor parte, se casarán con hombres de medios modestos,
hombres que se contentan con cumplir los sueños de otros. Se casarán
en la iglesia que algún día construirás, y luego irán a la casa donde ellos
probablemente vivirán por el resto de sus vidas.
- La mayoría no podrá realizar un viaje de bodas, pero quiero darles un
lugar donde puedan ir por una noche y sentirse especiales. Una
habitación tan bella como su amor, tan grandiosa como sus esperanzas
para el futuro, donde un hombre pueda hacer el amor con su esposa por
primera vez en una enorme cama con flores que los rodeen - Ella dejó de
caminar - ¿Qué piensas?
Que debería haberte llevado a un lugar especial. Nunca se había
detenido a considerar exactamente qué boda quería una mujer, lo que la
primera noche de un matrimonio debería haber anunciado.
Ciertamente, no un marido pateando la puerta mientras su esposa
se preparaba para complacerlo.
No podía deshacer los errores que había cometido en el pasado,
pero podía asegurarse de no repetirlos en el futuro.
Se detuvo, apoyada en la punta de los dedos de sus pies, con las
manos apretadas delante de ella, esperando su respuesta. Él podía
hacer poco más que compartir la verdad con ella.
- Pienso que podrías necesitar más de una habitación especial.
Ella agarró su mano.
- Dos habitaciones, entonces. ¿Me ayudarás a diseñarlas y amueblarlas?
Quiero una habitación donde un vaquero se sienta cómodo quitándose
las botas, y una mujer pueda sentirse hermosa deslizándose de su
vestido de novia.
- Entonces definitivamente deberías tener un sacabotas en la
habitación.
160
Caminó alrededor de su escritorio y se arrodilló ante ella.
- Entonces, ¿qué pasa Dee?
Volveré a dormir sola cuando ya me he acostumbrado a dormir
contigo.
- Finalmente tuvimos suerte. Estoy esperando a tu hijo.
Bajó su mirada a su estómago.
- ¿Estás segura?
Ella extendió sus dedos a través de su cintura donde su hijo estaba
creciendo. Lo había sospechado durante dos meses, pero había querido
estar segura antes de decírselo, antes de darle esperanza y quitarle el
motivo para que durmiera con ella.
Un hijo.
Iba a tener un hijo.
De pie en el corral, Dallas sonrió como un idiota mientras los
vientos lo rodeaban, trayendo el clima más frío que anunciaba la llegada
del otoño. Cuando los vientos más cálidos llegaran a fines de la
primavera, estaría sosteniendo a su hijo en sus brazos.
Y hasta entonces... estaría durmiendo solo.
Dee lo había dejado dolorosamente claro.
La sonrisa desapareció de su rostro. Lo había dejado entrar en su
cama porque se sentía obligada. Había empezado a pensar que había
dormido allí porque ella lo quería allí.
Se estremeció cuando el viento aulló y expulsó todo el calor de su
161
cuerpo. Había estado esperando con ansias el invierno por primera vez
en años. Había imaginado despertarse con Dee acurrucada a su lado,
compartiendo la calidez que compartían bajo las mantas.
Echaría de menos tantas cosas. La forma en que ella metía la nariz
en su hombro. La forma en que frotaba la planta de su pie sobre su
empeine. La forma en que olía antes de hacerle el amor; la forma en que
olía después.
Él gimió profundamente.
En un momento pensó que le quedaba un solo sueño por cumplir:
tener un hijo. Algo realmente triste cuando un hombre de su edad se dio
cuenta de que se había conformado con un pequeño sueño, cuando
podría haber tenido un sueño mucho más grande: tener una mujer que
lo amara y que le diera un hijo.
Golpeó su puño contra la barandilla del corral. No necesitaba
amor, pero maldita sea, de repente lo quería desesperadamente. ¿Cómo
demonios podía hacer que lo amara, un hombre que no sabía nada de
ternura o palabras suaves o alguna de las cosas suaves que las mujeres
necesitaban?
No sabía cómo pedir. Él solo sabía cómo ordenar. Su padre le había
enseñado eso.
Se alejó del corral y caminó lentamente hacia la casa. No deseaba
dormir solo en su fría cama. Él trabajaría en sus libros por un tiempo.
Luego saldría a mirar a su rebaño, a revisar sus molinos de viento, a
buscar algo que nunca podría encontrar.
Abrió la puerta que daba a la cocina y se detuvo. Dee sostenía un
tronco en un brazo, inclinándose para recuperar otro.
- ¿Qué diablos crees que estás haciendo? - rugió él.
- El fuego en mi habitación casi se ha ido, y podía oír el viento. Pensé
que estaría más frío por la mañana.
- Dame eso - dijo, tomando el tronco de ella. Se agachó y apiló más
troncos en el hueco de sus brazos - No debes llevar cosas pesadas.
- No soy una inútil- dijo, con las manos en sus estrechas caderas.
Se preguntó si alguna vez se había dado cuenta de lo delgada que
era. Sabía que sí, simplemente no había considerado cómo eso podría
afectarla cuando llegara el momento de parir a su hijo.
- No dije que lo fueras - dijo bruscamente mientras se ponía de pie - Pero
no quiero que cargues madera o cualquier otra cosa pesada. Si necesitas
algo, házmelo saber.
- No estabas aquí.
- Entonces pídeselo a Austin.
Parecía que quería seguir discutiendo, pero simplemente pasó a su
lado. ¿Cuándo se había vuelto tan caprichosa? Tendría que ir hasta lo de
Houston mañana y descubrir qué otras pequeñas sorpresas le esperaban
en los próximos meses.
La siguió a su habitación. Ella se sentó en el borde de la cama
mientras él reavivó el fuego en su hogar. Se puso de pie y se pasó las
manos por los pantalones.
- Listo. Vendré cada dos horas más o menos y revisaré el fuego. No es
162
necesario que te levantes de la cama.
- Bueno.
Él la miró. Tenía las manos envainadas en el regazo, los pies
descalzos cruzados uno encima del otro.
- ¿Ni siquiera tienes la sensatez de usar zapatos mientras caminas sobre
estos fríos pisos de piedra? - preguntó mientras se arrodillaba ante ella y
plantaba los talones en sus muslos - Tus pies están helados.
Ella empujó las puntas de sus pies contra su pecho y lo lanzó al
suelo.
- Creo que así será - Su pulgar se movió hacia adelante y hacia atrás
sobre su mejilla. - Sé que no quieres mi gratitud, y sé que no eres inútil,
pero quiero cuidarte mientras llevas a mi hijo.
Ella no protestó cuando él se inclinó, puso su mano alrededor del
dobladillo de su camisón, y lentamente lo levantó sobre su cabeza. Ella
no se movió cuando presionó su boca contra su estómago.
- Nuestro hijo está creciendo aquí - dijo con asombro, preguntándose por
qué había pensado alguna vez que se contentaría con dejar que
cualquier mujer trajera a su hijo al mundo, ¿por qué no se había dado
cuenta de que necesitaba una mujer a la que pudiera respetar y
apreciar, una mujer como Dee? Ella pasó sus dedos por su cabello. Se
tragó el nudo en la garganta, la miró y le dijo - Me alegro de que seas su
madre.
