Interpretacion de La Biblia en La Iglesia
Interpretacion de La Biblia en La Iglesia
Interpretacion de La Biblia en La Iglesia
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
A. PROBLEMÁTICA ACTUAL
A. MÉTODO HISTÓRICO-CRÍTICO
B. NUEVOS MÉTODOS DE ANÁLISIS LITERARIO
C. ACERCAMIENTOS BASADOS SOBRE LA TRADICIÓN
D. ACERCAMIENTO POR LAS CIENCIAS HUMANAS
E. ACERCAMIENTO CONTEXTUAL
F. LECTURA FUNDAMENTALISTA
II. CUESTIONES DE HERMENÉUTICA
A. HERMENÉUTICAS FILOSÓFICAS
B. SENTIDOS DE LA ESCRITURA INSPIRADA
III. DIMENSIONES CARACTERÍSTICAS DE LA INTERPRETACIÓN
CATÓLICA
A. LA INTERPRETACIÓN EN LA TRADICIÓN BÍBLICA
B. LA INTERPRETACIÓN EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA
C. LA TAREA DEL EXEGETA
D. RELACIONES CON LAS OTRAS DISCIPLINAS TEOLÓGICAS
IV. INTERPRETACIÓN DE LA BIBLIA EN LA VIDA DE LA IGLESIA
A. ACTUALIZACIÓN
B. INCULTURACIÓN
C. USO DE LA BIBLIA
CONCLUSIÓN
INTRODUCCIÓN
A. PROBLEMÁTICA ACTUAL
A. MÉTODO HISTÓRICO-CRÍTICO
El método histórico-crítico es el método indispensable para el estudio
científico del sentido de los textos antiguos. Puesto que la Sagrada
Escritura, en cuanto "palabra de Dios en lenguaje humano", ha sido
compuesta por autores humanos en todas sus partes y todas sus
fuentes, su justa comprensión no solamente admite como legítima, sino
que requiere la utilización de este método.
1. Historia del método
Para apreciar correctamente este método en su estadio actual,
conviene echar una mirada sobre su historia. Algunos elementos de este
método de interpretación son muy antiguos. Han sido utilizados en la
antigüedad por los comentaristas griegos de la literatura clásica, y más
tarde, en el período patrístico, por autores como Orígenes, Jerónimo y
Agustín. El método estaba entonces menos elaborado. Sus formas
modernas son el resultado de perfeccionamientos, aportados sobre todo
a partir de los humanistas del Renacimiento y su recursus ad fontes.
Mientras la crítica textual del Nuevo Testamento no pudo desarrollarse
como disciplina científica sino a partir de 1800, después de producirse el
distanciamiento del Textus receptus, los comienzos de la crítica literaria
se remontan al siglo XVII, con la obra de Richard Simon, que llamó la
atención sobre los duplicados, las divergencias en el contenido y las
diferencias de estilo observables en el Pentateuco; constataciones
difícilmente conciliables con la atribución de todo el texto a un autor
único, Moisés. En el siglo XVIII, Jean Astruc se contentaba aún con la
explicación de que Moisés se había servido de diferentes fuentes (sobre
todo de dos fuentes principales) para componer el libro del Génesis.
Después, la crítica rechazó cada vez más decididamente la atribución a
Moisés de la composición del Pentateuco. La crítica literaria se identificó
largo tiempo con el esfuerzo por discernir en los textos fuentes
diferentes. Se desarrolló así, en el siglo XIX, la hipótesis de los
"documentos", que procura explicar la redacción del Pentateuco. Cuatro
documentos, en parte paralelos entre ellos, pero que provienen de
épocas diferentes, se habrían fusionado: el yavista (Y), el elohista (E), el
deuteronomista (D) y el sacerdotal (P: del alemán "Priester",
"sacerdotes"). De este último se habría servido el redactor final para
estructurar el conjunto. De modo análogo, para explicar las
convergencias y las divergencias constatadas entre los tres evangelios
sinópticos, se recurrió a la hipótesis de las "dos fuentes", según la cual
los evangelios de Mateo y Lucas habrían sido compuestos a partir de dos
fuentes principales: el evangelio de Marcos, y una colección de palabras
de Jesús (llamada Q, del alemán "Quelle", "fuente"). En lo esencial, estas
dos hipótesis tienen aún vigencia en la exégesis científica, aunque sean
objeto de contestación.
En el deseo de establecer la cronología de los textos bíblicos, este
género de crítica literaria se limitaba a un trabajo de distinción y
estratificación para distinguir las diferentes fuentes, y no otorgaba
suficiente atención a la estructura final del texto bíblico y al mensaje que
expresa en su estadio actual (se mostraba así poca estima por las obras
de los redactores). Por esto, la exégesis histórico-cítica podía aparecer
como disolvente y destructiva, tanto más, que algunos exegetas, bajo la
influencia de la historia comparada de las religiones, tal como se
practicaba entonces, o partiendo de concepciones filosóficas, emitían
juicios negativos sobre la Biblia.
Hermann Gunkel liberó el método del ghetto de la crítica literaria
comprendida de este modo. Aunque continuaba considerando los libros
del Pentateuco como compilaciones, dedicó su atención a la textura
particular de las diferentes unidades. Procuró definir el género de cada
una (por ejemplo, "leyenda" o "himno") y su ambiente de origen o "Sitz
im Leben" (por ejemplo, situación jurídica, litúrgica, etc.). Con esta
investigación de los géneros literarios está emparentado el "estudio
crítico de las formas" ('Formgeschichte"), inaugurado en la exégesis de
los sinópticos por Martín Dibelius y Rudolph Bultmann. Este último
integró en los estudios de la "Formgeschichte" una hermenéutica bíblica
inspirada por la filosofía existencialista de Martín Heidegger. El resultado
fue que la Formgeschichte suscitó frecuentemente serias reservas. Pero
este método, en sí mismo, ha dado como resultado manifestar más
claramente que la tradición neotestamentaria tiene su origen y ha
tomado su forma en la primera comunidad cristiana, pasando de la
predicación de Jesús mismo a la predicación que proclama que Jesús es
el Cristo. A la "Formgeschichte" se ha añadido la "Redaktionsgeschichte",
"estudio crítico de la redacción". Este procura poner en claro la
contribución personal de cada evangelista, y las orientaciones teológicas
que han guiado su trabajo de redacción. Con la utilización de este último
método, la serie de diferentes etapas del método histórico-crítico ha
quedado más completa: de la crítica textual se pasa a una crítica literaria
que descompone (búsqueda de las fuentes), luego a un estudio crítico de
las formas; por último a un análisis de la redacción, atenta al texto en su
composición. Es así posible una comprensión más precisa de la intención
de los autores y redactores de la Biblia, así como del mensaje que han
dirigido a los primeros destinatarios. El método histórico-crítico ha
adquirido de este modo una importancia de primer orden.
2. Principios
Los principios fundamentales del método histórico-crítico en su forma
clásica son los siguientes:
Es un método histórico, no solamente porque se aplica a textos
antiguos (en este caso los de la Biblia) y porque se estudia su alcance
histórico, sino también y sobre todo, porque procura dilucidar los
procesos históricos de producción del texto bíblico, procesos diacrónicos
a veces complicados y de larga duración. En las diferentes etapas de su
producción, los textos de la Biblia se dirigen a diferentes categorías de
oyentes o de lectores, que se encontraban en situaciones espacio-
temporales diferentes.
Es un método crítico, porque opera con la ayuda de criterios científicos
tan objetivos como sea posible en cada uno de sus pasos (de la crítica
textual al estudio crítico de la redacción), para hacer accesible al lector
moderno el sentido de los textos bíblicos, con frecuencia difícil de captar.
