Iniciacion Cristiana Apuntes
Iniciacion Cristiana Apuntes
Iniciacion Cristiana Apuntes
c) Teología bautismal
El bautismo se relaciona en Agustín con la eclesiología. Iglesia y sacramento son para él indisolubles. Para
Agustín, el bautismo es el sacramento por excelencia. La Iglesia hace el bautismo y el bautismo hace la
Iglesia. La eficacia de la Iglesia proviene de que ella es el único cuerpo de Cristo. Los sacramentos operan
porque, cualquiera que sea la mano que bautiza, es Cristo quien siempre opera en ellos.
Si la controversia antipelagiana hace insistir más en la curación del mal contraído mediante el nacimiento
carnal, la regeneración se le presenta a Agustín como una vida nueva y el don del Espíritu Santo. Parece que
él vea en la unción postbautismal el sacramento del Espíritu, que reúne a los bautizados en el cuerpo de
Cristo y hace de cada uno un ungido, al hacerlo participar en la unción sacerdotal y regia de la Iglesia. Sólo
el bautismo permite participar en el misterio eucarístico.
La gracia de iluminación del bautismo, en Agustín como en los Padres griegos, es un despertar de los
sentidos interiores, una transformación total, por la fe, la esperanza y la caridad. La gracia del bautismo es la
fe que «opera la caridad». La vida en la gracia implica una lucha en todo momento, una espera que desarrolla
la esperanza en la consumación dentro de la invulnerabilidad total. Agustín gusta de las imágenes del
camino, del viaje, de la navegación, de la carrera.
El bautismo rige toda la vida del cristiano y le imprime la dirección, así como las líneas esenciales de todo su
desarrollo ulterior. Por eso es el sacramento fundamental de la vida cristiana, el sacramento de la vida
teologal, el sacramento del apostolado, que prepara la glorificación y la reunión final.
d) Teología eucarística
La doctrina de san Agustín de Hipona no sólo es importante en sí misma, sino también por la influencia que
tuvo en las discusiones doctrinales de la Edad Media. Su lenguaje eucarístico debe situarse en el contexto
global de su teología sacramental: algunas de sus expresiones serán decisivas para la formulación de la
teología eucarística posterior.
Como san Ambrosio, afirma que es por medio de la palabra pronunciada sobre el pan y el vino como se
realiza la transformación en el cuerpo y sangre del Señor.
Y a continuación viene, entre las preces santas que habéis de oír, el hacer, por virtud de la palabra, el cuerpo
y la sangre de Cristo. Si prescindes de la palabra, el pan es pan y el vino, vino. Añade la palabra, y es otra
cosa. ¿Qué otra cosa? El cuerpo de Cristo y la sangre de Cristo. Prescinde, digo, de la palabra, y el pan es
pan y el vino, vino. Añade la palabra y tendremos el sacramento.
San Agustín subraya el vínculo estrecho que existe entre la presencia real de Cristo y el realismo de su
cuerpo que es la Iglesia. Así, llama a la Iglesia verum corpus Christi y a la eucaristía sacramentum corporis
Christi.
La Eucaristía figura el sacrificio de la Iglesia. Para reconocer el cuerpo de Cristo en la Eucaristía, es
necesario antes estar incorporados a su cuerpo, que es la Iglesia.
Según nuestro modo frecuente de hablar, solemos decir cuando se acerca la pascua: “mañana o pasado
mañana será la pasión del Señor”. Pero el Señor ha padecido hace ya muchos años y la pasión no ha tenido
lugar sino una vez. En el mismo día del domingo decimos: «Hoy resucitó el Señor», aunque han pasado ya
hartos años desde que resucitó. Nadie es tan necio que nos eche en cara la mentira cuando hablamos así.
Nombramos tales días por su semejanza con aquellos otros en que tuvieron lugar los acontecimientos
citados. Decimos que es el mismo día, aunque no es el mismo, sino otro semejante a él en el girar de las
edades.
Estructura de la Iniciación cristiana en el siglo IV
Desde comienzos del siglo III la estructura de la preparación al bautismo ya está determinada en sus líneas
fundamentales. La Traditio apostolica, atribuido a Hipólito de Roma, nos da ya una descripción detallada de
ella. Los catecúmenos forman en la Iglesia un orden en sentido estricto, sometido a un período de prueba en
el que se estudia la aptitud de cada uno para llevar una vida cristiana y se examina su fe. Se distinguen tres
estadios:
i) preparación remota al bautismo; los que se encuentran en este período son llamados
catachoumenoi o audientes;
ii) preparación inmediata; formado por los photizomenoi o electi;
iii) perfeccionamiento de la iniciación: catequesis mistagógicas.
Generalmente, a estas tres etapas precede otra en la que los paganos se informan sobre la fe cristiana, cuya
proclamación han escuchado y han visto vivir a otros.
a) Preparación remota
Tres elementos señalan la singularidad de esta preparación inmediata: el primer examen, el tiempo que dura
el catecumenado y el contenido doctrinal del mismo.
1.- El primer examen.
En cuanto uno estaba decidido a prepararse al bautismo, tenía que presentarse a los “doctores” (catequistas)
encargados de someterlos a un examen en nombre de la Iglesia. Este momento consta de tres elementos:
compañía del padrino, el examen en cuanto tal y algunos ritos.
Por medio del padrino la comunidad cristiana se presenta a sí misma los candidatos; por medio de los
catequistas se verifica si la admisión de los que se presentan va a ser en interés de la Iglesia.
Que los recién llegados, que se presentan para escuchar la palabra, antes de nada sean presentados a los
doctores, antes que el pueblo llegue. Que se les pida la razón por la cual ellos buscan la fe. Y los que les
traen, que testimonien sobre ellos, a fin de que se sepa si son capaces de escuchar. Que se examine también
su manera de vivir.
El examen se centra en dos puntos:
i) los motivos que llevan al candidato a pedir el bautismo; se trata de verificar si de verdad busca la
fe;
ii) ii) las condiciones actuales de vida; el deseo de la Iglesia es asegurar que estas condiciones harán
efectivamente practicable la vida cristiana, sin compromiso con las costumbres paganas o
inmorales del ambiente.
2.- Duración del catecumenado (preparación remota).
La Traditio apostolica afirma: “que el catecúmeno se instruya durante tres años”. Este tiempo viene exigido
por la situación que vive la Iglesia. En el siglo III las persecuciones aún están recientes; las defecciones entre
los fieles han sido muchas y ahora se impone la urgencia de probar más seriamente la fe de los candidatos al
bautismo.
3.- Contenido doctrinal del catecumenado.
En este estadio de preparación remota, la Traditio habla de unas instrucciones a los catecúmenos dirigidas
por el catequista. Recibida esa instrucción, se puede ya participar en la liturgia de la Palabra, siempre
separados de los fieles.
Cuando el doctor ha terminado su instrucción, que los catecúmenos recen aparte de los fieles... Y una vez
que han terminado de rezar, que no se den el beso de la paz, porque su beso no es aún puro. Que los fieles se
den el beso de la paz. Después de la oración, que el doctor ore imponiéndoles las manos. Ya sea el doctor
eclesiástico o laico, que lo haga así.
b) Preparación inmediata
Se desarrolla durante la cuaresma y viene caracterizada por los siguientes elementos:
i) el segundo examen y la inscripción del nombre;
ii) los exorcismos;
iii) la enseñanza doctrinal, con la traditio y redditio symboli;
iv) la iniciación a la oración;
v) y la renuncia a Satanás y la adhesión a Cristo.
1.- Segundo examen e inscripción del nombre. La víspera del primer domingo de cuaresma, los
catecúmenos que deseaban ser bautizados daban su nombre al sacerdote encargado de esta misión. Al día
siguiente tenía lugar una solemne ceremonia que comprendía un examen y la inscripción del nombre.
Antes de ser admitidos al bautismo, los candidatos debían ser sometidos a un segundo examen. Ahora se
pregunta por la conducta durante el tiempo de catecumenado: ¿ha demostrado con su vida que es digno de
recibir el bautismo?
El mismo obispo era quien examinaba a los candidatos. Los candidatos le son presentados por los padrinos y
madrinas y el obispo les pregunta sobre la conducta que han seguido durante la preparación remota. Si el
examen es favorable, el obispo en persona inscribe en el “libro de la Iglesia” el nombre del futuro bautizado,
que ya es designado como photizómenos o electus. Ser inscrito en el registro, es quedar inscrito entre los
ciudadanos de la Jerusalén celeste: “desde ahora ya estais inscritos en el cielo”, afirmará Teodoro de
Mopsuestia.
La ceremonia solemne de inscripción del nombre concluía con la “protocatequesis”, homilía que
pronunciaba el obispo para dar sentido a la preparación cuaresmal. Juan Crisóstomo o Cirilo de Jerusalén
abordan este tema bajo el prisma paradisiáco y nupcial, respectivamente.
2.- Los exorcismos. La Traditio afirma que los exorcismos son diarios, durante la preparación inmediata,
para los elegidos. Un siglo después, el exorcismo constituye lo esencial de la reunión del domingo reservada
a los catecúmenos. El exorcismo tiene un doble significado:
a) arrancar poco a poco al catecúmeno de las fuerzas del mal y adherilo a Cristo; el tiempo de preparación es
tiempo de combate (la cuaresma se inicia con el relato de Jesús en el desierto);
b) mostrar la condición humana, sometida al pecado y la muerte, antes de ser liberada por Cristo; los
exorcismos revelan al hombre que con sus únicas fuerzas no puede despegarse del poder del mal que lo
cautiva.
3.- La enseñanza doctrinal. El fin de la enseñanza doctrinal dentro de la preparación inmediata a la
recepción del bautismo -llamada propiamente catequesis- es dar los fundamentos sólidos indispensables para
la vida de fe. Lo recuerda Cirilo de Jerusalén, que distingue esta enseñanza de la predicación ordinaria:
No se piense que se trata de nuestras reuniones ordinarias. No. Estas últimas también son buenas y merecen
nuestro asentimiento. Pero si hoy has estado distraído, mañana lo aprenderás. Por el contrario, las enseñanzas
que se nos dispensan progresivamente sobre el bautismo de la Nueva Alianza, si fueran hoy descuidadas,
¿cuándo podrían aprenderse? ... Mira que la catequesis es como un edificio: si no ahondamos para los
cimientos, será absolutamente inútil nuestro trabajo.