Nuevas lágrimas brillaron en sus ojos. Aliviándola, él la besó tan
suavemente como podía. Luego retrocedió y le sonrió.
- Tu nariz está fría. Puede que tenga que dormir aquí solo para
mantenerte caliente.
- Desearía que lo hicieras.
- Si quieres que lo haga, lo haré. Te daré lo que quieras, Dee.
Porque ella estaba cargando a su hijo. Al corazón de Cordelia le
dolía tanto el anhelo como la alegría. Los lazos que los unían serían una
pared que los separaría para siempre.
Pero las paredes podían romperse, y esta noche, ella quería, ella
necesitaba escalar esa pared para ella.
- Hazme el amor. Sé que ahora no hay motivo, ya que ya llevo tú...
Él acarició con su pulgar sus labios cuando una gran cantidad de
ternura llenó sus ojos.
- Estoy pensando que podría haber más de una razón para hacerlo
ahora.
Él bajó sus labios hacia los de ella con un suspiro, ella le dio la
bienvenida, a su calidez, a su sabor, a su dulzura mientras su lengua
barría lentamente su boca.
La urgencia que había parecido acompañar todos sus amores
antes se derritió como escarcha sobre el cristal de la ventana cuando el
sol se extendió para tocarlo.
El objetivo que una vez lo había llevado a su cama ahora era una
chispa de vida creciendo dentro de ella. Sus pechos ya habían
comenzado a ponerse tiernos, y pronto su vientre se hincharía.
Con el propósito logrado, había esperado que se abriera un abismo
entre ellos mientras esperaban el nacimiento. Ella no había esperado
164
disfrutar de la gloria de su cariño.
Con infinita ternura, la tocó como si fuera un regalo raro, sus
dedos recorriendo su carne, burlándose, provocando hasta que su boca
se movió para satisfacerla.
Sentía como si su cuerpo se hubiera convertido en líquido caliente,
las sensaciones eran una neblina que se arremolinaba mientras viajaban
165
CAPÍTULO 15
- Estás aquí por tu hermoso vestido rojo… ese con la gran panza.
¿Sí?
Cordelia se rió por la descripción del vestido. Ella estaba perdiendo
rápidamente su cintura y no le importaba ni un ápice.
- Sí. ¿Está listo?
- Por supuesto, señora. Su marido me paga demasiado bien, para
asegurarse de que su ropa esté lista a tiempo.
166
- Se suponía que no debía saber sobre este.
- Él no sabe - levantó un hombro - Aun así, él esperaría que agregara un
poco más a su factura.
- No querríamos decepcionarlo, ¿verdad? - bromeó Cordelia.
- Por supuesto que no. Terminé el abrigo para Rawley también, se lo di
ayer cuando los vientos comenzaron a soplar. Hace demasiado frío para
un niño pequeño que no tiene carne en los huesos.
Extendiendo la mano, Cordelia le apretó el brazo.
- Gracias. Duplica el extra que agregas a nuestra
factura.
Mimi agitó su mano en el aire.
- No… lo hago por nada, excepto por el costo de los materiales que tú
puedes pagar y yo no.
- Muy bien. Envuelve el vestido. Nos lo llevaremos cuando nos
vayamos.
Mimi movió su dedo hacia Cordelia.
- Pero no puedes usarlo hasta Navidad, sin importar cuán tentador sea
complacer a tu marido antes, porque sé que lo complacerá.
- Sé que lo hará. Gracias por tenerlo listo - Preparándose para la
avalancha de frío, abrió la puerta, salió y corrió por el andén hasta el
curtidor. Se deslizó dentro y Dallas se alejó del mostrador.
Sonriendo, él abrió su abrigo y ella se acurrucó en su contra, lo
más cerca que pudo, obstaculizada por el niño que crecía en su interior.
- Me alegro que hayas venido - dijo - Necesito saber cómo nombraremos
a nuestro hijo.
- ¿Tienes que saberlo en este momento?
- Sí. Haré poner sus iniciales aquí, en esta silla de
montar.
Con incredulidad, Dee miró su dedo de punta roma presionando en
la esquina de una pequeña silla de montar que descansaba sobre el
mostrador.
- Dime que no compraste esa silla de
montar.
- Mi hijo la va a
necesitar.
- No por años.
Le besó la punta de la nariz, un hábito que había adquirido cuando
quería distraerla de las compras demasiado prematuras que estaba
haciendo. Botas del tamaño de una aguja con pespuntes intrincados y
un diminuto sombrero Stetson negro ya estaban esperando en el cuarto
de los niños.
- Tu nariz está fría. Hay un hotel en la calle. Podríamos conseguir una
habitación. Podría calentarte...
- Dallas, no somos visitantes. Vivimos…
168
- Muy bien, aunque me alegrará cuando lleguen más chicas en la
primavera. Algunos de estos vaqueros comen cuatro y cinco comidas al
día.
Cordelia sonrió, sabiendo que sus apetitos tenían poco que ver con
la necesidad de comida, y mucho con el deseo, simplemente, de mirar a
una mujer.
- Discutiremos los detalles de la celebración de Navidad la próxima vez
que venga a la ciudad.
- No lo postergue demasiado tiempo señora. La Navidad estará aquí en
dos semanas.
Dos semanas. Cuando Cordelia regresó al vestíbulo, pensó que no
era posible que hubiera estado con Dallas durante siete meses, llevando
a su hijo por casi cinco. Todavía no había decidido qué regalarle en
Navidad. Él tenía todo lo que quería. Tal vez simplemente se ataría un
gran moño alrededor del vientre.
Ante el absurdo pensamiento, reprimió la risa mientras se
acercaba a la recepción donde Tyler Curtiss estaba hablando con Dallas.
Dallas deslizó su brazo alrededor de ella.
- Esta es la mujer con la que necesitas hablar.
- ¿Acerca de? - preguntó Cordelia.
Tyler miró a Susan Lee mientras estaba de pie detrás del
mostrador, con la barbilla inclinada y le dijo
- Lee, aquí…
- Es la señorita Lee para ti - dijo, con la voz humeante. En el momento
en que Cordelia conoció a su gerente de hotel, le había gustado. Su
cabello castaño estaba recogido, dejando mechones rizados para
enmarcar su rostro.
- La señorita Lee - dijo Tyler - no está dispuesta a dar a mis trabajadores
un descuento por las habitaciones. Con este frío intenso, pensé que
podrían disfrutar de unas pocas noches en la calidez del hotel,
durmiendo en una cama real, en lugar de en una hamaca, parecía justo
ofrecerles una tarifa especial ya que ellos construyeron el hotel.
- He visto a tus trabajadores. La mayoría están sucios. No se sabe qué
tipo de pestes traerán con ellos - dijo Susan.
Cordelia puso su mano sobre el mostrador.
- Ofrézcales un descuento, la mitad de la tarifa normal, con la condición
de que visiten la casa de baños antes de registrarse. Eso debería
satisfacerlos a los dos.
Tyler sonrió cálidamente.
- Gracias, señora Leigh. Trataré los detalles con la señorita Lee y se lo
haré saber a los hombres.
169
- ¿Crees que tiene interés en ella?
- Sí.
Antes de que pudiera darse la vuelta para observar ese supuesto
interés, Dallas ya la escoltaba escaleras arriba. En el rellano, salió al
pasillo.
