Revista Al Margen (Jean-Paul Sartre)
Revista Al Margen (Jean-Paul Sartre)
Revista Al Margen (Jean-Paul Sartre)
Revista trimestral
AL MARGEN
SEPTIEMBRE 2007
Ramiro Montoya
Adolescencia de un memorioso y crónicas
de una generación ....................................................................... 6
Eduardo Gómez
Zuleta: el amigo y el maestro .......................................................... 54
José Zuleta Ortiz
Mi padre Mi abuelo
–Mi padre (semblanza de Estanislao Zuleta) ................................. 67
–De mi abuelo (artículos de Estanislao Zuleta Ferrer) .................... 83
–La sonrisa trocada (relato) ......................................................... 97
•
Boris Salazar
Zuleta y la saudade - Una biografía literaria ................................ 104
F. R. Monteche
Estanislao Zuleta destilado en agua del Corán .............................. 112
•
El ‘uno’ –Inédito de Estanislao Zuleta sobre
un tema de Heidegger .................................................... 122
R AMIRO MONTOYA : Colombiano residente BORIS SALAZAR: Escritor, profesor del Depar-
en España. Autor del Diccionario del es- tamento de Economía de la U. del Valle, en
pañol actual en Colombia, Madrid 2005 y donde se graduó como economista. Obtuvo
Bogotá 2006, y de Recuentos y Relatos, de un máster de la New School de Nueva York
próxima aparición. Ensayos de su autoría y realizó estudios de doctorado en la misma
han aparecido en varios números de Al universidad. Ha publicado dos novelas, La
Margen. Su cuento “El amor no tiene otra selva (1991) y El tiempo de las sombras
precio” fue publicado en Al Margen No. (1996), un libro de cuentos, Caravana
11. [email protected] (1992), y, con María del Pilar Castillo, un
libro de ensayos teóricos sobre el conflicto
EDUARDO GÓMEZ : Autor de siete libros de colombiano, La hora de los dinosaurios.
poesía y tres de ensayos. Estudió Literatura Conflicto y depredación en Colombia (2001).
y Dramaturgia en la extinguida RDA. Fue En 1996 ganó la V Bienal Nacional de
asistente de dirección en el teatro Berliner Novela José Eustasio Rivera, con El tiempo
Ensemble (fundado por Brecht). Dirigió de las sombras, 1996. Ganó asimismo, con
las publicaciones de Colcultura. Ha sido María del Pilar Castillo y Federico Pinzón,
profesor de literatura europea en la U. el ‘Premio Ascún y El Espectador’ al mejor
de Los Andes. Fue director de la revista trabajo de investigación sobre desplazamien-
Texto y Contexto de la U. de Los Andes. to forzado en Colombia, 2007. Dirige la
Actualmente dirige el programa radial revista Posiciones, publicación institucional
“La poesía en el tiempo”, de la U. Tadeo de la Universidad del Valle.
Lozano. [email protected]
F . R . MONTECHE : Comentarista biblio-
JOSÉ ZULETA ORTIZ : Fue director de La gráfico, véase su colaboración en el No.
Fundación Estanislao Zuleta. Ha publicado 14 de Al Margen. Opta al doctorado en
tres libros de poesía: Las alas del súbdito, Filología de la U. Pontificia de Salamanca
La línea de menta, y Mirar otro mar. Ac- con la investigación “Despecho y ero-
tualmente dirige la revista de poesía Clave. tismo en el léxico de las colombianas”.
www.revistadepoesiaclave.com [email protected]
!
www.AlMargenOnline.com
6
RAMIRO MONTOYA
Adolescencia de un memorioso
y crónicas de una generación
En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de
cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o
imaginado. Resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas
a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo
disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era
interminable, la conciencia de que era inútil. Pensó que en la
hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los
recuerdos de la niñez.
J. L. B ORGES , ‘F UNES , EL M EMORIOSO .’
M
i visión sobre Estanislao Zuleta tiene un privilegio. Lo
conocí en 1950 cuando él tenía 15 años; el comienzo de
nuestra relación fue de adolescentes compañeros de colegio,
luego se extendió a la primera juventud. Más adelante, entre
1965 y 1968, cuando él contaba de 30 a 33 años, nos vimos con muy poca
frecuencia, tal vez cuatro o cinco veces en ese período; y al final, durante
los últimos 22 años de su vida, no volvimos a coincidir en parte alguna y
anduvimos por caminos distintos, sin que en ese distanciamiento mediara
ningún hecho determinante, puntual, distinto a las decisiones que cada uno
tomó sobre lo que debía ser su vida. Por esas circunstancias, la visión que
tengo de nuestra adolescencia y primera juventud está sesgada por la ideali-
zación que hacemos de nuestros primeros años, exenta de las desavenencias
que generan las relaciones de la madurez y apenas tocada por los conflictos
de tareas comunes y por las frustraciones y logros individuales.
Adolescencia de un memorioso 7
-A-
1 A principios del siglo XX, entre las familias raizales de Medellín los Zuleta, por proceder
de Remedios y no tener pretensiones de ricos, eran mirados como pueblerinos emergen-
tes. Así lo recoge un dístico que escuché de niño y que hacía referencia al matrimonio de
Eduardo Zuleta Gaviria con una dama de mayor alcurnia: “Doña Pepa Ángel de Zuleta
/ cayó desde la A hasta la Zeta”.
8 AL MARGEN
-B-
Francisco de Paula Rendón, Jesús del Corral) y las obras completas de Fer-
nando González, sobre todo El viaje a pie que fue nuestro libro de cabecera
por un buen trecho.
En el mismo género y porque también estaban en la biblioteca fami-
liar, algún acercamiento tuvimos con novelistas latinoamericanos del estilo
de Rómulo Gallegos y José Eustasio Rivera (Zuleta, que por esos días no
pudo terminar La vorágine, decía que era imperdonable que alguien hubie-
ra escrito este libro y criticaba a Rivera como un autor que procedía de
la ciudad y no había entendido la selva como material narrativo, luego en
tono jocoso lamentaba que no lo hubieran fusilado por allá en las caucheras
para evitarnos su novela, aunque era admirador de sus sonetos). Muy poco
avanzamos en la lectura de otros latinoamericanos, tal vez algo leímos de
la obras de Borges.
Como nueva oleada del gusto poético de la adolescencia, al dejar los
autores colombianos, llegamos a Pablo Neruda y a César Vallejo (éste últi-
mo, el poeta “de” nuestro amigo Óscar Hernández). Luego pasamos a leer
traducciones de Baudelaire, Rimbaud y Rilke.
Tenía Zuleta una manera muy particular de saltar de un autor a otro,
o salir de una corriente de pensamiento para adoptar otra. Procedía por
deslumbramientos excluyentes. Porque alguien había dicho “es que ustedes
no han leído Luz de agosto, de pronto sentenciaba: “Esto de Dos Passos
es ripio, lo grande es Faulkner”. Y nos sentábamos a leer a Faulkner y
quedábamos convencidos: “Los demás no valen nada, este es el novelista”,
y Zuleta se metía seriamente en la lectura de las obras que encontrara del
escritor sureño. Por ese camino leímos las traducciones de Edgar Allan Poe,
Faulkner, Hemingway, Dos Passos, Sherwood Anderson.
En la casa de la calle Cuba y fuera de allí, la memorización de los poemas
y la lectura de las narraciones tenía momentos compartidos, en que alguno
leía y el otro escuchaba; pero la mayor parte del tiempo cada uno leía lo
suyo por separado. Hacia delante me cuido de no trasmitir la imagen de que
en las avalanchas de libros que luego nos llegaron, llevara yo el mismo paso,
dedicación y profundidad que Zuleta. Él fue desde entonces un profesional
de la lectura literaria y filosófica, con la que yo tuve contacto limitado, por
dedicarme a otros libros y búsquedas.
Siguiendo con la biblioteca del padre, allí se encontraban ediciones de
los clásicos europeos más consagrados, naturalmente Cervantes y Shakespeare.
Había traducciones de franceses (Proust, Balzac y Gide), rusos (Gogol, Tols-
toi), que fueron pasando al registro de aquel lector infatigable y entre los
cuales, parcialmente, hice mis incursiones. No recuerdo con claridad que en
esa biblioteca hubiera obras de Kafka, Thomas Mann ni Dostoyevski; pero
12 AL MARGEN
las que faltaban de estos autores no tardaron mucho en ser incluidas por el
nuevo usuario, que los tuvo como autores favoritos por el resto de su vida.
Lo mismo ocurrió en los años siguientes con las obras filosóficas de Kant,
Hegel; con las de Sartre, Heidegger y demás existencialistas; las de Marx y
Engels y sus discípulos, y las de Freud y los de su escuela.
El hecho de que en la casa de Zuleta hubiera un pequeño salón dedicado
a biblioteca subraya la condición de una familia con cierto sello intelectual
y crea un entorno decisivo en la inclinación de aquel adolescente por los
libros. Pero no sólo de la biblioteca paterna y de las compras en librerías
de Medellín se nutren las lecturas iniciales. Algunos libros en préstamo se
consigue con intelectuales amigos (Fernando González, Fernando Isaza,
Alberto Aguirre) y, para los autores clásicos, queda el recurso de la Biblio-
teca de la Universidad de Antioquia, de la cual Zuleta fue asiduo visitante.
Allí coincidimos con Mario Arrubla y Delimiro Moreno, como lectores y
luego como cómplices, para formar una barra de contertulios en el café que
estaba en la esquina de Ayacucho con Girardot, donde con tinto y cerveza
completábamos las búsquedas librescas.
-C-
-D-
La aplicación con que seguía esas clases resultaba un hecho muy curioso
en Medellín, así que no faltaron descalificaciones, adicionales a las que ya
recibía, para quien se dedicaba a una lengua tan extraña e inútil en vez de
terminar su bachillerato.3
No encuentro otro símil más exacto sobre lo que era Medellín en 1950
que una sacristía, con la más absoluta censura para el pensamiento o para
la acción cuando éstos se salían del marco establecido por la iglesia católica.
Conseguir un determinado libro, porque era nuevo o estaba “prohibido”,
podía ser muy complicado. Librería que mereciera ese nombre no existía sino
la Continental. La Dante era medio clandestina y allí los libros circulaban
casi por debajo de la mesa, dentro de una atmósfera de misterio.
Zuleta decía algo muy profundo que después dejó escrito en alguna en-
trevista: “Medellín era una ciudad muy cómoda para vivir, donde en pocas
cosas había que utilizar el cerebro, porque a uno le decían lo que tenía que
pensar, lo que tenía que hacer, lo que tenía que decir, con quien tenía que
casarse, cuáles libros podía leer, a qué películas podía ir. Estaban resueltas
además las grandes preguntas de la filosofía: de dónde venimos, qué somos,
para dónde vamos”.
La actitud anti-religiosa era consecuencia lógica de una adopción filo-
sófica humanista y de un pensamiento racional. Sobre esa materia no se
generó en su casa ningún conflicto, porque en Antioquia siempre hubo una
tradición liberal que acepta desde el principio en el seno de la familia que
“ese muchacho no va a misa”. Zuleta a los curas ni siquiera los combatía
ni se les enfrentaba, se limitaba a convertirlos en objeto de sus bromas,
así que cuando alguno de ellos pasaba por la acera frente al café le tiraba
mamoncillos o le jalaba la sotana; o les silbaba a las monjas que se dejaban
ver en la calle.
No éramos de los que entraban a las iglesias a pisotear hostias, como
hicieron algunos de los nadaístas. Ni siquiera llegamos a polemizar con el
clero. Nunca les concedimos ninguna existencia intelectual, porque el ridículo
intelectual que ofrecía, desde el púlpito, desde las procesiones o desde la
3 El profesor Hans era motivo de bromas irrespetuosas por parte de los amigos de Zuleta.
Cuando lo encontrábamos en algún café, el hombre se paraba ante la mesa a saludar a
Zuleta, pero por su timidez era incapaz de despedirse. Lo intentaba, comenzaba algo
así como una frase de despedida, pero la timidez lo frenaba, y empezaba con otro tema.
Los de la barra hacíamos fuerza hasta que al fin Hans lograba balbucir un adiós y seguir
de largo, pero cuando ya se había dado la vuelta y alejado unos pasos, uno del grupo lo
llamaba en voz alta: “Eh, profesor!” Hans se detenía, volvía tras sus pasos y otra vez se
paraba ante la mesa, como quien dice ante el potro de tormento. El ‘Cicuta’ que lo había
llamado guardaba un momento silencio, hasta que decía: “Perdón, profesor. Se me olvidó
lo que le iba a preguntar...”.
