Delincuencia Adolescente

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Los seres humanos nos encontramos inmersos dentro de un proceso globalizador de las

economías en el ámbito mundial, en el cual predominan bloques económicos como Europa,


los países asiáticos y Estados Unidos, los cuales tienen gran injerencia en el resto del
planeta. Esto, debido a que sus intenciones latentes concuerdan en que lo fundamental es
subordinar a todos los hombres de las regiones o zonas para hacerlos fieles consumidores
y abastecedores de materias primas.La sociedad ha fomentado un excesivo individualismo
y una consideración del individuo como mera unidad de consumo, pero escasamente ha
brindado al individuo un tipo de vida en comunidad o ha ofrecido una escasa influencia en
las decisiones de un entorno social. En este fenómeno, los medios tienen un papel muy
relevante, porque son los encargados de llevar los mensajes a todo el mundo, a todo ser
humano. Ellos son en parte los responsables de unificar a la Tierra bajo los mismos
parámetros ideológicos. Son los instrumentos socializantes más fuertes en la actualidad,
pues han sustituido en gran medida la importancia que tenían los antiguos, tales como la
escuela, la familia o la Iglesia.
Buscan crear al hombre de un mismo pensamiento, voluntad, y acción. Con esto, cabe decir
que tal vez uno de los objetivos de los medios de comunicación (industria cultural) y de las
industrias (empresas transnacionales) es hacer que cada individuo se vea envuelto en la
necesidad ideológica de participar en el consumo de productos, práctica que los ideólogos
denominan civilización y modernización a la que los pueblos deben sumarse para dejar de
pertenecer al grupo de los marginados y pasar así a formar parte de los consumidores.

Ante esta situación, la delincuencia aparece como una forma de respuesta ante una
frustración social. Este tipo de delincuencia puede ser también una consecuencia del
profundo deterioro al que se ha llegado en un tipo de sociedad que ha puesto sus
esperanzas en un mero crecimiento cuantitativo del consumo de bienes materiales y que
apenas ha tenido en cuenta al individuo en su dimensión como persona socialmente
integrada en una comunidad.

Esta problemática obliga a reflexionar sobre el fenómeno de la delincuencia y su relación


con la juventud. Esta última se resiste a las transformaciones sociales de hoy, pues a lo
movedizo que tiene de por sí la personalidad del adolescente en devenir, hay que añadir la
incoherencia del mundo actual con sus propagandas, diferencias políticas y religiosas, y las
contradicciones de los intereses económicos. Todo esto crea confusión y desorientación
desbordante y trágica en la juventud. En tales circunstancias no todos los jóvenes son aptos
para ver el mundo tal como es y aceptarlo insertándose en él, íntegra y generosamente.

Por lo anterior, algunos adolescentes y jóvenes aquejados de inmadurez persistente


podrían convertirse en antisociales e incluso en delincuentes, si llegan a una particular
situación de inadaptación. El adolescente realiza sus primeras tomas de conciencia
personales y profundiza en sus sentimientos, ideas y creencias. Su postura ante el mundo
adulto es de oposición y de desafío, y esta es una reacción necesaria de defensa de un ser
que va tomando las riendas de su existencia.

Además, la actual sociedad industrializada, urbana y consumista —con todo lo que ello
comporta: ideología del bienestar, carrera del lucro, primacía del tener sobre el ser, crisis
de la familia, soledad, anonimato— es la que segrega la delincuencia. Ya que, como
sociedad de consumo, alimenta deseos o aspiraciones y despierta esperanzas que no
puede satisfacer; mientras margina del proceso de producción y de consumo, excluye y
discrimina a gran número de personas, clasificando y haciendo de ellas unos inadaptados
y rebeldes; pero sobre todo, tiende a destruir los valores morales.
En realidad, cuando la sociedad actual exalta como valores supremos de la vida al placer y
al dinero, cuando aplaude el éxito y la riqueza, obtenidos por los medios que fueren, cuando
desprecia al hombre honesto como a un ser débil que no es capaz de hacerse valer
mientras exalta al fuerte que prevalece sobre los demás con astucia y con violencia, no
habría por qué maravillarse de que algunos adolescentes sientan la tentación de recurrir a
la delincuencia para ganar con facilidad y rapidez mucho dinero.
La vida actual origina delincuencia y agresividad, más aun cuando en un espacio invariable
aumenta mucho la población, pues esto genera aglomeraciones y desorden en las grandes
urbes, con el cortejo de desagradables complicaciones que llevan consigo: prisa, falta de
tiempo, tensión, vida compleja, falta de comunicación afectiva, etc. Si añadimos a esto la
aislamiento, la hipocresía social, la creación consumista de necesidades artificiales, la doble
moralidad, etc., comprenderemos que en unas circunstancias de vida tan frustradoras tenga
que surgir la delincuencia, la violencia y la agresividad como medio para sobrevivir.

La delincuencia casi siempre lleva consigo la opresión y la injusticia. ¿Qué es entonces la


delincuencia?

Así pues, para que haya delincuencia, se requieren dos factores: uso de la fuerza y violación
de un derecho.

La delincuencia es un fenómeno totalizador e indisolublemente relacionado con


la historia de la existencia humana, que consiste en “el uso de una fuerza abierta u
oculta, con el fin de obtener de un individuo, o de un grupo, algo que no quiere consentir
libremente” (Domenach, 1981: 36).

La delincuencia semeja la acción estratégica que orienta la fuerza física con la intención de
someter o delimitar la elección de las posibilidades de actividad de los dominados.

La palabra delincuente viene del participio de presente delinquens, delinquentis


del verbo latino delinquere (propiamente, obrar por defecto, dejar de cumplir una norma
por abandono). Era pues "el que comete una falta por abandono" y no tenía por tanto
un sentido tan fuerte como actualmente.

El delincuente puede serlo con los que conviven bajo su mismo techo. La delincuencia está
presente en las calles, estalla entre los conductores y los transeúntes, entre los viajeros
que usan un mismo transporte público, entre los vecinos de la misma escalera. Y en la
mayoría de los casos, los motivos que desatan estos comportamientos violentos, si se miran
desapasionadamente, son mínimos, insignificantes, ridículos. Lo que pasa es que son como
chispas que encienden el ambiente tenso y crispado a que nos aboca el ritmo trepidante y
angustioso de nuestro tiempo.

Sin embargo, la delincuencia es un fenómeno que no está vinculado exclusivamente a la


obtención de bienes o a la satisfacción de necesidades, más bien involucra al propio ser
del hombre y no significa necesariamente terror, destrucción o aniquilación física del otro,
sino el despliegue de estrategias de coerción para conseguir lo deseado.
Entre centenares de definiciones posibles, la delincuencia se perfila como la actuación
contra una persona o un colectivo empleando la fuerza o la intimidación. De cualquier
manera, las descripciones no son neutras, pues llevan consigo un componente subjetivo
que depende de los criterios utilizados, tanto jurídicos como institucionales o personales.
Por eso se puede afirmar que no hay un criterio universal de la delincuencia; cada sociedad
tiene los suyos propios. Una visión histórica sobre la delincuencia demuestra que ésta no
se concreta únicamente a las grandes expresiones como la de la guerra. La delincuencia
ha sido un elemento sustancial de toda la humanidad, ya en sus relaciones políticas, ya en
las sociales y personales. Algunos han creído ver en ello la declaración de la agresividad
presente en la naturaleza humana como una característica más relacionada con los
instintos. Otros, en cambio, opinan que la delincuencia tiene marcados componentes
sociales e incluso culturales.
Ahora bien, que la delincuencia sea o no innata es de poca importancia. Pero sí importa
que la sociedad haga algo por orientarla en su verdadero sentido, por canalizarla como
energía de algún modo útil, por prevenirla cuando sea nociva, en todo caso, por contenerla
dentro de unos límites tolerables. Sufrimos la violencia inmisericorde de las gentes que no
dejan vivir en paz a los demás. La gran mayoría de los seres humanos controla su
agresividad, pero unos pocos inadaptados se están haciendo los dueños de las calles y de
la noche, de los parques y hasta de las casas ajenas. Pequeños grupos, bandas, forajidos
y delincuentes, amedrentan y asustan a los ciudadanos.
Debido a la generalización del fenómeno de la violencia no existen grupos sociales
protegidos, es decir, la delincuencia no es específicamente un problema de pobres o clases
sociales marginadas, ni de confrontaciones raciales, económicas o geográficas, sino que la
delincuencia puede acentuarse por género, edad, etnia y clase social, independientemente
de si se es víctima o victimario; es decir, la delincuencia responde a realidades específicas.
Hay que destacar que la delincuencia, aunque en muchos casos este asociada a la pobreza,
no es su consecuencia directa, pero sí es resultado de la forma en que las desigualdades
sociales —la negación del derecho a tener acceso de bienes y equipos de entretenimiento,
deporte, cultura—, operan en la especificidad de cada grupo social, desencadenando
comportamientos violentos. Así pues, la dependencia, la pobreza y marginación no
necesariamente generan delincuentes, pues influye también el desarrollo material,
individual y social, aspectos que derivan en la vida de los individuos que, al no contar con
opciones o alternativas para obtener los ingresos necesarios para mejorar su calidad de
vida, están dispuestos a cometer delitos.

Relación adolescentes y sociedad

La juventud es en parte definida a partir de un periodo en la vida biológica de los individuos.


Esto conduce la mayor parte de las veces a asociar a la juventud con una etapa cronológica
en la que hombres y mujeres transforman sus características biológicas, abandonando así
su etapa infantil. Se trata de una situación transitoria, en la que el individuo deja de ser
considerado como niño, sin que alcance el estatus o desempeñe papeles y funciones de
adulto. La adolescencia, entonces, es una etapa donde los individuos comienzan a
entrenarse ejerciendo ciertos derechos y cumpliendo obligaciones que un adulto no podría
evitar en su interacción con los demás.
Si se considera a la adolescencia como una etapa del desarrollo individual que mira hacia
delante, etapa en la cual los individuos construyen una identidad personal, se sabrá que
esa actividad generará a su alrededor elementos simbólicos que permiten el reconocimiento
de su individualidad, pero también su pertenencia a un género. En ese sentido, Giddens se
refiere a la adolescencia como una etapa de los individuos en la que tratan de copiar las
formas de los adultos, pero son tratados por la ley como niños. Puede que estén obligados
a trabajar o quieran trabajar, pero deben ir a la escuela. Sin embargo, no se trata solamente
de un periodo en la socialización del individuo donde el que fue niño copie las conductas
de los adultos, sino además, que represente la capacidad para distinguir expresiones
concretas de la etapa adulta.
De tal manera que la adolescencia representa un periodo en el que la construcción de la
personalidad del individuo se somete a una doble presión social en la medida que la cultura
proyecta dos modelos de ser: uno apunta a la comprensión de las conductas adultas, y otro
a los patrones genéricos, masculino o femenino.
Conforme se advierte que la conducta de los adolescentes es normada por los patrones
sociales establecidos para una edad determinada, se confirma que los individuos ya
introyectaron los valores, principios y conductas esperadas socialmente para
interrelacionarse con los otros. De esa manera, la sociedad comienza a conferirles el
estatus de jóvenes que han madurado, y estatus de joven adulto, es decir, un individuo que
va aprendiendo a ser responsable.
Por otra parte, la adolescencia, como diferencia arbitraria entre la infancia y la edad adulta,
refleja los niveles de conflictividad social que encierran las relaciones generacionales. Para
Bourdieu, Visto de esta manera, la adolescencia aparece como el límite que impide a los
jóvenes incorporarse, en igualdad de circunstancias, a las estructuras de poder o de manera
más real, al mercado de trabajo. De esta forma se entiende mejor por qué en la juventud
recae un estigma, pues es indudable que esa etapa del desarrollo individual parezca como
una permisible irresponsabilidad provisional.
Por otra parte, resulta muy importante advertir que el choque generacional no sólo se refleja
en el monopolio sobre los elementos materiales del poder, como es el dominio que tienen
los adultos en las actividades que permiten el acceso a la toma de decisiones y al dinero.
Son precisamente los adultos quienes aparecen como sinodales en el proceso de
socialización de los adolescentes, pues señalan los estereotipos ideales que la sociedad
espera de sus hombres y mujeres. De tal manera que los adultos se constituyen en
emisarios de la cultura tradicional que se resiste a la transformación de los papeles sociales.
Ahora bien, las condiciones que dieron origen a la adolescencia como categoría social,
ligadas al desarrollo de las condiciones de producción, dieron lugar a un paradigma de
adolescencia que la visualizaba como una etapa de formación para su futura inserción en
las estructuras formales de la sociedad, sobre todo a la esfera productiva. Esta concepción
reduce el significado de la adolescencia exclusivamente a su carácter de relevo
generacional de la fuerza de trabajo, de allí que:

Ahora el concepto de juventud ya no puede utilizarse con referencia a un solo


tipo de joven, pues las representaciones juveniles se han multiplicado de tal manera
que el concepto ya no se circunscribe exclusivamente a los estudiantes varones de
clase media de los sectores urbanos; ahora representaciones juveniles abarcan en
buena medida a los sectores populares, a los marginales, a las mujeres e incluso a
los campesinos, donde se consideraban prácticamente inexistentes.

El paradigma de la adolescencia, como un proceso del apresto de los jóvenes para lograr
su plena y funcional inserción en las estructuras formales de la sociedad, no responde de
manera adecuada a nuestra realidad. Este paradigma es excluyente, ya que deja de lado a
una gran cantidad de representantes juveniles. La cotidianeidad nos muestra que la
sociedad no está creando los espacios suficientes para los adolescentes; no cuenta con la
capacidad suficiente para albergarlos y se está convirtiendo en su enemiga.
La adolescencia es un algo que actualmente toma muchas formas, adquiere distintos
sentidos y significados, y obliga a pensar no en una sino en varias y diferentes realidades
juveniles que están conectadas entre sí, generando identidades únicas, formas de
comportamiento, lenguajes y pensamientos adecuados a los contextos en donde se
desarrollan los jóvenes. Es el periodo de la vida en que se pasa de una existencia receptiva
a una existencia autónoma y personalizada. Se trata de un tránsito difícil y de graves
consecuencias para el futuro. Aquí, en esta encrucijada, se fraguan o se malogran muchas
metas y éxitos del futuro.
La situación de extrema pobreza en que viven grandes núcleos de población en los países
de América Latina, incluyendo México, nos muestra una imposibilidad estructural de
inserción de muchos adolescentes en las estructuras formales de la sociedad.
De ahí que los adolescentes y su identidad se construyan mayoritariamente por fuera de la
formalidad social, de esta manera, la identificación con los objetivos y valores culturales
dominantes resulta compleja, ya que la identidad social de una gran mayoría de jóvenes de
los sectores populares no se constituye como clase trabajadora, ni como estudiantes, ni
mucho menos como ciudadanos de grandes metrópolis.

Tal parece que la excepción se está convirtiendo en la regla, por lo tanto, ahora será más
preciso hablar de un proceso de deserción social que de inserción social, pues los
adolescentes están desertando de la escuela, de la familia, del trabajo formal, etc. En una
palabra, de las instituciones. En este sentido podríamos decir que las identidades juveniles
se constituyen básicamente por fuera de la formalidad social, porque no se identifican con
sus objetivos y los valores dominantes. No obstante, existe un proceso contrario que
contribuye a la formación de identidades en convergencia con los objetivos y valores
dominantes. Este proceso se da por medio del consumo y la industria cultural. De ahí que
la situación actual obligue a hablar de identidades juveniles, que se conforman por distintos
factores.

Según Carlos Monsiváis:

La variedad de comportamientos (adolescentes) se relaciona con tradiciones


históricas y culturales, con desesperaciones y angustias diferentes, con formaciones
diametralmente opuestas, con ideas de la nación escasamente relacionadas entre sí,
con diferentes oportunidades de inserción en la sociedad (Brito, 1985: 106).

La sociedad contemporánea experimenta cambios significativos. Ahora el consumo rige a


la producción, adquiere gran peso en la sociedad y se constituye en el origen y el fin de la
misma; adquiere carta de “racionalidad económica”. La sociedad del capitalismo salvaje
encuentra su racionalidad en el consumo más que en la producción. Para las nuevas
generaciones, el trabajo ya no constituye un posicionador de estatus, es, a lo más, un medio
para tener una capacidad adquisitiva que les permita insertarse en la órbita del consumo,
de la ética calvinista hemos pasado a la ética consumista.
La comercialización a gran escala ha generado una industria cultural, en donde muchos
adolescentes de clase media y de los países industrializados han consolidado su identidad
como generación. Ciertamente, el consumo constituye uno de los principales factores que
generan identidades juveniles. Sin embargo, los consumidores no son seres pasivos que
asumen dócilmente los modelos de consumo postulados por los medios, entre ellos existen
mediaciones. Los procesos culturales son también proceso de digestión, en el que los
nuevos productos se cotidianizan, se resignifican y se incorporan al universo simbólico con
el que se vive.
La incorporación de los adolescentes a la cultura se da de manera diferenciada, las
identidades adolescentes no las determinan únicamente el consumo y la industria cultural,
sino que existe un proceso de reapropiación y de resignificación en donde los adolescentes
definen sus identidades por sus propias experiencias cotidianas, por sus acciones grupales
y las distancias existentes entre su realidad cotidiana y los satisfactores posibles.

Para Navarro Kuri, la condición adolescente exige un reconocimiento, tanto en su


especificidad social como en sus producciones; como adolescentes, exigen ser reconocidos
como sujetos activos de sus destinos sociales... “lo adolescente de calificativo genérico
pasa al estatuto de sujeto que, como tal, demanda legitimidad y participación en la
decisiones sociales, políticas, culturales y morales”.

Como puede verse, la historia del concepto y la categoría social de “adsolescente” depende
mucho del contexto social. Ahora bien, si se quiere ver en términos de rango, por ejemplo,
en el caso de México, la ley publicada en el Diario Oficial de la Federación el 6 de enero de
1999 define y aplica una política nacional de juventud para los habitantes de entre 12 y 29
años de edad, marcando de esta forma un rango para considerar la edad que permite
considerar a un joven como tal.

La relación entre adolescentes y sociedad ha sido a lo largo de la historia una


relación ambigua y contradictoria desde siempre; en todas las épocas, aunque con
distintas intensidades y acentos, ha habido un enfrentamiento, tácito o manifiesto
entre adolecentes y sociedad. Es una larga historia de rebelión y de sometimiento, de
subversión y de conformismos, de absentismo y de adulación, de silencio y de
protesta, de violencia y pasotismo (Izquierdo, 1999: 20).

Es obvio que los adolescentes han sido descuidados en la formación de su personalidad


con valores culturales, sociales y éticos que en tiempos todavía recientes se consideraban
imprescindibles. Y aunque el adolescete lucha por la conquista de su libertad, pronto cae
en la cuenta de que se encuentra sumergido en el tedio consumista de una sociedad
materializada e injusta desde sus planteamientos, centrada en la preocupación
desmesurada por la obtención de bienes materiales sin temor a que la persona sea
atropellada o excluida.
La sociedad actual es la sociedad de la tentación, que potencia la manipulación publicitaria
y la escalada del erotismo, con esto el adolescente, en vez de conquistar su libertad, ha
perdido el sentido real de la vida.
Ya desde hace años, todo un montaje publicitario y comercial se viene encargando de
vender lo joven como artículo muy rentable. Por ejemplo, en los últimos tiempos, la
publicidad ha penetrado más en la masa juvenil. Las modas, las actitudes, las formas de
comunicación, las costumbres, la religión, los cambios en los valores, los derechos, la
estructura económica, se están homogenizando para el beneficio, preservación y progreso
del sistema capitalista actual. Y quien no entre dentro de los parámetros que dicta tendrá
que ser excluido.
La adolescencia ha sido amamantada en el escándalo de las malas costumbres, en el
miedo al sacrificio, en la búsqueda de lo material sin esfuerzo, en la renuncia a la austeridad
y en la incapacidad para la renuncia. Es inicuamente explotada por empresas comerciales
que lanzan atuendos y vestimentas rápidamente envejecidas, formas de vida
desordenadas, literatura barata y embriagadora que asegura el dominio de los intereses
sobre el de los ideales, el de los instintos sobre la reflexión.
Muchos adolescentes inician su primera andadura repleta de optimismo, llenos de ilusiones,
dispuestos a sembrar de amor el mundo entero; después caen fácilmente en la trampa que
les tiende la misma sociedad: dinero, poder y sexo.
Ante este panorama, los adolescentes se sienten en la sociedad extraños, solitarios y
carentes de futuro, cansados de palabras vacías que suenan a rutina, desorientados por
unas transformaciones socio-políticas llenas de desesperanza, que han puesto en
evidencia la flaqueza en la fe de muchos y descendientes de una generación marcada por
un ritualismo inoperante, pero al mismo tiempo sedientos de trascendencia, hambrientos
de espiritualidad y abiertos al misterio, los adolescentes corren el riesgo de inventarse sus
propios ídolos.
La iniquidad tiene sus raíces en los patrones de exclusión, en la discriminación social
basada en rasgos poblacionales y en los sistemas de privilegios. A pesar de que la
Constitución Política Mexicana consagra el ejercicio de los derechos en igualdad de
condiciones para todos los ciudadanos mexicanos, la brecha entre diferentes grupos de
población en el acceso a todo tipo de recursos y en el control sobre éstos es muy profunda.
Pero, más allá de la dramática desigualdad en la distribución de ingresos, que deja en
condiciones de miseria a gran parte de la población, existe una exclusión social manifiesta
a través de disparidades agudas en los niveles de poder y reconocimiento social, de
participación política, de libertad individual, de educación, de salubridad y expectativa de
vida, de seguridad personal, de organización colectiva y de acceso a servicios básicos,
entre muchas otras desigualdades que afectan de manera importante a la población joven.
Los patrones de distribución de todos estos recursos sociales son determinados
fundamentalmente de acuerdo con un criterio poblacional. En otras palabras, la posición
relativa de ventaja o desventaja social depende, sobre todo, de atributos de tipo poblacional
como el género, la edad, la etnia y la cultura, en relación dinámica con su ubicación
territorial.
Los adolescentes, principalmente, son un sector de la población que es discriminado y
excluido tanto por otros adolescentes con características diferentes, como por la población
en general. El pertenecer a cierto grupo en el que se comparten ideas, formas de vestir,
música, lugares que frecuentar, tipo de escuela hace que exista una diversidad de
expresiones y grupos juveniles que no sólo indican una forma de vestir sino también de ser.
Esta diversidad hace que muchas veces los adolescentes sean discriminados y hasta
violentados debido a su apariencia, ya que es vista en ocasiones como sinónimo de
violencia y delincuencia.

Mediante estas operaciones ser adolescente equivale a ser peligroso, drogadicto


o mariguano, delincuente; se recurre también a la descripción de ciertos rasgos
faciales o de apariencia; por ejemplo, se dice: “dos peligrosos sujetos adolescentes
de aspecto cholo”, “el asaltante de cabello largo y rasgos indígenas”. Entonces, ser
un adolescente de los barrios periféricos o de los sectores marginales se traduce en
ser delincuente, violento, vago, ladrón, drogadicto, malviviente y asesino real o en
potencia (Reguillo, 1999).

Por ejemplo, la irrupción de las expresiones juveniles se ha presentado en un clima social


definido por el incremento mundial de la delincuencia, lo cual ha llevado a estigmatizaciones
recurrentes sobre los movimientos juveniles, principalmente contra aquéllos protagonizados
por los adolescente de las clases populares.

Exclusión y discriminación social, una causa de delincuencia en los adolescentes

Los adolescentes son discriminados en diferentes ámbitos, por ejemplo, en el ámbito


laboral, la mayoría de los empleos indican como requisitos que no se tengan perforaciones,
tatuajes, cabello largo en los hombres, etcétera.
De la misma forma, en algunos centros comerciales, se ha observado que existe una gran
discriminación hacia los jóvenes que van en grupo, sobre todo si pueden ser identificados
como punks o cholos, o que pertenecen a alguna clase social baja; de inmediato son
detenidos y expulsados del centro debido a que se les considera proclives a cometer algún
robo en las tiendas o daños dentro del inmueble.
La no aceptación y poca tolerancia hacia los grupos restringidos, como los cholos de la
ciudad de Zacatecas, marcan un intento de segregar y eliminar cierto tipo de prácticas
culturales propias de microuniversos sociales.
Las formas del habla relacionadas con la acentuación, la velocidad y la rítmica marcan un
sentido de identidad y de procedencia, ya que la propia geografía del país ha permitido
diferenciar a sus habitantes en centro, norte y sur. Baste con escuchar alguno para notar
las diferencias culturales que no sólo pondrán en evidencia las formas que adoptará el
segregacionismo que se practica en Zacatecas, sino que marcarán fronteras, a manera de
límites entre diversos rasgos identitarios característicos de una u otra región del Estado.
Los adolescentes no sólo son discriminados por el resto de la sociedad, sino también por
otros adolescentes que no comparten ciertas características o rasgos físicos, culturales,
sociales o religiosos.
En nuestro estado, los adolescentes han sido un sector de la población marginado en todos
los aspectos. El hecho de que su comportamiento, sus expresiones o su rebeldía no sean
tolerados por la sociedad los ha llevado a expresarse de diferentes maneras, principalmente
por medio de manifestaciones artísticas, por ejemplo el graffiti, la pintura y la música. Pero
no solamente al hablar de jóvenes se alude a aquéllos que pertenecen a alguna expresión
juvenil como los punk, cholos, etc; es decir, no se trata de generalizar, sino también se
habla de todos aquéllos que son excluidos y discriminados solamente por su condición de
adolescente, por su condición social, el sexo, el color de la piel, la religión, el estado civil,
las orientaciones sexuales, el nivel educativo y el tipo de escuela (si es privada o pública),
la ocupación, los gustos musicales, los gustos en el vestir, etcétera.
Sin duda alguna, el deterioro de las instituciones que ofrecen educación pública y trabajo,
la crisis de las instituciones políticas y de las propias instituciones sociales comunitarias son
el contexto de realidad para los adolescentes de hoy. La sociedad formal ya no les ofrece
opciones.
Debido a que el problema de época no es el proceso de cambio social, sino el de exclusión
y la discriminación con que dichas transformaciones operan a nivel de las nuevas
generaciones, las aspiraciones de ascenso en la escala social se ven socavadas por la
crisis y la reconversión de los mercados y el progresivo deterioro de la calidad y el prestigio
social que brinda la educación formal. Ser adolescente y tener un certificado escolar ya no
son condiciones que garanticen un camino de progreso.
Los nuevos usos tecnológicos y las restricciones de calificación que presenta el mercado
de trabajo afectan de manera especial a los jóvenes. Lejos está el sistema educativo de
poder brindar salidas profesionales de acceso universal en favor de las nuevas
generaciones.
El empleo, aunque informal o precario, es en general escaso y de acceso privilegiado; pero
mucho más improbables y restrictivos son todavía los ámbitos ocupacionales capaces de
brindar un ingreso digno, estabilidad laboral, formación profesional y desarrollo personal
para los adolescentes.
Para muchos adolescentes y jóvenes, la mendicidad, las actividades ilegales y el desaliento
social constituyen verdaderas estrategias de vida y únicas opciones de realización personal
y colectiva en un contexto económico y cultural cada vez más hostil para determinados
perfiles sociales.

En cualquier caso, resulta evidente que existen cada vez mayores dificultades inerciales
para que los adolescentes accedan a una educación de calidad y a la altura de las
exigencias formativas que impone la tecnificación y la modernización alcanzada por la
estructura productiva actual.
Para la mayoría de los adolescentes expulsados del sistema educativo, su principal
expectativa es acceder a un empleo precario; y la mejor, el poder mantenerlo el mayor
tiempo posible bajo cualquier condición.
Estos y otros elementos hacen que al referirnos a los adolescentes se haga especial
mención a la exclusión social, vista como una manifestación de la delincuencia. Ser
adolescente ya no forma parte de un imaginario de prosperidad social o progreso personal,
sino que constituye una condición que muy probablemente deriva en una nueva forma de
marginalidad e injusticia, ya que viola el derecho a una vida digna.
Estos adolescentes deben afrontar el desaliento o la imposibilidad de estudiar; a la vez que
deben responder a la presión de proveer ingresos familiares o asumir responsabilidades
domésticas.
Siguiendo esta trayectoria, son muchos y variados los testimonios que muestran cómo los
jóvenes de los sectores populares hacen trabajos de cualquier tipo con el único objetivo de
apoyar la mera supervivencia, sin otra perspectiva ni oportunidad. Cuando pueden, recurren
al grupo familiar con la esperanza de seguir estudiando; la mayoría de las veces no tienen
alternativa y están obligados a dejar los estudios para aceptar cualquier trabajo; muy
temprano enfrentan el desempleo y luego el desaliento, y más tarde o más temprano se
encuentran ante las actividades ilegales que ofrece la marginalidad urbana como única
posibilidad de movilidad social.
Las mujeres, tempranamente embarazadas, sin dejar de atender la reproducción del hogar,
se enfrentan a la obligación de tener que aportar ingresos, trabajar, mendigar o generar
alguna actividad informal bajo condiciones de alta autoexplotación; sin ninguna expectativa
de desarrollo personal. En el mejor de los casos, estos adolescentes suman mano de obra
barata y flexible al mercado. La mayoría de los hogares de estos adolescentes no pueden
escapar de la pobreza, y sólo pueden sobrevivirla en el marco del asistencialismo público,
de la informalidad social y económica o a través de actividades no legales.
De esta manera, sin trabajo, sin redes de contención, sin las habilitaciones educativas y
sociales exigidas por el mercado ni oportunidades para obtenerlas, estos adolescentes
quedan fuera de la sociedad formal y se refugian en las estructuras invisibles de la pobreza
y la marginalidad. Finalmente, tanto el mercado como el orden social oficial sospecha de
ellos, los persigue y los juzga, ejerciendo violencia contra su persona y su identidad,
etiquetándolos en el mayor de los casos como posibles delincuentes o delincuentes.
Las inhabilitaciones que imponen la desigualdad social y la crisis de oportunidades afectan
especialmente a aquellos hogares de escasos recursos materiales, afectados por la
desocupación y la descalificación social, y en donde las redes familiares, comunitarias e
institucionales de integración están seriamente debilitadas o son inexistentes.
Es en tales hogares donde se sufre más directamente la desvalorización del capital
material, social y cultural acumulado por anteriores generaciones, y en donde, finalmente,
la posibilidad de delegar dicho capital a las nuevas generaciones de jóvenes se torna en un
hecho prácticamente imposible. El hecho genera así un efecto multiplicador: la reproducción
intergeneracional de la exclusión como un fenómeno cada vez más generalizado.

Al respecto, parece pertinente destacar que tanto las aspiraciones como las posibilidades
de integración de los adolescentes de hoy —igual que para otros sectores— se ven
socavadas por un proceso más general de exclusión y desigualdad cuyos componentes
fundamentales merecen ser precisados:

1. Escasez de las oportunidades de empleo, los cambios que experimentan las


relaciones laborales y de mercado, y su impacto sobre los ingresos, las condiciones
de trabajo y la seguridad social.
2. La fragilidad de las redes sociales de contención, reciprocidad y protección, con
referencia específica al cambio de rol de las instituciones del Estado responsables
de la provisión de servicios sociales, los cambios en la configuración familiar, los
procesos de desintegración de las redes barriales.
3. El creciente predominio de símbolos y reglas de discriminación, segregación e
inhabilitación que definen en forma desigual la estructura de oportunidades, éxitos
y fracasos sociales.

