El Indio Como Prójimo, La Mujer Como El Otro. Lojo
El Indio Como Prójimo, La Mujer Como El Otro. Lojo
El Indio Como Prójimo, La Mujer Como El Otro. Lojo
“El indio como “prójimo”, la mujer como el “otro” en Una excursión a los indios ranqueles de Lucio
V. Mansilla”.
Alba de América. Nº 26 y 27. Vol 14 (1996): 131-137.
www.mariarosalojo.com.ar
“El indio como “prójimo”, la mujer como el “otro” en Una excursión a los indios
ranqueles de Lucio V. Mansilla”.
Pocos libros hay –tal vez ningún otro, en la literatura argentina del siglo XIX- de un
ecumenismo tan pronunciado como Una excursión a los indios ranqueles, obra por la
que fundamentalmente se recuerda al multifacético Lucio Victorio Mansilla, quien fue
además de escritor, militar, político poco afortunado, diplomático, empedernido hombre
de prensa, duelista contumaz y casi dandy profesional.1
Esta novela sui generis estructurada en forma de cartas dirigidas a un entonces
distante amigo de Mansilla, Santiago Arcos, da cuenta del viaje del autor hacia las
tolderías de Mariano Rosas, jefe de los indios ranqueles que ocupaban la pampa central
argentina y que solían llegar en sus incursiones hasta la ciudad de Río Cuarto, donde se
hallaba la Comandancia de Fronteras. Cuando Mansilla marcha a encontrarse con
Mariano Rosas en su mismo hábitat (el corazón del Mamuelmapú o País del Monte) su
propósito ostensible es hacer ratificar un tratado de paz que ya se ha demorado
largamente en despachos y asambleas. Pero ante todo, para este hombre aún joven que
se ha propuesto transformar el pasajero fluir de la propia vida en una obra de arte
inimitable, su “calaverada militar” como gustaba llamarla, ofrece la oportunidad de esa
deseada inscripción en la memoria colectiva que los libros aquilatan y extienden.
Más allá del “turismo” (el juego peligroso del viaje que con intencional descuido se ha
denominado “excursión”) este desafío va adquiriendo matices de una profundidad acaso
insospechada en un principio. Se convierte en meditativa indagatoria de la condición
humana, y asume una defensa decidida de la “planta hombre” –única en todas las
latitudes bajo sus diferentes formas- que no reconoce las razas “superiores” e
“inferiores” en que gustaban clasificarla las corrientes positivistas (teorías –insiste
Mansilla- sólo adecuadas para justificar el despotismo).2
Pero la “planta hombre” tiene dos ramas fundamentales, dos géneros, hombre y mujer.
El texto trabaja sobre esa diferencia genérica asimilando entre sí a todas las mujeres
(indias o blancas) y oponiéndolas a los varones, hermanados también inter pares, más
allá de su color o de su cultura. Mientras el indio varón aparece como el prójimo,
sustancialmente identificable con cualquier blanco del sexo masculino, la mujer, sin que
se niegue su pertenencia a la especie humana dotada de alma, es el otro, el ser distinto y
siempre algo distante (aunque llegue a puntos de máxima cercanía física y afectiva) que
se le presenta al varón con los rasgos de una remanente ininteligibilidad.
La figura femenina más obvia y poderosa del libro es, sin duda, “la china3 Carmen”,
ranquel a la que Mansilla define como “mujer de veinticinco años, hermosa y astuta”,4
1
Cfr. La novelesca biografía de Enrique Popolizio, Vida de Lucio V. Mansilla (Buenos Aires: Pomaire,
1985), e Impresiones y recuerdos. Un contemporáneo: El general Lucio Victorio Mansilla, de Carlos M.
Urien (Buenos Aires: Maucci Editores, 1914), entre otros textos.
2
Me he referido extensamente a esta cuestión en el trabajo “Una excursión a los indios ranqueles: la
‘barbarie’ en un viaje al ‘más acá’”, Letterature d’ América IX, 38 (1990), 107-148.
3
Con la palabra china, del quechua tjina (sust. Hembra) se designaba en la Argentina a la mujer aborigen
o mestiza.
1
María Rosa Lojo.
“El indio como “prójimo”, la mujer como el “otro” en Una excursión a los indios ranqueles de Lucio
V. Mansilla”.
Alba de América. Nº 26 y 27. Vol 14 (1996): 131-137.
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Este tópico también reconoce en el culto Mansilla su poeta su poeta que lo avale:
“Byron, tan calumniado, tiene razón: en todo clima, el corazón de la mujer es tierra
4
De aquí en más todas las citas del texto provienen de Una excursión a los indios ranqueles (Buenos
Aires: Emecé, 1989). Ésta corresponde a la página 24.
5
Así consta en la novela ejemplar “La fuerza de la sangre”.
