Lorenz Von Stein

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LORENZ VON STEIN

MOVIMIENTOS SOCIALES Y MONARQUIA

Traducido por
ENRIQUE TIERNO GALVAN
Catedrático de la Universidad de Salamanca

Prólogo de
LUIS DIEZ DEL CORRAL
Catedrático de la Universidad de Madrid

COLECCIÓN CIVITAS

INSTITUTO DE ESTUDIOS POLÍTICOS


MADRID, 1957

______________________________

PROLOGO

LORENZ VON STEIN


Y LA MONARQUIA ESPAÑOLA

Vida y obras
El trato con los clásicos de la ciencia política es quizá más obligado y menos peligroso que en
cualquier otro campo de la ciencia o de la cultura en general. Cuando menos, es más reducido el
riesgo de caer en un amanerado academicismo. Por la índole de las cuestiones que aborda, no
cabe una sublimación clasicista del auténtico pensador político; pertenécele, esencialmente, una
problemática proyección sobre el futuro. Acaso la diferencia fundamental entre un auténtico y sano
pensador político y otro falso o semifalso estriba en que aquél le hace rebotar al lector sobre sus
páginas y le despide hacia la efectiva realidad de su tiempo, bien que pertrechado sabiamente para
enfrentarla, mientras que el otro le sucede con soluciones consagradas, dotadas de una falsa
aureola de perennidad y enervantes de la tarea viva y responsable de la especulación política.

Lorenz von Stein no es de estos. De pecar de algo Lorenz von Stein no es de meter fórmulas
dogmáticas en la cabeza del lector, sino más bien de producir en ella una especia de sensación de
vacío a fuerza de enfrentarla con vastas perspectivas históricas y de exigirle el esfuerzo de
comprensión y articulación sistemática de abstractos conceptos. La manera de pensar de Lorenz
von Stein es amplia, abierta, saltando de encrucijada en encrucijada, donde se entrecruzan
consideraciones filosóficas del más alto rango con un concreto saber histórico revelador no pocas
veces de la mirada de corresponsal, el orgullo de descubridor de una nueva rama del saber con la
modestia de quien practica o teoriza asidualmente las tareas de la vida administrativa, el lenguaje
rigurosamente científico con un cierto entusiasmo poético que con frecuencia arrebata en sus
paginas, y que procede del fervor literario característico del Idealismo alemán.

La vida de von Stein también fue a su manera una encrucijada, una encrucijada modesta
ciertamente, mas por la que pasan caminos de media Europa. No es espectacular la biografía de
Lorenz con Stein, como la de un Saint Simon, cuya experiencia vital produjo su doctrina por una
especia de superabundancia. La importancia de la vida del autor ahora traducido se identifica con
la de las obras salidas de su pluma, en una coincidencia perfecta de vocación intelectual; pero ello
no impide, sino que antes bien explica la movilidad interna y la riqueza de ingredientes de ambas.

Lorenz von Stein nació súbdito danés en una aldea del Schleswing el 15 de noviembre de 1815,
año tan señalado del pasado siglo. Fruto de un matrimonio desigual entre un padre de linajuda
nobleza y una madre de origen modesto, el gran sociólogo comenzó a sentir pronto, y en su propia
carne, las grandes tensiones sociales de su época. El mismo nombre con que se le conoce lo
atestigua, pues no es el de la familia paterna, los orgullosos Freiherren von Wasner, sino el
burgués de la madre, quien habiendo pronto enviudado, sin trato con la familia del marido, llevó al
hijo al Instituto militar de Eckernförde a la edad de seis años. De allí salió a los dieciséis gracias a
una visita de inspección del Rey Federico VI, quien al preguntar al joven alumno por sus gustos y
preferencias se encontró con la respuesta de que el ignoto von Wasner quería ser profesor y no
militar. Cabe pensar que esta experiencia personal determinó en buena medida la actitud
intelectual de von Stein, tan sensible para las contraposiciones sociales y, al mismo tiempo, tan
convencido de la función personal y suprasocial, conciliadora de los antagonismos entre las clases,
que incumbía al monarca.

Von Stein estudió Filosofía y Derecho en las Universidades de Kiel y Jena y, tras prestar servicios
como funcionario en la Cancillería de Schelwing-Holstein, en Copenhague, pasó con una bolsa de
estudios a París. En la capital francesa trabajo como corresponsal del “Deutsche Allgemeine
Zeitung”, entrando en estrecho contacto con las figuras más notables del movimiento socialista en
Francia. De esta etapa de su vida procede “Die Munizipalverfassang Frankreichs”, 1843 (“La
constitución municipal de Francia), y “Der Sozialismus and Kommunismus des heutigen
Frankreichs. Ein Beitrag zur Zeitgeschichte” (“Socialismo y comunismo de la Francia actual. Una
contribución a la historia de nuestro tiempo”).

Aparecida la primera edición del último libro en 1842, hizo rápidamente famoso a su autor, que
publicó pronto otras dos ediciones reelaboradas del mismo. La última, aparecida en 1850, con el
título de “Geschichte del sozialen Bewegung in Frankreich von 1879 bis auf uniere Tage”, situaba
la exposición de las teorías socialistas y comunistas dentro de la historia de los acontecimientos
políticos. De esta suerte quedaba esclarecida la significación y la vigencia de las ideas desde el
plano de la realidad histórica, examinada con tanto acierto que Guido de Ruggiero afirmará, en su
conocida “Historia del liberalismo europeo”, que von Stein han penetrado más que ningún
historiador en el estudio de la Francia contemporánea(1). De otra parte, como contrapeso a la
consideración histórica, el libro aparecía enriquecido en su tercera edición con una larga
introducción teoría sobre “El concepto de sociedad y las leyes de su movimiento”. Tal es el libro
que, parcialmente (2) traducido por Enrique Tierno Galván, se presenta al público de habla
española.

(1) Trad. Madrid, 1944, pág. 136.


(2) Para la traducción se ha tomado el texto de la edición preparada y prolongada por Gottfried Salomón, München, 1921. Del tomo
I, “El concepto de la Sociedad: La historia social de la Revolución francesa hasta el año 1830”. Se ha traducido la primera sección
teórica, relativa a “El concepto de Sociedad y leyes de su movimiento” (páginas 11-138); del tomo II, “La sociedad industrial. El
socialismo y el comunismo de Francia de 1830 a 1848”, los dos primeros apartados de la parte II, referentes al comunismo páginas
343-378); del tomo III “La Monarquía, la República y la Soberanía de la sociedad francesa desde la Revolución de febrero de 1848”,
la Introducción y los capítulos I y II de su parte I, “La teoría de la Monarquía” (páginas 1-41 y 89-103); así como la parte II, “La teoría
de la República” (págs. 111-194).

A su vuelta de París, Lorenz von Stein fue nombrado, en 1846, profesor de la Universidad de Kiel,
cargo que desempeñó hasta que por su actitud favorable a la independencia del Schleswing fue
expulsado de aquel centro docente en 1851. Dotado de una pluma fácil, solicitada por una vasta
curiosidad, se dedicó entonces al periodismo, publicado incesantemente ensayos y artículos en
periódicos alemanes sobre los temas más diversos. No tardaron en abrirle sus puertas varias
universidades, y, habiendo escogido la de Würzuburg, fue revocado recién hecho su nombramiento
por presión del gobierno prusiano, que veía en von Stein un enemigo por su actitud a favor de la
independencia de su país natal y en contra de la intervención prusiana. Al fin, su vocación
universitaria se encontró satisfecha en el seno de la Universidad de Viena, de la que fue nombrado
profesor el año 1855 por iniciativa del ministro de Finanzas austríaco Freiherr von Bruck.

En Viena desempeñó su cátedra durante treinta años, actuando también como consejero financiero
del Gobierno, e interviniendo en asuntos políticos y económicos con diverso empeño y suceso.
Con los años fue creciendo su prestigio tanto en los países germánicos como en los demás de
Europa, y cuando el 23 de septiembre de 1890 Lorenz von Stein murió en su propiedad campesina
d Weidlingau, cerca de Viena, el sepelio constituyó un acontecimiento. Un monumento consagró su
recuerdo bajo las arcadas de la Universidad de vienesa.

La obra de Lorenz von Stein es vastísima y muy varia de contenido. Aparte de la traducida, las
obras principales de Lorenz von Stein son las siguientes:

El Sistema de la Ciencia del Estado:


Volumen I: “Sistema de Estadística, Demografía y teoría de la Economía Política”, Stuttgart und
Tübingen, 1852.
Volumen II: “”La teoría de la sociedad”. Primera parte: “El concepto de la sociedad y la teoría de las
clases sociales”. Stuttgart und Augsburg, 1856.

Tratado de Economía Financiera:


Leipzig, 1860.

La Ciencia de la Administración:
Primera parte: “La teoría del poder ejecutivo”. Stuttgart, 1865.
Segunda parte: teoría de la Administración interna”. I. Sección fundamental: 1. “La población y su
Derecho administrativo”, 1866.
Tercera parte: “La Sanidad pública”, 1867.
Cuarta parte: “El Derecho de policía”, 1867.
Quinta parte: II. Sección fundamental: “La educación. 1. Educación elemental y profesional”, 1868.
Sexta parte: 2. “La Educación interior y la Prensa”, 1868.
Séptima parte: III. Sección fundamental: “La Administración económica”, 1868.

Manual de Ciencia de la Administración y de Derecho Administrativo, en comparación con la


literatura y legislación de Francia, Inglaterra y Alemania. Stuttgart, 1870.

La parte sexta de la “Ciencia de la Administración” fue ampliada extensamente, con posterioridad,


hasta convertirse en una Historia de la Educación”, 1884.

A tales obras fundamentales hay que añadir múltiples libros y artículos de temas muy diversos. A
título de ejemplo: un libro de poemas, “Alpenrosen” (“Rosas alpinas”), del año 1873 se encuentra
cronológicamente precedido por una “Teoría del Ejército” y un trabajo sobre “Derecho ferroviario”, y
seguido por la tercera edición, aumentada, de su “Tratado de Economía financiera” y la segunda
de “La mujer en el campo de la Economía política”. La mujer constituyó especialmente tema de
preocupación para von Stein, que, además de la obra citada, merecedora de seis ediciones en vida
del autor, publicó, con tres ediciones, otro libro intitulado “La mujer, su educación y su función en la
vida”. También la música y los temas de Historia antigua así como los geográficos económicos del
Extremo Oriente y del Nuevo Mundo atrajeron la atención de nuestro autor.

Pero tales preocupaciones no le distrajeron de su dedicación fundamental a las ciencias política y


administrativa, con una fecundidad cuyos frutos no pueden ser debidamente utilizados por su difícil
consulta. La obra de von Stein se encuentra dispersa en revistas y periódicos de casi imposible
acceso, y muchas veces defendida por el anonimato; además, los trabajos sufrieron una
reelaboración casi siempre al ser reeditados (3), de suerte que para perseguir la evolución y las
variantes de su pensamiento, el investigador no ha de escatimar esfuerzos. Cerca de un centenar
de publicaciones de von Stein hubo que consultar M.E. Kamp, autor de un estudio reciente acerca
de un tema bastante especializado, como es “La teoría de las épocas en la Economía política” (4).

(3) “Es típico de von Stein-escribe Ernst Grünfeld, “Die Gessellschaftslehre von L. von Stein”, Halle, 1908, p. 22. la reelaboración de
sus sucesivas ediciones, hasta el punto de recibir nueva forma y nuevo título, por lo cual pretendía que no se considerase a sus
obras como una colección de juicios y conclusiones intachables, sino como meros testimonios de una eventual evolución.
(4) M.E. Kamp: “Die Theorie der Epochen der öffentlichen Wirtschaft bei Lorenz von Stein », Bonn.

Sin duda la masa tal crecida de los escritos y la reiteración y prolijidad de no pocos cohíbe a los
editores para emprender la publicación de las obras completas o, al menos, selectas de von Stein,
cada día más oportuna y aún más necesaria. Pues la autoridad de von Stein ha ido creciendo
estos últimos años tanto en el campo de la Historia, como de la Ciencia política, de la Sociología y
el Derecho administrativo (5).

(5) En especial a partir de Rudolf Smend, Vid. Ernst Forsthoff: “Lehrbuch des Verwaltungsrechts”, Müncher und Berlin, 1953, pág.
41.

Tradicionalismo Literario y conservadurismo efectivo

Tal amplitud y rigor científicos de la obra de Lorenz von Stein presuponen y condicionan un tipo de
pensamiento no demasiado frecuente entre los escritores políticos de signo de conservador que
más influencia han ejercido en nuestro país a lo largo de la pasada centuria, y que con casi
exclusividad, pertenecen a la vecina Francia.

No es dicha pertenencia un fenómeno singular Durante siglos, Francia ha venido representando


con pretensiones monopolizadoras a Europa frente a España en todos los órdenes de vida y,
especialmente, en el campo del pensamiento; mas acaso ninguno ventaja a este respecto al del
pensamiento político de tipo conservador y tradicionalista. De Inglaterra se conocía en múltiples
traducciones a Bentham, pero se ignoraba casi por completo a Burke; de Alemania llegaban
noticias más o menos directas del kantismo o de otras corrientes del Idealismo, con una
interpretación política generalmente avanzada; pero era muy escaso el influjo intelectual de los
románticos conservadores. A mediados de siglo, a través del krausismo, el pensamiento teutón se
canalizó a favor de las izquierdas, por emplear una denominación rápida y vulgar; pero las
derechas continuaron fundamentalmente sordas para figuras como Sthal, von Stein o Treilschke, y
no acertaron a percatarse del sentido ejemplar, dinámico y conservador al mismo tiempo, que
encerraba la política bismarckiana.

Donoso Cortés, que conocía bastante bien la política y los medios intelectuales de Europa a
mediados de siglo, y que, por tanto, pudo haber ensanchado los horizontes, acabó, en definitiva,
remachando, con énfasis y no poca originalidad celtibérica, es cierto, los eslabones de nuestra
dependencia gala. Y no sólo en lo que se refiere al pensamiento teórico, sino también a las
fórmulas prácticas, pues no hay que olvidar el entusiasmo que en el gran extremeño despertara la
empresa bonapartista subsiguientes a la Revolución del 48. Más tarde, ya de lleno en nuestro
siglo, a través de pensadores de “Action francaise”, que en buena parte renovaban, aunque fuese
con tanto acompañamiento positivista y bergsoniano, la postura de los pensadores tradicionalistas
franceses de principios de siglo, la referida dependencia se vio de nuevo acusada y aun
acrecentada.

Indudablemente que para que tal fenómeno de proseguida influencia ideológica se produjera
tenían que darse muy decisivos supuestos y causas: de vecindad geográfica; de viejo parentesco
espiritual, de semejanza, muy latina, en las actitudes fundamentales ante lo político; de similar
situación histórica en sus líneas generales, etc. A tales causas hay que añadir otras de signo
negativo: en especial, la pereza que se apoderaba de los intelectuales gustadores de manjares
europeos en cuanto salvaban la muralla de los Pirineos, y que no les permitía llegar a cruzar el Rin
o el Canal de la Mancha. Mas, cualesquiera que fuesen los motivos de tal estricta dependencia
francesa por parte de los pensadores hispanos de sino ultraconservador y tradicionalista, una cosa
es indudable: que tal dependencia, por la índole esencial del pensamiento influyente, ha restado
fecundidad práctica al influido.

No se trata, en lo que respecta al tradicionalismo francés, de menospreciar sus indudables méritos


de orden intelectual y literario, sino de situar muy objetivamente su esfuerzo especulativo en el
plano en que se movió y quiso moverse, y en el que con ligeras variantes ha permanecido hasta
nuestros días. Es un plano el suyo que, por razones de diversa índole, se aleja intencionadamente
de la concreta realidad de la vida política o se encara con ella con tales pretensiones que
envuelven, en el fondo, una endeble voluntad de realización. En la energía expresiva de no pocos
pensadores galos de la línea que va desde Demaistre a Maurras -y comenzando por ambos
extremos- no pocas veces se evidencia más un juego aparatoso de artificio que un ardor efectivo
de proselitismo y convencimiento, el cual, justamente para penetrar por las venas maduras –por
suposición axiomática. Del cuerpo social, ha de hacerse penetrante, acomodaticio, asimilable,
como el que comunican las páginas de un Burke, o las que medio siglo después escribiera Lorenz
von Stein.

La diferencia estriba no sólo en el plano objetivo en que se mueve el pensamiento, sino en la


actitud personal de sus autores respecto de la realidad política. Burke escribía con su cuerpo bien
metido en la vida política de su tiempo, como von Stein, de otra manera ciertamente, en la del
suyo. No esbozaban juicios, condenas, soluciones inaplicables de por sí, como cuando De Maestre
soñaba con un fabuloso poder papal, o cuando más tarde los estupendos escritores de “Action
francaise” se entretenían en demostrar la completa falta de justificación histórica de la Revolución
francesa, o en trazar planes de política exterior con la fantasía o el prurito de rigor cartesiano(6) de
quienes se sienten exonerados de auténtica responsabilidad en el orden de los hechos.

(6) Vid. Del autor: “Bainville y la historia”, en la Revista de Estudios Políticos, núm. 1.

Mas en política, desde el momento que se sustrae al pensamiento el contraste de su comprobación


práctica más o menos inmediata, la producción de ideas se convierte en una función gratuita y
arbitraria tanto en su dimensión proyecto va como en la meramente analítica e interpretativa. En
vez de penetrar en el seno de los acontecimientos y de descomponerlos, viendo la parte de
consecuencia histórica y de inexorabilidad que hay en ellos, se los toma en bloque, se les condena
como si se tratase de un pobre sujeto particular, y se les ordena abandonar el escenario histórico o
–lo que viene a ser lo mismo-, se les fulmina con tremendas luces apocalípticas.

Todo ello es resultado de un mal enfoque intelectual de la realidad política, de un miedo o de un


orgullo que no consiente el trato directo con ella. Pómpese así la estructura esencial de todo
pensamiento, que consiste siempre en tratar con las cosas, en hacerlas patentes, en descubrir su
verdad concreta, en responder a las instancias que ellas plantean y en emplearlas como recursos
para trazar efectivos proyectos de vida. En vez de ser el pensamiento un tratar “con” las cosas, se
convierte en un tratar “contra” las cosas, en “re-acción” contra ellas, es decir, se las ignora, se las
desconoce y se las somete ciegamente al esquema de un proyecto abstracto de vida. Las parcelas
concretas de verdad, difíciles de descubrir, se encuentran suplantadas por una verdad total, única,
que abarca tiránicamente todas las regiones de la existencia y exonera con su suficiencia
dogmática de la tarea penosa y accidentada en que siempre consiste la tarea intelectual,
especialmente en un campo tan móvil como es el de la vida política.

Esta actitud contradice muy en particular la naturaleza propia de un auténtico conservadurismo.


Cabría aún concebirla o justificarla desde otra postura ideológica, pero no desde la que pretende
mantener, guardar, robustecer lo madurado por el tiempo. Si con tanta indignación se encara
Burke, en sus “Reflexiones sobre la Revolución Francesa”, contra los arbitristas tejedores de
proyectos para el futuro que tiran por la borda el capital de experiencias, de saberes y de
instituciones acumuladas por los siglos, conformándose con el pobre manjar de una abstracta
utopía, en el sentido vulgar del vocablo; ¿cuánto mayor no habría sido su indignación contra los
que, pretendiendo seguir su pauta y sacar partido de su pensamiento, se empeñan en fabricar
gratuitas utopías, no desde el futuro, sino desde el pasado! Porque tanto se puede pecar de
abstracción, de esquematismo y despilfarro, cuanto la mirada se extravía hacia atrás que cuando
se extravía hacia delante. La restauración de lo irrestaurable no es menos peligrosa, ni más
tradicional, que la instauración de lo imposible.

Pasado, presente y futura no pueden enfrentarse hostiles en el seno de una concepción


auténticamente conservadora y tradicional de la política; tienen que conjugarse de una manera
flexible, como ocurre en el caso de los organismos vivos, que siempre han servido de ejemplo
inspirador a los pensadores de tal escuela. “Nuestro sistema político –escribía Edmund Burke (7)-
está colocado en justa correspondencia y simetría con el orden del mundo y con el modo de
existencia propio de los cuerpos que permanecen, aunque sus partes cambien. Por disposición de
la grande sabiduría que preside el gran misterio de la cohesión de la raza humana, el conjunto, en
un momento dado, ni es viejo ni joven, ni está entre dos edades, pero se perpetúa constantemente
inmutable en medio de las decadencias, de las caídas, de los renacimientos y de los progresos.

(7) “Reflexiones sobre la Revolución francesa”, traducción E. Tierno Galván, Instituto de Estudios Políticos, Colección Civitas,
Madrid, 1954, pág. 94.

Así, empleando el método de la Naturaleza en la acción del Estado, lo que nosotros mejoramos no
es jamás completamente nuevo, y lo que conservamos no es nunca completamente viejo.
Quedando así vinculados con estos principios a nuestros mayores, no por la superstición de la
antigüedad, sino por el espíritu de analogía filosófica”.

Frente a este tipo de pensadores que, gracias a ese espíritu de analogía, flota al nivel del tiempo,
con un afán de concreta modelación de la actualidad, el que representan la mayor parte de los
pensadores tradicionalistas franceses se puede caracterizar de abstracto, de intemporal, sin
verdaderas pretensiones de encarnación, con un dejo siempre de juego literario y social,
consecuencia de haber sido el único pensamiento europeo de su especia que, salvo breves
momentos se mantuvo alejado de toda vigencia práctica. Desgraciadamente, tal despego y aun
fuga de la realidad actual, los transmitió al pensamiento español por él influido, sustrayéndole no
pocas posibilidades de plasmarse efectivamente en obras, de encauzar una realidad que por su
pasado, por sus virtudes efectivas, por tantas formas de vida social subsistentes, se ofrecía como
buena materia prima para recibir la forma como buena materia prima para recibir la forma de una
política conservadora de gran estilo, como la que en el siglo pasado ensayaron los países de
Centroeuropa o la misma Inglaterra. Mas en lugar de seguir el ejemplo efectivo de los que hacían
la verdadera política conservadora y tradicional, se prefirió seguir el ejemplo retórico de los que al
margen de la corriente del tiempo se entretenían en organizar grandes exequias al presente,
evocando a la par figuras históricas inevitablemente desaparecidas.

La Dialéctica del Estado y la sociedad


Lo primero que se percibe al abrir las páginas de Lorenz von Stein, es como un olor a cosa viva
que cala a través del formalismo lógico, un cierto optimismo heroico, casi musical, que se conjuga
con una impresión táctil, característica del pensamiento que quiere aprehender la realidad. Esa
misma impresión que se tiene al leer las páginas de otro honrado y realista, aunque más
melancólico conservador: Alexis de Tocqueville.

La concepción de Lorenz van Stein es más activa y más esperanzada. Von Stein parte de una
concepción energética de la vida humana. “En todo individuo –escribe- alientan un invencible
impulso hacia el dominio pleno de la existencia exterior, hacia la suma posesión de todo bien
espiritual y material. No importa el nombre que se dé a este impulso. Lo encontramos en la base
de todo esfuerzo, de toda esperanza e incluso de todo dolor. Es idéntico con la vida por ser su
propio supuesto y su objetivo final(8). Mas frente a la imitación de sus pretensiones el individuo en
sí considerado es un ser infinitamente limitado, y por ello existe una máxima contradicción entre el
hombre individual y su destino.

Toda vida es el movimiento que se produce al golpe y al contragolpe de lo personal y lo


impersonal. Lo personal quiere someter continuamente a lo impersonal, y éste desprenderse de su
dominio. La absoluta victoria de lo personal sobre lo impersonal es la única frontera de la vida,
pues esa absoluta soberanía de lo puramente personal .que está absolutamente excluida del
concepto del hombre terreno. Es la existencia de lo sobrenatural, de la divinidad. La victoria de lo
natural es la muerte. La vida es el movimiento producido por ese conflicto. La vida es justamente
por eso una lucha, lo mismo que el pensamiento, vida del espíritu, piensa sólo en contrastes por la
misma razón; pues no hay ninguna otra lógica que este concepto de la vida”(9).

(8) Pág. 7
(9) Pág. 35.

De aquí la importancia del trabajo en la concepción social de von Stein. En el concepto de trabajo
se cifra cuanto se hace para conseguir el vencimiento de las oposiciones y resistencias y la
liberación del individuo. El trabajo es el resultado del permanente estado enérgico en que la
absoluta contradicción de la vida pone al hombre. Su pretensión es dominar la Naturaleza y
subordinarla a la voluntad del hombre, haciéndola servir para la satisfacción de sus necesidades.
Este vencimiento de los obstáculos produce un íntimo goce de la conciencia: el espíritu humano
ensancha continuamente la esfera d su poder y la extiende sobre todo el mundo material,
cumpliendo mediante el trabajo su destino infinito.

Viejos principios activistas del mundo occidental reciben así una intensificación muy moderna –con
todos sus pros y sus contras- por obra de la pluma de Lorenz von Stein. Su conservadurismo no se
basa, pues, en unos principios estáticos, en una concepción hereditaria de la existencia es un
drama continuo, un enfrentamiento constante del espíritu humano y la materia progresivamente
sometida a su imperio, de acuerdo con los postulados del Idealismo alemán; pero la tensión entre
ambos términos, concebida de una manera abstracta por sus teóricos, en manos de un heredero
que ha asistido al desarrollo del industrialismo y el capitalismo décimononos, y que lo considera
con una mirada experta de sociólogo, economista y administrativista, toma un cariz nuevo, más
empírico y realista, más azaroso históricamente. Tratase de una tensión existencial que, precisaba
conceptualmente en las páginas de von Stein con altura y rigor intelectuales que luego se
perderán, resulta especialmente significativa para el lector de mediados del siglo XX, que asiste
orgulloso y angustiado a los magníficos resultados del trabajo humano, al increíble triunfo del
espíritu sobre la Naturaleza, y que en un libro viejo de más de un siglo descubre como una visión
anticipada en su situación histórica y el esbozo al mismo tiempo de una armonía que resuelva los
antagonismos sociales creados por tan estupenda victoria.

Mas no apresuremos el paso excesivamente, El referido concepto de trabajo se proyecta sobre el


de sociedad. Los límites temporales y espaciales se envuelven al individuo le imposibilitan de todo
punto el vencer la contradicción radical de su existencia; sólo la ilimitación de la multitud humana
puede superar la limitación infinita del particular. Pero tal superación no puede lograrse con un
mero estar los individuos unos junto a otros, esto es, por la pluralidad, sino en virtud de un existir
de unos por y para otros, es decir, gracias a la comunidad. Los individuos deben necesariamente
encontrarse en relación de reciprocidad, sirviendo los unos a los otros en el seno de una
comunidad que trascienda los individuos concretos, y que puede ser independiente de su arbitrio y
estar dotada de vida autónoma y, por lo tanto, de propia personalidad. Sólo de esta suerte la
humanidad se hace infinitamente poderosa, infinitamente rica en capacidad para el trabajo y el
disfrute, para la producción de bienes y si distribución, venciendo la irreductible contradicción de la
vida del hombre.
Mas la reducción de tal contradicción en virtud de la comunidad sólo puede, a su vez, realizarse en
virtud de internas y netas contradicciones. Si la comunidad es una personalidad y tiene una vida
autónoma, ha de albergar en su seno la oposición entre sujeto y objeto, entre lo personal y lo
impersonal, que constituye la esencia de la vida. Como la personalidad del hombre individual, la de
la comunidad supone para su despliegue unos objetos a los que determina mediante su voluntad y
su acción, unos objetos sometidos a sus propias leyes y movimientos, que recobran en cuanto la
personalidad deja de operar. En el seno de la comunidad tiene que existir, y existe, una antinomia:
la antinomia Estado-sociedad.

La unidad de voluntad y de acción mediante la cual la comunidad se determina a sí misma, es


decir, se manifiesta como personalidad, es el Estado, en el que la pluralidad de voluntad de los
individuos se transforma en una unidad personal. El Estado es el elemento personal de la
comunidad humana, el vehículo de autodeterminación de ésta. El otro término, el objeto que se
contrapone a la persona del Estado, está constituido por la vida autónoma de todos los individuos,
que ciertamente se encuentran sometidos al Estado y a su voluntad cuando actúa, pero sin
disolverse en ella, moviéndose y marchando hacia adelante con arreglo a sus propias leyes. Esta
vida da lugar a un orden no menos general y firme que el del Estado, y este orden es la sociedad.
Por tanto, Estado y sociedad “no son dos estructuras diversas de la existencia humana, sino que
son precisamente los dos elementos vitales de toda comunidad”, los cuales se han de encontrar en
tensión constante, en cuanto que constituyen los términos de lo personal y lo impersonal, y la vida
consiste en la dialéctica entre ellos, Mientras exista una comunidad viva, la paz entre la sociedad y
el Estado o la victoria absoluta de uno sobre otro está excluida, pues ello sería contradictorio con la
esencia de la comunidad. Es pues, una oposición permanente, no limitada temporal o localmente, y
que atraviesa la vida de todos los pueblos.

Frente al Estado como concepto puro, es decir, el Estado actuando exclusivamente con arreglo a
sus principios, que es el reino de la personalidad y de la libertad, se encuentra la sociedad, definida
como sistema de sujeción de carácter fundamentalmente económico. La economía es la
infraestructura de la sociedad y determina sus formas según un orden riguroso de vinculaciones y
dependencias. La especie de bien a cuya elaboración o administración se dedica el hombre
condiciona su horizonte, sus concepciones, su actitud vital: “La actitud individual del hombre –
escribe von Stein- no se origina de su individualidad, sino de la peculiaridad de aquel bien a cuya
administración económica ha dedicado su vida” y, por tanto, “es indudable que la misión particular
en la vida de los bienes produce y condiciona, en primer lugar, la vida de la personalidad”(10).
Cierto es que las personalidades extraordinarias pueden liberarse de la condicionalidad
económica, pero en términos generales cabe afirmar que la diversidad del ámbito de la sociedad,
tanto cualitativamente como cuantitativamente, condiciona la diversidad del desarrollo individual.
La situación que un individuo ocupa dentro del sistema económico se transforma en una situación
respecto de las restantes personalidades: el organismo de los bienes se convierte así en
ordenación de los hombres y de su actividad, y éste a su vez y a través de la familia, en un orden
duradero de descendencia.

(10) Pág. 18

Tal orden de la sociedad se encuentran articulado fundamentalmente en dos grandes clases, de


los que poseen y la de los que no poseen, estableciendo entre ellas la más neta dependencia
como consecuencia de la relación recíproca de trabajo y materia. Es decir, también en el seno de
la sociedad se da el principio de la contradicción. Todo el mundo es capaz de desarrollar trabajo,
pero la materia es limitada y objeto de la propiedad privada; teniendo, por consiguiente, los
propietarios a su disposición el supuesto para la actividad de los demás, con lo que se da lugar a la
dependencia del trabajo respecto de la propiedad. Tales son los supuestos de la estructura clasista
de la sociedad, que será objeto de un penetrante examen por parte de nuestro autor.

No es lugar adecuado un prólogo para exponer sus resultados y enjuiciarlos (11). El lector
procederá por su cuenta, y seguramente quedará sorprendido ante no pocas páginas del libro: las
que se ocupan de precisar el concepto de proletariado o la ley que más tarde será llamada por
Lassalle “ley de bronce del salario”; las páginas que describen con frialdad de disecador el
mecanismo social que promovió la Revolución del 48 –y que tanto contrasta con el patetismo de un
Donoso-, o las encaminadas reiteradamente a poner de manifiesto el manejo en provecho propio
del aparato estatal por la clase poseedora, y que produce la caída en la servidumbre del Estado
real. No pocas veces en la exposición de las leyes rigurosas que rigen el desarrollo de la sociedad
industrial le parecerá al lector encontrarse con textos marxistas.

Mas las diferencias entre von Stein y Marx son fundamentales desde los principios hasta las
conclusiones a que llegan. Nada más lejos de von Stein que el materialismo histórico. Von Stein no
ha invertido el orden de la dialéctica hegeliana, haciendo de la vida del espíritu algo dependiente
del proceso de producción económica.

(11) Quien desee disponer de una exposición ordenada de las ideas fundamentales de von Stein, para no perderse en las múltiples,
reiterativas y abigarradas páginas del libro traducido, puede consultar el trabajo de Manuel García Pelayo: “La teoría de la sociedad
en Lorenz von Stein”, publicado en el número 47 de la Revista de Estudios Políticos.

Cierto es que ha acentuado los caracteres empíricos y problemáticos de la “sociedad civil”


hegeliana (12), que ha historificado y dinamizado el condicionamiento material de la vida personal,
pero el motor y el fin de toda la vida personal, pero el motor y el fin de toda vida individual y social
continúa residiendo en ella. La sociedad y el Estado están puestos resueltamente al servicio de la
personalidad individual, y la actividad más excelsa de ésta es el germen y la meta de toda tarea
colectiva. La educación –“die Bildung”-, con un sentido profundamente humanista, desempeña un
papel básico como directora del trabajo y usufructuaria de los bienes por él producidos. La
educación no consiste en la mera posesión de bienes espirituales, sino que también es la
condición necesarias para la adquisición del bien material (13). El trabajo tiene un profundo y
unitario sentido antropológico y espiritual; si se plasma en obras materiales, es descendiendo
siempre desde la altura de la personalidad y con el fin de enriquecerla, ensanchando su esfera de
dominio y de satisfacción de sus exigencias.

(12) Vid. Paul Vogel: “Hegels Gesellschaftsbegriff und seine geschichtliche Fortbildung durnch Lorenz von Stein, Marx, Engels und
Lassalle”. Berlín, 1925, página 127 y siguientes.
(13) Pág.122.

Pero, además, se diferencia radicalmente de Marx por el uso que hace con Stein del concepto de
Estado. No le falta, ciertamente, conciencia clara de la subordinación del Estado real respecto de la
clase capitalista dentro de la sociedad industrial. Es algo inevitable. Pero sobre el Estado real,
arrastrado por la sociedad en su proceso por la dependencia y servidumbre, existe el Estado ideal,
el concepto puro del Estado. El Estado es la personalidad de la comunidad, y, como personalidad
que es, está destinada al supremo desarrollo, el cual no puede lograrse sin que se desarrollen al
mismo tiempo las de todos los individuos que lo componen. El principio del Estado es así la
elevación de los individuos integrantes, llevándolos hacia sí en cuanto forma suprema de la vida
personal –por ser la personalidad de la comunidad en la que el individuo adquiere su plenitud.,
haciendo participar a los individuos en la personalidad misma del Estado y, concretamente, en los
dos momentos que la integran: en su voluntad (Constitución del Estado) y en su actividad
(Administración del Estado).

Surge de esta suerte del concepto puro de Estado un movimiento hacia la libertad que se
contrapone al movimiento hacia la servidumbre que caracteriza a la sociedad. Esta arrastra en su
proceso inevitablemente al Estado eral, sometiéndolo a los intereses de la clase propietaria, pero
no puede someter al Estado ideal, pues es algo contradictorio con su situación dominante. El
Estado se halla por encima de la sociedad y brilla más limpiamente cuanto más pretenden
someterlo las fuerzas que en aquella imperan; el Estado es por su esencia pura –al igual que para
Hegel- algo trascendente; es, como escribe Gottfried Salomón(14), el Estado ideal de Platón
concebido como Estado de funcionarios del mundo moderno.
La monarquía Social
Pero el Estado en von Stein no se beneficia tan sólo de la tradición clásica de la filosofía política,
sino de otra vieja tradición occidental: la tradición de la monarquía. Ese Estado ideal, esa pura
personalidad de la comunidad, se encontraría en malas condiciones pera luchar con las fuerzas
hostiles de la sociedad industrial si no pudiera encarnar en un ser concreto de carne y hueso, en el
monarca entendido a la manera del mundo cristiano-germánico.

(14) Prólogo a la edición citada de “Geschichte der sozialen Bewegung”, pág. XXXV.

Siguiendo el ejemplo de Hegel y de los grandes pensadores románticos alemanes, von Stein
proclama y admita la singular naturaleza de la monarquía europea. “De todas las instituciones de la
vida política germánica –escribe(15)-, es la monarquía la más antigua y general, y al mismo tiempo,
la única que se ha mantenido a través de todos los cambios. Hemos visto nacer nuevos Imperios,
otros parecer, otros modificar sus constituciones, otros aferrarse en vano a su primitivo poder con
rígida obstinación. Vemos cómo las más violentas revoluciones han agitado a los pueblos, y como,
por otra parte han languidecido bajo una paz prolongada, casi mortal. Pero siempre, entre las
grandes instituciones del Estado, vemos alzarse la monarquía con la misma majestad
indestructible; la vemos enderezarse nuevamente donde se torció y volver a introducirse allí de
donde fue desterrada. La vemos sobrevivir no sólo a los más rabiosos ataques de los enemigos,
sino también a los mayores errores de sus partidarios, a la incapacidad mayor de sus
representantes. Es una fuerza por sí, una historia. Ni una sola manifestación de la vida política
desde la aparición del mundo germánico, puede compararse con ella.” Ha acompañado a todos los
pueblos germánicos desde la cuna hasta el presente; con ellos ha soportado toda clase de
infortunios, con ellos ha gozado de toda suerte de venturas; ha procedido a todas las reformas, ha
producido la unidad y la grandeza de los Estados. En una palabra: la monarquía –concluye von
Stein.” Ha sido el supuesto absoluto, indudable y natural de toda constitución”.

(15) Pág. 255.

Supuesto, en efecto, de todas las constituciones políticas que Europa ha tenido a lo largo de los
siglos, pero justamente porque la monarquía europea no tenía ni implicaba una constitución
determinada –como les ocurría a las estáticas monárquicas del próximo o del lejano Oriente-, sino
que era una pieza esencialísima pero formal( lo que no excluye la persistencia de ciertos
principios), susceptible de adaptarse a las cambiantes condiciones de los tiempos, de integrar
nuevas fuerzas sociales, de explotar a su favor la lucha entre las clases, convirtiéndose en
protectora (16) de unos contra otros, en necesaria a todos y dominadora de todos, produciendo
tipos diversos de Estados y formas variadísimas de constitución.

(16) Pág. 272.

Von Stein se refiere fundamentalmente al origen germánico de la monarquía europea cuando trata
de explicarse su especial dinamismo y su adaptabilidad histórica; pero más justo habría sido traer a
colación también, como había hecho Hegel, sus supuestos cristianos. Porque la concepción
hebreo-cristiana de la monarquía se encuentra en la raíz del sentido activo, maleable y
responsable de la monarquía europea, al privarle de su condición sacrosanta, es decir,
estabilizadora –en cuanto puente y lazo de unión entre los distintos órdenes (cósmico, moral,
político, etc.) de la realidad- y someterla a supremos criterios exigitivos y responsabilizadotes. Los
defensores cristianos del absolutismo monárquico pretendieron, frente a la justificación racionalista
de un Hobbes, extraerla directamente en la Biblia; pero la verdad es que los esfuerzos de un
Bossuet tropezaron con la dificultad máxima de que el pueblo hebreo fue el único que hizo
excepción radical entre todos los del Oriente antiguo, y justamente por su religión trascendente, al
principio universal de la monarquía sagrada (17).
(17) Henri Frankfort: “La royauté et les dieux”. Trad. París, 1937, págs. 427 y sigs.

Pero, sean cualesquiera las razones históricas de la especial contextura de la monarquía


occidental, es indudable que la entrañable simpatía que hacia ella siente von Stein se basa en la
analogía que acierta descubrir entre el destino dinámico e integrador de la monarquía europea y su
concepción dialéctica de la historia y de la sociedad. La monarquía europea, desde los primeros
siglos medievales, no ha sido una pieza retardataria; su indudable carga de tradición no ha
supuesto rémora para su ágil desplazamiento histórico; siempre ha sido clave ciertamente de la
bóveda social, pero no de una bóveda estática, sino de una bóveda con fuerzas ascensionales,
como las de ese estilo gótico que la monarquía occidental no ha funcionado como popa sino como
proa en la gran navegación del mundo europeo.

Cierto es que las aguas por las que navegaba a mediados del siglo XIX, en medio de la sociedad
industrial, eran más revueltas que nunca, y a veces hicieron naufragar la gran institución. También
cuando subsistía se encontraba ella amenazada. Nunca había tenido la monarquía enemigos tan
generales y temibles como cuando von Stein escribe. Incluso sus más decididos partidarios habían
perdido el ingenuo estado de conciencia característica de las verdaderas creencias, y tenían que
buscar las verdaderas creencias, y tenían que buscar razones y argumentos. “El movimiento de los
últimos años no sólo ha proporcionado a la realeza –escribe von Stein (18)- una multitud de
enemigos resueltos y convencidos. Lo que ha ocurrido más bien es que, en lo interior de la vida del
pueblo, ha desaparecido precisamente ese reconocimiento inmediato, ese carácter de la
monarquía como premisa absoluta para toda forma política de los Estados, y se ha convertido,
para la masa del pueblo, por lo menos en objeto de meditación, de discusión, de investigación.”

En primer lugar, para los teóricos de la política. Ya es hora –afirma nuestro autor(19)- de que la
investigación sobre la esencial y la vida del Estado saque el concepto y el significado de la
monarquía de aquella forma mística en que estuvo hasta ahora, y preste al conocimiento de la
misma una base permanente y decisiva. Tal es nuestra tarea primera”. En verdad que tal tarea
había sido iniciada con anterioridad. La Revolución francesa había obligado a los defensores de la
monarquía a analizar sus supuestos históricos, su esencia y su significado. No otra cosa quería
decir la presentación de la monarquía, a partir de su derogación institucional por la Revolución,
como principio monárquico: esto es, como principio contrapuesto al de la soberanía nacional y
demás principios proclamados por la gran Revolución (20). Mas lo cierto es que frente a
sustanciales, actuales y eficientes aportaciones especulativas, como la debida a los “doctrinarios”,
la corriente que se proclamaba más fiel soporte del principio monárquico trataba de envolverlo en
una atmósfera fabulosa e inactual.

(18) Pág. 257.


(19) Pág. 258.
(20) Ver del autor: “El liberalismo doctrinario”. 2. “edición. Madrid, 1956, cap. III.

No es este el caso de Lorenz von Stein. Sin desprenderse de los ingredientes sentimentales,
tradicionales y aún míticos de la institución monárquica, antes bien poniendo de relieve su positiva
eficiencia, sitúa von Stein a la vieja institución en el centro de una consideración actualísima y
racional de las cuestiones políticas. Porque la institución monárquica, antes bien poniendo de
relieve su positiva eficiencia, sitúa von Stein a la vieja institución en el centro de una consideración
actualísima y racional de las cuestiones políticas. Porque la institución monárquica resulta perfecta
e inexorablemente engarzada en el centro mismo de la concepción de con Stein.

Sociedad y Estado, según se indicaba en páginas anteriores, están en interna contradicción, ya


que si la sociedad es el orden de la dependencia, el Estado es el orden de la dependencia, el
Estado es el orden de la libertad. De estas contradicción, cuyo movimiento pulsátil es precisamente
la vida de la comunidad humana, procede una lucha entre el Estado y la sociedad en la que el
Estado regularmente sucumbe, pues la clase social dominante se adueña irresistiblemente del
poder supremo, primero en la Constitución, luego en la Administración, y, en cuanto esto ha
ocurrido, el sometimiento social de hecho, por la voluntad del Estado elevado a derecho social, se
convierte en sometimiento de derecho. Queda así obstaculizado el desenvolvimiento de la vida de
la comunidad humana y el derecho convertido en un enemigo de la libertad, al que es difícil vencer.
Es este un proceso “que no se realiza –explica von Stein (21)- en todo Estado ni arbitraria ni
casualmente, sino con toda la fuerza de su elemental necesidad. Y parece como si no hubiese en
ninguna parte la posibilidad de eludir el sometimiento por no haber la posibilidad de proteger al
Estado del poder de la sociedad”. Pues, aunque la pura idea del Estado, con su principio de
libertad, ha de elevarse por encima del orden de sujeción característico de la sociedad, el Estado
no puede tener una existencia abstracta sino que ha de estar representando por hombres reales.
Tales hombres pertenecen a la sociedad y, por consiguiente, al interés social, y no queden menos
de hacer del Estado real objeto de sumisión. ¿Cómo conseguir en tales circunstancias la
independencia del Estado?

(21) Pág. 262.

Sólo cabe una solución: que la idea del Estado encuentre una representación situada por encima
de todo interés social. Tal situación de superioridad no quiere decir indiferencia respecto de los
intereses sociales, pues no es posible hacer al hombre indiferente a tales intereses, los cuales
también sirven, a su modo, a la idea de libertad. No puede conseguirse dicha situación por
deficiencia, por abstracción del interés social, por una especia de saturación y sublimación del
mismo. Hay que dar al hombre que represente la idea del Estado “una posición tan poderosa, rica,
espléndida e intangible que todos los intereses sociales desaparezcan a su lado. Hay que darle
más de lo que puede disfrutar, a fin de que, al menos para él, personalmente, ya no tenga valor
alguno aquello por lo que los otros se afanan. Hay que colocarle tan alto, que, al menos para él, las
cosas humanas ya no aparezcan en su valor individual, sino en su valor general(22)”.

(22) Pág. 264.

A este individuo que está situado más allá de todo conflicto social, ha de transferírsele la
representación de la personalidad, la autonomía y la gloria del Estado. Su capacidad de
representarlas estriba no en la grandeza de su individualidad espiritual, de su saber y de su
energía, sino precisamente en ese hallarse por encima de los intereses y conflictos de la sociedad;
situación por la cual el Estado es justamente otra cosa que la sociedad. “La imposibilitad de
defender o atacar a una clase como tal, significa precisamente la posibilidad de representar aquello
que en ninguna lucha de clases puede morir: la libre autonomía del individuo. No teniendo ya
absolutamente ningún otro interés, el interés único que aún le inspira es precisamente llegar a ser
el Estado mismo.
Y para conseguir que tal identificación sea plenaria, ha de sustraerse de la preocupación del
supremo representante del estado el interés más avasallador, el familiar. Sólo cuando la posesión
del poder supremo, que se eleva por encima de toda sociedad, se convierte en posesión de la
propia familia, haciéndose así hereditaria, “recibe la idea permanente de Estado un representante
permanente, al cual la sociedad, no menos permanentemente agitada y en lucha, no puede ya
envolver en su pugna. La idea del Estado se ve provista, así, de aquel hombre en el que, como en
su punto central, pueden cristalizar todos los órganos y funciones del Estado”.

Este poder personal del Estado, que soberanamente se cierne sobre la sociedad, opera sobre ella
reconfortadoramente por su mera existencia, de acuerdo con las exigencias de la idea de Estado
impulsada por su propio interés, que el lleva a oponerse a la total disolución del poder supremo en
el dominio de la clase superior, ya que si éste fuese absoluto aniquilaría su posición de poder
supremo. La misma clase social superior no puede permitir que la gloria del Estado sucumba al
dominio social; pues, como quiera que considere el principio y el derecho del Estado, siempre tiene
que reconocer que la posesión del poder supremo se apoya en el principio merced al cual se
fundamentan los elementos propios de su dominio social sobre la clase inferior; el principio de la
inviolabilidad de la propiedad. Finalmente, la clase inferior pensará aún menos que la superior en
menoscabar la posición elevada del poder supremo, ya que “no tiene sostén más natural que el de
aquella idea del Estado, cuya esencia es hallar su propia fuerza más alta y su esplendor en la
completa prosperidad de todas las partes de la sociedad”(23).

El poder monárquico como representante de la idea pura del Estado consigue de esta suerte por
su mera presencia una cierta armonía (24) entre las fuerzas sociales en lucha, pero no puede
conformarse con tales efectos, sino que ha de ampliarlos y fortalecerlos mediante una intensa
actividad en pro de la “reforma social”.

(23) Pág. 265.


(24) Pág. 267.

“A la naturaleza de la monarquía le es propio –escribe Lorenz von Stein (25)-, precisamente por ser
una vida personal ella misma, una actuación personal, y, por tanto, volitiva y operativa”. Y esa
actuación debe encaminarse a procurar “el levantamiento de la clase inferior, hasta entonces social
y políticamente sometida, utilizando en este sentido el poder supremo del Estado, confiado a ella.
No existe en la tierra más elevada y decisiva misión, ni misión, por otra parte, más difícil de llevar a
cabo, pero tampoco existe ninguna que sea tan rica y segura en interna prosperidad y en ventajas
exteriores”(26). No existe gratitud más abundante, profunda y duradera, ni amor más fiel y
abnegado que la gratitud y el amor del pueblo bajo un rey que se interesa por él. De otra parte, la
monarquía identificará en seguida al trono con la idea de libertad, “dándole así la más segura
protección que puede imaginarse. Pues precisamente la verdadera libertad consiste en que no sea
tan sólo la clase social más elevada la que goce de ella, sino que le otorgue también a la clase
baja, al concedérsele precisamente las condiciones de esa libertad. Respondiendo ante su pueblo
a su destino verdaderamente divino, la monarquía llevará así una doble corona"

(25) Pág. 308.


(26) Pág. 309.

Y si la monarquía no consigue llevar esa doble corona, no llegará ninguna. “Toda monarquía que
no tenga el valor moral de convertirse en monarquía de la reforma social será una sombra vana,
caerá en el despotismo o sucumbirá a la república”. No hay otra alternativa para la monarquía,
según von Stein, que la reforma social o la revolución.

La reforma social, en la obra que examinamos, no implica radicales alteraciones de estructura.


Ciertamente que no es una vaga fórmula política, pues toda la construcción dimana del Derecho
administrativo que von Stein elabora se encuentra puesta a su servicio. Pero basta leer los
capítulos del presente libro sobre el socialismo y el comunismo para convencerse del carácter
moderadamente revolucionario de las aspiraciones de von Stein, entre otras cosas porque cree
que no tiene sentido y no es factible el dominio del proletariado. Von Stein habla desde la posición
concreta de la clase superior, de cuya misión y necesidad de preeminencia está plenamente
convencido. “La división de la sociedad en propietarios y meros trabajadores –afirma (27)- y la
dependencia de los últimos respecto de los primeros no está, en absoluto, en contradicción con el
concepto de persona o con el de libertad personal en tanto en cuento el capital sea el resultado del
trabajo. Pues mientras es así, la propiedad misma del capital es sólo el más alto grado de
desarrollo en la vida personal, y ninguna especia de criterio podrá negar que la naturaleza absoluta
de todo grado más alto es hacer depender de él al grado mas bajo (28). Y, en segundo lugar, del
trabajo como grado más alto; en tanto no pueda suprimirse esa más intrínseca naturaleza del
capital y el trabajo, tendrá que producirse necesariamente esa división y esa dependencia”.

(27) Pág. 191.


(28) En el “System der Staatswissenschaft” estudiará von Stein con detenimiento el papel que incumbe a las clases superiores de la
“sittliche Ordnung”, la “ordenación moral de la sociedad”, con sus tres grandes funciones de servicio de las armas, de la justicia y de
Dios,. Los que desempeñan tales funciones se constituyen en órganos directivos, en “cabezas de la comunidad”; mas por ello
mismo no se pertenecen a sí mismo, sino a la comunidad. Por su capacitación, gracias a sus circunstancias sociales y económicas,
tienen un derecho moral a ocupar una elevada situación, mas sólo porque y en tanto son y actúan como su situación exige de ellos,
(Bd. I, pág. 83 y sigs, Vid. Grümfeld, ob. Cit., pág. 34 y sigs.).
Por eso revela, según von Stein, un desconocimiento de la vida humana exterior el pretender que
al reforma social consista en la eliminación de aquel conflicto. “la humanidad no puede elevar el
mero trabajo a capital sin un desenvolvimiento a través del trabajo hacia el capital. Pero en él
estriba la riqueza del género humano. Quien mata ese conflicto mata la misma vida humana”. La
vida humana es constitutivamente drama; en lo que se refiere a la economía moderna, dialéctica
entre el capital y el trabajo. Ambos términos son igualmente necesarios; mas por ello mismo
ninguna barrera insalvable debe separarlos, impidiendo que todo hombre por el trabajo pueda
acceder a la propiedad, condición imprescindible para el desarrollo de la personalidad. “Lo que
hace el hombre libre es el vencimiento de las circunstancias poniéndolas a su servicio. Su destino
de libertad radica, por tanto, en la capacidad de poder llegar a tal dominio mediante su propia
actividad y su autodeterminación personales, continuamente renovadas. El destino de la libertad
personal en esta sociedad consiste en que hasta las últimas fuerzas obreras posean la capacidad
de llegar a la propiedad del capital”.(29)

(29) Pág. 192.

Con tal capacidad se introduce en la esfera de todo individuo la posibilidad de romper la forma
rígida de las clases sociales y la dependencia que a ella va ligada. Se llega así a una situación
general de fluidez social, de homogeneidad virtual entre los diversos estratos sociales; es decir, se
libera a la sociedad de su condición de orden de servidumbre. Con tal posibilidad de ascenso
económico se da el supuesto para el desarrollo de la persona libre, para el cumplimiento del
destino humano. O, dicho de otra forma, sociedad y Estado se compenetran en el seno de una
libre comunidad humana.

El mismo interés de las clases sociales les impele, en última instancia, a pretender tal situación, a
laborar por la que von Stein llama “sociedad del interés recíproco”. La ganancia del capital
aumenta cuando el trabajo se realiza mejor, y debe hacer éste, por tanto, cuanto redunde en
mejoramiento del trabajo. Síguese de aquí el principio de que “las condiciones necesarias para la
elevación del trabajo son las mismas que producen el desarrollo de las ganancias del capital (30).
Y como la educación espiritual y la adquisición de un pequeño capital son las condiciones para que
el trabajo alcance su máximo desenvolvimiento, los capitalistas, en interés propio, deben
promoverlas, desprendiéndose al efecto de parte de sus ganancias. De esta suerte, y en beneficio
también del propio capitalista, se conseguirá eludir el peligro que late en la hostilidad entre trabajo
y capital, e indirectamente se acrecentarán las ganancias del último al ensancharse el mercado
como consecuencia del aumento de nivel de vida de los trabajadores.

(30) Pág. 476.

Los mismos trabajadores se encontrarán, a su vez, interesados en mantener y defender la


ganancia del capital que da satisfacción a sus exigencias. Si resulta evidente que para que el
capital prospere tiene que contar con el trabajo, también lo es para que éste encuentre los medios
que le conduzcan a la educación y a la adquisición de la propiedad, tiene que apoyar al capital
mediante una actividad eficaz y dócil. “Trabajo y capital, que por naturaleza se producen y
condicionan mutuamente, poseen –concluye von Stein (31)- un interés solidario. En cuanto éste
sufre una perturbación, comienza la lucha entre estos dos elementos de toda prosperidad terrena,
y esta lucha cuesta más de lo que puedan costar nunca todos los sacrificios de un elemento o
clase social a favor del otro. Cuando ambas clases y cuando, sobre todo, la clase dominante y
propietaria reconozcan esto; cuando, en vez de buscar su supremo interés práctico en el
sometimiento y la explotación del trabajo, lo busque en la elevación y liberación material del mismo,
con esta conciencia de la reciprocidad de interés comenzará la armonía de la vida utilitaria, y, con
ella, el principio de la verdadera libertad”.

El principio del interés recíproco debe instaurar una nueva forma de convivencia social. Es
matemáticamente imposible que sin este principio el Estado y la sociedad puedan seguir viviendo
largo tiempo, pues ya han sido recorridos todos los estados del conflicto entre ambos. “Si Europa
tiene un futuro .afirma resueltamente von Stein (32)- se basa únicamente en la capacidad de sus
pueblos para reconocer aquel principio. Si no poseen esa capacidad, si trabajo y propiedad van a
permanecer por más tiempo en conflicto, Europa, con toda su gloria, habrá alcanzado ahora, en la
sociedad industrial, su punto álgido y, en incontenible proceso de disolución, reformará a la
barbarie.”

(31) Pág. 485.


(32) Pág. 494.

Actualidad de von Stein


Tal conclusión parece envolver, más que resultados científicos, buenas intenciones, presentadas
con un cierto airea perogrullesco. ¿Qué sentido tiene el examen penetrante que von Stein hace de
la sociedad industrial y de sus contradicciones internas, desenvueltas conforme a inexorables
leyes, si su vigencia es escamoteada al final a favor de esa vaga “sociedad del interés recíproco”,
presidida por la vieja institución monárquica? Diríase que con Stein traicionara el método con tanto
rigor aplicado en el examen del movimiento social de Francia, y que a su diagnosis objetiva de
médico siguiera una receta empírica de curandero.

La sociología marxista, arrancando de similares puntos de partida, resulta más consecuente en


apariencia, más científica que la de Lorenz von Stein. Marx, después de haber estirado
extremosamente la tensión entre los dos polos –capital y trabajo- de la sociedad industrial, llega a
la conclusión de que tiene que producirse su rompimiento en beneficio de una de las partes, y que
esa parte no puede ser otra que el trabajo, es decir, el proletariado, lo cual constituye una actitud
más lógica que la de un von Stein, que tensa violentamente el arco de la sociedad industrial, con
sus internos conflictos de las clases, para luego distenderlo sin disparar una flecha, en una pacífica
armonía de las partes contendientes. En verdad, que tal aparente inconsecuencia ha contribuido
no poco a restar influjo al pensamiento de Lonrez von Stein, eclipsado por el de un Marx, tan
simple y riguroso “prima facie”, o por el de los consecuentes teóricos de la economía y la sociedad
liberales. La figura del bueno de von Stein, a medias socialista y liberal, a medias conservador y
revolucionario, a medias monárquico y progresista, resulta obnubilada por las más rotundas de
marxistas y liberales extremos.

Durante décadas ha ocurrido y tenía –por emplear el lenguaje del mismo von Stein- que ocurrir así.
¿Sucede lo mismo cuando se examina desde la nuestra el pensamiento del sociólogo alemán?

Seguramente que no. Hoy existe la posibilidad de percibir más unitaria y cabalmente su figura, por
encima de sus aparentes contradicciones, así como la importancia de su influjo o la virtualidad a
largo plazo de las soluciones por él esbozadas.

En lo que a la primera cuestión se refiere, señalábamos someramente en páginas anteriores la


diferencia sustancial entre el pensamiento de von Stein y el de Carlos Marx. Ahora conviene hacer
referencia concretamente al distinto sentido que en uno y otro tiene el concepto de ley social, que
es justamente el metro que debe aplicarse para apreciar la pretendida contradicción interna de su
pensamiento.

Emplea von Stein el término ley a veces en un sentido notoriamente naturalista: “No se desmienten
las eternas leyes de la sociedad humana (33) –escribe-. Eternas son, como las leyes eternas que
rigen los átomos de la vida material y mueven así el grano de arena como el sistema solar”. Las
leyes sociales –afirma en otro lugar (34)- “son la necesidad en la libertad de la vida humana
colectiva, la eterna forma fundamental según la cual la humanidad organiza sus movimientos”.
Menguado parece junto a la inexorabilidad de las leyes, “el poder de los que, con la fuerza de su
pensamiento individual, quieren apresurar la vida de su tiempo y detenerla o dirigirla con el poder
armado. ¡Invocad la tempestad sobre el mar, si sois capaces, o detened el oleaje cuando,
obedeciendo a su ley divina, se acerca bramando!”

(33) Pág. 223.


(34) Pág. 58.

Y, sin embargo, el hombre no está desamparado frente a la vigencia inexorable de esa legalidad.
Así escribe von Stein a continuación del párrafo anterior: “Pero lo que sí podemos es, conociendo
dicha ley, encontrar sus huellas en lo particular; y cuando infinitos hombres se le opongan con
infinito esfuerzo, podrán, aunque obedeciendo a una ley, superarla en lo particular e incluso luchar
con ella en su totalidad”. Tal lucha y tal vencimiento son posibles porque las leyes sociales, para
von Stein, se encuentran muy lejos, en el fondo, de constituir una inexorable determinación
naturalista. La noción de legalidad natural de los fenómenos sociales que tiene von Stein procede
no del positivismo inglés y francés sino del romanticismo alemán (35), que veía la historia como
naturaleza, es asumida en la historia, pero no al contrario. Partiendo de una concepción energética
del hombre, von Stein no podría dejarlo prisionero de esa red de leyes sociales que con implacable
mirada analiza en el seno de la sociedad industrial. Existen con todo su rigor ciertamente; la
actividad social no se mueve en el vacío, no dibuja sus creaciones con libertad absoluta sobre el
blanco puro de una cuartilla, sino sobre una hora con falsillas bien marcadas; mas sus geométricas
líneas no son barrotes de prisión, sino que, antes bien, se articulan constituyendo como el
esqueleto que facilita la movilidad y la marcha del cuerpo social, un esqueleto a veces pesado, sin
duda, pero que acaba obedeciendo a la voluntad resuelta y amoroso del hombre y, aún antes,
posibilitándola.

(35) Vid. Panajotis Kanellopoulos: “Die Grundrichtungen der Gesellschaftslehre und Soziologie, Bd. XXXIXXX 1930, pág. 257 y sigs.

La sociedad industrial francesa revela, evidentemente, que funciona de acuerdo con determinadas
leyes: la ley del bronce del salario, por ejemplo, que produce el enfrentamiento cada día más
rotundo entre capital y trabajo; pero la vigencia de dicha ley no significa que tal enfrentamiento
haya de crecer indefinidamente hasta romperse al relación entre sus términos, según pretende
Marx. Tal ley puede encontrarse corregida por la actitud moral de los trabajadores y de los
empresarios, sobre todo, que cediendo parte de sus ganancias en beneficio de aquéllos establecen
una forma de sociedad industrial basada no en la explotación del proletariado, de acuerdo con la
ley de Lasalle, sino en la colaboración y el interés recíproco. El nervio de esa sociedad es “el amor
activo”, “die tätige Liebe”, del que ya se habla en las páginas de nuestro libro, pero que será objeto
de más detenida consideración en “Das System der Staatswissenschaft” desde un enfoque
netamente ético y religioso. Von Stein afirmará, en efecto resueltamente, que “sólo pueden escapar
a su ruina las ordenaciones sociales fundadas sobre la religión cristiana”(36)

No es meramente una apreciación subjetiva. La ciencia no puede menos de reconocer, según von
Stein, que tan sólo en la religión cristiana se encuentra la posibilidad para el desarrollo de cualquier
sociedad hacia formas más elevadas de moralidad. Bien entendido, de una moralidad, una
“Gesittung”, en el sentido de una concreta efectividad social con supuestos y condiciones de orden
económico. El “amor activo” no se mueve en una atmósfera abstracta de ascetismo, sino en un
ambiente concreto de prosperidad económica (37). La “sociedad del interés recíproco, impulsada
ciertamente por el “amor activo”, e iniciada con sacrificio de los empresarios, redunda en beneficio
de ellos mismos, por la paz social que instaura y por el juego mismo del principio que antes
señalábamos, según el cual “las condiciones necesarias para la elevación del trabajo son las
mismas que las que producen el desarrollo de las ganancias de capital".
(36) Bd. II, Stuttgart und Augsburg. 1856, pág. 239 y siguientes: vid. E. Grünfeld, ob. Cit., pág. 56 y siguientes.
(37) En el segundo volumen de “Das System der Staatswissenschaft”, von Stein de la siguiente definición de la riqueza: “es aquella
medida de la propiedad que coloca al poseedor en la situación de disponer sin trabajo, conforme a su deseo y voluntad, de las
condiciones externas para la vida espiritual, haciéndole posible aplicar sus fuerzas y su tiempo al desarrollo del mundo interior” (pág.
166).

También “la sociedad del interés recíproco” tiene sus principios y sus leyes, y los empresarios
pueden optar, en virtud de una decisión moral, por que sean ellos los que entren en juego y no los
otros que fomentan la lucha progresiva de clases.

No son tales leyes y principios algo ilusorio, mera proyección de buenos deseos. El esquema de “la
sociedad del interés recíproco” que traza von Stein tiene una propia entidad social y económica. No
se encuentra muy lejos de la estampa efectiva que ofrece la sociedad capitalista de los Estados
Unidos, con su sorprendente compenetración de trabajadores y empresarios, que ha hecho posible
el formidable desarrollo de la economía norteamericana.

Es un capitalismo bastante distinto del analizado y teorizado por Carlos Marx. Marx, pegado a la
realidad concreta de su tiempo, más ideólogo y hombre de partido que von Stein, no logró rebasar
con su mirada el cuadro capitalista de la primera revolución industrial, de la revolución del carbón y
el acero, con su característica concentración de capital, salarios mínimos, proletarización,
disolución de las clases medias, etc.; von Stein vio también los caracteres atroces de la sociedad
del primer gran capitalismo y las leyes implacables que regían su desarrollo, pero no se quedó allí;
presintió que se trataba de una etapa transitoria y que la humanidad seguirá hacia delante
superando el conflicto entre las clases sociales y llegando al logro de condiciones laborales,
económicas y culturales más humanas para la clase trabajadora.

Se argüirá acaso que la solución que von Stein propone no es avanzada sino retrógrada, y que el
desarrollo económico de Occidente no le ha dado exactamente la razón. Pretender que a
mediados del siglo XIX el obrero pudiera llegar a convertirse en capitalista mediante su trabajo
adquisitivo, era una pretensión que respondía más a una visión arcaica del artesanado que a una
visión actual de las posibilidades de la gran industria. Evidentemente, lo que pretendía von Stein
tomando al pie de la letra, era algo irrealizable. Von Stein con su acusación y buena conciencia
burguesa, lo que en el fondo quería era que se borrase la barrera existente entre el tercer estado y
el cuarto, entre la burguesía y el proletariado. Von Stein parece como predicar un paso hacia atrás,
hacia el siglo XVIII, cuando existía una conciencia y unos intereses homogéneos dentro del tercer
estado, antes de que la Revolución francesa y, sobre todo, la industrial hubiesen discriminado e
independizado al cuarto estado; es decir, al proletariado. Pero ¿acaso los países capitalistas más
avanzados de nuestros días no caminan también con paso rápido hacia la supresión de las
barreras discriminatorias del proletariado, sumergiéndolo en una sociedad más homogénea, pero
más articulada profesional y técnicamente, con un nuevo tipo de clases medias que proliferan de
manera inesperada? ¿No es este el caso de Norteamérica, de Inglaterra, de Escandinava y de la
Alemania actuales?

Si algo se ha demostrado en la evolución del mundo occidental después de la segunda guerra


mundial es la seria de posibilidades inéditas que encierra el capitalismo; no, ciertamente, el que
veía Marx –y que en buena medida era el entonces existente sobre la base de la paleotécnica-,
sino un capitalismo más avanzado, y, por ello mismo, corregido y regulado por la ciencia
económica y la financiera, por el Estado, por la sindicación y la política social, por el desarrollo de
la neotécnica (38), por la nueva mentalidad social de trabajadores empresarios.

(38) Vid. L. Mumford: “Técnica y civilización”, traducción Buenos Aires, s.a., I, capítulo V.

En la fase moderna del desarrollo industrial, los conflictos entre las clases sociales tienden a
suavizarse, y hasta la figura misma del proletariado en los países más avanzados económicamente
está en trance de desdibujarse y casi de desaparecer. Dentro de la Europa occidental- fuera de ella
la cuestión es completamente distinta- sólo los países latinos siguen girando tenazmente en torno
al problema crucial del proletariado. Lo cual no quiere decir que no surjan nuevos problemas
sociales, provocados justamente por los medios aplicados para la solución de los antiguos.

Tales medios pertenecen, fundamentalmente, a la esfera de la técnica científica. La ciencia y la


técnica condicionan, querámoslo o no, de manera esencialísima el destino del mundo
contemporáneo. Y en esto también la visión de von Stein ha sido anticipadora. Destacábase en
paginas anteriores la importancia que atribuía al trabajo en estrecho enlace con la vida espiritual.
La educación, en su sentido más elevado, es germen, motor, directriz y beneficiaria del trabajo. O
lo que es lo mismo: las condiciones en que el trabajo material se desarrolla dependen
esencialmente de las formas superiores y más exquisitas de la actividad espiritual del hombre.
También en este punto Lorenz von Stein veía más hondo y más largo que Carlos Marx. Marx,
atenido al desarrollo del capitalismo propio de la paleotécnica, en que el avance industrial se
realizaba de una manera en gran parte empírica, al margen de la ciencia, por inventores
afortunados o empresarios dotados de empuje y sentido organizador, creía que el avance social y
cultural estaba decisivamente condicionado por el desarrollo de los medios de producción, el cual
se movía en un plano puramente económica e industrial.

En el fondo, su tesis materialista le impedía a Marx tener una gran fe en la ciencia y en la técnica,
en su capacidad de revolucionar totalmente desde arriba, desde la altura suprema e individualísima
de la genialidad humana, los métodos de producción económica y, por consiguiente, la estructura
de la sociedad. Von Stein resulta más abierto, más espiritual a este respecto –aunque no lo sea de
una manera taxativa- por la importancia que otorga en todo su sistema a la educación, a la
formación, a la “Bildung”, tanto en lo relativo a la colectividad en general como a la situación del
hombre individual dentro de la sociedad. Hoy vemos, en efecto, que los inventos científicos,
eminentemente científicos y geniales, que conducen a la utilización industrial de la energía nuclear
y la cibernética, pueden revolucionar radicalmente en el plazo de pocos lustros el problema social
con que se debaten los países semiindustrializados, gracias a la virtud creadora del espíritu
humano. Los problemas no desaparecerán ciertamente, acaso se agudizarán, pero quedarán
planteados en un plano más elevado que el característico del marxismo: más elevado, tanto por lo
que se refiere al papel rector de la técnica científica y a la capacitación profesional, como al disfrute
de las muchas horas que quedarán libres para la universal creación del espíritu.

Como quería Lorenz von Setin, el trabajo, en fecha no lejana, puede crear condiciones propicias al
desarrollo de la personalidad de todos los hombres, dando así satisfacción a una vieja aspiración
del humanismo occidental a partir de su mismo origen entre los griegos. A través de los textos de
von Stein ha podido percibirse el antiguo latido de un humanismo idealista, vuelto sin duda más de
lo acostumbrado hacia las duras realidades de la sociedad y la economía, mas no para quedarse
en ellas, sino para aplicarlas como condiciones materiales posibilitantes de un más vasto y alto
desarrollo de la vida espiritual, para el servicio de los ideales clásicos de la “padeia”, hechos más
efectivos por el dominio de la naturaleza en virtud de la ciencia y de la técnica modernas.

Como resultado de ellas ¿no podrá producirse en el futuro una sociedad aristocrática universal, de
una especia de inmensa “polis” democrática, con sus ciudadanos entregados al ocio del espíritu
gracias al trabajo servil de las máquinas?

Más ¿es realmente compatible –se dirá- la verdadera cultura con la sociedad de masas? ¿Cabe
acaso pensar, por el contrario, que sobre la base de una cultura enormemente amplificada se
alcancen cimas insospechadas gracias a nuevas formas de vida minoritaria y creadora? Y, en todo
caso, ¿no nos impone inexorablemente nuestra coyuntura histórica y la misma herencia
universitaria del humanismo griego y cristiano, a pesar de todos los comprensibles remilgos y
repugnancias, la obligación de intentarlo, sacando el máximo partido posible de las nuevas y
problemáticas posibilidades? La voz de Lorenz von Stein nos llega, por encima de un siglo,
articulado desde su ambiciosa y segura actitud fichteana una respuesta positiva.

Nos queda por examinar la actualidad de otro renglón importante del pensamiento de von Stein, el
relativo a la función esencial que atribuye a la monarquía. ¿No está especialmente periclitado en
este punto el pensamiento de von Stein? ¿No arguyen contra él el nuevo continente, tal alejado de
la idea monárquica, y el viejo, que desde la primera guerra mundial ha derribado tantos tronos?
Mas no caminaremos tampoco aquí demasiado de prisa, y comencemos preguntándonos por la
Europa del siglo de von Stein. Durante él, y especialmente en los países donde vivió, no cabe duda
acerca de la rectitud y eficacia de su tesis. En la Austria a que sirvió, la monarquía fue la clave y la
esencia misma del Estado, el cual se disolvería, en su grandiosa concepción danubiana, en cuanto
faltara la dinastía de las Habsburgo. Pero también Alemania, a pesar de que como nativo del
Schleswing y luego funcionario del Imperio austro-húngaro, von Stein se muestra contrario a las
pretensiones imperiales prusianas, la teoría de la monarquía social se comprobó bien fructífera o,
al menos, bien representativa. La “Sozialpolitik” de Bismarck parece, en efecto, calcada d la
doctrina de von Stein.

Y por lo que se refiere a nuestro siglo, ¿no viene, a su modo, a confirmar la tesis de von Stein la
pacífica situación social y política en que se encuentran los países que han mantenido la forma
monárquica, es decir, los países del Norte de Europa, que figuran entre los más avanzados
económicamente dentro del continente? En ellos las capas inferiores de la población han tenido
camino franco hacia el ejercicio del poder político, y lo practican –basta leer los periódicos- con
más asiduidad que en los países de forma republicana. Se replicará que justamente en tales
países la forma monárquica ha subsistido por su escaso peso político, por su abstención frente a la
tarea propiamente gubernamental; pero, aún siendo así, es indudable que el trono en tales países
ha desempeñado en las épocas de más virulentas luchas sociales un papel de fiel en la balanza,
de amornizador e integrador del cuerpo nacional, en forma muchas veces sutil, casi inapreciable,
pero decisiva, y paralela a la función que von Stein atribuye al monarca de la reforma social.

Y aún en el caso de los países con forma republicana, la realidad parece demostrar que los más
afortunados en solventar sus problemas económicos y sociales han sido aquéllos en cuyas
magistraturas supremas más subsistía la huella de una concepción monárquica del poder. La
república, dentro de la concepción de von Stein (39), viene a ser, en cuento anti-monárquica, el
dominio de los intereses de la propiedad sobre los intereses de la propiedad”. “La recaída total de
la idea del Estado en el pueblo no es, de hecho, más que la definitiva disolución del Estado en el
conflicto social”(40). Sólo la república presidencialista está, según nuestro autor, a la altura de los
pueblos de la sociedad industrial, porque “encierra la totalidad de la representación suprema del
Estado en una persona. Se liga así a la monarquía germánica como natural grado ulterior de la
soberanía popular, equiparándosele en todo, excepto en el carácter hereditario y los atributos
exteriores”.

De esta suerte la teoría de la monarquía social de von Stein resulta válida incluso para la república
misma en su forma más eficiente. Von Stein se refería concretamente, cuando hablaba de
república presidencialista al hilo de su examen del movimiento social en Francia, a la surgida en
dicho país tras la Revolución del 48; pero sus consideraciones también son válidas, en principio,
para la República norteamericana, y seguramente no habría tenido reparo nuestro autor en
apadrinar a la República alemana centrada en la figura del Canciller, que encarna el principio
autoritario y libre del Estado, en el sentido peculiar que aquél expone.

(40) Pág. 453.

Pero el monarquismo de nuestro von Stein no se diluye en formas sucedáneas. El era fiel y
racional débito de la monarquía en sus sustantividad institucional, aunque tanto dejaba de la
determinación de su forma concreta a las exigencias del tiempo y de las circunstancias.

Por ello, no habría tenido seguidamente inconveniente en reconocer las posibilidades efectivas
ofrecidas para una restauración monárquica un siglo después de publicada su obra. Habría,
ciertamente, señalado las dificultades de la empresa, y sobre todo, la necesidad de realizarla
desde y para el presente, sin desentenderse de los valores tradicionales de la monarquía, pero
reactualizándolos y activándolos con un vivo sentido de la cruda dialéctica entre sociedad y
Estado, que no se deja resolver por romanticismos ni pastiches engañosos. Tal es la lección que
se deduce de la lectura de su obra.

Y, al mismo tiempo, una buena dosis de esperanza, animada por un noble y generoso sentido
emprendedor y heroico de la vida, que se sublima poéticamente en el párrafo final de su prólogo a
la presente obra: “Nosotros, los vivientes que ahora nos afanamos, nos limitamos a preparar el
suelo sobre el que una época futura, con mano más profunda, esparciará la simiente. ¿Cuándo y
cómo vendrá esa época con su hermosa armonía de toda las más nobles virtudes humanas?
¿Quién se atreverá a realizar el cálculo! Pero, si es poderosa la verdad, si es verdadero el
sentimiento vivo, confiado, esperanzado, que anida en el cálido pecho humano, y que cree en la
felicidad y la paz, en la armonía entre la Naturaleza y el destino humano, en un amor eterno de la
Divinidad, bondadosa; si ese sentimiento es verdadero, tal época llegará”.
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INDICE

Prólogo

TOMO PRIMERO
El concepto de sociedad y la historia social de la Revolución francesa hasta el año 1830
El concepto de sociedad y las leyes de su movimiento
Introducción a la historia del movimiento social en Francia desde 1789
I.- El concepto de sociedad
1) La comunidad de los hombres y al unidad
2) El organismo de la vida unitaria
3) EL orden de la comunidad humana
4) El concepto de sociedad
II.- Principios del Estado y de la sociedad
1) El concepto de la vida de la comunidad
2) El principio del Estado
3) El principio de la sociedad
III.- Génesis y concepto de la sujeción
1) El punto de partida de la sujeción
2) Cómo la clase social dominante se adueñad el poder supremo
3) El desarrollo positivo de la dominación social. El derecho social. El estamento y el derecho
estamental. La casa
4) El concepto de sujeción
IV.-El principio y el movimiento de la libertad
1) El punto de partida
2) El fundamento de todo movimiento de libertad
3) El movimiento de libertad. Desarrollo de sus primeras premisas
4) Causa y origen del movimiento político
5) Concepto de la reforma política
6) Concepto y ley de la revolución política
V.- El movimiento social
1) Causa, concepto y principio del movimiento social
2) Comunismo, socialismo y la idea de la democracia social
3) La idea de la democracia social y sus dos sistemas
4) La revolución social
5) La reforma social
TOMO SEGUNDO
La sociedad industrial
El comunismo
La esencia del comunismo y su relación con el socialismo
1ª. Época.- El republicanismo (1830-1835)
I) Esencia del republicanismo
II) Luchas del republicanismo y su declinación
III) Transición al primer movimiento puramente social: El comunismo

TOMO TERCERO
La monarquía, la república y la soberanía de la sociedad francesa desde la Revolución de febrero
de 1848
La doctrina de la monarquía
Introducción
I.- La esencia de la monarquía
1) El concepto de monarquía
2) Segunda naturaleza de la monarquía
La monarquía, la clase dominante y su lucha con ella
3) (Continuación.) Resultado de esta lucha.
4) La monarquía y la clase dominada
III.- La caída de la monarquía
1) Factores del desenlace
2) Cuando sucumbe una monarquía
La doctrina de la república
Concepto y significado de la soberanía de la sociedad
1) La revolución de febrero de 1848
2) La idea de la república pura
3) La soberanía del pueblo y los principios de la democracia pura
4) El concepto de la soberanía de la sociedad
5) Elementos de la propiedad y ley que su relación origina
Las Constituciones de las repúblicas reales
1) Las repúblicas de la antigüedad
2) Las repúblicas del feudalismo y las repúblicas de la sociedad estamental
3) Las repúblicas de la sociedad industrial; a) La república de la clase propietaria en la sociedad
industrial
4) (Continuación.) b) La república de la clase desposeía en la sociedad industrial
5) El conflicto entre ambas repúblicas y el fin de la soberanía de la sociedad industrial en la guerra
civil
6) La sociedad y la república del interés recíproco.

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