- ¿Qué cuarto?
La tomó en sus brazos y la llevó al siguiente tramo de escaleras.
- Dallas, este piso no está listo.
- ¿Estás segura?, yo pienso que sí.
- Solo la de las novias. - Su voz se anudó alrededor de las lágrimas que
se formaron en su garganta.
A grandes zancadas, caminó hasta el final del pasillo, dobló las
rodillas e insertó la llave en la cerradura.
- Parecía correcto que fueras la primera en usar tu habitación especial. -
Dio un suave empujón y la puerta se abrió.
Ya ardía un fuego perezoso en el hogar, y ella se dio cuenta de que
su verdadera razón para venir a la ciudad no era para hablar con el
curtidor como le había dicho esa tarde, sino para llevarla a esta
habitación.
- Te merecías algo mejor que lo que obtuviste en nuestra noche de
bodas, así que esto… me parece un poco tarde, pero…
- ¿Qué importa cuando me has dado tantos momentos especiales desde
entonces?
- Planeo darte más... muchos más.
Porque ella llevaba a su hijo. ¿Qué importaban las razones detrás
de su consideración y bondad? Su generosidad estaba dirigida hacia ella.
Pero las razones sí importaban. En un rincón oscuro de su corazón,
importaban.
170
del todo.
Pensó que toda la satisfacción podría filtrarse como un agujero en
el fondo de un pozo si le decía lo que había en su corazón y la
incredulidad silenciosa llenaría sus ojos.
La había traído aquí para decírselo, para compartir sus
sentimientos en la habitación especial que había imaginado para que las
mujeres pasaran su noche de bodas. Pero ella le había dado esa mirada
antes de haber pronunciado las palabras, así que las empujó hacia atrás
y trató, en cambio, de mostrarle sus sentimientos.
Él sonrió con satisfacción. Si sus gemidos y estremecimientos eran
alguna indicación, él se lo había demostrado con éxito.
Aun así, le gustaría que ella escuchara las palabras...
Donde su estómago estaba presionado contra su vientre, sintió el
ligero movimiento de su hijo. Su satisfacción aumentó. Deslizó la mano
debajo de la cortina de cabello de Dee y extendió sus dedos sobre su
pequeño montículo.
Dee no estaba creciendo tan redonda como Amelia. Supuso que
era porque Amelia era bajita, y su bebé no tenía adónde ir. Dee era alta,
dando a su hijo un área más larga para crecer.
Disfrutaba ver los cambios en su cuerpo. El oscurecimiento de los
pezones de los que su hijo se amamantaría, el más leve ensanchamiento
de sus caderas, la insinuación de una caminata desgarbada.
Suspirando, ella se retorció contra él, abrió un ojo y lo miró.
- Mmmm. Sabía que esta habitación era una buena idea. Será difícil
dejar que gente que no conozco duerma aquí ahora.
- Entonces que no lo hagan.
Su otro ojo se abrió, y levantó la cabeza.
- Ese es el propósito de un
hotel.
Él arrastró su pulgar a lo largo de un lado de su cara.
- No tiene nada de malo que los propietarios tengan una habitación
privada que puedan usar a su conveniencia, en cualquier momento que
quieran.
Ella entrecerró los ojos con sospecha.
- Es por eso que me dijiste que necesitaría dos
habitaciones.
Inclinándose, comenzó a mordisquear sus labios. Ella lo empujó.
- Planeaste usar esta habitación todo el tiempo,
¿no?
Él se encogió de hombros.
- Parecía una buena idea en ese momento, una mejor idea ahora que la
hemos probado.
Riendo, se acurrucó en el hueco de su hombro, arrastrando sus
dedos sobre su pecho, hacia arriba y hacia abajo.
- Tal vez te dé esta habitación como regalo de Navidad.
- ¿Me das algo que ya es mío para Navidad? ¿Qué tipo de regalo es ese?
Ella levantó la cara.
- Es que lo tienes todo.
- No, no lo tengo.
171
- ¿Qué más podrías necesitar?
Tu amor. Tragó saliva.
- Algo que solo se puede entregar si no se lo piden.
Ella lo miró fijamente.
- ¿Qué significa eso?
- Demonios si lo sé. Regálame una silla nueva.
- ¡Oh! - Ella rodó fuera de la cama.
Dallas se apoyó sobre un codo.
- ¿Qué?
Miró sobre su hombro mientras comenzaba a recoger la ropa del
piso.
- Solo pensé en algo.
- ¿Algo para regalarme?
Agitó su mano desdeñosamente en el aire.
- No, tonto. Solo pensé en algo que debo decirle a Carolyn.
- ¿No puede
esperar?
- No, ella quiere tener una celebración de Navidad aquí. Quiero que siga
adelante con la idea y que haga que el señor Stewart en la oficina del
periódico redacte invitaciones y anuncios para que podamos anunciarlo
por el área.
Dallas se dejó caer sobre la almohada.
- Eso puede esperar hasta la mañana. Ven a la cama.
Estaba apresuradamente poniéndose la ropa. Cuando tenía una
idea, era como un remolino de polvo levantado por el viento.
- Me llevará solo unos minutos - corrió hacia la puerta - Además, sin
duda me enfriaré cuando baje, y puedes calentarme de nuevo.
- ¡Cuenta con eso! - le gritó mientras salía de la
habitación.
Dios mío, estaba más obsesionada con la construcción de su
imperio de lo que nunca él lo había estado, o tal vez simplemente lo
disfrutaba más.
Él estaba contento porque estos días no iba a hacer nada más que
sentarse en la terraza en su nuevo sillón hamaca. Ese regalo le había
gustado tanto a Dee, que había mandado a hacerle uno más pequeño,
que había colgado en el balcón fuera de su dormitorio.
Metió las manos debajo de la cabeza y miró al techo. Le diría que
la amaba cuando regresara, le susurraría las palabras al oído justo antes
de unir su cuerpo al de ella. Si no lo distraía con todos esos gloriosos
172
de las sienes.
Mientras bajaba, se encontró con Susan Lee en su camino hacia
arriba, con sus ojos marrones asustados.
- Ha habido un accidente.
- Querido Dios. - Él pasó a su lado.
- ¡Ella está detrás del restaurante! - le decía Susan que corría detrás de
él.
Corrió por el vestíbulo, el restaurante y salió de la cocina. Las
grandes cajas de madera que una vez habían estado apiladas afuera,
ahora yacían rotas y desordenadas en el suelo. Tyler Curtiss estaba
inclinado sobre el cuerpo tendido de Dee.
Ajeno a los fríos vientos que golpeaban su pecho desnudo y sus
pies, Dallas se arrodilló junto a su esposa y le acarició la mejilla pálida
con sus temblorosos dedos. El frío entorpeció sus sentidos. No podía
sentir su calor ni oler su dulce aroma.
- ¿Dee?
Parecía una muñeca de trapo que un niño había dejado de lado ya
que se había cansado de jugar con ella.
- Juró que escuchó a un niño llorar - se lamentó Carolyn - Yo no escuché
nada... pero ella salió... escuché un fuerte golpe, su grito... ¿está
muerta?
- ¡Ve a buscar al maldito médico! - rugió Dallas y la gente que lo rodeaba
corrió en todas direcciones.
Necesitaba calentarla, necesitaba llevarla adentro. Suavemente,
deslizó un brazo debajo de sus hombros, el otro debajo de sus rodillas.
Fue entonces cuando lo sintió, y un miedo diferente a cualquiera
que hubiera conocido antes, surgió a través de él. Había llevado a
demasiados hombres moribundos fuera de los campos de batalla para
no reconocer la sensación resbaladiza de la sangre fresca.
173
Dallas ni siquiera conocía.
Dee soltó un pequeño grito y apretó su mano. Nunca en su vida se
había sentido tan completamente inútil.
Tenía dinero, tierra y ganado. Se había bañado en la gloria del
éxito y ¿de qué demonios lo ayudaba eso ahora? Cambiaría todo por una
oportunidad de volver el reloj atrás, para mantenerla en esa habitación
con él.
- ¿Dallas? - Amelia colocó su mano sobre su hombro - Dallas, está
perdiendo al bebé.
- Oh Dios - El dolor lo atravesó tan intensa y tan profundamente, que
pensó que podría caerse. Inclinó su cabeza y envolvió sus dedos más
firmemente alrededor de la mano de Dee. Nunca había sabido lo que
necesitaba, pero ahora lo sabía, necesitaba la fuerza silenciosa de Dee.
- Simplemente no me dejes perderla - dijo con voz áspera.
- Haré lo que pueda. Si quieres irte...
- No. No la dejaré.
Y no lo hizo. Él se quedó a su lado, secándole la frente cuando
lanzó un grito torturado, sosteniendo su mano mientras su cuerpo se
retorcía en agonía.
Las palabras le fallaron, se volvieron insignificantes. Pensó en
decirle que la pérdida no importaba, que tendrían otros hijos, pero no
podía obligarse a mentirle, y sabía que ella reconocería sus palabras por
la mentira que eran.
Ningún otro hijo, sin importar cuán especial o cuán precioso fuera,
reemplazaría a este primer niño.
Entonces hizo todo lo que sabía hacer. Él permaneció estoico, la
abrazó y deseó a Dios que de alguna manera el dolor pudiera ser de él y
no de ella.
Y él la vio llorar en silencio cuando Amelia envolvió el pequeño
cuerpo sin vida en una manta. Dallas se obligó a ponerse en pie.
- Yo lo
llevaré.
Amelia levantó la vista, la desesperación se extendió por su rostro.
- Dallas…
- Lo haré mientras terminas de atender a Dee. Cuídala.
174
Cordelia se obligó a sí misma a atravesar la niebla de agotamiento
y dolor. Cada centímetro de su cuerpo protestaba, su corazón protestaba
sobre todo porque recordaba la pérdida y la pena en el rostro de Dallas
cuando le había quitado su bebé a Amelia.
Reprimió un grito cuando los dedos empujaron y pincharon. Ella
abrió los ojos. ¿No había ya sufrido lo suficiente? ¿Por qué estaba el Dr.
Freeman, torturándola ahora?
Él bajó su camisón y colocó las mantas sobre ella, aparentemente
sin darse cuenta de que se había despertado. A través de los ojos
entreabiertos lo vio cruzar la habitación hacia la ventana, donde Dallas
estaba mirando a través del vidrio.
- ¿Va a vivir? - preguntó Dallas.
- Debería - dijo el Dr. Freeman - pero va a necesitar mucho descanso.
Cuídala por un tiempo - El Dr. Freeman puso su mano en el hombro de
Dallas - Y encuentra una forma de decirle con delicadeza que no podrá
tener más hijos.
El corazón de Cordelia se contrajo, y presionó su mano contra su
boca, mordiéndose los nudillos para evitar gritar. Dallas sacudió la
cabeza y miró al médico.
- ¿Estás seguro de que no puede tener más hijos?
El Dr. Freeman suspiró pesadamente.
- Tiene suerte de estar viva. Se lastimó por dentro y por fuera. Sus
lesiones fueron extensas, y va a haber muchas cicatrices. Según mi
experiencia, no veo cómo podría quedar embarazada.
Caminó silenciosamente por la habitación. Dallas colocó un puño
cerrado en la ventana e inclinó la cabeza.
El corazón de Cordelia se hizo añicos al saber que había perdido su
sueño.
175
CAPÍTULO 16
verdad sobre él, podía verlo en sus ojos, y todavía iba a dejar que viera a
la bella dama. Se apresuró a entrar en la habitación antes de que el
señor Leigh pudiera cambiar de opinión.
Luego se paró en seco. La dama estaba sentada en la cama,
parecía un ángel. Ella sonrió suavemente y le tendió la mano.
- Rawley, estoy tan feliz de que pudieras venir a visitarme.
Se acercó más a la cama, y ella agitó su mano.
- Dame tu
mano.
Sacudió la cabeza.
- No estoy
limpio.
181
- Eso no
importa.
Sabía que ella pensaba que él estaba hablando de tierra, pero
estaba hablando de algo tan sucio que ensuciaba hasta su alma. Las
lágrimas le quemaron los ojos cuando esta vez negó con la cabeza.
El señor Leigh caminó hacia el otro lado de la cama y se paró cerca
de su esposa.
- Está bien, Rawley.
Entonces se atrevió a levantar su mirada. El Sr. Leigh asintió. Dio
un paso más y tocó con sus dedos la mano de la dama. Ella cerró su
mano alrededor de la suya. Su mano era cálida, suave y se tragó la
suya. Se preguntó si la mano de su madre habría sido así.
La dama tiró suavemente y él se acercó. Ella pasó sus dedos sobre
su frente. Él nunca había sido tocado con tanta dulzura.
- ¿Estás bien? - le
preguntó.
El asintió.
- Las cajas no cayeron sobre mí.
- Me alegro.
De repente recordó todos los gritos que había escuchado, toda la
sangre, los gritos sobre el bebé.
- ¿Dónde está tu
bebé?
Las lágrimas brotaron de sus ojos, y el señor Leigh bajó la vista al
suelo.
- Está en el cielo - dijo en voz baja.
- Lo siento - graznó Rawley mientras las lágrimas que había estado
luchando por contener se rompieron - Lo siento.
Ella lo acercó y presionó su cabeza contra su pecho.
- No fue tu culpa.
Pero él sabía que sí lo era. Si él no hubiera gritado. Sabía que no
debía llorar. La mujer lo sacudió de un lado a otro mientras lloraba. No
sabía que tenía tantas lágrimas. Cuando dejó de llorar, su camisón
estaba mojado, pero a ella no pareció importarle.
Por un largo tiempo, simplemente se paró a su lado y la dejó
sostener su mano.
Cuando la dama se durmió, ayudó al Sr. Leigh a subir las mantas hasta
su barbilla. A través de la ventana, pudo ver que la noche había caído.
184
su puño en el estómago del hombre. Cuando Cooper se inclinó con un
gruñido, Dallas clavó su puño en la barbilla del hombre.
Escuchó el sonido satisfactorio del hueso que se rompía. Cooper
cayó de espaldas, gimiendo y llorando.
- ¡No me pegues! ¡No me golpees otra
vez!
Dallas se agachó junto a la lastimosa excusa de un padre, agarró
su camisa y lo levantó de un tirón. Cooper gritó.
- ¡No más!
Dallas miró la sangrienta carnicería.
- Mantente alejado de Rawley o la próxima vez usaré mi
arma.
- ¡Él es mi
chico!
- Ya no - dijo Dallas mientras empujaba al hombre de regreso al suelo -
Ya no.
186
CAPÍTULO 17
192
- ¿Quiero uno?
Más lágrimas llenaron sus ojos junto con una sonrisa gloriosa que
ella le dio cuando metió la mano en su caja.
- Gracias.
Él había hecho eso. La había hecho sonreír. Nunca en su vida tuvo
nada más que miseria para compartir con la gente. Se sentía tibio por
dentro sabiendo que tenía algo bueno que podía compartir, incluso si
eso significaba que no podría comérselos a todos. Empujó la caja hacia
el Sr. Leigh.
- ¿Quiero uno?
El Sr. Leigh sonrió también, mientras tomaba un palo y se lo metía
en la boca. Rawley se preguntó si el bigote del señor Leigh olía a
zarzaparrilla después de haber comido los dulces.
Reuniendo su coraje, recorrió la habitación, ofreciéndose a
compartir su regalo con todos, incluso con la niña malcriada, viendo
crecer sus sonrisas, deseando tener más para darles. Cuando regresó a
su lugar, echó un vistazo a las dos cajas sin abrir. No creía que pudieran
contener nada mejor de lo que ya había obtenido.
Dejó a un lado su caja de dulces y abrió el siguiente regalo,
guardando el más grande para el final. Su corazón se desplomó cuando
miró dentro de la caja. Una manta. Una manta que podría usar cuando lo
llevaran de vuelta a la ciudad, y durmiera junto a los edificios otra vez.
Había estado trabajando tan duro, esperando que lo mantuvieran para
siempre, pero parecía que no había trabajado lo suficiente.
- ¿Vas a abrir el último? - le preguntó el Sr. Leigh.
Rawley asintió, aunque no quería abrirlo, para ver qué más le
habían dado. Separó la cinta y retiró el papel, abrió la caja y se quedó
mirando.
193
sonriendo.
Dallas desplegó su cuerpo.
- Vamos afuera.
Sostuvo su callosa mano hacia Cordelia. Ella deslizó su mano en la
suya, saboreando la fuerza que sentía, el calor, recordando la sensación
de sus manos tocándola íntimamente ya que nunca la tocarían de
nuevo.
Él la ayudó a ponerse de pie. Austin arrojó a Dallas un abrigo de
una silla cercana. Con él la cubrió a Cordelia. Los otros se encogieron de
hombros antes de atravesar las puertas que conducían a la galería.
Rawley se había puesto la chaqueta, pero ahora estaba de pie
como una estatua, mirando a la puerta, sin aliento. Cordelia extendió su
mano hacia él.
- Vamos, Rawley. Parece que este último regalo fue demasiado grande
para envolverlo.
Él negó con la cabeza vigorosamente.
- No quiero un caballo. No quiero tener que
irme.
- No tienes que irte, hijo - dijo Dallas.
El corazón de Cordelia se tambaleó ante la palabra… hijo… dicha
con tanta facilidad.
- Entonces, ¿por qué me das un caballo si no quieres que me vaya de
aquí?
- ¿De qué otra manera vas a controlar mi rebaño y contar el ganado por
mí?
El pánico se adentró en los ojos oscuros de Rawley.
- No sé cómo contar.
199
corazón. Quería todo lo que nunca podría tener, y que deseaba
desesperadamente.
La angustia desgarró su pecho por todo lo que habían perdido: su
hijo y la base de un amor que él podría haberles dado a sus padres.
Dallas ahora nunca la amaría, como ella lo amaba.
Oyó pisadas amortiguadas, pero no pudo darse vuelta. Trató de
secarse las lágrimas de las mejillas, pero otras salieron a la superficie.
Ella envolvió sus brazos alrededor de sí misma, tratando de contener el
dolor, pero solo aumentó.
Dallas colocó su chaqueta de piel de oveja sobre sus hombros. Sus
brazos la rodearon, y la trajo contra su pecho.
Para su mortificación, soltó un pequeño gemido y su agarre se
tensó.
- Ni siquiera lo vi - dijo, con voz irregular.
- Era tan pequeño, era difícil de decir... pero me gusta pensar que se
habría parecido a ti.
- Duele. Dios, como duele.
- Lo sé - dijo en voz baja.
- Perdimos tanto cuando lo perdimos a él.
- Todo - dijo en voz baja - Perdimos todo.
Sus palabras la rodearon en el viento.
Todo.
200
CAPÍTULO 18
- Demonios, claro que así. Tú y papá me han negociado por una franja de
tierra, y ahora tienen el descaro de decir que no me concierne. ¿Cómo
se atreven? ¿Cómo se atreven a entrar en nuestra casa y demandar algo
201
de nosotros, cualquier cosa de Dallas? No hay un tribunal en el estado
que se ponga del lado de ustedes y que diga que un hijo muerto es lo
mismo que un hijo vivo...
- Dee… - comenzó Dallas.
- ¡No! - gritó, doliéndole por él, un dolor que se retorcía dentro de ella
por todo lo que habían perdido. No perderían más. Volvió su mirada
endurecida hacia su hermano y presionó una mano en su pecho - ¡Nos
duele, maldita sea! Perdimos algo que deseábamos desesperadamente,
algo que nunca podremos recuperar. ¿Dónde estaba mi familia cuando
estaba sufriendo? ¿Dónde estaba mi familia cuando pensé que podría
morir? ¡Marcando la tierra que querían reclamar! - Tembló de rabia,
herida por la desilusión - Nunca más quiero que pongas un pie en esta
casa. Nunca vas a tener la tierra, porque ahora ya no puedo darle a
Dallas un hijo vivo. Tengo una gran necesidad de golpear algo, Boyd, y si
no sales, de mi vista en este momento, hay muchas posibilidades de que
seas el que reciba mis golpes.
Boyd miró a Dallas.
- ¿Vas a dejar que hable por
ti?
Dallas asintió sabiamente.
- Incluso te sostendré, si ella quiere
golpearte.
- Te arrepentirás por no haber cumplido con tu palabra - escupió Boyd
justo antes de salir de la habitación.
Cordelia se dejó caer en una silla, temblando como si la hubieran
arrojado a un río helado. Dallas se arrodilló junto a ella.
- Nunca he incumplido mi palabra, Dee, pero por ti, lo haré. Volveré a
alambrar el río si quieres.
Ella sacudió la cabeza.
- No sé lo que quiero ahora. Solo abrázame.
Él envolvió los brazos a su alrededor, ella presionó su rostro en su
hombro y lloró: por la familia McQueen que había perdido y por la familia
Leigh, que nunca tendría.
Mientras paseaba por el depósito en la parte trasera del granero,
Austin oyó una débil respiración, como alguien corriendo, luchando por
respirar. Se detuvo y escuchó con atención. Luego, con mucha cautela y
tranquilidad, subió al desván.
Rawley estaba apretujado en una esquina, con los brazos
apretados alrededor de las rodillas dobladas, balanceándose,
meciéndose adelante y atrás.
Austin se detuvo sobre el piso cubierto de paja.
- ¿Rawley? - nunca había visto el terror puro, pero sabía que lo estaba
viendo ahora. Tocó el hombro del niño y pudo sentir los temblores
corriendo a través de él.
- Él está aquí - susurró Rawley.
- ¿Quién está
aquí?
- El hombre que lastimó a la bella
Dee.
202
Austin se arrastró sobre su vientre hacia la ventana abierta en el
desván y miró hacia afuera. Reconoció los tres caballos atados a la
barandilla, pero no podía creer que uno de los hermanos McQueen fuera
el responsable de herir a Dee. Echó un vistazo por encima del hombro.
- ¿Estás seguro de que él está aquí?
Como una tortuga asustada, Rawley levantó los hombros como si
creyera que podía esconder su cabeza.
- Le pagó mi pa.
- ¿Para qué le pagaría a tu padre?
Rawley rodó sus hombros hacia adelante.
- Para lastimarme - susurró en una voz que se hizo eco de la vergüenza.
La rabia se apoderó de Austin.
- ¿Me lo puedes señalar cuando se vaya?
Rawley negó con la cabeza vigorosamente.
- Dijo que me mataría si alguna vez lo decía.
- Te doy mi palabra, Rawley, que nunca te tocará de nuevo. - Él extendió
su mano - Pero tengo que saber quién es antes de poder tratar con él.
Vamos. Ayúdame.
Más lento que un caracol, mirando como si en cualquier momento
se fuera a esconder en la esquina, Rawley se arrastró hacia Austin. Éste
lo jaló hacia abajo hasta que quedaron tendidos en el piso, sus ojos justo
sobre la paja.
Austin vio a los tres hermanos McQueen salir de la casa y montar.
- ¿Cuál?
Rawley señaló con un dedo tembloroso.
- El que está en el
medio.
- ¿Estás seguro? - Austin le preguntó.
- Sí
señor.
Austin volvió la cabeza y le sonrió al chico.
- Lo hiciste bien, Rawley. Déjame el resto a mí.
203
mesa de Boyd se apresuraron a moverse a otras mesas.
Austin plantó las manos sobre la mesa y frunció el ceño a Boyd.
- Sé la verdad sobre todo. Te mantendrás lejos de mí, de los míos, y de
cualquiera que considere mío o mi próxima bala pasará por tu corazón.
Él giró sobre sus talones.
- No tienes agallas para matar - se burló Boyd.
Austin se volvió lentamente y se enfrentó a su adversario.
- Recuerda mis palabras, McQueen. Nada me proporcionaría mayor
placer que liberar al suelo de tu sombra.
- Ella no era mi esposa. Ella era una piel roja que encontré. - tocó su
sien
- Te dije que soy un hombre pensante. La hice trabajar, y gané mucho
dinero hasta que ella murió. Le di al niño mi nombre, pero no creo que
fuera su padre, él no es tan guapo como yo solía ser. Y contigo será
mejor que con ella, ya que no tendré que preocuparme de que me dejes
207
ningún mocoso inútil.
208
CAPÍTULO 19
210
perdidos y podridos.
- Sí. ¿Dónde está mi esposa?
- En el campo. - El hombre tendió una tela negra - Ponte esto.
Dallas le arrebató la tela de los dedos mugrientos y se la ató a los
ojos. No era un hombre acostumbrado a jugar según las reglas de otro,
pero no tenía otra opción. Haría lo que fuera necesario para mantener
viva a Dee.
216
- No - insistió ella mientras enrollaba la cuerda alrededor de su pierna y
la anudaba - Si quieres que esté a salvo, entonces será mejor que
encuentres la forma de seguir andando.
- ¿Cuándo... te volviste tan… cascarrabias?
Sabía que era injusto pedirle tanto cuando estaba sufriendo
horrores, pero estaría condenada antes de dejarlo rendirse. Llevó la
cuerda hasta su cintura, cuidando de no dejar que el áspero cáñamo le
tocara la espalda desnuda. Cuando terminó de cumplir con sus
instrucciones, montó en Gota de limón y tomó las riendas de Satanás.
- ¿Voy en la dirección correcta?
Lentamente contempló las estrellas, antes de mirar hacia la tierra.
- Dirígete hacia el sur... y luego hacia el
este.
Dio una patada a su caballo, ignorando los gemidos estrangulados
de su marido, con la esperanza de que su hogar estuviera justo después
del amanecer.
217
CAPÍTULO 20
- El día que te casaste conmigo... él fue el único que se preocupó por ti...
lo suficiente como para amenazarme. ¿Qué hay de Cooper?
- Austin fue a la ciudad a buscar al sheriff para que pudieran arrestarlos.
Les dibujé un mapa como el que dibujaste para mí.
- Bien. ¿Tus... otros hermanos?
Cuando Cameron escuchó toda la historia, había palidecido
considerablemente. Le había dicho que se registrara en el hotel hasta
que se resolviera el problema. Sabía que no tenía estómago para el duro
conflicto que estaba a punto de estallar.
- Me ocuparé de ellos. Me ocuparé de todo. Solo necesitas ponerte bien.
- Apaga el incendio.
Ella rozó sus labios a lo largo de su oreja.
- No hay fuego. Tienes fiebre y tu espalda... tu espalda es un desastre.
Pensó que sentía la lluvia cayendo sobre su mejilla, suave y fresca
lluvia. Entonces no pensó en nada más, ya que el dolor lo llevó a los
rincones más oscuros del infierno.
219
contra las lágrimas que amenazaban con salir a la superficie cada vez
que miraba su espalda.
Él no se dejaba avergonzar por el sufrimiento. Incluso
inconsciente, su mandíbula permaneció apretada, su ceño fruncido, sus
puños apretados alrededor de las sábanas. Su cuerpo de vez en cuando
se sacudía e inconscientemente gemía bajo en la garganta, como el
llanto de un ternero solitario, perdido en la pradera.
Por la tarde, tarde, unos pasos tronaran en las escaleras. Se puso
de pie cuando Austin y Houston irrumpieron en la habitación, con el
sheriff a su lado.
220
sheriff. Si tenemos otra información, se lo haremos saber.
- Haga eso, señora. Lo siento, no puedo hacer nada más - Él salió de la
habitación. Cordelia se volvió hacia Austin.
- ¿Qué ibas a decir antes de que Houston te detuviera?
Austin miró a Houston y él negó con la cabeza. Cordelia clavó sus
dedos en el brazo de Austin.
- Prometiste ser mi amigo. ¿Qué sabes que yo no sepa?
Dallas estaba más caliente con cada hora que pasaba. Cuando se
estremeció, Cordelia no se atrevió a subir las mantas para cubrirlo. El Dr.
Freeman le había dicho que la espalda lastimada de Dallas necesitaba
aire. Incluso si no hubiera sido así, ella pensó que no soportaría que algo
le tocara esa zona.
La noche había caído mientras volvían de las tierras McQueen.
Houston se había llevado a Amelia y a las niñas a casa. Austin había
cabalgado a la ciudad y Rawley dormía profundamente, sin siquiera
moverse cuando ella le apartó el cabello de la frente.
