El Cristiano Ante La Cultura
El Cristiano Ante La Cultura
El Cristiano Ante La Cultura
El concepto de cultura
Empecemos por determinar de donde proviene el término de cultura, pues bien éste hace
referencia al latín colere que significa cultivar.
Se pensaba que solo los hombres que se dedicaban al estudio cultivaban el espíritu y los demás
eran unos incultos. Nada mas lejos de la realidad pues desde que naces estas sometido a un
largo aprendizaje durante toda la vida (lenguaje, interpretar la vida…).
El sentido amplio de la cultura lo defendio por primera vez Tylor1 en 1871 y es el que es
propuesto tanto por el Concilio Vaticano II como por la UNESCO:
“la cultura, en su sentido mas amplio, puede considerarse hoy como como el conjunto de rasgos
distintivos, espirituales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o a un grupo
social. Engloba no sólo las artes y las letras, sino también los modos de vida, los derechos
fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias. La cultura
da al hombre la capacidad de reflexión sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres
específicamente humanso, racionales, críticos y éticamente comprometidos. Por ella es como
discernimos los valores y realizamos nuestras opciones. Por ella es como el hombre se expresa,
toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus
propias realizaciones, busca incansablemente nuevos significados y crea obras que lo
trascienden”.
Hay dos tipos de culturas cuyas diferencias entre ambas son enormes.
Por un lado esta la cultura erudita que cree que el protagonista es el individuo desde un punto
de vista voluntario y consciente.
Por otra parte se encuentra la cultura vivida cuyo protagonista es la colectividad desde un punto
inconsciente y pasivo.
Cuando tú expresas un mensaje, éste tiene que ir dirigido a una colectividad con una cultura
determinada, de ahí se deduce que es imposible que un lenguaje no vaya dirigido a ninguna
categoría cultural.
Un ejemplo de ello ocurrió en la Palestina del siglo I, cuando el mensaje de Jesus fue expresado
en la cultura del pueblo judío. El Evangelio eterno siempre será expresado en una cultura
temporal.
Pero a partir del siglo IV comenzó la época de la monoinculturación en la que se impuso una
teología elaborada a partir de las categorías grecolatinas. Al menos esta situación se fue
actualizando constantemente.4
En el siglo XVI la Iglesia vivió a la defensiva. Primero vino la Contrarreforma para defendernos
de la Reforma Protestante, después la Contrarrevolución para defendernos de la Revolución
Francesa, luego otra Contrarrevolucion para defendernos de la Revolución socialista y asi
sucesivamente a lo largo de la historia.
Tal fue la distancia que se originó que Pio IX planteó la obligación de elegir entre ser católicos y
ser modernos. Como dijo Ratzinger “la Iglesia se quitó a sí misma la posibilidad de vivir lo
cristiano como actual”.
En la mayoría de países hubo católicos que lucharon por sacar a la Iglesia de la cultura en la que
estaba encerrada, pero en España fue más difícil ya que la fe siguió expresándose en una cultura
que ya no estaba vigente como se plasmó en el discurso expuesto por D. Manuel Azaña el 13 de
octubre de 1931 durante las Cortes Constituyentes de la Segunda República.
“La ruptura entre el Evangelio y la cultura es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo”, tal
y como escribió Pablo VI y en esa ruptura los dos han salido perjudicados sobre todo la fe, ya
que si hay que poner en duda a una de las dos saldría perdiendo las creencias religiosas, entre
otras causas porque cuando se intenta enviar un mensaje en una categoría cultural antigua a los
tiempos en el que se expresa, es muy difícil convencer de lo que se está transmitiendo.
A Rovira Belloso le llamo la atención la cuestión de que hubiera personas cultivadas que no
expresaran a través de sus obras sus creencias religiosas, bien por pudor o quizás más
acertadamente por falta de recursos.