Es un método analítico que estudia el texto bíblico del mismo modo
que todo otro texto de la antigüedad, y lo comenta como lenguaje
humano. Sin embargo, permite al exegeta, sobre todo en el estudio
crítico de la redacción de los textos, captar mejor el contenido de la
revelación divina.
3. Descripción
En el estadio actual de su desarrollo, el método histórico-crítico recorre
las etapas siguientes:
La crítica textual, practicada desde hace mucho tiempo, abre la serie
de operaciones científicas. Apoyándose sobre el testimonio de los
manuscritos más antiguos y mejores, así como sobre el de los papiros,
de las traducciones antiguas y de la patrística, procura, según reglas
determinadas, establecer un texto bíblico tan próximo al texto original
como sea posible.
El texto es sometido entonces a un análisis lingüístico (morfología y
sintaxis) y semántico, que utiliza los conocimientos obtenidos gracias a
los estudios de filología histórica. La crítica literaria se esfuerza luego por
discernir el comienzo y el final de las unidades textuales, grandes y
pequeñas, y de verificar la coherencia interna de los textos. La existencia
de duplicados, de divergencias irreconciliables y de otros indicios
manifiesta el carácter compuesto de algunos textos, que se dividen
entonces en pequeñas unidades, de las cuales se estudia su posible
pertenencia a fuentes diferentes. La crítica de los géneros procura
determinar los géneros literarios, su ambiente de origen, sus rasgos
específicos y su evolución. La crítica de las tradiciones sitúa los textos en
las corrientes de tradición, de las cuales procura precisar la evolución en
el curso de la historia. Finalmente, la crítica de la redacción estudia las
modificaciones que los textos han sufrido antes de quedar fijados en su
estadio final y analiza ese estadio final, esforzándose por discernir las
orientaciones que le son propias. Mientras las etapas precedentes han
procurado explicar el texto por su génesis, en una perspectiva diacrónica,
esta última etapa se concluye con un estudio sincrónico: se explica allí el
texto en sí mismo, gracias a las relaciones mutuas de sus diversos
elementos, considerándolos bajo su aspecto de mensaje comunicado por
el autor a sus contemporáneos. La función pragmática del texto puede
ser tomada entonces en consideración.
Cuando los textos pertenecen a un género literario histórico o están en
relación con acontecimientos de la historia, la crítica histórica completa la
crítica literaria, para precisar el alcance histórico, en el sentido moderno
de la expresión, de los textos estudiados.
De este modo quedan en claro las diferentes etapas del concreto
desarrollo de la revelación bíblica.
4. Evaluación
¿Qué valor se debe acordar al método histórico-crítico, en particular en
el actual estadio de su evolución?
Es un método que, utilizado de modo objetivo, no implica de por sí
ningún a priori. Si su uso se acompaña de tales a priori no es debido al
método mismo, sino a opciones hermenéuticas que orientan la
interpretación y pueden ser tendenciosas.
Orientado en sus orígenes en el sentido de la crítica de las fuentes y de
la historia de las religiones, el método ha abierto un nuevo acceso a la
Biblia, mostrando que es una colección de escritos, y que con frecuencia,
en particular los del Antiguo Testamento, no son la creación de un autor
único, sino que han tenido una larga prehistoria, indisolublemente ligada
a la historia de Israel o a la historia de la Iglesia primitiva.
Precedentemente, la interpretación judía o cristiana de la Biblia no tenía
una clara conciencia de las condiciones históricas concretas y diversas en
las cuales la palabra de Dios estaba enraizada, sino un conocimiento
global y lejano. La confrontación de la exégesis tradicional con un
acercamiento científico, que, en sus comienzos, conscientemente hacía
abstracción de la fe y a veces se oponía a ella, fue ciertamente dolorosa.
Pero se reveló seguidamente, provechosa. Una vez que el método se
liberó de prejuicios extrínsecos, condujo a una comprensión más exacta
de la verdad de la Sagrada Escritura (cfr. Dei Verbum, 12). Según Divino
afflante Spiritu, la búsqueda del sentido literal de la Escritura s una tarea
esencial de la exégesis, y para llevarla a término es necesario determinar
el género histórico de los textos (cfr. Enchiridion Biblicum 560). Esto se
realiza con la ayuda del método histórico-crítico.