Pero estos argumentos no sólo permiten caracterizar más concretamente la actual


problemática juvenil, sino que también deben servirnos para reflexionar sobre cuál va a ser
el futuro próximo de estas generaciones y de sus descendientes, igual o mayormente
enfrentados a ambientes institucionales, familiares y comunitarios de exclusión.
Como puede observarse, existe una situación de vulnerabilidad sobre los adolescentes,
aunado a ello se encuentran turbulentas condiciones socioeconómicas en varios países, lo
que ocasiona una gran tensión entre los adolescentes, agravando directamente los
procesos de integración social, y en algunas situaciones fomentando el aumento de la
violencia, la criminalidad y la delincuencia.

La situación en México

Desde una perspectiva estructural, el problema se expresa en mayores dificultades para


continuar en forma exitosa el sistema educativo y, por consiguiente, en los crecientes
obstáculos para acceder al mercado de trabajo moderno, lo que entre otros efectos termina
complicando la formación de núcleos familiares propios y las probabilidades de movilidad
social futura.

De esta manera, la heterogeneidad de la demanda conlleva a una oferta de calificaciones


y oportunidades segmentadas. Por lo mismo, la trayectoria educativa y la experiencia del
primer empleo han dejado de ser el camino compartido que permitía formar una identidad
profesional y la garantía de una movilidad social ascendente en la vida de los jóvenes; es
decir, tales instituciones parecen haber perdido su centralidad como ámbitos de integración
simbólica y real de los nuevos jóvenes a la sociedad. Todo lo cual ha ayudado a generar
una heterogénea estructura de opciones, intereses y estrategias alternativas, a la vez que
variadas y complejas cosmovisiones por parte de los adolescentes.

El campo educacional ha perdido su función tradicional como ruta común hacia la identidad
social en la vida de los adolescentes; es decir, ha desaparecido su centralidad como ámbito
de interpretación e integración simbólica, de estructuración de proyectos y expectativas de
vida.

Al respecto, estudios realizados muestran la validez empírica de los siguientes argumentos:

1. No sólo hay actualmente más adolescentes en general, así como más adolescentes
pobres en particular, sino también es mayor la probabilidad de que tales grupos
poblacionales pertenezcan a hogares que presentan escasas oportunidades de
integración familiar y social. Esto último cabe vincularlo al hecho de que es mayor
la probabilidad de que hogares particulares registren alto riesgo ocupacional,
económico y demográfico.
2. El mayor déficit educacional y ocupacional ha multiplicado las probabilidades de que
los adolescentes de sectores de bajos recursos enfrenten situaciones de exclusión
social en términos de no poder continuar estudios ni tampoco obtener un empleo.
Los adolescentes socialmente excluidos han aumentado cada vez son más pobres
y generalmente provienen defamilias donde se produce violencia familiar.
3. La frágil o deficitaria integración social que padecen actualmente los adoelescentes
no puede ser de ninguna manera atribuida a cuestiones culturales o de falya de
normas. Ha sido particularmente significativo el esfuerzo laboral puesto por los
adolescentes de los sectores de más bajos ingresos en dirección a superar las
condiciones familiares y personales de desempleo y pobreza. Sin embargo, tal
esfuerzo no tiene resultados compensatorios; ni las probabilidades de éxito tienden
a distribuirse en forma equitativa al interior de la estructura social (Salvia, 1997).

En nuestro país sobran ejemplos de la exclusión social de los adolescentes, un primer


ejemplo lo constituye el ámbito educativo. En lo que se refiere a la deserción escolar, se
destaca que del porcentaje de jóvenes que en el año no asistían a la escuela, 12 por ciento
abandonó los estudios en algún momento de su trayectoria escolar (excepto aquellos que
concluyeron una carrera del nivel medio superior), convirtiéndose en desertores del sistema
educativo, de los cuales, quizá una alta proporción se encuentre en rezago educativo, esto
es, no cuenta aún con la secundaria terminada.___________

De los jóvenes que desertaron del sistema educativo, 35.2 por ciento lo hicieron por causas
económicas (falta de dinero o porque tenía que trabajar). La falta de dinero o la necesidad
de trabajar son causas de deserción escolar en una proporción importante de jóvenes; esto
aparece íntimamente ligado a la condición social y económica de las familias, aunque
también es importante la función misma de la escuela y del sistema educativo, que puede
contribuir a reducir este problema otorgando becas escolares o instaurando programas
flexibles para alumnos que trabajen y estudien, entre otras acciones que puedan realizarse.
La Encuesta Nacional de la Juventud 2001 (ENJ) señala que entre los 12 y los 14 años de
edad no acuden a la escuela 11.6 por ciento de adolescentes; de los 15 a los 19 años de
edad no acuden 41.3 por ciento, y que al llegar a los 19 años de edad más de 75 por ciento
de jóvenes ha abandonado la escuela por motivos económicos y falta de acceso en su
localidad, principalmente. El problema de la asistencia a la escuela es la necesidad de
preparación más especializada en los centros de trabajo. En México, cuando los
adolescentes cumplen 19 años de edad, han abandonado la escuela cerca de 89 por ciento
de ellos.

Un segundo ejemplo es la falta de puestos de trabajo o las malas condiciones laborales


cuando los jóvenes logran un empleo, ya que en la actualidad los adolescentes forman una
parte importante de la población económicamente activa. Cada año se agregan al mercado
de trabajo personas menores de 20 años de edad y para el año 2000 los hombres menores
de 19 años que participaban en el campo laboral eran cerca de 44 por ciento del total de
ellos; en tanto que sólo 24 por ciento de las mujeres trabajaban; incluyendo jóvenes sin
distinción de género, 35.8 por ciento del total trabajaban entonces. La tasa de participación
en el campo laboral varía de acuerdo con la edad, sin embargo, es de notar que ocho por
ciento de adolescentes de 12 a 14 años de edad ya se encuentran en el mercado de trabajo
siendo esto más notorio en los hombres. En adolescentes de 15 a 19 años de edad, la tasa
de participación promedio es de 35 por ciento.

El que los adolescentes participen en los procesos productivos tiene implicaciones diversas
en cuanto a la calidad del trabajo que asumen, y este es el problema en realidad, ya que la
calidad del trabajo desde nuestra perspectiva de salud debe contar con los siguientes
atributos: tener jornadas de trabajo acordes con la edad del sujeto, contar con un salario
equitativo, tener derecho a la seguridad social, tener normas básicas de seguridad e higiene
acordes con la ley y contar con prestaciones adicionales. Muchas de las cuales no se
cumplen en su mayoría.
Los adolescentes que se agregan a la planta laboral en nuestro país lo hacen por problemas
económicos de la familia y la sociedad, lo que es seguido del abandono escolar, además
de la forma en la que ellos se desempeñan cuando son económicamente inactivos.
Otro de los problemas que se relacionan con lo anterior —y que aún tiene que ver con los
aspectos de exclusión— es la falta de salud y orientación para los adolescentes. El acceso
a los servicios de salud en la población es medido a través de la derechohabiencia (DH) a
la seguridad social. Entre la población general, la DH es de 40 por ciento para todo el país,
aunque para adolescentes de 10 a 19 años de edad es tan sólo de 35.6 por ciento. De todos
los adolescentes, el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) asegura solamente a 28.4
por ciento y el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado
(ISSSTE) a 5.6 por ciento, porcentajes inferiores a aquéllos de la población general. No
existe ninguna estadística confiable que nos permita conocer la intensidad de uso de los
servicios de salud en sus diferentes modalidades por parte de adolescentes; solamente el
Sistema de Información en Salud para Población Abierta 2000 nos permite apreciar que
siete por ciento de toda la consulta externa de primer nivel de atención nacional es ofrecida
para la población de entre 10 y 19 años de edad.
Una de las causas de que la mayor parte de la población juvenil no tenga acceso real a los
servicios de salud es que no está asegurada por carecer trabajo o porque no se encuentra
estudiando.
Ahora bien, estos problemas estructurales de la sociedad mexicana tienen bastante relación
con el aumento de la delincuencia juvenil y con la percepción social de la problemática. Por
ejemplo, la Encuesta de Victimización y Percepción de la Seguridad Pública Nacional
Urbana (EVPSPNU),2 elaborada por la Unidad de Análisis sobre Violencia Social del
Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y México Unido contra la Delincuencia,
mostró una serie de resultados acerca de la percepción de la inseguridad y delincuencia en
México. De esta manera se observó que aunque mucha gente tiende a atribuir la
delincuencia a la falta de oportunidades de desarrollo, existen, diferencias en cuanto al lugar
que ocupa esta concepción, pues se da una variación dependiendo la edad, la escolaridad
y el estrato socioeconómico al que pertenecen los entrevistados.
Al diferenciar las respuestas por grupos de edad, encontramos que la mayoría de la
población considera como la principal causa generadora de delincuencia la desintegración
familiar, quienes más piensan así están ubicados en el grupo de edad de 46 a 60 años.
El único grupo de edad que consideró la crisis económica y la pobreza como
desencadenadoras de la conducta delictiva fue el de los adultos mayores de 60 años.
Los jóvenes y adultos de menos de 60 años consideraron como segundas causantes de la
delincuencia a la crisis económica y la pobreza, seguidas por el alcohol y las drogas; pero
para las personas mayores de 60 años el segundo lugar lo ocupan las drogas y el alcohol,
seguidos de la desintegración familiar. Este comportamiento de los datos se puede explicar
en parte porque los menores de 60 años conforman principalmente la fuerza productiva y
al mismo tiempo los desempleados.

Agregar gráficas

Entre los resultados más sobresalientes se puede observar que las personas con nivel
socioeconómico alto ven como principal causa de la delincuencia las drogas y el alcohol;
las personas de estrato socioeconómico bajo se inclinan más a pensar que la
desintegración familiar produce delincuencia, lo mismo ocurre para el estrato medio.
Para las personas entrevistadas que no tienen estudios escolares o primaria, la principal
causa de la delincuencia se debe al consumo de drogas y alcohol. Para quienes estudiaron
la secundaria y el bachillerato, la principal causa es la desintegración familiar. Y para
quienes tienen estudios superiores, la crisis económica es el principal factor, además de
que para este grupo la corrupción e ineficiencia de las autoridades judiciales tienen gran
peso en la propagación de la delincuencia, y por eso se ubica como tercera causa para
ellos.
Aunque se aprecian algunas diferencias entre la percepción de los entrevistados, se
observa la existencia de una firme creencia entre la población de que la carencia de
esparcimiento, trabajo, salud y bienestar es una causa muy fuerte para desencadenar la
delincuencia; sin embargo, no habría que desechar otras posibles causas, ya que sólo el
estudio de la relación de todas las variables puede conducir a un análisis más objetivo del
fenómeno de la delincuencia, lo cual ayudaría en la planeación de proyectos y de medidas
para contrarrestar los efectos y causas de la delincuencia.
Ahora bien, más allá de las causas atribuibles a los fenómenos de violencia, es necesario
considerar las perspectivas teóricas sobre la delincuencia y su relación con los jóvenes, así
como la manera en que ocurre este fenómeno en México. Estas y otras preguntas intentarán
analizarse líneas abajo.
La delincuencia: una estrategia de sobrevivencia juvenil
Delincuencia
La delincuencia es un fenómeno mundial, pues se extiende desde los rincones más
alejados de la ciudad industrializada hasta los suburbios de las grandes ciudades, desde
las familias ricas o acomodadas hasta las más pobres. Es un problema que se da en todas
las capas sociales y en cualquier rincón de nuestra civilización. Es como una plaga que se
ha extendido por todas partes, robos, tráfico de drogas, actos de terrorismo, violaciones,
asesinatos, violencia callejera, amedrentamiento ciudadano, etcétera.