Por otra parte haciendo referencia a que en dicha ruptura no saldría beneficiada la fe, hay que
decir que la cultura tampoco, debido a que como hemos mencionado anteriormente están
interrelacionadas y se necesitan mutuamente.
Richard Niebuhr propuso cinco modelos de relación aunque se podrían reducir a tres:
La fe desprecia a la cultura
Algunos de los que postularon por este tipo de relación fueron Taciano y Tertuliano.
Esta opinión era contraria a cualquier otra ciencia que no fuera la fe ni las creencias religiosas,
pensaban que con Jesucristo y el Evangelio tendrían todo completo.
Es una postura integrista en la cual la fe y la cultura estaban separadas pero como bien hemos
dicho anteriormente no existe la fe sin mediación cultural, ya sea la judía o cualquier otra.
Lo que no entendían es que para expresar su fe lo tenían que hacer a través de aunque fuese su
propia cultura actual u obsoleta pero en una.
Uno de los que se postuló por esta relación fue Pedro Abelardo a principio del siglo XII.
Esta postura es totalmente contraria a la anterior, aquí sí que consideran que la fe y la cultura
guardan una estrecha relación, necesitándose una a la otra.
Lo preocupante de este tipo de postura es que se caiga en el error de guardar sólo los elementos
de la fe cristiana que se pueden conciliar con la cultura y acabar aceptando los pecados de la
misma sin ni siquiera cuestionarlos.
Esta postura se cree que es la correcta. Y como bien se dijo “la Iglesia debe entablar dialogo con
el mundo en el que tiene que vivir. La Iglesisa se hace coloquio”.
Este dialogo entre la fe y la cultura debe estar basado en la encarnacion del Verbo, como acto
de donde nació la fe.
El proceso es el siguiente:
El hijo de Dios se hace hombre por lo cual desciende para que los hombres lleguen a ser hijos de
Dios en ese momento se produce el ascenso, para después morir y así descender, luego
terminan con la muerte y ascienden; se hace pecado descenso, terminan con el pecado ascenso
y finalizan sometiéndose a la ley, por ello descienden para luego ascender liberándose de él.
Paul Bourgy lo resumió con las siguientes líneas: “la encarnación acaba con el misterio de la
ascensión: descendit et ascendit, bajó y subió; bajó solo, pero subió llevando consigo a una
multitud.”
Este proceso es el que hace también la fe ya que realiza un movimiento de descenso hacia la
cultura “inculturación de la fe” y un movimiento de ascenso “evangelización de la cultura”.
Al movimiento de descenso se le empezó llamando con diferentes nombres como por ejemplo
acomodación, pero finalmente se procedió a denominarlo “inculturación”. Esto surgió a partir
del Sínodo de 1977.
Su objetivo se basa en que las personas de un determinado tiempo y lugar sean conscientes de
que no tienen la necesidad de renunciar a ninguna característica positiva de su cultura para
poder seguir la fe que sostiene al hombre.
El problema que nace a raíz de lo escrito con anterioridad es que surge la duda de que detrás de
los intentos de evangelizar, se encuentre el fin último de imponer un sistema político de
cristiandad como pasó en la Edad Media en toda Europa.
Como respuesta a esta sospecha se expresó que “la Iglesia no quiere influir en las culturas como
tales por la via de la autoridad, sino mas bien por la presencia activa de los cristianos, por su
testimonio, por el estimulo y la investigación”. De esto se deduce que a la cultura le llegará el
Evangelio a través de las personas evangelizadas y que expresar los valores que se sustentan en
el Evangelio.
Respecto a esta cuestión se pronunció el Concilio Vaticano II alegando que la Iglesia es mandada
sin depender ni de épocas ni de regiones a todos los lugares existentes, y no está unida de forma
exclusiva a raza o nación concreta, a ninguna forma particular de vida ni a ninguna tradición
antigua o reciente.