Ciertamente, el uso clásico del método histórico-crítico manifiesta
límites, porque se restringe a la búsqueda del sentido del texto bíblico en
las circunstancias históricas de su producción, y no se interesa por las
otras posibilidades de sentido que se manifiestan en el curso de las
épocas posteriores de la revelación bíblica y de la historia de la Iglesia.
Sin embargo, este método ha contribuido a la producción de obras de
exégesis y de teología bíblica de gran valor.
Desde hace mucho tiempo se ha renunciado a amalgamar el método
con un sistema filosófico. Recientemente, una tendencia exegética ha
inclinado el método en el sentido de una insistencia predominante sobre
la forma del texto, con menor atención a su contenido. Pero esta
tendencia ha sido corregida, gracias a la contribución de una semántica
diferenciada (semántica de las palabras, de las frases, del texto) y al
estudio del aspecto pragmático de los textos.
Se debe reconocer que la inclusión en el método de un análisis
sincrónico de los textos es legítima, porque es el texto en su estadio
final, y no una redacción anterior, el que es expresión de la palabra de
Dios. Pero el estudio diacrónico continúa siendo indispensable para
captar el dinamismo histórico que anima la Sagrada Escritura, y para
manifestar su rica complejidad: por ejemplo, el código de la Alianza (Ex.
21,23) refleja un estadio político, social y religioso de la sociedad
israelita diferente del que reflejan las otras legislaciones conservadas en
el Deuteronomio (Deut. 12,26) y en el Levítico (código de santidad. Lev.
17,26). A la tendencia historicizante que se podría reprochar a la antigua
exégesis histórico-crítica, no debería suceder el exceso inverso, el olvido
de la historia, por parte de una exégesis exclusivamente sincrónica.
En definitiva, la finalidad del método histórico-crítico es dejar en claro,
de modo sobre todo diacrónico, el sentido expresado por los autores y
redactores. Con la ayuda de otros métodos y acercamientos, él ofrece al
lector moderno el acceso a la significación de la Biblia, tal como la
tenemos.
E. ACERCAMIENTO CONTEXTUAL
A. HERMENÉUTICAS FILOSÓFICAS
El desarrollo de la exégesis se debe repensar teniendo en cuenta la
hermenéutica filosófica contemporánea, que ha puesto en evidencia la
implicación de la subjetividad en el conocimiento, en particular en el
conocimiento histórico. La reflexión hermenéutica ha tomado un nuevo
impulso con la publicación de los trabajos de Friedrich Schleiermacher,
Wilhelm Dilthey y, sobre todo, Martín Heidegger. En las huellas de estos
filósofos, pero también apartándose de ellos, otros autores han
profundizado la teoría hermenéutica contemporánea y sus aplicaciones a
la Escritura. Entre ellos, mencionaremos especialmente Rudolf Bultmann,
Hans Georg Gadamer y Paul Ricoeur. Es imposible resumir aquí su
pensamiento. Bastará indicar algunas ideas centrales de su filosofía, que
tienen una incidencia sobre la interpretación de textos bíblicos3.
1. Perspectivas modernas
Constatando la distancia cultural entre el mundo del primer siglo y el
del siglo XX, y preocupado por lograr que la realidad de la cual trata la
Escritura hable al hombre contemporáneo, Bultmann ha insistido sobre la
precomprensión necesaria a toda comprensión, y ha elaborado la teoría
de la interpretación existencial de los escritos del Nuevo Testamento.
Apoyándose sobre el pensamiento de Heidegger, afirma que la exégesis
de un texto bíblico no es posible sin presupuestos que dirigen la
comprensión. La precomprensión ("Vorverständnis") se funda sobre una
relación vital ("Lebensverhältnis") del intérprete a la cosa de la cual
habla el texto. Para evitar el subjetivismo, es necesario profundizar y
enriquecer la precomprensión, más aún, modificarla y corregirla por
medio de aquello que dice el texto.