La enseñanza en este estadio comprende dos elementos:
i) una explicación de la Escritura;
ii) y un comentario del símbolo.
a) Escritura. El primer tiempo de la catequesis es bíblico. Durante las primeras semanas el obispo
comenta la Escritura y expone toda la historia de la salvación, dando primero su sentido literal y luego el
sentido espiritual.
b) Credo. El sexto domingo de cuaresma comenzaba en Oriente la catequesis dogmática, esencialmente
constituida por la explicación de los artículos del símbolo. Empezaba con la ceremonia de la traditio
symboli. Al entregar el Credo, el obispo recomienda que lo aprendan de memoria:
Para evitar que el alma muera por ignorarla, encerramos en estos pocos artículos toda la enseñanza de la fe.
Esto es lo que quiero que retengáis textualmente en la memoria.
Después el obispo hace un primer comentario del Símbolo en general. La misión del Símbolo es expresar
resumidamente el contenido de la tradición: su origen es esencialmente catequético. Durante los quince días
que siguen a la entrega del Símbolo, tiene lugar la explicación (explanatio symboli): el obispo lo va
comentando artículo por artículo. Es una enseñanza intensiva que se prolonga durante tres horas todos los
días.
Se les explica la doctrina del Símbolo, así como la de todas las Escrituras, frase por frase, primero en sentido
literal, luego en sentido espiritual... Todos son instruidos desde la hora de prima a la hora de tercia, ya que la
catequesis dura estas tres horas.
Una vez explicado el Símbolo durante cuarenta días, deberá ser repetido por el catecúmeno a quien se le
entregó: es la redditio symboli. Este rito tiene lugar el Domingo de Ramos, antes que comience la Semana
Mayor.
4.- Iniciación a la oración. La catequesis que se imparte durante la Semana Mayor, última antes de recibir el
bautismo, es esencialmente una iniciación a la oración. Aquí varían los usos según las iglesias. En unas se
entrega el Padrenuestro, en otras el Salmo 22, que recitarán los neófitos portando velas desde la baptisterio
hasta el altar para recibir la primera comunión. Esta iniciación a la plegaria acentúa la importancia de las
disposiciones interiores previas al bautismo. Es el momento en que el obispo centra también su catequesis en
la conversión moral.
5.- Renuncia a Satanás y adhesión a Cristo. Los ritos de la renuncia a Satanás (apotaxis) y adhesión a
Cristo (syntaxis), son los últimos antes del bautismo. En Antioquía tiene lugar el Jueves Santo; en otras
partes, durante la noche del Sábado Santo al domingo de Pascua. Teodoro de Mopsuestia describe así la
renuncia a Satanás:
Estad de pie sobre vuestros cilicios, descalzos, después de haber levantado vuestro vestido externo, teniendo
las manos extendidas hacia Dios, como en actitud de oración. Luego arrodillaos, pero conservad derecho el
cuerpo, y decid: Yo renuncio a Satanás, a todos sus ángeles, a todas sus obras, a todo su culto, a toda su
vanidad y a todo desviamiento mundano, y me comprometo con voto a ser bautizado en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo.
c) Catequesis mistagógicas
Después del bautismo, los neófitos reciben durante la semana in albis la catequesis sacramentaria. Se
consideraba que era necesario haber recibido el bautismo antes de entrar en el misterio de los sacramentos
cristianos por dos razones. Primera, por la ley del arcano, que prohibía comunicar este misterio a los
paganos, incluso a los catecúmenos. Segunda, por la convicción de que los sacramentos son acontecimientos
y no nociones. Para comprenderlos hay estar viviéndolos.
Las catequesis mistagógicas presentan tres tipos de explicación de los sacramentos:
i) comentario de los ritos vividos últimamente por los neófitos;
ii) teología bíblica de los sacramentos, presentados como continuación de las grandes obras de Dios en
el AT (liberación de Egiptobautismo; maná-eucaristía);
iii) y, respuesta a dificultades teológicas, como p.ej., saber si la Virgen fue bautizada, si hay que reiterar
el bautismo para un excomulgado,
LIBROS LITÚRGICOS DE LOS SIGLOS IV-VII
a) Las Constituciones Apostólicas
Obra compuesta hacia el año 380 en Siria (Antioquia): es una compilación y posterior elaboración de tres
obras anteriores a ella: los Didascalía (cc.1-6), la Didaché (c.7) y la Traditio apostolica (c. VIII). El autor,
desconocido, es de tendencia arriana y judaizante. El c. VIII ofrece una larga plegaria eucarística.
Muestra en detalle la relación entre Eucaristía y Trinidad: la Plegaria muestra de forma individuada la acción
de cada una de las Personas divinas en la obra de la Redención; obra que actualiza la celebración eucarística.
b) Sacramentario Gregoriano
El bautismo de los niños es la práctica común, lo cual lleva a reducir los escrutinios prebautismales –que se
extendían durante toda la cuaresma- hasta casi suprimirlos, dejando sólo el último exorcismo en la mañana
del Sábado Santo. La bendición de la fuente bautismal la realiza el presbítero mediante una triple insuflación
sobre el agua. Los ritos postbautismales son siempre la unción y la signación.
CONCLUSIONES DEL PERÍODO PATRÍSTICO
El período patrístico está en el origen de las diferentes tradiciones litúrgicas. Este período constituye la
época de mayor esplendor del catecumenado. En relación a la iniciación cristiana pueden reseñarse algunos
rasgos generales característicos:
1º.- La iniciación cristiana se entiende unitariamente, como un proceso litúrgico-sacramental y catequético al
mismo tiempo. No se entiende la celebración sin la instrucción, ni ésta sin aquélla. La decadencia se produce
cuando esta única realidad se esciende en dos.
2º.- Toda la iniciación es considerada y vivida a la luz de la historia de la salvación y del misterio pascual de
Cristo.
3º.- Desde el siglo III encontramos ya un rito litúrgico bien organizado y definido que comporta tres
momentos:
i) bautismo, seguido de una unción postbautismal con el crisma;
ii) imposición de las manos, acompañada de la gracia septiforme del Espíritu Santo y seguida de
una signación en la frente; y,
iii) participación en la eucaristía.
EVOLUCIÓN EN LA FORMA DE CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA
Desde el testimonio del NT al siglo V se percibe una progresiva clarificación y desarrollo del esquema que
ya encontrábamos en la tradición antioquena. La primera parte de la celebración se realiza en torno a la
palabra. La estructura de esta parte la hemos encontrado en san Justino: lecturas del AT y NT, homilía,
oración «común» y el beso de la paz.
La segunda parte se desarrolla y evoluciona de acuerdo con las cuatro acciones de Jesús:
1º.- «tomó» el pan y el vino, es la aportación de los dones en el ofertorio;
2º.- «dió gracias», es la plegaria;
3º.- «lo partió», son los gestos preparatorios para la comunión, sobre todo la fracción;
4º.- «se lo dio diciendo: tomad y comed», es el rito de la comunión a los presentes y a los ausentes.
En documentos del siglo IV -por ejemplo, las catequesis mistagógicas de Cirilo de Jerusalén y de Teodoro de
Mopsuestia-, se habla ya de algunos cantos intercalados, como el Sanctus en la plegaria o el canto de salmos
durante la comunión o del padrenuestro como preparación a ella.
Sobre todo, se descubre que la plegaria, tan escuetamente insinuada en el NT («pronunció la acción de
gracia») va tomando cuerpo, como se ve en las oraciones de la Didaché, en las alusiones de san Justino y,
sobre todo, en las anáforas primitivas.
RASGOS DE LA TEOLOGÍA EUCARÍSTICA DE LOS SIGLOS III-VI
No existen tratados sobre la eucaristía, pero sí sermones y catequesis mistagógicas que tratan explícitamente
del tema, sobre todo en el siglo IV, en que la Iglesia goza de libertad y organiza su catecumenado. En los
textos comentados destacan algunas líneas claras de reflexión:
1º.- Hay una conciencia clara de la presencia real de Cristo y de su entrega a los fieles en los dones del pan y
del vino.
Frente a las comidas de ciertos cultos paganos, los cristianos confiesan su fe en la Eucaristía, en la que Cristo
se da como verdadera comida.
2º.- La eucaristía en estos siglos no aparece discutida. No forma parte de la dimensión apologética de la
primera literatura cristiana: es un misterio celebrado y vivido como posesión pacífica de la Iglesia. Los
pasajes se sitúan en un doble contexto:
i) defensa de la fe contra los herejes: aunque las herejías abordadas no tienen que ver con la Eucaristía
(salvo el caso de los acuarianos), depende del contexto dogmático se acentúan unos aspectos u otros;
ii) instrucción catequética: en este contexto se armoniza la teología eucarística con la celebración litúrgica:
la catequesis dispone a una mejor participación en la eucaristía. El extraordinario desarrollo de las
anáforas eucarísticas comparado con la ausencia de tratados dogmáticos sobre la Eucaristía, refleja que es
se trata de un misterio, primeramente, celebrado y vivido, y, en la medida que ayuda a la celebración,
también pensado.
3º.- Junto al lenguaje realista, convive un lenguaje simbólico. Se habla de los dones eucarísticos como
«figura», «semejanza», «signo», etc. Este lenguaje no contradice el realismo, sino que subraya la
singularidad del mismo: Cristo está realmente presente, pero in sacramento.
4º.- El carácter sacrificial de la eucaristía, presente ya en el NT, se explicita ahora aún más. Autores como
Justino o Cipriano centra su comprensión del misterio eucarístico en torno a la noción de «memorial» de la
pasión, explicando la unidad y continuidad entre el sacrificio de Cristo en la cruz y el sacrificio del altar.
Bajo esta perspectiva se leen los sacrificios del AT, cuyo cumplimiento se encuentra en la Eucaristía. Uno de
los textos más recurrentes será Mal 1, 10-14.
