Mama Antula
Mama Antula
Mama Antula
1778-ENE-06
Ver Blanco II: AL (en francés); G 16; P 184-186 (en francés): CP, 273-275. También
existe un verso en ASR 62-66 (en italiano). No conoce el original en castellano.
Siempre he estado en esta opinión y todavía estoy allí, que la Compañía de Jesús
algún día será restaurada; y para obtener esta gracia más eficientemente del Señor,
tan deseada por todos nosotros, celebro solemnemente una misa cada 19 meses en
honor de San José y no me he perdido ningún lugar donde me he encontrado Desde
la salida de la Compañía de estos países, ya que los Ejercicios de San Ignacio no han
sido interrumpidos desde entonces en nuestro país, con la excepción de tres años
que he estado ausente ocupado en establecerlos en el provincia. Mi Obispo, NS John
Emmanuel de Moscoso, a quien encontré en Jujuy, amablemente me otorgó todo lo
que podría facilitar los Ejercicios Espirituales; para permitirme una capilla privada
personal y hacer que los Ejercicios se realizaran en algunos lugares, fue conveniente
para ese propósito en toda su diócesis: tanto como pudimos, los dimos en las casas
que tenían los jesuitas. . En esta ciudad de Corduba se les dio durante catorce
semanas y cada semana había más de 200 personas y unas 300 veces, sin que gracias
a Dios hubiera alguna confusión o sufrimiento por ellos. viviendas, o para alimentos,
aunque todos los gastos no tienen otra sustancia que el dinero. La Providencia ha
provisto tan bien que al mismo tiempo los pobres y los prisioneros podrían ser
ayudados. Los frutos extraídos de estos Ejercicios Sagrados han sido tan constantes
que vemos claramente la mano de Dios, y el concurso tan grande que sin llamar a
nadie, Estábamos en el caso de no poder aceptar a todos, y volver a ponerlos en otro
momento. En medio del gran consuelo que siento al ver el gran bien que se hace a
las almas, no puedo ocultarles los dolores que sufro.
Lo mejor es que donde la cosecha es tan abundante, los trabajadores son tan raros;
aún si el pequeño número que uno quería dar todo lo bueno al trabajo. ¿De qué sirve
sembrar mucho, si no tenemos a nadie para cultivar la tierra y hacer la cosecha? De
aquí proviene la disminución de los sacramentos; hasta el punto de que muchos no
pueden satisfacer el deber pascual. Las parroquias son vastas, sin un gran número de
cristianos y casi todos están dispersos aquí y allá y lejos de su sacerdote de 10 a 20
leguas.
La ayuda del párroco fue que antes de Pascua los misioneros jesuitas visitaban estas
parroquias, instruyendo, predicando y confesando, por lo tanto, el trabajo del
sacerdote en la Pascua pesaba menos sobre él.
Estamos hablando de las Misiones paraguayas, anteriormente dirigidas por los
jesuitas, quienes antes de su destrucción contaban con 55, compuestos por varias
naciones indias, muchas de ellas catecúmenos. Los más numerosos fueron los de
Granirs y Chichitas, había alrededor de 125 mil almas.
Fui establecido Regulador de los Ejercicios Espirituales, y para que el fruto sea
mayor, están bajo la protección de Nuestra Señora de los Dolores y los Santos de la
Compañía, cuya solemnidad celebro las Fiestas.
Varias personas me preguntan mucho para transportarme a Buenos Aires: no puedo
resolver nada hasta que vea claramente que es la voluntad de Dios. Y para decirles a
todos con confianza, no doy un paso sin que el Señor me lo ordene y me guíe
sustancialmente de la mano.
Como sucede Miserable que soy. No lo sé. Sin embargo, la cosa es así. Además, si
quieres que te instruya en el cuidado amoroso de la Providencia, que no es digna de
mí, debes saber que en mis viajes dolorosos, en un país tan malo, en los desiertos,
obligado a pasar ríos, torrentes, siempre he caminado descalzo, sin que me haya
sucedido desagradable: al contrario, a veces me encontré lo suficientemente mal
como le sucedió a Catamarca, donde estaba desesperado por los médicos, y me
recomendó Santa Virgen, sin ningún otro remedio me levanté de la cama y continué
mi viaje a Rioja. Otra vez que me rompí una costilla con una caída, otra que me
había torcido el pie, lo sentí por un tacto invisible, curado.
Saluden a todos nuestros queridos hermanos y especialmente a mi antiguo confesor.
Que todos me ayuden con sus oraciones, de lo contrario no puedo hacer nada. Tu
hermana María Antonieta de San José.
La gracia del Espíritu Santo ilumine su alma eternamente, mi cariÌ•simo Don Gaspar
en Jesucristo. He quedado muy reconocida a los singulares favores y privilegios que
Vuestra Merced me ha alcanzado de Su Santidad y en las gracias que me confieren,
trascendentales a toda mi descendencia, y en las que se me franquean
concedie̕ndome altar porta̕til para la proteccio̕n de mis peregrinaciones. El
Señor se sirva remunerarle en la vida futura estos beneficios; cuya posesio̕n
excitara̕ cada di̕a la frecuencia de mis recomendaciones al Alti̕simo, porque le
de̕ feliz despacho a todas las pretensiones que le convengan. A ma̕s de esto,
procurare̕ interesar en el mismo logro de sus deseos a muchos y a todos, si fuese
posible, de los que participan de tan utili̕sima concesio̕n, y cuando tanta
abundancia de deprecaciones no se obtenga, la Divina Providencia suplira̕ nuestros
defectos en su obsequio, por habernos provei̕do por sus propios esfuerzos de
tantos tesoros que redundara̕n en honra y gloria de Su Divina Majestad.
La vehemencia irresistible de este principio y el anhelo de heredar el espi̕ritu de
quien establecio̕ (entre otros prodigios de la gracia) los Ejercicios Espirituales, con
el proyecto de reformar las costumbres de todo el mundo y cristiandad
principalmente, me han constituido en la profesio̕n de esta parte de su Instituto.
Toda la provincia de Tucuma̕n, sus ciudades y jurisdicciones quedan exhortadas,
habituadas y dispuestas a continuacio̕n, despue̕s de haberlos recibido en
distintas ocasiones mediante a que Su Divina Majestad se sirvio̕ adornar a sus
vecinos de una docilidad y amor para recibirlos, por mis reconvenciones (es verdad)
menos, que por su celestial inspiracio̕n. Tan piadosamente dispuestos encontre̕
los corazones de sus moradores, que sin extrañarlos (como que se hallaban
insinuados y nutridos de ellos tan de antemano), ni repugnarlos, obedecieron la voz
de su pobrecilla sierva, resolviendo tomarlos en mi presencia y reiterarlos en mi
ausencia.
Hoy me hallo en esta ciudad fomentando la propagacio̕n de la misma empresa, y
aunque hace once meses a que estoy demorada por defecto de licencias del Ilmo.
actual (cuando ma̕s he merecido promesas sin efecto), con todo mi fe no vari̕a y
se sostiene en quien la da. Se me proponen varios impedimentos: el mundo esta̕ un
poco alterado; los superiores no muy flexibles; los vecinos vacilando sobre mi
misio̕n; otros la reputan de fatua; en suma, cooperaron a ello rumores fri̕volos;
empero, la providencia del Señor hara̕ llanos los caminos, que a primera vista
parecen insuperables. “Todo lo puedo en el que me conforta―. En esta
atencio̕n espero firmemente recoger en breve la abundante mies que ofrece el
pai̕s. Y si Su Divina Majestad rodea las cosas de tal conformidad, que sea
indispensable diseminarlos en todas las provincias del Virreinato y de todo el Orbe,
sera̕ preciso suministrarlos y anunciarlos en todos sus climas.
Meditando cua̕nto merece ser amada la Bondad infinita de mi Dios, juzgo muy
corto recinto la estrechez de este mundo y de millares que hubiera, para ofrecerlos
con los posibles, todos cubiertos de inocencia y penitencia a su honor y gloria. Ya
que no lo puedo servir con obras de esta naturaleza, lo deseo.
Y asi̕ concluida mi carrera en Ame̕rica, pienso trasladarme a esos Reinos de
Europa. Semejante determinacio̕n quiza̕ la verifique dentro de poco tiempo. No
obstante, pi̕dale Vuestra Merced el dictamen correspondiente a mi confesor, que
quiero experimentarlo. ¡Oh, mi Dios, y quie̕n os viera ya amado de todas sus
criaturas tanto cuanto sois de amable, o a lo menos fuese nuestra caridad igual al
grado de maldad con que se envuelven nuestras ofensas para contigo!
Vuestras Mercedes que han sido alimentados con el suave ne̕ctar de la tierra
madre, la Compañi̕a de Jesu̕s, establecida sobre su honra y gloria, con que
santifico̕ a su fundador Ignacio, deben atender con sus ruegos y la̕grimas
incesantes la propia empresa, hasta que la veamos extendida con los mayores y
ma̕s ra̕pidos progresos. Asi̕ lo pido y espero conseguir.
Algunos han reputado, segu̕n he dicho, mis pretensiones por locas o por
ridi̕culas. No me embaraza este desorden, porque el mundo, siempre fatuo y
siempre adverso al Evangelio, debe explicarse con oposicio̕n a todo lo que le es
contrario. Todas sus objeciones se desvanecen sucesivamente y no sirven de otra
cosa que de añadir trofeos y realces a mi misio̕n. Bien me intima Jesucristo:
“Os perseguira̕ el mundo, pero alentaos; yo he vencido al mundo―. A veces me
parecen tan necesarias sus contradicciones, que sin ellas quiza̕s desconfiari̕a de la
conveniencia de mis obras; y no puedo menos que conocer que son la señal
caracteri̕stica de las proezas que toman fuerza y origen del mismo Jesucristo; he
Vuestra Merced aqui̕ el fundamento por que̕ siempre aguardo la resurreccio̕n
de su orden. Algunas reliquias yacen sumergidas y esparcidas por el Orbe, y no
sera̕ mucho que, agradando a Dios, su reunio̕n forme de los u̕ltimos residuos el
mismo cuerpo, la misma religio̕n.
Otro asunto he meditado concerniente a su profesio̕n y es que se administre a este
pueblo un asalto o misio̕n de aquellas que acostumbraban, y me parece que
tambie̕n lo conseguire̕. Su Excelencia (el Virrey) y el Obispo se hallan requeridos
para su ejecucio̕n. El cielo bendecira̕ sus permisiones. Si el e̕xito no
corresponde a mis deseos, atribu̕yalo a mis pecados y rueguen a Dios los oculte del
rostro de su Padre.
La vi̕spera de la Asuncio̕n le mande̕ decir a mi San Estanislao una misa cantada
en su iglesia y propio altar, en su honor y reconocimiento de haber docilizado los
a̕nimos y da̕ndome proporcio̕n de seguir en breve con mis designios. Le
vistieron de peregrino y estaba para ojeado.
Volviendo al asunto primario, digo que Vuestras Mercedes, como pra̕cticos, me
consigan cuantas gracias, cuantas preeminencias y privilegios me son conducentes a
hacer ma̕s co̕moda, interesada y atractiva mi misio̕n, mediante las distancias
dilatadas, caminos fragosos, pai̕ses desiertos, pueblos desprovei̕dos y otros mil
inconvenientes que hay que experimentar. Con eso la abundancia de concesiones
suavizara̕ y hara̕ amables todos sus obsta̕culos. A esto agregare̕ algunos
arbitrios que me dicte la Divina Providencia, a quien u̕nicamente debo todo lo que
se invierte en las citadas obras piadosas. A ma̕s de lo cual, yo quiero operar con
mayor libertad y darle otra reputacio̕n a mi empresa, para atraer almas a Dios
hasta de los sentidos, y asi̕ Vuestras Mercedes discurran si es preciso en este
intento, que yo les remita certificaciones y letras aute̕nticas de la prosperidad que
Dios me ha conferido en sus Ejercicios.
Del Sr. Moscoso, actual Obispo de Cuzco, tengo una patente, en que, a ma̕s de
concederme amplia facultad de distribuirlos en toda la Provincia de Tucuma̕n
indistintamente a pueblos, personas, lugares y tiempos, me permite abrir oratorios
en casas particulares. Los dema̕s cano̕nigos y superiores de todas aquellas
comarcas me ofrecen esponta̕neamente la misma exhibicio̕n, que, como hasta
aqui̕ me ha sido inu̕til, no me he querido aprovechar de ella, la cual en lo
sucesivo puede graduarse por un prudente auxilio para lo que se ejecute. Hay tiempo
de adquirir dichos documentos que remitire̕ con oportunidad.
El principio de la honra y gloria de Dios no me permiten separarme de los medios
que la fomentan; por esto suplico a Vuestras Mercedes encarecidamente cooperen
conmigo a su dilatacio̕n; yo que he corrido los pai̕ses referidos y que tengo
noticias de todo este Reino, informo a Vuestras Mercedes de la notable falta de pasto
espiritual que echamos menos y lloramos por estas partes, y principalmente en
cuanto a misiones y Ejercicios. Cuando yo a mis solas, dentro del silencio de mi̕
misma, reflexiono (considero) este punto, soy oprimida de afliccio̕n, me lamento y
suspiro incesantemente por el remedio que exigen tales necesidades, y no encuentro
otro arbitrio de ser dichosa, sino el agitar aquel del cual dimana la precaucio̕n
contra estos males.
La administracio̕n de bienes espirituales que Dios prepara por mis manos, sin
embargo de la indignidad con que admito semejantes beneficios y de la divina
misericordia con que para ellos se distingue, me hacen inferir que Su Divina
Majestad tal vez me conceda terminar mi carrera en la pra̕ctica de algu̕n
proyecto que produzca utilidades permanentes; cuyo establecimiento es
indispensable robe las atenciones de Vuestras Mercedes, aunque las hayan
anticipado penetrando mis designios. Los que actualmente forman toda mi
ocupacio̕n pueden servir de previas disposiciones para aque̕llos; por lo que
espero que Vuestras Mercedes hagan de e̕stos el uso ma̕s conveniente en elevar
sus ideas hasta donde Su Divina Majestad fuese servido.
A mi confesor muchas expresiones de caridad, y asi̕ a e̕l, como a Vuestras
Mercedes, ruego no se olviden de mi̕, cual yo siempre le pido a Dios me los haga
unos santos y guarde su vida muchos años.
Buenos Aires, 7 de agosto de 1780. B.L.M. de Vm. su aficionada y humilde sierva
Mari̕a Antonia de S. Jose̕.
P. D. La Casa de Ejercicios de esta ciudad, sin embargo de las o̕rdenes de Su
Majestad, se halla ocupada con ciertos hue̕rfanos, lo que da motivo para
denominarla hoy ‘Casa de la Cuna’. Nada de esto me impedira̕ franquear mis
Ejercicios, porque habiendo oratorio en una casa capaz se remedia todo. No
obstante, quisiera ver las cosas en su lugar. Sin salir de este re̕gimen, he dado en la
provincia del Tucuma̕n 60 Ejercicios; aqui̕ 4, y Dios quiera que pasen al
nu̕mero primero; yo quisiera darlos en todo el mundo; por lo que deseo una
licencia para que nadie me ciña, sujete, ni detenga a lugar determinado.
La gracia del Espíritu Santo sea con Vuestra Merced, mi Don Gaspar.
Esta carta es continuación de la que le acompaña.
La una dará a Vuestra Merced instrucción completa de los motivos y sucesos demi
esperanza, dirigida a suministrar en esta ciudad los Ejercicios de Nuestro Padre San
Ignacio; la otra le impondrá de su consecución.
Aquélla es testimonio de mis aflicciones, por la supresión del aumento de la gloria y
honra del Señor, que precisamente resultarían de ellos mismos. Ésta es un diseño e
incentivo del gozo que me causa la actual práctica de contribuirlos. En suma, la
primera suscitó (si me es permitido hablar así) los efectos de la terrible justicia del
Señor; la segunda la produjeron los que dimanan de la inmensa, suave y amabílisima
misericordia del Altísimo, de quien profirió el Profeta: “Señor, toda la tierra está
inundada de tus misericordias”.
En efecto, han tomado las cosas de un instante a otro tal semblante, que cuando no
se pensaba comúnmente sino en la repulsa de esta obra del cielo, se dispuso de un
modo improviso su admisión, la cual ha provenido de las amplias facultades y
permisos que me ha franqueado el Ilmo. de esta Diócesis, siendo él mismo que antes
más la resistía por fines que sin duda graduó por convenientes.
Luego que le obtuve, solicité casa distinta de la que se debía destinar, por hallarse
ésta ocupada con ciertos huérfanos, como abajo expondré. Pero como son de Dios
todas las que poseen los hombres, un pobrecito de éstos me ha cedido la suya para
todo el tiempo que quiera, cuyas protestas (sin embargo de la tibieza con que parece
la ofreció a los principios), las reitera inducido de gozo al fin de cada uno de dichos
Ejercicios; y aunque es bastante estrecha nos facilita hasta hoy la extensión suficiente
a adecuar los actuales designios del Señor. Su capacidad admite poco más de 100
personas con mucha incomodidad; como en los primeros y segundos Ejercicios
concurrió poca gente, se dieron con regular desahogo. En los terceros empezamos a
sentir su estrechez, porque llenaron toda la casa. Y últimamente en los cuartos, que
estamos siguiendo, nos han oprimido con exceso y tanto que es preciso privarles la
introducción de catres y cujas, para que así se den lugar unas a otras, tiradas en el
suelo sobre esteras, chuces y colchones. Si el número de ellas se va recrudeciendo
sucesivamente (como lo voy experimentando y promete el país), es necesario que Su
Divina Majestad y mi Señora de los Dolores me oigan, a fin de que me provean de
habitación correspondiente a la multitud de almas que anhelan nutrirse con el maná
que adquieren mediante las sabias cristianas reglas que nos prescribió Ignacio; tan
abundante en el espíritu que agita a las mujeres de este país. La referida casa que hoy
sirve, está colocada calle de por medio frente a frente de la iglesia de San Miguel,
adonde pasamos todos los días, mañana y tarde, a oír la Misa y pláticas del
presentado Fr. Diego Toro, que las dispone y vierte con celestial emoción propia de
su bello espíritu.
El alimento, aunque no hay fincas visibles, lo da Dios muy sobrante, excesivo y
sazonado, con que logro complacer a todas las que los participan, quienes a más de
esta dicha que logro no recusan mezclarse (hablo de las señoras principales ) con las
pobrecitas domésticas, negras y pardas que admito con ellas. Ya se hace
indispensable valerme de estos humildes arbitrios, para no malograr ni perder el
fruto que ofrece el mismo Jesucristo, que jamás fue aceptador de personas.
Bien parece que carecían estas gentes de que mi misión fuese autorizada con algunas
distinciones de hombres, y hasta en esto Dios les ha dado el gusto a unas, y a otras
mucho en qué entender. A este intento han observado que los Ilmos., que
actualmente se hallan aquí, a saber: el de la misma ciudad y el Carmelita español de
nuestra provincia (que llegó en el convoy poco más ha de un mes, mientras daba mis
primeros Ejercicios), han asistido repetidas veces a las pláticas, que las han
aplaudido con tanta complacencia, como lo restante de las distribuciones interiores
que seguimos. El primero concurría casi solo, pero el segundo ha venido varias veces
con lo más de su familia. Concluida su asistencia, sin duda en demostración del
aprecio de tal obra, nos concedió indulgencias a todas las personas que participasen
de ella, ejercitantes y no ejercitantes.
Ya he expresado cuántos favores me tributa el Ilmo. de aquí; se me ha ofrecido a
cuanto yo disponga de sus facultades y persona en lo posible. El nuestro es un sujeto
de muchísimas circunstancias: es santo y es sabio con cuantas prendas pueden
apetecerse capaces de equivocarle con los Padres primitivos. Los designios que lleva
para efectuados en nuestra provincia, son los más adecuados a un verdadero pastor
y, si no fuera por demorarme, yo le hiciera aquí un elogio de ellos. Baste por ahora
decirle que me ha propuesto regrese a su diócesis, a fin de que juntos corramos su
provincia, yo sin variar de profesión y él en calidad de confesor, pastor y misionero.
¿Puede darse mayor felicidad? Tales son los estímulos que a Vuestras Mercedes les
presento, por los cuales vendrán en conocimiento del amor que mutuamente nos
une en Jesucristo, a quien es debida toda preferencia, no a mí. “No a nosotros, Señor,
no a nosotros, sino a Vuestro Nombre se debe tributar todo honor y toda gloria”. Si
alguna cosa tenemos, es confusión.
A más de esto, después de haberse informado de mis asuntos y de habernos tratado
(bien que no como deseábamos), me ha intimado el precepto, como superior tan
legítimo, de que le escriba cuanto ocurra, y de que vuelva según el espíritu de sus
órdenes futuras. Él sale mañana para Córdoba. Yo estoy muy contenta con este
hombre raro, y confío en mi Dios, que me lo ha traído para cosas grandes. Así se lo
expresó, según me cuentan, un alma justa, al tiempo de morir en España; y sus obras
bien lo indican.
Prestándole la obediencia que debo no podré tan fácilmente transmigrarme a esos
reinos. Si bien que yo en todo he de seguir la interior voz de mi Señor y Dios;
también las inspiraciones de nuestra Señora de los Dolores. En adelante le referiré a
Vuestra Merced las cosas conforme ocurran y me parezca. Entretanto ruegue a Dios
con mis hermanos, se haga en mí cuanto fuere mayor honra, gloria y beneplácito del
Altísimo.
La Casa de Ejercicios, ya he dicho, que se halla ocupada por ciertos huérfanos.
Llegará ocasión que vuelva a su primitivo destino, si viene. Dios lo hará todo. “Su
diestra es omnipotente” y en tanto participamos de su fuerza en cuanto confiamos
menos en los auxilios humanos. Cualquiera que sólo ponga la mira en tales socorros
caducos suministrados por manos de hombres, perderá todas sus empresas,
confundirá su fe, se perderá eternamente, y así será “maldito el hombre que confiare
absolutamente en otro hombre”.
Esta luz es bastante para afianzar en nuestras almas toda esperanza aun sobre
aquellas cosas más destituidas de restauración. La esperanza que Dios aprecia es la
que merece corona; quiero decir, la sólida, la firme, la perseverante.
Y así, ánimo, queridos, ánimo y fortaleza. La omnipotencia del brazo del Altísimo no
descaece ni cede a nadie; y si algún vigor debe sostener nuestros corazones, su
diestra le da, le señala y le conserva. El miserable poder y disposiciones de los
hombres alucinan nuestros sentidos; pero el torrente de su fuerza destruye a
aquéllas y protege hasta el fin a los inocentes, humildes, abatidos.
Poco ha nos han llenado de gozo las noticias del paisano Canónigo Juárez, quien
habiendo verificado su introducción al Chaco en compañía del Coronel Comandante
Don Francisco Gavino de Arias, vecino de Salta, ha convertido o reducido a la paz
sola, o también a la religión, a tres numerosas naciones y prosiguen con la solicitud
de alianza con otra más o con otras varias.
Ignoramos la prolija individualidad de su expedición. Procuren Vuestras Mercedes
encomendar a Dios todas estas cosas, que yo no me olvido de las suyas.
tengo gran consuelo de recibir un billete suyo incluso en la de nuestra Beata Doña
María Antonia; y le doy las gracias, así de esto, como de haber servido de amanuense
de dicha señora.
Lo que todavía no he recibido es el diseño de la vida u operaciones de aquélla, que
Vuestra Merced me promete. No obstante, le agradezco también desde ahora; y me
alegraría fuese una relación exacta desde cuando comenzó su felicísima Misión dicha
Beata: con qué ocasión, con qué medios y auxilios de Dios y de los hombres; el
número de Ejercicios que se han dado; y en qué partes: qué fruto particular, o qué
conversiones raras ha habido en dichos Ejercicios; qué contradicciones de los
hombres y qué trabajos personales ha padecido ella, etc., etc., para que de esta suerte
se pudiese formar aquí una carta edificante de que resultaría grande gloria de Dios y
honor de nuestras Provincias Americanas, y de no poco crédito para en adelante de
dicha señora para autorizar más sus misiones; y si alguno de sus confesores o
directores de conciencia enviase también por escrito un testimonio de algunas cosas
particulares suyas, a que ella diese primero licencia, y declarase con humildad de
espíritu y sinceridad de corazón, sería muy acertado, y daría mayor realce para dicha
carta edificante.
Solamente advierto por necesidad, que así la dicha relación, testimonio y demás
cartas, que viniesen acá, se procure que vengan francas, esto es, pagadas desde allí
hasta aquí, a motivo de que aquí, si no viniesen así, nos cuesta mucho el sacarlas de
la Posta o Correo; y gastamos más de lo que pueden nuestras fuerzas; como me ha
sucedido ahora puntualmente en las que he recibido de dicha Beata, y otra de mi
primo Arcediano Juárez.
Septiembre 16 de 1781.
Mi muy estimado hijo:
A la noticia que me participa de haberle dado el Señor una hijita, me alegro mucho, y
desde luego le deseo toda prosperidad, para que llegando al uso de razón sea para
alabar a su criador y mucho contento de Vms. que no esperaré menos que todo se
conseguirá por el medio de su buena educación, que es el primer estímulo de las
buenas operaciones de la criatura racional.
La pregunta que Vm. me hace de mi regreso a ésa, por ahora no puedo seguramente
decirle, motivo de que es tanta la concurrencia de ejercitantes, que en 29 semanas de
Ejercicios que van corriendo, no he tenido más intervalo de tiempo que un día de
por medio o dos cuando más, en las que han entrado muy copiosamente, conque vea
Vm. lo que el Señor va disponiendo, y según en adelante acaeciese, podré determinar
sobre ese asunto.
A lo que Vm. me insinúa de haberle pe… para ello me… parte alguna insinuación,
pero Vm. puede dispensarle su imprudencia, que por algún acaso hubiera llegado
Vm. a tomar algún consejo saludable para su buen régimen y conducta, desde luego
fuese para mí la noticia de mucho contento, a lo que quedaría muy reconocida del
favor en este asunto.
Aprecio mucho de que goce de salud Aguirre y Doña María Ignacia, de quien me
dice Vm. que siempre es María Ignacia, a lo que digo, que las más veces, muchas
cosas las calificamos muy diversamente de lo que en su realidad es, principalmente
cuanto a los vivientes racionales es muy difícil su escrutinio, y por cuyo motivo
dejemos las operaciones al Autor que todo lo gobierna y cría. A la expresión de su
cariño de Vm. de quererme ver en aquélla, no puede llegar al punto del deseo que yo
tengo de verme en aquélla; pero la continuada fatiga en el ministerio no me permite
el lograr hasta después, como por cuyos motivos nunca he podido responderle a las
que he recibido de Vm.
En ínterin quedo rogando a Dios guarde su vida muchos años.
Mi amado hermano D. Gaspar Juárez. (Recibí en mayo o junio de 1782) (Nota del P.
Juárez).
Por ver este superior movimiento de estas gentes de esta ciudad, el Ilmo. Señor
Obispo me tiene concedido licencia para que se diga misa durante cada semana en la
casa particular donde se practican los Ejercicios, la que existe inmediato a la iglesia
de San Miguel, y sólo concurren a ésta a la comunión general, para los que van todos
en orden de dos filas, dando particular ejemplo con toda mesura y humildad, que a
su vista el más obstinado se conmueve a entrar a los Ejercicios para salir de su mal
estado, como así se ha experimentado.
Como así mismo se practica en el día final, a fin de dar buen ejemplo, ir por donde
esté el Señor patente para visitarle, y van todos los ejercitantes compuestos en dos
filas, cantando las letanías de los Santos, y para cuyo acto se dedican con todo gusto
los señores sacerdotes clérigos, quienes autorizan con su persona la compungida y
honesta procesión que se forma en la mayor publicidad: con este acto y otros están
las gentes, al parecer, en el mejor arreglo que en el que estaban; pues ha querido el
Señor mediante su misericordia dar este medio para esta ciudad, al tiempo de que
había crecido tanto el desorden, que ya apenas se encontraban en muy pocas
personas la honestidad y recato.
Por todo lo que suplico a su Majestad que eche su bendición en todos, y de mí tenga
mucha misericordia.
Yo quedo muy enterada de que Vuestra Merced y los demás mis hermanos, como
deseosos de todo mi bien, me hacen presente de todo lo que precede por allá, a
cuyos pareceres doy las gracias. Dedicando todas mis acciones a la disposición del
Altísimo, viviré siempre por estos reinos, hasta que dicho Señor disponga aquello
que fuere su santa voluntad.
Ya quedo enterada de lo que me dice de haber hecho las más vivas diligencias sobre
los asuntos de indulgencias y privilegios, etc., y al mismo tiempo quedo muy
agradecida del Rescripto de Su Santidad, que Vuestra Merced me ha remitido, que lo
aprecio de todo mi corazón; y así mismo espero el que en adelante recibiré por su
mano todo lo demás que tengo ya expresado a Vuestra Merced.
Tocante a lo que me dice Vuestra Merced de haberle escrito a Don Agustín Javier de
Beristáin, sobre el asunto de algún dinero, digo a Vuestra Merced que estoy cierta de
que no faltará en concurrir con el que Vuestra Merced le insinuase; que aunque sea
cantidad de alguna consideración ha de verificar el suministrarle, a quien con toda
satisfacción puede Vuestra Merced pedirle; pero fuera de este dicho secreto, digo
que prontamente, luego visto ésta, ocurra a la corte misma de Madrid por doscientos
pesos a Don (Manuel) Domingo Pérez de Beamurguía, quien dará orden para Cádiz a
su primo Francisco de Beamurguía, mercader en dicho Cádiz. Ésta es libranza que da
desde esta ciudad Don Manuel Joaquín de Zapiola, quien remite los documentos
correspondientes a Madrid a manos del dicho Don Domingo Pérez de Beamurguía.
Debo decirle que, habiendo recibido dicho dinero, sin escrúpulo alguno válgase de
él; que es mi voluntad que no pase Vuestra Merced urgencia de lo que le fuere
preciso, y así mismo espero sufragar algunos gastos que acaeciesen para los asuntos
ya dichos de mis pretensiones; no pare la consideración en querer destinar
solamente para dichos efectos, sino que con toda satisfacción puede valerse como le
digo, que mi voluntad es que no pase Vuestra Merced ninguna falta; que si me fuera
posible el que con la sangre de mis venas pudiese remediar así el alivio de Vuestra
Merced como de los más mis hermanos que residen por allá, muy gustosa lo
practicara; en esta atención, así para Vuestra Merced o para las personas de quienes
Vuestra Merced está enterado son de mi mayor aprecio, repito a Vuestra Merced no
deje ocurrir siempre a dicho Don Agustín Javier de Beristáin con el seguro de que
será Vuestra Merced atendido en todas ocasiones.
Cuanto a lo que me dice de los deseos que tienen muchos sacerdotes operarios para
el efecto de Ejercicios, digo que Dios nuestro Señor lo gobierna todo, que cuando se
digne dicho Señor dispondrá según y conforme fuese su santa voluntad, en quien
tengo puesta toda mi esperanza (y no digo más sobre este punto), dejando mis
deseos al que es dueño de todas las criaturas, etc.
Repito en ésta y continuaré en significar mis cordiales memorias a todos los sujetos
conocidos y favorecedores míos, suplicándoles me tengan presente en sus sacrificios,
que yo, aunque indigna, no ceso de clamar a mi Señor por sus progresos espirituales;
y en parte le comunicará Vuestra Merced a mi confesor Don Ventura Peralta mis
expresiones, que teniendo ésta por suya me ordene cosas de su mayor agrado, y que
no le escribo en particular por no serle de molestia o causarle interrupción en sus
espirituales ocupaciones; pero me es suficiente el tener el gusto de comunicarle por
medio de ésta a fin de suplicarle que en sus oraciones me tenga presente por estar yo
muy necesitada.
Con que me veo con el ánimo vacilante en ver que el de nuestra patria es mi legítimo
pastor y es un príncipe tan heroico en todas sus operaciones, que los progresos en su
gobierno de su obispado, toda ponderación no sería bastante para el elogio que se
merece, me estimula a grande sentimiento.
Dios nuestro Señor dispondrá en todo, pues le ruego y suplico dirija mis acciones a
cuanto sea de su santo agrado.
Buenos Aires, noviembre 28 de 1781. Besa las manos de Vm. su más humilde
hermana, María Antonia de San José.
En esta inteligencia viva Vm. con toda quietud de espíritu, para recibir con todo
amor las disposiciones del Altísimo, que en todos casos, el mejor Sacrificio que la
criatura debe ofrecer a su criador es la resignación con la voluntad de su criador, no
obstante que nos parezca seguírsenos perjuicio así al alma, como al cuerpo, que todo
puede ser engaño de nuestra fragilidad, que procediendo en nuestro estado o
ministerio con sencilla y sana intención, Su Majestad concurre con toda
particularidad, para el exacto cumplimiento del ministerio a que le ha constituido
por su Santa voluntad.
Yo, amado hijo, luego que recibí la suya, la dirigí para Montevideo donde se halla el
Señor Virrey, a manos de D. José Calaceti, para que el dicho, en mano propia… ega…
escribiéndole con toda expresión y empeño, que se enterase y le hablase a favor de
su petición de Vm. cuya resulta espero por horas, y me alegrare sea todo favorable a
nuestra pretensión, que luego que tenga respuesta daré aviso a Vm. de todo.
En ínterin, quedo rogando a Dios nuestro Señor guarde su vida muchos años.
Buenos Aires, enero 16 de 1782. M. S. M. B. L. M. de Vm. su más amante Madre que le
estima, María Antonia de San José.
Con grande gusto recibo siempre la de Vuestra Merced así la antecedente, como esta
última escrita en 19 de julio del próximo año pasado de ‘81, y habiendo recibido la
antecedente como digo, respondí muy largamente, que fue en el mes de octubre o
noviembre de dicho año, contestándole a las expresiones con que me favorece, y al
mismo tiempo dándole las gracias del rescripto de Su Santidad, la que llegó a mi
mano, como ya tengo avisado a Vuestra Merced. Como me supongo, dicha respuesta
ya la tiene Vuestra Merced en su mano, como también lo demás que más abajo
expondré a Vuestra Merced. Asimismo respondo a esta última carta de Vuestra
Merced tocante a la insinuación que me hace del pasaje que ha precedido con Don
Agustín Javier de Beristáin sobre el dinero de su oferta; a lo que debo decir que
verdaderamente, según la circunstancia que precedió al tiempo de su embarque para
esa Europa, no podía yo menos de quedar muy satisfecha de que indubitablemente
verificaría cuanto me facilitó, no solamente para una cortedad de 25 pesos, que a
Vuestra Merced no le ha suministrado, sino que aunque fuese mayor la cantidad,
como así lo prometió. Fue el caso que, pretendiendo yo el darle a él mismo el dinero
que había de dirigir a manos de Vuestra Merced, no lo consintió, diciéndome que no
era necesario, pues él se constituía sin falta alguna a suministrar cuanto a Vuestra
Merced se le ofreciese para todos mis asuntos; pero insinuada de Vuestra Merced
como digo, no puedo menos de decir y conceptuarme que en este mundo no
debemos hacer total confianza en hombre mortal, pues en la ocasión más precisa
experimentaremos la falta de aquello mismo que con energía pudo persuadir a la
creencia de sus palabras; y no digo más; pero en todos acaecimientos me conformo
con la voluntad del Altísimo Señor, pues así lo ha permitido para que por este medio
hayamos logrado ocasión de ofrecerle esta pensión; principalmente habiendo yo
experimentado otra que me precedió andando yo en mi peregrinación en la
jurisdicción de Córdoba, pues con el mismo fin de remitirle algún dinero a Vuestra
Merced, dejé en la dicha ciudad en manos de un sujeto, para que entregase al Sr.
Canónigo Juárez, quien venía a esta ciudad, para que éste luego remitiese a Vuestra
Merced; y dicho caballero nunca practicó el orden que le había dado, con motivo de
que se le olvidó al tiempo de la salida de dicho señor Juárez; con que así se me
frustró esa ocasión y quedé muy pesarosa; y andando como digo siguiendo mi
destino se me ofrecieron varias urgencias y me valí de dicho dinero, siempre con el
fin y grande deseo de no perder ocasión de hacerlo, como de facto se me cumplió mi
deseo en el próximo año pasado de ‘81, que fue cuando digo que respondí a la de
Vuestra Merced, en cuya ocasión se remitió desde esta ciudad para la de Cádiz y
Madrid por Don Manuel Joaquín de Zapiola doscientos pesos para dos caballeros
hermanos que se nombran Beamurguía para que éstos incontinenti remitiesen a
Vuestra Merced dicho dinero, los que me supongo han llegado a manos de Vuestra
Merced para los fines que tengo expresados en la carta adjunta de dicha remesa, y así
mismo vuelvo a decirle que sin escrúpulo alguno puede Vuestra Merced y mis
amados hermanos suplirse en sus urgencias. Como también en ocasión que es la
conductora de esta la señora Virreina de Lima, que es mujer del señor Guirior, que
transitan para la Europa por vía de Portugal hasta la corte de Madrid, y por la misma
mano remito a Vuestra Merced tres onzas de oro, advirtiendo a Vuestra Merced que
dos onzas son para que Vuestra Merced disfrute para sus urgencias, y otra onza la
entregará Vuestra Merced a mi confesor Don Ventura Peralta que el dicho también
disfrute en sus urgencias, a quien me le dirá Vuestra Merced mis finas expresiones;
con que esta dicha Señora dirigirá, así esta carta, como todo lo referido, por la vía
más segura como me lo ha prometido. Así mismo remito cien pesos, que son
pertenecientes a una señora vecina de esta ciudad nombrada Doña María Josefa
Alquisales, quien se ha valido de mí para que dichos pesos vayan a manos de Vuestra
Merced para los costos de su solicitud, cuya instrucción también va incluida en ésta:
donde podrá Vuestra Merced imponerse a la letra, para que mediante mi súplica a
Vuestra Merced se ha de dignar el negociar lo que dicha señora solicita, quien, por
tener total confianza y saber que yo tenía de mi parte a Vuestra Merced en ésa de
Roma, con toda satisfacción se ha valido para ese negocio, que espero con
certidumbre Vuestra Merced no me dejará de complacer, con poner todo empeño
para la consecución de dicho negocio, el que ha de ser como cosa mía propia, a todo
lo que quedaré muy reconocida como también de mis particulares solicitudes.
Así mismo expongo a Vuestra Merced que, si después de conseguido la solicitud de
esta dicha Señora sobrase algún dinero de los dichos cien pesos, con toda
satisfacción digo a Vuestra Merced, así por la voluntad de dicha señora como por la
mía, por tenerme franqueada la acción, desde luego sin escrúpulo alguno puede
Vuestra Merced disfrutar de él, pues ésta es nuestra voluntad: sólo si puede Vuestra
Merced encomendarla a Dios por medio de algunas misas, y éstas sean aquellas que
a Vuestra Merced le pareciese voluntariamente.
Cuanto a mis asuntos no tengo que molestarle en esta ocasión, pues estoy cierta que
pudiendo lo practicaría Vuestra Merced con todo empeño; sólo si en esta ocasión
advierto que, no obstante que hasta el presente me franquean los superiores de estas
provincias, puede Vuestra Merced pedir a Su Santidad que también pueda yo elegir
capellán idóneo y traer conmigo para mi continuo ministerio. Y así mismo pida
Vuestra Merced que pueda yo elegir una de mi sexo, para que siga este ministerio,
para que después que yo fallezca se continúe y propague este grande beneficio a las
almas, quien gozando del indulto que se me concede siga con todo ahínco: que
Vuestra Merced allá vera las circunstancias y modo de poderse conseguir.
Quedo enterada de lo que Vuestra Merced me dice del negocio particular de mis
amados hermanos y Padres Directores espirituales que fueron, pero no me da
Vuestra Merced alguna noticia del estado particular, que siquiera en algún modo me
den consuelo; bien veo y conozco la continua persecución que el demonio ha hecho
y actualmente está haciendo; también el mundo hace su papel con sus marañas y
enredos; pero, aun con todo, no sé por qué se me representa que Vuestra Merced me
coarta de alguna noticia que me dé algún consuelo, que aunque fuera para después
de mis días, me causaría mucho gusto el oír siquiera que había de prevalecer la
Milicia de Jesús, después de tantas penalidades como ha padecido; en esta intención
sólo me consuela de que todos se hallen muy conformes, pues media en ellos el claro
conocimiento de que a todas las marañas del mundo y asechanzas del demonio ha
de prevalecer siempre Nuestro Señor Jesucristo, quien es la suma verdad, y que a
imitación suya debemos sufrir con gusto cuantas tribulaciones se nos presenten en
este mundo.
Luego que recibí la antecedente de Vuestra Merced, escribí a nuestra tierra a Don
Fernando Díaz, clérigo, y por cuya mano doy noticia de su salud de Vuestra Merced a
Don Antonio García, como también al señor canónigo Juárez, a quien le escribí en
particular, como también lo he hecho con esta última de Vuestra Merced; quienes
apreciaron mucho dichas noticias, principalmente el Padre Fernando,
continuamente tenemos correspondencias, y también su hermana María Ignacia la
Beata, quien tuvo una enfermedad muy grave después que Vuestras Mercedes se
partieron de ésta, y gracias a Dios en el día se halla muy robusta en compañía de Inés
la Beata, y finalmente todas las Beatas que quedamos estamos vivas, quienes, cada
una en particular, me escriben haciendo reminiscencia de Vuestras Mercedes
consolándose solamente con la esperanza en Dios y no más.
El Revdo. Padre Fr. Diego Toro retorna a Vuestra Merced sus memorias
apreciándolas tan agradecido, quien es todo el desempeño de esta santa obra, pues
trabaja infatigablemente en la viña del Señor. No omita Vuestra Merced el
escribirme, luego que llegue esta a manos de Vuestra Merced, avisándome de todo,
así de la remesa anterior como de la de esta ocasión, de la Señora dicha la Virreina,
quien me ha prometido que esta carta como el dinero lo remitirá franca, como lo
hice también yo en la antecedente y lo haré siempre; no hay que tener cuidado en
esto; como también tendré el gusto de saber de su salud de Vuestra Merced y de la
apreciable de mis amados hermanos, a quienes quedo rogando a Dios les guarde
muchos años.
Buenos Aires y julio 8 de 1782. Muy Señor mío: Besa las manos de Vm. su más
humilde sierva y hermana, María Antonia del Señor San José.
Post datum: Advierto que los documentos que vinieren de dicha Señora o los míos
vengan con el pase del Consejo de ese reino.
Después en este presente año, en el mes pasado de julio, tengo respondido a otra que
recibí en este propio año en la que me participa tocante a Beristáin residente en
Madrid, a la que respondí inmediatamente, cuya respuesta, mediante Dios, va
caminando por vía de Portugal siendo la conductora la señora Virreina de Lima, que
se conduce con su esposo el señor Guirior, quienes van a Madrid; y siendo dicha
Señora tan virtuosa y haber dado tanto buen ejemplo, he quedado muy satisfecha de
sus buenos ánimos; por cuyo motivo he dirigido por su mano así la dicha carta, como
cien pesos y tres onzas de oro, para que incontinente de llegada dicha Señora a
Madrid, le remita a Vuestra Merced dicho dinero, para que verificándose el recibo de
Vuestra Merced se sirva de practicar lo siguiente, a saber: que los dichos cien pesos
remite por mi mano dicha Josefa Alquisales, vecina de esta ciudad, para que Vuestra
Merced le consiga de Su Santidad todo lo que expresa en la relación que mando
adjunto con dinero. Y también remití con dicha señora Virreina tres onzas de oro
para que, tomando Vuestra Merced para sí dos onzas para suplirse en sus urgencias,
la otra onza la entregue a mi confesor el Padre Ventura Peralta, para que siquiera esa
cortedad le sea de algún alivio en sus urgencias, cuya remesa estoy cierta ha de llegar
a manos de Vuestra Merced, pues asíme lo ha prometido dicha Señora el practicar
luego que llegue a dicho su destino.
Tocante a los dichos cien pesos que remite dicha Señora para consecución de lo que
pretende, vuelvo a decir a Vuestra Merced que estimaré mucho ponga todo empeño
en que consiga todo lo que pide, y advierto que lo sobrante de dicho dinero aplique
Vuestra Merced para sí, como ya le digo anteriormente, sin escrúpulo alguno, que es
la voluntad de dicha Doña Josefa, para quien podrá Vuestra Merced aplicar algunas
misas, esto es, aquellas que Vuestra Merced voluntariamente pudiese decirle.
Yo siempre me hallo en esta de Buenos Aires continuando el ministerio de los santos
Ejercicios y experimentando grandes progresos espirituales en las almas; sigo con
más ahínco a la práctica continua, pues su Majestad parece que visiblemente
concurre con sus providencias para esta santa obra, así en promover los corazones
con tanta vehemencia en este acto, como en facilitarme todas providencias para el
subsidio de la multitud que concurre. Viendo esto palpablemente, ¡cómo viviré yo
tan obligada a esta Suprema Majestad! que verdaderamente hablando, a la vista y
práctica de lo d icho, vivo confundida, y mi único consuelo es el darle muchas
gracias y ofrecerme ciegamente a su santa voluntad, reconociendo que dicha
Majestad, por el amor de sus criaturas, que viven olvidadas de su Criador, se ofrece
por todos caminos a franquear sus misericordias, principalmente por éste de los
santos Ejercicios, en los que he experimentado claramente el cumplirse de su santa
voluntad con mucho beneficio de almas cristianas.
En esta inteligencia dejo al discurso de Vuestra Merced el grande medio que se había
extinguido en nuestras provincias, cuya falta llorábamos comúnmente, hasta que
para algún consuelo promovió su Majestad el que se practicase para el bien de las
almas; pero, como esto no se puede continuar a un mismo tiempo en todas las
ciudades y lugares de estas provincias, es grande la falta de operarios, quienes
dedicados por constitución trabajasen infatigablemente como en otro tiempo. En fin,
yo y muchos vivimos consolados, por ser todo disposición del Altísimo.
Tocante a los Ejercicios que estoy practicando en esta ciudad, digo a Vuestra Merced
que en continuación y tanta concurrencia, que parece ser como en el principio que
ya en otra comuniqué a Vuestra Merced, de tal modo, que en el presente tiempo no
se ha reservado alguno de los señores canónigos para entrar, como estoy informada
que el señor Obispo de esta ciudad está con mira de tomar Ejercicios, que será
mayor el ejemplo para los demás católicos.
Finalmente Vuestra Merced vea como digo no siendo escaso en pedir. A mis Padres
directores que fueron, mis cordiales expresiones, a quienes me les dirá que me
tengan presente en sus sacrificios interesándose con esta obra en que estoy
constituida, pues me hallo bastantemente necesitada de sus oraciones, que yo
aunque muy inútil, no ceso de dirigir mis tibias deprecaciones para todos en general,
deseándoles todo alivio; que verdaderamente hablando, que si me fuera posible
derramar mi sangre por el alivio de todos, lo pondría por obra: en fin dejo al silencio
todo.
Al Padre Juan Nicolás Aráoz en particular me le dará mis memorias y me le dirá que
al principio en una ocasión le escribimos con Inés, y habiéndole respondido a ésta,
escribía también a otra, no haciendo mención de mí, que me supongo sería por
equivocación, y no por falta de afecto; pero no por eso dejo yo de hacer esta
insinuación para que Vuestra Merced me le haga presente y me ofrezca a su
disposición.
Al Dr. Juárez participe sus expresiones de Vuestra Merced y también a Don Antonio
García, quienes por medio de sus cartas retoman muchas memorias, todo lo que ya
tengo insinuado a Vuestra Merced en la antecedente dicha del mes de julio pasado
de este presente año.
Yo tengo avisado a Vuestra Merced que todas las que escribiese irán francas, a fin de
que no gaste lo que le puede hacer falta: por todo lo que vuelvo a repetir que,
habiéndose recibido, así de los 200 pesos que digo del libramiento para Beamurguía,
como lo que expresamente conduce dicha señora Virreina, que son cien pesos y 3
onzas de oro, haciendo todos los encargos que a Vuestra Merced le tengo hecho, no
pase necesidad, que mi deseo es que Vuestra Merced viva consolado en aquel su
destino, que en adelante Su Majestad y siempre nos ha de proveer si nos conviene.
Le estimaré que Vuestra Merced incontinenti me participe de todo lo que le suplico,
principalmente lo que más le encarezco y de que si ha recibido dichas remesas, como
también del asunto que le suplico para la expresada Señora que remite los cien
pesos, quien es natural que aguarde razón de su pretensión; cuyo empeño con todos
los míos aguardo que Vuestra Merced ejecutará con el celo que corresponde; pues ya
Vuestra Merced está inteligenciado; que yo no tengo en aquella parte otro quien
mire por mí, sino único Vuestra Merced; y para que mis pretensiones vayan con
prontitud, es preciso que lo zanje uno que se empeñe con todo esfuerzo como me
supongo de Vuestra Merced.
Muy Señor Mío. Besa las manos de Vuestra Merced su más afecta sierva en
Jesucristo, María Antonia del Señor San José.
Septiembre 7 de 1782.
Mi muy estimado hijo:
No obstante que en días atrás escribí a Vm., con grande gusto repito ésta, por
proporcionárseme ocasión tan oportuna de solicitar su importante salud la que en
continuación pido a Su Majestad se la continúe dilatadamente, que siendo la mía
muy cabal, la ofrezco como siempre.
Amado hijo, aunque tengo noticias de que el portador, que es Don Ángel Mariano,
hijo de Don Ignacio Elía y Doña Bárbara García de Zuñiga lleva recomendación del
Sr. Virrey para otros, yo de mi parte, aunque no de valimiento, suplico que me le
muestre Vm. con todo el cariño que acostumbra, pues debiéndole yo muchas
expresiones de amante hijo, no dudo ejecutará Vm. con éste mi recomendado,
porque me han suplicado sus padres y por ser sujeto que corresponde a Don José
Calaceti a quien le merezco muchas atenciones, como Vm. no ignora.
Aunque yo por mis diarias ocupaciones no pueda contestar a las que favorece,
discúlpeme que no por eso echo en olvido sus asuntos, cuanto es de implorar por el
buen éxito en el actual ministerio en que se halla, a cuyo cumplimiento estoy
cerciorada de su buen ánimo y deseo del… agrado de nuestro Dios y Señor…, por… te
llegará al deseado puerto que es la gloria.
A Vuestras Mercedes les han ligado los pies y las manos (es verdad) hasta impedirles
el uso del oído para confesar; pero nadie puede impedirles el expediente del corazón,
ni el que entren por medio de la santidad en aquellas entrañas que de madre son las
de Jesucristo; él es quien dirige mis pasos, para recoger la mies que a Vuestras
Mercedes no les ha sido permitido adquirirla por su profesión. Y como ha tantos
años que estaba abandonada, se recauda ahora (mediante la voluntad de Dios) con
una abundancia prodigiosa. En esta capital ha sido incesante, de dos años y meses a
esta parte, con fruto de muchas conversiones palpables. De este beneficio de Dios,
que acredita lo copioso de su redención, han participado indistintamente, sin
excepción de personas, toda clase de gentes, moviéndolos a unos a su recepción, y a
otros a la contribución de sus limosnas: efectos todos de su divina Providencia.
Por los consejos diversos, asentí en exponer a Vuestra Merced el pedir certificaciones
auténticas de las ciudades para mejor consecución de mis solicitudes; pero
inmediatamente despedí de mí tal pensamiento, teniendo presente que, en todas
ocasiones y principalmente en esta era, se halla tan corrompido el mundo, que con
mucha facilidad exalta a los que debiera humillar, y abate a los que merecen sean
exaltados; y como desde mis principios el blanco, donde he puesto la mira, es el que
en esta empresa no he de seguir sino aquello que la Divina Providencia me
suministrase, no debo aspirar consecución para este fin que venga mezclado con
aplausos de los hombres, sino sólo quiero que todos se muevan más de los ejemplos
y del fruto sensible de los Ejercicios de piedad, y no de peligrosos informes de los
hombres.
La libranza dirigida a Madrid por Don Manuel Joaquín de Zapiola, vecino de esta,
tendrá indudablemente el efecto que deseamos; pues actualmente ha escrito su
dicho apoderado, de que pondrá en práctica el remitir dicho dinero, y le dice que
Vuestra Merced enteramente invierta en cuanto sea para el fin a que se destinan
dichos pesos, sin que se disminuya cosa alguna, pues él se constituye en los gastos de
todos los documentos que vengan de su mano de Vuestra Merced como el pase por
el consejo y demás, etc., a cuyo favor le he rendido mil gracias a dicho Don Manuel
Joaquín por esta suma caridad que practica con nosotros. Lo mismo practicaré con
Don Agustín Xavier de Beristáin en primera ocasión. Otros cien pesos que remití a
Vuestra Merced por mano de la Señora Virreina de Lima, que me supongo ya se halla
en Madrid, pertenecen, según expongo en la que escribí a uestra Merced adjunto con
dicha remisión, a Doña Josefa Alquisales, para los fines que se expresa en el
documento que adjunto fue; y a su recibo practicará según y conforme le expongo en
la mía. Y adjunto con ese dinero remití 3 onzas de oro, dos de ellas para Vuestra
Merced y para mi confesor antiguo Don Ventura Peralta, para que ambos se suplan
en sus urgencias; como ya en la antecedente digo a Vuestra Merced.
Cuanto a los privilegios, no tengo que decir más, que sean tan abundantes cuanto
Vuestras Mercedes vean ser convenientes, para la amplia administración de los
santos Ejercicios; pues aunque en las provincias que he caminado me han ampliado
los señores Obispos, así de decirse misa en las casas donde habito en ese ministerio,
como por los caminos, y facultades a los confesores para casos reservados, etc., me
parece que será muy bueno el que venga de Su Santidad esta amplitud y otras más
que allá Vuestra Merced prevenga para el mejor servicio de Dios y lo pida.
Las misas del día 19 del mes, que ya en mi antecedente tengo avisado a Vuestra
Merced que así en nuestra tierra como en Córdoba tengo establecido en honor del
Señor San José, estoy actualmente practicando en el oratorio de mi casa de
Ejercicios, donde tengo permiso de que en dicho día se le cante la Misa, y asimismo
en el día de nuestro Santo Padre Ignacio con aquella solemnidad que me es posible,
pues que con toda benevolencia me concede el Ilmo. Señor, para que yo lograra el
hacer ese corto obsequio siquiera.
Y deseosa de la
Post datum: Del canónigo Juárez digo a Vuestra Merced que tuve carta ahora poco,
quien me dice que se halla robusto entendiendo siempre en sus reducciones de
Indios, que no me dice él cuándo se irá para nuestra tierra. A Don Domingo Giles,
que de mi parte reciba mis memorias, como asimismo en particular Don Ventura
Peralta, Don Nicolás Aráoz. Y he sentido mucho el fallecimiento del Padre Francisco
Fraset. También digo a Vuestra Merced que en primera ocasión avisaré a Don
Fernando Ovejero las expresiones de Vuestra Merced. A Don Fernando Ordóñez mis
expresiones, y le pida a Su Majestad que me dé su santo temor y amor. Estimaré que
nuestros asuntos sea lo más breve, que nos pasa el tiempo. A mi sobrino Don Juan
José de Paz mis memorias y que en otra ocasión me acordaré de él en particular, y
que Doña Margarita la Potosina hace muchas memorias, que actualmente se halla a
los últimos.
Ya sabe V.R. cuánto aprecio sus consejos, cuánto los amo, y cuánto deseo sujetarme
a ellos. Presenciará V.R. las cosas de por aquí, las observará de cerca, y entonces
cooperará, mediante este conocimiento, a que su Beata, asistida de sus dictámenes,
tome o tomemos juntos el rumbo que nos mostrare el dedo de Dios.
V.R. agradezca de mi parte a las Sras. Manzos todo cuanto el anhelo y las
disposiciones con que aguardaban la presencia de Dios; no hay buen deseo que para
la criatura no le sea muy útil; por tanto ellas, ni cuantas les han acompañado a lo
mismo, no quedarán sin recompensa.
Yo me mantengo en esta ciudad continuando con mis Ejercicios, con consuelos que
incesantemente recibo del cielo por medio de ellos, que másque pródiga la Divina
Providencia en socorrerme para su continuación, se sirve de día en día dar al público
prueba de sus frutos que recoge de ellos, y será una entre tantas, la que para su
consuelo en Dios le explicaré; y es que en término de cuatro años que sigo este
ejercicio con este pueblo, llevo ya cerca de quince mil almas ejercitadas sin la menor
mengua desde el primer día hasta el presente, de manera que me veo obligada a no
desamparar estas gentes, aun en medio de ser solicitada de otros pueblos y lugares
que con ansias me lo piden, interponiendo empeños, prometiendo largas limosnas y
dando públicas demostraciones del deseo grande que tienen de los santos Ejercicios.
Y baste esto solo, amado Hermano, para que avive más y más sus fervorosas
oraciones al fin de que los mantenga nuestro Dios redundando para su mayor honra
y gloria.
Extraño mucho que no sospeche Vuestra Merced cuál sea la causa de mis fatigas y
crueles penas que padezco y manifesté a Vuestra Merced en la que recibió buscando
alivio con velos de frase, porque no juzgaba ni juzgo puede haber duda de mi
padecer. Pues ¿cuál ha de ser, sino el ver la Compañía de mi Manuelito o de mi Jesús
retirada, extrañada y desterrada de estos países en los últimos confines del mundo?
Éste es mi tormento, éste es mi desconsuelo; y para ello vuelvo a solicitar cuál sea el
estado en que se halla mi Compañía. No se me excuse ni recele el manifestármelo
difusamente, previniéndole que para mí es tal la esperanza que tengo de verla, que a
todo lo contrario sin libertad me niego y me fundo en esto. ¿Es posible que mi Dios
en tantos años que me hago presente esta mi esperanza, había de permitir el
mantenerme firme en ella cada vez más, siempre que fuese errada? Solamente puedo
conceder, siendo en castigo de mis graves culpas y pecados.
Con indecible gozo de mi alma recibí las suyas del 10 de marzo y 10 de septiembre de
‘83, por saber de ellas la robustez que disfruta en compañía de nuestros hermanos y
mis Padres, a quienes me encomiendo y agradezco las memorias que hacen de mí en
sus sacrificios y fervorosas oraciones, pues aseguro que en ninguna ocasión me
parece necesitarlas como en el presente; y así ruego a Vuestra Merced y a todos
aviven más y más sus espíritus para encomendarme a nuestro Dios, que de esta
suerte no dudo el seguir mi destino con grandes consuelos de que redundara a su
mayor honra y gloria y provecho espiritual de sus almas.
Me dice Vuestra Merced en sus citadas, que se gradúa por un vil instrumento por
hallarse embargado de su ministerio. De todo se sirve Dios, pues estoy para mí que el
estado de Vuestra Merced y los nuestros va negociando muchos grados de gloria, y
así como el cielo los amontonó arrollando sus ministerios, será servido también de
ellos como de los mayores progresos de conquistas espirituales que se las dieran,
como espero y ha sido toda mi confianza y consuelo que por los mismos medios se
ha de granjear mayor timbre para sí.
En la pasada mía que le escribí en respuesta a sus citadas, le previne que, en cuanto a
las personas que sucedan y capellanes, lo esperaba todo del cielo, y así olvide Vuestra
Merced sus nombres y que vengan sin bautismo.
Hice presente al señor Arzobispo de Santiago, quien camina en todo este mes, el
deseo de Vuestra Merced de servirle y comunicarle, lo que agradeció y prometió
tenerlo muy presente, lo que le servirá de gobierno. Asimismo saludé en nombre de
Vuestra Merced a todos sus recomendados.
El Señor Intendente y Gobernador de esta capital Don Francisco Paula Sanz, hijo
antiguo del Colegio Máximo de Granada, me ha remitido una lista de varios Padres,
que se hallaban en él en su tiempo, y deseoso de socorrerlos al mismo tiempo que
tener el gusto de saber su paradero; porque de algún modo puedo interesarme en
aliviar esos desvalidos, estimaré a Vuestra Merced me inquiera las más ciertas
noticias y me las comunique del Padre Manuel Palomo, del Padre Arana de
Antequera, el Padre Ruiz de Sevilla, el Padre José del Leita, Padre Álvaro Vigil, Padre
Thomas Falcón, Padre Toribio Caballín, presidentes, maestros y rectores en el
colegio de Santiago de Granada. La vida de nuestro hermano Baigorri la recibí,
alabando las grandezas de Dios en repartir tan dadivoso sus gracias a sus siervos y
siervas de grande consuelo a sus deudos.
A los Padres Nicolás Aráoz, Fernando Ordóñez y mi sobrino Juan José les dará mis
memorias y no dejen juntamente con Vuestra Merced de rogar por mí a Dios como
yo lo practico, deseándoles mucha vida, y llegue cuanto antes el alivio para todos,
que será el verlos; como me lo espero por lo gordo que hallo a San Estanislao.
Posdata. El canónigo Juárez y su Padre García se hallan buenos como Don Fernando
Díaz.Lo que precede es copia de la última que escribí a Vuestra Merced cuyo
contenido confirmo y añado. Que si el Ilmo. Señor Malvar en todo el tiempo me
protegió por altos juicios con empeño; en su partida de ésta, que fue el 5 de lo que
corre, selló su inclinación y afecto a esta obra de Ejercicios con cuantas gracias y
facultades tenía, haciéndome dispensa de ellos a mi arbitrio, llevando muy impresas
en su corazón las que con sus esfuerzos pudiera conseguirme siempre que le
ocupase, cuyas expresiones afirmó con repetidas lágrimas y ternuras que vertió
cuando, dándome su bendición pastoral, se despedía de estas ovejuelas míseras.
El portador de ésta hasta España, será el señor Deán de La Paz que regresa a esos
reinos, sujeto de virtud singular y particular afecto nuestro, como en diferentes
ocasiones me lo ha acreditado su comunicación y trato angelical.
Estimaré a Vuestra Merced me mande un Niño Dios del tamaño que demuestra esta
figura de cruz, e igual a uno que tengo hace tiempo del mismo tamaño todo en una
pieza de piedra marmórea. La acción del Niño es estar acostado sobre la cruz y algo
inclinado sobre el lado derecho. La mano izquierda tiene cogidos los tres clavos por
sus puntas y con ello descansa sobre el cuadrel y parte del vientre la mano derecha,
estando el brazo unido al cuerpo viene a parar en la mejilla y le sirve como de
reclinatorio. La pierna izquierda recuesta sobre la derecha y está con su garganta
sobre la pantorrilla de la misma derecha; los pies descansan sobre una calavera que
pisa el izquierdo y toca el derecho con su empeine. Se previene que el Niño está
enteramente desnudo y sin toalla o cosa que le parezca. Esta postura o figura de mi
Niño Dios ha sido la que más me ha robado la atención; y como el que tengo, rara
vez lo desprendo de mi cuello y ya fuese bastante usado cuando llegó a mi poder,
apenas se le puede distinguir ninguna acción con perfección. A que se agrega que
siendo tierno el afecto que sacan las almas de los santos Ejercicios, quizá por ilusión
del demonio, se me postran a los pies y yo, confundida de mi indignidad, los aparto
de mí, dándoles a besar mi Niño Dios; el que siempre que Vuestra Merced me
consiga me lo mandará con gracias particulares para beneficio de las almas y tocado,
si fuere posible, en las reliquia de mayor veneración de esa ciudad santa, con la sola
pensión de besar la imagen del Niño y alabar su santísimo nombre. Aunque tosco el
diseño de la cruz, me parece suficiente para darle idea del tamaño proporcionado
para traerlo al cuello. Incluyo por duplicado el informe referido del Ilmo. Señor Don
Fr. Sebastián Malvar y en otra ocasión triplicaré.
Yo quedo siempre con positivas esperanzas en el máximo de mis cuidados y dando
gracias al Señor por los sucesivos medios con que viene demostrándonos sus
beneficios, a quien sin cesar pido nos dé auxilios eficaces para poderlo amar
eternamente.
Aseverar lo primero parece empeño inútil, porque Vuestra Merced, como más
inmediato al imperio de la Rusia, sabe con evidencia cuanto concierne a la existencia
de ella, así dentro de Petroburgo, como en los Estados de la Curlandia que están bajo
de la protección de la Emperatriz. Por esto es que no hago mención de este suceso,
sino en cuanto tiene una analogía vinculada el que voy a referir tocante a la
existencia del espíritu jesuítico en aquellos que no le profesan por instituto, sino por
una adhesión devota que casi compite o quisiera competir con los primeros.
Salga pues a la luz pública la Beata María Antonia de San José a dar testimonio de
ella, a acreditar el imperio de los débiles, y a ostentar los prodigios de la Providencia
divina, por uno de aquellos arbitrios, que desentraña del fondo de su bondad y de su
sabiduría, para confusión de la razón humana que alimenta los prudentes del siglo; y
para humillación de los poderosos y fuertes que se sostienen en los brazos de la
carne. Desde el momento feliz que se dejó ver en medio de nuestros pueblos, una
voz muda parece que clama en el yermo y secreto de nuestros corazones: “Ved ahí la
hija querida de mi complacencia, ella os colmará de gozo y júbilo; la multitud y los
pueblos se regocijarán en su misión, porque asistida de espíritu de Dios convertirá a
muchos de los hijos de Israel al Señor su Dios, reduciendo a la verdadera prudencia a
los incrédulos, para que entren en la verdadera de los justos”.
Ella ya es algo anciana y avanzada en edad, no obstante, ella misma es una de las
grandes almas en quien Dios ha obrado cosas grandes a fin de sacar a su Religión
jesuítica del oprobio en que se halla delante de los hombres. He Vuestra Merced aquí
su máximo cuidado: ver restituidos a su honor y exaltación a aquellos que profesaron
por esencia de su instituto la promoción y dilatación de la mayor honra y gloria de
Dios.
Aún quiero decir más: que es el Javier del Occidente, y el Apóstol de nuestra India;
con el mismo fundamento que la he aplicado las expresiones del Oráculo divino cuya
adhesión ningún recelo me inspira, porque su extraordinaria virtud, sus milagros, su
Misión y su conducta todo lo merece, todo lo indica, todo lo exige, “ex operibus
ejes”, etc. Yo bien sé que no escribió en vano San Jerónimo, “Ne laudes hominem
quemquam ante mortem”; pero, por otra parte, reparo que el mismo Dios le dice a
Tobías por el ángel, que “es bueno guardar el secreto del Rey (del Altísimo)”; pero
también expresa que “es honroso y decoroso revelar las maravillas del Señor”.
Estamos en nuestro caso, y así yo pienso, si reflexiono, si descubro, si escribo, si se
me escucha, si se me cree, omnia ad majorem Dei gloriam. Protesto no hablar sino lo
verosímil y lo cierto. Jamás conoceríamos el poder supremo de la palabra, si no lo
testificase la obra. Ni tampoco sabríamos discernir el carácter de esta última, si no la
experimentásemos en el objeto decisivo que elige y que abraza para constituirla el
pábulo de sus operaciones. El que ha tomado Nuestro Señor por una vocación
extraordinaria ha sido y es la conversión de las almas. Con razón decía mi Doctora
Santa Teresa, que más envidia me hace este dulce ejercicio, destino, que cuantas
penitencias se hacen y se han hecho por todos los Santos.
Es tanta la multitud de ideas, bajo de las que se me presenta este objeto, y tal la
sorpresa que sufre mi corazón, que la lengua y la pluma balbucientes y escasas de
expresiones, sin orden ni dirección ignoran el rumbo que deben emprender para
inspirar siquiera un leve conocimiento de lo que intentan persuadir. ¿Cómo he de
evitar el pasmo al ver una mujer ignorada, pobre, sin poder, sin crédito, sin
autoridad, sin talento en la apariencia, y aun casi sin razón, ser el respeto, el
atractivo, la veneración y aprecio casi de cuantos la oyen y la ven?
Si sólo parásemos la vista en su exterior, creo que solos los Apóstoles serían más
rústicos, despreciables y groseros que ella; pero, ¡oh, gran Dios! si atendemos a la
unción indefinible que difunde en todas sus acciones bajo de este mismo aspecto así
rústico, así grosero, hallaremos que ahí está el dedo de Dios; y que su vocación es
muy semejante en la sustancia a esos mismos hijos primogénitos del amor de
Jesucristo. Todos los pueblos de la Provincia antigua y nueva del Tucumán fueron los
primeros climas que estrenaron su Misión; y consiguientemente los primeros
testigos de ella.
Con todo, donde nuestra Beata se ha dado a conocer más ha sido en Buenos Aires,
en cuyo lugar lleva cinco años, a la faz de toda esa Metrópoli de nuestro Virreinato, y
donde la pompa y la vanidad y el poder y la bizarría de los fuertes pretendieron
oponerse a su solicitud.
Es cierto que más de dos años contuvieron el impulso de su destino; mas al fin los
más se rindieron a su constancia; sin prescindir del Sr. Vértiz, que con su
indiferencia o con el influjo ajeno de que fue muy devoto, no dejó de impedir lo
bastante a las ejecuciones de nuestra Beata. Él tuvo que tolerar cierta acción
indecorosa pero justa de nuestra Beata, que tal vez no se atrevería a practicarla en la
presencia de otro Virrey como él; pues, negándole la licencia para los Ejercicios,
imbuido de ser cosa jesuítica; oyendo esta desproporción de juicio, le contestó lo que
venía al caso; le dio las espaldas y se mudó con sencillez. En esta ocasión cedió el
imperio manifiesto, al esfuerzo oculto de una sierva humilde del Señor. Muy
disgustada y resentida quedó de la indolencia o poca comprensión que mostraba
dicho caballero a los Ejercicios de su vocación. No obstante, ya Dios la recompensó
en esta parte con ventajas poco después, al arribo y tránsito de los Excelentísimos N.
N. Estos caballeros tributaron tanto aprecio de N. (María Antonia), que no acertaban
a dejar su compañía. Mil circunstancias preciosas concurrieron a esta dilección y
amistad: el vivir calle de por medio; ser la Madama dócil, generosa y devota; haber
sellado su amistad con la recepción de los Ejercicios y hallarse tan atribulados de los
vejámenes que le habían irrogado en su empleo (todo erizado de contradicciones),
que sólo un deleite de virtud y una compañía como la de nuestra Beata fueron
capaces de distraerlos, y excusarles los tristes efectos que vaticinaban estos
infortunios (ya se ve bien qué ente es el honor, y lo que obra en el corazón de estos
personajes). Hasta hoy dura su correspondencia epistolar, y la ha continuado de
cuantas partes han pedido, siempre han acreditado su gratitud.
Yo creo que a las oraciones de nuestra Beata se debe la felicidad con que a pesar de
mil obstáculos ha triunfado la justicia de sus causas llenas de movimientos
contrarias al (?). Así se lo pronosticó su esperanza, cuando, al despedirse postrados
en tierra ambos Virreyes, no dudaron asegurar su futura prosperidad con
genuflexiones de profundo respeto, que al paso que parece ponían en torturas su
humillación lo exigía secretamente en su corazón la virtud de quien las resistía a
todo extremo. De este modo (vuelvo a decir) que si un Virrey la negó su estimación,
dos Virreyes la honraron cuanto lo permitía su carácter. Con todo, otro personaje de
mayor rango se dedicó con atenciones más exactas a distinguirla con tal afecto y
aprecio que dejó muy atrás los límites de su amistad y caridad. Fue éste el actual
Arzobispo de Santiago de Galicia, siendo Obispo de Buenos Aires.
No hay tiempo para referir los oficios que hizo por ella. 1º: el fomento los Ejercicios,
los tomó a su propia partida con edificación extraordinaria, los cargó de
indulgencias; 2º: pagó el crecido alquiler de la casa donde los tomaban; 3º: le
franqueó todas sus rentas; dispuso que ningún clérigo pasase a ordenarse sin que
primero certificase la Beata la conducta con que se hubiesen portado en sus
Ejercicios; no faltaban sino asociarla a las funciones del Santuario; los visitaba a éstos
y a los seglares mientras permanecían en ellos; la concedió Capilla, y hasta el
Sacramento el último y primer día que se daban; con otras mil preeminencias que ya
se significarán en otra más bella ocasión, como lo indicaré luego; la quiso llevar a
España y está pronto a recibirla allá.
Pasmado su Ilustrísima con los maravillosos efectos de esta grande alma, y de los que
provenían de su Misión, no tenía libertad para otra cosa que para discurrir nuevas
invenciones de su piedad y de política con que obsequiarla. Ya la asociaba al consejo,
ya la llamaba para consuelo.
Vedutosi dunque il gran frutto delle anime, ed il gran bene del pubblico, che ne
risultò da questi primi Esercizi, si accese maggiormente lo zelo nella Sig.ra Maria
Antonia e risolse di propagarli anche per le altre città della Provincia. Portosi dunque
con questa idea alla città di Jujuy, ch’era lontana da quella di S. Giacomo più di
trecento miglia, a trattare ed a comunicare le sue idee col Vescovo di quella Diocesi,
che si trovava allora in quella città, e col Governatore secolare, a capo della
Provincia, che risiede in Salta, città lontana da quella di Jujuy settanta miglia incirca.
Questi due Signori al principio ed a prima vista giudicarono per una cosa ridicola ed
stravagante le pretensioni di questa donna. Con tutto ciò, esaminato ed osservato
dopo per alcuni giorni il suo spirito, l’approvarono e le diedero tutte le facoltà e
licenze necessarie, anziché la raccomandarono al loro Vicari o capi subalterni delle
altre città, acciocché le dessero mano in tutto il possibile per quella spirituale
impressa.
Le persone che hanno goduto di questo beneficio degli Esercizi per lo zelo della
Sig.ra Maria Antonia, sono state d’ogni grado e di ogni ceto e condizione, nobili ed
ignobili, sacerdoti e secolari laici, uomini e donne ed anche persone costituite nelle
maggiori dignità, sino alle più basse del popolo, esperimentando in una di loro delle
straordinarie conversioni: il gran frutto delle loro anime in tutte quante come ci
hanno informato nelle loro lettere molte persone delle più riguardevoli di quei paesi,
e secondo mi accenna la medesima Signora nelle sue dirette a me, quasi in ogni
ordinario. Da tutte queste medesime lettere ho ricavato ancora un calcolo
prudenziale del numero delle persone che finora hanno fatto gli Esercizi, dacché
cominciò la Sig.ra Maria Antonia questo suo ministero apostolico (se è lecito
chiamarlo così) e sorpassano le cinquantamila.
Il metodo osservato da essa nel suo ministero apostolico e nei suoi viaggi è il
seguente: Arrivata la Sig.ra Maria Antonia alla città destinata, subito si presenta alla
medesima ai Superiori per ottenere la licenza per gli Esercizi, dopo fa mettere
bollettini di invito per le cantonate, prega poi qualche Religioso o Prete che sa esser
più zelante della gloria di Dio, più savio ed esemplare nella sua vita, acciocché voglia
dare gli Esercizi, poi cerca una casa grande e capace di molta gente, dove possano
quegli otto o dieci giorni abitare, circa a cento persone, ed ivi mangiare e dormire ed
operare tutte le distribuzioni delle ore senza mai uscirne di casa, e senza mai pensare
a niente, perché a tutto quanto ci pensa la Sig.ra Maria Antonia e di tutto fa essa le
provvisioni colle elemosine.