Se deduce de lo anterior que la fe cristiana no puede estar unida de manera exclusiva a ninguna
cultura histórica ya que como consecuencia lo único que obtendríamos seria la desaparición de
ambas.
Para restablecer el dialogo fe-cultura lo primero que hay que hacer es conocer bien la cultura
actual, para ello deberíamos comenzar analizando en profundidad la cultura actual junto con
todos los elementos que la forman.
Por ejemplo, para acceder a la cultura erudita una opción seria estudiar las obras de los
intelectuales y para conocer la cultura vivida podríamos estudiar de las ciencias sociales.
Todo lo explicado no es tan sencillo como parece puesto que no se trata solo de conocer o de
saber de la cultura actual, sino que también es sumamente importante que adquiramos todos
la tarea de diferenciar los valores que subyacen en la cultura en cuestión y por el contrario sus
contravalores.
Para ello los profetas llevan a cabo la valoración de los elementos anteriores desde el punto de
vista de una evidencia súbita y los intelectuales se basan en un laborioso proceso hermenéutico.
Pero esto supone una tarea complicada ya que debe ser toda sociedad en general la que se
preocupe de distinguir los valores y los contravalores de una cultura puesto que desde la
ignorancia podemos caer en el error de confiar en falsos predicadores, que lo único que
argumentarán para cubrir su falsedad es que “así lo dice el señor”.
Un ejemplo claro del esfuerzo que hemos realizado los católicos españoles en discenir los valores
y contravalores y por tanto llegar a un dialogo entre la fe y la cultura queda patente en iniciativas
como “Cuadernos para el dialogo” o el Instituto de “Fe y Secularidad”. No obstante, no se ha
cumplido ese objetivo del todo ya que nuestra influencia en la cultura actual es mínima.
“quienes ahora hacen cultura en España y la dictan al gran publico no son cristiano o, si son, no
se les nota mucho, al menos en líneas generales y salvando siempre las consabidas excepciones.
Son posticristianos confesos, peri o paracristianos declarados e incluso anticristianos
férvidamente militantes”.
Hay que decir que el número de increyentes no se corresponde con la relevancia cultural que
tienen pues el número es minoritario, el problema es la importancia que se le da a lo que
expresan y por ello adquiere tal relevancia.
Juan Pablo II dijo: “Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no
totalmente pensada, no fielmente vivida”.
En el mundo en el que nos encontramos estamos todos relacionados entre sí, y por este motivo
los diferentes componentes de la cultura son conocidos por una inmensa mayoría y de ahí que
puedan llegar a contagiarse.
Al irse pegando elementos de las distintas culturas, en el mundo actual se esta produciendo una
homogeneización de la mencionada cultura debido a que viaja a través del mundo por la
interconexión que existe.
Sin embargo, existen culturas que son mas abiertas a adquirir prestamos que otras, inconsciente
o conscientemente y éstas últimas se resisten con el fin último de mantener su propia identidad;
pero hay que destacar que estos préstamos de otras culturas no se realizan de forma idéntica a
la original sino que se reelaboran y se adaptan a la cultura que la acoge para que el triunfo de la
civilización en singular no suponga el exterminio de las culturas en general. Un ejemplo claro es
España ya que conviven diversas culturas.
No se puede negar el pluralismo cultural que existe, ni siquiera puede hacerlo la famosa “nueva
evangelización”. Lo importante de la cuestión que estamos abordando es que no se rompa la
unidad.
“La Iglesia pide que los fieles laicos estén presentes, con la insignia de la valentía y de la
creatividad intelectual, en los puestos privilegiados de la cultura, como son el mundo de la
escuela y de la universidad, los ambientes de investigación científica y técnica, los lugares de la
creación artística y de la reflexión humanista (…). También en la prensa, el cine, la radio, la
televisión y el teatro debe ser anunciado el evangelio que salva”
Pues bien nuestra presencia en esos campos mencionados no es la que debería ser por ejemplo: