ESENIOS

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Un dios celta

Dios de Bouray-sur-Juine, principios del siglo I d.C.

DEA / SCALA, FIRENZE

En esa época, el término "druida" ya se conocía en las orillas orientales del


Mediterráneo: servía para referirse a "aquellos que mejor ven y perciben lo que
vendrá; los que adivinan". En Grecia se comparaba a los druidas con los pitagóricos, los
discípulos del gran filósofo y matemático Pitágoras; ambos grupos conformaban, en cierto
modo, sectas cerradas, elitistas, que cultivaban el secretismo y prohibían poner por escrito
sus enseñanzas, transmitidas oralmente.

Al igual que los pitagóricos, los druidas creían en la existencia de un alma inmortal,
llamada a reencarnarse perpetuamente. Compartían la predilección por el estudio del
universo y los números. Las dos escuelas profesaban una filosofía cuyo objetivo era
lograr que las relaciones entre los hombres fueran más armoniosas, dato que
presagiaba su intervención en asuntos políticos. Algunos creían que los druidas fueron
alumnos del mismo Pitágoras, y otros que éste fue alumno suyo. Lo más probable es que ni
Pitágoras ni los druidas hayan tenido jamás contacto, aunque es posible que los colonos
foceos establecidos en Marsella hubieran servido de intermediarios entre ambas escuelas.
Con todo, los sabios galos fueron considerados grandes intelectuales tres o cuatro siglos
antes de la conquista romana de la Galia.

El origen de los druidas

¿Cómo pudieron aparecer los druidas de forma tan precoz en ese mundo galo que nos
parece tan oscuro y arcaico? La comparación con las demás civilizaciones de las orillas del
Mediterráneo nos aporta una explicación. Aquí y allá hubo entonces hombres que se
dedicaron al estudio astronómico, probablemente con una finalidad adivinatoria. Lo mismo
hicieron los druidas, que muy pronto pudieron crear un calendario basado en el doble
recorrido del sol y de la luna. Tal realización fue el resultado de una constante
observación de los astros durante siglos, una práctica que los familiarizó primero con el
cálculo, luego con la geometría y, por último, con las ciencias en general.

Los druidas dominan el arte adivinatorio así como todas las ciencias. Los reyes no pueden
tomar decisiones sin su consentimiento

Todos estos conocimientos hicieron que, en un mundo dominado por unas élites
aristocráticas ocupadas en hacer la guerra, se considerara a los druidas como grandes
sabios que debían ser respetados y escuchados. Fue así como, a partir del siglo V a.C.,
los druidas alcanzaron una posición preeminente en los asentamientos galos. Así lo
atestiguaba el filósofo Dion Crisóstomo: «Los druidas dominan el arte adivinatorio así
como todas las ciencias. Los reyes no pueden tomar decisiones sin su consentimiento.
También cabe decir que ellos son los que mandan y que los reyes son sus ministros, los
servidores de su sabiduría; éstos se sientan sobre tronos de oro, viven en hermosas casas
y gozan de suntuosos banquetes».

Entre el siglo V y II a.C., el paisaje de la Galia se transformó por completo. Carreteras y


vías fluviales la atravesaron en todas direcciones, y la agricultura y la ganadería se
desarrollaron de forma espectacular, así como la artesanía sobre madera y la metalurgia. En
este desarrollo tuvo mucho que ver la influencia griega, a través de los comerciantes y
colonos que llegaron a las costas de la Galia, hasta tal punto que los galos llegaron a ser
conocidos por sus vecinos como «filohelenos». Fue una «edad de oro» en la historia de
la Galia, una época mítica en la que los sabios druidas gobernaban la comunidad si no
políticamente, sí espiritualmente.

Druidas, vates, bardos...

Aquélla fue precisamente la razón de que el filósofo y científico griego Posidonio de


Apamea quisiera visitar la Galia en torno al año 100 a.C. Posidonio llevó a cabo una serie
de investigaciones geográficas, históricas y meteorológicas, pero sobre todo afirmó
haber conocido a los druidas, de los que dejó una descripción muy precisa. Aunque no
se ha conservado el original de su obra, ésta fue copiada o resumida por Julio César,
Diodoro de Sicilia y Estrabón. Sabemos así que, además de los druidas, existían otras dos
órdenes de religiosos que se ocupaban de los asuntos sagrados. De las dos, los bardos eran
los más conocidos. En su origen, estos poetas inspirados cantaban sus obras mientras
tocaban una lira de siete cuerdas que producía una cautivadora música melódica. Su
palabra era sagrada, incluso se consideraba que estaba directamente inspirada por los
dioses, y disponían de un poder considerable sobre la población.

Los bardos actuaban como auténticos censores de la sociedad, dedicaban elogios a algunos
personajes y les ayudaban a ocupar cargos políticos, mientras que a otros les dirigían
crueles sátiras que podían acabar con sus carreras. Los druidas, que reivindicaban el
conocimiento exclusivo de los dioses y del universo, los consideraban sus rivales y se
enfrentaron a ellos, al parecer con cierto éxito: cuando Posidonio viajó a la Galia, los
bardos ya no eran más que bufones a sueldo de unos cuantos aristócratas adinerados. Los
vates, por su parte, llamados «ovates» o «eubagos», constituían una tercera orden religiosa
entre los galos. De origen muy antiguo, practicaban la adivinación mediante el sacrificio
de animales e incluso a veces de seres humanos. Pero los druidas también los fueron
suplantando progresivamente. Es probable que los vates se dedicasen más tarde a oficiar
el culto público.

Sólo ellos podían conocer la naturaleza de los dioses, sus deseos y la manera de honrarlos
Así pues, los druidas pretendían ser los únicos intermediarios entre los hombres y los
dioses. Como inventores del calendario, eran ellos quienes decidían las fechas de las fiestas
religiosas; como teólogos, sólo ellos podían conocer la naturaleza de los dioses, sus deseos
y la manera de honrarlos. Esa posición clave en la práctica del culto les permitió impulsar
una profunda reforma de la vida religiosa en la Galia antes de la conquista romana.

Templos y banquetes

Con los druidas, la religión ya no se limitó a la esfera privada, sino que adquirió una
función social y política. Sus conocimientos en astronomía y geometría les permitieron
levantar majestuosos santuarios para la comunidad, equivalentes a los templos griegos y
romanos. Los fieles dejaron de ser simples individuos para convertirse en comensales que
compartían la carne con los dioses en el marco de grandes banquetes. Muy apreciados por
los guerreros, estos festines revestían una forma tanto religiosa como política. Así, se
invitaba a los guerreros a ofrecer a los dioses la mayor parte del botín de guerra y, a
cambio, los druidas los declaraban ciudadanos de pleno derecho.

Los druidas convencieron a los galos de que abandonaran los sacrificios humanos; en
el caso de los criminales, eran ejecutados después de procesos en los que los druidas
actuaban como jueces. En cuanto a las ofrendas a los dioses, adoptaban dos formas: el
sacrifico de animales domésticos – buey, cerdo, cordero– y la ofrenda de armas y objetos
preciosos. También cambió la imagen de los dioses, la concepción del universo y el destino
del hombre. El extraño panteón de los galos que nos transmite Julio César en su Guerra de
las Galias, en un pasaje copiado sin duda de Posidonio, es el de los druidas tal como éstos
lo expusieron al viajero griego: «La divinidad que más adoran es Mercurio… Luego
vienen Apolo, Marte, Júpiter y Minerva, de los cuales tienen una concepción
semejante a la de las otras naciones». Estos dioses prodigaban sus virtudes a los hombres
para hacerlos más sociables y acogedores con los extranjeros y, sobre todo, con los
mercaderes.

Los primeros científicos

La vida terrenal carecía de valor alguno, por ello, nunca dejaron monumentos u obras de
arte que testimoniasen su ingenio

Según los relatos de Posidonio, los druidas profesaban una forma de panteísmo:
identificaban la divinidad con el cosmos entero y los hombres participaban en el ciclo
perpetuo de la naturaleza. Sólo importaba la pureza del alma. Todo lo demás, la vida
terrenal y sus muestras materiales, carecía de valor alguno. Por ello, los galos nunca
dejaron monumentos u obras de arte que testimoniasen su ingenio.

Los druidas pusieron su talento al servicio del conocimiento en ámbitos muy variados.
Posidonio nos revela que se dedicaban principalmente a la «fisiología», es decir a las
ciencias naturales, la física, la química, la geología, la botánica y la zoología. Como los
griegos, los druidas especulaban sobre la composición de la materia y trataban de aislar sus
principales componentes: el aire, el agua y el fuego. Imaginaron un fin del mundo que se
produciría por la separación de estos tres elementos y acabaría con el dominio absoluto del
fuego y del agua. Sin embargo, este fin del mundo se inscribía en un ciclo perpetuo de
renacimiento y destrucción. Según Plinio el Viejo, los druidas clasificaron las especies
vegetales y animales y estudiaron los usos que el hombre podía darles. En cuanto a la
farmacopea, cabe destacar que los galos atribuyeron al muérdago numerosas propiedades, y
las investigaciones actuales han demostrado que esta planta posee grandes poderes
terapéuticos, sobre todo en el tratamiento de ciertos tipos de cáncer.

Los druidas destacaron también en el campo del arte. En particular, las composiciones
del llamado estilo plástico revelan una espiritualidad que sólo podía provenir de una élite
intelectual que reflexionaba acerca del papel de la imagen. Por otra parte, su saber también
tuvo aplicaciones prácticas. En el campo de la agricultura desarrollaron, por ejemplo,
el abono con estiércol, mientras que en el de la metalurgia cabe atribuirles la invención del
hierro forjado y de la hojalata.

Un poder en la sombra

Los druidas estaban muy implicados en la vida política de su sociedad. Eran los únicos
que poseían los recursos intelectuales y técnicos suficientes para llevar a buen término
negociaciones y redactar tratados, entre otras cosas. Establecieron las primeras leyes y
prepararon las constituciones de algunos pueblos galos, como es el caso de los eduos,
entre quienes los druidas supervisaron el nombramiento de sus magistrados. Gozaban
asimismo de un estatus cívico privilegiado: no tenían que pagar impuestos ni cumplir con
ningún tipo de obligación militar. Además, su influencia no se limitaba sólo a los
distintos pueblos-Estado, sino que se extendió al conjunto del territorio que
progresivamente se fue convirtiendo en una realidad geográfica y política: la Galia.

Los druidas estaban muy implicados en la vida política de su sociedad y gozaban de un


estatus cívico privilegiado

Muy pronto, los druidas repartidos por la región céltica y por Bélgica se federaron. Cada
año se reunían en una gran asamblea y debatían sobre cuestiones teológicas, pero
también sobre los últimos avances científicos. Se elegía a un Gran Druida, el equivalente
a un jefe político, que conservaba dicho título honorífico hasta su muerte. El lugar de la
asamblea se situaba en el centro de la Galia; en el siglo II a.C. –el momento en el que la
Galia alcanzó su extensión máxima, desde la desembocadura del Rin hasta los Pirineos,
desde el océano hasta el extremo de la meseta suiza– los druidas se reunían en tierras de los
carnutos, cerca de la actual ciudad de Orleans. En el curso de esta gran asamblea, los
druidas impartían justicia; y los pueblos que se comprometían a acatar las decisiones
tomadas a un nivel superior, ya nacional, acudían allí a exponer sus desavenencias.

El inevitable declive

El extraordinario prestigio que rodeó a los druidas no duró eternamente. Su misma


implicación en los asuntos políticos, diplomáticos y judiciales les hizo perder su
carisma espiritual ante sus compatriotas. Pero lo que les afectó más profundamente fue
la creciente influencia de la cultura romana. La invasión de productos de lujo a través de
los comerciantes romanos cambió los hábitos de la aristocracia indígena y fue
erosionando las creencias tradicionales de los galos, incluida la fe en el poder de los
druidas. Es característico el caso del eduo Diviciaco, único druida cuyo nombre
conocemos. Como primer magistrado de su ciudad colaboró activamente en la conquista
romana y se hizo amigo de César, pero puso el mayor empeño en ocultarle su oficio; al
contrario que sus lejanos predecesores, probablemente no se enorgullecía de él, pese a que
su educación druídica le había permitido convertirse en un experto de la adivinación a
través de los números.

Con la conquista romana, los adversarios de César fueron eliminados y gran parte de la
nobleza asimiló los valores de Roma. Los últimos druidas auténticos acabaron
desapareciendo. Los que reivindicaron ese título algunas décadas o siglos después no
eran ya sino adivinos o brujos de poca monta. Ninguno había recibido la estricta
educación oral que había sido el secreto de los druidas: veinte años de estudios en los que
los aspirantes a druida adquirían el inmenso conocimiento de sus mayores.

Para saber más

Los druidas. Françoise Le Roux y Christian Guyonvarc. Abada, Madrid, 2009.


Druidas. Manuel Alberro. Dilema, Madrid, 2009.
El druida. M. Llywelyn. Martínez Roca, Barcelona, 2002.

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