San Francisco de Asis
San Francisco de Asis
San Francisco de Asis
Fray Tomás de Celano fue el primero que escribió por allá en el año 1229 la Vida
de San Francisco. Él había vivido varios años con el Santo, asistió a su
canonización, y por orden expresa del Sumo Pontífice Gregorio IX, escribió: La
Vida de San Francisco.
Fray Tomás de Celano advierte que todos los datos que él narra, los vio, o los oyó
él mismo, y que los supo, o por haberlos presenciado o porque se los contaron
personas muy serias.
Su segundo biógrafo fue San Buenaventura, que nació unos pocos años antes de
morir San Francisco, y siendo niño fue curado milagrosamente de una gravísima
enfermedad al rezarle al santo. San Buenaventura entró de Franciscano unos 12
años después de la muerte de San Francisco, y llegó a ser Superior General de
los Franciscanos. Se propuso interrogar a los que habían vivido con el santo y así
supo muchos datos interesantes que luego escribió en: La Vida de San Francisco
del año 1266.
Lo que aquí narramos en éste libro, está tomado según el orden cronológico, de
lo que afirman Fray Tomás de Celano y San Buenaventura.
CAPÍTULO 1
INFANCIA Y JUVENTUD
Asís
Asís es una pequeña ciudad en el centro de Italia. Es muy antigua. Está situada
en el costado de una colina. Existía ya 45 años antes de Cristo, y allá nació el
gran poeta Propercio, 40 años antes de nuestra era. La evangelizó un Discípulo
de San Pedro y después tuvo el honor de tener como predicadores a San
Victorino, que murió mártir, y a San Rufino, que fue su Patrono principal.
Un Sueño
Hoy existe en Asís una pequeña capilla con este letrero en la puerta “En esta
capilla que antes fue una pesebrera donde comían el Asno y el Buey, nació
Francisco de Asís, admiración del mundo”.
El Bautismo
Nuestro Santo fue bautizado el 26 septiembre del año 1182 en la Catedral de San
Rufino en Asís. Dicen que solo tenía pocos días de nacido, y le pusieron por
nombre Juan.
Dicen también las más antiguas biografías, que después del bautismo llegó otro
misterioso peregrino, y que hizo una señal de la Cruz sobre la cabeza del niño y
dijo: “Cuídenlo mucho, que el Demonio no logre vencerlo, porque está destinado
para grandes obras por la salvación del mundo”.
Cambio de Nombre
La Niñez
Cuentan los autores que el ambiente moral era bastante malo en aquel tiempo y
que los muchachos se volvían corrompidos demasiado pronto. Pero la mamá
doña Pica cuidaba tan esmeradamente a su hijo, que Francisco logró crecer sano
de cuerpo y sano en el alma, sin vicios especiales, ni malas costumbres.
Negociante
El Papá, don Pedro, encaminó a su hijo mayor Francisco hacia el oficio del
negocio. Lo puso a vender en su almacén de paños, y bien pronto el muchacho
resultó mejor vendedor que el mismo Papá, que era muy hábil negociante.
Cuentan que los paisanos decían: “Le heredó al Papá la agilidad para saber
vender. Lo único que no le heredó fue la tacañería. El Papá es demasiado tenido
para dar y el Hijo es demasiado exagerado para regalar”.
Muchacho Fiestero
Francisco no era como su Padre, un italiano del norte, ahorrador y sobrio, cuyo
mayor gusto era amontonar riquezas. Francisco tenía sangre del sur de Francia,
donde la gente es fiestera y gastadora, y amiga de darse gusto y placeres con su
dinero.
Se dice que hasta se consiguió un disfraz de payaso para hacerlos reír en sus
reuniones bochinchosas. Gastaba montones de dinero del negocio de su Padre, y
hacía sufrir angustias a su Madre por tanta vida de parranda. Y mientras tanto
ella suspiraba y decía: “Yo espero que un día deje de ser tan locato y coja juicio y
se arregle, y empiece a agradar a Nuestro Señor”.
Sus amigos sabían que Francisco era extraordinariamente alegre, pero también
supremamente respetuoso con las Mujeres. Cuando alguno se ponía a charlar de
temas sexuales e impuros, él cumplía lo que aconseja la Sagrada Biblia, “Si oyes
hablar de temas que no debes escuchar, tienes que hacer una cara tan seria, que
parezca que vas a llorar”. Así lo hacía, y el otro se daba cuenta de que le
disgustaba el tema, y cambiaba de conversación.
Ninguna Mujer de Asís ni de ninguna otra ciudad pudo decir que Francisco le
hubiera faltado jamás en lo más mínimo al respeto. Por lo contrario, ellas se
admiraban del comportamiento inmensamente respetuoso que este alegre Joven
tenía con todas las Mujeres.
Muchas veces sucedía que estando almorzando le avisaban que algunos de sus
amigos querían hablarle y sin más dejaba la comida y se iba a atenderlos. Los
alimentos se quedaban allí porque el ya no volvía más a la mesa.
Sus Preferidos
Para Francisco sus preferidos fueron siempre los pobres. Él era muy gastador
con sus amigos, pero también generoso con los pobres. No era de esos que sacan
una monedita para darle a un menesteroso y gastan muchos billetes para costear
una fiesta. Se hacía este razonamiento: Yo soy muy gastador con mis amigos que
muchas veces lo más que me darán será un “muchas gracias”, y cuanto más
generoso deberé ser para con los pobres, si el Libro Santo dice que “El que da al
pobre le presta a Dios, y Él le recompensará ”. Proverbios 19, 17. Le impresionaba
profundamente una frase que en ese tiempo se repetía mucho en los sermones y
en la catequesis; “Dios devolverá multiplicado por cien lo que se regala a los
pobres”. Marcos 10, 30.
Pero lo que más lo movía a ser generoso en ayudar a los necesitados, era aquella
promesa de Jesús de que en el día del juicio colocará a su derecha para la
salvación a quienes fueron generosos con los pobres y les dirá: “Todo el bien que
le habéis hecho a uno de estos, mis humildes hermanos, aunque sea el más
pequeño, lo recibo como si me lo hubierais hecho a Mí mismo”. Mateo 25, 40
Mamá, la Señora Pica, le había repetido muchas veces la frase de Jesús: “Les
aseguro que el que regale un vaso de agua en mi Nombre, no se quedará sin
premio ni recompensa” Marcos 9, 41. Francisco era un hábil negociante y quería
conseguir ganancias no sólo para esta vida, sino también para la otra, y se
propuso dar muchos “vasos de agua” para conseguir también muchas
recompensas.
El Desprecio a un Pobre
Pero después de que pasó el barullo de las ventas, se puso a meditar y decirse a
sí mismo; ¡Ajá! Con que, si ese cristiano hubiera venido en nombre del Conde tal
a pedirme un favor, sí se lo habría hecho. Y vino a pedirme en “Nombre de Dios” y
no le quise ayudar. Si hubiera venido en Nombre del Señor Duque a pedirme
algún préstamo, yo le hubiera prestado con mucho gusto, como vivo haciéndoles
préstamos a mis amigos. Y vino en Nombre del Creador de Cielos y Tierra , y
sabiendo que el que le presta al pobre le presta a Dios, no le quise ayudar. Y
suspiró de tristeza.
San Buenaventura cuenta que el Joven fue después a buscar al mendigo y le dio
una buena ayuda, y le pidió excusas por lo mal que le había respondido, y que
en adelante jamás le dijo un “No” a quien le pidiera una limosna “Por Amor de
Dios”.
San Buenaventura narra también otro hecho especial. Por aquellos tiempos en
Asís a un Hombre Joven le dio una locura mística y recorría las calles gritando.
Pero cada vez que se encontraba con Francisco extendía su manto ante sus pies
y repetía “Paz y Bien”, “Paz y Bien”. Y sucedió que apenas Francisco se convirtió,
al loco se le fue la locura, y en adelante el lema de nuestro Santo fue siempre ese
mismo: “Paz y Bien”.
Su Amor por la Naturaleza
Uno de sus mayores gozos era salir por los campos a contemplar la naturaleza.
El verdor de la vegetación lo atraía enormemente. Los colores de las flores le
fascinaban. El cantar de las Aves y el murmullo de las aguas al correr por el valle
le encantaban. Y se quedaba como extasiado contemplando las bellezas de la
naturaleza. Él tuvo la suerte de nacer y vivir en un país, (Italia) donde los
paisajes de la naturaleza son supremamente hermosos.
Podía repetir con el Salmista: “Yahvé, Señor nuestro, qué admirable es tu Nombre
en toda la tierra. Al ver tu Cielo, hechura de tus dedos, la Luna y las Estrellas que
pusiste, ¿qué es el Hombre para que te acuerdes de él, el hijo de Adán para que de
él cuides tanto? Apenas inferior a un dios lo hiciste, coronándolo de gloria y
esplendor; Señor lo hiciste de las obras de tus manos, todo lo pusiste bajo sus
pies”. Salmo 8
CAPÍTULO 2
GUERRERO Y PRISIONERO
Aquellos años del 1200 eran tiempos de mucha guerra. El rey Federico
Barbarroja guerreaba contra el Pontífice de Roma. Los italianos guerreaban
contra los alemanes. Y cada ciudad guerreaba con sus ciudades vecinas.
En Asís había un Gobernador Alemán y este se ausentó por unas semanas para
ir a consultar a sus superiores, y los habitantes de Asís aprovecharon esta
ausencia para destruir por completo el Castillo del Gobernador, y construir unas
murallas de defensa alrededor de su ciudad.
En tiempos ordinarios no trabajaban en albañilería sino los pobres, los que la
gente llamaba “Menores”, pero en esta ocasión se hicieron albañiles hasta los
más ricos, para que las murallas estuvieran hechas rápidamente. Y allí,
colocando piedras aprendió Francisco la albañilería, lo cual le iba a ser muy
provechoso para cuando tuviera que construir después la Iglesia de San Damián.
Francisco tenía 17 años. Y las murallas que entonces construyeron, existen
todavía y son la admiración de los turistas.
Durante toda su vida tendrá como propósito “Disfrazar las penas con una
muralla de sonrisas”. “Las angustias por dentro, y en cambio por fuera siempre
contento y alegre”.
En el año 1203 hicieron un Tratado de Paz, las ciudades de Asís y Perugia y los
prisioneros fueron puestos en libertad. Ellos al volver a sus casas alababan a
Francisco como un verdadero Campeón de la Alegría, como un gran fomentador
de la unión y de la paz, y un apóstol del optimismo y de la sana esperanza.
Un Desadaptado Aceptado
Francisco, el que más tarde logrará volver manso a un lobo feroz, ya desde ahora
conseguía hacer amables a los hombres de cáscara muy amarga. Fue un regalo
que recibió del cielo; lograr que los que con él trataban fueran adquiriendo la
mansedumbre de Jesús.
Francisco: Guerrero
Francisco se mandó hacer el más lujoso uniforme de capitán que le fue posible.
En ese tiempo el militar tenía que conseguirse su propio uniforme. Y él, que era
muy rico, aprovechó para conseguirse el uniforme más costoso y vistoso de la
ciudad.
Cambio Heroico
Pero sucedió que por las calles se encontró con un amigo suyo muy pobre que
estaba triste porque apenas había logrado conseguir un uniforme muy poco
hermoso y que no atraía la atención. Entonces Francisco le regaló su lujoso
uniforme y se vistió con el feíto uniforme del pobre. ¡Ya empezaba a ser capaz de
renunciar al lujo en el vestir!
Cambio de Capitán
Pero al llegar a la ciudad de Espoleto tuvo un Sueño muy Especial. Sintió una
fuerte fiebre y oyó una voz que le preguntaba: Francisco, ¿A dónde te diriges?, y él
respondió; “a la capital a ofrecerme al comandante como combatiente
voluntario”.
Y la voz del cielo le volvió a preguntar: ¿Y no te parece que sería mejor dedicarte a
servir al Jefe Supremo, más bien que dedicarte a servir a uno que apenas es un
subalterno?
Al amanecer ensilló su caballo y se volvió hacia Asís, pero ahora los uniformes
militares no le parecían ya atractivos sino como algo lleno de vanidad.
Cuenta Fray Celano que al pasar por la ciudad de Foligno, Francisco vendió su
hermoso caballo y el uniforme militar y se compró una sencilla mulita y un traje
de paisano bastante pobre. ¡Empezaba a renunciar a algunas vanidades del
mundo!
La Mamá se puso muy contenta al verlo llegar otra vez, sin heridas, ni peligros.
El Papá no se emocionó mucho, pues venía sin honores, ni condecoraciones. Pero
su regreso a casa fue motivo de verdadera alegría.
Al volver a Asís siente Francisco un gran impulso interior a dedicarse a una vida
de soledad y de meditación.
Pero sus antiguos amigos no lo dejan solo. Saben que es rico y gastador, y que en
su alegre compañía se pasan horas muy sabrosas.
Por eso siempre vienen a casa a buscarlo y unas veces lo invitan a comer y beber,
y otras veces es él quien los invita. Y las fiestas se suceden unas a otras muy
frecuentemente.
CAPÍTULO 3
UN DESPERTAR DE LO MATERIAL A LO ESPIRITUAL
Francisco padeció entonces una enfermedad que lo tuvo por varias semanas en
cama y que lo dejó muy débil. Mientras convalecía y se reponía de sus males,
tuvo muchas horas para analizar su vida pasada y pensar en la vida futura. Le
parecía que había malgastado tontamente su juventud y que ahora ya había
llegado el tiempo de tomar la vida un poco más en serio. Lo que antes tanto le
emocionaba: lujos, orgullo, honores, riquezas, goces mundanales, ahora ya le
atraían mucho menos. Y lo que antes casi se le antojaba como caprichos de
ancianos o debilidades de mujeres y niños, lo espiritual, lo religioso, lo
sobrenatural, ahora empezaba a atraerle y entusiasmarle. Pero todavía no se
atrevía a dar un paso definitivo.
Salía a dar paseos por el campo para volver a fortalecer sus pulmones debilitados
por la enfermedad, y cada vez admiraba más y más la sabiduría y el poder de
Dios en la creación. Tenía una sensibilidad exquisita y un arte formidable para
comprender las bellezas de la creación. Y eso lo llevaba instintivamente a irse
enamorando poco a poco del Creador. Hasta que Dios dispuso darle un empujón
definitivo.
Fue por allá en el año 1205. Francisco ya no buscaba mucho a sus amigos, pero
éstos sí lo buscaban mucho a él. ¡Era tan agradable su trato y tan generosa su
cartera para atenderlos!
Después de la cena, hicieron lo que siempre hacían: salir por las calles a pasear
cantando alegremente. ¡Los italianos son muy artistas para el canto! Tanto que
los exagerados dicen: “En Italia cuando alguien le pisa la cola a un gato, él le
entona inmediatamente el Himno Nacional”.
Todos paseaban alegres, y Francisco se fue quedando un poco atrás hasta que se
quedó totalmente solo. Y entonces se puso en comunicación con lo sobrenatural.
En la soledad de aquella noche, en esa calle solitaria, nuestro Señor vino a
visitarlo. De un momento a otro, el corazón de nuestro Joven, hastiado ya de lo
mundano y de lo sensual, empezó a sentir un cariño y un amor tan grande hacia
lo espiritual y lo sobrenatural, que jamás hubiera pensado poder sentir tanto
goce en esta tierra. Yo estaba tan emocionado por lo sobrenatural “decía más
tarde” que, si en ese momento me hubieran golpeado hasta despedazarme, no
habría sentido nada. ¡Tan entusiasmado estaba por lo espiritual!
Aquello duró unos minutos, hasta que lo volvió en sí el grito de uno de sus
amigos que se había vuelto y que le decía sacudiéndolo: “Eh, Francisco, ¿estás
soñando despierto?, ¿es que estás planeando tomar esposa?
CAPÍTULO 4
EL PRINCIPIO DE LA CONVERSIÓN
Dios prometió por medio de un profeta: “Llevaré el alma a la soledad y allí le
hablaré”. Eso fue lo que hizo con Francisco al empezar su conversión.
La primera había sido cuando iba a la guerra y fue invitado a dedicarse a servir
no a un general que es un empleado inferior, sino al Rey de reyes, que es Dios.
De tanto dar vueltas por el monte Subasio, al fin encontró nuestro Joven una
cueva solitaria, que en tiempos antiguos había servido para sepultar muertos, y
allí vio que era el sitio ideal para poder rezar tranquilo y apartado de todos.
Francisco que por naturaleza era muy comunicativo, le contó a uno de sus
Jóvenes amigos que allá en esa cueva hallaba mucha paz y tranquilidad. El otro
empezó a acompañarlo, pero solo le permitía entrar con él hasta la entrada de la
cueva, y esperarlo allí.
Al salir de aquella cueva, alguna vez traía los ojos brillantes de alegría y al
Compañero que le preguntaba la causa de tanto gozo, le respondió: “Es que he
sabido de un tesoro que se le concederá al que venda todo lo que tiene y se
arriesgue a conseguirlo”, (Mateo 13, 44).
Otras veces salía de la cueva, pálido y tembloroso. Su Compañero (que después
fue Franciscano y narró a los otros religiosos todos estos datos), lo oía suspirar y
llorar allá adentro en el silencio y la oscuridad; es que sentía tanta tristeza de
haber ofendido tanto al buen Dios, y sentía tan gran temor de volverlo a ofender
otra vez en el futuro, que no podía menos que dedicarse a llorar y a temblar.
Pero a las pocas semanas la gente del pueblo, (que vivía murmurando y
criticándolo porque en vez de irse a la guerra se había dedicado a ser un
rezandero), empezó a verlo totalmente alegre y transformado. Ahora su alegría no
era la bullanguera parranda de la vida anterior, sino un gozo inmenso que sentía
en su alma y del cual quería contagiar a los demás.
San Pablo dice que algunos de los regalos que el Espíritu Santo les concede a
quienes se esmeran por serle fieles son: “Amor, Alegría, Paz, Bondad y
Amabilidad” (Gálatas 5, 22). Estos regalos le fueron dados por Dios con gran
generosidad a Francisco de Asís desde los primeros días de su conversión.
Desde aquel tiempo se propuso cumplir lo que manda el libro de los Proverbios:
“No niegues un favor a quien lo necesita, si en tu mano está el poder hacerlo”
(Proverbios 3,17). Su propósito firme era no dejar sin ayuda al necesitado que le
pidiera algo por Amor de Dios.
Muchas veces le sucedía que ya había dado todo el dinero que llevaba, y se
encontraba con un pobre que le pedía una limosna y entonces se quitaba la
camisa o el calzado y se lo regalaba. Mamá Pica veía todo esto y alababa a Dios
en el silencio de su corazón.
La frase de la Biblia que más lo empujaba a ayudar a los pobre s era aquella de
Jesús: “Todo el bien que hicisteis a los demás, aunque haya sido al más humilde,
lo recibo como si me lo hubieran hecho a mí mismo” (Mateo 25,40).
Otra frase que le impresionaba muy profundamente era aquella del Libro de los
Proverbios: “El que regala al Pobre le presta a Dios, y Dios le recompensará”
(Proverbios 19,17). Como buen hijo de comerciante, Francisco quería depositar
sus bienes en las manos que mejores dividendos y ganancias le proporcionaran,
y ¿qué mejor pagador que el mismo Dios que se compromete a considerar como
un préstamo hecho a Él mismo cualquier ayuda que le demos a un pobre? Esto
lo entusiasmaba cada día más y más por la limosna y por la ayuda a los pobres.
El libro del Eclesiástico dice: “Cuando repartas tus limosnas, no acompañes tus
ayudas con regaños, sino más bien, acostúmbrate a regalar con amabilidad”
(Eclesiástico 4,8). Esto se propuso hacer nuestro Joven convertido. Se acercaba a
los pobres: les preguntaba cómo se llamaban y luego a cada uno lo llamaba por
su propio nombre. Les preguntaba por su salud y por sus buenos deseos, y
permitía que le contaran sus penas y angustias. Y con una sonrisa amable les
hablaba como amigo sincero.
Mamá Pica aprobaba en silencio todo esto. No decía nada, pero como “el que
calla aprueba”, con esta complacencia silenciosa estaba ella también realizando
sus ideales de repartir sus bienes entre los pobres. Esta Santa Madre es
considerada como una verdadera promotora de la santidad y de la generosidad
de nuestro santo.
El Papá, don Pedro Bernardone, estaba ausente desde hacía bastantes meses,
importando telas finas desde el exterior, y consiguiendo clientes para vender muy
bien en el interior del país. Así que Francisco gozaba de bastante libertad para
dedicarse a sus buenas obras.
Entonces se le ocurrió una idea: irse a Roma donde nadie lo conocía, y allá hacer
de pordiosero por unos días. Llegó a la Iglesia de San Pedro y allí le rogó a un
pobre que le aceptara cambiar sus harapos de mendigo por la ropa elegante de
comerciante y así lo obtuvo. Y mezclado con otros pordioseros estuvo pidiendo
“una limosna por el amor de Dios”, en aquellas gradas del templo. Llegada la
hora de la comida se reunió con los demás mendigos y allí con buen apetito
comió en una olla común con todos los demás, entre los olores pestilentes de
harapos sucios, ¡él que estaba tan acostumbrado a comer en una mesa elegante
y muy bien servida!
CAPÍTULO 5
FRANCISCO Y EL LEPROSO
En aquél tiempo corrían entre las gentes muchas piadosas historias antiguas que
narraban cómo algunas personas por atender a algún leproso muy re pugnante y
llevarlo a un hospital, se encontraban después con que aquel leproso era nada
menos que Jesucristo disfrazado de enfermo, que desaparecía después de darle
las gracias al generoso y ayudador, y le prometía muchas ayudas celestiales.
Tentación y Remedio
Por el camino que nuestro Joven recorría para ir a la cueva de Subasio a rezar,
se encontraba casi todos los días con una viejecita enormemente encorvada y tan
fea que casi parecía un monstruo. Y de pronto Francisco se le entró en la cabeza
que, si él seguía haciendo penitencias y ayunando, se iba a volver tan feo como
aquella horrible vieja. Empezó a sentir un miedo tan especial y a llenarse de
deseos de abandonar aquella vida de penitencia. Pero afortunadamente consultó
con su buen amigo Guido, el Obispo de la ciudad, y la tentación se le fue.
