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ESPANA CONTEMPORANEA
trando los nacionales". Pero, en el caso que nos ocupa, en Sin ca-
mino, la polemica mas encendida y enjundiosa entre los distintos se-
minaristas que aparecen en la obra se produce a prop6sito de la Se-
gunda Guerra Mundial. Jose Luis Castillo-Puche saca a relucir su
fino olfato de periodista, y no elude hacerse eco de una de las dis-
cusiones que anim6 el panorama social espafiol de aquellos afios: la
esas alturas de la guerra, a quienes convenia apoyar, a los alemanes
o a los aliados?
El Seminario andaba dividido de opiniones. Por una parte esta-
ban los que veian llegado el momenta de que los espafioles se
unieran a los alemanes. Pero estos eran mas bien pocos, com-
parados con los que sefialaban la amistad con Alemania como
la peor consecuencia del falangismo, como con su adoraci6n
por Hitler estaba poniendo en peligro algo mas grave a(m que
la paz de Espana. Habia brotado en el Seminario, de la noche
a la mafiana, una corriente de simpatia y admiraci6n hacia los
aliados. Pero todos, mas o menos, estaban pendientes de la
amenaza de Rusia, que muchos consideraban como la cuna del
Anticristo (1983: 72).
En esta temprana novela -escrita por un muchacho de apenas
veinte afios de edad- ya se nos ofrece una curiosa y no poco sor-
prendente teoria que Castillo-Puche habria de retomar en obras pos-
teriores como Memorias intimas de Aviraneta y El perro loco. En las
paginas de Sin camino, Enrique -personaje principal, y precedente
sin duda de protagonistas posteriores como Julio, de Con la muerte
al hombro- considera que la guerra es el (mico recurso que le que-
da para conseguir su ansiada libertad. Es decir, la mejor excusa y la
raz6n mas s6lida para abandonar su resquebrajada carrera de semi-
narista, que lleva a cabo por imposici6n de su madre. En El perro
loco a(m sigue viva, latente, esa idea de la guerra como elemento li-
beralizador. El uniforme de militar hace que el joven protagonista
-un muchacho que, por su corta edad, bien podria pertenecer a la
Hamada Quinta del Biber6n-, se sienta mas libre y hasta con mas
imaginaci6n. Unos capitulos mas tarde se nos ofrece la siguiente re-
flexion:
La guerra sera todo lo criminal que se quiera, y todo lo que se
diga es poco. Pero tiene algo de magia, algo a un tiempo tenta-
dor y confuso, incitador y nuevo, que trastoma y embriaga los
sentidos. Acaso si no hubiera sido asi, no habria habido tantas
guerras en todo tiempo (1980: 108).
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En la que pasa por ser una de las mejores novelas de toda la tra-
yectoria de Castillo-Puche -Conocerds el poso de la nada, obra con
la que en 1982 consiguio el Premio Nacional de Literatura-, tam-
bien encontramos esa dicotomia en la que se analizan las dos caras
de la misma moneda al referirse a la guerra. Como ya indicamos en
uno de nuestros trabajos en tomo a este excelente relato:
el narrador se debate entre el pensamiento que habla de las
atrocidades de la guerra, y ese otro que busca el lado positivo
de la misma, como perfecta excusa para los mas incautos y ex-
travagantes (2006: 54).
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EL CONFLICTO BELICO EN LA NARRAT!VA DE JOSE LUIS CAST!LLO-PUCHE Y ARTURO PEREZ-REVERTE
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El "lindo" Rafa es, del mismo modo, un producto del pasado que
se ha sabido adaptar de manera prodigiosa a los nuevos tiempos, a
la etapa democratica, sin haber perdido del todo sus viejas costum-
bres de antafio. Se trata de
[ ... ] un tipo que primero habia sido de los de aquellos campa-
mentos de la paella, la bandera y el mariconeo, aunque despues
apresurase el paso para colocarse en primera fila de los llama-
dos de izquierdas, la cosa mas corriente del mundo [ ... ] el lin-
do Rafa, rubito, menudo, lamet6n, castr6n y puterillo, que
siempre hablaba como confidencialmente poniendo la mano
sobre el pecho y los ojos en blanco, pero que era capaz de de-
nunciar a su padre, y le daba lo mismo que fueran de un lado
que del otro, y mira por donde alli estaba, con un libro de poe-
sia antol6gica en la mano (34).
que han cambiado la ley del amor por la imposici6n de los dog-
mas (216).
ta la obra hacen que nos inclinemos por ese otro referente, mas
cercano a nosotros, coma es la Guerra Civil espafiola.
En la parte primera de esta pieza teatral hay tres personajes que
pueden ser claves: el Payaso Azul, el Payaso Rojo y el Botones Verde.
Mientras los dos primeros coinciden al sefialar la necesidad de alzar
un muro, el Botones Verde da la razon a la misteriosa Dama, quien
se vuelve airada contra ambos payasos diciendo: "jEstais locos! Solo
pensais en muros, en separacion, en eliminacion del contrario. <'.Es
que no existen la fraternidad, la solidaridad, la comprension, la tole-
rancia? <'.Esque no podeis dialogar, entenderos unos con otros? jEs-
tais locos!" (20). Parece coma si Castillo-Puche, hacienda coincidir el
criteria de rojos y azules, ambos partidarios de la construccion del
muro, e introduciendo la simbolica figura del Botones Verde -sin
duda representante de la modernidad, de los nuevos tiempos-, hu-
biera querido zanjar el pasado y dar paso a una epoca diferente,
menos conflictiva.
La mejor conclusion para un trabajo coma el presente, en donde
hemos tratado de rastrear e interpretar las huellas de la Guerra Ci-
vil espafiola en la obra narrativa de Jose Luis Castillo-Puche yen su
(mica pieza teatral, esta a nuestro entender en la propia literatura del
escritor yeclano. La conclusion nos la ofrece las paginas de El venga-
dor. Para Alicia Portuondo, El vengador es "la novela del perdon"
(1979: 209). Luis, el protagonista, se convierte en un extrafio venga-
dor que termina por adoptar el principio cristiano del perdon: en las
guerras nunca hay vencedores, ni vencidos. A lo largo de estas pagi-
nas, asistimos a ese debate interno de Luis -cuyo deseo intimo es
olvidar todo el pasado-, y esa otra voz exterior representada por el
pueblo, que le recuerda que el es un oficial del ejercito vencedor y
que con su regreso tiene la obligacion de vengar a los suyos. En el
penultimo capitulo se produce la transformacion final, la deseada
metamorfosis: ni el recuerdo de su familia asesinada durante la Gue-
rra Civil, ni la presi6n de sus paisanos, ni el derecho que le otorga ser
uno de los vencedores, son capaces de engendrar en el la violencia,
y el por fin se siente redimido ante la decepcion de quienes aun
aguardan el ajuste de cuentas, la sangre que redima a los de su san-
gre:
Caminaba por las calles aturdido por una sensacion extrafia de
cansancio y de derrota. Por mas que queria ponerme en el tran-
ce de vencedor, no lo conseguia. Alga tiraba de mi ser hacia una
region de hastio y descontento absoluto. Mi mismo pueblo em-
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EL CONFLICTO BE.LICO EN LA NARRATIVA DE JOSE LUIS CASTILLO-PUCHE Y ARTURO PEREZ-REVERTE
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BIBLIOGRAFfA
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UN PASEO POR REVERTELANDIA: LA OBRA
NARRATIVA DE ARTURO PÉREZ-REVERTE
Sin embargo, a pesar de que exista, como se dejaba apuntado unas líneas más
arriba, un acuerdo unánime entre autor, críticos y lectores a la hora de reconocer que
La piel del tambor es un producto inconfundiblemente revertiano, en esas mismas
reseñas a las que antes nos hemos referido y en otras a las que de inmediato
aludiremos, no se dejaba de admitir que Pérez-Reverte, en su novela de 1995,
agregaba a su particular coctelera algún que otro ingrediente nuevo. La fórmula que
mantiene en pie eso que, no sin cierto tono humorístico, el propio autor ha denomi-
nado Revertelandia se ha alterado. En la olla mágica sigue cociéndose, a la espera de
ser agitado con el cuidado y la maestría necesarias, la Historia, el arte y la novela
gótica. Sólo que las proporciones de esos conocidos ingredientes parecen haber
variado. Así, Ángel Basanta, en las páginas del Suplemento Cultural de ABC, desta-
ca, frente a relatos anteriores de Pérez-Reverte, la "detallada ambientación" espacial
de la novela (5). Por su parte, Ramón Jiménez Madrid, aunque admite que hay una
evidente fidelidad al esquema de la trama negra, no duda a la hora de reconocer en La
piel del tambor "ciertos progresos que afectan a la humanidad de los personajes" (6).
A esos otros personajes que Santos Sanz Villanueva, con buen criterio, denomina
"complementarios", dedica unas líneas éste último crítico en su trabajo ya referido:
"personajes complementarios de trazado muy sucinto pero veraz: los implacables
monseñores vaticanos, el enconado arzobispo hispalense, el joven tiburón de los
negocios sucios, la vieja marquesa, la monja con dispensa temporal...".
En la primera lectura que realizamos de La piel del tambor, pudimos percibir, y
así lo dejamos escrito en nuestra reseña crítica, que "frente a otros trabajos de
narrativa suyos, todo fluye mucho más espontáneamente: los diálogos, las descripcio-
nes, las trampas policíacas. Y un detalle más que no pasa inadvertido: sus personajes
cobran aquí una dimensión y una profundidad que, hasta la fecha, sólo estaba
reservada a casos aislados (Astarloa, Muñoz, Lucas Corso). Se acabaron los buenos
y los malos. Pasaron a mejor vida los consabidos maniqueísmos. Ahora todos los
personajes, incluso los que desempeñan un papel supuestamente irrelevante, tienen
una historia que contar, un pasado que de ningún modo pueden borrar de su memoria
y que condiciona el futuro de sus vidas" (7).
La aparición del ciclo dedicado al capitán Alatriste, aunque rompe esa línea
iniciada con La tabla de Flandes y que nos conduce hasta La piel del tambor, obras
en las que la acción, como sabemos, se sitúa en la época actual, no alterará, sin
embargo, al menos en lo esencial, este micromundo revertiano en el que existe un
poso común. Diego Alatriste, pese a ser un personaje del XVII está hermanado con
Astarloa y con Lucas Corso, con los que comparte unas reglas no escritas, un código
de honor que todos ellos cumplen al precio que sea, aun poniendo sobre el tablero sus
propias vidas.
(5) "La piel del tambor", ABC Cultural, n° 215, 15 diciembre 1995, p. 9.
(6) "Redobles de conciencia", La Caceta, 29 diciembre 1995.
(7) "Regreso a Revertelandia o la difícil sensillcz de Arturo Pérez-Reverte", La Verdad, 24
noviembre 1995, p. 51.
UN PASEO POR REVFMTELANDIA: LA OBRA NARRATIVA DE ARTURO PÉREZ-REVERTE 117
Ya nos hemos referido en otra ocasión a esa técnica, empleada con gran soltura y
éxito por Pérez-Reverte, que consiste en presentar, dentro mismo de su novela, un
texto anticipativo con el que logra captar la atención del lector, quien, a partir de ese
instante, siente gran curiosidad por averiguar hasta dónde nos conduce ese enigma,
ese misterioso juego al que ha sido invitado a participar (8). Dicha técnica, extraída
sin lugar a dudas de la novela policíaca, aunque también es perceptible en autores
leídos y estudiados por Pérez-Reverte como Alejandro Dumas, fue utilizada por
primera vez en El maestro de esgrima. Allí asistimos a una conversación entre un
ministro, del que aún no sabemos su identidad, y un misterioso interlocutor, quien le
hace entrega de un sobre lacrado. La lectura del resto de las páginas que componen
esta novela de 1988 trae consigo el que podamos averiguar el significado, vital para
el desarrollo de la obra, de esa entrevista. Es el premio que el autor nos concede por
nuestra insistencia, fidelidad y colaboración.
El éxito de la fórmula hizo que Pérez-Reverte insistiera en ella en sus dos novelas
siguientes. La tabla de Flandes y El club Dumas. En ésta última, en poco más de dos
páginas en cursiva, aparece un hombre ahorcado y un libro: un viejo ejemplar de El
vizconde de Bragelonne, con un texto marcado. Al lector le toca averiguar, si se
decide finalmente a acompañar al autor en su viaje a los infiernos, quién es el muerto
y qué razones le han llevado a ese supuesto suicidio. Quizá la clave se halle en esas
líneas subrayadas de la obra de Dumas. En La tabla de Flandes, frente a El maestro
de esgrima y El club Dumas, no encontramos esas páginas de transición tan perfec-
tamente delimitadas. La obra se inicia con la presentación del capítulo primero, sin
más preámbulos. Sin embargo, Pérez-Reverte no renuncia a crear ese efecto que se
produce en el lector cuando, ya desde la primera página, se ve en la necesidad de
mantener los ojos bien abiertos por lo que pudiera pasar. En las primeras líneas de La
tabla de Flandes se nos habla de un sobre "grande, abultado, de papel manila, con el
sello del laboratorio en el ángulo oscuro". Cuando Julia, instantes después, decide
averiguar cuál es su contenido "estaba muy lejos de imaginar hasta qué punto ese
gesto iba a cambiar su vida". Las alarmas ubicadas en la cabeza del lector se disparan
de inmediato: es necesario permanecer sentados y estar muy atentos hasta que en la
pantalla de nuestra imaginación se anuncie el "fin". No en vano la curiosidad -la
eterna curiosidad que mantiene despierto al hombre- ha contribuido de modo decisi-
vo a nuestro progreso.
Mientras que en el primer volumen de El capitán Alatriste Pérez-Reverte logra
escribir uno de esos inicios de novela que nos traen a la memoria ciertos relatos, ya
clásicos, caracterizados por esta misma técnica -"No era el hombre más honesto ni el
más piadoso, pero un hombre valiente. Se llamaba Diego Alatriste y Tenorio y había
luchado como soldado en los tercios viejos en las guerras de Flandes"-, en la segunda
entrega de este ciclo, en Limpieza de sangre, el texto que se nos ofrece en el arranque
del libro -la aparición de una mujer estrangulada dentro de una silla de manos- está
relacionado con los prolegómenos de El club Dumas, dentro de esa línea anticipativa
(8) Véase nuestra edición de Los héroes cansados, Madrid, Espasa-Caipe, 1995.
118 JOSÉ BELMONTE SERRANO
que mantiene expectante al lector a la espera de la solución de ese enigma que se nos
plantea.
En La piel del tambor (9) es donde encontramos un más amplio desarrollo y
complejidad de esa misma técnica anticipativa, de manera que existe un primer
capítulo sin enumerar con el que se impresiona al lector al que se le da cuenta de la
presencia de un pirata informático que, con gran destreza, logra introducir un mensa-
je en el sistema central del Vaticano. Un hecho que pone en jaque a toda esa compleja
maraña de seguridad por la que se ve rodeado y protegido el Papa. Nada sabemos del
contenido de ese mensaje hasta la página veintiséis, dentro ya del capítulo primero.
En dicha misiva, el misterioso comunicante habla de una pequeña iglesia sevillana
del siglo XVII que "mata para defenderse", por lo que ruega al Santo Padre que
"vuelva los ojos hacia los más humildes ovejas de su rebaño, y pida cuentas a quienes
las abandonan a su suerte". La curiosa petición no deja de ser un enigma difícil de
desentrañar, un reto para el propio Vaticano, que, ante el revuelo provocado, no duda
en enviar a Sevilla a su hombre más perfecto, al que mejores antecedentes posee, al
más fiable y con la hoja de servicio más brillante, el padre Quart. Así pues, Pérez-
Reverte se vale de un oficio ya aprendido a través de sus ensayos en novelas
precedentes para conseguir atrapar al lector y hacerle cómplice de una trama que es
necesario poner en limpio y darle sentido para que puedan encajar lo más perfecta-
mente posible todas sus piezas. Pero esta vez, al tener que enfrentarse a un texto
como Lxi piel del tambor, cercano a las seiscientas páginas, Pérez-Reverte se ve en la
necesidad de intensificar determinados recursos percibidos en obras anteriores. Uno
de esos recursos, de abolengo ciertamente cervantino, utilizado en buen número de
relatos franceses de los siglos XVIII y XIX, y que supuso un importante hallazgo
para la novela policíaca más cercana a nosotros, consiste en ralentizar la acción,
finalizar un determinado capítulo sin que se resuelva del todo lo allí propuesto. El
efecto que produce en el lector es inmediato: se ve en la obligación de seguir adelante
y, al mismo tiempo, realizar sus propias pesquisas por ver si él también es capaz,
como el novelista, de adivinar lo que hay detrás de cada una de esas puertas que
encuentra a su paso. Son muchos los ejemplos que podríamos aportar sobre la citada
técnica, pero el que de ningún modo pasa inadvertido es aquel perteneciente al
capítulo séptimo en el que don Ibrahim y el Potro del Mantelete, que, por encargo,
tratan de destruir la pequeña iglesia sevillana de Nuestra Señora de las Lágrimas,
preparan una especie de bomba incendiaria al mejor estilo casero: un trozo de vela,
hilo bramante, un reloj despertador de cuerda y una botella de anís del mono. En las
últimas líneas de este mismo capítulo, en tanto la Niña Puñales prepara unos huevos
fritos unos metros más allá de los improvisados ingenieros, don Ibrahim, temiendo lo
peor, trata de impedir que el Potro deje su cigarrillo en el cenicero. Esto provoca que
con el codo vuelque el contenido de la botella. Se pone así fin a una acción que no
tendrá continuidad inmediata. Es un cabo por atar. Un hecho que es necesario tener
presente para ir saldando deudas con respecto al destino de los personajes. Habrá que
(9) En adelante, todas las citas que realicemos de esta obra serán extraídas de su primera edición
en Alfaguara, Madrid, 1995.
UN PASEO POR REVERTELANDIA: LA OBRA NARRATIVA DE ARTURO PÉREZ-REVERTE 119
llegar hasta la página 345, ya en el capítulo noveno, para poder averiguar si finalmen-
te ha ocurrido algún accidente y, en caso afirmativo, saber las consecuencias del
mismo. Sin embargo, con gran maestría, con una impecable sutileza, Pérez-Reverte
retoma la acción que había interrumpido situando ahora a sus personajes en otro
escenario: los tres malandrines caminan en esta ocasión por las estrechas calles de
Sevilla. El Potro lleva un brazo quemado en cabestrillo. Por su parte, don Ibrahim,
durante su paseo, aprovecha para abrir y cerrar las mandíbulas "para comprobar el
estado de la piel cuidadosamente cubierta de crema para las quemaduras" (p. 348).
La cultura audiovisual de Arturo Pérez-Reverte, su experiencia en el medio
televisivo, y, en especial, su confesada afición por el cine desde su más tierna
infancia, resultan decisivas, a nuestro parecer, para un mejor entendimiento de esas
técnicas que, insistimos en ello, ya pertenecían al mundo literario antes, incluso, de
que los hermanos Lumiére dieran con el invento. En este relato hallamos, trasladados
al papel, esos mismos resortes empleados, sobre todo, en conocidas series televisivas
como Falcan Crest, Se ha escrito un crimen, etc., cuyo director, conocedor de los
gustos de su piíblico, intenta por todos los medios que el espectador permanezca
sentado en su butaca, expectante por saber cómo se resuelve la acción. Si exceptua-
mos, por razones obvias, las novelas de clara ambientación histórica -El húsar. El
maestro de esgrima. La sombra del águila y los Alatristes-, en todas las obras del
escritor cartagenero hay siempre un lugar para hablar de cine, una alusión a este arte
del que siempre es posible sacar alguna lección que nos sirva de ejemplo. Celestino
Peregil, el intermediario entre Pencho Gavira y los tres malandrines, no sale de su
asombro al comprobar que éstos, poco avezados en tales pesquisas, han planeado el
secuestro del cura Ferro con tanto esmero, calculando hasta el último detalle. Don
Ibrahim declara que la película que ayer mismo habían pasado por la televisión. El
prisionero de Zenda, les sirve de modelo para llevar a cabo su propósito: Peregil
contesta perplejo: "Hay que ver. La verdad es que con la tele se aprende un huevo"
(p. 424). Cada uno de los capítulos que componen La piel del tambor se dividen, a su
vez, en un cierto número de, permítasenos el término, secuencias. Pérez-Reverte
decide poner fin a las mismas cuando su instinto -un frío y bien calculado instinto-
le dice que, justo en ese instante, ni una línea antes ni una línea después, hay que
cortar la acción, como haría un buen director de cine.
En La piel del tambor, Pérez-Reverte utiliza con mayor intensidad y agudeza un
recurso muy relacionado con lo antes expuesto. Nos referimos a ese constante juego
de luces y de sombras que se amolda con suma perfección a las circunstancias que
allí se narran. Se trata, recordemos, de uno de los recursos más celebrados por la
crítica y los lectores de Los tres mosqueteros. En el capítulo XXXV de la obra de
Dumas, titulado en la versión española "Todos los gatos son pardos", el joven
D'Artagnan aprovecha la oscuridad de la habitación para sustituir al señor de Wardes
y pasar así una noche inolvidable y placentera en compañía de Milady sin que ésta
advierta el afrentoso trueque. Uno de los más interesantes pasajes de El maestro de
esgrima transcurre, asimismo, en la oscuridad. Es el momento clave de la novela;
cuando Astarloa va en busca de Agapito Cárceles para interesarse por el contenido de
unos documentos que, poco antes, le había confiado. Don Jaime, una vez en el
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inmueble de Cárceles, se vale del resplandor de una vela para adentrarse hasta su
habitación, donde encuentra a su amigo herido de muerte. Mientras éste trata de
aclararle lo sucedido y comunicarle los nombres de sus atacantes, una sombra se
abalanza sobre el viejo maestro de esgrima, cae la vela de sus manos y se apaga al
rodar por el suelo. El resto de este pasaje transcurre en la más absoluta oscuridad.
Astarloa hiere a sus temibles adversarios, aunque lograrán escapar finalmente. Cárce-
les muere poco después, con lo que el lector se ve en la necesidad de seguir
avanzando en estas páginas para desvelar el nuevo enigma propuesto.
Tanto en El capitán Alatriste como en Limpieza de sangre Pérez-Reverte, en
pasajes ciertamente significativos, empleará semejante estrategia. En el primero de
estos volúmenes, tiene lugar cuando, en tanto Diego Alatriste es interrogado a la luz
trémula de un candelabro por el dominico enmascarado, Iñigo de Balboa permanece
en el exterior, "a la escasa luz de la luna turca", a la espera de acontecimientos,
temiendo lo peor para su amo. En medio de la noche sólo brilla el destello metálico
de las armas y el resplandor de los tiros con los que, brevemente, sólo un instante, se
iluminan los rostros de quienes querían tenderle una trampa. El resto son siluetas que
se mueven como sombras chinescas. A última hora, solventada la papeleta casi del
todo, las nubes se apartan y, a través de un claro de luna, Alatriste logra distinguir el
rostro del último de sus oponentes: Gualterio Malatesta. Asimismo, en Limpieza de
sangre esta misma escena tiene su equivalente en el capítulo VI titulado "El asalto",
en el que para llevar a cabo el rescate de una monja del convento de las Benitas
aprovechan la impunidad de la noche.
En La piel del tambor, Pérez-Reverte recurre una y otra vez a este efecto,
logrando con ello crear la ambientación y el clima requerido en cada uno de los
casos. Como se sabe, en esta novela de 1995 la acción transcurre, en su mayor parte,
en Sevilla. Sin embargo, al margen de la introducción, esas seis páginas iniciales con
las que arranca la obra, los capítulos primero y último se desarrollan en Roma, en las
calles y en las dependencias del Vaticano. En ese capítulo primero, "El hombre de
Roma", Lorenzo Quart se encamina al despacho de Monseñor Spada para recibir
instrucciones acerca de su inmediato viaje a Sevilla. Justo en ese momento, hay un
apagón en todo el edificio, provocado por una tormenta. La entrevista, a la que
también asiste el cardenal Jerzy Iwaszkiewicz -obispo de Cracovia, favorito del papa
Wojtila, y prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. O lo que es
lo mismo: el Santo Oficio o Inquisición-, transcurre bajo una "claridad grisácea". El
contraluz de la ventana modela las siluetas de estos tres personajes. Ya no son
hombres, sino sombras que se aferran a un pasado nada glorioso para la Iglesia, a una
disciplina recriminable y obsoleta. Cuando está a punto de finalizar este encuentro,
vuelve el fluido eléctrico. La recuperada claridad descubre los marcados ángulos del
rostro de Iwaszkiewicz, sus labios "angostos y duros. Una de esas bocas que no han
besado en su vida más que ornamentos, piedra y metal" (p. 32). Cuando Quart sale
del edificio, "el sol había salido y secaba el empedrado de la plaza de España" (p.
51). Queda deslumbrado por el reverbero de la luz, "una luz romana, intensa, opti-
mista como un buen augurio" (p. 51). Lorenzo Quart, después de su paso por Sevilla,
lo que hará que su vida experimente un insospechado giro, regresa, en el último
UN PASEO POR REVERTELANDIA: LA OBRA NARRATIVA DE ARTURO PÉREZ-REVERTE 121
capítulo de la novela, a Roma. Al igual que había sucedido tres semanas atrás, llueve
de nuevo sobre la ciudad. La lluvia arrecia justo en el momento en el que Monseñor
Spada va a comunicarle cuál será, a partir de ahora, su futuro. Las luces y las
sombras, la noche y el día, las tinieblas y la claridad cobran, pues, un destacado valor
simbólico a lo largo de la novela. Quizá el momento más significativo y de mayor
relieve sea aquel en el que Quart, después de haber sido absuelto de sus pecados por
el propio cura Ferro, quien se halla retenido en ese momento en una comisaría
acusado de asesinato, decide dar un largo paseo por las calles de Sevilla, en medio de
la noche. Se sienta finalmente en un banco de una pequeña plaza. Desde allí puede
contemplar la Iglesia de Nuestra Señora de las Lágrimas. Pasan las horas y permane-
ce inmóvil, meditando sobre su destino, sobre su propia existencia. Las sombras de la
noche van disipándose poco a poco. Su espíritu comienza a llenarse de paz, "y de ese
modo vio cómo la claridad que empezaba a insinuarse hacia el este crecía despacio
perfilando cada vez más la silueta de la espadaña que parecía ensombrecerse por
contraste con la negrura menguante tras ella" (p. 560). Es su noche oscura del alma,
su meditación en ese circunstancial e improvisado Huerto de los Olivos. Se acabaron
sus dudas. La decisión ya está tomada. Las obligadas ausencias de los curas Ferro y
Lobato no serán un impedimento para que, poco tiempo después, justo al amanecer,
se diga la misa en la iglesia de las Lágrimas.
Ese marcado y significativo valor simbólico que cobran aquí las luces y las
sombras, la noche y el día, se puede hallar, tan tempranamente, en la primera novela
de Arturo Pérez-Reverte, en El húsar. En este relato de 1986 encontramos a lo largo
de sus páginas una constante pugna entre las nubes y el sol. Unas representan la
realidad de la guerra; el sol, el deseo y la sed de gloria que tienen Frederic y Michel,
los dos húsares, para quienes la guerra, antes de sufrirla en sus propias carnes, posee
un fondo romántico, un tono majestuoso, lleno de aventuras y grandeza.
Mucho más frivolo y distendido, y hasta cierto punto cercano a una de esas
conocidas escenas de dibujos animados, es el apagón que se produce en el viejo barco
en el que está secuestrado don Príamo Ferro. En él permanecen de guardia los tres
malandrines, el Potro, la Niña y don Ibrahim. El arrepentido Gavira, Quart y Macarena,
como si de una película de piratas se tratara, aunque no en medio del inmenso
océano, sino en las riberas de un agonizante Guadalquivir, deciden rescatar -primero
con el ingenio y la palabra, y luego, ante tal imposibilidad, por la fuerza- al párroco
sevillano. El Potro, diestro en estas lides, propina un golpe a Quart. El agredido se
agarra a la lámpara para no dar con sus huesos en el suelo, por lo que arranca de
cuajo los cables de la luz. A partir de ese instante, todo queda a oscuras. Siete almas
en pena tratando de reconocerse por el tacto o por el olfato en unos pocos metros
cuadrados de la bodega de un barco: "Por todas partes menudeaban los gritos y los
golpes en la oscuridad. Alguien, sin duda e! cura alto, cayó sobre el indiano, y antes
de que éste pudiera incorporarse el otro le sacudió un codazo en la cara que le hizo
ver las estrellas. Caray con el clero y la otra mejilla y la madre que los parió.
