Características de La Bioética
Características de La Bioética
Características de La Bioética
Principio de la no maleficencia.
Se basa en no hacerle daño al paciente, es decir, respetar su integridad física y
biológica y no hacer daño al paciente.
Ejemplo: sería evaluar los daños negativo que tienes los organismos genéticamente
modificados.
Principio de beneficencia
Se trata de la obligación de hacer el bien. El problema es que hasta hace poco, Por lo
tanto, actualmente este principio viene matizado por el respeto a la autonomía del
paciente, a sus valores, y deseos. No podemos imponer a otro nuestra propia idea del
bien.
Este principio está subordinado por el principio dela no maleficencia. No se puede
buscar el bien a costa de originar daños.
Ejemplo. La experimentación en humanos podría avanzar muchísimo la medicina pero
involucraría someterlos a riesgos desmedidos o infringirle daños.
También se puede usar este principio (junto con el de justicia) para reforzar la
obligación moral de transferir tecnologías a países desfavorecidos con objeto de salvar
vidas humanas y satisfacer sus necesidades básicas.
Principio de autonomía o de libertad de decisión
Se puede definir como la obligación de respetar los valores y opciones personales de
cada individuo en aquellas decisiones básicas que le conciernen. Supone el derecho
incluso a equivocarse a la hora de hacer uno mismo su propia elección. De aquí se
deriva el consentimiento libre e informado de la ética médica actual.
Principio de justicia
Consiste en el reparto equitativo de cargas y beneficios en el ámbito del bienestar,
evitando la discriminación en el acceso a los recursos sanitarios. Este principio impone
límites al de autonomía, ya que pretende que la autonomía de cada individuo no
atente a la vida, libertad y demás derechos básicos de las otras personas.
Se pueden plantear conflictos no sólo entre miembros de un mismo país, sino entre
miembros de países diferentes (p. ej., acceso desigual a recursos naturales básicos), e
incluso se habla de justicia para con las generaciones futuras.
Nuestra cultura ha sido más sensible al principio de autonomía, a costa del principio de
justicia.
Aurelia Brouwers recibió una llamada el 31 de diciembre de 2017. Al otro lado de la línea
estaba un trabajador de la federación holandesa de médicos KNMG. “Era un domingo, pero no
les importó. Me comunicaron que habían aprobado definitivamente mi solicitud de suicidio
asistido y me preguntaron si quería programarlo ya. Les dije que sí y me lo pusieron para el 26
de enero. Fue la mejor noticia que he escuchado en los últimos años. Por fin me voy a morir”,
dice a El Confidencial con una gran sonrisa.
Esta joven de 29 años vive en Deventer, al este de Holanda, y está diagnosticada con un
trastorno límite de la personalidad, un trastorno de estrés postraumático crónico y diversas
adicciones. Sus pesadillas se repiten durante las pocas horas que duerme, pero es peor cuando
se despierta. “¿Cómo me siento al levantarme de la cama? Puedo explicarlo de muchas
maneras”, dice antes de hacer una larga pausa.
[Aurelia murió a las 14:35 de este viernes. Un mensaje de un amigo que administra su cuenta
de Facebook ha publicado el siguiente texto: "Queridos amigos, hoy, 26 de enero de 2018, a
las 14:35, Aurelia, rodeada de amigos, se ha dormido pacíficamente. Ella es finalmente libre."]
Una serie de casos polémicos han desatado el debate sobre el derecho a poner fin
voluntariamente a la vida. Muchos creen que se está abusando de esta práctica
“Es como si tuviera pequeñas agujas en la cabeza y un martillo las golpearacada segundo. Se
trata de una lucha continua que se libra dentro de mí”, explica llevándose las manos a la
frente. En ese momento, las heridas que ella misma se ha provocado en los brazos se hacen
aún más visibles ante su interlocutor. Aurelia continúa: “No estoy peleando contra unas células
cancerígenas, sino contra unos demonios que, de alguna manera, ha creado mi mente. Pero no
puedo ganarles porque, si lo hago, también soy yo quien sale derrotada. Es una batalla diaria
que llevo perdiendo años, algo que va más allá de mis enfermedades mentales
Sus primeras depresiones llegaron con 12 años y su primer gran bache, tres años después con
la repentina muerte de una amiga. “Colapsé. La escuela les dijo a mis padres que necesitaba
ayuda de una institución mental y empecé terapia con un psiquiatra”. Fue entonces cuando
empezó a medicarse, en aquel momento sólo con antidepresivos. “Al principio pensaban que
estaba de luto, que mejoraría después de cinco o seis conversaciones, pero no funcionó. En
ese momento aún no se habían dado cuenta de la gravedad de mis problemas”.
La carrera cuesta abajo se hizo más pronunciada en su primer intento serio de suicidio, cuando
con 21 años estuvo a punto de tirarse por una ventana
Aurelia siguió diferentes terapias durante años y probó todo tipo de pastillas, incluso unas que
estaban en fase de experimentación. “¿Qué más daba? No había nada que perder”, apunta. La
carrera cuesta abajo y sin frenos se hizo más pronunciada en su primer intento serio de
suicidio, cuando con 21 años estuvo a punto de tirarse por una ventana. Su novio de aquel
momento llegó a tiempo para evitarlo. “Me había convertido en un serio peligro para mí
misma”, reconoce. Su ingreso en una clínica mental fue justo después, en un principio para
sólo seis meses.
Aurelia Brouwers, en una imagen reciente. (Foto cedida por Aurelia Brouwers)
“Esa experiencia me hizo más daño que otra cosa”, explica. Siguió más terapias y otros
medicamentos, pero en el horizonte nunca oteó visos de mejora. Después de dos años y
medio, en el transcurso de una discusión, amenazó a una enfermera con un objeto punzante.
La seguridad del centro tuvo que inmovilizarla y el incidente le costó la expulsión del centro.
“En realidad estaba muy contenta de salir de allí y orgullosa de poder tener mi propio
apartamento”, indica. Lo que en un principio pareció un paso adelante terminó siendo un
espejismo primero, y un agujero negro después. “La ambulancia tenía que venir a mi casa
unas tres veces al mes por mis intentos de suicidio”, reconoce. Pero no sólo eso. “Los vecinos
llamaban cada dos por tres a la Policía porque estaba muy frustrada e iba dando gritos por la
calle. Después empecé a hacer lo mismo, pero con un cuchillo en la mano. Los agentes ya me
conocían, era evidente que no les gustaba”.
La situación se volvió insostenible un día en el que Aurelia discutió con un amigo a través de
Facebook. “Me sentía muy frustrada, necesitaba hacer algo con mi dolor y mi mente entró en
un estado de locura. Fui al sótano de mi casa y le prendí fuego. Lo pienso ahora y… Fue la cosa
más estúpida que he hecho en toda mi vida porque puse en peligro a mucha gente”.
El caso llegó a juicio y la joven fue sentenciada a dos años y medio de privación de libertad. Sus
abogados pidieron que cumpliera la condena en una clínica mental, propuesta que contaba
con el visto bueno de sus psiquiatras, pero los jueces la rechazaron. Aurelia, con apenas 25
años, terminó con sus huesos en la cárcel.
“Fue la experiencia más terrible de mi vida”, apunta. La pusieron en una sección destinada a
reclusos con problemas mentales y allí hizo algunos amigos, pero lo demás fue un infierno.
“Me volví más suicida, no podía aguantar la autoridad de los guardias, me pasaba el día
gritándoles que me quería morir. Mi trastorno límite de la personalidad se me fue de las
manos y me volví agresiva. Creo que mis enfermedades se intensificaron en la cárcel”, explica
con calma.
Sus actitudes violentas y comportamientos suicidas, según relata la propia Aurelia, llevaron a
las autoridades de la prisión a encerrarla varias veces en una celda de aislamiento. “Es algo
horrible. Normalmente puedes disfrutar de libros o de una televisión y tienes cosas que hacer,
pero en esas mazmorras no hay nada. Absolutamente nada. Estás sola, encerrada contigo
misma”.
El aspecto más sensible de su solicitud es que sus dolencias no son terminales, pero la ley
holandesa establece otros criterios. A saber: el paciente debe haberla reclamado en varias
ocasiones, preferentemente por escrito y mientras aún es consciente de sus decisiones. Su
sufrimiento debe ser insoportable y sus perspectivas de mejora, nulas. Si el facultativo
considera que esos requisitos se cumplen, debe llamar a otro médico independiente para que
haga una segunda evaluación. En caso de coincidir, se aprueba. Tras la aplicación, una
Comisión Regional de Revisión de la Eutanasia revisa que todo el proceso se ha seguido
correctamente.
El país helvético permite el suicidio asistido siempre que no se haga por motivos egoístas. El
85% de los suizos apoya esta posibilidad, que aprovechan también numerosos extranjeros
Las eutanasias por trastornos psiquiátricas como la de Aurelia han aumentado
considerablemente en Holanda. Si en 2012 se concedieron sólo 12, en 2016 la cifra escaló
hasta 60, es decir, cinco al mes. No obstante, representan menos del 1% del total. La gran
mayoría, un 68%, se debe al cáncer. Le siguen desórdenes del sistema nervioso (casi un 7%),
enfermedades cardiovasculares (5%) y problemas pulmonares (3’5%), entre otros.
La joven considera que debe “acabarse con el tabú de la eutanasia para pacientes con
enfermedades mentales” y reclama “más comprensión social” en casos como el suyo. Cuando
decidió hacerlo público recibió atención mediática y el canal holandés RTL Nieuws la ha
acompañado en sus últimos días para grabar un documental. Ayer pudo tachar de su lista de
deseos, elaborada a principios de enero, su último gran sueño. Conocer al cantante Marco
Borsato, una de las figuras más importantes de la música holandesa. “Mi gran héroe vino. ¡Qué
hombre tan increíblemente dulce!” escribió en su muro de Facebook, subiendo cuatro fotos en
la que ambos salen abrazados.
Los médicos acudirán hoy a la casa de Aurelia. Serán ellos los que le pregunten por última vez
si realmente quiere llegar hasta el final
Aurelia preparó anoche una cena a la que invitó a varios amigos. Algunos de ellos se quedaron
la noche entera con ella y estarán presentes en sus momentos finales. Una ausencia
importante será la de su padre. “Para él está siendo muy duro. Mi madre falleció en agosto del
año pasado de forma repentina y ahora va a perder a su única hija. Vendrá a mi incineración y
quiere poner todas sus energías en ello, pero no estará cuando me vaya”.
Los médicos de la Clínica para el Final de la Vida, una fundación que se encarga de asistir a los
pacientes durante la eutanasia, acudirán hoy a la casa de Aurelia. Serán ellos los que le
pregunten por última vez si realmente quiere llegar hasta el final. De contestar
afirmativamente, le darán una bebida mortal que ella misma tomará. Preguntada por la
posibilidad que aún tiene de echarse atrás, responde de forma tajante. “De ninguna manera.
Mi único miedo es no ser capaz de tragarme el líquido o vomitarlo, porque es muy amargo. De
ocurrir, le pediré a los doctores que me pongan la inyección. Y todo, por fin, terminará”.
Hacia el final de la entrevista, la joven pide hacer una pequeña pausa y deja caer una reflexión.
“¿Sabes? Los tratamientos y la medicación no funcionan para un pequeño porcentaje de
enfermos mentales. Ese es el problema. Yo los intenté todos y sé de lo que hablo. Lo que digo
es triste, pero es la pura verdad. No funcionaron conmigo. Y yo ya no puedo más”.
“Es como si tuviera pequeñas agujas en la cabeza y un martillo las golpearacada segundo. Se
trata de una lucha continua que se libra dentro de mí”, explica llevándose las manos a la
frente. En ese momento, las heridas que ella misma se ha provocado en los brazos se hacen
aún más visibles ante su interlocutor. Aurelia continúa: “No estoy peleando contra unas células
cancerígenas, sino contra unos demonios que, de alguna manera, ha creado mi mente. Pero no
puedo ganarles porque, si lo hago, también soy yo quien sale derrotada. Es una batalla diaria
que llevo perdiendo años, algo que va más allá de mis enfermedades mentales