Brujas Cervantes

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Las brujas de Cervantes y la noción de comunidad femenina


Steven Hutchinson

University of Wisconsin-Madison
The Novelas ejemplares present several autonomous communities or microcosms, one
of which is the double -mainly female- world of witches in the Coloquio. While sorcery
is a solitary art, witchcraft is a community practice, a cult. The community of witches
has a double existence: it is a secret and geographically dispersed society which really
only functions as a community when it comes together for the witches' Sabbath. This
countercommunity is distinguished by its feminine practices, beliefs, and relationships.
In view of the limited relations between women in Cervantes' novels, this focus on a
female community is of extraordinary interest, showing an alternative society and
eroticism, and the mystery of birth.

A pesar de los mejores esfuerzos de los historiadores en los últimos 30 años, no se


ha probado ni refutado la existencia entre los siglos XIV y XVII del culto de la brujería
centrado en la celebración del Sabbat. Sobrevivían sin duda formas más antiguas de
prácticas ocultas incluyendo lo que tradicionalmente se llamaba la brujería. Se ha
intentado explicar el culto demoníaco de brujería, en cambio, como el puro producto de
interrogación por parte de una élite (una tesis ya no sostenible como tal), o como la fusión
específica de una cultura erudita -u ortodoxia religiosa- con sistemas tradicionales de
creencias. En su libro más reciente, Carlo Ginzburg arguye que ciertas creencias y
prácticas populares, tales como ritos de fertilidad, vuelos nocturnos, metamorfosis y
comunicación con los muertos, se transformaron en el Sabbat debido a la persecución
religiosa. Para él no hubo ningún culto ni ritos satánicos, sino sólo creencias y mitos (pp.
6-13, 300-301). En efecto, numerosos historiadores han documentado la demonización
de creencias y prácticas tradicionales. Lo que queda sin resolver es la cuestión de un culto
diabólico y la correspondiente organización o «secta» de la brujería. Si se toma en cuenta
el hecho de que casi toda la documentación viene de fuentes o instituciones hostiles, la
coincidencia de los testimonios —128→ prueba muy poco en sí, pudiendo ser
explicada tanto como imposición ortodoxa, como creencia difundida, y tal vez también
como la existencia de un culto constituido por organizaciones locales. En cualquier caso,
aun los escépticos de los siglos XVI y XVII se inclinaban a creer que por lo menos
algunos de los acusados sí estaban convencidos de ser brujas y brujos participantes en un
culto satánico con algún tipo de rito correspondiente. Para estos escépticos, el Sabbat no
existía como tal, tratándose más bien de una ilusión del Sabbat inducida por el sueño, por
sustancias alucinógenas, y a veces por el diablo mismo.
El entendimiento del episodio de brujería en el «Coloquio de los perros» no depende
en absoluto de una resolución al problema de si había o no una «secta» de brujería. Pero,
sobre todo en el caso de la brujería cervantina, no podemos refugiarnos, como han hecho
algunos críticos, en el cliché de que lo único que importa en la literatura es la «forma».
La Cañizares está bien informada sobre los debates corrientes referentes al Sabbat, y su
autocensura respecto a lo que ella cree que ocurre en el aquelarre presupone un
conocimiento del Sabbat por parte de los lectores de la novela. Al mismo tiempo, como
señalaré más adelante, hay diferencias de sustancia y énfasis muy significativas entre su
versión y los testimonios de los acusados.
Tomo como punto de partida una observación sumamente obvia cuyas implicaciones
merecen explorarse más de lo que se ha hecho hasta ahora: el que la gran mayoría de los
supuestos practicantes de la brujería, tanto en la realidad histórica como en la ficción
cervantina, son mujeres. Esto no era ningún secreto para los contemporáneos de
Cervantes: con matices diferentes, se hablaba de la natural propensión femenina hacia la
superstición y hacia el mal, la cual señalaba o bien una debilidad o bien un peligroso
poder maléfico intrínsecos a la mujer. Los testimonios de los procesados dan por sentado
el trascendente papel desempeñado por mujeres tanto en las organizaciones locales de
brujería como en el Sabbat. Las mujeres ocupaban los puestos más altos entre los seres
humanos, mientras que los hombres hacían papeles subalternos de ayudantes o músicos.
En efecto, todo lo relacionado con la brujería de aquel entonces -el nacimiento y la
mortandad infantil, la fertilidad o esterilidad de los campos, los vuelos nocturnos, la
cocina y la orgía- se asociaba más bien con el dominio femenino. Mientras que los doctos
de aquella época veían conexiones con las famosas magas de la mitología clásica, las
investigaciones actuales apuntan vagamente —129→ hacia la demonización de cultos
de fertilidad centrados en diosas paganas. Por otra parte, las estadísticas referentes a la
brujería en todas partes de Europa comprueban la preponderancia de mujeres, y sobre
todo de grupos compuestos más de mujeres que de hombres, entre los acusados. Todo
esto sugiere no una cultura femenina separada sino más bien una serie de imágenes de
comunidades principalmente femeninas con dominio propio, comunidades marginales y
cada vez más marginalizadas, y comunidades dobles que se realizaban como
organizaciones locales y como conjuntos de participantes en el Sabbat.
Aunque la Cañizares habla de las grandes reuniones del aquelarre, no hay ningún
indicio en el «Coloquio» de que haya organizaciones locales tales como las que se
describen en los procesos del País Vasco. Añado como nota histórica que, según Gustav
Henningsen (p. 23), la noción del Sabbat no penetró en Andalucía, lo cual implica que
Cervantes ha transferido la supuesta práctica del Sabbat a una región donde no está
arraigado ni el conocimiento del aquelarre ni mucho menos la «secta». Lo que sí se
encuentra en el «Coloquio» es la historia de tres mujeres unidas por una especie de
convivencia compleja que comprende amistad, amor, envidia y malicia y sobre todo la
práctica compartida de dos artes ocultas -la hechicería y la brujería. Cabe recordar en
seguida la distinción articulada por Julio Caro Baroja entre la hechicería como arte
solitario y la brujería como culto comunitario (Mundo, p. 126).
Si exceptuamos ciertas parejas formadas por mujeres, ya sean éstas amigas o rivales,
las novelas cervantinas ofrecen muy pocos casos de relaciones femeninas. El relato de la
Cañizares en el «Coloquio» deja vislumbrar un mundo principalmente femenino a través
de un conjunto de tres mujeres cuyas relaciones entre sí excluyen lo masculino. El que
sean tres mujeres es significativo porque es a partir de tres personas cuando se constituye
un grupo social -y un grupo, como se sabe muy bien desde los análisis de Georg Simmel,
tiene características muy diferentes de las de una relación entre dos personas.
Dos veces se nos presenta a la Cañizares a través de sus colegas muertas. Tan pronto
como el atambor alude a la famosa hechicera la Camacha, la hospitalera aparece
dramáticamente en el relato de Berganza. De modo parecido, el relato de la Cañizares
comienza con una larga descripción de la Camacha y sus poderes mágicos, antes de pasar
a la Montiela y luego a la Cañizares misma. Hasta este momento ni siquiera se sabe su
nombre. —130→ En ambos casos se efectúa una transferencia de lo que es y hace la
Camacha a lo que es y hace la Cañizares, ya que ésta sólo adquiere identidad mediante la
identidad de la otra, al mismo tiempo que se proyecta la imagen de un grupo de mujeres
estrechamente relacionadas.
En asuntos de hechicería hay un efecto de gradación de poder, del más al menos.
Pero la Cañizares no concede ninguna ventaja en asuntos de brujería, lo cual parece negar
la noción de jerarquía en la brujería cervantina, a diferencia de la de los testimonios
contemporáneos. Si no hay papeles rituales en el Sabbat, se puede suponer que el
aquelarre tal como lo entiende la Cañizares carece de los famosos ritos diabólicos que
invierten y distorsionan los ritos religiosos oficiales. Las brujas se acompañan en el viaje
nocturno, festejan juntas y gozan de deleites no nombrados con su cabrón: el aquelarre
es una experiencia compartida en la cual el yo se subsume en el pronombre nosotras.
También hay que destacar en este contexto la estrecha amistad que une a la Cañizares y
a la Montiela: aquélla comparte los infortunios y los regocijos de ésta, asume un papel
materno hacia los hijos de ella, pasa los «convites» con ella y la acompaña a la sepultura,
de todo lo cual se desprende una profunda simpatía y una transferencia de identidad.
Las relaciones entre las tres mujeres y los hombres a los que se refiere la Cañizares
ponen de relieve lo específicamente femenino tanto de la vida cotidiana de las tres como
del aquelarre mismo. Por un lado, hay un conflicto asimétrico entre el sistema de justicia
y las practicantes de hechicería y brujería. La Cañizares declara en público que fue
injustamente acusada de hechicería por unos «testigos falsos» y castigada por un «juez
arrojadizo y mal informado» (p. 335); en privado dice que ella y la Montiela sufrieron los
rigores de un «juez colérico» y de un verdugo no sobornado (p. 343). Aunque los dos
pasajes pueden referirse al mismo caso, el contexto del segundo parece indicar que se
trata de brujería y no hechicería. En cualquier caso, salta a la vista el poder hostil del
sistema judicial, y sus cómplices entre el mismo pueblo, frente a las brujas y hechiceras.
En otro momento, la Cañizares habla en tono medio especulativo de los experimentos
que han hecho «los señores inquisidores» con «algunas de nosotras que han tenido
presas» (p. 340).
Por otro lado, si el sistema judicial victimiza a las acusadas, la hechicería puede
también dominar y subyugar a los hombres: la Camacha los acerca desde muy lejos en
un instante y, como —131→ Circe, convierte a los hombres en animales, como en el
caso de un sacristán de quien «se había servido... seis años en forma de asno» (p. 337).
Por su parte la Montiela sabe conjurar una legión de demonios, y la Cañizares media
legión. Estos ejemplos de maléfica dominación de lo masculino, tratados con un toque de
humor y con posibles matices sexuales en un caso, contrastan netamente con los fines
benéficos de la hechicería para con las doncellas, casadas y viudas, cuyos intereses
eróticos y matrimoniales la Camacha ayuda a realizar. De ese modo, la hechicería obra
no sólo en contra de hombres determinados sino también en contra de un sistema
matrimonial basado en la castidad femenina.
Otro aspecto que hay que tener en cuenta es que estas tres mujeres son al mismo
tiempo hechiceras y brujas -aunque la Cañizares haya procurado dejar la hechicería. Esto
demuestra que la hechicería y la brujería no denotan diferentes categorías de personas,
sino diferentes esferas de actividad. Mientras que la hechicera ejerce control sobre lo
masculino, la bruja somete su propia voluntad al placer. Repetidas veces la Cañizares se
refiere a la brujería como un vicio adictivo, un pecado carnal, una «costumbre» que «se
vuelve en naturaleza» (p. 342). Los aquelarres a los que va la Cañizares se caracterizan
principalmente por la indulgencia de apetitos carnales y no por ritos diabólicos. El
demonio en forma de cabrón, burlador y engañador, domina a las brujas, aunque se ponen
en duda su credibilidad y poder vaticinador y maléfico -lo cual contrasta con la autoridad
que da la Cañizares a las adivinanzas de la Camacha. En efecto, el dominio del diablo
sobre las brujas parece reducirse a una función de capacitación para que ellas cumplan
sus propias fantasías. Descontando el pasaje poco convincente en el que la Cañizares
admite el infanticidio perpetrado por las brujas, la brujería no hace daño a los demás: es
un vicio deleitoso concebido como entrega extática, ya sea como fantasía dirigida por el
diablo o como realidad centrada en el diablo. El carácter transitivo de la metamorfosis y
del movimiento en la hechicería es intransitivo o reflexivo en la brujería, ya que las brujas
se convierten en aves nocturnas para efectuar el viaje al aquelarre. Significativamente,
aparte de una sola referencia a «brujas y brujos» (p. 339), la Cañizares siempre se refiere
a los practicantes de brujería en términos de nosotras y con adjetivos y participios
femeninos. Es esto más que nada lo que da la impresión de un encuentro entre un conjunto
de mujeres y su cabrón.
—132→
Otro aspecto que hay que anotar es que el papel paterno en el proceso reproductivo
parece casi superfluo. La Camacha le dice a la madre de los recién nacidos cachorros: «no
te dé pena alguna este suceso, que ya sabes tú que puedo yo saber que si no es con
Rodríguez, el ganapán tu amigo, días ha que no tratas con otro; así que este perruno parto
de otra parte viene y algún misterio contiene» (p. 338). De modo significativo, la
Camacha se ha interpuesto por medio de un hechizo entre la madre y su amante, si éste
realmente es el progenitor, transformando a los hijos en perros. También es significativo
que al parecer ninguna de las tres mujeres tenga otros hijos. Aunque la Camacha ha sido
la autora del maleficio, pone en tela de juicio la noción convencional de paternidad,
sugiriendo que esta concepción maculada tiene un indeterminado origen externo. Lo que
no se pone en duda son la maternidad y el espacio femenino ocupado por la madre y las
dos comadres durante el parto. Ya he aludido al papel materno de la Cañizares hacia
Berganza, manifestado en su lenguaje, sus gestos y sentimientos. En este contexto,
Patricia Finch ha señalado de modo muy sugerente los paralelos entre el triángulo
Montiela-Cañizares-Berganza en el «Coloquio» y el triángulo Claudina-Celestina-
Pármeno enLa Celestina. Debería notarse además que aunque siempre se ha asociado a
las brujas no sólo con el parto sino también con la muerte de niños pequeños, el pasaje
sobre el infanticidio en el relato de la Cañizares -con el expresado deseo de dar
pesadumbre «a sus padres matándoles los hijos, que es la mayor que se puede
imaginar» (p. 341)- no cuadra con otros elementos de la brujería cervantina, tales como
la evidente compasión que siente la Cañizares por el parto malogrado y luego por la
muerte de la madre, o como su afirmación de que la brujería es un mero vicio.
Los dones de entendimiento y discurso poseídos por Berganza y Cipión se asocian
tenuemente con el parto perruno que a su vez sugiere una agencia extrahumana. Hay dos
misterios relacionados, entonces: el del nacimiento y el del habla -y los dos parecen
originarse en un ambiente sobrecargado de maternidad, brujería y hechicería. Los dos
misterios juntos constituyen el fondo inexplicable de donde sale el relato autobiográfico
de Berganza, por no decir el coloquio mismo. Como sustituto de la supuesta madre de
Berganza, la Cañizares es la que tiene que decirle de dónde viene y de quién viene, y la
comadre la Camacha es la que adivina, aunque quizás de manera poco satisfactoria, cómo
y cuándo asumirán los perros su «forma verdadera» —133→ (p. 338). Como dice la
Cañizares, el problema es que el modo de que ha de recuperar su forma primera está fuera
del alcance de Berganza: «este tuyo va fundado en acciones ajenas, y no en tu
diligencia» (p. 339), y estas acciones ajenas se remontan a un momento anterior al
nacimiento. No es inverosímil que la cuestión de origen referente a lo materno y lo
paterno sea uno de los problemas fundamentales del barroco español, a veces expuesto y
otras veces suprimido: considérense, por ejemplo, los casos de don Quijote y el licenciado
Vidriera, o Andrenio y Critilo, o los personajes picarescos en lo que concierne a su dudosa
ascendencia. Por otro lado, como señalé en un artículo («Counterfeit Chains of
Discourse»), que yo sepa la adivinanza corresponde al momento más complejo de la
literatura occidental en términos de los múltiples procesos de citación e invención textual:
son palabras intencionadamente proféticas, apartadas de la prosa del texto; palabras cuyo
poder varía entre absoluto y nulo según los que las re-citan; palabras originarias que
generan otros discursos que las incluyen. Esta adivinanza generadora tiene como
«madre» la Camacha, y pasa, mediante sus dos colegas, en forma escrita y hablada a
Berganza y luego a Cipión, sin mencionar al delirante alférez Campuzano. Según esta
novela, en el principio de la vida y del verbo está el dominio de lo femenino comunitario.
Podrían destacarse más en este contexto los efectos producidos por las hechiceras
sobre la fertilidad o esterilidad de los campos, y también las diversas conexiones entre
las brujas y la muerte: la Cañizares se comunica con los muertos en los cementerios y
encrucijadas, vive más en el mundo de sus colegas muertas que en el de los vivos que la
rodean, habla del infanticidio, se tiende en el suelo como si estuviera muerta, se ausenta
de su cuerpo en un estado de «éxtasis» (en el sentido etimológico), etc. Desde luego no
hay ninguna exaltación de lo femenino en este episodio. Feas y malas, las tres viejas
contrastan marcadamente con todos los jóvenes y bellos personajes femeninos dentro de
la obra de Cervantes. Pero aun así, las tres hechiceras/brujas están, en general, más cerca
que éstos de los procesos de creación y disolución, y, junto con otras mujeres maléficas
como Cenotia en el Persiles, ejercen una enorme influencia sobre la imaginación
cervantina.
Para concluir, quiero subrayar sobre todo el carácter comunitario de la vida de estas
mujeres, tanto en su vida compartida como en sus arrebatos de brujería. Las tres conviven
con todo su —134→ amor y rencor, rodeadas de una sociedad entre ambivalente y
hostil, más masculina que femenina. Las relaciones entre ellas no están mediadas por
ningún personaje masculino. Donde la Cañizares y sus colegas encuentran un ambiente
más a su gusto es en zonas despobladas -montes y campos- en las que celebran sus
reuniones efímeras e infundidas por lo prohibido en compañía de otras que son
«nosotras». Al referirse al aquelarre emplea los términos convite y jira; los dos denotan
«fiesta», el primero poniendo énfasis en la invitación, y el segundo, en el lugar campestre.
Sólo mediante el desplazamiento a un mundo apartado se realiza una comunidad algo
más ajustada al deseo, y no hace falta señalar el carácter transitorio por no decir ilusorio
de los convites, del que es muy consciente la Cañizares. Como las otras comunidades en
las Novelas ejemplares que manifiestan ciertas características de diferentes mundos -el
ajuar de gitanos y las casas de Monipodio y Carrizales- la comunidad de brujas está
infundida de inestabilidad e incertidumbre. A Cervantes, más que a ningún otro escritor
español de su tiempo, le fascina la alteridad colectiva a la vez que parece mostrar su
inviabilidad.
—135→