Sintiendo gotas de sangre deslizársele desde la nariz, don Ibrahim se fue a gatas,
arrastrando la barriga. Hacía un calor espantoso y la grasa del cuerpo le impedía
respirar. En la puerta se recortó un momento la silueta del Potro, que seguía disparan-
122 JOSÉ BELMONTE SERRANO
no por ello dejen de ser contradictorios y defensores de lo que ellos consideran una
causa justa. En El húsar, Frederic Glüntz es el personaje en el que recae todo el peso
de la acción, aquél a través del cual el autor expone sus teorías acerca de la guerra,
matizadas y ampliadas con posterioridad en La sombra del águila (1993) y Territorio
comanche (1994). El joven y elegante Glüntz, optimista durante gran parte de la
novela, firme creyente de la belleza de todo aquello que tiene que ver con una guerra,
convencido de que está cumpliendo con un deber que la Historia, su patria, su familia
y sus amigos sabrán agradecer, terminará por renunciar a todas sus ideas, a todos sus
sueños una vez que entre en combate y conozca mucho más de cerca los horrores de
una contienda. Se produce, pues, una notable evolución del personaje, hasta el punto
de llevarle a posiciones extremas. En El húsar destacan, asimismo, otros dos perso-
najes que ayudan a dar más consistencia a este primer trabajo: Michel de Bourmont,
quien actúa no sólo de compañero de armas y de aventuras de Frederic, sino también
de voz de su conciencia, y don Alvaro de Vigal, un afrancesado que es capaz de
analizar con toda objetividad, sin apenas pasión, los aspectos positivos y negativos de
esa adhesión al país vecino. Don Alvaro, además, sabe cuál es el precio que tendrá
que pagar en caso de perder su apuesta, sin que ello le impida entender el odio de los
llamados patriotas hacia los franceses. Don Alvaro es ya una fotografía en blanco y
negro de ese otro personaje, don Jaime Astarloa, mucho más profundo, desarrollado
y definido de su novela siguiente, El maestro de esgrima. Quienes han estudiado con
cierto detenimiento el conjunto de la narrativa de Pérez-Reverte coinciden al pensar
que Astarloa es una de las creaciones más genuinas y mejor perfiladas de su autor a
lo largo de esos años que lleva dedicados a la literatura. El código de honor empleado
por el viejo maestro de esgrima, su concepto de la vida, su firmeza, su soledad y su
especial capacidad para conocer y reconocer lo más profundo del alma humana, servi-
rán de referencia para la creación de los principales personajes de novelas posterio-
res, incluido don Diego Alatriste y Tenorio. Aquel lector que ya tenga conocimiento
de la existencia de Astarloa, podrá entender mucho mejor la actitud de Muñoz (La
tabla de Flandes), Lucas Corso (El club Dumas) e incluso la de los curas Quart y Ferro
en La piel del tambor. Son héroes cansados. Soldados de la guerra perdida de la vida.
Anacrónicos. Extranjeros en todas partes. Como Astarloa, Alatriste no es hombre de
muchas palabras, "y a menudo decía más con los silencios que en voz alta". Alatriste
comparte con A.starloa y con Lucas Corso un curioso y particular código de honor que se
resuelve de la siguiente manera: "En la vida que le habia tocado vivir, Diego Alatriste
era tan hideputa como el que más; pero era uno de esos hideputas que juegan según
ciertas reglas".
A partir de El maestro de esgrima, Pérez-Reverte trata de crear alrededor del
protagonista toda un entramado de personajes secundarios de los que se nos permite
conocer ciertos datos sobre sus vidas. Tales son Adela de Otero, don Luis de Ayala -
quien tendrá su equivalente en la figura de don Alvaro de la Marca, conde de
Guadalmediana, en los Alatristes- y esos otros amigos de don Jaime que, desde la
impunidad de la tertulia, se convierten en representantes de una época: Agapito
Cárceles, Marcelino Romero, Lucas Rioseco, etc. En su siguiente novela. La tabla de
Flandes, el peso de la acción está mucho más repartido, pues la urdimbre de ese
relato así lo requiere. Son piezas de ajedrez que han de cumplir una misión, indepen-
UN PASEO POR REVERTELANDIA: LA OBRA NARRATIVA DE ARTURO PÉREZ-REVERTE 125
dientemente del papel que les haya tocado representar. Es verdad que Muñoz es aquí
el pariente más cercano de Astarloa, pero no es menos cierto que tanto Julia como
César gozan de gran independencia y libertad en la obra. En El club Damas, novela
mucho más abierta y quizá menos sometida a un determinado esquema como sucedía
en Lci tabla de Flandes, Lucas Corso logra acaparar toda la atención del lector, con lo
que parece que regresemos de nuevo a El maestro de esgrima. Sólo que ahora hay un
mayor dominio por parte del autor para crear ese entramado de personajes que giran
en torno a quien conduce la acción: Flavio La Ponte, Boris Balkan, Liana Taillefer,
Irene Adler, Fargas, Makarova, etc. La extensión de la novela permite en esta ocasión
que podamos conocer la vida y circunstancias de alguno de ellos. Pérez-Reverte no
nos escatima la posibilidad de introducirnos en el taller de los hermanos Ceniza y
conocer así todos los secretos de la impresión y falsificación de libros, o de permane-
cer durante unas horas en el bar de la sensible, culta, lesbiana, rubia y cuarentona
Makarova.
El planteamiento realizado en La piel del tambor ha provocado, en primer lugar,
que el lector y los propios críticos de esa obra no sepan con certeza cuál es el
personaje mejor trazado, aquél al que le concedemos nuestra simpatía y con el que
solemos identificarnos o, al menos, comprender su actitud. Lorenzo Quart, pese a la
solidez con que está descrito, no logra ensombrecer la vida de los demás personajes:
el padre Ferro, Macarena Bruner, Gris Marsala, etc. Pérez-Reverte ha conseguido
esta vez que cada una de estas criaturas de ficción posea su propia historia: una
inquietud presente que sólo es posible justificar apelando al pasado, a las emociones
pretéritas que ahora afloran como una enfermedad vieja y latente. Quart sufrirá,
como Frederic Glüntz en El húsar, una transformación sustancial, un cambio de
actitud que afecta de modo inmediato a su modo de ver y comprender el mundo.
Quart, tras su paso por Sevilla, se pone de parte de los vencidos, de los derrotados, de
aquellos peones solos y lejanos, de esos curas que, guiados por una larga experiencia,
terminan por creer sólo en Dios, no en su Iglesia. Su reacción inicial contra el padre
Ferro viene dada porque éste resucita algunos de los fantasmas de su pasado. Ferro
actúa de psicoanalista logrando que Quart se enfrente con una infancia y adolescencia
que parecen haber marcado para siempre el destino de su vida, su dureza ante el
mundo, su inflexibilidad en el trabajo. Quart es, como Astarloa, Muñoz, Corso y
Alatriste, un héroe cansado y solitario, un templario honrado cuya vida está poblada
de habitaciones oscuras aún por descubrir e iluminar. Hombres, en fin, todos ellos
que, como se deja apuntado en las páginas de Limpieza de sangre a través de la voz
de Martín Saldaña, el teniente de alguaciles, acaso no merezca el tiempo que les ha
tocado vivir.
El pasado de Astarloa (hubo una muerte por cuenta propia y un amor frustrado) o
el de Corso (una mujer, Nikon, es el recuerdo, la dolorosa sombra que a todas partes
le acompaña) no tiene la dimensión ni la profundidad del que presenta Quart. El
propio Ferro tiene unos antecedentes policiales que, al principio, el cura enviado de
Roma pretende utilizar en su contra al no comprender -palabra que consideramos
clave en esta novela- su actitud como párroco ni sus ideas religiosas. Ferro, como
Quart, es un hombre culto e instruido que, diez años atrás, "se había visto sometido
126 JOSÉ BFXMONTE SERRANO
simbólico y sugerente resulta ese amplio pasaje en el que don Príamo Ferro y Quart
contemplan las estrellas, tratando de buscar una respuesta en el universo, intentando
situar en un lugar del infinito nuestros problemas terrenales. Cuando Quart está a
punto de comprender, a un paso de entender la actitud de Ferro y de todos los que
apoyan su causa, observa que "una paloma se había posado en el alféizar de la galería
y se paseaba arriba y abajo, cerca del sacerdote. Este se la quedó mirando del mismo
modo que si esperase un mensaje y ella pudiera traerlo atado a una de sus patas" (p.
322).
Se le da aquí un respiro al humor, frente al resto de su producción -y muy
especialmente Territorio comanche y La sombra del águila-, en la que esta misma
cualidad adquiere dimensiones mucho más retorcidas y acidas, cercano a eso que se
ha denominado humor negro, de raigambre solanesca. Pérez-Reverte parece estar en
esta ocasión mucho más abierto y receptivo. Al margen de ese pasaje, al que ya
aludimos en su momento, de la bomba incendiaria que estalla en las propias barbas
de don Ibrahim y el Potro, en estas páginas se le concede una tregua al humor, a la
frase frivola y ocurrente. Cuando Peregil propone a los malandrines llevar a cabo el
secuestro del cura Ferro para que así no diga la misa diaria en la iglesia de las
Lágrimas, el Potro da por hecho el asunto, apelando a Dios para que reparta suerte:
"A don Ibrahim se le escapó un suspiro resignado: -Éste es justo el problema-. Con
tanto cura por medio, no sé de qué parte se nos pondrá Dios" (p. 83). Las idas y
venidas de estos tres personajes sirven de elemento de contraste con esa otra acción
que transcurre un poco más allá de ellos mismos, en una escala a la que no les es
posible llegar sino a través de intermediarios, de desalmados y poco escrupulosos
interlocutores. Este humor tendrá su prolongación, incluso, en las páginas de El
capitán Alatriste y Limpieza de sangre, obras que, por su contenido y su acción, no
se prestan demasiado a ello.
Arturo Pérez-Reverte regresa así, con la aparición de La piel del tambor, su
novela, a nuestro entender, más ambiciosa hasta ahora, y del ciclo dedicado al capitán
Alatriste, a su Revertelandia de siempre, a su coctelera mágica, a sus historias
contadas con todo esmero. Pero lo hace con la lección bien aprendida, con la
experiencia de varios años dedicado a la creación literaria. Hay un deseo en él de
crear un mundo para sus criaturas. De ahí que no nos pueda extrañar que en las
páginas de La piel del tambor reaparezcan personajes de anteriores novelas como el
inspector Feijoo {El club Dumas) y Paco Montegrifo {La tabla de Elandes). La
propia Gris Marsala tiene en una de las paredes de su casa una reproducción de un
cuadro titulado "La partida de ajedrez", de Pieter van Huys. En El capitán Alatriste
y Limpieza de sangre, existe, asimismo, un claro parentesco entre Malatesta y el
Rochefort de El club Dumas; entre Angélica de Alquézar, Adela de Otero y Liana
Taillefer. Círculos que se cierran. Mundos que extienden sus redes hasta chocar con
otros mundos que habíamos creido perdidos para siempre. Criaturas que despiertan
de su sueño eterno y que cobran nueva vida.
La filosofía sigue siendo la misma de siempre: somos "guerreros exhaustos, cada
uno en su casilla de ajedrez, aislados, lejos de reyes y príncipes. Librando el combate
de su incertidumbre con las solas fuerzas y a su manera" (p. 465). A lo que nos tenía
UN PASEO POR REVERTELANDIA: LA OBRA NARRATIVA DE ARTURO PÉREZ-REVERTE 129
(11) Este texto fue leído, en noviembre de 1998, en el Salón de Actos de la Universidad de Berna
(Suiza), con motivo de la visita a esta institución del escritor Arturo Pérez-Reverte.
La contaminación entre articulista y novelista:
Arturo Pérez-Reverte
Ha dicho que lo suyo “es una mirada sobre el mundo, a veces un pensamiento,
otras un cabreo, pero siempre un ajuste de cuentas”ii. Sobre los artículos, ha
dicho que no son periodismo: “Eso es un ajuste de cuentas semanal con mis
amigos, con la vida, con lo que no me gusta. Es casi una especie de desahogo,
es casi una broma. Hay días que me siento a escribir riéndome yo solo”iii.
La relación entre periodismo y literatura; los nexos entre el periodista y el
novelista; entre el articulista y el novelista; la posible contaminación entre los
tres mundos ha sido objeto de debate históricamente. “Se está llegando al
punto en el que la literatura se toma al periodismo y viceversa. El punto de
partida de esta simbiosis es la magistral novela A Sangre Fría, de Truman
Capote, quien sólo atinó a calificar su obra como "una novela de no ficción", sin
imaginarse que acuñaba un concepto utilizado hoy por escritores-periodistas”iv.
Arturo Pérez-Reverte ha ejercido de periodista durante 21 años, desde 1973
hasta 1994, trabajando como reportero de radio, prensa y televisión: doce años
en el diario Pueblo y nueve en los servicios informativos de Televisión
Española como especialista en conflictos armados; ha cubierto guerras y
conflictos internacionales como la guerra de Chipre, distintas fases de la guerra
del Líbano, la guerra de Eritrea, la guerra de las Malvinas, de El Salvador,
Nicaragua, Chad, Mozambique, Angola, la crisis de Libia, las guerrillas de
Sudán, el golpe de Estado de Túnez, la revolución de Rumania, la primera
guerra del Golfo, la guerra de Croacia o Bosnia. Se jubiló como reportero en
1994, tras la guerra de los Balcanes.
2. OBJETIVOS Y METODOLOGÍA
1
El objetivo del presente trabajo reside en analizar el doble perfil de Arturo
Pérez-Reverte como articulista y como novelista. Estudiar cuáles son los
puntos en común y cuáles las diferencias. Para ello se han analizado todos los
artículos que el autor ha publicado durante el año 2008 en XLSemanal, el
suplemento dominical del grupo Vocento, así como algunas recopilaciones de
sus artículos anteriores, además de las novelas más leídas del autor
publicadas en fechas anteriores: La Reina del Sur, El Pintor de Batallas, Un
asunto de honor, Territorio comanche o Cabo Trafalgar. Se han examinado las
estructuras de los textos, los temas abordados, el lenguaje y su estilo, con el fin
de comprobar si se produce una “contaminación” entre el novelista y el
articulista.
Para todo ello se han elaborado unas hojas de cálculo en las que se han
enumerado todos los artículos del año, un total de cincuenta y dos; para cada
uno de ellos se ha marcado el tema principal, otros temas a los que se hacen
referencias a lo largo del texto, el tono empleado o el registro utilizado. Una vez
analizados los artículos se ha procedido al estudio de las obras mencionadas,
para comprobar las coincidencias o diferencias en los puntos señalados.
3. TEMAS
Tras el trabajo analizado, una de las principales conclusiones revela que tanto
el Pérez-Reverte novelista como el articulista construye un equilibrio sobre tres
vértices: el mar, las letras (lengua, literatura, historia) y las guerras (incluida su
experiencia profesional). Sobre una base conformada por estos tres puntos se
erige una inmensa parte de su obra, tanto novelística como la que podemos
apreciar en sus artículos semanales. En estos últimos, se incluyen, como lo
exige el género, temas cotidianos y vinculados también a la actualidad, aunque
muchas veces cuentan con referencias a los tres puntos mencionados. En los
artículos de 2008 dedicados a temas cotidianos o de actualidad, que suponían
cerca de la mitad, uno de cada diez aproximadamente hace referencia al mar,
otro diez por ciento a las letras y un porcentaje similar a las guerras o su
experiencia profesional.
Tres puntos a través de los cuales teje una red que sirve de sustento para la
reflexión sobre la condición humana, para el reclamo de valores de tiempos
pasados, como crítica a los usos sociales de la sociedad contemporánea, para
el lamento por la incultura y la falta de memoria histórica, incluso para la
nostalgia, los recuerdos, o simpatías.
Uno de cada diez artículos escritos en el periodo analizado tienen al mar como
protagonista o escenario principal. Un 15% se centra en la literatura o en la
defensa de la lengua y es el mismo porcentaje el que tiene como tema principal
la historia, fundamentalmente la española. Un 5% versa sobre la guerra o su
experiencia profesional y el resto, casi la mitad, trata asuntos cotidianos o de
actualidad. Es decir, algo más de la mitad responden a los temas de los tres
vértices mencionados.
2
En ellos, el mar como trasfondo sirve en numerosas ocasiones como vía a la
nostalgia de tiempos pasados, para ensalzar la valentía de quienes en y de ella
han vivido, como escenario de luchas históricas. También el reclamo de la
memoria histórica y la cultura es constante. Académico de la RAE, defensor a
ultranza de la lengua española, de su riqueza y crítico de su degeneración en
boca de nuevas generaciones (ha dicho que habla mejor un campesino
colombiano que un universitario español), recurre a la defensa de las letras en
casi dos de cada diez artículos publicados.
Y sus reseñas, una y otra vez, a las reglas del juego, en “El caballo de cartón”:
“Después, con los años, he tenido unas cosas y he
perdido otras. También, sin importar cuánto gane ahora o
cuánto pierda, sé que perderé más, de golpe o poco a
poco, hasta que un día acabe perdiéndolo todo. No me
hago ilusiones: ya sé que son las reglas. Tengo canas en
la barba y fantasmas en la memoria, he visto arder
ciudades y bibliotecas, desvanecerse innumerables
caballos de cartón propios y ajenos; y en cada ocasión me
consoló el recuerdo de aquel despojo mojado. Quizá,
después de todo, el niño tuvo mucha suerte esa mañana
del 7 de enero de 1956, cuando aprendió, demasiado
pronto, que vivimos bajo la lluvia y que los caballos de
cartón no son eternos”.
3
aprendes, te educas, viajas, sueñas, imaginas, vives otras
vidas y multiplicas la tuya por mil. A ver quién te da más
por menos, Mejicanita. Y también sirven para tener a raya
muchas cosas malas: fantasmas, soledades y mierdas
así”vi. “Leer, había aprendido en la cárcel, sobre todo
novelas, le permitía habitar su cabeza de un modo distinto;
cual si al difuminarse las fronteras entre realidad y ficción
pudiera asistir a su propia vida como quien presencia algo
que le pasa a los demás. Aparte de aprenderse cosas, leer
ayudaba a pensar diferente, o mejor, porque en las
páginas otros lo hacían por ella”vii.
Una novela en la que también la literatura, pero sobre todo el arte, está muy
presente:
“[...] los legionarios esculpidos en la columna Trajana, el
tapiz de Bayeux, el Fleurus de Carducho, San Quintín visto
por Luca Giordano, las matanzas de Antonio Tempesta, los
estudios leonardescos de la batalla de Anghiari, los
grabados de Callot, el incendio de Troya según Collantes,
el Dos de Mayo y los Desastres vistos por Goya, el suicidio
de Saúl por Brueghel el Viejo, saqueos e incendios
contados por Brueghel el Joven o por Falcone, las batallas
de Borgoñón, el Tetuán de Fortuny, los granaderos y
jinetes napoleónicos de Meissonier y Detaille, las cargas
de caballería de Lin, Meulen o Roda, el asalto al convento
de Pandolfo Reschi, un combate nocturno de Matteo Stom,
los choques medievales de Paolo Uccello [...]”ix.
El Húsar, El Club de Dumas, La Sombra del águila, La piel del tambor, La carta
esférica o Cabo Trafalgar son otras de las obras que también giran en torno a
estas cuestiones. Incluso uno de sus trabajos más breves, Un asunto de honor,
comienza haciendo referencia al mar y a los libros:
“Era la más linda Cenicienta que vi nunca. Tenía dieciséis años,
un libro de piratas bajo la almohada y, como en los cuentos, una
hermanastra mala que había vendido su virginidad al portugués
Almeida, quien a su vez pretendía revendérsela a don Máximo
Larreta, propietario de Construcciones Larreta y de la funeraria
Hasta Luego.
4
- Un día veré el mar – decía la niña, también como en los
cuentos, mientras pasaba la fregona por el suelo del puticlub. Y
soñaba con un cocinero cojo y una isla, y un loro que gritaba no
sé qué murga sobre piezas de a ocho.
- Y te llevará un príncipe azul en su yate – se le choteaba la
Nati, que tenía muy mala leche-. No te jode.
El príncipe azul era yo, pero ninguno de nosotros lo sabía,
aún”x.
Una mención aparte merece Territorio Comanche, donde permanece más fiel a
la realidad, acercándose al periodismo más que en los artículos. Un punto
sobre el que volveremos más adelante.
Una de las primeras conclusiones apunta por tanto, a que sobre esa base,
sobre esos tres ejes, se cimienta la reflexión del articulista y la ficción del
novelista. El honor, la lealtad, la honradez, la decencia, el ser humano, el
horror, la educación, la cultura, el respeto, la vida y la muerte... sirven de
instrumento para tejerla.
4. REGISTROS
De los artículos analizados, cerca de una tercera parte de ellos planteaba una
denuncia: Violencia proporcionada y otras murgas o Derechos, libertades y
guardia de la porra son algunos de los títulos bajo los que estas denuncias
tienen cobijo: “Lo que exijo es ir a donde me dé la gana, a mi aire, charlando
con quien me apetezca y diciendo lo que estime oportuno. Y quiero que la
autoridad competente lo garantice, ejerciendo legítima violencia institucional si
hace falta, que para eso tiene el monopolio, en vez de ir siempre a remolque
del qué dirán y los complejos, jugando a los triles con el voto de hoy y el Dios te
ampare de mañana.”
5
Esas malditas corbatas anchas, o bromea sobre los gazapos que,
conscientemente, incluye en alguna de sus obras, en La venganza del Coyote.
Cuatro registros entre los que autor busca un equilibrio, intercalando uno u otro
cada semana.
5.1. Lenguaje
Utiliza un lenguaje adaptado en cada novela. Juega con él en función de la
partida. En La Reina del Sur se aprecia de forma notable, con la
mexicanización del lenguaje en los momentos en los que pone voz a la
protagonista:
“Me están sirviendo ahorita mi tequila. Ya va mi pensamiento
rumbo a ti. Las luces del jardín y la piscina dejaban la habitación
en penumbra, iluminando las sábanas revueltas, las manos de
Teresa que fumaban cigarrillos taqueaditos con hachís, sus idas y
venidas al vaso y la botella que estaban sobre la mesita de noche.
Quién no sabe en esta vida la traición tan conocida que nos deja
un mal amor. Quién no llega a la cantina exigiendo su tequila y
exigiendo su canción. Y me pregunto qué soy ahora, se decía a
medida que iba moviendo los labios en silencio. Quihubo, morra.
Me pregunto cómo me ven los demás, y ojalá me vean desde bien
relejos. ¿Cómo era aquello? Necesidad de un hombre. Órale.
Enamorarse. Ya no. Libre, era quizá la palabra, pese a que
sonase grandilocuente, excesiva. Ni siquiera iba a misa ya. Miró
hacia arriba, al techo oscuro, y no vio nada. Me están sirviendo ya
6
la del estribo, decía en ese momento José Alfredo, y lo decía
también ella. No, pues. Ahorita solamente ya les pido que toquen
otra vez La Que Se Fue”xii.
7
radical, planteando el tema, y el cierre siempre es un plante, un cierre
completo, bien atado; determinante. En las novelas también se advierte esta
técnica, como el ejemplo del comienzo de La Reina del Sur. Y sobre todo en
los finales. Que también son sentencia. Al menos a partir de las obras
publicadas tras esta novela.
Las reglas del juego, a las que se refiere constantemente en sus novelas y en
sus artículos, “Digo que somos malvados y no podemos evitarlo. Que son las
reglas de este juego. Que nuestra inteligencia superior hace más excelente y
tentadora nuestra maldad”xviii
8
seres humanos y otros, y ése era entonces su caso. Quizá Edmundo Dantés
estaba equivocado y la única solución era no confiar, y no esperar”xxi.
5.3. Personajes
9
Y en El Pintor de Batallas, en la página 101, el narrador dice del protagonista:
“Mucho tiempo atrás, en una ciudad bombardeada –era Sarajevo,
aunque podría haberse tratado de Beirut, Phnom Penh, Saigón o
cualquier otra-, Faulques había tenido sangre en las uñas y en la
camisa durante tres días. La sangre era de un niño reventado por
una granada de mortero; había muerto en sus brazos, vaciándose
mientras lo llevaba al hospital. No había agua para lavarse, ni más
ropa, así que Faulques pasó los tres días siguientes con sangre
del niño en la camisa, en las cámaras fotográficas y en las uñas”.
Existen también detalles más anecdóticos, como el de la corbata: “El día que
entraron en el palacio de Ceaucescu y Hermann se llevó una corbata del
dormitorio presidencial –una corbata ancha, espantosa, que nunca se puso”xxv.
La misma corbata a la que hacía referencia en un artículo publicado en
XLSemanal: “La única vez que estuve a punto de viajar con una corbata distinta
fue durante la revolución de Rumanía, cuando entramos en el palacio
abandonado del dictador y había una en el dormitorio. Pero se me adelantó
Hermann Tersch, y me quedé sin ella. La corbata de Ceaucescu”.
En cuanto a La Reina del Sur, cuando le han planteado que la novela está
escrita con técnica de reportaje, ha respondido: “A mí no me lo parece. Tomo
escenarios de la realidad, nombres, episodios. Y, como todos mis libros, éste
también es muy minucioso, muy riguroso. Lo que pasa es que esta vez el tema
no es el ajedrez o la esgrima. Es una mujer, y la calle. Y el efecto de eso puede
parecer periodístico. Pero ya no soy un reportero. Miro con el chip de escritor.
Aunque es verdad que para la documentación me he movido como un
reportero, la novela no tiene nada de reportaje. Ni siquiera Territorio Comanche
era periodística”xxvi. Y afirmaba que había estado durante veintinueve meses
pensando como una mujer.
10
enero de 2006: “El pintor de batallas no es un libro autobiográfico, aunque
Faulques se parezca a mí. Uso mi biografía, o mejor aún, mi mirada, lo que yo
he visto. Cualquier lector avezado en mis libros encontrará terreno conocido,
una trama básica, una línea que conecta con otros libros míos”. Y en la misma
entrevista confiesa que hay pasajes varios (como el de los cocodrilos) que son
reales, vistos y vividos por él.
Sobre las aventuras del Capitán Alatriste ha afirmado: “Me he inventado pocas
cosas, las situaciones son auténticas; es un tema que tengo localizado desde
hace muchos años y me lo sé. Manejo mucho material de la época, de las
campañas corsarias de España y Nápoles. Hay mucho trabajo detrás. He leído
libros enteros que me han servido para una sola línea de la novela. Lo
asombroso es que esa gente que muestro eran realmente así”. “He manejado
cartografía de la época, he analizado cada barco, cada derrotero, cada
maniobra, cada viento”.
11
son ruinas chamuscadas; donde siempre parece a
punto de anochecer y caminas pegado a las paredes,
hacia los tiros que suenan a lo lejos, mientras escuchas
el ruido de tus pasos sobre los cristales rotos. El suelo
de las guerras está siempre cubierto de cristales rotos.
Territorio comanche es allí donde los oyes crujir bajo
tus botas, y aunque no ves a nadie sabes que te están
mirando. Donde no ves los fusiles, pero los fusiles sí te
ven a ti.”xxviii
Es quizá la obra que más deja entrever al periodista, precisamente porque tal
vez no se trate de una novela en sentido estricto, sino de un trabajo casi
periodístico.
7. CONCLUSIONES
“La literatura –dice Arcadi Espada- ha sido nefasta para el periodismo. (…)
Tenemos un modo de contar la realidad basado en la metáfora y no en el dato.
Y eso es anacrónico”xxix. Sin embargo, el periodismo es de gran utilidad para la
literatura: los temas son compartidos por el Arturo Pérez-Reverte articulista y el
novelista. Las preocupaciones, también. La estructura, el lenguaje, el ritmo, el
esquema narrativo, son de periodista. Como lo son sus exhaustivas labores de
documentación; su extrema fidelidad a situaciones y descripciones reales. El
periodista está, escribe sus novelas.
12
interpretativos, no sólo se ve superada por críticas teóricas, sino principalmente
por la propia evolución de la profesión periodística, encaminada a la
proliferación de géneros mixtos”xxxii. No debería superarse esa división, sino
sencillamente compartir con Pérez-Reverte que el articulismo, por ejemplo,
está más cerca de la novela que del periodismo; que ambas son ficción. Y ésta
no tiene cabida en el trabajo periodístico; una relación que sí se da, sin
embargo, a la inversa: la vida privada, la realidad, y también el periodista, que
forma parte de todo ello, sí están al servicio de la ficción. Y así se desprende
de este estudio: el Pérez-Reverte académico, corresponsal de guerra o amante
del mar está presente en sus artículos y novelas. Como lo están sus actitudes
personales a través de los registros adoptados en los mismos.
8. BIBLIOGRAFÍA
13
Transcripción de la conversación entre Arturo Pérez-Reverte y Félix Linares el
13 de junio de 2002, Aula de Cultura Virtual, URL:
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i
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http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/2005/11/20/010.html
ii
Ibíd.
iii
Transcripción de la conversación entre Arturo Pérez-Reverte y Félix Linares el 13 de junio de
2002, Aula de Cultura Virtual, URL:
http://servicios.elcorreodigital.com/auladecultura/reverte2.html
iv
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vi
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vii
PÉREZ-REVERTE, Arturo (2002). Op. Cit. p.239
viii
PÉREZ-REVERTE, Arturo (2006). El pintor de batallas. Madrid. Santillana Ediciones
Generales. p.75
ix
PÉREZ-REVERTE, Arturo (2006). Op. Cit. p.16-17
x
PÉREZ-REVERTE, Arturo (1995). Un asunto de honor. Madrid. Santillana Ediciones
Generales. p.13
xi
PÉREZ-REVERTE, Arturo (2005). No me cogeréis vivo. Madrid. Punto de lectura.
xii
PÉREZ-REVERTE, Arturo (2002). Op.Cit. p.319
xiii
PÉREZ-REVERTE, Arturo (2006). Op.Cit.. p.64
xiv
PÉREZ-REVERTE, Arturo (1994). Territorio Comanche. Barcelona. Debolsillo. pp-64-65
xv
PÉREZ-REVERTE, Arturo (2006). Op.Cit. p.106
xvi
PÉREZ-REVERTE, Arturo (2006). Op.Cit..p.112
xvii
PÉREZ-REVERTE, Arturo (2006). Op.Cit.p.70
xviii
PÉREZ-REVERTE, Arturo (2006). Op.Cit. p.108
xix
PÉREZ-REVERTE, Arturo (2006). Op.Cit. p.21
xx
PÉREZ-REVERTE, Arturo (2006). Op.Cit. p.113
xxi
PÉREZ-REVERTE, Arturo (2002). Op.Cit. p.263
xxii
Ibíd.
xxiii
PÉREZ-REVERTE, Arturo (2001). Con ánimo de ofender (Artículos 1998-2001). Madrid.
Punto de Lectura. p. 76
xxiv
Entrevista a Arturo Pérez-Reverte. URL:
http://servicios.elcorreodigital.com/auladecultura/reverte5.html
xxv
PÉREZ-REVERTE, Arturo (1994). Op.Cit. p.67
xxvi
Entrevista en ABC el 20 noviembre de 2005
xxvii
Entrevista a Arturo Pérez-Reverte, URL:
http://servicios.elcorreodigital.com/auladecultura/reverte5.html
xxviii
PÉREZ-REVERTE, Arturo (1994). Op.Cit. p.17-18
xxix
Entrevista a Arcadi Espada en El Mundo, el 31 de diciembre de 2008:
http://www.arcadiespada.es/wp-content/uploads/2008/12/2570063_impresora.html
14
xxx
Entrevista en ABC el 20 noviembre de 2005. URL:
http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/2005/11/20/010.html
xxxi
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/elpepucul/20070930elpepicul_5/Tes
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2009 en http://www.ehu.es/zer/zer11web/sferparrat.htm
15
Congreso Internacional de la Sociedad Latina de Comunicación Social
Universidad de La Laguna | Tenerife | España | 09-12.12.2009
Hombres Mujeres
Protagonistas 66% 33%
Secundarios 66% 33%
Heridos 50% 100%
9.- Conclusiones.
Se podría decir que, a vista de pájaro, esta excepcional novela consiguió
salir victoriosa de su adaptación al mundo cinematográfico. En ese triunfo cabe
destacar en especial el trabajo de la pareja de actores protagonistas por su
interpretación, unos espléndidos Imanol Arias y Carmelo Gómez, y sobre todo
agradecer esos realistas decorados que permiten sentir más cerca el crudo
episodio que se nos cuenta. Una adaptación bendecida y amparada por el
propio autor de la novela que participó activamente en el rodaje y que es
coautor del guión. Al respecto, Pérez-Reverte manifestó su satisfacción con el
resultado final. “Ninguna película es nunca tu historia, ni la que has escrito ni la
que has vivido. Hay cosas que te gustan más, otras menos y otras nada. Sin
embargo, a pesar de todo eso, a veces una película consigue recuperar, o
construir, algo que merece la pena. En el caso de Territorio Comanche ha sido
así”, afirmó el escritor. A pesar de la bendición de su autor, el guión en
ocasiones fuerza la entrada de frases o reflexiones que en la novela tienen
sentido, pero que en boca de los personajes suenan a fanfarronadas o a
reflexiones filosóficas trasnochadas.
Sin duda uno de los puntos fuertes de la película es la impecable puesta
en escena de Gerardo Herrero, y la más que correcta resolución de las
secuencias de acción. Desde el punto de vista estético contribuyen a crear ese
entorno gris y taciturno de las ciudades en guerra la magnífica fotografía de
Alfredo Mayo que trasporta al espectador hasta primera línea de fuego. Es en
estos aspectos en los que Herrero sale más victorioso al intentar adaptar una
novela tan autobiográfica dándole a la película cierto aire de documental sin
traicionar a la novela original. La película no se puede permitir divagar sin
rumbo como en ocasiones lo hace Reverte en su novela y por eso como
excusa y eje conductor de la novela se fijan dos elementos: la voladura del
puente y la llegada de una periodista novata a ‘Territorio Comanche’. Su ritual
de iniciación, sus ojos de recién llegada sirven a Herrero para explicar e
nella letteratura che non nel reality show di cui era stato per anni
protagonista.
Le pagine di Territorio comanche, che alternano toni di mar-
cato realismo a gradazioni di ironia e ternura, acquisiranno le con-
notazioni di un vero e proprio testamento spirituale: «De Troya a
Mostar o a Sarajevo se trata siempre de la misma guerra», conclu-
derà il Nostro alla fine del libro3, rimandando con questo ad un le-
gato non dissimile da quello riscontrabile nel coevo Cuaderno de
Sarajevo di Juan Goytisolo, viaje solidario configurato con grande
forza suggestiva alla fine della stessa estate del '934.
Il vortice di personaggi tragicomici che si muovono e agiscono
attorno ai protagonisti e che realmente sono uomini e donne comu-
ni, con i loro atti di coraggio e di viltà, vuoi riflettere le caratteristi-
che generalmente drammatiche di ogni conflitto. Ma il reale prota-
gonista del libro è in sostanza, il mestiere stesso di reporter, con i
suoi eroismi ed i suoi espedienti: comprendere, ad esempio, dove
scoppierà una granata, corrompere un poliziotto, mettere in moto
un'auto rubata, falsificare una nota-spese, fuggire a gambe levate
davanti a uno scontro troppo cruento e domandarsi soprattutto se
esiste un'etica nel sottile filo che separa la vita dalla morte.
Territorio comanche è il primo e potremmo affermare unico
romanzo nel quale Reverte amalgama esplicitamente la sua profes-
sione di corresponsal de guerra con la sua manera de novelar, sì
che il confine tra giornalismo e letteratura è appena distinguibile
ed a ragione l'opera è da situarsi tra la novela reportaje a carattere
letterario e la narrazione svolta in forma di cronaca5. Risalta
3
Arturo Pérez Reverte, Territorio comanche, Madrid, Alfaguara, 1994, p.
132.
4
Juan Goytisolo, Cuaderno de Sarajevo - Anotaciones de un viaje a la
barbarie, El País, Aguilar, Madrid 1993. Significativa da parte dello scrittore la
scelta della epigrafe machadiana: La brevedad del camino I en nada amengua kl
radio infinito de la injusticia
5
Non ci sembra superfluo sottolineare al proposito l'opinione di A. Loureiro
in Entre realidad y ficción. Novelas de periodistas, in «Leer», n. 135, septiembre de
2002, p. 18: «Resulta curioso que sean los reporteros los más empeñados en de-
sentrañar la realidad que se cuela en sus reportajes, en ir más allá de la noticia
efímera... Muchos reporteros han salvado la narrativa de ficción y nos la han de-
vuelto más vigorosa y brillante... Escritores como Steinbeck, Faulkner, Saroyan
más vistosas».
Territorio comanche viene ad essere quindi, in definitiva, una
crònica novelada dei patimenti, i sotterfugi, gli inganni, gli aneddo-
ti di un incarico rischioso, che le istituzioni sottovalutano o disat-
tendono in nome di un pragmatismo dato per scontato. La critica
revertiana del nunc et semper, anche in questo caso, non risparmia
i colleghi di lavoro, i corresponsales come lui che vivono e hanno
vissuto le guerre in loco, molti dei quali non meritano altro che la
definizione di domingueros de la guerra: «Por muy cojonudos y
"echaos palante" que sean - asserisce il Nostro - no son más que
unos carroñeros de la imagen, mercenarios del dolor y vendidos al
oro morboso de la emoción, rociados por el alcohol y la droga»7. La
rivisitazione di eventi ed episodi di guerre passate, rievocati dai
due protagonisti, in attesa che sia fatto saltare il ponte di Bijelo
Polje, che rappresenta il collegamento fra i due schieramenti belli-
geranti, si interseca con il contesto di violenza e brutalità di quella
presente, indelebili tutte dello scrittore della memoria nella cui rie-
vocazione il limite fra realismo e cinismo appare sempre più labile
e sfumato.
Vivere quotidianamente in un campo di battaglia, ascoltare le
grida di una donna violentata, vedere gli occhi dei bambini morenti
tra le braccia della madre, sono esperienze che imprimono un mar-
chio incandescente e duraturo «si — come Reverte rievoca con rag-
gelante raffigurazione - a la primera víctima indefensa no hay que
matarla sino herirla para poder asesinar con mayor tranquilidad a
los que acuden a socorrerla...; o cuando se explica que lo mejor no
es matar al enemigo sino dejarlo mal herido, de esa forma se le
complica la logística de la evacuación»8.
E dal cinismo al sarcasmo il passo è breve, a far dei protago-
nisti degli antieroi desarraigados. Ma, se la guerra, le difficoltà di
una vita passata in un campo di battaglia, la minaccia della morte,
oggi come sempre, rendono più angosciosa e al contempo più insen-
sibile e sprezzante la visione dell'esistenza umana e il suo significa-
7 Ibidem, p. 84.
8
Ibidem, p. 75.
9
Ibidem, p. 47.
10
Ibidem, p. 36.
11
Ibidem.
GABRIELLA CAMBOSU
ausentes. Cuenta también la guerra como estructura, como esqueleto descarnado, evi-
dente, de la gigantesca paradoja cósmica (Cap. 1, p. 22), donde la humanidad, sin
conocer las reglas, juega su partida en un inmenso tablero de ajedrez (Cap. 8, p. 121).
El que habla, interrumpiendo a menudo la voz del narrador omnisciente, es
Faulques, con sus recuerdos más que con su voz. La llegada de Markovic, que lo
arranca del silencio obligándolo a un diálogo forzado, lo devuelve a los innumera-
bles rostros retratados en innumerables lugares devastados por innumerables batal-
las: Chipre, Vietnam, Líbano, Camboya, Eritrea, El Salvador, Nicaragua, Angola,
Mozambique, Irak, los Balcanes (Cap. 2, p. 27), los mismos escenarios vistos por el
corresponsal de guerra Arturo Pérez Reverte.
Lugares del horror, que el pintor ha relegado al pasado de esa otra vida (Cap. 2,
p. 26), a la espera de la Historia en las orillas del Chari, entre los rebeldes dejados
como pasto a los cocodrilos; en Líbano, entre los bombardeos israelís; en Sudán,
entre los refugiados moribundos con la mirada ausente; en Beirut, entre los edificios
iluminados por el fuego de los estallidos, en Vukovar, donde, frente a un grupo de
soldados croatas en fuga de los chetniks, fotografió al tercero de la fila para enseñar
al mundo el rostro de la derrota.
Ya se divisa la biografía de Pérez Reverte, que no había conseguido comer el
bistec poco hecho en Yamena porque le recordaba el olor de carne cruda de los
rebeldes chadianos expuestos al sol en el Chari, y también su mirada, que había
observado la existencia de una geometría de la guerra, con líneas que definen todo lo
que ocurre en un campo de batalla.
Se divisan también las marcas del yo-autor, que, según Javier del Prado Biezma,
Juan Bravo Castillo y María Dolores Picazo (1994, p. 208), se manifiestan principal-
mente en cuatro niveles del texto: estructural, temático, intertextual y enunciativo.
La estructura de la novela, sin embargo, es prevalentemente dialógica. La silen-
ciosa cotidianidad del pintor, hecha de gestos metódicos y solitarias reflexiones sobre
los aspectos técnicos de su tarea, se interrumpe ya en el segundo capítulo, cuando
Markovic franquea la línea defensiva (Cap. 2, p. 26) de la torre en busca de respue-
stas. Empieza aquí un largo diálogo que sólo se concluirá en las últimas páginas del
libro.
El enfrentamiento entre los dos se desarrolla en el plano de la ética. El croata, de
hecho, lo acusa de haberle destrozado la vida con aquella fotografía que, mostrán-
dolo al mundo como héroe del separatismo, suscitó la represión serbia y causó la
feroz matanza de su mujer y su hijo. No es éste, sin embargo, el punto que nos inte-
resa, ni tampoco el hecho de que el soldado quiera matar al pintor. Lo que resulta
Ibidem.
utobiografismo negado GABRIELLA CAMBOSU
Son precisamente estos los motivos sobre los que se articula el nivel temático del
texto, presentes también en las obras anteriores, pero donde resultan matizados por
el distanciamiento temporal y los recursos estilísticos de la novela de aventuras.
El tema principal, sin embargo, está representado por los recuerdos de Faulques,
sustancialmente los mismos de quien escribe la novela, que le traen a la memoria
Markovic, fantasma del pasado que irrumpe en el presente con una amenaza de
muerte anunciada, y Olvido Ferrara, su compañera de vida y de viaje perdida en el
infierno de la ex Yugoslavia a causa de una mina.
Que El pintor de batallas se coloque en un plano diferente respecto a sus libros
anteriores, lo confirman las mismas palabras de Pérez Reverte: Era una novela que
tenía que escribir. Se la debía a mis lectores y me la debía, sobre todo, a mí mismo. Puede
interpretarse como un tablero de ajedrez, como la revelación de las claves que explican
mis otras novelas. Aquí muchos personajes y tramas anteriores encuentran su porqué.
El autor noveliza su experiencia de corresponsal de guerra, pero la somete al
distanciamiento sentimental utilizando un enmascaramiento del yo que lo escuda
de la identificación con el personaje. Poco importa que se trate de conflictos, tsu-
nami, torres derrumbadas o de volcanes en erupción, puesto que, según cuanto afir-
ma, también podría haberse narrado a través de un médico de urgencias o de un policía
de barrio. Esto significa que lo que quiere enseñar es la lucha que, desde siempre,
combate el hombre con la vida y con la muerte.
Del mismo modo Faulques, combinando sus recuerdos con el mito griego,
recompone la Historia de la humanidad en la pared de la torre pintando una batal-
la de batallas sin tiempo ni título. El mural representa una ciudad antigua en llamas
y una moderna, símbolo de todas las Troyas que dejaron de existir ardiendo y de
aquellas confiadas en sus torres de cristal y acero, que se despertaron - o se desper-
tarán - entre incendios en un día sin alba. Mientras las naves se alejan bajo la lluvia,
Héctor se despide de Andrómaca, como Markovic cuando fue a la guerra.
En primer plano se distinguen cuatro imágenes femeninas. La primera es un
rostro de mujer de rasgos africanos (Cap. 1, p. 21), con los labios cuarteados por la
enfermedad y la sed (Ibid.) y los dedos huesudos que hacen ademán de velar aquella
mirada de desesperada resignación (ivi, p. 24), igual que la muchacha moribunda que
él había fotografiado en el campo de refugiados en Sudán.
La segunda es una mujer con los muslos abiertos, desnudos y ensangrentados.
Lleva el pelo rapado y parece poco humana, porque la violencia, cualquier violencia,
convierte en cosa, en un trozo de carne animal (Cap. 17, pp. 264-65). Junto a ella, un
Véase la Nota 4.
Ibidem.
utobiografismo negado GABRIELLA CAMBOSU
niño medio incorporado (Cap. 3, p. 50), Piedad invertida y símbolo de la curiosa evo-
lución del hombre (Ibid.), con ese rostro infantil e inquietante (Cap. 16, p. 256) al
mismo tiempo, igual que el niño serbio encontrado en el estadio vacío de Dragovac,
donde habían sido enterrados los croatas desaparecidos.
La tercera es un rostro descompuesto, con la boca abierta en un silencioso alari-
do de horror (Cap. 15, p. 224), mientras que la cuarta representa a unas mujeres
agrupadas bajo los fusiles enemigos como un rebaño asustado (Cap. 15, p. 224).
También en primer plano, dos hombres, con armas e indumentos de treinta
siglos atrás, se acuchillan, ya que el hombre que mata y muere abrazado a su ene-
migo es la historia del laberinto o del mundo (Cap. 6, p. 99). Un caballero solitario,
aguardando el momento de incorporarse a la batalla, avanza entre los guerreros con
ojos absortos, ausentes (Cap. 6, p. 89), que miran sin ver.
La ciudad antigua en llamas es Troya. No resulta anacronística respecto a las otras
imágenes que componen el mural, porque los sitios así siempre son el mismo sitio
(Cap. 2, p. 36), donde la maldad obra fuera del control de la razón, enseñando ahor-
cados que cuelgan de los árboles como racimos (Cap. 2, p. 35), heridos rematados a
golpes de arcabuz, cuerpos despojados, cadáveres olisqueados por los perros, hom-
bres ejecutados con la mirada de sorpresa indignada (Cap. 9, p. 142), como aquel
fotografiado en pijama en Beirut.
El vértice del mural, está constituido por un volcán en erupción, geometría de la
tierra, donde converge la compleja y despiadada trama de la vida (Cap. 15, p. 224).
Es el símbolo de la impotencia frente al capricho geométrico del Universo (Cap. 5, p.
80), con su siniestra columna de humo y ceniza y la lava que se acerca al campo de
batalla, semen listo para preñar de espanto la tierra entera (Cap. 5, p. 80).
Lo que se intuye en esta novela es un Pérez Reverte disfrazado de pintor, que
escribe una crónica procurando ser lo más impersonal posible, como se espera de un
periodista o de testigo indiferente, que registra lo que ve sin plantearse el problema
de la responsabilidad. Entrega su visión del mundo a Faulques, ex corresponsal de
guerra que, como él, se distingue de los domingueros, del club selecto de los turistas
del horror (Cap. 1, p. 21), y que advirtió igualmente la exigencia de elegir un más
eficaz medio expresivo para testimoniar la Historia.
Tan metido como está en la contemporaneidad y con características tan pareci-
das a las del escritor, con quien comparte el espacio biográfico y la actitud desen-
cantada hacia la realidad, el pintor no resulta nunca ficticio, sino, más bien, una
prolongación de su Yo. Cazador de imágenes, testigo privilegiado en las ciudades en
llamas, entre los estallidos, los cristales rotos y las líneas geométricas del caos,
Faulques se parece a Márquez de Territorio Comanche (1994), o, mejor dicho, repre-
senta su versión definitiva, puesto que ya ha adquirido el semblante del autor, que,
BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA DE EXTREMADURA DE LAS LETRAS Y LAS ARTES
Alusiones a la imagen del tablero de ajedrez se encuentran en las siguientes obras: La tabla de
Flandes (1990); El club Dumas (1993); La piel del tambor (1995); El capitán Alatriste (1996);
Limpieza de sangre (1997); Patente de corso (1998); El sol de Breda (1998); La carta esférica (2000);
Con ánimo de ofender (2001); La Reina del Sur (2002); El caballero del jubón amarillo (2003).
utobiografismo negado GABRIELLA CAMBOSU
do, frente a La Batalla de San Romano, afirma: Paolo Uccello tenía pinceles y perspecti-
va, y tú sólo tienes una cámara. Eso impone límites, claro (Cap. 6, p. 91).
Son numerosos los cuadros citados en la novela, entre ellos destacan El Dos de
Mayo de Goya, La victoria de Fleurus de Vicente Carducho, Después de la batalla de
Giuseppe Pinacci, El Caballero, la Muerte y el Diablo de Alberto Durero, Erupción
del Paricutín de Gerardo Murillo, La muerte de Adán de Piero della Francesca, El
sueño de Costantino, La batalla de Heraclio e La victoria de Costantino sobre Majencio
de Paolo Uccello.
Cada uno de ellos tiene su propio sentido en el mural de Faulques, pero hay uno
en especial que constituye su mayor punto de referencia. En efecto, él le cuenta a
Markovic que de niño había pasado mucho tiempo ante la estampa de un cuadro anti-
guo, El triunfo de la Muerte de Brueghel el Viejo, y que al cabo decidió viajar a él, o
más bien al paisaje pintado al fondo (Cap. 4, p. 68).
No es la primera vez que Pérez Reverte cita este lienzo, puesto que lo menciona
también en La tabla de Flandes (1990), y no es extraño que diga las mismas cosas a
Jacinto Antón durante la entrevista en el Museo del Prado, ni que sus palabras
sobre la inferioridad de Picasso con respecto a Goya coincidan con las del pintor
cuando le explica a Markovic que mientras el primero no vio una guerra en su vida
(Cap. 14, p. 213), el segundo la vio y la sufrió (ivi, p. 214).
Tanto para el autor, como para el personaje, la búsqueda tuvo su punto de par-
tida en el siniestro dramatismo descubierto en el cuadro de Brueghel el Viejo, desde
el que surgió la exigencia de viajar al fondo del paisaje: más allá de los ejércitos de
la muerte que combaten contra la humanidad, entre los incendios de las infinitas
Troyas confiadas en sus torres de cristal y acero.
El aprendizaje empieza con la guerra, sublimación del caos, orden con sus leyes
disfrazadas de casualidad (Cap. 13, p. 202). Aquí el enigma de la vida aparece en el
rostro de quien va a morir, ejecutado en pijama en Beirut o fusilado con los ojos
vendados en Líbano. Se encuentra en cualquier lugar en el que haya una batalla, en
la mirada miedosa de las mujeres agrupadas como un rebaño asustado o en aquella
malvada que, en cada ciudad en llamas, resume la curiosa evolución del hombre,
que de pez se vuelve cocodrilo y asesino, con su propio cadáver interpuesto entre cada
etapa (Cap. 3, p. 50), porque los hijos de hoy serán verdugos de mañana (Ibid.).
El viaje al horror desvela a ambos que existe una trama ajedrezada sobre la que
se articulan los resortes de la vida y de la muerte (Cap. 1, p. 22), una geometría de la
guerra, con sus inevitables trayectorias; una de la tierra, con las líneas que la surcan
como cuchilladas; y una del caos, con sus implacables leyes ocultas.
Véase la Nota 2.
BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA DE EXTREMADURA DE LAS LETRAS Y LAS ARTES
También desvela que son las reglas del juego, que nada es inocente, ni nadie, por-
que todos formamos parte del monstruo que nos dispone sobre el tablero (Cap. 19, p.
292). Lo demuestra la foto de Markovic, símbolo de la era mediática, que convier-
te a un soldado exhausto en héroe y a un fotógrafo en depredador gráfico sin com-
plejos (Cap. 10, p. 152), pero también símbolo de la diferencia entre quien, como
Markovic, la guerra la combatió, y quien, como Faulques, la miró escudado tras un
cámara. De ahí la diferente perspectiva de los dos y la condena del croata, que repro-
cha al pintor la indiferencia con que, después del clic, siguió su camino, sin un gesto
ni un saludo (Cap. 2, p. 40).
La mujer serbia del soldado, violada y horriblemente mutilada por verdugos de
su misma etnia, pertenece a la fila de las víctimas vistas en el fondo del paisaje, así
como Olvido Ferrara a aquella de los testigos que no volvieron.
Para los que vuelven, en cambio, se impone la separación de ese mundo que,
ajeno ya a la antigua sabiduría griega hasta el punto de ignorar que la guerra es
madre de todas las cosas (Cap. 5, p. 75), fabrica escombros en vez de ruinas (Cap. 10,
p. 154). La consecuencia es el individualismo, la reducción de la realidad a tres prin-
cipios: la guerra como sublimación del caos que gobierna el universo, la ciencia
como instrumento para interpretarla, y el arte como consuelo.
A pesar de su disfrazamiento, en el complejo enredo de estos tres ejes se divisa la
presencia fantasmal del autor, que se oculta detrás de los tres personajes: Markovic,
fantasma del pasado que vuelve, Olvido, del amor perdido, y Faulques, del fotógrafo
de guerra.
En su lúcido análisis de la naturaleza humana el pintor es la síntesis moral del
autor, que le da voz para formular un juicio más que nunca crítico sobre los tiem-
pos modernos, en los que el horror se vende como arte (Cap. 15, p. 226).
El Yo del autor se manifiesta también en el nivel de la enunciación, caracteriza-
da por frases esenciales e incisivas, proféticas en ciertas ocasiones.
A Faulques no le gusta hablar de sí mismo, nunca utiliza la primera persona,
excepto en la última parte, cuando le confiesa a Markovic que había adivinado la
mina que mató a Olvido. A su voz se superpone la del narrador omnisciente, que,
con una sintaxis concisa, casi geométrica, refiere sus palabras y desvela sus pensa-
mientos más íntimos.
Es crítico cuanto puede serlo Pérez Reverte cuando reflexiona sobre las ciudades
confiadas en el poder de sus colosos arrogantes (Cap. 10, p. 153), sobre la historia de la
humanidad, tan surtida de torres hechas para ser evacuadas en cuatro o cinco horas,
pero que sólo resisten la acción de un incendio durante dos, y de Titanics impávi-
dos, insumergibles, a la espera del témpano de hielo dispuesto por el Caos en el punto
exacto de su carta náutica (Ibid.).
utobiografismo negado GABRIELLA CAMBOSU
les embrazando armas modernas, en aquellas líneas que convierten los anacronismos
en evidencias. Representa un mundo enloquecido, en el que resulta verosímil que
los matrimonios entre serbios y croatas, fruto de la política integradora de Tito, fra-
casen ante el fanatismo de la limpieza étnica. Y es además creíble la actitud de
Faulques, que no expresa indiferencia, sino resignación frente a la conciencia de la
imposibilidad de cambiar el mundo. Cuando afirma que no hay salvación, se refie-
re a la naturaleza humana más que al caos, cuya única responsabilidad es la de dispo-
nernos sobre un tablero y dejarnos en manos del azar, que crea lazos invisibles entre
cosas aparentemente inconexas.
Queda claro que la guerra es sólo el símbolo más evidente de la paradoja que
muestra al hombre como verdugo de sí mismo y, además, que el mural representa el
punto en que inicia y termina, sin solución de continuidad, la lucha del ser huma-
no contra su propia naturaleza, porque, como Faulques le explica a Markovic, nue-
stra inteligencia compleja nos empuja a depredar bienes, lujos, mujeres, hombres, place-
res, honores... Ese impulso nos llena de envidia, de frustración y de rencor. Nos hace ser,
todavía más, lo que somos (Cap. 10, p. 108). No es casual que incluya en el mural
también Troya, la ciudad antigua devastada por la guerra a causa del rapto de una
mujer y destruida por un caballo con el vientre preñado de soldados, ni que diga
antes de morir, nadie debería irse sin dejar una Troya ardiendo a sus espaldas (Cap. 14,
p. 214), otra constante del autor, quien, en diferente ocasión, escribe:
Hay unas palabras que me obsesionan desde que, de jovencito, traducía a Homero:
Llueve en las orillas de Troya mientras zarpan las naves.
En realidad, supongo, casi todas mis novelas hablan de eso (Ababol, 2002, p. 1).
Pintor de su historia dentro de la Historia Faulques, pintor de historias de fic-
ción Pérez Reverte, pero sólo en apariencia, porque en el fondo de la pintura, que
abarca toda la pared de la torre, se distinguen claramente no sólo la memoria, la bio-
grafía y las pinceladas del autor, sino también su paisaje interior.
BIBLIOGRAFÍA
Hipertexto
[C]uando el desastre devuelve al
hombre al caos del que procede, todo ese
civilizado barniz salta en pedazos, y otra vez es
lo que era, o lo que siempre ha sido: un riguroso
hijo de puta (El pintor de batallas 113).
1
Algunos comentarios al respecto son: “El pintor de batallas es, en mi opinión, el libro más
descorazonador, más duro y más triste de Pérez-Reverte. Y también seguramente el más lúcido, además
del más ambicioso, intelectual y literariamente” (Sánchez Ron, par. 2); “Aquí no hay golpes de sable, ni
una cascada de aventuras, ni acción a chorros. El pintor de batallas es su obra más destilada y
despojada” (Barba, par. 9); y “Pues esos mismos [los críticos] han de quedarse perplejos ante El pintor
de batallas, porque Pérez-Reverte da un paso más allá, quizá el decisivo de su carrera de escritor, al
haberse propuesto a sí mismo el salto hacia un gran asunto universal, que supera con mucho las
historias base de su literatura anterior, para entregarnos una novela reflexiva, de ideas” (Pozuelo
Yvancos, par. 1).
2
De hecho, ya Pérez Reverte había escrito en 1994 sobre sus experiencias como corresponsal
de guerra en Yugoslavia (la misma guerra a la que se alude en El pintor de batallas) en su texto Territorio
Comanche. También Ann L. Walsh analiza los temas repetidos en las obras de Pérez Reverte en Arturo
Pérez-Reverte: Narrative Tricks and Narrative Strategies (London: Tamesis Books, 2007), y dedica el
capítulo 6 a El pintor de batallas. Entre las características comunes, Walsh destaca la recuperación del
pasado histórico o personal a través de la memoria, combinación de hechos históricos y ficción, un
personaje femenino fuerte, el aspecto lúdico y el interés por el arte.
En el eje central de El pintor de batallas se encuentra un enigma. El personaje
principal, un ex fotógrafo de guerra español de apellido Faulques y ahora pintor, y su
interlocutor, un ex soldado croata llamado Ivo Markovich, dialogan sobre la vida y la
muerte. Faulques, con claros rasgos autobiográficos, deja su profesión para aislarse
en una torre donde pinta un gran mural que resume todas las guerras de la historia y de
su historia personal. Ivo, que sufrió en carne propia la fama de ser fotografiado por
Faulques, decide matar a su némesis en una muerte anunciada. Flotando entre los dos
está la imagen de la novia de Faulques, la fotógrafa de arte Olvido Ferrara y el enigma
de su muerte. Olvido es irónicamente el personaje nunca olvidado pues es una huella
constante en los recuerdos del fotógrafo/pintor y el motor de sus decisiones.
Para Faulques su cámara y su retina eran el secreto “que restituía la vida a lo
que realmente era: una azarosa excursión hacia la muerte y la nada” (22). Como
fotógrafo su deber era ser objetivo e indiferente ante los horrores que le rodeaban. Es
esta aparente objetividad la que le cuestiona Ivo al tratar de analizarlo y por ende,
siguiendo un modelo derridiano, deconstruirlo. Ante la interrogante de por qué
Faulques pinta el mural, la novela propone varias respuestas. En el presente ensayo
se pretenden analizar esas respuestas y, siguiendo el propio modelo del texto,
deconstruir tanto la voz narrativa como la de Faulques, ya que asumen ciertas posturas
discursivas que no son consecuentes con las acciones del personaje principal. Sólo
socavando ese discurso y cuestionando su implícita noción de alteridad se podrá
alcanzar alguna claridad en este texto introspectivo y amargo. La obra a final de
cuentas aboca en la certeza de que la vida es un caos y el hombre no tiene redención
porque en el fondo no es diferente de las bestias. En contraste, es más difícil identificar
la motivación y los sentimientos de Faulques, y aunque sea negado discursivamente se
demostrará cómo la culpa permea el relato. Para llevar a cabo este análisis se tomarán
en consideración los preceptos de alteridad y violencia esbozados por Emmanuel
Levinas (creador del término alteridad) y su discípulo Jacques Derrida.
Se pudiera decir que El pintor de batallas ejemplifica narrativamente el concepto
de alteridad. 3 Siguiendo la propuesta de Levinas dos antagonistas se enfrentan
partiendo del hecho de que un “Yo” subordina a “Otro,” y éste tiene la responsabilidad
de procurar el bien del otro. Sin embargo, para Derrida la noción de alteridad de
Levinas es idealista y por lo tanto, no es factible porque según él la alteridad está
siempre aunada a la violencia. Derrida expone que todos somos el “Otro” de otro
individuo y estamos a merced de emociones negativas que nos inducen a la violencia
contra nuestro semejante. Propone que en el juego de las representaciones, y en el
caso del texto se podría decir que éstas son las interacciones entre Faulques e Ivo,
siempre habrá una interrogante central, o punto de origen, que no será respondida
hasta el final. En otras palabras, según Derrida la interrogante queda “diferida” o
3
El psicoanalista Jacques Lacan tiene su propia teoría de la alteridad basada en las ideas de
Hegel. El “Otro” es explicado en su “estadio del espejo” como un reflejo y proyección del ego cuando un
niño percibe su imagen en el espejo y se constituye en sujeto (“yo”) por causa de un semejante (“otro”).
Este aspecto psicoanalítico no será tratado en el presente trabajo. Para un estudio comparativo entre el
psicoanálisis lacaniano y la ética leviniana favor de referirse a Levinas and Lacan: The Missed Encounter
(Ed. Sarah Harasym, Albany: State University of New York Press, 1998).
Hipertexto 12 (2010) 162
alejada de los dos puntos en contención hasta el momento en que se hace explícita y
se llega al origen del asunto diferido hasta el momento. En El Pintor de batallas Olvido
es el tercer punto de este triángulo de diferencias, que aunque la importancia de su
memoria sea negada oralmente por Faulques, la narración en cambio poco a poco
deconstruye lo dicho por el fotógrafo hasta el final del relato cuando es obvio que la
muerte violenta de Olvido es el eje central de su comportamiento.
El punto convergente de los tres personajes es Yugoslavia durante la guerra civil
que desmembró a la nación. 4 En forma de resumen, el texto describe cómo Faulques
enfoca su cámara hacia el rostro de los croatas vencidos. Un soldado lo mira con
detenimiento, y el fotógrafo luego de tomarle la foto voltea la cara y no piensa más en
él. Esa foto le gana un premio internacional y el rostro del soldado sale en múltiples
portadas de revistas. Ese rostro vuelve a aparecer en la vida del fotógrafo diez años
más tarde cuando el soldado se presenta ante la torre, que es ahora el hogar de
Faulques, y le anuncia que como consecuencia de la foto fue torturado por seis meses
a manos de los serbios. Además, su esposa e hijo, aunque serbios, fueron brutalmente
asesinados, traicionados por sus compatriotas por tener parentesco con el famoso
soldado croata. Por diez años Ivo no hizo más que pensar en cómo matar al hombre
que según él destruyó su vida. Ahora Ivo tiene la necesidad de corroborar la imagen
que se ha armado de su enemigo a través de la investigación obsesiva de las fotos que
ha logrado recopilar.
Cuando Ivo aparece ante Faulques diciéndole claramente que lo va a matar en
un futuro cercano, entre los dos se crea una situación difícil de definir puesto que raya
entre la curiosidad, la admiración y la amenaza constante. En sus entrevistas Ivo,
quien creía conocer íntimamente a su verdugo ahora futura víctima, se percata de que
no lo conoce del todo y sus conversaciones se convierten en una especie de esgrima
verbal o negociación de información. Ivo quería saber cómo un fotógrafo podía
realmente ser objetivo, es decir, abstraerse totalmente de las circunstancias que
quedaban fuera de su foco mientras su cámara era el testigo entre la vida y la muerte.
Ivo constata: “Nada es inocente, entonces, señor Faulques. Ni nadie” (204),
aseveración que se tornará profética al final del relato al entender todo lo implicado con
la muerte de Olvido. La novia de Faulques murió al pisar una mina en un camino
polvoriento en Yugoslavia; muerte de la cual Ivo fue testigo. La respuesta a la
perseverante pregunta a Faulques de por qué él había fotografiado a su novia inerte en
la carretera queda sin contestar, o diferida, hasta el final del relato.
El texto es una larga reflexión filosófica de las guerras y motivaciones humanas
que fueron experimentadas por ambos personajes y que ahora Faulques pretende
retratar en diferentes escenas sangrientas pintadas en las paredes de la torre donde
vive. La narración delinea las semejanzas y discrepancias de estos dos seres
4
Aunque la novela de guerra ha sido popular en España, como las que tratan la guerra civil y la
guerra con Marruecos, y la novela histórica haya tenido un resurgimiento a finales del siglo XX hasta
nuestros días (con obras de Lourdes Ortiz, Paloma Díaz-Mas y Rosa Montero), el hecho de que una
novela española trate el tema de la guerra genocida de los Balcanes no es común, siendo otra El sitio de
los sitios de Juan Goytisolo (Barcelona: Seix Barral, 1995).
Hipertexto 12 (2010) 163
humanos de culturas diferentes que se miran frente a frente partiendo de una
perspectiva en donde cada uno se enfrenta al “Otro.” Levinas en sus primeros escritos
anota que el “Otro” es radicalmente diferente al “Yo,” (“Same”), y ese “Otro” cuestiona
al “Yo” recordándole su responsabilidad, y de esta manera implícitamente uno está
subordinado al otro. También según Levinas el ser humano es intrínsecamente bueno
y el “Otro” siempre busca el bien. 5 Harasym resume: “Levina’s ethics is an ethics of an
inescapable responsibility for the Other that places the human being in a face-to-face
position with the Other because of his or her humanity but, also, because of his or her
relation to God” (ix).
En contrapunto su discípulo Derrida plantea la alteridad de forma diferente. Para
él el “Otro” es un término reversible porque todos somos el “Otro” de otra persona, y
por ende, la noción de alteridad está íntimamente ligada a la violencia porque “one is
always dependent on others that may violate, negate, or exploit” (Hägglund 50). Según
el crítico Martin Hägglund una pregunta confrontando estos modelos de alteridad sería:
“If the other whom I encounter wants to kill me, should I then submit myself to his or her
command?” (52). Por esta razón Derrida cuestiona todo tipo de idealismo ético y de
justicia, alegando que es imposible ser justos y éticos con todo el mundo al mismo
tiempo porque siempre tendríamos que relegar a alguien más, y como menciona: “the
third does not wait” (Hägglund 40-41, 58-60). Esto no significa que su precursor
Levinas no haya provisto la noción de violencia en sus escritos porque en última
instancia éste concedió que la vulnerabilidad fundamental del ser humano es que está
destinado a morir y por lo tanto, a tener un final violento.
De forma sorprendente estos puntos filosóficos encuentran eco en el texto El
pintor de batallas, ya que Ivo crea esta situación de alteridad al estilo de Levinas y a la
vez es un doble agente deconstructor que mediante el diálogo cuestiona la vida de
Faulques y su propia vida. Ivo cuenta que durante diez años había seguido los pasos
de Faulques obsesivamente. Se dedicó a buscar toda referencia del fotógrafo en
revistas, periódicos y documentales de televisión y a estudiarlas de forma concienzuda.
Como consecuencia Ivo sentía que con cada foto conocía un poco más al fotógrafo. El
entendimiento de su “Otro” lo adquiere a través de un medio artístico, la fotografía.
Pero ése no fue el único resultado de su estudio fotográfico.
Ivo explica lo que le sucedió al ver su propia imagen en la foto premiada cuando dice:
“De tanto estudiar mi cara, o más bien la que tenía entonces, he llegado a verme como
desde fuera, ¿comprende? . . . Se diría que es otro el que mira. Aunque lo que ocurre,
supongo, es que realmente es otro el que ahora mira” (40). Su imagen desdoblada en
la foto es un “yo” pasado que ya no encuentra eco en el Ivo presente.
Irónicamente, sólo mediante el estudio de las fotos de Faulques, Ivo consigue
entenderse a si mismo y sus vivencias. Es el “Otro” el que le da significado. Las fotos
se convierten metonímicamente en la vida de ambos hombres y también en un
compendio de la crueldad del ser humano que comprende los países de Chipre,
5
El artículo de Martin Hägglund, “The Necessity of Discrimination: Disjoining Derrida and
Levinas” es esencial para comprender las diferencias del concepto de alteridad en el pensamiento de
Levinas y de Derrida (Diacritics 34.1, 2004, pp. 40-71).
Hipertexto 12 (2010) 164
Vietnam, Líbano, Camboya, Eritrea, El Salvador, Nicaragua, Angola, Mozambique, Iraq
y los Balcanes. Este proceso hermenéutico de Ivo lo lleva a leerse en la foto que
Faulques le tomó, y simultáneamente leer al fotógrafo a través de sus fotos; en otras
palabras, lo deconstruye. Ivo se convierte así en una mezcla de conciencia,
interlocutor, testigo y reportero de la vida del fotógrafo. Es él quien le recuerda a
Faulques la responsabilidad que debe asumir por las consecuencias de sus fotos/actos
cuando le pregunta: “¿Y qué hay de su responsabilidad?” (131).
Este proceso induce a que entre los dos personajes, aparentemente disímiles y
en posiciones radicalmente diferentes, paulatinamente haya una afinidad anímica,
emocional e intelectual que termina sorprendiendo a ambos. En el texto la diferencia
entre estos personajes, que al principio resulta tajante con la delineación de uno como
víctima y observador objetivo el otro, se difumina mientras hablan porque ponen en
juego tanto la noción de objetividad como de víctima. O sea, se problematizan los
términos y sus posturas de testigos frente a la vida y el arte.
En esa torre circular donde Faulques pinta un mural de 360º de batallas leídas o
vividas se refleja su vida y su filosofía. El mural es muestra del eterno ciclo de la
interminable historia de guerras a través de la historia y de cómo el ser humano es
incapaz de escaparse de sí mismo. Al observar el mural el croata reconoce escenas
que ha visto antes y se enfrenta al pintor para entender y hacerle entender cómo algo
aparentemente tan inocuo como una cámara no es tan sólo un aparato que documenta
hechos sino que puede llegar a ser un fusil, el germen de desgracias personales y
ajenas. Él explica: “Necesito que hablemos antes, conocerlo mejor, conseguir que
también usted conozca ciertas cosas. Quiero que sepa y comprenda. . . Después
podré matarlo, al fin” (43). Ivo necesita obtener conocimiento no tan sólo a través de
expresiones artísticas como son las fotos y el mural, sino que precisa de la palabra
antes de la ejecución. Tiene que averiguar hasta qué punto Faulques también fue
partícipe de los horrores de las guerras que fotografió. Esta necesidad tal vez se deba
a su propia admisión de que también había participado de los horrores de la guerra, no
tan sólo como víctima como había explicado en su primera entrevista, sino como
torturador. Sin embargo, el croata se justifica y se defiende. A pesar de su pasado
siempre trata de establecer una delimitación entre sus acciones y las acciones de sus
compatriotas. Él trata de alejarse de esos “otros” que llega a considerar sub-humanos
por las cosas espeluznantes que llevaron a cabo, pero no puede dejar de admitir que
también eran sus camaradas.
Ivo comienza a notar las grietas en la postura de Faulques, grietas que tienen su
paralelo con las grietas que atraviesan el mural. Le recuerda al fotógrafo que al menos
una vez lo vio en un documental cuando estaba arrodillado, luego de haber tomado una
foto a un hombre a punto de morir por un machetazo, implorando por la vida del
desconocido. A pesar de esto Ivo le pregunta: “¿Pensó, en el intervalo, que tal vez lo
mataron porque estaba usted allí?” (267), a lo cual Faulques no responde directamente
pero el narrador omnisciente confiesa que sí lo había pensado. El croata insiste:
“¿Cree que arrodillarse durante diez segundos lo redime?” (268), con lo cual Faulques
se defiende a su vez diciendo que en otras ocasiones su cámara sí evitó cosas. Pero a
esto Ivo sentencia: “¿Sabe lo que pienso ahora? . . . Que fotografiar a personas
Hipertexto 12 (2010) 165
también es violarlas. Golpearlas. . . . También se las obliga a afrontar cosas que no
entraban en sus planes. A verse a sí mismas, a que se conozcan como nunca se
habrían conocido de otro modo. Y a veces se las puede obligar a morir” (269). La
postura defensiva de Faulques es minada poco a poco con las aseveraciones del
croata.
De igual forma se comienzan a notar grietas en el discurso y las acciones
descritas por parte de Faulques. Al enterarse de que Ivo viene a matarlo, la voz
narrativa menciona acerca del pintor de batallas: “Para su íntima sorpresa, no se
sentía alarmado” (42). No obstante, detalladamente se pasa a describir cómo Faulques
recoge una espátula ancha y puntiaguda, y se dispone a calcular “líneas, ángulos y
volúmenes: espacios libres, distancia a la puerta, cualidades físicas” (42). Esta acción
y pensamientos obviamente delatan nerviosismo, si no alarma, contradiciendo lo que la
voz narrativa comentara justamente antes. Es como si estuviera buscando en su
entorno las herramientas para un posible ataque o una huida. Tan pronto Ivo se va de
la torre la primera vez, Faulques busca una escopeta que tenía guardada y se cerciora
que esté cargada; difícilmente una acción de una persona que no esté preocupada, si
no asustada. Y en su encuentro final Faulques va a encontrarse con Ivo con un
cuchillo a sus espaldas, acto incongruente de alguien a quien se refiere
constantemente como calmado.
Las incongruencias entre narración y acción se trasladan también al motivo de la
pintura. Luego de varios diálogos filosóficos entre ambos, Ivo analiza en voz alta que:
Nada de lo que pinta es remordimiento ni expiación. Mas bien una . . .Una fórmula.
¿No?. . . Un teorema ¿Una especie de conclusión científica? Se iluminó el rostro del croata.
Eso es, repuso. Acabo de comprender que no le dolió nunca. Ni tampoco ahora. Ver cuanto vio
no lo hizo mejor ni mássolidario. Lo que pasó fue que sus fotos ya no bastaban. Les ocurrió lo
que a ciertas palabras: de tanto usarlas pierden el sentido. Quizá por eso ahora pinta. (148-149)
Es esta aseveración la que se puede poner en duda al tenerse todos los detalles
del relato, y aunque nunca fue desmentida por el croata en el texto, al final cabe
cuestionarse la frialdad científica de Faulques ante los horrores que presenció.
Una última foto intriga a Ivo y es la pregunta continuamente pospuesta, o como
ya se mencionó que diría Derrida, diferida (“Différance” 123). La pregunta es: ¿por
qué fotografió a la mujer amada muerta? Derrida explica que en el juego de las
representaciones el punto de origen se mantiene alejado y la especulación de ese
origen se convierte en la diferencia de esos dos puntos, o sea, es el espacio diferido el
que se cuestiona. Derrida añade: “What can look at itself is not one; and the law of the
addition of the origin to its representation, of the thing to its image, is that one plus one
makes at least three” (“Of Grammatology” 99). A las preguntas sobre Olvido, Faulques
se mantiene en silencio hasta el momento del encuentro final y fatal entre Ivo y él, que
es cuando le confiesa que había visto la mina que había matado a Olvido antes de que
ella la pisara. En ese momento se unifica el texto completo al darle un significado aún
mayor al aislamiento de Faulques en esa torre pintando un mural circular de batallas
antiguas y modernas lleno de grietas.
6
Comentario con el cual concordaría el crítico alemán Frank Welz puesto que él propone que la
noción de alteridad en el mundo globalizado actual se está convirtiendo rápidamente en un término
obsoleto, y la subyugación implícita del término el “Otro” va contrario a la idea de celebrarlo y, por lo
tanto, debería ser repensada (1-2).
Obras citadas
Antón, Jacinto. “Un paseo por las guerras.” El País Semanal 26/1/2006. 1/4/2010.
<http://www.perezreverte.com/articulo/noticias-entrevistas/378/un-paseo-por-las-
guerras/>
Barba, Carles. “Ninguna foto es inocente.” La Vanguardia 1/3/2006. 1/4/2010.
<http://www.perezreverte.com/articulo/criticas/463/ninguna-foto-es-inocente/>
Basanta, Ngel. “El horror de nuestro mundo amasado con nuestro barro humano.” El
Cultural 3/09/2006. 1/4/2010.
<http://www.perezreverte.com/articulo/criticas/467/el-horror-de-nuestro-mundo-
amasado-con-nuestro-barro-humano/>
Caputo, John D. Deconstruction in a Nutshell: A Conversation with Jacques
Derrida. New York: Fordham University Press, 1997.
Castilla, Amelia. “Arturo Pérez-Reverte traza el horror de la guerra en un mural.” El
País 15/3/2006. 1/4/2010.
<http://www.perezreverte.com/articulo/noticias-entrevistas/375/arturo-perez-reverte-
traza-el-horror-de-la-guerra-en-un-mural/>
Charcán, José Luis. “Los desastres de la guerra.” La Razón 2/3/2006. 1/4/2010.
<http://www.perezreverte.com/articulo/criticas/464/los-desastres-de-la-guerra/>
Derrida, Jacques. “Différance.” Eds. Hazard Adams & Leroy Searle. Critical Theory
Since 1965. Tallahassee, Florida: Florida State University Press, 1990. 120-136.
---. “Of Grammatology.” Eds. Hazard Adams & Leroy Searle. Critical Theory Since
1965. Tallahassee, Florida: Florida State University Press, 1990. 94-119.
---. Speech and Phenomena and Other Essays on Husserl’s Theory of Signs. Trad.
David B. Allison. Evanston: Northwestern University Press, 1973.
---. “Structure, Sign and Play in the Discourse of the Human Sciences.” Eds. Hazard
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---. The Work of Mourning. Eds. Pascale-Anne Brault & Michael Naas. Chicago,
Illinois: The University of Chicago Press, 2001.
Ira Vangipurapu
The English and Foreign Languages University, Hyderabad
Publicado en: Actas del I Congreso Ibero-asiático de Hispanistas Siglo de Oro e Hispanismo general
(Delhi, 9-12 de noviembre, 2010), ed. Vibha Maurya y Mariela Insúa, Pamplona, Publica-
ciones digitales del GRISO/Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2011,
pp. 651-658. ISBN: 84-8081-216-8.
652 EL HÉROE BARROCO CONTEMPORÁNEO
2 Charcán, 2006.
3 Ángel-Lara, 2008.
4 Sánchez Ron, 2006.
IRA VANGIPURAPU 653
gráfico de las guerras e imágenes del conflicto que Pérez Reverte saca
de su propia experiencia en su carrera de fotógrafo de guerra y la
inutilidad de estas imágenes en acabar con los conflictos para siempre,
y ser consumidas como un fetiche. La novela es una expresión escrita
que expresa, en las palabras de Walter Benjamín, una «concepción de
la historia decadente y negativa en la cual no existe la redención y
todo tiende a la destrucción […] historia de dolor, de la culpa y de
pecado donde en un principio no existe ninguna salvación. Historia
de la transitoriedad, de la brevedad y de lo efímero: donde nada per-
manece y todo desaparece, ‘historia de los padecimientos del mundo,
9
el cual solo es significativo en las fases de su decadencia» .
No es algo sorprendente entonces, que encontremos, según mi
opinión, la única novela de las que he leído, que a lo largo de su
narrativa desde su comienzo hasta el fin, sostiene un contacto visual
fuerte con las imágenes a través de cuadros, fotos y anuncios. La no-
vela pone a la lectora en una extraña posición voyerística donde ella
está dominada por la luz temporal y espacial enorme articulada en el
mural que está pintando Andrés Faulques que,
9 Oliván Santaliestra, ‘La alegoría en El Origen del Drama Barroco Alemán de Wal-
ter Benjamín y en La Flores del Mal de Baudelaire.’ A Parte Rei.. Revista de Filosofía.
http://serbal.pntc.mec.es/~cmunoz11/olivan36.pdf. 5 Octubre, 2010.
10 Pérez Reverte, 2006, p. 12.
IRA VANGIPURAPU 655
11 Lucía Oliván Santaliestra. ‘La alegoría en El Origen del Drama Barroco Alemán
Hoy, todas las fotos donde aparecen personas mienten o son sospecho-
sas, tanto si llevan texto como si no lo llevan. Dejaron de ser un testi-
monio para formar parte de la escenografía que nos rodea. Cada cual
puede elegir cómodamente la parcela de horror con la que decorar su
vida conmoviéndose. ¿No crees? Qué lejos estamos, date cuenta, de
aquellos antiguos retratos pintados, cuando el rostro humano tenía alre-
dedor un silencio que reposaba la vista y despertaba la conciencia. Aho-
ra, nuestra simpatía de oficio hacia toda clase de víctimas nos libera de
responsabilidades. De remordimientos17.
Bibliografía
Ángel-Lara, M. A., «Sobre batallas y vacíos: Arturo Pérez Reverte», Letralia,
191, 2008, disponible en http://www.letralia.com/191/articulo05.htm.
Charcán, J. L., «Los Desastres de la Guerra», La Razón, 2 de marzo de 2006.
«El pintor de batallas de Pérez Reverte», en Blog El Murciélago,
http://blogs.sawebsos.com/index.php/murcielago/2006/06/27/el_pint
or_de_batallas_perez_reverte.
Ndalianis, A., Introduction to Neo-Baroque Aesthetics and Contemporary Enter-
tainment, Cambridge, MIT Press, 2004, disponible en
http//web.mit.edu/transition/subs/neo_intro.html.
Oliván Santaliestra, L., «La alegoría en El Origen del Drama Barroco Alemán
de Walter Benjamín y en La Flores del Mal de Baudelaire», A parte Rei.
Revista de Filosofía, 36, 2004, disponible en
http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/olivan36.pdf.
Pérez Reverte, A., El pintor de las batallas, Buenos Aires, Alfaguara, 2006.
Arturo Pérez-Reverte
EL PINTOR DE BATALLAS
Alfagura, Madrid 302 pp. 19,50 euros
Espero que esta sucinta descripción aclare por qué no he podido leer de un tirón El
pintor de batallas.Y es que una y otra vez su autor me obligaba a detener la lectura en
algún punto, bien para volver sobre alguna escena (especialmente aquellas en que se
describe algún segmento del mural en marcha para así, al ir releyendo, poder
representarse mejor la escena y sus detalles y matices), bien para sentir y meditar. Sin
duda, los contenidos de la novela marcaron ese ritmo lento de mi lectura, favorecido o
propiciado también por la propia estructura narrativa de El pintor de batallas,
construida al modo de un collage, a cuya superficie afloran los recuerdos del pasado de
Andrés Faulques cuando era fotógrafo de guerra y vivía su historia de amor con Olvido
Ferrara (deslumbrante personaje, esta mujer), y el momento presente, desdoblado en
las horas solitarias del creador y aquellos otros ratos en que Faulques recibe las visitas
de Ivo Markovic y debe responder ante él de las trágicas consecuencias que una de sus
más aclamadas (y premiadas y remuneradas) fotos tuvo para este excombatiente croata
y su familia durante la guerra de los Balcanes.
Encerrado en la torre vigía de un pequeño pueblo costero, Andrés Faulques –el hombre
que, «como un francotirador paciente», había pasado muchas horas de su vida al
acecho tratando de hallar «el punto desde el que podía advertirse, o al menos intuirse,
la maraña de líneas rectas y curvas, la trama ajedrezada sobre la que se articulaban los
resortes de la vida y la muerte, el caos y sus formas, la guerra como estructura, como
esqueleto descarnado, evidente, de la gigantesca paradoja cósmica»– pinta allí ese
enorme mural-síntesis, buscando dar con la perspectiva que nunca pudo captar con la
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lente de su cámara –buscando una gestalt, como le precisa Olvido–, desde la cual poder
explicar «el secreto de aquella urdimbre complicadísima que restituía la vida a lo que
realmente era: una azarosa excursión hacia la muerte y la nada». Lo hace tras haber
estudiado veintiséis siglos de iconografía bélica, tras haber disparado miles de
fotografías, y llevando en la resaca de la memoria propia todas las variantes
imaginables de aquella geometría del caos.Y sí quiero subrayar que Pérez-Reverte
utiliza en su punto justo todo ese material tan delicado y tan fácilmente maleable, sin
caer en efectismos o en las habituales decantaciones melodramáticas.
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