5º.- El misterio de la eucaristía -que el pan y el vino se transformen en el cuerpo y la sangre del Señor- se
atribuye a la Palabra o al Espíritu. Autores como Justino, Ambrosio y Agustín, verán en las palabras de Cristo
el fundamento de esta transformación. Autores como Ireneo, o Juan (Cirilo) de Jerusalén, verán en la acción
santificadora del Espíritu la eficacia de dicha transformación.
6º.- La Eucaristía se piensa y se vive en el misterio de la Iglesia. La Iglesia es el cuerpo de Cristo; la
eucaristía no es sólo signo de la unidad de este cuerpo, sino condición de posibilidad de la misma. El
momento culminante de la identificación de Cristo y su Iglesia se realiza en la Eucaristía.
7º.- Hay unanimidad entre los autores a la hora de afirmar la necesidad de la fe para participar en la
Eucaristía. La conciencia de esta necesidad hará que la expresión mysterium fidei, utilizada inicialmente
para designar el misterio de la Redención en su globalidad, acabe designando el sacramento de la eucaristía.
8º.- Hay también unanimidad a la hora de recordar la necesidad de purificación para tomar parte en los
misterios del Señor.
LOS NOMBRES DE LA EUCARISTÍA
A lo largo de la historia el misterio eucarístico ha ido recibiendo diferentes nombres. Este hecho se percibe
ya en el NT. Ninguno de esos nombres abarca toda la riqueza del sacramento, pero cada uno de ellos evoca
alguno de sus aspectos.
Los nombres que se utilizan hasta el siglo V son los siguientes:
Fracción del pan: aparece ya en NT (Hch), en la Didaché y en Justino. Era el primer gesto de la cena
pascual judía, por parte del padre de familia. Luego se convertirá en un gesto típicamente cristiano. Pronto, la
expresión designó no sólo el gesto, sino toda la celebración.
Cena del Señor: aparece en san Pablo y recuerda el carácter de verdadero banquete.
Eucaristía: el sustantivo lo emplea por primera vez san Ignacio de Antioquía, pero su forma verbal se
encuentra ya en el NT, evocando la acción de gracias propia de la cena pascual judía. Ahora designará no
sólo la oración sobre los elementos, sino toda la celebración. La forma verbal eucaristizar se acuñará para
designar la consagración.
Sinaxis: evoca a la comunidad reunida en torno al único altar del Señor.
Dominicum, se emplea en el norte de África a inicios del s. IV: designa la eucaristía por el día principal en
que se celebra (Domingo), lo cual indica la centralidad de la celebración en ese día.
Actio (acción, celebración); en los sacramentarios se emplearán afirmaciones como incipit canon actionis o
infra actionem.
Oblación, sacrificio: la terminología sacrificial está presente ya desde Tertuliano. Se relaciona con el
sacrificio puro de Mal 1, 10. Relacionado con esta denominación, se hablará también de memorial de la
pasión.
Liturgia, en algunos autores orientales se emplea como sinónimo de eucaristía. Denota que este sacramento
es la celebración culmen de la Iglesia.
Officium: la «función», el «servicio», la «celebración».
Missa, del latín «mittere» (enviar).
Arquitectura y catequesis bautismal
De los siglos III al VII se conocen más de 400 baptisterios diseminados por los lugares donde la Iglesia
estuvo presente. En un principio no existía un edificio específico para el bautismo (cf. Hch 2, 4; 3, 4; 3, 36-
39). Ya en el año 150, San Justino describe las celebraciones.
Tertuliano (s. III) menciona varios ritos. La Tradición apostólica describe la celebración con más detalle. El
desarrollo de la liturgia bautismal y la existencia de la iglesia doméstica, luego domus ecclesiae, invitan a
suponer que desde mediados del siglo II había en algunas casas particulares lugares destinados a la
celebración del bautismo.
LA INICIACIÓN CRISTIANA EN LA EDAD MEDIA
1. Dos tradiciones diferentes sobre la Iniciación
A partir del siglo VIII, la Iniciación cristiana evoluciona de forma diferente en Oriente y en Occidente.
Mientras Oriente conserva, en forma y contenidos, la herencia patrística, en Occidente culminan algunos
procesos que en el período anterior empezaron a gestarse, tales como la generalización del bautismo de niños
administrado con el mismo rito que se emplea para los adultos, la concentración de los ritos bautismales en
una única sesión, y la disociación del bautismo y la confirmación. Desde el punto de vista de la reflexión
teológica se va a privilegiar ahora la dimensión individual del bautismo, como medio de salvación personal.
1.1. La Iniciación cristiana en Occidente entre los siglos VIII y XII
a) La celebración de la Iniciación
La consolidación de la parroquia como célula eclesial originaria con un presbítero propio ayudará al
desarrollo de una liturgia bautismal que subraya el efecto personal individual de las celebraciones. La
práctica romana de reservar la crismación al obispo se extenderá por toda Europa, consolidando la
separación del bautismo y de la confirmación.
A medida que se va consolidando la práctica de celebrarar por separado bautismo y confirmación, insistiendo
en la necesaria presencia del obispo como único ministro válido del segundo de los sacramentos, se debilita
la conciencia de la unidad de los sacramentos de la iniciación. Los ritos de la unción con crisma y la
consignatio se fundirán pronto en un solo rito: la signación con el crisma. A partir del siglo IX la
confirmación cuenta ya con un marco ritual propio, bien diferenciado, del bautismo.
2. Bautismo y Confirmación en la escolástica
La reflexión teológica más fecunda de la Edad Media sobre los sacramentos de iniciación se desarrolla a
partir del lenguaje y de los argumentos formulados por san Agustín. En la Edad Media vamos a encontrar
una gran riqueza lingüística y conceptual a la hora de presentar el bautismo y la confirmación. Al tiempo que
la teología sacramental se formula de forma cada vez más precisa, la Iglesia debe hacer frente a algunos
movimientos de reforma (“pauperizantes”) que niegan el valor de los sacramentos.
2.1. Los movimientos pauperizantes
A partir del siglo XII, surgen numerosos movimientos de reforma dentro de la Iglesia, la mayoría de ellos de
tipo sectario y herético, designados genéricamente con el apelativo de pauperes. A la aparición de estos
grupos concurrieron varias razones:
i) la vida relajada de muchos eclesiásticos dedicados al lujo y la vida mundana;
ii) el empuje de la nueva burguesía, con fuertes deseos de independencia y oposición a la Iglesia; y,
iii) las luchas continuas entre el papado y el imperio.
La mayoría de estas sectas tienen en común profesar un desprecio hacia los sacramentos, por considerarlos
inútiles, entre ellos, los de la Iniciación cristiana. No supusieron un peligro para la recta doctrina bautimal y
eucarística, pero sí para la vida litúrgica de los fieles, cada vez más alejada de su vida de fe. Las sectas
principales fueron los cátaros (y albigenses), los valdenses, y otras sectas menores como los petrobrusianos,
los enricianos o los arnaldistas.
a) Cátaros y albigenses
En sentido genérico, el nombre cátaros designaba los movimientos heréticos de la antigüedad, pero a partir
de la Edad Media, se reserva para designar una forma de herejía dualista que, con raíces orientales, se
desarrolló en occidente en los s. XII-XIII.
Los cátaros aparecen en el s.XII como resultado de la incidencia de las ideas dualistas procedentes de los
Balcanes sobre los movimientos antijerárquicos populares que pedían una Iglesia pobre e itinerante poseída
de un desprecio radical del mundo.
Pedro de Bruis, ya en 1105, predicaba la inutilidad de los templos, de las indulgencias, de los sufragios por
los difuntos, del Bautismo y de la Eucaristía. Sus seguidores recibieron el nombre de petrobrusianos, se
distinguieron por perseguir a sacerdotes y monjes. Sorprendido Pedro de Bruis por el pueblo asando carne en
una hoguera hecha con cruces, el viernes santo de 1124, fue quemado vivo en la misma hoguera. Sus errores
fueron condenados en el Concilio II de Letrán (1139). Enrique de Losanna, líder de los enricianos, profesaba
ideas parecidas. Fue encarcelado en 1148 hasta su muerte.
b) Los valdenses
Secta surgida en el s.XII (c.1170) entre los movimientos de reforma de la vida cristiana, integrados por
gentes sencillas y marcados por un fuerte espíritu de pobreza. Reciben su nombre del fundador Pedro Valdés,
el cual se convirtió al escuchar el romance de un juglar sobre la vida de san Alejo: vendió sus bienes y los
repartió entre los pobres, empezando a vivir de limosnas.
En 1212 Inocencio III intentó atraérselos y formar con ellos una organización católica; aprobó y concedió
indulgencias a los pobres católicos, dirigidos por Durango de Huesca, arrepentido de sus antiguos errores. En
la Reforma volverán a florecer, adhiriéndose a los calvinistas. La secta valdense aún pervive y cuenta con
unos 30.000 seguidores.
2.1. Líneas esenciales de la teología bautismal
La teología bautismal se explicita a medida que se comprende globalmente la realidad sacramental y su
lugar en el designio salvífico. En la escolástica ya está formulado expresamente el septenario sacramental. La
primera presentación teológica sistemática sobre el bautismo se desarrolla a partir de la consideración de tres
aspectos:
i) ¿cuál es y en que consiste el signo bautismal?;
ii) ¿cuál es el efecto del bautismo?; y,
iii) ¿qué lugar corresponde a la disposición (fe) del sujeto bautizado?
a) El signo bautismal
Para Pedro Lombardo y todos los maestros de la Edad Media, el sacramento consiste en el baño de agua y
la invocación trinitaria que lo acompaña. El efecto, la res de este sacramento, es la justificación del alma.
Duns Escoto distingue dos clases de materia: la materia remota, el agua considerada en sí misma, y la
materia próxima, que es la aplicación de aquélla al sujeto.