Obras consultadas
Ankarloo, Bengt, and Gustav Henningsen, eds. Early Modern European Witchcraft:
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_____. «Arquetipos y modelos en relación con la historia de la brujería». Brujología:
Congreso de San Sebastián. Madrid: Seminarios y Ediciones, 1975. 179-228.
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Flores Arroyuelo, Francisco J. El diablo y los españoles. Murcia: Universidad de Murcia,
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Forcione, Alban K. Cervantes and the Mystery of Lawlessness: A Study of El casamiento
engañoso y El coloquio de los perros. Princeton: Princeton UP, 1984.
Ginzburg, Carlo. Ecstasies: Deciphering the Witches' Sabbath. Trans. Raymond
Rosenthal. New York: Random House, 1991.
Harrison, Stephen. «Magic in the Spanish Golden Age: Cervantes's Second
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Henningsen, Gustav. The Witches' Advocate: Basque Witchcraft and the Spanish
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—136→
Huerga, Álvaro. «El proceso inquisitorial contra la Camacha». Cervantes: su obra y su
mundo. Actas del I Congreso Internacional sobre Cervantes. Ed. Manuel Criado de
Val. Madrid: EDI, 453-62.
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Simmel, Georg. The Sociology of Georg Simmel. Trans. Kurt H. Wolff. New York:
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Vicente García, Luis Miguel. «La Cañizares en el Coloquio de los perros: ¿bruja o
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http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/cervantes-bulletin-of-the-cervantes-society-of-
america--0/html/0278ae3e-82b2-11df-acc7-002185ce6064_34.html
Las brujas de Cervantes