Y un día en que iba por el camino hacia Foligno, rezando y meditando, de pronto
su caballo se detuvo con una brusca sacudida. Allí en el camino había un
horroroso enfermo de lepra que extendía hacia él sus manos carcomidas,
pidiendo una limosna. El primer impulso de Francisco fue salir huyendo. Su
sangre se le encrespó y el asco le llegaba hasta el cuello ahogándolo.
Pero en aquél momento recordó las palabras de Jesús “Todo el bien que hacéis a
los demás, aunque sea el más humilde, a mí me lo hacen”. Y le vinieron muy
claras a su mente las palabras oídas poco antes en la oración: “Francisco; si
quieres agradarme tienes que negarte a ti mismo. Tienes que empezar a quemar
las vanidades que has adorado, y empezar a amar lo que va contra tu sensualidad
y que te produce asco y antipatía. Si así lo haces, yo hare que lo inconveniente que
antes tanto te atraía y te gustaba, ahora empiece a no agradarte, y que empieces a
sentir verdadero gusto por lo que va contra tu sensualidad”.
Y en ese momento empezaron a cumplirse en él las palabras del Señor: “haré que
empieces a sentir verdadero gusto por lo que va contra tu sensualidad”. Empezó a
sentir una dicha y una dulzura tan grandes que le parecía que la felicidad
inundaba totalmente todo su ser. Jamás había creído sentir tanta felicidad aquí
en la tierra. Las dulzuras de todas las mieles de la tierra no eran tan agradables
como aquello que sentía en su alma, y los perfumes de todas las flores no
alcanzaban a proporcionarle un aroma tan agradable como el que sentía en su
corazón. Aquello le parecía un éxtasis, un gozo de paraíso.
Años después, cuando ya esté moribundo dirá: “En aquél momento, sentí la
mayor dulzura en el alma y en el cuerpo”. Fue aquel un día grande para toda su
vida y siempre lo consideró después como un paso decisivo hacia su conversión.
Así lograba Francisco la más difícil victoria, que consiste en vencerse a sí mismo.
Ahora se cumplirá en él lo que dice el Libro de los Proverbios: “El que se domina
a sí mismo, vale más que el que domina una ciudad” (Proverbios 16,32).
CAPÍTULO 6
FRANCISCO RESTAURADOR DE IGLESIAS
Cuando nuestro Santo escribió su Testamento, dejo este recuerdo: Siempre sentí
enorme aprecio por los templos donde está Nuestro Señor en la Eucaristía. Por
eso cuando en mis viajes divisaba la torre del templo de un pueblo, me
arrodillaba y decía; “Te Adoramos oh Cristo y te bendecimos en esta y en todas
las Iglesias de la Tierra, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo”. “Y
además Nuestro Señor me concedió tanta fe y tan gran respeto por los
Sacerdotes, que, aunque yo tuviera tanta sabiduría como Salomón, si me
encontrara con el más pobrecito Sacerdote del mundo, lo consideraría superior a
mí”. Esto demuestra qué gran aprecio tenía nuestro santo por los Templos y por
los Sacerdotes.
Un día en que Francisco viajaba por los campos, meditando, se puso a decirle a
Nuestro Señor aquella oración de la Biblia: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?”, y
de un momento a otro se encontró con una pobre Iglesia bastante abandonada.
Se llamaba la Iglesia de San Damián. Entró allí y se puso a rezar ante un
crucifijo que estaba en el altar. La oración que decía era esta: “Señor, llena de tu
luz las oscuridades de mi alma, y enséñame siempre a hacer Tu Santa
Voluntad”. Y en ese momento oyó que Dios le hablaba.
Es la tercera vez que le habla Nuestro Señor. La primera, cuando iba hacia la
guerra y oyó que le decía la voz del cielo: ¿por qué dedicarte a servir al empleado,
en vez de dedicarte al Señor de los Señores?; la segunda cuando, antes del
encuentro con el leproso, lo invitó Dios a preferir lo que va contra la sensualidad.
Y esta es la tercera vez. Oyó que el Crucifijo le decía: “Francisco, Francisco,
tienes que reparar mi Iglesia que está en peligro de desplomarse y caer a tierra”.
San Buenaventura dice que desde este día fue tan grande el amor de Francisco
hacia el Cristo Crucificado, que cada vez que recordaba sus sufrimientos en la
Cruz por salvarnos, derramaba lágrimas de emoción y de gratitud.
Nuestro Joven corrió a su casa a buscar con qué comprar los materiales para la
reparación de aquella Iglesita en ruinas. Su Padre no estaba en Asís y la Mamá
nunca se oponía a sus generosidades. Así que llegando al almacén empacó dos
bultos de las mejores telas que allí había y los cargó sobre un caballo y se fue al
cercano pueblo de Foligno en donde estaban en ferias, y a donde ya había ido
con su Padre varias veces.
En pocas horas vendió todas las telas y vendió también el caballo. Con el
producto de esas ventas recorrió a pie los diez kilómetros y se vino donde el
anciano capellán de San Damián a darle todo aquél dinero. El Sacerdote se
quedó aterrado. ¡No! Él no podía recibir tanto dinero de un muchacho que
ciertamente no sobresalía por ser demasiado prudente. Además, no quería
echarse de enemigo a su Padre Bernardone, que era de temperamento bastante
violento.
Francisco Ermitaño
En la antigüedad se llamaba Ermitaño al religioso que se iba a vivir a sitios
apartados, y despoblados. Y se llamaba “Ermita” una Iglesia en un sitio
deshabitado.
A los pocos días regresó Pedro Bernardone a la ciudad y al saber que su hijo
había vendido las mejores telas del almacén y hasta su propio caballo para
reedificar la Iglesia de San Damián, se dirigió hacia allá vibrante de cólera y de
emoción. Al hijo no lo logró encontrar, pero el Padre Capellán le mostró en el
hueco de una ventana todo el dinero conseguido por Francisco en la venta de las
telas y el animal, y el mercader regresó tranquilo a su casa con el dinero.
Un amigo le traía los alimentos que Mamá Pica le enviaba a escondidas. Nadie
más sabía dónde estaba escondido.
Parece que su tema preferido para meditar en aquellos días era el Evangelio y la
Carta de San Pablo a los romanos, especialmente el bellísimo capítulo 8 de dicha
Carta donde se recomienda: “No vivan según la carne, sino según el Espíritu. Si
vives según la carne, perecerás, pero si vives según el Espíritu, tendrás Vida
Eterna”, (Romanos 6,23) O como también dice San Pablo: Si lo que busco es
agradar a la gente, ya no seré siervo de Cristo. (Gálatas 1,10)
CAPÍTULO 7
CÓMO FRANCISCO FUE CREIDO LOCO Y ENCERRADO
Fue en abril de 1207. Nuestro Joven sintió como una gracia o ayuda de Dios que
lo impulsaba a presentarse valeroso ante su Padre y ante sus paisanos. Y salió
de la cueva y se dirigió hacia Asís.
Le costaba andar. Había ayunado mucho y se había dedicado a fuertes
penitencias. Su espíritu era fuerte, pero su cuerpo se encontraba débil. Estaba
flaco, pálido, demacrado y ojeroso. Y así entró en Asís.
Desde una ventana, alguien gritó: “Un loco”. La gente salió a la calle y empezaron
a rodearlo con curiosidad. Los muchachos se dedicaron a hacerle burlas y a
lanzarle piedras. Él no se conmovía. Le parecía que el ridículo es un muñeco que
parece terrible pero que no merece tenerle miedo.
Y pronto el gentío pasó por frente al almacén y Pedro vio con horror que el tal
loco era nada menos que su hijo mayor, su hijo Francisco. Como una fiera saltó
del mostrador, y con su fuerza de campeón se abrió paso a empellones en medio
de la multitud, y agarrándolo de los hombros al Joven, lo libró de esa chusma
loca y lo hizo entrar a empujones a su casa. El hombre estallaba de ira, de
vergüenza y de desencanto. Jamás se había imaginado semejante humillación
para su familia.
Francisco dirá más tarde: “Mi Padre me amaba con un amor muy materialista y
terrenal”.
Lo primero que hizo Bernardone fue ir ante el alcalde y las autoridades civiles de
la ciudad de Asís a pedirles que mandaran a su hijo a que se presentara ante
ellos y que luego lo obligaran a volver a la Casa Paterna.
Entonces el Papá fue ante el Señor Obispo a pedir que con su autoridad hiciera
comparecer ante él a Francisco. Monseñor Guido mandó llamar a Francisco, el
cual obedeció con gusto porque amaba mucho al buen pastor.
Mientras entregaba el vestido exclamó delante de toda la gente que estaba allí
presenciando la demanda del Padre contra el Hijo: “Hasta hoy llamaba Padre a
Pedro Bernardone. De hoy en adelante llamaré Padre, solamente al Padre Nuestro
que está en el Cielo”. La gente se emocionó enormemente ante esta escena
inesperada.
Francisco salió de Asís y se fue a Gubbio. Pero al atravesar una montaña lo atacó
un grupo de bandoleros. Al grito de ¿Quién es usted? él respondió: “Soy el
mensajero del Gran Rey”. Los ladrones no entendieron lo que les decía. Lo
esculcaron, y al ver que no llevaba ningún dinero, lo echaron en un hoyo
profundo, y allí lo dejaron abandonado entre la nieve. Él con grandes esfuerzos
logró salirse de allí y prosiguió alegre su camino, contento de poder sufrir todas
estas penalidades por amor a Cristo Jesús.
Pero así a medio vestir y a medio comer no debía vivir. Entonces como dice su
primer biógrafo: “No movido por disgusto, sino por la necesidad”, se arrodillo ante
el superior del convento y le dio gracias por las atenciones que le habían
proporcionado y le pidió permiso para marcharse y se fue a Gubbio, el pueblo
siguiente.
Más tarde cuando Francisco sea ya un hombre famoso, el superior del convento
lo buscará y le pedirá perdón por haberlo tratado tan duramente como a un
mendigo indeseable. Ojalá que este superior hubiera recordado entonces lo que
dejó escrito el fundador de su comunidad, San Benito, “A cada huésped y
visitante hay que tratarle con tanto cariño y respeto como si fuera el mismo Cristo ”.
Cuando años más tarde el Benedictino fue a pedirle excusas a San Francisco,
este respondió: “Pocas veces en mi vida he tenido días tan felices como aquellos
que pasé en San Verecundo”. Así son los Santos, mientras más mal, los tratan, y
más los humillan, más se alegran, porque saben que se están asemejando mejor
a Jesucristo Nuestro Señor.
Y decía con emoción: Yo he trabajado con mis manos, y quiero seguir trabajando,
y quiero firmemente que los hermanos trabajen honestamente. Hermanos, como
peregrinos en este mundo, sirvamos al Señor con pobreza y humildad.
Y a los curiosos que venían sólo a mirar, Francisco les decía sonriendo: “Ánimo,
necesitamos gente buena que nos eche una mano, pues c on sólo mirar no crecen
las obras”, y ellos se arremangaban y ayudaban.
Un día llegó un grupo de alegres muchachas, y él, en vez de los piropos que
antes les decía, exclamó entusiasmado: “Un día, en esta Santa Casa vivirán unas
mujeres muy santas”. Entre ellas estaba la futura Santa Clara, la cual 45 años
después, cuando ya tenga 60, recordará con emoción esas Palabras Proféticas
dichas por aquel Joven que empezaba a hacerse Santo.
Con frecuencia también, y haciendo las cosas más humildes, se iba por Asís con
una escoba que él mismo se había hecho, barriendo las Iglesias y dejándolas
coquetonas.
En 1225 el Poverello de Asís compuso allí el estupendo Cántico del Hermano Sol,
y sus restos mortales pasaron por aquí para dar el último adiós a Clara y a sus
Monjas. En 1240 Santa Clara defendió este lugar de un asalto de los Sarracenos.
CAPÍTULO 8
FRANCISCO MENDIGANDO EL PAN
Y así fue que aquel día, después de trabajar toda la mañana en la reconstrucción
de San Damián, a medio día, a la hora del almuerzo, se fue de casa en casa con
una olla vieja en la mano mendigando y diciendo y diciendo, “Por favor, un poco
de alimento, por Amor de Dios”.
Un Momento de Vergüenza
Pero un día al acercarse a una casa a pedir el aceite vio allí en alegre reunión a
sus antiguos compañeros de fiestas y de parrandas, y por un momento sintió
vergüenza de presentarse ante ellos vestido como un pordiosero y se fue por otra
calle. Más a la mitad de la cuadra se puso a pensar: ¿Y es que me va a dar
vergüenza ser pobre, si mi jefe Jesucristo fue más pobre que yo? ¿Es que le voy a
dar gusto a mi orgullo? Y se volvió y entró al sitio donde estaban los otros
reunidos. Allí les pidió de limosna un poco de aceite para la lámpara de la Iglesia
y después de que se lo hubieron regalado, pidió perdón públicamente por
haberse avergonzado por unos momentos de aparecer pobre. Aquellos hombres
se quedaron admirados.
Don Pedro Bernardone sentía enorme disgusto al ver a su hijo mendigando por
las calles y vestido como un pordiosero. Y aunque era un señor que tenía
cualidades y era estimado en la ciudad, cuando se encontraba con Francisco le
echaba unas maldiciones tremendas para ver si a base de miedo lograba alejarlo
de esa vida de pobreza total. Él creía que para ser importante había que tener
mucho dinero y vestir con elegancia. Francisco lo excusaba diciendo: El Espíritu
Santo no lo había iluminado todavía acerca de esto, y sigue pensando cómo el
mundo. Pero no lo hace por maldad, sino por equivocación.
El Hermano Burlón
Otro día el que se dispuso a ofenderlo fue su hermano menor llamado Ángel. En
pleno invierno, a cero grados, vio llegar al pobre Francisco a una Iglesia, tiritando
de frio, vestido únicamente con su sencilla túnica que abrigaba poquísimo. El
hermano rico le mandó preguntar burlonamente por medio de un amigo: ¿me
quiere vender una gota, del sudor que está derramando? Y el santo le respondió:
dígale que no se la puedo vender porque ya le he vendido todo mi sudor a
Jesucristo Nuestro Señor que paga muy bien. Después comentaba: no lo hacen
por malos, sino porque piensan todavía como el mundo no como Dios. Un día
pensarán mejor.
Todo esto le sucedía, porque Francisco se quedó en Asís. Le hubiera sido más
fácil haberse ido a vivir a otro lugar, donde nadie lo conociera y lo dejaran vivir
en paz su nueva vida… Pero se quedó en Asís.
Los antiguos amigos hablaban de él, y había división de opiniones con respecto
al comportamiento de Francisco. Unos decían; está loco, viste con ropa vieja…
Otros decían; no entiendo por qué hay que tomarse las cosas tan a la tremenda,
pues hasta come las sobras que le dan… Naturalmente que la mayor parte de las
gentes que antes respetaban al hijo del rico comerciante, se carcajeaban de su
idealismo, pero luego se ponían muy serios, y se marchaban a trabajar en sus
oficios…
La Porciúncula
Esta Iglesita tenía una leyenda que circulaba de boca e n boca en Asís y según la
cual, por estar tan apartada entre el bosque y tan alejada del cuidado y de la
presencia de la gente, era empleada por los Ángeles para celebrar allá grandes, y
bellísimas, y muy Santas fiestas, frecuentemente. Por eso la llamaban la Iglesia
de Santa María de los Ángeles.
Pertenecía a los Padres Benedictinos del Monte Subasio en Asís, pero ellos no
podían atenderla y le dieron permiso a Francisco para repararla. Se dedicó a
acumular materiales: ladrillo, cal, arena, etc. Y luego a buscar voluntarios que le
ayudaran. Pero como quedaba un poco alejada de la cuidad era más difícil que
los obreros vinieran en sus horas libres para ayudarle gratuitamente. Sin
embargo, poco a poco los muros y el techo fueron quedando renovados y
hermosos.
Al principio Francisco seguía viviendo en San Damián, pero poco a poco se fue
enamorando de aquel sitio de la Porciúncula porque allí había tres atractivos que
le emocionaban: La Soledad, para poder hablar más fácilmente con Dios; El
Bosque, para poder observar y admirar cada vez más la naturaleza con todas sus
maravillas, y Los Pobres, pues allí cerca estaba el hospital de llaguientos
desamparados a donde tanto le agradaba ir a ayudar y a consolar e instruir. Y
donde tanto lo amaban.
Vida Bosqueril
El 24 de febrero de 1209 era la fiesta del Apóstol San Matías y la Iglesia Católica
mandaba leer en la Santa Misa de ése día el Capítulo 10 del Evangelio de San
Mateo de los versos 7 al 13 donde dice: Id y proclamad que ha llegado el reino de
los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad
demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis. No os procuréis en la faja oro, plata
ni cobre; ni tampoco alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni
bastón; bien merece el obrero su sustento. Cuando entréis en una ciudad o
aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os
vayáis. Al entrar en una casa, saludadla con la paz; si la casa se lo merece,
vuestra paz vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a vosotros.
En su Testamento dice: Aquel día Nuestro Señor me reveló que yo debía vivir
según lo manda el Evangelio, y que en adelante mi saludo debería ser; “el Señor te
dé la paz”.
Así quedaba vestido como se vestían los obreros más pobres de ese tiempo, y así
obedecía a lo que Jesús aconsejaba en su evangelio. Así vestirá toda su vida.
Ahora comprendió también que su oficio no era reparar Templos Materiales, sino
irse a por todo el mundo anunciando el Reino de Dios, para reparar la Iglesia
Católica.
Desde ese día cambió su actividad de ser Constructor y empezó a ser Misionero.
CAPÍTULO 9
SUS PRIMEROS DISCÍPULOS
Bernardo le pidió a Francisco que le aconsejara qué debía hacer para hacerse
santo y él le respondió: Abramos el Evangelio al azar, y lo que allí salga de
primero, eso es lo que Dios dice que hay que hacer.
Con esto entendió Bernardo que lo que Dios quería era que él repartiera sus
bienes a los pobres y se dispusiera a vivir pobre como Jesús y como Francisco. Y
se propuso obedecer ese mandato de Nuestro Señor. Vendió todo lo que tenía en
su gran almacén y repartió todo ese dinero entre los enfermos abandonados, y
las viudas pobres y los sin empleo y los que estaban pasando grave necesidad y
se quedó pobre como Jesucristo que no tenía ni siquiera una piedra para reclinar
la cabeza.
Y una vocación muy simpática que le envió el buen Dios fue la del Joven Gil, que
se le presentó y de rodillas le pidió que lo aceptara como discípulo. El Santo se
dio cuenta de que este Joven llegaría a ser un buen religioso y lo recibió con
mucho cariño y lo presento con gran alegría a sus compañeros. Fray Gil será el
compañero de Francisco en muchos viajes y sus dichos serán famosos en la
historia de su comunidad.
Todos se vistieron como Francisco: con una túnica de la tela más barata, como
se vestían los obreros más pobres de esta época. Y pies descalzos.
Nuestro Santo y sus compañeros dispusieron a salir por los campos a predicar.
Antes de partir para esta su primera misión. Francisco les enseñó cómo tenían
que hablarle a la gente: sus palabras debían ser sumamente sencillas y fáciles de
entender. Sus sermones deberían parecer más bien charlas de amigos que
discursos de oradores famosos. Tratarían de tres temas principalmente: amar
mucho a Dios. Convertirse de la vida de pecado, empezando a comportarse mejor
y amar mucho al prójimo. La paz que anunciáis con palabras, tenedla de un
modo más excelente en vuestros corazones, para que a nadie seáis motivo de ira
ni de escándalos. Y mucho se ha de amar el amor de quien tanto nos ha amado.
Francisco escogió como compañero a Fray Gil que era puro y sencillo como un
Ángel, y se fueron los dos a predicar por campos y pueblos.
La primera noche la pasaron en una cueva, pero no durmieron casi porque toda
la noche Francisco rezaba y Fray Gil lo escuchaba emocionado.
Que hermoso era oír hablar a este hombre que estaba tan emocionado por
Nuestro Señor Jesucristo.
Al día siguiente llegaron al primer pueblo. Francisco reunía a la gente y les decía:
Mis hermanos, hay que amar mucho al buen Dios. Hay que convertirse de la vida
de pecado y empezar una vida santa. Es necesario amar mucho al prójimo .
Y Fray Gil exclamaba luego: queridos hermanos; todo lo que Francisco les ha dicho
es la pura verdad. Por favor, créanle y practiquen l o que les ha aconsejado.
Todos se fueron a predicar y en cada pueblo decían lo que Francisco les había
enseñado: Temed y amad a Dios. Haced penitencia de vuestros pecados. Si
queréis que Dios os perdone vuestras faltas, perdonad a los demás las ofensas
que os hacen. Dichosos los que mueren arrepentidos, infelices los que mueren en
pecado mortal.
Las historias antiguas dicen que Francisco encontró por todas partes casi
extinguido el Amor a Dios y el Temor a ofenderlo. Y él se puso a decirles a las
gentes: que lo que ofrece el mundo son malos deseos de la carne, soberbia del
orgullo y avaricia de poseer bienes materiales, y que esto no nos trae paz, sino
angustia. Y las gentes lo escuchaban con gusto y se convertían.
Francisco tenía un gran temor: que sus pecados no hubieran sido perdonados
por Dios. Por eso se retiraba a sitios solitarios y apartados a orar y a pedir
perdón a Nuestro Señor.
Además de predicar y orar, los caballeros de la Dama Pobreza que habían llegado
a ser Ocho, lavaban las llagas de los Leprosos, arreglaban Ermitas, barrían los
Templos, cortaban Leña, enterraban a los Muertos, remendaban Zapatos, te jían
Cestas, llevaban Agua potable a las casas…
CAPÍTULO 10
EL VIAJE A ROMA
Francisco deseaba que el Reglamento que había redactado para sus frailes fuera
aprobado por el Sumo Pontífice. Por eso dispuso viajar con todos sus
compañeros a la Ciudad Eterna. Además, lo animaba el gran deseo que sentía de
ir a visitar las tumbas de San Pedro y San Pablo en esa ciudad. Desde hacía
bastante tiempo le venía impresionando aquella noticia que trae el libro de los
Hechos de los Apóstoles 5, 32: Entre los primeros discípulos, nadie amaba suyos
a sus bienes, sino que todo lo tenían en común. Y quería ir a colocar bajo la
protección de los Santos Apóstoles ese ideal de vida que él estaba propagando.
Emprendieron el viaje a pie hacia Roma y fue nombrado como jefe de grupo, no
Francisco, sino Bernardo de Quintaval, y a él le obedecían muy sumisame nte
todos los demás. La crónica antigua cuenta, que hicieron el viaje rezando y
cantando alegremente y que en cada sitio a donde llegaban, la Divina Providencia
de Dios les concedía de tal manera la buena voluntad de las gentes, que, sin
llevar dineros ni alimentos, sin embargo, no les faltó nada.
Las gentes les proveyeron de todo lo necesario. A ellos les podría Jesús repetir la
pregunta que hizo a sus discípulos cuando los mandó a misionar sin dinero y sin
provisiones: Cuando los envié a predicar, sin dinero y sin provisiones, ¿les faltó
algo? Y los compañeros de Francisco habrían podido responder lo mismo que los
Apóstoles respondieron a Jesús: Nada nos faltó. Lucas 22, 25.
Buenas Palancas para Llegar a Lo Alto
El Señor Cardenal Juan de San Pablo, se presentó ante el Santo Padre Inocencio
III y le dijo: He encontrado a un hombre justo y virtuoso que desea cumplir a la
letra las enseñanzas del Santo Evangelio. Yo creo que por medio de ese hombre y
de sus compañeros, quiere Dios reformar y llenar de Santidad a toda la Iglesia
Católica.
Ante semejante recomendación, el Sumo Pontífice les concedió la audiencia y así
Francisco y sus compañeros descalzos y vestidos muy pobremente fueron
recibidos por el Vicario de Cristo.
El Papa: me han contado el modo que ustedes tienen de practicar a la letra todas
las enseñanzas del Evangelio, especialmente lo que se refiere a la Pobreza. A mí
me parece que esto les puede llevar a una gran santidad. Pero me pregunto; si
les exigen a sus seguidores este cumplimiento tan exacto y severo, ¿serán ellos
capaces observarlo?
Francisco: Santo Padre, nosotros confiamos plenamente en Nuestro Señor
Jesucristo que ha prometido la Vida Eterna para todos los que cumplan sus
mandamientos, y que seguramente sabrá dar el valor necesario a quienes se
comprometan a cumplir exactamente su Evangelio; nosotros estamos seguros de
que el Padre Celestial que alimenta a las aves del cielo y viste a las flores del
campo, también cuidará paternalmente de los que por amor a su Santo Hijo nos
dediquemos a cumplir los concejos que Él nos dejó acerca de la pobreza .
El Santo Padre sonrió satisfecho y le dijo: todo esto que acaba de decir es
totalmente cierto. Pero lo que sucede es que la criatura humana es muy
inconstante en saber perseverar en sus buenos propósitos de cumplir
exactamente lo que tiene que hacer, y pronto se desanima y empieza a dejar de
practicar lo que había planeado y prometido. Por ahora vayan y dedíquense a
pedirle a Nuestro Señor que les ilumine si estos proyectos que están haciendo
están totalmente de acuerdo con su Santísima Voluntad. Y ya nos veremos en
otra vez.
Francisco proponía que los frailes se ganaran su propio pan con el trabajo de sus
manos y pidiendo limosnas, pero al mismo tiempo pedía permiso para dedicar a
sus religiosos a predicar el evangelio. ¿Cómo podrían al mismo tiempo dedicarse
a estudiar, a predicar; y al mismo tiempo a ganarse el pan con el trabajo? Les
parecía imposible.
El Padre Celano, que escribió la más antigua biografía de San Francisco, dice que
aquella noche tuvo el Papa Inocencio un sueño misterioso. Vio que la basílica de
Roma se iba a derrumbar y que cuando ya estaba para caerse apareció un
hombrecito pobremente vestido y colocando el hombro contra las paredes de la
basílica las enderezó y evitó que se cayera el gran edificio. Y mirando bien
detenidamente, observó el Pontífice que ese hombre era el mismo Francisco de
Asís. Esto era como un aviso del cielo de que este santo hombre iba a traer un
gran fervor a la Iglesia Católica y le iba a impedir que se derrumbara en el vicio y
la impiedad.
Sucedió pues que el Sumo Pontífice bendijo muy complacido a Francisco y a sus
frailes, y les dijo: Vayan por todo el mundo y prediquen a la gente que es
necesario convertirse y hacer penitencia. Y cuenten con la bendición del Vicario
de Cristo. Ellos se despidieron de Roma muy enfervorizados, y llenos de alegría
por la aprobación recibida del Santo Padre y de sus cardenales, y a pie, cantando
y rezando se dirigieron otra vez hacia Asís, que queda a varios días de camino.
Vuelto a Asís, y ya con el permiso del Sumo Pontífice de predicar por todas
partes, Francisco se dedicó a la predicación. Hablaba de una manera sencilla y
fácil, de modo que todo el pueblo le lograba entender: Pero la eficacia de su
palabra era tan grande, que pronto la ciudad de Asís se transformó por completo
y muchos Jóvenes entraron en la Nueva Comunidad.
El Santo obtuvo que los dos partidos políticos de Asís que se combatían muy
fuertemente, hicieran las paces. Y lo mismo logró en varios pueblos de los
alrededores.
Francisco decía: A todos los hombres y mujeres del mundo, el hermano Francisco,
su siervo, les saluda y desea la paz del cielo y la caridad en el Señor. Amemos a
Dios y adorémosle con corazón sencillo y espíritu puro, que eso busca Él por
encima de todo.
Francisco de Superior
Una noche a media noche se oyó en el cobertizo donde vivían los religiosos de
Francisco un grito fuerte: ¡Me muero, Me muero! El Santo corrió a ver de qué se
trataba, y preguntó: ¿Quién es el que se muere? Y un fraile le respondió: “Soy yo,
que me muero de hambre”. Francisco mandó preparar una buena comida para
todos y se reunieron junto al desfallecido, y cenaron sabrosamente, y luego les
dijo: Hermanos, no todos tienen la misma fuerza para ayunar. De ahora en
adelante, los que se sienten débiles no se pongan a ayunar como los muy
robustos. Pues tan desequilibrado es darle demasiado al cuerpo, como no darle lo
necesario, y Dios quiere que vivamos muy contentos y no que nos muramos de
hambre. Y todos alababan a Dios por la bondad de este buen superior que era
tan comprensivo para con los débiles.
Los frailes sentían por su fundador una verdadera veneración llena de santo
afecto y de filial confianza. Él era el centro de aquella fraternal comunidad.
Ningún secreto, tenían para él sus frailes o hermanos en religión. Le revelaban
todos sus sentimientos, aún sus más ocultos pensamientos e impulsos. Le
obedecían con una obediencia tan llena de amor que no sólo cumplían todos sus
mandatos, sino que trataban de leer y adivinar su voluntad hasta en el más
insignificante de sus gestos.
Francisco les decía a sus religiosos que debían luchar fuertemente contra las
tentaciones impuras, y el por su parte cuando le llegaban terribles tentaciones se
metía entre las friísimas aguas del rio en pleno invierno para dominar su carne
rebelde. Su ejemplo les hacía mayor bien a los frailes que sus palabras.
Las grandes personalidades ejercen sobre sus súbditos una fascinación que es
muy difícil de comprender para quien no ha vivido cerca de algún personaje de
altísimo valor moral. Y esta fascinación la sufrió el Joven Ricerio. Se entusiasmó
de tal manera por San Francisco que llegó a convencerse de que tenerlo a él de
amigo y tenerlo contento era señal segura de que Dios también estaba de amigo y
contento con él, pero que, si Francisco llegaba a demostrarle estar disgustado,
ello sería señal de que Dios estaba airado y lo iba a castigar. Y empezó a sufrir el
pobre Ricerio que estaba muy recién llegado a la comunidad.
Se imaginaba que Francisco estaba contento con todos, menos con él. Que se
mostraba extremadamente cariñoso con los otros, pero no con él. Y llena su alma
con aquellas terribles imaginaciones empezó a sufrir. Esa falsa idea lo
atormentaba. Si salía Francisco al entrar él en casa, se imaginaba que era
porque el santo no quería estar donde él estuviera. Si estaba Francisco en algún
rincón hablando con alguno de los frailes y volvían a mirar a Ricerio, éste se
imaginaba que estaban diciendo que era una verdadera lástima y una
equivocación haberlo recibido en la comunidad, y que había que expulsarlo. Y
esto lo llevó al borde de la desesperación convencido de que Francisco ya no lo
amaba y que por tanto Dios tampoco lo quería.
Francisco dirá en otra ocasión: Dichoso el siervo que con tanta humildad se
comporta entre sus súbditos, como cuando está con los prelados y señores.
Cambio de Residencia
Francisco y sus frailes al volver de Roma se habían ido a vivir a un sitio llamado
Rivo Torto y allí en un rancho pobre vivían muy contentos rezando y meditando.
Pero un día llegó un campesino alegando que ese rancho lo necesitaba para su
burro, y Francisco exclamó: Dios no nos ha llamado a ser cuidanderos de burros,
sino a rezar y a enseñar a la gente el camino de la vida eterna.
Y desde ese día se fueron todos a vivir junto a la Capilla de la Porciúncula que
será en adelante el centro de toda la obra Franciscana.
CAPÍTULO 11
LA PORCIÚNCULA Y ALGUNOS FRAILES
Cuenta la tradición que la Mamá de Francisco, la Señora Pica, cuando su hijo iba
a nacer, se soñó que él iba a reedificar de nuevo la Iglesia de la Porciúncula, cosa
que en realidad sucedió después.
Fray Bernardo
El compañero tuvo que explicarle la diferencia que hay entre un Sacerdote como
tal y un Sacerdote en cuanto a hombre, y que en este último aspecto puede muy
bien engañarse, con lo cual el fraile quedó muy consolado.
Cuando viajaba a Roma en peregrinación, Fray Gil se iba durante el día a los
bosques y cortaba leña y la llevaba a la ciudad y la cambiaba por alimentos para
él y sus compañeros. Nunca recibía dinero. Al pasar por los campos ayudaba a
los trabajadores a recoger las cosechas y solo aceptaba como pago la
alimentación. Cuando estaba en el convento trabajaba en la cocina y en el
lavadero, y parecía no cansarse de trabajar. Pero cada día dedicaba varias horas
a la oración y a la meditación.
Un día mientras atravesaba la ciudad llevando un barril de agua para los frailes,
se encontró con un hombre que le pidió le diera de beber. El no aceptó, y el otro
lo insultó de la manera más horrible. Fray Gil no respondió nada, pero llegando
al convento, sacó una jarra de agua y se fue a llevarle a ese airado hombre
diciéndole; perdone que antes no le pude dar porque no quería llevar a los frailes
un agua que ya hubiera sido probada por otros. Pe ro he traído esta para que
beba y calme su sed.
Cuando lo invitaban a alguna casa rica y querían servirle de comer, él se
dedicaba antes a hacer los oficios domésticos de cocinar y lavar y arreglar las
mesas, para así ganarse con esos trabajos la comida que le iban a dar.
Fray Gil gozaba mucho yéndose al campo y con dos palos a manera de quien toca
violín, dedicarse a entonar canciones espirituales y a alabar a Dios cantando
alegremente.
Lo llamaban también Fray Egidio, y entre el pueblo se conservó por muchos años
una bella colección de refranes espirituales llamada: “Dichos de Fray Egidio”.
Fue el compañero de Francisco en muchos de los viajes que hizo el santo. Y así
como San Francisco era pequeño, flaco, y tan sin ninguna apariencia simpática,
ni elegante, que la gente que no lo conocía lo tenía por un cualquiera. En cambio,
Masseo era alto, elegante, de buena presencia, y muy dotado del don de la
palabra que lo hacía muy agradable al hablar con las gentes. Cuando se iban los
dos a pedir limosna por las casas de los barrios o pueblos, mientras a Francisco
le regalaban solo algunos pedazos de pan viejo, a Masseo en cambio le
obsequiaban panes enteros y frescos.
Y por fin cuando más rápido giraba, el santo le dijo; deténgase, quieto, no se
mueva. Él se detuvo y Francisco le preguntó: ¿hacia qué sitio quedó mirando?
Hacia Siena, respondió Masseo. Pues hacia allá es que Dios quiere que viajemos.
Y se fueron a Siena.
Fray Junípero
Entre los primeros discípulos de San Francisco, pocos se han hecho tan famosos
como Fray Junípero. Este era el prototipo del hombre ingenuo, sin malicia,
sencillote hasta el extremo, que obraba sin malicia y sin mala intención, pero que
a veces las cosas le resultaban al revés.
De tal manera lo apreciaba San Francisco, que llegó a exclamar: Ojalá Dios me
diera una Montaña llena de solo Juníperos.
Un día un enfermo en plena fiebre gritó; ¡lo único que yo me comería sería la pata
de un marrano! Lo oyó Junípero y se llevó un cuchillo y corriendo llegó a una
cochera cercana y sin más ni más, ¡le cortó la pata a un pobre marrano!, y se la
trajo y la cocinó y se la llevó al afiebrado enfermo.
Pero poco después llegó furibundo el dueño de los cerdos a reclamar por
semejante marranicidio que había cometido aquél Fraile. A San Francisco se le
ocurrió que por ahí debía haber estado el tal Fray Junípero y lo llamó para ver
cómo solucionaban el problema. El humilde le dijo al santo que a él le había
parecido lo más natural traerle una pata de marrano al pobre enfermito y que en
seguida iba a pedirle excusas al dueño del animalejo. Y se fue y lo alcanzó por el
camino.
Al frailecito se le ocurrió que a esos frailes tan sacrificados había que prepararles
una comida bien fuerte que los llenara de vigor, y se fue a una casa vecina y
pidió prestada una gran olla y allí echó varias gallinas sin desplumar y sin
sacarles los intestinos, y un montón de hortalizas sin lavar, y bastantes
legumbres sin quitarles la cascara. Encendió después una gran fogata, llenó de
agua la olla y se puso a cocinar toda aquella mescolanza tan horrible.
Se nota que en su casa nunca se tomó el trabajo de averiguar cómo era que su
mamacita hacía un almuerzo.
Una noche un superior lo llamó disgustado para hacerle un reclamo por esas
imprudencias que el dicho fraile vivía cometiendo. Fray Junípero aceptó el regaño
entero sin decir palabra ni excusarse y luego se fue para la cocina y preparó un
buen guiso, y a horas tardes de la noche oyó el superior que llamaban a la
puerta de su habitación. Era Junípero que llegaba llevando en una mano una
vela encendida y en la otra un plato de guiso. Lo saludó muy humildemente y le
dijo: padre mío, mientras usted me regañaba yo lo veía muy pálido por la rabia y
notaba que de tanto ponerse bravo usted se estaba debilitando. Por eso fui y le
hice este guiso para que reponga las fuerzas que perdió con se mejante regaño
que me dio. El otro se dio cuenta de que bajo esa apariencia de humildad había
un llamado de atención hacia sus exageradas rabietas y le respondió; es el colmo
de la indiscreción, cómo se le ocurre venir a despertarme a estas horas por
semejante bobada, llévese ese guiso que no me interesa para nada.
Entonces Junípero con su extrema sencillez le dijo; ya que no desea comer nada,
¿quiere tenerme la vela mientras yo me como el guiso?
El superior quedó desarmado ante semejante ingenuidad y se sentó junto al
Frailecito, y entre los dos dieron buena cuenta de tal guiso.
Y sucedió una vez que fue enviado a Roma y varias señoras de la alta sociedad al
tener noticia de la llegada de tan curioso Fraile salieron a las afueras de la
ciudad a recibirle. Entonces Junípero al saber esto, dispuso hacerles una de sus
jugarretas.
Vio a unos muchachos jugando al machín machón, que consiste en poner una
viga sobre un soporte y colocándose joven en cada uno de sus extremos
columpiándose. Estaban dos jovencitos columpiándose, y colocando a los jóvenes
a un extremo de la viga, él se sentó en el otro extremo y allí se quedó
columpiándose sabrosamente sin hacer caso a las señoronas.
Después de que murió San Francisco, cuando Santa Clara se sentía muy
enferma y postrada en la cama, llamaba a Fray Junípero para que le recordara
algunas de las enseñanzas del santo fundador. Solía decir: ¿hermano, qué
noticias buenas me puede contar hoy de parte del buen Dios? Y Junípero
colocándose cerca de la cabecera de la santa enferma empezaba a hablar de tal
manera que Clara y sus religiosas no podían menos que exclamar: cada palabra
de este Frailecito parece una chispa venida del cielo para encender en amor a
Dios a las gentes de la tierra.
Todas estas cosas lo iban haciendo tan famoso que las gentes corrían a verlo
donde quiera que llegaba.
Otro de los primeros seguidores de San Francisco fue un sencillo campesino que
al ver un día al santo barriendo la Iglesia de un pueblo, le agradó tanto este
modo de ser tan servicial y tan humilde, que le pidió que lo admitiera en su
comunidad. Pero sucedió luego que sus hermanos vinieron a reclamar a
Francisco porque les quitaba ese trabajador tan forzudo de su finca.
Fray Juan le contó que se trataba de que él había hecho la promesa de imitarlo
en todo, hasta en los más pequeños detalles, y bastante le costó al buen
hermano de Asís convencerlo de que una promesa tonta como esa no le obliga a
nadie.
Fray León
En aquel libro bellísimo que se titula “Florecillas de San Francisco”, se narra que
un día yendo por un camino Francisco y Fray León, para emplear el tiempo en
alabanzas al Señor, le propuso el Santo a este su gran amigo y que al mismo
tiempo era su confesor y su secretario, que dijeran entre los dos una ración muy
especial.
Le hizo la siguiente propuesta: yo diré, por ejemplo; oh hermano Francisco, tanto
mal que he hecho. ¡Me merezco el castigo del infierno! Y usted responde; tiene
razón, se merece el infierno más profundo y terrible.
Y Fray León, con toda su sencillez respondió: es tanto el bien que Dios va a hacer
por medio de usted hermano Francisco, que un día logrará ir al paraíso.
El santo le dijo: no hermano León. No es así como me debe responder. Cuando yo
diga: Francisco, son tantas las maldades que he cometido, que soy digno de que
Dios me trate con toda severidad y me castigue, usted debe responder; sí tiene
razón, se merece ser echado al infierno con todos los condenados.
Si, si, como usted mande mi buen Padre, respondió León. Y Francisco empezó a
decir sollozando de arrepentimiento y suspirando de tristeza.
Oh mi Dios y Señor: son tantas las iniquidades y maldades que he cometido que
lo único que merezco es que me mandes los más terribles castigos.
Y Fray León respondió: hermano Francisco; Dios le tiene un puesto especialísimo
entre los bienaventurados del cielo.
Entonces el santo le propuso por última vez: ahora si Fray León va a responder lo
que yo le diga, dándome un terrible regaño. Y empezó a exclamar: pobre y
miserable Francisco; ¿con todas sus maldades todavía se imagina que Dios le va
a tener misericordia? E inmediatamente exclamó León: claro que sí, porque el
que se humilla será enaltecido… ¡Y por favor Padre, no me ruegue más que le
diga cosas en su contra porque mi Dios Santo no me permite decírselas!
Otro día caminaban Francisco y Fray León por un camino lleno de nieve y
atormentados por un grandísimo frio, y el santo llamó a León que iba un poco
más adelante y le dijo: óigame bien Fray León; aunque nuestros religiosos den
siempre los mejores ejemplos de santidad, escriba y recuerde que no está en ello
la perfecta alegría.
Y andando un poco más, lo llamó por segunda vez y le dijo: hermano León;
aunque nuestros religiosos hagan hablar a los mudos, ver a los ciegos, andar a
los tullidos y resuciten a los muertos, anote y recuerde que no está en esto la
perfecta alegría.
Y cuando habían avanzado otros pocos metros, gritó Francisco otra vez; oiga
hermano León; aunque nuestros religiosos sepan hablar todos los idiomas de la
tierra y se aprendan de memoria las Sagradas Escrituras, y anuncien el futuro y
lean las conciencias, escriba y anote que no está en esto la perfecta alegría .
Siguieron andando y un poco más allá lo llamó otra vez Francisco y con fuerte
voz exclamó: recuerde Fray León; aunque nuestros religiosos supieran todos los
secretos de la medicina y conocieran perfectamente las ciencias de los astros y
descubrieran a las mil maravillas los secretos de las plantas medicinales y todo
lo que la ciencia enseña acerca de los peces, de las aves, de los vegetales, de los
seres humanos, de los minerales, y del agua, anote que no está en ello la perfecta
alegría.
Después de andar otro rato en silencio volvió a decir el santo con fuerte voz: oh
hermano León; aunque nuestros religiosos prediquen tan sumamente bien que
logren convertir a millones de pecadores, escriba y anote que no está en ello la
perfecta alegría.
Y si seguimos llamando a la puerta y sale el portero y nos hecha lejos como a dos
bribones y nos da puñetazos y nos dice palabras muy humillantes y nos grita
diciéndonos: márchense de aquí, vayan a buscar refugio en el asilo de los vagos,
aquí no les daremos ni siquiera un pedazo de pan, y mucho menos les vamos a
dar hospedaje. Y si nosotros soportamos todo esto con alegría, por amor de Dios
y como pago de nuestros pecados. Oh hermano León; anote y escriba que en esto
sí está la perfecta alegría .
CAPÍTULO 12
SANTA CLARA DE ASÍS
Ciertos personajes famosos han tenido junto a sí una mujer formidable que les
ha ayudado inmensamente en su actividad espiritual. Para San Luis, rey de
Francia, fue su santa madre Blanca de Castilla, y para San Juan Bosco fue la
formidable Mamá Margarita.
Clara nació en Asís en 1194, de la familia Scifi que pertenecía a que pertenecía a
la más alta aristocracia de la ciudad. Su Padre se llamaba Favorino y la Madre
Ortolona. Tuvo tres hermanas y un hermano. La Mamá había hecho una larga
peregrinación a Jerusalén y Roma pidiendo a Dios que le concediera un hijo que
fuera la luz del mundo. Por eso al nacer esta su hijita, le puso por nombre Clara,
que significa; reluciente, brillante.
Cuando Clara tenía 16 años volvió Francisco de Roma, con un permiso del Sumo
Pontífice para predicar en todas partes, y le encomendaron que predicara en Asís
los sermones de cuaresma.
Aquellas predicaciones fueron para ella un golpe de gracia. Se propuso imitar a
este Santo en su total desprendimiento de todo lo material y ser en adelante su
más obediente discípula.
Desde entonces Francisco fue director espiritual de Clara y con esta dirección
empezó ella a obtener admirables progresos en santidad.
La Noche de La Fuga
San Francisco decía: Gracias Señor porque le has concedido a esta hermana
nuestra, la gracia de renunciar al mundo y dedicarse totalmente a conseguir su
propia salvación.
La Persecución de La Familia
La rica y orgullosa familia de los Scifi no iban a permitir sin más ni más que su
hija en vez de contraer un brillante matrimonio se fuera a vivir en pobreza y
ocultamiento. La encontraron en el convento de las Benedictinas y quisieron
llevársela a la fuerza. Ella se agarró del altar y cuando ya estaban dispuestos a
agarrarla de allí, se quitó el velo y apareció su cabeza rapada. Los familiares se
dieron cuenta de que su decisión era total, y la dejaron en paz.
Y sucedió que poco después, sus papás, don Favorino y la señora Ortolona
tuvieron otro tremendo disgusto. Y es que su segunda hija, Inés, también
desapareció del hogar y apareció junto a Clara, dedicada a la vida religiosa. Su
hermano y otros familiares acudieron a las armas y se propusieron volverla a su
casa a la fuerza. Ya estaba comprometida en matrimonio y hasta se había
señalado la fecha de la boda y ahora se le iba también al convento.
Doce hombres armados llegan al convento a llevarse a Inés para su casa. Le dan
golpes, puñetazos y patadas. La agarran por los cabellos y la arrastran hacia la
calle. Inés grita emocionada: ¡Clara, Clara ayúdame! Su hermana reza por ella. Y
de pronto los 12 fornidos hombres se quedan como clavados en el suelo. No
logran hacer moverse a Inés. Parece de piedra, está inconmovible.
Desde entonces cesaron las persecuciones de los familiares contra las dos
hermanas monjas, y poco después su otra hermana, Beatriz, se fue también de
monja al mismo convento, y allí llegó la misma mamá, doña Ortolona, cuando
quedó viuda y terminó su vida como santa monja, súbdita de su hija Clara.
Muchas Jóvenes optaron por seguir el género de vida que había escogido Clara, y
dejaron todos sus bienes, y se fueron a vivir en estricta pobreza en el convento.
Algunas mujeres ricas gastaron su dinero en fundar nuevos conventos y ellas
mismas se fueron a vivir allá como religiosas. Hasta hubo hogares en los cuales
el marido se fue de Franciscano y la esposa de monja Clarisa. Por todas partes se
extendía el deseo de dedicarse a imitar a Francisco y a Clara en este modo santo
de vivir.
Dicen que cuando al Papa Honorio III le presentaron el reglamento de las monjas
Clarisas redactado por San Francisco y Santa Clara, se quedó admirado porque
allí se le pedía el permiso de ser siempre pobres. En cambio, otras personas
pedían todo lo contrario.
Era una gran trabajadora. Ni siquiera cuando estaba enferma dejaba de trabajar,
y así cuando sus continuas enfermedades la obligaban a estarse quieta en la
cama, pasaba horas y horas bordando, y así bordó docenas de manteles, que
regaló para los altares de las Iglesias más pobres de la región.
Clara dormía sobre un montón de ramas secas de vid y por almohada tenía una
tabla. Más tarde obtuvieron que durmiera sobre un cuero, en el suelo, y que
aceptara una dura almohada de trapos. Finalmente, por mandato expreso de San
Francisco colocó en su lecho un colchón relleno de paja.
Cuando volvía del templo, después de haber rezado por horas y horas, su rostro
resplandecía y su espíritu irradiaba una gran alegría, y las palabras que
pronunciaba entusiasmaban a las demás. Cuando meditaba en las Cinco
Heridas de Jesús Crucificado se llenaba de una fuerte emoción. Un Jueves Santo
por la tarde, estando en adoración ante el Santísimo Sacramento en el
monumento, se quedó en éxtasis y así estuvo durante 24 horas, sin darse cuenta
de lo que sucedía a su alrededor, contemplando lo sobrenatural, y sintiéndose
muy cerca a Dios.
El Santo llegó junto al altar y se quedó un buen rato con los ojos elevados hacia
el cielo orando fervorosamente en silencio. Luego llamó a la hermana sacristana
y le pidió que le trajera una vasija con ceniza, y con ella hizo una circunferencia
alrededor de él y la ceniza que le sobró se la echó sobre su propia cabeza. En
seguida rompió el silencio, pero no para predicar sino para recitar despacio y con
gran fervor el salmo de los pecadores arrepentidos, el Salmo 51 que dice:
Misericordia Dios mío por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa.
Contra ti, contra ti solo pequé. Cometí la maldad que aborreces. Apenas hubo
terminado de recitar aquel salmo de humildad, se marchó rápidamente. Con
esto, les enseñó a las monjas que en él no debían ver sino a un pobre pecador,
necesitado del perdón de Dios.
El bellísimo libro titulado: “Las Florecillas de San Francisco”, narra que Santa
Clara sentía un grandísimo deseo de comer alguna vez con este santo, y aunque
le rogó repetidamente, él nunca quiso aceptar aquella invitación. Por lo cual los
religiosos viendo el gran deseo de la Santa Monja, le dijeron; Padre, nos parece
que no está de acuerdo con la verdadera caridad la demasiada rigidez que emplea
con tan buena religiosa, tan predilecta de Dios, ¿por qué no darle gusto en tan
pequeño detalle como es el compartir una simple comida? Tanto más que por
haberle oído sus sermones, ella dejó las riquezas del mundo y se hizo religiosa.
Aun si le pidiera mayores favores no se le deberían negar, ¿por qué no en esto
que es poca cosa? Entonces respondió el santo: ¿les parece que debo atender sus
ruegos? sí Padre, le dijeron ellos; es justo darle tal consuelo.
Y dicen las crónicas que mientras Francisco hablaba de las grandezas de Nuestro
Señor, y Clara y los frailes le escuchaban conmovidos y estáticos, desde la
ciudad de Asís la gente vio un gran resplandor que rodeaba a la Porciúncula, y
creyendo que era un terrible incendio que devoraba a la Iglesia, al convento y al
bosque entero, corrieron hacia allá a tratar de apagar el fuego, pero al llegar solo
encontraron que el santo y sus acompañantes estaban como fuera de sí
contemplando el cielo y meditando en las bondades de Dios, sentados alrededor
de unos pobres alimentos. Con lo cual comprendieron que lo que habían visto no
era un fuego material, sino un fuego espiritual, y volvieron a la ciudad con gran
consuelo en su corazón por tener por allí gentes tan santas, y con un profundo
deseo de ser también ellos buenos amigos de Dios.
Llegó a Asís la noticia de que varios frailes Franciscanos habían ido a predicar el
evangelio a Marruecos y que los Mahometanos los habían martirizado. Esto
emocionó enormemente a Clara y a sus Monjas, las cuales se propusieron irse
ellas también a Marruecos a derramar su sangre por proclamar la Religión de
Cristo. Solamente la severa prohibición de Francisco logró que desistieran de tan
atrevida decisión.
Siguió insistiendo ante la Santa Sede en Roma y tubo después la dicha de que,
dos días antes de su muerte, le llegó el decreto del Papa Inocencio III que le
reconocía a perpetuidad a ella y a sus monjas el derecho de vivir en total
pobreza.
Al contrario de Francisco que murió muy joven, Santa Clara, a pesar de sus
muchas mortificaciones, logró llegar a una edad avanzada. Murió de 60 años,
después de 41 años de vida religiosa. Una de las mayores penas de su vida fue la
muerte de su queridísimo padre espiritual, San Francisco, en 1226.
Manda llamar a Fray León, Fray Ángel y Fray Junípero, y les pide que le lean la
Pasión de Jesucristo en el Evangelio, y que le hablen palabras de Dios como las
que le oyeron al Santo de Asís. Fray León besa llorando esas manos moribundas.
Fray Ángel trata de consolar a las monjitas que lloran inconsolables. Clara
exclama: “Alma mía; ven sin miedo hacia la eternidad que allá te espera el
Creador, que te ama como el mejor Padre del Mundo ama a la más querida de las
Hijas”. ¡Oh Señor, te doy gracias por haberme creado y por amarme tanto! Luego
la voz de Clara se apaga, pero sus labios se siguen moviendo. Una monjita le
pregunta: ¿Madre, con quién está hablando? Y responde; “Con mi alma y con
Dios”. ¡Hay hermanas, si supieran ver ustedes al Rey del cielo como lo estoy
viendo yo!
Luego clava la mirada en la puerta de la habitación: “Ahí viene mi Madre
Santísima a llevarme”. Y ve llegar una procesión de seres celestiales de inmensa
hermosura, y más bella y más brillante que todos los demás, a la Virgen María,
que rodeada de resplandores se acerca hacia la agonizante, la abraza, la cubre
con su manto e invita a su alma a viajar hacia el cielo. Feliz final de quien en
esta vida tanto había amado y hecho amar a la Madre de Dios.
CAPÍTULO 13
FRANCISCO MISIONERO POPULAR
Francisco al ver la vida tan retirada y tranquila que llevaba Clara y sus monjas, y
la gran paz espiritual de que gozaban varios de sus frailes que se habían
dedicado a la oración y a la contemplación, tuvo la tentación de dedicar el resto
de su vida sólo a orar y a meditar en la soledad y en el alejamiento de la gente.
Pero también le parecía algo peligroso y hasta egoísta, dedicarse a cuidar
solamente de su alma sin tratar de trabajar más fuertemente por la instrucción
del pueblo que estaba tan alejado de Dios y que era extremadamente ignorante
en cuanto a religión.
Claro está que le asustaban también, los peligros a los que se exponían su
santidad al dedicarse a “empolvarse los pies” caminando por este mundo pecador
como lo decía él mismo.
Entonces, envió a alguno de sus frailes a que pidieran a Santa Clara y a algunos
de los religiosos que estaban dedicados a la contemplación, le suplicaran a
Nuestro Señor, que les iluminara qué debería hacer él en adelante: si dedicarse
solo a rezar en la soledad, o irse más bien a predicar por los pueblos. Y tanto la
monja Clara, como los frailes contemplativos, le enviaron mensajes diciéndole
que la voluntad de Dios era que se fuera a predicar a las gentes ignorantes. Y así
fue que emprendió viaje de pueblo en pueblo predicando. En Perusa logró
restablecer la paz, amistando a dos partidos contrarios que se odiaban y se
hacían la guerra.
Un Dialogo Impresionante
Y al ver que nuestro santo era admirado por todas las regiones por donde iba a
predicar y que a la noticia de que él llegaba se despoblaban los pueblos porque
toda la gente salía a verlo y escucharlo y si era posible tocarlo, a Fray Masseo le
llegó una fuerte duda y se la comunicó a su gran amigo entablándose entre ellos
el siguiente dialogo que se ha hecho famoso.
Un día que iban los dos caminando en silencio por un sendero solitario empezó
Masseo a decirle: hermano Francisco, tengo una seria duda. Yo me pregunto; ¿y
por qué? ¿por qué? Y no entiendo. Por qué, ¿qué? Preguntó Francisco, ¿qué es lo
que no entiende? Yo me pregunto añadió Fray Masseo, ¿por qué todos quieren
ver a Fray Francisco si no es elegante, ni hermoso ni de atractiva presencia? ¿por
qué todos quieren oírle si no es elocuente ni tiene la voz hermosa de un cantante,
ni los tonos solemnes de un gran predicador? ¿por qué todos quieren consultarle,
si no ha estudiado en ninguna universidad ni ha escrito ningún libro? ¿por qué
toda la gente viene a su encuentro si no tiene ninguna cualidad especial que
pueda cautivar a la gente? ¿por qué?
Al oír esto, Francisco se emocionó y arrodillándose por tierra, besó los pies de
Fray Masseo y le dijo: estas sí que son preguntas llenas de gran sabiduría. Te
bendigo oh Padre Señor del cielo y tierra, porque has ocultado estas cosas a los
sabios y prudentes del mundo y se las ha revelado a los humildes. Si, gracias
Padre, porque así te ha parecido bien. ¡Gracias, Altísimo y Santo Dios!
Recuerde Fray Masseo: que aquella humilde Virgencita de Nazaret atrajo de tal
manera la bondad de Dios que llegó a ser la Madre del Redentor del mundo, y
ella no pudo menos que exclamar; “Mi alma proclama la bondad del Señor
porque se ha fijado en la humillación de su esclava. El Señor hizo en mí
maravillas, gloria al Señor”.
Que ¿Por qué el Señor me escogió a mí? Se lo diré hermano Masseo. Para que se
cumpla lo que le fue dicho a San Pablo: “En la debilidad brilla más el poder de
Dios”. Él me escogió a mí que no valgo nada para confundir a los que sí valen.
Para que quede evidente y bien claro a la vista del mundo entero, que lo que
convierte las personas y las transforma no es la sabiduría humana, ni las
cualidades personales, sino que quien salva y convierte y lleva a la salvación es
Dios mismo. Para que se sepa que no hay otro que logre conmover las almas sino
el mismísimo Dios Todopoderoso.
Una página como esta merece muy bien figurar en las colecciones más famosas
de declaraciones de grandes personajes: difícilmente algún ser humano logrará
escribir o decir algo más bello que esto que dijo el humilde San Francisco de
Asís.
Por aquel tiempo cayó Francisco gravemente enfermo y el medico dijo que
padecía de demasiada debilidad y le recetó que tenía que alimentarse con caldo y
carne de gallina. Y así lo obligaron a hacerlo durante varios días. Pero cuando ya
estuvo curado hizo que lo llevaran por la calle semidesnudo, con una cuerda al
cuello y le fueran diciendo: “Miren a este que se las da de muy santo, y, sin
embargo, es un descarado, come gallinas, que se la pasa alimentándose como
todo un rico”.
Con esto pretendía ser humillado, pero lo que hizo la gente fue maravillarse más
de su humildad. Entonces sucedió que al pasar él por la calle uno le gritó: “Usted
es un villano, un perezoso, un holgazán, y un inútil que no sirve para nada”. Y el
santo le respondió; “Dios te bendiga por las palabras que acabas de decir. Eso y
nada más es lo que yo me merezco que me digan”.
Para librarse de las aclamaciones del pueblo, dispuso Francisco apartarse a rezar
en perfecta soledad. Pasó los 40 días de la cuaresma del año 1211 e n una isla
deshabitada del lago Trasimeno, y en el invierno se fue a una montaña llena de
bosques y soledad, y allí con unos frailes se fabricaron unos ranchos de ramas
que más parecían guarida de fieras que habitaciones para humanos, pero así le
agradaba a él, y además el aislamiento era casi total y se prestaba mucho para
orar y meditar.
Sin embargo, en aquel aislamiento que parecía iba a ser de gran paz, fue visitado
por feroces tentaciones. La primera fue la tentación de desesperación: una voz
interna le decía; “Los demás sí lograrán salvarse, pero usted no”. Otra voz le
repetía: “Mucho mejor habría sido casarse y educar unos buenos hijos”. Cuando
la tentación de impureza se volvió más fuerte, él tomaba un rejo y se propinaba
tremendas fueteras para tratar de dominar a “este cuerpo que se me quiere
volver un asno salvaje”, como solía decir.
Como la tentación de que debía casarse y criar unos hijos lo seguía molestando,
entonces Francisco a medio vestir, en medio de aquel terrible frio de invierno,
salió a una explanada y fabricó unos muñecos de nieve; uno simulando que era
su esposa, y los otros representando a sus hijos, y cuando hubo terminado, se
dijo a sí mismo: Fíjese bien Francisco; aquella figura grande es su mujer, las
otras cuatro que siguen son sus dos hijas y sus dos hijos, y las, dos restantes,
son sus sirvientas. Se están muriendo de frio. Apresúrate a abrigarlos, a vestirlos
y a alimentarlos. O si no, pues alégrese de no tener que preocuparse sino de
servir a Dios.
Apenas empezó a hablarles, las que estaban en los arboles bajaron hasta el suelo
y todas se colocaron tan cerca de él que hasta las rozaba con su túnica.
Y les habló de esta manera: “Mis hermanas aves; deben tener mucha gratitud a
Dios y alabarlo en todas partes y glorificarlo, porque les regaló esas alas con las
cuales pueden volar libremente, y les dio esas plumas de tan variados colores; y
porque las alimenta sin necesidad de que tengan graneros, ni almacenes de
aprovisionamiento. Bendigan a Dios porque les ha permitido entonar tan bellos
cantos. Y aunque no tienen que sembrar, ni cultivar, ni cosechar, sin embargo, el
Padre Celestial las alimenta y cuida de todas y cada una en particular, y les da
ríos y fuentes de agua para tomar, y arboles grandes para hacer sus nidos, y
rocas y peñas para resguardarse, y aunque no tejen ni hacen bordados, el buen
Dios viste muy hermosamente sus hijitos. Miren cuanto las ama el Creador y
cuán grandes beneficios les ha concedido. Cuiden mucho mis hermanas aves
para no ir a ser desagradecidas con Nuestro Señor, y para alabarlo siempre cada
día”.
Después de estas palabras del santo, todas las avecillas comenzaron a abrir sus
picos, a batir sus alas, a estirar el cuello y a inclinar reverentes sus cabecitas
hacia el suelo, y con sus cantos y movimientos mostraban que las palabras que
les había dicho San Francisco les agradaban muchísimo. Y el santo varón se
llenó de gran alegría en su espíritu cuando vio y oyó todo aquello, y se maravilló
en extremo al encontrar tantas aves y de tan diversas clases y colores, y alabó y
bendijo al Señor Dios e invitó a las avecillas a hacer ellas también otro tanto.
Y cuando San Francisco hubo acabado su sermón y su exhortación a alabar a
Dios, hizo una señal de la cruz sobre las aves y les dio licencia para marcharse, y
ellas rompieron a volar juntas, gorjeando fuerte y maravillosamente, y alegres
desaparecieron volando por el horizonte, formando cuatro grupos, siguiendo la
cruz que el santo había trazado; uno se dirigió al oriente, otro hacia el occidente,
un tercer grupo voló hacia el norte y el cuarto hacia el sur. Y cada bandada se
alejaba entonando cantos muy armoniosos.
CAPÍTULO 14
FRANCISCO PREDICADOR VIAJERO
Dispuso el hermano Francisco irse a misionar a lejanas tierras y para estar más
seguro de recibir las ayudas de Dios, se fue a Roma a pedir al Sumo Pontífice su
santa bendición. Inocencio III se alegró mucho al saber que aquellos 12 primeros
frailes que él había bendecido dos años antes, en 1210, seguían muy fervorosos y
que ya se les habían agregado muchos hermanos más.
Con gusto le concedió el permiso de ir a predicar a lejanas tierras, hasta donde
los planes de Dios le permitieran llegar.
Su nombre era ese; Jacoba, de la familia Frangipani, gente muy famosa en Roma
por sus inmensas riquezas. A esta familia le habían puesto ese sobrenombre
porque en tiempos del Papa San Gregorio hubo una espantosa hambre en Roma
y estas gentes que eran inmensamente ricas se dedicaron a repartir pan a los
necesitados; en recuerdo de su generosidad les llamaron los “Frangipani” (los
reparte pan).
Subió Francisco a un barco para viajar hacia el África o el Asia, a misionar, pero
una tormenta hizo desviar el barco y lo llevó a Eslovenia (Yugoslavia). Quiso
subir a otro barco para volver a su tierra, pero los marineros dijeron que no
había cupo para más pasajeros. Sin embargo, el santo y el Fraile que lo
acompañaba se escondieron en la bodega del navío y allí viajaron. Mas, sucedió
que el mal tiempo alargó mucho el viaje y en la embarcación escasearon los
alimentos. Entonces los dos Frailes salieron de su escondite y repartieron entre
los marineros los alimentos que ellos llevaban como provisión, y así se hicieron
perdonar el haber viajado como contrabando.
Los cataros despotricaban sin misericordia contra los pecados de los sacerdotes y
contra los defectos de los religiosos y así lograban quitarles a muchísimas
personas el cariño y el respeto por la Religión Católica. En cambio, San Francisco
recordaba a todos que la Iglesia está compuesta de seres débiles e inclinados al
mal y por lo tanto es una Iglesia compuesta por pobres y miserables pecadores. Y
que por eso es necesario ser comprensivos y en vez de dedicarse a condenar a los
demás, esforzarse más bien cada uno por ser mejor, y no dejar de encomendar
muy frecuentemente a los sacerdotes y religiosos, pues lo necesitan mucho.
San Francisco recomendaba: “Cuando mis hermanos vayan por el mundo, sean
mansos, pacíficos y sencillos, llenos de bondad y humildad, y hablen
modestamente a todos según convenga”. A la gente le encantaba oírlo, pues
decía: “Dichoso quien no tiene más gozo y alegría que las palabras y obras del
Señor”. Si nosotros llevamos todas las cosas con paciencia y alegría por Cristo,
en esto está la perfecta alegría. Y Santa Clara y sus Monjas se olvidaban hasta de
comer cuando él hablaba del amor que Jesucristo ha tenido por nosotros.