Interrogándose sobre las cuestiones, a partir de las cuales los textos
de la Escritura podrían ser comprendidos por el hombre de hoy,
Bultmann pretende encontrar la respuesta en las formulaciones de la
analítica existencial de Heidegger. Los existenciales heideggerianos
tendrían un cierto alcance universal y ofrecerían las estructuras y los
conceptos más apropiados para la comprensión de la existencia humana
revelada en el mensaje del Nuevo Testamento.
Gadamer subraya igualmente la distancia histórica entre el texto y su
intérprete, y retoma y desarrolla la teoría del círculo hermenéutico. Las
anticipaciones y las preconcepciones que marcan nuestra comprensión
provienen de la tradición que nos sostiene. Esta consiste en un conjunto
de datos históricos y culturales que constituyen nuestro contexto vital,
nuestro horizonte de comprensión. El intérprete debe entrar en diálogo
con la realidad de la cual se trata en el texto. La comprensión se opera
en la fusión de los diferentes horizontes, del texto y de su lector
("Horizon-tverschmelzung"), y no es posible si no hay una pertenencia
("Zugehörigkeit"), es decir, una afinidad fundamental entre el intérprete
y su objeto. La hermenéutica es un proceso dialéctico: la comprensión de
un texto es siempre una comprensión más amplia de sí mismo.
Del pensamiento hermenéutico de Ricoeur se debe retener
primeramente el poner de relieve la función de la distancia como
preámbulo necesario para una justa apropiación del texto. Una primera
distancia existe entre el texto y su autor, porque, una vez producido, el
texto adquiere una cierta autonomía en relación a su autor, comienza
una carrera de sentido. Otra distancia existe entre el texto y sus lectores
sucesivos. Estos deben respetar el mundo del texto en su alteridad. Los
métodos de análisis literario e histórico son, pues, necesarios para la
interpretación. Sin embargo, el sentido de un texto no se da plenamente
si no es actualizado en la vivencia de lectores que se lo apropian. A partir
de su situación, éstos son llamados a descubrir significaciones nuevas,
en la línea del sentido fundamental indicado por el texto. El conocimiento
bíblico no debe detenerse en el lenguaje, sino alcanzar la realidad de la
cual habla el texto. El lenguaje religioso de la Biblia es un lenguaje
simbólico que "da que pensar", un lenguaje del cual no se termina de
descubrir las riquezas de sentido, un lenguaje que procura alcanzar una
realidad trascendente y que, al mismo tiempo, despierta a la persona
humana a la dimensión profunda de su ser.
2. Utilidad para la exégesis
¿Qué se puede decir sobre estas teorías contemporáneas de la
interpretación de textos? La Biblia es palabra de Dios para todas las
épocas que se suceden. En consecuencia, no se podría prescindir de una
teoría hermenéutica que permita incorporar los métodos de crítica
literaria e histórica en un modelo de interpretación más amplio. Se trata
de franquear la distancia entre el tiempo de los autores y de los primeros
destinatarios de los textos bíblicos, y nuestra época contemporánea,
para poder actualizar correctamente el mensaje de los textos y nutrir la
vida de fe de los cristianos. Toda exégesis de los textos debe ser
completada por una "hermenéutica" en el sentido reciente del término.
La necesidad de una hermenéutica, es decir, de una interpretación en
el hoy de nuestro mundo, encuentra un fundamento en la Biblia misma y
en la historia de su interpretación. El conjunto de los escritos del Antiguo
y del Nuevo Testamento se presenta como el producto de un largo
proceso de reinterpretación de los acontecimientos fundadores en
relación con la vida de las comunidades de creyentes. En la tradición
eclesial, los primeros intérpretes de la Escritura, los Padres de la Iglesia,
consideraban que su exégesis de los textos no estaba completa, sino
cuando sacaban de ella el sentido para los cristianos de su tiempo en su
situación propia. No se es fiel a la intención de los textos bíblicos, sino
cuando se procura encontrar, en el corazón de su formulación, la realidad
de fe que expresan, y se enlaza esta a la experiencia creyente de nuestro
mundo.
