Gordillo
Gordillo
Gonzalo Aguilar*
El 17 de octubre de 1951, siete mil hogares de Buenos Aires fueron Los comienzos
inundados por una nueva luz. Con la transmisión del acto del Día de la
Lealtad, realizado en Plaza de Mayo, se instalaba oficialmente en nues-
tro país la televisión. Desde las casas o los bares se podía “asistir” al mul-
titudinario acto político que emitía Canal 7, la única señal entonces exis-
tente. Para aquel que seguía los acontecimientos desde el sillón de su ca-
sa, la experiencia era singular y extraña, que anunciaba, sin embargo, una
práctica a la que debía habituarse. En pocos años, ese aparato raro, extra-
ño, novedoso y difícil de adquirir se convertiría en un objeto necesario y
familiar, que casi todos podían poseer. ¿Qué es lo que deberían incorpo-
rar esos espectadores en aquella experiencia? ¿Qué transformaciones y
discontinuidades introduciría el televisor en la vida de las personas?
Al menos tres dimensiones fundamentales de la vida privada fueron
modificadas por el nuevo medio: la noción de lugar, la vivencia de la in-
timidad y el contraste con la vida pública. El espacio, sostiene Michel de
Certeau, es un lugar practicado, y un lugar se define por las “relaciones
de coexistencia” y la “configuración instantánea de posiciones”.1 La ex-
periencia televisiva básica consiste, entonces, en que los lugares donde
las personas tienen que inscribir su experiencia y sus prácticas se alteran. En la década del cincuenta llega a
Para comprender cómo se produjeron estas transformaciones histórica- nuestro país la televisión. Su carácter
mente, es necesario establecer el crecimiento cuantitativo de la red tele- doméstico, pese a que durante mucho
tiempo se la veía en bares y vidrieras,
visiva y la constitución gradual de sus funciones. La aparición de la tele-
modificó profundamente las formas de
la vida privada.
* Agradezco a Ana Isola, Gabriela Samela, Mirta Varela, Marcelo Cohen, María Flores (Publicidad de Canal 9, Diario El
y Beatriz Cabot por la ayuda que me brindaron para realizar este trabajo. Mundo, 2-5-1964)
251 IMÁGENES Y LENGUAJES
Primeros años En sus primeros nueve años de vida, la televisión mantuvo un solo ca-
nal, y su lento crecimiento hizo que se demorara en tener una presencia
amplia en la vida cultural. Durante la década del cincuenta –como lo ha
demostrado Mirta Varela–, la televisión compitió con otros eventos que
convocaban multitudes e imponían un tipo de sociabilidad. “Estamos en
una etapa fuertemente volcada hacia lo público. El espacio público es la
mítica Plaza de Mayo, pero también las calles de paseo, los cines, los tea-
tros, los restaurantes, los bailes, el carnaval.”2 Como se transmitía a tra-
vés de aparatos muy caros y que no muchos podían tener, su consumo
también se acoplaba a esas otras formas de sociabilidad: los chicos del
vecindario se apiñaban frente al televisor de la familia afortunada y todo
el barrio se reunía para asistir a un partido de fútbol o a una pelea de box.
El año 1960 es el annus mirabilis de la televisión: se ponen en funciona-
miento nuevas señales, se produce una fuerte inversión económica en el
medio, y los aparatos, lenta pero progresivamente –por fin–, se abaratan.3
Para las familias, tener un televisor era, cada vez más, una necesidad.
La euforia que provocó en un primer momento la llegada de la tele-
visión estaba asociada a una concepción que tenía (y todavía tiene) un
gran arraigo en el imaginario colectivo: el determinismo tecnológico. Al
anunciar la instalación en Argentina de la antena más grande de América
Latina a principios de los cincuenta, el noticiero cinematográfico “Suce-
sos Argentinos” proclamaba que con la televisión llegaba el tan ansiado
“progreso”, el “futuro”, la solución de nuestros problemas.4 En las con-
versaciones cotidianas y también en algunos estudios críticos, se le atri-
buían a las innovaciones tecnológicas cambios en la vida social, en la his-
toria y hasta en la naturaleza humana. El modo en que la televisión se fue
incorporando a la vida social, sin embargo, indica que la interacción con
las fuerzas sociales y culturales fue mayor de lo que una mirada determi-
nista estaría dispuesta a conceder. Los usos y las funciones de la televi-
sión se fueron modificando históricamente y, en ningún país, las funcio-
nes que se le asignaron a priori se cumplieron de manera estricta.
Como señala el crítico inglés Raymond Williams, “los medios de co-
municación precedieron a su contenido”, y sus usos y funciones se fue-
ron sedimentando con el paso del tiempo. Así, el surgimiento de la ra-
diofonía, en la década del veinte, puso en crisis la asignación de funcio-
TELEVISIÓN Y VIDA PRIVADA 252
nes específicas lábiles, aunque operativas, que tenían hasta ese entonces
los medios de difusión. Según Williams, estaba “la prensa para la infor-
mación política y económica; la fotografía para la comunidad, la fami-
lia y la vida personal; la cinematografía para la curiosidad y el entrete-
nimiento; la telegrafía y la telefonía para la información sobre negocios
y algunos mensajes personales importantes”.5 Sin necesidad de que esta
asignación haya sido tan rigurosa o compartimentada, el uso social de la
radiofonía (con grandes emisoras de largo alcance) significó la apari-
ción de un medio que se instalaba en el seno del hogar y que podía com-
binar informaciones políticas, entretenimientos, publicidad y composi-
ciones artísticas como la poesía o la música. Lo mismo –con mayor pre-
sencia física y más atributos– podía hacer la televisión, que comenzó a
desplazar de su lugar a la radio en el momento en que ésta adquiría mo-
vilidad y salía de las casas con la aparición, a fines de los años cin-
cuenta, de la radio portátil.
La cantidad de funciones que cumple el medio televisivo habla de
una especificidad flexible que trabaja con los discursos y las imágenes
más diversas y heterogéneas. Esta elasticidad ha permitido que sus usos
fueran variando, y que si en su primera década de vida se le asignó a la La televisión comenzó a desplazar de
televisión de nuestro país una función educativa y cultural,6 algunos he- su lugar a la radio en el momento en
chos –como la descripción legal de los futuros propietarios, el carácter que ésta adquiría movilidad y salía de
las casas gracias a la aparación de la
comercial del canal oficial, la inestabilidad política y la historia cultural
radio portátil.
del espectáculo– condicionaron un tipo de televisión muy distinto del es- (La Nación, 18-10-1951)
perado previamente. Fueron las políticas culturales y no las innovaciones
tecnológicas las que más decidieron en las orientaciones del nuevo me-
dio. Sin embargo, hay aspectos específicos de los aparatos que posibili-
taron una serie de usos que también se fueron modificando históricamen-
te: si en los años cincuenta el televisor provocaba reuniones comunales,
en los sesenta pasó a ser parte del grupo familiar y, en las décadas si-
guientes, se convirtió, cada vez más, en un objeto personal que hasta po-
día servir para establecer una distancia con la propia familia (“mi hijo se
encierra en el cuarto a ver televisión”). Este proceso de apropiación indi-
vidual creciente es, sin embargo, social y no responde sólo a la tecnolo-
gía televisiva o mediática. Es evidente que esto fue posible –entre otras
cosas– porque el televisor se transformó en un artefacto accesible econó-
micamente, pero la tendencia a disgregar la autoridad familiar y a esta-
blecer relaciones individuales con los objetos en espacios aislados es
propia de la modernidad. De hecho, nada en la tecnología atenta contra
un uso comunitario del aparato.
El crecimiento producido a partir de 1960 hizo que la red audiovisual
se expandiera en todas direcciones: los hogares se incorporaban a una co-
munidad de audiencia que compartía las mismas imágenes y, cada vez
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con más insistencia, las imágenes televisivas entraban en los hogares pa-
ra ser consumidas.
Procesos de difusión: La televisión se difunde en el tejido social de dos maneras: por ex-
expansión y contacto pansión y por contacto. El primero, histórico y acumulativo, es un creci-
miento cuantitativo constante que depende de la cantidad de aparatos, del
crecimiento de las redes y de la instalación y uso de los satélites. El se-
gundo, en cambio, es variable y puede considerarse según los diferentes
grupos de pertenencia –edad, clase, sexo, ocupación, nivel cultural– y se-
gún el modo en que estos grupos consumen e interpretan los mensajes te-
levisivos. Los dos procesos interactúan ya que, en la medida en que ex-
pande la red, los contactos son más frecuentes. Si en los años sesenta, pa-
ra muchos sectores intelectuales, podía ser un rasgo característico no te-
ner televisor, la distinción consiste hoy en día en no encenderlo (o en de-
cir que no se enciende). Y si en una época, para los sectores de bajos re-
cursos económicos (y anteriormente aun para familias con buenos ingre-
sos) poseer un televisor era un signo de estatus, a partir de los años
ochenta la posesión de un aparato deja de ser un rasgo diferenciador.
La fiebre de las cifras y las estadísticas creció en esos años y la tele-
visión se convirtió en uno de sus objetos privilegiados: cuántos aparatos
hay en el país, cuáles son los programas más vistos, cuántas horas se ven
por día. El volumen de ensayos Argentina 1930-1960 es un claro expo-
nente de esta pasión por las estadísticas en la que parecía ocultarse la cla-
ve del desarrollo social. Según uno de los ensayos, los aparatos estaban
distribuidos de la siguiente manera: 42.460 en la clase alta, 165.650 en
la media inferior y 75.540 en la clase baja.7 Sean o no exactos estos nú-
meros, comparados con los de finales de la década, muestran que los te-
levisores también tuvieron su boom, y si éste resultó más silencioso que
el de otros fenómenos culturales, no por eso fue menos persistente. En
1960 se calcula que existían 450.000 aparatos en el país y en cinco años
ya llegan a 1.600.000. Desde entonces –al contrario de lo que pasó, por
ejemplo, con las salas de cine– el crecimiento no se detuvo: dos millones
y medio en 1968, cuatro millones en 1973 y, finalmente, la gran explo-
sión durante los años de la dictadura y la década del ochenta con la tele-
visión en color.8
Pese a este crecimiento desmesurado, la televisión sobrellevó –por
mucho tiempo– el estigma de no pertenecer al mundo de los objetos cul-
turales interesantes: el televisor sólo sería un emblema “pequeñobur-
gués”. En 1964, Juan José Sebreli escribe: “Todos los objetos cotidianos
que lo rodean, y entre los cuales juegan el papel de tótems la radio y la
televisión, dejan de ser instrumentos prácticos para convertirse en espe-
TELEVISIÓN Y VIDA PRIVADA 254
En ese tiempo vacío de las tardes hogareñas, sin el marido y sin los
hijos, la televisión podía ser una buena compañía y hasta una guía espi-
ritual.
Pero la tarde (“la hora de la merienda”) también estaba dedicada a los
chicos. Los padres, enfrentados a esta nueva situación, debían comenzar
a administrar la relación con ese artefacto que competía con la escuela y
la autoridad paterna. ¿Cómo serán en el futuro los niños que consumen
televisión? ¿Tendrán todos la vista dañada? ¿Serán unos violentos intem-
pestivos y apenas podrán leer un libro?
Casi todas las preguntas se dirigían a preguntarse sobre los efectos,
como si la vida privada estuviera marcada por la precariedad y el televi-
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Podría pensarse en tres tipos de programas según los modos en que Interpelación
se interpela al espectador: en algunos (como en las películas o en las se-
ries televisivas que tuvieron gran éxito a principios de la década del se-
senta: “Laramie”, “Mike Hammer”, “Cheyenne”) predomina la lógica
del lenguaje cinematográfico con la distancia que impone y con la nece-
sidad de la mirada descorporalizada del televidente (el espectador no es
advertido por las imágenes). Un segundo tipo de programas materializa
la interpelación con la mirada a la cámara: un conductor o animador que
le habla al espectador en un aviso publicitario y en los programas hechos
en estudio (donde al hacerse simultáneamente el rodaje y el montaje se
crea una sensación de espontaneidad). En el tercer tipo de programas (so-
bre todo en las series para televisión realizadas en nuestro país), hay un
carácter mixto, como en los programas humorísticos de “Viendo a Bion-
di” con sus frecuentes miradas a la cámara, o en el personaje de Osvaldo
Miranda, en la comedia familiar “La Nena”, cuando busca la complici-
dad de quien está del otro lado de la pantalla. Cuando termina la serie có-
mico-policial “Carola y Carolina”, las protagonistas Silvia y Mirtha Le-
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tal porque, entre otras cosas, definió a los futuros propietarios de los ca-
nales como personas ligadas al empresariado y al lucro excluyendo so-
ciedades no comerciales e iniciativas independientes– señaló, en su ar-
tículo 6º, que “la difusión de publicidad comercial podrá realizarse siem-
pre que su proporción, su carácter y su forma no afecten la calidad y je-
rarquía de los programas”. Esto hizo que la televisión argentina depen-
diera profundamente del mercado y que la irrupción de la exhibición de
mercancías en el interior del hogar –pese a los precarios límites de tiem-
po que se proponían desde los organismos de control– tuviera una bruta-
lidad sólo equiparable a su poder de seducción. El televisor se transfor-
Registro de los cuerpos En la pantalla, además, se presentan cuerpos cada vez más libera-
dos de las restricciones normativas. Este proceso de “liberación” de los
cuerpos fue social, y la televisión sólo dio cuenta de él fraccionaria-
mente, aunque su fuerza descansaba en su carácter doméstico. Estas
modificaciones en la exposición de los cuerpos son, a menudo, imper-
ceptibles en sus pequeñas alteraciones concretas y, por su carácter ínti-
mo, indocumentadas. El 21 de abril de 1960, TV Guía publica una car-
ta que señala algunas malas costumbres que observa en la pantalla de
su televisor: algunos animadores, protesta la lectora, usan remeras y no
traje. ¿Cómo leer este documento? ¿Condenar a la lectora por su mora-
lismo estrecho o generalizar su sensación como el indicio de un cam-
TELEVISIÓN Y VIDA PRIVADA 268
El uso del tiempo libre que hacen Mafalda y sus amigos tiene tres La vida pública: la política
modalidades claramente diferenciadas: los juegos en la plaza del barrio,
la relación con sus padres en el espacio doméstico y sus encendidas crí-
ticas del mundo simbolizado en un globo terráqueo y en una radio. Cuan-
do Mafalda, una apocalíptica sin duda, enciende la televisión es para co-
nectarse con el mundo de la ficción como esparcimiento o para sorpren-
derse con la novedad de los avisos publicitarios. Para informarse, Mafal-
da escucha la radio o, como su padre, lee los periódicos (sólo hacia el fi-
nal de la tira el televisor se transforma en fuente de información).34 El
proceso por el cual la televisión comienza a adueñarse del suministro de
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3. La primera etapa de la televisión, en la que había un solo canal, termina en 1960 con
la creación de tres señales nuevas (el 9 de junio se inicia Canal 9, el 1º de octubre
Canal 13 y el 21 de julio del año siguiente, Canal 11). En el Interior se instalan dos
señales: Canal 8 de Mar del Plata y Canal 12 de Córdoba. Otro hecho fundamental
fue la llegada ese mismo año del video-tape, sistema que permitió grabar programas
en diferido y una difusión más rápida del material ya que no necesitaba revelado.
Anteriormente, la televisión salía al aire en directo y en tiempo continuo.
7. José Enrique Miguens, “Un análisis del fenómeno”, en Argentina 1930-1960, Bue-
nos Aires, Sur, 1961, p. 348.
8. Casi todas las cifras que se refieren a la televisión deben ser tomadas con mucho cui-
dado, tanto por tratarse de un consumo hogareño como por la carencia de medicio-
nes exhaustivas en los años sesenta. Lo que sí puede asegurarse es el crecimiento
constante e ininterrumpido. Las cifras que se presentan a continuación son una sín-
tesis de diferentes fuentes:
1951 1954 1956 1959 1960 1963 1965 1968 1969 1970 1972 1973
7 11 80 280 450 850 1600 2500 3100 3500 3700 4000
Fueron consultadas, entre otras, las estadísticas proporcionadas por la Unesco y por
los libros Argentina 1930-1960, op. cit., la Historia de la televisión argentina, de
Héctor Silvio, y revistas y periódicos de la época.
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9. Juan José Sebreli, Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, Buenos Aires, Siglo
XX, 1975 (15ª ed.), p. 80.
12. El programa “La Familia Falcón” comenzó en 1962 y fue durante más de cinco años
uno de los programas con más éxito (su género costumbrista familiar tuvo varios se-
guidores). “El Show de Dick Van Dyke”, serial cómico norteamericano, fue estre-
nado a mediados de 1963, duraba media hora y se lanzó simultáneamente en cinco
canales (el 13 en dúplex con el 7, ambos de Buenos Aires, el 12 de Córdoba, el 7 de
Mendoza y el 8 de Mar del Plata), hecho que habla, además, de un efecto de sincro-
nización y homogeneización de aquello que se hacía en las casas de diferentes pun-
tos del país.
15. Clarín, en “Cultura y nación”, del 2-11-1972. El trabajo está inspirado en un best-se-
ller de la época: Cómo leer al Pato Donald, de Armand Mattelart y Ariel Dorfman.
16. En su ensayo “La responsabilidad de los padres y los medios de comunicación ma-
siva”, en Revista Argentina de Psicología, Nº 8, año II, 1971, Nueva Visión, Eva Gi-
berti describe con lucidez la construcción de la escena de interpelación en los pro-
gramas de educación para la salud. Además, Giberti consigna sus experiencias en el
medio: microprogramas (128) de 1958 a 1960 (Canal 7, 15’), microprogramas con
el doctor R. R. Canepa en 1962 (Canal 11), “Escuela para padres” en 1967 (Canal
2, 30’), microprogramas desde 1968 a 1971 (Canal 13), “Dramatización” con Flo-
rencio Escardó y A. Nocetti Fasolino, 1968-1969-1970 (Canal 9, 30’), y “Dramati-
zación” en 1969 (Canal 9, 60’).
17. El número dedicado al fenómeno de los ídolos populares en Primera Plana (17-3-
1964, Nº 71) llevaba por título “Palito Ortega: el triunfo de los orangutanes”, título
que parodiaba un conocido éxito del músico Chico Novarro, otro miembro del Club
del Clan.
19. La portada del Nº 25 de Primera Plana, 30-4-1963, tiene una foto de Tato Bores y
el título “Tato Bores: un año sin Alsogaray”. La del Nº 91, 4-8-1964, una foto de Al-
fredo Alcón con el epígrafe “Hamlet en la TV argentina”. Los ciclos de “Gente de
Teatro” dirigidos por David Stivel fueron innumerables, siendo su ciclo más cono-
cido “Cosa juzgada”, que se inició el 3 de abril de 1969 y fue un emblema de la te-
TELEVISIÓN Y VIDA PRIVADA 276
levisión de calidad (así como, antes de 1960, lo fue “Historia de jóvenes”, que sig-
nificó el ingreso al medio de escritores que venían de la literatura). Stivel realizó,
además, la puesta en escena de Hamlet con Alcón y otras obras teatrales para tele-
visión. En sus inicios dirigió “La Familia Falcón”, aunque él mismo lo consideraba
un producto menor.
21. Otelo, adaptada y dirigida por Miguel Bebán, se transmitió en “El Mundo del Es-
pectáculo” (Canal 13, viernes 27 de junio de 1969, 21:30). “Otelito” se pasó en el
mismo horario por Canal 9, como respuesta. Según un empresario de Canal 9, cuan-
do comenzaron ambos programas, la versión seria se ubicaba primero en el rating,
situación que se fue invirtiendo a medida que transcurrían ambas versiones, quedan-
do la humorística en primer lugar.
22. El desarrollo de un canal cultural que dejase en segundo plano las exigencias eco-
nómicas estuvo impedido en nuestro país porque el canal que quedó en manos del
Estado (Canal 7) tuvo la particularidad de ser tan comercial como los otros (es de-
cir, debía sostenerse con publicidad). Pero, además, el Estado, que se hizo cargo de
esta señal (pese a los diferentes gobiernos), tenía un idea muy pobre de las diferen-
cias culturales y establecía una vinculación automática entre gusto minoritario y eli-
te (transmitir, por ejemplo, una ópera) y entre arte popular y expresiones folklóricas
(o, en el peor de los casos, seudofolklóricas).
23. Como el sistema de cadenas no estaba permitido, surgieron canales en el Interior pe-
ro que, por limitaciones económicas, terminaron dependiendo en buena medida de
lo que producían los canales capitalinos. También estos canales tuvieron que aso-
ciarse, mediante compañías paralelas –porque la ley no autorizaba la entrada de ca-
pitales extranjeros en el medio–, con cadenas norteamericanas (Canal 13 del empre-
sario cubano Goar Mestre se asoció con la Columbia Broadcasting System –CBS–,
Canal 11, con Time-Life, American Broadcasting Company –ABC– y Canal 9 Ca-
dete con la National Broadcasting Company –NBC–). Para profundizar en el tema
de las inversiones de capital en los medios de comunicación en la Argentina, son in-
dispensables los trabajos de Heriberto Muraro.
25. Primera Plana, Nº 97, 15-9-1964. Según Furio Colombo, este hecho significó un
viraje en el uso de los medios masivos como medios de información (Televisión: la
realidad como espectáculo, Barcelona, Gustavo Gili, 1976, p. 11). También Roman
Gubern le atribuye una gran importancia a este acontecimiento en La mirada opu-
lenta (Exploración de la iconosfera contemporánea), Barcelona, Gustavo Gili, 1994
(3ª ed.), p. 343.
26. Los primeros noticieros se ilustraban con fotos y el comentario de un locutor. “Te-
lenoche” se inició el 3 de enero de 1966 y sus primeros conductores fueron el pe-
riodista y escritor Tomás Eloy Martínez (que venía de Primera Plana), la actriz Mó-
nica Mihanovich y el conductor Andrés Percivalle, quien, junto a María José An-
drés, conducía el programa “Universidad del Aire” (Canal 13, domingos de 11 a 13
hs.). La elección de estos dos conductores significa el predominio de lo fotogénico
sobre lo impersonal, que caracterizaba a los locutores tradicionales (en 1964, se ha-
bía visto como una novedad que Canal 7 incorporara a una locutora, Mercedes Ha-
rris, al noticiero). En su primera época, “Telenoche” (que duraba 45 minutos, todos
los días de 23:00 a 23:45 y era patrocinado por Kaiser Argentina) ofrecía noticias,
música, personalidades mundiales, entrevistas, cine, deportes y “pronostika” (los
pronósticos del tiempo). Siempre había una sección de política en la que opinaba
una figura conocida y se tocaban temas tan diversos que iban desde “Costo de la vi-
da: ¿alcanza un 15% más en los sueldos?” a “Juan Carlos Paz: un toque de genio en
la música argentina” (7-1-1966).
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27. Roger Silverstone, Televisión y vida cotidiana, Buenos Aires, Amorrortu, 199, p. 54.
28. Hannah Arendt, La condición humana, Buenos Aires, Paidós, 1993 (1ª ed. en inglés:
1958). “En la actualidad –dice Arendt– llamamos privada a una esfera de intimi-
dad”, p. 49.
31. Primera Plana, Nº 98, 22-9-1964. Podría agregarse, como hecho histórico, que la
mayoría de la gente –durante los años cincuenta y buena parte de los sesenta– tuvo
su primer contacto con la pantalla televisiva en la vidriera de los negocios. Mirta Va-
rela señala: “Los lugares privilegiados eran las vidrieras, sobre todo para los even-
tos deportivos”, en “De cuando la televisión era una cosa medio extraña”, en M.
Margulis, y M. Urresti (comps.), La cultura en la Argentina de fin de siglo. Ensa-
yos sobre la dimensión cultural, Buenos Aires, CBC-UBA, 1997, p. 424. En este en-
sayo se demuestra también la importancia de los televisores en confiterías y bares y
en las unidades básicas durante el segundo gobierno justicialista.
32. “El Teatro Palmolive del Aire” tuvo, como muchos programas televisivos, un origen
radial. La telenovela “El Amor tiene cara de mujer”, de René Casacallar, que estu-
vo en pantalla desde 1964 hasta 1970, se ambientó en un instituto de belleza para
promover los cosméticos que lo auspiciaban. Cf. Nora Mazziotti, La industria de la
telenovela (La producción de ficción en América latina), Buenos Aires, Paidós,
1996, p. 61.
33. La revista Gente y la Actualidad realiza la mesa redonda a la que titula “Si lo sabe,
juzgue” (27-3-1969). Participan del debate Domingo Di Núbila, Ernesto Sabato y
David Stivel (quien recupera el programa como fenómeno barrial), entre otros. Uno
de los temas que se discute es si debe usarse el “voseo” en televisión. Se estimaba
que el programa tenía una audiencia diaria promedio de 1.500.000 televidentes. El
programa comenzó a mediados de 1968 en Canal 7 como parte del programa “Ga-
lan... terías”, y después, como programa autónomo, pasó a Canal 11 a las 13:00 de
lunes a viernes.
34. La tira Mafalda del humorista Quino comenzó a salir en 1963 (fue publicada en Pri-
mera Plana, El Mundo y el semanario Siete Días) y dura, como tira cómica gráfica,
hasta 1973. Ese mismo año, la tira es adaptada para la televisión.
35. Según la revista Primera Plana en su artículo “Guerra de carteles: balsámicos, des-
criptivos y encubiertos”, la campaña electoral de 1963 es tibia, lo que constituye un
hecho inédito para un país en el que la actividad política se desarrollaba, con mucha
pasión, en las calles. Una modernización de los carteles y de la publicidad política
y una serie de discursos que se distribuían entre los medios de comunicación y las
plazas son los signos que sorprenden al periodismo de la época. Sin embargo, no
hay que olvidar que este enfriamiento se explica más por la proscripción del pero-
nismo que por la presencia de los medios.
36. El primero en utilizar la publicidad mediática como estrategia electoral básica para
las elecciones de 1972 fue un partido de derecha (Nueva Fuerza). Este partido, que
contaba entre sus personajes más importantes a Álvaro Alsogaray, llevó como can-
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didato a presidente a Julio Chamizo, quien sacó el 2% de los votos aunque, todavía,
su jingle resuena en la memoria de los que vivieron esa época (“Los argentinos que-
remos goles...”).
37. La entrevista completa puede verse en Ni olvido ni perdón, film de Raymundo Gley-
zer. Tanto quienes dan la conferencia como los otros militantes que se quedaron en
el aeropuerto por haber perdido el avión que los llevaría a Chile, se rindieron y fue-
ron posteriormente encarcelados, torturados y fusilados por las autoridades milita-
res en agosto de 1972 sin ningún juicio previo. Este hecho fue conocido como “la
masacre de Trelew”.
39. Para ver la crítica de Richard Sennet a los medios masivos, véase O declínio do ho-
mem público (As tiranias da intimidade), pp. 344 y ss. y pp. 411 y ss.
40. En Primera plana hay un chiste de Flax sobre Alsogaray, el primer político que se
asume como personaje televisivo, en el que éste descansa en el diván de un psicólo-
go con su cabeza convertida en un televisor (Nº 93, 18-8-1964).