Los escolásticos exponen las razones de conveniencia que hicieron elegir el agua: ésta es signo de
purificación y de fecundidad, purificación y principio de crecimiento para el alma regenerada.
b) La doctrina del carácter
El interés que se pone en la eficacia del sacramento pone en evidencia la cuestión del carácter. Alejandro de
Hales distingue tres realidades en el bautismo: la primera, únicamente el signo, esto es, el lavado exterior;
otra, la cosa significada, esto es, la gracia; finalmente, lo que es signo y significado, a saber, el carácter,
significado por el lavado exterior y signo para la gracia.
Para Alejandro, el carácter es una realidad ontológica que se adhiere intrínsecamente al alma y marca para
siempre a quienes forman parte del rebaño de Cristo, los configura en Cristo y los dispone a recibir la gracia.
Santo Tomás define el carácter como una cierta potencia que dispone a los bautizados a recibir los demás
sacramentos y conforma el alma al sacerdocio de Cristo. Esta enseñanza pone en evidencia el significado
cristológico y eclesiológico del carácter para el bautismo.
c) Eficacia del bautismo y fe del sujeto
Dios es el agente principal en la eficacia del bautismo, ya se trate del carácter o de la gracia. Todas las
demás causas, e incluso la pasión de Cristo, están subordinadas a esa acción principal, dice santo Tomás. Fiel
a su teología, san Buenaventura enseña que la obra de salvación es cosa de toda la Trinidad.
Un gran valor, aunque secundario, es atribuido a la fe del bautizado, sin la cual éste no puede recibir
fructuosamente el sacramento. La gracia bautismal es proporcionada a la fe con la que el candidato se une a
la acción salvífica de Cristo y al arrepentimiento de los pecados que la acompaña.
En el caso de los niños, la fe de la Iglesia sirve de fiadora. Incluso el bautismo de los adultos obtiene su
eficacia de la fides ecclesiae, que se sitúa entre el principio puramente objetivo (Dios) y el principio
puramente subjetivo (el catecúmeno). En cambio, la escolástica afirma unánimemente que todo hombre
puede ser ministro del bautismo, pues el verdadero ministro es Jesucristo.
2.2. Las grandes síntesis doctrinales
a) San Buenaventura
Lo primero que destaca san Buenaventura en relación al bautismo es la necesidad de la fe. Si la fe es
necesaria para todos los sacramentos, mucho más para el bautismo, pues éste es el primero de los
sacramentos y la puerta de los demás; es el sacramento de la fe, no de una persona singular sino de toda la
Iglesia, primariamente.
b) Santo Tomás de Aquino
Santo Tomás consagra al bautismo, en la Summa Theologica, seis cuestiones. En ellas desarrolla cuatro
puntos: la naturaleza, el ministro, los sujetos y los efectos del bautismo.
Naturaleza. Santo Tomás aplica al bautismo el esquema agustiniano: sacramentun tantum, res et
sacramentum, res tantum. El sacramentum es la ablución de agua; el sacramentum et res, el carácter
bautismal indeleble; la res tantum, la justificación interior, la realidad bajo el signo. El carácter es llamado
sello y guarda; la realidad, regeneración, iluminación, y como primer don, sacramento de la fe.
El bautismo fue instituido, verosímilmente, en el bautismo de Cristo, pero no fue impuesto hasta después de
la pasión y la resurrección. El Aquinate aplica al rito las categorías aristotélicas de la materia y la forma. La
fórmula bautismal expresa que la Trinidad es la causa principal del sacramento.
Recogiendo la enseñanza de los Padres, Santo Tomas distingue tres tipos de bautismos: de agua, de sangre
y de Espíritu. El Espíritu es la causa principal en el bautismo de agua. Puede actuar incluso sin signo en el
martirio o «el bautismo de la penitencia». Estas dos formas, que tienen la misma causa que el bautismo de
agua sin ser sacramentos, pueden, por tanto, producir el mismo efecto.
El bautismo de sangre debe su superioridad a la conformación con la pasión de Cristo, y a la acción del
Espíritu Santo y a la caridad que expresa. El bautismo de penitencia vale en la medida en que el corazón es
movido por el Espíritu Santo hacia la fe y el amor de Dios y hacia la contrición de los pecados.
Todo hombre, incluso un laico, hombre o mujer, puede conferir un bautismo válido, «para que nadie quede
privado de salvación a falta de haber llegado al bautismo». La razón es que la causa principal es siempre
Cristo. El bautizante no aporta más que su ministerio exterior; es Cristo quien bautiza interiormente.
Así pues, Tomás responde afirmativamente a la pregunta que dejaba perplejo a san Agustín: cualquier
hombre, incluso un no bautizado, tiene el poder de administrar el bautismo. Cualquiera puede cumplir las
funciones de padrino, cuando la educación cristiana está asegurada. Pero si la fe del neófito estuviese en
peligro, el padrino habría de estar instruido «acerca de las cosas divinas».
El bautismo es el memorial de la muerte de Jesús. Fe y bautismo realizan nuestra incorporación a Cristo y
hacen de nosotros miembros de él. De la Cabeza deriva a los miembros un sentido espiritual, el conocimiento
de la verdad, y un movimiento espiritual, la impulsión de la gracia.
Santo Tomás precisa la relación de la fe y el sacramento: «Por la fe que precede a su bautismo, los adultos
son incorporados a Cristo interiormente, pero cuando son bautizados, lo son de un cierto modo en su cuerpo,
por el sacramento visible». El bautismo da capacidad para recibir los demás sacramentos. Abre la puerta del
cielo, no en realidad sino en esperanza.
3. Bautismo y Confirmación en el Magisterio medieval
3.1. El Concilio II de Letrán (1139)
El Concilio II de Letrán se celebró bajo la presidencia del papa Inocencio II (1130-1143), después de años
de controversias entre él y el antipapa Anacleto II (1130-1138). El concilio reunió a más de 500 obispos y
unos 1000 prelados. Dictó leyes contra la simonía, la usura, el lujo y el concubinato de los clérigos y monjes.
3.2. El Magisterio de Inocencio III (1198-1216)
En relación al bautismo, Inocencio III nos ha dejado dos documentos importantes. Ambos tienen de fondo
la problemática suscitada por los valdenses y su negación de la realidad sacramental.
a) Carta Maiores Ecclesiae (1201)
Esta carta es una respuesta doctrinal al obispo de Arlés. En ella defiende contra los herejes la necesidad del
bautismo de los niños y su efecto inmediato, a saber, la remisión de los pecados.
b) Profesión de fe de Inocencio III (1208)
Esta Profesión de fe se encuentra en la carta (Eius exemplo) de Inocencio III al arzobispo de Tarragona. Es
la misma profesión que Valdés había firmado en un concilio de Lyon (1181). Se afirma el septenario
sacramental y se ofrece de cada sacramento sus elementos constitutivos.
Aprobamos, pues, el bautismo de los niños, los cuales, si murieren después del bautismo, antes de cometer
pecado, confesamos y creemos que se salvan; y creemos que en el bautismo se perdonan todos los pecados,
tanto el pecado original heredado, como los que voluntariamente han sido cometidos. La confirmación,
administrada por el obispo, es decir, la imposición de manos, la tenemos por santa y ha de ser recibida con
veneración.
3.3. El Concilio de Florencia (1439)
Es el Concilio ecuménico número diecisiete. Comenzó en Basilea, se trasladó a Ferrara y encontró su sede
definitiva en Florencia.
De cada sacramento se expone ordenadamente su materia y forma, el ministro y el efecto. Materia, forma, y
ministro constituyen los elementos sin los cuales no se realiza el sacramento.
Siete son los sacramentos de la Nueva Ley, a saber, bautismo, confirmación, Eucaristía, penitencia,
extremaunción, orden y matrimonio, que mucho difieren de los sacramentos de la Antigua Ley.
Del bautismo se afirma que ocupa el primer lugar de los sacramentos, «ya que es la puerta de la vida
espiritual»; por él nos hacemos miembros de Cristo y formamos parte de la Iglesia. La materia es el agua y la
forma la invocación trinitaria, de la que se reconocen como válidas varias formulaciones. La Trinidad es la
causa principal en este sacramento, mientras que el ministro es causa instrumental. El ministro es el
sacerdote, aunque en caso de necesidad puede administrarlo cualquier otro, incluso un hereje o cismático,
con tal que observe la forma de la Iglesia y tenga intención de hacer lo que la Iglesia hace. El efecto es la
remisión de todo pecado, tanto original como personal, y de toda pena debida por la culpa.
De la confirmación dice que el efecto de este sacramento es que en él se da el Espíritu Santo para fortalecer,
como les fue dado a los apóstoles el día de Pentecostés, para que el cristiano confiese sin temor el nombre de
Cristo.
El segundo sacramento es la confirmación, cuya materia es el crisma, compuesto de aceite que significa el
brillo de la conciencia, y de bálsamo, que significa el buen olor de la buena fama, bendecido por el obispo.
4. Las controversias eucarísticas en la Edad Media
4.1. La Eucaristía en la reflexión teológica medieval
a) La teología en la época carolingia
La teología eucarística de la preescolástica debe encuadrarse en un contexto condicionado por tres factores:
1º.- Es la época carolingia. Período de afianzamiento de los francos en torno a figuras de la talla de Pipino el
Breve (+768) y Carlomagno (+814). Culturalmente se supera la decadencia bárbara y se alcanza un cierto
florecimiento de los saberes («renacimiento carolingio»).
2º.- La teología se «hace» en las escuelas monásticas de las grandes abadías benedictinas alemanas y
francesas.
3º.- La reflexión se centra en la misma liturgia. El género literario desarrollado principalmente será el
comentario litúrgico, al estilo de la Expositio missae Dominus vobiscum. El tema sobre el que se concentra la
reflexión teológica en materia eucarística será el de la presencia real y la conversión eucarística.
b) Cambios en la celebración de la Eucaristía
Se generaliza en occidente la práctica de comulgar sólo el Cuerpo de Cristo. La práctica de la comunión se
distancia en el tiempo. En el s.VI, el Concilio de Adge (506) prescribe que los fieles comulguen al menos
tres veces al año. El Concilio IV de Letrán (1215) prescribirá que se comulgue al menos una vez al año, por
Pascua.