Adolescencia de un memorioso 17
4 Cuando el Centro dejó de funcionar hacia 1955, sus libros de actas quedaron en la casa
que ocupaba la Biblioteca Santander en Bolivia con El Palo. Si alguna otra biblioteca
de Medellín heredó los “papeles varios” de la Santander, ya desaparecida, es posible que
entre ellos se encuentren los archivos del Barba Jacob.
20 AL MARGEN
Y con “Anarkos”:
E ntre los distintos intentos de crear periódicos y revistas, los que real-
mente existieron y a cuyos grupos de redacción pertenecí en la época
de Medellín fueron la revista Letras Universitarias y el periódico Crisis.
Letras Universitarias era una revista que por muchos años se publica-
ba en la Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia, en forma
discontinua, bajo la dirección de los estudiantes que tuvieran inclinación
por esas actividades. Había que conseguir los artículos, alguna publicidad
que concedían las empresas antioqueñas, y con tales materiales la imprenta
de la Universidad ponía el papel y hacía gratis el trabajo de linotipo y de
impresión. Con la codirección de Francisco Restrepo Vélez publicamos dos
o tres números, hacia 1953. Luego en asocio de Luis Guillermo Velásquez
hicimos lo mismo en 1955, con el resultado comercial de que uno de los
avisos fue canjeado por la empresa de aviación Lansa por un pasaje que
me sirvió para viajar a conocer a Bogotá en ese año y participar como
orador en el Cementerio Central en la tumba de Uriel Gutiérrez, con
motivo de cumplirse el primer aniversario de la muerte de los estudiantes
bajo el gobierno de Rojas Pinilla, hechos que habían ocurrido el 8 y 9
de junio de 1954.
En una de las ediciones de Letras colaboró Zuleta con la que llamó
“Columna del Igúmeno”, bajo pseudónimo tomado de una novela de
Dostoyevski. Más de un lector de la revista se me acercó a protestar por la
oscuridad de aquel texto y a pedirme claves para su interpretación. Segu-
ramente pensé que no tenían la cultura necesaria para entender el análisis
tan trascendental que allí se hacía, hasta que descubrí, años después, que
entre linotipista y armador habían producido un “empastelamiento” de
los párrafos publicados que había dejado al Igúmeno convertido en un
galimatías.
Algunos biógrafos y cronistas han querido convertir la figura de Zu-
leta en una especie de agujero negro que atrae y absorbe los ideales, las
tentativas, las realizaciones (también las frustraciones), los protagonismos
24 AL MARGEN
5 Octavio Escobar Giraldo, “Nino Bravo que estás en los cielos”, en Un siglo de erotismo
en el cuento colombiano, compilación de Oscar Castro García, editorial U. de A. 2004,
pág. 420.
28 AL MARGEN
Oh Bolombolo de cacofónico
o de ecolálico nombre onomatopéyico y suave y retumbante,
oh Bolombolo!
L EÓN DE G REIFF , ‘F ANFARRIA EN S OL M AYOR ’
control y fue arrastrado hacia aguas profundas. Como era mal nadador fue
llevado por la furiosa corriente, en pocos segundos se hundió, y apenas se
le vio sacar la mano casi una última vez varias decenas de metros corriente
abajo. Zuleta se lanzó al río torrentoso, logró zambullirse y darle alcance,
tomarlo del pelo (que no era mucho), y salvarlo. Fue un rescate hazañoso
y casi milagroso, dado lo terrible del caudal en ese sitio. De un borrador
escrito por Delimiro sobre aquel episodio, reproduzco su versión de los
hechos, vistos a cincuenta años de distancia:
E ntre las pocas películas que la censura eclesiástica dejaba llegar a Me-
dellín, en 1953 ó 54 vimos Moulin-Rouge dirigida por John Huston.
La primera vez fui a verla con Zuleta y con doña Margarita, su madre.
Luego, en barra de amigos, repetimos función por dos o tres veces en el
cine Ópera de la calle Maracaibo.
Nos impresionaba y atraía la atmósfera del París de 1900 recreada por
Huston. Mucho tiempo la tuvimos por obra maestra, por el tratamiento
de los personajes, la música inolvidable y los experimentos con el colorido
30 AL MARGEN
impresionista para recrear las salas de fiesta, las telas de cortinajes y vestidos
y los carteles del pintor.
En la cinta José Ferrer hace una espléndida interpretación, y los trucos
fotográficos y el maquillaje logran un asombroso parecido físico con la
iconografía del pintor. Actuaba también Zsa Zsa Gabor, por entonces uno
de los íconos de Hollywood.
La música de Georges Auric estaba concebida para transportar al espec-
tador hasta el París de la época, lo que lograba de sobra. Aquella mezcla
con el cancán era desbordante. Muy frecuentemente la he vuelto a escuchar
porque se convirtió en un clásico dentro de la mejor música para el cine.
El mensaje básico que nos llegó era que el arte (la pintura de Toulouse-
Lautrec para el caso) justifica la existencia y con tal de dirigirse hacia sus
logros, el creador debe afrontar las dificultades que la vida le traiga.
Luego, en segundo plano, nos llegaba la trama sobre el heredero aristó-
crata que se enfrenta a su padre retardatario y rico, y es capaz de renunciar a
una existencia inútil para elegir un camino propio, en el que triunfa cuando
sus obras son aceptadas en el Louvre. (Muy claro mensaje existencialista del
tipo “cada uno es artesano de su destino”).
De último, en el subfondo, quedaba la autodestrucción por el alcohol
y sus secuelas, de un hombre atormentado a causa de su limitación física
y su fracaso con las mujeres. Este elemento, que aparecía tan claro en la
película cuando la volvimos a ver años después, no recuerdo que nos llegara
como mensaje, ni como tema de las extensas conversaciones que Zuleta nos
planteó en varias ocasiones a quienes con él habíamos ido ver la historia de
Lautrec. Muy claro síntoma de que el trago que entonces consumíamos en
las mesas de café lo considerábamos una dosis inofensiva y el fracaso con
las mujeres, un problema circunscrito a enanos y jorobados.
La posguerra que nos llegó a Medellín fue la francesa, un poco tardía
y envuelta en papel de libros y revistas. A partir de los años cincuenta
fueron apareciendo en las librerías las traducciones de Camus (La peste, El
extranjero), Francoise Sagan (Bonjour, tristesse), Jean Paul Sartre (El muro, La
náusea, La edad de la razón) y las obras literarias de Simone de Beauvoir. No
pasó mucho tiempo para que tuviéramos a la mano las ediciones francesas
de Gallimard y Du Seuil y ejemplares retrasados de Les Temps Modernes y
de los semanarios L´Express y Nouvel Observateur, pasaportes a un mundo
que creíamos nuestro.
Al lado de esa avalancha de las obras francesas quedaban en segundo
plano otros novelistas europeos de mayor circulación y fama transitoria como
Curzio Malaparte, Virgil Gheorghiu y Alberto Moravia. Leíamos a éstos y
a los norteamericanos en traducciones impresas en Buenos Aires o México,
Adolescencia de un memorioso 31
6 Según José Ignacio González Escobar, hacia 1949, en el café Medellín operaba Fernando
González como prestamista al dos por cierto mensual. Véase Concordia, años de frenesí y de
guerra, pag. 341. Edición de la Secretaría de Educación y Cultura de Antioquia, 1988.
36 AL MARGEN
Recuadro
7 “Yo tuve a Gonzalo en la France Presse, de la que fui director por allá en 1953, y es, sea
dicho de paso, la razón por la cual yo me metí al periodismo. Tenía dos redactores en el
día, y un redactor nocturno (...) Entonces le di a Gonzalo el puesto de redactor nocturno.
Fue una audacia porque él no sabía escribir a máquina, no sabía francés y no tenía ni
idea de periodismo (…). Para el turno de la noche, el de Gonzalo, yo venía después de
comer, a las 8, y hacía también ese turno, pero se lo pagaba a él. Para mí fue muy bonito,
porque nos la pasábamos charlando”. Alberto Aguirre en Vida de Gonzalo Arango, pág.
web www.gonzaloarango.com (copiado el 15 de septiembre de 2007).
8 Fiorillo Heriberto, Op. cit. Planeta, Bogotá, 2002.
42 AL MARGEN
Entre los dos grupos se dan estas coincidencias: Son coetáneos de 1953
a 1960. Fernando Botero visita La Cueva hacia 1955 y les regala un cuadro
que posteriormente ha servido de epicentro para establecer en el viejo local
una sala de exposiciones. En 1960 Alberto Aguirre va a Barranquilla a un
festival cinematográfico, le compra a Gabito los derechos de autor de El
coronel no tiene quien le escriba, y publica en Medellín la segunda edición
de esta obra (la primera la había publicado Ediciones Mito en Bogotá).
Hay otro contacto entre los dos grupos. En 1954 Eddy Torres, que dirige
el suplemento literario de El Colombiano y que había conocido en Bogotá a
Alfonso Fuenmayor y Germán Vargas, publica en Medellín una selección de
poemas de Meira del Mar y algunos cuentos de Cepeda Samudio, Germán
Vargas y García Márquez.
Una figura curiosa, anecdótica, Orlando Rivera, “Riverita”, es el único
personaje que pertenece a los dos grupos. También le decían “Figuritas”
porque publicaba una revista con ilustraciones que se llamaba Figuras. Era
un pintor aficionado con mucho talento, a quien Alejandro Obregón le
ayudaba en Barranquilla regalándole lienzos y colores. En Medellín se casó
con una pintora antioqueña que había sido monja, se quedó en esa ciudad
tratando de vivir como pintor profesional y en otras artes del “rebusque”,
y participaba en las tertulias de la AFP. Era muy bohemio, García Márquez
dice que era de profesión loco, así que en un Carnaval de Barranquilla,
disfrazado de loco, se cayó de una carroza y fue atropellado y muerto por
la que venía detrás.
He hecho una lista de lo que leían unos y otros. Hay unas lecturas
que son comunes a los dos grupos, pero sólo en literatura y en dos poetas
latinoamericanos: León de Greiff y Neruda. Los costeños no leían a Luis
Carlos López, los antioqueños sí. En novelística ellos y nosotros leíamos a
Edgar Allan Poe, William Faulkner, William Saroyan, John Dos Passos, Ernest
Hemingway y Truman Capote. Esas lecturas de americanos son comunes y
también las de estos europeos: James Joyce, Virgina Wolf, Franz Kafka, Jean
Paul Sartre, Albert Camus, Alberto Moravia y Curzio Malaparte.
Los costeños leen literatura, hacen literatura y no tienen más compromi-
so. No dedican la vida a transformar el mundo sino a tratar de disfrutarlo,
escribirlo o pintarlo. Los antioqueños se complican más la vida, y además
de una cierta literatura de consumo obligado leen autores con temas más
complejos y profundos, como Thomas Mann o Dostoyevski; pero sobre
todo el grupo de Zuleta y sus más cercanos pasan a leer a Kant, Nietszche
y luego a Heidegger, Sartre y demás existencialistas, y a partir de esas lec-
turas pretenden elaborar un sistema de pensamiento, que luego completan
con Hegel y Marx y Engels, que creen que el mundo se puede transformar
44 AL MARGEN
Recuadro
Todo empezó hacia 1954 cuando Álvaro Cepeda Samudio se encontró con
que Eduardo Vilá, hijo de catalán, era un intelectual vergonzante que tenía
un almacén de abasto llamado El Vaivén. Esa misma noche lo convenció
de que regalara toda la mercancía y que convirtiera el lugar en un bar
llamado La Cueva, con la condición de que sólo vendiera cerveza Águila.
Y entonces comenzaron a llegar Germán Vargas, Alfonso Fuenmayor, Ra-
món Vinyes, Rafael Marriaga, Roberto Prieto Sánchez, Juan B. Fernández
Renowitzky, Alejandro Obregón, Enrique Grau, Cecilia Porras, Orlando
Rivera “Figurita” y otros. Y más tarde, un muchacho huesudo, de aspecto
enfermizo, que fumaba nerviosamente, llamado Gabriel García Márquez.
Venían del Café Colombia, la Librería Mundo, el Bar Japi, el Bar Americano,
el Café Roma y otros puertos de la cultura y de la noche barranquilleras.
Un aviso en la prensa local invitaba así a La Cueva: “Señora, si no
quiere perder su marido, no lo deje ir a La Cueva”. Dentro de las
pocas mujeres que se atrevieron a entrar estaban Cecilia Porras y Feliza
Burzstyn (…)
G ERMÁN S ANTAMARÍA , REVISTA D INERS , JULIO DE 2004.
Zuleta decía que su vida ahora estaba “organizada” por tener aquellas li-
brerías y restaurantes equidistantes del café Automático, que por entonces
quedaba en la avenida Jiménez con la carrera quinta, y donde nos insta-
lamos con entusiasmo, rodeados de amigos y conocidos y en sintonía con
intereses que dieron un sentido distinto a ciertos aspectos de nuestra vida.
