El Campeón de La Muerte - CUENTO

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EL CAMPEÓN DE LA MUERTE como hombre juicioso, le hiciera al padre de Crispín

cuando fue a pedírsela para su hijo?


Se había puesto el sol y sobre la impresionante
tristeza del pueblo comenzaba a asperjar la noche sus En estas hondas meditaciones estaba el viejo Tucto el
gotas de sombra. Liberato Tucto, en cuclillas a la trigésimo día del rapto de la añorada doncella,
puerta de su choza, chacChaba, obstinado en que su cuando de entre las sombras de la noche naciente
coca le dijera qué suerte había corrido su hija, surgió la torva figura de un hombre, que, al descargar
raptada desde hacía un mes por un mozo del pueblo, en su presencia el saco que traía a las espaldas, dijo:
a pesar de su vigilancia.
-Viejo, aquí te traigo a tu hija para que no la hagas
Durante esos treinta días su consumo de coca había buscar tanto, ni andes por el pueblo diciendo que un
sobrepasado al de costumbre. Con regularidad mostrenco se la ha llevado.
matemática, sin necesidad de cronómetro que le
precisara el tiempo, cada tres horas, con rabia sorda Y, sin esperar respuesta, el hombre, que no era otro
y lenta, de indio socarrón, y cachazudo, metía mano que Hilario Crispín, desató el saco y vació de golpe el
al huallqui, que, inseparable y terciado al cuerpo, contenido, un contenido nauseabundo, viscoso,
parecía ser su fuente de consuelo. Sacaba la hoja horripilante, sanguinolento, macabro, que, al caer, se
sagrada a puñaditos, con delicadeza de joyero que esparció por el suelo, despidiendo un olor acre y
recogiera polvo de diamantes, y se la iba embutiendo repulsivo. Aquello era la hija de Tucto descuartizada
y aderezando con la cal de la shipina, la que entraba y con prolijidad y paciencia diabólicas, escalofriantes,
salía rápidamente de la boca como la pala del horno. con un ensañamiento de loco trágico.

Con la cabeza cubierta por un cómico gorro de lana, Y con sarcasmo diabólico, el indio Crispín, después de
los ojos semioblicuos y fríos –de frialdad ofídica- los sacudir el saco, añadió burlonamente:
pómulos de prominencia mongólica, la nariz curva, -No te dejo el saco porque puede servirme para ti si
agresiva y husmeadora, la boca tumefacta y repulsiva te atreves a cruzarte en mi camino.
por el uso inmoderado de la coca, que dejaba en los
labios un ribete verdusco y espumoso, y el poncho Y le volvió la espalda.
listado de colores sombríos en el que estaba
Pero el viejo, que, pasada la primera impresión, había
semienvuelto, el viejo Tucto parecía, más que un
quedado impasible, levantóse y con tranquilidad,
hombre de estos tiempos, un ídolo incaico hecho
inexplicable en hombres de otra raza, exclamó:
carne.
-Harás bien en llevarte tu saco; será robado y me
Y de cada chacchada no había obtenido la misma
traería mala suerte. Pero ya que me has traído a mi
respuesta. Unas veces la coca le había parecido dulce
hija debes dejar algo para las velas del velorio y para
y otras amarga, lo que le tenía desconcertado,
atender a los que vengan a acompañarme. ¿No
indeciso, sin saber qué partido tomar. Por
tendrás siquiera un sol?
antecedentes de notoriedad pública sabía que Hilario
Crispín, el raptor de su hija, era un indio de malas Crispín, que comprendió también la feroz ironía del
entrañas, gran bebedor de chacta, ocioso, amigo de viejo, sin volver la cara respondió:
malas juntas y seductor de doncellas; un mostrenco,
como castizamente llaman por estas tierras al -¡Qué te podrá dar un mostrenco! ¿No quisieras una
hombre desocupado y vagabundo. Y para un indio cuchillada, viejo ladrón?
honrado esta es la peor de las tachas que puede
Y el indio desapareció, rasgando con una interjección
tener un pretendiente.
flagelante el silencio de la noche…
¿A dónde habría llevado el muy pícaro a su Faustina?
¿Qué vida estaría haciéndola pasar? ¿O la habría
abandonado ya en represalia de la negativa que él,
II diez leguas a la redonda. Y viene a aumentar esta
celebridad, si cabe, la fama de ser, además, el mozo
Entre la falda de una montaña y el serpenteo un eximio guitarrista y un cantor de yaravíes capaz de
atronador y tormentoso del Marañón yacen sobre el
doblegar el corazón femenino más rebelde.
regazo fértil de un valle cien chozas desmedradas,
rastreras y revueltas, como cien fichas de dominó Y también porque no es un shucuy, ni un cicatero. Y
sobre un tapete verde. Es Pampamarca. En medio de en cuanto a vestir y calzar, calza y viste como lo
la vida pastoril y semibárbara de sus moradores, la mistis, y luce cadena y reloj cuando baja a los pueblos
única distracción que tienen es el tiro al blanco, que grandes a rematar su negocio –como dice él mismo-
les sirve de pretexto para sus grandes bebezones de que consiste en eliminar de este mezquino mundo a
chicha y chacta y para consumir también gran algún predestinado al honor de recibir entre los dos
cantidad de cápsulas, a pesar de las dificultades que ojos una bala suya.
tienen que vencer para conseguirlas, llevándoles su
afición, hasta pagar en casos urgentes media libra por III
una cacerina de máuser. A causa de esto tienen En lo que Juan Jorge no andaba equivocado, porque
agentes en las principales poblaciones del su fortuna y bienestar eran fruto de dos factores
departamento, encargados de proveerles de suyos: el pulso y el ojo.
munición por todos los medios posibles, los que,
conocedores del interés y largueza de sus clientes, IV
explotan el negocio con una desmedida sordidez,
Y fue a este personaje, a esta flor y nata de illapacos,
multiplicando el valor de la siniestra mercancía y
a quien el viejo Tucto le mandó su mujer para que
corrompiendo con precios tentadores a la autoridad
contratara la desaparición del indio Hilario Crispín,
política y al gendarme.
cuya muerte era indispensable para tranquilidad de
Y cuando el agente es moroso o poco solícito, ellos su conciencia, satisfacción de los yayas y regocijo de
bajan de sus alturas, sin importarles las grandes su Faustina en la otra vida.
distancias que tienen que recorrer a pie, y se les ve
La mujer de Tucto, lo primero que hizo, después de
entonces en Huanuco, andando lentamente, como
saludar humildemente al terrible illapaco, fue sacar
distraídos, con caras de candor rayanas en la idiotez,
un puñado de coca y ofrecérselo con estas palabras:
penetrando en todas las tiendas, hasta en las boticas,
en donde comienzan por preguntar tímidamente por -Para que endulces tu boca, taita.
las clásicas cápsulas del 44 y acaban por pedir balas
de todos los sistemas en uso. Se les conoce tanto -Gracias, abuela; siéntate.
que, a pesar del cuidado que ponen en pasar
Juan Jorge aceptó la coca y se puso a chacchar
inadvertidos, todo el que los ve murmura
lentamente, con la mirada divagante, como
despectivamente: “shucuy de Dos de Mayo”, y los
embargado por un pensamiento misterioso y
comerciantes los reciben con una amabilidad y una
solemne. Pasado un largo rato, preguntó:
sonrisa que podría traducirse en esta frase: “Ya sé lo
que quieres, shucuysito: munición para alguna -¿Qué te trae por aquí Marina?
diablura”.
-Vengo para que me desaparezcas a un hombre malo.
Es en este caserío, en esta tierras de tiradores –
illapaco jumapa-, como se les llama en la provincia, -¡Hum! Tu coca no está muy dulce…
donde tuvo la gloria de ver por primera vez el sol
-Tomarás más, taita. Yo la encuentro muy dulce… y
Juan Jorge, flor y nata de illapacos, habiendo llegado
también te traigo Ishcayrealgota.
a los treinta años con una celebridad que pone los
pelos de punta cundo se relatan sus hazañas y hace Y sacando la botella de agua de florida llena de
desfallecer de entusiasmo a las doncellas indias de chacta se la pasó al illapaco.
-Bueno. Beberemos. -Se te darán las yapas, taita. De lo demás no tengas
cuidado. Yo haré saber que lo has hecho así por
Y ambos bebieron un buen trago, paladeándole con
encargo.
una fruición más fingida que real.
-Juan Jorge se frotó las manos, sonrió, dióle una
-¿Quién es el hombre malo y qué ha hecho, porque palmadita a la Martina y resolviese a sellar el pacto
tú sabrás que yo no me alquilo sino para matar con estas palabras:
criminales. Mi máuser es como la vara de la justicia…
-De aquí a mañana haré averiguar con mis agentes si
-Hiralio Crispín, de Patay – Rondos, taita, que ha es verdad que Hilario Crispín es el asesino de tu hija,
matado a mi Fausta. y si así fuera, mandaré por el ganado como señal de
-Lo conozco; buen cholo. Lástima que haya matado a que acepto el compromiso.
tu hija, porque es un indio valiente y no lo hace mal V
con la carabina. Su padre tiene terrenos y ganados.
¿Y estás segura de que Crispín es el asesino de tu Cuatro días después comenzó la persecución de
hija? Hilario Crispín. Jorge y Tucto se metieron en una
aventura preñada de dificultades y peligros, en que
-Como de que ayer la enterramos. Es un perro había que marchar lentamente, con precauciones
rabioso, un mostrenco. infinitas, ascendiendo por despeñaderos
-¿Y cuánto vas a pagar porque lo mate? horripilantes, cruzando sendas inverosímiles,
permaneciendo ocultos entre las rocas horas enteras,
-Hasta dos toros me manda a ofrecerte Liberato. descansando en cuevas húmedas y sombrías,
evitando encuentros sospechosos, esperando la
-No me conviene. Ese cholo vale cuatro toros; ni uno
noche para proveerse de agua en los manantiales y
menos.
quebradas. Una verdadera cacería épica, en la que el
-Se te darán, taita. También me encarga Liberato uno dormía mientras el otro avizoraba, lista la
decirte que han de ser diez tiros los que le pongas al carabina para disparar. Peor que si se tratara de cazar
mostrenco, y que el último sea el que le despene. a un tigre.

Juan Jorge se levantó bruscamente y exclamó: Y el illapaco, que a previsor no le ganaba ya ni su


maestro Ceferino, había preparado el máuser, la
-¡Tatau! Pides mucho. Pides una cosa que nunca he víspera de la partida, con un esmero y una habilidad
hecho, ni se ha acostumbrado jamás por aquí. irreprochables. Porque Juan Jorge, fuera de saber el
peligro que corría si llegaba a descuidarse y ponerse a
-Se te pagará, taita. Tiras bien y te será fácil.
tiro del indio Crispín, feroz y astuto, estaba obsedido
Juan Jorge volvió a sentarse, se echó un poco de coca por una preocupación, que sólo por orgullo se había
a la boca y después de meditar un gran rato en quién atrevido a arrostrarla: tenía una superstición suya,
sabe qué cosas, que le hicieron sonreír, dijo: enteramente suya según la cual un illapaco corre
gran riesgo cuando va a matar a un hombre que
-Bueno; diez, quince y veinte si quieres. Pero te completa cifra impar en la lista de sus víctimas. Tal
advierto que cada tiro va a costarle a Liberato un vez por eso siempre la primera víctima hace temblar
carnero de yapa. Los tiros de máuser están hoy muy el pulso más que las otras, como decía el maestro
escasos y no hay que desperdiciarlos en caprichos Ceferino. Y Crispín, según su cuenta, iba a ser el
que pague su capricho Tucto. Además, haciéndole número sesenta y nueve. Esta superstición la debía a
tantos tiros a un hombre, corro el peligro de que en tres o cuatro ocasiones había estado a punto
desacreditarme, de que se rían de mí hasta los de parecer a manos de sus victimados, precisamente
escopeteros. al añadir una cifra impar a la cuenta.
Por esta razón sólo se aventuraba en los desfiladeros -Ya lo ví; se conoce que tiene hambre, de otra
después de otear largamente todos los accidentes del manera no se habría aventurado a salir de día de su
terreno, todas las peñas y recovecos, todo aquello cueva. Pero no voy a dispararle desde aquí; apenas
que pudiera servir para una emboscada. habrán unos ciento cincuenta metros y tendría que
variar todos mis cálculos. Retrocedamos.
Así pasaron tres días. En la mañana del cuarto, Juan
Jorge, que ya se iba impacientando y cuya inquietud -¡Taita, que se te va a escapar!...
aumentaba a medida que transcurría el tiempo, dijo,
-¡No seas bruto! Si nos viera, más tardaría él en echar
mientras descansaba a la sombra de un peñasco:
a correr que yo en meterle una bala. Ya tengo el
-Creo que el cholo ha tirado largo, o estará metido en corazón tranquilo y el pulso firme.
alguna cueva, de donde sólo saldrá de noche.
Y ambos, arrastrándose felinamente y con increíble
-El mostrenco está por aquí, taita. En esta quebrada rapidez, fueron a parapetarse tras una blanca
se refugian todos los asesinos y ladrones que peñolería que semejaba una reventazón de olas.
persigue la fuerza. Cunce Maille estuvo aquí un año y
se burló de todos los gendarmes que lo persiguieron. -Aquí estamos bien –murmuró Juan Jorge-.
Doscientos metros justos; lo podría jurar.
-Peor entonces. No vamos a encontrar a Crispín ni en
un mes. Y, después de quitar el seguro y levantar el librillo, se
tendió con toda la corrección de un tirador de
-No será así, taita. Los que persiguen no saben ejército, que se prepara a disputar un campeonato, al
buscar; pasan y pasan y el perseguido está viéndoles mismo tiempo que musitaba:
pasar.
-¡Atención, viejito! Está en la mano derecha para que
Hay que tener mucha paciencia. Aquí estamos en no vuelva a disparar más. ¿Te parece bien?
buen sitio y te juro que no pasará el día sin que
aparezca el mostrenco por la quebrada, o salga de -Si taita, pero no olvides que son diez tiros los que
alguna cueva de las que ves al frente. El hambre o la tienes que ponerle. No vayas a matarlo todavía.
sed le harán salir. Sonó un disparo y la carabina voló por el aire y el
indio Crispín dio un rugido y un salto tigresco,
Esperemos quietos.
sacudiendo furiosamente la diestra. En seguida miró
Y tuvo razón Tucto al decir que Crispín no andaba a todas partes, como queriendo descubrir de donde
lejos, pues a poco de callarse, del fondo de la había partido el disparo, recogió con la otra mano el
quebrada surgió un hombre con la carabina en la arma y echó a correr en dirección a unas peñas; pero
diestra, mirando a todas partes recelosamente y no habría avanzado diez pasos cuando un seguro tiro
tirando de un carnero, que se obstinaba en no querer le hizo caer y rodar al punto de partida.
andar.
-Esta ha sido en la pierna derecha –dijo sonriendo el
-Lo ves, taita –dijo levemente el viejo Tucto, que feroz illapaco- para que no pueda escapar. Veo que
durante toda la mañana no había apartado los ojos completaré con felicidad mi sesenta y nueve. Y volvió
de la quebrada-. Es Crispín. Cuando yo te decía… a encararse el arma y un tercer disparo fue a
Apúntale, apúntale; asegúralo bien. romperle al infeliz la otra pierna. El indio trató de
incorporarse, pero solamente logro ponerse rodillas.
Al ver Juan Jorge a su presa se le enrojecieron los En esta actitud levantó las manos al cielo, como
ojos, se le inflaron las narices, como al llama cuando demandando piedad, y después cayó de espaldas,
husmea cara al viento, y lanzó un hondo suspiro de
convulsivo, estertorante, hasta quedarse inmóvil.
satisfacción. Revisó en seguida el máuser y después
de apreciar rápidamente la distancia, contestó: -¡Los has muerto, taita!
-No, hombre. Yo sé donde apunto. Está más vivo que Había tardado una hora en este satánico ejercicio;
nosotros. Se hace el muerto por ver si lo dejamos allí, una hora de horror, de ferocidad siniestra, de
o cometemos la tontería de ir a verlo, para refinamiento inquisitorial, que el viejo Tucto saboreó
aprovecharse él del momento y meternos una con fruición y que fue para Juan Jorge la hazaña más
puñalada. Así me engañó una vez José Illatopa y casi grande de su vida de campeón de la muerte.
me vacía el vientre. Esperemos que se mueva.
En seguida descendieron ambos hasta donde yacía
Y Juan Jorge encendió un cigarro y se puso a fumar, destrozado por diez balas, como un andrajo humano,
observando con interés las espirales del humo. el infeliz Crispín. Tucto le volvió boca arriba de un
puntapié, desenvainó su cuchillo y diestramente le
-¿Te fijas, viejo? El humo sube derecho; buena sacó los ojos.
suerte.
-Estos –dijo, guardando los ojos en el huallqui- para
-Va a verte Crispín, taita, no fumes. que no me persigan; y ésta –dándole una feroz
-No importa. Ya está al habla con mi máuser. tarascada a la lengua- para que no avise.

El herido, que al parecer había simulado la muerte, -Y para mí el corazón –añadió Juan jorge-. Sácalo
juzgando tal vez que había transcurrido ya el tiempo bien. Quiero comérmelo porque es de un cholo muy
suficiente para que el asesino lo hubiera valiente.
abandonado, o quizás por no poder ya soportar los
dolores que, seguramente, estaba padeciendo, se
volteó y comenzó a arrastrarse en dirección a una
EL COMENTARIO DE TEXTOS LITERARIOS
cueva que distaría uno cincuenta pasos.
Así como el estudio de la Música sólo puede realizarse
Juan volvió a sonreír y volvió a apuntar, diciendo:
oyendo obras musicales, el de la literatura sólo puede
-A la mano izquierda… hacerse leyendo obras literarias. Suele ser creencia
general que para "saber literatura" basta conocer la
y así fue: la mano izquierda quedó destrozada. El historia literaria, Esto es tan erróneo como pretender
indio, descubierto en su juego, aterrorizado por la que se entiende de Pintura sabiendo dónde y cuándo
certeza y ferocidad con que le iban hiriendo, nacieron los grandes pintores, y conociendo los títulos
convencido de que su victimador no podía ser otro de sus cuadros, pero no los cuadros mismos. Al
que el illapaco de Pampamarca, ante cuyo máuser no conocimiento de la literatura se puede llegar: a) En
había salvación posible, lo arriesgó todo y comenzó a extensión, mediante la lectura de obras completas o
pedir socorro a grandes voces y a maldecir a su antologías amplias. b) En profundidad, mediante el
asesino. comentario o explicación de textos."
Pero Juan Jorge, que había estado siguiendo con el Fernando Lázaro Carreter y Evaristo Correa
fusil encarado todos los movimientos del indio, Calderón. Cómo se comenta un texto literario.
aprovechando del momento en que éste quedará de
Para comentar un texto literario hay que
perfil, disparó el quinto tiro, no sin haber dicho antes:
analizar conjuntamente lo que el texto dice y
-Para que calles… cómo lo dice.

el indio calló inmediatamente, como por ensalmo,


llevándose a la boca las manos semimutiladas y
sangrientas. El tiro le había destrozado la mandíbula
inferior. Y así fue hiriéndole el terrible illapaco en
otras partes del cuerpo, hasta que la décima bala,
penetrándole por el oído, le destrozó el cráneo.

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