La reflexión teológica sobre la eucaristía se concentra en la presencia real. La dimensión sacrificial no es
puesta en duda ni negada, aparece como un dato pacíficamente recibido de los Padres y pacíficamente
transmitido a las generaciones posteriores. El principio fundamental que asegura en esta época la unidad de
la eucaristía es la idea de memorial.
La reserva eucarística pasa de la sacristía al interior de la Iglesia (sagrario), hasta el punto que, en el espacio
sagrado del templo, tiene más importancia el sagrario que el altar. La proclamación secreta o en voz baja de
algunas oraciones por parte sólo del sacerdote -sin que puedan ser escuchadas por los fieles- promueve el
aspecto devocional que para el mismo sacerdote tiene la eucaristía.
En el siglo IX, autores como Amalario y Alcuino, enfatizan ciertos elementos representativos de la
celebración, y entienden la eucaristía, ya no tanto como memorial de la pascua, sino como representación
detallada de la pasión: a cada gesto o palabra de la misa se le busca un simbolismo; así, por ejemplo, el
introito es el adviento, el Gloria la navidad, la epístola la predicación del Bautista, el lavabo el gesto de
Pilato, etc. Se intensifica la idea de los «frutos de la misa»; la comunión se empieza a “aplicar por”,
considerándola como medio para conseguir favores.
4.2. La primera controversia eucarística (s. IX)
a) El triforme Corpus Christi de Amalario de Metz
Amalario fue alumno de Alcuino en Aquisgrán, metropolita de Tréveris, embajador de Carlomagno en
Constantinopla, y, finalmente, «corepíscopo» de Metz. En el año 823 escribió una obra enciclopédica,
titulada Liber Officialis o De Ecclesiasticis officiis, en la que explicaba alegóricamente todas las partes de la
Misa. En ella utiliza la expresión triforme Corpus Christi, a partir de la cual surgirán algunas discusiones.
Amalario habla del cuerpo triforme de Cristo a propósito de las tres partes en que queda dividida la sagrada
forma en el rito de la Misa: la parte que se echa en el cáliz, la que come el sacerdote o los fieles, y la que se
queda en el altar para llevar a los enfermos.
En el año 835, Amalario fue elegido obispo de Lyon pero no pudo ocupar la sede. Floro, el archidiacono de
la catedral de Lyon, lo acusó de hereje a propósito de su interpretación del cuerpo triforme de Cristo,
consiguiendo que en el 838 fuera condenado en un Concilio celebrado en Quierzy. En esa ocasión fue
acusado de «establecer tres cuerpos en Cristo», a partir de una interpretación exageradamente simbólica de la
Eucaristía.
No hay acuerdo a la hora de interpretar la fórmula de Amalario triforme corpus Christi. Algunos la
interpretan en sentido individualista: las tres partes de la hostia representarían
i) el cuerpo resucitado de Cristo;
ii) el que estuvo en Palestina;
iii) y el que fue sepultado. La interpretación individualista parecería dar la razón a Floro. Otros se
inclinan por una interpretación colectiva: lo que Amalario quería dar a entender es que uno es el
cuerpo natural de Cristo, otro el de la Iglesia militante y otro el de los muertos.
b) Pascasio Radberto
La primera gran controversia eucarística de la historia es del siglo IX y surge en la abadía benedictina de
Corbie, en el nordeste francés. El protagonista de la controversia será el abad Pascasio Radberto (+865), uno
de los principales artífices del renacimiento teológico carolingio, autor del primer tratado completo sobre la
Eucaristía: Liber de corpore et sanguine Christi. Se trata de un manual compuesto para la instrucción de los
monjes. La obra contiene un apéndice con milagros eucarísticos. El origen de la obra pudo estar motivado
por la interveción del rey Carlos el Calvo, que preguntaba si el cuerpo de Cristo en la eucaristía era «verdad»
o «figura» (si comulgaban in mysterio an in veritate).
La pregunta fundamental de Pascasio es si en la Eucaristía se encuentra la «verdadera carne» de Cristo, es
decir, «la que nació de María, padeció en la cruz y resucitó». La respuesta es afirmativa: en la Eucaristía, la
carne de Cristo «no es otra que la que nació de María y padeció en la cruz y resucitó del sepulcro». Esta
afirmación se prueba acudiendo al poder milagroso de Dios: las species nos muestran una cosa, pero por la fe
creemos otra.
La presencia de Cristo tiene lugar en virtud de una mutación interior del pan y del vino, que se convierten
(transferatur) en el cuerpo y la sangre de Cristo por la palabra. La sustancia del pan y del vino se cambia
(commutatur) de forma eficaz interiormente en la carne y la sangre de Cristo, de tal modo que después de la
consagración se cree que está presente la verdadera carne y sangre de Cristo. Cuando Pascasio afirma que en
la Eucaristía está presente la verdadera carne de Cristo, la que nació de María, padeció y resucitó, ¿lo
entiende de forma cafarnaítica (comer la carne humana histórica de Cristo)? Para Pascasio, en la Eucaristia
se encuentra la misma carne que nació de María, pero in mysterio, spiritualiter, es decir, no podemos comer
a Cristo con los dientes; su cuerpo está escondido bajo la figura de pan, de la misma manera que la muerte de
Cristo, ocurrida una sola vez de forma visible, se reitera (iteratur) místicamente en la Eucaristia. En este
sacramento se encuentra la vera et ipsa caro Christi, pero in mysterio. Si viéramos la carne de Cristo, ya no
estaríamos en el plano de la fe ni del misterio, sino del milagro.
Algunos teólogos seguidores de san Agustín criticaron a Pascasio, sosteniendo que la Eucaristia es ante todo
misterio, que la presencia de Cristo es real pero no material, que el pan y el vino son una representación del
cuerpo místico de Cristo. Rábano Mauro (+856), que fue abad de la abadía benedictina de Fulda y luego
arzobispo de Maguncia, fue el primero en oponerse al realismo de Pascasio. Una identidad pura y simple
entre el cuerpo histórico y el eucarístico sería inaceptable e implicaría la reiteración de la muerte de Cristo.
En la misma línea intervino Godescalco de Orbais, que fue monje en Fulda y en Corbie, condenado a cárcel
(848) por su teoría de la doble predestinación (al Paraíso o al Infierno), criticando el excesivo realismo de
Pascasio.
c) Ratramno de Corbie
Ratramno (+875) fue discípulo de Pascasio y, como él, monje en Corbie. En el año 859 escribió una obra
titulada De corpore et sanguine Christi, que dedicó al rey Carlos el Calvo (+877).
A propósito de la Eucaristía, Ratramno se hace una doble pregunta:
i) en ella ¿ocurre todo abiertamente o bajo el velo de los signos?; y,
ii) ¿tenemos en la Eucaristía el mismo cuerpo que nació de María, murió y resucitó, o se trata de otro
diferente?
Hay que advertir que Ratramno utiliza un concepto de verdad diferente del de Pascasio. Para Ratramno,
verdad es sinónimo de manifiesta demonstratio o de nuda et aperta significatio. Verdad es lo que perciben
los sentidos, lo que no está cubierto por el velo. En la Eucaristía una cosa es lo que se ve (la figura de pan) y
otra el cuerpo de Cristo, que no se ve. La fe recae precisamente sobre lo que no se ve.
Hay una gran diferencia entre el cuerpo que padeció y la sangre que derramó en la cruz y este cuerpo, que,
como misterio de la pasión de Cristo, es celebrado a diario por los fieles, y asimismo la sangre, que los fieles
comulgan como misterio de aquella sangre con la que se redimió el mundo todo. Pues este pan y esta bebida
son el cuerpo y la sangre de Cristo no desde el punto de vista sensible, sino en cuanto espiritualmente
suministran la sustancia de la vida.
d) Conclusión
Pascasio subrayaba la identidad real entre el cuerpo eucarístico de Cristo y su cuerpo histórico, destacando
el hecho de la presencia del Cristo histórico en la Eucaristía en perjuicio del carácter sacramental de dicha
presencia. Ratramno, por el contrario, afirmaba que el cuerpo eucarístico de Cristo no puede ser idéntico al
histórico y su presencia hay que entenderla en un sentido más bien simbólico y espiritual. Las posturas de
Pascasio y Ratramno no se radicalizaron y pueden considerarse, en rigor, legítimas y «católicas», con
matices diferentes: el primero subraya la presencia más fisicista y el segundo más espiritualista, aunque
ninguno llegue a negar la otra respectiva. El problema vendrá cuando Berengario lea a Ratramno más
radicalmente.
La controversia entre Pascasio y Ratramno se originó, en gran parte, por la falta de una terminología
depurada. En muchos casos, ambos autores están diciendo lo mismo: ninguno de los dos admite que el
cuerpo y la sangre de Cristo puedan ser percibidos por los sentidos; ambos confiesan que están presentes en
la Eucaristía in mysterio; es decir, que Cristo está presente en la Eucaristía de forma invisible.
Lo que les separa es una diferente concepción de la verdad: mientras, para Pascasio, veritas es igual a
realitas; para Ratramno, veritas es sólo aquello que se percibe con los sentidos. Donde se equivoca
Ratramno es en la conclusión que saca: el cuerpo de Cristo en la Eucaristía es invisible, luego es otro y no el
mismo de Palestina. Más exacta es la conclusión de Pascasio: es el mismo, pero en forma diferente.
4.3. La segunda controversia eucarística (s. XI)
a) Berengario de Tours
Berengario (c.1000-1088). En 1047 Berengario escribió una carta sobre sus opiniones eucarísticas a
Lanfranco de Pavía, director de la escuela monástica de Bec, en Normandia (escuela donde se habían
formado autores como San Anselmo, Ivo de Chartres y el futuro papa Alejandro II).
En septiembre de 1050 fue condenado de nuevo en un Sínodo celebrado en Vercelli, añadiendo a la
condenación las doctrinas de Ratramno. En 1054 fue absuelto en un sínodo celebrado en Tours, después de
haber pronunciado una genérica profesión de fe. El cardenal legado pontificio que presidía el sínodo,
Ildebrando de Soana (futuro papa Gregorio VII) lo invitó a Roma a disculparse ante el papa Nicolás II.
Berengario aceptó y en sínodo celebrado en Letrán (1059) pronunció una profesión de fe que había
preparado el cardenal Humberto de Silvacandida. Al volver a Francia, volvió también a su herejía.
En el 1066 el abad Lanfranco (posteriormente arzobispo de Canterbury desde el 1070) escribió contra
Berengario un Libellus de Sacramento Corporis et Sanguinis Domini. Berengario respondió con su obra De
sacra Coena contra Lanfrancum, compendio de toda su herejía.
Ildebrando de Soana, convertido ya en el papa Gregorio VII desde 1073, llamó a Roma a Berengario, que
había recibido nuevas condenaciones en diversos sínodos (Poitiers, 1076; Digione, 1077), y fue de nuevo
solemnemente excomulgado en un concilio celebrado en Letrán el 11 de enero de 1079. En ese sínodo, sin
embargo, se invitó a Berengario a proclamar una nueva profesión de fe; cosa que hizo, siendo readmitido al
seno de la Iglesia.
De regreso de nuevo a Francia, volvió a profesar su herejía y en un escrito de 1080 declaró que la profesión
de fe de 1079 la había hecho bajo presión. Después de nuevas condenas y nuevas retractaciones, Berengario
se retiró a Tours, donde murió el 6 de enero de 1088.
Berengario niega la conversión verdadera del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y entiende la
presencia de Cristo a modo de «empanación» (impanatio): el pan permanece, sin que su sustancia se
convierta o destruya, pues, -entiende Berengario- antes de la conversión de una cosa en otra es necesario que
ésta no exista todavía, lo que no ocurre en la Eucaristía:
Consta que todo lo que es consagrado, todo lo que es bendecido por Dios, no es deshecho, no es eliminado,
no es destruido, sino que permanece y es llevado a lo que no era.
Respecto a la presencia real de Cristo, parece que Berengario no la negaba antes de 1059, aunque la
explicaba en clave de empanación y no por la conversión de la sustancia del pan y del vino en el Cuerpo y
Sangre. A partir de esa fecha, su pensamiento tiende a negar que en la Eucaristía pueda estar presente el
cuerpo histórico de Cristo. Para Berengario el pan y el vino no cambian de sustancian, y representan sólo in
figura el cuerpo y la sangre de Cristo, que se encuentra en ellos presente sólo de forma espiritual e
inteligible. El pan y el vino son sólo un símbolo de Jesús: por la comunión el alma se nutre con el recuerdo
de Jesús.
En su obra de 1066, Lanfranco ya había reprochado a Berengario no haber comprendido a los Padres que
citaba, especialmente Ambrosio y Agustín: Berengario, en efecto, se limitaba a destacar las afirmaciones de
carácter simbólico, silenciando las realistas. Todos los pasajes de los Padres que hablan de figura o símbolo,
en relación con la Eucaristía, los leía Berengario literalmente, pero no de acuerdo con el contenido que tenían
los términos en la época de los padres. En el siglo XI decir «símbolo» era decir precisamente lo contrario de
«realidad», mientras que en los padres, «símbolo» es sinónimo de «presencia real velada».
b) Intervención del magisterio
La controversia suscitada por Berengario provocó una fuerte reacción en la Iglesia, tanto en el magisterio
como entre los fieles, y condicionó fuertemente la doctrina y la espiritualidad eucarística de los siglos
siguientes.
c) Conclusión
Fue la herejía de Berengario la que suscitó el estudio profundo del misterio eucarístico y el punto de partida
de un brillante período dogmático.
5. Las grandes síntesis de la escolástica sobre la Eucaristía
El siglo XII fue un siglo de consolidación de la doctrina adquirida y preparación de la gran síntesis del siglo
XIII. En esta época, todos los teólogos tienen que escribir sobre la Eucaristía, respondiendo, principalmente,
a la herejía de Berengario. También las colecciones canónicas asumen la doctrina eucarística, desde la de
Burchard de Worms hasta el Decreto de Graciano.
La piedad popular se concentra en la presencia real del cuerpo y de la sangre de Cristo, como reacción a las
tesis de Berengario. En los monasterios de Bec y de Cluny, se introducen algunos signos: la genuflexión
delante de la presencia eucarística de Cristo; el incienso, en el momento de la consagración y de la reserva;
se enciende una lámpara ante las especies consagradas, reservadas en el sagrario; se realiza la elevación,
después de la consagración, inicialmente sólo del Cuerpo, después también del cáliz; se va consolidando un
lenguaje que desembocará en la terminología de la transustanciación.
El término transustanciación aparece por vez primera en las Sentencias de Rolando de Bandinelli (futuro
papa Alejandro III). Después de él, se irá utilizando para designar la conversión del pan y del vino
(transformación), considerando dicha conversión como un cambio de sustancia (transustanciación).
5.1. Teólogos del siglo XII
a) Hugo de san Victor
Hugo desarrolla la dimensión sacramental de la Eucaristía y combate la concepción puramente simbólica de
Berengario, combinando perfectamente la realidad y la significación sacramental.
Aquí hay tres cosas en una; en la primera (la especie de pan) encontramos un signo de la segunda; en la
segunda (el cuerpo real), la causa de la tercera (la virtud y la eficacia), en la tercera se manifiesta la virtud de
la segunda; en la segunda, la verdad de la primera; y estas tres cosas son una y constituyen un solo
sacramento.
En Hugo de san Victor se encuentra ya esbozada la distinción que luego se hará clásica: sacramentum
(signo), res et sacramentum (cuerpo de Cristo) y res (eficacia o gracia del sacramento).
Sobre la conversión del pan y del vino en el cuerpo y sangre, precisa que «no se debe entender como unión,
sino como transición», es decir, como el paso de una realidad a otra.
Por las palabras de la santificación, la verdadera sustancia del pan y del vino se convierte (convertitur) en el
cuerpo y la sangre de Cristo, quedando sólo las especies de pan y vino y pasando la sustancia a la otra
sustancia. La conversión no hay que entenderla como unión, sino como transición.
b) Pedro Lombardo - El Grande.
Su doctrina eucarística se encuentra en el libro IV de las Sentencias. Pedro afirma sin ambages que sobre el
altar está el verdadero cuerpo y sangre de Cristo:
Por estos y otros muchos [testimonios], consta que están en el altar el verdadero cuerpo y sangre de Cristo;
aún más, está Cristo entero en cada una de las especies, y se convierte la sustancia del pan en el cuerpo, y la
sustancia del vino en la sangre.
La afirmación de la presencia real de Cristo, todo y entero, se predica de cada una de las especies. La
conversión es de la sustancia: la sustancia del pan en el cuerpo, la sustancia del vino en la sangre. La
conversión es sustancial, no accidental. El término transustanciación es el que mejor expresa esta conversión:
se da un tránsito de sustancia a sustancia, mientras permanecen las mismas propiedades.
c) Conclusiones sobre la teología eucarística en el s. XII
Fruto de la sistematización de este siglo, se encuentran asentados los siguientes puntos:
i) el cuerpo eucarístico de Cristo es su mismo cuerpo histórico;
ii) se debe distinguir entre las especies perceptibles por los sentidos y el cuerpo de Cristo presente
bajo las mismas;
iii) Cristo está presente en la Eucaristía por la conversión del pan y del vino en su cuerpo y sangre;
iv) esta conversión, llamada ya transustanciación, es el paso de la sustancia del pan y del vino a la
sustancia del cuerpo y de la sangre de Cristo;
v) la presencia de Cristo es, al mismo tiempo, corporal (no en sentido cafarnaítico) y sacramental
(no en el sentido meramente simbólico); y,
vi) Cristo está presente bajo las especies y, por tanto, debe ser adorado.
Hay también otras cuestiones, que son objeto de discusión. Se plantea la cuestión de la digestión del cuerpo
de Cristo por parte del comulgante y la duración de su presencia en el estómago. Hugo de san Victor ofrece
una precisión a este respecto: «Cristo está corporalmente contigo, pero cuando los sentidos no distinguen ya
las especies, deja de existir la presencia corporal, para mantener la espiritual». La misma explicación
ofrecerá Inocencio III.
Se plantea también el problema de la comunión de los indignos. Rolando Bandinelli afirma a este propósito
que tienen la manducación corporal, pero carecen de manducación espiritual, pues no reciben beneficio
alguno. La misma distinción se encuentra en Pedro Lombardo, que ya se apoyaba en san Agustín.
Respecto a la fracción del pan, se preguntan si Cristo se rompe con ella. La solución de Pedro Lombardo
tendrá eco en épocas posteriores: el cuerpo se rompe sacramentalmente en la especie (pan y vino), pero no en
la sustancia.
5.2. Las síntesis eucarísticas de los siglos XIII y XIV
a) Santo Tomás de Aquino (+1274)
Santo Tomás vincula el sacrificio eucarístico al sacrificio de la cruz. La Eucaristía es sacrificio por dos
motivos:
i) porque en ella se ofrece algo: «Este sacramento es, al mismo tiempo, sacrificio y sacramento: tiene la
razón de sacrificio, en cuanto que se ofrece, y la razón de sacramento, en cuanto que se recibe»; y,
ii) porque es representación del sacrificio de la cruz: «Este sacramento se llama sacrificio en cuanto que
representa la pasión misma de Cristo».
Tomás sigue la tradición de ver el carácter sacrificial de la Eucaristía por su relación con la cruz, aunque
todavía no explique el concepto de representación en el sentido fuerte que cobrará en Trento.
Donde destaca principalmente la teología eucarística de Santo Tomás es a propósito de la presencia real y de
la transustanciación.
En virtud de las palabras de la consagración se hace presente el mismo cuerpo que nació de María, sufrió en
la cruz y está en el cielo, haciéndose presente en las especies de pan y de vino, en las que antes no estaba.
A esta conversión es a lo que la Iglesia llama «transustanciación». En la transustanciación permanece todo lo
que pertenece al campo de los accidentes. Las dimensiones accidentales son lo que permiten a la sustancia
del cuerpo de Cristo una nueva locación no natural, sino sobrenatural. Cristo está en el sacramento per
modum substantiae, es decir, no locativamente, como está una cosa física en otra; ni con presencia
definitiva, como la que tiene el alma en el cuerpo, sino al modo como una sustancia está presente en sus
dimensiones accidentales.
La sustancia, aunque no ocupa lugar, dice relación con los accidentes que la localizan. En la Eucaristía es la
sustancia del cuerpo de Cristo la que está donde están los accidentes de pan; la sustancia del cuerpo de Cristo
está en un lugar concreto en virtud de las dimensiones del pan, pero no está ocupando un lugar ni sufre la
acción o pasión que proporcionan los accidentes:
El cuerpo de Cristo no está en este sacramento como en un lugar, sino per modum substantiae, de la manera
como la sustancia está en sus dimensiones. Pues en este sacramento la sustancia del cuerpo de Cristo sucede
a la sustancia de pan, y así como la sustancia de pan no estaba en sus dimensiones ocupando un lugar
(localiter), sino per modum substantiae, así tampoco la sustancia del cuerpo de Cristo. Pero la sustancia del
cuerpo de Cristo no es sujeto de inhesión de tales dimensiones como lo era la sustancia de pan. Y así la
sustancia de pan, en virtud de sus dimensiones, estaba allí, puesto que decía relación al lugar mediante sus
propias dimensiones, mientras que la sustancia del cuerpo de Cristo dice relación al lugar mediante las
dimensiones ajenas
En síntesis, la mayor aportación de santo Tomás es la calificación de la presencia real como presencia per
modum substantiae. Con esa fórmula se depura toda concepción cafarnaítica y sensual de la presencia. Se
explica también que la corrupción de las especies no signifique la corrupción del cuerpo de Cristo, si bien
éste deja de estar presente cuando las especies no son ya perceptibles.
b) Duns Scoto (+1308)
Con Scoto se acentúa la tendencia a distinguir el sacrificio eucarístico del de la cruz. La Eucaristía es
sacrificio, principalmente, porque es oblación hecha por la Iglesia y aceptada por Dios, de la víctima presente
en el altar. Es preciso que se dé esta oblación por parte de la Iglesia para que haya sacrificio. Cristo está
presente en el sagrario, pero sólo cuando la Iglesia lo ofrece podemos hablar de sacrificio eucarístico.
Scoto acentúa la distinción entre la oblación que Cristo hizo en la cruz y la oblación que la Iglesia hace en la
Eucaristía, olvidando el carácter de la misma como conmemoración de la cruz. Para Scoto, además, no es
Cristo el que ofrece inmediatamente en la Eucaristía, sino que ofrece, más bien, de forma virtual, pues fue él
mismo quien mandó que se ofreciera: si fuera Cristo el sacrificador inmediato de la Eucaristía, la celebración
de ésta equivaldría a la pasión de Cristo.
Coincide con santo Tomás en que la transustanciación es un misterio que trasciende las mutaciones que
conocemos en este mundo; sólo Dios la puede realizar. A diferencia de santo Tomás, dice que la
transustanciación no se puede deducir sin más de las palabras de Cristo, independientemente de la tradición y
de la enseñanza de la Iglesia. Es significativo que para Scoto la consustanciación (empanación) sea, de suyo,
más razonable, de modo que sólo por la autoridad de la Iglesia se ha de rechazar.
c) Guillermo de Ockham (+1349)
Ockham mantiene la doctrina de la transustanciación por la autoridad de la Iglesia, si bien está convencido
de que la consustanciación es más razonable. No admite la distinción real entre la sustancia y el accidente
quantitas, es decir, las cosas son en tanto tienen una dimensión (quantitas); se abre, así, paso una concepción
materialista o fisicista de la sustancia. Aplicado al misterio eucarístico esto implica dos cosas:
i) Cristo está de manera circunscriptiva, es decir, con unas dimensiones («cantidad») concretas, sólo
en el cielo; o sea, en el cielo es donde Cristo se encuentra según su propia cantidad (extensión);
ii) en la Eucaristía, sin embargo, Cristo está delimitado localmente, pero sin ubicación dimensional o
limitación espacial (como el alma en el cuerpo, con una presencia definitiva).
De la misma forma que Dios está en todas partes, así también el cuerpo de Cristo puede estarlo. La
multilocación del cuerpo de Cristo en la eucaristía se explica recurriendo a la omnipotencia divina.
En Ockham se puede ver ya una preparación de la doctrina eucarística de Lutero. Ockham acepta la
transustanciación sólo por obediencia a la autoridad de la Iglesia, pero considera más lógica la
consustanciación, como luego hará Lutero.
Por lo que se refiere a la conversión eucarística, no la entiende como implicación del verbo ser («esto es mi
cuerpo»), sino como una exigencia de ubicación («el cuerpo de Cristo está ahí»). El problema fundamental
para Ochkam será el de la localización de Cristo en la Eucaristía.
6. El Magisterio eucarístico en la Edad Media
6.1. Lotario de Segni (Inocencio III)
a) El autor y su obra
Lotario de Segni, futuro papa Inocencio III (1198-1216), destacó siendo ya cardenal por su celo eucarístico.
Antes de ser elegido papa inició la redacción de su tratado sobre la Eucaristía, obra con la que quería salir al
paso de los errores de Berengario y de ciertas sectas heréticas que declaraban la inutilidad de los sacramentos
(entre ellos, el de la eucaristía): valdenses, cátaros, albigenses, etc.
b) Doctrina eucarística
Inocencio III ofrece ya una terminología precisa referida al misterio eucarístico. En la Eucaristía se han de
distinguir tres realidades: la forma visible, la verdad del cuerpo y la eficacia espiritual:
Es necesario, no obstante, hacer una distinción precisa entre los tres aspectos que se deben discernir en este
sacramento, esto es, la forma visible, la verdad corpórea y la potencia espiritual; o lo que es lo mismo, la
forma del pan y del vino, la verdad de la carne y la sangre, la potencia de la unidad y de la caridad. La
primera es sacramento y no realidad; la segunda es sacramento y realidad; la tercera es realidad, pero no
sacramento. La primera es sacramento de una realidad doble; la tercera es realidad de un doble sacramento;
la segunda es sacramento de la una y realidad de la otra.
La formulación de Inocencio III recoge, prácticamente, las afirmaciones de Hugo de san Victor. Su
precisión terminológica pasarán al magisterio de la Iglesia por medio del Símbolo de Fe que redactó para el
Concilio IV de Letrán (1215).
Sobre la transustanciación, ofrece el testimonio, no del uso del sustantivo, sino de una forma verbal, a partir
de la cual se explica el misterio que luego será designado con ese término:
La carne y la sangre no se forman materialmente del pan y del vino, sino que la materia del pan y del vino se
cambia en la sustancia de la carne y de la sangre; ni se añade nada al cuerpo, sino que se transustancia en el
cuerpo (transsubstantiatur in corpus).
6.2. El Concilio IV de Letrán (1215)
a) Reseña histórica
Concilio convocado por el papa Inocencio III dos años antes de su celebración. A él fueron invitados tanto
obispos de oriente como de occidente; sólo faltaron los griegos del patriarcado de Constantinopla. Se
desarrolló en tres sesiones: el 11, 20 y 30 de noviembre. El resultado fue la promulgación de 70 capítulos,
que pasaron en gran parte a las compilationes (colecciones canónicas de la época). Respecto al origen,
debates y desarrollo del concilio, no contamos con las fuentes, aunque sabemos que se convocó
fundamentalmente para promover la recuperación de Tierra Santa y la reforma de la Iglesia.
Las resoluciones del concilio son eminentemente prácticas, con gran sentido realista, marcado por la
preocupación de no decretar nada que no fuese practicable. A este concilio se debe la obligación de confesar
y comulgar al menos una vez al año, por Pascua (c.21); que se custodie la Eucaristía y el santo crisma en los
templos bajo llave (c.20).
6.3. La Fiesta del Corpus Christi
a) Florecimiento de la piedad eucarística
La liturgia del Corpus Christi es una consecuencia del pensamiento eucarístico en el siglo XIII. En el siglo
anterior, desde Cluny, se habían introducido signos y gestos específicos de adoración eucarística: la
genuflexión, la elevación después de la consagración, el uso del incienso, etc. El Concilio IV de Letrán
había decretado, además, que la reserva eucarística se custodiase bajo llave. El sagrario va ocupando mayor
protagonismo en el espacio celebrativo, condicionando también la disposición interior de los templos. A este
período debemos abundantes relatos de milagros eucarísticos, que revelan una piedad popular deseosa de
«ver» para «adorar» (cf. infra Apéndice 3: «Primeros milagros eucarísticos»).
b) Institución de la Fiesta del Corpus Christi
La primera procesión eucarística tuvo lugar en Canterbury, siendo arzobispo Lanfranco, el Domingo de
Ramos de 1085: dos sacerdotes llevaban el tabernáculo con el cuerpo de Cristo. En el siglo XIII comienza la
adoración de la Eucaristía fuera de la Misa, a partir, sobre todo, de la institución de la fiesta del Corpus
Christi, instituida para la Iglesia universal por Urbano IV, en Orvieto, con la Bula Transiturus (11.10.1264).
La fiesta fue fijada para el jueves posterior al primer domingo de Pentecostés.
Santo Tomás de Aquino fue el encargado de componer el oficio litúrgico. Para esta ocasión compuso himnos
como Lauda Sion Salvatorem, el Adoro te devote y, según algunos, también el Pange lingua.
El decreto de Urbano IV representó la conclusión de un proceso iniciado un año antes en Lieja, ciudad
eucarística por excelencia gracias a autores como Raterio de Verona, que fue obispo de la ciudad, Erigerio de
Lobbes, Adelmanno o Algerio de Lieja. Hacia el año 1247, la monja agustina Sor Juliana de Mont Cornillon
(+1258), mirando la luna, observa que una parte permanece oscura e interpreta este hecho como la carencia,
entre las fiestas cristianas, de una dedicada al Santísimo Sacramento. De ahí nació en Lieja la costumbre de
celebrar todos los años una fiesta con la procesión del Sacramento, que para el año 1252 ya se había
extendido a todos los Paises Bajos.
