Delincuencia Adolescente
Delincuencia Adolescente
Delincuencia Adolescente
Ante esta situación, la delincuencia aparece como una forma de respuesta ante una
frustración social. Este tipo de delincuencia puede ser también una consecuencia del
profundo deterioro al que se ha llegado en un tipo de sociedad que ha puesto sus
esperanzas en un mero crecimiento cuantitativo del consumo de bienes materiales y que
apenas ha tenido en cuenta al individuo en su dimensión como persona socialmente
integrada en una comunidad.
Además, la actual sociedad industrializada, urbana y consumista —con todo lo que ello
comporta: ideología del bienestar, carrera del lucro, primacía del tener sobre el ser, crisis
de la familia, soledad, anonimato— es la que segrega la delincuencia. Ya que, como
sociedad de consumo, alimenta deseos o aspiraciones y despierta esperanzas que no
puede satisfacer; mientras margina del proceso de producción y de consumo, excluye y
discrimina a gran número de personas, clasificando y haciendo de ellas unos inadaptados
y rebeldes; pero sobre todo, tiende a destruir los valores morales.
En realidad, cuando la sociedad actual exalta como valores supremos de la vida al placer y
al dinero, cuando aplaude el éxito y la riqueza, obtenidos por los medios que fueren, cuando
desprecia al hombre honesto como a un ser débil que no es capaz de hacerse valer
mientras exalta al fuerte que prevalece sobre los demás con astucia y con violencia, no
habría por qué maravillarse de que algunos adolescentes sientan la tentación de recurrir a
la delincuencia para ganar con facilidad y rapidez mucho dinero.
La vida actual origina delincuencia y agresividad, más aun cuando en un espacio invariable
aumenta mucho la población, pues esto genera aglomeraciones y desorden en las grandes
urbes, con el cortejo de desagradables complicaciones que llevan consigo: prisa, falta de
tiempo, tensión, vida compleja, falta de comunicación afectiva, etc. Si añadimos a esto la
aislamiento, la hipocresía social, la creación consumista de necesidades artificiales, la doble
moralidad, etc., comprenderemos que en unas circunstancias de vida tan frustradoras tenga
que surgir la delincuencia, la violencia y la agresividad como medio para sobrevivir.
Así pues, para que haya delincuencia, se requieren dos factores: uso de la fuerza y violación
de un derecho.
La delincuencia semeja la acción estratégica que orienta la fuerza física con la intención de
someter o delimitar la elección de las posibilidades de actividad de los dominados.
El delincuente puede serlo con los que conviven bajo su mismo techo. La delincuencia está
presente en las calles, estalla entre los conductores y los transeúntes, entre los viajeros
que usan un mismo transporte público, entre los vecinos de la misma escalera. Y en la
mayoría de los casos, los motivos que desatan estos comportamientos violentos, si se miran
desapasionadamente, son mínimos, insignificantes, ridículos. Lo que pasa es que son como
chispas que encienden el ambiente tenso y crispado a que nos aboca el ritmo trepidante y
angustioso de nuestro tiempo.
El paradigma de la adolescencia, como un proceso del apresto de los jóvenes para lograr
su plena y funcional inserción en las estructuras formales de la sociedad, no responde de
manera adecuada a nuestra realidad. Este paradigma es excluyente, ya que deja de lado a
una gran cantidad de representantes juveniles. La cotidianeidad nos muestra que la
sociedad no está creando los espacios suficientes para los adolescentes; no cuenta con la
capacidad suficiente para albergarlos y se está convirtiendo en su enemiga.
La adolescencia es un algo que actualmente toma muchas formas, adquiere distintos
sentidos y significados, y obliga a pensar no en una sino en varias y diferentes realidades
juveniles que están conectadas entre sí, generando identidades únicas, formas de
comportamiento, lenguajes y pensamientos adecuados a los contextos en donde se
desarrollan los jóvenes. Es el periodo de la vida en que se pasa de una existencia receptiva
a una existencia autónoma y personalizada. Se trata de un tránsito difícil y de graves
consecuencias para el futuro. Aquí, en esta encrucijada, se fraguan o se malogran muchas
metas y éxitos del futuro.
La situación de extrema pobreza en que viven grandes núcleos de población en los países
de América Latina, incluyendo México, nos muestra una imposibilidad estructural de
inserción de muchos adolescentes en las estructuras formales de la sociedad.
De ahí que los adolescentes y su identidad se construyan mayoritariamente por fuera de la
formalidad social, de esta manera, la identificación con los objetivos y valores culturales
dominantes resulta compleja, ya que la identidad social de una gran mayoría de jóvenes de
los sectores populares no se constituye como clase trabajadora, ni como estudiantes, ni
mucho menos como ciudadanos de grandes metrópolis.
Tal parece que la excepción se está convirtiendo en la regla, por lo tanto, ahora será más
preciso hablar de un proceso de deserción social que de inserción social, pues los
adolescentes están desertando de la escuela, de la familia, del trabajo formal, etc. En una
palabra, de las instituciones. En este sentido podríamos decir que las identidades juveniles
se constituyen básicamente por fuera de la formalidad social, porque no se identifican con
sus objetivos y los valores dominantes. No obstante, existe un proceso contrario que
contribuye a la formación de identidades en convergencia con los objetivos y valores
dominantes. Este proceso se da por medio del consumo y la industria cultural. De ahí que
la situación actual obligue a hablar de identidades juveniles, que se conforman por distintos
factores.
Como puede verse, la historia del concepto y la categoría social de “adsolescente” depende
mucho del contexto social. Ahora bien, si se quiere ver en términos de rango, por ejemplo,
en el caso de México, la ley publicada en el Diario Oficial de la Federación el 6 de enero de
1999 define y aplica una política nacional de juventud para los habitantes de entre 12 y 29
años de edad, marcando de esta forma un rango para considerar la edad que permite
considerar a un joven como tal.
En cualquier caso, resulta evidente que existen cada vez mayores dificultades inerciales
para que los adolescentes accedan a una educación de calidad y a la altura de las
exigencias formativas que impone la tecnificación y la modernización alcanzada por la
estructura productiva actual.
Para la mayoría de los adolescentes expulsados del sistema educativo, su principal
expectativa es acceder a un empleo precario; y la mejor, el poder mantenerlo el mayor
tiempo posible bajo cualquier condición.
Estos y otros elementos hacen que al referirnos a los adolescentes se haga especial
mención a la exclusión social, vista como una manifestación de la delincuencia. Ser
adolescente ya no forma parte de un imaginario de prosperidad social o progreso personal,
sino que constituye una condición que muy probablemente deriva en una nueva forma de
marginalidad e injusticia, ya que viola el derecho a una vida digna.
Estos adolescentes deben afrontar el desaliento o la imposibilidad de estudiar; a la vez que
deben responder a la presión de proveer ingresos familiares o asumir responsabilidades
domésticas.
Siguiendo esta trayectoria, son muchos y variados los testimonios que muestran cómo los
jóvenes de los sectores populares hacen trabajos de cualquier tipo con el único objetivo de
apoyar la mera supervivencia, sin otra perspectiva ni oportunidad. Cuando pueden, recurren
al grupo familiar con la esperanza de seguir estudiando; la mayoría de las veces no tienen
alternativa y están obligados a dejar los estudios para aceptar cualquier trabajo; muy
temprano enfrentan el desempleo y luego el desaliento, y más tarde o más temprano se
encuentran ante las actividades ilegales que ofrece la marginalidad urbana como única
posibilidad de movilidad social.
Las mujeres, tempranamente embarazadas, sin dejar de atender la reproducción del hogar,
se enfrentan a la obligación de tener que aportar ingresos, trabajar, mendigar o generar
alguna actividad informal bajo condiciones de alta autoexplotación; sin ninguna expectativa
de desarrollo personal. En el mejor de los casos, estos adolescentes suman mano de obra
barata y flexible al mercado. La mayoría de los hogares de estos adolescentes no pueden
escapar de la pobreza, y sólo pueden sobrevivirla en el marco del asistencialismo público,
de la informalidad social y económica o a través de actividades no legales.
De esta manera, sin trabajo, sin redes de contención, sin las habilitaciones educativas y
sociales exigidas por el mercado ni oportunidades para obtenerlas, estos adolescentes
quedan fuera de la sociedad formal y se refugian en las estructuras invisibles de la pobreza
y la marginalidad. Finalmente, tanto el mercado como el orden social oficial sospecha de
ellos, los persigue y los juzga, ejerciendo violencia contra su persona y su identidad,
etiquetándolos en el mayor de los casos como posibles delincuentes o delincuentes.
Las inhabilitaciones que imponen la desigualdad social y la crisis de oportunidades afectan
especialmente a aquellos hogares de escasos recursos materiales, afectados por la
desocupación y la descalificación social, y en donde las redes familiares, comunitarias e
institucionales de integración están seriamente debilitadas o son inexistentes.
Es en tales hogares donde se sufre más directamente la desvalorización del capital
material, social y cultural acumulado por anteriores generaciones, y en donde, finalmente,
la posibilidad de delegar dicho capital a las nuevas generaciones de jóvenes se torna en un
hecho prácticamente imposible. El hecho genera así un efecto multiplicador: la reproducción
intergeneracional de la exclusión como un fenómeno cada vez más generalizado.
Al respecto, parece pertinente destacar que tanto las aspiraciones como las posibilidades
de integración de los adolescentes de hoy —igual que para otros sectores— se ven
socavadas por un proceso más general de exclusión y desigualdad cuyos componentes
fundamentales merecen ser precisados:
La situación en México
El campo educacional ha perdido su función tradicional como ruta común hacia la identidad
social en la vida de los adolescentes; es decir, ha desaparecido su centralidad como ámbito
de interpretación e integración simbólica, de estructuración de proyectos y expectativas de
vida.
1. No sólo hay actualmente más adolescentes en general, así como más adolescentes
pobres en particular, sino también es mayor la probabilidad de que tales grupos
poblacionales pertenezcan a hogares que presentan escasas oportunidades de
integración familiar y social. Esto último cabe vincularlo al hecho de que es mayor
la probabilidad de que hogares particulares registren alto riesgo ocupacional,
económico y demográfico.
2. El mayor déficit educacional y ocupacional ha multiplicado las probabilidades de que
los adolescentes de sectores de bajos recursos enfrenten situaciones de exclusión
social en términos de no poder continuar estudios ni tampoco obtener un empleo.
Los adolescentes socialmente excluidos han aumentado cada vez son más pobres
y generalmente provienen defamilias donde se produce violencia familiar.
3. La frágil o deficitaria integración social que padecen actualmente los adoelescentes
no puede ser de ninguna manera atribuida a cuestiones culturales o de falya de
normas. Ha sido particularmente significativo el esfuerzo laboral puesto por los
adolescentes de los sectores de más bajos ingresos en dirección a superar las
condiciones familiares y personales de desempleo y pobreza. Sin embargo, tal
esfuerzo no tiene resultados compensatorios; ni las probabilidades de éxito tienden
a distribuirse en forma equitativa al interior de la estructura social (Salvia, 1997).
De los jóvenes que desertaron del sistema educativo, 35.2 por ciento lo hicieron por causas
económicas (falta de dinero o porque tenía que trabajar). La falta de dinero o la necesidad
de trabajar son causas de deserción escolar en una proporción importante de jóvenes; esto
aparece íntimamente ligado a la condición social y económica de las familias, aunque
también es importante la función misma de la escuela y del sistema educativo, que puede
contribuir a reducir este problema otorgando becas escolares o instaurando programas
flexibles para alumnos que trabajen y estudien, entre otras acciones que puedan realizarse.
La Encuesta Nacional de la Juventud 2001 (ENJ) señala que entre los 12 y los 14 años de
edad no acuden a la escuela 11.6 por ciento de adolescentes; de los 15 a los 19 años de
edad no acuden 41.3 por ciento, y que al llegar a los 19 años de edad más de 75 por ciento
de jóvenes ha abandonado la escuela por motivos económicos y falta de acceso en su
localidad, principalmente. El problema de la asistencia a la escuela es la necesidad de
preparación más especializada en los centros de trabajo. En México, cuando los
adolescentes cumplen 19 años de edad, han abandonado la escuela cerca de 89 por ciento
de ellos.
El que los adolescentes participen en los procesos productivos tiene implicaciones diversas
en cuanto a la calidad del trabajo que asumen, y este es el problema en realidad, ya que la
calidad del trabajo desde nuestra perspectiva de salud debe contar con los siguientes
atributos: tener jornadas de trabajo acordes con la edad del sujeto, contar con un salario
equitativo, tener derecho a la seguridad social, tener normas básicas de seguridad e higiene
acordes con la ley y contar con prestaciones adicionales. Muchas de las cuales no se
cumplen en su mayoría.
Los adolescentes que se agregan a la planta laboral en nuestro país lo hacen por problemas
económicos de la familia y la sociedad, lo que es seguido del abandono escolar, además
de la forma en la que ellos se desempeñan cuando son económicamente inactivos.
Otro de los problemas que se relacionan con lo anterior —y que aún tiene que ver con los
aspectos de exclusión— es la falta de salud y orientación para los adolescentes. El acceso
a los servicios de salud en la población es medido a través de la derechohabiencia (DH) a
la seguridad social. Entre la población general, la DH es de 40 por ciento para todo el país,
aunque para adolescentes de 10 a 19 años de edad es tan sólo de 35.6 por ciento. De todos
los adolescentes, el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) asegura solamente a 28.4
por ciento y el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado
(ISSSTE) a 5.6 por ciento, porcentajes inferiores a aquéllos de la población general. No
existe ninguna estadística confiable que nos permita conocer la intensidad de uso de los
servicios de salud en sus diferentes modalidades por parte de adolescentes; solamente el
Sistema de Información en Salud para Población Abierta 2000 nos permite apreciar que
siete por ciento de toda la consulta externa de primer nivel de atención nacional es ofrecida
para la población de entre 10 y 19 años de edad.
Una de las causas de que la mayor parte de la población juvenil no tenga acceso real a los
servicios de salud es que no está asegurada por carecer trabajo o porque no se encuentra
estudiando.
Ahora bien, estos problemas estructurales de la sociedad mexicana tienen bastante relación
con el aumento de la delincuencia juvenil y con la percepción social de la problemática. Por
ejemplo, la Encuesta de Victimización y Percepción de la Seguridad Pública Nacional
Urbana (EVPSPNU),2 elaborada por la Unidad de Análisis sobre Violencia Social del
Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y México Unido contra la Delincuencia,
mostró una serie de resultados acerca de la percepción de la inseguridad y delincuencia en
México. De esta manera se observó que aunque mucha gente tiende a atribuir la
delincuencia a la falta de oportunidades de desarrollo, existen, diferencias en cuanto al lugar
que ocupa esta concepción, pues se da una variación dependiendo la edad, la escolaridad
y el estrato socioeconómico al que pertenecen los entrevistados.
Al diferenciar las respuestas por grupos de edad, encontramos que la mayoría de la
población considera como la principal causa generadora de delincuencia la desintegración
familiar, quienes más piensan así están ubicados en el grupo de edad de 46 a 60 años.
El único grupo de edad que consideró la crisis económica y la pobreza como
desencadenadoras de la conducta delictiva fue el de los adultos mayores de 60 años.
Los jóvenes y adultos de menos de 60 años consideraron como segundas causantes de la
delincuencia a la crisis económica y la pobreza, seguidas por el alcohol y las drogas; pero
para las personas mayores de 60 años el segundo lugar lo ocupan las drogas y el alcohol,
seguidos de la desintegración familiar. Este comportamiento de los datos se puede explicar
en parte porque los menores de 60 años conforman principalmente la fuerza productiva y
al mismo tiempo los desempleados.