Sucedió en aquel tiempo que llegó Francisco a predicar a una población llamada
San Severino, y allí fue a oírle sus sermones uno de los más famosos poetas de
esa época, Guillermo Divini, que había sido coronado como campeón nacional de
poesía en el Capitolio de Roma y era llamado por todas las gentes “El Rey de los
Versos”. Guillermo notó desde el primer momento que en los sermones de Fray
Francisco había algo extrañamente conmovedor. Sus discursos, más que piezas
de oratoria eran charlas familiares sencillas y prácticas, encaminadas a obtener
que los oyentes mejoraran su modo de comportarse. Francisco era un valiente
despertador de conciencias. No tenía miedo en llamar negro a lo que era negro y
decía las cosas de frente sin miedos mundanos, tratarse de quien se tratara.
A las cosas las llamaba por su nombre, pero sabía decirlo todo con tal bondad y
amabilidad y buena educación que nadie se sentía ofendido.
El poeta se dio cuenta de que Francisco a pesar de que su apariencia externa era
casi despreciable, lograba infundir con sus palabras una admiración y un santo
terror a ofender a Dios. Parecía un nuevo Juan Bautista que gritaba a las gentes:
“Ya el Hacha de la justicia Divina viene a derribar los árboles que no producen
buenos frutos, y a echarlos al fuego del castigo Divino”. Y no tenía miedo de
amenazar con los castigos de Dios a quienes quisieran perseverar siendo malos y
dando malos ejemplos a los demás. La gente decía que sus palabras eran como
flechas muy afiladas que llegaban hasta el corazón y sacaban de allí las
maldades y dejaban en cambio muy buenos mensajes de salvación.
Unos siglos después, también otro gran poeta, Dante, (autor de la Divina
Comedia) llegará una noche a un convento de Frailes a pedir que lo admitieran
allí y cuando le preguntaron: ¿Qué buscas aquí? Respondió; “Busco la Paz”.
Francisco recibía en su comunidad a los que estaban resueltos a llevar una vida
de santidad y de conversión, pero no a los que lo único que buscaban era
evitarse problemas en el mundo. Y así un día llegó un joven a pedirle que lo
admitiera de religioso, y él conociendo de quien se trataba, le dijo: ¿Por qué
tratas de engañarme a mí y de mentirle al Espíritu Santo? Su corazón no
pertenece a Dios sino al mundo.
Y pronto se supo que lo que le había sucedido a aquel muchacho era que había
tenido un problema en su familia y por evitarse sufrimientos había tratado de
irse de religioso. Pero apenas en su casa hicieron las paces, siguió viviendo muy
contento en el mundo.
El santo repetía: “Solamente cuando veo que lo que tratan de conseguir es salvar
su alma y amar más a Dios y progresar en la santidad, los admito con confianza.
Pero de ninguna manera puedo aceptarlos si lo que buscan es solo e vitarse
problemas en el mundo. La vida religiosa es para hacer penitencia por los
pecados y no para alejarse del sufrimiento”.
Al convento de Monte Casale llegaron una vez unos bandoleros que se la pasaban
en el monte asaltando a los viajeros, y pidiendo que les regalaran comida. Los
Frailes que conocían de qué clase de bichos se trataba, les echaron su regaño y
el superior Fray Ángel, que había sido militar, les dijo que en vez de robar se
dedicaran a trabajar, y como los otros seguían insistiendo en que tenían hambre,
porque en esos días no habían encontrado a ninguno a quien atracar, entonces,
Fray Ángel tomó un garrote y los amenazó con darles una buena garrotera si no
se desaparecían de allí. Y los bandidos partieron.
Poco después llegó San Francisco con unos alimentos que las gentes de las casas
lejanas le habían regalado de limosna, y los Frailes le contaron muy orondos el
modo como habían hecho salir huyendo a esos pícaros bandoleros, que, según
ellos, lo menos que se merecían era la cadena perpetua. El santo se quedó
escandalizado de este modo tan duro que habían tenido sus Frailes con los
bandidos, y les dijo: “Pero hermanos; ¿Se les olvidó que Cristo Jesús dijo que Él
no vino a buscar santos sino pecadores, y que los que necesitan médico no son
los que están sanos sino los que están enfermos? ¿No han oído que el Profeta
anunció que el Salvador cuando encuentra una lámpara casi apagada no la
acaba de apagar, y cuando encuentra una caña medio partida no la acaba de
partir? No han obrado bien, queridos hermanos y esto debemos arreglarlo de una
vez”.
Y mandó al combativo Fray Ángel con otro de los más bravos de sus compañeros
a que se fueran en busca de los bandoleros para hacer la paz con ellos, y les dijo:
Preparen una cantidad de agradable comida y unas sabrosas bebidas y se van
hacia el monte y buscan a los bandoleros y los llaman diciendo; “Hermanos
bandoleros, vengan, vengan... Somos los Frailes y les traemos muy agradable
comida y muy agradables bebidas. Y ellos saldrán de sus escondrijos, y entonces,
ustedes tenderán un mantel en el suelo y con señales de mucha alegría y
amabilidad les servirán la comida. Pero no los regañen antes de que hayan
comido porque entonces no les recibirán nada. Y después de que hayan comido y
hayan bebido, les dirán, en Nombre de Dios, hermanos; les pedimos un gran
favor, que no maten a nadie ni ataquen a la gente. ¿No les parece que en vez de
andar todos los días por estas soledades aguantando hambre y frio y
exponiéndose a perder la vida, sería mucho mejor dedicarse a trabajar para
ganarse honradamente la vida, y conseguir también la vida eterna?” Y ya verán
hermanos que con su paciencia y amabilidad se van a ganar a esos pobres
bandoleros.
Los Frailes hicieron todo como el santo les había mandado, y los bandoleros se
conmovieron de tal manera que hasta empezaron a llegar a ayudar en el
convento allá en la montaña y a traerles leña a los Frailes. Y algunos de ellos se
hicieron después religiosos, y otros se arrepintieron y se volvieron buenos
ciudadanos, y dejaron de cometer fechorías y se volvieron hombres de paz.
San Francisco tenía la virtud de la mansedumbre, esa virtud que lleva a actuar
con suavidad, cuando se podría actuar con aspereza. Él poseía esa suavidad que
ve en el malo un enfermo y débil que necesita ser curado, un extraviado al cual
hay que encaminar hacia el buen camino. Él sabía muy bien que el enojo si se
emplea exageradamente puede hacer más mal que bien y que más heridas se
curan con la suavidad que con la aspereza. Por eso recomendaba más, mostrase
amable que enojado.
Francisco deseaba mucho encontrar algún sitio bien solitario y apartado donde
pudiera dedicarse a rezar y a meditar en completa paz. Y este monte poseía esas
dos cualidades. Así que aceptó el ofrecimiento. Y el monte Alvernia será desde
entonces su sitio preferido para retirarse a orar, a meditar y a hacer penitencia.
Se le ocurrió a nuestro Santo irse al África a tratar de convertir al cristianismo al
Sultán de Marruecos, Miramolín, que había sido derrotado por los españoles en
la célebre batalla de Navas de Tolosa. Y emprendió el viaje en 1213 por España,
pero allí cayó enfermo y tuvo que devolverse otra vez a Italia.
Dicen que en 1214 San Francisco asistió al Concilio Ecuménico de Letrán, y que
consiguió del Papa Inocencio III el privilegio de poder observar con todo el rigor la
Santa Pobreza.
Por aquel año pasó por Italia, camino de Tierra Santa, el obispo Jacobo Vitry, y
conoció cómo vivían los Frailes de la comunidad fundada por Francisco. Y en
una carta a un amigo, los describe así: “He tenido la amarga experiencia de que
los hombres de las ciudades son esclavos de asuntos mundanos y temporales.
No hablan sino de política, de negocios y de asuntos sensuales. Pero he conocido
también por aquí, un grupo de hombres que se dedican totalmente a lo
espiritual. Son los llamados “Frailes Menores” fundados por Francisco de Asís.
Muchos eran ricos y mundanos y por amor a Dios han abandonado sus riquezas
y comodidades y se han dedicado a una vida de pobreza y oración. El Papa y los
Cardenales sienten por ellos una gran veneración, especialmente porque se
dedican con todas sus fuerzas a tratar de salvar las almas y convertir a los
pecadores. Y su apostolado ha conseguido admirables triunfos. Viven según el
modelo que la Sagrada Biblia en los Hechos de los Apóstoles narra acerca de los
primeros cristianos, cuando dice: “La muchedumbre de los creyentes no tenía
sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino
que todo lo tenían en común”. Durante el día se dedican a predicar y a enseñar
la religión a la gente, y durante la noche dedican varias horas a la oración y a la
meditación. Y han conseguido vocaciones en todas las provincias de Italia, donde
hacen inmenso bien. Cada año se reúnen todos en una gran asamblea para
trazar planes de santificación y de apostolado para el futuro, y el Papa aprueba
esas determinaciones”.
Una gran visita, fue la que hizo a la Porciúncula en 1216 el Cardenal Hugolino,
que después será Sumo Pontífice y que se convertirá en el más grande apoyo y
defensor de la Comunidad Franciscana. Llegó precisamente a la Porciúncula
cuando los Frailes de todo el país se habían reunido para su Asamblea Anual, y
quedó profundamente impresionado al ver que dormían sobre costales llenos de
pasto seco y comían en el suelo. Y exclamó sollozando de emoción: “Oh Dios mío,
qué diferencia tan grande entre esta gente tan santa, y nosotros los que vivimos
en medio de tantas comodidades”.
CAPÍTULO 15
EL JIVILEO O INDULGENCIA DE LA PORCIUNCULA
Dicen que en el verano de 1216 Francisco se postró ante el Papa Honorio III y
obtuvo de él la Indulgencia o Jubileo de la Porciúncula.
Las indulgencias consisten en liberar a las personas de la pena que deben pagar
o de las penitencias que deben ofrecer a Dios por los pecados que han cometido.
El Sumo Pontífice puede conceder indulgencias por el poder que Jesucristo dio al
Apóstol Pedro al decirle: “Todo lo que desates en la tierra, será desatado en el
cielo” (Mateo 16, 19).
No existe ningún documento de ese tiempo que atestigüe esta noticia, pero lo
cierto es que durante varios siglos centenares de miles de fieles han ido en
piadosa peregrinación a la Porciúncula de Asís, con la esperanza de ganar la
Indulgencia Plenaria. Como en aquellos tiempos los mahometanos se apoderaron
de la Tierra Santa de Israel, entonces los cristianos en vez de tener que ir a
Jerusalén a ganar la Indulgencia Plenaria, les fue concedido ir a la pequeña
capilla de la Porciúncula en Asís y allí ganar la misma Indulgencia.
A esas dos grandes reuniones de todos los Frailes que se hacían cada año, las
llamaron “Capítulos”. El más importante era el de Pentecostés.
Se reunían todos los religiosos seguidores de San Francisco para planear los
modos de cumplir mejor sus deberes de cristianos y de religiosos. Comían todos
juntos con pobreza y alegría, y después de comer predicaba Francisco. Esta
predicación era para muchos de ellos lo más importante de aquella reunión.
Casi siempre empleaba como tema de su predicación, alguna frase del Santo
Evangelio, por ej., “Quien ahorra su vida sin desgastarla por los demás, la
perderá, pero el que desgaste su vida por el bien de las almas, la salvará para
siempre”. Y les insistía en que el buen religioso debe ser como el pan; todos
tienen derecho a devorarlo, todo mundo tiene derecho a devorar su tiempo, a
devorar sus energías, a devorar hasta su salud, con tal de conseguir salvar las
almas.
Otro de sus temas favoritos para predicar, era aquel concejo de Jesús: “El que
quiera ser el primero que se haga el servidor de todos, igual que el Hijo del Hombre
que no vino a ser servido, sino a servir a los demás”. Y les recomendaba con
mucha emoción, que cada Fraile debe ser en cada sitio un servidor de todos,
alguien siempre dispuesto a ayudar a cuantos más pueda, sin cobrar por sus
ayudas, cumpliendo lo que dijo el Divino Salvador: “Lo que han recibido
gratuitamente, repártanlo también gratuitamente”. Y recomendaba: no dejemos
para el día siguiente ningún alimento de los que nos regalan. Repartámoslos
todos entre los pobres, pues no somos dignos de tan gran tesoro, y recordemos
que donde hay dos o tres reunidos en Nombre de Jesucristo, Él está en medio de
nosotros.
Había ciertos temas que no dejaba nunca de recomendar a sus religiosos. Y ellos
eran:
Francisco era un buen poeta y como buen italiano muy amigo del canto. Por eso
muchas de sus predicaciones y oraciones le resultaban unas excelentes poesías.
Veamos por ejemplo las que hizo 1ro en honor de las virtudes y 2do a la Virgen
María:
Te saludo Sabiduría Santa y Divina; que Dios te conserve, junto con tu hermana
la sencillez.
Te saludo santa virtud de la pobreza; que Dios te conserve junto con la santa
virtud de la humildad.
Te saludo Santa Virtud de la Humildad; tú eres la triunfadora contra el orgullo y
la soberbia.
Santa Virtud de la Caridad; tú concedes el verdadero amor, en vez de la
sensualidad.
Santa Virtud de la Obediencia; tu, alejas los caprichos y dominas las malas
inclinaciones.
Un Símbolo: El Copetón
Francisco era amiguísimo de los animales y de la naturaleza ente ra. Dicen que
fue el primer ecologista o defensor del medio ambiente. Le encantaba comparar a
sus religiosos con el copetón o gorrión. Y les decía: “Miren al hermano copetón;
se viste de color pardo oscuro, sin brillos ni elegancias que causen mucha
admiración, tiene la cabeza cubierta con una capucha, como la que se colocan
los frailes para defenderse del frio o de los rayos del sol. El hermano copetón va
por los bordes del camino y de los jardines en busca de comida. Tiene que
rebuscársela, porque Dios se la da, pero no se la hecha en el nido. Tiene que
esforzarse por buscarla. Sus plumas son del color mismo de la tierra, y nos da
con ello ejemplo de que no debemos llevar ningún traje que nos haga diferentes
de la pobrecilla gente de la tierra. Pero con su canto alaba al Señor muy
graciosamente, como lo debe hacer toda persona religiosa que en vez de hablar
de temas mundanos debe conversar acerca de temas espirituales y
sobrenaturales y entonar y cantar con todas sus fuerzas las alabanzas del
Creador.
Vocaciones a Montón
En todas partes la predicación y los ejemplos de San Francisco y de sus Frailes
producían un entusiasmo tan grande que hombres y mujeres de toda condición
deseaban irse de religiosos. En Canaria la emoción fue tan generalizada que
todos los habitantes del pueblo, hombres, mujeres, ricos y pobres, solteros y
casados, todos querían irse a vivir pobremente y con gran espiritualidad como
Francisco y sus religiosos. El Santo tuvo que refrenar ese entusiasmo exagerado
y pedirles que dejaran para más tarde el tomar una resolución tan importante.
Francisco había escrito una Regla para unos pocos religiosos que vivían como
sencillas avecillas, sin problemas ni complicaciones. Pero ahora llegaban a su
comunidad gentes muy instruidas, sabios, ricos, ex gobernadores, ex
comerciantes, etc. etc., y él se sentía “demasiado simple y demasiado ignorante”
para dirigir a semejante gentío.
Y le pidió a Dios que le concediera algún colaborador que fuera capaz de dirigir
esa inmensa muchedumbre que deseaba llegar a la santidad, pero que
necesitaba un líder muy capacitado y con gran autoridad para no tener el peligro
de extraviarse y perderse en el camino de la perfección. Y Dios en su bondad
infinita se lo concedió en la persona que Francisco menos había imaginado.
CAPÍTULO 17
UN AMIGO VERDADERO: EL CARDENAL HUGOLINO
Les dijo a sus religiosos: “Ya que hemos llegado a ser tan numerosos, debemos
extender nuestra misión de evangelizadores no sólo por Italia, sino también por
los países del otro lado de las montañas, Alemania, España, Francia y hasta la
Tierra Santa”.
Esta proposición fue recibida con gran entusiasmo por los Frailes y se dedicaron
a dividir en provincias o distritos de misión, su comunidad en Italia y en varios
países más. La Tierra Santa fue encomendada a Fray Elías, y el mismo Francisco
se encargó de misionar en Francia, pues decía; “Me gusta este país porque allá
veneran mucho al Santísimo Sacramento del Altar”.
San Francisco se dirigió hacia Francia, pero por el camino se encontró con un
personaje que no le iba a permitir seguir su viaje, un gran cardenal.
Este hombre iba a ser destinado por Dios para organizar fuertemente la
comunidad franciscana que estaba pasando por momentos de gran inseguridad y
falta de organización, y logró darle un modo de ser definido y estable.
Cualquiera, aún sin ser profeta, podía adivinar que el Cardenal Hugolino llegaría
a ser Sumo Pontífice, como en efecto lo fue después, con el nombre de Gregorio
Nono.
Francisco y Hugolino se conocían por referencias, pues cada uno había oído
hablar muy bien del otro. Pero sucedió que en aquel año de 1217 el Sumo
Pontífice envió al Cardenal a tratar de poner paz en Toscana, y al llegar Francisco
a la ciudad de Florencia, de viaje hacia Francia, se dirigió a saludarlo. El
Cardenal lo recibió con la más grande amabilidad y entre los dos se entabló
desde ese entonces una de las amistades más provechosas en la Historia de la
Iglesia.
Francisco le contó todos sus miedos y sus angustias, y cómo no se creía con las
cualidades necesarias para dirigir una comunidad religiosa tan grande como la
que tenían, y le suplicó que le ayudara en esta labor tan difícil de la dirección y
organización de los Frailes.
El Cardenal Hugolino se dedicó antes que todo a darle una organización bien
seria a la comunidad que San Francisco y Santa Clara habían fundado (Las
Hermanas Clarisas). Como eran tantas las jóvenes que llegaban a pedir ser
admitidas como religiosas, fueron fundados cuatro nuevos monasterios, y las
monjas se comprometieron a regirse por las Reglas de San Benito, pero con la
condición puesta por Santa Clara y San Francisco, de observar siempre la más
rigurosa pobreza y de no poseer bienes. Por lo tanto, cada terreno que
conseguían para un nuevo convento se le escrituraba a la Santa Sede de Roma, y
no a la comunidad de los Franciscanos o las Clarisas.
CAPÍTULO 18
MISIONES AL EXTERIOR
Otro tanto les sucedió a los misioneros que se fueron a Hungría. Allá las gentes
eran mucho más violentas todavía, y al ver esos tipos vestidos casi como
mendigos, que llegaban sin saber el idioma y pidiendo limosna en manada, les
llovieron golpes e insultos y tuvieron que volverse a su país con los crespos
hechos.
Habían tenido muy buena voluntad, pero como no basta la buena voluntad, sino
que es necesaria la debida preparación, fracasaron en su primera misión. Esta
fue una lección sumamente provechosa para el futuro, y estos sencillos
frailecitos sacaron de ella muy provechosas enseñanzas (además de que
aumentaron su premio para el cielo con las palizas, pedreas e insultos y el
hambre y el frio que tuvieron que sufrir por todas partes).
Por aquellos tiempos vio Francisco en sueños que las mangas de su habito de
fraile se convertían en alas de gallina y que miles de pollitos venían a cobijarse
bajo esas alas pero que ellas no alcanzaban a cubrirlos a todos y muchos se
quedaban por fuera expuestos a perecer de desprotección y de frio. Con esto se
dio cuenta de que él solo no podía dirigir a aquel número tan grande de religiosos
que había llegado hasta su comunidad y que era necesario pedir ayuda a los
superiores de la Iglesia Católica de Roma para que desde allí sí pudieran ser
cobijados, defendidos y atendidos todos los polluelos que venían a él con el deseo
de crecer en santidad.
Para lograr el apoyo total de la Iglesia Católica, deseaba Francisco poder
entrevistarse con el Sumo Pontífice, y el Cardenal Hugolino le consiguió la
entrevista. Pero el Cardenal pensaba muy seriamente si este frailecito tan
sencillo sería capaz de decirle claramente al Santo Padre qué era lo que estaba
necesitando. Y para obtenerlo le preparó un discursito y se lo hizo aprender de
memoria para que se lo recitara al Pontífice. Y al llegar junto al Papa le sucedió a
Francisco lo que le había pasado muchas veces cuando iba a predicar a la gente:
que se le olvidaba todo lo que había preparado. En estos casos él les explicaba a
los oyentes lo que había sucedido y hacia una charla llena de sencillez y
naturalidad que les producía muchísimos mejores efectos que el sabio discurso
que había preparado antes. Otras veces cuando se le olvidaba todo, y no lograba
hilvanar ni siquiera una sola frase, despedía a las gentes dándoles su santa
bendición, pero con su ejemplo y su humildad obtenía más conversiones que si
les hubiera echado un largo discurso.
Aquel día del año 1217, la memoria de Francisco le hizo también una jugada
ante el Pontífice. Se le olvidó todo el discurso que se había aprendido y se quedó
sin poder decir palabra. No se acobardó el santo, sino que, ya que no podía
hablar con palabras, se propuso expresarse por gestos y empezó a danzar y a
aplaudir y a alabar y bendecir al Señor Dios como lo hacía el rey David ante el
Arca de la Alianza (algo parecido a lo que hacen los de la renovación carismátic a
en algunas de sus reuniones).
Y cosa rara. El Pontífice y los Cardenales en vez de reírse o de burlarse de
semejante actuación, quedaron hondamente impresionados del mucho amor que
este hombre de Dios tenía por su Creador, y de su falta de orgullo, y de su
admirable sencillez. Y al final logró Francisco decir unas palabras, y rogó al
Santo Padre que nombraran al Cardenal Hugolino como protector y guía de la
comunidad de frailes menores. El Pontífice le concedió inmediatamente este gran
favor. Y eso y nada más era lo que él había ido a pedir por el momento.
Como San Francisco y sus frailes por humildad y caridad les lavaban los pies a
los mendigos y pobres abandonados que encontraban, el Cardenal quiso
imitarlos y se puso a lavarle los pies a un pordiosero, pero como no lo sabía
hacer muy bien, porque en esto no tenía mucha práctica, el mendigo sin
imaginarse que se trataba de tan gran personaje, le dijo: “Usted de esto no sabe
nada. Mejor dedíquese a otro oficio”.
