Textos Tecleras 1
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EL CALEUCHE
Muchos chilotes han divisado el Caleuche. Siempre ocurre en esas profundísimas noches ya
señaladas, jamás en el día. Al examinar a la mañana siguiente el sitio que ocupaba el buque, se
dará con un tronco seco, un arrecife u otro objeto, a orillas del mar, pero jamás con el navío. Esto
ha dado lugar a la creencia de que en el día navega como submarino.
El Caleuche no se mantiene aislado de los hombres de aquella tierra. Muchas veces sus tripulantes
se apoderan de alguna embarcación y se llevan a bordo a sus marineros y pasajeros, donde los
mantienen recluidos, para abusar de ellos.
Los brujos de la isla, organizados en la Casa Grande o Cueva de Quicaví, visitan el Caleuche
dirigiéndose a él a espaldas de un Caballo Marino. Como los invunches son criaturas que están a su
servicio, las aprovechan para realizar sus malas artes.
Así se explica que ciertos comerciantes empiecen a enriquecerse repentinamente: es que están en
relación con algún brujo, quien les consigue las mercaderías de que se ha apoderado el Caleuche.
Basta con observar bien lo que ocurre en sus almacenes o tiendas: se escuchará de noche arriar
cadenas en la playa, y un ruido que revela sin duda alguna la presencia de un buque. Los puertos
frecuentados preferentemente por ellos son los de Ouicaví, Llicaldad y Tren-Tren.
El buque es considerado en cierta manera como una persona, pues tiene una esposa, que es una
loba marina. Pescadores de la isla Tenglo, de Puerto Montt, mataron a esta en una ocasión, y el
Caleuche anunció que se vengaría raptando a la muchacha más hermosa de aquella ciudad y
haciendo daños a sus pobladores. Efectivamente, poco después desapareció de ella la niña más
agraciada y hubo tres grandes incendios: el Caleuche había hecho efectiva su amenaza.
Lee el siguiente texto y responde desde la pregunta 15 a la 22:
EL CONDENADO
Lo dejaron atado a un palo para que los pájaros le arrancaran la carne de los huesos y, sin mirar
hacia atrás, se alejaron hasta perderse en el horizonte.
Entonces sintió miedo y volvió a preguntarse: ¿pero qué habré hecho para merecer un suplicio
así?
A mediodía los pájaros se lanzaron al ataque, y comenzaron a picar la carne del desgraciado atado
al palo y sin ninguna esperanza.
Cuando ya casi desmayaba del dolor a causa de los picotazos, se acordó, se acordó muy bien de
eso que había hecho, y entonces asintiendo con la cabeza, lanzó un último suspiro y cerró sus ojos
para siempre.