Roma Royals Duet, #1 - Callie Hart PDF

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 216

Esta traducción fue hecha sin fines de lucro.

Es una traducción de fans para fans. Ningún miembro del staff recibe una
retribución económica y se prohíbe el uso de éste con fines lucrativos. Si el
libro llega a tu país te invitamos a apoyar al autor comprando su libro.
¡Disfruta la lectura!
Neera, Lvic15 & Lieve

Pilar Gonzalez Walezuca Segundo


Sarita Watson
Rebecatrr beckysHR
Lvic15 Idk.Zab
Neera NataliCQ
ElenaTroy
Annette-Marie
Lieve
meriiunicornio

Neera
Lvic15
Arcy.Briel

JudithTC

Lieve

Lieve & Neera

Daniela Herondale
Sinopsis _______________________________________________________________________ 5
Glosario _______________________________________________________________________ 6
Transcripción del Mensaje _______________________________________________________ 7
1 _____________________________________________________________________________ 9
2 ____________________________________________________________________________ 21
3 ____________________________________________________________________________ 29
4 ____________________________________________________________________________ 40
5 ____________________________________________________________________________ 47
6 ____________________________________________________________________________ 56
7 ____________________________________________________________________________ 65
8 ____________________________________________________________________________ 72
9 ____________________________________________________________________________ 77
10 ___________________________________________________________________________ 82
11 ___________________________________________________________________________ 94
12 __________________________________________________________________________ 114
13 __________________________________________________________________________ 120
14 __________________________________________________________________________ 126
15 __________________________________________________________________________ 133
16 __________________________________________________________________________ 143
17 __________________________________________________________________________ 148
18 __________________________________________________________________________ 155
19 __________________________________________________________________________ 162
20 __________________________________________________________________________ 173
21 __________________________________________________________________________ 177
22 __________________________________________________________________________ 192
23 __________________________________________________________________________ 210
Próximo libro ________________________________________________________________ 214
Sobre el autor ________________________________________________________________ 215
—911. ¿Cuál es su emergencia?
Cada noche, Zara Llewelyn levanta el teléfono y ayuda a las personas
en apuros. Incendios de casas. Asalto. Accidentes automovilísticos.
Invasiones de casas...
Entre las seis y las dos, ella es la respuesta a mil gritos de ayuda. Pero
cuando el teléfono público afuera del edificio de apartamentos de Zara
comienza a sonar misteriosamente noche tras noche, lo último que quiere
hacer es contestar. Y sin embargo, parece que no puede evitarlo...
Pasha Rivin está tratando de escapar del destino. Lleva años huyendo
de él, pero el escape no está en sus cartas. Como el hijo mayor de la familia
gitana más antigua del país, no solo es miembro de un clan orgulloso y
tradicional. Él es su reacio rey... y ahora se espera que encuentre una
esposa.
Sin embargo, la ardiente pelirroja que aparece en su puerta, siguiendo
un rastro de migas de pan, en busca de un niño desaparecido, es la última
persona que tiene en mente la madre de Pasha.
Ella es una forastera, una intrusa, y en lo que concierne a su familia,
no es bienvenida en su tierra, y mucho menos en la cama de su rey.
Sin embargo, Pasha nunca ha permitido que su destino se interponga
en el camino de lo que quiere. Y nunca ha querido nada más de lo que quiere
a la chica con los ardientes ojos verdes.
***
Zara Llewelyn descolgó el teléfono y se enteró de un secreto.
Enamorarse nunca ha sido tan peligroso...
Gadje (gad-jeh): Un forastero. Una persona no romaní.
Marime (mah-ree-mey): Espiritualmente impuro.
Prikaza (pree-KOH-zah): Mala suerte.
Vitsa (vit-sah): Un clan romaní, formado por numerosas familias
extensas.
Vardo (vardo): un carro gitano pintado.
Incidente No. 17-3886391
Fecha: 12-12-2018 18:22:46
Operadora: 911. ¿Cuál es su emergencia?
Persona que llama: ¿Hola?
Operadora: Hola. ¿Está todo bien?
Persona que llama: [PAUSA] Um... no... no sé. Mi hermano mayor es...
él no se está moviendo.
Operadora: ¿Dónde estás, cariño?
Persona que llama: Estamos en casa.
Operadora: ¿Dónde están tu mamá y tu papá?
Persona que llama: No lo sé.
Operadora: Oh, está bien. ¿Y cuál es tu nombre, cariño?
Persona que llama: Corey. C-O-R-E-Y. Así es como lo deletreas.
Operadora: Bueno, hola, Corey. Entonces, ¿dijiste que tu hermano
mayor no se está moviendo? Eso es bastante raro, ¿eh? ¿Se acaba de ir a
dormir? ¿Dijo que se sentía enfermo?
Persona que llama: No. [PAUSA] Vino un hombre. Le estaba gritando
a mi hermano. Estaba [PAUSA] muy enojado. Jamie me dijo que fuera a mi
habitación.
Operadora: ¿Y fuiste a tu habitación, cariño?
Persona que llama: Sí.
Operadora: ¿Y luego qué pasó?
Persona que llama: Y... y luego, los oí pelear. Y Jamie estaba gritando.
Y yo estaba asustado.
Operadora: ¿Hace cuánto tiempo estaban peleando, Corey, cariño?
Persona que llama: Um... No lo sé. Tenía miedo, así que me estaba
escondiendo. Y cuando salí de... de debajo de la cama, Jamie no se
despertaba.
Operadora: ¿Tiene sangre sobre él?
Persona que llama: [PAUSA] No.
Operadora: ¿Puedes decir si está herido en alguna parte?
Persona que llama: No. Pero sus ojos están abiertos.
Operadora: ¿El hombre sigue contigo, cariño? ¿El que estaba peleando
con Jamie?
Persona que llama: No. Se fue. Solo estamos Jamie y yo.
Operadora: Está bien, cariño. Alguien viene para ayudarte. Estarán allí
muy pronto. ¿Puedes abrir la puerta cuando toquen?
Persona que llama: Yo... No. No puedo alcanzar la manija.
Operadora: Está bien, cariño. Está bien. No tienes que preocuparte por
eso. Corey, ¿puedes decirme cuántos años tienes?
Persona que llama: Sí. Creo que tengo cuatro años. Pero [PAUSA] tal
vez... tengo cinco años ahora. No estoy realmente seguro.
Zara
HITCHIN'S
“Durante su sueño, soñó con él y lloró. Él era luz. Él estaba sano. Él era el
latido siempre amoroso de su corazón.”
Estar enamorado de alguien que nunca has conocido antes no es tan
raro como podrías pensar, sabes. Internet conecta a personas de todos los
ámbitos de la vida, tal vez incluso a miles de kilómetros de distancia, y les
permite comunicarse y conocerse de una manera que nunca antes habían
podido. Las mujeres se enamoran de los reclusos encarcelados en el otro
lado del país. Un hombre de negocios en Japón pierde su corazón ante un
neurocirujano en Suecia. Un empleado de envíos en Fairbanks, Alaska, cae
sobre sus talones por un curador del museo en Wollongong, Australia. La
gente se encuentra. Habla. Se hacen preguntas. Aprenden, y desarrollan
sentimientos complicados el uno por el otro. Sucede todo el maldito tiempo.
Sentada en el pobremente desgastado y pegajoso bar en Hitchin,
después de un cambio muy largo y emocionalmente agotador, presento este
argumento a los otros cuatro clientes, todos con sus bebidas, mirándome
con una compasión bastante abierta.
Ninguno de ellos dice nada. Bueno, nadie excepto Henry, el cantinero,
pero él no cuenta, una declaración un poco injusta que sin duda se forma
en mi cabeza porque no me gusta lo que tiene que decir.
—Zara, cariño. Es verdad. Cosas como esas pasan todo el tiempo. Pero
tu situación es un poco diferente. Tu hombre misterioso no existe realmente,
¿verdad? ¿Cómo puedes estar enamorada de alguien que inventaste en tu
propia cabeza?
Ruedo mi vaso entre mis palmas, mis mejillas pican con vergüenza.
—Nunca dije que estuviera enamorada de él. Sólo digo que la gente es
rara. Cosas extrañas pasan todo el tiempo.
—¿Has tenido algunos sueños sobre un hombre y ahora todos los
demás hombres están arruinados para ti? ¿No crees que podrías querer ir a
una cita o dos? Nunca se sabe. Alguien podría terminar sorprendiéndote.
No hay manera de que encuentres a alguien tan perfecto como el chico de
los sueños, pero infierno. Unas pocas citas aquí y allá... —Henry se encoge
de hombros—. Podrías ser feliz. Eres demasiado joven para renunciar a esto
fácilmente.
Ja.
Unos cuantos sueños.
Conozco a Henry, junto con las personas que se sientan conmigo en el
bar, desde los últimos tres años. El tiempo suficiente para que sepan mucho
sobre mí y viceversa, pero he guardado esta única cosa para mí. Lo guardé
cerca de mi pecho. Demasiado personal, demasiado privado, demasiado
íntimo: los sueños protagonizados por mi hombre misterioso no han sido
una sola cosa. Lejos de ello, de hecho. Han sido dos o tres veces por semana
durante los últimos tres años, en ocasiones incluso más, y posiblemente no
puedo compartirlo con mis amigos.
Pensarán que hay algo mal conmigo.
Pensarán que estoy jodidamente loca.
Gruño contra mi bebida, haciendo ruidos a medias que, sí, bien podría
tener razón, y tal vez, ya veremos, mientras los otros todavía me miran con
confusión y curiosidad. Hitchin está cerrado, pero eso no nos importa a
ninguno de nosotros. Tomamos cada uno de nuestros tragos. Bebidas
cortas, sin batidoras ni hielo. Somos profesionales y no desperdiciamos el
tiempo en estos arreglos frívolos. Nuestras bebidas son sagradas, y el cielo
no permita que nadie intente y las diluya.
Henry sabe con precisión qué elixir ámbar debe servir para cada uno
de nosotros. Hemos estado viniendo a Hitchin por mucho tiempo, criaturas
de hábito, sin desviarnos de nuestro veneno de elección. Para Andrew, el
corredor de valores retirado: Laphroig. Balvenie para Sarah, la técnica de
uñas de sesenta y tres años. Garrett, el conductor del autobús mudo: un
Jack Daniels. Es Kentucky Bourbon para Waylon, el gerente nocturno del
Franklin Luxury Apartment Building. Y para mí, Zara Llewelyn, operadora
de emergencia de veintiséis años y coleccionista de extravagantes postales:
jugo de manzana.
Un extraño puede echar un vistazo a la colección de almas reunidas en
el bar y ver a cinco personas tan diferentes en todos los aspectos que podría
suponer que fue pura coincidencia lo que nos trajo a todos aquí esta noche.
Sin embargo, estarían equivocados.
Sí, Andrew se viste de traje y corbata, y muy obviamente tiene un poco
de dinero que esconde. Garrett tiene el aspecto cetrino y hundido de alguien
que podría derribar una tienda de conveniencia por un paquete de
cigarrillos. Sarah usa demasiado estampado de leopardo e insiste en usar
tacones de seis pulgadas, aunque apenas puede caminar con ellos. Waylon
todavía está almidonado hasta el punto de rigidez de los veintinueve años
que pasó sirviendo en el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos. Y en lo
que a mí respecta, soy más joven que nadie en el bar por diez años sólidos.
Nuestros antecedentes, nuestras familias y las pruebas que enfrentamos en
los caminos individuales que nos han traído a todos aquí, a Spokane,
Washington, son tan diversos y conflictivos como puede ser.
Sin embargo, hay una cosa que nuestro abigarrado equipo tiene en
común: todos somos residentes del Edificio de Apartamentos de Bakersfield,
la estructura de seis pisos de aspecto insulso en la calle de Hitchin.
Sarah ha vivido en los Bakers durante casi dieciocho años. Andrew ha
estado allí por diez. Nadie sabe cuánto tiempo lleva Garrett puesto que
nunca habla, pero el consenso general es que ha residido durante unos
cinco años. Waylon, por cinco. Fui la última en mudarme, hace apenas tres
años. Por algún acuerdo tácito poco después de mi sexto mes viviendo en el
edificio, todos comenzamos a reunirnos todos los martes a las diez de la
noche en Hitchin, y lo hemos estado haciendo desde entonces.
Son casi las dos de la mañana, técnicamente ahora miércoles, cuando
Andrew dirige su atención hacia mí.
—Hablando de citas, mi nieto viene a la ciudad al final de la semana.
Tal vez puedas enseñarle algo, Zara.
Dejo de girar mi vaso y le doy una mirada irónica. Garrett es el único
que no ha intentado establecerme con un familiar o un amigo en los últimos
dos años. Han sido flagrantes acerca de sus intentos de emparejamiento en
el pasado, pero después de meses de corteses rechazos de mi parte, les dije
que no me interesaban las citas a ciegas ni los encuentros organizados con
sus repartidores, técnicos de cable o sobrinos, finalmente les dije a todos en
términos inequívocos que no deberían perder su tiempo. Nunca me rendiré
y buscaré a alguien que me cuide. No necesito a nadie que me cuide.
También fue cuando finalmente admití que tenía los sueños, aunque resté
importancia a los gráficos que eran y la razón por la que no sentía que
necesitaba un maldito novio.
—Lo siento. Trabajo este fin de semana —le digo a Andrew.
Sarah resopla en su vaso de Balvenie.
—Ahora eso es una mentira descarada si alguna vez he escuchado una.
Todos sabemos que no trabajas los sábados.
—El horario cambió el mes pasado —respondo—. Mis sábados están
comprometidos ahora. Estoy segura de que tu nieto tiene mejores cosas que
hacer, Drew. Soy una guía terrible.
Los ojos de Drew se mueven hacia el cielo mientras se recuesta en su
taburete. Nunca necesita consultar su reloj en casa de Hitchin; siempre se
puede saber qué tan tarde es por lo floja que queda la corbata de Andrew.
La longitud de la seda con estampado paisley púrpura y negro ahora se
encuentra en un montón enrollado en la parte superior de la barra, junto a
su billetera y su teléfono celular, lo que significa que es increíblemente tarde.
—Se va a estrellar en mi sofá durante tres días. Estoy bastante seguro
de que su madre lo echó de nuevo —se queja.
—Entonces tal vez necesite pasar esos tres días buscando trabajo en
lugar de tomar un café conmigo. —Le guiño al hombre para hacerle saber
que solo estoy bromeando. Pero en serio. ¿Qué edad tiene el niño si aún vive
con su madre? ¿Y por qué Andrew pensaría que el chico es el material
adecuado para novio si sigue sin sacar su trasero del sótano de su madre?
—La posibilidad de que encuentre un trabajo remunerado sería una
buena cosa. —Acepta Andrew—. Tal vez podrías preguntar en tu trabajo.
Tiene una buena voz de teléfono.
Una buena voz de teléfono es útil cuando respondes llamadas de
emergencia, pero hay mucho más que eso. Un operador de emergencia
necesita poder pensar bajo presión. Tienen que ser confiables y
tranquilizadores, y deben mantener la cabeza fría. Tuve que saltar a través
de numerosos aros para conseguir mi trabajo, incluyendo innumerables
rondas de pruebas psicométricas. Tienes que quererlo realmente. Una
persona no se convierte en un operador porque el trabajo simplemente
aterriza en sus regazos y no tienen nada más interesante en sus vidas.
Estoy bastante segura de que Andrew y los demás me ven como un
contestador automático glorificado. Sólo asiento y sonrió.
—Voy a ver si tienen vacantes. Aunque usualmente los publican en el
sitio web. ¿Dile que debería comprobarlo?
—¿Cuántos años tiene él? —pregunta Waylon.
—Veintiuno.
Casi tiro jugo de manzana por mi nariz. Deben pensar que estoy
realmente mal si intentan establecerme con un hombre-niño cinco años
menor que yo. Waylon se sienta un poco más recto, adoptando la postura
recta y rígida de un oficial de reclutamiento del ejército. Todos lo hemos visto
asumir el papel en innumerables ocasiones antes.
—No es demasiado tarde para unirse, ya sabes. Serví directamente
desde la escuela, pero veintiún todavía es muy joven. El ejército haría de él
un hombre en poco tiempo.
Garrett toma sorbos de su bebida en silencio, los ojos vagan de un
extremo a otro de la barra mientras espera la respuesta de Drew.
—Dudo que lograse atravesar el campo de entrenamiento —suspira el
anciano—. Sus padres lo mimaron demasiado. Lo convirtieron en un niño
mimado, si soy honesto. Pensé que serías una buena influencia para él,
Zara. Los hombres tienden a tratar de poner sus vidas en orden cuando hay
una mujer hermosa en la foto.
Henry lanza una carcajada que hace saltar a Garrett.
—Suena como niñera sin pagar para mí. Nuestra niña es demasiado
lista para enfrentar a un niño de veintiún años.
No puedo recordar cuándo sucedió, pero en algún momento me
convertí en —su niña—, como si fuera su propiedad comunal. Como mis
padres están a dos mil millas de distancia y realmente no les importa en qué
punto estoy o qué estoy haciendo, tomé con satisfacción la posición. Ser —
su niña— tiene sus ventajas. Sarah me da un consejo maternal. Andrew
hace promesas elevadas y vagas acerca de ayudar con mis impuestos.
Nunca lo veo hacerlo, pero cada vez que recibo una entrega para mi enfriador
de agua, Garrett arrastra las enormes botellas hasta mi apartamento del
tercer piso y las deja afuera de mi puerta. Waylon insistió en darme clases
de defensa personal en mi pequeña sala de estar y me mostró cómo romper
la nariz de un atacante y empujar el hueso directamente en sus cerebros. Y
si estoy enferma, los cuatro se reúnen a su manera, preocupados por mí, en
sus intentos por hacerme sentir mejor.
Sí, es bueno haber sido reclamada, ser parte de esta extraña e
inesperada unidad familiar cuando estoy tan lejos del lugar al que
originalmente llamé mi hogar.
Andrew deja escapar un suspiro y se levanta la corbata, envolviéndola
alrededor de su mano.
—No me puedes culpar por intentarlo, ¿verdad? Tal vez en un par de
años, cuando tenga sus patos en fila, ella lo reconsidere. Aún estarás soltera
entonces, ¿verdad, Zara? A menos que tu chico de ensueño se materialice
repentinamente de la nada, eso es. —Agita sus tupidas cejas hacia mí de
una manera burlona, y Sarah se inclina a través de la esquina de la barra y
golpea la parte superior de su brazo.
—No la hagas, Drew. No tienes idea de lo que es posible. Zara pronto
se encontrará a sí misma con el hombre perfecto y todos vamos a estar
maldiciendo el nombre del bastardo.
Las cejas de Andrew se juntan.
—¿Por qué demonios dirías eso?
—¡Porque sí! Será rico y famoso, y más guapo que Laurence Olivier. La
tratará como a una princesa y le colmará de regalos. Él le mostrará lo
pequeños y patéticos que somos todos en casa y la llevará a una vida mejor.
Y eso será todo. Nunca la volveremos a ver.
Los ojos oscuros de Garrett crecen por la sorpresa. Agacha su cabeza,
metiendo su barbilla en el cuello de su chaqueta, y me sorprende la
abrumadora necesidad de darle un abrazo al hombre. Sarah solo está
jodiendo con Andrew y, en parte conmigo, también, pero puedo escuchar la
nota preocupada de la verdad en sus palabras. Es posible que ella realmente
crea que voy a dejarme llevar por una bella y rica estrella de cine, pero
conozco a la mujer lo suficientemente bien como para ver que está
preocupada. Probablemente piensa que voy a mudarme en algún momento
y dejarlos a todos atrás.
Los Baker han visto días mejores. La pintura en las escaleras se está
pelando, las tuberías siempre están sonando y los lavabos terminan
constantemente bloqueados al menos una vez al mes. La lavandería en el
sótano también huele a humedad, y hay grietas por todas partes en las
paredes, pero eso no me importa. Mi pequeño apartamento de un dormitorio
es el primer lugar al que llamé mi hogar desde que me mudé a Spokane, y
estoy más que un poco enamorada de este lugar.
Lo que otros podrían llamar desgastado y raído por la edad, lo llamo
encanto rústico. Me he acostumbrado a los ruidos de las tuberías y al sonido
del gato de la señora Heffowitz que aúlla en las escaleras cada vez que sale
a jugar baccarat en el YMCA. Repinté las paredes dentro de mi apartamento
con una sombra soleada de color amarillo y llené el espacio con libros,
mantas, y pinturas, y no planeo cambiarlo por el mundo. Además, en ningún
lugar me siento más segura que rodeada de mi gente. No soy sólo su niña,
después de todo. También los he reclamado como míos.
—No voy a ninguna parte, Sarah. No te preocupes Ni siquiera por Brad
Pitt. Me encanta estar aquí.
—Pssshhh. Disparates. Los abandonaría a todos en un abrir y cerrar
de ojos si Brad me lo pidiera. —Se ríe Sarah. Hay calor en su voz. Una
semilla de alivio, plantada por mi rápida tranquilidad. Garrett levanta la
barbilla y desliza su vaso hacia adelante, indicándole a Henry que quiere
otro whisky.
Henry lo vierte con su Jack, gimiendo mientras se estira para colocar
la botella casi vacía en el estante encima de la caja registradora.
—Ése es uno para el camino —dice, cuando se da vuelta—. Me eligieron
como jurado. Tengo que estar fuera a las ocho.
—Señor, no tú también. Me consiguieron el mes pasado. Tomó dos de
mis días de descanso —gruñe Waylon—. Sentado aburrido hasta las
lágrimas mientras condenaban a una mujer por no enviar a sus hijos a la
escuela. Una completa pérdida de tiempo.
Henry sonríe con una sonrisa parcialmente desdentada. Por supuesto,
él tiene suficiente dinero para reemplazar los dos dientes que faltan, pero
personalmente creo que deja su sonrisa de esa manera, ya que eso le hace
sentir una ventaja particularmente peligrosa. El hombre es un osito de
peluche, pero no quiere que sus otros clientes sepan eso. Los dientes
perdidos ayudan a su causa. Hay noches en Hitchin cuando las cosas se
ponen un poco fuera de control, y mucho menos de los desacuerdos tendría
lugar afuera si la gente pensara que Henry es algo menos que un asno.
—Espero obtener a esos gitanos —dice con los ojos brillando.
—¿Gitanos? —pregunta Andrew.
—Sí. ¿No has estado viendo las noticias? Los capturaron la semana
pasada. Dos. Hermanos. Los policías los atraparon tratando de robar un
banco. Eso sería interesante, al menos.
—Si fueron arrestados justo la semana pasada, todavía no estarán en
la corte —dice Andrew, pero él todavía se sienta hacia adelante, apoyando
sus antebrazos contra la barra. Los ojos de Waylon se han endurecido ante
el tema de conversación. Incluso Garrett ha levantado la vista de su Jack.
Parece que Henry tiene la atención de los hombres, incluso Sarah sopla sus
mejillas y comienza a trazar la punta de su dedo índice a través del anillo
de condensación pero dejó su vaso en la parte superior de la barra.
—Escuché que había un campamento entero de ellos, que se mudaron
a la ciudad. Ni siquiera sabía que los gitanos todavía existieran —dice
Andrew.
Los pelos de Waylon están arriba, lo noto antes de que hable.
—Oh, existen. Solían robar la tienda de mis padres en Portland cuando
era un niño. Robarían cualquier cosa que no estuviera bloqueada. Sin
embargo, me sorprende que estén intentando atacar a los bancos ahora. No
pensé que estuvieran lo suficientemente organizados para eso.
—Claramente, no lo están. —Tirando el trapo de su barra por encima
del hombro, Henry abre la caja registradora, saca un montón de billetes y
comienza a contar las ganancias de la noche—. No hubieran sido
capturados, si lo fueran, ¿verdad?
Garrett inclina la cabeza hacia un lado, como si estuviera pensando
profundamente en este razonamiento. Sarah finge indiferencia, deslizando
el colgante dorado del sol que siempre usa arriba y abajo a lo largo de su
cadena. Sin embargo, sus hombros están tensos, sus labios apretados, como
si estuviera tratando de contener sus palabras, lo cual es muy diferente a
ella; Sarah tiene una opinión sobre todo y no tiene miedo de decírtelo,
incluso si sabe que causará una discusión. De hecho, es cuando más le
gusta compartir sus opiniones. Esta noche, golpea una uña roja brillante
contra su rodilla y mira hacia el espacio, manteniendo su boca firmemente
cerrada.
—¿Qué hay de ti, Zara? ¿Has notado que haya gitanos por aquí
recientemente? —pregunta Henry.
—No creo que debas llamarles así. Y no, no puedo decir que lo haya
hecho.
—Dios, no más de este cambio de nombre sin sentido —se queja
Andrew—. ¿Sabías que no debes llamar a una mujer una mujer o a un
hombre un hombre? Se supone que todos deben ser neutrales en cuanto al
género. —Lanza comillas alrededor de la frase, como si acabara de decir algo
en un idioma extraño con el que probablemente no estamos familiarizados—
. ¿Y cómo, exactamente, debemos llamar a esos gitanos ahora?
Todos me miran Incluso Sarah, por el rabillo de su ojo pesadamente
rimado. No quiero ser arrastrada a una conversación sobre cuán ridícula se
está volviendo la sociedad y cuán sensible es la población general cuando
se trata de ofender a las minorías. A diferencia de Sarah, odio las
discusiones, y mis opiniones al respecto son muy diferentes a las de Andrew:
las personas tienen derecho a que las llamen como quieran en mi libro. Si
alguien quiere ser identificado como un maldito cepillo de baño, entonces
déjalos ser un maldito cepillo de baño. Sólo no esperes que me siente
durante horas y me queje de eso.
—Creo que se llaman Viajeros. Aunque podría estar equivocada.
—Viajeros. ¡Ja! —Waylon niega con la cabeza mientras vacía su vaso—
. Si fueran viajeros, no se habrían establecido aquí. Se habrían detenido por
suministros y luego habrían desaparecido. Pero no. Están ahí fuera,
robando bancos y levantando el infierno por los sonidos de las cosas.
—Creo que es hora de que me vaya a casa ahora —dice Sarah
bruscamente. Se desliza de su asiento y recoge su chal que estaba sobre la
parte posterior de su taburete—. Creo que olvidé alimentar a Sparks, y no
queremos tenerte aquí toda la noche, Henry. Zara, ¿me acompañarás,
cariño? Podría usar un brazo para agarrarme.
—Por supuesto. No me importa De todos modos, mi cama me está
llamando. —Me levanto y coloco un billete de diez dólares en la barra que
Henry rápidamente empuja hacia mí, diciéndome lo mismo que siempre me
dice cuando trato de arreglar mi cuenta con él.
—No cobramos por el jugo de manzana aquí, cariño. No somos
monstruos.
Andrew y Waylon hacen ruidos reacios a llevarnos a casa: después de
todo, son hombres grandes y fuertes, y es su deber protegernos a las débiles
mujeres. ¡Ja! Garrett incluso llega tan lejos como para ponerse de pie, pero
Sarah los desestima a los tres con un movimiento despectivo de su muñeca.
—No os preocupéis, señores. Son seis metros. Estaremos bien. Podéis
ver la puerta del edificio desde aquí, de todos modos. Si te parece que
estamos a punto de ser violadas, puedes golpearte en el pecho y asustar a
nuestros atacantes. —Se ríe maliciosamente cuando nos vamos.
Hay charcos de agua en la calle, y Sarah y yo tenemos que cruzarnos,
tratando de evitar las secciones más profundas. Llovió antes, nada nuevo
allí, pero ahora el cielo nocturno está libre de nubes. La luna cuelga como
un dólar de plata pulida sobre su cabeza, la inusual cantidad de luz que
emite proyectando sombras largas y extendidas desde los postes de la
lámpara y los autos que están estacionados a un lado de la carretera.
—Algo está pasando —dice Sarah, mientras desliza su brazo a través
del mío, inclinándose hacia mí—. Dime qué te está molestando.
Irónico, ya que estaba a punto de decirle exactamente lo mismo a ella.
—No sé lo que quieres decir —le respondo.
—Has estado callada toda la noche. Y no maldijiste a uno de esos chicos
por ser estúpido. Ni una sola vez.
Sonrío. Subiendo por el bordillo, asumo mi postura familiar, apoyada
en el teléfono público al pie de las escaleras de nuestro edificio, mientras
Sarah busca en su bolso las llaves.
—Sólo estoy cansada. Ha sido un día largo y loco. Estaré bien por la
mañana.
Ella deja de hurgar y me lanza una mirada aguda y afilada.
—Hay algo más. Sé que lo hay. Dímelo, o no podrás dormir esta noche.
—Durante mucho tiempo después de que me mudé a los Baker, tuve
problemas para dormir. Probé remedios a base de hierbas, Nyquil, ejercicio
y, finalmente, me recetaron algunas pastillas para dormir bastante fuertes,
pero nada ayudó. Y luego, después de una de nuestras primeras reuniones
del martes por la noche, Sarah se volvió hacia mí y me dijo: ¿No duermes?
Oh, eso es simple. ¿Qué tienes en mente ahora?
—Nada. Nada importante, de todos modos.
Me había dado el mismo movimiento de muñeca que le había dado a
los chicos justo ahora y me había dicho que se lo dijera de todos modos, sin
importar lo poco importantes que fueran mis pensamientos.
—Tengo que acordarme de pagar mi factura de gas mañana. Y tengo
que enviar una tarjeta de cumpleaños para mi padre, o mi mamá me pateará
el trasero.
Sarah simplemente sonríe y me aprieta la mano.
—Fácil. Te recordaré que hagas ambas cosas por la mañana, te lo
prometo. Ahora no tienes que preocuparte por nada.
Dormí bien esa noche por primera vez en semanas. Y, por primera vez
en semanas, soñé con él.
Desde entonces, ella me ha liberado de mi estrés antes de acostarme,
prometiendo que marcará la diferencia entre soñar y permanecer despierta
toda la noche, mirando al techo. Hasta ahora, no me ha decepcionado, y
estoy agradecida por eso. Pueden ser gráficos hasta el punto de
pornográfico, pero ahora estoy acostumbrada a mis sueños escandalosos.
Los espero. Apoyo mi sien contra el costado del teléfono público, suspirando.
—Tuve una llamada hoy. Una dura. Un niño pequeño de cinco años,
atrapado en una casa con su hermano muerto. Algo que me sacudió.
Escuché que los técnicos de emergencias golpeaban la puerta y luego
terminó la llamada. Ahora no tengo idea de lo que le pasó al niño. Odio no
saberlo.
La simpatía se observa en la cara de Sarah.
—¿Puedes preguntar a los técnicos de emergencias médicas?
—No se supone que lo haga. Aceptamos la llamada. Ayudamos en todo
lo que podemos. Enviamos a quien podemos. La llamada termina, y
aceptamos otra. No podemos comprometernos.
C-o-r-e-y. Corey. Su llamada fue una de las primeras que recibí al
comienzo de mi turno, y no pude dejar de pensar en su voz suave, fuerte y
aguda durante el resto de la noche. Asistí a innumerables personas que
llamaron, pero todo el tiempo me llené de una profunda inquietud
sembrada. Dijo que no sabía dónde estaban sus padres. ¿Eso significaba
que lo habían abandonado con su hermano? ¿Salieron para anotar, o para
beber, o para ir de fiesta y no lo pensaron dos veces? ¿O significaba que
estaban en el trabajo y que iban a regresar a la tragedia, uno de sus hijos
perdidos para siempre y el otro tan traumatizado que iba a estar en terapia
por el resto de su vida? Lo último aún sería terrible para Corey, pero al
menos en ese escenario tenía una madre y un padre amorosos que lo
ayudarían a superar lo sucedido.
En mi mente, sin embargo, no puedo escapar de las imágenes de un
niño pequeño con los ojos muy abiertos, metido en el sistema de adopciones,
confundido, herido y solo, sin nadie que realmente le cuide. Y eso... eso
simplemente me mata.
Sarah ha encontrado sus llaves. Pone una mano en mi hombro y se
inclina cerca.
—Eres una cosa pequeña, Zara Llewelyn. Una cabeza roja de 1,54, que
no puede pesar más de treinta. Por todo eso, eres un superhéroe. No lo
olvides. También debes recordar que no puedes salvar a todos.
—Lo sé. —Y realmente lo hago, pero aun así... escucharé la repetición
de la voz de Corey durante mucho tiempo para acompañar
Una explosión de sonido explota en mi oído.
¡Santa mierda!
Salto...
No sé en qué dirección saltar, solo que estoy sorprendida en mi propia
piel y mi corazón late con fuerza en mi pecho, y mis pies ya no están en el
suelo. Sarah se tambalea hacia atrás, agarrando su pecho, su boca
formando una O perfecta.
—¡Jesussantamierda! —Sisea—. ¿El teléfono? ¡El maldito teléfono está
sonando!
Y lo está. Fuerte, y ruidoso, e inesperado. Me encuentro a centímetros
de distancia del teléfono público, un pie en la cuneta, mi cuerpo corre con
la adrenalina. Empiezo a reír, principalmente por pura histeria, mi pulso da
un último hipo antes de que empiece a disminuir, y luego Sarah también se
ríe.
—Jódeme —exclama ella—. Nunca había escuchado a ese teléfono
sonar antes. No creía que aún estuviera conectado.
Las dos miramos fijamente el timbre del teléfono como si estuviera a
punto de realizar otro truco.
—No sabía que una llamada pudiera sonar durante tanto tiempo.
Sarah levanta su bolso (debe haberlo dejado caer cuando estaba
ocupada saltando en el aire como un gato asustado) y se tira las correas por
encima del hombro.
—Probablemente sea una estafa o algo así.
—Probablemente —le digo, disparando el teléfono otra mirada
sospechosa—. Venga. Estoy hambrienta. Voy a poner unos macarrones con
queso en el microondas antes de caer en la cama.
El teléfono sigue sonando mientras nos abrimos camino dentro del
edificio.
Sarah me da un fuerte abrazo cuando nos separamos en el tercer piso.
El clic de sus ridículos tacones hace eco mientras continúa subiendo la
escalera hasta el quinto piso, donde se encuentra su apartamento más
grande de dos habitaciones.
Mientras me preparo algo de comida, saco de mi cabeza todos los
pensamientos sobre Corey. Sarah tenía razón; No puedo salvar a todos, y no
puedo asumir el dolor del mundo entero. Me terminaré rompiendo si lo
intento. Una persona solo puede hacer tanto.
Me cepillo los dientes, me cepillo el pelo y me pongo el pijama, mi
cuerpo zumba con el cansancio cuando me hundo en mi colchón treinta
minutos después. Es solo el hábito lo que me hace encender la televisión, el
sonido está apagado. La luz salta de las paredes de mi habitación mientras
una estrella de un estúpido reality show habla a la cámara. Estoy lo
suficientemente cansada como para dormir por una semana, pero cuando
estoy a punto de quedarme dormida, mi cuerpo se encoge de nuevo, los
músculos se tensan y mi corazón se acelera. El mismo sonido que asustó la
mierda viva de mí abajo ha vuelto a subir.
El teléfono fuera de la parte frontal del edificio de apartamentos de
Bakersfield está sonando.
Tres pisos arriba y a través de una ventana bien cerrada, el afilado y
penetrante sonido del teléfono suena un total de quince veces antes de que
finalmente se quede en silencio.
Pasha
Roma
—Da un paso más y te voy a echar, gitano pedazo de mierda.
El tipo con el que he estado intercambiando golpes durante los últimos
quince minutos está sudando profusamente y parece que podría caer
muerto en cualquier momento. En el otro lado del eslabón de la cadena, su
entrenador piensa que es un movimiento inteligente amenazarme para
someterme. Poco sabe, solo ha jodido la lucha para su amigo. No por la
amenaza que me lanzó, sino por el nombre que me llamó.
Gitano.
La gente ve una película y creen que saben de qué están hablando.
Chico Ritchie hizo un trabajo bastante justo al retratar a los gitanos en
'Arrebatar', pero ahora todos piensan que saben todo sobre mí. No soy un
maldito gitano. Para empezar, no soy irlandés, aunque mi acento pueda
sonar un poco así. No soy un Viajero, ni un jodido adulador. Soy algo
completamente distinto, y aunque podría estar en el proceso de romper
todos los lazos con mi familia, soy y siempre seré... Roma.
Algo más en conjunto.
El chico se balancea sobre sus pies, con el labio partido levanta sus
puños, haciendo un espectáculo admirable; Sin embargo, ambos sabemos
que no queda nada en su tanque. Hago un gesto hacia la izquierda,
aceptando el golpe débil de mi lado, cambiando la huelga por la ventana que
necesito para terminar esto. No toma mucho. Lanzo mi puño contra su
mandíbula, abrazando el dolor, y los ojos del chico vuelven a su cabeza.
La satisfacción me inunda mientras lo veo caer.
Un rugido de sonido llena el espacio cavernoso cuando trescientos
apostadores, con sangre con testosterona, celebran o disputan mi victoria.
Olvido que están ahí la mayoría del tiempo. Las multitudes que se reúnen
para ver las peleas que tienen lugar debajo de los mercados de flores de
Braxton cada noche realmente no me importan. No necesito su favor o
aprobación. Su adoración me pasa desapercibida. Con los pies ligeros,
todavía lleno de energía, apenas cansado, me paro sobre el tipo que acabo
de derribar, listo y esperando, solo rogándole al chico que se despierte y
venga otra vez.
El árbitro, si puedes llamarlo así, se apresura a entrar en la jaula,
poniéndose entre el peleador caído y yo, murmurando una advertencia en
voz baja que no oigo.
Levántate. Levántate. Jodidamente levántate, miserable saco de mierda.
Sus párpados se agitan, pero eso es todo. Normalmente, cuando
alguien es eliminado, se levanta y se pone de pie, molesto por haber sido
abatido. Sin embargo, este chico no. Está tan flojo como un pez destripado,
prácticamente roncando. Su adinerado entrenador ingresa a la jaula en un
torbellino de mal poliéster y laca para el cabello, su cabello gris acero se
transforma en un estilo que parece que vio la luz del día en los años ochenta.
Deja a su chico en el suelo y se me acerca lanzando dagas con los ojos.
—¿No tienes ningún maldito sentido, jodido imbécil? ¿Tienes idea de
qué mierda acabas de hacer?
Le sonrío. Mis dientes deben estar rojos de sangre; el sabor cobrizo de
eso está por toda mi lengua.
—No pierdo, hombre. Si tu chico no estaba preparado, no debería
haberse metido en la jaula ahora, ¿verdad?
Me apuñala en el pecho con su dedo índice.
—No soy tu amigo. Supongo que no tendrás muchos amigos aquí esta
noche después de ese truco de mierda que simplemente...
Deja de hablar en el momento en que mi puño hace contacto con su
cara. Una nube de color carmesí explota por su nariz, y luego se dobla,
colocando sus manos sobre su nariz, liberando un aullido bajo y enfurecido.
La multitud estalla, algunas personas se ríen del tipo mientras su cabello
demasiado rociado se levanta en el aire, mientras otros silban y abuchean.
Me agacho, colocándome junto al tipo para poder susurrarle al oído.
—Nunca me toques. No dentro de esta jaula. Ni fuera de ella.
—De acuerdo, de acuerdo, Rivin, ya es suficiente. —El árbitro, un
pequeño hijo de puta de unos cincuenta años, se me acerca con las manos
en el aire, con cuidado de no cometer el mismo error que el entrenador
cuando intenta llevarme fuera de la jaula—. Vamos hombre. Debes cobrar
un cheque de pago, y te necesitamos fuera de aquí. Si no te has ido en los
próximos treinta minutos, no seremos responsables de lo que te suceda.
Retrocedo, reflejando su pose, con las manos levantadas.
—Sólo hay que pedirlo amablemente. Eso es todo. —Fuera de la jaula,
bajando los escalones de la multitud agitada, puedo ver la ira en las caras
de la gente. Obviamente, apostaron por el otro tipo, algo del Bloque del Este
por todas las cuentas, y no están contentos de que les haya costado sus
cheques.
La cerveza añeja me cae cuando me dirijo al vestuario. Parece que un
par de muchachos están pensando en levantarme los puños, pero la sonrisa
malévola y loca que les envío hace que decidan no hacerlo.
Este es un lugar sin ley. Hay muy pocas reglas aquí. No hay nada que
decir que no puedo eliminar a un par de ellos si tengo ganas. Ellos lo saben.
Aceptaron ese hecho en el momento en que pagaron y entraron por la puerta
estrecha.
Estoy sangrando, magullado e irritado como el infierno mientras me
paro frente a los espejos en el vestuario, desenredando mis envolturas de
mano. Mis nudillos ya se están volviendo de un tono vivo de púrpura, pero
al menos no están abiertos. Sin embargo, no se puede decir lo mismo de mi
labio inferior. Lo golpeo con la lengua, silbando ante la punzada de dolor.
—Caminando una línea fina, ¿verdad?
Me volteo hacia la voz, frunciendo el ceño al hombre parado en la
puerta. Alto, ancho y cubierto de tatuajes, el tipo se parece más a mi con su
pelo oscuro y grueso, su altura y su constitución. Aunque, estoy mucho
mejor que él, por supuesto.
—Sorpresa, sorpresa —le digo—. El hombre mismo. Patrin Rivin. Como
vivo y respiro.
Camina hacia el vestuario, recoge las envolturas para las manos que
he tirado en el suelo y comienza a enrollarlas en un rollo.
—No finjas que no esperabas verme aquí, hermano. Sabías que
llegamos a la ciudad.
—Sí. Hace un mes. Me sorprende que te haya tomado tanto tiempo
venir y encontrarme.
Él asiente, moviendo la cabeza de lado a lado, haciendo un suave
rugido.
—Tú sabes cómo va. Tarda una semana en desempacar todo. Otra para
hacer todo agradable y elegante, como a ella le gusta. Otra semana para
suministros. Abrimos puertas el jueves pasado. Estaba medio esperando
que aparecieras.
Le lanzo una mirada aguda.
—¿Por qué debería ir y hacer algo tan estúpido como eso?
—No te hagas el tonto, maldita sea. Se te acabó el tiempo y lo sabes.
Tres años. Todos felices. Todos están deseando que vuelvas a casa. No hay
necesidad de hacer de eso un gran asunto.
¿No hay necesidad de hacer un gran asunto? Una vez me hubiera reído
de eso. Ahora, solo miro con el ceño fruncido mi reflejo en el espejo, al
riachuelo de sangre que ha viajado desde la palma de mi mano hasta mi
antebrazo levantado, y gotea de mi codo mientras paso mi dedo por el
interior de mi boca, asegurándome de que ninguno de mis dientes esté
astillado.
—Shelta no tenía ganas de hacer el viaje a través de la ciudad, ¿verdad?
—Conoces a tu madre. No le gustan las áreas demasiado pobladas.
—Maneja Nueva York muy bien. Puede manejar al maldito Spokane.
Patrin extiende sus dedos, la exasperación acumulándose en sus
oscuros ojos marrones. Patrin y yo podríamos llamarnos hermanos, pero no
es más que un término de camaradería. En realidad es mi primo segundo.
O tal vez mi tercero. Sea lo que sea, compartimos un dedal de sangre o dos;
El hombre tiene los rasgos de la familia Rivin, al igual que yo, pero también
es la imagen de mi abuelo Jamis. Nunca conocí a Jamis, murió mucho antes
de que yo naciera, pero he visto suficientes fotos a lo largo de mis veintisiete
años y siento que estoy mirando a un fantasma cada vez que miro a Patrin.
—Esto no es un simple asunto, ya sabes —dice—. No puedes esperar
que esto sea fácil para ella. Creo que le gustaría una disculpa antes de que
vuelvas a la vitsa. Una disculpa adecuada. No es una tontería a medias a la
que no te refieres.
Esto me hace reír.
—Oh, estoy seguro de que lo haría. Dile que dije que no debería
contener la respiración. No le debo una mierda.
La consternación de Patrin es muy real. Sacude la cabeza, parpadeando
rápidamente.
—Pensé que ya habrías llegado a tus jodidos sentidos. ¿No estás
avergonzado?
El recuerdo hunde sus ganchos, forzándome a retroceder en el tiempo,
tres años atrás, hasta la noche en que me expulsaron del abrazo de mi
familia. Hay sangre por todas partes, mi piel moteada y pegajosa con ella,
mientras miro fijamente el cuchillo en mi mano. Siento que el aire se abre
camino hacia mis pulmones. Siento el pulso y el ruido de mi propia sangre
abriéndose paso alrededor de mi cuerpo mientras trato de permanecer de pie.
A mis pies, mis zapatillas de deporte blancas están cubiertas de barro, los
dedos de los pies teñidos de verde de la hierba cortada que acabo de
atravesar, y a quince metros de distancia, mi madre...
…Mi madre horrorizada está gritando.
—No eres el único que ha sufrido, Pash. —La voz de Patrin me arrastra
al presente. La sangre, el cuchillo, la parte superior de mis zapatos
manchados de hierba... todo desaparece, regresándome al vestuario, el olor
a sudor rancio que se abre camino por mi nariz. Patrin me entrega mis
envolturas enrolladas para las manos, con cuidado de no tocarme realmente
mientras deposita la tela en la palma de mi mano—. Todos hemos tenido
que hacer sacrificios. Todos hemos tenido que defender...
—¿Entonces, porque estas aquí? Por qué incluso molestarme en volver
y encontrarme. Si he causado tanto daño, deberías haber pasado por alto a
Washington y dejarme aquí para que me pudriera.
—Podríamos haberlo hecho —admite—. Pero, a pesar de lo que pienses,
tu familia te quiere. Todos lo hacemos. Y los Rivin nunca han sido del tipo
de dar la espalda a sus seres queridos.
Meto las envolturas de las manos y mi camisa en mi bolsa del gimnasio,
tratando de silenciar el gruñido que se está formando en la parte posterior
de mi garganta. Esto es una mierda. Mentira total. Estrechando mis ojos a
Patrin, lanzo la bolsa del gimnasio sobre mi hombro, con ganas de
impulsarme a pasar junto a él, pasar a través de la multitud y salir por la
noche. No me sentiré bien con nada de esto hasta que esté en mi Mustang
y la planta de mi pie derecho esté pisando el acelerador. Aunque me detengo.
—De todas las personas, me sorprende que te hayas convertido en el
chivo expiatorio de Shelta.
Patrin hace una mueca; mis palabras son profundas, tal como están
diseñadas. La última vez que lo vi, Patrin se estaba refiriendo líricamente
sobre cómo era su propio hombre, cómo la jerarquía familiar no significaba
una mierda para él y cómo se negaba a responderle a nadie, sin importar
quién demonios fuera. ¿Y ahora, aquí está, el mono de Shelta, quitándose
la gorra y escupiendo sobre su hombro cada vez que ella estornuda?
—El poder es el poder —se queja Patrin en voz baja—. No hace ninguna
diferencia cómo lo consigues, ¿verdad? He aprendido mucho en los últimos
tres años. Todos tienen que inclinarse ante alguien en algún momento de
sus vidas. Puede que esté sirviendo los intereses de otra persona en este
momento, pero no pasará mucho tiempo antes de que yo sirva a los míos.
—Shelta es una manipuladora, aprovechada y mentirosa. Lo sabes tan
bien como yo. Se apoyará en cualquiera lo suficientemente estúpido como
para quedarse quieto el tiempo suficiente para hacer su trabajo sucio.
—Ella no es tan mala. Y tú eres bueno para hablar. Necesitarás
apoyarte en las personas también, lo suficientemente pronto. Las cosas van
a cambiar para ti. Tendrás una fila de personas esperando la oportunidad
de hacer una reverencia y servir en el momento en que pises el suelo de
Rivin.
—No hay tal cosa como el suelo Rivin. Solo hay problemas con Rivin.
Lamento decepcionarte, pero mi madre te ha estado mintiendo. No
necesitaré una mano derecha. He hecho un hogar para mí aquí ahora.
Cuando todos se vayan en un mes más o menos, no viajaré contigo.
Patrin se pone rígido. Él inclina la cabeza hacia un lado, como si
pensara que podría no haberme escuchado correctamente.
—¿Qué se supone que significa eso, entonces?
—Significa que no voy a volver, con la cola metida entre mis putas
piernas. Shelta no está recibiendo sus disculpas. No voy a arrastrarme sobre
los vidrios rotos para recuperar el respeto del clan. Por una vez en mi vida,
soy feliz. Tengo la intención de mantenerlo así.
—Tienes más tatuajes. Apenas hay una centímetro de piel desnuda en
tu pecho ahora.
—¿Qué hay de ella?
—Es tinta Romaní, hermano. Todo ello. Si estás tan desesperado por
deshacerte de nosotros, ¿por qué marcarte así? ¿Crees que eres feliz? ¿Crees
que esta vida te va a hacer feliz? Atrapado en un apartamento, atrapado allí,
¿no puede salir cuando quieres? ¿Encadenado a un maldito trabajo? ¿Crees
que no sabemos sobre el estudio?
Mi sonrisa es imprudente y punzante.
—Ese apartamento cuesta una fortuna. No tengo vecinos, y la vista es
jodidamente ridícula. Y por supuesto que sabes sobre el estudio. No me
importa, Patrin. Es mío. Algo mío. Un negocio y una reputación que construí
con mis propias manos. —Respiré hondo—. Estaré bien aquí, hermano, pero
gracias por tu preocupación. Significa mucho que pasaste.
Estoy casi fuera de la puerta cuando Patrin dice algo que hace que mi
sangre se convierta en hielo en mis venas.
—Ella nunca te dejará irte, Pasha. Ni en un millón de años. Si crees
que puedes simplemente... renunciar a tu derecho de nacimiento y alejarte
de todo lo que se espera de ti, entonces tendrás otra cosa por venir. ¿Sabes
cuántos de nosotros mataríamos por estar en tus zapatos ahora mismo?
Mi mano descansa en la puerta. No miro hacia atrás cuando lo abro y
camino a través.
—Si mi derecho de nacimiento es un gran honor, ¿por qué no estás
celebrando ahora mismo? Eres el siguiente en la línea, después de todo. Si
no vuelvo... entonces es todo tuyo.
***
—Quince mil trescientos ochenta y siete dólares.
Cuando cambié el cheque que Barry golpeó en mi pecho cuando salí de
los mercados de flores, lo rompí en pedazos una vez que la aplicación de
Banco de America en mi teléfono aceptó el depósito, y luego arrojé los
pedazos por la ventana mientras quemaba goma en el estacionamiento.
Decir que estoy de mal humor sería una subestimación. Estoy furioso.
Tan enojado que me tiemblan las manos mientras me dirijo a la ciudad,
yendo a casa.
¿Cuánto tiempo me tomó antes de comenzar a considerar el vasto
apartamento tipo desvan con vista a la ciudad como mi hogar?
Sorprendentemente, no hay tiempo en absoluto. Se suponía que mi destierro
era un castigo, pero en el momento en que el clan abandonó el estado de
Washington hace tres años, sentí como si me hubieran quitado un peso
monumental de los hombros. Si alguien más hubiera sido desterrado,
habrían fracasado, perdido e inseguro qué hacer con ellos mismos sin la
guía de la vitsa. Pero no yo.
Me deleité con el silencio.
Me deleité en la paz.
En lugar de perderme a mí mismo, incluso por un segundo, me
encontré. Instalé la tienda de tatuajes, me especialicé en piezas grandes e
intrincadas de trabajos a la medida, encargados, y prosperé. Hay algo de
paz en sentarse por horas a la vez, perderse en una espalda gigante o un
pecho. Mi cerebro deja de revolcarse, tratando de darle sentido al mundo,
de adentrarse en innumerables decisiones y preocupaciones. La pistola en
mi mano es mi único foco. Las agujas, la tinta y la piel: eso es todo lo que
hay.
Mi apartamento se sintió raro por un par de semanas, sí. Pero tenía
experiencia en estar parado, ya que Shelta me llevó a un internado cuando
era niño, la cosa más anti-romaní que ha hecho, por lo que no me tomó
mucho tiempo ajustarme y adaptarme.
No me importa seguir adelante. No me importa que a veces tenga que
estar en un lugar determinado en un momento determinado para tatuar a
alguien. Ninguna de estas cosas se siente como un sacrificio para mí, y ni
mi madre ni Patrin podrán entender eso. Nunca dejarían la vitsa. Nacieron
como parte de nuestra comunidad, y también morirán como parte de ella.
De vuelta en el desván, camino de un lado a otro del espacio. Después
de inspeccionar la cocina, me muevo a la sala de estar, y luego a la esquina
más alejada, donde instalé mis arreglos para dormir, para un gadje, mis
arreglos de vivienda se verían escasos, sin duda, pero para Patrin, se vería
como si he comenzado una carrera en el acaparamiento. La pequeña
colección de libros que he acumulado; Las pesas, y el banco junto a la
ventana; la ropa en mi armario, la televisión; el sistema de sonido y la obra
de arte que he pintado y colgado en las paredes: todo parecería un exceso
para Patrin y mi madre. Cualquier miembro de la Rivin vitsa se avergonzaría
de pensar que uno de los suyos vivía aquí de manera permanente, a largo
plazo. No hay suficientes lavabos, para empezar. Morirían de muerte si
pensaran por un segundo que usé el fregadero de la cocina para lavar mis
platos y mis manos. Jesucristo.
Camino de un lado a otro, y realmente pienso en lo que le dije a Patrin
en las peleas. La vida sería tan fácil si volviera a ellos. Dinero, adoración,
respeto, realmente lo tendría todo. Pero lo único que no tendría, mucho más
valioso para mí que nada de eso, faltaría. Desaparecido para siempre, no
verlo nunca más.
Mi libertad.
Ya no sería libre.
Y mi libertad vale más para mí que cualquier otra cosa en el mundo.
Zara
Cyscom
El resto de la semana pasa en un borrón de llamadas telefónicas. Mis
turnos son largos y tortuosos, y vuelvo a casa todas las noches agotada,
tanto físico como mentalmente. Hay varias ocasiones en las que me detengo
a pensar en el niño pequeño con el que hablé, pero no me permito pensar
en él. No puedo
Y cada noche, cuando caigo en la cama, decidida a descansar bien... el
teléfono público que está fuera de mi ventana empieza a sonar. El sonido no
es técnicamente lo suficientemente alto como para evitar que me desmaye,
pero hay algo inquietante al respecto. El tono es igual al de cualquier otro
teléfono público, pero es insistente. Una y otra vez, el teléfono suena, y
suena, y suena, como un tambor golpeando en mi torrente sanguíneo, un
martillo cayendo sobre mi cabeza, el impacto me lleva hasta los huesos.
No duermo, lo que significa que no hay sueños, lo que significa que no
hay un chico misterioso cuando cierro los ojos por la noche. He tratado de
no estar demasiado decepcionada. En los últimos años ha habido ocasiones
en las que realmente me he preocupado por mi propia cordura. ¿Es normal
experimentar sueños recurrentes en este tipo de escala? No es como si
fueran el mismo sueño cada vez. No, ninguno de los sueños ha sido el
mismo. No puedo recordar los detalles más finos dentro de los sueños, pero
sí sé que cada uno de ellos ha sido diferente. Diferentes lugares, diferentes
horas del día, del año. Diferentes escenarios. Cuando me despierto,
generalmente jadeando y sin aliento, con la piel cubierta de un brillo de
sudor resbaladizo, los episodios desaparecen y se siente como si hubiera
una ruptura en mi mente, un agujero profundo y enorme donde el recuerdo
del sueño debería estar pero no lo está. Nunca recuerdo su cara. Nunca
recuerdo lo que me dijo, ni cómo suena su voz. Todo lo que queda de él una
vez que resucito en la conciencia es la persistente quemadura de sus manos
en mi cuerpo, la presión de sus labios en los míos y la agobiante sensación
de pérdida que siento en el hueco de mi pecho cuando me doy cuenta de
que él, quienquiera que sea. Se ha ido
El bar está desierto en mi hora de almuerzo del turno de sábado.
Siempre hay entre diez y quince despachadores en turno juntos a la vez, y
se nos asigna un descanso de tres personas a la vez; Sin embargo, Julia y
Kent están más interesadas en fumar que en comer cuando llega nuestro
tiempo asignado, por lo que me encuentro sentada sola. Me sirvo un
emparedado y una botella de agua, y me siento en una de las mesas vacías,
sintiendo que he estado en una habitación de cuatro días y tengo mucha
resaca. Me duelen los músculos, me late la cabeza y siento como si me
hubieran quitado la vida.
No puedo seguir perdiendo el sueño así. No porque me esté perdiendo
mi misterioso sueño. No, eso sería ridículo. Estoy jodidamente agotada.
Necesito un descanso adecuado. Hay que hacer algo, de lo contrario voy a
perder mi maldita mente. Al sacar mi teléfono celular, abro Internet y escribo
"Asistencia al cliente del proveedor de teléfonos Cyscom" y obtengo su
número de contacto. Cyscom es la única compañía que incluso se molesta
en instalar teléfonos públicos. Su logotipo azul y blanco se puede encontrar
sobre el auricular de todas las cajas negras de teléfono pesado que salpican
esporádicamente las calles de la ciudad, el mismo logotipo sobre el teléfono
ofensivo que se encuentra en la calle directamente debajo de la ventana de
mi habitación. Cuando el brillante y alegre agente de atención al cliente
atiende mi llamada, rápidamente me ahogué con el bocado seco que estaba
mordiendo y me aclaré la garganta.
—Hola. Necesito hablar con alguien sobre el teléfono público en la
esquina de Albertson y Delancy, por favor.
—Lo siento, señora. ¿Tienes un plan de celular con nosotros?
—No. Yo no. Quiero hablar con alguien que se ocupe de los teléfonos
públicos. Específicamente, el teléfono público en la esquina de Albertson y
Delancy.
—Lo siento, no estoy seguro de qué departamento se ocuparía de eso.
Primero, ¿puedes decirme en qué ciudad estás?
Ruedo mis ojos. La perra sabe exactamente de qué ciudad llamaba, es
probable que la información se le haya proporcionado en una lectura antes
de que atienda mi llamada, pero le sigo la corriente.
—Estoy en Spokane.
—Está bien, señora. Si puede esperar, intentaré averiguar con quién
necesito ponerla en contacto.
Espero durante tres minutos, la “Shape of you” de Ed Sheeran sonando
mientras espero. La canción comienza de nuevo y ha alcanzado el segundo
coro cuando el agente regresa.
—¿Puedo preguntar cuál es el problema, por favor, señora? Todavía
estoy intentando averiguar quién puede ayudarla.
—Hay algo mal con el teléfono público —digo lentamente. Esto ya es
agotador. Tengo que volver a mi escritorio en diez minutos—. Sigue sonando.
La caja está justo afuera de mi ventana y me mantiene despierta toda la
noche. Necesito que alguien vaya a verlo.
—Lamento mucho escuchar eso, señora. La transferiré alguien en
nuestro departamento técnico. Tal vez puedan resolver esto por usted.
Me ponen en espera antes de que pueda objetar, y la voz de Ed
comienza a cantar sobre las curvas de una mujer de nuevo. Perfecto. Esto
es simplemente perfecto. Sin embargo, me las arreglé para terminar mi
sándwich y también he vaciado mi botella de agua cuando la canción se
detiene bruscamente y una voz masculina brusca dice—: Cyscom. Este es
Paul. ¿Cómo puedo ayudarle?
Le explico mi problema y él hace sonidos de gruñidos aburridos,
interviniéndolos en la conversación, presumiblemente para hacerme saber
que todavía está escuchando, mientras finalizo mi análisis de la situación
en cuestión.
—¿Bueno, señorita…?
—Llewelyn.
—Bien, señorita Llewelyn. Normalmente no manejo problemas con
líneas fijas o teléfonos públicos, pero déjeme ver si puedo echar un vistazo.
Todos nuestros sistemas han cambiado recientemente. No sé si aún puedo
ver las ubicaciones y tomar registros en su área.
Típico. Sólo jodidamente típico. Los dedos de Paul vuelan sobre el
teclado mientras trabaja, y él lanza el extraño gruñido de vez en cuando,
puedo imaginar a un tipo ronco frente a una computadora, sorbiendo café
de una taza y rascándose la barriga mientras alterna lentamente sus
pantallas, frunciendo el ceño ante la información que ve allí.
—Bueno. Logré iniciar sesión en el sistema, pero indica que el teléfono
público en la ubicación que me dio ya no está activo.
—Está activo. ¿Por qué estaría llamando para quejarme de que suene
si no está activo?
—¿Dice que lo ha oído sonar?
—Sí. Repetidamente. Todas las noches durante las últimas cuatro
noches.
—¿Está segura de que no es sólo el viento?
—¿Cómo podría el viento estar haciendo sonar un teléfono por horas
cada noche?
—Está bien. —Paul se queda callado. Parece que está pensando muy
profundamente en esto—. ¿Aproximadamente a qué hora ha estado sonando
el teléfono cada noche?
—Varía. Por lo general es alrededor de media hora antes de irme a la
cama. Eran las dos y media de la mañana la primera noche. Luego la
medianoche del miércoles y el jueves también. La noche pasada, comenzó a
la una y no se detuvo hasta las cinco de la mañana. —Estaba lista para ir
allí y romper la cosa en pedazos con un bate Louisville en ese momento.
—Correcto.
Hay algo en la forma en que Paul dice esa palabra que me hace
sentarme más derecha y entrecerrar los ojos.
—Necesito que bloquees a quien sea que sigue llamando al teléfono
público —exijo.
—No puedo hacer eso, señora. No a menos que sea una persona que
altere el orden público.
—Eso es exactamente lo que esta persona es. Una molestia.
Sus dedos se disparan rápidamente sobre su teclado.
—Bloquear ese tipo de llamadas no tiene sentido. Simplemente llaman
al número desde un teléfono diferente. En cualquier caso, he estado
buscando en los registros del teléfono público en cuestión, señorita
Llewelyn, y no puedo ver ninguna llamada entrante.
—¿De anoche?
—En absoluto. Durante las últimas siete semanas. La última llamada
entrante a ese teléfono fue el lunes 20 de agosto.
Me preparo para decirle a Paul que es completamente inútil en su
trabajo y que está equivocado, pero me sorprendo. El chico no tiene razón
para mentir. Y me quedo mirando los registros de llamadas durante todo el
día. Son bastante difíciles de malinterpretar, siendo simples listas de
números, fechas y horas. No hay una manera real de hacer que se
equivoquen.
—Sin embargo, no entiendo cómo eso puede ser verdad. —Me esfuerzo
para mantener mi voz tranquila—. Lo juro, el teléfono ha estado sonando.
Cada noche. He estado acostada en la cama, escuchándolo sonar desde el
martes.
—¿Vive en el bloque de apartamentos en esa esquina?
—Sí. Mi apartamento da a la calle. La ventana de mi habitación se ve
directamente sobre el teléfono público.
—¿Y está segura de que el timbre no podría provenir de un teléfono en
uno de los otros apartamentos?
Dios, él debe pensar que soy tan jodidamente tonta.
—Segura. Estaba parada justo al lado la primera vez que sonó. Es ese
teléfono público. Está sonando, conozco lo que es. Es implacable. Suena
durante horas a la vez. Por el amor de todas las cosas santas, Paul,
realmente necesita parar.
—Señora, no puede sonar durante horas. La línea se desconecta
después de doce timbres si nadie contesta.
—¿Doce? ¡Ja! Llegué a trescientos ochenta y siete timbres anoche antes
de rendirme y dejar de contar. ¡Trescientos ochenta y siete!
—Bueno. Está bien, entiendo Estoy seguro de que podremos resolver
esto. —El tono de Paul ha pasado de ser desinteresado y distante a pacificar
y aplacar. Me doy cuenta entonces, con un arrebato de vergüenza, que Paul
está empezando a pensar que estoy loca.
Señor todo poderoso…
Cierro los ojos, desplomándome en mi asiento. No puedo culparlo por
pensar eso; Estoy actuando jodidamente loca.
—Mira. Lo siento. Solo estoy privada de sueño, y...
—¿Le haría sentirse mejor si un técnico viniera a evaluar el teléfono
público, señorita Llewelyn? ¿Puedo tener a alguien que vea la unidad el
lunes a las tres? —pregunta Paul.
Suspiro en alivio.
—En realidad, eso sería genial. Lo apreciaría mucho. Gracias.
Anoto los detalles de la cita del técnico en mi teléfono, sintiéndome más
que un poco tonta. No sé por qué el timbre del teléfono me está molestando
tanto, por qué no puedo dejarlo ir y olvidarlo, pero hay algo que me impide
seguir adelante. Algo sobre el teléfono que suena constantemente y que me
desconcierta; No puedo soportar la idea de irme a casa e irme a la cama,
sabiendo que va a comenzar a sonar de nuevo, en el momento en que trato
de desmayarme.
—¿Señorita Llewleyn? —pregunta Paul—. Tengo una sugerencia que
podría resolver este problema antes del lunes, si estuviera dispuesta a
considerarlo?
—¡Por supuesto! ¿Qué es?
—Si por casualidad escucha que el teléfono suena nuevamente...
siempre puede bajar y contestar.
—¿Contestarlo?
—Sí. Si responde, puede hacerle saber a la persona que llama que tiene
un número incorrecto y tal vez ya no llamará más. Eso es lo que es en la
mayoría de este tipo de situaciones. Un error. Sólo un número equivocado.
Sólo un número equivocado.
Nunca antes se me había ocurrido que el teléfono que suena puede ser
una persona que intenta conectarse por error con otra persona. Siempre
parece que se trata de una broma: alguien que se complace en causar
interrupciones y busca causar problemas.
Murmuro distraídamente mientras reflexiono sobre la sugerencia de
Paul.
—Sí. Bien. Supongo que podría hacer eso.
***
—Zara, ¿puedo verte en mi oficina por un segundo, por favor?
Una hora antes de que finalice mi turno, Roger, el supervisor de turno,
viene y se para en el otro lado de mi escritorio. Es un hombre insustancial
que siempre parece estar a punto de enfermarse. Su cabello se está
adelgazando y se recuesta sobre su cabeza con mechones resbaladizos como
el cabello de un bebé recién nacido, y su ropa generalmente está arrugada
y menos que fresca. Su voz es suave, y sus ojos tienen una forma de
revolotear en la habitación cuando está hablando contigo en lugar de
mirarte, como si el concepto de hacer contacto visual realmente ponga muy
nervioso al hombre. Por todo eso, me gusta Roger.
Se hizo cargo de su sobrina y sobrino después de que su hermano y su
esposa murieron en un accidente automovilístico hace cuatro años, y es el
tipo compasivo. Se preocupa por la gente y, a menudo, hace todo lo posible
para asegurarse de que su personal esté contento y feliz.
La expresión en su rostro cuando me pide que lo acompañe en su
oficina, me provoca una emoción de pánico.
—Por supuesto. ¿Está… todo bien? —¿Qué es? ¿Qué he hecho mal?
¿Qué error he cometido ahora que Roger está a punto de despedirme? Nada
viene inmediatamente a la mente, pero tiene que haber algo. De lo contrario,
no se vería tan ansioso.
—No hay necesidad de alarmarse —murmura—. Solo necesito unos
minutos de tu tiempo, eso es todo. La policía está aquí...
Santa mierda. Debe haber sido el técnico del teléfono. Me reportó por
ser extraña y agresiva antes. Roger debe verme palidecer, porque levanta la
mano derecha y da una palmadita en el aire, un movimiento de calmar la
mierda cada vez que piensa que la gente está a punto de comenzar a
hiperventilar.
—La policía está aquí para preguntarte sobre una llamada que recibiste
a principios de esta semana, eso es todo. Quieren hacerte algunas
preguntas.
Oh.
Corey.
Esto es sobre el niño pequeño. Sé que lo es, incluso antes de que Roger
termine de hablar. Mi estómago se ha atado a un nudo cuando llegamos a
la oficina de Roger y el tipo de la chaqueta negra y la gorra de béisbol roja
brillante se dan vuelta para enfrentarnos. Esperaba oficiales uniformados,
tal vez dos detectives vistiendo gabardinas, pero el hombre solitario en su
vestimenta civil no se encuentra con ninguno de los estereotipos
intimidantes que he evocado en mi cabeza.
Cabello castaño, asomando por debajo de su gorra. Ojos cafés. Es
joven, probablemente solo un par de años mayor que yo. Emite un aire de
confianza descarada mientras extiende su mano y me da una sonrisa
eficiente y sencilla.
—Señorita Llewelyn, ¿verdad? Soy el detective Holmes.
—Por favor. Llámame Zara. —Me sorprendo con mi tono fresco y
tranquilo; No soy ni frío ni tranquila, pero el timbre de mi voz desmiente mi
ansiedad. Sacudiendo la mano del detective Holmes, entro más en la
habitación para que Roger pueda sentarse detrás de su escritorio. El
detective y yo nos sentamos uno al lado del otro, y el nuevo bocado de menta
golpea la parte de atrás de mi nariz, debe haber escupido su encía.
—Probablemente te estés preguntando por qué he venido hasta aquí
para molestarte —dice el detective Holmes—. El Sr. Walker me dice que
estás por terminar el día, así que no te mantendré mucho tiempo. Acabo de
recibir un par de preguntas que quería hacerle sobre una llamada que
recibió el martes. ¿Estaría bien?
Asiento. Mi pulso inexplicablemente golpea mis sienes.
»Un pequeño chico. Quería ayuda médica para su hermano.
¿Recuerdas la llamada?
No parpadeo. Siento que algo terriblemente importante está a punto de
suceder, y lo perderé si parpadeo.
—Sí, lo recuerdo. Estaba muy angustiado. Creo que su hermano estaba
realmente muerto, pero no estoy segura...
Holmes asiente.
—Los técnicos de emergencias médicas lo registraron como D.O.A.
Sobredosis de droga. Originalmente pensaron que era accidental, pero desde
entonces hemos llegado a la conclusión de que probablemente no lo fue.
Hubo una lucha. Una serie de artículos fueron robados de la casa. Una
cantidad sustancial de dinero de una caja fuerte en la casa de la piscina.
—¿Lo siento? ¿Casa de la piscina?
—Sí. La caja fuerte estaba abierta cuando los padres llegaron a casa,
pero insisten en que Jamie, el niño fallecido, no sabía la combinación.
Intento procesar esta información, pero las palabras se me salen de la
cabeza como la mantequilla de un cuchillo caliente. Todavía estoy atascada
en las palabras de la casa de la piscina. He estado imaginando a Corey en
un apartamento sucio y desordenado de una cama sin electricidad ni calor.
Resulta que Corey vive en un lugar que tiene una piscina, lo que no tiene
sentido para mí, porque los niños pequeños que viven en lugares como ese
son vigilados 24/7. Tienen padres amorosos que trabajan duro y se les paga
bien. No se despiertan en medio de la noche, solos, para descubrir que su
hermano ha sido asesinado.
—El Sr. y la señora Petrov llegaron a casa de St. Bart's a última hora
del miércoles. Han contratado a una gran cantidad de abogados para
manejar "la situación" como la llaman, por lo que es imposible obtener una
respuesta directa de ellos, pero estamos tratando de adelantarnos a esto.
—Lo siento. —Fruncí el ceño, inclinando mi cabeza hacia un lado
mientras miraba al detective—. ¿Acaba de decir… Petrov?
Una mirada sabia y cansada parpadea sobre la cara del detective
Holmes.
—Has escuchado el nombre entonces.
Por supuesto. Todos lo saben. La familia Petrov es notoria en Spokane.
Su nombre comenzó a aparecer hace cinco años, cuando la familia se mudó
a la ciudad y abrió un restaurante ruso. Nadie creía que el lugar duraría
mucho. No había una comunidad rusa de la que hablar aquí, y aunque la
gente en general es aventurera y le gusta probar cosas nuevas, parece poco
probable que continúen frecuentando un restaurante que sirve platos
extraños e inusuales que nadie podría pronunciar.
Sin embargo, el restaurante tuvo éxito y pronto la familia Petrov abrió
lavandería, floristerías, tiendas de licores y tiendas de autoservicio.
Florecieron, en un momento en el que todos los demás parecían estar
luchando por llegar a fin de mes, en una ciudad que realmente no necesitaba
más lavanderías, o florerías, licorerías y tiendas de autos, y lentamente una
preocupación general comenzó a arrastrarse. En las esquinas de las mentes
de las personas.
Todos saben que los Petrov están conectados de alguna manera con la
mafia rusa. Es un hecho tácito del que nadie quiere hablar. Hablar de eso
significa que es real. Que los hombres que vio entrar a la lavandería a las
dos de la mañana, con trajes de cinco mil dólares, con el pelo peinado hacia
atrás y los ojos ocultos detrás de gafas de sol caras, no entraron allí para
lavar su ropa.
—Han logrado mantener la muerte de Jamie fuera de las noticias por
el momento, pero no pasará mucho tiempo antes de que se filtre la historia
—continúa el detective Holmes—. Todo el infierno se va a desencadenar, y
queremos tratar de adelantarnos a esto.
Doblando mis manos en mi regazo, luego separándolas, colocando una
palma en cada rodilla, lo miro a los ojos.
—Bien. No sé cómo voy a ser de alguna ayuda, pero pregunte. Lo haré
lo mejor que pueda.
El detective me da otra breve sonrisa.
—Como es obvio, todas las llamadas de emergencia se graban y
guardan en una unidad compartida dentro de cada comando de envío.
También se guardan en un servidor externo, por si acaso. En este caso,
parece que las dos copias de la llamada al 911 de Corey de alguna manera
han sido... corrompidas. —Su voz se entristece al final de su oración,
claramente, no lo cree en absoluto. Él cree que algo más sucedió, y no está
contento con eso.
—¿No había una transcripción escrita? —pregunto.
El detective Holmes hace una mueca.
—Al parecer, ha sido extraviada. Si pudiera darme un resumen de la
llamada lo mejor que pueda, creo que sería muy útil para nosotros en este
momento —dice el detective Holmes.
Es inaudito que una llamada grabada pueda borrarse o dañarse.
Simplemente no sucede. Hay tantos guardias seguros en el lugar para evitar
tal pérdida que estoy francamente sorprendida por lo que me está diciendo
en este momento. ¿Pero para que la transcripción escrita haya desaparecido
también? Algo definitivamente no está bien aquí.
—Uh... está bien. Por supuesto. Bueno... —Retrocedo y repito la
llamada desde el momento en que se conectó hasta el momento en que se
desconectó, y luego transmito esa información al Detective Holmes.
—Sé que dijo que estaba asustado, Zara, pero ¿parecía asustado?
¿Parecía él aterrorizado?
—Quiero decir... asustado, sí. Asustado por su hermano. Pero no
aterrorizado.
—¿Y mencionó si había hablado con este otro hombre que se presentó
en la casa?
—No, él no lo hizo. Dijo que su hermano le había dicho que fuera a su
habitación. No dijo si conocía al hombre que estaba allí, o si había tenido
alguna interacción directa con él.
Ojos de decepción del detective.
—¿Dijo si el hombre todavía estaba allí en la casa cuando llamó?
—Le pregunté, y dijo que no, que era solo él y su hermano.
—Correcto. ¿Y no oíste ningún otro sonido de fondo?
—No.
—¿Ningún sonido en absoluto? Sin voces, sin música, sin sonidos de
motor, o... No lo sé. ¿Algo que pueda darnos una pista?
Cierro los ojos, reviviendo de nuevo la conversación. Todo está ahí,
flotando justo debajo de la superficie de mi memoria, tan vívido y tan claro
que se siente como si Corey me susurrara al oído otra vez, contándome sus
secretos, diciéndome que un hombre ha venido a su casa y que su hermano
no se despertaba.
—No. Lo siento. No había nada. Créeme... si pudiera ayudarte a
encontrar al tipo que mató al hermano de Corey, lo haría en un abrir y cerrar
de ojos.
El detective Holmes asiente, apretando la mandíbula. Él era claramente
optimista cuando comenzamos nuestra conversación, pero ahora no queda
nada de ese optimismo. Acabo de aplastar cualquier esperanza que trajo a
esta oficina con él. Soplando con fuerza por su nariz, se levanta de su silla
y agacha la cabeza.
—Sí. Este tipo obviamente tiene que pagar por matar a Jamie. Pero en
este momento, estamos más preocupados por encontrar a Corey. Han
pasado más de setenta y dos horas, y normalmente, una vez que un niño ha
estado desaparecido durante tanto tiempo...
Observo cómo se mueve la boca del detective Holmes con una especie
de fascinación enfermiza. Habla durante al menos un minuto entero, pero
sus palabras se pierden en mí. No oigo nada de lo que dice; Mis oídos rugen
con el torrente de mi sangre y con una pared de ruido blanco que me impide
registrar cualquier otra cosa. Me da la mano y murmuro un agradecimiento,
o tal vez le pido disculpas por no haber sido más útil. Demonios, podría
haberle deseado feliz Navidad y no lo sabría. Mi cuerpo está en piloto
automático hasta que el hombre salió de la oficina, y su espalda desapareció
por el pasillo y desapareció de la vista.
Lentamente, me dirijo a Roger.
—¿Desaparecido? ¿Ese niño pequeño está desaparecido?
Roger levanta su taza de café y la mira morosamente. Debe estar vacío
Él es un bebedor de café nervioso.
—Los técnicos de emergencias médicas no encontraron a nadie en la
propiedad cuando llegaron. El niño fallecido estaba en la sala de estar.
Registraron el resto del lugar después de haber establecido que no había
nada que pudieran hacer por Jamie. No había nadie ahí.
—Pero eso es imposible. Los oí llegar. Los oí patear en la puerta.
Las cejas de Roger se juntan.
—El informe de la EMT dijo que la puerta ya estaba abierta cuando
llegaron. Si escuchaste a alguien pateando en la puerta, entonces... —
Suspira, todavía mirando a su taza—. Tal vez escuchaste algo útil después
de todo, Zara.
Pasha
Luciérnaga
Sus manos son pequeñas.
La ruta de venas debajo de su piel, teñida de azul y verde, capta mi
atención y me niego a soltarla mientras trazo mis dedos sobre ellas. Ella es
una obra de maravilla. Su cuerpo es como nada que haya visto antes:
perfectamente proporcionado, con todas las curvas suaves, las líneas de su
interpretación artística, y puedo sentir mi polla moviéndose en mis pantalones
mientras arrastro mis dedos hacia arriba, arriba, arriba, a lo largo de la
esbelta línea de su brazo, mi corazón late como un tambor cuando llega a su
clavícula. Su aliento se atasca en su garganta mientras acaricio un lado de
su cuello, y comienzo a darme cuenta de lo jodido que estoy.
Esta mujer es peligrosa.
Hice la transición de niño a hombre hace mucho tiempo, pero nunca antes
había experimentado algo parecido al aumento de testosterona que me
atraviesa cuando miro sus ojos color avellana. Ojos impresionantes. No
completamente marrón, ni azul, ni verde. Una gran variedad de colores y
matices que parecen cambiar y cambiar con su estado de ánimo, dependiendo
de cómo se sienta. En este momento, son predominantemente azules, el color
de acianos y Delphinium. Un marrón oscuro y rico bordean su iris,
contrastando el azul, y veo que el deseo se acumula en ella cuando me mira
fijamente.
Sin embargo, su voz es triste cuando habla.
—Oh, Pasha. Estás enamorado de mí. —Por la forma en que dice esto,
parece que se acaba de dar cuenta de esto, y está sorprendida.
—Por supuesto que lo estoy —le contesto—. Siempre lo he estado.
Siempre lo estaré.
—Pero... soy un fantasma —susurra ella.
Toco con las puntas de mis dedos su boca.
—Eres real para mí. —¿Cómo podría no serlo? Todo sobre ella grita
¡Estoy viva! Su cabello es como un fuego domesticado, un color castaño
profundo y bruñido, atravesado con suficiente cobre, oro y canela para
iluminar el mundo. Entierro mi nariz en ella, inhalando su aroma floral pero
agudo, llenando mis pulmones con su olor, como si fuera lo único que puede
sostenerme.
—Te quiero tanto, luciérnaga —le susurro al oído—. Te necesito mojada.
Te necesito jadeando. Necesito sentir que tu coño se aprieta mientras empujo
dentro de ti. Lo necesito más que cualquier otra cosa en el mundo.
—¿Más que el aire? —susurra ella.
—Sí. Más que el aire.
—¿Más que comida?
—Sí.
—¿Más que el agua?
Asiento.
—¿Más que la luz del sol? ¿O el viento? ¿O la luna que cuelga sobre las
montañas en la noche?
Ella sabe lo mucho que significan estas cosas para mí. Cómo mi alma se
marchitaría y moriría sin ellos. Tomo su cara con las palmas de mis manos, y
presiono mi boca contra la de ella; sabe a rocío sobre la hierba de primavera.
—Sí, luciérnaga. Lo necesito más que la vida misma. Necesito que te
entregues a mí.
El sonido de su risa, mezclado con el hambre y la lujuria, casi me lleva
a las putas rodillas.
—¿Qué me vas a dar a cambio?
—Todo lo que soy. Todo. Y nada, dependiendo de tu perspectiva.
Ella golpea mi labio superior con la punta de su lengua, y una oleada de
calor sube de mis botas, abrasando todo lo que se encuentra en su camino
mientras me devora, subiendo a la coronilla de mi cabeza antes de instalarse
en mi pecho. Quiero follarla para consumirla. Hay una parte de mí que quiere
destruirla, solo para que nadie más pueda mirarla.
—Todo. —Respira—. Eres todo. Diría que tienes un trato.
La oscuridad cambia a nuestro alrededor, y somos transportados. Una
cama enorme yace ante nosotros, vestida con sábanas de seda del color de
la sangre, y la mujer, mi preciosa luciérnaga, cae hacia atrás, sus pechos
llenos y pesados rebotan cuando golpea el colchón.
No veo nada más.
No soy consciente de nada más que ella.
Su forma desnuda está más allá de la perfección. Piernas largas;
caderas amplias; cintura estrecha. En el vértice de sus muslos, la mancha
oscura del cabello castaño me acelera el aliento y mis uñas cortan la piel de
mis palmas. Su cabello se extiende alrededor de su cabeza como un halo
hecho de hilos, luz brillante.
Más que bello.
Más que sexual.
Ella es algo fuera de un cuento de hadas, y no puedo creer que sea
jodidamente mía.
—Voy a poner mis manos sobre ti —le digo. En mis manos y rodillas,
rondé por la cama, tarareando dulce discordia en la parte de atrás de mi
garganta mientras me encontraba flotando sobre su coño. Aunque todavía no.
No puedo lamerla todavía.
He usado mi lengua para hablar y probar durante veintisiete años, pero
no es hasta ahora cuando me doy cuenta de su propósito más importante:
llevar al clímax a esta mujer, darle un placer insuperable. Llevarla al borde
de un precipicio incognoscible y empujarla, arañando y jadeando y gimiendo
el nombre de mi puta madre mientras se precipita sobre ese borde y cae hacia
abajo, hacia abajo, abajo...
Felizmente me quedaría en silencio, renunciando a mi discurso,
renunciando a todos los maravillosos sabores del mundo, condenado a probar
solo la ceniza, si eso significaba que podía chupar, y bañarme, y lamerla entre
sus muslos, provocando el bulto hinchado de ella. El Clítoris cada maldito día
por el resto del tiempo.
Aunque me obligo a seguir subiendo por su cuerpo. Cuando me instale
entre sus piernas, me instalaré allí por un gran jodido tiempo y no planeo salir
a la superficie por aire si puedo evitarlo. Hay otras cosas que necesito hacer
primero. Otras cosas que hay que decir.
Estoy paralizado mientras me sostengo sobre ella, mis bíceps se
calientan mientras los uso para mantener mi peso fuera de su pecho. Ella me
mira con los ojos muy abiertos e inocentes, y estoy hipnotizado por las pecas
salpicadas del puente de su nariz y sus pómulos. Hay algo en ellos que la
hace parecer tan inocente, pero cuando por fin logro volver mi mirada a sus
ojos, tan mercurial y cambiante, el calor y el desafío allí dispersan esa
inocencia al viento.
—Tú me quieres —gruño en su oído. Abro sus piernas con mis caderas,
hundiéndome entre ellas. Tengo que apretar mi labio inferior entre mis dientes
para contener el gemido que se acumula dentro de mí. Mi polla está
palpitando, dolorida por una necesidad desesperada mientras inclino mis
caderas hacia arriba, apretándome ligeramente contra su coño. Estoy
presumido más allá de toda puta razón cuando su respiración tartamudea
más allá de sus labios, y un júbilo de excitación viaja a través de su forma
desnuda—. Me quieres jodidamente mucho —repito, sin hacer nada para
ocultar la sonrisa que obliga a levantar el lado derecho de mi boca—. ¿En qué
estás pensando, luciérnaga?
—Estoy pensando en estar sobre mis manos y rodillas. Estoy pensando
en mi rey detrás de mí. Estoy pensando en sus manos en mis caderas,
jalándome hacia él mientras frota su polla resbaladiza por todo mi cuerpo,
frotándose sobre mi coño, deslizando su erección hacia arriba y hacia abajo,
entre los pliegues de mi coño. Entre las mejillas de mi culo. Estoy pensando
en cómo temblaría y temblaría cuando él empujaran sus dedos dentro de mí...
—Sus pupilas se dilatan, y veo su reacción muy física a lo que está
imaginando en su cabeza.
Colocando mi nariz en el hueco de su cuello, atraigo su olor, un escalofrío
temblando por mi espina dorsal.
—Qué niña tan sucia —murmuro—. No hay necesidad de pensar en
nada de eso por mucho más tiempo. Voy a hacerte cosas muy malas... y voy
a hacer que todos se sientan bien. —Es una advertencia. Una promesa—. No
vas a saber qué te golpeó cuando finalmente hunda mi polla dentro de ti.
Crees que sabes cómo se sentirá, pero no tienes idea. Me vas a obedecer Vas
a hacer todo lo que te pido. Me vas a dejar adorarte. Por cada demanda que
haga, habrá una recompensa. Por cada picadura de dolor, habrá un mar de
placer para calmarlo.
Arqueando mi espina dorsal, me inclino sobre ella y chupo uno de sus
pezones. Se aprieta en mi boca, el capullo de carne entre los dientes mientras
muerdo suavemente, y mi luciérnaga asombra el dolor que he enviado a
rebotar alrededor de su cuerpo como una bala perdida.
—¡Pasha! Oh, joder... no... —Sus súplicas sin aliento son como música
para mis oídos. Espero, sin embargo, deteniéndome para asegurarme de que
no la estoy abrumando. Ella enrolla sus dedos en mi cabello, apretándolo y
tirando... no lejos de su cuerpo, sino hacia él. Más cerca—. ¡Mierda! No te
detengas Por favor, no te detengas.
Quiere más de mí. Siempre querrá más de mí, como un adicto a la
heroína, siempre tiene que perseguir su siguiente dosis, y me come vivo por
satisfacción. Seré su adicción. Me aseguraré de ello. Me aseguraré de que ella
nunca tenga que pasar demasiado tiempo entre golpes. Voy a follarla así
todos los días, hasta que sea todo lo que ella quiera, todo lo que siempre
deseará.
Dulce luciérnaga. Mi fénix pelirrojo, que arde mientras se levanta de las
cenizas. Mis manos deambulan, explorando los planos y las curvas de su
cuerpo mientras agito su delicioso pezón rosado con el borde de mi lengua,
exactamente de la misma manera que pronto estaré sacudiendo su clítoris, y
su cuerpo se sacudirá, con la espalda arqueada hacia arriba lejos de las
sabanas de seda.
—¡Pasha! ¡Pasha, por favor!
En el interior, estoy rugiendo con la victoria. Ella no tiene idea de lo
ferozmente que la protegeré. No tiene idea de lo imposible que será para ella
alejarse de mí después de esto. Su pezón es de un color rosa oscuro y
sonrojado cuando lo suelto entre mis dientes. Mi polla vibra con necesidad
mientras la chupo por última vez, y sale de mi boca, reluciente y húmeda, y
perfecta en todos los sentidos. La hinchazón de sus pechos es tan
jodidamente distraída. Estoy fascinado por su piel cremosa de porcelana, ni
una sola mancha a la vista. Soy una roca sólida cuando la bebo, y lo siento:
segundo tras segundo, me estoy emborrachando con ella. Es la cosa más
intoxícate que he experimentado.
¿Está ella embriagada de mí? ¿Le hago girar la cabeza, como ha estado
girando la mía? ¿Se siente inestable en sus pies cada vez que entro en una
habitación? Ya conozco la respuesta a todas estas preguntas: sí, demonios,
ella lo sabe. Puedo verlo en sus ojos mientras se deleitan con mis hombros,
mis brazos y mi pecho. Lo sé por la forma en que sus manos tiemblan mientras
se atreve a estirarse y tocar con la punta de sus dedos mi piel.
Los dos estamos tan jodidos con el otro.
—Quiero... —Vacila.
La insto empujando entre sus piernas con mi polla.
—Dime. Ahora mismo. Necesito saberlo. —Las palabras se rasgan en mi
garganta mientras las empujo en un gruñido bajo.
Mi aliento es irregular.
Mi pulso furioso.
Mi sangre cantando.
Estoy tan jodidamente vivo ahora mismo.
Mi asombrosa y pequeña luciérnaga mira hacia otro lado, sus mejillas se
tornan de un rojo vibrante, y con un fuerte empuje de mis caderas, deslizo la
punta de mi polla dentro de ella, no todo el camino, y solo por un segundo. Me
retiro, saliendo inmediatamente, pero he captado su atención. Ella aspira una
bocanada de aire. Sus ojos están de nuevo en mí, y están ardiendo.
—Oh Jesús. Eso es tan cruel —dice ella.
Ignoro el borde desesperado de su voz.
—Termina. Dime lo que ibas a decir. Dime qué quieres. Cuéntame todo.
Lentamente, con palabras cautelosas, habla.
—Quiero que me folles —dice ella—. Quiero... quiero que juegues con mi
culo mientras tu polla está muy dentro de mi coño. Quiero tus manos sobre
mis tetas, palpándome y apretándome mientras te monto. Quiero que te
vengas en mi boca. Lo quiero todo sobre mis tetas. Quiero frotarlo en mi piel,
para poder sentirte en todas partes, sobre mí, cubriéndome cada centímetro.
Quiero…
Gruño, empujándome un poco más profundo esta vez y luego
alejándome. Es tan, tan difícil no tomarla. Quiero follarla tan duro y tan rápido
ahora, pero no puedo permitirme hacerlo. Necesito que ella se comprometa con
lo que quiere de mí. Necesito escucharlo, tanto como ella necesita decirlo.
Porque ambos sabemos lo caliente que será esto. Ambos sabemos lo sucio,
oscuro, jodido y depravado que podría ser y lo será, si ambos somos honestos
el uno con el otro.
La necesito para compartir sus fantasías más oscuras conmigo. Y una
vez que lo haya hecho, la recompensaré entregándole cada uno de ellos en
bandeja de plata.
Mi pequeña luciérnaga hace un pequeño y ansioso sonido, pero puedo
verlo todo en sus ojos, hirviendo justo debajo de la superficie.
—Sé valiente —le ordeno—. Nunca tienes que ocultar quién eres de mí.
Lo veo. Te veo.
Ella respira hondo, visiblemente juntando su fuerza.
—Quiero tus dedos en mi boca mientras me follas. Quiero que me hagas
gritar, Pasha. Quiero que me sujetes, y quiero que tomes lo que quieres. Quiero
que me folles en el culo. Quiero tus manos dentro de mis bragas debajo de la
mesa de cada restaurante en el que nos sentemos. Quiero que me folles la
boca mientras estoy sobre mis manos y rodillas debajo de esas mismas
mesas. Quiero que la gente vea. Quiero... quiero que la gente mire. Quiero que
nos miren. Quiero que se paren sobre nosotros, viendo cómo tu polla se desliza
dentro de mí. Quiero que te vean hacerme venir, hasta que grite tu nombre,
Pasha. Lo quiero todo. Quiero todo. Te deseo.
Si tanto como tiembla ahora mismo, me vendré. Sus palabras son
incendiarias, me prenden fuego y comienzan un incendio que rápidamente se
apodera y se convierte en un infierno rugiente. Le voy a dar lo que quiere. Le
daré lo que necesita, y me deleitaré con cada maldito segundo.
Pero primero, voy a darle mi boca.
Me muevo hacia abajo, y cuando lamo su vagina con la lengua plana,
por fin probando lo dulce y embriagadora que es, al instante pierdo todo el
control. No solo la lamo. No solo chupo.
Me di un maldito festín con ella.
Pierdo la cuenta de cuántas veces la llevo a la línea divisoria de su placer
y luego la devuelvo. ¿Cuatro? ¿Cinco? ¿Siete veces? Al final, ella está
golpeando el colchón como si estuviera poseída, rogándome que la deje venir;
Apenas tengo que respirar sobre su clítoris antes de que ella se estremezca,
sus piernas me aprietan, su cabeza se balancee hacia atrás, y grita mi
nombre mientras su orgasmo la atraviesa.
Ella es un espectáculo digno de contemplar cuando llega al clímax. Los
músculos de su estómago se flexionan, tensos y hermosos, y sus muslos se
cierran alrededor de mi cabeza mientras empuja mi boca hacia ella,
conduciendo mi cara hacia su vagina mientras inunda mi boca con el sabor
de su orgasmo. Gruño mientras lo tomo. Gruño mientras la chupo,
masajeando el hinchado brote de nervios que conforman su clítoris, y me
deleito con cada segundo.
Nunca ha habido, ni habrá nada tan satisfactorio como esto.
Esta mujer, apretando su coño contra mi boca, sus dedos clavándose en
mi cabello mientras se sacude y tiembla contra mí, cantando mi nombre en
cada suspiro.
La tomaré pronto. Disfrutaré de mi propio placer, y rugiré cuando me
vacíe dentro de ella, hasta la última gota. Pero por ahora, busco a lo largo de
su cuerpo, mi lengua se vuelve más lenta, bromeando suavemente sobre
pequeños círculos sobre ella, y disfruto cada espasmo y cada grito sensible
que sale de ella cuando baja de su altura.
Disfruto de la belleza de cada segundo mientras ella flota de regreso a
la tierra.
Ella puede ser pequeña, pero joder es feroz.
Zara
Final de la línea
No estoy respirando
Estoy despierta, pero no puedo moverme y no puedo respirar. Las
sombras bailan en los rincones de la habitación, y por un segundo parece
que alguien está parado junto a mi puerta, mirándome. Una forma alta,
oscura y familiar que me infunde pánico y alivio al mismo tiempo. La
adrenalina se estrella contra mí como una ola rompiendo en una orilla, y su
peso casi me aplasta.
Muévete. Muévete. Muévete…
¡Vamos!
Mis dedos responden primero, la más leve de las contracciones, y es
como si el movimiento minúsculo desbloquea el resto de mi cuerpo,
liberándome del sueño. Me pongo en cuclillas en la cama, me alejo de la
sombra alta y oscura que hay junto a la puerta y, al mismo tiempo, empujo
una respiración ardiente hacia mis pulmones.
—¡Jodeeeeeer! —Mi grito hace eco en el pasillo y rebota alrededor del
apartamento silencioso. El contorno oscuro del hombre de pie junto a la
puerta no es un hombre, después de todo. En realidad es la sombra de mi
vieja bolsa de esquí. Veo esto y sé que estaba soñando, pero... todavía siento
que estoy cayendo. Todavía siento como si estuviera atrapada en el colchón,
destrozándome mientras caigo.
Tomo otra gran bocanada de aire y me desplomo hacia adelante,
sosteniendo mi cabeza entre mis manos. ¿Qué diablos está mal conmigo?
¿Por qué demonios estoy tan asustada? He pasado mil noches enredada en
los brazos de mi misterioso hombre, pero nunca antes me había despertado
y me había sentido tan asustada. El sueño fue intenso. Muy sexual e
increíblemente vívido. Trato de agarrarlo, arrebatando los bordes del sueño,
tratando de averiguar por qué mi corazón está latiendo tan fuerte contra mi
pecho, pero es imposible. Como siempre, en el momento en que trato de
concentrarme en los detalles del sueño, se desmaterializa y se desintegra en
humo.
Casi lloro de frustración.
Era el mismo tipo. No tengo idea de cómo se ve, pero sé que era él.
Siempre lo sé. Aunque todas las señales visuales se desvanecen junto con
los detalles del sueño, siempre me quedo con el sentido de él, y es muy feroz.
Intenso. Quienquiera que sea, este hombre que he creado dentro de mi
cabeza, es una fuerza a tener en cuenta.
Levanto el vaso de la mesita de noche y lo vacío, mis manos temblorosas
e inestables. Mi boca aún está seca, mi lengua como papel de lija, así que
saco las piernas de la cama para ir a la cocina, llenando el vaso del
dispensador junto a la nevera, un lujo exorbitante que me he permitido, ya
que las tuberías oxidadas hacen que el agua sepa a mierda. Armada con mi
vaso de agua fresca, vuelvo a la cama, me acurruco en las mantas, me pongo
cómoda y fuera de la ventana de mi habitación, al nivel de la calle...
...un teléfono comienza a sonar.
El teléfono.
Me siento.
Parpadeo.
No te asustes, Zara. No te asustes.
Es demasiado tarde para eso. Me tomó horas dormirme. Horas ¿Y ahora
ese maldito teléfono público me va a impedir que duerma una o dos horas
antes de que salga el sol? No lo creo. Voy a sacar el estúpido maldito teléfono
público y luego todo el edificio de apartamentos. Incluso Hitchin va a arder
en llamas.
No…
Jodan…
Más.
Retirando las sábanas, me levanto y meto mis pies en el par de
zapatillas que puse al lado de la cama. ¿Me importa que esté en mi pijama?
No ¿Importa que mi cabello sea un lío? Negativo. Podría estar desnuda y
cubierta de pintura corporal verde como un maldito duende y no me
importaría en este punto. Paul, de Cyscom, había sido inútil para resolver
el problema del timbre del teléfono, pero sí hizo una sugerencia bastante
razonable: ¿por qué no cogerlo? Me propuso que cortésmente le dijera a la
persona que llama que tenían el número equivocado, pero ahora, empujada
hasta el punto de la locura, casi arrancándome todos los pelos de la cabeza
por la raíz, y tan privada de sueño que he olvidado mi propio nombre, tengo
otra cosa en mente.
Mis pies se deslizan fuera de la parte trasera de mis zapatillas mientras
salgo del apartamento. Mi corazón está disparándose como un pistón
mientras camino por las escaleras, por el pasillo y fuera del edificio.
Cuando salgo a la calle, creo que el timbre se detuvo por un segundo,
pero luego el sonido agudo estalla desde el teléfono público, cortando el aire
nocturno por lo demás silencioso. Son como clavos rasguñando una pizarra.
Como morder una bola de algodón entre mis dientes frontales.
Estrecho mis ojos, mirando el teléfono público.
Cinco pasos cortos me llevan justo enfrente de la cosa. Agarro el
auricular, lo saco de su base y lo sostengo en mi oreja.
—¡No! No más. Creo que todos hemos tenido suficiente ahora, ¡muchas
gracias! —Mi voz se eleva más y más, hasta que no es más que una oleada
de aire enojado—. Sabes, hay personas en este vecindario que les gusta
dormir. Personas que tienen trabajo. Personas a quienes les gusta un poco
de paz y tranquilidad cuando se suben a sus camas al final de un turno de
doce horas. Y aquí estás, llamando, y llamando, y llamando, sin pensar en
nadie más, porque estás aburrido y crees que es...
—911. ¿Cuál es tu emergencia?
El oxígeno escapa de mis pulmones.
¿Qué…?
Hay un crujido, un ruido de estática que distorsiona la línea, pero sé lo
que escuché. Digo esas palabras cien veces por noche. A veces más. Pero
nunca he escuchado a nadie más decir esas palabras a mí.
Esto es raro Más allá de lo raro. Hay una falla en el sistema telefónico
en alguna parte, claramente; las llamadas de emergencia se están desviando
a este teléfono público o algo así. Debe ser un problema técnico realmente
desordenado para que el teléfono suene realmente en este extremo, luego
desconecte la llamada, pero... ciertamente tiene sentido.
—Oye, lo siento, creo que ha habido algún tipo de error. No hice una
llamada de emergencia. El teléfono…
—¿Hola? —La pequeña y asustada voz en el otro extremo de la línea me
interrumpe. Mil alfileres y agujas tocan mi piel a la vez, con los pelos de
punta en mi cuello. Es familiar, la voz es tan condenadamente familiar que
me inclino, extendiéndome para agarrar el teléfono público.
Otra voz habla, la primera voz de nuevo, y la electricidad salta de mis
pies, haciendo que mi cabeza gire. Esta voz es familiar, también, ahora. Más
que familiar. Es mi propia voz.
—Hola. ¿Está todo bien?
—Um... no... no lo sé. Mi hermano mayor es... no se está moviendo.
—¿Dónde estás cariño?
Oh Dios mío.
Cubro mi boca abierta con el dorso de mi mano, girándome para mirar
hacia arriba y abajo de la calle. El lugar está desierto, ni una persona a la
vista. Nadie sale paseando a sus perros. Nadie tropezando hacia casa
borracho. Dentro de Hitchin, todo está oscuro, e incluso el letrero de neón
de Budweiser que cuelga sobre la barra está apagado.
Esto tiene que ser una broma. Alguna especie de broma realmente
jodida y enfermiza. Estoy escuchando una grabación de la llamada de
Petrov, la misma llamada que el Detective Holmes me dijo que estaba
corrompida y era irrecuperable. Alguien me está jugando una broma por
teléfono ahora mismo.
—Estamos en casa. —La voz del niño pequeño es ronca y suave, el
pánico en su voz es angustioso.
—¿Dónde están tu mamá y tu papá?
—No lo sé.
—Ah, vale. ¿Y cuál es tu nombre, cariño?
—Corey. C-O-R-E-Y. Así es como lo deletreas.
Me ahogo con una respiración entrecortada. Corey. Corey Petrov. Oh
dios, esto no está sucediendo. No puede ser. Un escalofrío de alarma me
hace girar para mirar detrás de mí. ¿Estoy siendo observada ahora? No me
siento observada, pero debo estarlo. No hay otra razón por la que alguien
robe esta grabación y luego me la reproduzca por teléfono, solo días después
de la desaparición de Corey Petrov. Alguien está haciendo esto por joder.
Quieren ver mi reacción ante la grabación. No creo en las incidencias, e
incluso si lo hiciera, esta coincidencia en particular es demasiado increíble
para envolver mi cabeza. Tomé la llamada de Corey. Le ayudé. ¿Y ahora su
grabación se está reproduciendo en un teléfono fuera de mi apartamento?
—Bueno, hola, Corey. Entonces, ¿dijiste que tu hermano mayor no se
está moviendo? Eso es bastante raro, ¿eh? ¿Se acaba de ir a dormir? ¿Dijo
que se sentía enfermo?
—No. Vino un hombre. Le estaba gritando a mi hermano. Él estaba muy
enojado. Jamie me dijo que fuera a mi habitación.
—¿Y fuiste a tu habitación, cariño?
—Sí.
—¿Y entonces qué pasó?
—Y... y luego, los oí pelear. Y Jamie estaba gritando. Y estaba asustado.
Escucho, un río de horror corre por mis venas, pero en el momento en
que escucho a Corey decirme que tiene miedo, algo dentro de mí se rompe.
Apretando mi agarre en el auricular, rechino los dientes y silbo en la
boquilla.
—¿Dónde está? ¿A dónde lo llevaste, maldito enfermo?
No hay duda en mi mente. Quienquiera que esté reproduciendo esto
ahora, atormentándome con eso, tiene que haberse llevado a Corey. Esto
parece ser la acción retorcida de un loco que anhela la atención. ¿También
se está reproduciendo esta grabación para los padres de Corey? ¿El
secuestrador de Corey lo está llamando por teléfono a la policía, burlándose
de ellos con la voz pequeña y asustada de Corey?
Nadie responde. La grabación continúa sin pausa.
—¿Hace cuánto tiempo estaban peleando, Corey, cariño?
—Um... no lo sé. Tenía miedo, así que me estaba escondiendo. Y cuando
salí de... de debajo de la cama, Jamie no se despertaba.
—¿Tiene sangre?
Corey vacila, y me imagino al niño pequeño dándose la vuelta para
mirar a su hermano muerto, comprobando si hay sangre visible.
—No.
—¿Puedes decir si está herido en alguna parte?
—No. Pero sus ojos están abiertos.
—¿El hombre sigue ahí contigo, cariño? ¿El que estaba peleando con
Jamie?
Ahora puedo escuchar el claro borde de la preocupación en mi voz. Para
Corey, probablemente sonaba como alguien en quien podía confiar y que lo
mantendría a salvo, pero todavía puedo escuchar la timidez cuando habla.
—No. Se fue. Sólo estamos Jamie y yo.
—Está bien, bebé. Alguien viene para ayudarte. Estarán allí muy pronto.
¿Puedes abrir la puerta cuando toquen?
—Yo... No. No puedo alcanzar la manija.
—Está bien, bebé. Está bien. No tienes que preocuparte por eso. Corey,
¿puedes decirme cuántos años tienes?
—Sí. Creo que tengo cuatro años. Pero... tal vez... tengo cinco años ahora.
No estoy seguro.
—Guau. ¡Cinco! Eres un chico grande, entonces. Estás siendo muy
valiente.
—Mmm. Gracias.
Esnifa. Parece que está tratando de contener las lágrimas.
Inclinándome contra el teléfono público, enfocando cada onza de mi
atención en la línea crepitante, me encuentro tratando de hacer lo mismo.
Era más valiente de lo que nunca debería haber sido a los cinco años. Nunca
me ha golpeado el impulso materno que vuelve locas a muchas mujeres,
pero siempre me han impulsado a proteger a las que no pueden protegerse
a sí mismos. Corey no tenía a nadie que lo protegiera cuando tomé su
llamada. Estaba solo y aterrorizado, y escuchar la reproducción de la
grabación ahora es una forma única y cruel de tortura. No puedo decir nada
más para consolarlo ahora. No puedo decirle que vaya a esconderse en un
armario. No puedo envolver mis brazos alrededor de él, abrazarlo y
mantenerlo a salvo.
—¡Oye! ¿Quién eres tú? ¿Dónde está Corey? ¿Qué demonios has hecho
con él? —Todo mi ser está vibrando con furia, pero sueno como si estuviera
a punto de llorar. Mi madre me dijo desde una temprana edad que yo era
una verdadera celta. Su madre emigró de Irlanda en los años sesenta, los
padres de mi padre de Gales, en los años veinte. Gracias a su ADN
combinado, tengo fuego celta puro por sangre, y mi genio es legendario.
Puedo pasar de la calma a la apocalíptica en cinco segundos, pero la gente
suele cometer el error de juzgarme mal: cuando estoy enojada, más allá de
la ira, normalmente suelto a llorar. Ahí es donde estoy ahora.
—Lo juro por Dios, si está herido... Solo haz lo correcto. Llévalo a casa
—siseo—. No tienes idea del daño que estás haciendo.
—¿Puedes mirar por la ventana, cariño? —Me oigo preguntar—. ¿Puedes
ver si hay una gran ambulancia blanca cerca de tu casa?
—Um... ya veré. —Hay un susurro. Un golpeteo. Un repiqueteo.
Recuerdo que había una especie de conmoción cuando hablé con Corey,
pero ahora parece más fuerte. Más cerca de alguna manera. Sostengo el
teléfono con las dos manos, la frustración deja el sabor más amargo en mi
lengua. Quiero gritar y gritar. Quiero decirle que se largue de allí, pero no
ayudará. Es demasiado tarde. El tiempo para advertencias ha pasado.
—No puedo ver nada —dice Corey en voz baja—. No creo que nadie
venga a ayudar.
Mi corazón se rompe.
—Lo harán, cariño, lo prometo. Solo necesitas aguantar, ¿de acuerdo?
—Espere. Creo que... podría haber alguien viniendo ahora. Creo que
viene un auto.
—¿Tiene luces en él, Corey? ¿Es grande, como una furgoneta? Has visto
una ambulancia antes, ¿verdad?
—Sí. He visto uno. Los hombres vinieron a ayudar a mamá cuando se
rompió el brazo.
—Eso es genial, cariño. ¿Y se ve igual? ¿El auto?
—Mmm. Sí, eso creo. Es blanco. Veo a un hombre ahora.
—¿Estás seguro de que no puedes abrirle la puerta, Corey?
—No, es... no puedo alcanzarla. Es demasiado alto Y creo que
necesitas... presionar algunos botones.
—Está bien, bebé. No te preocupes Los hombres están ahí para ayudarte
ahora. Podrán entrar. Te ayudarán a ti y a tu hermano, ¿de acuerdo? Puedes
confiar en ellos.
—Vale. Esperaré en el pasillo. Puedo ver al hombre a través del cristal.
—Eso es genial, cariño. Pero ten cuidado, sin embargo. Es posible que
necesiten romper el vidrio para entrar. No queremos que te lastimen, ¿vale?
—Vale.
Más golpes. Más escaramuzas, y luego golpes fuertes y abrasivos. En
ese momento, pensé que eran los técnicos de emergencias médicas que
estaban llegando a la escena, pero el detective Holmes dijo que la puerta
estaba abierta cuando llegó el equipo de la ambulancia. Ahora, con cada
sonido estridente e insoportablemente fuerte, siento que estoy a punto de
saltar fuera de mi piel.
—¿Están adentro ahora, cariño? —pregunta la versión grabada de mí.
—Casi. Hay un agujero en la puerta.
—Está bien, no será mucho, Corey. Solo sigue siendo valiente, ¿vale? Lo
estás haciendo muy bien.
—Estoy... tengo un poco de miedo. —Él había susurrado las palabras
como si estuviera confiando en mí.
—Está bien. Se te permite estar un poco asustado. Esta es una situación
un poco aterradora, pero estoy muy impresionada, Corey. Estás siendo muy
fuerte. Apuesto a que tu mamá y tu papá estarán muy orgullosos de ti.
—¿En serio? —La esperanza colorea su voz, como si el orgullo no fuera
algo que él haya inspirado en sus padres.
—Claro que sí.
En el otro extremo de la línea se escucha un estruendo: la puerta está
cediendo. Lentamente cierro los ojos, sabiendo lo que viene después. Estoy
temiendo el momento, pero no hay nada que lo detenga.
—Él está dentro —Corey dice en voz baja.
Mi respuesta me hace temblar violentamente; Mis entrañas están
hechas de hielo.
—Bien, cariño. Bien, ahora ve con los hombres. Ellos saben qué hacer.
Puedes colgar el teléfono ahora. Está bien, te van a cuidar muy bien. Puedes
confiar en ellos.
Esas últimas cuatro palabras.
Dios.
Puedes confiar en ellos.
Alguien entró en la casa de Corey y se llevaron al niño. Hice lo
impensable. En lugar de proteger a Corey y cuidarlo, hice exactamente lo
contrario. Le dije que colgara el teléfono. Le dije que podía confiar en el
hombre que acababa de entrar en su casa.
—Bien entonces. Adiós —susurra Corey. La línea se detiene en la
grabación, tal como se detuvo en la vida real, y mi estómago cae por el suelo.
Soy responsable de este niño desaparecido. Soy la que le dijo que colgara y
que no se preocupara más. Le dije que podía confiar en el hombre de la
puerta; Dios solo sabe lo que le pasó después de eso. Presiono mi mano en
la base de mi garganta, mis dedos cavando en mi piel. Nada de esto tiene
sentido.
El teléfono público nunca debería haber sonado.
La grabación de la llamada al 911 de Corey nunca debería haber
desaparecido. Ciertamente no se debería haber reproducido en la línea para
mí ahora.
No hay manera de que alguien supiera que fui yo quien contestó la
llamada de Corey la otra noche. Y de ninguna manera alguien debería haber
podido averiguar dónde vivo. ¿Quién se tomaría la molestia de descubrirlo?
Si alguien irrumpió en la casa de Petrov para robar a un niño, entonces el
crimen fue contra los Petrov. ¿Pero molestarse en encontrarme, rastrearme
y llamar constantemente al teléfono público? Eso le da al crimen un
significado totalmente diferente. Lo conecta a mí, lo hace personal. ¿Y por
qué alguien secuestraría a un niño solo para joder con una mujer de
veintiséis años, que vive una vida pequeña, normal, tranquila y que no tiene
la menor influencia en el resto del mundo?
Un enjambre de preguntas iluminan mi mente y se desvanecen como
murmullos de rayos. No puedo atraparlas lo suficientemente rápido como
para procesarlas, y mi voz ha huido de mi garganta de todos modos. Soy
una estatua, de pie frente a un teléfono público: una mujer bañada por una
luz parpadeante, construida de mármol y miedo, llena de la necesidad
desesperada de volver corriendo a su apartamento y esconderse. Sin
embargo, mis piernas están enraizadas en la acera a través de mis pies, y
mi corazón se desliza detrás de mi caja torácica, y es todo lo que puedo hacer
para acordarme de respirar.
La voz tímida de Corey se ha ido ahora, pero sigue otra voz. No es ni
femenina ni masculina, el timbre de sus palabras demasiado distorsionado
y crepitante como para proporcionar cualquier tipo de indicación de a quién
podría pertenecer. Dice sólo unas pocas palabras.
—Rochester Park. Final de la línea.
Conozco Rochester Park, por supuesto. He vivido en Spokane el tiempo
suficiente como para haber escuchado el nombre, pero nunca he estado allí.
Cuando encuentro mi voz, es irregular y áspera.
—¿Es... ahí donde está él? ¿Es ahí donde te llevaste a Corey? ¿Sigue
vivo el niño?
Pero no hay respuesta. Llego muy tarde. La línea ha muerto.
Pasha
Diferido
Otra pelea. Otros veinte mil dólares. Otra noche llena de los sueños
sexuales más intensos que he experimentado. Incluso más intensos de que
los que solía tener cuando tenía doce años y estaba corriéndome en mis
pantalones cortos cada segundo del largo día.
Es jueves. No lucho esta noche, lo cual es un alivio. Normalmente
abriría la tienda los miércoles o los jueves, pero un tipo ha reservado para
una pieza completa en la espalda, un trabajo de miles, y sólo lo podía hacer
hoy, así que estoy haciendo una excepción.
Me paso un total de treinta minutos en la ducha, haciendo lo mejor
para no tocar mi pene. A diferencia de mi yo preadolescente, no me corro en
mis sábanas como resultado de los locos sueños que han estado
impregnando mis sueños, y… hay algo que decir sobre llevar tensión sexual
encima siempre, enrollada como una cobra irritada en la boca de mi
estómago. Aclara mi cabeza de alguna manera. Me vuelve mentalmente más
nítido de una manera que se siente extrañamente bien.
Mi pene aún está pulsando como un maldito faro en mis pantalones
mientras conduzco por la ciudad hacia el estudio. Trato de no pensar en la
mujer de mis sueños, que es a la vez fácil de lograr y difícil al mismo tiempo.
Fácil, pues no importa cuánto lo intente, no puedo recordar su cara, o cómo
se ve. La veo tan claramente en mis sueños que parece como si cada aspecto
de ella debería estar profundamente grabado a fuego en mi memoria, pero
nada más que treinta segundos después de despertar, ella se desvanece de
mi subconsciente y desaparece, hasta que sólo una mera forma y sensación
de ella continua.
Es como un fantasma, flotando en la periferia de mi visión de la
mañana a la noche, vigilando todo lo que hago en silencio; en cuanto vuelvo
la cabeza, tratando de volver a verla una vez más, desaparece en una nube
de humo. Es un ejercicio inútil, tratar de cerrar los dedos de mi mente a su
alrededor, y por ello hago todo lo posible para dejarla ir por completo.
Necesito concentrarme. Mientras avanzo a través de los movimientos
de la conducción, me obligo a hacer cada acción a propósito y con intención.
Freno. Embrague. Cambio. Señal. Giro. Cambiar carriles. Giro. Señal.
Freno. Embrague. Espero en cada semáforo, mis ojos quemando en las luces
rojas, deseando que cambien de color hasta que lo hacen, entonces doy al
gas, cambio de carril, freno, me deslizo. Paro y repito. Paro y repito. Paro y
repito. Para cuando paro el motor en la plaza de aparcamiento reservada
para la tienda, estoy confortablemente adormecido y separado de mi cuerpo,
a pesar de que todavía puedo sentir la inquietud tirando de mis
extremidades, tratando de tirar de mí en cuatro direcciones diferentes.
Camino lentamente a través del estacionamiento, a pesar del hecho de
que hace un jodido frío helado y cualquier persona en su sano juicio correría
por el tramo de asfalto para entrar más rápido. El frío es bueno para ti,
estúpido idiota, me digo. Evitará que tu mente se distraiga.
Dentro de la tienda, el lugar está tan frío como una cámara frigorífica.
No tengo mucha opción ahora: las temperaturas gélidas pueden ser bueno
para mi estado mental, pero son poco propicias para mis expertas
habilidades de tatuaje. La pieza de la espalda de este chico va a terminar
pareciéndose al garabato de guardería de un jodido niño de cuatro, si no
puedo sentir mis putas manos correctamente.
No pasa mucho tiempo antes de que el estudio esté a unos cómodos
setenta y cinco grados. Me tomo un café mientras preparo el lugar para mi
cliente, y después me tomo otro mientras me siento en mi mesa y escozo un
borrador del tatuaje que voy a hacer hoy, según las instrucciones de mi
cliente.
Un ouroboros —una serpiente verde brillante viva, dándose la vuelta
sobre sí misma, mordiéndose la cola. El símbolo de la eternidad en muchas
culturas, incluida la mía. En el fondo, dibujo gruesas bandas largas, de
fuego, las llamas saltando alto sobre la cabeza de la serpiente, y en el cielo,
un búho volando. Desarrollo un tic facial mientras dibujo al búho. Finjo que
no estoy afectado por el pájaro que el hombre ha escogido, pero no soy muy
bueno en mentirme.
Para mi pueblo, un búho es prikaza. Si un Roma escucha un ulular del
búho justo después del amanecer, se cree que alguien va a morir. Mi madre
se lavaría las manos varias veces si viera qué estaba dibujando ahora —no
una parte de la cultura Roma, per se. Sólo algo que hace cuando siente que
tiene que librarse de la mala suerte.
Alejo todos mis pensamientos de mala suerte y sobre mi madre de mi
cabeza, inclinándome sobre mi escritorio mientras termino el boceto, y antes
de que me dé cuenta ha pasado una hora. Acabo de completar los toques
finales al diseño de tatuaje cuando el timbre de la puerta suena y una ráfaga
de viento ártico atraviesa el espacio caldeado.
—Quédate justo ahí. —Desenganchando el papel de calco de la
almohadilla blanca donde estaba pegado, lo cepillo un poco, comprobando
las líneas de tinta para asegurarme que son perfectas, y después atravieso
la tienda hacia la parte delantera…
...donde encuentro a Patrin hojeando la galería de tatuajes, hojeando
cada uno de ellos, con el ceño fruncido ante el trabajo.
—La gente realmente no elige estos, ¿verdad? —Frunce el ceño, el
desagrado por todo su rostro—. ¿Corazones de amor? ¿Sirenas? ¿Perros de
dibujos animados? Parece un poco estúpido si me preguntas.
Pongo el papel de calco sobre el mostrador y camino hacia el otro lado,
apretando mi mandíbula.
—Ahora no es un buen momento. Tengo una cita en cinco minutos. Lo
que sea a por lo que has venido tendrá que esperar. —Hasta que el infierno
se congele. O los cerdos jodidamente vuelen.
La cabeza de Patrin se queda quieta, pero sus ojos se mueven hasta
mirarme. Me guiña el ojo.
—Ah sí, tu cita de la una. Me temo que tengo una confesión. Quizás yo
haya concertado esa cita.
De. Ninguna. Jodida. Manera.
Voy a necesitar una palanca para abrir mi mandíbula, tan fuerte estoy
apretando. Un fuerte zumbido llena mi oído: el alto monótono sonido de la
furia creciente.
Voy… a… matarle.
Patrin me ofrece la misma sonrisa de niño que siempre solía utilizar en
su madre cuando ella le sorprendía haciendo algo que no debería haber
hecho.
—Ahora, antes de enfadarte, aquí está tu dinero. —Ya lo tiene en su
mano. Golpea un puñado de billetes contra mi pecho. No tengo que contarlo.
Habrá exactamente mil dólares allí, probablemente en billetes de veinte. Un
Roma nunca engaña a otro Roma, después de todo—. Dijiste que la primera
sesión para esa pieza de la espalda toma cinco horas. Podría técnicamente
reclamar ese tiempo de ti, hermano, pero no quería perder tu día o el mío.
Así que tal si me dedicas una hora en su lugar, y podemos dejarlo en tablas.
Tomo el dinero e imito su acción, golpeándolo de vuelta en su pecho.
—Si no quieres la tinta, no quiero tu dinero. Ahora sal de mi tienda.
—Cálmate Pasha. No sé porque siempre todo tiene que ser una guerra
contigo. Puedes simplemente respirar y…
No estoy escuchándole. Ya estoy en la puerta del estudio. Estoy tirando
de la maneta, tirando de ella con tanta fuerza que la maldita puerta casi se
sale de sus goznes.
—Adiós, Patrin.
—Pssshh. —Sacude su cabeza—. Estos tres últimos años realmente se
han cebado con tu cerebro, ¿no es cierto?
—Estos tres últimos años han sido un soplo de aire fresco —
contrarresto.
—Bien. —Desliza sus manos en sus bolsillos, haciendo una mueca
cuando el viento inunda el estudio otra vez—. Cierra la maldita puerta, Pash.
Estoy jodidamente congelándome, y has hecho tu punto. Voy a buscar un
jodido estúpido tatuaje si estás de acuerdo en escucharme mientras lo
haces.
Bien.
Dejo que la puerta se cierre. Patrin no está cubierto de tatuaje como
yo, pero debe tener al menos nueve o diez piezas separadas, sobre varias
áreas de su cuerpo. Realmente debe necesitar hablar si está dispuesto a
tomar un poco de tinta por una audiencia.
—Vale. Tienes una hora. —Paso como una tormenta por su lado, hacia
la parte trasera de la tienda, cogiendo la maqueta del búho y el ouroboros
de la mesa. El diseño va directamente a la basura de mi estación de trabajo.
Me dejo caer en mi taburete, y señalo la silla de cuero negro en frente de
mí—. Siéntate —gruñí—. Y quítate la chaqueta y la camiseta.
Me obedece, sacándose el abrigo y dejándolo sobre otra silla antes de
sacarse la camiseta sobre su cabeza. Es un tipo grande. Casi tan grande
como yo, y en forma para luchar, también. Cuando éramos niños, siempre
estábamos peleando, tratando de afirmar nuestros dominio sobre el otro.
Una semana, lo tenía Patrin. A la semana siguiente, yo. Ahora, creo que
tengo ventaja sobre él. Pero sólo por poco.
—¿No tengo que elegir un diseño de los expuestos? —pregunta Patrin,
su voz cargada de burla.
—Voy a dibujar a mano alzada algo especial para ti. En tu parte
delantera. —Golpeo la parte trasera de la silla mientras inclino la espalda,
poniéndola en plano para que pueda tumbarse. Patrin me mira como si
supiera que esto es una idea horrible, pero luego hace lo que le he dicho y
se acuesta boca abajo, con la espalda desnuda expuesta para mí. Me pongo
un par de guantes de nitrilo negro y pongo un poco vaselina en el dorso de
mi mano, y luego cojo la pistola que ya he preparado para la sesión de esta
tarde.
—Espero que tu umbral de dolor haya mejorado —murmuro,
empezando mi obra de arte. Patrin se estremece ante el primer contacto de
la pistola, pero luego su cuerpo se relaja.
—Van a seguir adelante con la ceremonia —dice.
Dejo lo que estoy haciendo, mis ojos clavados en la parte posterior de
su cabeza.
—¿Qué?
—Le dije lo que dijiste. Le dije que no ibas a volver, y... vamos a decir
que ella no se lo tomó muy bien. Hizo que todos votaran en una ceremonia
diferida, y ellos estuvieron de acuerdo.
Trato de no reírme, pero entonces realmente me obligo a hacerlo. Si no
me río, voy a empezar a romper cosas.
—¿De qué coño estás hablando? No puedo ser coronado en diferido.
—Shelta lo autorizó. Y lo que dice Shelta, va a misa. Tú lo sabes.
—¿Quién? ¿A quién van a poner a en mi lugar?
Patrin no dice nada, lo cual responde más o menos a mi pregunta.
—Increíble. Apuesto a que estás jodidamente emocionado, ¿eh? La
corona y el título podrían no ser tuyos, pero al menos puedes pavonearte
alrededor con ese trozo de metal en tu cabeza por un día. Estoy seguro de
que amarás tener a todo el mundo adulándote.
—No me importa una mierda la corona, hermano. Sólo quiero lo mejor
para el vitsa. ¿Y nosotros no teniendo un verdadero líder en este momento?
Cuando se supone que debemos tener uno, ¿y hemos hecho todo el camino
de vuelta a este estado de mierda sólo para tenerlo? Eso no es bueno para
el vitsa. Nada bueno en absoluto.
Me apoyo en la pistola, las agujas hundiéndose más profundas en la
piel de Patrin de lo que deberían. No me importa una mierda, sin embargo.
—Sobreviviréis —espeto.
—¿Lo haremos? No sabes cómo han sido las cosas, amigo.
—Tienes razón. No lo sé. Y tampoco quiero.
—Sammy y Jamus están metidos en alguna mierda seria, Pasha. Como
mierda de verdad.
—Te lo dije. No quiero saberlo. —Pero algo aprieta en mi estómago.
Puedo escuchar la preocupación en la voz de Patrin. Sammy, su hermano
menor, siempre ha sido imprudente y poco cuidadoso cuando se trata de
sus interacciones con personas fuera del clan. Y Jamus es sobre todo un
buen chico, pero siempre está siguiendo a la gente. No quiero preguntar. No
lo voy a hacer. Nada de esto es mi jodido problema. Si Shelta no puede
resolver la mierda en la que se hayan metido, entonces debe ser jodidamente
ma…
—Están en la cárcel. Encerrados por robo a mano armada.
Casi se me cae la pistola.
—¿De qué coño estás hablando? ¿Robo a mano armada? ¿Qué hicieron
para que les impusieran esos cargos?
Patrin gruñe en voz baja.
—Bueno. Se llevaron una pistola a un banco, y…
—¿Qué ellos qué?
—¿Qué piensas que hicieron, Pasha? ¡Por el amor de Dios! Robaron el
lugar. Salieron con cuarenta mil y cambio. Enterraron el dinero en alguna
parte, y no dicen dónde.
—Jesús Cristo de mierda. —El taburete donde estoy sentado no tiene
espalda, de otra manera me hubiera desplomado contra él justo ahora,
tratando de no tener un jodido ataque al corazón mientras lucho para
envolver mi cabeza alrededor de esto.
—Los policías están tirando el libro en ellos. No se ve bien.
—¿Qué pruebas tienen?
—Todo. Imágenes de CCTV. El auto que usaron para escapar. El arma.
—No pueden atar el arma a la escena a menos que alguien disparase
con ella. —Mi mente está girando como un jodido tiovivo de feria.
—Uhhh. Bien…
—¿Jodidamente dispararon a alguien?
—¡No! Dios, Pasha. Estamos hablando de Sammy. Él sólo disparó en el
aire. Para asustar a los testigos. Sin embargo, los policías encontraron la
bala, y los de balística…
—Sólo para. Sólo deja de hablar, joder. Necesito pensar, maldita sea.
Por fortuna, cierra sus labios. Me inclino sobre él, y sigo con el tatuaje,
apenas prestando atención mientras termino la línea de trabajo y comienzo
en el sombreado. Patrin se mueve en exceso, silba cuando paso por encima
de su columna vertebral, y le golpeo en el lado.
—¿Quieres una mancha negra sobre tu espalda, idiota? Sigue así y eso
es exactamente lo que obtendrás.
Los siguientes veinte minutos pasan arrastrándose, y cada vez que
Patrin trata de hablar, le golpeo. Para cuando he acabado, sus costillas
deben doler como locos y mi cabeza está malditamente latiendo.
Le lanzo su camiseta, y Patrin gruñe bajo aliento mientras se la pone.
—No te estoy pidiendo que seas un héroe. Sólo te pido que hagas lo que
es jodidamente correcto. Ven y habla con Shelta. Trata de arreglar la pelea
entre ustedes, y quizás mientras estás en ello puedes encontrar algún tipo
de solución para el problema de Sam.
Me ofrece el paquete de dinero otra vez, pero niego.
—Quédatelo. No lo quiero.
—Pasha.
—Úsalo para contratar a un abogado de mierda. Suena como que los
chicos van a necesitar uno.
Me fulmina con la mirada, como si estuviera imaginando sus manos
envolviéndose alrededor de mi garganta y apretando su agarre. Que lo haga.
Mi estado de ánimo es más oscuro que el tiempo afuera ahora, y daré la
bienvenida a una pelea si significa que le sacará de aquí. Patrin es uno de
los bastardos más tozudos que he conocido, sin embargo. Incluso más que
yo, lo creas o no.
—Un abogado gadje no se va a preocupar por ellos, Pasha —dice—. No
les importamos. Lo sabes.
Lo sé.
—No importa —digo—. Todavía van a necesitar un abogado. Tenías
razón. Se han metido en mierda seria, y un representante del clan no les va
a servir de nada en un tribunal de gadje. Y eso es todo lo que puedo hacer
sobre esto. —Ser su representante. No importa cuál sea mi sitio en el clan.
No soy nadie para ellos. No tengo ni idea de cómo sacarle de esto. Otro
abogado será más útil a Sam y Jamus que yo.
Patrin se mantiene firme. No parece que vaya a dar marcha atrás.
—Sólo conócela, Pasha. Te lo ruego. Por el bien de nuestra amistad. Por
todos los favores que te he hecho en el pasado.
—¡JA! ¿Te has golpeado en la cabeza demasiado duro? Parece que tu
memoria a largo y a corto plazo están jodidas. —Le tengo ahí y lo sabe. Patrin
y yo crecimos juntos, pero fuimos rivales en su mayor parte. Todo siempre
ha sido una competición entre nosotros. Él se encoge de hombros, una
sonrisa irónica en su cara, peor no se va. Toma su chaqueta y simplemente
se queda allí, esperando a que cambie de opinión.
Debería dejar que el hijo de puta perdiera su maldito tiempo. Me podría
haber quedado en la cama y vuelto a dormir. Me gustaría mucho haber
pasado más tiempo con mi chica de los sueños que estar sentado aquí en
mi estudio, mirando la espalda baja de este hijo de puta. Nos miramos, y
reconozco la resolución en su mirada, sin embargo. Esto realmente resultará
en un altercado si no le doy lo que quiere.
—Puedo decir por tu ceño fruncido que estás pensándolo —dice
Patrin—. Sólo di que vendrás a la feria esta noche. Entonces me voy, y
ambos podemos descansar el resto del día sin golpearnos.
Me froto la parte de atrás del cuello, luchando contra el impulso de
rodar mis ojos.
—Vale. Joder. Está bien. Iré a la feria. Pero eso es todo lo que prometo.
No esperes que repare puentes. Y no esperes malditos milagros. Esta
situación está más allá de arreglo.
La sonrisa victoriosa de Patrin me hace querer retirar las palabras, pero
es demasiado tarde. Ya está haciendo su camino fuera de la puerta.
—Todo esto es sólo un hipo —dice, sonriendo—. El salón de tatuajes.
La pelea. El apartamento. Cambiarás de opinión sobre todo esto cuando
llegues a casa. Sólo espera y verás. —Su sonrisa es la cosa más jodidamente
arrogante y molesto que he visto—. Confía en mí —dice, mientras sale de la
tienda—. Tengo un muy buen presentimiento sobre todo esto.
Sólo sonrío y asiento mientras le veo irse.
No se sentirá tan jodidamente bien cuando finalmente se mire al espejo
y vea la polla gigante que le he tatuado en la espalda.
Zara
Harrold para siempre
La mañana no rompe tanto mientras emerge en una niebla perezosa y
espesa sobre los tejados de Spokane. No me vuelvo a dormir. Me pongo de
pie frente a la cabina telefónica y espero a que empiece a sonar de nuevo —
siempre empezaba a sonar— pero el cielo de la noche se volvió de un
profundo azul real, magullado a púrpura, a un rojo furioso, y el teléfono se
había mantenido un silencio absoluto. Al parecer, quien estuviera llamando,
esperando que lo cogiera, había entregado su mensaje y no estaban
planeando en repetirlo.
A las ocho de la mañana, cuando el detective Holmes finalmente se
presentó en el trabajo, ya estaba en espera, esperando a que se sentara a
su mesa. Sonaba como si no hubiera dormido bien, o que aún no hubiera
cumplido con su cuota de café matutino.
—¿Sí? —Su saludo es mierdoso como mínimo.
—Soy Zara Llewelyn. Hablamos ayer en el centro de despacho. Yo... fui
la que llamó acerca de Corey Petrov al 911.
La línea zumba. Holmes está en silencio, luego se aclara la garganta.
—Claro. Sí. Zara. Ya he introducido la información adicional que
comunicaste sobre la puerta. Hablé con los oficiales que fueron a la
propiedad. Dijeron que encontraron una huella de bota en el marco de la
puerta. Podría ser útil. ¿Has recordado algo más?
—No. Bueno. No he recordado nada, pero ayer por la noche... —¿Cómo
le cuento el teléfono público sonando constantemente y el mensaje que
recibí anoche sin sonar completamente loca? Es demasiado interconectado
para ser plausible, lo sé. No tengo ninguna opción, sin embargo. Tengo que
decirle lo que pasó. Si hay alguna posibilidad de Corey todavía esté vivo y
que esté en algún lugar cerca de Rochester Park, entonces, la policía tiene
que investigar.
Rápidamente, relato los acontecimientos de la noche anterior,
explicando acerca de las llamadas sin parar y mi frustración en Cyscom, y
Holmes escucha en silencio. Cuando llego a la parte de escuchar la voz de
Corey en el otro extremo de la línea, empieza a hacer preguntas.
—¿Cuándo fue la llamada? ¿Exactamente? Es crítico que podamos
determinar el momento exacto, para poder rastrear su origen.
Ya he escrito una serie de detalles que pensé que iba a preguntar; he
tenido mucho tiempo para revisitar de nuevo todo lo que pasó al menos un
centenar de veces en mi cabeza.
—No sé la hora exacta, pero fue alrededor de las cuatro y cuarto. Sólo
llevaba en la cama una hora y media más o menos después de que terminó
mi turno. Miré el reloj cuando me levanté para conseguir un vaso de agua,
pero no antes de correr fuera del apartamento. Diría que el tiempo es
bastante exacto, sin embargo.
—Y la persona en el teléfono. ¿Qué más dijo? ¿Cuáles fueron sus
demandas?
—Como he dicho, no podría decir si la voz era la de un hombre. Y sólo
dijo esas dos cosas antes de que la línea se cortase. No hubo demandas.
Nada. Simplemente, “Rochester Park. Fin de la línea”.
—Eso no tiene sentido. Rochester Park no está ni siquiera en una línea
de tren. El metro que solía conectar con Rochester cerró en los años noventa.
E incluso aunque esta persona misteriosa que llamó se refiriese a la estación
de metro, hay ocho paradas después de Rochester. No era el fin de la línea.
Ni de cerca.
Me encojo de hombros inútilmente.
—Lo siento. Sólo estoy diciendo lo que he oído.
—Debe haber algo más. Algo que te estás olvidando. —Suena un poco
acusatorio, como si estuviera jugando una especie de juego raro de gato y
ratón con él. No retuve intencionadamente la información sobre la puerta
siendo pateada en casa de Petrov; le llamé y le dije lo que había intuido
segundos después de abandonar el centro de despacho. El borde irritado y
duro de su voz ahora da la impresión de que cree que estoy jodiéndole a
propósito.
—Juro que eso es todo. Si hubiera algún otro detalle, te lo diría, créeme.
No tengo ninguna razón para ocultar información. Ese niño está ahí fuera
en alguna parte, y…
—Soy muy consciente. —Cortante. Frío. Final—. Gracias por llamar,
señorita Llewelyn. Nos pondremos en contacto con Cyscom y veremos si se
puede localizar la persona que llamó. Creo que esta desgracia puede llegar
a ser un callejón sin salida, sin embargo.
—¿Callejón sin salida? ¿Cómo es eso?
—Casi no nos has dado nada con lo que continuar. El nombre de un
lugar, y una declaración críptica que no tiene ningún sentido. Parece que
alguien del trabajo o uno de sus amigos está jugando contigo, Zara. Le
contaste a alguien sobre el niño desaparecido. Dejaste ver cuán preocupada
estabas, cuán rara es toda la situación, y alguien pensó que sería divertido
hacerte una broma. Deberías haber considerado eso.
—Mis amigos y compañeros de trabajo no bromean acerca de niños
secuestrados y, de todos modos, no he hablado con nadie acerca de Corey.
Su desaparición ni siquiera ha sido noticia todavía. Ni siquiera supe que se
lo habían llevado hasta ayer por la tarde. El teléfono había estado sonando
durante días antes de eso. Tienes razón. Te he dado dos piezas de
información. Un lugar y una frase criptica. Quizás no sea mucho, pero es
algo. Más de lo que tenías hace veinte minutos. Me aseguré de mirar la
nueva información antes de contártelo, detective. Eres inteligente. Eres un
solucionador de problemas, y estas son las pistas para ayudar a resolver el
problema con el que estás lidiando ahora. Por favor no me trates como una
buscadora de atención que no tiene nada mejor que hacer que perder tu
valioso tiempo.
Podría cerrar la llamada golpeando el teléfono, lo haría. Es mucho
menos satisfactorio golpear el botón de “finalizar llamada” de mi móvil. Ayer,
el detective Holmes parecía preocupado por la desaparición de Corey.
Parecía incluso ansioso, y le creí cuando me dijo que le llamase en cualquier
momento, pero ahora el hombre ha cambiado de idea; la información que le
di no parece interesarle ni un poco. Era vaga, sí, pero eso no significaba que
no pudiera ser vital en la búsqueda de quien entró en la casa Petrov y se
llevó a Corey.
Podrías decir que estoy enfadada con la actitud mediocre del detective,
pero sería más apropiado decir que estoy lívida. A las diez de la mañana,
después de pasear arriba y abajo por mi sala de estar un sin número de
veces, me pongo una gran sudadera de la NYU que perteneció a mi padre,
me pongo un par de botas UGG, y bajo pisoteando los dos tramos de
escaleras hasta el apartamento de Sarah. Llamo dos veces, dos golpes
fuertes, abrasivos, autoritarios haciendo que la mujer se vea un poco
nerviosa cuando abre la puerta. La mitad de su cabello rubio brillante aún
está en rodillos, la otra mitad es una masa salvaje de tirabuzones. La bata
es brillante —tela de leopardo, por supuesto— y su camisón debajo de ella
apenas cubre su ridículo escote. Por su aspecto habría pensado que estaba
esperando compañía de naturaleza romántica, pero no es el caso; Sarah
viste sexy, se pena cada noche, lleva la cara maquillada sin importar el qué,
e insiste en llevar tacones que paralizarían a la mayoría de las mujeres, pero
no hay un hombre en su vida, y no está tratando de atraer a uno tampoco.
Le han roto el corazón las suficientes veces que ya no quedan más que unos
pocos jirones juntos, y ahora guarda esos jirones con fiereza.
—¿Has perdido la maldita cabeza? —pregunta, parpadeando hacia mí
a través de sus pestañas con exceso de rímel—. Sonaba como si la jodida
policía estuviera aquí para una redada.
Le disparé una sonrisa con los labios apretados mientras me deslicé
por su lado a dentro de su apartamento. Botellas vacías de vino y vasos
llenos con ramos de flores desvanecidas y disecadas llenaban las encimeras
y la repisa de la chimenea. En la pequeña mesa blanca en el centro de su
sala de estar, una pila de revistas y periódicos se encuentran desordenados,
y una pila de cupones han sido cuidadosamente apilados a un lado; hoy
debe ser el día de los cupones de Sarah. Una vez a la semana, ella abre una
botella de Chardonnay primero y busca las ofertas de la semana siguiente
mientras escucha a NPR en la radio.
—Podría hacerlo —digo.
—¿Podrías haber qué?
—Haber perdido la maldita cabeza.
—Oh. Entonces siéntate. Te daré un vaso.
—No necesito una bebida, gracias. —Me siento en el pequeño sofá,
gimiendo.
—Me parece que sí.
No hay nada realmente materno acerca de mi relación con Sarah; es
más como una tía de mala reputación —la que te da consejos cuestionables,
te ofrece fumar, y te lleva a bares antes de que seas legalmente mayor para
entrar en ellos. Si hubiera sido mi tía en Connecticut, mi madre
naturalmente me hubiera prohibido volver a ver o a pasar tiempo con la
mujer.
Se sienta en su silla de cupones y toma un buen trago de su copa de
vino.
—¿Y bien? —Es todo lo que dice.
Me siento con la espalda recta y tomo una respiración profunda.
—Creo que he estado involucrada en un crimen.
—¿Qué tipo de crimen? ¿Pasional? ¿Hurto? ¿Asesinato? —Suena
aburrida ante la perspectiva de los tres.
—No lo sé todavía. Ese niño del que te hablé. ¿Cuyo hermano está
muerto? Ha desaparecido, y de alguna manera he terminado involucrada.
La bata de Sarah se desliza hacia abajo, dejando al descubierto un
desteñido, tatuaje borroso que dice: “Harrold para siempre” en su pecoso
hombro. Sube su bata, manteniéndola en su lugar mientras toma un par de
tijeras para tela oxidadas; me señala con los extremos de las tijeras,
arqueando una ceja.
—¿Te lo llevaste?
—¡No! ¿Por qué demonios...? —Me hundo de nuevo en mi asiento,
cubriéndome la cara con mis manos. ¿Cómo es que no tengo ninguna amiga
a la que llamar ahora? ¿Alguien ecuánime y sensato, que no hará preguntas
estúpidas? Sarah corta con indiferencia sus cupones de sus revistas y
diarios, escuchando sin comprender mientras le cuento acerca de la
llamada. Cuando he acabado, mi sangre está todavía hirviendo en mis venas
por la actitud arrogante de Holmes, ella se encoge de hombros mostrándome
“Harrold para siempre” de nuevo mientras habla.
—Sabes, no suena como una pista para mí tampoco.
—Genial. Bueno, gracias por eso. Tenía la esperanza de que al menos
conseguiría un poco de apoyo de ti, Sarah.
—Cariño, te apoyaré en todo, sin importa el qué. Pero sólo estoy
diciendo. No suena como una pista para mí —subraya.
—Entonces, ¿Cómo suena?
Termina cortando un pequeño cuadrado de papel de un panfleto de una
tienda de comestibles, sosteniéndolo con el brazo extendido y entrecerrando
sus ojos hacia él.
—Aquí, ¿qué dice esto? —pregunta, sosteniéndolo para mí. Tomo el
cupón de ella.
—Cincuenta centavos de descuento por detergente en polvo Tide. —Se
lo devuelvo—. Vamos, Sarah. Dime, ¿cómo qué te suena a ti? Estoy tan
preocupada en este momento, no sé qué hacer con nada de esto.
—Bien, bien. Jesús. ¿Dónde está la paciencia esta mañana? —
refunfuña—. Si me preguntas, diría que esas palabras no eran una pista en
absoluto. Me parece que eran una invitación. Y quien fuera con quien
hablaste en esa cabina telefónica a primera hora de la mañana esta mañana
quiere que vayas allí.
—¿Rochester Park? ¿Final de la línea? —Un estremecimiento de pánico
se dispara por mi columna vertebral. No puedo ir a Rochester Park. De
ninguna manera, no hay cómo. Y el detective Holmes tenía razón, el metro
que una vez daba servicio en la parte este de la ciudad fue clausurado hace
años. Sólo sé que solía existir porque Andrew se queja de ello cada semana,
cuán inconveniente es que tenga que coger un tren hacia la ciudad y
después cambiar dos veces para viajar sólo ocho kilómetros. Más rápido
andar ahora, siempre dice, cuando sólo solía tomar veinte minutos en la
vieja línea en aquellos días.
Sarah olfatea los cincuenta centavos de descuento de su cupón de
detergente Tide en polvo, dándole la vuelta, como si estuviera mirando si
hay un mejor trato en la parte posterior.
—No uso Tide —dice ella—. ¿Tú sí?
—Sí. No lo sé. Supongo. Algunas veces.
—Aquí, entonces. Toma esto. No lo necesito.
Quiero romper la jodida cosa y tirarlo sobre mi hombro, pero Sarah se
toma sus cupones seriamente. No apreciaría mi muestra de frustración.
Tomo el cupón de nuevo y lo meto en el bolsillo del pantalón de mi pijama,
dándole las gracias.
—Si fuera tú, iría a Rochester Park, y daría un vistazo rápido alrededor.
Tienes los siguientes tres días de descanso, y no suena como si ese policía
fuera a hacer mucho al respecto, ¿eh? ¿Qué daño podría hacer?
Hay un montón de daño qué hacer si voy a husmear a Rochester Park.
El área es enorme para empezar, y la gente siempre es atacada allí, por no
mencionar el hecho de que un posible secuestrador de niños me dijo que
fuera allí. Cualquier cosa podría pasar si casualmente voy directamente allí
por mi cuenta. No voy a saber a quién estoy buscando. No voy a saber con
quién o con qué ser cauta.
Frotándome las manos por la cara, respiro profundamente entre mis
dedos.
—No soy tan estúpida. Ser asesinada y enterrada en un sótano en
Rochester no es mi idea de una forma divertida de pasar mi tiempo libre.
Sarah deja sus tijeras y abre la tapa de rosca en su botella de
Chardonnay, vertiendo más vino en su copa.
—Voy contigo —dice—. Naturalmente. Y le pediremos a Garrett que
venga, también.
De nuestros otros tres amigos que viven en Baker, Waylon debería ser
la opción obvia al seleccionar a un guardaespaldas. Tiene experiencia
militar, y de verdad le gustan estas cosas. Probablemente saltaría ante la
oportunidad de acompañarnos a Sarah y a mí a Rochester Park. El problema
es que Waylon amaría la oportunidad demasiado. Hay demasiado fuego en
sus venas. Siempre está buscando una pelea, constantemente buscando
problemas, y podrías decirlo por la manera en que mantiene sus hombros,
su espalda rígida y estirada, sus músculos tensos, que siempre está
preparado y alerta. Si vamos a Rochester Park, que ciertamente no haremos,
entonces llevar a Waylon casi garantiza que encontraremos problemas.
Dejo caer mi cabeza hacia atrás, mi cuello suelto, el techo del
apartamento de Sarah está lleno de manchas de humo de cigarrillo, a pesar
de que nunca he visto a la mujer con un cigarrillo en su mano.
—Es una mala idea. Deberíamos dejar esto a la policía.
—Está bien, cariño. Lo que quieras. Pero pareces muy preocupada por
ese niño. Y si este detective no va a hacer su trabajo, entonces... —Se encoge
de hombros—. Sólo Dios sabe qué va a pasar.
Urgh. Su tono es ligero, pero la implicación tras sus palabras es pesada.
Si no voy, si el detective Holmes no va, entonces Corey está siendo
abandonado. En toda buena conciencia, ¿puedo hacerle eso a un niño de
cinco años necesitado? No puedo, y Sarah lo sabe.
—Los Petrovs probablemente estén destrozando la ciudad, en busca de
Corey. —Es un débil intento de tratar de razonar mi manera de salir de esto.
Sí, los Petrovs están definitivamente por ahí, buscando al niño, ¿pero eso
significa que no tengo la responsabilidad de tratar, también? Soy más
inteligente que esto. El departamento de policía tiene experiencia, y la
autoridad para llevar a cabo una búsqueda de una persona desaparecida.
La mafia Rusia tiene las pistolas, el músculo, y la necesidad de venganza
justa. Qué tengo yo, ¿a parte de una maldita consciencia gravemente
culpable?
Tengo una técnica de uñas de Poughkeepsie, y un conductor de
autobús que no ha dicho una sola palabra desde el día que lo conocí. Sería
grosero decir que no tenía nada, pero estoy seriamente mal equipada para
poner en marcha una investigación privada. Aun así, Sarah es consciente
de mi corazón sangrante. El teléfono público podría haber dejado de sonar
ahora, pero sabe que no voy a conseguir pegar ojo hasta que haya hecho
todo lo posible para asegurarme de que Corey está seguro. Ir a Rochester
Park está en mi poder.
—Vale. Es justo. Vamos a ir —gimo—. Pero hay que preguntarle a
Garrett. Y vamos en su coche.
Zara
Rochester Park
Rochester Park durante el día es un centro de casas de té persas
antiguas, bares irlandeses y hoteles baratos. Por la noche, es el lugar al que
vas cuando buscas una solución, el lugar al que vas si estás tratando de
vender productos robados. Es el tipo de lugar donde los hombres casados
todavía vestidos con su atuendo de oficina de precio medio, medio
borrachos, buscan a alguien que les chupe las pollas.
Garrett estaciona el Volvo de Sarah en el aparcamiento de una tienda
de conveniencia bien iluminada, haciendo sonidos tristes y guturales en la
parte de atrás de su garganta, mientras Sarah silencia “Respect” de Aretha
Franklin. Ella deja de tararear cuando salimos del auto. El aire nocturno es
enérgico y conlleva una compleja combinación de comida asada a la parrilla
y orina mientras el viento tira de nuestras chaquetas.
—Deberíamos preguntar por ahí. A ver si alguien ha visto al niño —
anuncia.
Los ojos oscuros de Garrett, rápidos y sospechosos, parpadean
mientras observa a los tres hombres que se apoyan contra la pared de la
tienda de conveniencia. Obviamente no le gusta estar aquí; aprieta la llave
del Volvo, haciendo sonar dos veces la alarma del auto antes de revisar la
puerta del conductor para asegurarse de que está bloqueada.
Sarah mete su brazo a través del mío.
—¿Tienes la foto?
No fue difícil encontrar una foto de Corey Petrov. Internet hace que todo
sea demasiado fácil en estos días. Todo lo que tuve que hacer era encontrar
la cuenta de Facebook de Jamie Petrov, había sido un posteador activo.
Obviamente no había publicado nada durante la semana pasada, estaba
muerto y todo eso, pero eso no importaba. Había una serie de fotografías
familiares en su muro, algunas con sus padres bien vestidos, de aspecto
extrañamente respetable. Más de la mitad de las fotos mostraban a su
hermanito. Fotos de Jamie y Corey en la piscina. Fotos de Jamie y Corey
sentados lado a lado en un sofá de cuero. Fotos de los hermanos llevando
gorras de los Yankees, Corey orgullosamente sosteniendo una pelota de
béisbol firmada. Los dos niños eran claramente cercanos, a pesar de la
considerable diferencia de edad entre ellos.
Corey es de cabello oscuro y ojos oscuros, un niño pequeño y
desgarbado con un diente delantero perdido. Lindo y lleno de sonrisas
radiantes. Mi garganta había comenzado a dolerme en el momento en que
lo vi, y no se ha detenido desde entonces. Tener la voz del niño pequeño
sonando dentro de mi cabeza ya era bastante difícil, pero ahora, al ponerle
una cara a esa voz, la preocupación que siento en la enorme boca de mi
estómago ha aumentado un millón de veces.
Tomo la impresión de su foto, una foto de Corey al pie de un árbol de
Navidad, sosteniendo un regalo empaquetado en papel de regalo de Star
Wars, y se lo enseño a Sarah.
—Aquí. Sin embargo, dudo que vayamos a alguna parte. Los Petrov
deben haber hecho esto ya.
Sarah me quita la foto y marcha por la concurrida calle, arrastrándome
con ella. Garrett nos sigue más cerca que una sombra cautelosa.
—Si lo hicieron, lo hicieron. No importa. Vale la pena el intento,
¿verdad?
Pasamos una hora recorriendo las calles de Rochester Park,
preguntando a los dueños de negocios y hombres que están de pie afuera
de los bares, fumando cigarrillos si han visto a Corey, pero nos encontramos
con miradas en blanco. Cuando no nos encontramos con miradas en blanco,
nos escupen y nos dicen en términos inequívocos que nos vayamos a la
mierda. Garrett se enfrenta dos veces a los chicos, se cierne sobre ellos, la
amenaza es silenciosa pero muy, muy obvia, y dos veces, Sarah y yo tenemos
que agarrarlo por uno de los brazos y arrastrarlo.
A las once, entramos en el restaurante Gilbert abierto toda la noche,
con el cuerpo rígido por el frío, y pedimos tres cafés. Los asientos están
pegajosos, las paredes brillan con una pátina de grasa y la camarera es
hosca, pero al menos el lugar es cálido y el café no es terrible.
Golpeo mis uñas contra el salero, gimiendo.
—Esto es inútil. Estamos perdiendo el tiempo.
—Al menos lo estamos intentando. —Sarah agarra mi mano,
mirándome las uñas—. Cristo, chica. ¿Has estado masticando estos?
Realmente necesitas dejarme darte una manicura. —Ella ha estado tratando
de arreglarme las uñas durante años.
—No, no me muerdo las uñas. Si pudiéramos centrarnos en la tarea en
cuestión...
—¿Cómo se supone que debo concentrarme cuando tienes las manos
de un obrero?
—No están tan mal. —Reviso de todos modos, solo para estar segura.
Probablemente, Sarah simplemente está disgustada de que no tenga garras
con un estampado de cebra de una pulgada de largo como ella. Garrett toma
un sorbo de su café, mirándonos de esa manera, tomando todo como si
fuésemos personajes de una telenovela o algo así. Me he preguntado mil
veces antes por qué Garrett nunca habla. Su silencio es solo una parte
aceptada de la vida cotidiana en los Baker. Nadie lo menciona nunca. La
única vez que le pregunté a Sarah al respecto, ella simplemente respondió:
“Él solo está pensando en cosas. Hablará cuando tenga algo que decir”, y
eso fue todo.
Tomo la foto de Corey y la sostengo, estudiando al chico. Dondequiera
que esté ahora, probablemente no está sonriendo como si hacía en la foto.
Probablemente esté solo, asustado y aterrorizado. Espero que aún tenga
todas esas cosas, porque la alternativa, si no está solo, asustado y
aterrorizado, es que está muerto, y no puedo... simplemente no puedo...
La camarera se acerca y rellena nuestro café. Su estado de ánimo no
ha mejorado mucho, tiene el aspecto de una mujer que ha estado trabajando
desde el amanecer y comenzó a necesitar su cama hace cinco horas, pero
frunce el ceño cuando ve la foto de Corey.
—¿Es tu hijo? —pregunta, colocando una mano en su cadera y girando
la cabeza hacia un lado para ver mejor—. No se parece a ti. Apuesto a que
te alegras de que no haya sacado todo el pelo rojo.
Bueno, mierda, señora. Abro la boca, girando en mi asiento.
—No, él no es mío. Pero para que conste, me gusta tener el pelo rojo.
La camarera hace un puchero como si no le importara una mierda lo
que me gusta.
—Los niños son malos, todo lo que estoy diciendo. ¿No te molestaron
en la escuela por eso?
—Por supuesto. Pero si no hubiera tenido el pelo rojo, habría sido otra
cosa. Llevaba gafas. Tuve aparatos. Era terrible en el deporte. Habrían
elegido otra cosa para darme un mal rato.
—Mierda. Eras una niña desafortunada.
Estoy alineando una serie de insultos, listos para lanzarlos hacia ella,
cuando Sarah se lanza y desactiva la tensión del edificio.
—No es su hijo, pero le estamos buscando. Está desaparecido ¿Lo has
visto? —pregunta ella.
La camarera, Lea, de acuerdo con su etiqueta de nombre, huele
mientras se inclina más cerca, entrecerrando los ojos ante la foto.
—No. No le he visto. ¿Cuándo desapareció?
—Hace seis días. —Sarah toma la foto y la desliza en su bolso—.
Tenemos razones para pensar que podría estar por aquí en algún lugar de
Rochester Park.
—¿Por qué? —Ella es contundente. Sin rodeos.
Sarah responde—: Pista anónima.
Mientras tanto, al mismo tiempo, respondo—: No es de tu incumbencia.
Le disparo a Sarah una mirada oscura, que ella claramente ignora.
—Nos dieron el nombre de Rochester Park. Así que aquí estamos,
tocando puertas.
—Hmm. Tendría cuidado si fuera tú. La gente no se toma demasiado
bien a la gente que mete sus narices en el negocio de otros. Es mejor que
contrates a uno de los muchachos locales para que haga las preguntas. No
confiarán en una cara que no reconocen.
¿Contratar a un local para preguntar? Ése es realmente un buen
consejo, no es que le esté dando las gracias a Lea pronto. Tomo mucho de
mi taza de café, esperando a que la mujer se vaya, pero no lo hace. La intriga
de un niño pequeño perdido debe haber despertado su interés, porque apoya
una mano contra la parte posterior de la cabina acolchada y desplaza su
peso, poniéndose cómoda.
—¿Por qué se lo llevvaron, de todos modos?
—No lo sabemos. Simplemente lo hicieron —le digo.
—Debe haber una razón. ¿Son ricos los padres?
Sarah se ríe.
—Definitivamente.
—Hay un motivo, entonces. Rescate.
—Habrían pedido dinero ya. Y si el chico que tomó a Corey hizo su
investigación lo suficientemente bien como para saber que su mamá y su
papá estaban forrados, habrían sabido de no joder con esta familia en
particular —continúa Sarah.
—Sarah. —Se está acercando a un territorio peligroso. Se supone que
nadie sabe que el hijo menor de los Petrov ha sido secuestrado. Todavía no
ha habido nada en las noticias, lo que significa que la familia y la policía
mantienen sus tarjetas cerca de su pecho en este caso. Si la noticia sale
antes de lo previsto, el Detective Holmes, sin duda, me culpará. Sarah
resopla por la nariz—. ¿Conoces algún bar por aquí, tal vez un restaurante
o una casa de huéspedes que se llame “Final de la Línea”? —Ya hemos
buscado en Google para ver si podemos encontrar empresas que tengan ese
nombre en la zona pero no encontramos nada.
Lea se mete un bolígrafo detrás de la oreja, negando.
—No. Ni idea. Lo siento.
—Gracias por tu ayuda, de todos modos, entonces. —Sarah le da una
sonrisa tensa que dice claramente: Ya no eres de ninguna utilidad para
nosotros. Ahora vete a la mierda. Sin embargo, Lea no parece estar
recibiendo el memorándum.
—Si está buscando algo llamado “Final de la Línea”, tal vez deberías
revisar los túneles del metro en desuso. Así es como mucha gente se refiere
a ellos por aquí, “Final de la Línea”.
Dejo mi taza de café, dirigiendo toda mi atención a la mujer.
—¿Lo siento? ¿Túneles en desuso? Verificamos la antigua línea de tren
que solía pasar por aquí. Era una línea sobre el suelo. Construyeron un
estacionamiento donde la estación solía estar.
Lea resopla, sus ojos se dirigen hacia el techo.
—Cariño, estoy hablando de la línea de tren original. La que
construyeron en los años cuarenta. Comenzaron aquí en Rochester, iban a
correr todo el camino hacia la ciudad y luego a Seattle, para conectarse con
el metro allí, pero se quedaron sin dinero después de unos meses. El
proyecto nunca se completó. Simplemente colocaron una puerta en la
entrada, le pusieron un candado y eso fue todo. Ha estado abandonada
desde entonces.
Mi corazón casi se ha detenido. La emoción parpadea en los ojos de
Sarah, mientras que la preocupación pelea con la determinación en Garrett.
Trago, tratando de asegurarme de que mi voz no tiembla cuando digo—: Si
está cerrada y con candado, ¿cómo llegamos allí?
—¿Cómo diablos debería saberlo? Nunca he sido tan tonta como para
ir allí yo misma. El lugar debe estar infestado de ratas y Dios sabe qué más.
Y lo llaman el “Final de la Línea” por una razón. Esa línea nunca fue a
ninguna parte, cariño. Y cuando la gente baja allí, muchos de ellos no
vuelven a subir.
Zara
Resolución de problemas
No toma mucho tiempo encontrar el antiguo sistema de metro. La
esquina de Cross y De Longpre es oscura, sórdida y huele a pis de gato. No
hay ninguna señal sobre la rejilla que cubre el agujero oscuro, abierto en el
suelo. No hay nada que informe a la gente que podría estar buscando que
esto una vez fue la puerta de entrada a una estación de metro. El
ayuntamiento de la ciudad, probablemente no quería anunciar el hecho de
que había una red de túneles abandonados allí, casi como rogando a una
multitud de drogadictos y personas sin hogar que establecieran un
campamento. Garrett espía desde una manzana de distancia, sin embargo,
sus ojos oscuros brillan mientras señala la reja de hierro. Para un
transeúnte, ocupado, durante su vida cotidiana, parece que no es más que
eso: una amplia rejilla en la acera. Es poco probable que alguien haya
considerado jamás qué podría estar cubriendo la rejilla, siempre que
prevenga a cualquiera de caer en el agujero y hacerse daño.
—No hay un candado —suspira Sarah mientras llegamos a la entrada
de barricadas—. Me imaginé que habría alguna manera de entrar, después
de que la camarera dijera que la gente baja allí todo el tiempo. Y no traje mis
tenazas.
Me giro hacia ella.
—¿Tienes tenazas? —Extraño. Muy raro. No me puedo imaginar a
Sarah manejando unas tenazas. Hay casi un ciento por cien de posibilidades
de que se rompa una uña si cogiera tal herramienta, y mucho más si tratara
de usarla, y Sarah se asusta cuando siquiera golpea una de sus preciosas
uñas.
—Sí, Zara. Tengo todo tipo de cosas que no conoces. Una plataforma
rodante. Un gato de coche. Una barra de hierro. Una sierra. Sé cómo
utilizarlos todos ellos.
Nop. No puedo imaginarlo. Tendré que tomar su palabra. Suspirando,
rozo con la punta de mi zapato contra la reja.
—Voy a llamar al detective Holmes una vez más cuando volvamos. Al
menos puedo decirle lo que hemos descubierto. Probablemente pueda
obtener autorización para venir aquí con un equipo de policías, para que
puedan investigar adecuadamente.
—Tonterías. Sólo tenemos que encontrar otra manera de entrar —dice
Sarah. Garrett, quien ha estado esperando para arrastraros de vuelta al
coche ante la primera señal de problemas o fracaso, lo que ocurra primero,
se endereza y asiente. Maldito traidor. Sarah le sonríe con aprobación—.
Podríamos ir a comprar algo para cortar esa cadena —dice ella.
Niego.
—El Rochester Park es un gueto. Ni siquiera hay gasolineras, menos
aún una ferretería.
—De acuerdo entonces. Tal vez podamos llamar a un cerrajero. Abrirá
la cerradura para nosotros y nos dejará bajar si les pagamos.
—No pueden abrir cualquier cerradura y dar a las personas acceso a
lugares cada vez que les da la gana. Sólo pueden abrir cerraduras en tus
propiedades legales. Piden una prueba, tu DNI o lo que sea, y como que no
podemos pretender ser dueños de este enorme agujero en el suelo, ¿verdad?
Sarah frunce el ceño. No quiere escuchar los problemas; sólo quiere
soluciones.
—¿Recuerdas por qué vinimos aquí, Zara Llewelyn? Nos arrastraste
hasta aquí, así podrías encontrar a ese pequeño niño, y ahora todo lo que
haces es ponernos frenos.
—¡Yo no quería venir aquí! Quería dejarle esto a la policía. ¡Tú me
convenciste de esto! —objeto—. Tampoco estoy poniendo frenos. Sólo estoy
señalando lo obvio. Y, además, ¿has pensado en lo que vamos a hacer si
logramos romper el candado de esta cosa, bajar al metro, buscar a través de
un sistema de túneles peligrosos en la oscuridad, y encontramos a alguien
ahí abajo? ¿Un hombre capaz de potencialmente matar a un adolescente y
después llevarse a un niño? ¿Qué le vamos a decir? Oh, hola, señor. Sabemos
que probablemente tiene planes para Corey Petrov, pero nos preguntábamos
si nos lo podíamos llevar a casa ahora. Su familia está un poco preocupada
por su paradero. ¿Crees que funcionaría?
—Vale, vale. No hay necesidad de ponerse arisca. —Sarah entrecierra
sus ojos hacia mí—. Cuando vayamos a comprar algo para cortar la cadena,
podemos armarnos, también. Un par de hachas. Tal vez un bate de béisbol.
—Oh, dulce Jesús. —Me giro, mirando hacia el cielo. ¿Dónde carajos
están? Tiene que haber un par de cámaras ocultas por aquí. Todo esto es
una gran broma terrible, y desaborida, y quien ha preparado la operación
debe haber pagado a Sarah para que pretendiese que ha perdido su puta
cabeza.
Está empezando a llover; siento el beso ligero de la llovizna en mis
mejillas. Spokane no tiene tiempo a medias. O es lluvia constante, o
totalmente seco. Es muy caliente, o jodidamente frío. Tenemos unos cinco
minutos para entrar, o nos quedaremos empapados hasta la médula cuando
los cielos inevitablemente se abran.
Un hombre que con una brillante chaqueta naranja se apresura por la
calle, guardando lo que parece ser un viejo discman de CDs en el bolsillo.
Es joven, tal vez sólo diecisiete años, su cabello un alboroto de rizos oscuros.
Creo por un segundo que caminará directo hacia mí, no ha mirado arriba
mientras cruzaba la carretera, pero en el último minuto, se sube a la acera
y gira a mi alrededor como si hubiera sabido que estaba allí todo el tiempo.
Camina hasta la rejilla que cubre la entrada de la estación de metro en
desuso, y es entonces cuando finalmente despega la mirada del suelo. Sus
ojos son de color azul aciano, el color de las mañanas brillantes de la
primavera y el hielo sobre un lago congelado en invierno.
—No estaría aquí parado si fuera ustedes —dice, su voz lleva las
palabras en un acento extraño, cadencioso. Suena casi irlandés, pero no del
todo—. Mucha actividad esta noche. Tengo que mantener el camino libre,
¿sabes? —Él está usando auriculares, y el cable que baja de sus orejas se
junta, conectándose al discman que salen de su bolsillo, está despojado de
su plástico en al menos tres lugares, revelando los cables de cobre
deshilachados interior. No hay forma de que funcionen.
—Lo siento. ¿Mucha actividad? —pregunto—. ¿Qué va a pasar? —
Rochester Park es animado, seguro, pero la intersección entre Cross y De
Longpre es en realidad bastante condenadamente desierta.
—La feria, estúpida —responde el chico—. ¿Qué hora es?
—¿Qué? —Sarah parece aturdida por la propia existencia del niño.
—¿Qué hora es? ¿En este momento? —repite—. Me olvidé de poner el
reloj en hora antes de salir. Patrin me matará si llego tarde.
Reviso mi móvil, mientras Sarah y Garrett miran al chico con sospecha.
—Son las once y veinte —digo.
—Bien, entonces. Significa que puedes esperar aquí cuarenta minutos,
entonces serás la primera en entrar. No valdrá la pena, sin embargo. Patrin
siempre cobra más al primer grupo de personas que bajan por las escaleras,
y está de un humor de mierda esta noche. No será amable con ninguno de
ustedes. Mejor que se vayan y consigan una bebida en algún lugar y vuelvan
en una hora. Él habrá recordado cómo sonreír para entonces, y podrían
ahorrarse un poco de dinero.
Parpadeando, trato de procesar las palabras del muchacho. Su acento
no es tan fuerte, de hecho, es bastante bonito y melódico, pero todavía no
puede entender lo que nos está diciendo.
—Lo siento. Pero, ¿estás tratando de decirnos que hay una feria allí
abajo? ¿En cuarenta minutos?
El niño lanza una carcajada.
—Sí, eso es lo que dije. —Hurga en el bolsillo de sus vaqueros, sacando
un manojo de llaves. Rápidamente, abre el candado, la rejilla se levanta lo
suficiente como para que él se deslice por la escalera oscura más allá, y la
cierre tras de sí. Observamos en silencio sorprendido como el niño desliza
sus manos hacia atrás a través de barras de la parrilla y cierra el candado
una vez más.
—Recuerden —nos grita. Está tan oscuro allá abajo, apenas puedo
distinguir su forma; sólo sus ojos azules, su rostro pálido, blanco, y su
chaqueta de color naranja son visibles entre todo el negro. Parece como si
las sombras le estuvieran comiendo vivo—. Su fantástico dinero de plástico
no funciona aquí. No aceptamos PayPal, Venmo, y nada de Apple Pay,
tampoco. Lo que estoy tratando de decir, lo más cortésmente posible,
naturalmente, es que es mejor pongan algunos papeles verdes en sus
bolsillos, de otra manera Patrin se enfadará de nuevo, y, bueno… se supone
que es un hombre enfadado siempre, realmente. Pero, aun así, ¡mejor que
vengan preparados! Nunca se sabe. ¡Quizás veáis algo que os guste! —Sus
palabras hacen eco mientras desciende por las escaleras, hasta que
finalmente se ha ido. Sarah, Garret y yo nos inclinamos sobre la reja,
mirando a la oscuridad, entrecerrando los ojos para intentar verle.
—Bueno, eso fue extraño —digo—. Una feria en una estación de metro
en desuso. Una feria. No pueden tener ningún tiovivo. No puede haber
espacio suficiente, ¿verdad?
—No sé —murmura Sarah.
—Una feria es mucho más seguro que un montón de vacío, infestado
de ratas, túneles oscuros, sin embargo. Creo que en realidad sería
inteligente ir allí ahora. Tendría sentido ir a preguntarle a la gente que
trabaja allí si han visto Corey.
—No. —Sarah se levanta, gira y comienza a caminar por la calle, lejos
de la esquina entre Cross y De Longpre.
Intercambio una mirada confusa con Garrett—. ¿Acaba de irse?
Se encoge de hombros.
—¡Sarah! ¡Qué demonios!
No se gira, y no se detiene. Está a una manzana de distancia para
cuando llegamos a su altura—. ¡Sarah! ¿Por qué demonios estás caminando
rápido caminando por la calle como si necesitaras encontrar un baño
público?
—No puedo ir allí —dice.
—Es sólo una feria, Sarah. No tienes miedo a los payasos, ¿verdad?
—No.
—¿Acróbatas?
—No.
—¿Algodón de azúcar?
—No, claro que no. No seas tonta-
—Entonces, ¿cuál es el problema? Hace un segundo estabas
mordiéndote las uñas, lista para cargar allí dentro, sólo nosotros tres, sin
una linterna, para pelearnos con un criminal violento. Ahora estás
prácticamente huyendo de la perspectiva de una atracción de feria estúpida.
Sarah se detiene en medio de la acera, se tambalea un poco sobre sus
talones increíblemente altos. Sus labios se separaron ligeramente, su piel
pálida y cubierta con una capa de sudor. Se ve repentinamente enferma.
—Dios, Sarah. ¿Estás bien?
Traga, mirando hacia atrás al camino que hemos hecho, y por un
momento parece que está a punto de sacarse los tacones y empezar a correr
de nuevo hacia el auto.
—No tengo miedo de la feria, Zara, pero esa no es una feria habitual.
No puedo creer que no me diera cuenta...
—¿Has estado allí antes?
Una luz dura hiela sus ojos normalmente suaves y cálidos.
—Hace mucho, mucho tiempo. Estaba por encima del suelo en aquel
entonces. Es... es un lugar peligroso, Zara. Nada bueno saldrá de ello si
vamos allá abajo.
Está aterrorizada. Nunca la he visto tan asustada. Definitivamente
nunca había oído su voz temblando de pánico.
—¿Cómo puedes saber que es la misma feria?
Niega, su mano moviéndose al sol colgando alrededor de su cuello. Tira
de él, como si la maldita cosa la estuviera asfixiando.
—Porque sólo hay una. Esa es la Feria de Medianoche.
Pasha
Shelta
Me siento en el Mustang, viendo a la gente correr por la calle Cross,
considerando mis opciones. Opción número uno: enciendo el motor, salgo
del estacionamiento, los neumáticos rechinan, se quema la goma, cuando
abandono todo este estúpido plan y me voy a casa, donde Shelta y los demás
miembros de mi familia no pueden darme tanta culpa como para hacerme
sentir como si me estuviera asfixiando.
Opción número dos: puedo ir allí, decirle a mi madre que se vaya a la
mierda, negarme a hablar con nadie y luego alejarme. Puedo irme, y nunca
podré volver.
Opción número tres: puedo ir allí e intentar hacer las paces con Shelta,
como sugirió Patrin. Puedo intentar y pensar en una forma de sacar a Sam
y a Jamus del agua caliente en la que se encuentran hasta el cuello,
hirviendo hasta la muerte, y luego puedo salir de la trampa. Puedo decirles
que he terminado, que no quiero tener nada más que ver con el clan, y que
todos deberían perder mi número en serio.
Me inquieto en el asiento del conductor, incómodo y molesto. Estar tan
cerca de la feria me hace sentir jodidamente raro. Hubo una vez en la que
no podía comprender el alejarme de mi familia. Ni siquiera por un segundo.
Odiaba que me enviaran a la escuela cuando era niño, y luego de
adolescente también, y siempre estaba tan desesperado por volver a la vitsa.
Las cosas eran diferentes ahora que estaba desterrado. Ser expulsado
por tus crímenes es una de las perspectivas más vergonzosas y terroríficas
para cualquier miembro de la familia romaní, pero la vida dentro del campo
de Rivin ya se había manchado para mí. Cuando me di cuenta de que me
estaban desterrando, que estaba sucediendo de verdad, y durante tanto
tiempo, también... me sentí aliviado.
Intento no pensar en la noche en que apuñalé a mi tío. Intento reprimir
los vívidos y crudos recuerdos del cuchillo en mi mano y la cadena de
blasfemias que se derramaron de su boca cuando miró su propio estómago
y se dio cuenta de lo que había hecho. No me siento culpable. No me
avergüenzo de lo que hice. La única emoción verdadera que experimento
cada vez que revivo esa noche es arrepentimiento. Lamento no haberlo
hecho antes. Lamento no haberlo alargado, y haber hecho sufrir al bastardo.
La cara de mi madre todavía está grabada en mi mente, y la veo contra
mis párpados cada vez que los cierro. He pasado mucho tiempo en los
últimos tres años para desentrañar su reacción. En la superficie de esto, su
pánico e histeria habían parecido como si estuviera preocupada por mí. Me
había apurado, queriendo sacarme del campamento lo más rápido posible,
mientras todavía estaba completamente oscuro y todos los demás seguían
dormidos en sus vardos y caravanas. Me había dicho que mantuviera mi
boca cerrada, que no dijera ni una palabra de lo que le había pasado a nadie.
Me había dicho que si alguien me preguntaba directamente qué le había
pasado al tío Lazlo, esa noche debía negar haber estado en el campamento
y me había dicho que dijera que no sabía nada de lo que había ocurrido.
Todo eso, el dinero que había depositado en mi mano, el hecho de que
había tomado el cuchillo y había prometido deshacerse de él, sus constantes
garantías de que nadie descubriría nunca lo que le había sucedido a Lazlo;
ella quería mantenerme fuera de problemas. Estaba preocupada por mí y
quería protegerme.
Muy rápidamente, comprendí la verdad del asunto. Había fingido estar
preocupada por mí, cuando todo lo que realmente le importaba era mi
posición dentro del clan. Mi padre fue rey durante cinco cortos años antes
de morir de un ataque al corazón. Tenía quince años cuando se arrodilló en
la mesa de la cena, aferrándose a su pecho, sus labios se volvieron azules,
saltando y jadeando por el aire como un pez fuera del agua. Le vi vomitar
sobre sí mismo mientras moría, y nadie pudo hacer nada por salvarle.
De ahí en adelante, como madre del próximo heredero al trono romaní,
Shelta ocupó el puesto de poder dentro de nuestra comunidad. Hasta que
cumplí veintiún años y tuve que encontrar una esposa, ella no podía ser
coronada, y esencialmente, ella era la que gobernaba a todo el clan. Cuando
finalmente celebré mi mayoría de edad, ella estaba lejos de sentirse triste
cuando no parecí interesado en casarme con una persona anónima de
inmediato. Defendió mi decisión de no casarme y tener una familia, muy
inusual para un miembro de cualquier vitsa de Roma, y les dijo a todos que
estaba esperando a la niña Roma perfecta antes de que decidiera aceptar mi
papel de rey.
Muy conveniente para ella. Muy conveniente para mí. No me importaba
el poder que venía con ese título. No me importaba una mierda, y,
francamente, no lo quería, ni siquiera en aquel entonces.
Mis acciones esa noche amenazaban cada lujo, y cada consuelo, y cada
mínimo respeto y adoración a los que mi madre se había acostumbrado, y
no estaba dispuesta a permitir que nada amenazara ese. Así que me ocultó.
Me dio dinero. Me dijo que actuara sorprendido cuando la noticia de la
muerte de Lazlo vijase como un incendio forestal alrededor del campamento
a la mañana siguiente. Y todo para que no se deshonrara y tuviera que
entregar las llaves del reino.
Solo había un problema: Lazlo no había muerto. O al menos, el hijo de
puta seguía vivo por la mañana cuando todos se reunieron alrededor de su
cuerpo empapado de sangre y trataron de salvar lo que quedaba de él. El
tiempo suficiente para que les dijera a todos quién era el responsable de sus
lesiones. Y tiempo suficiente para que mi madre cambiase de opinión y
exigiera que fuera llevado ante la justicia, independientemente de nuestra
conexión de sangre.
Fue un desastre.
Fue jodidamente brutal.
Y a nadie le importó que Lazlo hubiera violado a un niño.
Se siente como si estuviera pegado al asiento del conductor mientras
observo a Leo, el sobrino de Patrin, emerger de la escalera que conduce a la
feria de medianoche. Levanta la rejilla de hierro que cubre la entrada y la
encadena al perno en la pared detrás de él. Siempre nos han dicho que no
usemos colores brillantes, o al menos se creía que siempre debíamos usar
ropa oscura en el pasado, pero la chaqueta de Leo grita como un faro en la
oscuridad: naranja brillante y llamativa. Sonrío al verle y descubro que en
realidad estoy un poco emocionado por volver a hablar con el niño.
La última vez que lo vi, tenía trece años. Ahora, con casi diecisiete años,
ha crecido casi treinta centímetros y sus hombros son más anchos, con la
espalda más recta, la postura de un hombre joven al borde de la pubertad
trascendental, solo para encontrarse luchando con los primeros y confusos
años de virilidad.
Un grupo de personas se acerca al niño, y Leo debe decirles que deben
esperar; se desplazan hacia un lado y comienzan a formar una línea, que
lentamente comienza a crecer a medida que Leo sube y baja las escaleras,
levantando un taburete, una mesita auxiliar, una pequeña cesta de alambre
y luego una chaqueta negra cubre el taburete. Finalmente, saca una linterna
y la coloca sobre la mesa junto a la cesta de alambre. Estoy entretenido
mientras le veo preocuparse por la disposición de los artículo; siempre ha
sido trabajo de Patrin vigilar la entrada a la feria, y Leo está obviamente
preparándose para esto ahora, tratando de asegurarse de que todo esté
perfecto para su tío antes de que suba las escaleras.
Si hay algo que he echado de menos acerca del clan en los últimos tres
años, son los niños. Leo, y Marissa, Joy, y Selena y Pauli. No tengo idea de
cuántos bebés han nacido desde que me fui, pero a partir de ahora, es
probable que haya al menos cuatro o cinco nuevos miembros de la vitsa que
ni siquiera sé que existen.
No soy una persona sentimental. Ni demasiado emocional. De hecho,
la única chica con la que salí durante más de un par de meses en los últimos
tres años fue tan amable de decirme que sospechaba que era un sociópata
y que no tenía ningún sentimiento en absoluto. Así que estoy un poco
aturdido por la punzada de tristeza que duele en mi pecho cuando veo a Leo
desaparecer por las escaleras de nuevo, por la que parece ser la última vez.
Una vez que me vaya... una vez que la feria siga su curso aquí y la
familia Rivin siga adelante, hay muy pocas posibilidades de que vuelva a ver
a alguno de los niños. O a María, Lavinia, Mercy o cualquiera de las otras
mujeres que ayudaron a criarme y guiarme cuando Shelta estaba demasiado
ocupada manejando sus asuntos de estado.
Cuando comienza a lloviznar, pequeñas gotas de agua que caen para
empañar el parabrisas, distorsionando el mundo al otro lado del cristal, me
opongo a la posibilidad de que pueda haber una cuarta opción abierta aquí.
Pero no... sacudo el pensamiento de mi cabeza.
No hay jodida manera.
Nunca podré ser su rey.
La furia me ondula cuando agarro mi chaqueta de cuero y salgo del
coche. Nunca debería haber permitido que se formara una idea tan estúpida,
ni siquiera la mitad de mi cabeza. Debería ser más listo ahora.
El aire de la noche es húmedo y frío, pero afortunadamente ni un aleteo
de viento agita las hojas caídas que se han reunido en las canaletas mientras
corría por Cross Street. Ocho o nueve posibles asistentes a la feria se quejan
de mí, diciéndome que me una a la parte de atrás de la línea cuando me
acerco a la boca de la escalera que conduce a la feria, pero les desestimo
despido.
—Calmáos, gente. No me estoy saltando vuestra preciosa línea.
Cuando tenía trece años, estaba en pánico. Todos los demás en el
internado, Shelta, ya les estaba creciendo su vello facial, sus cuerpos
cambiando, desarrollando sus músculos donde antes no había ninguno, y
comencé a sentirme un poco abandonado. Todavía era un poco escuálido y
bajito, y mis bolas seguían estando tan imberbes como el día en que nací,
pero una mañana, me desperté y cuando hablé...
Había una grieta incómoda en mi voz para mí. Nada de gritos agudos,
luego de repente tocó una profunda oscilación al timbre de mi voz cuando
hablé. Simplemente abrí la boca y salió este gruñido de voz oscura, profunda
y baja, y de repente me convertí en Pasha.
Dos de los hombres que están en la fila al instante miran hacia otro
lado cuando abro la boca y ese gruñido oscuro, profundo y áspero sale. Si
fuesen perros, sus colas estarían metidas en sus traseros en este momento,
no serían capaces de cagar nada durante una semana. Una de las mujeres
se ruboriza, una hermosa chica de unos veinte años, tiene lujuria escrita en
toda su cara.
Mira, esto es lo que aprendí sobre mi voz: polariza a las personas. Las
excita o asusta, y el lugar donde caigas generalmente depende de tu sexo.
En su mayor parte, las mujeres consideran que el brusco y cortante tono de
mi voz es la cosa más sexual que han experimentado en sus vidas. Mientras
que los hombres generalmente lo encuentran amenazador, una especie de
desafío a su propia masculinidad. Por supuesto, hay excepciones a esta
regla. Ha habido muchas mujeres que se han aterrorizado por mi voz. Un
montón de chicos que se me han propuesto por eso también.
—Bueno, mira quién es. —Otra voz hace eco en la escalera. Mis ojos se
adaptan rápidamente a la oscuridad, y reprimo una sonrisa mientras Patrin
sube por los escalones de hormigón—. Es el puto Bob Hope, viene a
sorprendernos a todos con su rutina de comedia única…
—¿Bob Hope? —Mantengo mi expresión controlada, aunque la
expresión de la cara de Patrin me hace morir por dentro—. ¿No puedes
pensar en un comediante más reciente?
—Piensas que eres tan inteligente, ¿verdad, hijo de puta? Shireen casi
me mató cuando vio esa farsa en mi espalda.
—Debes admitir que la obra de arte en sí es bastante buena.
—Podrías haberlo hecho sin las venas, idiota. O la punta reluciente.
—Tenía que ser anatómicamente correcto. Lo siento.
—No te arrepientes. No empieces a mentir antes de que hayas bajado
un pie, saco de mierda. Shelta no está de humor para eso, y yo tampoco.
Bajo la nariz, metiendo las manos en los bolsillos de mi chaqueta de
cuero.
—¿Puedo irme si quieres? Dejarlos con sus malos sentimientos, sin
humor. ¿Te parece mejor?
Patrin hace un ruido burlón mientras mira a la línea de personas que
escuchan nuestra conversación detrás de mí. Les frunce el ceño, y casi
siento pena por los pobres bastardos.
—Solo baja tu culo antes de que te saque los dientes frontales —
responde.
Estoy muy impresionado conmigo mismo cuando me apresuro a pasar
junto a él, bajando las escaleras, todavía con una cara seria. A mitad de
camino, me detengo y le vuelvo a llamar.
—Oye, ¿Patrin?
—¿Qué?
Le lanzo el pequeño tubo que he estado llevando en mi bolsillo. Lo
atrapa, y sus fosas nasales se abren cuando ve lo que le he dado.
—Te fuiste antes de que pudiera darte tu ungüento para el tatuaje.
Asegúrate de hidratarlo dos veces al día. ¿No querrías que la polla
monstruosa se ponga un poco irregular y se desvanezca ahora?
Ruge algo ininteligible, luego tira el tubo de loción por la escalera,
apuntándolo claramente a mi cabeza, pero siempre ha tenido un disparo de
mierda; falla por medio kilómetro, y el tubo golpea la pared, cae al suelo y
cae en la oscuridad mientras corro el resto de los escalones.
No necesito luz para guiarme mientras me dirijo a la puerta al final del
estrecho corredor. Conozco este lugar como la palma de mi mano. He estado
viniendo aquí desde que tenía siete años, cuando el clan Rivin se estableció
aquí por primera vez. Cuando abro la puerta, entrando en la Feria de la
Medianoche, sonrío tristemente ante los rostros familiares de todas las
personas que no he visto en tres años, ocupados con su trabajo mientras se
preparaban para las frivolidades de la noche, y sé lo que tengo que hacer.
***
Shelta nunca ha sido una adivina común. Nunca fue con los
tradicionales adornos que fluyen y el tocado gitano, goteando con
medallones de estaño. Cuando entro en su tienda, encuentro a mi madre
sentada en su mesa de juego, vestida con un traje de pantalón de aspecto
severo y restrictivo. La paloma de color gris no hace nada por su tez, y se ve
pálida y limpia ante la luz nebulosa. Más vieja. Se ve mucho, mucho mayor
que la última vez que puse mis ojos en ella.
No levanta la vista de la cubierta de tarot frente a ella, así que atravieso
la tienda y me siento frente a ella. Cruzando mis piernas por mis tobillos,
me tumbo en la silla de respaldo alto, metiendo mis manos en mis bolsillos
otra vez.
—Por favor. Siéntete como en tu casa —dice en voz baja.
No respondo. Habrá muchas oportunidades para competir con ella
durante esta reunión, y apenas vale la pena reconocer esta púa inicial. En
cambio, miro hacia el techo de la tienda, esperando a que guarde sus cartas
y termine su postura despreocupada.
Pasan cuatro minutos. Luego otros dos. Está tratando de irritarme y
probar su posición ignorándome, pero no funciona. No podría importarme
menos si le toma treinta minutos o cinco horas enfrentarme por fin. Tengo
toda la noche, y Shelta Rivin ya no posee la capacidad de abrirse camino
bajo mi piel. Soy insensible a sus juegos de mierda desde antes de cumplir
los dieciocho años.
Finalmente, respira largamente, suspira pesadamente, y luego recoge
las cartas del tarot que ha estado mirando, deslizándolas de nuevo en su
mazo.
—Parece que te ha ido bien, Pasha —dice. Su voz no contiene inflexión
alguna. Podría estar regateando en un supermercado en este momento en
lugar de hablar con su único hijo por primera vez en años.
—Sí. Gracias.
—Patrin me dice que has abierto un salón de tatuajes. Nunca imaginé
que llenarías tus días con un pasatiempo tan loco.
—¿De verdad? Pensé que convertirme en un artista del tatuaje hubiera
sido una elección bastante obvia para mí, dada la cantidad de tinta que he
puesto en la piel de los hombres y mujeres que están ahí afuera, creando la
feria.
Por fin, me mira, fría, evaluando los ojos grises que se abalanzan sobre
mí. No es feliz. En lo más mínimo.
—¿Los hombres y mujeres que están ahí, preparando la feria? ¿Te
refieres a tus hermanos y hermanas? ¿Tus tías y tíos? ¿Esas personas? ¿La
gente que ha estado preocupada por ti desde que saliste de aquí y no miraste
atrás?
Me siento un poco más erguido, levantándome en la silla.
—Sin embargo, no me fui, ¿verdad? Fui desterrado. Hay una pequeña
diferencia allí. No actúes como si les hubiera abandonado a todos, madre.
No eres tan buena actriz, y no tengo la paciencia para un desempeño tan
débil.
Pone sus ojos en blanco.
—¿Hablaste con alguien al menos? ¿Shireen? ¿Colm?
—No. Todos están ocupados. Mantuve mi cabeza gacha y vine
directamente aquí. Nadie sabe que estoy aquí.
—Mmm. —Reflexiona sobre esto—. Supongo que eso es lo mejor. Todos
están tan emocionados de tenerte de vuelta. Pero por lo que me dice Patrin,
parece que no tienes ningún plan de regresar para liderar a tu gente. Odiaría
que todos se emocionen, solo para que les decepciones.
—A la única persona a la que parezco decepcionar es a ti, madre.
Me da una sonrisa triste, condescendiente.
—Si eso fuera cierto.
—Ya has estado en Spokane por un mes, Shelta. Si realmente te
importara que volviera a casa a aceptar mi papel, habrías venido a verme a
en el momento en que llegaste, ¿no?
Parpadea hacia mí lentamente, como un felino calculando. Las líneas
alrededor de su boca son mucho más profundas que antes. No son líneas
de risa, de años pasados de parrandas y jugando con los niños, o
compartiendo bromas con otros miembros del clan. Esas líneas son el
resultado directo de los muchos años que ha pasado haciendo muecas a
todos y a todo en su camino.
—Sí. Bueno. Pensé que te daría la oportunidad de venir a mí primero.
Como debería haber sido. Pero parece que la racha obstinada que heredaste
de tu padre se ha ampliado sustancialmente durante nuestro tiempo
separados.
Sacudo mi cabeza.
—Papá me dio la apariencia juvenil, la enorme polla y el regalo del gab.
Si soy tan terco como dices que soy, entonces heredé ese rasgo de ti.
El cabello de Shelta, lleno de olas gruesas, todavía es oscuro, pero
ahora hay un toque gris en sus sienes. Se pasa una mano sobre él,
apaciguando un mechón invisible mientras envía una mirada fulminante en
mi dirección.
—No hay necesidad de ser grosero. ¿De verdad crees que me importa el
contenido de tus pantalones?
—Estoy seguro de que no.
—No acudí a ti antes, porque pensé que habría más tiempo, pero el clan
está cada vez más inquieto. Es hora de dejar de ser tan infantil, Pasha. Es
hora de dejar de lado las cosas infantiles y aceptar tus responsabilidades
como hombre. Como jefe de este clan, y de todos los demás clanes en la
costa occidental
Le frunzo el ceño, tratando de leer el austero y rígido exterior.
—¿Qué quieres decir con que están cada vez más inquietos?
—Exactamente eso. No son solo los Rivins quienes quieren que su rey
se haga cargo y tome el timón. Los cinco clanes están esperando tu regreso
y quieren que suceda pronto. Se acabó el destierro. Has sido expiado por
tus crímenes. Eres….
Inclino mi cabeza hacia un lado, mis ojos estrechados en rendijas.
—¿Mis crímenes?
—Urgh. ¿Por qué insistir en jugar este estúpido juego? Sabes lo que
hiciste, Pasha. Lazlo era amado por todos aquí. Caminaba sobre jodida
agua. Tú le mataste. Cogiste un cuchillo y lo hundiste en su estómago.
—¿Crees que Leo amaba a Lazlo? —El desafío en mi voz es audaz y
claro—. ¿Qué hay de Sammy? ¿O Danior, o Motshan? El hombre no sólo
estaba metiendo los dedos en el culo de los chicos mientras estábamos en
el camino. Él también violó a los nuestros. Si no hubiera entrado y le hubiera
encontrado sujetando a Leo en la cama con los pantalones alrededor de sus
tobillos, sé lo que habría sucedido. Tú también. Creo que sabías sobre la
inclinación del Golden Boy que era el tío Lazlo por los niños pequeños
mucho antes de que los demás lo supiéramos. ¿Y qué hiciste al respecto?
Nada…
He hecho un pasatiempo de aprender a enterrar mi ira y mi disgusto
durante mi vida. En serio, soy jodidamente bueno en eso. Pero ahora mismo,
siento que mis interiores están llenos de ácido hirviendo, y no puedo
contenerlo. Las mejillas de Shelta se tornan de un rojo febril, dos puntos
gemelos de furia pura y sin adulterar que marcan su piel, como un animal
se marca para advertir a otros que es peligroso.
—Cuida tu lengua. Lazlo tuvo sus faltas. ¿Quién no? Estaba borracho
la noche que lo encontraste con Leo, y estoy segura de que…
Me lanzo hacia adelante, golpeando mi puño sobre la mesa tan fuerte
como puedo.
—No te atrevas a defenderle, ¡joder! Era un violador. ¡Era un pedófilo,
y no cometí ningún maldito crimen!
Genial, tranquila, inquebrantable, Shelta casi se caga encima. Se
inclina hacia atrás en su asiento, sosteniendo una mano contra la base de
su garganta.
—Pasha, contrólate. Tal vez... —traga—. Quizás es mejor que dejes el
pasado donde pertenece. En el pasado. Estoy tratando de hablarte sobre el
futuro. Tu futuro, y el nuestro. Tienes casi veintiocho años. Has tenido
mucho tiempo para eludir tus obligaciones y marcharte. Ahora, soy tu
madre y te digo que tienes que volver.
—¡Ja! —Me pongo de pie, entrelazando mis dedos tras mi cabeza, mis
codos en el aire—. No sé cómo diablos crees que puedes ordenarme que haga
nada, Shelta, pero estás tan jodidamente equivocada. Tan jodidamente
ciega. Casi siento lastima por ti.
—Estás enfadado conmigo por dejar que te desterrasen. Estás sacando
esa ira contra todo el clan, y les estás haciendo daño.
—¿Cómo les estoy haciendo daño? —Estoy al borde de la histeria. Es
tan jodidamente manipuladora. Tan jodidamente astuta. Literalmente te
dirá cualquier cosa para salirse con la suya.
—¡Estás destruyendo a esta familia! Estás destruyendo este clan. Los
Rivin han sido los jefes de los romaníes durante generaciones, y estás a
punto de arruinarlo todo. Si no eres coronado y te has casado para el final
del invierno, los clanes designarán un nuevo rey. Le quitarán el título a
nuestra familia y tendremos que inclinarnos ante uno de sus hombres.
¿Quieres eso? ¿Es eso lo que quieres para nosotros, Pasha? ¿Qué me
despojen de todo rango y título? Los otros clanes siguen manteniendo las
viejas costumbres. Las mujeres no son más que bienes. Inmundas. Buenas
para nada más que cocinar, limpiar y tener bebés.
»Solías amar el hecho de que éramos diferentes —continúa—.
Disfrutaste de las libertades que tu padre y yo presentamos a esta vitsa. ¿Y
ahora estás dispuesto a tirar todo eso por tu orgullo? ¿Porque herí tus
sentimientos? ¡Contrólate, Pasha! —Su ira cede tan rápido como se
levantó—. Solo escúchame. Podemos hacerlo juntos. Tú y yo. Muy poco tiene
que cambiar. No es más que un título y una mujer bonita a tu lado. Todavía
puedes hacer lo que quieras. Sé quién quieras. Puedo seguir tomando las
decisiones por esta familia. Todavía puedo ser su cabeza…
Oh.
Guau.
Entonces, ahí está.
Jodidamente claro como el cristal
Ahora todo tiene perfecto sentido.
Puede intentar vestirlo como quiera, pero aquí está la verdad, audaz
como el bronce, mirándome directamente a la cara. Quiere que me coronen
y me casen, para que no tenga que renunciar a nada de su poder. Quiere
que asegure el título para los Rivin para no perder su posición como reina
regente, o tenga que remitirse a cualquiera de los otros clanes.
Jodidamente increíble.
Debería haberlo sabido. Debería haber sido capaz de resolver esto por
mi cuenta. No es sorprendente que los otros clanes presionen para que uno
de sus propios representantes sea coronado rey. ¿Por qué no, si parecía que
a todos los efectos, había abdicado y abandonado a mi familia? La burla en
mi cara se siente fea cuando contorsionan mis facciones.
—Eres un verdadero trabajo —susurro—. ¿De verdad crees que alguna
vez estaría de acuerdo en casarme con una extraña y atarme a esta familia,
solo para que la vida pueda continuar con normalidad para ti? ¡Estás
jodidamente loca!
Sus ojos se nublan con desprecio.
—Siéntate, Pasha.
—¡No voy a sentarme, joder!
Aprieta su mandíbula, volviendo su atención a la cubierta de tarot en
frente de ella.
—Has estado soñando, ¿verdad? —dice—. Puedo olerlo en ti.
Dejo escapar un suspiro por mi nariz.
—Todos sueñan. ¿Y qué?
—¿El mismo sueño? La mujer. Has estado soñando con ella.
—No es tu maldito asunto.
—Siéntate, Pasha.
—Te lo dije. No me voy a sentar. —No voy a someterme a más de esta
mierda. Soy un hombre adulto—. Puedo y haré lo que me dé la gana, y estoy
seguro de que no renunciaré a la paz y la felicidad que he encontrado aquí
por ti.
Las fosas nasales de Shelta se ensanchan, como si realmente estuviera
oliéndome.
—Esta mujer con la que estás soñando. Nada bueno saldrá de ello. Sus
interacciones con estos gadjes sólo le traerán infelicidad. No son como tú.
Nunca serán como tú. Esta mujer nunca podrá entenderte. Si te involucras
con ella, los dos terminareis lamentándolo por el resto de vuestras vidas. Me
aseguraré personalmente de ello.
Si hubiera algo rompible dentro de esta tienda, lo tomaría y se lo
arrojaría. He tenido suficiente. En serio. Mi último nervio está desgastado y
desgarrado.
—Realmente crees esta mierda, ¿no? Realmente crees que puedes mirar
dentro de mi cabeza y decirme lo que está por venir. Estás jodidamente
delirante.
Juntando sus manos frente a ella sobre la mesa, mi madre mira hacia
abajo a la cubierta de tarot que está frente a ella.
—Saca tres —ordena. Dios sabe que puede escuchar las cosas que le
estoy diciendo e ignorar descaradamente cada palabra. Sin embargo,
siempre ha sido así, no presta atención a los pensamientos o sentimientos
del resto, a menos que se alineen con lo que ella quiere. Me ha amenazado,
y está fingiendo que no ha pasado nada.
—No estoy tocando esa cubierta. Puedes mantener tus malditos trucos
de salón. Me voy.
—Bien. Lo hare por ti.
—No puedes sacarlas para mí...
Sin embargo, no está prestando la más mínima atención. Selecciona
rápidamente tres cartas de la baraja y las coloca boca arriba sobre la mesa.
Primero, el diablo. Invertido, de modo que el sátiro de la carta esté
frente a mí. Significado: libertad. Lanzamiento. Una restauración del
control.
En segundo lugar, la justicia XI. Vertical. Significado: Justicia. La Ley
natural. Errores corregidos.
La última carta es el as de los pentáculos. Vertical. Significado:
Prosperidad. Oportunidad. Comienzos frescos.
Contuve mi propia risa mientras miraba las imágenes de la mesa.
—Diría que fue una lectura bastante clara, ¿verdad? Las cartas te dicen
lo mismo que yo te digo. Me voy de aquí... y voy a estar mucho mejor.
Shelta sisea como un gato salvaje, sus labios se curvan mientras mira
las cartas que ha sacado en mi nombre. Probablemente se arrepienta de
haberme enseñado el tarot. Si fuera ignorante de sus significados como la
mayoría de las personas que entran en su tienda, me habría puesto una
línea, sin duda, inventando algo sobre la lectura para tratar de inclinarme
a su voluntad.
Mirándome, clava sus uñas en el borde de la mesa de madera, su furia
se desvanece como humo.
—Me obedecerás, Pasha. Vas a aceptar la corona. Te vas a casar. Y vas
a mantenerte alejado de esa mujer en tus sueños. No es para ti, ¿me oyes?
Será la ruina de todos nosotros.
Zara
Feria de medianoche
Sarah no se detiene. No importa lo duro que intente razonar con ella,
no nos acompañará. Su cara es blanca como una sábana cuando Garrett y
yo la vemos regresar a su coche; Garrett hace un gesto para que entremos
con ella, pero Sarah nos aleja.
—No seas estúpida. Has venido hasta aquí. Estarás a salvo si Garrett
está contigo, pero no te quedes allí por mucho tiempo. No te emborraches.
Y por el amor de Dios, no aceptes ningún favor. No tienes idea de a qué tipo
de problemas te llevará.
Mientras el auto vuela por la calle, Garrett y yo intercambiamos
miradas de asombro.
—¿Alguna idea de qué fue eso? —pregunto.
Se encoge de hombros, rascándose la nuca. Era una pregunta estúpida,
realmente. Incluso si él tuviera idea de qué asustaba tanto a Sarah, no
podría decírmelo. Durante el camino de regreso a la entrada del metro,
reflexiono sobre lo que acaba de suceder y se forma un nudo apretado en mi
estómago. Sarah es conocida por sus dramas, pero esto parece diferente.
Temblaba como una hoja.
La lluvia cae más fuerte. Mi cabello está empapado, junto con el interior
de mis zapatillas, y mi delgada chaqueta es casi inútil. Garrett ni siquiera
se molestó con una chaqueta, y su camisa blanca está pegada a sus
hombros, casi transparente ahora.
Cuando llegamos a nuestro destino, encontramos una línea que se
formó mientras estábamos fuera. Al menos diez personas están esperando
para bajar las escaleras al túnel subterráneo, y un hombre bajo y calvo está
discutiendo con un hombre alto y tatuado en la entrada de la escalera.
—Te lo dije, amigo. Nada de rojo. No voy a decírtelo de nuevo —gruñe
el chico tatuado—. Tenemos un estricto código de vestimenta esta noche.
El hombre calvo levanta sus manos en el aire, haciendo un espectáculo
de mirar alrededor.
—No hay ningún cartel sobre un código de vestimenta, amigo. Llevo
una camisa de botones y zapatos bonitos. No veo el problema.
—Te he dicho cuál es el maldito problema. El jodido problema es que
llevas una chaqueta roja, y no voy a permitir a nadie usar rojo aquí abajo
esta noche.
—¿Qué clase de regla es esa? ¿Qué tienes contra el color rojo?
El tipo, al menos cuarenta y cinco centímetros más alto que el otro
hombre, se cierne sobre él mientras apuñala el dedo en su pecho—. No tengo
que explicarme ni nada más, amigo mío. Ahora vete, antes que te mueva yo
mismo.
—Podría llamar al mejor bufete de abogados, sabes. Este tipo de
discriminación flagrante va contra la ley. Podrían callarte sin un momen…
Cabeza Calva deja escapar un chillido estrangulado cuando el hombre
tatuado se lanza y envuelve su mano alrededor de la garganta de Cabeza
Calva. Levantándolo a treinta centímetros del suelo, el tipo da tres pasos
hacia la izquierda y deposita sin ceremonias a Cabeza Calva en la cuneta.
El gorila tatuado le da a Cabeza Calva un momento para recuperar la
compostura, esperando hasta que deja de toser y escupir antes de dirigirse
a él de nuevo.
—Si no te has ido para cuando haya contado hasta tres...
Ni siquiera necesita comenzar a contar. Cabeza Calva despega
rápidamente por la calle, lanzando miradas furiosas y humilladas sobre su
hombro mientras se aleja. Las otras personas que hacen cola, incluidos
Garrett y yo, nos miramos cautelosamente las ropas. No puedo hablar por
nadie más, pero quiero asegurarme de que no estoy usando nada rojo.
No lo estoy, gracias a la mierda.
Patrin, el niño de la chaqueta naranja dijo que un hombre con ese
nombre tomaría el dinero en la puerta y que estaría de muy mal humor,
rápidamente saca el dinero de las manos a las personas y los empuja hacia
las escaleras, aunque por la mirada en la cara de muchos, más de la mitad
ya no están seguros de querer visitar la feria. Para cuando nos encontramos
frente a Patrin, estoy realmente dispuesta a renunciar a toda la aventura,
llamar un Uber y largarme de aquí.
—¿Cómo diablos lo llamas? —pregunta Patrin.
Parpadeo hacia él, luchando por tragar el nudo instantáneo en mi
garganta.
—¿Disculpa?
—Dije, ¿cómo diablos llamas eso? —exige, señalando con un dedo
acusador mi teléfono celular, que sostengo firmemente en mi mano.
—Uhhh... es... ¿un móvil?
—Sé que es un móvil. ¿Qué crees que estás haciendo, sosteniéndolo en
tu tan amorosa mano de esa manera? —Como el niño de la chaqueta
naranja más temprano, tiene acento, aunque el suyo es aún más sutil. Es
la forma en que habla, la inflexión y la extraña inclinación a sus palabras,
lo que hace que parezca que no es cien por ciento estadounidense.
—Ahh. No lo sé. ¿Sólo sostenerlo? —respondí débilmente—.
¿Asegurándome de que esté a salvo?
—No se permiten móviles ahí abajo, cosita dulce. Tendrás que dejarlo
conmigo.
—¿Qué? No. No creo...
Patrin cruza sus brazos sobre el pecho.
—¿Quieres bajar o no?
—Sí. —La verdad es que no quiero bajar. Ni un poco. Pero la foto de
Corey en mi bolsillo ya no puede ser ignorada.
—Entonces entrégalo. No te preocupes. Lo recuperarás cuando vuelvas
a subir.
—No vi a nadie más entregando su móvil.
Patrin frunce el ceño cuando señala una pequeña cesta sobre una
pequeña mesa detrás de él. Una mesa que no noté hasta que la señaló.
Dentro de la cesta hay otros seis teléfonos celulares con números de registro
rosa pegados a sus pantallas.
—De acuerdo. —De mala gana, entrego mi teléfono. No me quita los
ojos de encima mientras aplica una nueva etiqueta adhesiva a la pantalla y
luego lo arroja a la cesta. Acepto el boleto correspondiente y lo guardo en el
bolsillo de mi chaqueta.
—No lo pierdas —advierte—. Serás una jodida suerte más tarde, no es
cierto. —No es una pregunta. Es una afirmación que no admite argumentos.
Dirige su atención a Garrett—. ¿Qué hay de ti, gran amigo? ¿Dónde está el
tuyo?
Garrett niega, extendiendo sus manos vacías.
—¿Qué mierda está mal contigo? Continuemos, ¿de acuerdo? Hace frío
y está húmedo, y no quiero particularmente estar aquí afuera, tratando con
tu gente. —La forma en que dice “gente” hace que parezca que somos
criminales o algo así. Los vellos en la parte posterior de mi cuello se ponen
de punta.
—No tiene un móvil —le digo con firmeza—. Y no puede hablar, así que
no jodas con él.
Lentamente, la cabeza de Patrin gira, su mirada intensa agujereando
mi piel.
—Bueno, ¿no eres un petardo? Tienes una lengua afilada en la cabeza,
mujer.
Arqueo una ceja hacia él.
—Y tienes una mala racha de un kilómetro de ancho. Todos tenemos
nuestras cruces que soportar. ¿Nos vas a dejar entrar o no? Hace frío y
humedad, y no vinimos a esperar aquí bajo la lluvia para divertirnos.
Una lenta sonrisa se extiende por su rostro. Hasta ahora, no he
pensado mucho en cómo se ve, aparte del hecho que su expresión es severa
y enojada, pero en realidad el hombre es bastante guapo cuando sonríe.
Probablemente esté en sus treinta, y el tinte gris en sus sienes le da un
borde robusto y extrañamente atractivo.
—Me gusta una mujer que dice lo que piensa —ronronea—. Sin
embargo, no me sentiría demasiado cómodo hablando así con gente allí
abajo. Vamos, Gadje. Te veré más tarde cuando vengas por tu móvil.
Mis entrañas revolotean con adrenalina cuando paso junto a él y
desciendo los escalones. Garrett me da un suave golpe en la espalda que
entiendo muy bien: ¿qué demonios fue eso? ¿Estás loca?
Gruño, con cuidado de donde estoy caminando en la oscuridad,
fingiendo que no noto su silencioso comentario.
Las escaleras son anchas y resbaladizas bajo mis pies. No puedo ver si
están cubiertas de musgo y humedad, pero seguro que se siente así. En la
base de las escaleras, el niño de chaqueta naranja está sentado en un
taburete alto de madera, sosteniendo una linterna en la mano. Salta cuando
nos nota; claramente no nos escuchó bajando a su encuentro.
—Ahh, ¡lo lograste! ¿Dónde está tu amiga?
—¿Sarah? No se sentía bien. Tuvo que irse a casa.
—Es una pena. Todos esos diferentes animales muertos en su ropa.
Observarla era muy confuso. Me gustó. —Es un comentario extraño que
hacer, pero el niño no pretende ofender. Su sonrisa afable, amplia y el brillo
en sus ojos hablan de genuina diversión. Hay algo encantador e inocente en
él.
—No importa —continúa, su sonrisa ensanchándose—. Aún estás aquí.
¿Estás lista para comer, beber y divertirte, entonces?
Sus palabras me recuerdan que Sarah nos dijo que no bebiéramos nada
aquí abajo. Parecía una advertencia extraña. Del tipo de la que le debían
haberle dado a Alice antes de que cayera por el agujero del conejo.
Vergüenza. Realmente podría tomar una bebida en este momento.
—Lo estamos —digo, con una amplia sonrisa en mi cara.
—Extiende tu mano, entonces. Este sello te llevará a la mayoría de las
atracciones. Puede que tengas que pagar extra por una pareja, pero oye...
aun así obtendrás el valor de tu dinero con esto. —El niño presiona un sello
de goma contra el interior de mi muñeca. Cuando quita el sello, queda una
marca de tinta negra. Una luna de hoz rodeada de estrellas—. Soy Leo. Si
necesitas algo, estaré aquí, listo para servirte. —Me guiña un ojo y me doy
cuenta con una punzada de vergüenza de que está coqueteando conmigo.
El color en sus mejillas es alto, se sonrojó y su voz tiene un temblor nervioso.
Pobre niño.
El haz de su linterna rebota contra las paredes cuando gira y abre la
puerta tras él, y luego una explosión de color, sonido y luz me golpea en la
cara.
El espacio es enorme, mucho más grande de lo que hubiera creído
posible. Desde mi punto de vista, parece que la estación subterránea tiene
al menos la longitud de un campo de fútbol, sino dos.
A cada lado de la estación abandonada, hay filas de puestos, cargados
y llenos de flores, dulces, cajas de rompecabezas, juguetes para niños,
peluches, cuencos de vidrio con peces de colores y una gran variedad de
juegos. Hay gente por todas partes, metiéndose entre los puestos, tirando
de las solapas de las tiendas de campaña y desapareciendo en el interior.
Una multitud se ha reunido a la derecha, a quince metros de distancia,
aparentemente viendo algún tipo de actuación divertida que los hace estallar
en carcajadas.
El aire es una confusión de aromas y olores, todos arremolinándose y
juntándose: canela, cardamomo, azúcar, todas las especias, carne en
brasas, chocolate y el olor a humo.
Mi mirada se eleva, y durante cuatro segundos completos dejo que mi
boca se abra con asombro. En lo alto, los techos abovedados, completos con
vigas góticas, son impresionantes. Al principio creo que están pintadas de
azul real y que las estrellas centelleando y brillando a lo largo de la vasta
extensión son obra de alguien extremadamente talentoso con un pincel, pero
a medida que las llamas de cientos de velas, colocadas, balanceadas y
apiladas en casi todas las superficies disponibles, se mueven, la luz también
oscila, y noto el destello brillante de blanco que recorre lo que resultan ser
baldosas. Todo el techo está cubierto de tejas: un mosaico tan brillante y
complejo, los colores tan vívidos, llamativos y ricos en profundidad que es
algo impresionante de contemplar. Cada pequeña estrella es una losa
propia, plateada y dorada, colocada cuidadosamente de manera que pueda
atrapar la luz y brillar. Las velas vuelven a parpadear, soplando una brisa
cálida que sale del oscuro túnel a mi extrema izquierda, y la luz vuelve a
caer en cascada sobre las baldosas; parece que los cielos están en llamas.
Es demasiado hermoso como para ocultarlo aquí, sin ser visto ni reconocido
por el mundo exterior. Sin embargo, hay algo especial al respecto, como si
la obra maestra de techo fuera un regalo, un secreto y una sorpresa que
sólo unos pocos elegidos tienen la suerte de ver.
—Bienvenidos a la Feria de Medianoche —dice Leo—. Entrad, ahora.
De lo contrario, tendremos una línea detrás de ti, y a Patrin no le gusta que
la entrada se obstruya.
Los ojos de Garrett se mueven sobre cada centímetro del lugar.
Mientras caminamos por el sendero entre los puestos, estudia todo lo que
pasamos con el temor evidente de alguien que nunca ha visitado una feria.
Su maravilla también está completamente justificada. Nunca he estado,
visto u oído hablar de un lugar como éste antes.
A diferencia del techo, no hay baldosas que cubran el suelo a medida
que avanzamos hacia la multitud; no hay nada más que tierra desnuda y
compacta bajo las suelas de nuestros zapatos, lo cual realmente no tiene
sentido, ya que la estación debe haber tenido una base cuando se construyó,
pero al mismo tiempo se siente un poco correcto. Como todos los puestos y
tiendas de campaña, son cosas orgánicas que se lanzan mágicamente desde
el suelo y se supone que están aquí.
—Supongo que ahora tenemos que preguntar por Corey —murmuro
entre dientes.
Garrett asiente, pero en realidad no está prestando atención. Todavía
está ocupado devorando todo lo que sucede a nuestro alrededor con sus
ojos. Me acerco a un puesto a nuestra derecha primero. Un puesto vacío,
sin nada sobre su madera desnuda e inacabada. Detrás de él, un hombre
rudo de unos sesenta años, con un mechón de pelo gris acero y un chaleco
de seda negro tamborilea sus dedos sobre su rótula. Sus ojos oscuros
cobran vida cuando nos acercamos y nos detenemos frente a él.
—Bueno, bueno. Si no eres tú. —Su rostro se transforma en una
sonrisa del setenta por ciento cuando me muestra una hilera de dientes
sorprendentemente perfectos y de lobo.
Arrugo la frente.
—Lo... lo siento, ¿nos conocimos antes?
Inclina la cabeza hacia un lado. Evaluándome.
—No. ¿Deberíamos?
—Es solo que dijiste, “si no eres tú”, como si me conocieras o algo así.
—Por desgracia, estoy casi al cien por cien seguro que no he tenido el
placer de conocerte. Pero aún. Eres tú, ¿verdad?
—Oh. Bueno… sí. Obviamente. —Dios mío. La conversación apenas ha
comenzado y ya me está dando dolor de cabeza.
—¡Excelentes noticias! —El hombre sonríe—. Por un segundo, me
preocupó que pueda haber tomado a la persona equivocada. —Coloca el
costado de su palma ahuecada contra el costado de su boca y susurra
alrededor, guiñando un ojo, como si estuviera compartiendo un secreto
conmigo—. Hubiera sido bastante embarazoso, ¿no?
Puedo sentir los ojos de Garrett sobre mí. Cuando lo miro, tiene una
expresión perpleja y cuestionadora en su rostro que habla un poco
demasiado alto. Tampoco sabe qué diablos está pasando.
—¿Has venido a probar suerte conmigo entonces? —pregunta el
hombre enjuto. He decidido que, con sus hombros estrechos e inclinación
ligeramente calculadora de su cabeza, es más zorro que lobo—. Todo lo que
necesitas hacer es seguir la moneda. Sencillo. Un juego de niños. —Desde
algún lugar bajo la mesa, produce tres pequeñas tazas de madera
desgastadas. Cada una tiene una letra tallada en su costado: la primera una
M, la segunda una E y la tercera una C. Las voltea, colocándolas sobre la
mesa frente a él, y luego mete la mano en el pequeño bolsillo de su chaleco
donde un reloj de bolsillo podría haber vivido de otra manera, y saca un
brillante dólar de plata. Lo hace rodar por la parte de atrás de sus nudillos,
inclinando su cabeza hacia mí interrogativamente.
Sonrío educadamente.
—No tenemos tiempo para jugar a ninguno de los juegos esta noche.
En realidad, me preguntaba si podría hacerle una pregunta.
El Zorro saca el dólar de plata del aire, cerrando los dedos con fuerza
alrededor de él en un puño. Su sonrisa desaparece en un abrir y cerrar de
ojos.
—¡Qué cosa! —Su tono es lo suficientemente helado como para que me
dé cuenta de que he hecho algo mal. No tengo idea de cómo, pero he logrado
ofenderlo. Mierda.
—Lo siento. Yo sólo…
—No hay disculpas aquí. Muévete ahora a la siguiente mesa. No tengo
tiempo que perder en personas curiosas.
¿Curioso? ¿Qué mierda? Contesto un suspiro de exasperación—. Lo
siento. No quise molestarle. Me encantaría jugar a su juego. Sólo quise decir
que...
La sonrisa de Zorro regresa, abriéndose camino a través de su cara. No
me ha dejado terminar de hablar, no sabe que sólo estoy tratando de explicar
nuestra situación. Obviamente, las únicas palabras que escuchó de mí son
aquellas en las que dije que me encantaría jugar su juego.
—¡Excelentes noticias! —declara de nuevo, poniéndose en pie. Se
levanta tan rápido que el taburete en el que estaba sentado se derrumba
tras él, aunque parece que no se da cuenta o no le importa. El dólar de plata
ha regresado, saltando por encima de sus nudillos. Se inclina sobre las
tazas, levanta la taza marcada con una C con adornos, coloca
ceremoniosamente el dólar de plata sobre la mesa y lo cubre con la taza—.
¿Sabes cómo funciona esto? —pregunta.
—Lo hago. Pero en serio…
La cara de Zorro se arruga con disgusto.
—No, no, no. No lo hacemos en serio aquí. Si buscas algo serio, deberás
buscar a Shelta. Ahora, ¿estás lista?
Por. El. Amor. De. Cristo. Tal vez sería más fácil jugar con el hombre,
deshacerse de su truco del juego de manos, fingir asombro, y entonces él
podría estar dispuesto a ser un poco más útil. El problema es que, incluso
cuando era niña, no me impresionaban los trucos de magia de juego de
manos. Otras personas estaban asombradas, jadeando, gimiendo y gritando
en todos los lugares correctos, pero mis ojos siempre han sido demasiado
agudos. Siempre he captado el momento en que la bola o la moneda, o la
cartera o el reloj desaparecieron en la mano del mago, solo para reaparecer
en los lugares más improbables momentos después, donde no se suponía
que estuvieran. Sin embargo, puedo pretender aquí por un segundo si eso
significa que hemos progresado.
—De acuerdo, bien. Sí, estoy preparada. Espera, ¿cuál es el premio si
gano?
El Zorro estrecha su ojo izquierdo, asintiendo rápidamente.
—Eres inteligente. Siempre es mejor averiguar las apuestas antes de
entrar en una apuesta. ¿Por qué no haces una sugerencia?
—¿Una sugerencia? ¿Sobre lo que ganaré?
Asiente una vez con un brusco tirón de cabeza.
Extraño. Por lo general, ganas un osito de peluche en una mesa de
juego como esta. O más fichas de juego. Nunca he tenido la oportunidad de
negociar mi premio antes.
—Bueno. Si gano, quiero hacerle mi pregunta.
La sonrisa del Zorro se agita un poco, pero considera mi propuesta.
—¿Es una pregunta difícil?
—No.
—Bien. —No se ve feliz. Ni siquiera un poco—. Y si gano yo...
—No obtienes un premio si ganas. No es así como funciona el juego.
La ira parpadea en sus ojos oscuros.
—¿Y cómo lo sabrías? Éste no es tu juego, ¿verdad?
No puedo contener el suspiro esta vez. Libero mi respiración frustrada,
mis hombros caídos; esto está tomando más tiempo del que debería.
—Bueno. Tienes razón. ¿Qué quieres si logras engañarme?
El Zorro se da una palmada en el pecho con fingido horror.
—Esto no es un truco, jovencita. Es un juego. Un toque de diana en el
mejor de los casos. Los trucos son para niños y para los intelectualmente
redundantes. Ahora, ¿estás lista para tomar esto en serio?
—Pensé que tenía que ir a buscar a Shelta si quería hablar en serio.
El color se drena de la cara del Zorro. Por un segundo largo, terrible,
incómodo, creo que va a voltear su mesa y volar hacia mí como un loco
desquiciado, pero sucede todo lo contrario. Lanza su cabeza hacia atrás y
ríe a carcajadas—. Eres un alboroto, joven Gadje. Necesito verme alrededor
de ti. He tomado mi decisión. Si gano, quiero algo muy pequeño. Nada en
realidad. Algo de poca importancia para ti.
—¿Qué? —Estoy en guardia ahora. Su tono me hace sentir como si
estuviera mintiendo. Como que todo lo que esté a punto de pedir, será de
gran importancia para mí.
—Sólo uno de esos mechones de cabello fino y ardiente, pequeño Gadje.
Solo uno —dice airosamente, agitando su mano alrededor.
—¿Qué? ¡No! Absolutamente no.
—¿Por qué no? Tienes cientos y cientos de ellos. Miles. Uno no va a
hacer una diferencia para ti.
—¿Por qué demonios quieres una hebra de mi cabello?
Se encoge de hombros.
—El rojo era el color favorito de mi madre. No el mío. Mi color favorito
es el púrpura, pero aun así.
No creo en la magia. No soy supersticiosa. No creo en maldiciones,
encantos o cualquiera de esas otras tonterías. Pero aun así, definitivamente
hay algo altamente irregular en alguien que no conoces regateando un
mechón de tu cabello. Me da ansiedad.
—No lo creo. —Soy lo suficientemente firme como para que el Zorro
luzca decepcionado.
—Bien. Una llave, entonces. Una que ya no uses.
—No tengo una…
—Por supuesto que sí, Gadje. Todo el mundo tiene al menos una. Una
llave en tu llavero que ya no hace nada. Una llave para nada. Una llave que
deberías haber tirado hace mucho tiempo.
Ahora que lo menciona, hay una llave en mi llavero que no necesito, la
llave de mi antiguo buzón cuando estaba en la universidad. No tengo
ninguna razón para retenerla más, pero entonces el Zorro tampoco podría
tener un uso posible. He terminado de negociar con el hombre. Hay muchos
otros puestos en la Feria de Medianoche que deben visitarse antes que
pueda salir de aquí esta noche. Hay muchas otras personas a las que
necesito preguntar sobre Corey. Busco en mi bolso y saco mi juego de llaves,
desenrollando rápidamente la extraña llave en cuestión, ofreciéndole el
pequeño y desgastado trozo de metal de bronce en la palma de mi mano.
Garrett se muestra cauteloso. El Zorro recoge rápidamente la llave de
mi mano y la coloca sobre la mesa entre nosotros, colocada a un lado como
garantía.
—Está bien, Gadje. Ahora. Mira la moneda. Si puedes decirme dónde
termina, podrás hacer tu infernal pregunta. Sin embargo, asegúrate de no
parpadear. Tengo las manos más rápidas en toda esta feria. ¿Estás lista?
Asiento.
El Zorro sonríe.
La moneda todavía está debajo de la taza marcada con una C. Observo
cómo el anciano desliza las tazas a través de la superficie de su puesto, y
me aseguro de mantener un ojo abierto en el momento en que cambia la
colocación de la moneda. Las copas están marcadas, después de todo. No
tendría sentido su apuro si la moneda se quedase dónde estaba; las iníciales
en la base de las tazas harían muy fácil seleccionar la correcta de lo
contrario.
Los dedos del Zorro manipulan hábilmente las tazas, pero no veo el
intercambio. Las tazas están enredadas y maniobradas, y comienzo a darme
cuenta de que he perdido el tiempo por completo. Ya ha movido la moneda.
Debió haberlo hecho mientras estaba sacando mis llaves de mi bolso. O
mientras discutíamos sobre el mechón de mi cabello. De cualquier manera,
ya he perdido este juego. Lo perdí antes de que realmente empezara.
El Zorro deja de mover las tazas y las pone ordenadamente en una fila.
Primero M, luego C, luego la taza marcada con la E en el extremo. A
regañadientes, extiendo mi mano, a punto de golpear la taza marcada con
la C, molestia y frustración se acumulan en la base de mi estómago, pero
Garrett coloca su mano en mi brazo, sacudiendo la cabeza. Sus ojos viajan
a la taza marcada con la M, y guiña un ojo.
Mientras estaba distraída, resultó que mi amigo estaba prestando más
atención que yo. Gracias a la mierda por Garrett. Le sonrío, le devolví el
guiño y giro mi brazo hacia la izquierda, usando mi dedo índice para golpear
la taza con la M. El Zorro tose en su mano arrugada.
—Bueno, no estoy seguro de si eso es justo o no. Algunos podrían
llamar a ese tipo de ayuda externa hacer trampa, ya sabes.
—No dijiste que no se me permitiera un poco de ayuda.
Piensa en esto, juntando las cejas, antes de encogerse de hombros.
—Es justo. No lo dije. ¿Estás segura de que quieres escoger esa taza,
entonces?
Miro a Garrett y él asiente. Está cien por ciento seguro. Volviéndome
hacia el Zorro, doblo mis brazos sobre mi pecho.
—Sí. Elijo esa.
—Está bien, entonces. —El Zorro toma rápidamente la taza marcada
con la M, y... la moneda no está allí.
Garrett hace un sonido gutural y enojado en la parte posterior de su
garganta. Sus hombros han subido unos centímetros, tenso, y da un paso
más cerca de la mesa. En un instante, las manos del Zorro están en el aire.
—Guau, amigo. Guau, guau, guau. Escogiste la taza. No me culpes si
te equivocaste. —La boca del Zorro se levanta en la esquina mientras levanta
lentamente la taza original, la que está marcada con la C, y le da vuelta. A
mí me dice—. A veces, tienes que hacer caso a tu instinto, Gadje. A veces,
el truco... es que no hay truco.
Pero cuando miro la mesa, la moneda tampoco está debajo de la taza
marcada con la C. El Zorro no ha mirado hacia abajo todavía. Cuando lo
hace, su frente se frunce profundamente.
—¿Qué demonios...? —Con un rápido movimiento, voltea la taza del
medio, con la confusión escrita sobre él, para revelar nada más que madera
desgastada bajo él—. Bueno, mierda —dice—. No puedo...
Esto se está volviendo jodidamente ridículo. Arrebato la taza de su
mano y la golpeo sobre la mesa, con mi paciencia bien y verdaderamente
agotada ahora. Es tarde, estoy cansada y ya no quiero jugar.
—Mira. Realmente no tenemos tiempo para esto. ¿Vas a responder a
mi pregunta o no?
El Zorro está en silencio por un segundo, y luego otro. Está mirando la
mesa, como si no pudiera creer lo que acaba de suceder. Estoy a punto de
rendirme y finalmente alejarme del bromista cuando su rostro se suaviza,
como si de repente hubiera sido golpeado por una epifanía. Me mira a los
ojos y dice.
—Pregunta.
No tengo ni puta idea de lo que acaba de suceder, qué realización acaba
de llegar a él como un relámpago inesperado, pero no pierdo tiempo.
Alcanzando mi bolsillo, saco la foto arrugada de Corey y la sostengo frente
a él.
—¿Has visto a este niño pequeño? Su nombre es Corey, y tiene cinco
años. Fue sacado de su casa, y sus padres están muy preocupados. La
policía le ha estado buscándolo por más de una semana. Tienen una pista
que lo conecta con esta feria. No me sorprendería si estuvieran planeando
una redada al lugar.
De acuerdo, así que esa parte está embellecida. Los policías apenas han
hecho nada por encontrar a Corey —ciertamente no están planeando una
jodida redada— pero el Zorro no lo sabe. Mi razonamiento: si cree que las
autoridades se presentarán aquí y comenzarán a investigar la feria, podría
hablar sólo por evitar cualquier atención no deseada. La feria probablemente
no es un evento legal, y apostaría cada centavo que tengo, que no deberían
usar la antigua estación de metro como base. El Zorro mira la foto de Corey
y luego de nuevo a mí, sus rasgos se endurecen.
—¿Trabajas para la policía? —Su voz es helada.
—No. No exactamente. Trabajo para el departamento de servicios de
emergencia. Y es imperativo que encontremos a este pequeño...
—No lo he visto —dice el Zorro bruscamente—. No nos ocupamos de
niños aquí.
—Estás en una feria. Debes ver un montón de niños.
—Mira a tu alrededor. ¿Ves alguno?
Miro a mi alrededor y no veo ningún niño. Curiosamente, no recuerdo
haber visto uno solo desde que bajamos las escaleras.
—Sólo adultos aquí, Gadje. ¿Por qué crees que abrimos nuestras
puertas a medianoche? —dice Zorro—. Demasiado estrepitoso. Demasiado
ruidoso. Demasiados problemas. —Enfatiza la palabra problema de una
manera que implica que estoy causando problemas en este momento, y
probablemente debería detenerme.
Improbable.
—Nadie por aquí ha mencionado el nombre de Corey, ¿entonces? ¿O
Petrov?
El Zorro se balancea sobre sus talones, sus cejas grises se juntan en
una línea infeliz.
—Nadie llamado Corey. Nadie llamado Petrov. Nadie habla de ninguno
de los dos.
Su rostro está hecho de piedra, la imagen misma de la molestia. Podría
hacer más preguntas, pero sólo negociamos por una, y al final no importa.
Soy como un detector de mentiras humano. Después de años escuchando a
gente mentir por teléfono acerca de cómo se lastimaron, o cómo su
hermano/hermana/madre/tía/amiga logró meterse en problemas, he
dominado la capacidad de detectar una falsedad desde una docena de pasos.
No importa que cara una persona esté haciendo, o lo que hagan sus cuerpos.
Es la nota de su voz la que los delata todo el tiempo. El borde apretado,
duro, o el falsete demasiado aireado que hace sonar las campanas de alarma
dentro de mi cabeza. Este tipo no sabe nada.
—Bien. Entonces, gracias por tu tiempo, supongo. —Mientras nos
alejamos del puesto del Zorro, Garrett hace crujir sus nudillos de uno en
uno, sus ojos brillan como acero. Su irritación es un reflejo de la mía. Pongo
una mano en su hombro, apretando ligeramente—. Lo sé. No te preocupes.
Si el siguiente intenta perder nuestro tiempo, te dejaré voltear la mesa o algo
así. ¿Trato?
La boca de Garrett se dobla en la esquina en una media sonrisa.
Por desgracia para él, la próxima persona a la que nos acercamos no
tiene una mesa, sin embargo. Los puestos tanto a nuestra izquierda como a
la derecha están inundados de gente, todos empujándose para obtener una
mejor visión de cualquier juego o curiosidad que se esté exhibiendo; no hay
razón para ponerse en línea para interrogar a los hombres corpulentos y
mujeres en gran medida tatuados con kohl que comandan la atención de
muchos visitantes de la feria, no con tan poca noche como queda, por lo que
seguimos caminando hasta que llegamos a una tienda de campaña al final
de la fila. Una placa de oro brillante está apostada en la tierra a un lado de
la tienda, y en él, en una cursiva dramática y enlazada reza: “Madame
Shelta. Proveedora de fortunas, destinos, providencias y destinos. Sólo con
cita previa.”
La tela de la carpa es de color púrpura y sedoso, más bien teatral,
incluso en contra de la explosión de color que barre a través de la estación
de metro abandonada. Una de las solapas de la tienda de campaña está
plegada; dentro de la tienda, la oscuridad espera.
—¿Quién tiene que hacer una cita para ver a un adivino en una feria?
—me quejo, temblando cuando me asomo dentro, mis ojos buscando en la
oscuridad—. Dudo que cualquiera de estos tipos tenga móvil. E incluso si
los tienen, no hay manera de que nadie fuera capaz de encontrarlos en
internet.
Un segundo estoy entrecerrando mis ojos, tratando de discernir las
formas de las sombras, y al siguiente estoy sin aliento, reprimiendo un grito
de sorpresa cuando un par de ojos verdes asombrosamente aparecen a ocho
centímetros de mi cara.
¡Mierda!
Es un milagro que no tropiece con mis propios malditos pies mientras
me tambaleo lejos de la entrada de la tienda. El propietario de los ojos
emerge, saliendo a la luz: un extraño de unos ciento noventa centímetros
con el pelo oscuro, una boca sensual y llena, una mandíbula fuerte, amplios
hombros y el color de ojos más inusual y distractor que he visto en mi vida.
Verdes, como brotes frescos de hierba de primavera. Verdes, como el color
del océano donde el Caribe se encuentra con el Atlántico.
Asombroso.
—Todos tenemos móviles, en realidad. Shelta tiene su propia página en
el jodido Yelp —gruñe el tipo.
Me congelo, sorprendida por el profundo timbre de su voz.
Santo Dios, ¿qué demon...?
Miel, whisky áspero, fuego y humo: su voz no se parece a nada que
haya escuchado antes. Profunda y sonora y comandante. Ráfagas de calor
emergen bajo mi piel mientras doy otro paso atrás, permitiéndole salir
completamente de la tienda y pasar por mi lado. Sus tejanos son negro
desvanecido, casi gris, y su camiseta blanca tiene lo que parece pintura azul
derramada encima, por el dobladillo. Su brazo derecho está cubierto de
tatuajes, desde la muñeca hasta la manga de su camisa, e incluso más tinta
negra se ve en su cuello y se eleva por su garganta. Sosteniendo una
chaqueta de cuero en su mano, se ve como si probablemente tuviera una
motocicleta aparcada sobre el suelo en algún lugar cercano. Sus ojos me
miran, revisando mi rostro, catalogando los diferentes aspectos de mi cara,
y, por muy avergonzada que me sienta al admitirlo, me encuentro mirando
a mis pies. Hay algo intimidante sobre la manera en que me está estudiando,
como si no fuera una persona real sino algún tipo de foto de carnet y
estuviera mirando en busca de errores.
Dejo de respirar por un segundo. Cuando finalmente miro arriba, el
tipo está frunciéndome el ceño como si acabara de encontrar la imperfección
que estaba buscando.
—Está de un humor terrible —retumba—. No me molestaría si fuera
tú. —Una fría, oscura sonrisa me recibe, pero sigue teniendo el ceño
fruncido. Parpadea hacia mí, como si acabara de recordar cómo llevar a cabo
la acción, y luego me da la espalda, ignorando por completo a Garrett, y se
aleja.
Qué jodidamente extraño. Qué cosa más extraña de hacer, mirar
abiertamente a alguien así. La arrogancia y la condescendencia que
irradiaba de él todavía pican en mi piel mientras se detiene y se gira
brevemente, arrojando un puñado de palabras sobre su hombro hacia mí,
como si no fueran extrañas, y como si no fuera una cosa rara para que él
hiciera en absoluto.
—Bonito pelo, Gadje. Parece una puesta de sol. O una pesadilla.
Garrett en realidad gruñe, bajo y enfadado, como un perro rabioso,
mientras el extraño desaparece entre la multitud. Mis pelos están de punta,
una respuesta muy canina por mi parte. Qué… qué jodido idiota. Dejando
al descubierto mis dientes, me giro, haciendo caso omiso de la advertencia
del tipo e irrumpo en la tienda. No me importa si la señora Shelta está de
mal humor. Estoy de mal humor. Tengo frío, estoy mojada y cansada, y el
hecho de que el señor alto, moreno y guapo me convirtiera en una colegiala
ruborizada en menos de tres segundos no ha mejorado día. Garrett
audiblemente rechina sus dientes mientras me sigue dentro de la tienda.
Estaba equivocada antes; la tienda no está en completa oscuridad
después de todo. La iluminación es muy tenue. Una lámpara de araña
pequeña está sobre una mesa en el lado más alejado del espacio, brillando
tenuemente en naranja. Al lado de la lámpara, dos pilas de tarjetas están
tendida de lado a lado en la superficie de la madera. No hay nada que
destacar dentro de la tienda. Una alfombra bajo los pies. Un pequeño
brasero con un par de piezas de madera sobre él, por suerte no encendidas.
Ni siquiera sé cómo manejaría un incendio aquí abajo, bajo tier…
—No voy a cambiar de idea, Pasha. Esto no es una negociación. Si no
puedes ver cómo tu…
No he notado la pequeña sección con cortinas a mi derecha. Apenas
veo las cortinas negras moviéndose ahora mientras una mujer aparece tras
ellas, con los ojos cada vez más amplios mientras aterrizan sobre nosotros.
Su pelo es de color marrón oscuro, iluminado por un rayo de color gris que
ha sido peinado hacia atrás con una boina floral. Sólo puede ser la señora
Shelta. Su ropa casi no confirma su identidad, sin embargo. En lugar de la
falda larga de gitana y la holgada blusa que he estado imaginando desde
que leí el signo exterior de la tienda, su camisa de botones blanca y su bien
planchada pantalón gris gritan empleada de oficina o cajera de banco, en
lugar de adivina en un parque de atracciones ilegal. Sus agudos ojos grises,
me atraviesan mientras camina hacia la mesa.
—Ah. Pensé que eras mi hijo —dice. Dejando la humeante taza que
sostiene en sus manos sobre la mesa y lentamente sentándose en una de
las sillas de la mesa, entonces me mira de nuevo, una expresión ligeramente
molesta en su severo, aunque bello rostro—. Si tú eres mi cita de la una,
entonces llegas tarde —me dice. Sus ojos parpadean hacia Garrett y
permanecen en él—. Y te informé de que sólo veía a un cliente por sesión.
—Siento molestar. En realidad, no tengo una cita. Sólo quería
preguntar…
Ya está negando, sin embargo. Ya preparada para cortarme.
—Si no tienes una cita, tendrás que volver otra noche. Estoy
completamente llena hasta el próximo jueves.
—Sólo quiero preguntar —continúo— si has visto a un niño pequeño.
Corey Petrov. Fue sacado de su casa hace cinco días. Tengo una llamada
telefónica diciendo que podría estar aquí esta noche.
Su cuerpo se pone rígido ante esto. No le gusta el tono determinado de
mi determinada, o el hecho de claramente no me va a decir que me vaya. Me
he encontrado con resistencia y hostilidad mal disimulada desde que he
llegado a Rochester Park, y Shelta debe reconocer el fuego en mis ojos. Su
postura permanece rígida mientras toma su taza y bebe un sorbo del
caliente líquido en su interior.
—No sé quién te ha llamado, o qué te dijo, pero no permitimos entrar a
niños a la Feria de Medianoche. No es seguro para los niños aquí.
—Eso es lo que dijo el Zorro. Pero si echas un vistazo rápido a su foto,
entonces te estaría muy agradecida. —Ya la tengo en mi mano. La cara
sonriente de Corey no parece impresionarla mientras se la muestro.
Su cabeza se inclina hacia un lado.
—¿El Zorro?
—El hombre con el juego tazas.
Considera esto y, entonces, asiente.
—Supongo que Archie tiene un aspecto un poco como un zorro. ¿Cuál
es tu nombre? ¿Deborah? ¿Jennifer?
Dios sabe de dónde ha sacado esos nombres.
—No. Zara.
No parece contenta. De hecho, se ve ofendida, lo cual es extraño.
—Vale. Siéntate. Supongo que podría dedicarte unos momentos. Vas a
tener que esperar fuera, sin embargo, me temo —le dice a Garrett—. Sólo
una persona dentro de la tienda a la vez. Esa es la regla. Las cosas se ponen
demasiado empañadas de lo contrario.
Garrett se queda mirando a la mujer, con los brazos cruzados sobre su
pecho de nuevo. Ni siquiera necesito mirarlo para saber que no va a ceder.
No después de las palabras llenas de precaución de Sarah.
Shelta recoge las cartas de la mesa delante de ella y coloca las dos pilas
juntas, perfectamente disponiéndolas de nuevo en una pila. Sus manos
parecen inestables mientras las coloca de nuevo, aunque todo lo demás en
ella sigue tenso e inflexible.
—No se preocupe, señor. Puede esperar allí afuera. Si le llama, podrá
venir corriendo a su rescate en cualquier momento. —Shelta parece
divertida por esto, como si la tensión de Garrett fuera ridícula para ella.
Cauteloso, Garrett me lanza una mirada que pregunta: ¿debo irme?
Asiento una vez, con un suspiro, y eso es todo lo que necesita de mí. Se va,
saliendo de la tienda con un gruñido irritado, pero se pone justo de pie en
la entrada, la punta de una bota de cuero rascada todavía visible entre las
aletas.
—Protector, ¿verdad? Ven y siéntate para que podamos terminar con
esto. Mi cabeza me está matando, y tengo un montón que hacer esta noche.
—Shelta señala a la silla frente a ella. Me siento, y toma la fotografía de
Corey de mis manos, echando una breve mirada, desinteresada sobre ella—
. No le he visto. Aquí. Corta la baraja para mí, señorita. —Pliega la foto,
poniéndolo al lado de la baraja de cartas. Cartas del tarot, noto, ahora que
estoy más cerca.
—Realmente no creo en este tipo de cosas. Sólo vine por el muchacho.
—La verdad es que no quiero tocar sus cartas del tarot. Siempre me ha
afectado la idea de que me lean el futuro. La gente como Shelta se aprovecha
de la ingenuidad de los ingenuos. Diciéndoles lo que quieren oír,
simplemente para apaciguarles. Para curarles de alguna herida.
Manipulación total. Mi abuela no era tan hastiada y cínica como yo. Creía
en todo tipo de superstición y sin sentido, e incluso ella decía que los
adivinos eran los peores tipos de farsantes.
Shelta parece inmutarse por mi admisión.
—No es así como funciona esto. No tienes que creer. No cambia nada.
Corta la baraja. Veré si te puedo contar algo acerca de este pequeño niño
desaparecido tuyo.
Si ella hubiera abierto mi cabeza y mirado en su interior, hubiera
sabido que esto, ella contándome que podría ser capaz de ayudar a
encontrar a Corey, sería la única cosa que dijera que me haría cortar la
baraja. Dado que es imposible que haya leído mi mente, sin embargo, tomo
la coincidencia por lo que es y rápidamente tomo un taco de cartas de la
baraja, dejándolas en la mesa. He cortado cerca de la parte de abajo, de
manera que sólo quedan unas pocas cartas en la pila de la derecha. La mujer
mira la baraja, abiertamente enfadada por la división por alguna razón, pero
no dice nada sobre ello, o me pide que lo haga de nuevo. Toma la carta ahora
que está sobre la baraja y la gira, poniéndola frente a mí.
Miro hacia la intrincado imagen representada en la tarjeta, una mujer
hermosa con pelo suelto y fluido, sentada en un trono y sosteniendo un
cetro en la mano derecha. Sus túnicas destellan bajo la luz de la lámpara,
bañada en oro. En su cabeza, una brillante y elegante corona brilla,
salpicada de una serie de lo que parecen ser estrellas. No hay texto en la
tarjeta. No hay nada que me haga saber cuál he sacado.
La cara de Shelta es inexpresiva mientras mira hacia abajo a la carta.
Su cara se ha puesto muy pálida. Coge a la mujer brillante, su mano
temblando aún más mientras la pone de nuevo sobre el mazo y las empuja
a un lado.
—Me temo que esto no está funcionando —me informa—. Voy a tener
que pedirte que te vayas.
Hasta ahora, he conseguido mantener a raya los estribos, pero esto...
esto es demasiado difícil de soportar.
—Mira. Este niño está en problemas. Tiene cinco años. Cinco. Tienes
hijos. Has dicho que ese pedazo de idiota de mierda que acaba de salir de
aquí era tu hijo. Así que imagínate por un segundo, si puedes, que hubiera
desaparecido cuando tenía la edad de Corey. ¿Cómo te hubieras sentido?
¿Qué habrías hecho para conseguir a tu hijo de vuelta?
Su cara está tallada en piedra. Me fija a la silla con la mirada, con sus
ojos de piedra oscura y sin concesiones.
—¿Qué sabes sobre él? ¿Mi hijo?
—¿Qué? Nada. ¿Por qué diablos iba yo a saber nada de él? Sólo le vi
hace un par de minutos. Y no era exactamente amable.
Entrecierra sus ojos. Por alguna razón, no me cree. Sentada en su silla,
cansada, de repente, toma su taza. Se ve como si hubiera envejecido diez
años en el lapso de diez cortos segundos.
—¿Tienes un hijo? —pregunta.
—No. Pero no necesito ser madre para saber lo aterrador que esto debe
ser para…
—Realmente tengo que insistir en que te vayas ahora.
¿Qué mierda está mal con esta mujer? Su actitud es jodidamente
glacial. La fulmino con la mirada mientras poco a poco me pongo de pie.
—No te preocupes. Puedo ver ahora que fue un error venir aquí. Voy a
irme de tu tienda y…
—No sólo de mi tienda. Necesito que te vayas de la feria, por favor. Y no
vuelvas aquí. Una visita de regreso no sería aconsejable, si sabes lo que es
bueno para ti.
La miro boquiabierta.
—¿Estás... me estás amenazando?
Los ojos de la mujer forman dos ranuras de ira. Me sonríe, pero la
delgada línea de su boca es algo de aspecto cruel.
—No soñaría con ello. Sólo estoy mirando por tu mejor interés, eso es
todo. Y volver aquí no sería un camino prudente para ti, niña. Vete a casa
ahora. Duerme un poco. Despierta mañana y pon todo detrás de ti. Estoy
seguro de que tu amigo Corey aparecerá tarde o temprano.
Si estoy aquí parada por un segundo más, voy a espetar. Si tengo que
mirar a la calculadora cara sin sentimientos de la mujer por un momento
más, terminaré haciendo algo precipitado. Alargo la mano sobre la mesa por
la fotografía de Corey, pero la mano de Shelta se cierra sobre ella.
—Creo que me quedaré esto —es todo lo que dice. Por qué quiere
mantenerla, no tengo ni idea, pero tengo la sensación de que estoy siendo
provocada. Como si quisiera que haga algo poco aconsejable. Retrocedo,
negando.
—Claro, quédatela. Puedo imprimir otra.
No miro hacia atrás mientras salgo enfadada fuera de la tienda. La
expresión atronadora de Garrett me dice que oyó lo que dijo Shelta. Frunce
el ceño mientras me apuro volver por donde hemos venido hacia la salida,
donde Leo, todavía en su chaqueta naranja, salta de su asiento cuando nos
ve corriendo.
—¿Se van ya? Apenas llevan una hora —grita algo más tras nosotros,
su voz llena de emoción, pero no escucho sus palabras. Estoy demasiado
enfadada como para parar y hablar con él. En la parte superior de la
escalera, Patrin está esperando. La cola de gente se ha ido ahora, todo el
mundo, sin duda, ya abajo, pero un hombre está a su lado. Su lenguaje
corporal sugiere que están teniendo una fuerte discusión, pero sus voces
son suaves y tranquilas. Entre dientes, casi. Mientras llego a la parte
superior de las escaleras, veo los hombros musculosos, anchos y la altura
de la otra figura, y noto quién es. Es el tipo de los ojos verdes desagradables.
Perfecto.
Patrin deja de hablar a él mientras me ve acercarme. Le toma al otro
tipo un segundo más en notar que voy disparada hacia ellos. Garrett intenta
tomar la parte posterior de mi chaqueta, pero no es lo suficientemente
rápido; ya estoy curvando mi mano en un puño y lanzándolo contra el brazo
del hombro, gruñendo hacia él como un loco desquiciado.
—Qué familia más agradable tienes, amigo. Dile que no me intimide.
No puede amenazarme para que haga lo que quiere. Continuaré buscando
a Corey sin importar la mierda criptica que se invente. Y volveré aquí si
quiero. No puede pararme. ¿Quién se cree que es, alguna dictadora de la
Bella Mafiosa? No me extraña que tu actitud apeste. Probablemente fuiste
criado por una manada de lobos de mierda.
Esta sorprendido, eso está claro. Abre la boca, pero no le doy la
oportunidad de responder. Sólo sería más charla arrogante de todos modos.
Garrett sonríe al hijo de Shelta como un demonio. Agarro su manga y
le arrastro por la calle. Estamos a unos quince metros cuando una risa
sonora y ruidosa, llena la vacía intersección, rebotando en las paredes de
los edificios circundantes. Es una risa cruda, áspera, descarada que hace
que quiera girar sobre mis talones, correr hacia allí y cruzarle al bastardo
esa cara salvajemente apuesta que tiene de una bofetada.
No sé quién es.
Ni siquiera sé su nombre.
Pero sé que no le han abofeteado ni siquiera lo suficiente.
No es hasta que llego a casa, cierro la puerta de mi apartamento tras
de mí, que me doy cuenta de que he olvidado mi teléfono.
Zara
La carta de la macarra
—¿Así que fuiste a la feria, un estafador te jodió, una adivina te
amenazó, te asaltó un perfecto extraño, y te las arreglaste para perder tu
móvil? Suena como una gran noche. —En la cafetería en el trabajo, la
mirada fulminante que le envío a mi compañera de trabajo Kelly podría
cuajar la leche. Se encoge de hombros, sonriéndome maliciosamente—.
¿Qué dijo él? ¿El hijo de la adivina? Después de que le echaras la bronca.
—Chupa un batido de fresa a través de su pajita con toda la determinación
de una puta que quiere hacer el trabajo y volver a casa antes de tiempo.
—No dijo nada. Sólo se rio.
—Qué idiota. ¿Cuántos años tenía?
—No lo sé. ¿Veintisiete? ¿Veintiocho?
—¿Cómo se veía?
—Como un capullo de veintiocho años. Estoy segura de que puedes
llenar los espacios en blanco.
Me sonríe.
—Así que era caliente, entonces.
Éste es el eufemismo del siglo. El tipo era más caliente. Era jodidamente
hermoso. No de una manera femenina. Hermoso de una manera salvaje,
áspera, cruda y masculina, que me robó el aliento. He estado muy enfadada
desde anoche, especialmente conmigo misma ¿cómo pude haber sido tan
estúpida como para dejarme el jodido teléfono? y sólo me he estado
enfadando más. No puedo sacarme de la cabeza su recuerdo, y hay tantas
otras cosas en las que debería pensar. Corey, por ejemplo.
—Por favor, podemos cambiar el tema. Es la adivina con la que estoy
enfadada ahora. Que la apedreen. Fue ruda como el infierno cuando
entramos ahí. Incluso más ruda después de que sacara esa estúpida carta
del tarot. Debería llamar a alguien.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, sería un movimiento de capullo, pero la feria está en una
antigua estación de metro de Rochester Park. Si informase de que…
—No, Narc. Quiero decir a que te refieres con la carta del tarot. No me
dijiste que te leyó el futuro de verdad.
Gimo, apuñalando mi ensalada de pasta con el tenedor. Le he explicado
lo de la carta del tarot a ella. Debería estar hablando con uno de mis otros
compañeros de trabajo acerca de esto. Jerry, o Claire. La capacidad de
atención de Kelly es la de un pez de colores con pérdida de memoria a corto
plazo.
—Insistió en que sacara una carta. Cuando la vio, se puso toda extraña
y me dijo que me tenía que ir.
Kelly está intrigada.
—¿Qué tarjeta era?
—Ni idea. No sé nada de cartas del tarot. Muy bonita, sin embargo.
Papel de oro. La mujer se veía como una hermosa macarra.
—Ahh. La carta de la macarra hermosa. Puedo ver por qué ella se
asustó. —La risa de Kelly es estridente atrayendo la atención de tres
hombres trajeados que parecen ser oficiales, que, hasta ahora, han estado
haciendo una mueca a su tarifa de cafetería. Kelly ni se da cuenta—. Si yo
fuera tú, me enteraría de cuál era la tarjeta y qué significa. Después, tendrás
una mejor idea de por qué cambió a modo perra.
—Ya estaba en modo de perra. Y no tengo tiempo para estar
investigando las cartas del tarot. Tenía una razón para ir a la feria.
Ella rueda sus ojos.
—Zara, la policía tiene toda la información relevante. Deja que ellos
hagan su trabajo. Si comienzas a perder el sueño por este niño, entonces
estarás bien y verdaderamente jodida. ¿Qué sucede la próxima vez que otro
niño desaparezca o le hagan daño? Estarás todavía más herida por ello. Te
volverás loca con esta mierda de detective vigilante.
—Dios, Kelly. ¿No has oído hablar de la empatía? La necesitamos con
el fin de hacer nuestro trabajo correctamente.
El humor se drena de su cara. Empujando sus gafas sobre el puente
de su nariz, niega con la cabeza.
—Ahí es donde te equivocas, Llewelyn. No necesitamos empatía para
hacer nuestro trabajo. Tenemos que ser tan desapegados como sea
humanamente posible. Comienzas a sentir cosas cuando contestas a las
llamadas, y no pasará mucho tiempo antes de que todo empiece a
desmoronarse. Créeme. He estado aquí más tiempo que tú. He visto esto
suceder. Si no tienes cuidado, es precisamente lo que te va a pasar. Y
entonces no estarás ayudando a nadie.
Mi comida se ha convertido en polvo en mi boca. Puede sonar como una
perra total con sus palabras indiferentes, pero la parte triste es que Kelly
tiene razón. Estamos entrenadas para estar calmadas. Estamos entrenadas
para ser profesionales y eficientes. Y a pesar de como he estado actuando
recientemente, mi comportamiento no ha sido ninguna de las dos cosas
***
Es oscuro para cuando termina mi turno. Estaba oscuro cuando llegué,
también. Durante los meses de invierno en Spokane, por lo general echo de
menos las horas de luz. El viento atraviesa el aparcamiento mientras me
apresuro hacia mi auto, mi piel totalmente de gallina, mi pelo volando
alrededor de mi cara mientras busco dentro de mi bolso por mis llaves.
Me tropiezo, llegando a un abrupto parón cuando veo la forma oscura
de un hombre apoyado en mi Volvo. Su gabardina es larga, un poco
demasiado grande para él. El traje bajo ella está bien adaptado, sin embargo.
Costoso. Su rostro está marcado con rayitas cruzadas con líneas, arrugas
que no parecen realmente marcar su edad, ya que no parece ser tan viejo.
Se ve como que ha vivido una vida muy dura, como si pasara la mayor parte
de su tiempo haciendo muecas de dolor considerable. He leído todo esto
sobre él en el latido de corazón que me lleva cerrar mi mano alrededor de la
lata de spray de pimienta en mi bolso.
Sus manos son enormes, como palas. El pánico emerge a través de mí
mientras da un paso hacia mí.
—Señorita Llewelyn. —Tiene acento, grueso y fuerte. Nada como los
acentos que oí en la feria anoche. La suya es del Este. Se me ocurre con
bastante rapidez que es ruso.
—¿Qué quiere? —Me aparto, tratando de pensar en las campanas de
advertencia que se suenan en mi cabeza. La gente no acecha en
aparcamientos oscuros, esperando para sorprenderte, a menos que sus
intenciones sean malas, Zara. De todas las veces para escuchar la voz de
advertencia de mi madre...
El hombre da otro paso adelante.
—Por favor, no se alarme —dice—. No quería molestarle en el trabajo.
Pensé en esperar. Sé lo que parece. —Su acento es realmente fuerte, pero
su inglés es perfecto. Me hace pensar que fue educado aquí, o en Inglaterra,
tal vez—. Yo soy Yuri Petrov. Creo que ha estado hablando con el detective
Holmes. Sobre mi hijo —agrega al final, como si yo no hubiera juntado todas
las piezas.
—S-sí. Yo… —“Encubierta” no es mi segundo nombre; recorro el
estacionamiento con la mirada, buscando otro despachador saliendo del
trabajo. Un rostro amistoso. Un maldito testigo.
—Por favor. Señora Llewelyn. Prometo que no encontrará problemas
aquí. Sólo me gustaría hablar con usted, si tiene un momento. Si este es un
inconveniente...
Son las tres de la madrigada, en una gélida noche de invierno en
Spokane. Está hablando como si me hubiera encontrado fuera de una
cafetería en medio del día por accidente. Vino aquí en la noche, para
encontrarme específicamente, sabiendo que estaría sola, ¿y él está tratando
de hacer que suene normal?
—He hablado con el detective, sí. Pero no fui muy útil. Siento mucho lo
de Corey. —Quiero que esto termine. Quiero que esto termine ahora.
—El detective Holmes está haciendo todo lo que puede para ayudarnos.
Es un buen hombre. Pero a nosotros... a mi familia y a mí... le hemos pedido
que nos permita llevar a cabo nuestra propia búsqueda de mi hijo. ¿Eso te
suena extraño?
—Sí, lo hace —Las palabras salen antes de que siquiera pueda
contemplar detenerlas—. Habría pensado que cualquier ayuda ofrecida sería
beneficioso. Especialmente cuando la policía tiene la autoridad para realizar
búsquedas y puede obtener órdenes de arresto.
Yuri Petrov, mafioso ruso de Spokane sonríe tristemente.
—Autoridad y órdenes de arresto, en este caso en particular, no nos
servirá de nada. Sabemos quién fue el responsable de Jamie muerte, y
sabemos quién ha secuatrado a Corey. Hemos recibido un video. Mira. —
Mete su mano en el bolsillo y saca su teléfono.
Ahora sería un buen momento para correr. Me acero, sin embargo,
aguantando rápido. Correr se vería mal. Correr sería monumentalmente
estúpido. Yuri Petrov da un paso hacia mí y estira su teléfono. En la
pantalla, un video de Corey ya está reproduciéndose. El niño se ve cansado,
pero no está visiblemente herido. Lleva una camiseta azul enorme que
parece que pertenece a alguien mucho más grande que él. Él asiente a
alguien fuera de la pantalla, y luego comienza a hablar.
—Hola, papá. Hola, mamá. Estoy... yo solo... —Se detiene, mirando a
alguien fuera de la pantalla de nuevo, como si estuviera buscando
orientación. Hay un murmullo bajo en el fondo y Corey vuelve a la cámara—
. Estoy bien. Me están cuidando. Puedo comer helado todas las noches si
soy bueno. Pero ahora quiero volver a casa.
Yuri retira el teléfono. No sé si él continúa hablando o no, porque su
padre silencia el teléfono, poniéndolo de nuevo en su bolsillo.
—Como puede ver, parece estar bien. Pronto estará en casa con
nosotros. No tienes que preocuparte, Zara. Estamos lidiando con esta
situación a nuestra manera. Tenemos experiencia en estos asuntos.
Horrorizada, mis rodillas amenazan con doblarse por debajo de mí en
cualquier momento, trato de entender lo que acaba de decir.
—¿Qué? ¿Esta no es la primera vez que Corey ha sido secuestrado?
—No. Nadie se ha atrevido nunca. Pero... —Él sostiene sus manos hacia
fuera, sus dedos estirándose—. Eres una mujer inteligente, creo. Usted lee
los periódicos. Escucha las noticias. Sabes quién soy, ¿no?
Esto podría ser una especie de trampa. Se siente como un truco,
aunque no puedo ver cómo sería. Cautelosamente, respondo.
—Oigo los mismos rumores que todos los demás, si eso es lo que quiere
decir.
—¿Que mi familia tiene lazos con ciertas organizaciones? Que somos
una familia influyente por derecho propio, ¿sí?
Oh, Santa mierda.
—Sí.
—Entonces creo que usted entiende. Está dentro de nuestras
capacidades el resolver un asunto como este sin involucrar a las agencias
gubernamentales. Nos gustaría hacer eso. Estamos seguros de que Corey
estará en casa conmigo y con mi esposa en las próximas 48 horas.
—Muy bien. Bueno... espero que ese sea el caso.
La sonrisa de Yuri sigue fija en su lugar.
—Gracias, señora Llewelyn. Solo hay algunas personas que saben
sobre la desaparición de Corey en este momento. El detective Holmes, el jefe
de policía, su jefe y usted, por supuesto. He venido aquí esta noche para
apelar a su naturaleza amable. Para pedirle que mantenga este asunto para
usted. Si algo como esto aparece en las noticias, atraería un montón de...
atención. Sin mencionar que mi familia luciría débil. ¿Entiende?
Mieeeerda.
Anoche estaba en una zona de la ciudad, contándole a la gente sobre
un niño desaparecido llamado Corey. Y ahora, aquí está Yuri Petrov,
definitivamente el hombre más peligroso con el que me topado, pidiendo mi
silencio.
Repito.
Mierda.
—Por supuesto. Ya le dije al detective Holmes que no le diría nada a
nadie. —Dios, esto es malo. Esto es realmente muy malo. Tuve cuidado de
no ser muy específica anoche, pero ahora estoy enloqueciendo.
Petrov muestra un conjunto de dientes sorprendentemente blancos a
medida que su sonrisa se amplía.
—Maravilloso. Anticipé su respuesta útil y me tomé la libertad de
enviarle un pequeño regalo. Espero que no le moleste. Solo una pequeña
muestra del aprecio de la familia Petrov. La dejaré para que se vaya a casa
ahora. Estoy seguro de que está cansada. Y por favor... no se preocupe por
Corey. Agradezco su preocupación. Significa mucho. Buenas noches,
Solnyshko.
Sus pasos hacen eco mientras se aleja de mi auto y comienza a caminar
a través del estacionamiento. Es miedo lo que me hace llamar detrás de él,
en lugar de curiosidad.
—¿Señor Petrov?
Se da la vuelta.
—¿Qué significa eso? ¿Solnyshko?
Luce sorprendido. Luego divertido.
—Significa, “sol pequeño”. Su cabello es muy inusual, señorita
Llewelyn. El color es bastante notable, incluso en la oscuridad.
Pasha
Dr. Choi
He hecho muchas cosas ilegales en mi época. Muchas. He andado por
el buen camino últimamente, sin embargo, centrándome en el estudio, y las
peleas me han dado una gran cantidad de oportunidades para soltar
cualquier exceso de energía que podría haberme guardado. Aunque todavía
sé algunas cosas. Más importante aún, todavía conozco a algunas personas
en Spokane que están dispuestas a doblar algunas leyes de privacidad, o
abiertamente romperlas si les das suficiente dinero. Son las dos de la
mañana mientras me siento en la sala de espera de cirugía dental de
emergencia del Dr. Choi, viendo el programa de la pequeña televisión
durante comerciales para blanqueamientos dentales, carillas, aparatos
ortopédicos e implantes, paso mi lengua sobre mis propios dientes. Pero no
estoy contemplando conseguir el trabajo. Mis dientes están bien. Estoy
pensando en ella.
El cabello rojo. Las pecas pálidas. La molestia en su hermosa cara. Sin
mencionar el movimiento de sus tetas perfectas debajo de su camisa. Me
tomó por sorpresa. No estaba preparado para enfrentarme a una hermosa
mujer mientras venía corriendo de la tienda de Shelta. Esa sorpresa me
había plantado en el lugar por un segundo, pero después de eso... fue la
comprensión estremecedora de que la conocía que me tenía haciendo una
pausa, estudiando su rostro un poco más de cerca, tratando de averiguar
de dónde la conocía.
No sé cómo, y no sé por qué, pero había venido a mí casi
inmediatamente. Era ella. La chica. La chica, y estaba justo delante de mí,
con una expresión de sorpresa, sus mejillas volviéndose de un tono rojo
brillante. Si Shelta solo no me hubiera advertido que me alejara de ella,
literalmente solo cinco segundos antes de que me topara con ella, entonces
podría haber tratado de hablarle. Podría haber... mierda, no sé lo que podría
haber hecho, pero probablemente no le habría advertido que no entrara en
la tienda, y luego simplemente alejarme. En el momento en que me apresuré
a salir de la feria con la cabeza agachada, ojos en el suelo, decidido a no
hacer contacto visual con nadie, y subido las escaleras, salí a la calle, ya
había decidido que la iba a esperar. Para hablar con ella, averiguar quién
carajos es, después de todo este tiempo, pero luego bajó corriendo por las
escaleras, gritando y despotricando, y jodidamente me golpeó.
La chica apenas tenía medía metro sesenta, y definitivamente no había
estado levantando pesas recientemente. El golpe que dio en mi brazo ni
siquiera picó. Sino su fiereza. La mayoría de los adultos no me hablaban
como ella lo hizo. Ciertamente no me jodidamente gritaban. No había sido
capaz de retener la risa que había forzado su camino en mi garganta
mientras había salido por la calle, echando humo, con ese tipo alto y flaco
detrás de ella como un perro pequeño perdido.
Cuando había llegado a casa, no podía dormir, así que había subido y
bajado el desván, pensando tan jodidamente duro que me dio dolor de
cabeza. Alrededor de las seis de la mañana, justo cuando el cielo empezaba
a iluminar el horizonte a lo lejos, empecé a recordar cosas. Era como si me
encontrara con ella en persona, viendo su rostro, liberara algo profundo
dentro de mí, y mis sueños comenzaran a resurgir. Su cuerpo bajo mi
cuerpo. Sus labios suaves y flexibles en los míos. Todo ese cabello hermoso,
de color rojo salvaje, con toques de cobre y oro.
Los sueños no son reales, por supuesto. Jodidamente lo sé. Nunca he
dormido con ella antes. No en la vida real. Nunca la he besado. Nunca la
sostuve. Nunca jodidamente siquiera hablé con ella correctamente, pero...
los sueños siempre se han sentido como un mensaje. Una pista de lo que
podría ser. Y ahora, resulta que es jodidamente real, y la vida orquestó de
alguna manera la forma más desagradable para encontrarnos. Ella vino a la
feria, obviamente para conseguir que mi madre le leyera la fortuna, pero no
debería haber habido una manera real de que hubiera estado allí anoche.
Había decidido que nunca volvería. Me lo jodidamente juré hace tres años.
Pero un banco fue robado, y un pene gigante fue tatuado en la espalda de
un imbécil, e inevitablemente terminé rompiendo la promesa que me había
hecho a mí mismo.
Vida.
La vida era una pequeña perra confusa, complicada y engañosa.
—¿Sr. Rivin? El Dr. Choi está listo para usted ahora —llama la joven
detrás del escritorio en la sala de espera—. ¿Necesitas que le indique su
oficina? —Parece esperanzada de que acepte a la oferta.
—Estoy bien, gracias. He estado aquí antes —digo al abrir la puerta en
el pasillo largo que conduce a la sala de examen de Choi al final, a la
izquierda. No me molesto en tocar cuando llego a su oficina. Dentro Seo-
Jun está sentado detrás de su escritorio, un videojuego se en pausa en su
monitor, mientras está llenando su boca con un sándwich.
—¿Cómo mierda puedes comer aquí? —Agarro un taburete y me siento
mi culo—. Huele a químicos y lejía.
—La lejía es un químico —contesta Seo-Jun, sus palabras
amortiguadas por la cantidad de sándwich que está tratando de masticar.
Traga—. Te acostumbras. Hay que comer, ¿verdad?
Conocí a Seo-Jun en una de mis primeras peleas. Había apostado una
gran cantidad de dinero a que ganaría una pelea cuando las probabilidades
estaban definitivamente no a mi favor, y luego había venido a encontrarme
después. El cabrón me dio una botella de whiskey como agradecimiento por
patear el culo de mi oponente, y me dijo si alguna vez necesitaba algún
hackeo o crackeo, podría venir a verlo cuando quisiera. Me sorprendió la
primera vez que llegué a él con un poco de trabajo y me encontré sentado
en un consultorio dental.
Bastante jodidamente divertido consigo mismo, Seo-Jun había
explicado que su viejo era un poco estricto, un padre coreano tradicional, y
había exigido que consiguiera una profesión confiable y lucrativa, luego lo
envió a la escuela de odontología.
Seo-Jun hizo como su padre exigió, estudió, aprobó sus exámenes con
gran éxito, se graduó y estableció su propio negocio, pero nunca ha utilizado
sus habilidades de odontología una vez desde entonces. Es una tapadera.
Un frente. Una forma muy jodidamente inteligente de ganar dinero haciendo
lo que realmente ama: fraude digital, piratería de sombrero negro y robo de
identidad. Es muy ingenioso, en realidad. El trabajo dental cuesta un
maldito montón de dinero, después de todo. Cuando los pacientes de Seo-
Jun salen al final de su “tratamiento”, ellos van a recepción, pagan su
factura, y todo está pulcro y organizado como quieras. Seo-Jun tiene un
negocio rentable con libros legítimos y una cuenta bancaria legítima. El
bastardo incluso paga sus malditos impuestos.
Se limpia la boca con la parte posterior de la mano, luego busca dentro
de una mochila que cuelga de un soporte intravenoso y saca un celular. El
celular que le traje esta mañana.
—Estos modelos más nuevos se están poniendo más difíciles —dice,
mientras me pasa el dispositivo—. Tomó el doble de tiempo que el viejo
modelo de Samsung. Hijos de puta.
Tomo el teléfono, deslizándolo directamente a mi bolsillo.
—¿Ninguno de los datos fue extraviado? ¿El código de acceso no ha
cambiado?
Seo-Jun sacude la cabeza.
—No soy un puto aficionado, Rivin. Todo está exactamente donde
debería estar. El código de acceso es 2988. ¿Quieres que te lo anote?
—Lo tengo.
—Bastante observador —dice, guiñando un ojo—. Accidentalmente
eché un ojo a algunas de las fotos. Siempre me gustaron las rubias, pero
ahora no estoy tan seguro. Tal vez ahora soy un tipo de pelirrojas.
Le desnudo los dientes instintivamente.
—Ni siquiera lo pienses —gruño.
—¡Oye! Lo siento, hombre. —Toca su boca con una servilleta de papel,
recogiendo la lata de Coca-Cola que está en su escritorio y abriéndola—. No
quise ofender. Me conoces. Tengo debilidades por caras bonitas, eso es todo.
Es verdad. He presenciado al hombre inhalar en las tetas de una
prostituta en esta oficina. Ahora que lo pienso, lo he visto hacer cosas
mucho, mucho peores aquí...
—¿Cuál es el problema con esta, de todos modos? —pregunta—. Se ve
bastante sana. No es que te haya visto con una mujer, pero siempre te
imaginé con alguien un poco más, ¿cómo debería ponerlo? ¿Una putita?
—No es de tu incumbencia, imbécil —suelto, pero puedo sentir el
comienzo de una sonrisa en mi cara.
Seo-Jun se golpea la mano en el pecho.
—¡Santa mierda! ¿Qué es esto? ¿Pasha Rivin sonriendo? ¿En mi
oficina? Alerten a los medios.
—Jódete, hombre —Me pongo de pie, listo para salir de aquí. El celular
se siente como si estuviera quemando un agujero en mi bolsillo.
—No te preocupes por pagar. Este va por la casa —dice Seo-Jun,
todavía sonriendo como un puto imbécil—. Solo hazme saber cuándo
lucharás para que pueda hacer algo serio. He estado quemando mi fondo
fiduciario como un lunático.
—Suena justo. —Me inclino sobre su escritorio y tomo su Coca-Cola,
tomando un trago profundo de la lata mientras me dirijo a la puerta.
—Imbécil —grita Seo-Jun detrás de mí—. ¡Esa era mi última!
Haciendo una pausa en la puerta, levanto la lata como si estuviera
brindando.
—Te estoy haciendo un favor. Eres un dentista. Sabes cuánta azúcar
hay en estas cosas, ¿verdad?
De vuelta en el Mustang, me siento en el asiento del conductor, y
pienso. Estaba planeando esperar hasta que regresara al apartamento para
mirar a través del teléfono, pero mi propia impaciencia me come vivo.
Necesito ver su rostro. Necesito oír su voz.
Lo más importante de todo, necesito saber su nombre.
Puse el código de seguridad que Seo-Jun me dijo, y el teléfono se
desbloquea, despertando en mis manos. Antes nunca me había importado
la tecnología. La gente gasta demasiado jodido tiempo en sus teléfonos. Pero
ahora mismo, estoy muy agradecido por todas las aplicaciones, los correos
electrónicos, las fotos, las redes sociales...
La guía de idiota de la vida de mi luciérnaga está sentada justo aquí en
mis manos, y puedo acceder a todo. No necesito andar a ciegas en la
oscuridad. La respuesta a cada pregunta que me ha plagado sobre ella ahora
está aquí de alguna forma u otra. Doy clic al botón de inicio, y los íconos
están todos allí: Facebook. Twitter. Instagram. Tumblr. Gmail. Su
calendario. Trabajos.
Levanto el dedo, a punto de golpear el botón de Facebook, pero
entonces algo raro sucede.
No puedo.
No puedo hacerlo, mierda.
Nunca me he molestado en leer la información personal de otra
persona, pero no pensé que tendría un problema con esto. Especialmente
no bajo estas circunstancias. Pero ahora que estoy aquí, y cada detalle
personal y privado de la vida de mi luciérnaga está delante de mí, listo para
la cosecha, mi conciencia no me permitirá jodidamente hacerlo. No puedo
violar su confianza antes de que incluso me la haya ganado.
Y además...
No es así como lo imaginé. Quiero saber todo de ella. Quiero conocerla
mejor que cualquier otra persona en la faz del planeta. Pero quiero ella que
me dé sus secretos y sus historias. La idea de tomarlo ahora se siente tan
jodidamente mal que pongo el teléfono en el asiento del pasajero y golpeo mi
puño en el salpicadero, maldiciendo bajo mi aliento.
Mierda.
Al menos necesito saber su nombre. Tengo que saber eso. Tomo su
teléfono otra vez, pero antes de que pueda tener la oportunidad de buscarlo,
soy salvado de tener que ir a buscar. Un mensaje de texto aparece justo ahí
en la pantalla.

Andrew: lo siento por el mensaje tan tarde. No puedo dormir, y me


acabo de dar cuenta de que probablemente acabas de salir del trabajo.
¿Nos vemos en Hitchin mañana por la noche, Zara? Waylon no estará
allí hasta tarde, pero el resto de nosotros nos reuniremos a las 11.30.
Así que ahí está. Zara.
No sé quién es Andrew, o Waylon, o quién podría ser “el resto de
nosotros”, pero nada de eso importa. Ahora, todo lo que tengo que hacer es
averiguar dónde queda Hitchin.
Zara
Gadje
Conduzco a casa, temblando como una maldita hoja. No pienso en la
mención de Yuri de un regalo hasta que entro a mi departamento, con el
corazón palpitando y veo la caja allí, esperándome en la mesita del correo
en la entrada. Y no es una caja pequeña; es enorme, al menos cincuenta y
seis centímetros cúbicos y cubierto en papel para embalar de rayas rosas y
blancas.
Dentro de mi departamento.
No junto a la puerta delantera, esperándome en el pasillo.
Dentro de mi jodido departamento.
Abro la puerta bruscamente de nuevo, revisando la cerradura,
buscando cualquier señal de manipulación. Rasguños. Marcas que
indicarían que alguien había abierto el cerrojo. Pero no hay nada. Ni un solo
rayón o rasguño fuera de lugar. Quien sea que dejara este paquete o tenía
una llave de mi casa o eran muy hábiles en allanamiento. Ninguna de las
posibilidades es muy consoladora mientras azoto la puerta y me reclino
contra ella, mi corazón palpita como un pistón debajo de mis costillas.
El regalo, lo que sea, es una advertencia, llana y simple. No jodas con
nosotros. No nos decepciones. Mira lo que podemos hacer.
Podría haber estado durmiendo aquí cuando entraron. Y no lo habría
sabido, no habría percibido la intrusión. Me están mostrando lo fácil que
sería asesinarme mientras duermo.
Mierda.
Cojo el bate de béisbol que siempre mantengo junto a la puerta
principal y hago un barrido completo del apartamento, rogando al universo
y cualquier dios que pueda estar escuchando que el mensajero de Yuri no
haya decidido levantar los pies frente a la televisión y ponerse cómodo. Una
vez que he establecido que no hay nadie ocultándose en mis armarios o
detrás de mi cortina de ducha, vuelvo a dirigirme a la entrada y recojo el
paquete envuelto. Es pesado, pero no demasiado pesado. No debería abrirlo.
No debería jodidamente abrirlo. Coloco la caja en mi mesita de café y me
hundo en el sillón, mordisqueándome la uña del pulgar mientras me quedo
allí sentada y lo miro fijamente.
¿Qué tal si…?
¿Qué tal si es una bomba? Esa sería una forma certera de mantenerme
callada.
¿Qué tal si es ántrax1? Una batidora cubierta de ántrax. Es de
conocimiento común que a la KGB le gusta envenenar a la gente.
Pasan treinta minutos y empiezo a pensar que tal vez esté reaccionando
exageradamente. Yuri fue cuidadoso con lo que dijo, lo que admitió ante mí,
pero a pesar de todo eso fue bastante cándido. Dejó claro que tenía nexos
con la mafia. No lo negó por un segundo. Me pidió un favor y me agradeció
por la preocupación que había mostrado por su hijo. Juré que no le contaría
a nadie sobre el secuestro de Corey, así que ¿por qué carajo estaría
intentando matarme? Respiro hondo mientras me inclino hacia delante y
levanto la caja en mi regazo. No es una bomba. No es veneno. Es una
advertencia, sí, pero nada más serio que eso. Al menos eso es lo que me digo
mientras desgarro el papel y lo descarto en el suelo. Una sencilla caja de
cartón está en mi regazo. Inocua. Inofensiva.
—Aquí no hay nada —murmuro entre dientes. La caja se abre
fácilmente y adentro hay…
Pieles.
Espera, ¿pieles?
Deslizo la mano al interior, tironeando de los contenidos de la caja,
frunciendo el ceño mientras un trozo de tela se desenvuelve. Es un abrigo
de pieles. Un abrigo de pieles perfecto, asombroso, lujoso, costoso… debe
haber costado miles… y lo sé porque es real. No son pieles falsas. Las pieles
sedosas, suaves de un gris claro se entrelazan con gris oscuro, casi
marcando negras, parece casi chinchilla o tal vez visón.
Dejo caer el abrigo, horrorizada. El atuendo es un soborno de un
peligroso jefe de la mafia, pero más que eso, es una colección de animales
muertos, todos cocidos para crear un grotesco símbolo de estatus que
francamente me hace desear vomitar en mi boca.
No puedo aceptar esto. Ni siquiera lo quiero en mi departamento. Sin
embargo, no es como si sencillamente pudiera llevárselo de vuelta a los
Petrov. Entrar a una de sus lavanderías automáticas y dejarlo con una nota
educada, explicando que no me gusta vestir los cuerpos de animales

1
Ántrax: Enfermedad bacteriana poco frecuente pero grave.
muertos. Estoy segura de que para Yuri este es un regalo espléndido. Una
real muestra de gratitud. Rusia es endemoniadamente fría y las mujeres allí
probablemente están agradecidas por un esponjoso abrigo de pieles en el
invierno. También es frío aquí en Spokane, pero voy a conseguir que me
arrojen pintura si lo visto en la calle. Y con todo derecho.
No puedo regresárselo a Yuri. No lo quiero dentro de mi departamento.
Sería criminal tirarlo ya que murieron animales para hacer la maldita cosa.
Me toma un momento que una solución aparezca. Una solución perfecta.
***
Sarah mira fijamente el abrigo de pieles por el rabillo del ojo, como si
temiera lucir demasiado interesada en caso de que yo decida rescindir mi
oferta. En la calle, unos ruidosos golpes metálicos perturban la tranquilidad
de la mañana mientras barril tras barril de cerveza es descargado de la parte
trasera de un camión repartidor y metido a Hitchin. Sarah lentamente se
desabrocha los rulos en el cabello y los remueve uno a la vez, colocando los
tubos de plástico en su fregadero de la cocina.
—¿Estás segura de que no lo quieres?
Le empujo el abrigo por tercera vez, gruñendo entre dientes.
—Ya te dije que no. Es un soborno.
Arquea una ceja.
—De la mafia rusa.
—Sí. De la mafia rusa.
—Hay algo muy romántico en eso, Zara. Algo muy… mil novecientos
sesenta. Amé los sesenta, sabes. Debes estar aliviada. El padre dijo que el
niño estaba bien, ¿no?
—Sí, eso dijo.
—¿Y le crees?
Pienso en ello durante un momento.
—Sí, en realidad sí. El video que me mostró era en vivo. Corey lucía
como si no hubiera dormido mucho, pero aparte de eso parecía bien. Quiero
decir, sería agradable verlo en persona, atestiguar que está bien con mis
propios ojos, pero honestamente… realmente no quiero más contacto con
su padre. Yuri Petrov es jodidamente atemorizante.
—Tssshhh —Sarah me palmea el brazo—. Nunca he escuchado a una
joven dama maldecir tanto como tú.
Agito el abrigo hacia ella de nuevo, ignorando el regaño.
—¿Quieres este o no? Mi brazo se está cansando.
Sarah intenta suprimir la sonrisa emocionada en su cara mientras
toma el abrigo y lo dobla sobre su brazo, pasando los dedos por las pieles;
luce como una niña en la mañana de navidad. Sus ojos brillan
resplandecientes mientras deja la cocina, haciéndome gestos para que la
siga. Vamos por el pasillo, más allá de filas de zapatos de Sarah alineados
en el piso, tacones de aguja contra las paredes (se le acabó el espacio para
ellos en sus armarios hace mucho tiempo) y dentro de su dormitorio. Las
sabanas de satín escarlata en su cama están arrugadas y el aire está espeso
con el pesado aroma del perfume que debe haberse rociado justo antes que
yo llegara.
Reverentemente, Sarah coloca el abrigo en su cama y se dirige
directamente a su armario, posando el dedo índice contra su barbilla
mientras analiza sus contenidos, sin duda preguntándose cómo diablos va
a meter el abrigo adentro.
—Entonces, cuéntame —dice ausentemente—. ¿Qué sucedió en la
Feria de Medianoche?
Su tono es ligero y descuidado. El tono de alguien que solo hace una
pregunta por educación, pero conozco los tics de Sarah. En realidad, está
muy interesada. Después de cómo reaccionó la noche de la feria, era
sorprendente que no viniera a interrogarme al respecto ayer antes de ir a
trabajar. Sentándome en el borde de su cama, le cuento con detalles lo que
sucedió, sin olvidar la parte donde abusé verbalmente del chico de ojos
verdes y entonces cometí el grave error de dejar mi celular en la tina de
plástico de Patrin.
Tan jodidamente tonta. Aún necesito encontrar el tiempo para ir a
comprar uno nuevo.
Al inicio de mi historia, Sarah hace el espectáculo de moverse alrededor
de su dormitorio, acomodando cosas y doblando retazos sedosos de ropa,
metiéndolos en su cajonera, pero abandona toda pretensión de indiferencia
una vez que menciono a Madame Shelta. Endereza la espalda y sus ojos se
encienden con energía nerviosa. Casi dejo de hablar cuando veo la expresión
que luce, pero agita la mano, urgiéndome a continuar. Cuando termino,
colapsa en la silla ante su tocador, con el codo en la mesa, la cabeza
acomodada sobre las puntas de sus dedos.
—Shelta —dice el nombre de la adivinadora como si fuera una
maldición.
Frunzo el ceño ante su reflejo en el espejo del tocador.
—La conoces, ¿no? Esa es la razón por la que querías ir allí. Conocías
el nombre de la feria.
Haciendo contacto visual conmigo en la superficie pulida del espejo,
presiona sus dedos contra sus labios, sus mejillas se drenan de color.
—Podrías decir eso —murmura desde detrás de sus dedos. Reconozco
la expresión en su cara como una de culpa—. ¿Recuerdas cuando te dije
que nací en Poughkeepsie?
—¿Sí?
—Lo lamento, dulzura. Yo solo… nunca me ha gustado contarle a la
gente de donde provengo. Eso… no sé dónde nací. En algún lugar del sur,
probablemente, antes que nos mudáramos aquí. La Feria de Medianoche
pertenecía a mis abuelos. Shelta es mi hermana y ella es una amargada. No
la he visto en… ¿qué? ¿Treinta y cinco años?
Oh, vamos. Esto tiene que ser alguna clase de broma. De ninguna
jodida manera me está diciendo la verdad ahora mismo. El mundo no es tan
pequeño. No hay coincidencias así de grandes. Mi vida no puede haberse
vuelto tan jodidamente rara en un espacio de tiempo tan corto. Niños
pequeños secuestrados. Teléfonos públicos poseídos. Amenazas de viejas
adivinas salerosas. Encuentros con la mafia rusa. Y ahora mi amiga, una
mujer que he conocido desde que me mudé a Spokane, ¿me está contando
que de alguna forma está relacionada a la misma adivina? Todo es
demasiado improbable.
—Entendiste mal el nombre en Hitchin la otra noche. No son Viajeros.
Son Roma. Pero en ese entonces, cuando aún vivía con ellos, la gente solía
llamarnos Gitanos —dice con un susurro suave—. Ser Roma no era nada de
qué enorgullecerse. Al menos, de acuerdo con el mundo exterior, no lo era.
Aunque yo siempre estuve orgullosa de mi herencia.
La boca me cuelga abierta.
—¿Y qué? ¿La feria es manejada por los Roma? ¿Tú eres Roma? —
Supongo que, de una forma extraña, esto tiene sentido. La semana pasada,
en Hitchin cuando Henry mencionó a los Gitanos, Sarah se había quedado
callada. Demasiado callada, en realidad.
Se remueve incómoda.
—Solía serlo, antes. Tenía veintiséis cuando dejé a mi familia. No había
visto u oído nada de ellos desde entonces. Para ellos, solo soy una Gadje.
Las orejas pitan.
—Me llamaron así cuando estaba en la feria.
Un bufido de risa. Un giro de una sonrisa amarga. Sarah se pone de
pie y se mueve a su armario, sacando un abrigo verde guisante. Lo desliza
del gancho y lo reemplaza con su nuevo abrigo de pieles.
—Gadje es un término para alguien que no es Roma. Un forastero. Pero,
como todo, depende de cómo lo utilizan. Cuando dejé a mi familia y Shelta
me llamó gadje, lo decía como un insulto. Para ellos, soy lo más bajo de lo
bajo. Me alejé de mi cultura y mis tradiciones familiares. Me convertí en una
cosa impura y despreciable.
Escucho el dolor en su voz. En todo el tiempo que he conocido a Sarah,
solo la he visto llorar una vez, cuando su gato Fifi murió. Su voz tiene un
sonido vacío y ahogado que me hace pensar que está luchando con sus
lágrimas ahora y mi corazón se está rompiendo por ella.
—¿Entonces por qué te marchaste? ¿Por qué te alejaste?
El dolor parpadea en las profundidades de sus ojos. Tal vez debería
encargarme de mis propios asuntos y mantener mis preguntas para mí. Pero
ahora no puedo retractarme. Ya es demasiado tarde.
—Hubo un escándalo. En realidad… —Sacude la cabeza—. Es una
larga historia. No creo que tenga corazón para contarla ahora mismo.
Honestamente, es… —Sus palabras se evaporan. El silencio sigue.
—Podrías haber ido allí —susurro—. Probablemente no habría sido tan
malo. Tal vez habrían estado felices de verte. —Hasta donde sé, no ha sido
infeliz con su vida aquí en Bakersfield. Siempre ha parecido más que
contenta; nunca habría pensado que extrañara nada, llorando la pérdida de
un trozo tan inmenso de su vida, de su identidad, pero mirándola ahora, eso
es exactamente lo que veo en su rostro.
Sarah se ríe.
—Conociste a mi hermana. Ella siempre ha sido así. Fría. Sin
sentimientos. Difícil de leer. Aterroriza a todos a cada oportunidad. Sí, le
habría encantado verme en la feria. Le habría hecho muy feliz que me
apareciera en su puerta. No dudo que esa sea la razón por la que incluso
vino a Spokane. Pero su alegría no habría sido por ver a su hermana perdida
por largo tiempo. Habría sido ante la oportunidad de aplastarme de nuevo,
treinta y cinco años después del hecho. Habría sido una mierda. Realmente
jodidamente una mierda, Zara. Shelta nunca debería haberse convertido en
la matriarca del clan. No tiene un hueso maternal en su cuerpo. Es una
bendición que nunca tuvo hijos propios.
Me sobresalto, mis cejas casi alcanzan la línea de mi cabello. Oh…
mierda. Sé que mencioné al bastardo grosero con los ojos. Sé que sí. Pero…
¿no le dije quién era él? Maldición. ¿Le alegrará saber que tiene un sobrino?
¿O estará devastada de que su hermana tuvo un hijo después de todo y ella
misma nunca tuvo la oportunidad? Es una moneda al aire. Batallo conmigo
misma, intentando decidir si tengo siquiera el derecho de guardarme algo
así para mí, cuando en realidad es el derecho de Sarah saberlo. No querría
verla lastimada más ni por todo el mundo. Si guardarme esto para mí le
ahorrará un corazón más roto…
—Sácalo, chica. Luces como si estuvieras a punto de echarte a llorar.
—Oh, no es nada. Yo solo… —No tengo idea de qué hacer. Al final, es
la preocupación en la cara de mi amiga que me fuerza a soltar la sopa. Ella
es demasiado astuta y yo soy horrible en ocultar mis sentimientos—. Sí tuvo
hijos. O tuvo uno, por lo que sé. ¿El hombre sobre el que te conté? ¿Con el
que me topé afuera de la feria? Ella dijo que era su hijo.
Tan, tan pálida. Sarah luce como si hubiera visto un maldito fantasma.
—¿Estás segura? ¿Realmente dijo que era su hijo?
Recuerdo, reviso de nuevo, asegurándome de que ese recuerdo se
mantiene cierto.
—Sí. Estoy segura. —Sarah se derrumba en su silla de nuevo, no creo
que sus piernas la sostuvieran un momento más si no se hubiera sentado—
. ¿Qué pasa? —pregunto—. ¿Qué hay de malo? —Porque algo está
obviamente muy mal.
Ella respira hondo, sus fosas nasales ensanchándose; sus ojos están
vacíos, mirando fijamente al piso, sin ver nada.
—Si Shelta tuvo un hijo —dice entre dientes—, entonces eso cambia
las cosas. Eso lo cambia todo.
Zara
La picazón
—La mierda desagradecida tiene que irse. Lo atrapé follando a una
chica en mi cama el domingo. Dios sabe qué estaban haciendo, pero había
sangre por todas partes.
Retrocedo por las palabras de Andrew, impresionada de que siquiera
las dijera en voz alta. Las mejillas de Garrett se vuelven de un rojo brillante,
y Waylon se tambalea, malditamente cerca de caerse de su banquillo. Los
tres intercambiamos miradas mortificadas mientras bebemos profundo de
nuestros vasos. Cuando me detuve en el apartamento de Sarah para
buscarla por nuestra regular noche de martes para beber, dijo que tenía una
migraña y que iba a dormir temprano esta noche. También fue algo bueno,
porque ella habría escupido su whisky por todo el lugar.
Tras la barra, Henry palmea sus manos sobre ésta, sacudiendo su
cabeza violentamente.
—Jesús, Drew. Qué bueno que el sitio esté cerrado. Medio bar habría
oído eso. La chica probablemente estaba en su periodo o algo.
Andrew rasca su mentón.
—No seas estúpido. No habrían estado teniendo sexo si ella estaba...
ya sabes. Menstruando.
Todos lo miramos a él ahora. Levantamos nuestras cejas.
—¿Y por qué no? —pregunta Henry.
Sonrojado, Andrew se mueve nervioso, aflojando un poco su corbata.
—Bueno. Ella no sería capaz de hacerlo, ¿o sí?
Los ojos de Garrett perforan los azulejos pegajosos y manchados de
cerveza bajo sus pies, como si deseara que éstos se rompieran, que el mundo
se abriese bajo ellos y ser tragado de inmediato, para no ser visto nunca.
Waylon frunce el ceño con tanta fuerza que las líneas en su frente parecen
que serán permanentes.
—Estás bromeando, ¿cierto? —dice él.
—¿Qué?
—¿Por qué ella no sería capaz de follar si estuviera en su periodo?
—Es físicamente imposible. —Andrew está inexpresivo mientras dice
esto. Suena como si realmente creyera que es cierto.
Waylon aúlla una risa que inunda el bar vacío.
—¿En serio? ¿Qué, piensas que el coño de una mujer se sella por una
semana cada mes?
A Andrew nunca le gustó que se divirtieran a su costa. Se aclara su
garganta, su boca trabajando mientras observa dentro de su vaso.
—Algo así.
—Entonces, ¿cómo sale la sangre?
Andrew me mira a mí, rogando.
—Diles, Zara.
Oh, dios. No quiero ser parte de esta conversación. Aunque es bastante
increíble que Drew esté tan mal informado sobre la biología de la mujer. Le
doy una sonrisa de disculpa, abro mi boca y...
—Oh, es muy posible follar a una chica cuando está en su periodo.
Waylon, Garrett y Andrew, todos miran sobre mi hombro al mismo
tiempo, sorprendidos por el sonido de la voz que viene de una de las cabinas
oscurecidas a nuestra derecha.
Oh... mi... jodida... mierda.
Esa voz.
Miel, y whisky fuerte, fuego y humo.
Sin embargo, no puede ser. Mis oídos están jugándome una broma.
Mi ritmo cardíaco se eleva mientras volteo en mi banquillo, echando un
vistazo a la cabina que asumí estaba desocupada, cuando llegué aquí treinta
minutos atrás y me senté con mis amigos.
Yyyyy...
...mierda.
Ahí está él, el Sr. Ojos Verdes, bebiendo lento de un vaso de, lo que
parece ser, whisky. Usa una chaqueta de cuero esta vez, sobre una camisa
negra de botones. No puedo ver sus pantalones bajo la mesa, pero estoy
dispuesta a apostar que están rotos a la moda. Su atención permanece
directo al frente mientras dice:
—La mayoría de las mujeres están preparadas para follar en ese
momento del mes. Hay un calor en su sangre. Una picazón que necesita ser
rascada. —Levanta su vaso a su boca, poniendo el borde contra su labio
inferior, inclinándolo hasta que el licor dentro, de color a caramelo quemado,
se drena en su boca. Estoy fija al borde de mi asiento.
¿Qué mierda está haciendo aquí?
—Mierda —sisea Henry—. Me olvidé de él. Oye, hombre, esta es una
conversación privada —grita Henry hacia el tipo. En disculpas, se encoge de
hombros hacia el resto de nosotros—. Me pagó doscientos billetes para
dejarlo sentarse ahí y tener un par de tragos más. No creí que sería problema
alguno. Llegó aquí cinco minutos antes de cerrar, sobrio como un juez.
¿Quieren que lo patee fuera de aquí?
Volteo de nuevo, el calor encendiendo mis mejillas. Quienquiera que
sea, no debería estar aquí ahora. No tiene derecho a estarlo y no es
coincidencia. Hitchin está a más de diez millas de distancia del Parque
Rochester. Obviamente, no es un accidente.
—Está bien, Henry. Él está bien —dice Andrew. Su rostro está rojo
remolacha, probablemente por la vergüenza de notar lo poco que sabe de
biología general—. ¿Disculpa? —dice—. Eres más que bienvenido a unirte a
nosotros si gustas. Nunca es divertido beber solo a la una de la mañana.
Oh, por amor a la mierda. ¿Por qué diablos lo invitó a acercarse? Frunzo
el ceño hacia Andrew, esperando por dios que lea mi mente y retire su
amabilidad. No puedo voltear. Estoy segura de que el bastardo ya sabe que
estoy aquí. Después de todo, caminé a través de la puerta frontal y pasé
directo junto a él, no hace mucho.
Hay un divertido resoplido de risa de la cabina detrás de mí, y luego el
sonido de un desliz, material sobre cuero, mientras él presuntamente se
desliza fuera de la cabina. Hay un asiento disponible al otro lado de Andrew.
El único otro asiento disponible es a mi derecha, junto a mí. Por favor, que
dé la vuelta. Por favor, que dé la vuelta. Por favor, que dé la vuelta. Casi
muero de alivio cuando lo veo por el rabillo de mi ojo, rodeando a Garrett y
Waylon con su bebida en su mano.
Santa mierda, él en serio es alto. Temporalmente, perdí esa
información, distraída como lo estaba por la forma en que su madre me
habló y luego, sumariamente, me echó la otra noche.
Sus ojos se fijan en los míos mientras toma un asiento en la otra punta
de la barra. Su estructura ósea... mierda, es difícil de explicar. Él es tan
difícil de explicar. Nada sobre él tiene sentido alguno. Por separado, sus
rasgos parecerían demasiado delicados y felinos para un hombre, pero
juntos, su combinación es extraordinariamente masculina de alguna forma.
Pómulos altos. Nariz estrecha, con una ligerísima curva en el puente. Su
mentón cuadrado luce como a alguien a quien ves en un cartelón de
reclutamiento para el ejército. Un perfecto arco de cupido forma la curva de
su labio superior, el cual es relleno, y la húmeda punta de su lengua...
¡Mierda!
Alejo mi mirada de su rostro, mi pulso martilleando por todo el sitio
dentro de mi pecho. Él sabe que estaba observándolo fijamente. El bastardo
me atrapó con las manos en la masa, o con los ojos en ella, pero, ¿él hizo lo
que cualquier otra persona educada haría y fingió que no lo notó? Nop. Ni
siquiera se acercó. El bastardo solo lamió sus malditos labios. No fue
demasiado obvio en ello. No fue lo suficientemente descarado como para que
los otros sujetos pensaran que era extraño, cuando se humedeció los labios.
Pero para la mujer atacando con la mirada su boca mordible, era obviamente
un movimiento muy calculado.
—Soy Andrew. Ellos son Waylon, Garrett y en la punta, tenemos a la
encantadora Zara. Bastante despampanante, ¿eh? No encuentras tantas
pelirrojas por estas zonas.
Oh, no. Andrew le dio un vistazo a este sujeto, reconoció que es
atractivo y ahora entró en modo casamentero. El sujeto sonrió. Lobuno.
Predador. Pecador.
—Sí. Zara. Tiene un hermoso cabello, ¿verdad? Como una puesta de
sol.
—O una pesadilla —replico. El hijo de Shelta tararea con diversión.
Mientras tanto, Henry me mira como si hubiera perdido la maldita
cabeza.
—¿Qué clase de comentario es ese? No puedes describir tu cabello como
una pesadilla.
Le doy a Henry una muestra de sonrisa fingida.
—¿Oh, en serio? Bah. Supongo que tienes razón. Ahora que lo pienso,
es real y jodidamente raro.
Dejando caer su cabeza, el extraño mete su barbilla contra su pecho,
ocultando el fantasma de una sonrisa. Junto a mí, de repente noto que la
mano de Garrett está apretándose y soltándose alrededor de su vaso, y los
nudillos en sus dos manos se volvieron blanco. ¡Oh, mierda! Hasta ahora,
se me escapó totalmente que Garrett debe reconocer a este intruso también,
y... mierda, luce como si estuviera a punto de volar a través del bar y
comenzar a lanzar puñetazos. Waylon, quien no sabe nada sobre nuestra
experiencia en la Feria de Medianoche, o el secreto del pasado de Sarah con
la visita de los Roma, también luce como si quisiera arrancarle la cabeza de
los hombros al sujeto y lanzarlos en los contenedores en la parte trasera.
Andrew, el ajeno, dulce e ingenuo Andrew, por otro lado, no parece
registrar la tensión que, de repente, se desarrolla en el bar, mientras sigue
con su conversación.
—¿Y tú eres?
El color jade en los ojos del extraño parece brillar mientras mira de
reojo al hombre sentado a su lado.
—Oh, soy nadie —dice él, sonriendo. Más blanco que el blanco, sus
dientes serían perfectos, excepto por el incisivo ligeramente torcido junto a
su canino izquierdo. Parece que no puedo dejar de catalogar estos diminutos
detalles sobre él y esconderlos.
—Me refería a tu nombre. ¿Cuál es tu nombre? —dice Andrew, dándole
un codazo al sujeto, con una irónica sacudida de su cabeza.
—Mmm. Hay poder en un nombre —dice el hijo de Shelta—. No se lo
doy a extraños a menudo.
Es raro que dijera eso. Y luego de que Andrew acabara de presentarnos
a todo, dándole nuestros nombres como cualquier persona normal haría.
En el medio de la noche, relajada y tranquila, nunca hay ninguna
incomodidad o hostilidad entre los miembros de nuestro pequeño grupo.
Todos nos sentimos tan cómodos entre nosotros que a veces es fácil olvidar
que, con ciertos miembros del grupo, uno en particular, no deberías joder;
Waylon puede ser un jodido psicópata a veces. Lanzó a un sujeto a través
de la ventana de vidrio templado de Hitchin una vez, por decir algo
totalmente desagradable sobre Sarah, en una rara noche cuando todos
vinimos antes de que Henry echara a todos los clientes regulares.
El comportamiento del ex agente de inteligencia cambia, sus hombros
aflojándose mientras se inclina atrás, lejos de la barra. Alguien más podría
pensar que se está relajando, poniéndose cómodo, pero ese no es el caso.
Está lejos de ello. Se está acomodando para poder levantarse de su asiento
y sujetar al sujeto, más rápido de lo que puedes decir, vete a la mierda,
imbécil.
Hay una posibilidad de que el otro hombre entienda que eso es lo que
está sucediendo, porque le guiña Waylon. Dios, debe tener un deseo de
muerte.
—Pero todos parecen del tipo dignos de confianza —dice Ojos Verdes.
Lentamente, sus ojos viajan por la línea de hombres sentados en el bar, y
luego sobre mí, quemando agujeros en mi piel. Una mirada como esa es
capaz de romper corazones, soy muy consciente de ese hecho, como que
estoy segura de que él también lo está. La confianza; la inteligencia; la
arrogancia, por no hablar de la cruda e impactante belleza de todo ese
verde... esos ojos son un don y una maldición, perfectamente capaces de
hipnotizar a cualquiera lo suficientemente tonto como para hacer contacto
con ellos. Su voz es baja cuando habla de nuevo, el sonido de piedra contra
piedra, su acento penetrando profundamente en mis huesos.
—Mi nombre es Pasha Rivin. Y estoy encantado de conocerlos.
Pasha Rivin.
Pasha.
No hay nada normal en la asombrosa criatura sentada junto a Andrew.
Todo sobre él es un poco más grande que la vida. Un poco diferente. Un poco
extraño. No debería sorprenderme que su nombre también sea fuera de lo
común. La imagen de sus labios presionándose juntos para formar la P de
su propio nombre quedará para siempre grabada en mis retinas. Será lo
único que vea cuando cierre los ojos en un futuro previsible. Maldito imbécil.
Esa siniestra y sugerente sonrisa cambia y se convierte en una sonrisa
plena mientras Pasha Rivin hace un gesto a su vaso, pidiendo
silenciosamente otra copa a Henry.
—Suena ruso —observa Henry—. Pasha. La verdad es pensé que era
nombre de chica.
Pasha arruga su nariz.
—Tal vez lo es. Quién sabe. Mi madre tiene un sentido del humor único.
Espontáneamente, una risa brota de mí.
—Sí. Claro.
—¿Estás bien, cariño? —Andrew se inclina más cerca de la barra, hacia
mí.
Disparo dagas hacia Pasha. Garrett sisea, dándome un codazo. Duro.
No le gusta que el juego que Pasha está jugando más que a mí. Es hora de
terminar esta farsa, antes de que Garrett tome las cosas en sus propias
manos y saque al tipo del bar.
—En realidad he tenido el placer de conocer a tu madre, ¿no es así,
Pasha? Ella fue bastante grosera. Iría tan lejos como para decir que la mujer
no posee un sentido del humor, único o de otro tipo. —Todavía no sé qué
pasó entre Sarah y Shelta para haber causado una brecha de 35 años entre
ellas, pero conozco a mi amiga. Estoy segura de que la culpa de su
enemistad no recae en Sarah. Shelta es una perra de grado A.
Andrew, Waylon y Henry comparten miradas confusas. Garrett gruñe,
infeliz, las fosas nasales estallan mientras mira a Rivin.
—Oh. Entonces, ¿viniste aquí a visitar a Zara? Eso es un poco... extraño
—Andrew se aleja de Pasha, su torso retorciendo, ya que finalmente se toma
el tiempo para evaluar al recién llegado correctamente por primera vez. Sus
ojos viajan sobre él y aterrizan en sus muñecas y su cuello, los únicos dos
lugares donde se pueden ver los tatuajes extensos del hombre. Andrew se
pone rígido, cauteloso ahora; nunca le gustaron los tipos con tinta, y mucho
menos tinta por todo el cuerpo. Pasha abre la boca, y me preparo. Sus
próximas palabras son importantes. Si dice algo equivocado, habrá fuegos
artificiales. Y luego una ambulancia. Y algo me dice que el tipo no tiene
seguro médico.
—En realidad, vine a disculparme con ella. Mi madre puede ser un
poco... hostil a veces. No es conocida por su cálida actitud de buenas a
primeras. También vine a devolver esto. —Se mete en el bolsillo y saca un
delgado dispositivo negro. Instantáneamente se me hace familiar. Es mi
celular. Lo pone suavemente en la parte superior de la barra—. Pensé que
podrías necesitar tu portal hacia el mundo exterior —dice—. Las personas
no tienden tomarlo tan bien cuando están separadas de estas cosas. Estaba
en el vecindario. Pensé en traerlo.
Cuatro pares de ojos me miran de cerca; supongo que están esperando
una señal de que tenga miedo a este tipo, y su intrusión sin avisar en una
parte tan personal de mi rutina semanal no es bienvenida. Pero no quiero
problemas. Una pelea es lo último que quiero. Andrew ni siquiera puede
abrir un frasco de pepinillos por sí mismo estos días. Si él tiene que pensar
en pelear en mi defensa, entonces no va a terminar bien.
Extiendo mi mano, gesticulando hacia mi teléfono. La cosa más simple
e inteligente que Pasha podría hacer es entregar mi teléfono a Andrew, así
él me lo puede pasar a mí. Pero no hace eso. Él deja la bebida que Henry le
hizo, golpeando el vaso en el bar y se pone de pie. Mi teléfono en su mano,
él se pasa por el lado Waylon y Garrett sin mucho más que una mirada de
lado. Realmente no le importa una mierda, o el hecho de que sus ojos tienen
una mirada asesina. Cuando se detiene frente a mí, para mi horror, algo
extraño e inusual aprieta en mi estómago. Pasha se estira y me toma por la
muñeca, levantando mi brazo.
—No lo creo, amigo. Quítales las malditas manos de encima —advierte
Waylon—. No es educado aparecer en un bar y andar por ahí persiguiendo
a una chica si no te han invitado. Deberías irte ahora.
Pasha se cierne sobre mí con su gran presencia. Nunca me he sentido
más frágil que en este momento, con Pasha Rivin agarrando mi muñeca. Mi
brazo está ardiendo, desde mis dedos hasta la parte superior de mi hombro.
Me sonríe, una extraña y secreta sonrisa, y por un segundo la arrogancia
que ha estado blandiendo como un escudo parece caer. Abro mi boca, a
punto de decirle que me suelte, pero luego...
Un choque, poderoso y alarmante, me golpea directo en la tripa.
Él...
Adrenalina se precipita directamente a mi cabeza. Todo se inclina como
si estuviera borracha, como si me abrumara un extraño sentido de
familiaridad. Su mano sobre la mía, hay algo en la forma en que su mano
se siente en mi piel. Los ojos de Pasha se abren, una fiereza brilla
intensamente en sus inusuales iris.
—Oh. Estoy seguro de que a la señorita Llewelyn no le importa. Aquí
tienes, luciérnaga —dice.
¿Luciérnaga? ¿Por qué me suena tan familiar? Nunca nadie me ha
llamado así, y sin embargo suena tan bien cuando Pasha lo dice. Como si lo
hubiera oído llamarme así mil veces antes.
Gira mi mano y coloca mi celular en mi palma. Sus manos son callosas,
cálidas y fuertes a medida que cierra mis dedos alrededor de mi celular.
—Tengo algo que atender ahora mismo —dice, su tono bajando aún
más profundo; está lo suficientemente cerca como para poder sentir la
vibración de sus palabras retumbando en su pecho. También está lo
suficientemente cerca como para poder olerlo ahora. Oh, maldita mierda.
Cuero caliente y virutas de madera. El más leve indicio de humo. No es
el desagradable olor de humo de cigarrillo, sino el olor de un fuego de leña
quemando en un bosque de invierno. Crujiente. Limpio. Frío. Mortal y
acogedor.
Todo mi cuerpo reacciona a medida que su perfume se burla de la parte
posterior de mi nariz.
La boca de Pasha se curva, levantando a un lado mientras sonríe.
Inclinándose un poco más, su aliento cálido me agita el cabello mientras
susurra en mi oreja.
—Me alegro de que tengas su teléfono de nuevo. Estaré esperando tu
llamada.
Con eso, se endereza, liberando su agarre en mi muñeca. Estoy
entumecida hasta las raíces de mí ser mientras saca su billetera de su
bolsillo y coloca algo de dinero en el bar para Henry.
La voz de Waylon llega a mis oídos, está diciendo algo, y su tono no
suena muy paciente, pero yo no respondo. Pasha tampoco. Sus ojos viajan
sobre mi rostro, y el ceño fruncido que llevaba la otra noche cuando salió de
la carpa de Shelta aparece de nuevo. ¿Crítico? ¿Decepcionado? ¿Irritado?
Dios, no tengo ni idea de qué hacer con su expresión cuando se aleja de mí
y se dirige lentamente hacia la salida.
Las ondas de choque a través de mí, y jadeo por aire; es como si una
parte de mí está siendo arrastrada junto con él mientras se va, y se siente...
se siente terrible. Como una puerta cerrándose de golpe, me doy cuenta,
para mi horror, que mis ojos están picando como locos, y no tengo ni puta
idea de por qué.
Como uno, Waylon, Garrett y Henry caminan hacia las ventanas una
vez que se ha marchado y lo miran mientras se desvanece en la noche.
—Guau. —Henry empuña el trapo de la barra alrededor una mano y
aprieta la otra mano en un puño—. Esa es la última vez que dejo que alguien
más se quede después del cierre. ¿Estás bien, Zara?
Llevo mi teléfono a mi bolso, sacudiéndome la sensación de que, bueno
o malo, algo con consecuencias acaba de suceder. Sin embargo, el sentido
de familiaridad que me inundó no puede ser sacudido; se asienta dentro de
mí, me pica, suplicando que lo note. Es la sensación más inquietante.
Presionando mis dedos a mi boca, tomo otra respiración profunda,
tratando de calmar mi corazón acelerado. Ya se ha ido. Estoy libre de él, y
eso es todo lo que importa. Todavía puedo sentir el calor de su mano
agarrando mi muñeca, sin embargo. Todavía puedo olerlo. Una presión llega
a mis sienes. Dios, ¿qué habría hecho Sarah si estuviera aquí? Se habría
dado cuenta de quién era él en diez segundos. ¿Le habría dicho quién era
ella, o habría enloquecido y se había ido? Honestamente no lo sé, pero que
se apareciera aquí sin avisar definitivamente la habría descolocado.
Sus palabras de esta mañana todavía me molestan; dijo que su
existencia cambió todo en su familia, pero no había ampliado en su
afirmación críptica. Obviamente no ya quería discutirlo, y no quería
presionar.
Una multitud de preguntas claman mi atención a la vez. ¿Cómo mierda
terminó él en Hitchin? ¿Cómo sabía que iba a aparecer aquí esta noche?
Obviamente ha hecho su investigación y ha conseguido desenterrar pedazos
útiles de información sobre mí. Y si sabe de mis sesiones de bar semanales
con mis amigos, ¿qué más ha descubierto sobre mí? Hay mucha
probabilidad de que sepa dónde vivo.
Mi teléfono contiene todo tipo de información sobre mí, pero el
dispositivo está protegido con contraseña. No pudo haber entrado, no hay
manera. ¿Cómo averiguó tanto sobre mí?
No sé ni una sola cosa sobre él. Nada.
Waylon parece que está masticando vidrio mientras acecha de nuevo a
su taburete. Hay una mirada peligrosa en sus ojos.
—¿Tienes planes de ver a ese cretino de nuevo, querida? —pregunta.
—Diablos no. Absolutamente no.
—Bien. No me agradó. El tipo tenía una muy mala actitud.
Irrespetuoso.
Garrett gruñe en acuerdo. No se sienta de nuevo. En su lugar, mira
fijamente a la puerta ferozmente, como si estuviera esperando a que se
abriera de nuevo y se está preparando para la guerra.
Siempre ha sido protector, pero esto es algo distinto. Realmente no debe
agradarle el tipo. Debe realmente no confiar en él. Y cuando a Garrett no le
gusta alguien, usualmente hay una muy buena razón.
Nuestra conversación se reanuda, afortunadamente para Andrew,
sobre un tema que no es la anatomía femenina y las menstruaciones, pero
no puedo sacudir el sonido de la voz de Pasha en mi cabeza. La sexualidad
que goteó cada palabra mientras le decía a Andrew cómo las mujeres
amaban follar en un cierto momento del mes. Y la promesa que oí en el
ascenso y descenso sutil en su acento, justo antes de salir de Hitchin.
—Estaré esperando su llamada.
¿Por qué querría llamarlo? Y aunque, por alguna extraña razón, quería
llamarlo, ¿cómo podría hacerlo? No tengo su número. Sin volver a la feria,
tampoco tengo forma de obtenerlo. No es que quisiera obtenerlo, pero aun
así...
Estoy tan silenciosa como Garrett durante los próximos treinta
minutos, mi mente revoloteando de un lado a otro, tratando de decidir si
debo ir corriendo al apartamento de Sarah para contarle lo que acaba de
suceder, o si simplemente debo irme a casa, salir de mi ropa de trabajo,
ducharme, subir a la cama y olvidar el hecho de que Pasha Rivin siquiera
existe.
Los chicos me acompañan a casa poco después. Es bastante temprano
para nuestros estándares de martes en la noche, pero nadie parece estar de
espíritus muy altos después del Pasha. Al subir las escaleras después de
decir buenas noches a todos, con un fajo de correo en una mano y mis llaves
en la otra, me doy cuenta de algo.
Me equivoqué antes.
Hay una cosa que sé sobre el sobrino oscuro de Sarah.
Ahora, sé su nombre.
Zara
Hoja de jardín
El teléfono público no ha sonado una sola vez desde la misteriosa
llamada que me dirigió a Rochester Park, y aun así me cuesta quedarme
dormida. Cuando me desmayo, me sumerjo profundamente en la
inconsciencia, perdiéndome en los sueños cargados de más sexo que alguna
haya experimentado. Sus manos están en todas partes. Su boca en todos
lados. Estoy cargada y sin aliento cuando él entra en mí, y mi garganta está
en carne viva por gritar su nombre. Me aferro a él, sosteniéndolo contra mí,
probando su sudor, mi cabeza nadando mientras él se empuja dentro de mí,
gruñendo en mi oído.
Me despierto con el sonido de mi celular sonando en mi mesa de noche,
pero es la rica, profunda, y áspera voz en mi oído la que hace latir mi corazón
como loco en mi caja torácica.
—Córrete para mí, Luciérnaga. Maldición, córrete.
Estoy congelada, enredada en las sábanas de mi cama, mi cuerpo
empapado con mi propio sudor, y una sensación de hundimiento tira de mi
interior. No. De ninguna manera. El nombre. ¿Ese nombre? Nunca he
recordado haber escuchado ese nombre en mis sueños antes. Pero una vez
más, no he recordado ningún detalle de mis sueños antes de ahora. ¿Hay
alguna posibilidad de que el tipo en mis sueños me haya llamado así antes?
Claro, por supuesto que sí. Pero eso no significa nada. ¿Cómo podría? El
chico en mis sueños no es real. No es como si hubiera estado soñando con
Pasha todos estos años, y quería que existiera. Si fuera a crear el hombre
de mis sueños, lo haría amable, y considerado, y gentil, y…
Está bien, está bien.
Tal vez no lo haría.
Tal vez soy como la mayoría de las mujeres, y hay algo acerca de un
chico malo que hace que se debiliten las rodillas. Pero Pasha Rivin no es
solo un chico malo. Hay algo peligroso en él. Algo que me emociona cada vez
que pienso el nombre del hombre, pero también me da ganas de huir.
¡Mierda! Mi teléfono no ha dejado de sonar. Gimo cuando finalmente lo
levanto y veo quién está tratando de contactarme. Aceptando la llamada, me
vuelvo a recostar en mis almohadas, sosteniendo el teléfono contra mi oreja.
—Buenos días, Roger. No dejé mi hoja de registro en mi escritorio,
¿verdad? Sé que la llené, lo juro. —No debí haber archivado correctamente
los papeles de mi turno anoche antes de irme a casa, es la única razón por
la que puedo pensar que mi gerente de turno me estuviera llamando tan
temprano en la mañana.
—No, no —murmura Roger en el otro extremo de la línea—. Tu papeleo
estaba perfecto. Nada de qué preocuparse respecto a eso. —Suena
incómodo. Raro. Abro bien mis ojos, un poco más alerta de lo que estaba
hace un momento.
—¿Algo está mal? ¿Necesitas que vaya temprano?
—No, no. Todo está bien aquí. Solo llamo porque, bueno… en realidad,
esto es bastante difícil de decir. ¿Cómo debería poner esto? Um. Hemos
tenido una queja. Sobre ti. Es… en realidad es una queja bastante seria, y…
bueno, Larissa me dijo que te llamara y te hiciera saber que…
—¿Qué? —Me siento muy erguida—. Espera, espera, espera. Espera.
¿Una queja? ¿Qué tipo de queja?
Roger murmura algo ininteligible. Puedo imaginar el sudor en su frente
en este momento. Comienza a transpirar en el momento en el que debe que
tener una conversación difícil con cualquiera. Cristo, parecía que acabara
de correr una maratón cuando tuvo que decirle a Mitch de Recursos
Humanos que ya no podía usar su baño personal porque sus mierdas eran
demasiado grandes y seguían tapando la maldita cosa.
La voz de Roger está llena de ansiedad cuando tropieza con sus
palabras.
—La queja es… es de… de una naturaleza sensible. Has sido acusada
de acoso laboral.
—¿QUÉ? —grito la palabra, mi agotamiento persistente se fue en una
nube de humo—. ¿Quién? ¿Quién carajos…?
—Creo que sería mejor si dejamos que la identidad de la víctima
permanezca anónima en este momento, pero podremos pasar la información
a tu abogado…
—¿Víctima? —No, no, no. ¿Qué diablos está pasando ahora? ¿Alguien
en el trabajo dijo que lo acosé? ¿Y ahora hay palabras como víctima siendo
arrojadas alrededor? Intento hablar, decir algo tranquilo y lógico, pero estoy
perdida en las palabras—. ¿Se supone que tengo que conseguir un puto
abogado?
Roger jadea en la línea. Probablemente esté revolviendo en el cajón
superior de su escritorio en busca de su inhalador.
—Larissa piensa que podría ser mejor si…
—¿Quién diablos es Larissa, Roger?
—Ella es la jefa de Recursos humanos. Piensa que no sería aconsejable
que vinieras a trabajar durante los próximos dos días. Una semana. Dos
semanas, máximo. Solo hasta que todo esto quede resuelto.
Muerdo el interior de mi mejilla hasta que pruebo sangre.
—No voy a conseguir un abogado, Roger. No he hecho nada malo. E
incluso si consiguiera uno, ¿para qué se supone que debo contratarlo, si ni
siquiera sé quién está inventando esta completa mierda sobre mí?
—Uhhh…
—Déjame entender esto. Estoy suspendida del trabajo. Eso es lo que
me estás diciendo. Porque alguien dijo que estoy siendo mala. Me está
costando mucho tratar de averiguar qué está pasando aquí.
—Lo siento, Zara. No es mi decisión. Lo sé… esto es un poco chocante,
pero…
—¡No, Roger! Esto no es chocante. ¡Esto es una puta bomba nuclear
detonándose, y mi vida entera está en su maldito epicentro!
—Lo siento, realmente lo hago. Mis manos están atadas. Esta es
nuestra política cuando se reporta una queja. Tenemos que hacer las cosas
de acuerdo con la ley. Sé que eres una chica buena. Esto… esto son cosas
sin sentido. Vamos a llegar al fondo de esto, y volverás a tu escritorio en
nada de tiempo, recuerda mis palabras. Mientras tanto, me tomé la libertad
de empacar tus pertenencias. Solo en caso de que necesites algo. Un chico
me dejó entrar a tu edificio hace un par de horas y dejé la caja afuera de tu
puerta. Habría tocado, pero aún estaba oscuro, y yo solo pensé, bueno…
Él no termina su oración. No es necesario. Ambos sabemos lo que está
tratando de decir: pensó que sería más fácil evitar una confrontación en
persona, y tiró mis cosas en la puerta de mi casa como un cobarde hijo de
perra y luego huyó. Nunca he tenido un problema con Roger, pero ahora
quiero darle un puñetazo en la cara. Miro hacia mi celular. No tenía teléfono
fijo. Si Pasha no me lo hubiera dado anoche en el bar, ¿qué hubiera pasado?
Habría entrado al trabajo más tarde esta tarde, completamente ajena a lo
que estaba sucediendo, solo para encontrarme abochornada, avergonzada,
y escoltada fuera del edificio.
Puedo escuchar a Roger murmurando en el teléfono, pero no me atrevo
a acercar la cosa a mi oreja, así que presiono el botón de fin de llamada y lo
miro hasta que la pantalla se vuelve negra.
¿Qué.
Mierda.
Realmente.
Está.
Pasando?
Me arrastro hacia la puerta principal, al borde de las lágrimas. Este
mes. Este estúpido mes ya ha estado fuera de la lista de lo extraño, y solo
se ha puesto infinitamente peor. Roger no dijo nada sobre mi “retirada” del
trabajo siendo pagada, así que supongo que no es así. Amo mi trabajo, pero
no me da exactamente una gran cantidad de dinero al final de cada mes.
Roger dijo que estaría fuera durante dos semanas a lo mucho. Medio mes
de salario desaparecido, ido por el desagüe. ¿Y por qué? Literalmente no
tengo idea.
Como fue prometido, una pequeña caja blanca estaba en mi tapete
felpudo con mi nombre garabateado en la parte superior con marcador.
Agarro la caja y la llevo hacia la cocina, luego remuevo la tapa. Su contenido
hace que mi estómago caiga. Es todo lo que estaba en mi escritorio. Todo lo
de mis cajones. No quedó un bolígrafo, un bloc de notas, o un adorno atrás.
Incluso las pocas fotos que tenía pegadas alrededor del borde de la pantalla
de mi computadora están en la caja.
Tomo las fotos, poniendo cada una de ellas en el mostrador de la cocina,
las lágrimas que habían amenazado con caer ahora estaban fuera.
Una foto de mi mamá y mi papá de vacaciones en Cabo, brindando con
los demás con copas de champaña en la mano. Una foto de mi amiga Jillian
y yo en la cima de Machu Picchu, la única vez que he dejado el país. Un
viaje por el que pagué con el dinero que ahorré trabajando en Starbucks
durante tres años mientras estaba en la escuela. La tercera foto que pongo
sobre el mostrador es de mi amigo David y su esposa. Estaba destinada a ir
a su boda hace seis meses, pero tenía que trabajar. La cuarta foto…
Me detengo. Mis manos tiemblan cuando miro la foto en mi mano.
Excepto que no es una foto en absoluto… y no estaba en mi escritorio. Algo
se enrosca en mi pecho, una presión que sube a niveles incómodos. O bien
voy a tener un ataque al corazón o voy a explotar. Hay destellos de dorado
cuando giro la carta en mi mano, estudiando la detallada y delicada
ilustración de una mujer. Ella es hermosa. Su largo cabello ondulado es
grueso y abundante con mechones de oro. Su vestido es de color verde
primavera, el fresco color de las hojas recién brotadas. El mismo color de los
ojos de Pasha Rivin. En su mano, sostiene un resplandeciente cetro con lo
que parece ser un diamante cortado, y en su cabeza tiene una brillante
corona de estrellas. La superficie mate de la carta del tarot es suave y sedosa
debajo de mis dedos cuando cuidadosamente la coloco junto a la
correspondencia sin abrir que traje anoche y la observo.
¿Cómo demonios?
No tomé la carta del tarot de la tienda de Shelta. Ella la agarró y la
guardó en el paquete antes de que pudiera darle una mirada apropiada, pero
sé que esta es la misma carta. Es exactamente la misma que seleccioné de
su bolsa en la feria. No tiene por qué estar aquí, entre mis cosas de trabajo.
Es imposible quitar mis ojos de la carta. La miro fijamente, como si
pudiera desaparecer si llego a parpadear. Sin embargo, no va a ninguna
parte. No la estoy imaginando, lo cual es un poco sorprendente.
Rápidamente, me pongo un suéter y meto mis pies en mis botas Ugg, guardo
la carta, y bajo dos tramos de escaleras hacia la puerta de Sarah. Mierda.
Esto no es jodidamente real. Me apoyo contra el marco de la puerta mientras
espero a que abra, realmente siento que voy a tener un ataque al corazón,
pero la puerta nunca se abre.
Un minuto pasa, y luego otro. Compruebo la hora en mi celular, mi
visión se ve borrosa cuando veo que son solo las seis cuarenta y cinco de la
mañana. Sarah no es una persona mañanera. No hay forma de que ella ya
esté despierta y lista para el día. Le toma más de dos horas arreglarse el
cabello, y ella nunca haría una reserva de un cliente en el salón de uñas
antes del amanecer. Eso significa que o está muerta dentro de su
apartamento, o se fue a algún lugar la noche anterior, después de decirme
que planeaba irse a la cama temprano, y que todavía no ha regresado.
Sarah es demasiado obstinada para morir sola y desapercibida en su
apartamento. Simplemente no es su estilo. Está empezando a parecer que
la mujer me mintió anoche, pero estoy demasiado en pánico como para
preocuparme por eso ahora. La necesito. Necesito saber qué significa esta
estúpida carta. Necesito saber qué pasó entre ella y Shelta.
Necesito saber de qué es capaz su hermana.
Pasha
Por lo mejor
Cierro los ojos y veo llamas. Rojo vibrante, ámbar, naranja quemado y
oro brillante. Las llamas se balancean y bailan en un mar de color, y me
maldigo por mi propia maldita estupidez. No debería haberle devuelto el
teléfono. No debería haberme sentado en ese bar y esperarla, sabiendo que
vendría. Sabiendo que le hablaría, que la miraría a los ojos, olería el dulce
perfume de esa piel cremosa y perfecta, y que me imaginaría cómo sabría en
mi lengua. Sabiendo que me encontraría fascinado por el cambio de la luz
sobre todo ese glorioso cabello rojo, y sería incapaz de evitar pensar en eso
más adelante.
El olor de las sábanas frescas inunda mi nariz cuando las empujo sobre
mi cabeza, gruñendo. Es temprano, hay demasiada luz entrando por las
ventanas en el desván. Me duelen los huesos después de las peleas de la
noche anterior. Puedo decir que mi torso está salpicado de moretones por la
forma en que duele como el infierno simplemente al tratar de respirar, pero
no me importa una mierda en este momento.
Labios suaves, flexibles, mordibles. Rosa bebé.
Una nariz bien proporcionada que sube ligeramente al final.
Pecas pálidas, ligeramente salpicadas por sus pómulos altos.
Vibrantes ojos color avellana, primero marrones, luego verdes, luego
azules, todo en el lapso de unas pocas respiraciones.
Quiero…
Quiero más que nada en este mundo follar a esa chica tan fuerte que
nunca más querrá a otro hombre, no importa cuánto viva.
Me estremezco mientras cierro mi mano alrededor de mi erección. Estoy
tan jodidamente duro, siento que mi polla se va a romper a medida que
comienzo a hacer movimientos largos hacia arriba y hacia abajo en el eje.
Nunca la he visto sonreír. Aunque puedo imaginar cómo se vería.
También puedo imaginar cómo se vería debajo de mí, desnuda como el día
en que nació, con sus tetas al descubierto, sus pezones duros mientras se
retuerce y gime mi nombre, rogándome que entre en su interior. Ella no
duraría cinco segundos en una cama conmigo. Me aseguraría de eso.
Tampoco me toma mucho tiempo venirme esta mañana. No puedo
aguantar. La sola idea de ella es embriagadora. Mis sentidos están
encendidos, mis entrañas ardiendo cuando mi espalda se arquea en la
cama. Con mi mano cubierta de mi propia eyaculación, la deslizo arriba y
abajo de mi polla, temblando ante las réplicas de placer que me atraviesan
como electricidad. Joder, eso se siente bien. Realmente bien. La boca
pequeña y húmeda de Zara se sentiría mejor, pero con eso fuera de
discusión, mi palma y mi imaginación de cinco estrellas están a la altura de
la tarea.
Gimo mientras me levanto.
Mierda.
Todo duele. Como si hubiera ido cabeza a cabeza con cuatro tipos
diferentes y me hubieran pateado el trasero. Curiosamente, fui cabeza a
cabeza con un grupo de luchadores la noche anterior, pero yo llegué a la
cima. Logré patear traseros. Sin embargo, lo malo de ganar una pelea es
esto: no importa lo rápido que seas, no importa lo fuerte que golpees, no
importa lo rápido que haya terminado, tu oponente está obligado a dar
algunos golpes. Así son las cosas. Anoche estuve en llamas, sacando el
viento de los hombres el doble de mi tamaño, avergonzándolos hasta la
mierda delante de sus novias con tetas faltas y labios el doble de su tamaño
real, todo por mi encuentro con Zara.
Me sentí invencible. Imparable. Imbatible. La forma en que me miró,
sentada allí en ese taburete, ¿actitud y desafío emitidos con láser por esos
hermosos ojos? Santa jodida mierda. Había tomado todo en mí para no
agarrar un puñado de ese delicioso cabello, inclinar su cabeza hacia atrás y
depositar un beso en ella que la hubiera marcado hasta sus huesos. Ella
habría sido mía allí mismo. Podría haberlo hecho, lo vi en ella. Escondida
entre su ira y la sombra de su preocupación, fui testigo del deseo en su
rostro, y mi sangre había rugido en respuesta. Mi lujuria fue una canción
primitiva que atravesó mi cuerpo y no ha dejado de cantar desde entonces.
Alejarme de ella anoche fue una de las cosas más difíciles que he tenido que
hacer. En primer lugar, porque mi polla estaba tan dura que en ese
momento caminar en general había sido algo muy doloroso, y, en segundo
lugar, más importante, fue difícil porque sabía que no iba a volver a verla.
Sí, la invité a que me llamara, pero sabía la verdad entonces tan bien
como ahora. A pesar de la forma en que me estaba mirando, como si quisiera
escalar sobre mí y follarme hasta la mierda, nunca llamará. Nunca me
buscará, como yo la busqué. Ella es demasiado sensible. Demasiado
inteligente. Me gusta y detesto eso de ella en igual medida.
Es posible que haya mostrado cierta moderación y me haya detenido
con su mierda, pero hice una cosa con su teléfono antes de devolvérselo. El
número que guardé probablemente pasará desapercibido durante meses, y
cuando lo encuentre, probablemente tendrá problemas para recordar con
quién se reunió que hubiera justificado el nombre del contacto “Criado Por
Lobos”.
Eso me había entretenido más de lo que debería, su tiro de despedida
a través del arco en la calle fuera de la feria. Poco sabe Zara Llewelyn, pero
ella tenía razón. Fui criado por lobos. Un lobo en particular, con una
predilección por desgarrar las gargantas de las personas y dejar que se
desangren.
Mientras me cepillo los dientes, permito que el mantra que ha estado
repitiéndose como un tambor en mi cabeza durante las últimas veinticuatro
horas se repita una y otra vez: Ella podría ser tuya. Ella podría ser tuya. Ella
podría ser tuya.
Hay una luz aguda y determinada en mis ojos mientras me miro al
espejo, e incluso lo reconozco como peligroso. Si escucho esa voz en mi
cabeza, diciéndome que tome lo que quiero y que sea mía, las
consecuencias... Dios, las consecuencias serán catastróficas.
Shelta me prohibió perseguirla. Normalmente no me importaría lo que
mi madre piense de nada, pero estaba la amenaza. “Si te involucras con ella,
los dos terminarán lamentándolo por el resto de sus vidas. Personalmente
me aseguraré de ello”. Sin mencionar la nota final de advertencia de sus
palabras. “Te mantendrás alejado de la mujer de tus sueños. Ella no es para
ti, ¿me oyes? Ella será la ruina de todos nosotros”.
Si Shelta cree, como yo, que Zara es la mujer con la que he soñado
durante la mitad de mi maldita vida, entonces no puedo jodidamente
acercarme a ella. No puedo. Shelta lo verá como una amenaza, y mi madre
no acepta las amenazas. Se encarga rápidamente de ellas, y lo hace sin
pensarlo dos veces. He visto el fuego en los ojos de Zara. Lo he escuchado
en su voz. Es una guerrera, pero Shelta es jodidamente despiadada, y no
desearía la ira de mi madre sobre las cabezas de mis peores enemigos.
Aun así. El canto no dejará mi cabeza.
Reclámala. Márcala. Fóllala. Átala. Métete tan profundamente dentro de
ella que no sepa en qué planeta está.
Escupí en el lavabo, y luego desnudé los dientes ante mi reflejo en el
espejo, gruñendo a mí mismo en voz baja. No puedes tenerla. Fóllate a
alguien más. Haz que te chupe la polla una rubia guapa. Una barman con
grandes tetas, que te hará un whisky agrio después de que te haya hecho
correr.
Esto es lo que mi madre me diría. Nunca maldeciría de la forma en que
yo lo hago, pero Shelta nació bendecida con la habilidad innata de unir una
serie de palabras comunes e inofensivas en una oración y hacerte sentir
como si te hubieran jodido en el culo. Hace cuatro noches, hizo
precisamente eso cuando me recordó (al parecer por última vez) mi deber, y
lo que debe hacerse para proteger a la familia Rivin. Lo que tengo que hacer:
encuentra una mujer. Cásate con ella. Acepta la corona. Sé un buen hijo y
un buen rey, y no te atrevas a quejarte ni una sola vez. Ni siquiera en voz
baja.
Una vez que me bañé, me vestí y agarré una taza de café, me planté en
el amplio balcón y encendí mi celular.
Usualmente solo lo enciendo por un par de horas al día. Una hora,
temprano por la mañana, si puedo manejarlo. Si solo tengo que vivir con la
tortura del contacto potencial con el mundo exterior durante solo sesenta
minutos, creo que es menos probable que golpee agujeros en las paredes.
Cualquiera que necesite comunicarse conmigo sabe cómo funciona esto, y
se ponen en contacto en consecuencia. Cualquier persona que no sepa el
sistema no necesita saberlo y puede irse a la mierda por lo que me importa.
Mis niveles de irritación aumentan cuando me siento, tomando un
sorbo de mi café, mis ojos escudriñan el horizonte de la ciudad, esperando
que la primera campanada interrumpa el silencio. Está destinado a suceder.
Siempre lo hace. No hay escapatoria. Estoy casi sorprendido cuando diez
minutos pasan. Luego otros cinco. Comienzo a tener la esperanza de que tal
vez hoy sea bendecido con un poco de paz y tranquilidad. Y ese es mi error.
Debería saber que ni siquiera debo formar pensamientos en mi cabeza,
porque en el momento en que lo hago...
El tono de llamada suena, fuerte como la mierda. Levanto el teléfono y
lo contesto, ya sabiendo quién es. No me ha llamado desde el día en que fui
desterrado, pero sabía que había abierto una compuerta cuando la visité la
otra noche. La voz de mi madre es aún más plana y monótona de lo normal
cuando me saluda.
—Escuché que saliste vivo de la jaula de nuevo. Supongo que debería
estar aliviada.
El café, negro y espeso como el alquitrán, tal como me gusta, se vuelve
amargo en mi boca.
—Conmovedor. Realmente conmovedor. Me alegra saber que te
preocupa mi bienestar.
Su gran burla me hace apretar la mandíbula.
—Solo porque no pareces preocuparte por tu responsabilidad conmigo
como mi hijo no quiere decir que ha dejado de ser mía como tu madre. Dime
que hiciste lo suficiente para alejarte por unas semanas, al menos.
A ella nunca le gustó que participara en las peleas. Siempre me
avergonzaba por ganar dinero con mis puños, incluso antes de que me
echaran.
—¿Le diste tanta mierda a Jamis cuando era un boxeador? —“Jamis”
no “mi abuelo”. Nunca llegué a conocer al hombre; murió mucho tiempo
antes de que yo naciera—. Todos hablan de él como si fuera una leyenda.
Estoy seguro de que el dinero que ganó luchando en el pasado, el dinero que
puso comida en su mesa cuando a la feria no le iba tan bien, no se consideró
vergonzoso.
Algo retumba en el fondo. Probablemente una sartén. Tiene una
predilección por golpear ollas y sartenes cuando no le gusta lo que está
oyendo. Aprendí a temprana edad a nunca darle malas noticias cuando
estaba cocinando.
—Los tiempos han cambiado —dice bruscamente—. El clan ha
cambiado. Para bien o para mal, tomamos la decisión de modernizarnos.
—¿Para bien o para mal? —Me río—. ¿Crees que fue un error? ¿Quieres
volver a los viejos caminos? ¿Niños casados a los trece años? ¿Mujeres
encadenadas al fregadero de la cocina? ¿Sin educación para las niñas?
¿Supersticiones que restringen cada movimiento que haces?
—Cuida tu lenguaje. Sabes a lo que me refiero.
Realmente no sé lo que quiere decir. Si se saliera con la suya, creo que
seguiríamos viviendo como su padre y su padre antes que él. Todavía no
puedes hablar de fluidos corporales sin que se le rompa un jodido vaso
sanguíneo. En el pasado, cualquier mención de sangre, sudor, saliva, o
incluso la necesidad de ir al jodido baño habría significado mala suerte
inmediata para toda la familia.
Si hubiera escuchado lo que dije sobre follar con una chica durante su
período en ese bar anoche... ¡já! Santa mierda. Habría tenido que pedir
perdón a todo el clan para evitar ser desterrado durante seis meses o pagar
una jodida multa. Shelta podría afirmar que el clan Rivin está más allá de
las tradiciones del pasado, pero sé que hace que Patrin rechace a las
personas, negándoles la entrada a la feria, si llevan incluso el trozo más
pequeño de rojo, y su piel aún se arrastra cada vez que ve un gato. Si tuviera
alguna idea de que regularmente alimentaba un gatito callejero que vive en
el callejón detrás del estudio, nunca más me volvería a hablar.
Tal vez debería decírselo.
—La feria gana mucho dinero en estos días. Lo sabrías si te hubieras
molestado siquiera en preguntar cómo lo hemos estado haciendo la otra
noche. Sí, mi padre hizo dinero luchando, pero las cosas eran mucho más
difíciles para nosotros entonces. Después de la guerra…
—Oh Dios, no empieces de nuevo sobre la Segunda Guerra Mundial.
No puedo soportarlo. Jamis no nació hasta mil novecientos cuarenta y siete.
¿Y adivina qué? Nuestra familia estaba aquí en Estados Unidos. Lo había
estado por generaciones. Hitler no mató a ninguno de nuestros parientes.
Si mi madre supiera conducir, si supiera dónde vivo, estaría aquí en
un instante para arrancarme la piel de los huesos. Afortunadamente, no lo
hace. Aunque está hirviendo.
—Fuimos los afortunados. Imagínate si las cosas hubieran sido
diferentes. Imagínate si los Rivin todavía hubieran vivido en Europa.
Entiendo de donde viene esto. Lo hago. Nuestra gente se ha enfrentado
a la persecución y los prejuicios desde el principio de los tiempos, y nunca
tanto como entonces: millones y millones de gitanos murieron, pero ella
tiene razón. Nosotros fuimos los afortunados. Y aferrarse a un pasado brutal
que en realidad nunca nos pasó, simplemente no se siente bien conmigo.
Está tomando prestada la tragedia de otra persona para cumplir sus propios
propósitos.
Froto mis ojos un poco demasiado fuerte, suspirando por mi nariz.
—Si estás llamando para saber si he ganado suficiente dinero para
dejar de pelear el resto del mes, entonces la respuesta es sí. Lo hice. ¿Dejaré
de luchar por el resto del mes? Probablemente no. Ahora, si no te importa,
tengo algunas cosas que tengo que hac…
—Brigid Clay viene a la feria esta noche. Su sobrina acaba de cumplir
dieciocho, y envió una foto. Ella es muy bonita. Quiero que vengas a
conocerla.
Al otro lado de la ciudad, un avión se eleva sobre edificios de gran
altura, elevándose como un pájaro. La luz del sol a tempranas horas de la
mañana rebota en su exterior de metal, casi demasiado brillante para mirar,
cuando trescientas o cuatrocientas personas dejan atrás a Spokane,
dirigiéndose a solo Dios sabe dónde.
Por un momento de mal genio, envidio seriamente a esos bastardos.
—No me reuniré con la sobrina de Brigid Clay —gruñí—. Y tampoco me
reuniré con nadie más. No toleraré esto. Por favor, no me vuelvas a llamar.
Cuelgo el teléfono antes de que pueda disparar una de sus réplicas de
víbora. No puedo sentarme aquí y escuchar otra palabra de su parte. Ahora
que estoy al tanto de su agenda, también sé que no renunciará a esto.
Volverá a llamar mañana, y al día siguiente, y al día siguiente, si cree que
podría trabajarme, como las mareas de un océano trabajan contra la orilla,
tratando de romperla, un grano de arena a la vez. Sin embargo, no me
debilitaré por su constante acoso. Mi voluntad no es de piedra. Tiene un
borde de diamante y está afilado como una puta navaja, y no será devorada
por su pura determinación, ni por ninguna otra persona.
He soñado con la mujer con la que se supone que debo estar durante
años. Finalmente la encontré, finalmente la conocí, finalmente la toqué con
mis propias malditas manos. Y si el demonio que alimenta el desquiciado
corazón de mi madre me impedirá finalmente tenerla y mantenerla para mí
por el resto del tiempo, entonces no tendré a nadie. Para mantener a Zara a
salvo, no me involucraré con ella. Nunca me casaré, y nunca aceptaré la
corona.
Todavía hay mucho que saber sobre mi luciérnaga. Todavía hay mucho
que aprender. Sin embargo, sé que Zara y yo estamos destinados a estar
juntos, y que se supone que ella debe completar mi jodida alma. Y si mi
propia madre está tan decidida a condenarme a deambular por esta tierra
solo con la mitad de un alma, la mitad de un corazón y la mitad de una puta
vida... entonces también que me condenen si le doy cualquier otra parte de
mí.
Aprieto mi mano alrededor de mi teléfono, desafiándome a aplastarlo.
Romper la pantalla en un millón de pequeñas piezas. Mi mano está latiendo
cuando el dispositivo zumba, registrando un mensaje de texto. Ni siquiera
quiero mirarlo, pero lo hago.
Patrin: El bar deportivo de Homer en Longview. Una hora.
Necesitamos hablar.
Zara
Último recurso
Un rayo azota el cielo como un látigo. Esta mañana podría haber estado
nítida, brillante y soleada, pero ahora el cielo está de un oscuro y enfadado
gris, y hay suficiente electricidad en el aire para que los vellos en la parte
posterior de mi cuello se ericen.
Siempre me han gustado las tormentas, pero hay algo inquietante y
preocupante acerca de la tempestad que se está gestando ahora. Estoy
inquieta. Agitada. No puedo quedarme sentada. Y nada de lo que hago
parece quitar el borde de mi ansiosa energía.
Sarah todavía no ha regresado. O aún está encerrada dentro de su
apartamento y no abrirá la puerta. Una sofocante manta de silencio me
saluda cada vez que voy y golpeo la madera, y mi preocupación está
creciendo más y más con cada segundo. Mi paranoia ha alcanzado niveles
psicóticos. Hasta el momento, he teorizado una serie de escenarios, algunos
de los cuales son extraños e improbables, mientras que otros bordean
francamente lo terrorífico y ridículo. Todos ellos involucran a Sarah metida
en algún tipo de problema, y eso me está volviendo malditamente loca.
No sé qué hacer, ni a dónde ir a buscarla. Es muy poco probable que
haya ido a buscar a su hermana, pero si fue a la Feria de Medianoche anoche
y todavía no ha regresado, entonces ¿qué significa eso? No sé nada de los
problemas que Sarah enfrentó con su familia. La naturaleza de su ruptura
todavía es completamente desconocida para mí. ¿Fue la causa de su
alejamiento tan terrible que Shelta y los otros miembros de la familia Rivin
la lastimarían por eso? Seguramente no.
Y, por más que lo intente, no puedo sacar la carta de tarot de mi cabeza.
Me convencí a medias de que debí haberla tomado de la mesa de Shelta
cuando estuve en la feria, que debí haberla guardado en mi bolso o algo, y
la saqué distraídamente en el trabajo, pero sé la verdad en mi corazón.
Además de seleccionarla del mazo de Shelta, no la volví a tocar. No hay
forma de que hubiera podido haber terminado entre mis cosas en mi
escritorio. No sin alguien de la feria llevándola al centro del despacho y
dejándola ahí a propósito, esperando que la encontrara.
Estoy perdiendo mi jodida mente.
A las tres de la tarde, después de pasearme por la sala de estar en mi
apartamento durante la mayor parte de la mañana y de la tarde, finalmente
me siento frente a mi computadora portátil en la mesa del comedor y abro
una página web. Mis dedos se mueven rápidamente sobre las teclas.
“Representaciones de cartas de tarot y sus significados”
Surgen numerosas páginas, una larga lista de sitios que contienen la
información que he solicitado. El primer enlace en el que hago clic no sirve
de ayuda. Las ilustraciones en las cartas de tarot no se parecen en nada a
la que está al lado de mi computadora. Según el sitio web, son cartas
contemporáneas, y las imágenes son todas interpretaciones de una baraja
tradicional. Las llamas de color y los extraños iconos son inusuales y
bonitos, pero no van a ayudarme a descubrir el significado de la dama
dorada con su corona y su cetro.
Tengo mejor suerte en el segundo sitio que visito. Las cartas aquí no
son exactamente iguales a la baraja de Shelta, pero son similares, y llevan
las ilustraciones tradicionales. Me toma tres minutos enteros desplazarme
a través de cada carta individualmente, para localizar la que estoy
buscando.
Al parecer, es La Emperatriz III.
Mis ojos viajan por la información debajo de la carta, leyendo
rápidamente.
“Tercera carta, o carta de la Arcana Mayor. La Emperatriz se sienta en
un trono portando una corona estrellada, sosteniendo un cetro en una mano.
El cetro es representativo de su poder sobre la vida, su corona tiene doce
estrellas que representan su dominio a lo largo del año, y su trono se
encuentra en medio de un campo de grano, representativo de su dominio
sobre las cosas en crecimiento.
Significado: La Emperatriz es asociada tradicionalmente con la
influencia materna. Es la carta indicada si estás esperando formar una
familia. Puede representar la creación de la vida, el romance, el arte o los
nuevos negocios.
Carta en vertical: Embarazo, Nutrición, Abundancia, Cuidado materno,
Una nueva oportunidad, Estabilidad.
Carta invertida: Problemas financieros, Estancamiento, Problemas
domésticos, Embarazo no deseado.
Bueno, mierda. La carta estaba en posición vertical, así que eso
significa que representa un embarazo, una nueva oportunidad, y
abundancia, todas las cuales están innegablemente fuera de la mesa para
mí en este momento. Estoy soltera. Ni siquiera estoy saliendo con nadie, y
mucho menos he tenido sexo, ¿y nuevas oportunidades? ¿Abundancia? Eso
es una broma. Posiblemente acabo de perder mi trabajo, no me han ofrecido
uno nuevo, y el poco dinero que he ahorrado en el banco difícilmente me
permitirá vivir una vida abundante.
Le doy vuelta a la carta, preguntándome si hay algo pertinente en el
reverso, pero no hay nada. Solo el bonito patrón dorado de encaje que la
cubre de borde a borde.
Tan jodidamente extraño.
La carta está tan alejada y desconectada de mi propia vida que no
puedo evitar fruncir el ceño. La actitud de Shelta definitivamente empeoró
una vez que saqué la carta. Pero estoy luchando por entender qué parte del
significado de la carta la preocupó tanto que tuvo que pedirme que me fuera.
Simplemente no tiene ningún sentido.
Sé que es imposible y no hay evidencia real para apoyar la idea, pero
simplemente no puedo sacudirme la sensación de que Shelta tiene algo que
ver con mi suspensión del trabajo. ¿Podría ella haber hecho algo para
orquestar la acusación de acoso hacia mí? Qué hay de esta estúpida carta
y su vago significado, ¿podría haberla llevado a hacer algo tan drástico y
fuera del lugar?
Me preparo una taza de café, pero la dejo sobre la mesa del comedor,
sin tocar. La tormenta que antes amenazaba con estallar finalmente llega, y
la lluvia azota las ventanas, torrencialmente, el sonido del aguacero
rugiendo en la calle. Está tan oscuro, el cielo es una espesa manta de nubes
de color hierro, que tengo que encender la luz de la cocina para evitar
estrellarme con cualquier cosa mientras reanudo el paso.
¿Dónde está Sarah?
¿Tengo razón sobre Shelta?
¿Yuri Petrov no ha traído a su hijo a casa todavía?
¿Mi amigo está a salvo?
¿Quién demonios dijo que yo le estaba causando problemas en el
trabajo?
¿Corey está recibiendo la ayuda y la atención que necesita tan
desesperadamente, ahora que está a salvo?
Mi cabeza no cederá. Los engranajes de mi mente giran y giran, metal
rechinando contra metal, y todo en lo que puedo pensar es que todo, todo
esto, está conectado de alguna manera. Las llamadas al teléfono público. La
Feria de Medianoche. Sarah. Mi trabajo. Pasha. Los sueños.
Si no tengo cuidado, voy a masticar cada una de mis uñas hasta la
nada. Eventualmente, mis acelerados pensamientos se vuelven demasiado.
Tengo que conseguir respuestas. Necesito saber más allá de toda duda qué
está pasando aquí. Saco mi teléfono, molesta e irritada conmigo misma
porque estoy llegando a este nivel, pero no hay otra manera…
Me desplazo por mi lista de contactos hasta que llego a la letra P. Paula
Harrison. Peter Dalziel. PJ. Penny Lauder.
Vuelvo al inicio, haciendo una doble comprobación en caso de que me
haya pasa el nombre que estoy buscando.
Nop. No hay nada ahí.
Uhhh…
¡Oh!
¡R!
Verifico si guardó su información con su apellido, pero tampoco hay
nada ahí. No hay ningún contacto entre Rennie y Madison Roberts, donde
debería estar Rivin.
Arrojo el teléfono sobre la mesa, frunciendo el ceño hacia el techo. ¿De
qué demonios estaba hablando, entonces? ¿Qué significaba su críptico:
“Estaré esperando tu llamada”, si no había encontrado una manera de
guardar su número en mi teléfono? Me hundo en mi silla en la mesa del
comedor, y dejo que mi cabeza descanse pesadamente en mis manos.
Cuando era niña, solía sentarme con mi padre en las mañanas en la
mesa del desayuno y ayudarlo a completar su crucigrama. Era demasiado
joven para ser realmente de ayuda, él hacía todo el trabajo, por supuesto,
pero la emoción de poder sentarme con él para tratar de resolver las pistas,
cuando por lo general él estaba demasiado ocupado para notar que estaba
ahí, me hizo desarrollar una temprana obsesión con la resolución de
rompecabezas. Quería ser buena en ello, para poder llegar a las respuestas
antes que él, porque, en mi mente de siete años, eso lo haría sentirse
orgulloso de mí. Desde entonces, siempre me han encantado los
rompecabezas. Todos los rompecabezas. Me encantaba trabajar en los
complejos nudos y enredos en ellos, desenredándolos hasta llegar al final.
¿Pero este rompecabezas? No hay un final para el complicado enredo
de este rompecabezas de extremos deshilachados y pistas ambiguas. Este
rompecabezas no es de ninguna manera divertido, en sombra o forma.
Tienes consecuencias en el mundo real, y no quiero tener que tirar y
empujar más, tratando de forzarlo para que tenga sentido. Este
rompecabezas en particular puede irse a la mierda.
Un rayo de luz, cegadoramente brillante, ilumina el cielo fuera de la
ventana de la cocina, y la calle empapada por la lluvia empieza a ondular a
la vista durante un segundo, bañada por una luz blanca brillante. Me pongo
de pie, casi derribando mi taza de café frío. El líquido en el interior se
derrama, salpicando sobre la mesa y aterrizando directamente en mi
teléfono.
—¡Mierda! —Salto, agarrando un puñado de papel de cocina, y limpio
furiosamente la pantalla. Mis manos se detienen cuando veo la información
de contacto que pasé por alto, mostrándose clara como el día…
Hace un momento, busqué específicamente a Rivin, donde el nombre
de la familia de Pasha debería haberse guardado alfabéticamente entre los
otros nombres. No me había molestado en mirar la parte superior de la
sección “R”. Si lo hubiera hecho, me habría dado cuenta de la extraña frase
al principio de la sección.
“Criado Por Lobos”2
Mi corazón salta antes las palabras. Las palabras que le dije a Pasha,
cuando le grité en la calle frente a la Feria Medianoche. ¿El bastardo había
encontrado una manera de entrar a mi teléfono, y había decidido que así iba
a pasarme su número? Por el amor de Dios. ¿Cuánto tiempo me habría
costado encontrar eso si no hubiera tropezado con ello accidentalmente en
este momento?
Presiono el botón de llamada y sostengo el teléfono contra mi oído,
negándome a permitirme preparar lo que voy a decir en mi cabeza. Si lo
pienso demasiado, terminaré tropezándome con mis palabras. Y, de todos
modos, esto no es una llamada social. Pasha Rivin es un pedazo de mierda
inteligente y arrogante. Ya he decidido esto, y apenas he pasado algo de
tiempo con el hombre. Ciertamente no es el tipo de persona con el que me
gustaría tener una cita. Definitivamente no es el tipo de hombre con el que
me involucraría de ninguna manera. Voy a llamarlo, obtener las respuestas
que necesito, y nunca tendré que volver a hablar con él. Aun así… me
tiemblan las manos cuando el tono suena en mi oído.
Suena seis veces. Siete. Ocho. Nueve…
No va a responder. No va a tomar la llamada.
Pero luego el tono se corta abruptamente, y me encuentro con un tenso
silencio en el otro extremo de la línea.
Entonces…

2 Criado Por Lobos: en inglés es Raised By Wolves, la frase comienza por la letra R, al
igual que Rivin.
—Luciérnaga.
Mi corazón trata de salirse de mi pecho. Rico como la miel, basto como
la superficie de la madera sin acabar, el sonido de la voz de Pasha Rivin me
sacude hasta el fondo. Es la misma voz de mis sueños. Lo sé ahora. Puedo
negarlo todo lo que quiera, pero siento la verdad de la realización,
hundiéndose profundamente en mis huesos. Mi lengua se siente como lana
de algodón contra el techo de mi boca cuando digo:
—Crees que eso es lindo, ¿no? Si vas a guardarme con un nombre,
entonces quizás puedas hacerme el honor de usar el que mis padres me
dieron.
—Mmm. —El timbre de su voz es tan bajo que vibra en mi oído y hace
que la piel de mi cuello se erice—. Te lo dije en el bar, ¿no? Los nombres
tienen poder. No deberías dar el tuyo tan libremente.
—Yo no te lo di. Estoy segura de que lo tomaste de mi teléfono. Y luego
Andrew lo confirmó por ti.
Él no niega esto.
—¿Qué hay de malo con “Luciérnaga”?
—Los apodos son para los amigos. Personas que conoces. Gente que te
gusta. —Gente que te folla hasta dejarte sin sentido en tus sueños.
—Vamos. Me gustas lo suficiente, luciérnaga.
Estoy molesta por el sonido de diversión en su voz.
—¿De verdad? ¿Qué me ganó eso? ¿Fue la parte donde te grité y te di
un puñetazo en el brazo? ¿O fue mi total y absoluto desprecio por ti en el
bar?
Él ni siquiera se toma un segundo para pensarlo.
—Ambas. Sé cuándo una mujer se siente atraída por mí. Eres como
una niña pequeña, escupiendo y pateando al niño del que está enamorada
en el patio de recreo.
Oh… mi… Dios. Desearía no haberlo golpeado en el brazo. Mi objetivo
debería haber sido un poco más arriba. Un ojo morado solo le agregaría a
su apariencia de chico malo un mejor aspecto, estoy segura, pero ¿y qué?
Me estaría sintiendo un poco mejor conmigo misma ahora mismo. Mi
temperamento se enciende, y toma todo de mí no colgar el teléfono.
—No llamé para masajear tu ego, ¿de acuerdo? Llamé porque necesito
hablar contigo. Algo sucedió, y yo…
Maldición. ¿Cómo puedo siquiera empezar a explicar algo de esto? Él
va a pensar que estoy loca.
La voz de Pasha ha perdido esa infusión irritantemente juguetona. Sus
palabras son afiladas cuando dice:
—¿Algo bueno? ¿O algo malo?
—¿Tú qué piensas? Algo malo. No te estaría llamando para decirte que
me gané la lotería, créeme.
—Está bien. Entonces dime.
Pellizcando el puente de mi nariz, cierro los ojos, exhalando con fuerza.
Ni siquiera sé por dónde empezar. Inesperadamente y de forma inoportuna,
las lágrimas pinchan mis ojos mientras trato de encontrar el lugar correcto
para empezar.
Pasha espera.
Escucho su respiración tranquila y calmada al otro lado de la línea.
Mi pecho se siente como si estuviera siendo aplastado. Las paredes se
sienten como si se estuvieran cerrando.
Escucho otros sonidos, entonces: el suave tintineo de un juego de
llaves. Tela frotándose entre sí.
No he hablado durante un minuto entero, cuando él me susurra en voz
baja al oído.
—Dime dónde estás, Luciérnaga. Iré a ti.
Pasha
Sangre
Acabo de llegar al bar de deportes, pero parece que ya me voy. Salgo
del baño, con la chaqueta puesta y las llaves en el bolsillo trasero. Patrin me
mira fijamente desde el otro lado de la barra, la mujer con la que hablé hace
un momento se ha ido. Tiene dos cervezas, una en cada mano, una
obviamente para mí, pero por la expresión de desagrado en su rostro, sabe
que no la voy a beber.
—¿Estás bromeando? —gruñe—. No puedes irte ahora. Jamus y Sam
están siendo acusados. Necesitamos un maldito plan.
Arqueo una ceja.
—Lo siento, pero sé todo sobre tus planes. Suelen ser locos e implican
infringir la ley.
Los ojos de Patrin brillan como el acero.
—Puede que te hayas resignado a estar atrapado en una jaula, pero al
menos puedes salir de tu loft cuando te apetezca. Jamus y Sam... su jaula
es infinitamente más pequeña que la tuya. Y no pueden abrir la puerta y
marcharse cuando quieran. Están viendo la vida, Pasha. La vida. Los
jodidamente matará.
Lo entiendo. Sé que lo que dice es verdad. La cárcel es casi lo peor que
puede pasarle a un Roma que está acostumbrado a vagar por donde le
plazca. Ni siquiera nosotros encerramos a la gente en nuestro propio sistema
legal. El destierro es el castigo más severo con el que condenamos a alguien.
Pero realmente no hay nada que pueda hacer aquí. Inclinando la cabeza, me
quedo mirando mis zapatos.
—Deberían haber pensado en eso antes de que los arrestaran, ¿no?
Una cosa es robas a alguien su dinero si es lo suficientemente crédulo. ¿Pero
un maldito banco? —Niego con la cabeza—. No hay negociación con el
sistema legal gadje.
El fuego arde en los ojos de mi amigo. Hemos viajado juntos por todo el
país, uno al lado del otro, siempre nos hemos apoyado en el otro, hermanos
de armas, pero las cosas son diferentes ahora y él lo sabe.
—¿Entonces no vas a hacer nada? —exhala.
—¿Como qué? ¿Sacarlos? ¿Enviarles un maldito pastel de
cumpleaños? Dime una cosa sensata que pueda hacer en esta situación, y
lo haré. Pero no voy a conducir hasta una prisión de máxima seguridad,
atravesar la pared con una camioneta e ir a buscar dos agujas
increíblemente tontas en un pajar muy grande y bien custodiado.
Patrin pone las cervezas en el bar, con las manos sueltas a los costados.
Sé que va a intentar golpearme ahora. Suspiro, inclinando mi cabeza hacia
un lado, dándole una mirada reprobadora.
—No, hermano. Simplemente... no lo hagas.
Es un alborotador. Un matón. Su gancho de derecha ha arrancado filas
enteras de dientes de una sola vez, pero no es rival para mí. Ambos somos
muy conscientes de este hecho. Veo como su ira se disuelve en dolor.
—Cuando le cortas la cabeza a una serpiente, hermano, dos más no
vuelven a crecer. Todos te estamos esperando. Todos estamos aguantando
la respiración, pero pronto nos quedaremos sin aire. Si no te recuperas
pronto, no será sólo tu madre la que tenga que vivir con la vergüenza. No
seré sólo yo porque sigo defendiéndote. Será todo el clan. —Entrecierra los
ojos—. ¿Puedes vivir con eso?
Mis costillas se tensan bajo mi piel. Un dolor agudo me atraviesa el
corazón. Pongo mi mano en el hombro de Patrin, apretando fuerte.
—Ya no necesitas defenderme —gruño—. No lo necesito.
—No lo entiendes —dice Patrin—. Algo ha pasado. Algo que Shelta no
te ha dicho. Las predicciones se están haciendo realidad.
—Lo que sea que haya pasado ya no me afecta. Dar la espalda a mi
sangre. Me hace gadje. Ya no me importa. No soy el hombre que necesitas
ahora mismo.
El horror de Patrin es doloroso de contemplar, así que me alejo de él.
Un movimiento cobarde, tal vez, pero me estoy acostumbrando a esa
picadura llena de vergüenza; le he dado la espalda a muchas cosas en los
últimos tres años. Se suponía que iba a ser como arrancar un curita, corto
y afilado y desagradable, pero entonces había sido más fácil. Más fácil para
mí, y más fácil para ellos también. Excepto que dejar ir no es cómo los Roma
haces las cosas, y fui un maldito tonto al creer que me dejarían ir para
siempre.
—¿Dar la espalda a tu maldita sangre? ¿Has perdido la cabeza, Pasha?
¡Eres el maldito rey! —grita Patrin sobre el sonido del partido de fútbol que
se reproduce en todos los televisores del bar—. ¿Pasha? ¡PASHA! ¿Adónde
carajo vas?
Dudo que me oiga, pero le respondo.
—Tratar de arreglar algo que no está completamente jodido.
***
La lluvia es casi cegadora cuando doblo a la izquierda en Baker y me
lanzo a la noche. Ella no quería que viniera, pero al final cedió. La chica del
cabello ardiente había estado a punto de llorar; no había nada que pudiera
hacer para evitar que apareciera en su puerta. Hace menos de dos horas,
logré convencerme de que alejarme de Zara sería lo mejor para ella, y no
habría roto ese juramento. Me habría alejado de ella, si eso significara que
su vida sería más fácil para ella. Más amable.
Pero había oído el dolor en su voz. Ella había estado molesta. ¿Con
miedo, incluso? Y no puedo alejarme de ella si está en problemas. De
ninguna manera. Especialmente si está molesta o asustada por mi culpa,
indirectamente o no. ¿Y por qué me habría llamado si no soy responsable de
lo que le preocupa de alguna manera?
Estaciono el Mustang frente a su edificio, fuera del bar donde ella
estaba bebiendo jugo de manzana la otra noche, de todos los lugares, y
salgo, colocando un cigarrillo en mi boca mientras miro hacia la ventana del
tercer piso. No siento la lluvia. Necesito un momento para reunir mis
pensamientos, así que enciendo el humo e inhalo, protegiendo el papel del
agua con la mano. Las luces están encendidas ahí arriba. Tal vez esté en la
sala de estar o en el baño, preocupada por lo que va a pasar una vez que
aparezca. Probablemente se esté volviendo loca. Debe haber estado muy
molesta por haber accedido a reunirse aquí, en su casa, en lugar de en un
lugar más público. Podría ser cualquiera. Podría ser un asesino. Podría ser
el tipo de hombre que estrangularía a una mujer, que la despellejaría viva y
la usaría de abrigo.
Hablaré con ella sobre esto cuando finalmente esté en el apartamento.
Tiro del cigarrillo, esperando a que me recorra una sensación de calma.
Pero no llega. Desde que salí de esa tienda y choqué con esa luciérnaga, he
estado esperando esto. Me he acostado con mujeres gadje antes. Gracias a
la influencia de Archie, son las únicas mujeres con las que me he acostado.
Archie es más viajero que Roma, pero sus creencias sobre las mujeres están
muy alineadas con las de mis antepasados. Las mujeres son inmundas. Hay
que mantenerlas lo más puras posible antes del matrimonio, de modo que
a los hombres del clan nunca se les permita acostarse con chicas dentro del
clan. Folla a todas las extrañas que quieras, pero toca a una mujer Roma
antes de casarte con ella y prepárate para lidiar con la tormenta de mierda
que sigue.
Podría follarme a esta mujer si quisiera, y a nadie de mi familia le
importaría. Nunca se enterarían. La cosa es... que ella no es sólo una mujer.
Ella es mucho, mucho más que eso. Ya lo sé, y también mi madre. Shelta
ha sabido todo acerca de mis sueños desde que empezaron a principios de
mis veinte años, y siempre me ha dicho que evite a la mujer como la peste.
Lo sé más allá de toda lógica y razón: si toco a Zara, no habrá forma de
alejarme de ella.
He dejado que el cigarrillo se queme hasta la nada sin fumar la mayor
parte. Lo arrojo a la alcantarilla y un río de agua lo arrastra y la colilla
desaparece por un desagüe. Es hora de acabar con esto. Es hora de entrar,
averiguar qué es lo que está mal, y luego salir de aquí.
***

Zara
El toque en la puerta es más fuerte que el trueno que chocando con la
tierra. Corro a la puerta de la cocina y enciendo las luces, las apago, mi
pulso acelera. ¿En qué mierda estaba pensando?
El apartamento de Garrett está en el piso de al lado, pero estoy segura
de que está en el trabajo, conduciendo al otro lado de la ciudad. El
apartamento de Waylon está en la planta baja. Estará en casa, pero si corro
hacia allá, gritando sobre un tipo que me está molestando en la puerta de
mi casa, va a venir aquí armado, totalmente preparado para matar a quien
sea que encuentre aquí. Y cuando vea a Pasha, no habrá forma de detenerlo.
Dejó más que claro que no le agradó.
La luz del pasillo está encendida; puedo ver la sombra de alguien
parado allí debajo de la puerta, y un rayo de pánico me recorre. Esto fue
una estupidez. Muy, muy estúpida. Pero ya es demasiado tarde. Estaré bien.
Todo saldrá bien. Me digo eso mientras vuelvo a encender las luces de la
cocina, regañándome por reaccionar tan ridículamente, por pensar que
podía esconderme de él, aunque he estado sentada aquí, esperando a que
apareciera. Camino lentamente hacia la puerta.
Me fortalezco a mí misma. Respiro hondo. Mis dedos no funcionan
correctamente al soltar la cadena y girar la manija, abriendo la puerta.
Señor todopoderoso...
No estoy preparada para lo que encuentro en el otro lado. La figura de
Pasha Rivin es un espectáculo para contemplar en circunstancias normales,
¿pero empapado? ¿Empapado de pies a cabeza? Su cabello negro azabache
está de punta y goteando, echado hacia atrás de su rostro, como si
simplemente hubiera pasado sus manos a través de él. Hay gotas de agua
en su piel, corriendo en riachuelos por sus mejillas y la columna de su
cuello, y debajo de su chaqueta de cuero, su camiseta negra está pegada a
su pecho. Así, puedo ver las manchas de ámbar en sus ojos, contrastando
con todos esos filamentos de oro verde delicado que flotan sobre un chorro
de espuma de mar.
¿Por qué se siente como si hubiera llamado para hacer un trato con el
diablo? ¿Y por qué se siente como si el mismo diablo hubiera aparecido en
persona para sellar ese trato? Un violento escalofrío me atraviesa mientras
lo miro desde el umbral del apartamento.
No parpadea. No se mueve. Solo me devuelve la mirada con una de las
suyas, potente y penetrante. Trato de no acobardarme por la intensidad de
la misma. Lo he sacado de mi mente en cada oportunidad posible. He hecho
todo lo que estaba en mi poder para alejarlo de mis pensamientos, pero hay
algo en el hombre frente a mí que no será apaciguado. Me ha quemado la
mente como un incendio forestal imparable, matando de hambre al resto de
mis pensamientos y preocupaciones, hasta que han disminuido y se han
apagado.
Se necesita una inmensa fuerza de voluntad para recordarme por qué
lo contacté esta noche. En el momento en que recuerdo que Sarah está
desaparecida y yo podría haber perdido mi trabajo, el trabajo que adoro y
por el que vivo, me las arreglo para recuperar algo de autocontrol.
—Supongo que será mejor que entres —murmuro en voz baja. Al dar
un paso atrás, hago espacio para que pase; él duda un segundo, todavía
inmóvil, con sus ojos ardiendo en mí, pero luego su pecho se eleva, y se
desliza a mi lado. Es masivo, alto y ancho, pero la presencia misma del
hombre parece hacerlo más grande que la vida. Se dirige a la cocina, mira
de reojo todo: la mesa, la tetera de cobre en la encimera, el calendario en el
frente del refrigerador, la miríada de utensilios, ollas y sartenes apilados
detrás de las puertas transparentes de los armarios de cristal, y espero,
sintiéndome increíblemente pequeña y vulnerable, que me haga objeto de
su escrutinio.
—No es mucho, lo sé. —Me encuentro diciendo. ¿Por qué diablos estoy
defendiendo mi apartamento? ¿Se siente avergonzado de su falta de tamaño
y lujo? El lugar puede ser pequeño, y los muebles pueden no ser caros, pero
es cómodo, acogedor y es mío. Lo que él piense del lugar no debería
importarme en absoluto. Pero...
Pasha se da la vuelta, con el cuerpo rígido, las manos cerradas en
puños a los costados, y al fin se enfrenta a mí.
—Sabes lo que soy, ¿verdad?
Las llamas lamen mis entrañas. No sé dónde buscar.
—¿Qué… qué quieres decir?
—Soy Roma. Un gitano… si estás más familiarizada con ese término.
Envolví mis brazos a mi alrededor, forzándome a no mirar hacia otro
lado.
—Sí. Lo sé.
—Las personas Roma no suelen vivir en apartamentos. Somo viajeros.
No recolectamos un montón de cosas. Al menos mi familia no lo hace. ¿Así
que esto? —Señala a la cocina—. Es mucho.
Su voz no tiene inflexión, por lo que no puedo decir si mi cocina bien
surtida es algo bueno o malo. No pregunto. Pasha frota el rastrojo que marca
su mandíbula, luego apunta con su barbilla hacia la mesa.
—¿Quieres sentarte?
—Claro. —Tomo asiento en la silla más cercana a la salida; una sonrisa
irónica tira de la boca de Pasha mientras escoge la silla del otro lado de la
mesa, la más cercana a la pared. Él sabe por qué me senté donde lo hice.
Porque me sentiré un poco más segura si puedo llegar rápidamente a la
puerta principal. El razonamiento detrás de su elección de asientos también
es clara para mí. Él está tratando de hacerme sentir más segura poniéndose
tan lejos de mí como sea posible. Le doy una sonrisa tensa que espero
transmita mis gracias de mala gana.
Inclinándose hacia adelante, Pasha apoya sus codos sobre la mesa y
su expresión oscura se vuelve terriblemente en blanco. Una pequeña gota
de agua se acumula en el hueco de su labio superior, y me doy cuenta de
que estoy mirando fijamente su boca de nuevo.
—Habla, Luciérnaga. —Su voz es mortal y tranquila—. Dime lo que
pasó.
Con manos temblorosas, meto la mano en el bolsillo de mi cárdigan,
saco la carta de tarot, y la coloco boca arriba sobre la mesa entre los dos.
En el momento en que Pasha la ve, todo su cuerpo se pone rígido.
—¿De dónde conseguiste eso? —pregunta bruscamente.
—La saqué. De la baraja de tu madre en su tienda, después de que te
fuiste la otra noche…
—Mierda —susurra la maldición, pero está llena de tensión. Y… Dios,
¿qué es eso? ¿Miedo? Los músculos de su mandíbula saltan y pulsan
mientras gira la carta, de manera que La Emperatriz III está frente a él—.
¿Estás segura? ¿Esta es definitivamente la carta que sacaste?
Mis dientes rechinan mientras estrecho mis ojos hacia él.
—No soy una imbécil. Soy capaz de recordar eventos simples. Sí, estoy
segura. Y dejé la carta con tu madre en esa miserable carpa, y luego la
siguiente cosa que supe, es que estaba siendo despedida de mi trabajo, y
esta carta —digo, señalándola con mi dedo índice—, estaba entre las cosas
de mi escritorio que me fueron devueltas. Shelta fue grosera como la mierda
después que saqué la carta. Quiero saber por qué. Y quiero saber por qué
ella intentaría y conseguiría que me despidieran por eso.
La mandíbula de Pasha se aprieta de nuevo. Sus ojos palpitan de ira,
pero hay una quietud en él. Va a decirme lo loca que estoy. Es probable que
me exija una disculpa por sugerir que su madre incluso pensaría en hacer
algo tan cruel y desagradable. Me estoy preparando para una discusión,
sabiendo lo increíble que sonaría mi versión del argumento, cuando él dice:
—Porque ella tiene miedo.
Me echo hacia atrás en la silla.
—Entonces… ¿no lo niegas? ¿Estás diciendo que ella tuvo algo que ver
con mi suspensión?
—Si ella vio la carta…
—Lo hizo. Y no parecía feliz por eso.
—Entonces sí. Apostaría que ella tiene algo que ver con eso. Si estás
segura de que las acusaciones no están justificadas…
—¡Por supuesto que no están justificadas! No he acosado a nadie.
Nunca. En mi vida.
Pasha se encoge de hombros.
—Tienes un mal genio.
—¡Por Dios! Eso es descarado, yo… —Evito reaccionar cuando veo el
brillo perverso en sus ojos—. Está bien. —Suelto un suspiro—. En fin, tu
madre es una gran perra y quiere arruinar mi vida. Aún no has explicado
por qué. ¿Cuál es la cosa con esta carta? La busqué y no me pareció tan
amenazadora. Algo sobre el embarazo y la abundancia. ¿Por qué diablos ella
enloquecería por eso?
Las facciones de Pasha vuelven a quedar en blanco.
—Patrin me acaba de decir que una predicción se estaba haciendo
realidad. Sin embargo, no dejé que me explicara. Es una… historia larga.
Una tonta, supersticiosa. Una historia de la familia Rivi. Solo mi madre
realmente cree en eso.
—Sí. Ella cree en ello lo suficiente como para sabotear mi vida entera.
Dime qué sucede, Pasha.
—No va a ayudar.
—Pasha.
—No te hará sentir mejor.
—No me importa sentirme mejor. Me importa recuperar mi trabajo. Y
encontrar a mi amiga.
Él arquea una ceja.
—¿Amiga?
—Te lo explicaré después de que me cuentes la historia.
Parece que va a negarse. Me estoy preparando con una serie de réplicas
y amenazas, pero… nuestros ojos se encuentran, y la mirada plana que ha
estado usando cae.
—Bien. Pero es solo una historia. No necesitas enloquecer.
—La única forma en la que voy a enloquecer es si alargas esto un
segundo más.
Él sonríe, sacudiendo la cabeza. Sin embargo, no es la misma sonrisa
burlona que me ha dado. Es triste y exasperada.
—Mi abuela predijo cuándo iba a morir. Ella hizo a mi madre a un lado
y le dijo que había tenido un mal sueño. En su sueño, su piel se derretía de
sus huecos. Era consumida por el fuego, y no había nada que pudiera hacer
para apagarlo. Mi abuela dijo que lo sabía con certeza: iba a morir quemada
antes de que terminara la semana, y ese sería el fin. Le pidió a mi madre
que comenzara a prepararse para el funeral. Dijo que necesitaba llamar a
los otros clanes para alertarlos de inmediato, para que todos estuvieran allí
a tiempo. Le dijo que quería que la pusieran a descansar a los pies de
Chimney Rock, Nebraska, y que no debían molestarse con una lápida para
ella. Shelta no creyó una maldita palabra de lo que dijo mi abuela, pero
cuando se negó a llamar a las otras familias, mi abuela lo hizo ella misma.
Y efectivamente, cinco días después, sucedió.
—¿Qué? ¿Se quemó hasta morir?
—No exactamente. Cayó a un lago.
—Uhh…
—El lago estaba congelado. Ella cayó a través del hielo. Uno de mis tíos
lo vio pasar y fue tras ella. Estuvo sumergida solo por un par de segundos.
Diez, tal vez. Sin embargo, fue suficiente. La trajeron de vuelta a donde se
alojaba el clan en ese entonces, y consiguieron que se secara. En ropa
abrigada. Lo que fuera. La envolvieron en mantas y la pusieron en la cama,
pero ya era demasiado tarde. A la mañana siguiente, había sido reclamada
por un demonio.
—¿Lo siento? —No pude haberlo escuchado bien.
Travesura baila en los ojos de Pasha mientras continúa.
—La enfermedad nunca es una enfermedad con nosotros, pequeña
luciérnaga. Cuando estás enfermo, estás afligido con un demonio.
—¿De verdad crees eso?
Pasha tamborilea sus dedos contra la mesa.
—No. Aunque hay muchos de nosotros que lo creen.
—Entonces, ¿ella murió de hipotermia o algo así?
—Neumonía. Le dio una fiebre tan alta, que el termómetro que le
pusieron en la boca no pudo registrar su temperatura apropiadamente. Una
de mis tías, la enfermera, que se había colado para verla, dijo que debía
sentirse como si se estuviera quemando de adentro hacia afuera. Le tomó
dos días morir. Y durante esas cuarenta y ocho horas, todo lo que mi abuela
hizo fue despotricar y delirar sobre La Emperatriz. Estaba delirante. Hizo
que mi madre le mostrara la carta de su mazo una y otra vez. Dijo que iba
a ser tomada. Ella tenía que protegerla. Asegurarse de mantenerla a salvo.
Al final, justo antes de que muriera, mi abuela le dijo a Shelta que podía
verlo todo claramente ahora. La Emperatriz iba a desaparecer, pero que
cuando volviera, significaría un desastre para todos nosotros. Las
tradiciones de nuestro pueblo morirían. Los viejos caminos estarían en su
fin. Y no solo eso. Ella predijo que el Rey recién coronado se perdería para
siempre.
—¿Hay un rey? ¿Ustedes tienen una familia real? —Estoy casi
avergonzada por mi falta de conocimiento sobre la cultura de Roma en este
momento.
Pasha entrecierra los ojos por el rabillo del ojo.
—Tenemos un rey. Eso es todo. —Se detiene, todavía mirándome, como
si estuviera tratando de encontrar la respuesta a una pregunta difícil en
algún lugar de mis rasgos. La atención es casi demasiado para soportar—.
Shelta siempre juró que no le creía a mi abuela, pero un grupo de miembros
del clan decidió que sería una buena idea tomar precauciones de todos
modos. Decidieron que la premonición no podría hacerse realidad si La
Emperatriz nunca desaparecía en primer lugar, por lo que hicieron que
Shelta la pusiera en un algún lugar seguro. Un lugar donde nunca podría
perderse.
De repente, mis entrañas se retuercen muy, muy fuerte.
—Oh, Dios. La enterraron con tu abuela, ¿verdad? En una tumba sin
marcas a los pies de Chimney Rock, Nebraska.
Los rasgos de Pasha no revelan nada. Se inclina sobre la mesa, cerca
de mí, gesticulando para que yo haga lo mismo.
—No —susurra, sacudiendo lentamente la cabeza—. Eso hubiera sido
realmente asqueroso. La pusieron en una caja de seguridad.
Casi lo golpeo.
—¡Bastardo! ¡Pensé que iba a tener que lavarme las manos con lejía
para quitarme a tu abuela muerta de mis manos!
La cocina está inundada de piso a techo con un sonido que recuerdo
bien, el sonido de Pasha Rivin rugiendo de risa. El mismo sonido que hizo
eco en mis oídos cuando huía de la Feria de Medianoche.
—El robo de tumbas es algo real, pequeña luciérnaga —dice—. Y Shelta
también estaba paranoica. Quería poder checarla de vez en cuando. Treinta
años pasaron, y La Emperatriz permaneció escondida, bonita y a salvo en
una caja de seguridad. Entonces, hace cinco años, Shelta hace una visita al
banco donde se guardaba la carta, y… —Hace silencio.
—¿Se había ido?
—Se había ido —confirma—. Ella pasó seis meses tratando de
encontrarla, y luego declaró que todo era un montón de mierda de todas
formas y todos debían olvidarlo. Así que eso fue lo que hizo el clan. Y luego
vienes tú, y ¿de la nada sacas esta carta de su mazo de tarot? ¿Una carta
que no ha estado allí en el mazo en más de tres décadas, que desapareció,
tal como lo predijo mi abuela? —Él considera algo, con suaves líneas
formándose en su frente—. Esto en realidad explica mucho.
—¿Cómo?
—Shelta está siendo más loca de lo normal. Nerviosa.
—Entonces está preocupada por la destrucción de tu clan. ¿Y cree que
yo voy a ser la responsable?
—Probablemente. Pero ella probablemente esté más preocupada por la
segunda parte de la predicción de mi abuela.
—¿La parte sobre el rey recién coronado?
—Mmm.
—¿Ella realmente debe amar a tu rey entonces? Si está tan preocupada
por él.
La sonrisa en la cara de Pasha se vuelve amarga.
—Personalmente, no estoy tan seguro de eso, pero mi madre al menos
dice que lo hace. Mira, el rey de los Roma es su carne y su sangre. Él tiene
la desgracia de ser su único hijo vivo.
Mi corazón se detiene en mi pecho. Las piezas del rompecabezas se
colocan en su lugar sin siquiera intentarlo. Sé que debo verme bastante
tonta con la boca abierta y mis ojos del tamaño de platos, pero mi sorpresa
es una cosa viva que respira, y no puedo ponerle un collar para refrenarla.
—¿Tú? —susurro.
Pasha mira hacia otro lado, sus ojos encuentran el calendario en el
refrigerador, luce genuinamente interesado en el hecho de que yo tengo una
cita con el dentista reservada para el próximo jueves.
—Tú eres…
—Prefería que no lo dijeras —murmura.
Pero no hay manera de detener las palabras ahora. Tropiezan con mi
lengua, llenas de incredulidad.
—Tú eres el Rey Roma.
Pasha
El rey Roma
Puedo ver el shock en su cara. Shock y absoluta incredulidad. Parece
que no sabe qué hacer consigo misma.
—Eres un rey.
—Aparentemente. No tengo mucho que decir al respecto. Están
planeando que el delegado me corone.
—¿No quieres?
—Tú tampoco lo querrías si supieras toda la mierda que viene con eso.
—Los conflictos y la superstición. Las constantes responsabilidades. El
incesante zumbido en tu oído de cientos de miles de personas—. Los
beneficios simplemente no valen la pena. He tenido suerte hasta ahora. No
he tenido que lidiar con la mayoría de eso.
—¿Por qué? ¿Cómo?
Dios, luce tan jodidamente inocente, con la nariz arrugada y la cabeza
inclinada hacia un lado. Mi polla palpita, solo una vez. Un recordatorio de
que le gusta la chica que está sentada en la mesa y que le gustaría mucho
enterrarse en esa pequeña boca suya. Me obligo a ignorarla.
—Fui desterrado. Durante los últimos tres años.
—¿Desterrado por tres años por tu propia gente?
Su confusión solo parece hacerla más jodidamente hermosa,
inconveniente para mí, y no está ayudando para nada con la situación en
mis pantalones.
—Por lo general, el destierro solo dura un par de meses. Semanas, si te
pones de rodillas y ruegas.
—Entonces debes haber hecho algo realmente malo para justificar tu
expulsión durante tres años.
Una imagen destella en mi cabeza: sangre. El borde reluciente de un
cuchillo ferozmente afilado. Ojos anchos y furiosos cuando el acero se
hundió a través de la carne y golpeó el hueso.
—No tienes ni idea.
—Pero estuviste en la feria la otra noche.
—Mi destierro terminó hace cinco semanas. Fui a ver a Shelta. Para
decirle que negaría mi reclamo al trono. Ella no tomó bien la noticia.
—Y luego apareció La Emperatriz y ahora estoy pagando el precio por
el mal humor de tu madre. —No luce impresionada—. Si estás en la fila para
el trono, entonces Shelta responde a ti, ¿verdad?
Ya sé hacia dónde se dirige con eso.
—Sí. Y la encontraré mañana y le diré que retenga a los perros. Pero no
le va a gustar.
La ira se eleva en las mejillas de Zara, poniéndose de delicioso color
carmesí.
—No me importa una mierda si a ella le gusta. Quiero recuperar mi
trabajo. Y también quiero saber qué ha hecho con Sarah.
—¿Sarah?
—Oh… —Sus labios se separan. Agarra el borde de la mesa, como si
acabara de darse cuenta de que ha cometido un terrible error—. Mi amiga.
Creo que ella salió anoche. Y no ha regresado.
Bueno, ahí está. La razón por la que estaba a punto de llorar por
teléfono.
—¿Y qué puedo hacer al respecto? Mi influencia, tan limitada como es,
solo se extiende hasta los Roma.
Mi pequeña luciérnaga parece un poco perdida por un segundo,
mirando alrededor de la cocina como si pudiera ser capaz de reubicar sus
pensamientos en el tendedero sobre mi hombro derecho.
—Mierda. Iba a abordar esto de manera un poco diferente, pero... —
vacila. La dejaría averiguar qué es lo que está tratando de decir por sí
misma, pero sus ojos brillan repentinamente, empapados de lágrimas, y
moriré antes de dejar que se caiga una de ellas.
Así que hago algo real y jodidamente tonto.
Me estiro y la tomo de la mano. Tan pequeña en la mía, mucho más
delicada y frágil... se congela, aspirando profundamente, pero no intenta
alejarse. Todavía.
—Escúpelo, luciérnaga —gruño—. Si hay algo que pueda hacer...
Cuando ella se chupa el labio inferior, tengo que abstenerme con fuerza
de subir sobre la mesa y chuparlo en mi boca. Sus hombros se desploman
cuando dice:
—Sarah. Mi amiga. Ella es como tú. Roma. Pero más que eso, ella...
está relacionada contigo. Eso es lo que ella dijo, de todos modos. Que ella es
la hermana de tu madre. Haciéndola tu... tía.
La sangre se ha ido de mi cara. Sé que lo ha hecho, porque puedo
sentirlo acumulándose en la boca del estómago.
—¿Tía? Eso no es posible. No tengo una tía.
—Ella dijo que hubo algún tipo de pelea. Ella y Shelta...
—Su hermana murió cinco años antes de que yo naciera. Y su nombre
era Kezia, no Sarah.
Zara se mete el cabello detrás de las orejas y luego se cubre la mitad
inferior de la cara con las manos. Ella me mira por encima de sus dedos, y
las lágrimas que se han estado acumulando, las que yo contendría a
cualquier costo, caen como cristales en miniatura de sus pestañas.
—Tengo esta terrible sensación —susurra—. Creo que algo le ha
pasado. Y no es una coincidencia que la feria haya llegado aquí y tú hayas
aparecido, y...
—Si Kezia aún estuviera viva, lo sabría. —Pero algo se está moviendo
dentro de mí. Algo oscuro, desagradable y extraño. Mi madre guarda rencor
como nadie más. Ella es siempre la última en perdonar. Nunca olvida. Si
Shelta se peleara con su hermana y Kezia abandonara el clan... ¿habría
negado su existencia todo este tiempo? ¿Habría mentido y dicho que estaba
muerta?
—Sarah no tiene ninguna razón para hacerlo. No le dije nada sobre la
feria. Ella ya sabía tu nombre. Estaba aterrorizada cuando se dio cuenta de
quién estaba bajando la escalera en Rochester Park. También sabía el
nombre de Shelta. ¿Alguna vez has visto una foto de ella? —pregunta Zara—
. Tal vez si te mostrara una foto, ¿podrías reconocerla?
Me las arreglo con un breve asentimiento. He visto una fotografía de mi
tía muerta hace mucho tiempo; la saqué de una pila de papeles que ardía
en un brasero fuera de uno de nuestros asentamientos cuando tenía diez
años o algo así. Mi memoria de la imagen es nebulosa en el mejor de los
casos, pero debería ser suficiente. Echaré un vistazo a esta mujer que se
hace pasar por Kezia, y podré aclarar esto muy fácilmente.
Espero mientras Zara levanta su teléfono y se desplaza por sus fotos.
Ella gira la pantalla y me la ofrece, mostrándome la imagen que ha
seleccionado. La cara sonriente de Zara me distrae por un momento. Su
sonrisa es tan amplia que me deja sin aliento por un segundo. Durante mis
breves encuentros con ella, nunca la he visto tan feliz y despreocupada. Solo
molesta, o algo preocupada. Al verla sonreír así, sus ojos arrugados en cada
esquina, jodidamente me destruye. Me hace arrepentirme de no ser nunca
la causa de una sonrisa tan asombrosa.
La mujer de pie junto a ella en la foto es mayor. Mayor por mucho. Su
cabello es rubio, pero el color parece hecho por tinte. Su sonrisa es tan
amplia como la de Zara, y su brazo está alrededor de la cintura de mi
pequeña luciérnaga de una manera que demuestra que son cercanas. Miro
el vestido con estampado de cebra, los ojos en forma de almendra y la
máscara de pestañas, y... ¿qué mierda es eso? Frunzo el ceño, tomando el
teléfono de la mano de Zara, estudiando la pantalla un poco más de cerca.
Hay una cadena alrededor del cuello de la mujer. Una cadena tan similar a
la que rodea el cuello de mi madre, que yo...
No puede ser.
Mi madre nunca se quita el colgante de luna creciente alrededor de su
cuello. No por nadie, ni por nada. El que rodea la garganta de esta mujer es
notablemente similar y, sin embargo, es diferente. En lugar de una luna, el
amuleto que cuelga de la fina cadena de oro es un sol ardiente. El estilo del
colgante. La cadena. Luce como una pieza correspondiente, como si hubiese
sido hecha por la misma mano.
Le devuelvo el teléfono a Zara, con un sentimiento asqueroso sobre mí.
—¿Y bien? —pregunta ella. Está tan ansiosa como yo estoy perplejo—.
¿Qué piensas?
La miro fijamente, odiando que esté llorando. Odiando que gran parte
de mi vida ya se haya filtrado en la de ella.
—Creo —digo, tomando una respiración profunda—, Que necesito una
jodida bebida.
Zara
El cazador y el conejo
Revisamos el departamento de Sarah una vez más antes de
marcharnos.
Ella no está allí.
Cuando salimos, la lluvia se ha detenido misericordiosamente, y los
cielos están claros, pero está helando. El aire nocturno aguijonea mientras
lo inhalo en mis pulmones. Pasha aún no ha dicho nada más sobre la
fotografía que le mostré. No ha dicho nada en absoluto. Permanece en
silencio como una tumba mientras caminamos los cuatro bloques hasta un
bar en Jefferson. Decidí que no era inteligente ir a Hitchin incluso aunque
es más cerca; si Garrett o Waylon nos veían allí, bebiendo juntos, habrían
empezado a lanzar golpes y después hecho las preguntas. Un nuevo lugar,
lleno de caras desconocidas, parecía apropiado. Cuando llegamos fuera del
bar (El Búho Eléctrico), Pasha se detiene, mira fulminante el letrero neón,
con la cara ilegible.
—¿Qué es?
—Los búhos son prikaza. Mala suerte —dice—. Son un augurio de
muerte.
—Oh. Bueno…
Pasha abre la puerta bruscamente, la acción es furiosa, y me hace
gestos para que entre.
—Podemos ir a algún otro lado si quieres —digo.
Sacude la cabeza.
—Los Rivin decidieron dejar que permitir que la superstición rigiera sus
vidas hace un tiempo. Y además, no es un búho real.
Dentro, el bar está iluminado con luces tenues azul eléctrico, y hay
pequeños búhos mecánicos por todo el lugar, posados encima de llaves de
cerveza, sobre los estantes de vasos, y pertrechados encima de la barandilla
de metal que pasa alrededor de la gran sala. Pasha no reacciona. No
menciona los jodidos pequeños encantadores ni una vez mientras se dirige
hacia la parte trasera y elige un reservado. Yo me deslizo enfrente de él,
sacando los brazos del abrigo.
—¿No tienes frío? —pregunto. Ahora está mucho más seco de lo que
estaba cuando apareció ante mi departamento, pero es imposible que su
chaqueta de cuero se haya secado. Sin darle mucho pensamiento aparente,
remueve su chaqueta y la arroja sobre la banca junto a él. Casi jadeo cuando
veo el inmenso moratón de un purpura vivo en su brazo, justo debajo de la
manga de su camiseta—. ¿Qué diablos te hiciste?
Él sigue mi mirada, mirando a su brazo.
—Alguien me pellizcó. —Se detiene, como si eso fuera explicación
suficiente.
—¿Te pellizco cómo? ¿En un auto? Ese es un moretón muy serio.
Me mira con una sonrisita salaz.
—Suenas preocupada, Luciérnaga. Tengo montones de otros
moretones, si quieres verlos.
La mesera me salva de tener que tartamudear una respuesta frustrada.
Llega a la mesa con una pequeña tabla en su mano.
—¿Qué les sirvo?
—Whisky. Y un trago de tequila.
—Yo pediré un jugo de manzana por favor.
La mesera no luce impresionada. Se marcha para conseguir nuestras
bebidas, y Pasha se reclina en su silla, dejando descansar la cabeza contra
la parte posterior del reservado. Su cuello está expuesto, y me descubro
revisando disimuladamente los fuertes músculos de su pecho y sus
hombros. Con la luz azul bañándolo, luce como alguna clase de dios
futurista. Me doy cuenta, con no poca ironía, que no es un dios. Solo es un
rey.
Cuando la mesera regresa, ella envía una mirada apreciativa en
dirección de Pasha. No que él no note. Coge su vaso de whisky y empuja el
tequila hacia mí, deslizando el trago por la mesa.
—No soy buena bebedora.
Él arquea su ceja derecha.
—¿Por qué no? ¿No quieres tener una resaca para el trabajo al que ya
no estás yendo?
Imbécil.
—Si no quieres, está bien, Luciérnaga. Felizmente me lo beberé. Pero
después del día que has tenido…
Tiene razón. He tenido un día infernal. En realidad, he tenido un par
de semanas infernales. Cojo el trago y lo vierto en el jugo de manzana que
está frente a mí, esperando que enmascare el sabor. Técnicamente, debería
asegurarme de no beber en absoluto. No me gusta que me obliguen a nada,
mucho menos en aflojar el fuerte agarre que tengo en mis facultades
mentales, pero honestamente, estoy esperando que el tequila pudiera
relajarme.
No sé qué pensar de este hombre.
Es indescifrable en la forma más enfurecedora. Callado y reservado,
sarcástico y arrogante, y aun así con un toque de humor auto despreciativo
que encaja completamente con su presentación externa al mundo.
Toma un trago de su whisky, sus ojos encuentran los míos a la media
luz.
—Me estás mirando como si acabaran de servirme en un plato y te
estuvieras preguntando cuál es mi sabor —afirma.
—No me estoy preguntando a qué sabes.
Él sonríe, y mi aliento se atora en mi garganta.
—Si lo estuvieras, lo entendería. Yo mismo me lo he estado
preguntando sobre ti.
—¿Qué?
—Constantemente. Esa pregunta me ha mantenido despierto las
últimas cuatro noches. Me ha plagado. Me ha robado el sueño. La verdad…
me lo he estado preguntando mucho más tiempo que eso.
Solo ha tenido un sorbo de whisky. Uno. Es imposible que ya esté
borracho. Lo que significa que legítimamente no tiene problema con decir
cosas así, solo porque le da la jodida gana. Aunque debe ser agradable ser
tan liberal, yo no necesariamente aprecio que sea tan liberal conmigo. No
estoy acostumbrada a semejante coqueteo descarado; ni siquiera tengo idea
de cómo responder.
Pasha me lanza una sonrisa lenta y conocedora.
—Un cazador persigue su presa de un bosque. El conejo se lanza en
esta dirección. Ella se lanza en aquella dirección. Hay muchos lugares para
ocultarse en el bosque, pero el miedo que recorre sus venas exige que
continúe corriendo. Sin embargo, el cazador no corre tras ella.
Sencillamente sigue sus rastros caóticos a través de las hojas secas hasta
que la encuentra. Está exhausta, yace allí, vulnerable y jadeante, y todo lo
que tiene que hacer es estirar la mano… y cogerla.
Tomo un sorbo de mi bebida, rehusándome a acobardarme por la
energía tumultuosa que está destellando en el mar sin fondo del verde de
sus ojos.
—¿Crees que estoy indefensa, Pasha? ¿Eso es lo que estás diciendo? —
Mi voz es tranquila y calmada, aunque mi corazón está latiendo como un
tren fuera de control. Me han coqueteado montones de hombres antes.
Hombres muy atractivos, guapos, mucho menos engreídos que el distractor
con camisa negra ajustada sentado enfrente de mí. Nunca me había sentido
como ahora, sin embargo. Atrapada, en desacuerdo conmigo misma, tan
envuelta en la vista, el olor y el sonido de ellos. Ha sido un punto de orgullo,
de hecho, que nunca me he convertido en un atontado desastre de nervios
y hormonas antes, pero con Pasha…
—No. Solo pienso que estás perdiendo tu tiempo, buscando algún lugar
donde ocultarte —dice.
Me inclino sobre la mesa y levanto la mano, abofeteándolo con tanta
fuerza en la cara que mi piel arde con el contacto. Al menos, eso es lo que
hago en mi cabeza. En realidad, permanezco sentada, esforzándome por
mantener mis reacciones controladas.
—No soy un sumiso conejito, Pasha. Soy más fuerte de lo que luzco.
—Los conejos han sido conocidos por romperse sus propios huesos
cuando se quedan atorados en una trampa. A veces, incluso se arrancan las
piernas traseras intentando liberarse. Yo diría que eso requiere una
endemoniada cantidad de fuerza, ¿no crees?
—No estoy huyendo de ti. Y no voy a permitirme salir lastimada, así
que sencillamente no caeré en una de tus trampas.
Él sonríe, sus dientes brillan en la luz, y durante un segundo luce
aterrador.
—¿Quién dijo que estaba intentando atraparte? ¿Estás follando con el
chico que trajiste a la feria contigo? ¿El silencioso? —Hace la pregunta como
si no fuera nada. Como si me estuviera preguntando cuáles son mis planes
para las fiestas.
Me muerdo el interior de la mejilla, sintiendo una oleada de calor
bajarme por la espalda.
—¿Garrett? No que sea de tu incumbencia, pero Garrett es mi amigo.
Nunca dormiría con él.
—¿Por qué? ¿Porque no puede susurrar cosas sucias, peligrosas y
deliciosas en tu oído mientras está enterrando su polla dentro de ti?
—¡No! ¡Dios! —Aparto mi bebida, sujetando mi bolso—. Esto fue una
mala idea. No voy a quedarme aquí sentada, para que me hablen como…
Él no intenta detenerme de marcharme. No hace un solo movimiento
para disculparse por su comportamiento.
—¿Cómo? —pregunta
—Como si fuera una cita barata a la que puedes impresionar actuando
así. Más allá de la raya. Ofensivo. Grosero.
Eso hace que se incline hacia delante, descansando los antebrazos
sobre la mesa.
—¿Cómo te he ofendido?
—Implicaste que me estás desgastando, acechándome como alguna
clase de depredador.
Él sonríe con suficiencia.
—Te conté una historia sobre un conejo.
—Y me contaste que has estado perdiendo el sueño, imaginando cuál
sería mi sabor.
—La verdad. Apuesto que eres como algodón de azúcar y chocolate, con
un poco de picante para complementar. Un poco de calor para mantener las
cosas interesantes.
—Ves. ¡Nada de eso es decoroso! Y los desconocidos no le preguntas a
desconocidas con quién comparten la cama, tampoco.
—Jesús. ¿Eres tan estirada que no puedes decir, “con quien están
follando”?
—Estoy tan lejos de ser estirada como es humanamente posible. Tal
vez tus orígenes ocasionan que sencillamente no sabes cómo lidiar con gente
normal.
—¿Mis orígenes? —Hace un puchero, presionando los labios, y veo la
sombra pasar por sus rasgos. No le gustó eso. No le gustó ni un poquito—.
Soy consciente de lo que la gente piensa de nosotros —dice con ligereza—.
Algunos de los estereotipos probablemente son ciertos. Pero los Rivin vitsa
son diferentes. Hemos aceptado muchos aspectos de la vida contemporánea.
Educamos a nuestros niños. Yo fui una escuela privada en Maine. Tuve un
promedio de 3.8. Y he tenido trabajos regulares antes. Sé bastante de la
sociedad gadje, y déjame decirte… ninguno de ustedes es “normal”. La
mayoría son tan buenos en mentirse a ustedes mismos y a todos los demás
a su alrededor que realmente creen que se acomodan a las expectativas de
la sociedad. Que no están caminando por ahí, pensando en comer, beber y
follar como los animales primitivos que son. Que somos todos. —Se traga
su whisky, azotando el vaso sobre la madera pulida.
Vaya. Aparentemente, soy una gran imbécil. Al menos me siento como
una. Lo he juzgado, y él técnicamente no se lo merecía. Vuelvo a dejar mi
bolso y cruzo los brazos sobre mi pecho.
—Muy bien. He hecho suposiciones. Lamento eso. Solo estoy
intentando descifrar qué crees que logrará en este juego que estás jugando.
Los ojos de Pasha pasan por todo el bar, pasando sobre una persona,
y luego otra. Es difícil decir qué está pensando.
—No estoy jugando ningún juego. Me siento atraído hacia ti. Muy
atraído hacia ti. Y no creo en ocultarse tras galanterías estúpidas y antiguas
de cortejo cuando quieres hacer una conexión con alguien. Pero sí veo tu
punto. Nunca va a suceder. —Levanta dos dedos a la mesera, pidiendo otra
ronda, y una pesadez se posa sobre mí. El peso del alivio, me digo, pero
también hay algo más dentro de ese peso. Estoy demasiado asustada de
reconocer la semilla de la decepción y llamarlo como tal, así que la apartó,
desdeñando mi propia estupidez. Aun así, me irrita que él haga una
afirmación tan frívola y fuera de lugar.
—¿Y por qué sería eso? ¿No soy lo bastante buena para su Realeza,
Pasha Rivin?
Sus ojos se lanzan de vuelta a mí, y veo algo dentro de ellos. Luce como
ira.
—No puedo involucrarme con una gadje. No ahora. Sería marime.
Ma-ri-may.
La palabra suena desconocida. No tengo idea de qué significa. Pasha
claramente sabe esto.
—Inmundo. Impuro —dice, aclarando—. Nosotros los Roma tenemos
un poco de obsesión por la limpieza.
—Oh, bien, mierda. Muchas gracias. Me alegra escuchar que soy
mercancía arruinada.
La mesera deja las bebidas y se marcha. Pasha sorbe la suya,
empujando el segundo trago de tequila en mi dirección.
—No te lo tomes personal. También aceptamos trágicamente el
complejo Madonna/Zorra. Queremos mojar nuestra polla a cada
oportunidad disponible, pero las mujeres con las que nos casemos deben
ser virginales. La tremenda doble moral.
—Apesta ser una mujer en tu familia, entonces. —En lugar de servir el
tequila en lo que queda de mi jugo de manzana, esta vez recojo el chupito y
derramo el líquido dentro de mi boca, haciendo una mueca ante el intenso
gusto y el ardor mientras el alcohol se desliza por mi garganta.
Cuando bajo la mirada, buscando el limón y la sal que la camarera dejó
antes, no puedo encontrarlos.
—Aquí, Luciérnaga.
Oh, dulce Jesús. La sal y el limón están en posesión de Pasha. Extiendo
mis manos por ellas, pero él no me las entrega. Frota el borde de la lima en
el dorso de su mano, y luego giro el salero, vertiendo los granos blancos así
éstos se pegan a su piel. Entonces, extiende su mano hacia mí.
—Lame.
Es napalm3 líquido arde dentro de mis venas. Podría lanzarme en una
piscina de agua helada y no sería suficiente para extinguir el ardor.
Lentamente, sacudo mi cabeza, y Pasha sopla un largo respiro por su nariz.
—¿Tienes miedo, Luciérnaga?
—No. Solo soy lista. Probablemente tienes toda clase de bacterias en
tus manos.
—Ya te lo dije. Somos personas muy limpias. Ahora lame.
Solía meterme en muchos problemas en la preparatoria por despotricar
contra los profesores y el director. Un problema con la autoridad; fue lo que
todos decían siempre, durante conferencias de padres y maestros. Nunca
me gustó que se me dijera qué hacer. Mi reacción inicial a la orden de Pasha
es decirle que vaya y se joda realmente él solo, ya que es un rey y todo. Pero
entonces, veo el desafío allí en sus ojos, el guante que está lanzando y veo
lo que hace. Él es el cazador y yo soy el conejo. Y ya no continuaré corriendo.
No seré la persona que él espera que sea.
Sujeto su muñeca y dejo de pensar. Rápidamente, lamo el dorso de su
mano, recogiendo la sal en mi lengua y luego lo suelto. Su sonrisa cruel
parece iluminar toda la cabina, el hombre una fuente de luz propia.
—¿Feliz ahora? —pregunto.
—Eufórico. —Sus ojos están burlándose de mí. Levanta su mano a su
boca y lame donde yo lamí, tomándose el tiempo de saborear la acción. La
visión de su lengua barriendo sobre su propia piel es...
Dios.
Un profundo y adolorido gemido trabaja para liberarse, y los dedos de
mis pies se curvan dentro de mis zapatos.
—Tenía razón. Sabes cómo a miel.
Nunca sentí esta clase de calor antes. Se arrastra y se enrolla a través
de mí como humo, llenando un espacio apretado, y finalmente entiendo qué

3
Napalm: sustancia explosiva.
es el deseo. Veo ahora que mis experiencias pasadas con hombres no me
han demostrado nada, excepto la idea del deseo, la leve sugestión de cómo
podría ser desear a otro ser humano, y esto... esto es lo que he estado
esperado toda mi vida.
Su lengua en mi piel. Su boca en mi boca. Sus manos, rudas, callosas
y exigentes, acariciándome, de la forma en que sus ojos me acarician ahora.
—Si esto nunca va a ocurrir, entonces, ¿por qué molestarse? —suspiro.
—¿Con qué?
—El coqueteo. Hacerme lamer tu maldita mano. Todo eso.
Él baja la mirada a su whisky.
—Bueno. Hay otra razón por la que se supone que no debo
involucrarme contigo específicamente, Luciérnaga. Tú no eres simplemente
una mujer en un bar.
—¿Qué soy, entonces?
—Eres totalmente algo más. —Él duda, es la primera vez que lo he visto
lucir otra cosa además de cien por ciento confiado y creído—. Sabes lo que
eres, ¿verdad? Lo que eres... para mí, específicamente.
Estoy ensordecida por el rugido en mis oídos. La forma en que está
mirándome... Es aterradora y excitante al mismo tiempo. No puedo
encontrar su mirada. Ni siquiera puedo quedarme quieta en mi asiento.
—No tengo idea de qué estás hablando, Pasha.
Una pequeña sonrisa lasciva levanta su boca en cada esquina.
—Me gusta como dices mi nombre. Suena mucho mejor en persona.
—¿Qué mierda significa eso?
—Significa que recuerdo ahora. Recuerdo muchas cosas. Te he oído
susurrar mi nombre en mi oído miles de veces antes. Así como tú me has
oído llamarte Luciérnaga. Pero es diferente en la vida real, ¿no es así? Hay
algo... final en ello.
Él está loco. Ha perdido su maldita cabeza. ¿O lo hice yo? No sé qué
está sucediendo en este momento, pero no me gusta. Se siente como si la
realidad desapareciera, y estoy perdiendo todo control sobre mí misma. Mi
corazón está latiendo tan rápido que no puedo diferenciar los latidos.
—Por favor, detente. Me estás poniendo incómoda —susurro.
Pasha sonríe.
—Realmente dudo eso. Pero me disculpo de igual manera.
Es tan frustrante. Confuso.
—Solo deja de joder conmigo. Quiero saber qué vas a hacer respecto a
tu madre.
—Voy a decirle que se vaya a la mierda —dice él, sus ojos brillando en
la luz azul—. Me hizo algunas exigencias demasiado irracionales. Me
prohibió buscarte. Y estuve así de cerca, luciérnaga. Así de cerca de darle lo
que quería. Pero, sentado aquí, frente a ti, sintiendo lo que siento,
ahogándome en ello, famélico y loco por ello, acabo de notar algo. Ella está
pidiéndome demasiada mierda. Me estuvo mintiendo desde el día en que
nací, igual que las personas en las que confié que podían ser honestas
conmigo. Tengo una jodida tía. Estuve viviendo en la misma ciudad que ella
por los últimos jodidos tres años. Estuve enojado con Shelta por un tiempo
muy largo, pero ahora estoy malditamente furioso. No voy a darle lo que
quiera. Me niego, diablos. Estoy hambriento, Luciérnaga. Mi cuerpo ha
estado anhelando algo por un tiempo, hasta ahora, y me lo estuve negando.
Ya no puedo hacerlo. Ya no me negaré el tenerte.
Oh... mi dios. Esto es demasiado. Necesito otro tequila. Necesito que la
camarera traiga la botella completa aquí, y necesito que lo sirva directo en
mi boca. ¿Cómo? ¿Cómo puede decir cosas como estas? No puedo descifrar
mis propias emociones enredadas en este momento, pero parece que no
puedo levantarme y alejarme.
—Simplemente la elección no es tuya. No puedes solo follarme porque
quieras —digo.
—Cierto —replica—. Pero tú quieres follarme también, ¿verdad, Zara?
Me quieres más de lo que nunca quisiste algo.
—Eso es mentira.
—Es aterrador. Te sostienes en un control tan ceñido. Sin alcohol. Sin
drogas. Sin aventuras. Sin diversión. No has tenido un novio en años.
Estoy a punto de corregirlo, pero tiene razón. No he tenido novio desde
que dejé la universidad.
—¿Por qué me buscaría un novio? La vida es mucho más fácil cuando
no tienes que considerar a nadie más.
—No necesitaste un novio, porque has estado esperando. Y ahora, te
engañas porque estás tan asustada de lo que pasará si te vuelves vulnerable.
Estás demasiado asustada de lo que pasará si realmente te das lo que
quieres por una vez.
—No estaré compartiéndome si duermo contigo. Estaré representado
un acto físico.
Pasha chasquea la lengua suavemente.
—Ves. Ahí tienes, mintiendo otra vez.
—No estoy mintiendo. Es la verdad.
—Pruébalo, entonces. Si realmente crees eso, ponte de pie y siéntate a
mi lado.
—No necesito probarte nada a ti.
—Pruébatelo a ti misma.
Qué provocación estúpida. Y eso es lo que está haciendo:
provocándome. Con esos ojos y su boca perfecta, y la forma en que los
músculos en sus brazos continúan llamando mi mirada a ellos, como si
estuvieran malditamente magnetizados. A la mierda. Me levanto y me
muevo. El bastardo apenas se mueve en la banca para hacer espacio para
mí. Mi hombro se presiona contra él, y por un breve segundo, nuestra piel
se toca, brazo contra brazo, y mi cerebro sufre un cortocircuito, incapaz de
formar ni un pensamiento.
—He estado soñando contigo —dice él—. Y tú has soñado conmigo.
Estoy fija al banco. No puedo moverme. No puedo hablar. ¿Cómo?
¿Cómo rayos sabe que he estado soñando? ¿Y cómo sabe que soñé con él?
Todo esto es muy confuso. Y... ¿él también ha estado soñando conmigo?
Imposible. No creo en un poder más alto. No creo que fuerzas máximas,
moviéndome como marioneta a través de mi vida. No creo en el destino. Hay
bastantes cosas en las que no creo, pero...
¿Cómo puedo no creer en esto?
Demasiado asustada para siquiera comprender lo que significa algo de
esto, tomo la única acción que considero segura. Miento.
—Yo no sueño —susurro.
No dice nada, lo que es un poco de piedad, aunque hay algo molestando
en sus ojos. Algo que hace que mi cuerpo esté nervioso con demasiada
adrenalina. Me inclino y tomo lo que queda de mi jugo de manzana con
tequila, y cuando me reclino hacia atrás, hay algo sólido colocado detrás de
mí: el brazo de Pasha. Él lo desliza bajo, serpenteando alrededor de mi
cintura, su mano acunando mi lado, y entonces, están sus dedos,
hundiéndose suavemente en mi carne, de alguna forma ya debajo del
dobladillo de mi camisa.
Trato de apartarme de él, pero chasquea la lengua suavemente,
sacudiendo su cabeza de izquierda a derecha con lentitud.
—¿Por qué me tienes miedo, Luciérnaga? ¿Te lastimé en una vida
pasada?
—No hay tal cosa como vidas pasadas. —Hay un tembloroso y traidor
desliz en mi voz.
—Quizás no —concuerda. Su cálido aliento roza sobre mi piel, y un
temblor hace que mis terminaciones nerviosas tintineen—. Pero parece que
es la única explicación lógica para tu miedo. Dime qué he hecho.
Ahora no está burlándose de mí. Está confundido. Preocupado incluso.
Me sujeto al borde del banco bajo la mesa, tratando de estabilizarme.
—No te tengo miedo a ti. Le temo a esto —susurro—. La sensación de
que he estado aquí antes. De que sé qué va a pasar cuando me beses, y no
seré capaz de detenerlo.
La presión bajo la mano de Pasha se reduce. Comienza moviendo sus
dedos en círculos, ligeros como plumas, sobre mi lado, y mi piel estalla con
piel de gallina. Me está tocando. Me toca. Y no en una forma que está
diseñada para confortarme, porque estoy triste o asustada. Está tocándome
en una forma que sugiere tantas cosas, tantos momentos intensos, palabras
jadeadas y besos robados.
—Tengo que ir a casa, Pasha. —Estoy rogándole que me deje ir en este
punto. Necesito correr de regreso a mi zona de confort, porque ahora mismo,
estoy tan lejos de ahí que ni siquiera reconozco mis alrededores. El sitio en
el que me encuentro ahora es desconocido para mí, extraño y foráneo, y no
sé cómo operar aquí.
—No te detendré —dice él. Su rostro está a solo centímetros del mío
ahora. Los ojos que he admirado rencorosamente desde que salieron de la
oscuridad dentro de la tienda de Madame Shelta son incluso más únicos
desde esta distancia. Destellantes, brillantes, un tapiz de aguamarina,
turquesa, plateado y jade, son quizás lo más hermoso que he visto en mi
vida.
Su cabello oscuro, usualmente peinado a un lado, tan ondulado y
grueso, cae sobre su rostro ahora, pero él lo deja precisamente donde está.
Mis sentidos están llenándose con él, sobrecargada en todo Pasha. Huele
como madera recién cortada de nuevo. El ligero olor a humo, mezclado con
algo cítrico y brillante. Amo la esencia natural de su cuerpo. Más que el café
recién preparado. Más que pan recién horneado. Más que el olor del océano
o césped recién cortado.
—Sin embargo, te lo pido... no te vayas. Sé valiente, Zara. Veamos lo
que hay que ver. Juntos —ruega él.
—Tú mismo lo dijiste. Tu madre enloquecería si ella...
—Para el momento en que termine con ella, Shelta va a estar
agradecida de que le hable. No tendrá una cosa que decir sobre esto sí sabe
lo que es bueno para ella. Y además, no llamo a mi mamá para compartir
las buenas noticias cada vez que comparto una cama con una chica.
Aprieto mis labios con fuerza, decidida a no soltar siquiera un rastro
de risa nerviosa.
—¿De verdad crees que te voy a dejar entrar a mi cama?
Lentamente, se acerca y pasa sus dedos por un lado de mi cara con su
mano libre. El tacto es suave, las puntas de sus dedos apenas hacen
contacto, y me quedo completamente inmóvil. Dios, con su cara tan cerca
de la mía... Con el calor de su cuerpo irradiando en mis huesos... con su
pierna presionando contra la mía...
¿Cómo se supone que me defienda contra tal asalto? ¿Cómo se supone
que no me afectará la vista, el sonido y el olor de él? Simplemente no es
jodidamente posible. Sus dedos rozan ligeramente mi boca, y un escalofrío
me recorre mientras usa la yema de su pulgar para separar mis labios.
—No me importa dónde me dejes estar —susurra, su voz es gruesa y
áspera, tan áspera que casi puedo sentir el borde tosco contra la piel
hipersensible de mi cuello—. Tu cama. Tú sala de estar. Contra tu jodida
puerta delantera. Debajo de un callejón en el camino de regreso a tu
apartamento. No me importa —gruñe—, mientras me dejes hacerte venir.
Se mueve tan rápido, tengo cero segundos para responder. Sus dos
manos se encuentran en mi cabello, los dedos se enredan entre las hebras
que descuelga de mi cola de caballo. Su boca se estrella contra la mía, con
los labios exigentes y feroces, y dejo escapar un gemido de sorpresa. Pasha
se queja al oír el sonido, y sus pulgares comienzan a acariciar mi cara
mientras separa mis labios, deslizando su lengua en mi boca.
Santa mierda.
Santa mierda de mierda.
Yo no…
No puedo...
Mis pensamientos se hacen añicos cuando él prueba mi boca, el dulce
sabor de él se corta con un fuerte toque de whisky, y mi cuerpo se debilita.
No tengo idea de qué diablos está pasando ahora mismo. El bar, los otros
clientes, la música... todo se desvanece en la oscuridad cuando Pasha Rivin
me besa.
Cuando se desplaza, gira su cuerpo, envuelve su brazo alrededor de mi
cintura otra vez, me acerca más a él, aplasta nuestras bocas y finalmente lo
beso.
No quiero
Esto es lo último que debería estar haciendo ahora. De hecho, esta es
una de las cosas más estúpidas que he hecho, pero también es algo
inevitable en esto. Algo que se siente tan bien. Como si, no importa cuántos
caminos diferentes haya elegido a lo largo de mi vida, cuántas decisiones
diferentes haya tomado, todavía me habría encontrado de alguna manera
aquí, sentada en este bar con el rey de los romaníes, gimiendo. Como una
colegiala sin aliento mientras me reclama con su boca, arruinándome con
sus manos. Me he entregado a él.
Porque eso es lo que es esto, después de todo.
Una rendición.
Esta fue mi última posición, sentada frente a él en este bar, tratando
de negar que algo iba a pasar entre nosotros. Me inclino hacia él. Al beso.
Hasta el momento en que reconozco que nada volverá a ser lo mismo. Yo
solo... me dejo ir. Sé que el peso de toda la preocupación y el estrés que he
estado sintiendo durante las últimas semanas no se ha ido para siempre,
pero para este momento, se desvanece, el toque de Pasha me da un respiro
de la locura y su beso profundiza aún más.
Mis manos tienen una mente propia. Antes de darme cuenta, mis dedos
están entrelazando su cabello alrededor de ellos, la forma en que él enredó
sus propios dedos en mi cabello hace unos segundos, y estoy cerrando mis
manos en puños, tirando de...
La respiración laboriosa de Pasha se acelera, y un retumbar bajo y
profundo de un gemido vibra a través de su pecho y directamente en el mío
mientras muerde mi labio inferior y tira con fuerza. El beso termina
abruptamente cuando arranca su boca, jadeando, y apoya su frente contra
la mía.
—Me besas como si ya me estuvieras follando, Luciérnaga. ¿Tienes idea
de lo que me estás haciendo?
—No. No tengo ni idea de lo que estoy haciendo en absoluto. —Mis
manos se apoyan en la parte posterior de su cuello, y su piel se siente como
si estuviera en llamas, como si estuviera febril y ardiendo. Pronto, el fuego
dentro de él pasará a través de nuestros cuerpos y también me va a comer
viva, solo lo sé.
—Levántate. Busca tus cosas. Nos vamos.
Todo se vuelve muy real, de repente. Lo que está por suceder. El
hambre en los hermosos ojos verdes de Pasha no se apagará hasta que se
haya alimentado, y quiero alimentarlo. Necesito alimentar su hambre para
saciar la mía. Pero...él... joder. El tamaño de él. Su misma presencia. La
forma en que me hace sentir cuando me atraviesa con su intensa mirada,
como si estuviera haciendo mucho más que verme. Como si me estuviera
viendo a mí, y a través de mí, y él comprende cada parte trabajadora de mí.
Como siempre lo ha hecho, y siempre lo hará.
Es jodidamente aterrador.
No estoy segura de sí estoy lista para que él ingrese en mi vida y se
haga cargo todavía. Porque me conozco a mí misma, y extrañamente creo
que lo conozco, y eso es todo. Esto es real, sea lo que sea lo que pueda
significar para nosotros, y no habrá retroceso. Solo habrá vida antes de
Pasha, y el resto de mi vida con Pasha.
De nuevo... malditas cosas aterradoras.
Él quita un mechón de mi cabello de mi cara y lo mete detrás de mi
oreja, murmurando en voz baja.
—¿Ya terminaste? —exige él.
—¿Terminé?
—De sospesar tus opciones. Fingir que todavía no sabes lo que viene a
continuación. Decirte a ti misma que este es tu momento para alejarte y
forzarme a salir de tu vida para siempre.
—Nos acabamos de conocer.
El fantasma de una sonrisa se contrae en las comisuras de su boca.
—Zara —susurra—. ¿De verdad crees que eso es cierto? ¿Realmente
crees que no ha habido una vida pasada en la que nos hemos amado antes?
¿Crees que no nos hemos amado en todas nuestras vidas pasadas?
Trago espeso. ¿Cómo pueden sus palabras sonar tan increíbles e
inverosímiles y, sin embargo, tan verdaderas al mismo tiempo?
—Ahí vas otra vez, hablando de reencarnación —murmuro.
Mi intento de aliviar la tensión eléctrica entre nosotros fracasa
miserablemente cuando Pasha golpea el extremo de mi nariz con la suya y
dice:
—Otra vez. Es la única explicación que se me ocurre para todo esto.
Debe ser verdad. Levántate, Zara. Es hora de irnos.
Mis piernas se sienten como gelatina cuando me pongo de pie. Rezo
con furia para que me sostengan y mantengan en posición vertical mientras
recojo mi chaqueta y mi bolso del otro banco, pero puedo sentir que
amenazan con abrocharse cuando Pasha coloca su vaso de whisky vacío en
un billete de cien dólares. Su mano en la parte baja de mi espalda, y él me
guía fuera del bar.
Mi corazón salta, tropieza, tartamudea y da vueltas hacia atrás cuando
la puerta se cierra detrás de nosotros, y la fría noche de invierno me golpea
en las entrañas. Estoy sin aliento y mareada cuando Pasha me empuja hacia
su costado y lanza su brazo alrededor de mí. Encajo a su lado, mi cabeza
acunada por su hombro, y nada de eso es sorprendente; Siento que mi
cuerpo fue construido para corresponder al suyo.
La mano izquierda de Pasha vuelve a tapar el costado de mi cara.
Cuando lo miro, las nubes de antes se han dispersado, y un prístino cielo
nocturno se extiende sobre la cabeza por toda la eternidad. Sus ojos brillan
y destellan, incluso más brillantes que los miles de estrellas de diamante
que apuntan que interrumpen el azul profundo de la medianoche, que
parecen formar el contorno de su impresionante corona.
—Lo retiro —murmura—. No eres una pesadilla, Zara Llewelyn. Eres
cada uno de los hermosos sueños que he tenido. Y no planeo dejarte ir
ahora.
Zara
Mordida
Zara.
Mi nombre en sus labios es tanto una maldición como una oración. No
puedo detener los estremecimientos que me sacuden hasta la médula cada
vez que lo escucho decirlo.
El camino de regreso al Bakersfield parece tardar una eternidad. Mi
cara arde por el frío, pero la llama atrapada dentro de mi pecho arde aún
más. Pasha me mira por el rabillo del ojo cada dos o tres pasos, como si
estuvieran comprobando para asegurarse de que todavía estoy allí. Tengo la
sensación de que él está esperando que desaparezca en el aire en cualquier
momento, irónico, en realidad, ya que espero que él haga exactamente lo
mismo.
Al comienzo de la noche, incluso hubiera esperado que desapareciera,
pero algo ha sucedido entre nosotros desde entonces. Algo que ninguno de
nosotros puede cambiar, y ahora la idea de que desaparezca me llena con
un pánico y un temor que ni siquiera puedo empezar a describir.
No hablamos
No hay nada que decir, al menos no por ahora; caminamos
rápidamente en silencio hasta que llegamos a la puerta principal del edificio
de apartamentos, y trato de dejarnos entrar, con mi mano temblando como
loca cuando intento deslizar la llave en la cerradura. La mano de Pasha
cubre la mía, y el calor de su cuerpo me calma cuando me quita la llave.
—Yo lo hago —dice bruscamente—. Parece que estás a punto de
temblar hasta morir.
¿Cree que estoy temblando de frío? ¿O sabe lo mal que me está
afectando ahora? Él debe saberlo. Debe tener alguna idea. Sus manos son
firmes mientras abre rápidamente la puerta y la empuja para abrirla,
introduciéndome en el interior.
El leve zumbido del tequila que sentí en el bar ahora se ha ido, y me
siento surrealmente presente mientras subimos las escaleras hacia mi
apartamento. Estamos en el tercer piso, caminando por el pasillo, cuando
veo a la figura de pie afuera de mi puerta.
Oh, mierda.
Los ojos de Garrett se endurecen cuando se gira y me ve caminar hacia
él. Cuando ve al hombre detrás de mí, siguiéndome de cerca, con su mano
presionando la parte baja de mi espalda. El lenguaje corporal de Garrett está
gritando lo suficientemente alto como para ser escuchado a cierta distancia.
Pasha se tensa: puedo sentir la irritación salir de él cuando se mueve hacia
mi lado, y luego se coloca ligeramente frente a mí cuando llegamos a la
puerta de mi casa.
Esta situación tiene el potencial de terminar tan, tan mal. Agarro a
Pasha de la mano, mis uñas se clavan en su piel, suplicándole
silenciosamente que no haga nada.
—Hola, Garrett. ¿Está todo bien? —Intento sonar ligera y aireada, pero
la vergüenza y el pánico que me invade me hacen sentir como si mis padres
me hubieran atrapado tratando de meter a un chico en mi habitación. Los
ojos de Garrett viajan de mí a Pasha, luego sacude la cabeza. Señala a
Pasha, y luego sacude violentamente la cabeza. Su significado es claro como
el día.
Un gruñido bajo y amenazador llena el pasillo, y clavo mis uñas aún
más profundamente en la mano de Pasha.
—Está bien. Está bien, Garrett. No hay nada de qué preocuparse.
Sin embargo, Garrett no está convencido por mis palabras. Sacude la
cabeza de nuevo, aún más fuerte, y Pasha da un paso adelante, instándome
a hacerme detrás de él.
—Pasha, no. Él solo está cuidando de mí. Es mi amigo. Si le haces
daño, nunca te lo perdonaré.
Pasha, que se alza sobre Garrett y yo, que ocupa toda la altura en el
pasillo, suspira. Él asiente solo una vez, y da un paso a un lado. Pasa un
momento estresante, donde él y Garret se miran con furia, una ridícula
cantidad de testosterona es intercambiada entre ellos dos, y luego Pasha me
suelta la mano. La extiende hacia Garrett y se la ofrece.
—No hemos sido formalmente presentados. Soy Pasha Rivin. Soy dueño
de la tienda de tatuajes en Derringer. ¿Sabes dónde queda?
Garrett mira la ofrenda de paz de Pasha. Quema agujeros en su carne
con ojos enojados, como si esperara que una víbora mortal apareciera en la
palma de su mano y lo atacara. Él asiente, sí, él sabe dónde está la tienda.
—Bien. No voy a lastimar a Zara. Si ella me lo permite, haré que sea el
trabajo de mi vida asegurarme de que nadie la lastime. Pero ahora sabes
dónde estaré cinco días a la semana. Si alguna vez le causo la más leve onza
de dolor, físico o de otro tipo, eres más que bienvenido a venir a la tienda y
golpear la mierda fuera de mí. O llama a la policía y haz que me arresten. O
maldita sea, mátame. No me importa No soy una amenaza aquí. Lo juro por
mi propia vida, lo que sea que valga la pena para ti.
Garrett no se ve afectado por la promesa de Pasha. Hay tanto dolor y
dolor en sus ojos que casi me tiro a sus brazos y lo aprieto contra mí. Nunca
en un millón de años hubiera predicho que él se sentiría así por haber traído
a un chico a casa. Sin embargo, está dolorosamente claro que lo he
lastimado en este momento y siento que mi corazón se está rompiendo en
dos.
La expresión de Garrett sigue siendo dura e infeliz, pero toma la mano
de Pasha y la sacude. Soltando su agarre un segundo más tarde, busca en
su bolsillo y saca un pedazo de papel arrugado, entregándomelo a mí. No se
queda para que abra el papel y lo lea. Gira sobre sus talones y se apresura
por el pasillo, sus hombros se elevan mientras se va.
Pasha se recuesta contra la pared, arqueando una ceja hacia mí.
—Odio decir que te lo dije, pero ese hombre está locamente enamorado
de ti.
—Te equivocas. Simplemente es protector.
—Lo que digas, luciérnaga. Sin embargo, sé cómo se ve un hombre con
el corazón roto, y había uno en este pasillo con nosotros no hace más de
tres segundos.
Dios. El contenido de mi estómago se revuelve con tanta violencia que
sé que está diciendo la verdad. ¿Cómo pude haber estado tan ciega? ¿Cómo
podría haberme negado a ver algo que ahora parece tan obvio? La culpa me
agarra mientras aplasto el trozo de papel que Garrett me entregó, mis ojos
se deslizaron sobre la letra inclinada escrita en un bolígrafo negro.
Zara
He ido a visitar a una amiga en Long Island durante una semana. Creo
que merezco un descanso, y tengo algo que pensar. Sin embargo, volveré
pronto, cariño. Por favor no te preocupes por mí. Voy a volver como una nueva
mujer.
Te amo,
Sarah
—¿Estás bien? —pregunta Pasha. Su barítono, increíblemente
profundo, reverbera por el pasillo.
Le entrego el trozo de papel, le quito las llaves y abro el apartamento,
entrando. Él me sigue mientras lee.
—Así que ella está a salvo, entonces. Sarah. ¿Ya no está desaparecida?
—No aparece de esa manera.
—Debes estar aliviada.
Lo estoy. Estoy todo tipo de aliviada. Sin embargo, hubiera sido más
fácil creer que estaba bien si me hubiera contado esta información en
persona. La letra es suya, sin duda alguna. Y ella tiene una amiga en Long
Island: Marion, una mujer con la que solía trabajar en el salón de uñas, que
se mudó a casa para cuidar de su madre cuando la anciana se enfermó. Me
siento un poco estúpida por estar tan preocupada por Sarah ahora. Casi
había llamado a la maldita guardia nacional para buscarla.
Mi sala de estar se siente como el set de una comedia, demasiado
pequeña, demasiado torpe, demasiado colorida, mientras Pasha se quita la
chaqueta de cuero y se hunde en mi sofá. Además de Garrett, Waylon y
Andrew, me doy cuenta de que Pasha es el único otro hombre que se ha
sentado en ese sofá, y parece que está en casa.
—¿Estás aliviado? —pregunto.
—Que la tía que pensé que estaba muerta toda mi vida, en realidad no
estaba muerta, o desaparecida, ¿ahora está bien? —Me sonríe
irónicamente—. Lo estoy. Estoy deseando conocerla. Especialmente si ella
odia a Shelta tanto como yo en este momento. Tal vez podamos crear un
vitsa propio, la antigua realeza Rivin convertidos en malvados gadje.
Mi mente trabaja horas extra mientras trata de colocar a Sarah y Pasha
en una habitación juntos. Ambas son personalidades fuertes, me parece que
se matarían mutuamente simplemente al compartir el mismo oxígeno. Sin
embargo, no hay nadie que comparta el oxígeno en la habitación con
nosotros en este momento, y parece que Pasha se las ha arreglado para
aspirar el aire de todo el apartamento por sí solo.
—Um. ¿Tú... quieres un café? ¿O té? —Jesús. ¿Cómo diablos estoy tan
torpe?
Pasha se pasa la lengua por los dientes.
—No.
—¿Whisky?
Sonríe.
—No tienes whisky, luciérnaga.
—Ahh... hmm. En realidad, no, no lo tengo. ¿Algo de comer?
—Zara. Ven acá
Joder. Joder, joder, joder.
Esto realmente está sucediendo.
Voy hacia él, mi cuerpo atraído hacia él, y Pasha se echa hacia adelante,
pasando sus manos por la parte de atrás de mis piernas. En dos segundos,
me empuja hacia adelante, me separa las piernas y de alguna manera estoy
sentada a horcajadas sobre él en el sofá. Mis palmas están picando como
locas. Pronto comenzarán a sudar. No he estado así de nerviosa desde que
estaba a punto de subir al escenario para cantar un solo en el coro de mi
secundaria.
Sus manos se deslizan por mis muslos y se detienen en mi cintura.
Dejo escapar un suspiro de sorpresa, él levanta sus caderas y siento lo duro
que está debajo de mí.
—Joder, Pasha. Cómo...
—He estado duro desde que entré por esa puerta por primera vez hace
tres horas —gruñe—. Toda mi sangre está básicamente en mi polla.
Aprieto mi labio inferior entre mis dientes, y lo hace de nuevo,
apretándose contra mí.
—¡Ahh! ¡Mierda! —Se siente tan jodidamente bien. Sus dedos se
hunden en mi piel, empujándome hacia abajo, y la presión entre nuestros
cuerpos se triplica. Mi espalda se arquea sin mi consentimiento, y mi cabeza
se inclina un poco hacia atrás. Resisto la tentación de cerrar los ojos
mientras una oleada de placer se hincha entre mis piernas.
—¿Eso se siente bien? —Pasha pregunta con los dientes apretados—.
¿Tu coño va a estar mojado para mí cuando ponga mi mano entre tus
muslos?
El color explota en mis mejillas. Dulce maldito infierno.
—Yo... sí. Sí.
—Bien. —Se echa hacia adelante, lejos del sofá, y envuelve sus brazos
alrededor de mí, acercándome a él. Al segundo siguiente, un dardo de dolor
se dispara entre mis pechos y mi clítoris, mi cuerpo reacciona violentamente
cuando agarra mi pezón derecho entre sus dientes a través del delgado
material de mi camisa y mi sostén y me muerde lo suficiente para hacerme
gritar.
—¡Mierda! Ahh, Pasha. ¡Oh Dios mío! ¿Qué mierda?
Él me mira, y mi cabeza nada. Es tan jodidamente caliente que ni
siquiera puedo soportar mirarlo a los ojos.
—Pensé que habíamos terminado de fingir. No vuelvas a empezar
ahora. Te gusta un poco de dolor, ¿verdad? —Lo miro, hipnotizada mientras
él humedece los labios, y luego usa la punta de la lengua para sacudir el
apretado capullo de mi pezón que ahora está duro debajo de mi camisa.
—No... Ni siquiera lo sé —admito—. Nadie me ha mordido antes.
Acompaña su sonrisa complacida con un murmullo de aprobación.
—Qué suerte la mía. Llego a ser el primero. Te voy a morder, luciérnaga.
Te voy a azotar Voy a hacer que te quedes sin aliento. Probablemente me
vas a llamar todos los nombres habidos y por haber, pero no será tan malo.
Tus pezones pueden terminar un poco rojos. Tus labios pueden quedar un
poco hinchados. Tus nalgas... —Sonríe, hace un giro escandaloso y
traicionero en su boca—. Tus nalgas podrían terminar un poco... tiernas. Te
vas a sentir estirada y adolorida. Músculos que nunca supiste que tenías
van a doler y arder, luciérnaga, pero te prometo esto: nunca, jamás, heriré
tu corazón. Lo envolveré en algodón si me lo permites. Confíamelo, y será
mi honor defenderlo. Lo haré cantar en tu pecho. Y si alguna vez deja de
cantar por mí, si alguna vez dejo de hacerlo latir un poco demasiado rápido,
demasiado salvajemente, prometo que lo devolveré ileso. Tienes mi palabra.
Sus ojos se iluminan desde adentro de alguna manera, brillando con
sinceridad, y lo último de mi vacilación, los últimos fragmentos de mi
incertidumbre y duda se evaporan, dejando en su lugar nervios y
anticipación. Me ha aterrorizado desde que lo conocí. Estaba aterrorizada
de él antes de conocerlo, lo cual es muy extraño de admitir. ¿Cómo es posible
que ese haya sido el caso? La noche que fui a la feria, buscando a Corey, fue
la primera vez que le puse los ojos encima, pero eso no me parece cierto.
De la manera más inexplicable, siento como si lo hubiera conocido
mucho, mucho más tiempo que eso. Tenía razón, de vuelta en el bar. He
estado esperando su llegada, preparándome para el huracán de confusión y
caos que traerá consigo, y he estado esperando mi momento, cerrando las
escotillas, esperando que la tormenta sople sobre mí. Y ahora, de todas las
cosas estúpidas, notablemente tontas que podría estar haciendo, parece que
estoy quitando las tablas de las ventanas, abriendo de par en par las puertas
de mi vida, y estoy invitando a la tormenta a entrar, pidiéndole que me
reclame.
—Confío en ti —susurro. No debería. Siempre he sido más lista que
esto, y Pasha no es ni inteligente ni seguro. Pero la forma en que me está
mirando ahora mismo, abierta y seria, suplicando casi....creo cada palabra
que me acaba de decir, y descubro que cada trozo de mi fe se ha ido, porque
ya se lo he entregado a él, cualquiera que sea el resultado. Estoy dispuesto
a arriesgarlo todo para tirarle los dados. Elijo creer que no me destruirá en
su búsqueda por cuidarme.
Dios, tanto ha cambiado en el lapso de unas pocas horas locas.
Pasha exhala, y suena como si hubiera estado aguantando la
respiración toda la vida, esperando escuchar esas palabras.
—Me lo ganaré —dice, con voz ronca—. Me ganaré esa confianza. Y
también me ganaré todo lo demás. Seré el hombre que te mereces. Te daré
más que felicidad. Te daré todos tus sueños, porque tú me das los míos.
Aquí mismo. Ahora mismo. Siento el peso de esto asentándose en mis
huesos. Shelta tenía razón en preocuparse por ti. Me estás reclamando.
Su boca es exigente, y la hace caer sobre la mía. ¿Cuántas veces me ha
pasado esto en mis sueños? ¿Cuántas noches ha venido a mí mientras
dormía, su cuerpo adorando al mío, sus manos dirigiendo una sinfonía de
placer dentro de mí mientras me llevaba al clímax? He perdido la cuenta,
pero las telarañas de mi vaga memoria se han ido. Expulsado a la nada.
Nunca pude recordar su cara cuando me desperté.
Nunca pude recordar las palabras calladas y reverentes que me susurró
al oído mientras me acunaba en sus brazos, como si yo fuera la cosa más
preciosa que ha existido en su mundo. Ahora, puedo recordar cada ocasión.
Cada beso. Cada segundo su piel desnuda se encontraba con la mía y se
quemaba contra mí. Fue él, todo el tiempo. Eran sueños hermosos, esas
noches inquietas, llenas de lujuria, más gloriosas que cualquier otra cosa
que hubiera experimentado antes, ¿pero esto? Esto es mucho más. Esto es
definitivo. Este es el fin.
Mientras las manos de Pasha se deslizan por debajo de mi camisa, por
debajo de mi sostén, encontrando mis pechos desnudos, estoy conmovida
hasta el fondo. Yo soy suya ahora, y él es mío. No voy a renunciar a él. No
tomaré la salida segura. Voy a exigirle tanto como él me pide a mí y más. En
el fondo de mi mente, soy plenamente consciente de que esto es una locura.
Apenas lo conozco. He pasado tan poco tiempo con este hombre, en persona.
Pero, como un espectro, su sombra me ha envuelto todos los días durante
tanto tiempo que siento que lo conozco por dentro y por fuera. Por cada
evento monumental que ha ocurrido en mi vida, es como si siempre hubiera
estado allí, de pie en el lugar que le corresponde, a mi lado.
La lógica de mi cerebro va en contra de la idea de que Pasha y yo
estamos destinados a serlo. La idea misma de que la vida de dos personas
podría estar entrelazada, unida por alguna fuerza universal externa, me
tiene retorciéndome dentro de mi propia piel, llamando mentira, pero esto
es inexplicable. Esto es algo que no puede y no será fácilmente explicado
por la ciencia, o por las hormonas, o por el simple hecho de que no me he
acostado en mucho tiempo y Pasha tiene un rostro devastadoramente
guapo.
Esto es más.
Esto es mucho más.
Tengo más miedo de esto, de él, que de cualquier otra cosa en el mundo.
Admitir la conexión que siento con él es como confesar mi secreto más
profundo y oscuro. Mi pecado más atroz. Pero ahora que está aquí, delante
de mí, no puedo dejar de hacerlo. Como una planta, volteando sus hojas
hacia la luz, deseando que cada parte de sí misma se enfrente al sol y crezca,
no puedo negar la atracción que me atrae hacia Pasha. Lo odio por la pérdida
de mi propio control, pero... también hay paz en esto.
Toda mi vida he estado tratando de someter al mundo que me rodea.
Necesitaba tener el control total de hasta el más mínimo aspecto de mi vida.
La energía necesaria para tener éxito en una tarea tan monumental ha sido
tan agotadora que siempre me he sentido como si me hubiera estado
aferrando a la cornisa de un edificio alto con la punta de mis dedos
sangrantes, a sólo unos segundos de caer.
Y luego: Pasha.
No tengo control aquí. Ninguno. Lo que sea que pase entre nosotros
está más allá de mi propia influencia. Y en vez de estar paralizada por el
horror de esta locura en espiral, en caída libre y locura, de repente me
siento....libre.
Pasha no me ha quitado el control. No me lo ha arrebatado, dejándome
a mí para que intente averiguar cómo sobrevivir a una situación tan incierta.
También ha perdido el control. Él está tan indefenso como yo contra esta
influencia, y saber que ambos somos tan vulnerables a ella, el uno al otro,
no se siente como un compromiso. Somos un equipo, enfrentando algo
extraño y un poco aterrador, juntos. Pasha es simplemente más valiente de
lo que yo puedo ser.
Mi sangre es un río de fuego que recorre mi cuerpo. Apenas puedo
respirar mientras le arranco la boca.
—Maldita sea —jadeo— Si esto es lo que quieres. Mi corazón...
—Esto es lo que necesito. —Hace un sonido de estrangulamiento en lo
profundo de su garganta. Su voz profunda y resonante está llena de emoción
mientras enrolla mi cabello alrededor de su mano y lo cierra en un puño—.
Mi corazón es tuyo, —susurra—. Tómalo. Quédatelo. Quémalo. No importa
lo que hagas con él. Ya no me sirve de nada. No si no te pertenece.
Esto es mucho para asimilar. Hay un horno furioso en mi pecho, y cada
dos segundos me hace estallar con olas ondulantes tras olas ondulantes de
emoción.
—No sé cómo hacer esto —susurro.
No me pregunta a qué me refiero. Sabe que no me refiero al sexo. Sus
ojos arden, llamas gemelas de jade, mientras presiona suavemente sus
labios contra mi boca.
—Yo tampoco. Pero lo resolveremos, Luciérnaga.
Me besa de nuevo, y la yesca de mi alma atrapa la luz y ruge en la vida.
Su lengua me explora, me prueba, y yo me encuentro haciendo lo mismo
con él. Con mis dedos apretados en su pelo, le guío la cabeza hacia atrás
mientras presiono mi boca contra la suya, y Pasha gruñe. Me detengo por
un segundo, mirándolo, con su cabeza en mis manos, y la habitación se
siente como si estuviera lanzando.
Es tan jodidamente fuerte. Es al menos el doble de mi peso corporal, si
no más. Los músculos de sus hombros, brazos y pecho son increíbles. Su
cruda fuerza y su presencia dominante me han quitado el aliento desde el
primer día, pero ahora mismo... está a mi merced. Se está entregando a mí.
Puedo verlo en sus ojos.
Su expresión es tan seria. Las pestañas gruesas, oscuras y delicadas
que rodean sus ojos; la ligera inclinación de su nariz, por lo demás recta;
sus labios llenos y sensuales, que se sienten tan jodidamente asombrosos
en los míos: todo en él es perfección. Me mira fijamente, su mirada me pide
valor, y casi me rindo.
Casi.
Pero no lo sé.
Es un maldito milagro. Acuné su rostro en mis manos, y se siente como
si algo se estuviera solidificando en mí. No tengo nombre para eso. No hay
forma de identificarlo. Pero como quieras llamarlo, lo acepto. Si alguna
fuerza externa es la culpable de traer a este hombre hacia mí, entonces me
alegro de ello. Puede que no lo entienda, pero estoy tan, tan contenta de ello.
—Quítatelo. Todo. Te quiero desnuda, —dice Pasha. Su voz es una
dicotomía de sonido crudo y áspero, pero suave y lisa como la seda. Mi
cuerpo tararea de nervios mientras me quito la camisa y luego el sostén.
Sigo a horcajadas sobre él, así que mis pechos desnudos están a la altura
de sus ojos. Pasha no me levanta las manos otra vez. No mueve ni un
músculo. Puedo sentir el peso de su mirada en mi piel, sin embargo, tiemblo
contra ella. Me mira, me evalúa, un hambre de voracidad en sus ojos, y yo
casi gimoteo ante su feroz expresión.
Cuando vuelve a poner su atención en mi cara, mis manos se tuercen
a los costados, queriendo quitarme la camisa para poder cubrirme. Pasha
apoya la cabeza contra la parte de atrás del sofá, con los ojos cerrados.
—No puedo tocarte. Ni siquiera puedo mirarte —susurra—. Soy un
maldito lobo. Necesito que me encadenen. Si te respiro ahora mismo, te voy
a devorar hasta que no quede nada.
Mi voz es tan tranquila. Tan suave.
—¿Y si quiero ser devorada?
Un profundo estruendo sale de él: un gruñido de lobo, desde lo más
profundo de su pecho. Lentamente, sus manos se mueven hacia la hebilla
del cinturón en la cintura. No aparta la mirada de mí mientras se
desabrocha y se baja la cremallera de los pantalones. Un momento después
y puedo ver la carne en su mano; no puedo apartar mi mirada de ella. Su
pene se ajusta a su cuerpo, en proporción al resto de su cuerpo, ni
demasiado grande ni demasiado pequeño para su cuerpo. Para mi
estructura, sin embargo.... Me estremezco al mirarlo, preguntándose cómo
es que la gente alta y la gente baja hacen que sus cuerpos encajen entre sí.
—¿Seguro que quieres eso? —pregunta Pasha, su voz entrelazada con
la sugerencia. Y el deseo. Sus palabras están llenas de necesidad.
No sé qué es lo que me posee, pero me acerco con confianza,
agarrándome a su rígida polla. Su piel es cálida en mi mano, suave y sedosa.
Se siente increíble, sólido y más duro que el cemento. Pasha se cierra a mi
toque, su pecho se eleva bruscamente.
—Joder —sisea—. Dios, mujer. Eso es...
Lo aprieto a lo largo, emocionada por la respuesta que obtengo cuando
se sacude.
—¿Qué? ¿Quieres que pare?
Su risa llena la sala de estar.
—Pregúntale a un hombre que se está muriendo de sed si quiere que le
quites el vaso de agua que le acabas de ofrecer. A ver qué dice.
En un movimiento lento, calculado y medido, gradualmente trabajo mi
mano a lo largo de su polla; Se mira a sí mismo, mirando mi mano mientras
se desliza por su polla, y una mirada borrosa nubla sus ojos.
—Si no... te detienes.... —Las palabras suenan como si se las
estuvieran sacando.
—Si no me detengo, ¿te perderás? —pregunto.
Mira hacia arriba, y esos ojos asombrosos me clavan debajo de sus
oscuras cejas.
—Ya estoy perdido, Luciérnaga. Ya estoy tan jodidamente perdido. —
Entonces es una furia de movimiento. Con manos fuertes y exigentes, me
levanta por la cintura, y lo siguiente que sé es que estoy en el aire, mi
estómago tambaleándose mientras se tuerce, intercambiando lugares
conmigo para poder tirarme al sofá. Iba a quitarme el resto de la ropa, pero
es demasiado impaciente para esperar. Mis botas golpean las tablas del piso
de madera mientras las arroja sobre su hombro. No dice ni una palabra
mientras me arranca los vaqueros y los deja caer al suelo, mis calcetines
envueltos en la tela con ellos. El sonido del desgarro de encaje llena el aire
mientras rasga el material de mis bragas, arrancándolas de mi cuerpo con
sus dientes.
Jadearía si tuviera la capacidad de respirar. Gritaría si pudiera
recordar cómo hacer un solo sonido. Reaccionaría si supiera cómo domar
mis terminaciones nerviosas y forzar a mis miembros a responder.
Pasha se pone de pie mientras se quita su propia ropa, y yo me acuesto
en el sofá, mi cuerpo golpeando con los latidos primarios de mi propio pulso
mientras se descubre a sí mismo. Su cabello está despeinado y erizado
mientras tira de su camiseta sobre la cabeza con una mano. Cuando miro
hacia abajo, me tapo la boca, incapaz de comprender lo que estoy viendo.
No los tatuajes impresionantemente intrincados, que se extienden a lo
ancho de su pecho, o el hecho de que sus abdominales son tan perfectos,
parece que han sido photoshopeados. Son los moretones los que no tienen
sentido.
Púrpura. Azul. Amarillo. Verde. Enojado, vívido y violento. Cubren sus
costillas y sus costados, una manta de dolor.
—Dios mío —exhalo—. ¿Qué mierda, Pasha? Parece que alguien te usó
como saco de boxeo.
Una sonrisa imprudente se extiende por su rostro.
—A veces peleo. Pelea en jaula. No es tan malo como parece.
—Bien. Porque se ve muy mal. —No sé por qué, no puedo detenerme,
pero me arden los ojos. La visión de todos esos moretones... marcas
individuales, en capas una encima de la otra, cada una en un momento en
el tiempo cuando alguien le hizo daño. No puedo soportarlo, joder.
—No lo hagas —advierte. Desnudo, magnífico, la vista más
impresionante que jamás he visto; Pasha Rivin se sube al sofá y se baja
encima de mí—. Soy jodidamente bueno, Firefly. Soy muy bueno en lo que
hago. No te preocupes por mí. Quédate conmigo. Aquí. Ahora. Ambos hemos
esperado esto lo suficiente.
Tiene mucha razón. Pero...
—Es difícil no notar el hecho de que eres negro y azul, Pasha. Dios...
Me agarra por la barbilla y levanta mi rostro para que no pueda ver
más su torso.
—Hay partes mucho más interesantes de mi cuerpo que mis moretones,
Luciérnaga. Presta atención a eso. —Como para probar su punto, se instala
entre mis piernas, apretando su polla dura contra mi coño. Jadeo, y la boca
de Pasha cae sobre la mía; se traga mi sorpresa, la consume con un beso
tan caliente y exigente que destellos de luz estallan detrás de mis ojos.
Sus manos vagan, encontrando mi pecho; me ahueca la piel, amasando
mi carne, y luego se sumerge, sujetando mi pezón entre sus dientes otra vez.
—Tus tetas son fenomenales. Tu trasero. Tu coño. Todo en ti me excita,
Luciérnaga. Estoy trastornado por tu culpa. El olor que estás emitiendo
ahora mismo me está haciendo perder mi maldita mierda.
Me reiría de su comentario, descartándolo como una palabrota, pero
me siento de la misma manera. El olor de él hace que sea difícil saber qué
camino es el más alto, por el amor de Dios. Nunca me he vuelto loca por la
forma en que huele un chico, pero el cuerpo de Pasha tiene mucha tinta y
una musculatura ridículamente musculosa y huele tan bien ahora mismo
que sólo quiero aplastar mi nariz contra su pecho e inhalar hasta que mis
pulmones estén a punto de explotar.
En vez de eso, pongo mi mano sobre su pecho, su calor se filtra en mis
dedos, y siento el latido constante de su corazón bajo mi palma. Fuerte.
Incluso. Firme. Su corazón no se acelera como el mío, pero está trabajando.
Está latiendo fuerte. Me parece que el metrónomo golpeteo de su ritmo bajo
mi mano me tranquiliza más allá de lo creíble.
Está sintiendo esto. Lo estoy afectando. Tiene confianza, pero también
es consciente de lo prodigioso que es este momento. Pasha agarra mi mano
y la mueve a su izquierda, moviéndola un poco hacia abajo. La suelta, y allí,
justo al lado de la punta de mis dedos, veo el tatuaje marcado
permanentemente en su piel. Es pequeño, pero increíblemente intrincado.
Hermoso. Paso mis dedos por encima, mi garganta ardiendo de emoción.
—Dios mío, Pasha —susurro—. Es una...
—Una luciérnaga —confirma—. No sabía cuándo ibas a aparecer, pero
he estado emocionado por conocerte desde hace mucho tiempo, Zara.
No sé qué decir. No tengo palabras para expresar cómo me siento ahora
mismo. La obra de arte que se extiende a través del pecho de Pasha y a
través de sus brazos consiste en muchas piezas pequeñas y símbolos, todos
unidos y mezclados entre sí. Pero la luciérnaga, justo a la izquierda de su
corazón, está sola, separada, como si hubiera tenido mucho cuidado de
darle más espacio del que necesita.
—¿Hace cuánto tiempo? ¿Cuándo lo hiciste? —pregunto.
Se ve momentáneamente arrepentido.
—Siete años.
Mierda. ¿Siete años? Debe haber estado tan seguro de que existía si
estaba dispuesto a marcar su cuerpo con una imagen como esta. Para mí.
Paso mi mano por encima de los otros tatuajes: iconos, patrones y formas,
como nada que haya visto antes. Son extrañas y hermosas, y no puedo
quitarles los ojos de encima.
—¿Qué significan?
—Encantos y símbolos romaníes. Cuentan una historia.
—¿Me lo dirás a mí?
Pasha mueve mi labio superior con la punta de su lengua.
—Sí. Te lo contaré todo. Te lo daré todo. Muy pronto. —Sus manos se
mueven de nuevo, y grito mientras desliza sus dedos entre mis piernas.
Estoy tan jodidamente mojada, que casi me da vergüenza, pero cuando
Pasha gruñe en mi oído, su voz viva de lujuria, dejo a un lado mi
incomodidad—. Joder, Zara. Tu cuerpo está actuando como si ya te hubiera
hecho venir.
Encuentra mi clítoris inmediatamente y comienza a frotarme, usando
la almohadilla de su pulgar para dibujar círculos apretados sobre mí
mientras usa su índice y su dedo medio para...
Por un segundo, todo se vuelve blanco. Lo agarro, le clavo las uñas en
la espalda mientras desliza sus dedos dentro de mi coño.
—¡Joder! ¡Pasha!
—Exactamente —retumba—. Voy a follarte con mis dedos primero.
Entonces, te voy a joder con mi lengua. Y cuando te haya llevado al punto
de la locura y no creas que puedes soportarlo más, te voy a joder con mi
polla. Te voy a destrozar.
Ya estoy rota. Ya estoy hecha pedazos, y las manos de Pasha sobre mi
cuerpo son lo único que evita que me desmorone. Con mucho cuidado,
comienza a bombear sus dedos dentro de mí, sacándolos, sólo para
deslizarlos dentro de mí tortuosamente, lentamente.
—Eres increíble —susurra—. Verte reaccionar ante mí es un puto
regalo. Jadea por mí. Gime por mí. Grita para mí. Quiero escuchar cada
gramo de tu placer, Zara. Hazlo. Hazlo por mí.
Casi estoy llorando por la acumulación de presión dentro de mi cuerpo.
No podré contenerme mucho más. Es demasiado bueno. Él bombea sus
dedos más rápido, su boca encuentra la mía, y luego me besa, y me corro, y
mis gritos descuidados, desesperados y necesitados son sofocados por sus
labios, cortándolo mientras mete su lengua en mi boca y me roba el aliento.
Se queja, los músculos de su espalda se amontonan mientras se tensa.
—Mierda. Te corres tan bonito, Luciérnaga. Tu coño está tan apretado
entre mis dedos.
Estoy tratando de recuperar el aliento, pero no tengo tiempo, porque
Pasha ya se está moviendo, deslizándose por mi cuerpo. Casi grito cuando
me abre las piernas y cae sobre mí, con la cabeza entre los muslos.
—Te necesito en mi lengua. Necesito probarte, joder. Te voy a lamer,
voy a tragarme tu orgasmo y luego te voy a hacer venir de nuevo. ¿Estás
lista?
No lo estoy. Estoy tan sensible por el clímax explosivo que casi me cegó,
pero Pasha no planea darme tiempo para recuperarme.
Se detiene, frotando sus dedos sobre mí, los ojos llenos de un hambre
voraz mientras me mira y tararea.
—Dios, Zara. Una flor tan bonita. No solo voy a lamer. No voy a
succionar. Me voy a dar un festín contigo.
Me pongo en su contra mientras usa la parte plana de su lengua,
pasándola por encima de mi coño. El gemido que se le escapa es salvaje, y
respondo con uno de los míos desesperado. Nunca un hombre me ha mirado
de la forma en que él lo hace. Nunca un hombre me ha tocado de la forma
que él lo hace. Y ningún hombre en la tierra se ha burlado y acariciado mi
cuerpo para someterlo tal como él lo hace.
Pasha es un músico maestro, y yo soy un violín, y él me está tocando,
haciéndome cantar la nota más dulce y más alta posible, sosteniéndome allí,
hasta que se siente como si no pudiera ir más alto.
Su lengua trabaja sobre mí, y estoy sobrepasada por mi propia
necesidad. Levantándole las caderas, deslizo mis dedos en su cabello,
tirando de su cabeza hacia mí de la manera más escandalosa y exigente.
Pasha responde a mi acción con un profundo gruñido de aprobación.
—Buena chica. Toma el control. Dame tu coño.
Una ráfaga de calor me quema las mejillas, pero no me avergüenzo.
Durante años, los sueños que han perturbado mi sueño han sido tan
gráficos y sexuales que no siento la necesidad de negar lo que quiero ahora.
No sé si esto es real, si nos hemos estado esperando durante tanto tiempo,
pero no voy a perder ni un segundo de nuestro tiempo juntos ahora.
El placer me manda cada centímetro. Le doy lo que necesita, y también
Pasha. Sus dedos se clavan en mis caderas mientras lame y chupa, pronto
siento que la presión dentro de mí vuelve a crecer. Subo cada vez más alto,
y Pasha debe sentirlo. Vuelve a meterme los dedos por dentro, y es todo lo
que puedo soportar. Mi orgasmo se estrella sobre mí, blanco caliente y
gritando, y luego estoy gritando y la sala de estar está girando.
—¡Mierda! Me corro. —Pero no necesito decírselo. Él lo sabe. Él bombea
sus dedos dentro de mí mientras monto la ola, sucumbiendo a ella, y luego
Pasha se mueve, trepa por mi cuerpo, se besa y muerde mi carne mientras
tiemblo y tiemblo. Menos de un segundo después, siento su polla
presionando contra mí, y luego....
—¡Pasha!
—Jesús. Joder. —Silba entre dientes mientras se instala dentro de mí.
Me estiro para acomodarlo, y me llena de él, la dura y rígida longitud de él
pulsando dentro de mí—. Dios —gime—. ¿Zara? Zara, mírame.
Abro los ojos, sin darme cuenta de que los había cerrado en primer
lugar, y él me quita el aliento una y otra vez. Sus ojos arden de deseo,
mientras observa mi rostro, mi cuello, mi pecho.
—Nunca más te perderé de vista —dice—. Nadie volverá a tocarte nunca
más. Solo mis manos, mi boca, mi polla...
Cuando se mueve contra mí, meciéndose en sus caderas, gimo su
nombre, y Pasha se inclina sobre mí, reclamando un beso. Se lleva mi
corazón y mi alma con él.
—Eres mía, Zara. Mataré a cualquier otro hombre que te mire.
Esta es la verdad, y no le tengo miedo. Tampoco lo compartiré. Nunca
lo abandonaré. Si una mujer sonríe en su dirección general de ahora en
adelante, no seré responsable de mis acciones.
—Fóllame —susurro.
—Dilo de nuevo —ordena.
—Fóllame.
Sus dedos están en mi boca, y puedo saborearme sobre él. Su voz está
desgarrada y rota mientras repite sus palabras.
—Dilo de nuevo, luciérnaga. Quiero oírte decirlo.
—Fóllame, Pasha. Dios, por favor, fóllame. No puedo soportarlo más.
—No te preocupes, preciosa. Voy a darte lo que necesitas. Siéntete libre
de gritar. —Es un hombre poseído cuando empieza a meterse dentro de mí.
Una y otra vez, se golpea más profundo, más fuerte, más rápido....
Su piel está febrilmente caliente bajo mis manos mientras me aferro a
él. Tengo que acercarme más. Necesito más de él, lo necesito todo, y estoy
decidida a tenerlo. Se mete en el hueco de mi cuello y sujeta sus dientes en
mi clavícula, y el dolor brilla como un faro brillante en mi cabeza,
estrechando mi enfoque y haciéndolo añicos al mismo tiempo, de modo que
ya no soy yo misma. Ya no soy nada. Soy una complicación de emociones y
sensaciones, y todo lo que puedo hacer es sentir.
He estado entumecida desde que llegué aquí en Spokane, y ni siquiera
me he dado cuenta hasta ahora. Pasha me ha despertado. Estoy bien
despierta, mientras él mueve sus caderas contra mí, empujando olas de
placer a través de mí con cada empuje, y siento que finalmente estoy
respirando por primera vez en años. Cada aliento crudo y aguijoneante que
traigo a mis pulmones ardientes me llena cada vez más de él, hasta que el
apartamento se derrite, el sofá debajo de nosotros se derrite, y él es la única
cosa real en todo mi mundo.
Él es todo lo que volverá a ser real para mí.
Pasha me quema con un beso, sus dientes rozando mis labios, y luego
pone su boca en mi oreja.
—¿Qué quieres, Luciérnaga?
—A ti. Te deseo.
—¿Te gusta cómo se siente mi polla dentro de ti?
—Dios, sí.
Me tira hacia atrás, me agarra de la barbilla y me obliga a mirarlo a los
ojos mientras me folla.
—¿Eres mía? ¿Me perteneces?
Oh, Dios. Se empuja a sí mismo más profundamente de alguna manera,
y se siente como si el mundo se inclinara sobre su eje.
—¿Me... perteneces? —jadeo.
Toma mi mano y la coloca sobre su corazón.
—¿Sientes cómo late? —gruñe.
—Sí.
—Entonces no estoy muerto todavía. Soy tuyo hasta el día en que me
muera, Firefly. Ahora respóndeme. Dime que eres mía.
—Sí. Soy tuya. Soy tuya. Soy tuya. —Con cada palabra cantada y sin
aliento, siento que esa presión vertiginosa y embriagadora se eleva de nuevo
en mi sangre. Pero esta vez me va a destruir. Lo sé. Lo sé. Puedo sentirlo.
Pasha me agarra de las muñecas, me toma de los brazos y me los sujeta por
encima de la cabeza. Su cabello grueso y oscuro está erizado, el color de sus
ojos tan pálidos y fríos, pero arden de calor.
—¿Quieres que entre dentro de ti? —gruñe.
Mi cerebro tiene cortocircuitos.
—Yo no… yo no...
—Dime lo que quieres, Zara. Di las palabras.
No estoy tomando anticonceptivos. No ha habido ninguna necesidad,
ya que no he estado teniendo sexo. Pero soy hiperconsciente de mi cuerpo.
Voy a tener mi período en un par de días. Estúpido o no, le doy la respuesta
que quiero darle.
—Sí. Entra dentro de mí. Lo quiero. Quiero sentirte...
El agarre de Pasha se aprieta alrededor de mis muñecas mientras
empuja más fuerte.
—Joder, tu coño se siente tan bien. Envuélveme con tus piernas. Más
apretado, joder.
Él me manda, y yo obedezco.
Su cuerpo se está frotando directamente en mi clítoris ahora, y estoy
jodidamente acabada. Se mueve contra mí, y mis ojos se vuelven hacia atrás
en mi cabeza.
—Oh, mierda. Mierda, Pasha... —Se me acaban las palabras. Me quedo
sin aliento. También me he quedado sin tiempo. Mientras caigo de cabeza
sobre el precipicio de mi clímax, Pasha, me levanta y me levanta. La
habitación está muy inclinada ahora, pero apenas me doy cuenta. Estoy tan
perdida, en espiral, cayendo, y todo lo que puedo hacer es aferrarme a él
mientras me aplasta.
Estoy encerrado entre las bandas de acero de sus brazos, su mano
metida en la parte de atrás de mi cabeza cuando me corro. Es sólo un
segundo después que maldice, los músculos de sus hombros y su pecho se
esfuerzan al llegar él mismo. Ruge cuando se libera, y por un momento, se
siente como si estuviéramos flotando, suspendidos por nuestra propia
fuerza de voluntad, y nada puede tocarnos.
El agarre de Pasha se afloja, y respirando pesadamente, su pecho sube
y baja rápidamente, apoya su frente contra la mía y traga. De alguna
manera, se las arregló para recogerme y se ha sentado sobre sus talones.
Estoy de pie en su regazo, mis piernas aún envueltas alrededor de su
cintura, mis pechos aplastados contra su pecho, mis brazos envueltos
alrededor de su cuello, y...
Mierda.
Él es perfecto. Y me siento tan segura en sus brazos.
—Ahora no puedes huir, Zara —dice—. No necesitas hacerlo. Te tengo,
¿de acuerdo? Te tengo, joder.
No sé si quiere decir literal o metafóricamente, pero no me importa.
Puede tenerme de cualquier manera, o de ambas. No pienso huir de él.
Ahora no. Nunca jamás.
Me besa, y nuestros corazones se calman, puedo sentir su pulso
ralentizarse mientras me roza el pelo con las manos, tan suave y
suavemente, acariciándome como si de repente fuera algo frágil y débil, y no
era tan rudo como el demonio cuando se lanzó a la mierda hace quince
segundos.
—Eres un milagro —me susurra en el cabello—. Eres mi maldito
milagro. Mía.
—Estoy segura de que a los reyes roman se les conceden milagros todo
el tiempo —respondo, tratando de no sonreír.
—Menos a menudo de lo que piensas. —Sumerge su cabeza y lame la
hinchazón de mi pecho, tarareando en voz baja mientras chupa mi pezón en
su boca y lo hace rodar suavemente entre sus dientes. Está siendo juguetón,
pero estoy tan sensible ahora que el calor de su boca y la amenaza de sus
dientes me hacen sentir una sobrecarga sensorial. Me río, me retuerzo, trato
de liberarme, pero no parece que le guste mucho la idea de liberarme.
—No, no, no, no. Te quedas aquí, desnuda y cubierta de sudor, por el
resto del tiempo —me informa—. Si tienes suerte, podría dejarte ir al baño
de vez en cuando.
Sonriendo, me muerdo el labio inferior.
—Me vendría bien una ahora. A no ser que quieras tu propia corrida
sobre tus piernas.
—Me importa una mierda. Ambos podemos estar cubiertos por mi
corrida. Quiero pintar cada centímetro de tu cuerpo con... —Un sonido
fuerte y estridente lo interrumpe, y Pasha se detiene. Él echa una mirada
sobre su hombro, buscando el artículo ofensivo que está haciendo el ruido,
pero no lo encuentra—. ¿De dónde carajo viene eso? ¿Dejaste tu celular en
la cocina?
El subidón que he estado manejando se estrella y se quema,
desapareciendo en una bocanada de humo, reemplazado por una especie de
pavor aceitoso y negro que se enrolla alrededor de mis entrañas.
Exhalando por la nariz, fijando la mandíbula, niego lentamente con la
cabeza.
—Ese no es mi celular —le digo, rechinando los dientes—. El teléfono
público de afuera está sonando.
Pasha
Deuda
Me apresuro a vestirme, pero Zara se mueve lentamente, tomándose su
tiempo para ponerse el sostén, luego sus jeans y su camisa. Ella deja sus
bragas arruinadas en el piso, donde las deseché antes.
—No te preocupes. No dejará de sonar antes de que lleguemos —dice
ella. Su voz está llena de ira, y puedo ver la inquietud en sus ojos. Cuando
ella me contó sobre el teléfono público y el niño desaparecido antes, no
pensé mucho en eso. Pero ahora puedo ver la preocupación sobre ella. Es
palpable, y no me gusta.
Afuera, en la calle, Zara se me adelanta y levanta la mano para levantar
el teléfono, pero yo le pongo la mano en el brazo y sacudo la cabeza.
—Permítame.
Ella no dice nada, pero noto un destello de alivio en sus ojos. El teléfono
debe haber estado sonando durante seis o siete minutos seguidos; Levanto
el auricular, sosteniéndolo junto a mi oreja, respiro hondo y respondo con
una palabra.
—Habla.
Me encuentro con el silencio.
Yo tampoco hablo. Si este chico quiere jugar juegos, entonces está sin
suerte; No voy a complacer al hijo de puta.
Zara se sostiene con el brazo envuelto alrededor de su estómago, su
pulgar entre sus dientes mientras observa mi cara, sus cejas juntas en una
línea singular.
Escucho respiración, sonidos de respiración pesados, sucios e
inquietantes, que me hacen apretar la mandíbula. Aun así, no digo nada. Si
este tipo quiere jugar a la pelota, tendrá que venir a jugar en mi cancha. Y
prepárate para que le saque la mierda a golpes. Los segundos pasan, luego
un minuto. Mis nervios son de hierro fundido. No me moveré.
Un minuto más.
Otro.
Zara se mueve incómodamente de un pie al otro.
—Pregúntale si todavía tiene a Corey —susurra ella. Sacudo la cabeza.
Este es un juego de poder. Si digo una sola maldita palabra, entonces es un
punto para él.
Espero que el silencio se extienda aún más, pero luego él habla.
—Ponla al teléfono.
Un furioso infierno estalla en mi pecho.
—Si quieres hablar con alguien, tendré que ser yo. ¿Te gusta mucho
asustar a las mujeres?
—No me preocupo por ella —dice la voz. El sonido de las palabras es
distorsionado y crepitante, demasiado bajo para ser real. Quienquiera que
esté en el otro extremo de la línea, está usando un distorsionador de voz—.
Y no. No me importa asustar a las mujeres. Ponla al teléfono.
Aprieto mi mandíbula.
Y luego cuelgo el teléfono.
—¡Joder, Pasha! ¿Qué estás haciendo? —Zara se apresura a mi lado,
agarrando el teléfono. Levanta el auricular, su rostro se arruga cuando,
inevitablemente, se encuentra con nada más que el tono de marcado. Tomo
el auricular de ella y lo devuelvo a su sitio.
—Él va a volver a llamar.
El cabello de Zara aún está despeinado por nuestras aventuras en el
sofá de su sala de estar; Sin embargo, sus ojos ya no están nublados y
brumosos. Están llenos de ansiedad.
—No lo sabes. No puedes saber eso. —Ella trata de caminar a mí
alrededor, para llegar al teléfono de nuevo, pero la tomo por los hombros.
—Él va a volver la llamar —repito.
—Si volvió a llamar aquí, entonces algo debe haber salido mal. Los
Petrov deben haber arruinado su trato para recuperar a Corey. Debería
haberlo contestado. Oh, Dios. —Ella se inclina por la cintura, apoyando sus
manos en sus rodillas mientras toma una respiración sin fin—. Esto es
malo. Esto es realmente malo. Puedo sentirlo. Pasha, ¿qué diablos vamos a
hacer?
—Vamos a pararnos aquí y vamos a esperar a que vuelva a llamar.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —Apenas ha dicho las palabras, el
teléfono comienza a sonar de nuevo. Ella se endereza, cubriéndose la boca
con las manos—. Debería hacerlo —dice ella, pero una vez más levanto el
auricular antes de que tenga una oportunidad.
—Podemos irnos —gruñí—. Podemos colgar y volver a entrar. O puedes
decir lo que quieras decir.
—Se suponía que no debía hablar contigo hasta la próxima vez —dice la
voz—. Pero... si quieres adelantar las cosas, entonces supongo que puedo
darte lo que quieres.
—¿Qué crees que vas a salir de esto? —exijo—. Estás aterrorizando a
un niño pequeño. ¿Para qué fin?
—El niño está muerto.
Me detengo. Mierda. No puedo reaccionar. Si reacciono, Zara va a
perder su mierda. Tomará el teléfono, comenzará a gritar y no habrá una
manera de averiguar si él está mintiendo.
—Explícate.
—Habrá otro, y otro después de eso. No me detendré hasta que la deuda
haya sido pagada.
Me tomo un segundo para procesarlo.
—¿Qué deuda?
—La de ella y la tuya.
—Dime qué significa eso.
—Significa que el chico se ha ido. La mujer se irá pronto, también. Su
amiga. La hermana de tu madre.
—Ella escribió una nota. Ella está a salvo.
Un sonido bajo y húmedo raspa mi oído. Me toma un segundo darme
cuenta de que es risa.
—Ella escribió lo que le dije que escribiera. Ahora, tu impaciencia ha
impulsado su ejecución. No lamentaré que se vaya.
Mierda. Joder, joder, joder. Me pellizco el puente de mi nariz, cerrando
los ojos.
—¿Qué es lo que quieres?
—Quiero que hagas lo que tuviste que hacer hace años. Quiero que
cumplas con tus obligaciones. Toma responsabilidad por tus acciones. Quiero
que te pongas la corona.
Un puño de hierro se aprieta en la base de mi garganta.
—¿Cómo sabes eso? ¿Cómo sabes de mí?
—Oh, siempre te he conocido, Pasha Rivin. Justo como siempre la he
conocido. He tirado de innumerables cadenas para finalmente verte de lado
a lado. No tienes idea de lo lejos que he ido.
—Entonces explícame. Dime.
—Porque, sangre de mi sangre, eso sería demasiado fácil. Creo que te
dejaré resolver esto por tu cuenta.
—¿Qué está diciendo? —Zara pregunta.
No puedo responderle ahora mismo. Necesito obtener más información
de este fenómeno antes de que él cuelgue. Tengo una sospecha preocupante
y repugnante que se enreda en nudos en el fondo de mi mente, y tengo
mucho miedo de expresarla. Aunque tengo que hacerlo. No hay otra opción
aquí.
—¿Shelta?
La misma risa húmeda y agitada hace eco en el teléfono.
—Eso es encantador, Pasha. ¿Tu propia madre? ¿Crees que ella tendría
las bolas para hacer algo como esto, solo para salirse con la suya? Eso es
vergonzoso.
—¿Quién eres, entonces? ¿Qué deuda te debemos? ¿Y por qué diablos
quieres que me ponga la corona?
—Demasiadas preguntas, Pasha. Demasiadas preguntas. Puedes tener
una respuesta. Elige sabiamente.
Mi cuerpo vibra de rabia. Si solo pudiera bajar la línea telefónica y
agarrar a este hijo de puta por el cuello, le arrancaría la cabeza de su jodido
cuerpo y orinaría en su puta garganta. Me ha ofrecido la respuesta a una
sola pregunta, pero cada una está interconectada, relacionada. ¿Cuál elijo?
Rápidamente se vuelve obvio, la única respuesta que probablemente
desentrañará todo, arrojando luz sobre toda la situación. Intento mantener
la calma mientras me obligo a preguntar:
—¿Quién demonios eres, imbécil?
El monstruo en el otro extremo de la línea se ríe sombríamente.
—Si Zara Llewelyn es la chica de tus sueños, Pasha, entonces yo,
probablemente, sea tu peor pesadilla. En estos días me conocen por el nombre
de Marius... pero una vez, fui por el nombre de Lazlo.

Continuará…
Hijo.
Amante.
Protector.

REY

He sido muchas cosas para mucha gente a lo largo de mi vida, pero ese
título —Rey— ha sido siempre un duro trago. Si quiero ayudar a Zara a
salvar a su amiga, entonces tengo que encontrar una manera de trabajar
con la presión, sin embargo. Debo desenredar este complicado lio de pistas
y cazar a un loco que pensaba que ya había matado hacia tres años para
traer a Sarah a casa de una pieza.

Mi gente depende de mí para protegerles.


Zara confía en que la mantenga a salvo.
No hay ningún sacrificio que no fuera a hacer por ella.
Mi Luciérnaga.
Mi Reina.
Arrasaré este mundo hasta los cimientos para mantenerla a salvo…
Callie Hart es una de las autoras más
vendidas de romance contemporáneo y
Dark de los EE.UU. Su serie Blood & Roses
actualmente se está traduciendo a
múltiples idiomas en todo el mundo.
Después de haber pasado los últimos siete
años viviendo en Australia, Callie ahora
llama hogar a Los Ángeles, donde disfruta
hacer caminatas, pasar el tiempo en la
playa, tomar clases diarias de yoga y, en
general, fingir ser una hipster.

A Callie se le pregunta a menudo:


'¿Qué es el Dark Romance? Su respuesta
es siempre la misma: Dark Romance es
una historia que te hace enamorar del
antihéroe. Es una historia que te hará caminar sobre la cuerda floja,
cuestionar tu cordura y hacer que compruebes tu compás moral. Si amas
una buena historia sobre un chico muy malo, entonces el romance oscuro
es para ti.

Bajo su nombre legal, Frankie Rose, Callie escribe ficción para jóvenes
adultos que ha sido reconocida a nivel mundial, y ha recibido numerosos
premios por su serie 'Halo'. También es editora en jefe de Metric Magazine,
que se lanzará en 2017.

También podría gustarte