Cordelia había tomado su vigilia al lado de Dallas, colocando su
mano sobre la suya. Una mano tan fuerte, con un toque tan suave. Un
hombre tan fuerte, con un corazón tan tierno. Él lo negaría, por
supuesto, pero ella había visto demasiadas pruebas para no reconocer la
verdad. A pesar de su brusquedad, tenía un corazón tan grande como
Texas.
Escuchó arrastrar los pies y se volvió para ver a Rawley de pie en
la puerta, con el cabello negro pegado hacia un lado. Dee le tendió la
mano.
- Ven a sentarte conmigo.
Se apresuró a cruzar la habitación y se detuvo justo antes de
223
alcanzarla.
224
Con los dedos, se apartó los mechones de la cara e intentó
recordar cuándo había sido la última vez que se había pasado un peine.
Demasiado tiempo.
- Creo que él no está aquí - dijo mientras el cansancio se asentaba - Fue
a la ciudad ayer por la noche, pero no parece que su cama haya sido
usada, así que puede consultar en el hotel.
- Ya hice averiguaciones por la ciudad. Nadie lo vio ayer por la tarde. No
entró al hotel.
La alarma se deslizó por su espina dorsal.
- Dijo que iba a ir a la ciudad. ¿Cree que esté
herido?
Más allá del hombro del alguacil, vio a Rawley arrastrando los pies
fuera del granero.
- ¡Rawley! - Ella le hizo un gesto para que se acercara y el niño corrió
hacia la casa - Rawley, ¿has visto a Austin? - le preguntó.
Él Sacudió la cabeza.
- No desde que le dije sobre el
hombre.
Cordelia se arrodilló frente a él.
- ¿Qué
hombre?
- El hombre que pagó a mi padre para matar al Sr. Leigh. - Su corazón
comenzó a latir con fuerza.
- ¿Quién sería ese hombre, muchacho? - preguntó el sheriff Larkin.
Rawley no apartó la vista de Cordelia cuando respondió:
- El hombre que te lastimó, fuera del hotel.
- ¿Boyd?
- No sé su nombre. Pa siempre lo llamó, mi amigo especial. Solo que
nunca pensé que él fuera especial en absoluto.
Cordelia estuvo de acuerdo con la evaluación que Rawley hizo de
su hermano. No había sido especial, solo cruel.
- ¿Cómo sabes que fue él quien pagó a tu padre para matar al señor
Leigh? - preguntó ella.
- Pa me dijo que una vez que hubiera matado al Sr. Leigh por encargo de
su amigo especial, me iba a entregar a él para siempre.
Imaginando el terror que el niño debió haber sentido al escuchar
las palabras de su padre y sabiendo el destino que podría haberle
esperado, si no hubieran escapado, ella lo atrajo hacia su abrazo.
- ¿Y le dijiste esto a Austin? - Dee susurró.
El asintió.
- Dijo que se encargaría de todo.
Cordelia se puso de pie cuando el contorno vago de un jinete,
sobre un caballo negro surgió en la distancia. Por el rabillo del ojo, vio al
sheriff Larkin apoyar la mano en la culata de su arma.
- Ahí está Austin. - éste detuvo su caballo y desmontó, mirando con
cautela al sheriff Larkin.
- ¿Qué está pasando, Dee? - De repente, se le ocurrió que no tenía idea
de lo que estaba sucediendo, que era exactamente lo que había llevado
al sheriff a la casa.
225
- No se…
- Tienes sangre en la camisa - señaló el Sheriff Larkin. - Austin bajó la
mirada y tocó con sus dedos el delgado rastro de sangre que corría a lo
largo del costado de su camisa. Levantó la vista y se encontró con la
mirada del sheriff.
- Debo haberme arañado.
- ¿Tienes a alguien que pueda dar fe de tu paradero anoche? - preguntó
el sheriff Larkin.
Austin dio un paso atrás, su mirada se movió entre Cordelia y el
sheriff Larkin.
- ¿Qué diablos está
pasando?
El sheriff Larkin soltó una gran ráfaga de aire.
- Señora Leigh, no quería darle la noticia de esta manera, pero Boyd fue
asesinado anoche. Lo encontramos en la pradera. Con un disparo en el
estómago.
Cordelia se tambaleó hacia atrás y envolvió sus brazos alrededor
de la viga. Ella había estado enojada con su hermano, muy posiblemente
había llegado a odiarlo, pero no había querido eso para él. Nadie
merecía esa lenta y agonizante muerte.
- ¿Quién...? - El corazón se estrelló contra sus costillas cuando el sheriff
Larkin volvió toda su atención hacia Austin.
- Ahora, entonces, chico, ¿tienes a alguien que puede jurar que estabas
con ellos anoche? - Austin miró a Cordelia, una silenciosa petición de
perdón en sus ojos, antes de decir en voz baja - No.
- Eso es malo, chico - dijo el Sheriff Larkin mientras bajaba del porche,
sacudiendo las esposas - Porque Boyd escribió tu nombre en la tierra
antes de morir.
- ¡No vas a morir! - colocó una mano debajo de su barbilla, clavando los
226
dedos en su mandíbula y lo giró hasta que sus ojos se enfrentaron - ¡¿Me
oyes?! ¡Vas a tener un hijo, pero solo si vives! ¿Me oyes? ¡Vas a obtener
lo que más quieres!
Él la miró a través de su mirada dolorida.
- No... lo... quiero…
Sus ojos se cerraron, y ella sintió que su cuerpo tenso se relajaba.
Se preguntó si la fiebre estaba dañando su cerebro. Un hijo era lo que él
quería. Todo lo que siempre había deseado. ¿Por qué estaba negando
eso ahora?
Cerca del anochecer, escuchó pasos en el pasillo justo antes de
que Houston entrara a la habitación. Su rostro le contó el veredicto,
mucho antes de que pudiera pronunciar las palabras.
- Lo encontraron culpable.
Su corazón se desplomó.
- ¿Cómo pudieron encontrarlo culpable? Debería haber ido al juicio.
Debería haber testificado...
Houston envolvió sus manos alrededor de la pata de la cama y
apoyó su frente contra la madera enrollada.
-No habría hecho ninguna diferencia. No después de que salió a la luz
que amenazó con matar a Boyd y a Duncan. Maldición, incluso llegó a
disparar una bala contra la pared del salón justo encima de la cabeza de
Boyd anunciándole a todo el mundo que quería deshacerse de la sombra
de Boyd.
Cordelia cerró los ojos de golpe.
- Cuando escuché ese testimonio, quise golpearlo - agregó
Houston.
- Esto va a matar a Dallas cuando esté lo suficientemente fuerte como
para entender lo que pasó.
- Sí. El sheriff lo llevará mañana a la prisión en
Huntsville.
- ¿Tan
pronto?
Houston asintió.
- Creo que el sheriff tiene miedo de que si espera hasta que Dallas esté
bien, él interferirá. - Houston se rió burlonamente - Y él tiene razón.
- Necesito hablar con Austin.
- Cuidaré a Dallas. Cenaremos comida de Amelia. Pensé en quedarnos
aquí esta noche, haremos lo que podamos para ayudarlo, ya que no
pudimos ayudar a Austin.
228
- A eso se refería cuando dijo: Déjame decirlo. Austin, ella puede hablar
por ti.