Entre los acompañantes que llegaron con el Cardenal Hugolino estaba Santo
Domingo de Guzmán, el cual quedó profundamente impresionado de lo que vio y
oyó en aquella reunión. He aquí las palabras de un testigo: “No se oía en aquella
inmensa muchedumbre ninguna conversación ociosa o de burlas, sino que
donde se juntaba un grupo de religiosos enseguida comenzaban a orar, a recitar
salmos o himnos espirituales, o a pedir perdón por los propios pecados y por los
pecados de aquellos con quienes trabajaban en el apostolado. Su lecho era un
poco de pasto seco, y por almohada tenían una piedra”.
Y Santo Domingo que contemplaba todo esto se preguntaba: ¿No será algo
imprudente esa orden que Francisco les acaba de dar? ¿Acaso es que es tan fácil
conseguir alimentos para semejante multitud tan grande? Pero Cristo bendito, el
Verdadero Pastor, queriendo demostrar cómo cuida Él de los que quieren
pertenecer a su rebaño, inspiró a las gentes de Perusa, Foligno, Asís y otras
ciudades cercanas que llevaran de comer y beber a los que estaban en aquella
santa reunión. Y he aquí que de pronto empezaron a llegar de esas ciudades
hombres y mujeres con asnos, mulas, caballos y carros tirados por bueyes,
llevando, pan, vino, habichuelas, queso y otros alimentos muy sabrosos. Y
llevaban también manteles, ollas, platos y todos los utensilios necesarios para
cocinar y servir. Y cada fiel se sentía tanto más feliz cuanta más ayuda podía
proporcionar a los frailes. Fray Jordán que estuvo en el Capítulo, dice que fueron
tantos los alimentos que las gentes llevaron que hubo que prolongar la reunión
por dos días más para poder consumir todos los víveres que les habían llevado.
Lo primero que hizo Hugolino fue enviar Cartas de recomendación a los países a
donde iban a llegar los nuevos misioneros, advirtiendo a los católicos que estos
frailes tenían toda la aprobación de la Santa Iglesia Católica de Roma y que eran
personas dignas de toda confianza. Y el Cardenal obtuvo del Papa Honorio III que
enviara una carta a los Arzobispos y Obispos recomendando a los frailes
misioneros como gente muy buena que dedicaba su vida a extender el Evangelio.
Con esta enorme recomendación partieron los nuevos grupos de misioneros,
presidido cada uno por un jefe que más tarde se llamó Ministro Provincial. Ahora
sí ya no se improvisaba nada, sino que todo estaba bien planeado y organizado.
De mucho les había servido la amarga experiencia anterior, pues “Perder por
aprender, no es perder”, como dice el refrán popular. En adelante por siglos y
siglos los misioneros franciscanos conseguirán maravillosos triunfos apostólicos
en todos los continentes y sus misiones son de las mejor organizadas que
existen.
Los misioneros preferidos de San Francisco eran los que se dirigían hacia el
sultán Miramolín de Marruecos, porque eran los que más se exponían a serios
peligros. Eran seis: Vital, Bernardo, Audito, Pedro, Acursio y Otón. El Santo al
despedirlos les dijo: “Nuestro Señor los envía a una misión muy difícil. Tengan
cuidado para que la paz y la unión los acompañen siempre. Huyan de la envidia.
Sean pacíficos y pacientes en las adversidades y sufrimientos y humildes en los
triunfos. Imiten a Jesucristo que nació pobre, vivió en gran pobreza, enseñó a ser
pobres y murió en pobreza total. Prefieran siempre la santa virtud de la pureza,
como Jesucristo que para enseñarnos lo mucho que aprecia esta virtud, nació de
una Virgen, se conservó Él totalmente puro y murió rodeado de la Virgen Santa y
del Apóstol más puro de todos. Sean siempre obedientes, recordando el ejemplo
del Salvador que fue obediente hasta la muerte y muerte de Cruz. Confíen solo en
Dios. Él nos ampara y nos favorece, nos defiende y no nos abandona jamás.
Lleven en sus viajes el libro de oraciones donde están los Salmos, y no dejen
ningún día sin rezarlos. Obedezcan con gran respeto a su superior Vital. Yo me
siento muy conmovido al despedirlos. Les recomiendo que cuando tengan algo
que sufrir recuerden los sufrimientos que el Redentor padeció por nosotros”.
Los seis misioneros muy conmovidos le respondieron: “Querido padre: con todo
gusto iremos a donde la obediencia nos mande. Pero somos débiles y
necesitamos que nos encomiende mucho a Dios. Somos jóvenes e inexpertos y no
hemos salido nunca de nuestro país. Vamos a tierras totalmente desconocidas e
ignoramos su idioma y sus costumbres. Cuando nos vean así pobremente
vestidos se reirán de nosotros, no querrán hacer caso a nuestras palabras. Pero
con verdadera alegría nos vamos a exponer nuestra vida por el buen Dios y por
tratar de extender la Religión Católica”.
San Francisco muy conmovido les dio su bendición diciendo: “Nuestro Señor que
los llamó a esta misión tan difícil, Él mismo les dará las fuerzas necesarias para
lograr cumplirla”. Y mientras los seis de rodillas después de besarles las manos,
besaban el cordón de su habito, el santo levantó los brazos al cielo y trazando
sobre ellos la señal de la Cruz les dijo: “Que los bendiga Dios Todopoderoso como
bendijo al Apóstol San Pablo cuando lo envió a predicar el Evangelio a regiones
que él no conocía. Y nada teman, pues el Señor Todopoderoso los acompañará
cada día y a cada momento”.
Los seis jóvenes frailes misioneros partieron para la lejana misión, sin bastón, ni
maletas con provisiones, sin zapatos en los pies, ni cartera con dinero, confiando
solo en Dios. Atravesaron España (donde Vital se enfermó y tuvieron que dejarlo).
Luego se embarcaron hacia Marruecos a las tierras del sultán Miramolín y de los
terribles mahometanos que no aceptan en religión nada, absolutamente nada
que no sean las doctrinas de Mahoma.
CAPÍTULO 19
FRANCISCO SE VA A VISITAR AL SULTAN DE EGIPTO Y A TIERRA SANTA
Ahora el misionero que partía hacia donde estaban los mahometanos era el
propio fundador de la comunidad. Dejó dos reemplazos o vicarios, Fray Mateo en
la Porciúncula encargado de recibir a los nuevos religiosos que llegaran, y Fray
Gregorio para el resto del país.
Un gran deseo de Francisco, que lo tenía desde hacía muchos años, era poder
llevar la predicación del Evangelio a los infieles. Y por eso aprovechó la primera
ocasión que se le presentó (una tregua entre los dos ejércitos) para pedir una
entrevista con el sultán o jefe de los mahometanos en Egipto. No fue fácil, pero al
fin se le concedió. Y con gran ánimo y entusiasmo se presentó ante el terrible
musulmán y le habló de Jesucristo y de su maravillosa doctrina, invitándolo a
pasarse a la religión católica. Este era un acto de valentía inmenso, porque el
fanatismo religioso de los musulmanes es extremado y no aceptan sino solo su
religión mahometana, y hacen guerra sin misericordia contra quien se atreva a
tratar de llevarles otra religión.
Se nota que al sultán no le cayó mal el tal predicador Francisco, pues en vez de
mandar que le cortaran la cabeza o que lo torturaran, lo despidió amablemente
diciéndole: “Haga oración y pídale a Dios que me ilumine cuál de las religiones es
la mejor y la que más me conviene”.
Visto que en Egipto no había nada que hacer por ahora, emprendió el viaje
entonces hacia Tierra Santa. La Navidad la pasó en Belén junto a la gruta de la
cueva Sagrada recordando con inmensa gratitud el Nacimiento del Redentor del
Mundo. Recorrió después los sitios donde Jesús predicó e hizo tantos milagros:
Nazaret, Caná, Cafarnaúm, Naím, el Tabor, el Lago de Genezaret, Jericó y las
orillas del Rio Jordán donde Juan bautizó al Señor.
Cuando vuelva de Tierra Santa a su patria, Italia, llegará tan entusiasmado por
recordar el Nacimiento de Jesús que implantará la costumbre de celebrar la
Navidad al vivo cada 24 de diciembre. Y el recuerdo de la Pasión y Muerte de
Jesús quedará desde ahora tan profundamente grabado en su corazón y en su
memoria, que llegará más tarde a tener en sus manos, en sus pies y en su
costado, las heridas de Cristo Crucificado.
Como por meses y meses nadie había vuelto a saber nada de él, (por la ponzoña
del Diablo) empezaron a circular los más raros rumores: unos decían que se
había enfermado y se había muerto. Otros inventaban que había sido martirizado
por los mahometanos, que ya estaba en el cielo. Y como a la gente le encanta
creer lo que no es cierto, empezaron a darlo por muerto, y los que habían
quedado reemplazándolo en el mando de la comunidad empezaron a cambiar
peligrosamente todo lo que él había ordenado (Quedando apropiado el antiguo
refrán; “Cuando no está el Gato, los Ratones se ponen a bailar”.
Como no hay mal que por bien no venga, Francisco y Hugolino se convencieron
de que era necesario darle a la comunidad una verdadera organización. Y la
primera idea luminosa para conseguir este gran fin se le ocurrió al Papa Honorio
III, el cual en septiembre de 1220 decretó que todos los que quisieran ser
religiosos tenían que hacer antes un año de noviciado para conocer el espíritu de
la comunidad y comprobar si en verdad estaban dispuestos a vivir en pobreza, en
castidad y obediencia.
Este decreto fue providencial porque en ese tiempo había muchos vagos que
andaban de convento en convento, comiendo y bebiendo y sin hacer nada y
pasando cada mes de un convento a otro. A esta clase de falsos religiosos era a
los que Francisco llamaba “Fray Zángano”, que come, bebe, duerme, la pasa bien
y no le pasa por la cabeza el hacer algo por ganarse la vida, ni rezar, ni meditar.
¡Un verdadero Zángano!
Acompañado por el muy sabio y muy santo Fray Cesáreo de Spira, se fue
Francisco a un sitio solitario y allí se dedicó a redactar los Nue vos Reglamentos o
Santa Regla de la Comunidad Franciscana, en reemplazo del sencillo Reglamento
que había servido hasta entonces para dirigir a la comunidad. A este trabajo
estuvo dedicado los meses de septiembre, octubre, noviembre y diciembre de
1220.
Aquel Capítulo se llamó de “Las Esteras o Carpas” porque fueron tantos los
religiosos que llegaron que no hubo sitio para ellos en ninguna habitación y
tuvieron que pasar esa semana en improvisados campamentos que tenían techo
de carpa y piso de estera.
El bello libro llamado “Las Florecillas” conserva el discurso que iluminado por el
Espíritu Santo dijo en tan importante reunión. He aquí sus palabras: “Hijos míos
muy amados; grandes cosas hemos prometido a Nuestro Señor, pero mucho
mayores y mejores son las que Él nos tiene prometidas a nosotros. Cumplamos
lo que hemos prometido a Dios y esperemos confiados en que Él nunca dejará de
cumplir lo que ha prometido en nuestro favor. Pecar es gozar solo un momento,
para sufrir después toda una vida, en cambio no hay comparación entre lo
poquito que tenemos que sufrir en esta vida y los gozos eternos que nos esperan
en el cielo.
El buen religioso obedece siempre a la Santa Iglesia Católica, reza mucho por los
pecadores, sufre con paciencia las penas y contrariedades de cada día, se
esfuerza con toda su alma por conservar la santa virtud de la castidad, y trata de
vivir en gran pobreza, como lo hizo Nuestro Señor”.
El santo los despidió con gran emoción, deseándoles para ellos y para todos los
que escucharan sus palabras, las más grandes bendiciones de Dios. Y sucedió lo
que menos se esperaba. En vez de martirio y humillaciones y ultrajes, lo que
encontraron fue magnifica buena voluntad de las gentes (ahora sí ya sabían
hablar en alemán) y pronto en todas las ciudades más importantes de ese gran
país hubo religiosos Franciscanos predicando el Evangelio y dando buen ejemplo
a las gentes con sus heroísmos de virtud y de pobreza. Las vocaciones alemanas
aparecieron por montones.
Al principio, Antonio fue Agustino, pero luego al oír la narración del martirio de
los Frailes Franciscanos en Marruecos, se entusiasmó por llegar a ser también él
fraile y tener la oportunidad de morir por amor a Cristo. Partió en un barco hacia
Marruecos, pero una tempestad lo llevó hacia Sicilia y desde allí pasó al Capítulo
de las Esteras donde conoció a Francisco y charló con él.
Después del Capítulo o reunión general, pidió permiso para irse a una montaña
con otros frailes a dedicarse a orar y meditar. Al principio nadie conocía sus
cualidades de orador, pero un día el superior le pidió que hiciera un sermón a los
religiosos, y quedaron todos tan impresionados de sus admirables capacidades
para la predicación, tanto, que fue enviado por toda Italia a predicar,
especialmente en las regiones donde había herejes y peligros de perder la fe para
la gente. Los éxitos de su predicación fueron asombrosos, y los más
impresionantes milagros acompañaron a sus sermones.
Fue luego enviado a Padua en donde transformó la ciudad y sus alrededores con
sus predicaciones y sus admirables ejemplos. Murió muy joven, de solo 35 años
en 1231, y después de muerto ha seguido consiguiendo formidables milagros
para sus de votos. Ahora su nombre es San Antonio de Padua.
CAPÍTULO 20
LA NUEVA REGLA O REGLAMENTO DE LA COMUNIDAD
Tomás de Celano, el biógrafo del santo, llama a estos concejos, “El Testamento de
nuestro piadoso padre”, y han sido tenidos en gran estima por muchos cristianos
durante todos estos siglos.
San Francisco les daba mucha importancia a estas recomendaciones que Dios le
había inspirado, y en sus cartas recomendaba a sus discípulos que las copiaran
y las llevaran en sus viajes para repasarlas, y que se esmeraran por cumplirlas.
Todos estos concejos fueron escritos por el Santo en Rivo Torto, una choza de las
afueras de Asís, residencia del primer grupo de Franciscanos, y en las Ermitas de
las Cárceles, a donde Francisco se retiraba a rezar y a meditar, y a donde sus
religiosos hicieron unas ermitas o pequeñas capillas y habitaciones arrimadas
hacia las rocas. Es lo que antiguamente se llamaba “Lauras”.
La reglamentación que Francisco escribió en 1221 no era un documento
legislativo sino una extensa invitación a la santidad y a la perfección. Allí el santo
no se presenta como un legislador, sino como un padre. Insiste en que el
religioso gane el pan con el sudor de su frente, o sea, trabajando, y que solo se
recurra a pedir limosna cuando con el propio trabajo no se logra conseguir lo
necesario para subsistir. Pero no había normas muy exactas como para que cada
uno supiera claramente a qué atenerse.
Por eso, al reunirse el Capítulo en 1221, con más de tres mil religiosos, los más
intelectuales, capitaneados por Fray Elías que era el superior general, le pidieron
a Francisco que redactara algo más preciso y exacto, algo que los juristas del
Vaticano pudieran aprobar como Reglamentación de la Comunidad. Le dijeron,
“Todo esto que ha redactado es un excelente programa de vida espiritual, pero lo
que necesitamos es un código práctico, hecho no para santos o héroes sino para
gentecita común y corriente. Además, a este escrito suyo le falta algo que debe
tener todo código de leyes; conclusión, brevedad y precisión , sin lo cual los
especialistas y juristas de la Santa Sede nunca nos van a conceder la
aprobación”.
Mucho sufrió San Francisco al ver que ahora sus seguidores ya no eran tan
sencillos como los de los primeros tiempos y como él hubiera deseado que
fueran; pero aceptando la petición de sus frailes y las recomendaciones del
Cardenal Hugolino se fue a un sitio solitario y silvestre, al Valle de Rieti, donde
una señora amiga muy bondadosa de nombre Columba, tenía una finca llamada
Fonte Colombo, en pleno monte, en una salvaje hosquedad y soledad, llena de
pinos, encinas y robles. Allí, acompañado por dos o tres frailes de su mayor
confianza, en varios meses de soledad, oración y meditación, redactó la Regla
Definitiva de la Comunidad Franciscana.
La Nueva Regla que Francisco escribió ahora en 1223 era bastante distinta de la
anterior que había redactado. Era cuatro veces más corta. Solamente tiene seis
frases de la Santa Biblia. Es precisa y concisa y sostiene los principios
fundamentales que él tanto había recomendado siempre: Total Pobreza, Trabajo
Incansable, Amor Inmenso de Caridad de unos con otros, ser Pacíficos y
Humildes, y tener siempre una gran Obediencia y humilde sumisión a la Santa
Iglesia Católica.
Por aquel tiempo compuso Francisco una canción religiosa que mandó a sus
frailes para que la fueran repitiendo y cantando por los campos, pueblos y
ciudades por donde pasaran, para tratar de entusiasmar un poco más a las
gentes por Dios, con el título “Plegaria y Alabanza de Acción de Gracias”. Dice
así:
Organización de la Comunidad
Pensaba: “Ya son pocos los años que me quedan de vida. Tengo que dedicarlos
totalmente a amar a mi Dios y a hacerlo amar por los demás”.
A Fray León le decía; “Oh mi hermano, ya me parece estar viendo las montañas
del Paraíso Eterno. Oh, ¡Qué felicidad! ¡Qué felicidad! Allá veré a mi Señor Dios y
lo amaré y seré para siempre amado por Él”.
Una tarde se subió a la torre de una Iglesia a Orar. Se colocó allí en un rincón y
se dedicó a pensar en Dios y en la Eternidad. Soplaba un ventarrón helado y
fuerte que hacía tiritar, pero él no demostraba sentir frio, y allí permaneció por
bastantes horas sin moverse, solamente meditando y rezando... Fray León al
subir por las escaleras y verlo allí sonrosado y sin sentir frio, exclamaba: “Si no
lo estuviera viendo, no lo creería. Lleva varias horas allí sin moverse, en
semejante frio y con tan terrible ventarrón y no demuestra sentir ninguna
molestia”. Mientras bajaban las escaleras, el santo dijo: “Hay Fray León, yo
estaba junto a Dios que es un horno encendido de Caridad. ¿Cómo puede uno
sentir frio si está cerca de un horno tan ardiente? Junto al Buen Dios no se
puede sentir ni frio, ni hambre, ni miedo. Él solo infunde más calor que todos los
hornos del mundo, y demuestra más amor hacia cada uno de nosotros que todas
las madres juntas”.
Al volver a la choza donde estaban los Frailes Amigos, se puso a repasar los
últimos años de su vida. Recordando que los últimos cuatro años había tenido
sentimientos de ira y fuertes depresiones a causa de que querían cambiar el
modo de ser de la Comunidad Religiosa que él había fundado, y se arrodillaba en
el suelo y tocando el piso con la frente repetía muchas veces: “¡Señor, ten pie dad,
Señor ten piedad!”. Luego saliendo exclamaba; “Soy hijo de barro, pero no hay de
que asustarse, pues el Señor conoce de qué barro hemos sido hechos y sabe
comprendernos muy bien. La Misericordia de Dios es muchísimo más grande que
nuestra espantosa debilidad”.
Cuando Francisco volvía de la gruta a la choza, Fray León y Fray Ángel lo veían
como transformado. “Hablemos del Señor Dios”, le decían suplicantes, y él se
dedicaba a hablarles del Todopoderoso con una emoción como del mejor amigo
del mundo. Se mostraba inspiradísimo. Esos minutos, les sabía a cielo a los dos
santos religiosos que lo escuchaban sin perder palabra. “Esto es el Paraíso”,
repetía Fray Ángel, y Francisco añadía: “Es que donde está Dios, allí está el
Paraíso”.
Fray León para frenar un poco cualquier pensamiento de vanidad que pudiera
llegar, le decía; “Pero recuerda hermano Francisco que en un tiempo fuimos
lobos, y no olvidemos que la Sangre del Cordero de Dios fue derramada para
borrar los pecados de los que pedimos su perdón, de los que deseamos ser sus
amigos y no ofenderle ya más”.
Al final del año 1223 llegó hasta donde estaba Francisco, un señor llamado Juan
Velita a ofrecerle una posesión que tenía frente a un pueblo llamado Greccio. Era
una montaña muy escarpada, en la cual, junto a una imponente roca, había una
serie de cuevas muy propias para ir a rezar tranquilos y sin ser molestados por la
gente. El santo quedó impresionado por el aspecto imponente que ofrecían
aquellas rocas y aceptó la montaña que se le ofrecía y pidió al señor Velita que le
construyera allá algunas chozas para ir a pasar en ese sitio la Navidad.
Faltando una semana para la gran fecha envió Francisco a Fray Ángel a invitar a
todos los religiosos de la comunidad que encontrara a los alrededores, a que
vinieran a la alegre festividad.
Con razón las gentes repetían varios años después, aquella copla:
También fue San Francisco quien inició la costumbre de cantar música popular
en Navidad, en adición a la música latina más seria, que se cantaba en los
Templos. Desde entonces, los Villancicos de Navidad han gozado de gran
popularidad en muchos países. Y hoy tenemos una variedad muy hermosa de
canticos infantiles al Niño Dios, a la Virgen María, y a San José.
CAPÍTULO 22
CURIOSAS AVENTURAS FRANCISCANAS
Después de aquel invierno de 1223 en el que celebró la Navidad por primera vez
en un pesebre, Francisco bajó de la montaña y predicó por pueblos y veredas.
Testigos oculares cuentan que el modo de vestir del santo era supremamente
pobre y su presencia no era nada atractiva: pequeño, flaco, demacrado, con voz
muy débil. Pero que cuando empezaba a hablar a la gente, a todos les parecía
como que un verdadero mensaje les llegaba del cielo, y sentían un deseo inmenso
de convertirse, y empezar una vida santa.