La delincuencia es una forma de inadaptación social y al producirse esa anomalía se da un


desafío a la misma sociedad y a su normativa de convivencia. Pero los caminos que
conducen a la delincuencia son múltiples y muy diferentes unos de otros, de ahí que
podamos afirmar que la delincuencia es poliforme. Aquí tratamos más bien de la
delincuencia agresiva.
La cuestión sobre el concepto de delincuencia juvenil nos obliga, ante todo, a esclarecer
dos términos: delincuencia y juvenil, además de ver en su justa dimensión qué es lo que
lleva a un individuo a ser calificado y caracterizado como delincuente.
La delincuencia es una situación asocial de la conducta humana y en el fondo una ruptura
de la posibilidad normal de la relación interpersonal. El delincuente no nace, como pretendía
Lombroso según sus teorías antropométricas o algunos criminólogos constitucionalistas
germanos; el delincuente es un producto del genotipo humano que se ha maleado por una
ambientosis familiar y social. Puede considerarse al delincuente más bien que un psicópata
un sociópata. Para llegar a esta sociopatía se parte de una inadaptación familiar, escolar o
social (Izquierdo, 1999: 45).
De tal forma que los delincuentes tienen un denominador común: incapacidad de
adaptación al medio social: unos dañan duramente la convivencia social con su
comportamiento debido a su íntima estructura, otros no respetan las normas establecidas
por no haberse identificado y socializado; otros se enfrentan violentamente contra las
normas llegando a un cierto vandalismo intolerable en una sociedad democrática y en un
mundo civilizado; otros carecen del espíritu de trabajo y esfuerzo para realizarse como
personas. Han surgido siguiendo los derroteros de la ociosidad, el juego, el abandono de la
escuela o el trabajo, han consagrado su vida a la diversión desordenada, sin jerarquía
alguna de valores y sus acciones llegan al límite de la violencia y a la delincuencia.
Ante todo, siempre se ha considerado que la delincuencia es un fenómeno específico y
agudo de desviación e inadaptación. En este sentido, se ha dicho que la delincuencia es la
conducta resultante del fracaso del individuo en adaptarse a las demandas de la sociedad
en que vive. De tal manera que el núcleo de la delincuencia reside en una profunda
incapacidad de adaptación sobre todo con respecto a la integración social.
Sin embargo, la delincuencia es un típico fenómeno de la psicología social. En el problema
de la delincuencia debe centrarse en dos estructuras típicas: la estructura individual de la
personalidad y la estructura ambiental en la que se ha movido el delincuente.

La estructura individual de la personalidad


CIEAP/UAEM
Si el delincuente procede de un ambiente civilmente evolucionado, las causas de la
violencia hay que buscarlas más bien en un desequilibrio emotivo, de los sujetos, en su
propia neurosis, con fuerte represión de la agresividad, en casos de personalidades
psicopáticas, con taras constitucionales, en débiles mentales con fuertes conflictos
familiares. A veces inciden varias de estas causas. El delincuente se muestra siempre
afectivamente inmaduro, con poco equilibrio de impulsos, controles y objetivos con muy
poca aceptación de las realidades de la vida y con abandono fácil a fantasías infantiles,
cambio frecuente en el tipo y evolución de los intereses emocionales, disminución
progresiva en la capacidad para aceptar las causas de frustración y poca maleabilidad en
la adaptación a las circunstancias normales de la vida (Izquierdo, 1999: 45).
Se dice que el delincuente muestra una actitud inmadura que se extiende hacia distintas
formas de actividad. Para este tipo de individuos el día no es un tiempo que pueden dedicar
a su promoción profesional, sino una sarta de ocasiones en búsqueda de una oportunidad
de fuga del orden, de la disciplina, de la autoridad. No toleran ninguna forma de humillación
ni cualquier amenaza, por pequeña que sea, que suponga un riesgo de su imaginaria
superioridad.
Su mismo cuerpo y atuendos ordinarios son todo un signo exterior de la misma inmadurez.
Se miran a sí mismos con un fuerte nivel emotivo. En sus vestidos, adornos, tatuajes, dan
con frecuencia elementos sádicos o de fuerte intención exhibicionista. Afectivamente
pobres, sufren psíquicamente frecuentes estados de ansiedad, sentimientos de culpabilidad
y viven en formas de coloración más bien depresiva ((Izquierdo, 1999: 48).
En estas condiciones su vida social está enmarcada en grupos cerrados, donde pueden ser
comprendidos y donde de forma directa o indirecta se están viviendo los mismos
sentimientos: antiorden, antiautoridad, antidisciplina y antisociedad organizada. En este
grupo —banda— encuentran fácil catalización de sus intereses emocionales y de su instinto
comunitario, encuentran vivenciados los valores que la otra sociedad conculca y persigue.
Quizá sea esta misma sociedad que llamamos normal —la otra para ellos— la que mantiene
estas formas de reacción agresiva e impide la recuperación de un sujeto cuando ha llegado
a la delincuencia.
En la sociedad existen unos padres que con mucha frecuencia son incompetentes para su
misión de educar, una escuela con gran afán de culturizar a partir de aumentar la capacidad
informativa, pero no ocupada o preocupada de la problemática psicoafectiva de los sujetos
que se educan, una sociedad con unas circunstancias económicas laborales, de
convivencia, que están apuntando hacia el desajuste, el libertinaje, la indisciplina, etcétera.
El agresivo delincuente no es un ser extrasocial, ya que pertenece de hecho y de derecho
al patrimonio de la sociedad donde se da. De ninguna manera puede considerarse como
un ser extrajurídico y cada vez que estudiamos este problema debemos catalogar el delito
como un hecho social que acusa en forma violenta a la sociedad donde se da y sólo por el
hecho de producirse, y esto, tanto más fuertemente cuanto más le rechazan.
La estructura ambiental
Ha sido frecuente considerar el fenómeno de la delincuencia como una realidad
exclusivamente individual; sin embargo, la delincuencia es un fenómeno estrechamente
vinculado a cada tipo de sociedad y es un reflejo de las principales características de la
misma, por lo que, si se quiere comprender el fenómeno de la delincuencia, resulta
imprescindible conocer los fundamentos básicos de cada clase de sociedad, con sus
funciones y disfunciones.
Por ejemplo, si mejora la situación económica del país, disminuye el índice de desempleo;
al disminuir el índice de desempleo, disminuye la delincuencia; además, la mejora de la
situación económica a la larga incide positivamente en el índice de escolaridad, y esto trae
como consecuencia una disminución en la delincuencia juvenil. Y viceversa, al aumentar la
población aumenta la delincuencia juvenil y aumentan los centros de rehabilitación. Al
aumentar el índice de drogadicción, aumenta la delincuencia juvenil.
Esto puede verse si se quiere de manera muy determinante, y lo es, en cierta medida, pero
lo importante aquí es señalar que los factores sociales determinan en cierta medida la
producción de delincuentes y violencia en las sociedades.
En la lista siguiente se puede observar algunas de toda una serie de variables ambientales
que se relacionan y afectan el fenómeno de la delincuencia.
1. El índice de desempleo
2. La población
3. La falta de impulso al deporte
4. Índice de integración familiar
5. Índice de drogadicción
6. Índice de escolaridad
7. Ineficiencia de las autoridades

Grafica 4

A grandes rasgos, puede señalarse que existen cuatro grandes teorías sobre las variables
asociadas con la delincuencia. La primera enfatiza los factores relacionados con la posición
y situación familiar y social de las personas (sexo, edad, educación, socialización en la
violencia, consumo de drogas y alcohol); la segunda se interesa en los factores sociales,
económicos y culturales (desempleo, pobreza, hacinamiento, desigualdad social, violencia
en los medios de comunicación, cultura de la violencia); la tercera estudia los factores
relacionados con el contexto en el que ocurre el crimen (guerra, tráfico de drogas,
corrupción, disponibilidad de armas de fuego, festividades) y una cuarta, de corte sobretodo
psicológico, que enfatiza los factores de personalidad del delincuente.

GRÁFICA 5

Para la población mexicana no están nada alejadas de la realidad las teorías e hipótesis
que se mencionaron anteriormente, ya que podemos observar en la gráfica 5 cómo entre la
percepción de la población se encuentran diversas causas generadoras de actos delictivos,
y entre ellas hay varias que se mencionaron.
En general, la principal causa generadora de la delincuencia, para los habitantes de las
zonas urbanas del país, es la desintegración familiar, en segundo lugar, la crisis económica
y la pobreza, seguida por el consumo de drogas y alcohol. Estos resultados están
íntimamente relacionados con las creencias de que la familia es la principal institución
formadora de valores y en ella recae la responsabilidad de los actos de sus miembros. Por
otro lado, existe la idea de que la actual situación que enfrenta el país en materia
económica, política y social ha llevado a un número cada vez más alto de personas a
delinquir.
De acuerdo con un estudio realizado por la Universidad Autónoma Metropolitana, la
representación que tienen los sujetos de la violencia delictiva está estructurada en el
estereotipo y creencias que se tienen del delincuente. A partir de esta representación se va
estructurando la explicación otorgada a la delincuencia y de sus efectos sobre la población.
En este mismo estudio se encontraron relaciones entre las causas de la delincuencia y las
medidas para combatirla.
Por un lado, se encontró a la familia como causa inmediata de la conducta del delincuente.
Un delincuente se comporta así porque vive en un ambiente de agresividad: familia, colonia,
amigos.
Entre las causas internas se enfatizó la personalidad del delincuente. Aquí los delincuentes
tienen mayor responsabilidad de lo que hacen porque este comportamiento es voluntario,
de esta manera existe un juicio más desfavorable en cuanto a la posibilidad de combatir el
delito, ya que los sujetos tienen la decisión de ser como son y nadie los obliga.
Se encontró también que la droga está asociada a la personalidad del delincuente, sólo que
de manera distinta entre las personas que han sido victimizadas y las que no. Los
victimizados piensan que los delincuentes usan el dinero para comprar droga. No existe
una excusa razonable para delinquir. Por otro lado, los delincuentes actúan bajo la
influencia del alcohol y por lo tanto no son conscientes de lo que hacen. Además de que la
droga les da fuerza para delinquir y para actuar sobre otra persona.
Otra causa externa y no atribuible al delincuente es la corrupción en las autoridades
encargadas de la impartición de justicia. Esta corrupción provoca injusticia e impunidad
porque la mayoría de los delitos no son resueltos y los delincuentes salen libres con una
“mordida”.
Otra de las explicaciones brindadas fue que la situación que impera en el país (pobreza, el
desempleo, etc) obliga a delinquir. Aquí, si se quiere terminar con la delincuencia, es
necesario que primero se resuelva la situación actual del país. La responsabilidad se
deslinda de la persona que delinque, el problema no sólo está en ellos, sino en la sociedad
en que vivimos. Por ello la delincuencia puede ser reducida creando las condiciones
óptimas para que la gente no delinca.
Por lo anterior, la sociedad debe tomar conciencia de que ella misma es, en gran medida,
con sus estructuras injustas, responsable de la delincuencia y de la obligación que ella tiene
de colaborar intensa y eficazmente en la resolución de la problemática de la violencia y
agresividad juvenil. La sociedad debe afrontar el problema de la violencia callejera y la
situación actual del encarcelamiento de los delincuentes jóvenes, no tanto desde aspectos
jurídicos y penales y de tranquilidad social, sino desde las causas que la generan.
La prisión en la actualidad es un sinsentido; se trata del último reducto al que debieran
acudir los jóvenes delincuentes. La prisión agrava la situación, destruye los valores de la
persona y se convierte en enclave de la alienación, cuando no de violencia, soledad,
vagancia, incomprensión y amoralidad e inmoralidad. La cárcel es generadora de nuevas y
más graves delincuencias. Los estigmas de la prisión son desgarradores y crueles,
perduran durante gran parte de la vida y por lo regular el interno queda traumatizado para
siempre.
Delincuencia juvenil
Un análisis profundo de la etiología de la delincuencia juvenil nos indica que este fenómeno
es con frecuencia una respuesta personal a una agresión social. La sociedad ha negado al
joven algo que le era necesario. La culpa del delito debe ser repartida entre la sociedad y
el delincuente. La violencia viene a ser una respuesta a ese vacío existencial que
experimenta la juventud, es el efecto personal y colectivo de una reproducción social más
profunda y más grave.
En algunos jóvenes, la delincuencia es algo transitorio, utilizado para llamar la atención a
falta de autodominio, mientras que para otros se convierte en norma de vida. Cuanto más
joven sea el delincuente, más probabilidades, habrá de que reincida, y los reincidentes, a
su vez, son quienes tienen más probabilidades de convertirse en delincuentes adultos.
Un estudio realizado por Philip Feldman reseña un análisis sobre relación entre la
delincuencia juvenil y la clase baja. Feldman concluye que la clase baja tiene más
probabilidad de ser investigada, arrestada por sospechosa, permanecer en prisión, ser
llevada a juicio, ser hallada culpable y recibir castigo severo, que cualquiera de las otras
clases sociales. Pero aunque la delincuencia continúa ligada a la miseria, su práctica se ha
extendido últimamente a los grupos socioeconómicos medios y altos.
La delincuencia juvenil alcanza, de ordinario, su punto máximo entre los 13 y 15 años de
edad; pues, es un periodo en el cual el menor tiende particularmente a relacionarse con los
otros chicos de su edad. Las actividades ilegales que desarrollan jóvenes se manifiestan
más agudamente en la adolescencia, cuando el joven está más capacitado para realizar
acciones por cuenta propia.

La influencia del medio en el desarrollo de la delincuencia juvenil es también muy


importante, los niños colocados en un medio muy pobre o que viven en condiciones difíciles
están fuertemente tentados de descifrar su existencia por el robo o por la búsqueda de
consolaciones dudosas. Estas son una de las razones del enorme número de condenas por
delincuencia juvenil durante la guerra, las privaciones, los cambios del medio social, la
inquietud y el medio han ejercido una influencia disolvente y han dado un golpe a la vida
moral, de la cual todavía no se ha repuesto en los ambientes donde hay malas viviendas,
donde reina la promiscuidad y la miseria, es donde se encuentran la mayor proporción de
delincuentes juveniles.
Lo que podemos establecer es que la violencia actual se nutre de factores históricos,
demográficos, psicológicos, económicos y sociales, entre otros, por ello es fundamental
definir el concepto de violencia como toda aquella acción u omisión que mediante el empleo
deliberado de la fuerza, ya sea física o emocional, logre o tenga el propósito de someter,
causar daño u obligar a un sujeto a efectuar algo en contra de su voluntad.
La violencia, teniendo a los jóvenes como víctimas o victimarios, está íntimamente
vinculada a la condición de vulnerabilidad social de estos individuos. La vulnerabilidad
social es tratada aquí como el resultado negativo de la relación entre la disponibilidad de
los recursos materiales o simbólicos de los actores, sean individuos o grupos, y el acceso
a la estructura de oportunidades sociales, económicas, culturales que provienen del Estado,
del mercado y de la sociedad.
Este resultado se traduce en debilidades o desventajas para el desempeño y movilidad
social de los jóvenes. El no acceso a determinados insumos (educación, trabajo, salud, ocio
y cultura) disminuyen las posibilidades de adquisición y perfeccionamiento de esos recursos
que son fundamentales para que los jóvenes aprovechen las oportunidades ofrecidas por
el Estado, el mercado y la sociedad para ascender socialmente. Además, diversas
modalidades de separación de los espacios públicos de sociabilidad y la segmentación de
servicios básicos (en especial la educación) concurren para ampliar la situación de
desigualdades sociales y la segregación de muchos jóvenes. Por otro lado, influyen también
los impactos desintegradores de un modelo de crecimiento económico a nivel global y
nacional, que ha reforzado la polarización del ingreso y la riqueza entre países y personas,
generando pobreza, exclusión y menor bienestar, particularmente para las jóvenes
generaciones.

Especialistas en atención a los jóvenes coinciden en que la principal causa que explica ese
inquietante fenómeno social tiene que ver con el descenso de la calidad de vida de la
juventud mexicana. En México existe una enorme cantidad de jóvenes que son víctimas de
un modelo social que conduce a la violencia social, a las drogas y al alcohol, a la deserción
escolar y la delincuencia. Muchos de ellos son niños y adolescentes.
En la revista Proceso del 9 de mayo del 2002, Elena Azaola, consejera de la Comisión de
Derechos Humanos del Distrito Federal, menciona “¿qué se puede esperar de un país
donde sólo 17 por ciento de los jóvenes pueden acceder a la universidad, de una ciudad en
la que 24 por ciento de la población joven no estudia ni trabaja?” Sostiene que desde 1995,
la juventud mexicana no tiene más referentes que la crisis económica, la corrupción, la
violencia, los crímenes, y si a eso se agrega el desgaste del tejido social o la patología de
los vínculos sociales, la situación resulta peor.
El análisis de la criminalidad en México revela un incremento en relación directa con la
cantidad de la población total, en razón de 3.2 por ciento anual, comparado con 2.5 por
ciento para el resto de los países del mundo, de acuerdo con cifras de la ONU.
En los últimos seis años, el porcentaje de delitos cometidos por menores de 8 a 17 años y
jóvenes de 18 a 29 años, que representan una parte importante de la fuerza productiva del
país, registra un insólito crecimiento, particularmente en el Distrito Federal. De acuerdo con
datos estadísticos de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF), las
mujeres ocupan en la Ciudad de México un porcentaje mínimo en la comisión de los delitos
o al ser víctimas. Las involucradas en hechos delictivos apenas representan cerca de cinco
por ciento de la población y en algunos delitos como el homicidio sólo uno (Zamora, 2003).
Pero a pesar de todo no podemos negar que la violencia social nos ha conducido a una
transformación en los roles tradicionales, antes la mujer era vista como un ser débil e
incapaz de ejercer violencia; pero aunque todavía aun no se llega a cifras alarmantes en
donde la mujer esté por encima del hombre en cuanto generadora de violencia, ya está
empezando a hacerse presente en el campo de esta preocupante realidad social (cuadro
1).

Hoy en día, la delincuencia juvenil es mayor a la de otros años, pero con la característica
de que se emplea violencia, porque ya no solamente se restringe al delito patrimonial y el
uso de la violencia verbal, sino que el menor infractor es más propenso ahora a lastimar
físicamente y a humillar a la víctima, siendo ésta la forma de recriminar a la sociedad que
le negó la posibilidad de ser un individuo productivo. A continuación se presenta la gráfica
6 en la que se puede observar el tipo de robo según la edad.

GRÁFICA 6

El aumento en los índices de delincuencia ha provocado que jóvenes de 21 a 30 años de


edad conformen el grueso de la población cautiva en las cárceles capitalinas, según se
desprende del Diagnóstico Interinstitucional del Sistema Penitenciario presentado en la
Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal.
En los últimos siete años el número de reclusos en el Distrito Federal ha pasado de 7 500
a casi 23 000, lo que ha provocado mayor hacinamiento y más corrupción. Es tal la
problemática que envuelve a este sector que 15 079 jóvenes de entre 18 y 30 años de edad
forman parte de la población penitenciaria del Distrito Federal. Cerca de 65 por ciento de la
población de los reclusorios del Distrito Federal tienen menos de 25 años, lo que refleja que
no cuentan con alternativas reales de desarrollo (Gascón, 2002). Estos datos pueden
observarse detalladamente en el cuadro 2.

Al tratar a la delincuencia como uno de los puntos más importantes relacionados con la
violencia juvenil, nos damos cuenta del rumbo que puede tomar esta problemática y así
crear conciencia de la necesidad urgente de proponer y tomar medidas de solución, una de
ellas y quizás la más importante consiste en darle prioridad a la participación de los jóvenes
como protagonistas de su proceso de desarrollo, ya que esto resulta una alternativa
eficiente para superar la fragilidad de esos actores, sacándolos del ambiente de
incertidumbre e inseguridad, pues si bien es cierto que los jóvenes son los que tienen la
energía, la decisión, la valentía para violentar, también son los más vulnerables y deseosos
de experimentar nuevas formas de existir y ser reconocidos por otros individuos.
La Encuesta Nacional de Inseguridad realizada por el Instituto Ciudadano de Estudios
Sobre la Inseguridad mostró que 54.3 por ciento de los delincuentes tienen entre 16 y 25
años de edad, es decir, que más de la mitad de los delincuentes son jóvenes. Solamente
tres por ciento son niños menores de 15 años.
Estos datos demuestran que los jóvenes recurren a la delincuencia, siendo el robo o salto
a persona el delito en que más incurren, con 58.2 por ciento de los casos, utilizando para
la perpetración del hecho delictivo navaja o cuchillo en la mayoría de los casos.
Entre otros datos podemos ver que la delincuencia juvenil está aumentando cada vez más,
por ejemplo, de acuerdo con las estadísticas de la Procuraduría General de Justicia del
Distrito Federal, tan solo en el primer trimestre de 2002 se ha duplicado la cantidad de
menores delincuentes con respecto al mismo periodo de 2001.

GRÁFICA 7

Las edades de estos menores oscilan entre los 12 y 17 años, y los delitos en los que más
participan van desde asalto a automovilistas y taxistas, hasta robo de vehículos y secuestro.
Más alarmante resulta aún que de las 88 bandas reportadas y desmanteladas por la
PGJDF, 9.9 por ciento son encabezadas y operadas por menores en su totalidad, y en 33
de ellas participaban jóvenes de 12 a 17 años. De los 578 menores detenidos en ese primer
trimestre, 80 por ciento tenían entre 15 y 17 años de edad.
Hasta el momento se ha considerado a los jóvenes como generadores de violencia, sin
embargo, debemos reconocer que este grupo también ha sido víctima de esta problemática.
De esta manera los jóvenes no sólo deben ser vistos como victimarios sino también como
victimas.
Como se ha mencionado anteriormente, existen factores que dejan a los jóvenes excluidos
de las estructuras formales (empleo, educación, servicios de salud, familia, etc), lo que trae
consigo otros problemas para la sociedad y para los jóvenes mismos. Tal es el caso de
aquellos jóvenes que son orillados a recurrir a prácticas ilegales para resolver sus
problemas económicos (robos, secuestros, narcotráfico, prostitución, etcétera.)
Sin embargo, existen otra serie de factores que se relacionan con la delincuencia juvenil y
que son vistos de cierta manera también como factores de riesgo, algunos de los cuales ya
se mencionaron líneas arriba, pero que valdría la pena ver con mayor profundidad.
Entendido el factor de riesgo como una característica o circunstancia cuya presencia
aumenta la posibilidad de que se produzca un daño o resultados no deseados, las y los
jóvenes, por diversas circunstancias ambientales, familiares e individuales, frecuentemente
desarrollan conductas que son vistas como factores de riesgo.
Las conductas de riesgo, que a su vez pueden constituir daños más comunes son:
adicciones, (tabaquismo, alcoholismo y drogadicción), exposición a ambientes peligrosos y
violentos, que asociados potencializan la probabilidad de que las y los adolescentes sufran
accidentes, suicidios y homicidios, entre otros. Otras conductas de riesgo importantes son
las relaciones sexuales sin protección, que pueden llevar a infecciones de transmisión
sexual como el VIH/ sida, y también a embarazos no planeados. También la mala
alimentación, que predispone la desnutrición u obesidad.

Ahora bien, por el fenómeno que estamos analizando, la delincuencia juvenil, sólo nos
referiremos a algunos de los factores de riesgo que tienen mayor relación —según los
teóricos del fenómeno delictivo.
Adicciones
Son muchas las vidas que se pierden en nuestro país todos los días motivadas por efecto
del consumo de productos adictivos y por las enfermedades y la violencia que se genera
en torno a ello. Accidentes, padecimientos crónicos, incapacidad física y mental,
desintegración familiar, delitos sexuales, corrupción, todo repercute directamente en la
salud integral de la sociedad.
La adicción es la actividad compulsiva y la implicación excesiva en una actividad específica.
La actividad puede ser el juego o puede referirse al uso de casi cualquier sustancia como
una droga. Las adicciones pueden causar dependencia psicológica, o bien, dependencia
psicológica y física.
El desarrollo de la adicción se facilita por factores sociales que modifican su aparición.
También existen aspectos sociales en los grupos de uso y adicción específicos.
La adicción impacta de tal manera la vida del adicto que sus sistemas de valores cambian
para convertirse en toda una cultura diferente, con sus propias creencias y rituales. Para
los adictos, la actividad relacionada con las drogas llega a ser una parte tan grande de la
vida diaria que la adicción interfiere generalmente con la capacidad de trabajar, estudiar o
de relacionarse normalmente con la familia y amigos. En la dependencia grave, los
pensamientos y las actividades del adicto están dirigidas predominantemente a obtener y
tomar la droga, llegando a un punto tal que el adicto puede manipular, mentir y robar para
satisfacer su adicción.
Los adolescentes pueden estar involucrados de varias formas con el alcohol y las drogas
legales o ilegales. Es común experimentar con el alcohol y las drogas durante la
adolescencia, desgraciadamente, con frecuencia los adolescentes no ven la relación entre
sus acciones en el presente y las consecuencias del mañana. Los jóvenes tienen la
tendencia a sentirse indestructibles e inmunes hacia los problemas que otros experimentan.
El uso del alcohol o del tabaco a una temprana edad aumenta el riesgo del uso de otras
drogas posteriormente. Algunos adolescentes experimentan un poco y dejan de usarlas, o
continúan usándolas ocasionalmente sin tener problemas significativos.

Otros desarrollarán una dependencia, usarán drogas más peligrosas y causarán daños
significativos a ellos mismos y posiblemente a otros.
En México, por ejemplo, hay 3 millones 241 mil consumidoras de alcohol, cigarro y drogas
ilícitas. En promedio, la mujer inicia su consumo a los 15 años, lo que nos muestra
nuevamente que estamos siendo testigos de una etapa en la que los roles tradicionales
están cambiando de manera negativa en lugar de positiva, la mujer anteriormente
presentaba índices bajos de adicción a drogas, alcohol o cigarros; ahora compite
activamente con el hombre. De acuerdo con diversos estudios, esto se vincula a la
búsqueda por disminuir los efectos de una relación social que frustra o violenta su posición
en ella. Es por ello que ahora el consumo de narcóticos no sólo es un problema de salud
pública, sino también de seguridad pública (Ruiz, 2003).
Estas adicciones han generado un incremento de los problemas de salud mental en los
jóvenes. Los datos disponibles indican que los problemas mentales están entre los que
contribuyen a la carga global de enfermedades y discapacidades. Los niños y adolescentes
constituyen un grupo que vive en condiciones o circunstancias difíciles que los ponen en
riesgo de ser afectados por algún trastorno mental. Se reporta que la depresión, los intentos
suicidas y la ansiedad se encuentran entre los trastornos más frecuentes, aunque la causa
más importante de mortalidad entre adolescentes de 15 a 19 años de edad es por
accidentes y violencia.

Las causas accidentales y violentas más frecuentes son los accidentes de tránsito y el
suicidio. Estas causas cuentan con pocos recursos asignados para su tratamiento y, sin
embargo, constituyen más de 80 por ciento de los casos de muerte que son prevenibles.
Entre los adolescentes, estas estadísticas de mortalidad evidencian tres fenómenos
importantes para la transición epidemiológica, es decir, para su crecimiento y propagación.
El primero de ellos tiene relación con la aparición de violencia, accidentes, homicidios y
suicidios, efectos en la salud derivados del medio ambiente social, tránsito, urbanismo y
conductas de riesgo y estilo de vida de los adolescentes, lo cual corresponde
necesariamente a aspectos sociales y económicos englobados en la pobreza y la
marginación.
El suicidio en adolescentes adquiere cada vez mayor interés para los profesionales de la
salud, y el reconocimiento de los factores de riesgo asociados, de las opciones de
tratamiento y de las estrategias de prevención se revelan como aspectos esenciales en el
manejo global. Son más los adolescentes que las adolescentes que logran morir, pero son
más las adolescentes que lo intentan. Se ha identificado que tras cada suicidio conocido
hay 50 intentos que no se logran detectar y, por supuesto, no se toma ninguna medida de
apoyo para los que lo realizan. En 1989, Stillion, Mc Dowell y May propusieron un modelo
de la trayectoria del suicidio, que comprende cuatro categorías de factores de riesgo que
contribuyen al pensamiento suicida: los aspectos biológicos, los psicológicos, los cognitivos
y los ambientales.
El suicidio es la acción de quitarse la vida de forma voluntaria y premeditada. Durkheim da
una definición objetiva del suicidio, eliminando las posibles alteraciones que las palabras
sufren al incluirse en el vocabulario cotidiano. Así, define el suicidio como toda muerte que
resulta mediata o inmediatamente de un acto positivo o negativo realizado por la misma
víctima. Tras dar esta definición observa en su argumentación que pueden quedar incluidos
los hechos accidentales, así establece la siguiente matización: “Hay suicidio cuando la
víctima, en el momento en que realiza la acción, sabe con toda certeza lo que va a resultar
de él.”
El comportamiento de la actividad suicida comprende la autodestrucción total (muerte), la
autodestrucción (no muerte), la mutilación y otras acciones dolorosas y no dolorosas, las
amenazas, indicaciones verbales de las intenciones de destruirse, depresión e infidelidad y
pensamientos de separación, partida, ausencia, consuelo y alivio.
El suicidio en la juventud ha aumentado y algunos se lo atribuyen al abuso de las drogas y
el alcohol, es más acertado afirmar que los mismos factores que llevan a las personas al
alcohol o a las drogas las lleven a intentos de cometer actos suicidas. Los factores de
aislamiento social o psicológico y los estados depresivos tienen una mayor importancia en
momentos de cometer el suicidio.
El aislamiento psicológico producido a veces por la ruptura de los lazos afectivos, por las
carencias de afecto o por la frustración de determinadas expectativas.
Desde el punto de vista ético, la causa más inmediata suele ser la desesperación, situación
extrema a la que se llega por diversas influencias. Dejando de lado los casos patológicos
(trastornos mentales habituales o esporádicos de difícil valoración moral) y el
reconocimiento de la frialdad y cálculo, muy pocas veces coexisten con un gesto contrario
al instinto de conservación del hombre.
El suicidio entre los adolescentes ha tenido un aumento dramático, ya que aunque en el
grupo de edad de 15 a 24 años el suicidio en términos absolutos es raro, desde mediados
del siglo tiene una tendencia a aumentar paulatina y progresivamente, pasando a constituir
un problema de salud pública. Recientemente, estudios señalan que el suicidio es la tercera
causa de muerte más frecuente para los jóvenes de entre 15 y 24 años de edad.
CUADRO 4
MORTALIDAD GENERAL EN ADOLESCENTES DE 15 A 19 AÑOS DE EDAD. MÉXICO:
1998-2001
Causa
Accidentes vehículo y tránsito Agresiones y suicidios
Fuente: INEGI, 2001, Mortalidad en México.
No. Tasa
4 544 43.2 6 709 63.8
CIEAP/UAEM
Los adolescentes experimentan fuertes sentimientos de estrés, confusión, dudas sobre sí
mismos, presión para lograr éxito, incertidumbre financiera y otros miedos mientras van
creciendo. Durante el periodo de 1970 a 1994, la tasa de suicidios en ambos sexos pasó
de 1.13 por 100 000 habitantes en 1970 a 2.89 por 100 000; en 1994 aumentó 156 por
ciento, con mayor fuerza para la población masculina. En términos de la mortalidad
proporcional, el suicidio pasó de 0.11 a 0.62 por ciento de todas las defunciones.
Éstos son sólo algunos de los factores de riesgo que se encuentran de manera más
íntimamente relacionada con la delincuencia juvenil y que sin lugar a dudas muestran cierto
aumento en la población joven de nuestro país.
Existe un consenso claro entre autoridades federales, locales y especialistas en el tema, en
que la delincuencia juvenil es consecuencia del grave deterioro de la calidad de vida que
resiente de manera especial el sector joven de la población. Explican que en lugar de tener
a la mano alternativas que garanticen su desarrollo, adolescentes y jóvenes de entre 15 y
24 años están condenados, de antemano, a subsistir en medio del desempleo, la violencia
intrafamiliar, el consumo de drogas y alcohol, y la deserción escolar, en suma, de la
pobreza.
En ese sentido, la delincuencia juvenil tiene que ver con la baja en la calidad de vida de los
mexicanos, particularmente de la juventud. Por ejemplo, un dato importante es que en
México entre 35 y 40 por ciento de los adolescentes viven en hogares de extrema pobreza.
La gran mayoría viven en familias con madre y padre, pero 26.6 por ciento han salido del
hogar paterno.
La Encuesta Nacional sobre Inseguridad3 mostró que 4.3 por ciento de los delincuentes
tienen entre 16 y 25 años de edad, es decir, que más de la mitad de los delincuentes son
jóvenes, mientras que tres por ciento son niños menores de 15 años. Los principales actos
delictivos en los que han participado menores de edad son los siguientes: delitos contra la
salud, violación, robo a casa habitación, robo a vehículo, robo a negocio, lesiones por
golpes y otos delitos.
Este fenómeno continuará y seguirá incrementándose mientras el beneficio privado, el afán
de lucro, el despilfarro y el sistema capitalista deifique la posesión del dinero al mismo
tiempo que ponga barreras infranqueables a masas de población que subsisten, en la
miseria y en la marginación.
Por lo anterior, nos damos cuenta de que es urgente dar prioridad a la participación de los
jóvenes como protagonistas de su proceso de desarrollo, ya que esto resulta una alternativa
eficiente para superar la vulnerabilidad de esos actores, sacándolos del ambiente de
incertidumbre e inseguridad, pues si bien es cierto que los jóvenes son los que tienen la
energía, la decisión, la valentía para violentar, también son los más vulnerables y deseosos
de experimentar nuevas formas de existir y ser reconocidos por otros individuos.
La delincuencia juvenil no se arreglará con abrir más cárceles y retirar a los jóvenes de la
vida social llevándolos a la cloaca de la sociedad, ni con la brutalidad policiaca o el sobre
endurecimiento de las penas aplicables a los delincuentes jóvenes.

