Replanteamiento de La Ética Desde La Alteridad
Replanteamiento de La Ética Desde La Alteridad
Replanteamiento de La Ética Desde La Alteridad
1. La alteridad
Es por ello que la falta de entendimiento de este precepto ético ha generado el esquema
perverso de injusticia y dominación. Históricamente, el hombre ha negado “al otro”, de
una manera sistemática; históricamente, el hombre ha invadido y se ha apoderado del
otro, sin conocer que la violación de los derechos básicos significa precisamente la
violación a sí mismo. Tan profundo y complejo es este concepto, que sostenemos
justamente que la propia mismidad del ser del hombre está inexorablemente
emparentada con la alteridad: somos unos-con-otros, y allí es donde empieza la
verdadera experiencia de vida moral de la humanidad.
Por ello, cabe intentar comprender muy profundamente, desde nosotros mismos y la
realidad que vivimos, cuáles son las varias maneras en que ocurren esas negaciones; y
cómo la postergación del otro toma lugar concretándose en la vivencia diaria. El análisis
de la realidad social ha de convertirse en un saludable hábito para la crítica desde el
punto de vista de la ética; y en éste no se ha de olvidar que esa realidad social no sólo es
resultado de la coexistencia y convivencia de personas, sino también de la coexistencia
de poderes económicos, estatales, supranacionales, regionales y otros.
Aunque la dignidad no es fácil de definir, podemos hacer uso de una noción de ella;
describiendo su contenido: es todo aquello que hace que el hombre sea hombre y no
animal, no otro ser. Es una característica que distingue a la humanidad, debido a su
racionalidad y autodeterminación, característica que no poseen los demás seres
sensitivos. Por tanto, de suyo, el ser racional es libre, se puede autodeterminar, se
encuentra a sí mismo en una escala mayor a los demás seres de la naturaleza y en ello
consiste la dignidad.
Alteridad no existe sin dignidad. Todo aquello que atente la esencial dignidad del ser
del hombre atenta contra la alteridad; se constituye en un obstáculo para la
autodeterminación. En este punto se hace preciso recalcar que la alteridad no es una
simple empatía, una simple emoción momentánea; una simpatía pasajera por el otro. Es
tener al otro como alguien que está allí, permanentemente; un “rostro” demandante,
exigente, que irrumpe con su propio ser en mí. Es por estas razones que las visiones
parcialistas deberán ser abandonadas, el hombre por fin tiene el deber de entender que el
correcto camino es el de fraternizar y optar por los otros, para hallar la plena
realización. El hombre debe hallar el camino para que la dignidad humana sea respetada
y exaltada, universal e íntegramente y en este cometido la alteridad se impone como el
criterio ético fundamental que ha de guiar esa misión.
RESCK, Luis (2012). Ética en su dimensión individual y social. Recuperado de:
https://www.portalguarani.com/3044_luis_alfonso_resck_haiter/22293_etica_en_su_di
mension_individual_y_social_2012__por_luis_alfonso_resck_haiter.html
2. La totalidad cerrada
Los grandes sistemas filosóficos han sido producto y reflejo de una sociedad, la
sociedad occidental. Característico de dicha sociedad es su autoidentificación con el
ser, la verdad, la bondad. Desde los griegos, pasando por el Imperio Romano, la
cristiandad medieval, el Renacimiento, la modernidad, la Ilustración y el progresismo,
hasta el imperialismo industrial de nuestros días, los pueblos occidentales han formado
una Totalidad cerrada, desconociendo el derecho, la verdad y la bondad de los demás
pueblos: los bárbaros, los subdesarrollados. La Totalidad es considerada como el ser; lo
que no pertenece a ella es nada. Ella posee la revelación del Dios verdadero, que le
confiere el derecho absoluto sobre todos los demás pueblos.
Esta actitud totalizante ha llegado hasta nuestros días. Vemos nuestra sociedad
escindida en dos: los que viven del sistema y los que son explotados por él. Hoy sigue
siendo moralmente bueno pagar el salario mínimo aunque sea un salario de hambre,
acaparar tierras y capitales aunque haya desempleo y miseria, enriquecerse mediante el
comercio de artículos de primera necesidad aunque debido a la carestía no puedan
alimentarse suficiente millones de familias campesinas y obreras. En último término
esto responde a un fenómeno tan antiguo como la humanidad: el aprovechamiento de
los débiles por parte de los poderosos. Los poderosos conforman la totalidad, ya sea
como oligarquía, como partido dictatorial, como iglesia oficial, como grupos financieros
o transnacionales, como cultura elitista, etc. Los débiles, los pobres, tienen que
someterse a los designios de la totalidad y ofrecerle sus pobres vidas sin protestar.
Esto estructura toda una ética: la justicia otorga derechos al poderosos e impone
obligaciones la pobre, la religión perdona los excesos del primero y condena los
pecados del segundo, la propiedad privada es garantía de seguridad para el que tiene y
encadenamiento a la miseria para el que no tiene, la virtud es saludable gimnasia para el
acomodado y heroísmo impracticable para el miserable. Esa es la ética refinada del
sistema al servicio de los poderosos. Contra ella se levantó hace muchos siglos una
ética de la alteridad, una ética en defensa de “los otros”, los pobres, los oprimidos. Es la
ética del judeo-cristianismo original, por cuya defensa perdieron sus vidas muchos
profetas defensores del derecho del pobre, entre ellos Jesús de Nazaret.
Hoy América Latina queremos revivir esta ética de la alteridad, porque es la única que
se ajusta al bien moral que hemos definido como la vida con dignidad para todos. Obrar
el bien hoy, entre nosotros, tiene un significado muy preciso: permitir la vida de “el
otro”. El bien moral es el “sí-al-otro”, entendido como práctica de la justicia a favor de
la vida del oprimido. Desde esta perspectiva es necesario replantear hoy toda la ética
tradicional. Y, puesto que la mayoría nos sentimos cristianos, no está demás aclarar que
la moral de nuestra sociedad oficialmente cristiana y las éticas hedonistas, utilitaristas,
idealistas y pragmáticas que la nutren nada tienen que ver con la ética-de-justicia del
cristianismo original.
Algo similar sucede con el aporte de las éticas dialógicas. Por el hecho de destacar el
valor del diálogo y el consenso como única forma válida para hallar normas morales de
valor universal respetando la autonomía de las personas, han llamado positivamente la
atención de las sociedades contemporáneas tanto desarrolladas como subdesarrolladas,
que tiene un vivo sentido de la democracia. Pero quienes vivimos en estas últimas
somos más conscientes de que es completamente utópico pensar en la realización
histórica de la comunidad ideal de comunicación. Las desigualdades sociales son tan
extremas y los intereses económicos que las generan están tan bien protegidos por el
sistema que resulta imposible por la vía del diálogo y el consenso implantar normas de
comportamiento basadas en la justicia exigida por los sectores oprimidos. Por ello la
ética de la liberación parece no poder aceptar sus planteamientos tal como son
propuestos en Europa.
Tomado de: