Efecto Beethoven Diego Fischerman PDF
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Efecto Beethoven Diego Fischerman PDF
EFECTO
BEETHOVEN
COMPLEJIDAD Y VALOR EN
LA MÚSICA DE TRADICIÓN POPULAR
PAIDÓS DIAGONALES
··- ··-. - ---¡
Diego Fischerman
EFECTO BEETHOVEN
Compl~idad y valor en la música de
tradición popular
ISBN 950-12-0507-X
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ISBN 950-12-0507 -X
fndice
. Después del final ................ .......... .................................. ......... .... ...... ....... .. . 1".Jl. •
Apéndices .......................................................................................... .......... . 133 •
l. El jazz en discos ........ ............. :......................................................... ..
2. La discografía de Astor Piazzolla ......................... ...... .. .... .......... .... .
1"~·'
}..!.- •
1
Bibliografía ...................................................... ............................................ . l·F
•
« ... The musíc will never stop.
Roll over Beethoven ... »
CHUCK BERRY, «Roll over Beethoven>>; 1956
..
3. Frank Zappa, curiosamente, fue uno de los pocos músicos invitados al pro-
grama de The Monkees.
24 EFECTO BEETHO'v' CN
ideal, va que la atención es, siem pre_. suma men te flo tante, aun en
ovent~s frecuentes v entrenados. Además, las condiciones de escu-
cha y la posibilidad de la escucha atenta son sumamente precarias
en un mundo en el que el silencio no existe y la música está incor-
porada como telón de fondo a todas las actividades humanas, des-
de los viajes en transportes públicos y las salas de velorios hasta
los balnearios e, incluso, los zoológicos, donde la imitación de la
naturaJeza blJsca su improbable verosimilitucLen unos gigantescos
parlantes que difunden m tÍsica con1ercial internacional. Aun así, la
idei1 de música d es tinada a la escucha, por sobre otras funcionf.;S,
rige en gran medida la concepción de música artística.
.
En Buenos Aires, va en la década de 1930.. cuando salían a es-
cena los cantantes de tango, se d ej aba ele bailar. Los arreglos de
Julio De Caro p arasu sexteto de 1926, aunque permitieran la dan-
za, tenían un grado d e complejid ad rítmica y de osadía tímbrica
que parecía contar con la audición cómplice de un público atento
a esas n ovedades . Algu n os grupos primitivos de jazz, como los
Hot Five o los H o t Seven d e Louis Armstrong o las primeras or-
questas de Duke Ellington, permiten pensar que el fenómeno
estuvo lejos de ser local. La radio y el disco, principalmente, su-
ma d os al acceso de públicos cada vez más amplios a bienes de
consumo material (las radios y los tocadiscos, entre ellos) y al
me rcad o d el espectáculo (el cine también tuvo una importancia
significativa en esta ampliación del universo de los consumidores
de entretenimiento ligado, de maneras más o menos directas, a lo
artístico) abrieron la posibilidad de que alguien estuviera en su
casa sin hacer otra cosa que 0scuchar música. Lo que af\tes reque-
ría situarse en el lugar de los hechos, participar de ellos y muchas
veces cantar o tocar un instrumento, cambió definitivamente su
modo de circulación. Y esto provocó dos situaciones absoluta-
mente nuevas. Por un lado, lo popular salió del contexto popular
(del pueblo). La m úsica de una fiesta pudo ser escuchada fuera de
esa fiesta; la música del baile empezó a sonar en las casas. Una
canción de cuna toba, un canto nupcial de los pigmeos, una vida-
la del noroeste argentino o un gamelán de Bali podían sonar, por
lo m enos en teoría, como fondo de una distinguida cena de nego-
cios en un restaurante lujoso de Barcelona, París, San Pablo, Osa-
ka o Buenos Aires. La otra consecuencia, sin embargo, fue aún
más importante y se relacionó con la aparición de músicas que,
sin perder del todo su conexj ón con esas tradiciones populares
NUE\f.L\S MUSiCAS. VIEJAS PALABf~;\S 31
,..-:::::=:==:::---
1. Programa televisivo asociado con un proyecto ipd~ffiál dff.-la lto'lnpañ,ía
RCA Victor. ,' _, -;·- - -,
Tal vez por ser el primero que se desarrolló como lenguaje autóno-
mo, es decir, que no sólo se benefició con la difusión que le permi-
tieron los nuevos canales de la industria del espectáculo (la piano-
la, antes que nada, e inmediatamente los discos y la radio) sino que
los tomó para sí y fue transformado por ellos, el jazz es la música
ejemplar de estos nuevos géneros surgidos a partir del siglo XX.
De hecho, su historia anterior al priD¡ler registro fonográfico es ape-
nas la prehistoria. El desarrollo de(jazz como lenguaje se escribe
en los discos. Y la fuerte característica evolutiva del género segura-
mente habría sido otra de no haber habido medios capaces de po-
sibilitar modalidades de consumo antes impensables para una mú-
sica nacida en plazas, mercados y reuniones populares.
La pregunta, no obstante -y sobre todo teniendo en cuenta que
muchas de las características que en un comienzo se consideraron
esenciales al género fueron cambiando, transformándose y hasta
desapareciendo-, sigue siendo: ¿qué es el jazz? Es, desde ya, otra
pregunta inútil, en tanto nadie necesita demasiado de su respuesta
para disfnttar o para rechazar las músicas que el mercado identifi-
ca con ese nombre. Además, tomada en un sentido más científico,
no es más fácil de responder que las otras preguntas similares que
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2. Distancias entre las notas menores que las de la escala temperada; es decir,
que las que hay entre las teclas blancas y negras de un piano.
5
La evolución
permanente
Que haya sido Nueva Orleans el-lugar donde el jazz hizo eclosión
no significa que allí haya nacido. El compositor de blues William
Christopher Handy (inmortalizado en un disco de Louis
Armstrong llamado, precisamente, Plays William C. Hnndy) contaba
que alrededor de 1905, en Memphis, se escuchaba una müsica muy
parecida a la de Nueva Orleans, y que «todas las bandas de circo
sonaban de ese modo; toda la región del Mississippi estaba llena
de lo mismo, sin que nadie supiera lo que pasaba en otro lado. Yo
me enteré de la música de Nueva Orleans recién en 1917». Hasta
allí, nad'a que no pudiera pasar también, por ejemplo, en las Anti-
llas. ¿La diferencia? Estados Unidos.
Si actualmente el jazz no es una pintoresca música regional,
siempre igual a sí misma y siempre preparada para el turismo, co-
mo lo son oti'as músicas mestizas del mundo, es porque allí donde
nació hubo una industria que se aprovechó de él, que lo fagocitó,
que lo convirtió en mercancía y, junto con todo eso, lo mezcló con
otras músicas y otros músicos, lo hizo crecer y cambiar, lo contami-
nó con la fantasía tan norteamericana del progreso perpetuo, lo lle-
vó de las pequeñas a las grandes ciudades, de los funerales a los
bailes, de los bailes a los clubes y de allí a las salas de concierto.
50 EFECTO BEETHOVEN
l. Stnndards es el nombre que reciben, en el jazz, los temas clásicos del género,
provenientes en gran parte de las comedias musicales y el cine, aunque también,
muchas veces, compuestos por algunos músicos y Juego sumados a la tradición
por v ersiones suyas y de otros músicos. «I've Got Rhythm» o <<Laura» son ejem-
plos de la primera categoría y «Round Midnight» o «I RememberClifford>>de la
segunda.
52 EFECTO BEETHOVEN
también, fue incorporado por ellos. Uno de los grupos más influ-
yentes en ese sentido fue. Oregon, integrado originalmente por
Ralph Towner en guitarra y piano, Paul McCandless en oboe y cor-
no inglés, Collin Walcott en sitar, tablas y otros instrumentos de
percusión y Glenn Moore en contrabajo. Su inédita síntesis de mú-
sica de concierto, orientalismo occidentalizado con precisión, altísi-
ma técnica instrumental y tratamiento camarístico en lo format re-
flejaba además un espíritu muy de época -comienzos de los años
setenta- y muy de lugar -la Universidad de California, Los Ánge-
les, donde Walcott había estudiado etnomusicología-. Egberto Gis-
monti en Brasil. Los acordeonistas Richard Galliano y Jean Louis
Matinier en Francia. Michel Portat tocando el bandoneón además
del clarinete, el saxo y el clarinete bajo. Otro saxofonista y clarine-
tista, John Surman, y su descubrimiento para el jazz del folk inglés.
El deslumbramiento por Hendrix. Y hasta Astor Piazzolla, incluido
en festivales internacionales de jazz.
Más allá de las múltiples formas del jazz actuat el panorama es
el de un género que, a medida que perdía sus rasgos estilísticos de
origen, se fue convirtiendo en una especie de alfabeto compartido
por los músicos populares cultos de todo el mundo. El jazz era un
código a partir del cual empezó a definirse casi cualquier música
de tradición popular que exhibiera un desarrollo instrumental rele-
vante (donde, de manera preferente pero no excluyente, las reglas
de la improvisación jazzística proveyeran el sustrato) o en el que
las voces estuvieran tratadas como instrumentos o reflejaran la im-
provisación o algún rastro de ella. En ese sentido, un fenómeno in-
teresante es la verificación de cómo muchas músicas y músicos que
en las décadas de 1960 y 1970 se hubieran ubicado naturalmente
en el universo estético del rock hoy eligen circular en el mundo del
jazz. Guitarristas como Marc Ducret, en quien las influencias de
Hend:dx y Robert Fripp son notorias, o Bill Friselt que trabaja ex-
plícitamente con intérpretes y materiales del folk el country y el
rock, hace algunos años habrían sido considerados como músicos
de rock (de aiguna de las múltiples clases de rock existentes) y en
la actualidad son, con claridad, músicos de jazz. En algún sentido,
y a pesar de haber perdido primero su primacía como lengua viva,
el jazz terminó quedándose con el cetro que el rock le había dispu-
tado durante unos años: el del lenguaje de tradición popular evo-
lutivo por excelencia.
6
Tango y arreglos
1. Hay, desde ya, innumerables teorías acerca del origen del tango. Aquí se
toma la que parece más probable, planteada a partir de las investigaciones del
equipo del musicólogo argentino Jorge Novati, en el Instituto Nacional de Musi-
cología, que dieron como fruto el notable primer (y hasta ahora único) volumen
de la Antología del tango rioplatense (1890-1920!.
2. El negocio de las grandes líneas de transatlánticos era, en realidad, el de los
pasajes baratos -vendidos de a miles- y no el de los caros, para las lujosas cubier-
tas superiores.
t.r t.l.-1 U bt.t. 1 HUVt.l~
3. <<La bicicleta>> fue compuesto }:JOr Ángel Villoldo entre 1900 y 1910. Su letra
comienza hablando de lo que anuncia el título y termina ironizando sobre la vi-
da cotidiana en los comienzos del siglo XX, incluyendo la nueva industria disco-
gráfica. El texto dice: <<Yo tengo una bicicleta/ que costó 2.000 pesetas/y que co-
rre más que un tren./Por la tarde, yo me monto,/ y más ligero que un rayo,/ voy
a lucir este cuerpo/por la Avenida de Mayo./ A Palermo muy temprano,/los do-
mingos suelo ir,/y se quedan embobados/ muchos.ciclistas que hay por ahí./ Las
bicicletas / son muy bonitas/y las montan en pelo / las señoritas;/ por cierto que
hay 1mil discusiones/porque han de llevar faldas 1o pantalones./ Los sombreros
a la moda/que ahora llevan las señoras/son una barbaridad./Tienen todos
grandes cintas,/y luego la mar de lazos,/ con phtmas de pavo arriba/y plumas
de pavo abajo./Y al pobrete que en un teatro/le toque detrás estar,/ si quiere ver
las funciones/una siestita se puede echar./ Porque hay sombreros,/ de algunas
damas,/ con lechugas y coles,/ troncos y ramas: /Y con jilgueros/y con cana-
rios,/ con palomas y loros/y campanarios./En la época presente/no hay nada
Tl\NGO Y f-S(REGLCS 57
por ejemplo, que Gardel no era el autor de canciones como «El día
que me quieras» o «Mi Buenos Aires querido». Decía, a quien qui-
siera escucharlo (no eran muchos, ya que sus demostraciones eran
interpretadas como heréticas en un ambiente donde el culto a Gar-
del tenía características religiosas), que el cantante seguramente
había sugerido las melodías pero que la armonía de esas canciones
-que en la concepción de Expósito, educado en el paradigma de la
música clásica, era superior a la melodía- «jamás p odría habérsele
ocurrido a un guitarrero que sabía apenas dos o tres acordes». En
esas canciones hay, en efecto, algunos movimientos armónicos que
pertenecen, sin ninguna duda, a Castellanos (el parecido entre
ellos y el tema musical que identificaba a radio El Mundo, cuya or-
questa había d irigido el propio Castellanos, es un dato de peso
considerable). Pero la cuestión n o pasa por definir qué parte de
esas canciones fue sugerida por Gardel y cuál fu e introducida por
Castellanos. La cuestión -y es una cuestión central en el desarrollo
de los nuevos géneros artísticos de tradición popular- es cuál d e
esas partes es la importante: cuál es la que equivale a la firma . En
las dos concepciones en pugna pueden observarse, en definitiva,
las dos grandes líneas de origen confluyentes en esos géneros.
Los artistas más cercanos a las tradiciones populares reivindica-
ban (todavía lo hacen) la inspiración y lo improvisa torio. Ellos con-
testarían, sin dudar, que es la melodía la que caracteriza a la músi-
ca de una canción (lo que la distingue d e la de otras canciones).
Los arregladores y productores, fieles a sus aprendizajes académi-
cos, opinarían que ese sello distintivo, en cambio, está en la armo-
nía. Más allá de los contenidos de defensa de la propia área de
competencia de unos y otros -y de sus campos laborales, de paso-
hay una cuestión de fondo que se relaciona, precisamente, con los
cambios acaecidos en estos géneros a partir de las modificaciones
de las condiciones de producción y circulación. En las músicas po-
pulares originales, lo distintivo es efectivamente la melodía. Es
cierto -tal como Expósito demostraba frente a un piano- que la
misma melodía puede estar armonizada con acordes sumamente
diferentes y que estos cambios armónicos hacen que las melodías
cambien ante el oído («Samba de urna nota só», característico de la
bossa-nova, pone en escena justamente ese recurso: una misma no-
ta suena a muchas distintas en tanto lo que va cambiando son los
acordes que la acompañan). Un mismo sonido puede sonar tenso o
conclusivo según junto a qué otros sonidos se lo escuche. Una mis-
60 EFI:.CTO 13E ETHOVEN
1. Eric Hobsbawm, en Historia del siglo XX, consigna: «El poder d el dinero d e
los jóvenes puede medirse por las ventas de discos en los Estados Unidos, que
subieron de 277 millones en 1955, cuando hizo su aparición .el rock, a 600 m illo-
nes en 1959 y a 2.000 millones en 1973. En los Estados Unidos cada miembro del
gr upo de e dad compren d ido entre los 5 y 19 años se gastó por lo menos cinco ve-
ces más en discos en 1970 que en 1955. Cuando más r ico el país, mayor el nego-
cio di;;cog ráfico».
2. Podría decirse que las culturas urbanas occidentales, d urante el siglo XX, se
africanizaron. O, por lo m enos, que incorpora ron ideales estéticos p rovenientes
de a lgunas culturas africnnas. Las esculturas de Picasso, por supuesto, pero, tam-
bién, un nuevo ideal de belleza que hizo eclosión en la década de 1970 y que va-
lorizaba los m úsculos largos, las líneas rectas sobre las curvas y qu e desarrolló
todn una nueva fo rma de entrenamiento corporal (y una moda que lo identifica-
ba con la salud) destinada a lograrlos.
VANGU.A.ROIA POLITICA Y MERCADO JUVENIL 75
Desptés del cénit (Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, Magical
Míst:'n/ To ur, Álbum bla nco) hubo un movimiento en otro sentido
- que s.e plasmó en el proyecto fallido de Get Back, convertido final-
mente en Let 1t De, y en mucho de lo que Letmon hizo como solista-
y un canto de cisne, Abbey Road.
En apenas cuatro años, cuatro jóvenes que jamás habían pasado
por un conservatorio, que carecían de cualquier clase de formación
n:usical sistemá tica, partiendo de una enciclopedia sumamente
precaria -la música que escuchaban por la radio, la que se cantaba
en las casas y la qu~ estaba en los discos que los soldados y luego
los ma rineros es tadounidenses habían llevado a Europa- y cuyas
capacidades instrumentales eran incluso menores que las de mu-
chos otros músicos de rock, habían cambiado para siempre el uni-
verso d e la canción de tradición popular y, de paso, habían conver-
tido el rock en un campo que aparecía notablemente fértil p ara la
experimentación y especialmente generoso para recibir aportes de
otras tradiciones, a los oídos de los que empezaban a hacer música
(muchos de ellos sí con formación académica) cuando los Beatles
cst<1.ban dejando de hacerla .-1 Es obvio, por otra parte, que los 13ea-
tles no fue el único grupo gue llevó el rock a un status asimilable al
de la música artística. Estuvieron los Rolling Stones, por supuesto,
y los Beach Boys (y las cosas que ellos hacían estimulados por los
Beatles y la manera en que eso, a su vez, estimulaba a los Beatles) .
Pero también grupos hoy menos recordados, como The Hollies y,
desde ya, toda la línea que en los Estados Unidos trabajó a partir
del blues y los folklores rurales, empezando p or Thc Band y, es cla-
ro, p or Bob Dylan, más el fenómeno de los songwriters (Leonard
Cohen, Paul Simon, Laura Nyro, Carole King, Carly Simon -en los
Estad os Unidos- y Donovan y el primer Elton John - en Inglate-
rra-). Todos ellos, m ás los gntpos y solistas que en Inglaterra par-
5. Las nuevas camadas de músicos de rock, en particu lar aquellos que abona-
ron e! campo del rock progresivo, poseían una extmcción sociocultu ral distinta.
La mayoría h ab ía estudiado en escuelas prestigiosas y universidades (a unque no
siempre ca rreras musicales) y muchos de ellos p rovenían de las clases altas. Si los
Beatles habían comenzado su carrera profesional con un equipamiento instru-
mental muy preca rio -que fuero n incre mentando y perfeccionando a medida
qu e ganaban dinero con la propia ac tividad musical- , Rick Wakem an, Tony
Banks o Kdth Emerson ya ingresaban a la v ida profesional con un instr umental
millonario.
MAS 1\LLÁ DEL Fl.EüU ll_LO 83
l. Apple fue un intento inédito de empresa cultural que, ndcmás de las pro-
pias producciones de los Beñtles, juntos y como solistas, y de los protegidos de
McCartney (Badfi nger y Mary Hopki n), llegó a editar dos discos del Modern
Jazz Qua rtet y a publicar por primera vez un álbum con música del compositor
John Tavener, que trabajaba en ese entonces como plomero y que había conocido
a Ringo Starr arreglando las cañerías de su casa.
2. Mmzy Ycnrs From Now (Kindsay Punch Music, 1997), publicado en castella-
no como Hace muchos m1os (Emecé, 1999).
,.,
Tal vez el átomo que desestabilizó toda la cadena haya sido Yoko
Ono. O tal vez no. Es posible que haya sido la edad o la época o el
caos. Que lo mismo que había posibilitado la existencia de los Bea-
tl:~s (la amistad y la rivalidad de Jolm y Paul) los llevara a la ruptu-
ra. En unas grabaciones de conversaciones entre ambos, registra-
das por Anthony Fawcet en septiembre de 1969, John dice:
Paul contesta q ue le dejaba más espacio pero que John no hacía na-
da para ocuparlo, y Lennon replica que para qué iba a hacer algo si
sabía que no iba a tener espacio . Entonces, los Beatles hicieron Let
It Be, que originalmente iba a llamarse Get Back y q ue dejaron de
lado cuando se dieron cuenta de que nunca podrían ser esa banda
que allí intentaban. Como si dijeran «aunque sea una última vez,
hagamos lo q ue sabemos», vuelven a un pasado más cercano (aun-
que ya agotado) y emulan el rulo (por lo m enos en lo formal) del
Sgt. Pepper. Y se despiden con Jlbbey Road. En particular, con su
lado B.
La idea de trascender el formato de la canción pop no era total-
mente nueva. The Mothers of Invention -la invención de Frank
Zappa- trabajaba en ocasiones en ese sentido, y el grupo The Who
Si
Ludwig van Beethoven fue el primer compositor que tuvo una cla-
ra idea acerca de que los demás lo consideraban el más grande de
su época. Y escribió música sabiéndolo. N o sólo podía forzar los lí-
mites de los estilos dominantes -ya iba a aparecer alguien que ex-
plicara sus disrupciones o sus rarezas formales con <<golpes del
destino» o «luchas titánicas»- sino que, de alguna manera, estaba
forzado a hacerlo. Eso era lo que se esperaba de él, aunque el resul-
tado fuera muchas veces incomprensible, y él lo tenía en cuenta.
Además, para Beethoven, como para Lord Byron, era claro que la
primera -y, tal vez, la más importante- de las obras de un artista
era su propia vida.
En la idea del arte de Beethoven -o de la época que construyó
con él su ideal estético-, el sufrimiento, la dificultad y la idea de lu-
cha eran esenciales: «Los mejores de nosotros obtenemos dicha por
medio del sufrimiento», escribió Beethoven en una carta a la con-
desa Erdody, fechada el19 de octubre de 1815. El artista era un hé-
roe y de alguna manera, también debían serlo sus oyentes -toda-
vía en la actualidad, para gran parte del público consumidor de
arte existe una fuerte identificación entre «música fácil» y «música
mala» o, por lo menos, no artística-. Beethoven, como después
94 EFECTO BEETHOVEN
Her», de los Beatles), del music hall y la opereta. Cada una de eS<lS
conexiones con estilos del pasado se desarrolló en estilos del pre-
sente. Hubo quienes incluyeron elementos de jazz (desde el mcis
tradicional hasta el más moderno) como Chicago y Blood, Swcat
& Tears en los Estados Unidos, y Brian Auger & The Trinity, If,
Nucleus, Caravan o Colosseum en Inglaterra. H1.1bo también quie-
nes trabajaron verdaderamente en la frontera entre el jazz, el rock
y la experimentación, como Soft Machine (sobre todo con sus do~
primeras formaciones, con Robert Wyatt en batería y, luego, con
John Marshall en su reemp lazo y Elton Dean en saxo), los c1ue
incluyeron elementos de música caribeúa (Santan a) e, incl uso,
aquellos que llevaron la relación de coqueteo con la música clásica
hasta el punto de hacer versiones rack del Concierto 11 ° 1 de Tcha i-
kovsky (Ekseption) o de música de Bach (The Nice). El pianistél de
este grupo, precisamente, fue luego el fundad or de otro trío qué
esta vez llevó su nombre junto al de los otros integrantes: Emer-
son, Lake & Palmer - Greg Lake tocaba el bajo y Carl Palm er lo bz:.-
tería-. Alternando versiones de obras de la tradición clásica -la
Súifonietta de Janacek, Cuadros de una exposición de Mussorgsky, el
cuarto movimiento, toccata, del Coucierto pam piano N° 1 Op . 28 de
Ginastera- con tem as propios -algunos en la forma de suite, como
Tarkus, que dura 20 minutos, o Tlze Three Fates, incluida en su pri-
mer disco, de 1970, cuya primera parte, «Clotho», está tocada en
el órgano de la Royal Festival House- y con una instrumen tación
en la que los teclados y sintetizadores creaban una suerte de vir-
tual orquesta electrónica, desarrollaron un estilo grandilocuente,
de gran potencia y s umamente virtuoso para los estándares del
género, que terminaría convirtiéndose, tanto para sus amantes co-
mo para sus detractores, en el paradigma de lo que algúnos lla-
maron rack sinfónico.