Medidas para reducir la delincuencia


Abolir la delincuencia juvenil implica la implantación de un sistema jurídico y penal para ese
sector de la población, así como de voluntad política e imaginación de las autoridades. Es
necesario considerar el tratamiento de menores de edad, con base en los diferentes
instrumentos internacionales en la materia, que antes de criminalizar a los infractores
tengan en cuenta las causas que propician que los jóvenes incurran en conductas
antisociales.
El Estado debe de tener como objetivo la rehabilitación social del joven infractor y no
restringir la política de readaptación social al encarcelamiento. En ese sentido, son
fundamentales los procedimientos alternativos: casas hogar, escuelas de artes y oficios y
talleres. Para ello se debe partir de la premisa de que los adolescentes tienen mayor
posibilidad de cambiar su conducta en virtud de que su personalidad está en proceso de
formación.
Hay que buscar nuevas formas para prevenir el delito mediante la recreación y apertura de
espacios destinados a los jóvenes, para que tengan en qué ocupar su tiempo libre, ya que
no existen espacios culturales o deportivos que los guíen hacia formas de vida en favor de
una sociedad comunitaria, que viva
en armonía y paz.
Reflexiones finales
En la actualidad, la globalización genera una paradoja, toda vez que establece una
identidad mundial por el reconocimiento de valores universales, pero también crea
antivalores comerciales consumistas, basados en gran medida en la violencia y el sexo,
con lo cual permea las formas de vida de las diferentes sociedades.
A nadie se le oculta que en los últimos años se han ido abandonando las tareas de
formación de la juventud. Lo lamentable es que el esfuerzo que se precisa limita a los
educandos y por eso padres y educadores se acomodan a un antiguo patrimonio intelectual
y ético, normalmente recibido, reelaborado y ampliado. Desde este nivel ínfimo desarrollan
su labor educativa y la poca formación que el joven recibe en este terreno está viciada y
arrastra una carga negativa de errores y simplezas de la sociedad actual.
De esta manera, la sociedad actual se convierte en la sociedad de la tentación para los
jóvenes, potencia una sutil ideologización hábilmente dirigida desde el poder, con lo que los
jóvenes han perdido el sentido real de la vida y se han precipitado en un ambiente donde
se palpa el desencanto, la decepción, la desorientación y el absurdo. Por ende, parte de la
juventud ha perdido la confianza en el futuro, en el Estado y en la sociedad. Y una juventud
sin futuro es una generación que nace muerta, sin porvenir, sin esperanza. La droga, el
alcohol, la delincuencia y el vandalismo callejero son síntomas muy expresivos.
Hoy, el fenómeno juvenil sigue inquietando, al mismo tiempo que la incomprensión de los
adultos alcanza grados mayores. Aunque la juventud es más crítica y menos ilusionada;
pareciera no tener proyectos ni alternativas claras. Desea cambios, pero no ve caminos,
debido a que están vedados por el sistema económico, político y social en el que se
encuentran inmersos.
Se ha llegado a despreciar a los jóvenes hasta el extremo de quererlos eliminar y excluir de
los marcos de influencia y de las decisiones importantes de su entorno. Sin embargo, los
jóvenes reclaman su derecho a la diferencia, a la discordancia y a la discrepancia; es decir,
con su praxis, los jóvenes reclaman el reconocimiento de su existencia autónoma, el
respeto a sus formas y estilos de vida; así como el derecho a la interlocución, a ser tomados
en cuenta y a la participación. En pocas palabras, los jóvenes, con su praxis, demandan
una sociedad más tolerante, más diversa, más incluyente, más justa y más democrática.
Existe una violencia patente y oculta que se esconde en nuestra sociedad, no sólo la que
se refiere a las personas, sino también a las estructuras; se trata de una violencia que tiende
a hacerse cada vez más anónima y, por lo tanto, más
difícil de combatir.
No basta únicamente con clasificar y etiquetar a los jóvenes y sus acciones,
como lo hacen las instituciones gubernamentales, ya que para la mayoría de ellas existen
cuatro tipos de juventud que viven consciente y sistemáticamente en ruptura con la
sociedad, mostrándose incapaces de entrar ordenadamente en la marcha de la comunidad
y en desempeñar su papel en la vida; esos cuatro tipos son: inadaptados sociales,
asociales, posibles delincuentes y delincuentes.
Para las autoridades, todos ellos tienen un denominador común: incapacidad de adaptación
al medio social, unos dañan durante la convivencia social con su comportamiento debido a
su íntima estructura, otros no respetan las normas establecidas por no haberse identificado
y socializado, otros se enfrentan violentamente contra las normas llegando a un cierto
vandalismo intolerable en una sociedad democrática y en un mundo civilizado, otros
carecen del espíritu de trabajo y esfuerzo para realizarse como personas. Han seguido los
derroteros de la ociosidad, el juego, el abandono de la escuela o el trabajo. Han consagrado
su vida a la diversión desordenada, sin jerarquía alguna de valores y sus acciones llegan al
límite de la violencia y a la delincuencia.
Sin embargo, la delincuencia no debe confundirse nunca con la rebeldía. Una hábil
maniobra ha tratado de empequeñecer la sana y justificada rebeldía de la juventud en el
mundo, en el seno de una sociedad sin ideas, materialista, brutal, colgando a los jóvenes
el sanbenito de delincuente.
Sin una juventud rebelde y preocupada, que quiera dar siempre su propio nervio a la
sociedad en que viva, pocos pasos adelante se pueden dar. La juventud conformista va a
remolque del pensamiento de su generación y pocos valores aporta a la sociedad.
Es un hecho que cuando aumenta la rigidez de la sociedad y las autoridades pregonan que
todo está bien y cuando el desfase entre el discurso y la realidad es tan abismal, consciente
o intuitivamente mucha gente joven desconfía de las supuestas bondades del mundo que
ha heredado. Estos jóvenes se esfuerzan cada día por distanciarse culturalmente de los
demás y se rebelan contra la discriminación.
Como podemos ver, la violencia y con ello la delincuencia juvenil, no es producida
aleatoriamente, sino que está compuesta por una serie de factores que propician que cada
vez más jóvenes adopten la violencia como una forma de vida.
Ahora bien, la delincuencia juvenil en México es básicamente un problema social que no se
resuelve con mayor represión ni mucho menos disminuyendo la edad penal. El crecimiento
de la delincuencia en un país depende de su desarrollo económico, del nivel de vida de la
sociedad y de la interrelación de estos factores con sus condiciones culturales y educativas.
El carácter de esta interrelación puede provocar anomia y, por ende, la ruptura de la
cohesión social y familiar , lo cual aumenta la incidencia del delito en los sectores juveniles.
Si aceptamos la hipótesis de que a mayor bienestar social crece la solidaridad entre
generaciones y con ello disminuye la delincuencia entre los jóvenes, el posible tratamiento
del problema tiene dos vertientes, y ambas son responsabilidad principalmente del Estado.
Una es competencia de los poderes Ejecutivo y Legislativo, y tiene que ver con construir
una nación que posibilite una vida digna a todos sus habitantes: sin pobreza, marginación,
discriminación ni racismo, con fuentes de trabajo y salarios decorosos, con escuelas y
universidades gratuitas, un proyecto nacional con estos propósitos sería seguramente
generador de una juventud comprometida, responsable y confiada en el futuro, y en esas
condiciones la delincuencia general y la juvenil en particular tendrían niveles bajos. La otra
vertiente corresponde a la administración de justicia y es responsabilidad del Poder Judicial.
Sin embargo, ¿cuál debe ser la política estatal hacia los jóvenes que delinquen? ¿Atacar la
raíz del fenómeno o reprimir?

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