(Años más tarde, Fernando Jaramillo, dueño del Automático, lo trasladó
al parque Santander y luego Enrique Sánchez lo llevó a la calle dieciocho,
sitios igualmente frecuentados por nuestra generación y nuestro grupo).
Los restaurantes franceses, especialmente el Cirus que quedaba en la carrera
séptima con calle veintidós, fueron excluidos de nuestra cartilla de vetos
anti-burgueses, y hacia allá nos dirigíamos cuando un giro de la familia
o el recibo de una quincena lo permitían.
En la época en que llegamos al Automático no sólo asistía León de
Greiff, sino que podían verse otros intelectuales afamados en el parnaso
colombiano, como Ciro Mendía, Juan Lozano, Eduardo Zalamea y Luis
Vidales, y una constelación de estrellas menores con algunas de las cuales
trabamos amistad de mesa de café: Arturo Camacho Ramírez, Álvaro Mutis,
Jorge Gaitán Durán, Jaime Tello, Oscar Delgado, Germán Espinoza, Carlos
Arturo Truque y Gabriel García Márquez, que en ese momento era un
periodista y cuentista costeño que, al igual que la mayoría de los citados,
trataba de abrirse camino con sus primeros escritos. También establecimos
relaciones de tinto y cerveza con un grupo que tenía actividades distintas
a escribir: Hernán Mejía Vélez y Hernando Téllez Blanco, hombres de la
radio; Merino y Chapete, que eran caricaturistas; Marco Ospina y Mar-
doqueo Montaña, escultores; y un contertulio con muchos lazos comunes,
Alfonso “el Sordo” Jaramillo.
El viejo León era muy buen poeta, pero muy hosco, se la pasaba
haciendo crucigramas y refunfuñando, y casi no hablaba con nadie. Una
excepción era Zuleta, a quien sentaba en su mesa para beber aguardien-
te a “puchitos”, jugar ajedrez y discutir jugadas. Reconozco que ser el
compañero de mesa del maestro De Greiff era un privilegio que muchos
le envidiábamos a Zuleta, aunque formaban una pareja silenciosa, que
no trataba temas intelectuales y se pasaban largos ratos sumergidos en el
ajedrez. A esta amistad, que se prolongó por años, se sumaron los hijos
de León de Greiff, Boris y Djalmar, que también iban a veces por el
Automático.
Yo vivía en una pensión de estudiantes de cierto nivel, en la calle trece
con la carrera quinta, la cual podía pagar porque entré como redactor en
una agencia de publicidad con un sueldo decente. A la pensión llegó al
poco tiempo Zuleta diciendo: “Yo también me vine de Medellín”. La dueña
46 AL MARGEN
mujeres y a otro burdel que estaba al lado. El tipo se desató hasta que
se le acabó la plata.
En Bogotá nos encontramos con amigos que habíamos contactado en
Medellín y con otros que reforzaron el círculo, como Jaime Mejía Duque, que
siempre me pareció que no recibía influencia de Zuleta, sino que, al contrario,
procuraba dar la sensación de que cuidaba de él y en algo lo influía.
En ese momento entramos en los antecedentes del 10 de mayo de 1957,
cuando cayó Rojas Pinilla. Yo era líder estudiantil, pronunciaba discursos y
redactaba panfletos que reproducíamos en mimeógrafo y repartíamos en la
calle. En esas actividades Zuleta tuvo alguna participación. Yo lo recuerdo
metido con los estudiantes en los piquetes para pedir el cierre de almacenes
que debían sumarse al paro nacional que ocasionó la caída de la dictadura.
Él seguía en el Instituto de Investigaciones Históricas, concurriendo al Café
De la Paz, y continuaba en sus lecturas de las grandes obras del pensa-
miento moderno, Freud, Marx y seguramente en el leninismo. Formó desde
entonces sus primeros círculos de estudio y análisis de literatura y filosofía
en una labor que no terminaría sino con el final de sus días. Formalizó,
por decirlo de alguna manera, la decisión de entrar en la militancia del
Partido Comunista, inscribiéndose en alguna célula.
En Bogotá, durante los diez años siguientes compartimos muchas oca-
siones y mantuvimos los mismos amigos comunes; pero fueron apareciendo
distancias entre los dos que ninguno hizo nada por acortar. Vio en mí
una actitud de aburguesamiento que no pasó su examen crítico, sobre lo
cual le escuché un par de comentarios. Por mi parte advertí y comenté
con amigos comunes que Zuleta fue desarrollando un talante de maestro
benevolente que sólo aceptaba a su alrededor discípulos que seguían sus
enseñanzas ideológicas y su pautas de comportamiento, labor paternal que
incluía la prerrogativa de un enjuiciamiento diario sobre el iniciado no
sólo en cuanto a la profesión de fe, filosófica y política, sino en cuanto a
su comportamiento familiar o al ejercicio de una profesión u oficio para
ganarse la vida.
Como no volví a verlo a partir de 1968, es decir durante los últimos
22 años de su vida, ignoro si corrigió la forma exigente de evaluar a sus
contemporáneos y a quienes tuvo cerca, mientras abría la amplitud de su
genio para comprender el mundo de los escritores, pensadores y actores
de la inteligencia, con el cual maravillaba al público que lo escuchaba en
escenarios más amplios, desplegando como ha dicho alguien “una capaci-
dad muy especial de asimilar, de apropiarse del pensamiento de los más
grandes autores, exponerlo al mayor nivel y de manera vívida, transmitir
su pasión e iniciar a mucha gente en la más alta cultura”.
Mario Arrubla y Ramiro
Montoya, en 1958, cuando el
primero estaba en Sumapaz.
“Arrubla bajaba a Bogotá y me
llamaba con mucho misterio
desde un teléfono a mi oficina:
–Aquí estoy”.
E DUARDO G ÓMEZ
Zuleta: el amigo y el
maestro
S
i había algo importante que tuviera en común con mis contempo-
ráneos de la Colombia de los años cincuenta, algo que permitiera
hablar de una “generación”, era la convicción de que estábamos
en una época en que era posible cambiar el mundo. El desarrollo
de los acontecimientos nacionales pero, ante todo, de los internacionales, así
parecía anunciarlo: la URSS se había consolidado como potencia de nue-
vo tipo que defendía a los pueblos débiles, emulaba con éxito en diversos
campos del saber con EE.UU., y estaba aún fresco el impacto que causó en
la política mundial su heroísmo en la lucha contra el nazismo y su decisiva
actuación en el triunfo de las potencias democráticas; la revolución china
había superado las pruebas de fuego iniciales; la guerra de liberación de
Vietnam contra los franceses había terminado con la derrota de la metró-
poli, y el Vietcong, fortalecido, iniciaba la segunda fase, en lucha contra la
intromisión de EE.UU. Aunque no tan prometedor, el panorama histórico-
social en Colombia parecía ofrecer un futuro mejor porque se había caído la
dictadura conservadora de Laureano Gómez, y el General Rojas Pinilla había
iniciado su gobierno con los logros inmediatos de una relativa pacificación, al
obtener la entrega de las armas por parte de la guerrilla liberal (mayoritaria
entonces) y estaba realizando una serie de obras públicas (la TV, el Centro
Administrativo, el Aeropuerto El Dorado, la Avenida del Dorado, la ayuda
de SENDAS a los pobres, numerosos acueductos, etc.) que le dieron enorme
Zuleta: el amigo y el maestro 55
las críticas de manera tal que él estaba también involucrado en ellas, nunca
en forma puramente personal, sino en forma indirecta y teórica, haciendo
continuas citas de sus autores preferidos por entonces como Sartre, Freud,
Simone de Beauvoir, Merleau Ponty, Dostoiesky y Kafka. Pronto comprendí
que la filosofía existencialista, con su descripción fenomenológica, hacía po-
sible pensar la cotidianidad, de tal modo que ninguna experiencia resultaba
insignificante y podía ser redescubierta y relacionada con las cuestiones más
profundas y trascendentes, si se sabían hacer las necesarias asociaciones y
mediaciones. No había, entonces, separación entre lo interior y lo exterior,
entre lo individual y lo social. De esa manera, la literatura (y en especial
la novela y el teatro) adquiría un rango muy alto como forma de conoci-
miento, gracias a las sugerencias de un torrente de imágenes existenciales,
profundamente significativas. Leí apasionadamente los cuentos de El Muro,
leí La Náusea y las obras de teatro de Sartre. ¿Qué es la literatura? me abrió
amplios horizontes, aunque con reservas en lo que se refiere a la poesía. Freud
todavía aparecía como no suficientemente relacionado con el existencialismo
pero ya había un trasfondo intuitivo de sus teorías. En cuanto a Marx, era
mencionado por Zuleta con cautela, respeto y distancia y prefería hacer la
crítica de las deformaciones de que había sido objeto en la praxis política
de los partidos comunistas.
Los diálogos con Zuleta (siempre en el café La Paz), preferiblemente en
horas de la tarde, se hicieron diarios. Durante varias horas bebíamos algunas
cervezas y a veces íbamos a comer. Era una cita tácita sin hora precisa pero
a la que no fallábamos. El café La Paz era un local pequeño y tranquilo de
dos pisos, ubicado en una “muela” de la antigua calle 19 (entonces estrecha y
ciega) y yo lo frecuentaba desde antes de conocer a Zuleta porque tomaba las
tres comidas en la pensión de doña Emelina Velásquez (hermana del famoso
guerrillero Cheíto Velásquez, por entonces ya muerto), situada una cuadra
arriba del café mencionado. Yo había escogido esa pensión para “ayudar a la
hermana de un guerrillero”, y allí me encontraba con algunos conocidos de
la izquierda que vivían o comían en esa vieja casona. Zuleta estaba alojado
al frente del café La Paz, en uno de los venerables apartamentos (propiedad
de sus tías) de un viejo edificio (que todavía existe), situado unos metros
arriba de la Séptima sobre el costado norte. Por entonces, ese café ya era
frecuentado por el grupo de la revista Mito. Allí conocí a Gaitán Durán,
Eduardo Cote Lamus y Hernando Valencia Goelkel, los cuales subían de vez
en cuando a conversar con nosotros. Pronto se fue formando un grupo de
asistentes habituales a la tertulia, entre los que recuerdo a Manuel Gaitán
(sobrino del líder sacrificado), el periodista Rafael Maldonado, el actor y
director de televisión y cine Manuel Franco, Ramiro Montoya (quien se
58 AL MARGEN
Mi padre Mi abuelo
Tres partes componen esta sección: dos escritas y una compilada por José Zuleta
Ortiz, hijo de Estanislao Zuleta. La primera, “Mi padre”, corrige algunos errores
factuales e informaciones imprecisas contenidas en una versión inicial del mismo
texto. La segunda parte, “De mi abuelo”, se compone de artículos publicados en
1930 por Estanislao Zuleta Ferrer, padre de EZ, en seis números diferentes de la
revista Claridad de Medellín, artículos encontrados y conseguidos en fotocopia
por JZO en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, Sala Antioquia. La mayor
parte de los artículos aparecieron bajo el pseudónimo de Micromegas, sólo uno
fue firmado con el nombre real del autor. Escribían en Claridad, entre otros: Efe
Gómez, Fernando González, León de Greiff y Luis Tejada. En fin, la tercera parte
está constituida por el relato “La sonrisa trocada”.
Mi padre Mi abuelo 67
Mi padre
E
l 13 de febrero de 1935 nació en Medellín Estanislao Zuleta
Velásquez. Su padre, Estanislao Zuleta Ferrer, era un abogado con
múltiples inquietudes intelectuales; había escrito varios ensayos
de crítica literaria y de opinión política en la revista Claridad,
que circuló por los años treinta en aquella ciudad. Tenía una tertulia con
Fernando González, Fernando Isaza y otros amigos, con quienes leía a Mon-
taigne y hacía experimentos de hipnosis para observar el funcionamiento
del psiquismo humano. Pertenecían a la corriente de pensamiento radical,
con rasgos anticlericales, que a finales del siglo XIX y principios del XX
existió en Antioquia.
En 1933, Estanislao Zuleta Ferrer se casó con Margarita Velásquez, y
dos años más tarde, a la usanza antioqueña, el matrimonio tenía ya dos
hijos. La familia se había trasladado a Bogotá, donde el joven abogado de
29 años era asesor de una compañía petrolera. Pero como había abierto en
Medellín una oficina con Fernando Isaza, debía viajar con frecuencia a esa
ciudad para atender sus negocios. El 19 de junio Estanislao Zuleta viajó
por última vez a Medellín. El 23 su esposa recibió una marconigrama que
decía: “He terminado mis asuntos. Esta tarde visito a Fernando González.
Mañana viaja SCADTA. Me gustaría verte en el campo. Lleva a los niños.
Un abrazo. Estanislao”. Al día siguiente Margarita arregló a la nena y al
niño, y al mediodía tomó el tranvía del campo de aviación de Techo. Estaba
lloviendo. Margarita miraba por la ventanilla esa ciudad fría y empañada,
donde se sentía extranjera. El niño tenía cuatro meses y tres semanas: era el
24 de junio de 1935. Ya en el aeropuerto se acercó a la oficina de SCADTA
y dijo a una empleada: “Señorita, estoy esperando a mi marido que viene de
Medellín…”. La empleada dejó caer el labio y clavó la mirada en el niño
que Margarita tenía dormido en el hombro. Dijo: “Señora, pasó una cosa
muy horrible. Váyase para su casa. Hubo un accidente: murió Gardel”.
Dos aviones chocaron en la pista del aeropuerto de Medellín y explotaron.
Desde el barrio Manrique se vio una bola de fuego, como un sol anaranjado
y humeante. Desde su finca “Otraparte”, Fernando González se quedó mi-
rando el brillo magnífico de las llamas que consumían a su amigo, y por la
noche, cuando aún no se habían apagado los escombros, luego de escuchar
el radioperiódico, dijo: “Ahora ya no hay con quien hablar en este país”.
68 AL MARGEN
“…¿Por qué emociona la pintura? ¿Qué puede ser para que haya hombres
que eligen su vida a través de ella? ¿Qué significa esta lección?
“Sabemos bien que la pintura empezó con el hombre; como todo lo
esencial, nunca pudo ser inventada y permanece igualmente nueva;
tampoco termina nunca, ni se agota, pues como dice Hölderlin: ‘Difí-
cilmente abandona el lugar lo que habita cerca del origen’. Y la pintura
habita cerca del origen, es decir, que está presente como una posibilidad
siempre indicada de nuestra vida en la estructura misma de la conciencia.
Es necesario que nos dirijamos a esta posibilidad original si queremos
comprender realmente la obra de un pintor.
“Los cuadros de Botero parecen imágenes que hubiera encarnado de
pronto. Una preocupación estética muy semejante al amor ha descartado
de ellos todo lo que pudiera reforzar la impresión de existencia real. Los
colores, repartidos en grandes planos, producen una especie de decoración
afectiva; el dibujo se impone ampliamente como en los frescos, destacando
el objeto de su existenica ideal, suprimiendo todas las complicaciones de
la percepción. Son formas sintéticas, sencillas, y presentan la hermosa
característica de que sólo quieren ser lo que son; fantasmas imaginarios,
es decir, productos de una pasión que busca desembarazarlos de lo que
en ellos no sea sensible para todos”.
que era necesario hacer un replanteamiento y trabajar por una cultura más
universal. En especial, era preciso abrirse a nuevas disciplinas, como la antropo-
logía, la lingüística y el psicoanálisis. Asimismo, era preciso integrar esas nuevas
disciplinas en el pensamiento sobre nuestros problemas sociales y políticos. La
vida intelectual de Estanislao se puede definir como esa búsqueda.
Como es obvio, mi conocimiento de esa época de la vida de mi padre
obedece principalmente a sus propios recuerdos y a los de Margarita y mis
tías (secundariamente, a informaciones recogidas de amigos).
El período de Bogotá fue resumido por él en una entrevista, de la cual
transcribo unos apartes:
“Mis primeros estudios –si se descuentan unos pocos inútiles, comple-
tamente estériles, años de bachillerato– fueron hacia 1951 y 52 la lectura
de diversas obras filosóficas, entre las cuales me causaron una muy grande
impresión principalmente Platón y Descartes. En el año de 1952 comen-
cé a leer a Freud, con poca comprensión pero con mucha pasión. Leí los
trabajos que podían denominarse de análisis directo: La interpretación de
los sueños, El chiste, La psicología de las masas, y La psicopatología de la
vida cotidiana.
“Si no recuerdo mal, un poco más tarde, en el año 1954, comencé a
estudiar a Heidegger muy detenidamente, principalmente El ser y el tiempo,
y poco después a Sartre, El ser y la nada y las obras sobre psicología: La
imaginación, Lo imaginario y La Fenomenología de las emociones. Hasta ese
momento había recibido la influencia personal de algunos de los amigos de
mi padre: Fernando Isaza y Fernando González, quien escribió un libro que
se llama Cartas a Estanislao, o sea, mi papá.
“Un poco después, en el año 53 o 54, leí por primera vez un texto de
Marx, Manuscritos del 44. No conocía nada de marxismo, tampoco sus
divulgaciones, pues, como se recordará, hasta ese año del 53 la prohibición
que pesaba sobre el marxismo era supremamente fuerte; ese fue el año en
que subió al poder Rojas Pinilla. El texto de Marx, al que siguieron algu-
nos otros, me llevó a hacer algunos estudios sobre la situación económica
y política y a fundar con unos amigos la primera publicación en que yo
participé: Crisis, una revista de política y economía.
“Más adelante, durante el año 56, viajé a Bogotá. Entonces comencé a
trabajar en el Instituto de Investigaciones Históricas, bajo la dirección de
Pérez Villa, lo que me permitió hacer estudios sobre historia de Colombia;
también me permitió estudiar durante casi un año completo todos los textos
históricos de Hegel: Historia de la filosofía, Las lecciones de filosofía de la
historia, La estética. Entonces participé en otra publicación que había tenido
origen etudiantil, que se llamaba Junio.
72 AL MARGEN
“En el año 1958 se ofrece un viaje a Sumapaz para residir entre campe-
sinos en calidad de instructor. Emprendí entonces la primera lectura de El
capital. En ese año se conocieron también muchos otros estudios de mar-
xismo; era el período –por lo menos para nosotros, a quienes llegaba todo
un poco retrasado– llamado de la desestalinización. Entonces se pudieron
conocer los marxistas polacos. Los textos de Sartre sobre el marxismo, Los
comunistas y la paz, por ejemplo, algunos textos de Merleau-Ponty, entre
ellos Humanismo y terror; eran textos muy anteriores, del 52 al 57, que
finalmente llegaron aquí. En realidad, los estudios sobre el marxismo siguie-
ron en gran parte en dirección a los textos de la llamada desestalinización.
Textos que eran muy próximos entonces al pensamiento que se ha dado en
llamar existencialista, aunque sus propios autores no gustaban mucho de
ese calificativo, ni Sartre, ni Heidegger, y menos Marleau-Ponty. Entonces
estudié ya las obras en conjunto de esos autores, en la medida en que se
conseguían en francés, en inglés o en castellano.
“En el año 59 trabajé en el Ministerio de Trabajo, en una oficina que
se llamaba Seguridad Social Campesina, e hicimos un libro entre varios
autores sobre el departamento de Nariño (publicado precisamente por el
Ministerio de Trabajo), en el cual se puede notar muchísimo la influencia
del marxismo. Publiqué igualmente algunos ensayos en la época, de los que
recuerdo sobre todo uno que fue objeto de múltiples ataques por parte de
la prensa conservadora, que se llamaba Sobre el matrimonio, la prostitución
y el onanismo: tres taras de nuestra sociedad.
“En esa época no existía ninguna corriente marxista organizada diferente
del Partido Comunista que, a pesar de la desestalinización, seguía practi-
cando una forma de organización, una política educativa, cultural y teórica
tan dogmática como la de la época del estalinismo. Por ese motivo, con
algunos amigos, entre ellos Mario Arrubla, Jaime Mejía Duque, Delimiro
Moreno, Eduardo Gómez, fundamos entonces un grupo político con una
publicación propia que se denominó Estrategia. Nosotros estábamos desde
ese año ya en Bogotá; sin embargo, seguíamos participando desde lejos y
colaborando en Crisis.
“A Estrategia se vincularon también otros amigos: Jorge Orlando Melo,
Guillermo Mina y Javier Vélez, que luego se han dedicado a la enseñanza de
la filosofía; sacamos, pues, algunos números de Estrategia; yo escribí allí un
análisis del proceso electoral que se llamaba ‘Clave para las elecciones’. Luego
escribí un estudio sobre las corrientes de izquierda en Colombia: ‘Contribución
a un debate sobre la política revolucionaria’; y finalmente, un estudio en el
que se recogía en el año 63 la principal preocupación teórica que había tenido
en los últimos diez años, que se titulaba ‘Marxismo y psicoanálisis’.
Mi padre Mi abuelo 73
de las ciencias y del lenguaje, tratando de estrechar cada vez más su órbita
de pensamiento. Los psicólogos y los psicoanalistas parecen no tener ya
nada en común. Los profesionales de la disección literaria, por su parte, se
reparten autores y estilos para dar rienda suelta a sus especulaciones. Los
antropólogos se unen y se pierden en sus respectivas tribus en una selva
donde cada uno es cacique de su etnia. Y los violentólogos suman todos los
días más muertos a sus estadísticas, sin alcanzar a comprender los motivos
de tanta sangre.
La vía de Estanislao Zuleta es la de tratar de pensar al hombre y la
sociedad en su conjunto. Dejando de lado el limitado pero seguro refugio
de una disciplina, luchó durante cuarenta años de trabajo y estudio por tras-
pasar los muros que cada disciplina había levantado y poder emprender así
la búsqueda de un pensamiento más universal, que confrontara los distintos
autores y teorías, abriendo preguntas y enriqueciendo el pensamiento.
¿Qué es un pensador? ¿Cómo, viajando solitario por un terreno tan
árido como el nuestro, es posible que ocurra este fenómeno? En el caso de
Estanislao hay un elemento que puede dar alguna luz sobre estas preguntas.
Buscando entre sus papeles, descubrí un grupo de cuadernillos fechados en
1955, cuando Estanislao tenía veinte años. Ellos tienen una característica
común, indicada en el título lacónico que llevan: “Problemas”. Son 556
páginas escritas a mano, en las que, a manera de diario, Estanislao se in-
terroga sobre sí mismo. En alguna parte dice: “Mi proyecto nace de una
contemplación de la situación concreta en el mundo y de la voluntad de
cambiarla y cambiar las circunstancias reales; por el contrario, el sueño, la
aventura imaginaria, nace de un intento de abstraer la situación concreta en
el mundo, de una voluntad de negarla. La distinción principal es la de que
la imaginación no contempla la situación concreta, no repara, imagina que
realiza, no opera en el mundo, lo niega, y por eso nos aísla de él”.
En esta época Estanislao se dio a la tarea de confrontar sus propios
problemas con las teorías de Sartre y de Freud sobre lo imaginario, sobre
la muerte, sobre el amor, y asumió la superación de sus limitaciones como
un gran proyecto intelectual, buscando apoyo en la literatura y en la filo-
sofía para tratar de comprender la problemática humana. En esos diarios
de lecturas y meditaciones es evidente que Estanislao asume su postura
intelectual desde su problemática personal, en continua confrontación con
las teorías y discursos que iban surgiendo de sus lecturas. Tal vez por ello
fue un lector tan agudo y tan poco dado a la acumulación de información
erudita o sistemática, porque para él estaba de por medio su propia vida. Y
fue precisamente Sartre quien introdujo una característica fundamental en la
trayectoria de Estanislao: la exigencia primordial de una conducta paralela
Mi padre Mi abuelo 81
En este último tiempo, cuando la muerte parece ensañarse con los seres más
próximos, he pensado en este hecho absoluto y aplastante que nos separa de
la vida y nos muestra que en ella habitan todos los sentimientos, todas las
expectaciones: habitan la historia y el dolor, el gozo, lo sublime y lo ruin;
en la vida hay luz, hay formas, olores y sonidos, y también hay nostalgia.
En la muerte, en cambio, no hay nada. Nada. Y aunque el umbral, la línea
de sombra que separa la vida de la muerte es leve y azarosa, la diferencia
entre estos dos hechos es monstruosamente grande. Entonces entendemos por
qué existen religiones, por qué para ciertos pueblos primitivos era necesario
proveer de alimentos a sus muertos para un largo viaje. También por ello
existen teorías sobre la reencarnación o la transmutación de las almas; pero
también sobre el arte y el pensamiento. El arte y el pensamiento procuran
rasgar la vestiduras de la muerte; así, más allá de la muerte del individuo
creador, su obra continúa. Entonces, el ámbito, el tiempo del artista y del
pensador, no es el tiempo de sus días, no es el tiempo de su tránsito, sino
el tiempo de su obra. En ese sentido aún tenemos a Estanislao.
Mi padre Mi abuelo 83
De mi abuelo
Viaje a pie
H
ace un mes no quedaba en ajena y todo lo ajeno”.
Medellín una sola persona Algunas de esas teorías vienen
aficionada a la literatura que expuestas con fervor de convicción y
no se hubiera leído este libro extraño y otras son ensayos de filosofía humo-
desvergonzado. Se leía desaforadamente rística. El autor ama y profesa algunas
y fatigaba ya el comentario equivocado de las ideas que expone y se burla
sobre las delicias de la obra. Algunos donosamente de otras. Es a veces
amigos del autor conocían y hablaban materialista y a veces místico. En sus
de artículos muy interesantes que ratos de plenitud vital es un filósofo
dedicaban al libro grandes escritores voluptuoso enamorado de las mujeres,
franceses. Los indios sedentarios de del agua, del sol, de todo lo que llega
este estrecho valle, como nos llama acariciador a los sentidos; en sus mo-
Fernando González, recibíamos compla- mentos de depresión nerviosa es un
cidos la burla descarada de este doctor filósofo mítico que tiene miedo a la
aficionado a la filosofía, al amor y al muerte y que busca desesperadamente
buen estilo. Pero no hubo un solo una idea religiosa para explicar el
periódico que se atreviera a elogiar la misterio. Exactamente como cualquier
obra ni un literato o crítico capaz de bicho humano! Sólo que este hombre
analizarla en público. O era el temor es sincero y no tiene inconveniente
de simples anatemas, o envidias lite- en desnudar impúdicamente ante
rarias, o desconcierto ante el tono de los demás su cuerpo y su espíritu.
superioridad intelectual del libro. Ese impudor, que escandaliza a los
Porque esta obra se sale del ambiente conciudadanos del doctor González,
y es superior al medio. No viene a ex- deja adivinar que el libro no pudo ser
poner un sistema filosófico sino a reírse escrito para la publicidad, pero que
agradablemente de muchas ideas viejas el autor, después de hacerle al papel
y a inventar teorías sobre el amor, sobre sus confidencias, las encontró tan
la conservación de la energía, sobre el espontáneas y escritas con tal gracia
origen y el fin del hombre, sobre el y diafanidad de estilo, que no pudo
miedo, sobre todos los problemas vitales resistir a la tentación de mostrarlas.
de “este animal que suda, que digiere, O es tal vez porque al Doctor Gon-
que elimina toxinas, que desea la mujer zález le gusta aterrar a sus conciudada-
84 AL MARGEN
nos. No hay sinceridad de convencido de las cosas y los hombres. Pero este
sino mucha ironía y mucha sorna en filósofo es un hombre nervioso, que
esas páginas sobre el pecado original, padece a veces crisis de pesadumbre,
sobre nuestro padre el homínido y y se vuelve entonces pesimista, líri-
sobre el origen del Diablo. Sería pueril co y religioso. Son desigualdades y
pensar que este autor, que no cree en contradicciones de un temperamento
nada ni en nadie, que le gusta reírse nervioso. El hombre atormentado, de
de todo, fuera a sostener seriamente nervios sensibles, a quien preocupan
esas tesis filosóficas. Es por espantar exageradamente la cosas, el que todo
a los hombres gordos de Medellín! El lo analiza y quiere hallarle la razón a
aspecto religioso y el aspecto político todo, ama la risa como un descanso
del libro no deben tomarse en serio. y se vuelve escéptico y burlón. Vol-
¿Cómo tomar en serio al autor cuando taire, Stendhal, Heine, Cervantes,
habla de la vulgaridad latinoamericana o Ganivet.
cuando dice que los dos únicos hombres El libro de Fernando González tiene
de Suramérica son Bolívar y Carlos E. páginas de ironía y páginas de dolor,
Restrepo? Sería una majadería pensar como lo libros mejores de los grandes
en la sinceridad de esos conceptos, si maestros. Es una obra de literatura
acaso pueden llamarse así. subjetiva, de penetrante observación
Pero que agradable todo y que psicológica, llena de pensamientos
delicioso humorismo el de este libro! profundos, y sobre todo, llena de
Está todo lleno de gracia y mientras gracia. El estilo es ágil, espontáneo.
más disparata es mejor. Es la risa Parece que un fecundo profesional de la
sonora de un filosófico que se siente literatura hubiera querido entretenerse
sano y alegre hace gimnasia. “La sa- escribiendo unos ensayos frívolos sobre
lud, la conservación de la elasticidad el amor y sobre el Diablo.
juvenil, son finalidades del viaje”, dice
el autor. Marchar, alegre, mientras el (Firmado: Micromegas. Claridad,
sol calienta, riéndose apaciblemente marzo 8 de 1930)
Toda obra que aspire a ser grande su criterio egoísta de hombre sensible y
ha de parirse con dolor. doliente no tiene explicación esa barba-
Y hay mucho dolor en este libro rie infernal. Porque algunos políticos,
conmovedor de Remarque. Al terminar cómodamente instalados en sus oficinas,
la lectura de la obra queda sonando en hablaban sobre el equilibrio europeo,
los oídos ese tono de angustia y de pe- sobre la defensa del territorio, grandes
sadilla que gritan todas sus páginas. masas de hombres acudían al frente a
Remarque escribió este libro para ser destrozados por la metralla, a vivir
librarse de la pesadilla de la guerra. Fue sucios, rotos y hambrientos en medio
la reacción de un hombre reflexivo, del pánico de la batalla, transidos por el
sensible, tal vez pusilánime, contra ese medio terrible a la muerte inminente.
dolor y esa angustia que habían aniqui- Así ve Remarque la guerra como una
lado su juventud. La nota predominante barbarie injusta e inhumana y quiere
del libro es una rabia violenta contra la informar al mundo sobre una genera-
guerra; es una venganza, premeditada ción “totalmente destruida, aunque se
durante largos años de sufrimiento, salvase de las granadas”. Después de
contra el dolor de la guerra. Remarque cuatro años de angustia, ¿Qué iba a
lo dice: “Los días, las semanas, los años quedar de esos pobres muchachos lan-
de esta guerra, volverán aún una vez; zados desde los diez y ocho al abismo
nuestros camaradas muertos se alzarán del frente? Enfermos, degenerados, tal
entonces para avanzar con nosotros. vez ya definitivamente perdidos. Para
Habrá aquel día claridad en nuestras Remarque les fue mejor a los que
mentes. Tendremos un propósito. Y así acabaron allá, a los que descansaron.
avanzaremos, con nuestros camaradas En la última página del libro cuenta
muertos al costado, con estos años del la muerte del soldado: “Había en su
frente como escolta… ¿Contra quién? rostro una expresión tal de serenidad,
¿Contra quién?” que parecía estar satisfecho de haber
En otra parte: “¿Qué harán nuestros terminado así”. El día de esa muerte
padres cuando algún día nos alcemos, el Cuartel general comunicó esta sola
nos irgamos contra ellos y les pidamos frase: “Sin novedad en el frente”.
cuentas? ¿Qué esperarán de nosotros Con esa ironía amarga termina
cuando vengan los tiempos en que el libro. ¿Quién puede medir todo el
haya terminado la guerra? Durante dolor y toda la rabia reconcentrada
años enteros era nuestro oficio matar; que hay en esa obra? Durante cuatro
era nuestra primera misión en la vida. años estuvieron esos pobres muchachos,
Nuestro saber acerca de la vida se apenas púberes, sufriendo toda clase
reducía a esto: la muerte ¿Qué puede de torturas, en virtud de unas ideas
hacerse después? ¿Qué puede hacerse que ellos tal vez no compartían y de
ya con nosotros?” unas frases sentimentales repetidas por
Sin Novedad en el Frente es la ven- literatos y políticos para lanzarlos a las
ganza que premeditaba Remarque. Para trincheras. No iban a luchar contra
86 AL MARGEN
enemigos. Para Remarque no eran a quienes una orden los hizo enemi-
enemigos, sino pobres seres desgracia- gos: “Una orden hizo de estas figuras
dos, los camaradas del frente opuesto: silenciosas enemigos nuestros. Otra
“Camarada, yo no quería matarte. Si orden podría convertirlos en amigos.
otra vez saltases aquí dentro, yo no lo En cierta mesa, unos hombres firman
haría, siempre que tú fueses razona- tal documento, que nadie de nosotros
ble... Ahora comprendo que eres un conoce... Y durante años enteros todo
hombre como yo. Pensé entonces en nuestro empeño es matar...”.
tus granadas de mano, en tu bayoneta, Con esas ideas, con esos senti-
en tu fusil... Ahora veo a tu mujer, mientos, la guerra parecía como una
veo tu casa, veo lo que tenemos gran matanza salvaje, absurda, estúpida.
de común. ¡Perdóname, camarada! Remarque quiere decírselo al mundo.
Siempre vemos esto demasiado tarde. Quiere vengar esa generación “total-
Porque no nos repiten siempre que mente destruida por la guerra”.
vosotros sois unos desdichados como Para eso le basta describir todo
nosotros, que vuestras madres viven el horror de la catástrofe. Remarque
en la misma angustia que las nuestras; desnuda la guerra y exhibe su cuerpo
que tenemos el mismo miedo a morir, monstruoso. Da una impresión tan
la misma muerte, el mismo dolor... clara de la realidad, que cualquiera
¡Perdón, camarada! ¿Por qué pudiste lector aprovechado pudiera creer que
ser mi enemigo? Si arrojásemos estas estuvo allá. Sorprende la sinceridad,
armas, este uniforme, podrías ser lo la ruda franqueza de este escritor. Es
mismo que Kat, lo mismo que Alberto: maravilloso el estilo sencillo y fácil,
un hermano. ¡Quítame veinte años, que cuenta a veces las cosas más re-
camarada! ¡Levántate; quítame más! pugnantes con las palabras más claras
Porque aún no sé qué debo hacer y fuertes del léxico. Porque Remarque
con mi vida”. no sólo pinta la guerra, sino toda la
En el fondo había un sentimiento miseria humana. No era únicamente la
de cariño y de piedad por los cama- metralla lo que había allá; era el fango,
radas aliados. En una de las páginas los bichos inmundos, los excrementos,
más conmovedoras del libro cuenta la toda la suciedad del hombre.
miseria y el abandono de los prisio-
neros rusos, pobres seres desdichados, (Firmado: Micromegas. Claridad,
de cara infantil, de barbas apostólicas, agosto 30 de 1930)
Jueces y letrados
del vecindario, ajenos a veces a las pudieran desviar la atención hacia las
disciplinas mentales, fallen como ideas en detrimento de la preocupación
árbitros los pleitos en los cuales nos económica. Por eso nuestros hombres de
toca intervenir. Hay cierta pugna, negocios son rara vez letrados, a veces
cierta hostilidad unilateral y gratuita, semiletrados, y casi siempre ignorantes
nacida en ese ambiente mercantil, del todo.
como una consecuencia natural del Y para ser Juez en cualquier asunto,
sentimiento predominante de afán de judicial o extrajudicialmente, debiera
lucro. La actividad preponderante ha exigirse siempre como condición indis-
hecho preponderar al hombre que la pensable que la persona designada para
representa y ha ocurrido así que ese desempeñar el cargo fuera al menos
sujeto representativo quiera absolverlo medianamente ilustrada. La antigua
todo y quiera también –algo más legislación española agregaba al título
grave– saberlo todo. Es la única manera de Juez el atributo inseparable de letra-
de explicar esa discusión imposible do. Ya ese solo título de Juez letrado,
que se ha propuesto: si está mejor aunque a veces no correspondiera a
preparado para fallar un pleito como la realidad, podía ser algún estímulo
árbitro un abogado, o si puede fallarlo para las personas que tenían pendiente
mejor un hombre de negocios. su fortuna o su honra del incierto y
¿Pero qué es eso que aquí llaman, falible juicio de un hombre. También
con tanto énfasis, hombre de negocios? nuestras leyes exigen, para ser Juez, estar
Cualquiera diría que es el hombre que versado en la ciencia del Derecho. Y
negocia, el negociante. Por ejemplo, un Juez solo falla en primera instancia,
el que compra por cincuenta y vende y después revisa el Tribunal, y después
por ciento o por doscientos; el que conoce la Corte. Y aún para ser defen-
compra acciones a bajo precio y las sor de ausentes, o curador o partidor
hace subir por medios lícitos para de bienes exige la ley como requisito
venderlas después por un valor más indispensable ser abogado recibido.
alto; el que figura en las Juntas Di- Y para ser árbitro en un pleito, para
rectivas de las sociedades anónimas y dictar una sentencia definitiva contra la
en la liquidación de esas sociedades. cual no hay recurso de apelación, ni de
Eso quiere decir, en lenguaje común, consulta, ni de queja, ni siquiera exige
hombre alto y ha llegado a ser casi la ley saber leer y escribir. Será talvez
un título honorífico. porque el juicio por arbitramiento es un
Sin embargo, es fácil comprender procedimiento especial y extrajudicial.
que para esa clase de actividades de la Pero es, con todo, un verdadero juicio,
compraventa ventajosa no se necesitan más importante y delicado que otro
grandes conocimientos. Algo de inteli- cualquiera y regulado también por las
gencia, mucha malicia, y para ciertas leyes del procedimiento.
ocasiones, bastante amplitud de con- Aun los mismos abogados, después
ciencia. Pero ni ciencias ni letras que de largos estudios y larga práctica, se
88 AL MARGEN
ciertos momentos resultan ellos tan de las palabras. El que escribió eso no
empalagosos para un lector fatigado, es este hombre sencillo que piensa
como en toda ocasión resulta inso- bien y expresa lo que piensa con na-
portable, para un público de letrados, turalidad, sino otro hombre afectado,
este moreno impetuoso que vende extraño, que se sentó una vez ante un
ideas viejas con el mismo ademán, los escritorio a hacer grandes esfuerzos
mismos gritos y la misma vulgaridad para recordar palabras esquivas que
de un vendedor de específicos. no querían salir del subconsciente. La
La vida de esta nueva era, agitada, personalidad se perdió en ese juego de
rápida, positivista, ha hecho pasar de filigrana. Es el desencanto de la lite-
moda esa literatura que envuelve las ratura. ¿Por qué no precisar las ideas
ideas en bellas frases sonoras para y exhibirlas claras, desnudas, como en
halagar el oído. Ya los muchachos no una conversación corriente? ¿Por qué
se aprenden de memoria esas frases ha de ser siempre afectado y artificial
tan bonitas. todo buen estilo?
Ahora no hay tiempo para eso; Hay un pudor excesivo para dirigir-
ahora se va al grano. Hay mayor cu- se al público. Todo escritor quiere vestir
riosidad por las ideas, se desea saber sus ideas, muchas veces en menoscabo
muchas cosas, pero gusta una forma de ellas, con el mejor traje. De eso
sencilla y natural, un estilo transparente. resulta la pérdida de la espontaneidad,
La cuestión está en pensar bien, en la facilidad y la sencillez, que son, sin
decir algo interesante. La armonía del embargo, las tres condiciones que hacen
estilo y la sonoridad de las palabras es más agradable un estilo.
cosa secundaria. Antes era más difícil Esas tres condiciones, en grado
escribir que pensar. Cualquiera ve ejemplar y altísimo, reúnen los libros
que debe ocurrir precisamente todo deliciosos de Luis de Oteyza. Oteyza
lo contrario. da la impresión de que se sienta a
Pero es difícil resolverse a escribir escribir lo que primero se le viene
de una manera natural y espontánea. a la cabeza. Parece que no se diera
Todo escritor, en cada escrito, tiene cuenta de que se dirige a un público
la ambición de superarse, de lucirse. y de que sus escritos van a ser leídos
Por regla general sólo le interesa hacer y comentados. Escribe aprisa, comete
bellas frases. No importa que las ideas incorrecciones y disparates, dice todo
sean ciertas o erróneas; lo importante lo que se le antoja, unas veces en serio
es que las gentes admiren el buen y otras en charla, pero siempre con la
estilo. Por eso muchas veces al releer mayor tranquilidad y el mayor descaro,
lo escrito viene el desconcierto y la como si sus escritos no se dirigieran
desilusión y fastidia haber publicado a numerosos lectores, sino a su ami-
eso. El escritor no se encuentra a sí go íntimo. Este escritor no toma en
mismo: se perdió su personalidad y se serio la opinión, desprecia la crítica,
diluyeron las ideas entre la sonoridad y por eso puede ser espontáneo, fácil
90 AL MARGEN
en sus tiempos de vigor con paso brillo del oro y la pedrería. Las largas
firme y seguro. Pero no obstante esa capas moradas. Los prelados ofician
decadencia senil, quedaba todavía en su con movimientos lentos, graves. En
gesto, en su ademán, en su andar lento, un ambiente de esos, la pompa exte-
un aire de tal majestad y orgullo, que rior de las cosas y el sosiego místico
sobrecogía y daba miedo acercársele. de las almas, contagian a los cuerpos
Alto e inclinado. Ya las mejillas eran de majestad. Ningún gesto humano
flácidas, de un color mate. Pero esa ha podido superar ese gesto solemne,
cabeza grande, esa mesura metafísica grave y sereno de los altos prelados.
de su ademán, de su andar pausado, Están bañados de unción, los cuerpos
esos hábitos talares, esa cara seria, erguidos, serios los rostros. Luego, al
conservaban la majestad del cuerpo salir de los oficios, los espera en la
vetusto. calle, en la casa, en todo lugar donde
Donde aparecía esa figura: en se encuentren, el homenaje y la lisonja
la iglesia, en la cátedra, en el salón, de las gentes. Y la crítica está alejada
llenaba todo el espacio y era el cen- de ellos por una amenaza inhibitoria
tro de la reunión. Tenía un gesto de de excomuniones y anatemas.
superioridad tan firme y sereno, que El estilo y la palabrada de Mon-
anonadaba siempre a su interlocutor. señor Carrasquilla tenían la misma
Para sus discípulos y subordinados era majestad de su porte hidalgo. La
de una simpatía cariñosa y expansiva; dicción era mesurada, académica;
para las altas dignidades de la Iglesia los períodos de sus discursos eran
y de la Política era una cultura fría, rotundos e imperiosos. No sugería
irreprochable, que casi no dejaba una idea, sino que ordenaba aceptar
traslucir el orgullo enorme. algún pensamiento, que emitido por
Ese gesto de superioridad y do- él adquiría la fuerza incontrastable
minio, la expresión permanente de de un dogma. Era terrible el poder
Monseñor Carrasquilla, era natural en de convicción de ese filósofo austero
él, transmitido tal vez por herencia, que había concentrado en su cerebro
como la nobleza de sus sentimientos todas las fuerzas orgánicas.
y su sangre hidalga, y depurado por Esa concentración era producto de la
cuarenta años de lisonja rosarista. mística. Sólo un gran místico, formado
Porque vivió siempre rodeado de una por la meditación y la contención, puede
atmósfera de adulación impúdica. encauzar todas las potencias hacia el
La pompa de la liturgia católica perfeccionamiento del espíritu. De allí
había influido también para imprimir vienen esa inteligencia, ese prodigioso
a su presencia, a sus maneras, ese sello vuelo de la imaginación, esa virtud
de majestad. ¡Ese lujo fastuoso de la de algunos eclesiásticos. Son hombres
Basílica Primada y ese ambiente de concentrados, contenidos por la disci-
recogimiento y de quietud solemne! plina mística. El hombre de mundo,
La profusión de luces y adornos, el que dispersa su atención en todas las
92 AL MARGEN
cosas y satisface todos los antojos de la pero siempre pobre y nunca tuvo la
carne, es a veces pesado como un toro preocupación del dinero.
padre. No puede tener toda esa agilidad Presidentes y ministros, profesores
mental del hombre contenido. y alumnos, altas dignidades del clero,
Monseñor Carrasquilla era uno todos lo reverenciaban y le obedecían.
de los hombres contenidos, llenos de ¿Era porque lo consideraban el más
unción mística. Contaba la fama su profundo filósofo o el literato más
gran bondad. El estudiante cohibido brillante? No: era por su gesto im-
ante aquella majestad, encontraba al perioso, porque nació para dominar,
acercarse unos brazos abiertos. “Que la por la serena majestad de su porte y
Bordadita lo acompañe”, susurraba el de su espíritu.
anciano en la oreja fría del muchacho
asustado. Contaba también la fama su (Firmado: Micromegas. Claridad,
generosidad; que fue siempre caritativo, marzo 29 de 1930)
Maledicencias literarias
hombre de esos escribe sólo ve lo las tertulias de los cafés? Hizo bien
que él hace, y todo lo que escriben en no volver a tratar con esa gente.
los otros pasa a un plano inferior. No lo querían, le tenían miedo. Ante
Si alguno pretende recordar a otro esos ojillos malignos quedaban todas
escritor viene la sátira furiosa. las almas al desnudo.
¿Qué se hizo ese hombre feo y
flaco que despedazaba reputaciones en (Firmado: Micromegas. Claridad,
abril 6 de 1930)
En honor de Gandhi
La sonrisa trocada
E
l 24 de junio de 1935 fue mi último día. Esa mañana luminosa
tenía una cita con Fernando González en la Librería Dante, para
recoger los Ensayos de Montaigne, que habíamos pedido a la
editorial Garnier Hermanos de París.
Cuando llegué, Fernando estaba hojeando uno de los tomos. Al verme,
y a modo de saludo, me leyó: “Nosotros no vamos; somos llevados como las
cosas que flotan, dulce o violentamente, por aguas serenas o enloquecidas”.
—Al fin llega a esta ciudad un poco de sabiduría –dijo, abrazando el
libro contra el pecho y sonriendo con malicia.
Reclamé mis ejemplares y salimos de la librería. Subimos por la carrera
Palacé hacia el barrio del Prado. Hablamos sobre la intención que tenían
algunos comerciantes de convertirse en jueces, y de otras ocurrencias de los
ricos de Medellín. Cuando llegamos a la altura del Seminario nos despedi-
mos; Fernando tenía que ir a ayunar, y yo a almorzar. Cruzó la calle con
su cuerpo ágil, y me miró desde el otro lado, con esa mirada de pícaro y
santo, casi eterna. Fue la última vez que lo vi.
Almorcé temprano en casa de Paulina Velásquez; recogí las maletas, los
encargos, y mandamos a buscar un carro para que me llevara al aeródromo.
Subí las maletas y tomamos la vía de La Playa, hacia el campo de aviación
de Guayabal.
Cuando estábamos llegando vi mucha gente. Pregunté al chofer qué
pasaba.
—Es que Gardel va a hacer una escala en Medellín. Él estuvo aquí hace
tres días, y fue una sensación.
El carro me dejó enfrente del casino de Scadta. Pude ver el avión que
venía con sus tres motores encendidos carreteando hacia el casino. Bajé las
maletas y entré en el cobertizo. Entregué el equipaje y me dirigí a la barra.
Ofrecieron cerveza negra alemana. Oí el ruido de otro avión que aterrizaba;
la gente comenzó a correr hacia la baranda que protege la pista, el avión
se detuvo frente al casino de la Saco, que estaba a unos cien metros del
nuestro.
98 AL MARGEN
estoy seguro. Gardel salió del cobertizo y levantó un vaso para saludar a los
admiradores que continuaban lanzándole vivas. Tenía el sombrero puesto,
apoyada la mano en el hombro de un amigo. Don Jorge Moreno se me
acercó y dijo:
—¡Qué envidia! Ah bueno ganarse la vida cantando por el mundo, ro-
deado de admiradoras y amigos, y vivir en una sola fiesta como ése.
Vino Hartmann y nos invitó a subir al avión. Al salir del cobertizo
había mucho viento. Subí a la nave y me senté en el puesto detrás del
mando, para ver las maniobras de los pilotos. El asiento es de mimbre, no
muy cómodo, pero “no transmite la vibración de los motores”, me explicó
Hartmann una vez. Don Guillermo Escobar y don Jorge Moreno se sentaron
frente a mí; un extranjero que yo no conocía subió con ellos; debe ser otro
alemán, pensé, se están adueñando de todo. Vi por la ventana que el avión
de Gardel también estaba listo para despegar y alcancé a distinguir al jefe
de tráfico colgado de la portezuela, diciendo algo a gritos.
Thom y Hartmann aceleran los motores y el avión hace tal estruendo
que parece que se va a desintegrar; yo no me preocupo, porque Hartmann
me ha dicho que un avión tiene decenas de miles de tornillos. La nave se
mueve hacia la pista unos pocos metros y luego se detiene. Thom y Har-
tmann hablan en alemán, o mejor, gritan para poder oírse. Pienso que ese
idioma es muy apropiado para gritar. Mueven clavijas, botones y esperan.
Don Guillermo está rezando en silencio, no quiere que se note que tiene
miedo. El cabinero nos ofrece algodón para los oídos. El avión que conduce
a Gardel llega a la cabecera de la pista y gira hacia la recta. Ernesto Samper,
piloto y dueño de la Saco, está pletórico con su triunfo: lleva al cliente
más famoso de los últimos tiempos y sólo hace dos días se lo arrebató a su
rival. Pone a rugir los tres motores de su F31 y toma la pista para despegar
a toda marcha. En medio de su soberbia, Samper quiere hacer una gracia
para ridiculizar al alemán; desvía el avión de la recta, quiere pasar rasante
sobre nosotros y darnos un susto. Veo venir el avión volando a baja altura
y confío en que pueda elevarse. Thom y Hartmann miran paralizados y
entonces el avión se incrusta en el nuestro.
Envueltas en llamas, abrasadas por la furia insensata de la competencia, las
dos naves fueron una sola. Dentro de los estuches crepitaban las guitarras; las
gominas y los sombreros de fieltro inglés impregnados de un olor a lavanda,
las letras de canciones, las cartas y contratos del cantor se encogieron sobre
sí antes de convertirse en serpentinas de candela amarillas y azules.
Yo también morí esa tarde.
Todo era confusión: nuestros cuerpos quedaron desparramados por la
pista. Un doctor Montoya trató de hacer las necropsias pero nadie podía
Mi padre Mi abuelo 101
reconocernos. Había humo de todos los colores. Buscaron las argollas para
saber quién era quién, pero el calor había fundido el oro; ahora éramos es-
tatuas de carbón. Buscaron señas entre los rostros ennegrecidos: en el rictus
petrificado de mis labios creyeron ver la sonrisa de Gardel. Comenzaron a
tratarme de manera muy especial; la Paramount mandó una caja metálica
para mí. Empezó entonces mi último peregrinaje: me llevaron por montes,
ríos, valles y selvas hasta el puerto de Buenaventura, de allí en barco a Nueva
York y luego a Buenos Aires, en la Argentina.
Ahora estoy aquí, en el cementerio de la Chacarita. Me visitan miles de
seres desconocidos. Estoy rodeado de placas y mármoles conmemorativos, me
llaman con cariño Morocho, Mudo, Zorzal. Entristece mortalmente saber
que desde hace años, allá en Medellín, mi esposa Margarita le lleva flores,
le reza y le encomienda –¡ay!– nuestros hijos a ese señor que, a decir de
todos los que me visitan, cada día canta mejor.
104
B ORIS S AL AZ AR
Zuleta y la saudade
Una biografía literaria
T
odo el que escribe sobre la de la mano”. Pero, ¿qué quiere decir
vida de otro corre el riesgo ir de la mano con Zuleta? ¿Quién
de terminar escribiendo sobre conduciría a quién? ¿O hacia dónde
la propia. Jorge Vallejo no le teme irían los dos, marchando de la mano
a ese riesgo en su reciente biografía por entre libros, recuerdos y olvidos?
de Estanislao Zuleta.1 Lo dice en la Zuleta, claro, está muerto y Vallejo
presentación del libro, con una frase está vivo y escribiendo. Dirán los mal-
escrita en el estilo del Camilo Torres pensados que el vivo tenía todo a su
a punto de marchar hacia el monte: favor para llevar de la mano al muerto
“Un biógrafo no puede ser neutral. El hacia sus dominios y convertirlo en
que escoge elige” (p. 21). Con otros parte de su texto. No era tan fácil,
biógrafos audaces que eligieron la sin embargo. Mi hipótesis es que el
pasión, Vallejo eligió “ir de la mano” biógrafo, conducido por su objeto,
con su biografiado. Como Stephan terminó descubriendo sus propios
Zweig, como Paco Ignacio Tabio II, gustos literarios y revelando pedazos
como Ian Gibson, a quienes quiere de lo que podría haber sido su vida.
como buena compañía, Vallejo se O la versión literaria de su vida, que
deja tentar por la pasión y decide “ir no es lo mismo. Biógrafo biografiado,
digo. He aquí mi caso.
Toda biografía es literatura. Y no
1 Jorge Vallejo Morillo. La rebelión de un
burgués. Estanislao Zuleta, su vida. Grupo puede evitar la elección de técnicas,
Editorial Norma, 2006. puntos de vista, estilos. Pura ficción
Zuleta y la saudade 105
que regresa, con venganza, para redon- búsqueda permanente de Zuleta de una
dear en una sola vida legible las muchas política de izquierda que no excluyera
vidas de un ser humano. Vallejo eligió ni la libertad ni la democracia. Los
anudar las vidas de Zuleta alrededor suicidas de los tiempos de Medellín
de algunos puntos fundamentales: se quedan en la bruma de su suicidio
el entierro, el padre muerto en un y de su relación con Zuleta.
célebre accidente aéreo cuando Zuleta El paso de los capítulos puede
apenas tenía cuatro meses, la madre, leerse como la preparación necesaria
los amigos, ciertos viajes (a Bucarest, para ir presagiando el final que se
a Sumapaz), ciertos lugares (Cali, deja leer como el de un muerto en
Medellín, un hotel en Bogotá), un vida, que camina por los corredores
autor (Freud), una mujer (Yolanda), de Unicentro, en Cali, con la mortaja
un libro (La montaña mágica), unos encima. El arco que une los puntos
eventos (el doctorado honoris causa, de su vida con el final terrible puede
los derechos humanos), y un estado leerse como un lugar común litera-
que sirve como desenlace (la angustia). rio: una vida sin amor no merece
Salvo por el entierro, situado al inicio ser vivida y por lo tanto no queda
del libro, los demás capítulos siguen otro camino que la muerte. Zuleta
un orden lineal y cronológico: es el murió de saudade, dice Vallejo, esa
devenir de las vidas de Zuleta, visto indefinible enfermedad que no puede
en el orden en el que ocurrieron confundirse con la tristeza, pero que
ciertos eventos en el tiempo de los no podría ser sin ella, que requiere
relojes y de los calendarios. No hay de la música del portugués de los
muchas conexiones entre esos puntos brasileros, y que el autor, en prodi-
que aparecen como capítulos. Los giosa licencia literaria, convierte en
amigos, los grandes amigos de las “enfermedad genética, inmutablemente
lecturas y de las caminatas y de los fatal, que sólo les da a los poetas, a
días por fuera de la escuela no vuelven los despojados, a los nostálgicos y
a aparecer más tarde. La pista, por soñadores, a los grandes de espíritu”
ejemplo, de las relaciones de Zuleta (p. 28). Si era genética, Zuleta nunca
con Mario Arrubla se pierde después tuvo opción: estaba en sus genes que
del capítulo pertinente. La madre sólo moriría de saudade, no en París, sino
regresa en el dolor que rodea el final. en Cali, con polvo y sin aguacero.
La narrativa que hace su primera ¿Y aquello de lo “inmutablemente
esposa, María del Rosario Ortiz, de fatal”? ¿Era fatal lo inmutable? ¿O
la vida que llevaron los dos no es inmutable la fatalidad? Supongamos,
confrontada con ningún otro punto con Vallejo, que la fatalidad era in-
de vista. El Sumapaz se queda en la mutable. ¿Inmutable en el sentido de
lejana militancia de izquierda, con las mutaciones genéticas? Es decir,
campesinos que lo escuchaban hablar ¿que una vez configurada fatalmente
de Hegel, sin ninguna conexión con la nunca cambiaría? ¿O es sólo una frase
106 AL MARGEN
F. R. M ONTECHE
Estanislao Zuleta
destilado en agua del Corán
H
abía escrito los anteriores párrafos como reacción al alud de
títulos que inunda las librerías de aeropuertos, en una larga
espera del avión durante un reciente viaje. Motivado por
comentarios de prensa y referencias de contertulios, abordé
el libro La Rebelión de un Burgués – Estanislao Zuleta, su vida, escrito por
Jorge Vallejo Morillo, del sello editorial Norma, 2006. Y he aquí que esos
apuntes que yo había archivado como “políticamente incorrectos”, adquirieron
relevancia y justificación.
Este es un libro mediocre, pero es un par de cosas más. Al inicio le
pusieron como prólogo un artículo de William Ospina, publicado en revista
Semana en 2003. A este texto breve y elogioso del significado de EZ en el
pensamiento colombiano, el promotor comercial se cuidó de hacerle una
alteración (la referencia “hace trece años” fue cambiada por “hace dieciséis
años”), con el propósito de utilizarlo, así “actualizado”, en la contracarátu-
la, como crédito de prestigio en la operación de mercadeo. Se dice que las
contracarátulas, por los términos elogiosos en que suelen estar redactadas,
“las escribe la mamá del autor”. En este caso debemos recordar que algu-
nas editoriales hacen que los autores integrantes de su catálogo aparezcan
acreditándose unos a otros y, también, que en el mercado colombiano W.
Ospina tiene más crédito que J. Vallejo.
El autor del libro advierte desde el principio que “el método no será otro
que el dejarme ir yendo”. Como consecuencia de esto, la falta de rigor en el
tratamiento de citas, entrevistas y trascripciones de textos queda establecida
desde la pág. 26: “Lo que va escrito en cursiva, sin comillas ni pie de página,
pertenece al Zuleta oral, escrito o trascrito. Lo mismo hago con los textos
de Thomas Mann y con las opiniones de las personas entrevistadas”.
Al contrario de lo que se anuncia en la Presentación (pág. 20), no se
trata de una biografía. Para serlo le faltaría como mínimo un recuento
confiable de los hechos históricos, una descripción de los rasgos esenciales
y alguna exégesis del devenir del biografiado. Su cumplimiento de esas ob-
vias expectativas son diez o doce crónicas desordenadas, repetitivas, que no
siguen una secuencia ni una línea de pensamiento.
Las fuentes que se evidencian en las páginas de esta obra son: a) do-
cumentales, b) testimoniales, c) la imaginación del autor, d) la inspiración
poética, e) el demonio de la elocuencia y f ) el duende de las frases incohe-
rentes. Veamos los resultados. Descarga sobre algunas personas una andanada
de insultos, señalándolas como el arquetipo de los males de Colombia o la
raíz de los conflictos de personalidad que distinguieron a EZ. Eleva gratui-
tamente a otros personajes a la categoría de superhombres, como es el caso
de Estanislao Zuleta Ferrer, a quien está dedicado el relato 2. El Padre. En
114 AL MARGEN
los somete a ningún análisis ni confrontación y que en los hechos donde hay
lagunas de memoria de los entrevistados, el autor los completa con su propia
imaginación, especialmente cuando se requiere que el cuadro de las idealizaciones
sea creíble. Este recuento de suposiciones es más evidente en los capítulos 1.
El padre, 2. El otro padre, y 6. Bucarest, como veremos enseguida.
En la pág. 55 dice: “Entre los 10 y los 16 años Estanislao frecuentaría
a González casi todos los fines de semana hasta la ruptura por razones po-
líticas”. Es decir entre 1945 y 1951, “casi todos los fines de semana”. Eso a
Vallejo o se lo contaron o se lo imaginó, pero es una fábula. Hasta el mismo
EZ en sus relatos autobiográficos reduce sus contactos con FG a la época de
adolescencia y en ningún caso a tan precoz edad.
Lo que salta a la vista en esos capítulos 1 y 2 es la ausencia de todo
documento o análisis sobre la influencia que tuvo EZF, padre ausente, sobre
el niño tímido y el adolescente desconcertado, porque obviamente aquella
carencia de padre va a ser determinante en los complejos y obsesiones del
hijo huérfano. Las dos vidas, o el bosquejo que de ellas hace Vallejo, son
mostradas sin relación en el tiempo y el espacio y sin intento de interpreta-
ción en las propuestas del “aspirante a biógrafo”, como se autodenomina el
autor en pág. 23.
Más que ningún otro, el capítulo 6. Bucarest puede considerarse un relato
aislado y merece una mención como aporte de la ficción a las fuentes de la
historia y la biografía. Aquí se nos cuentan unas aventuras basadas en el testi-
monio de Óscar Hernández, compañero del viaje, y en los recuerdos de Lucy
Tejada, pintora que se los encontró desorientados y sin recursos en Europa.
Con base en esos dos testimonios el relato se enmarca en una idealización
ingenua, diametralmente opuesta a la descripción realista y socarrona que el
mismo Zuleta hacía de aquella fugaz aproximación a Europa y que el autor
de esta reseña le escuchó más de una vez. También a Oscar Hernández le
hemos oído un relato lleno de más frustraciones que logros, muy distinto de
las proezas que se describen en estas páginas. El grado de fabulación puede
medirse por el siguiente párrafo sobre la capacidad del biografiado para hablar
en rumano, idioma totalmente extraño a los oídos del hispanohablante, a pesar
de las comunes raíces latinas: “Estanislao conoció a unos sindicalistas rumanos
y con ellos compartió conversaciones políticas, filosóficas y literarias. El proble-
ma del idioma se resolvería como siempre en esa clase de ensalada de lenguas
de nuestro romance (por su origen latino, el rumano hace parte del mismo
rizoma lingüístico), por la comprensión global de las ideas y el acercamiento
paulatino de las palabras, sus vertientes comunes y sus diferenciaciones”.
Hay en el libro tres crónicas que se salvan por su coherencia, cada una
centrada en un tema unificador. No profundizan en ningún acontecimiento
Agua del Corán 119
do. En las págs. 179 a 188 se cuentan los experimentos realizados por EZ en
la crianza y educación de los tres hijos de su primer matrimonio, los cuales
tuvieron su cabal frustración en “la contraescuela Franz Kafka”, de cuyos
resultados en la formación de los dos hijos mayores, Silvia y José, aparecen
dramáticos esquemas en págs. 179 a 182. (La extrema brevedad del relato no
favorece su autenticidad, ya que tema tan delicado exigiría mayor extensión y
profundidad). El resto del capítulo describe la incursión dentro de las intensas
luchas sindicales del Valle del Cauca, hecha con los tres números del periódico
Ruptura y las propuestas sobre cultura y línea política para los líderes obreros.
Reduciendo aquellas actividades a un criterio pragmático, el autor las evalúa
así: “…todo devendría en un imposible social, en un fracaso. Estanislao, como
político, desde los tiempos de Sumapaz sólo conoció descalabros personales”.
(Cito esta frase como reveladora de la perspectiva que Vallejo tiene sobre el
accionar de EZ).
El libro trascurre en un desorden de brochazos sueltos, inconexos, que
no alcanzan a poner ni un poco de coherencia en la descripción y el análisis,
sino que forman una nube errática que pasa sobre EZ y su época. No hay
cortesía hacia el lector que espera fechas precisas, orden en los elementos de
una existencia desordenada, análisis de quien hizo de su vida una constante
preocupación por el pensamiento.
Para quien tenga la intención de leer estas crónicas copio un párrafo
como muestra del estilo que va a encontrar: “Esa casa, la de la sexta, debió
pertenecer a alguna familia muy numerosa por lo grande de la casa. Ahora
se metían decenas y decenas de personas empujándose, codeándose siempre,
embutiéndose para encontrar dónde ubicarse en esa casa tomada por una
nueva familia demasiado grande para una casa ahora chiquita. (pág. 147
–subrayados del reseñador).
Se tiene, además, la impresión de que cuando el biógrafo tenía listo el
original para entregarlo al editor, vertió sobre el escrito, como quien derrama
tinta, largos textos grecolatinos, en especial sobre los males que ha padecido
Colombia y su génesis interna y externa. Me ahorro –le ahorro al lector– la
trascripción de esos apartes; pero si alguien quiere comprobarlo puede leer
las págs. 65, 77 y 83 sobre la violencia; 66 sobre el cardenal Micara; 67 y
68 sobre Zuleta Ángel; 80 sobre el obispo Builes; 106 sobre la vida de los
jóvenes; 265 sobre la situación política en el país y el mundo.
Pienso que si las frases que componen este libro hubieran sido pronunciadas
de viva voz, con el método oral que tanto utilizó EZ, se las habría llevado el
viento. Sólo por haber sido puestas en letra de imprenta y en pliegos encua-
dernados atrajeron nuestra curiosidad de lectores y se colaron como objeto de
reseña en esta revista. Son los prodigios del agua del Corán.
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E STANISL AO Z ULETA
El ‘uno’
E
n su análisis del impersonal “uno”, Heidegger toma como base las
formas lingüísticas que suprimen la definición precisa del “quién” y
que remedan, de manera degradada, al sujeto trascendental kantiano,
válido como instancia igualadora de todas las conciencias o identi-
dad esencial de todos los humanos. Ese sujeto impersonal está representado
por el “uno” en frases como:
“a uno no le queda bien…”
“a uno como padre…”
“a uno como hombre…”, etcétera,
y por el “se” de frases como:
“se dice”,
“se piensa”
“se sabe”, etcétera.
La referencia heideggeriana al empleo de estos impersonales es diferente
de la crítica del psicologismo que hacen otros filósofos. Para Heidegger, el
“uno” constituye una tentación inherente al “ser ahí” –que es el existente
humano considerado como el único ente para el cual su propio ser está en
cuestión y salido de sí, abierto “ahí”, en el mundo. El “uno” es una actitud
que puede emplearse en los más diversos tipos de discurso y en las más
diversas conductas, actitud que remite en fin de cuentas a la constitución
NOTA: El presente texto fue establecido y editado por Mario Arrubla con base en una di-
sertación hecha por E.Z. en septiembre de 1978 bajo el título “El cotidiano ‘ser sí mismo’
y el ‘uno’”, parte integrante de una serie de charlas sobre Heidegger entre 1976 y 1978. La
transcripción de las grabaciones que el editor ha tenido a la vista es sumamente deficiente,
llena de blancos y de palabras cambiadas. (Las transcripciones se encuentran en el Archivo
Estanislao Zuleta de la Universidad de Antioquia). Por el carácter oral de la disertación y por
las imperfecciones de la transcripción, el editor se ha tomado muchas libertades en redacción,
pero tratando de respetar al máximo el hilo y sentido del discurso. Las citas destacadas son
todas de Ser y Tiempo, y han sido revisadas consultando la traducción de José Gaos en Fondo
de Cultura Económica, que fue la utilizada por E.Z. en sus charlas.
El ‘uno’ 123
del “ser ahí” como un ser sometido al señorío de los otros. El “ser ahí”,
en su forma cotidiana de “ser uno con otro”, no es “él mismo”, no es “sí
mismo”. En su situación de “ser con”, en su definición como “ser en el
mundo” en términos de un mundo existencialmente compartido con otros,
los otros le han arrebatado el ser a través del imperio del “uno”. Bajo
ese imperio, los otros deciden sobre las posibilidades cotidianas del “ser
ahí”. Pero esos “otros” que deciden del “propio ser de uno” no son ciertos
individuos o cierto grupo, no están personalizados, sino que pueden ser
representados por cualquier otro. O sea, esos otros bajo cuyo señorío, en
la existencia cotidiana, se encuentra el “ser ahí”, no consisten en determina-
dos otros, aunque ello también puede darse. Tal ocurre cuando se depende
personalmente de otro, cuando hemos “elevado” a otro por medio de una
idealización, cuando convertimos en una referencia modélica permanente a
determinado otro con sus convicciones y conductas particulares –otro que
puede ser también un colectivo, como un grupo político o religioso. Pero
este es sólo un problema particular. El fenómeno que estudia Heidegger,
o los móviles de ese fenómeno –como la fuga ante la responsabilidad y la
angustia, de que hablaremos más adelante– pueden ciertamente incluir el
caso de influencias particulares, pero por definición va más allá: el “uno” o
el “se” no constituyen para Heidegger un otro determinado.
El “uno” de que nos habla Heidegger está especificado históricamente,
o sea que no es igual en diversos tiempos o épocas. Lo que “se dice”, lo
que “se piensa”, lo que “se hace” cambia con el curso del tiempo, y su
importancia varía asimismo según los diversos momentos históricos. Este
último punto recibe una atención especial en los comentarios de Heidegger
sobre Nietzsche. En ¿Qué significa pensar? Heidegger insiste también en las
variaciones históricas del peso y la fuerza de esos impersonales. Su peso es
muy elevado en la modernidad, período que Nietzsche llama actual, cuando
predomina el “último hombre”. “Hemos encontrado la felicidad, dicen los
últimos hombres y parpadean”, leemos en Zaratustra.
Si bien la dominación del “uno” puede ser especificada históricamen-
te, tanto en sus modos como en el grado de su fuerza, esa especificidad
–volvemos a decirlo– no es la de un grupo determinado. Si así fuera, no
sería un verdadero “uno”, no sería impersonal. En tal caso, se manifestaría
con una formulación ideológica explícita. Es lo que sucede, por ejemplo,
con la interpretación explícita del mundo que hacen los testigos de Jehová
o los maoístas, interpretación que identifica particularmente a un grupo o
una corriente. En cambio, el “uno” analizado por Heidegger es encubierto,
y encubre al mundo tanto como a sí mismo. El señorío de los otros no
especifica quiénes son esos otros. Dice Heidegger:
124 AL MARGEN
“En cuanto cotidiano ‘ser con otro’ está el ‘ser ahí’ bajo el señorío de
los otros. No es él mismo, los otros le han arrebatado el ser. El arbitrio
de los otros dispone de las cotidianas posibilidades de ser del ‘ser ahí’.
Mas estos otros no son otros determinados. Por el contrario, puede re-
presentarlos cualquier otro. Lo decisivo es sólo el dominio de los otros,
un dominio que no ‘sorprende’, que es desde un principio aceptado por
el ‘ser ahí’ en cuanto ‘ser con’”.
Este es un rasgo muy importante del “uno”: la aceptación de un mun-
do ya interpretado, sin tener conciencia de que se le ve como tal, es decir,
como ya interpretado. Heidegger acentúa la acotación de que esa recepción
de lo ya interpretado se produce sin sorpresa, sin asombro. Esa acotación se
dirige a mostrar –digámoslo desde ahora– que el asombro frente a sí mismo
y frente al mundo es más bien una conquista que un punto de partida. No
es que el mundo deje de asombrar porque ha llegado a ser muy conocido,
sino, contrariamente, que comienza por no asombrar; que se reciben de
entrada, de manera inmediata y no consciente, las interpretaciones ofrecidas
impersonalmente. El “ser ahí” adopta interpretaciones que entran a formar
parte de su constitución sin ninguna conciencia de que le son impuestas en
la forma de un obvio y cotidiano “es así”. En esas condiciones, lo extraño
no es la falta de asombro; lo extraño es más bien que las interpretaciones
recibidas puedan asombrar. Mejor dicho, lo excepcional es que lleguen a
asombrar. Esta observación, en realidad, constituye una reflexión muy an-
tigua. Aristóteles decía: la filosofía es la capacidad de asombrarse. Lo que
significa que la filosofía es la capacidad de ver un misterio allí donde “se ve”
o donde “uno ve” algo evidente, algo cotidiano. A propósito de ese ‘otro’
indeterminado, implicado en el impersonal “uno”, dice Heidegger:
“Uno mismo pertenece a los otros y consolida su poder. ‘Los otros’, a los
que uno llama así para encubrir la peculiar y esencial pertenencia a ellos,
son aquellos que en el cotidiano ‘ser uno con otro’ ‘son ahí’ de manera
inmediata y regular. El ‘quién’ no es este ni aquel; no es uno mismo, ni
algunos, ni la suma de los otros. El ‘quién’ es cualquiera, es ‘uno’”.
En cada caso, ese “uno” está allí a la mano, coincide con el mundo
inmediato, con el mundo circundante público. El concepto de “público” es
muy importante en Heidegger, y tiene varias dimensiones, varios sentidos.
Uno de los más importantes es lo ya interpretado, lo que se impone como
inmediatamente dado. Otro de esos sentidos hace referencia a una interpre-
tación que ha llegado a ser común, pero no por elaboración de interpreta-
ciones diferentes, no por un proceso de confrontación que conduce a una
convicción común, sino porque de antemano se da como común. Una cosa
El ‘uno’ 125
Nota sobre segunda cita de Heidegger en página 125: “Disfrutamos y gozamos como se goza;
leemos, vemos y juzgamos de literatura y arte como se ve y se juzga; incluso nos apartamos
del ‘montón’ como se apartan de él…”. Este texto pertenece a la traducción de Ser y Tiempo
de José Gaos, que fue la traducción utilizada por E.Z. (Fondo de Cultura Económica; ver
página 147 de la primera edición en español, 1951). La última frase contiene un importante
equívoco. El “se” de “nos apartamos del ‘montón’ como se apartan de él” no suena como co-
rrespondiente al pronombre impersonal sino al reflexivo, que indica que la acción del verbo
recae sobre el propio ejecutante (como en los infinitivos “levantarse”, “vestirse”, “alejarse”, y
así: “apartarse”: ponerse a sí mismo aparte). En 1997 apareció otra traducción de Ser y Tiempo,
hecha en Chile por Jorge Rivera, con más valor que la de Gaos como obra de escritura –por lo
que entendemos–, donde ese fragmento aparece en los siguientes términos: “Gozamos y nos
divertimos como se goza; leemos, vemos y juzgamos sobre literatura y arte como se ve y se juzga;
pero también nos apartamos del ‘montón’ como se debe hacer…”. (Ser y Tiempo. Traducción,
prólogo y notas de Jorge Eduardo Rivera. Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1997;
página 151). El “se” de la última frase de Rivera suena menos erróneo: al menos no remite
al ejecutante de la acción, como en Gaos, sino que es un verdadero pronombre impersonal;
pero esa impersonalidad no es la del “se” de Heidegger. Con la fórmula de Rivera se podría
enunciar el imperativo kantiano, diciendo: “Se debe obrar de tal suerte que la máxima del
propio obrar debiera convertirse en ley general”. El “se”, aquí, invoca a todos y cada uno, de
una manera exenta de la marca de inautenticidad propia del “se” y el “uno” examinados por
Heidegger. Como solución, podría pensarse en una fórmula de este estilo: Incluso rehuimos
el “montón” como se lo rehúye… (M.A.).