2
María Rosa Lojo.
“El indio como “prójimo”, la mujer como el “otro” en Una excursión a los indios ranqueles de Lucio
V. Mansilla”.
Alba de América. Nº 26 y 27. Vol 14 (1996): 131-137.
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fértil en afectos generosos...” (p. 101) Ambos polos de la imagen femenina renovarán su
juego de tensiones en otras voces viriles.
mujeres más piadosas que los hombres, más sensibles a la religión, y desean con mayor
fervor que sus hijos reciban el sacramento del bautismo (como ocurre entre las esposas
o concubinas de refugiados cristianos).
4. Indias y cautivas.
Una excursión nos informa también cómo viven, en la sociedad tribal, aborígenes y
cautivas. La mujer indígena soltera –exenta del tabú de la virginidad impuesto a sus
congéneres blancas- goza de relativa independencia y amplía libertad sexual lo mismo
que la viuda. Para la casada, en cambio, sometida por completo al marido, que tiene
sobre ella derecho de vida y muerte, sólo quedan –apunta Mansilla- dos caminos:
trabajar y procrear. Si él, a fuer de caballero civilizado critica esta sociedad donde no
existe la categoría de la “dama” (aunque quizá podrían entrar en este rango las madres o
esposas de los caciques), no deja de plantearse si los indios, que no conocen divorcios ni
reyertas por parte de la mujer, al menos, “no están en esto más acertados que nosotros”.
La condición de las cautivas blancas se describe como desdichada en general, pero no
sólo por culpa de la obstinada lujuria de algunos captores, sino a causa de las mismas
nativas que celan a las nuevas concubinas. La conclusión del narrador no se hace
esperar: “Las mujeres son implacables con las mujeres” (p. 289) y, si es acertada, olvida
que los enfrentamientos femeninos dimanan aquí de la disimetría con respecto al poder
masculino del cual todas dependen y por cuyo favor rivalizan.
No quedan sin mencionar –aunque con ironía de hombre mundano que desdeña las
supersticiones- las “brujas” (es decir, las machis, shamanes de la comunidad cuya
función profunda se le escapa a Mansilla completamente6). Se las ve en todo caso como
supeditadas a la voluntad viril del cacique, que les hace cambiar su vaticinio nefasto con
respecto a la visita de Mansilla. Las viejas de la comunidad, eliminadas a menudo
probablemente por acusaciones de hechicería maléfica, provocan palabras compasivas
aunque no exentas de cierto humor sardónico.
Al lado de la perplejidad que despierta la mujer como pareja amorosa más allá del
tranquilizador regazo maternal, existe en Mansilla la conciencia de jugar con roles
estereotipados que magnifican incomprensiones y lejanías, cargando peso no sólo sobre
la mujer sino también sobre el hombre. “Hay héroes porque hay mujeres”, insiste. El
varón queda obligado a los gestos de la fuerza y la valentía por y ante la mujer; no
puede flaquear, por ejemplo, ante los perros que lo intercepten de noche (se burla aquí
de una fobia propia7). En cuanto a actitudes consideradas “típicamente” femeninas:
6
Mucho se ha escrito sobre el papel de las machis en las comunidades mapuches; papel que compensa el
poder masculino en otros aspectos de la vida social. La mujer mapuche tenía particular importancia en las
funciones sacerdotales, curativas, y en la sabiduría sagrada de los linajes. Eran sólo mujeres las que se
transmitían, de generación en generación, la letra y la música de los cantos de linaje o tayiles que se
entonaban coralmente en las rogativas. Cfr. entre otros libros: Rodolfo Casamiquela, Estudio del
Ngillatún y la religión araucana (Bahía Blanca: Universidad Nacional del Sur, 1964), Jorge Dowling,
Religión, chamanismo y mitologías mapuches (Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1973), Gregorio
Alvarez, El tronco de oro (Buenos Aires: Siringa, 1981).
7
Muchos años después, en sus Memorias, Mansilla hablará libremente de sus terrores infantiles,
estimulados por los cuentos lúgubres de los criados negros, y que no afectaban en cambio a su hermana
Eduarda, con quien compartía el dormitorio. Parece haber sido un niño nervioso e impresionable, de
quien resultaba fácil burlarse. Sobre esta figura frágil, sensitiva por demás, se imprimirá más tarde la
efigie del militar y duelista (se batió 17 veces) famoso por su valentía temeraria.
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María Rosa Lojo.
“El indio como “prójimo”, la mujer como el “otro” en Una excursión a los indios ranqueles de Lucio
V. Mansilla”.
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María Rosa Lojo.
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V. Mansilla”.
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empero, en que otros escritores se atrevan a admitir en y desde su propia interioridad esa
“cara oscura de la luna” que ha sido secularmente para el varón el lado femenino –su
propio lado femenino- de lo humano.