La Tercera Orden
Francisco Escritor
Al final de sus circulares recomienda: “Suplico que estos avisos sean leídos y
vueltos a leer; que sean recordados y meditados. Y que se les lean a los que no
saben leer, y que se pongan en práctica, pues son enseñanzas que producen
aumento de vida espiritual y quien no las quiera aceptar tendrá que responder
ante la justicia de Dios”.
Cuando Francisco por su mala salud estaba supremamente débil, tenía que
viajar en un borriquillo. Y un día mientras viajaba acompañado por Fray
Leonardo, este se puso a pensar: “Es el colmo. Yo que soy de familia distinguida
tengo que viajar a pie. Y en cambio Francisco que viene de una familia
cualquiera, viaja a caballo”. El santo se dio cuenta de lo que estaba pensando su
compañero de viaje y le dijo: “Fray Leonardo: yo siento verdadera vergüenza por
esta desproporción. Yo que vengo de una familia cualquiera viajo a caballo, y
usted que es de una familia muy distinguida, tiene que viajar a pie. Qué
vergüenza siento Fray Leonardo”. El otro se dio cuenta de que su pensamiento
había sido leído por el hombre de Dios y se arrodilló ante él y le pidió perdón por
haber aceptado aquel mal pensamiento.
Destechando la Casa
Y sucedió que por esos mismos tiempos Fray Pacifico tuvo una visión en la cual
contempló que en el cielo, el sitio que dejó vacío Luzbel, estaba destinado para el
humildísimo Francisco de Asís.
Por aquellos tiempos sucedió que uno de los más antiguos amigos de San
Francisco, Fray Rufino sufrió una muy peligrosa tentación. El demonio se le
apareció en forma de crucifijo y le dijo: “¿para qué hace penitencia y largas
oraciones, si usted ya está sentenciado a la condenación eterna? Y lo mismo le
sucederá al tal Francisco de Asís. Ese hombre será condenado para siempre en
las llamas del infierno”.
El santo le advirtió que, si una aparición le quita a uno las ganas de rezar y de
hacer obras buenas y el aprecio por los demás, esa tal aparición no viene de Dios
que es amor y paz, sino del diablo que es tristeza y desamor.
Y la próxima vez que el demonio se le apareció, Fray Rufino hizo lo que le había
aconsejado Fray Francisco y le hizo salir huyendo, y con tanta rabia huyo
satanás que esa noche rodaron grandes piedras por esas montañas con estrepito
infernal y gran susto de todos.
Y en adelante, Fray Rufino gozó de una gran paz espiritual y amó y admiro cada
día más y más a San Francisco y se dedicó de tal modo a la oración, a la
penitencia y a las obras buenas, que nuestro Santo decía: “Aunque todavía está
vivo sobre la tierra, yo me atrevo a llamarlo ya: San Rufino”.
Colección de Santos
Aquellos primeros religiosos Franciscanos eran tan fervorosos que San Francisco
llegó a decir lo siguiente: “Si alguno quiere ser un perfecto religioso tiene que ser
tan amante de la pobreza como Fray Bernardo; tan puro y tan sencillo como Fray
León; tan mortificado como Fray Ángel; tan agradable en el trato como Fray
Masseo; tan humilde como Fray Gil; tan fervoroso n la oración como Fray Rufino,
que es capaz de pasar horas y horas rezando sin cansarse; tan paciente como
Fray Junípero; tan amable como Fray Rogerio…” en verdad que este gran santo
tuvo el gusto de verse rodeado de religiosos admirablemente fervorosos. Bien se
ve que la santidad es prendediza y contagiosa. Al que a buen árbol se arrima,
buena sombra lo cobija, dicen los campesinos. Cada uno es como son sus
amigos, y los que se hacen amigos de los santos, naturalmente se van volviendo
santos ellos también.
Excesos Heroicos
Seguramente que sufrió más Fray Bernardo al pisotearle la boca, que el santo al
ser pisoteado. ¡Así de heroicos son los santos!
CAPÍTULO 23
LA ESTIGMATIZACIÓN DE SAN FRANCISCO
Una de las actividades preferidas del gran santo era irse a las montañas
solitarias y dedicarse allí por horas y días y semanas a meditar, orar y adorar a
Dios. Uno de sus compañeros en esos tiempos dice que Francisco no era un
hombre que dedicaba algunos ratos a la oración, sino que él mismo parecía la
oración hecha persona . Se notaba que entre él y la eternidad no había sino un
débil muro, y que escuchaba los eternos cantos y alabanzas que entonan los
seres celestiales.
Contactos Sobrenaturales
El rezo de los Salmos lo hacía despacio y con gran fervor tratando de darse
cuenta de lo que estaba diciendo. Y les repetía a sus religiosos: “Si comemos de
prisa se nos indigestan los alimentos del cuerpo; así pasa con el alma: si rezamos
de prisa no nos aprovecha lo que rezamos”.
Una vez en sus ratos libres había fabricado una vasija de madera. Pero mientras
rezaba se le iban los ojos hacia la tal vasija. Se dio cuenta de que aquello lo
estaba distrayendo en la oración y echó la vasija al fuego.
Muchas veces decía a sus acompañantes: “Recemos por los que nos han pedido
que los encomendemos. Que no se nos quede ninguno de ellos sin encomendarlo
en la oración”.
Uno de los concejos que más frecuentemente repetía nuestro santo a sus
discípulos era aquel de San Pablo: “Estén siempre alegres. Os lo repito; estén
siempre alegres”. (Filipenses 4.4) Y les insistía que no vivieran con cara triste de
gente hipócrita, sin siempre con un rostro santamente alegre y risueño. Ellos le
preguntaban cómo se podía conseguir el lograr vivir en perpetua alegría, y les
respondía: “La primera condición para vivir alegres es vivir sin pecado en el alma
y lo más fervorosos posible”. Les decía que todo pecado trae tristeza y que la
tristeza o falta de fervor y entusiasmo en la piedad producen melancolía.
Para evitar todo pecado impuro aconsejaba huir del trato con personas que
pudieran poner en peligro la propia castidad. Un día en que lo visitaron una
madre y su hija, fervorosas colaboradoras de las obras de la religión, Francisco
les dio muy buenos concejos, pero no las miró ni siquiera por un momento al
rostro. Cuando ellas se fueron le dijo uno de sus frailes: “Padre, ¿por qué ni
siquiera miró a esas personas tan bondadosas?”. Y el santo le respondió con la
frase del santo Job: “Para mantener mi castidad, hice pacto con mis ojos de no
mirar el rostro de mujer joven”. (Job 31)
Era tal la alegría que de vez en cuando invadía el alma de Francisco que se iba
por los bosques cantando gozosamente a Dios, y tomando en sus manos dos
palos y colocando el uno debajo de su barba como si fuera un violín actual y
frotándolo con el otro como si fuera un arco, entonaba cantos a Dios con muy
sonora voz y moviendo su cuerpo al ritmo de su canto. Hasta que al fin lo invadía
de tal manera la emoción que dejando aquel supuesto violín y el imaginario arco,
se quedaba como extasiado, y lloraba y temblaba de emoción pensando en el
buen Dios y en sus dones y bondades.
En agosto del año 1224 emprendió viaje hacia el Monte Alvernia. Ya hemos dicho
que el Conde Orlando conociendo la inclinación y gusto que sentía Francisco por
los bosques en las montañas apartadas y solitarias, para dedicarse a orar y a
meditar, le ofreció una posesión suya en una escarpadísima altura llamada
Monte Alvernia. Y hacia allá se dirigió el santo dispuesto a pasar 40 días en
riguroso ayuno y continua oración, desde la fiesta de la Asunción de la Virgen
(15 de agosto) hasta la fiesta de San Miguel (29 de septiembre). Él era
sumamente devoto de Nuestra Señora y confiaba muchísimo en la protección el
Arcángel San Miguel, que es el jefe de los ejércitos celestiales, y el que derrotó a
Satanás y lo echó del Paraíso. El Conde Orlando había hecho construir allá
arriba unos ranchos de paja para Francisco y sus Frailes acompañantes.
Como el santo estaba tan débil y tan falto de salud, sus compañeros entraron en
una finca a tratar de conseguir que les prestaran un asno para que el hombre de
Dios viajara en él. El dueño de la finca al saber para quién era el burrito que
necesitaban lo ofreció con mucho gusto y se propuso ir él mismo a
acompañarlos.
En Soledad Total
Todavía hoy muestran los religiosos a los peregrinos los sitios a donde pasó
Francisco aquellos 40 días famosos. El escarpado peñasco, a cuyo pie
acostumbraba dedicarse a rezar. La cueva oscura y húmeda donde dormía las
pocas horas que dedicaba al descanso cada noche. La gruta, allá arriba en lo
más alto de la montaña, donde a la hora del amanecer, tantas veces asistió
Francisco a la Santa Misa, y adoró la Santa Hostia que se elevaba en las manos
de su gran amigo Fray León, y de él recibía la sagrada Comunión.
Nadie, fuera de Fray León podía ir a visitarlo. Y este solamente podía ir a celebrar
la Santa Misa y a llevarle el pan y el agua de cada día. Al acercarse a aquel lugar
debía decir la frase con la cual los monjes empiezan el rezo de los salmos: “Señor;
abre mis labios”, y si Francisco le respondía con la segunda frase de esa oración
que es; “Y mis labios proclamarán tu alabanza”, entonces si podía pasar
adelante. Pero si Francisco no respondía, era señal de que no podía acercarse y
tenía que devolverse.
De pronto Fray León sin darse cuenta, pisó una rama seca que se quebró con
fuerte ruido. Ante aquel crujido dejo de orar San Francisco; se puso en pie y
exclamó: “En el Nombre de Jesús deténgase cualquiera que sea sin moverse del
sitio”. Y se acercó al visitante.
Contaba después Fray León que en ese momento sintió un susto tan grande que
habría preferido que se lo tragara la tierra antes que tener que presentarse ante
el santo porque tenía temor de que Francisco, por haberle desobedecido su
orden, lo expulsara de su lado y ya no lo tuviera más como amigo. Y su amor
hacia él era tan grande que le parecía que no podría vivir sin su compañía y sin
su amistad.
¿Y porque se le ha ocurrido venir por aquí a esta hora, corderillo del Señor, no le
había prohibido que se acercara a curiosear lo que yo estaba haciendo o
diciendo?
Y arrodillándose con gran veneración ante San Francisco y pidiéndole perdón por
su desobediencia le dijo: Padre; le ruego que me explique qué significa esa
oración que repetía tantas veces.
Oh pequeño Corderillo de Jesucristo, -le dijo el santo- Mi querido Fray León: le
cuento que mientras repetía esa oración le llegaron dos luces a mi alma: una
para saber cuánto vale Dios, y otra para conocer cuan poquito valgo yo. Cuando
le decía: Señor Dios: “Concédeme la gracia de saber quién eres Tu”. Me llegaba
una luz de contemplación y lograba conocer algo de la infinita sabiduría y del
inmenso poder de Nuestro Señor. Y cuando decía: “Concédeme la gracia de saber
quién soy yo” recibía una luz del cielo que me hacía ver cuán espantosa es mi
miseria. Y el buen Dios me concedió esas dos gracias que tanto deseaba recibir.
Pero cuidado Fray León, Corderillo del Señor, cuidado: no vulva a desobedecer a
la orden que le di de no venir a curiosear que estoy haciendo o diciendo. Y ahora
vuelva en paz a su celda, con la bendición de Dios.
Por aquellos días empezó Francisco a sentir una gran angustia por el futuro de
su comunidad religiosa y una profunda tristeza al considerar que los que
estaban ahora encargados de dirigir a sus religiosos ya no seguían las líneas de
tan exacta pureza que él les había recomendado tantas veces. Y a su alma
llegaban sentimientos de antipatía y hasta de rencor contra esos personajes.
Trataba de dormir y la angustia no lo dejaba. Iba a rezar y la tristeza se lo
impedía. Los sentimientos de tristeza y de temor se lanzaban contra su alma
como aves de rapiña y no los lograba alejar.
Era aquella situación lo que los santos llaman “La Noche Oscura del Alma ”, una
época en la vida en la cual Dios permite que lleguen espantosas angustias por el
pasado y horribles miedos por el futuro, para purificar más el espíritu y llevar a
la persona a no confiar sino en Dios y a colocar toda su esperanza únicamente
en el poder y en la bondad del Todopoderoso.
En seguida se dedicó a rezar por los que habían tratado de cambiar el modo de
ser que él había dado a su comunidad de religiosos. Los fue nombrando uno por
uno: pidiendo a Dios que los bendijera y los perdonara. No quería guardar rencor
ni siquiera a uno solo. Sabía que la tristeza y el rencor vienen del Diablo y que
Dios en cambio es amor, alegría y paz.
Pidió perdón a Dios por haber tenido pensamientos de rencor y por haberse
dejado dominar por temores hacia el futuro y se confió totalmente en sus manos
Todopoderosas. Y fue repitiendo despacio aquellas palabras de San Pablo: “Todo
sucede para bien de los que aman a Dios” (Romanos 8, 28).
San Francisco aconsejaba luego: “cuanto más tentado te veas, sábete que eres
más amado de Dios. Nadie debe reputarse siervo de Dios hasta tanto que pase
por las tentaciones y arideces, y así purificados interiormente, iluminados y
encendidos por el ardor del Espíritu Santo, podamos seguir las huellas de
Nuestro Señor Jesucristo”. Y oraba: “te doy gracias ¡Oh Señor y Dios mío! Por
todos estos dolores… ya que en cumplir tu santísima voluntad encuentro yo los
más inefables consuelos”.
Así era como el demonio le traía las más feroces tentaciones, pero con la oración,
lograba vencerlas. Y ahora miles y miles de religiosos, monjas y penitentes del
mundo entero, siguen el ejemplo de Francisco para llegar a la santidad.
El Hermano Gavilán
Y sucedió por aquellos tiempos que junto a la choza donde rezaba Francisco
empezó a revolotear amigablemente un Gavilán. Y pronto se formó una curiosa
amistad entre estos dos seres tan opuestos: el uno la personificación de la paz y
de la bondad, y el otro por naturaleza agresivo y sanguinario. Un día Francisco le
dijo al animalito: “hermano Gavilán, criatura de Dios: yo soy tu hermano. No me
tengas miedo. Extiende tus alas y ven hacia mí. El Gavilán se le acercó y se
quedó a pocos metros mirándolo fijamente. Francisco lo miraba también con
especial cariño. Y desde aquel día fueron siempre grandes amigos.
Un descubrimiento decisivo
Una vez más pidió a Fray León que volviera a abrir el Misal al azar para ver qué
le aconsejaba Dios, y quedó abierto donde dice, Miércoles Santo y allí se lee:
“Pasión de Jesucristo según San Lucas”.
Por tercera vez pidió el hombre de Dios a su buen amigo que volviera a abrir el
Misal porque deseaba conocer qué remedio le aconsejaba Nuestro Señor. Y al
abrir el libro, apareció: “Pasión de Jesucristo, según San Juan”.
Desde joven la devoción que mayor fervor produjo en el alma de Francisco fue la
de la Pasión y Muerte de Jesús. Su conversión se produjo (cuando él era muy
joven) junto a un Cristo Crucificado, en la Iglesia de San Damián y desde
entonces la meditación en lo que Jesús sufrió por nosotros fue su preferida
siempre y en todas partes.
Tan grande era su amor por Jesús Crucificado que, si en una conversación
alguien comentaba algo acerca de los sufrimientos de Jesús en la Cruz, a
Francisco se le enrojecía el rostro y se quedaba como en éxtasis sin darse cuenta
de lo que sucedía a su alrededor.
A sus religiosos había recomendado que repitieran muchas veces esta bella
oración que ahora rezamos en el Vía Crucis: “Te adoramos oh Cristo y te
bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo”.
Varios de sus religiosos, como Fray Silvestre, Fray Pacífico y Fray León,
contemplaron en visiones a Francisco llevando por todo el mundo la devoción a
la Santa Cruz y a la Pasión Santísima de Jesús.
Y le agradó mucho aquella oración que dice: “Oh Señor, Cristo Redentor: Tu que
salvaste a Pedro de las aguas del mar; sálvanos compasivo también a nosotros,
por la virtud de la Santa Cruz”.
Algo que le impresionó también de la Liturgia de ese día fue el Himno que canta
así: “Oh Cruz santa, Cruz fiel, noble Cruz. El más noble de todos los maderos. No
hay bosque que haya producido madero semejante a ti, que llevaste tan Santo
Cuerpo y tan Divina Sangre. Mirad la Cruz gloriosa del Señor: que huyan todos
sus enemigos. En ella ha vencido Nuestro Redentor.
El Profeta Isaías dice que los Serafines son unos Ángeles que están muy cerca de
Dios y cada uno tiene seis alas. (La palabra Serafín significa: uno que arde en
amor hacia Dios).
Los compañeros del santo empezaron a notar que él no descubría las manos ni
los pies y que ya no hacia caminatas largas (en adelante en los viajes irá siempre
en un burrito, y para disimular le dirá a la gente que se ha vuelto muy perezoso
para andar). Pero luego al lavar las camisas y camisetas del maestro, notaron
que estaban ensangrentadas. También cuando aceptaba usar sandalias, éstas
quedaban con manchas de sangre.
Fray León, Fray Ángel y Fray Masseo guardaron en secreto esta noticia de la
Estigmatización. (La Iglesia llama estigmatización la acción por medio de la cual
se imprimen sobre el cuerpo de una persona, señales más o menos claras
relacionadas con las heridas de Cristo). (Estigma significa: señal grabada en el
Cuerpo). El caso más famoso de estigmatización que ha habido en la Iglesia
Católica es el de San Francisco. Otros casos célebres de estigmatización han sido
el de Santa Catalina de Siena (Año 1375) y el del Padre Pío (Año 1920).
Solamente al morir nuestro santo, dos años después de este hecho (en 1226) al
amortajar su cadáver lograron ver muchos de los presentes que llevaba en sus
manos, pies y costado las cinco heridas de Jesús Crucificado.
Durante os años sentirá Francisco en sus cinco heridas los más tremendos
dolores, pero recibirá también del cielo un enorme valor para soportarlos y un
inmenso amor para ofrecerlos todos por Dios y por la salvación de las almas.
CAPÍTULO 24
PRODIGIOS A MONTÓN
Cuando Francisco llegaba a los pueblos las gentes abandonaban sus trabajos y
sus campos y salían corriendo a aclamarlo gozosamente cantando: “¡Es el santo
de Dios! ¡Es el santo de Dios!”. Francisco les respondía diciendo: “Soy solamente
un pobre y miserable pecador”. Pero le gente se lanzaba hacia él y todos querían
tocar sus manos y sus vestidos y besar sus pies.
Fray León se asustaba porque tenía temor de que pudieran de pronto aquellas
multitudes sofocar a su santico tan amado.
En varias localidades tuvieron que hacer una cadena los hombres más fornidos
entrelazando sus fuertes brazos, para defenderlo de las multitudes que al grito de
¡Es el santo de Dios!, se lanzaban a tratar de tocarlo y de besar sus manos y sus
pies.
Cuando Francisco lograba calmar un poco los ánimos de esas pobres gentes se
dedicaba a hablarles del amor, del amor a Dios y el amor al prójimo. Su frase
favorita era esta: “El Amor no es amado, amemos a nuestro Dios”. Y repetía aquel
lema de San Pablo: “Si yo no tengo amor, nada soy”. Los invitaba a amar a sus
familiares y a sus vecinos. A rezar con amor por sus enemigos. A amar la
naturaleza, a los animales, a las plantas, al sol, a la luna y a las estrellas. A
amar a la hermana agua y a la hermana tierra. Oír predicar a Francisco era
empezar a creer en el verdadero amor hacia Dios y hacia las criaturas, y las
gentes sentían un verdadero cambio y un consolador mejoramiento en su
comportamiento.
Un Convertido
Francisco al saber que aquel hombre estaba llevando una vida sumamente santa
y que era muy amable con todos y que dedicaba muchas horas del día y de la
noche a fervorosas oraciones, le dijo a su compañero: “Oh Fray León: mire qué
grandes prodigios hace el amor. Si a la gente se le demostrara más amor, se
podrían disminuir las cárceles. Vea como aquel bandolero tan peligroso se
convirtió en un santo religioso, sólo porque se le demostró un verdadero amor:
¡Ah, que no olvidemos nunca que Dios es Amor y que nosotros debemos ser
también siempre amor, amor de caridad para con todos!
Por el camino se encontró Francisco con una pobre mujer que sufría un
espantoso mal de nervios que la tenían al borde de la locura. Le dio su bendición
y la mujer recobró completamente su calma y siguió gozando de gran
tranquilidad.
El invierno arreciaba y la nieve caía por montones y un día en su viaje hacia Asís
no encontraron ninguna casita por el camino y tuvieron que irse a dormir en una
cueva en la roca, y el frio era espantoso. Francisco y Fray León estaban gozosos
de poder ofrecerle a Dios este sacrificio, pero el que sí no estaba contento n i
mucho ni poco, era el arriero que conducía el burrito.
El llaguiento desesperado
Francisco le dijo: “Yo seré su enfermero. Dígame ¿Qué tratamiento desea que le
haga?”. Pues que me lave todo el cuerpo y me desinfecte porque estas espantosas
llagas de mi piel producen unos olores tan fétidos que ni yo mismo los logro ya
aguantar.
El santo hizo calentar agua y la mezclo con aromas vegetales y le fue lavando las
muchas llagas de su cuerpo una por una. Y entonces se obro el prodigio: cada
llaga que Francisco lavaba, quedaba curada, y con la curación el cuerpo llegó
también la del alma, porque el leproso al ver como recobraba su salud comenzó a
tener gran arrepentimiento de sus pecados y a pedir a Dios con mucho fervor que
le perdonara todas sus maldades, y gritaba en voz alta: “Mi Dios me perdone
todos los malos tratos que yo les di a los religiosos que venían a hacerme las
curaciones y todas las maldiciones y renegaciones que pronuncié y que no me
castigue por mis impaciencias y maldiciones”.
Yendo por el camino, Francisco preguntó a Fray León: ¿Cuál le parece que es la
cualidad de Dios que más admiro?
CAPÍTULO 25
LOS HIMNOS DE SAN FRANCISCO
Al llegar a Asís se agravó su ceguera. Ya hemos dicho que en su viaje por los
desiertos de Egipto cometió la imprudencia de no cubrir bien sus ojos y las
arenas calientísimas del desierto le quemaron las pupilas y así su vista fue
disminuyendo de manera alarmante, y ya en este tiempo la luz le producía
dolores agudísimos. De día la luz del sol le irritaba dolorosamente sus pupilas y
por la noche la luz del fuego o de las lámparas le hacía sufrir también
muchísimo.
En el verano de 1225 el brillantísimo sol de Italia le irritó más sus ojos y estuvo
varias semanas completamente ciego. Fue entonces cuando dispuso irse a vivir a
un rancho de paja que Santa Clara le había mandado construir, cerca del
convento de San Damián.
Allí tendido sobre un poco de pasto seco, trataba de dormir por las noches, pero
se lo impedían los muchos ratones que se movían por el suelo y que
atrevidamente pasaban hasta por encima de su cara. Pero allí en completa
ceguera, atormentado por semejantes animalejos y en total pobreza, compuso la
más bella poesía de toda su vida, y que se ha hecho famosa en todo el mundo, su
Canto al Sol o Himno a Dios por sus criaturas.
El Himno le fue dictado por primera vez a Fray León, y cuando éste terminó de
escribir la última estrofa estaba tan emocionado que se arrodilló ante el santo y
besándole los pies le dijo llorando: “Yo soy un pobre y miserable gusano de la
tierra que no soy digno de vivir junto a un poeta tan iluminado y a un hombre
tan santo”, y el hombre de Dios le contestó: “Hermano León, la emoción le está
haciendo decir barbaridades. Ahora escriba al final de la página: “Solo Dios es
Santo”.
Por varias semanas Francisco se propuso recitar el Himno varias veces por día.
Lo acompañaban cantando varios de sus mejores amigos, y cada vez que lo
entonaban se disminuían enormemente los dolores de sus enfermedades. Su
canto era como un anestésico para sus sufrimientos.
Y de pronto, mientras repetía a Dios aquella frase del Salmo 12: “Y Tu Señor;
¿hasta cuándo?”, oyó una voz que le decía: “Francisco: y si con estos
sufrimientos que estas padeciendo te estuvieras ganando los mayores tesoros del
mundo, ¿no los aceptarías con gusto?, Pues recuerda que con ellos te estás
ganando nada menos que el Reino de los Cielos, que es mucho mejor que todos
los tesoros del mundo juntos”.
Santo, santo, santo Señor Dios omnipotente, el que es y el que era y el que ha de
venir: Alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.
Digno eres, Señor Dios nuestro, de recibir la alabanza, la gloria y el honor y la
bendición: Alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.
Digno es el cordero, que ha sido degollado, de recibir el poder y la divinidad y la
sabiduría y la fortaleza y el honor y la gloria y la bendición: Alabémoslo y
ensalcémoslo por los siglos.
Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo: Alabémoslo y ensalcémoslo
por los siglos.
Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor: Alabémoslo y ensalcémoslo por los
siglos.
Alabad a nuestro Dios, todos sus siervos y los que teméis a Dios, pequeños y
grandes: Alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.
Los cielos y la tierra alábenlo a él que es glorioso: Alabémoslo y ensalcémoslo por
los siglos.
Y toda criatura que hay en el cielo y sobre la tierra, y las que hay debajo de la
tierra y del mar, y las que hay en él: Alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo: Alabémoslo y ensalcémoslo por los
siglos.
Como era en el principio, y ahora, y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.
Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, todo bien, sumo bien, total bien,
que eres el solo bueno, a ti te ofrezcamos toda alabanza, toda gloria, toda gracia,
todo honor, toda bendición y todos los bienes. Hágase. Hágase. Amén.
Oración simple
Haznos llegar a Ti
Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, que eres virgen hecha
iglesia y elegida por el santísimo Padre del cielo, a la cual consagró Él con su
santísimo amado Hijo y el Espíritu Santo Paráclito, en la cual estuvo y está toda
la plenitud de la gracia y todo bien.
Salve, palacio suyo; salve, tabernáculo suyo; salve, casa suya. Salve, vestidura
suya; salve, esclava suya; salve, Madre suya y todas vosotras, santas virtudes,
que sois infundidas por la gracia e iluminación del Espíritu Santo en los
corazones de los fieles, para que, de infieles, nos hagáis fieles a Dios.
Oración de Bendición
CAPÍTULO 26
DETALLES IMPRESIONANTES
Santa Clara le fabricó un par de sandalias que se adaptaran a las heridas de los
pies, y así pudo el santo reemprender otra vez sus viajes de apostolado. Cuando
alguien se acercaba mucho a su pecho, se notaba en él u estremecimiento y se
apartaba del otro. Era la herida del costado que se conservaba muy sensible. Y
trataba de llevar las manos escondidas entre las mangas de su manto, o forradas
con las vendas que de vez en cuando le cambiaba Fray León.
Y por orden suya cuando ya la plaza estuvo llena, salió Fray Pacífico a cantar el
Himno a Dios por el sol y las criaturas, con la nueva estrofa añadida
últimamente. Pacífico con su bella voz cantaba una estrofa y un artístico coro
compuesto por frailes, la repetían cantándola. Luego pedían a todo el pueblo que
la cantara otra vez. Ya sabemos que los italianos son muy buenos para el canto.
A un lado de la plaza estaban el Alcalde y sus secretarios. En el otro, se hallaban
el Obispo y sus colaboradores.
La ceguera de Francisco era cada día peor. Él nunca había querido tomar
remedios ni hacerse tratamientos para disminuirla, pero ahora los dolores de
cabeza que le producía su mal de ojos se estaban volviendo casi inaguantables.
Los médicos del Sumo Pontífice le hicieron los mejores tratamientos ordinarios
que se conocían en esos tiempos, pero todo fue inútil. El mal estaba ya
demasiado avanzado. El mismo Francisco le decía a su cuerpo como pidiéndole
escusas por lo duramente que lo había tratado durante toda su vida: “Perdóname
hermano cuerpo que lo haya tratado tan fuertemente durante tantos años. Es
que se trataba de poder salvar mi alma. ¡De ahora en adelante lo quiero tratar
con más suavidad!
Pero ya era demasiado tarde. Su cuerpo no resistía ya más, y todos los que
trataban con él se daban cuenta de que este hombre se acercaba ya muy
rápidamente a la muerte. Su cuerpo estaba totalmente desgastado y su alma
tenía un deseo tan inmenso de ir a donde Dios, que ya pronto saldría volando
hacia la eternidad feliz.
Al fin los médicos vieron que ningún otro método daba ya algún resultado
provechoso y optaron por aplicarle a los ojos de Francisco un tratamiento que en
estos tiempos solamente se empleaba cuando ya los dolores se habían vuelto tan
insoportables que la persona podía enloquecer; y consistía en quemarle los
nervios cercanos a los ojos.
Cuando Francisco sintió que estaban calentando al rojo el hierro con el cual le
iban a quemar desde la oreja hasta el ojo, sintió un estremecimiento de horror y
se dirigió hacía el fuego echándole la señal de la cruz y diciéndole estas bellas
palabras: “Hermano fuego; yo siempre lo he querido mucho y lo he respetado
grandemente en honor del que lo creó”. ¡Le pido que ahora sea compasivo
conmigo, y que no me haga demasiado daño, para que yo sea capaz de aguantar
esta operación!
En verdad que el Espíritu Santo concede una fortaleza extraordinaria a los que
saben orar con fervor.
CAPÍTULO 27
LOS ÚLTIMOS SEIS MESES DE SU VIDA
El tratamiento atroz recibido en Rieti le disminuyó los dolores de sus ojos, pero
no le devolvió la vista que ya estaba definitivamente perdida.
Una gran fiebre lo atormentaba. Fray León le comentó: “Debe ser por la Sangre
que brota de sus heridas”. Y él respondió: “Oh: ¡y cuán grande y terrible debió ser
la fiebre que Jesús sufrió en la cruz con tan espantosas heridas que le hicieron”.
Luego le anunció a su amigo: “Mi querido Fray León; en lo futuro tendrá que
sufrir mucho: y hasta cárceles y persecuciones. Pero no olvide que todos
nuestros sufrimientos están escritos en el Libro de Dios y que un día Él nos dará
premio por cada uno de ellos”. Fray León era el Capellán, Confesor, Secretario y
Enfermero del santo. Y después de que éste murió lo hicieron sufrir muchísimo
en los 40 años que aún le quedaron de vida en esta tierra y hasta encarcelado lo
tuvieron algunas veces por querer ser exactamente fiel a las enseñanzas de su
gran maestro.
Una noche le sobrevino un copioso vomito de sangre y los frailes creyeron que se
les moría. Todos se arrodillaron en torno a su lecho de enfermo y le pidieron su
última bendición. Luego cuando se repuso un poco llamó a Fray Benito y le
mandó escribir lo siguiente:
“Bendigo a Todos mis hermanos que están ahora en la Orden y a todos los que
llegarán después hasta el fin de los siglos. Les dejo como recuerdo que se amen
siempre como Cristo nos ha amado a nosotros y como yo los he amado. Que se
mantengan siempre fieles a los Superiores y Sacerdotes de nuestra Santa Iglesia
Católica y que observen la santa virtud de la pobreza”. Luego envió a todos, la
bendición que acostumbraba dar a sus amigos: “Que el Señor los bendiga y les
conceda su paz, les muestre siempre un rostro amable y bondadoso”.
Después entornó sus ojos y pareció que iba a morir. Los frailes estallaron en
llanto. Pero todavía no era su fin. Dios le concedía seis meses más de vida.
Desde entonces el gran deseo de Francisco fue volver a su amada tierra de Asís.
Obtuvo que el Superior General diera orden de que lo llevaran hacia su tierra
natal. Pero como al pasar por Perugia existía el peligro de que las gentes de esa
ciudad lo retuvieran allí para poder quedarse después con sus reliquias, pues
todos lo consideraban un gran santo, tuvieron que hacer un viaje bastante largo
dando un gran rodeo, para pasar lo más lo más lejos posible de Perugia.
Al llegar a la ciudad natal sus paisanos expresaron la más grande alegría. Para
ellos este no era un hombre cualquiera. Era un gran s anto. La gloria y el honor
de Asís. Ya a varios kilómetros de distancia le enviaron un numeroso grupo de
hombres fornidos para que lo acompañaran y le hicieran guardia no fuera que
los de Perugia llegaran y lo secuestraran y se lo llevaran para tener el honor de
quedarse con sus reliquias.
Encargó a Fray Ángel y Fray León que varias veces al día le cantaran esta estrofa
junto a su lecho, acompañados por instrumentos musicales. Fray Elías le
recordó que estaban en un palacio ajeno y que esa cantadera podía ser
desagradable para los que allí vivían y que ese escucharse músicas en su
habitación podría quitarle la fama de santo. Francisco le respondió: “El Espíritu
Santo ha mandado que estemos siempre alegres y la Palabra Divina ordena
entonar himnos y cantos a nuestro Dios. Le pido permiso a mi superior para
cumplir estos santos mandatos de Dios”. Y el himno se siguió cantando.
Francisco no se sentía nada bien en un palacio tan lujoso y quería terminar sus
días en total pobreza como había vivido en sus últimos años. Así que pidió al
superior, Fray Elías, que lo llevaran a la Porciúncula, el sitio donde había
fundado su comunidad.
“Dios nuestro quiso darme su gracia a mí, Fray Francisco, para que empezara a
hacer penitencia. Yo era muy pecador y les tenía repugnancia a los llaguientos y
leprosos, pero el Señor me concedió gran aprecio y misericordia hacía ellos y
logré atenderlos con caridad”.
“El Señor Dios me concedió tanta fe en los Sacerdotes que viven según los
mandatos de la Iglesia Católica, que, aunque ellos me persiguieran yo siempre les
tendría el más grande respeto. Y aunque yo tuviera toda la sabiduría de Salomón
le demostraría inmenso respeto aún al más humilde y sencillo de los Sacerdotes,
y no predicaría jamás en su territorio sin su permiso”.
“Quiero amar y honrar a los Sacerdotes y no quiero pensar en los pecados que
ellos puedan haber cometido, sino en que son representantes del Hijo de Dios, y
que ellos son los que consagran al Santísimo Cuerpo de Cristo en la Sagrada
Eucaristía y lo reparten entre los fieles”.
“Y a los que nos predican la Palabra del Señor y nos enseñan la Santa Religión,
debemos honrarlos y venerarlos como a personas que nos administran el
Alimento Celestial que nos proporcionan Espíritu y Vida”.
“Pedí al Señor que me iluminara qué modo de vivir debían tener los religiosos y
Él me dijo que lo mejor es vivir sencillamente según el Santo Evangelio. Y él Santo
Padre el Papa aprobó este modo de servir al Señor”.
“Y los que me siguieron se contentaron con vestir una sencilla túnica de tela
ordinaria amarrada con un cordón. Los clérigos rezábamos los Salmos y los otros
el Padrenuestro. Rezábamos en Iglesias pobres y desamparadas y nos
considerábamos unos ignorantes, siempre dispuestos a obedecer a los superiores
de la Iglesia”.
“Yo con mis manos trabajaba y trataba así de ganar el pan de cada día. Y quiero
y deseo que todos aprendan a trabajar y ganarse el sustento con su trabajo y
cuando con lo que trabajamos no alcancemos a conseguir el alimento necesario,
pidamos limosna de puerta en puerta”.
El Señor Dios me iluminó que el saludo que debía dar a los demás era este: “El
Señor te conceda la paz”.
“Y los que cumplan lo que les he recomendado, sean llenos de las bendiciones del
muy amado Padre Celestial, y del muy amado Hijo, y del Espíritu Santo
Consolador, y sean llenos de las virtudes de todos los santos. Yo Fray Francisco,
pequeñuelo siervo de todos en el Señor, les envío esta santísima bendición”.
CAPÍTULO 28
ÚLTIMOS DIAS Y MUERTE DEL SANTO
El hermano Francisco fue apagándose como un cirio. Su voz era cada vez más
débil. Pero, así como los cirios antes de apagarse definitivamente, dan unos
relámpagos muy brillantes, así él en estos días tenía palabras y actitudes que
llenaban de admiración.
A los enfermos graves les llegan pequeños antojos que no siempre es fácil
satisfacer. Un día, cuando ya su estómago no le recibía nada, les dijo a sus
frailes acompañantes: “Si hubiera un poquito de pescado, eso sí sería capaz de
comer”. Y ellos corrieron a conseguirlo.
Otra noche a media noche, se le antojó que si le dieran unas hojas de perejil se
sentiría mejor. Un fraile tuvo que irse en esa oscuridad a buscar por el campo
algunas de esas hojas. El santo se dio cuenta de que ese antojo suyo le producía
cierto disgusto al buen hermano y llamando a sus enfermeros les dijo: “Desde su
cama el enfermo hace sufrir a los que lo cuidan. Yo les recomiendo que por favor
no olviden que todo favor que se hace al enfermo se hace a Jesucristo y que Él lo
pagará muy bien. Recordemos que Jesús prometió que ni siquiera un vaso de
agua que le demos a uno de sus discípulos se quedará sin premio de Dios”.
Fray Jacoba
Santa Clara le envió un mensajero diciéndole que ella y sus monjas tenían un
gran deseo de ir a hacerle una visita. Francisco les mandó decir con el
mensajero, que no era posible por ahora que lo fueran a ver pero que después d
muerto lo verían y sentirían entonces un gran consuelo. Y dio orden a los frailes
que cuando lo llevaran a enterrar hicieran pasar el ataúd por el monasterio de
Clara para que ella y sus religiosas le pudieran dar la despedida.
Por orden del santo, los frailes cantores entonaban varias veces al día el Himno a
Dios por el sol y sus criaturas, y por todo aquel bosque resonaban aquellas
músicas y canciones.
Un día les dijo a sus acompañantes: “Por favor; quítenme la túnica y déjenme así
en el suelo”. Lo colocaron sobre el suelo de polvo, y exclamó: “Hermana madre
tierra: ahora vuelvo a ti de donde vine al nacer. Gracias hermana tierra por sus
cavernas y tus montañas. Gracias hermana tierra por los alimentos que
proporcionas a todos los mortales. Gracias hermana tierra porque ahora me
recibes otra vez. Polvo soy y en polvo me tengo que convertir”.
Después pidió que le trajeran algunas ropas prestadas para morir totalmente
pobre. E hizo que al entregárselas le fueran insistiendo en que esas ropas no
eran de él, que eran un préstamo que le estaban haciendo. Así quería morir en
pobreza total, sin nada propio.
Se fue despidiendo de sus amigos uno por uno. Hermano León: gracias por
haberme acompañado en tantas peregrinaciones. Perdone que lo hice viajar por
caminos tan difíciles y en medio de tantas incomodidades (Fray León se retorcía
de angustia en un rincón y nadie era capaz de hacer que contuviera su amargo
llanto). Gracias Fray Bernardo: el primero que vendió sus bienes para darlos a
los pobres y venirse a colaborarme en la evangelización. Que todos le tengan
siempre gran respeto y veneración. Fray Jacoba: que Dios le recompense todas
sus bondades… perdono a todos, bendigo a todos, ruego por todos…
Una de sus oraciones preferidas era esta: “Te ruego Señor, que muera por amor
de tu amor, ya que por amor de mi amor te dignaste morir”.
Su vos era muy débil y los hermanos tenían que acercarse mucho a él para
lograr oírle bien. De pronto dijo: “Oigo las campanas de la eternidad que me
están llamando a la fiesta… ¡Que alegría!
De pronto Francisco pidió que le recitaran no ya el Himno a Dios por el sol y las
criaturas, sino el Salmo 141, el cual le fueron recitando despacio para que lo
gustara más sabrosamente en su alma. El Salmo 141 dice lo siguiente:
Al terminar, al decir el Amén del Salmo, todo quedó en completo silencio. Los
labios de Francisco se callaron. Ya nunca más se le escucharía hablar en esta
tierra. Sus labios se habían cerrado para siempre. Cantando había entrado a la
eternidad.
El gran cantor de la naturaleza acababa de expirar, y sobre el techo de la cabaña
empezaron a oírse con gran clamor los cantos de las golondrinas, de los
copetones, de los azulejos y de las mirlas, aves que siempre habían tenido tan
simpática amistad con el hermano Francisco. Así las aves y los demás animalitos
de la naturaleza despidieron con señales de emoción al gran amigo que volaba
hacia el cielo.
Era el 3 de octubre de 1226. Solamente tenía 45 años, y los últimos 20 los había
dedicado totalmente a amar a Dios, a hacer bien al prójimo y a conseguir su
propia santificación.
Sus hermanos religiosos, sus frailes preferidos, entonaron por última vez junto a
su cadáver, con todas las fuerzas de su alma su canto preferido, el Himno a Dios
por el sol y las criaturas. Habían perdido un padre en la tierra, pero habían
ganado un protector en la eternidad.
CAPÍTULO 29
FUNERALES Y GLORIFICACIÓN DE SAN FRANCISCO
Fray Jacoba fue la primera persona que pudo acercarse al cadáver de San
Francisco. Vertiendo amargas lágrimas beso una y otra vez las heridas de las
manos y de los pies. En compañía de los frailes pasó toda la noche del sábado
junto al cadáver y al amanecer del domingo 4 de octubre hizo un propósito o
resolución solemne: pasaría todo el resto de su vida allí en Asís, cerca del sitio
donde el santo había vivido y realizado su gran obra. En adelante ella invertirá
sus riquezas en tener en Asís una casa en la cual serian atendidos los frailes
peregrinos que viajaban a visitar la tumba de San Francisco. Y a Fray León, Fray
Rufino, y Fray Gil les dará continuamente grandes limosnas para que repartan
entre las gentes más pobres. Al santo lo enterraron con la túnica que ella le trajo
de regalo desde Roma.
Dos años después de su muerte, Francisco fue declarado Santo por el Papa
Gregorio Nono, que había sido su amiguísimo Cardenal Hugolino.
CAPÍTULO 30
SAN FRANCISCO Y EL LOBO
¿Es tan fiero el lobo como lo pintan? Igual de odiado como temido por nuestra
especie durante milenios, perseguido hasta la extinción por medio mundo, a
nadie deja indiferente.
Tampoco al genial poeta modernista Rubén Darío, cuyo auténtico nombre era
Félix Rubén García Sarmiento. Nacido en Metapa (hoy Ciudad Darío) en 1867 y
muerto en León de Nicaragua en 1916, dedicó al cánido salvaje un hermoso
cuento rimado en versos dodecasílabos que seguramente muchos de vosotros
habréis representado alguna vez en el teatrillo del colegio. No es lo mejor del
llamado “príncipe de las letras castellanas”, autor de obras inmortales
como Azul … (1888) o Cantos de vida y esperanza (1905), pero sí probablemente
su más clarividente aportación a lo que, un siglo después,
denominaremos movimiento ecologista.
Francisco de Asís, Padre Amado: pídele a Dios que nos envié también a nosotros
muchas de las grandes cualidades de santidad que a ti te concedió con tan
enorme generosidad. Amén
Fin
En 1969 publicó su primer libro “Flora y Elio”, (pequeños mártires) que en pocos
años alcanzó 16 ediciones con más de 160.000 ejemplares.
En 1974 compuso su “Cursillo Bíblico”, del cual se han hecho 28 ediciones, con
más de un millón de ejemplares vendidos.
En 1976 publicó su libro más popular “Secretos para Triunfar en la Vida ”, que se
edita en México, Panamá, Venezuela, Ecuador y Chile. Y que solo en Colombia
lleva 26 ediciones con 890.000 ejemplares vendidos. Este libro produce
verdaderas transformaciones en la personalidad.
En 1979 publicó dos obras que se han hecho muy populares: “La Novena Bíblica
al Niño Jesús”, que ya lleva 29 ediciones, con 4.200.000 ejemplares y “Los Nueve
Domingos al Niño Jesús”, libro, que ha llegado a las 24 ediciones con 1.200.000
ejemplares.
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