Él negó con la cabeza tristemente.
- Son solo cinco años, Dee. No vale la pena arruinar su reputación. No
vale la pena darle esa vergüenza. Queremos vivir aquí. Criar a nuestros
hijos aquí. No dejaré que la gente susurre a sus espaldas.
- Pero has sido acusado de asesinato. ¿No crees que la gente susurrará
sobre eso?
- Cuando salga, descubriré quién lo hizo, y lo
manejaré.
- Pero, Austin... cinco años.
- Houston se casó con Amelia hace cinco años, y parece que fue ayer. No
es tanto.
- Es una eternidad cuando no tienes
libertad.
Él envolvió su mano alrededor de la de ella.
- Dile a Dallas que se mantenga alejado de esto.
Alcanzándolo a través de los barrotes, lo abrazó tan fuertemente
como pudo.
- Cuídate.
- Cuida mi violín y a mi caballo. Los necesitaré a los dos cuando vuelva a
casa.
229
CAPÍTULO 21
231
Cordelia esperó hasta que Dallas recuperó sus fuerzas, hasta que
sus heridas sanaron lo suficiente como para poder usar una camisa y
administrar los asuntos de su rancho.
Tomando una respiración profunda para darse fuerza, Cordelia
golpeó con los nudillos la puerta de la oficina de su esposo. Su coraje
vaciló cuando su voz sonó, obligándola a entrar.
Nunca más volvería a entrar en esta habitación, nunca más
escucharía su voz retumbando del otro lado. Cuando abrió la puerta,
incluso sonrió mientras se ponía de pie. Siempre el caballero. El hombre
que ella amaría por siempre.
Cruzó la habitación lo más rápido que pudo, juntando las manos.
Dallas golpeó con el lápiz sus notas meticulosas.
- Cuidaste muchos cabos sueltos mientras yo... me estaba
recuperando.
- Traté de manejar las cosas como pensé que se hacía. Tus hombres
fueron de gran ayuda - dio un paso más cerca - Dallas, he pensado
mucho en nuestra situación...
- ¿Nuestra situación? - Se le secó la boca y deseó haber traído un vaso
de agua con ella.
- Sí, nuestra situación. Nuestro matrimonio fue un acuerdo. Ya no existen
las razones para mantenerlo unido. Mi familia no se merece, ni ganará el
derecho de tener tu tierra como propia. Y no puedo darte un hijo.
Él arrojó el lápiz sobre sus libros mayores.
- Dee…
- Creo que deberíamos solicitar el divorcio - afirmó rápidamente, sin
fingimientos, antes de que su resolución se derritiera como un copo de
nieve solitario.
- ¿Divorcio? ¿Es eso lo que quieres?
Se obligó a mantener la mirada fija en la incredulidad reflejada en
sus ojos, sabiendo que era la única forma en que él le creería.
- Creo que sería lo mejor para los dos.
Caminó hacia la ventana, contempló su tierra y le preguntó en voz
baja.
- ¿Sabes cómo es la vida para una divorciada? - Girando, él encontró su
mirada - No importa las razones que demos, la gente cuestionará tu
moral, no la mía. Te culparán a ti por el fracaso de nuestro matrimonio,
no a mí. Tus posibilidades de construir otro negocio, de encontrar otro
marido, disminuirán...
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Giró y se encontró con la mirada inquebrantable de Dallas.
Apoyado contra el poste, sus manos enlazadas detrás de la espalda, sus
ojos oscuros, su expresión dura. Le recordó a un animal depredador,
esperando, esperando para atacar.
Cordelia entrelazó los dedos, buscando las palabras que
disminuirían el dolor de su partida, pero las palabras permanecieron
ocultas. Aclaró su garganta.
- Todo está listo. Slim está buscando a Gota de limón. Supongo que está
bien si tomo el caballo - Dallas solo la miró, como una estatua de
madera frente a una tienda. Si un músculo en su mandíbula no se
hubiera sacudido, ella podría haber pensado que se había convertido en
piedra. Tomó su silencio como aprobación - ¿Quieres contactar al
abogado o debo hacerlo yo? - ella le preguntó. Su mirada se intensificó. -
Supongo que deberé hablar yo con él - dijo en el silencio que
impregnaba el aire - Le diré que te envíe un mensaje acerca de la mejor
manera de manejar este asunto. Me quedaré en nuestra habitación del
hotel hasta que decida exactamente a dónde iré. Estoy bastante segura
de que no me quedaré en Leighton. Creo que sería más fácil para
nosotros si me fuera. Te dejaré saber lo que decida. - Las palabras
estaban saliendo de su boca ahora, y parecía incapaz de detenerlas.
Sabía que las lágrimas no se quedarían atrás. - Te deseo toda la felicidad
que mereces.
Ella giró y corrió hacia la parte delantera del carro.
- Quédate.
La palabra estrangulada, pronunciada con angustia, le desgarró el
corazón, desgarró su resolución. Se secó las lágrimas que llovían sobre
sus mejillas y se volvió lentamente, forzando la dolorosa verdad más allá
de sus labios.
- No puedo quedarme. Ya no puedo darte lo que quieres. No puedo darte
un hijo.
Dallas salió de la galería y extendió un ramo de flores silvestres
hacia ella.
- Entonces quédate y dame lo que
necesito.
Su corazón se sacudió ante la abundancia de flores que se
marchitaban en su asfixiante agarre. Negó con la cabeza vigorosamente.
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EPÍLOGO
- Tengo un hijo, y ahora tengo una hija - Pasó los dedos por la mejilla de
Dee - Tenemos una hija, y ella es hermosa, igual que su madre.
Las lágrimas brotaron de sus ojos cuando apoyó la palma de su
mano contra su mejilla erizada.
- Te quiero mucho.
Inclinándose sobre su hija, presionó sus labios en los de Dee,
besándola profundamente, poniendo todo el amor que sentía por ella.
- ¿Me pegarás si te doy las gracias por darme una hija? - preguntó en
voz baja. - Ella enterró su cara contra su cuello.
- No, tenía tanto miedo de que te
decepcionaras.
- Nada de lo que me des nunca podría decepcionarme.
Un suave golpe resonó en la puerta antes de que se abriera
lentamente. Houston asomó la cabeza por la habitación.
- Rawley ha estado preocupado.
Dee agitó su mano.
- Tráelo por
favor.
Rawley entró arrastrando los pies en la habitación, acercándose
cautelosamente hasta que se paró junto a Dallas.
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- Te escuché gritar.
Extendiendo la mano, Dee tomó la suya.
- A veces, las cosas duelen, pero a cambio recibimos cosas maravillosas
- giró levemente al bebé - Tienes una
hermanita.
Rawley arrugó la cara.
- ¿Una
hermana?
- ¿Qué piensas de ella? - preguntó Dallas.
Rawley levantó la vista.
- Pienso que ella es muy fea.
Dallas sonrió.
- Dale unos años, y sin duda sentirás
diferente.
- ¿Cómo vas a llamarla?
Dee se encontró con la mirada de Dallas.
- Estaba pensando en Faith (Fe) - dijo en voz baja - para recordarnos que
nunca debemos perder la fe en nuestros sueños.
FIN
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