La otra obra que articula las leyes de ese subgéneroes la de Yes,
un grupo que tuvo varias formaciones pero cuya prpducción m<'ís
importante pertenece al perí9do en que el ba terist a fue Bill Bruf-
ford y Rick Wakeman estuvo a cargo de los teclados. En el primer
álbum, d e 1969, ya se destacaba el entretejido p olifpnico, el cuida-
do en los pasajes corales y el prodigioso ajuste grppal que sería
distintivo del grupo hasta Relnyer (1974). Los integrantes más esta-
bles de Yes fueron Chris Squire en bajo y Jon Anderson en voz so-
lista. El baterista Bill Brufford intervino por t.'tltima vez en parte de
Yessongs, grabado en vivo durante 1972, y en su lugar entró Alan
98 EFECTO BEETHOVEN
Whi te. El primer guitarrista fue Peter Banks (en los primeros dos
discos), luego reemplazado por Stcve Howe. Los tecladistas, por
s u parte, fueron Tony Kaye (en los primeros tres álbumes, Yes, Time
rmd a Word y Yes Albwn), Wakeman (en Fmgile, Clase to the Edge,
Yessongs, Tales jrom Topogrnp!Iic Oceans, Goíng for the One y Tormato )
y Patrick Moraz, que participó en l~elayer (un interludio antes de
esos dos últimos discos). Parte del sello estilístico, además de lo
propiamente musical, estaba en la mezcla entre ciencia ficción, su-
rrealismo y psicodelia de las cubiertas de los discos, ideadas por el
ilustrador Roger Dean. El intrincado diseño rítmico (en el que te-
nían un.:t gran responsabilidad Squire y Brufford, un baterista inu-
sualmente imaginativo y dotado técnicamente para los parámetros
del rock, a pesar de su fal ta de formación académica) y las formas
progresivamente n1.ás ambiciosas, p or lo m enos en duración, fue-
ron dando forma a un estilo en el que, en realidad, las debilidades
mayores tenían q ue ver con esa clase de ambición estética desme-
dida t1ue, al mismo tiempo, posibilitaba las virtudes. En los prime-
ros dos discos n o hay temas que superen los seis minutos y medio
-lo que, de todas maneras, era más que los tradicionales tres o cua-
tro minutos de !él canción pop-. En Yes Album hay uno, «Starship
Trooper » estructurado como una suite de tres movimientos, cuya
duración es de nueve minutos con veintiséis segundos. En Frngile
son tres los temas que superan los ocho min utos («Roundabout»,
«South Side of the Sky» y «H eart of the Sunrise»); Clase to the Edge
presenté\ dos suites, la que le da nombre al disco, de dieciocho mi-
nutos, y And Yo11 nnd I, qe diez, m ás un tema, <<Siberian Khatru»,
d e casi nueve. Haciendo la salvedad del disco en vivo, donde las
interpretaciones son en ocasiones más largas que en sus versiones
de estudio, en los siguientes se llega a un cierto paroxismo. Tnles
from Topographic Oceans, originalmente un álbum d e dos Ll~ era
una especie de gran obra en cuatro movimientos, cada uno de ellos
d e alrededor de veinte minutos, y Relnyer ocupaba todo su primer
lado con «The Gates of Delirium>>, de casi veintidós minutos, y di-
vidía el segúndo en tre «Sound Chaser» y <<To Be Over>>, ambos de
nueve minutos. ·
En Yes, corno en Emerson, Lake & Palmer (aunque con mayor
calidad compositiva), la relación con el mundo legitimador de la
música clásica establecía una tensión permanente con las propias
reglas del rock. Por un lado, el género en su conjunto había surgi-
do como una especie d e negación de las academias tradicionales y
F?OLL OVER BE!::THOVUJ ;)9
de sus reglas. Pero. ror otro, se buscaba son<H como si se li'ls cono-
ciera. Quienes más sabían de técnicas tradicionales conocían en
realidad muy poco. Ni Emerson, ni Wakeman ni Howe tenían una
técnica que se acercara siquier a a la de los músicos de jazz, y sus
pocos años de conservatorio o con maestros particul ares no llega-
bcm a otorgar una base suficientemente sólida como para me terse
en los territorios en los que se metían. Cuando estos grupos er~n
clásicos por la manera de circular o por la complejidad de los proce-
dimientos a los que sometían sus materiales (que en general era
cuando hadan rock), triunfaban. Cuando querían que su müsica
pareciera clásica, en tanto su conocimiento de ese universo es tético
era sumamente superficial, resultaban paródicos. Steve Howe, un
notable instrumentista en la guitarra eléctrica, tratando de parecer
un guitarrista clrísico tocando una obra clásica, en «Mood for a Day»
-un tema para guitarra sola incluido en Fmgile-, es la caricatura de
un guitarrista clásico. Para un oyente no familiarizado con el re-
pertorio clásico del instrumento (y sus intérpretes) puede parecer
virtuoso. Sin embargo, las digitaciones no son claras, el fraseo es
rítmicamente poco fluido y no están los matices mú1imos que cu<~ l
quier p rofesor de guitarra clásica les exigiría a alumnos más o me-
nos avanzados. La composición, además, intenta remedar una pie-
za renacentista o barroca sin ninguno de sus rasgos más valiosos
(polifonía, polirritmin) y sin conservar, tampoco, elementos que
son considerados valiosos dentro de la tradición popular, como
fluidez, fuerza, espontaneidad y sorpresa.
La mayoría de estas músicns, escuchadas actualmente y lejos de
los fanatismos (a favor o en contr<1), muestran imaginación, taiento,
momentos brillantemente concebidos y sonidos grupales impac-
tantes, pero, también, importantes debilidades formales y técnicas
allí donde resultaban prisioneras de su relación contradictoria con
el mundo de la müsíca clásica. En casi todos los casos, lo que los
artistas de rock conocían de ella era poco más que lo que conocía el
sentido común: su apariencia exterior, la grandiosidad ~ la multitud
de timbres, la extensión, el volumen y, además, el repertorio bur-
gués m ás tradicional. En la enciclopedia del «rack sinfónico» de los
años setenta no estaban Pierre Boulez, Edgar Varese, Gyorgy Lige-
ti, Luigi Nono o Luciano Berio, sino Tchaikovsky, Sibelius, el barro-
co y, con suerte, Stravínsky, Prokofiev, Bartók o algún epígono co-
mo Ginastera, admitidos por el peso que la rítmica tenía en sus
estéticas.
100 EFECTO BEETHOVEN
·t. El hecho de que este grupo tuviera un letrista, Keith Reid, co;:1o inregrante
estable, le dio ciertas particularidades, entre ellas la de haber sido uno de los que
ina uguró la idea de álbum conceptual con A Sa/ty Dog, de 1969.
2. A ellos les cab e el mérito de haber p ergeñado la primera ópera (o más bien
o per e t~ , en la mejor trad ición británica de Gilbert & Sullivan) con Arlht1r, a lgo
a 1~terio r a Tommy, de The Who, pero eclipsada por ésta f undamentalmente por
d es razones: la aparic ión de The Who en Woods tock y la prohibición d e la entra-
da d e The Kinks a los Estados Unidos (con la consecu ente imposibilid ad de ha-
cer una g ira promociona!), ocasionada por dos situaciones consecutivas de te-
nencia de drogas y abuso de menores. Pero, más allá de la n ovedad de A rtlwr,
este grupo fue también uno de los primeros en incorporar instrumentos -indios
- algunos aseguran que antes que los Beatles- y las canciones d e Jos hermanos
Davies siguen siendo una d e las mejores muestras posibles d e la continuación de
la n oble trad ición po pu lar de la canción inglesa, con una temática, además, in-
discutiblemen te británica, que incluye d esde el té de las cinco hasta la Cámara
d e los Lores.
R0/..1_ OVER SEE rHOVEN 101
Rick Wakeman, por ejemplo, no hubieran podido llegar con sus sa-
beres a finalistas en n ingún concurso de piano (como los que por
esos años ganaba Maurizio Pollini), para los estándares fijad os por
los Beatles y los Rolling Stones eran verdaderos héroes del teclado.
Y la puesta en escena reforzaba esa concepción h eroica a través de
la vestimenta, la iluminación y, sobre tod o, de la po ra fern<Üia de
instrumentos que rodeaban al tecladista, sitUado ante ellos como
tm dios frente a los elementos naturales, en el momento de la crea-
ción. Hay una tercera generación, que en rea lidad clausura la idea
de rock progresivo en el mercado anglosajón y para la que ya es to-
do ci ta; una generación que puede ir a Led Zeppelin, al music h all,
a los Beatles o al Grand Guignol con igual facilidad, de la que
Q ueen -el disco Queen Il, de 1974, es un ejemplo notable- es el
emergente más sólido. No obstante, en algtmos reductos de nostál-
gicos y en lugares marginales del mercado m usical central, la vieja
semilla progresiva siguió rindiendo sus fru tos d urante varias déca-
das más. El grupo húngaro Alter Crying y los suecos de Fl owers
Kin gs son d os de los más altos exponentes del rock progresivo en
los noventa. En el caso de los húngaros, todos d otados de un altí-
simo d ominio técnico -venían de los mejores conservatorios-, en
cada disco tributub an a sus ídolos, repitiendo no sólo sus acierto~
sino los mismos vicios, com o si éstos fueran ya una parte constif{Í-
tiva y esencial de la estética. La presencia en el Yes de finales del
siglo XX del tecladista r uso Tgor Khoroshev es otra muestra de
cuán hondo caló el rock progresivo de Occid en te en los jóvenes
instruidos en los conservatorios del Este.
12
En !a corte progresiva
1. Guitarris tas tan alejados d el folklore (y distintos entre sí) como Ji mi Hen-
d rix, Jimmy Page y Neil Young, por un lado, y Steve Hackett, por oh·o, señalaron
en más de una oportunidad sus deudas con Bert Jansch y John Renbourn, respec-
tivamente.
1i4 ~FECTO SF.ETHOVE~l
sías (las de Eduardo Falú, Jaime Dávalos, Ariel Ramírez, sobre to-
do) eran absolutamente nuevas -y en muchos casos bellísilnns-,
ellos se convirtieron rápidamente en conservadores. Gustavo Cu-
chi Leguizamón, que desarrolló una obra de gran envergadurn, en
particular junto al poeta Manuel Castilla, y Atahualpa Yupanqui,
que ya en la década d e 1940 transformó la milonga y confirió un
particular espesor a la manera de cantarla y acompañarla con la
guitarra, fueron algunos de los que lograron un reconocimiento
mayor. Pero, de todas m aneras, el desenvolvimiento de esos nue-
vos gf..1eros creados a partir del folklore estuvo ligado, sobre todo,
a los intérpretes . Grupos vocales, con agregado de guitmras y
bombo, y solistas como Mercedes Sosa, sumados a acordeonistas y
compositores como Isaco Abitbol o Tránsito Cocomarola y grupos
como Los d e Imaguaré, con su desarrollo del chamamé en la zona
del noreste, fueron abonando un repertorio signado por grandes
d esniveles y en el que, a fines de los m"tos sesenta y comienzos de
los setenta, empezaron a hacer irrupción las temáticas sociales (si
bien Yupanqui ya las h abía transitado antes con la consecuencia de
su temprano exilio francés -en la década de 1950- , des pués de ser
prohibido por el gobierno peronista). Violeta Parra, Víctor Jara
- asesinado por el golpe militar de 1973- y grupos como Quilapa-
yún o Inti-Illimani en Chile, y Alfredo Zitarrosa, Los Olimareños y
Daniel Viglietti en Uruguay, estuvieron entre lo más no torio de un
mapa musical que, más allá de su inorganicidad, dejó algunas can-
ciones y algunos poemas extraordinarios.
De todas maneras, las formas de circulación de estas músicas en
. América fueron mucho más ambiguas que en Europa. Tanto en los
Estados Unidos como en el sur del continente, todo ese conjunto al .
que se denominó folklore (más allá de que lo fuera desde un pun-
to de vista técnico) conservó funcionalidad es populares muy mar-
cadas. Aquellos que se acercaron más a la idea beethoveniana del
arte, los que introdujeron allí la idea de desarrollo, de progreso y
d e dificultad, pusieron un énfasis particular en no dejar de ser po-
pulares. Es decir, en no abandonar las formas de circulación d e lo
popular. Salvo en algunos casos, más ligados a cuestiones políticas
(o de rivalidades personales entre grupos o individuos situados en
lugares de poder), estos artistas fueron difundidos de man era ma-
siva por la radio y la televisión, participaron de festivales multitu-
dinarios y gozaron de esa clase de culto a la personalidad que es
privativa de los ídolos populares. Casi nunca, en todo caso, el nível
116 "CFF.CTO GEEIHOIIE/\1
1. EL JAZZ EN DI SCOS
tre otros, están en The Complete Blw:. Note Recordín,~s. El o tro Monk
imprescindible es Bri/liant Comers (1956), con Smmy Rollins en sa -
xo y Clark Terry en trompeta (OJC). De Mingus, dos discos d e
1959: Ah Hum (Sony) y Blues and Roots (Atlantic). De Tris tano, otros
dos: The New Tristano (Atlantic) e Intuitíon (Capital). De allí, a un
d iscípulo, el saxo alto Lee Konitz en Live at tl!e Hnlf Note (1959, Ver-
ve), donde aparece otro d e los tristnnianos, el saxo tenor Warne
Marsh y, reemplazando a Tristano, un joven Bill Evans. El mismo
Konitz mucho después, en 1997 y todavía creativo, gr abó junto nl
trompetista Kenny Wheeler, el guitarrista Bil1 Frisell y el contraba-
jista Dave Holland Angel Song, uno de los mejores álbumes de los
últimos tiempos. Y para comparar con Tristano, otro de los pianis-
tas secretos del jazz: Herbie Nichols en sus grabacion es para Bl ue
Note (1955-1956).
El capítulo de Miles Davis debe comenzar con su primer disco
como Hder, The Birth ofTlte Cool (1949, Capital), donde también to-
ca Konitz y donde los arregladores son Gil Evans, John Lewis y
Gen·y Mulligan. Después, Miles Ahead (1957, Sony), con arreglos de
Gil Evans; Kínd of Blue ('1959, Son y), con Canonball Addcrley en sa-
xo alto, John Coltrane en saxo tenor, Bill Evans en piano, Pmd
Chambers en contrabajo y Jimmy Cobb en batería; ES P (1964,
Sony), primer disco con Wayne Shorter, Herbie Hancock, RonCar-
ter y Tony Williams, y Bitches Brew (1969, Sony), d onde junto a un
grupo en el que están Chick Corea y John McLaughlin, en tre otros,
se abre la puerta al jazz-rock.
Uno de los integrantes de su primer gran quinteto, John Coltra-
ne, sigu e un recorrido propio que puede rastrearse a lo largo de
Coltrane (1957, Prestige), Blue Train (1957, Blue Note), Giant Steps
(1960, Atlantic), Crescent y A Lave Supreme (ambos de 1964, Impul-
se) y Expression (1967, Impulse). Además, claro, el J:lOtable disco
que junto a su cuarteto grabó el cantante Johnny Hartma n (1963,
Impulse).
Otro de los instrumentistas de Davis, el pinnísta Bill Evan~, me-
rece ser escuch ado en Wnltz for Debby (1961, Original Jazz Clas-
sics), The Solo Sessions (1963, Milestone) y Tlze Tony Bennett/Bill
Evans Albwn (1975, Original Jazz Classics). Dos homenajes actua-
les, el de Paul Motian, Bill Frisell y Joe Lovano en Bill Evnns (1 990,
Verve) y el del arreglador Don Sebesky en l Remember Bill (1997,
RCA) ofrecen relecturas sorprendentes del mtmdo armónico de
Evans.
138 EFECTO c3E[ íH OVaJ
ta:=: e.-~ t á reprcsent<H.i a por Rush Hour d e Joe Lovuno ("1995, Blue No-
te),. 1\iH¡tlun mzd Milld de Steve Coleman (1992, R(A). En Wenva of
Ort;:Wb .(1990, Blue Note), de Don Grolnick, se dan cita varias de
las figu rus más significativas de la escena de los ai'i.os ochenta y no-
Yenta: Michael y Randy Brecker, Bob Mintzer, Dave Holland y Pe-
ter Erskine. Lo mismo ocurre en Ln.byrinth (1996, RCA) del trompe-
ti.5ta Tom Harrell, donde tocan Kenny Werner, Larry Grenadier,
Don Br<tden y ·Joe Lovano, entre otros. Charm of tite Night Sky y
Songs ¡;:n· Wcmdcring Souls (ambos en i-Vinter & \Vinter) ofrecen un
panorama del talento del trompetista Dave Douglas. Y en Blue
Lígl!t 'Til Dm.un (1993, Blue Note), Cassandra Wilson deja en claro
q ue es la cantante más trascendente del jazz actunL
A pesar de s u tradicionalismo y de una posición legisladora
muchas veces antipática, Wynton Marsalis es otro de los músicos
representativos d el jazz de las últimas décadas y con Rluc Interlude
(1992, Sony) logró un álbum impecable, Por su parte, dos vetera-
nos -Lu lo mtís que el otro- publicaron ~n 1994 un disco sorpren -
dente: el contrabajista Charlie Hade n y el pianista Hank Jones, en
Steal Away (Verv<~), consiguen un posible cierre al círculo entre
creativid ad, modernidad y tradición, a partir d e himnos y negro-
spiri tua ls.
<<Adiós N onino» por Federico y, por si eso fuera poco, la misma or-
questa haciendo «Decarísimo» y «Tango del ángeh.
Son varios los sellos que tienen, todavía, material inédito de
Piazzolla en sus catálogos. Universal jamás reeditó una grabación
(originalmente en Polydor) del quinteto de Piazzolla titulada Con-
cierto en el Plúlarmonic (sic) Hall de Nueva York, grabado en 1965, a
pesar de su título, en Buenos Aires y en estudio (algunos temas es-
tán incluidos en una antología titulada 40 obras fundmncntnles). Ei
sello Carosello ~cuya licencia local alguna vez tuvieron Trova e In-
terdisc~ había publicado la única grabación_-en vivo en d Olympia
de París- del grupo eléctrico de 1977, con Tommy Gubitsch (que
había sido guitarrista de Luis Alberto Spinetta), Gusta·vo Beytel-
man (en piano eléctrico), Ricardo Sanz (bajo eléctrico), Luis Cerá-
volo (percusión), Osvaldo Caló (órgano eléctrico), Daniel Piazzolla
(sintetizador) y Luis Ferreyra (flauta y saxo). En 1975, Ncy Mato-
grosso grabó, con arreglos y dirección musical de PiazZ()lla (aun-
que el dato no estaba consignado), «As ilhas» (Las islas), ton texto
de Geraldo Eraldo Carneiro, el mismo poeta con el que trabajaba
en esa época Egberto Gismonti, y «1964», sobre un poema de Jorge
Luis Borges. Esos registros no existen en CD, como tampoco el ex-
quisito disco que Georges Moustaki realizó con orquestaciones de
Piazzolla en 1982 para Polydor, incluyendo dos temas compuestos
por ambos: «Hacer esta canción» y «La memoria». Había dos can-
ciones de Moustaki, «La llaman victoria» y «Amante del sol y la
música» y, también, una espantosa adaptación de «El cóndor pasa>>
con letra de Moustaki, llamada «Tenemos tiempo». Entre lo valioso
que algltna vez estuvo en CD y hoy es inconseguible se encuentra
la banda de sonido de Enrico IV, en la que figura uno de los temas
más bellos de Piazzolla, «Oblivion», en versión para trombón y or-
questa, guitarra sola y con oboe solista (una de las ediciones en CD
se llamaba Film music y había sido editada por Milán Sur).
Más allá de los errores, de los álbumes hoy difíciles de conse-
guir y de las superposiciones de ediciones y títulos, una discogra-
fía básica de Piazzolla no debería dejar de incluir las grabaciones
de su orquesta de 1946 (dos volúmenes del sello catalán El bando-
neón las recogen en su totalidad y una antología llamada De mi
bandoneón, editada por EMt presenta 16 temas). Los CDs editados
que recogen las grabaciones publicadas en vida de Piazzolla con
sus propios grupos son Octeto Buenos Aires (Diapasón), Piazzolla in-
terpreta a Pinzzolla y ¿Pinzzolla o no? Bailable y apinzolndo (ambos de
1\PENDICES 145
RCA Victor), Todo Piazzolla (Sony), lvfan'a de Buenos Aires (en dos
CD separados del sello Trova) o Pulsación, sólo con la música ins-
trumen tal de esa «operltél», y la que escribió para un film de Carlos
Páez Vilaró (en el mismo sello). Piazzolla en el Regina, Concierto para
r¡ui11 teto (ambos en RCA) y Adiós Nonino (el verdadero, editado por
Trova) recorren la fundamental etapa del quinteto, entre 1969 y
1970. Mú sica popular contemporánea de la ciudad de Buenos Aires reú-
ne en un CD los dos LP grabados entre 1971 y 1972 del noneto. Li-
bcrtango, Suíte Troileana, Reunión cumbre (también existe una edición
exac tamen te igual pero en la que el título es Srmrm it), Persecuta y
A1undia/ (todos ellos en Trova, salvo Fersecuta, en Sum) recorren la
etapa italiana entre 1974 y 1978 -el intervalo con el octeto eléctrico
permanece inédito en CD, salvo por un disco pirata llam ado Líber-
tango, en el que los créd itos consignan al noneto y el sonido es pé-
simo-. El p rimer disco con el nuevo quinteto (Suárez Paz en lugar
de Agri y Pablo Ziegler en piano) es Escualo y está reeditado en un
CD junto a la obra Sette Sequenze, de 1983 (Trova) . Ese grupo grabó
en los Estados Unidos dos álbumes de estudio: Tango: Zero Hour y
La camorra, actualmente reeditados por Warner jtm.to con otro, lla-
mado The Rouglz Dancer and the Cyclical Night (originariamen te la
música para un ballet) donde Paquito D'Rivera toca el saxo alto y
participa un pianista casi homónimo del habitual: Pablo Zinger.
Los discos oficiales en vivo de este quinteto son The Central Park
Conccrt (Cbeskyt The Vienna Concerf (Messidor) y The Ncw Tango
(Warner), grabado en el Fes tival de Montreux junto al vibrafonista
Gary Burton. El último sexteto fue regis trado en Luna (EMI) y 57
minutos con la realidad (Intuition) y el ya mencionado The Lausanne
Concert, p ero las ediciones son todas pos teriores a la muerte de
Piazzolla. En cuanto a sus canciones, un disco Sony agrupa las gra-
baciones con Amelita Baltar, uno en RCA tiene casi el mismo re-
pertorio pero con Roberto Goyeneche (ambos incluyen los famosos
«Ba lada para un loco» y «Chiquilín d e Bachín») y Milva and Astor
Piazzolla Live at the Bouffes du Nord (Metronome) ofrece una de las
reuniones más logradas en ese canipo.
La reciente serie de grabaciones en vivo publicada por Warner,
por otra parte, es m agnífica. El detalle de la inaudibilidad de la
guitarra (en el concierto de 1973 y en el ensayo del Club Italiano)
es un vicio de origen, insalvable en la edición, y, de todas maneras,
el v alor musical de ambos registros jus tifica con creces la publica-
ción. En el primer caso, además de las virtudes de la interpretación
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1
Otro título del autor
/
/
La llamada música clásica contemporánea es t m te-
rritorio que, sa lvo excepciones, resulta d esconocido
para ese público que frec uenta a Mozart Beethoven o
Debussy. Sin embargo, las obras escritas durante el si-
glo XX mantíenen una relación con muchos matices,
que incluyen la reformulación, la cita, el rechazo y la
con tinuidad con ese pasado fuera de discusión . En es-
te libro, el autor traza un mapa que permite compren-
der las distintas direcciones que fue tomando la músi-
ca en el siglo XX, de Debussy a Luciano Berio y de
Schoenberg a Luigi Nono, incluyendo la música po-
pular para ser escuchada y las relaciones muchas ve-
ces conflictivas de las obras con temporáneas con la
industria cultural y con el p oder político. El libro, que
provee además una discografía exh austiva, se propo-
ne como un texto para todos aquellos que disfru tan
con las sensaciones que provoca la música y que bus-
can comprender los códigos y las propuestas de la ac-
tualidad.