José Luis Lanuza


Las brujas de Cervantes
Se ha dicho muchas veces, con bastante verdad, que el Quijote es una fiel pintura de
toda la sociedad española de su tiempo. Sin embargo, a poco de pensar en los personajes del
libro, hallamos la falta de uno de los más típicos de la literatura (y de la vida) española: la
vieja bruja, sabia en destinos humanos, concertadora de amores y poseedora de fórmulas
mágicas. Esa Trotaconventos que ya corretea en el libro del Arcipreste, o la que dirige los
amores de Calixto y Melibea, la Celestina, que llega a convertir su nombre en adjetivo y se
trasforma en prototipo. Esas viejas eternas, inmutables a través de los siglos, que reaparecen
en los grabados de Goya y que Teófilo Gautier encuentra todavía en su viaje por España,
dejándolas dibujadas en una prosa incisiva y mordiente como grabada al aguafuerte: «Castilla
la Vieja sin duda se denomina así a causa de las innumerables viejas que allí se encuentran,
¡y qué viejas! Las brujas de Macbeth atravesando el brezal de Dunsinania para ir a preparar -
20- su infernal banquete, son lindas muchachas comparadas con ellas; las abominables
furias de los caprichos de Goya, que yo hasta ahora tenía por pesadillas y quimeras
monstruosas, son retratos de asombroso parecido»...
Pero a lo largo del Quijote no asoman las brujas. Si hay allí diablerías, se sabe que son
bromas de los duques; si encantamientos, engaños del alucinado caballero de la Triste Figura.
En el Quijote todo es claro. El mundo de la novela no tiene ninguna contaminación mágica
o infernal (apenas es de tenerse en cuenta que entre los galeotes -I, 22- vaya uno condenado
por tener además de otras faltar, «sus puntas y collar de hechicero». Don Quijote, que cree
en encantamientos, no cree en hechizos: «No hay hechizos en el mundo -dice- que puedan
mover y forzar la voluntad, como algunos simples piensan... Lo que suelen hacer algunas
mujercillas simples y algunos embusteros bellacos es algunas mixturas y venenos, cola que
vuelven locos a los hombres, dando a entender que tienen fuerza para hacer querer bien,
siendo, como digo, cosa imposible de forzar la voluntad»).
En realidad, es digna de meditación esta pureza del Quijote. Sobre todo porque
Cervantes en muchas -21- otras ocasiones se siente atraído, a lo menos literariamente, por
las brujas y todas esas fuerzas oscuras que parecen comunicar el mundo con el trasmundo.
Las escenas de magia o de hechicería abundan en otras obras de Cervantes. Bien puede
hablarse de las brujas de Cervantes, como de las brujas de Shakespeare o las brujas de Goethe.
Cervantes se siente a cada rato -fuera del Quijote- amigo de lo fabuloso y lo diabólico.
En Los tratos de Argel la esclava Fátima conjura a los demonios para atraer al amor de su
ama a un esquivo cristiano.
Es cierto que la escena del conjuro tenía una añeja tradición literaria, cuyos más
señalados ejemplos son el idilio II de Teócrito y la égloga VIII de Virgilio. Pero Cervantes
se complace en imitarlos en una larga invocación, que no omite la descripción de los ritos, ni
la enumeración de los objetos mágicos (entre los cuales la clásica figura de cera atravesada
por flechas), ni la conminación a las divinidades infernales, ni las palabras seudocabalísticas
que desarticulan la frase como si la maga fuera entrando en trance y hablara como poseída y
fuera de sí:
-22-

¡Rápida, Ronca, Run, Raspe, Riforme,

Gandulandin, Clifet, Pantasilonte,

ladrante tragador, falso triforme,

herbárico pestífero del monte.

Herebo, engendrador del rostro inorme

de todo fiero dios, a punto ponte

y ven sin detenerte a mi presencia

si no desprecias la zoroastra ciencia.


Sin duda, el buen hidalgo sonríe detrás de esta logomaquia. No importa. La verdad es
que volverá con frecuencia a recaer en escenas de magia.
En El cerco de Numancia no sonríe. Y sin embargo, se atreve a poner en el teatro la
resurrección de un cadáver cuya alma, reintegrada al cuerpo por invocaciones mágicas,
profetiza la suerte de la ciudad. Es claro que la escena está tomada de la Farsalia del cordobés
Lucano, ya imitada por Juan de Mena, pero no por eso la afición de Cervantes a lo
sobrenatural queda menos patente.
En La casa de los celos, comedia carolingia, aparece el sabio Malgesí con su libro
mágico y asistido por un diablo. La comedia es indudablemente burlesca, pero en ella puede
verse la fruición con que Cervantes maneja toda suerte de trucos de encantamiento. Los
paladines se sienten de pronto inmovilizados e incapaces de pelear. Angélica aparece y
desaparece por entre bastidores y tramoyas, dejando -23- estupefacto a su enamorado
Roldán, que cuando cree abrazarla se encuentra abrazado a unos sátiros. Angélica muere a
manos de los sátiros sin que el desesperado Reinaldo pueda socorrerla. Luego Malgesí
explica que

aquesa enterrada y muerta

no es Angélica la bella,

sino sombra, imagen della,

que su vista desconcierta...

Y Angélica vuelve a vivir, porque todo el mundo de la comedia es pura ilusión. Pero
una ilusión tan puesta en evidencia que acaba por desilusionar o desengañar. «Es menester
tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño», dirá luego don Quijote en la
aventura del carro de la Muerte.
Desengaño es, para casi todos los escritores españoles del siglo de oro, un sinónimo de
conocimiento y su hallazgo conduce a demostrar «cuán mucha es la nada», como explica en
la IX crisis del libro III un personaje de El criticón.
Cervantes expone la fantasmagoría del mundo como hombre que ya ha visto las cosas
del otro lado de la tramoya. Las frases de Cervantes suelen estar cargadas de intención, y no
es de pasar por alto -24- que sea el mago Malgesí quien llame a Angélica -cuya belleza
encanta- hechicera y maga; chiste que repitió (o volvió a inventar) don Francisco de Quevedo
en su poema burlesco de Las locuras de Orlando: a una mirada de la bella, Malgesí pierde
todo su poder mágico:

Encantados se quedan los encantos;

hechizados se quedan los hechizos...

y:

los demonios se daban a sí mismos

viendo de la belleza los abismos.

Pero dejemos ya este mundo de ilusiones para acercarnos a las más reales y auténticas
brujas cervantinas.
En el Coloquio de Cipión y Berganza aparece la Cañizares, bruja que a su vez nos da
noticia de otras dos colegas suyas, la Camacha y la Montiela. La Camacha de Montilla fue
célebre entre las brujas de Andalucía. «La más famosa hechicera que hubo en el mundo»,
dice la Cañizares. «Ella congelaba las nubes cuando quería, cubriendo con ellas la faz del
sol, y cuando se le antojaba volvía sereno el más turbado cielo; traía los hombres en un
instante de lejanas tierras;... cubría a las viudas de modo, que con honestidad fuesen
deshonestas; descasaba -25- a las casadas, y casaba las que ella quería. Por diciembre tenía
rosas frescas en su jardín, y por enero segaba trigo. Esto de hacer nacer berros en una artesa
era lo menos que ella hacía, ni el hacer ver en un espejo, o en la uña de una criatura, los vivos
o los muertos que le pedían que mostrase: tuvo fama que convertía los hombres en animales,
y que se había servido de un sacristán seis años, en forma de asno, real y verdaderamente, lo
que yo nunca he podido alcanzar cómo se haga... si ya no es que esto se hace con aquella
ciencia que llaman tropelía, que hace parecer una cosa por otra».
La Montiela sobresalía en trazar círculos y encerrarse con una legión de demonios;
murió de pena porque la Camacha le trasformó los hijos en perritos. En cuanto a la Cañizares
«en esto de conficionar las unturas con que las brujas nos untamos, a ninguna de las dos diera
ventaja».
Cervantes, recaudador de contribuciones, estuvo por Montilla en 1592. Allí oiría hablar
de la célebre Camacha y tal vez conoció a la Caflizares o a alguien que se le pareciera: «toda
era notomía de huesos, cubiertos con una piel negra, vellosa y curtida;... denegridos los
labios, traspillados los dientes, -26- la nariz corva y entablada, desencasados los ojos, la
cabeza desgreñada, las mejillas chupadas, angosta la garganta y los pechos sumidos»... La
Cañizares oculta su brujería bajo una apariencia de devoción. Es hospitalera y cura a los
pobres, aunque a veces los roba.
-Vame mejor con ser hipócrita que con ser pecadora declarada -dice.
Y muchos la tienen en opinión de santidad.
La Cañizares discurre durante largo rato en el Coloquio de los perros, pero se advierte
que es el pensamiento de Cervantes el que se cuela en sus palabras y trata de explicar a la
bruja. Por eso la hace hablar con más erudición de la que era dable esperar de tal personaje,
y citar a las Eritos, las Circes, las Medeas, y aun El asno de oro de Apuleyo.
Cervantes advierte el carácter estupefaciente de los ungüentos: «Buenos ratos me dan
mis unturas» dice la Cañizares. «Y digo que son tan frías, que nos privan de todos los sentidos
en untándonos con ellas, y quedamos tendidas y desnudas en el suelo, y entonces dicen que
en la fantasía pasamos todo aquello que nos parece pasar verdaderamente. Otras veces,
acabadas de untar, a nuestro parecer, mudamos -27- forma, y convertidas en gallos,
lechuzas o cuervos, vamos al lugar donde nuestro dueño nos espera»...
Es digno de notarse que Cervantes emplee la misma frase del soneto de Rey de Artieda,
que reduce el vuelo de la bruja a pura imaginación:

Como, a su parecer, la bruja vuela...

La Cañizares se unta delante del perro hablador del Coloquio. «Acabó su untura y se
tendió en el suelo como muerta». Entonces, al pobre perro, casi humano, le da miedo
quedarse encerrado con ella, y mordisqueándola, la arrastra por un talón hasta el patio.
En el cielo brillan todavía las estrellas. El perro se queda mirando la espantosa figura de
la vieja aletargada y desnuda. Pasa mucho rato. El cielo empieza a ponerse pálido. La gente
del hospital, que es madrugadora, sale al patio y se detiene, «viendo aquel retablo». Se va
formando un grupo alrededor de la vieja cadavérica. La gente discute. Unos la creen arrobada
de santidad, otros enajenada de brujería.
Cuando llegamos a este pasaje de las Novelas ejemplares, don Francisco Rodríguez
Marín nos interrumpe -28- la lectura para protestar contra los pintores en general, porque
a ninguno se le ha ocurrido trasladarlo al lienzo: «Este cuadro -mentira me parece- no está ni
bien ni mal pintado por nadie, ¡y en cambio las exposiciones de pintura, año tras año, se
llenan de lienzos sin asunto, sin inspiración, sin nada que valga tres caracoles...!»
Comprendemos el enojo de don Francisco y casi le perdonamos el arrebato de mal
humor. La bruja dormida, con el perro a sus pies, contemplada por los hospitaleros, en el
patio con luz de madrugada... ¡Qué tema para Goya!
La Cañizares es, sin duda, la mejor descrita de las brujas de Cervantes, pero no la única.
Ya al fin de su vida, cuando deja desbordar su imaginación en Los trabajos de Persiles y
Sigismunda, Cervantes vuelve a recrearse en la pintura de brujas y hechiceras. Pero bien
merecen un párrafo aparte las brujas de Persiles.