La visión de Sor Juliana y el posterior milagro de Bolsena (cf. infra Apéndice 3), ocurrido el 19 de junio de
1263, indujeron al papa Urbano IV (que quince años antes, siendo archidiácono de Lieja conoció la visión de
sor Juliana) a instituir la fiesta para toda la Iglesia. A partir del siglo XIV se iniciará también la costumbre de
la exposición sacramental.
6.4. El Concilio de Florencia (1439)
El concilio de Ferrara-Florencia tuvo que plantearse de nuevo el problema de la unión. El intento de unión
de Lyon II no había alcanzado los logros previstos. La doctrina eucarística se encuentra, sobre todo, en el
Decreto Pro armenis (1439), donde se indica lo que los armenios deben creer y practicar para estar en
comunión con la Iglesia. La doctrina sacramental está tomada prácticamente de santo Tomás. No recoge, sin
embargo, afirmaciones del Aquinate como sub speciebus quae remanent sine subiecto, sino simplemente
sub especie panis.
Como en el caso de los demás sacramentos, el Concilio, a propósito de la eucaristía, define la materia, la
forma y los efectos. La materia es pan de trigo y el vino de vid, con un poco de agua. Se explica, además, la
razón de la mezcla del agua. La forma son las palabras con las que Cristo instituyó la Eucaristía. Y los
efectos la unión del alma con Cristo y el aumento de gracia.
PRIMEROS MILAGROS EUCARÍSTICOS
1. Lanciano. Es el primer milagro eucarístico relatado en la historia. Sucedió hacia el 750 en la Iglesia de
san Legonciano, regentada por monjes basilianos huidos de Oriente durante la lucha iconoclasta. Después de
la consagración, efectuada por un sacerdote poco convencido, el pan y el vino de la Misa se convirtieron en
carne y sangre humanas.
2. Trani. Al final del siglo XI una mujer judía realizó una comunión sacrílega y se llevó a casa la forma
consagrada poniéndola a freir en una sartén; la forma se convirtió en carne sangrante; dos fragmentos se
conservan todavía en un relicario de la catedral.
3. Braine. Ciudad al nordoeste de Francia, entre Soissons y Reims, donde en el 1153 Jesús se apareció al
sacerdote en la forma consagrada por el sacerdote en la Misa.
4. Ferrara. El 28 de marzo de 1171, en la Basílica de Santa María in Vado, durante la Misa de Pascua, de la
Sagrada Forma partida brotó un chorro de sangre que manchó la pared de la capilla, como se ve todavía hoy.
5. Alatri. En 1228 un joven escondió una forma consagrada para hacer un conjuro amoroso, pero después de
tres días vió que se había transformado en carne. Una reliquia se conserva en la catedral.
6. Florencia. El 30 de diciembre de 1230, en la iglesia de san Ambrosio, algunas gotas del vino consagrado
que permanecieron en el cáliz, se transformaron en sangre coagulada.
7. Bolsena. A fines de junio de 1263, un sacerdote bohemio, Pedro de Praga, dudoso de la presencia real de
Cristo en la Eucaristía, durante una peregrinación a Roma, celebró en la iglesia de santa Cristina en Bolsena,
y durante la consagración, de la forma partida brotó sangre que manchó el corporal y el pavimento. El
primero, llevado procesionalmente a Orvieto, donde residía el papa Urbano IV, se conserva desde entonces
en la catedral (construida a propósito para custodiarlo); las manchas de sangre sobre el pavimento se ven en
la iglesia de Bolsena. El milagro ofreció la ocasión al papa para extender a toda la Iglesia la fiesta del Corpus
Christi.
LA INICIACIÓN CRISTIANA EN LA REFORMA Y EN EL CONCILIO DE TRENTO
1. La celebración de la Iniciación cristiana antes de Trento
Durante todo el siglo XVI proliferan los rituales del Bautismo. Se presentan a veces por separado,
sentenciado la separación entre bautismo y confirmación, iniciada a finales de la Edad Media.
El Concilio de Trento -sobre todo en la sesión de 1562- elaboró una larguísima lista de abusos: poquísima
participación de los fieles en la comunión, la superstición, la avaricia, el comercio con la repetición de misas
y sus estipendios, la multiplicación de misas “devocionales” por los vivos o los difuntos -sobre todo por los
sacerdotes llamados «altaristas»-, las «misas privadas» (se designaba así a las misas en las que sólo
comulgaba el sacerdote), las «misas secas» (celebraciones de la palabra con un único canon), énfasis en el
culto eucarístico con menosprecio de la celebración, etc.
No obstante, aún admitiendo los abusos que sobre la celebración de la misa tenían lugar en esta época, el
determinante fundamental de la crisis más profunda tiene su raíz en los principios fundamentales de la
Reforma.
Los reformadores consideraron la reserva eucarística y el culto como idolatría y una innovación no querida
por el Nuevo Testamento. Trento recogerá las tres negaciones de los reformadores:
i) que no permanece la presencia de Cristo después de la celebración: «non remanere»;
ii) que no hay que adorarle («non esse adorandum»);
iii) que no hay que conservarlo («non esse reservandum»).
Las peticiones de los reformadores eran en parte razonables, dada la situación penosa en que se encontraba la
práctica eucarística de su tiempo. En la actualidad, vemos cómo algunos de esos puntos han sido llevados a
efecto por el Vaticano II. Sin embargo, lo que era inadmisible en los reformadores era la justificación
teológica subyacente, una comprensión errónea de la presencia de Cristo.
2. La Iniciación cristiana en los reformadores del siglo XVI
En rasgos generales, la teología de la Reforma se caracteriza por una doble línea:
i) retorno al Evangelio, entendido como afirmación absoluta de la trascendencia de Dios, de la
gratuidad de la salvación y de la justificación por la fe; y,
ii) protesta contra las “desviaciones” romanas.
2.1. Lutero
a) Bautismo y Confirmación
De 1517 a 1523, Lutero polemiza con Roma y subraya la eficacia de la fe en los sacramentos. De una
manera general, aplica al bautismo el principio central de la fe justificante, entendida en el sentido de fe-
confianza.
Desde 1523, el debate de Lutero respecto al bautismo se desarrolla ante los anabaptistas, grupo protestante
que mandaba rebautizar por considerar inútil el bautismo administrado antes del uso de razón. De la tesis
luterana de que sólo la fe justifica, los anabaptistas sacaron la conclusión de rebautizar si el primer bautismo
se había recibido sin fe. Este razonamiento se aplicaba particularmente a los niños, incapaces de conciencia,
y, por tanto, de fe. A esta posición extrema, Lutero se opone en dos obras, en las que precisa su pensamiento
afirmando sin equívocos el realismo sacramental: el libro A dos pastores y los Catecismos de 1529.
Lutero mantiene la validez y la práctica del bautismo de los niños, porque ellas «salvaguardan de la mejor y
más expresiva manera la absoluta gratuidad de la salvación, la independencia de la gracia divina, en relación
a todo comportamiento humano, y la noción más pura del sacramentopromesa».
Respecto a la Confirmación, Lutero niega que sea un sacramento, pues, según entiende, no hay ningún texto
de la Escritura en que se afirme su institución por parte de Cristo:
Por nuestra parte, los sacramentos que buscamos son los divinamente instituidos y no vemos por qué motivo
haya que encuadrar entre ellos a la confirmación. Lo primero que se requiere para la constitución de un
sacramento es la palabra de la promesa divina, en virtud de la cual se ejercite la fe. Ahora bien, en ningún
pasaje leemos que Cristo pronunciase esta promesa a propósito de la confirmación, pese a que él mismo
impusiera las manos a muchos.
Si la confirmación existe en la Iglesia romana es «para que los obispos tengan algo que hacer». El único
reconocimiento que merece es el de un mero rito: «basta con que la confirmación se acepte en calidad de rito
eclesiástico, de una ceremonia sacramental similar a la de consagrar el agua u otros objetos».
b) Eucaristía
Primer período: fe tradicional. Lutero (1483-1546) comenzó confesando la fe tradicional en la Eucaristía.
En 1517, Lutero había lanzado su primer desafío a la Iglesia católica en el tema de las indulgencias, clavando
95 tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg (31.10.1517). No obstante, en su Sermón sobre
la digna preparación para recibir el sacramento eucarístico (1518) y en su Sermón sobre el sacramento
sublime del santo y verdadero cuerpo de Cristo y sobre las cofradías (1519) mantiene la doctrina
tradicional.
En sus Conversaciones de mesa (1529-1533) describe sus impresiones cuando celebró la primera Misa:
Cuando celebré la primera misa en Erfurt, al leer las palabras «Te ofrezco a ti, Dios vivo y verdadero», me
asusté tanto, que a punto estuve de abandonar el altar; y lo hubiera hecho de no haberme retenido mi
preceptor. Y es que pensaba: «¿quién es con el que estás hablando?» Desde entonces siempre celebré la misa
con terror estremecido y agradezco a Dios que me haya librado de todo eso.
En 1519, Lutero fue excomulgado por el papa León X. Es a partir de 1520, en su Sermón sobre el Nuevo
Testamento y, sobre todo, en su Sobre la cautividad babilónica de la Iglesia, cuando se separa de la doctrina
hasta entonces profesada.
Segundo período: ruptura con la Iglesia católica. En su De captivitate Lutero habla de las tres cautividades
babilónicas a las que el papado ha sometido a la Iglesia:
i) privar a los laicos de la comunión bajo las dos especies;
ii) imponer la doctrina de la transustanciación y de la permanencia de los accidentes sin sujeto; y,
iii) considerar la misa como una obra buena, como un sacrificio.
Respecto a la primera cautividad, Lutero da la razón a los bohemios y defiende que todos los laicos tienen
derecho a la integridad de la Eucaristía, prohibida no por la Iglesia, sino por los tiranos de la Iglesia. El error
doctrinal de este punto está en considerar que sólo bajo las dos especies se da Cristo íntegro: