Miguel Hidalgo y Costilla fue un sacerdote mexicano que lideró el Grito de Dolores, el primer grito de independencia de México, en 1810. Aunque su movimiento de independencia fracasó militarmente y él fue ejecutado, inspiró el proceso que eventualmente llevó a la independencia de México en 1821 y es considerado uno de los padres de la patria mexicana.
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Miguel Hidalgo y Costilla fue un sacerdote mexicano que lideró el Grito de Dolores, el primer grito de independencia de México, en 1810. Aunque su movimiento de independencia fracasó militarmente y él fue ejecutado, inspiró el proceso que eventualmente llevó a la independencia de México en 1821 y es considerado uno de los padres de la patria mexicana.
Miguel Hidalgo y Costilla fue un sacerdote mexicano que lideró el Grito de Dolores, el primer grito de independencia de México, en 1810. Aunque su movimiento de independencia fracasó militarmente y él fue ejecutado, inspiró el proceso que eventualmente llevó a la independencia de México en 1821 y es considerado uno de los padres de la patria mexicana.
Miguel Hidalgo y Costilla fue un sacerdote mexicano que lideró el Grito de Dolores, el primer grito de independencia de México, en 1810. Aunque su movimiento de independencia fracasó militarmente y él fue ejecutado, inspiró el proceso que eventualmente llevó a la independencia de México en 1821 y es considerado uno de los padres de la patria mexicana.
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Miguel Hidalgo y Costilla
Sacerdote culto y de avanzadas ideas que había trabajado, desde su
parroquia en la población de Dolores, por mejorar las condiciones de vida de los feligreses, Miguel Hidalgo se integró activamente en los círculos que cuestionaban el estatus colonial y conspiraban para derrocar al virrey español. Cuando fue descubierta la conjura en que participaba, su firme determinación y su llamamiento a tomar las armas (el llamado Grito de Dolores, el 16 de septiembre de 1810) lo erigieron en líder de un alzamiento popular contra las autoridades coloniales.
A punto estuvo el movimiento de alcanzar y tomar la Ciudad de México;
pero un error táctico, comprensible en quien no era militar ni estratega, debilitó su posición y acabó con la derrota y ejecución del cura y sus lugartenientes. Pese al fracaso, Miguel Hidalgo puso en marcha el proceso que conduciría a la independencia de México (1821), y su figura destaca singularmente en la medida en que no hubo en su lucha un afán de poder o una defensa de los privilegios de las élites criollas, sino un imperativo ético y un ideal de justicia social al servicio de sus conciudadanos. Por todo ello es el más admirado de los padres de la patria mexicana.
Perteneciente a una acomodada familia criolla, era el segundo de los cuatro
hijos de don Cristóbal Hidalgo y Costilla, administrador de la hacienda de San Diego Corralejo, y de doña Ana María Gallaga Mandarte. A los 12 años se trasladó a la ciudad mexicana de Valladolid (actual Morelia), donde realizó sus estudios en el Colegio de San Nicolás; marchó luego a la Ciudad de México para cursar estudios superiores. En 1773 se graduó como bachiller en filosofía y teología, y obtuvo por oposición una cátedra en el mismo Colegio de San Nicolás.
Durante los años siguientes realizó una brillante carrera académica que culminaría en 1790, cuando fue nombrado rector del Colegio de San Nicolás.
A la muerte de su hermano Joaquín (en 1803), Miguel Hidalgo lo sustituyó
como cura de la población de Dolores, en el estado de Guanajuato. Fue en Dolores donde, además de ejercer generosamente su magisterio eclesiástico, emprendió tareas de gran reformador y de prócer ilustrado, llevando a la práctica sus ideas entre sus feligreses (en su mayoría indígenas), en un intento de mejorar sus condiciones de vida.
En 1808, con la invasión de España por las tropas napoleónicas y la
consiguiente deposición del monarca español Carlos IV y de su hijo Fernando VII, se inició una etapa convulsa tanto en España como en América. Surgieron entonces numerosos grupos de intelectuales que discutían en torno a la soberanía y las formas de gobierno de las colonias. Desde 1808 Miguel Domínguez, el corregidor de Querétaro, había promovido la formación de un congreso americano y era partidario de una gobernación autónoma. En 1810 se reunían en torno a él varias personas que conspiraban contra la autoridad virreinal con el pretexto de una tertulia literaria. En las reuniones de Querétaro participaban criollos importantes, entre los que se contaban el propio corregidor y su esposa, Josefa Ortiz de Domínguez; Ignacio Allende, un oficial y pequeño terrateniente; y Juan Aldama, también oficial. Miguel Hidalgo llegó a Querétaro invitado por Allende a principios de septiembre de 1810. El objetivo de los conspiradores de Querétaro no era la independencia total, al menos al principio. La idea era derrocar al recién nombrado virrey español, Francisco Javier Venegas, y reunir un congreso para gobernar el Virreinato de Nueva España en nombre del rey Fernando VII (que en ese momento se encontraba preso de Napoleón). Los conjurados planeaban levantarse en armas contra el virrey Venegas el primero de octubre de 1810, pero fueron descubiertos a mediados de septiembre. Hidalgo y algunos otros conspiradores lograron ponerse a salvo gracias al aviso de Josefa Ortiz de Domínguez y se trasladaron a Dolores. Desbaratados, pues, los planes de los conjurados, sólo cabía esconderse o adelantar el levantamiento, y Miguel Hidalgo optó por lo último. La noche del 15 de septiembre, el cura pidió la ayuda de los parroquianos de Dolores, liberó a los presos políticos de la cárcel y tomó luego las armas de la guarnición local. A la mañana siguiente convocó una misa a la que asistieron numerosos partidarios de las cercanías, y en ella hizo un llamamiento a alzarse en armas contra las autoridades coloniales; tal proclama es conocida como el Grito de Dolores.
El proceder de Hidalgo dio al movimiento un giro radical. Ya no era el golpe
de mano de una élite que trataba de establecer un gobierno criollo y esperar el regreso de Fernando VII a España: se había convertido en la primera revuelta popular de la América española, y en ella estalló la rabia de los oprimidos. El llamado de Hidalgo fue atendido por centenares de campesinos de los lugares cercanos y, a medida que avanzaban, se les iban uniendo peones e indios de las comunidades. Éstos veían en la revuelta la posibilidad de mejorar su mísera situación, provocada por las malas cosechas y el alza de precios.
Piadoso en el digno ejercicio de su cargo sacerdotal, admirable por sus
reformas en la industria, brillante como legislador progresista, osado en la batalla y dispuesto a prestar su brazo a la causa más noble y arriesgada de su tiempo, el cura Hidalgo fue, por desgracia, un torpe general. Posiblemente se vio excesivamente abrumado por el dolor que veía entre sus inexpertas tropas, y puede que estuviese poco dispuesto a intercambiar sacrificios, acaso estériles, por cruentas victorias.
Lo cierto es que, después de la victoria del Monte de las Cruces, Ignacio
Allende recomendó que se atacase la capital, pero el cura Hidalgo, desoyendo el excelente consejo compartido por los restantes jefes militares, no quiso avanzar hacia la ciudad de México. Con la carga a sus espaldas de lo ocurrido en Guanajuato, y para evitar que sus propias tropas saquearan la capital, o bien ante la amenaza de un ataque por parte del mariscal Félix María Calleja, ordenó la retirada.
Tal equivocación marcó el principio del fin. Pocos días después, el 7 de
noviembre, Félix Calleja lo derrotó en la batalla de Aculco; Hidalgo regresó a Valladolid y de allí partió a Guadalajara. Ya en Guadalajara (22 de noviembre), Miguel Hidalgo expidió una declaración de independencia y formó un gobierno provisional; decretó además la abolición de la esclavitud, la supresión de los tributos pagados por los indígenas a la Corona y la restitución de las tierras usurpadas por las haciendas. Pero tales y tan excelentes decretos administrativos y tributarios eran papel mojado sin el auxilio de la fuerza. A finales de año había perdido ya Guanajuato y Valladolid.
El 17 de enero de 1811, las tropas de Hidalgo fueron derrotadas en la
batalla de Puente de Calderón por un contingente de soldados realistas al mando de Calleja. Depuesto del mando por sus compañeros de lucha, Hidalgo partió hacia Aguascalientes y Zacatecas, con la intención de llegar a Estados Unidos para buscar apoyos a su causa, pero fue traicionado por Ignacio Elizondo y capturado en las Norias de Acatita de Baján el 21 de mayo de 1811. En Chihuahua, después de ser sometido a un doble proceso eclesiástico y civil, Hidalgo fue expulsado del sacerdocio y condenado a muerte.
El fusilamiento tuvo lugar en la mañana del 30 de julio de 1811. Las
cabezas de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende y otros insurgentes se exhibieron como escarmiento colocadas en jaulas en la alhóndiga de Granaditas de Guanajuato. Ahí permanecieron durante varios años. No obstante, aún le quedaban energías y caudillos a la revolución, avivada aún más por el ejemplo del cura Hidalgo, cuya entereza, mantenida hasta el último momento, ganó la admiración incluso del pelotón de sus ejecutores.