-29-

Magas enamoradas
Don Miguel de Cervantes creyó que el mejor de sus libros era -no el Quijote- sino Los
trabajos de Persiles y Sigismunda. Le faltaba poco para terminarlo y ya anunciaba al conde
de Lemos, en la dedicatoria de la segunda parte de Don Quijote, como «el más malo o el
mejor que en nuestra lengua se haya compuesto, quiero decir de los de entretenimiento; y
digo que me arrepiento de haber dicho el más malo, porque según la opinión de mis amigos,
ha de llegar al extremo de bondad posible». El Persiles fue un canto del cisne. Acabó el libro
y al mismo tiempo la vida de su autor. El maestro José de Valdivieso, al aprobar la
publicación del libro póstumo (él fue quien lo llamó canto de cisne), declara: «de cuantos nos
dejó escritos, ninguno es más ingenioso, más culto ni más entretenido».
El Persiles es el libro de caballerías de Cervantes. Durante mucho tiempo su autor debió
recrearse con su invención. Ya en la primera parte de -30- Don Quijote el canónigo hace
el elogio de esta clase de libros cuyo «género de escritura y composición cae debajo de aquel
de las fábulas que llaman milesia» y que, cuando están bien escritos, permiten que un buen
ingenio se muestre en la plenitud de sus recursos. Allí puede dejar correr la pluma -dice el
canónigo- «describiendo naufragios, tormentas, reencuentros y batallas». «Ya puede
mostrarse astrólogo, ya cosmógrafo excelente, ya músico, ya inteligente en las materias de
estado, y tal vez le vendrá ocasión de mostrarse nigromante si quisiere».
Y Cervantes no perdió la ocasión de mostrarse un poco nigromante en el Persiles.
Si Don Quijote está libre de brujas, aquí las vemos ir y venir por el libro, hacer daño, volar y
enamorarse.
Una, al parecer italiana, se lleva por los aires al bailarín Rutilio desde Roma hasta
Noruega. De esta bruja no sabemos el nombre. «Estaba presa por fatucheríe, que en
castellano se llaman hechiceras», pero andaba por la cárcel con toda libertad, con el pretexto
de curar a la hija de la alcaldesa, «con hierbas y palabras», de una enfermedad que no le
acertaban los médicos. La bruja se mete en la celda del bailarín y le promete la libertad si
él -31- consiente en hacerla su mujer. Es el mismo Rutilio quien cuenta la historia:
-«Esperé la noche, y en la mitad de su silencio llegó a mí y me dijo que asiese de la punta
de una caña que me puso en la mano, diciéndome la siguiese. Turbéme un tanto. Pero como
el interés era tan grande moví los pies para seguirla, y hallélos sin grillos y sin cadenas, y las
puertas de toda la prisión de par en par abiertas, y los prisioneros y guardias en profundísimo
sueño sepultados.
En saliendo a la calle -prosigue el bailarín- tendió en el suelo mi guiadera un manto, y
mandóme que pusiese los pies en él, me dijo que tuviese buen ánimo, que por entonces dejase
mis devociones».
Debe notarse la coincidencia entre esta escena y otra de La casa de los celos: el mago
Malgesí, antes de emprender el vuelo con el paladín Roldán, le formula esta advertencia:

Arrima las espaldas a esa caña,

los ojos cierra y en Jesús te olvida.

Pero Roldán no puede evitar una piadosa invocación:

Jesús me valga

aunque jamás con esta empresa salga.

-32-
El bailarín Rutilio, embarcado en el manto volador, también desecha el consejo impío y
se encomienda a todos los santos.
Cuatro horas o poco más dura el viaje en alfombra desde Italia hasta Noruega. En
seguida de aterrizar, la mujer intenta dar rienda suelta a su pasión. Abraza a Rutilio, quien al
querer apartarla la ve convertida en loba. Lleno de miedo, el hombre le clava el puñal en el
pecho y la bruja, vuelta a su primitiva figura de mujer, queda tendida en el suelo, muerta y
ensangrentada.
¿Con qué viejas historias volvía a reconstruir Cervantes ésta del Persiles? Ya en
el Satiricón, la novela romana del siglo I, atribuida a Petronio, se cuenta la historia de un
soldado convertido en lobo que, después de ser herido por un esclavo, recupera su forma
humana pero continúa sangrando por la herida. También Meris se convierte en lobo en la
égloga VIII de Virgilio.
Cervantes recoge la creencia en los lobisones, común a todos los pueblos primitivos.
Un habitante de Noruega, que escucha la historia de Rutilio, le informa que de tales
hechiceras «hay mucha abundancia en estas septentrionales partes».
«Cuéntase dellas -explica el noruego- que se -33- convierten en lobos, así machos
como hembras, porque de entrambos géneros hay maléficos y encantadores. Cómo esto
pueda ser yo lo ignoro, y como cristiano que soy católico, no lo creo. Pero la experiencia me
muestra lo contrario. Lo que puedo alcanzar es que todas estas transformaciones son ilusiones
del demonio, y permisión de Dios y castigo de los abominables pecados deste maldito género
de gente».
Leemos aquí una frase que ilumina notablemente ciertas facetas del pensamiento de
Cervantes, en el que se superponen y conviven la ilusión y el escepticismo: «como cristiano...
no lo creo. Pero la experiencia me muestra lo contrario».
En el libro segundo del Persiles otra maga se introduce a deshoras en la habitación de
Antonio el mozo.
«Mi nombre es Cenotia, soy natural de España, nacida y criada en Alhama, ciudad del
reino de Granada... Mi estirpe es agarena; mis ejercicios los de Zoroastes y en ellos soy
única».
Esta granadina, expatriada por temor a la Inquisición, es mujer que representa «hasta
cuarenta años de edad, que con el brío y donaire debía de encubrir otros diez». Sin que se lo
pregunten enumera -34- sus habilidades: oscurecer el día, hacer «temblar la tierra, pelearse
los vientos, alterarse el mar, encontrarse los montes», y los demás consabidos prodigios.
Como la Camacha de Montilla (la del Coloquio de los perros), ésta pertenece a una dinastía
de hechiceras, pues de maestra a discípula van heredando la ciencia y el nombre. En Montilla
se hablaba de «las Camachas».
La Cenotia, sin embargo, pone cierto orgullo en no llamarse hechicera, pues pertenece
a una categoría más elevada: la de las encantadoras o magas.
«Las que son hechiceras -asegura- nunca hacen cosa que para alguna cosa sea de
provecho; ejecutan sus burlerías con cosas, al parecer, de burlas, como son habas mordidas,
agujas sin puntas, alfileres sin cabeza y cabellos cortados en crecientes o menguantes de luna;
usan de caracteres que no entienden, y si algo alcanzan, tal vez, de lo que pretenden, es no
en virtud de sus simplicidades, sino porque Dios permite, para mayor condenación suya, que
el demonio las engañe. Pero nosotras, las que tenemos nombre de magas y de encantadoras,
somos gente de mayor cuantía; tratamos con las estrellas, contemplamos el movimiento de
los cielos, sabemos la virtud de las yerbas, de -35- las plantas, de las piedras, de las
palabras, y juntando lo activo a lo pasivo parece que hacemos milagros y nos atrevemos a
hacer cosas tan estupendas, que causan admiración a las gentes...»
A pesar de toda la ciencia estas pobres magas no están libres de enamorarse
violentamente.
Todas padecen amores impetuosos. Eso mismo les pasaba a Circe y a Medea en las
historias clásicas y a las varias brujas de menor cuantía que trajinan en las páginas de El asno
de oro, de Apuleyo.
La Cenotia ofrece al asombrado mozo su persona y sus ahorros además de todos los
tesoros que ocultan las entrañas de la tierra. Más aún; le promete embellecerse por artes
mágicas (o cosméticas): «Si te parezco fea, yo haré de modo que me juzgues por hermosa»...
El bárbaro galán no acierta a apartar el peligro de manera más suave que disparando un
flechazo contra la enamorada. No le acierta. Pero ella maquina su venganza. A poco, el joven
empieza a enfermar. Su padre amenaza a la hechicera con una daga en alto:
-«Mira si tienes su vida envuelta en algún envoltorio de agujas sin ojos o de alfileres sin
cabezas; -36- mira ¡oh pérfida! si la tienes escondida en algún quicio de puerta o en alguna
otra parte que sólo tú sabes».
La Cenotia se atemoriza y «olvidándose de todo agravio, sacó del quicio de una puerta
los hechizos que había preparado». Pero poco después insiste en su venganza e intriga con el
rey Policarpo para que aprisione al desdeñoso Antonio. Al fin, una revolución popular depone
al rey y termina con los encantos de la encantadora colgándola de una horca.
No por eso se agotan las hechicerías de la novela. En el último libro, Hipólita la
Ferraresa, cortesana de Roma, se enamora de Periandro y encarga a Julia, la mujer del judío
Zabulón, que por medio de hechizos enferme a Auristela, la prometida de Periandro. Pero
como éste decae al mismo tiempo que su amada, la cortesana pide que se suspenda el hechizo.
Esto, más que con la magia, parece tener relación con el simple envenenamiento. Así lo
entiende Cervantes, quien ya había tratado de «estos que llaman hechizos» al justificar la
locura del licenciado Vidriera, y, otra vez, en el Quijote, en el capítulo de los galeotes, donde
por voz del ingenioso hidalgo se ratifica la creencia cervantina de -37- que los hechizos no
pueden desviar el libre albedrío ni obligan a nadie a querer contra su voluntad.
1945

https://html.rincondelvago.com/el-coloquio-de-los-perros_miguel-de-cervantes.html

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