Agregar gráficas
Entre los resultados más sobresalientes se puede observar que las personas con nivel
socioeconómico alto ven como principal causa de la delincuencia las drogas y el alcohol;
las personas de estrato socioeconómico bajo se inclinan más a pensar que la
desintegración familiar produce delincuencia, lo mismo ocurre para el estrato medio.
Para las personas entrevistadas que no tienen estudios escolares o primaria, la principal
causa de la delincuencia se debe al consumo de drogas y alcohol. Para quienes estudiaron
la secundaria y el bachillerato, la principal causa es la desintegración familiar. Y para
quienes tienen estudios superiores, la crisis económica es el principal factor, además de
que para este grupo la corrupción e ineficiencia de las autoridades judiciales tienen gran
peso en la propagación de la delincuencia, y por eso se ubica como tercera causa para
ellos.
Aunque se aprecian algunas diferencias entre la percepción de los entrevistados, se
observa la existencia de una firme creencia entre la población de que la carencia de
esparcimiento, trabajo, salud y bienestar es una causa muy fuerte para desencadenar la
delincuencia; sin embargo, no habría que desechar otras posibles causas, ya que sólo el
estudio de la relación de todas las variables puede conducir a un análisis más objetivo del
fenómeno de la delincuencia, lo cual ayudaría en la planeación de proyectos y de medidas
para contrarrestar los efectos y causas de la delincuencia.
Ahora bien, más allá de las causas atribuibles a los fenómenos de violencia, es necesario
considerar las perspectivas teóricas sobre la delincuencia y su relación con los jóvenes, así
como la manera en que ocurre este fenómeno en México. Estas y otras preguntas intentarán
analizarse líneas abajo.
La delincuencia: una estrategia de sobrevivencia juvenil
Delincuencia
La delincuencia es un fenómeno mundial, pues se extiende desde los rincones más
alejados de la ciudad industrializada hasta los suburbios de las grandes ciudades, desde
las familias ricas o acomodadas hasta las más pobres. Es un problema que se da en todas
las capas sociales y en cualquier rincón de nuestra civilización. Es como una plaga que se
ha extendido por todas partes, robos, tráfico de drogas, actos de terrorismo, violaciones,
asesinatos, violencia callejera, amedrentamiento ciudadano, etcétera.
Grafica 4
A grandes rasgos, puede señalarse que existen cuatro grandes teorías sobre las variables
asociadas con la delincuencia. La primera enfatiza los factores relacionados con la posición
y situación familiar y social de las personas (sexo, edad, educación, socialización en la
violencia, consumo de drogas y alcohol); la segunda se interesa en los factores sociales,
económicos y culturales (desempleo, pobreza, hacinamiento, desigualdad social, violencia
en los medios de comunicación, cultura de la violencia); la tercera estudia los factores
relacionados con el contexto en el que ocurre el crimen (guerra, tráfico de drogas,
corrupción, disponibilidad de armas de fuego, festividades) y una cuarta, de corte sobretodo
psicológico, que enfatiza los factores de personalidad del delincuente.
GRÁFICA 5
Para la población mexicana no están nada alejadas de la realidad las teorías e hipótesis
que se mencionaron anteriormente, ya que podemos observar en la gráfica 5 cómo entre la
percepción de la población se encuentran diversas causas generadoras de actos delictivos,
y entre ellas hay varias que se mencionaron.
En general, la principal causa generadora de la delincuencia, para los habitantes de las
zonas urbanas del país, es la desintegración familiar, en segundo lugar, la crisis económica
y la pobreza, seguida por el consumo de drogas y alcohol. Estos resultados están
íntimamente relacionados con las creencias de que la familia es la principal institución
formadora de valores y en ella recae la responsabilidad de los actos de sus miembros. Por
otro lado, existe la idea de que la actual situación que enfrenta el país en materia
económica, política y social ha llevado a un número cada vez más alto de personas a
delinquir.
De acuerdo con un estudio realizado por la Universidad Autónoma Metropolitana, la
representación que tienen los sujetos de la violencia delictiva está estructurada en el
estereotipo y creencias que se tienen del delincuente. A partir de esta representación se va
estructurando la explicación otorgada a la delincuencia y de sus efectos sobre la población.
En este mismo estudio se encontraron relaciones entre las causas de la delincuencia y las
medidas para combatirla.
Por un lado, se encontró a la familia como causa inmediata de la conducta del delincuente.
Un delincuente se comporta así porque vive en un ambiente de agresividad: familia, colonia,
amigos.
Entre las causas internas se enfatizó la personalidad del delincuente. Aquí los delincuentes
tienen mayor responsabilidad de lo que hacen porque este comportamiento es voluntario,
de esta manera existe un juicio más desfavorable en cuanto a la posibilidad de combatir el
delito, ya que los sujetos tienen la decisión de ser como son y nadie los obliga.
Se encontró también que la droga está asociada a la personalidad del delincuente, sólo que
de manera distinta entre las personas que han sido victimizadas y las que no. Los
victimizados piensan que los delincuentes usan el dinero para comprar droga. No existe
una excusa razonable para delinquir. Por otro lado, los delincuentes actúan bajo la
influencia del alcohol y por lo tanto no son conscientes de lo que hacen. Además de que la
droga les da fuerza para delinquir y para actuar sobre otra persona.
Otra causa externa y no atribuible al delincuente es la corrupción en las autoridades
encargadas de la impartición de justicia. Esta corrupción provoca injusticia e impunidad
porque la mayoría de los delitos no son resueltos y los delincuentes salen libres con una
“mordida”.
Otra de las explicaciones brindadas fue que la situación que impera en el país (pobreza, el
desempleo, etc) obliga a delinquir. Aquí, si se quiere terminar con la delincuencia, es
necesario que primero se resuelva la situación actual del país. La responsabilidad se
deslinda de la persona que delinque, el problema no sólo está en ellos, sino en la sociedad
en que vivimos. Por ello la delincuencia puede ser reducida creando las condiciones
óptimas para que la gente no delinca.
Por lo anterior, la sociedad debe tomar conciencia de que ella misma es, en gran medida,
con sus estructuras injustas, responsable de la delincuencia y de la obligación que ella tiene
de colaborar intensa y eficazmente en la resolución de la problemática de la violencia y
agresividad juvenil. La sociedad debe afrontar el problema de la violencia callejera y la
situación actual del encarcelamiento de los delincuentes jóvenes, no tanto desde aspectos
jurídicos y penales y de tranquilidad social, sino desde las causas que la generan.
La prisión en la actualidad es un sinsentido; se trata del último reducto al que debieran
acudir los jóvenes delincuentes. La prisión agrava la situación, destruye los valores de la
persona y se convierte en enclave de la alienación, cuando no de violencia, soledad,
vagancia, incomprensión y amoralidad e inmoralidad. La cárcel es generadora de nuevas y
más graves delincuencias. Los estigmas de la prisión son desgarradores y crueles,
perduran durante gran parte de la vida y por lo regular el interno queda traumatizado para
siempre.
Delincuencia juvenil
Un análisis profundo de la etiología de la delincuencia juvenil nos indica que este fenómeno
es con frecuencia una respuesta personal a una agresión social. La sociedad ha negado al
joven algo que le era necesario. La culpa del delito debe ser repartida entre la sociedad y
el delincuente. La violencia viene a ser una respuesta a ese vacío existencial que
experimenta la juventud, es el efecto personal y colectivo de una reproducción social más
profunda y más grave.
En algunos jóvenes, la delincuencia es algo transitorio, utilizado para llamar la atención a
falta de autodominio, mientras que para otros se convierte en norma de vida. Cuanto más
joven sea el delincuente, más probabilidades, habrá de que reincida, y los reincidentes, a
su vez, son quienes tienen más probabilidades de convertirse en delincuentes adultos.
Un estudio realizado por Philip Feldman reseña un análisis sobre relación entre la
delincuencia juvenil y la clase baja. Feldman concluye que la clase baja tiene más
probabilidad de ser investigada, arrestada por sospechosa, permanecer en prisión, ser
llevada a juicio, ser hallada culpable y recibir castigo severo, que cualquiera de las otras
clases sociales. Pero aunque la delincuencia continúa ligada a la miseria, su práctica se ha
extendido últimamente a los grupos socioeconómicos medios y altos.
La delincuencia juvenil alcanza, de ordinario, su punto máximo entre los 13 y 15 años de
edad; pues, es un periodo en el cual el menor tiende particularmente a relacionarse con los
otros chicos de su edad. Las actividades ilegales que desarrollan jóvenes se manifiestan
más agudamente en la adolescencia, cuando el joven está más capacitado para realizar
acciones por cuenta propia.
Especialistas en atención a los jóvenes coinciden en que la principal causa que explica ese
inquietante fenómeno social tiene que ver con el descenso de la calidad de vida de la
juventud mexicana. En México existe una enorme cantidad de jóvenes que son víctimas de
un modelo social que conduce a la violencia social, a las drogas y al alcohol, a la deserción
escolar y la delincuencia. Muchos de ellos son niños y adolescentes.
En la revista Proceso del 9 de mayo del 2002, Elena Azaola, consejera de la Comisión de
Derechos Humanos del Distrito Federal, menciona “¿qué se puede esperar de un país
donde sólo 17 por ciento de los jóvenes pueden acceder a la universidad, de una ciudad en
la que 24 por ciento de la población joven no estudia ni trabaja?” Sostiene que desde 1995,
la juventud mexicana no tiene más referentes que la crisis económica, la corrupción, la
violencia, los crímenes, y si a eso se agrega el desgaste del tejido social o la patología de
los vínculos sociales, la situación resulta peor.
El análisis de la criminalidad en México revela un incremento en relación directa con la
cantidad de la población total, en razón de 3.2 por ciento anual, comparado con 2.5 por
ciento para el resto de los países del mundo, de acuerdo con cifras de la ONU.
En los últimos seis años, el porcentaje de delitos cometidos por menores de 8 a 17 años y
jóvenes de 18 a 29 años, que representan una parte importante de la fuerza productiva del
país, registra un insólito crecimiento, particularmente en el Distrito Federal. De acuerdo con
datos estadísticos de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF), las
mujeres ocupan en la Ciudad de México un porcentaje mínimo en la comisión de los delitos
o al ser víctimas. Las involucradas en hechos delictivos apenas representan cerca de cinco
por ciento de la población y en algunos delitos como el homicidio sólo uno (Zamora, 2003).
Pero a pesar de todo no podemos negar que la violencia social nos ha conducido a una
transformación en los roles tradicionales, antes la mujer era vista como un ser débil e
incapaz de ejercer violencia; pero aunque todavía aun no se llega a cifras alarmantes en
donde la mujer esté por encima del hombre en cuanto generadora de violencia, ya está
empezando a hacerse presente en el campo de esta preocupante realidad social (cuadro
1).
Hoy en día, la delincuencia juvenil es mayor a la de otros años, pero con la característica
de que se emplea violencia, porque ya no solamente se restringe al delito patrimonial y el
uso de la violencia verbal, sino que el menor infractor es más propenso ahora a lastimar
físicamente y a humillar a la víctima, siendo ésta la forma de recriminar a la sociedad que
le negó la posibilidad de ser un individuo productivo. A continuación se presenta la gráfica
6 en la que se puede observar el tipo de robo según la edad.
GRÁFICA 6
Al tratar a la delincuencia como uno de los puntos más importantes relacionados con la
violencia juvenil, nos damos cuenta del rumbo que puede tomar esta problemática y así
crear conciencia de la necesidad urgente de proponer y tomar medidas de solución, una de
ellas y quizás la más importante consiste en darle prioridad a la participación de los jóvenes
como protagonistas de su proceso de desarrollo, ya que esto resulta una alternativa
eficiente para superar la fragilidad de esos actores, sacándolos del ambiente de
incertidumbre e inseguridad, pues si bien es cierto que los jóvenes son los que tienen la
energía, la decisión, la valentía para violentar, también son los más vulnerables y deseosos
de experimentar nuevas formas de existir y ser reconocidos por otros individuos.
La Encuesta Nacional de Inseguridad realizada por el Instituto Ciudadano de Estudios
Sobre la Inseguridad mostró que 54.3 por ciento de los delincuentes tienen entre 16 y 25
años de edad, es decir, que más de la mitad de los delincuentes son jóvenes. Solamente
tres por ciento son niños menores de 15 años.
Estos datos demuestran que los jóvenes recurren a la delincuencia, siendo el robo o salto
a persona el delito en que más incurren, con 58.2 por ciento de los casos, utilizando para
la perpetración del hecho delictivo navaja o cuchillo en la mayoría de los casos.
Entre otros datos podemos ver que la delincuencia juvenil está aumentando cada vez más,
por ejemplo, de acuerdo con las estadísticas de la Procuraduría General de Justicia del
Distrito Federal, tan solo en el primer trimestre de 2002 se ha duplicado la cantidad de
menores delincuentes con respecto al mismo periodo de 2001.
GRÁFICA 7
Las edades de estos menores oscilan entre los 12 y 17 años, y los delitos en los que más
participan van desde asalto a automovilistas y taxistas, hasta robo de vehículos y secuestro.
Más alarmante resulta aún que de las 88 bandas reportadas y desmanteladas por la
PGJDF, 9.9 por ciento son encabezadas y operadas por menores en su totalidad, y en 33
de ellas participaban jóvenes de 12 a 17 años. De los 578 menores detenidos en ese primer
trimestre, 80 por ciento tenían entre 15 y 17 años de edad.
Hasta el momento se ha considerado a los jóvenes como generadores de violencia, sin
embargo, debemos reconocer que este grupo también ha sido víctima de esta problemática.
De esta manera los jóvenes no sólo deben ser vistos como victimarios sino también como
victimas.
Como se ha mencionado anteriormente, existen factores que dejan a los jóvenes excluidos
de las estructuras formales (empleo, educación, servicios de salud, familia, etc), lo que trae
consigo otros problemas para la sociedad y para los jóvenes mismos. Tal es el caso de
aquellos jóvenes que son orillados a recurrir a prácticas ilegales para resolver sus
problemas económicos (robos, secuestros, narcotráfico, prostitución, etcétera.)
Sin embargo, existen otra serie de factores que se relacionan con la delincuencia juvenil y
que son vistos de cierta manera también como factores de riesgo, algunos de los cuales ya
se mencionaron líneas arriba, pero que valdría la pena ver con mayor profundidad.
Entendido el factor de riesgo como una característica o circunstancia cuya presencia
aumenta la posibilidad de que se produzca un daño o resultados no deseados, las y los
jóvenes, por diversas circunstancias ambientales, familiares e individuales, frecuentemente
desarrollan conductas que son vistas como factores de riesgo.
Las conductas de riesgo, que a su vez pueden constituir daños más comunes son:
adicciones, (tabaquismo, alcoholismo y drogadicción), exposición a ambientes peligrosos y
violentos, que asociados potencializan la probabilidad de que las y los adolescentes sufran
accidentes, suicidios y homicidios, entre otros. Otras conductas de riesgo importantes son
las relaciones sexuales sin protección, que pueden llevar a infecciones de transmisión
sexual como el VIH/ sida, y también a embarazos no planeados. También la mala
alimentación, que predispone la desnutrición u obesidad.
Ahora bien, por el fenómeno que estamos analizando, la delincuencia juvenil, sólo nos
referiremos a algunos de los factores de riesgo que tienen mayor relación —según los
teóricos del fenómeno delictivo.
Adicciones
Son muchas las vidas que se pierden en nuestro país todos los días motivadas por efecto
del consumo de productos adictivos y por las enfermedades y la violencia que se genera
en torno a ello. Accidentes, padecimientos crónicos, incapacidad física y mental,
desintegración familiar, delitos sexuales, corrupción, todo repercute directamente en la
salud integral de la sociedad.
La adicción es la actividad compulsiva y la implicación excesiva en una actividad específica.
La actividad puede ser el juego o puede referirse al uso de casi cualquier sustancia como
una droga. Las adicciones pueden causar dependencia psicológica, o bien, dependencia
psicológica y física.
El desarrollo de la adicción se facilita por factores sociales que modifican su aparición.
También existen aspectos sociales en los grupos de uso y adicción específicos.
La adicción impacta de tal manera la vida del adicto que sus sistemas de valores cambian
para convertirse en toda una cultura diferente, con sus propias creencias y rituales. Para
los adictos, la actividad relacionada con las drogas llega a ser una parte tan grande de la
vida diaria que la adicción interfiere generalmente con la capacidad de trabajar, estudiar o
de relacionarse normalmente con la familia y amigos. En la dependencia grave, los
pensamientos y las actividades del adicto están dirigidas predominantemente a obtener y
tomar la droga, llegando a un punto tal que el adicto puede manipular, mentir y robar para
satisfacer su adicción.
Los adolescentes pueden estar involucrados de varias formas con el alcohol y las drogas
legales o ilegales. Es común experimentar con el alcohol y las drogas durante la
adolescencia, desgraciadamente, con frecuencia los adolescentes no ven la relación entre
sus acciones en el presente y las consecuencias del mañana. Los jóvenes tienen la
tendencia a sentirse indestructibles e inmunes hacia los problemas que otros experimentan.
El uso del alcohol o del tabaco a una temprana edad aumenta el riesgo del uso de otras
drogas posteriormente. Algunos adolescentes experimentan un poco y dejan de usarlas, o
continúan usándolas ocasionalmente sin tener problemas significativos.
Otros desarrollarán una dependencia, usarán drogas más peligrosas y causarán daños
significativos a ellos mismos y posiblemente a otros.
En México, por ejemplo, hay 3 millones 241 mil consumidoras de alcohol, cigarro y drogas
ilícitas. En promedio, la mujer inicia su consumo a los 15 años, lo que nos muestra
nuevamente que estamos siendo testigos de una etapa en la que los roles tradicionales
están cambiando de manera negativa en lugar de positiva, la mujer anteriormente
presentaba índices bajos de adicción a drogas, alcohol o cigarros; ahora compite
activamente con el hombre. De acuerdo con diversos estudios, esto se vincula a la
búsqueda por disminuir los efectos de una relación social que frustra o violenta su posición
en ella. Es por ello que ahora el consumo de narcóticos no sólo es un problema de salud
pública, sino también de seguridad pública (Ruiz, 2003).
Estas adicciones han generado un incremento de los problemas de salud mental en los
jóvenes. Los datos disponibles indican que los problemas mentales están entre los que
contribuyen a la carga global de enfermedades y discapacidades. Los niños y adolescentes
constituyen un grupo que vive en condiciones o circunstancias difíciles que los ponen en
riesgo de ser afectados por algún trastorno mental. Se reporta que la depresión, los intentos
suicidas y la ansiedad se encuentran entre los trastornos más frecuentes, aunque la causa
más importante de mortalidad entre adolescentes de 15 a 19 años de edad es por
accidentes y violencia.
Las causas accidentales y violentas más frecuentes son los accidentes de tránsito y el
suicidio. Estas causas cuentan con pocos recursos asignados para su tratamiento y, sin
embargo, constituyen más de 80 por ciento de los casos de muerte que son prevenibles.
Entre los adolescentes, estas estadísticas de mortalidad evidencian tres fenómenos
importantes para la transición epidemiológica, es decir, para su crecimiento y propagación.
El primero de ellos tiene relación con la aparición de violencia, accidentes, homicidios y
suicidios, efectos en la salud derivados del medio ambiente social, tránsito, urbanismo y
conductas de riesgo y estilo de vida de los adolescentes, lo cual corresponde
necesariamente a aspectos sociales y económicos englobados en la pobreza y la
marginación.
El suicidio en adolescentes adquiere cada vez mayor interés para los profesionales de la
salud, y el reconocimiento de los factores de riesgo asociados, de las opciones de
tratamiento y de las estrategias de prevención se revelan como aspectos esenciales en el
manejo global. Son más los adolescentes que las adolescentes que logran morir, pero son
más las adolescentes que lo intentan. Se ha identificado que tras cada suicidio conocido
hay 50 intentos que no se logran detectar y, por supuesto, no se toma ninguna medida de
apoyo para los que lo realizan. En 1989, Stillion, Mc Dowell y May propusieron un modelo
de la trayectoria del suicidio, que comprende cuatro categorías de factores de riesgo que
contribuyen al pensamiento suicida: los aspectos biológicos, los psicológicos, los cognitivos
y los ambientales.
El suicidio es la acción de quitarse la vida de forma voluntaria y premeditada. Durkheim da
una definición objetiva del suicidio, eliminando las posibles alteraciones que las palabras
sufren al incluirse en el vocabulario cotidiano. Así, define el suicidio como toda muerte que
resulta mediata o inmediatamente de un acto positivo o negativo realizado por la misma
víctima. Tras dar esta definición observa en su argumentación que pueden quedar incluidos
los hechos accidentales, así establece la siguiente matización: “Hay suicidio cuando la
víctima, en el momento en que realiza la acción, sabe con toda certeza lo que va a resultar
de él.”
El comportamiento de la actividad suicida comprende la autodestrucción total (muerte), la
autodestrucción (no muerte), la mutilación y otras acciones dolorosas y no dolorosas, las
amenazas, indicaciones verbales de las intenciones de destruirse, depresión e infidelidad y
pensamientos de separación, partida, ausencia, consuelo y alivio.
El suicidio en la juventud ha aumentado y algunos se lo atribuyen al abuso de las drogas y
el alcohol, es más acertado afirmar que los mismos factores que llevan a las personas al
alcohol o a las drogas las lleven a intentos de cometer actos suicidas. Los factores de
aislamiento social o psicológico y los estados depresivos tienen una mayor importancia en
momentos de cometer el suicidio.
El aislamiento psicológico producido a veces por la ruptura de los lazos afectivos, por las
carencias de afecto o por la frustración de determinadas expectativas.
Desde el punto de vista ético, la causa más inmediata suele ser la desesperación, situación
extrema a la que se llega por diversas influencias. Dejando de lado los casos patológicos
(trastornos mentales habituales o esporádicos de difícil valoración moral) y el
reconocimiento de la frialdad y cálculo, muy pocas veces coexisten con un gesto contrario
al instinto de conservación del hombre.
El suicidio entre los adolescentes ha tenido un aumento dramático, ya que aunque en el
grupo de edad de 15 a 24 años el suicidio en términos absolutos es raro, desde mediados
del siglo tiene una tendencia a aumentar paulatina y progresivamente, pasando a constituir
un problema de salud pública. Recientemente, estudios señalan que el suicidio es la tercera
causa de muerte más frecuente para los jóvenes de entre 15 y 24 años de edad.
CUADRO 4
MORTALIDAD GENERAL EN ADOLESCENTES DE 15 A 19 AÑOS DE EDAD. MÉXICO:
1998-2001
Causa
Accidentes vehículo y tránsito Agresiones y suicidios
Fuente: INEGI, 2001, Mortalidad en México.
No. Tasa
4 544 43.2 6 709 63.8
CIEAP/UAEM
Los adolescentes experimentan fuertes sentimientos de estrés, confusión, dudas sobre sí
mismos, presión para lograr éxito, incertidumbre financiera y otros miedos mientras van
creciendo. Durante el periodo de 1970 a 1994, la tasa de suicidios en ambos sexos pasó
de 1.13 por 100 000 habitantes en 1970 a 2.89 por 100 000; en 1994 aumentó 156 por
ciento, con mayor fuerza para la población masculina. En términos de la mortalidad
proporcional, el suicidio pasó de 0.11 a 0.62 por ciento de todas las defunciones.
Éstos son sólo algunos de los factores de riesgo que se encuentran de manera más
íntimamente relacionada con la delincuencia juvenil y que sin lugar a dudas muestran cierto
aumento en la población joven de nuestro país.
Existe un consenso claro entre autoridades federales, locales y especialistas en el tema, en
que la delincuencia juvenil es consecuencia del grave deterioro de la calidad de vida que
resiente de manera especial el sector joven de la población. Explican que en lugar de tener
a la mano alternativas que garanticen su desarrollo, adolescentes y jóvenes de entre 15 y
24 años están condenados, de antemano, a subsistir en medio del desempleo, la violencia
intrafamiliar, el consumo de drogas y alcohol, y la deserción escolar, en suma, de la
pobreza.
En ese sentido, la delincuencia juvenil tiene que ver con la baja en la calidad de vida de los
mexicanos, particularmente de la juventud. Por ejemplo, un dato importante es que en
México entre 35 y 40 por ciento de los adolescentes viven en hogares de extrema pobreza.
La gran mayoría viven en familias con madre y padre, pero 26.6 por ciento han salido del
hogar paterno.
La Encuesta Nacional sobre Inseguridad3 mostró que 4.3 por ciento de los delincuentes
tienen entre 16 y 25 años de edad, es decir, que más de la mitad de los delincuentes son
jóvenes, mientras que tres por ciento son niños menores de 15 años. Los principales actos
delictivos en los que han participado menores de edad son los siguientes: delitos contra la
salud, violación, robo a casa habitación, robo a vehículo, robo a negocio, lesiones por
golpes y otos delitos.
Este fenómeno continuará y seguirá incrementándose mientras el beneficio privado, el afán
de lucro, el despilfarro y el sistema capitalista deifique la posesión del dinero al mismo
tiempo que ponga barreras infranqueables a masas de población que subsisten, en la
miseria y en la marginación.
Por lo anterior, nos damos cuenta de que es urgente dar prioridad a la participación de los
jóvenes como protagonistas de su proceso de desarrollo, ya que esto resulta una alternativa
eficiente para superar la vulnerabilidad de esos actores, sacándolos del ambiente de
incertidumbre e inseguridad, pues si bien es cierto que los jóvenes son los que tienen la
energía, la decisión, la valentía para violentar, también son los más vulnerables y deseosos
de experimentar nuevas formas de existir y ser reconocidos por otros individuos.
La delincuencia juvenil no se arreglará con abrir más cárceles y retirar a los jóvenes de la
vida social llevándolos a la cloaca de la sociedad, ni con la brutalidad policiaca o el sobre
endurecimiento de las penas aplicables a los delincuentes jóvenes.
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