La hermenéutica contemporánea es una sana reacción al positivismo
histórico y a la tentación de aplicar al estudio de la Biblia los criterios de
objetividad utilizados en las ciencias naturales. Por una parte, los
acontecimientos relatados en la Biblia son acontecimientos interpretados.
Por otra parte, toda exégesis de los relatos de esos acontecimientos
implica necesariamente la subjetividad del exegeta. El justo conocimiento
del texto bíblico no es accesible sino a quien tiene una afinidad vivida con
aquello de lo cual habla el texto. La cuestión que se presenta a todo
intérprete es, pues, la siguiente: ¿Qué teoría hermenéutica hace posible
la justa percepción de la realidad profunda de la cual habla la Escritura y
permite expresar su significado para el hombre de hoy?
Es necesario reconocer, en efecto, que ciertas teorías hermenéuticas
son inadecuadas para interpretar la Escritura. La interpretación
existencial de Bultmann, por ejemplo, conduce a encerrar el mensaje
cristiano en una filosofía particular. Además, los presupuestos de esta
hermenéutica conducen a vaciar, en buena parte, el mensaje religioso de
la Biblia de su realidad objetiva (consecuencia de una
"desmitologización" excesiva), y tienden a subordinarlo a un mensaje
antropológico. La filosofía se vuelve norma, más bien que instrumento,
de comprensión de aquello que es el objeto central de toda
interpretación: la persona de Jesucristo y los acontecimientos de
salvación que se han verificado en nuestra historia. Una auténtica
interpretación de la Escritura es, pues, primeramente, aceptación de un
sentido presente en los acontecimientos, y de modo supremo, en la
persona de Jesucristo.
Este sentido se expresa en los textos. Para evitar el subjetivismo, una
buena actualización debe estar fundada sobre el estudio del texto, y los
presupuestos de lectura deben ser constantemente sometidos a la
verificación por el texto.
La hermenéutica bíblica, si por una parte pertenece al ámbito de la
hermenéutica general de todo texto literario e histórico, por otra es un
caso único de esta hermenéutica. Sus características específicas le
vienen de su objeto. Los acontecimientos de salvación y su cumplimiento
en la persona de Jesucristo dan sentido a toda la historia humana. Las
interpretaciones históricas nuevas no podrán sino descubrir y desarrollar
estas riquezas de sentido. El relato bíblico de estos acontecimientos no
puede ser plenamente comprendido solamente por la razón. Ciertos
presupuestos particulares, como la fe vivida en la comunidad eclesial y la
luz del Espíritu dirigen su interpretación. Con el crecimiento de la vida en
el Espíritu, aumenta en el lector la comprensión de las realidades de las
cuales habla el texto bíblico.
A. ACTUALIZACIÓN
C. USO DE LA BIBLIA
1. En la liturgia
Desde los comienzos de la Iglesia, la lectura de las Escrituras ha
formado parte de la liturgia cristiana, parcialmente heredera de la liturgia
sinagogal. Hoy, todavía, es sobre todo en la liturgia donde los cristianos
entran en contacto con las Escrituras, en particular en ocasión de la
celebración eucarística dominical.
En principio, la liturgia, y especialmente la liturgia sacramental, de la
cual la celebración eucarística es su cumbre, realiza la actualización más
perfecta de los textos bíblicos, ya que ella sitúa su proclamación en
medio de la comunidad de los creyentes reunidos al- rededor de Cristo
para aproximarse a Dios. Cristo está entonces "presente en su Palabra,
porque es él mismo quien habla cuando las Sagradas Escrituras son
leídas a la Iglesia" (Sacrosanctum Concilium, 7). El texto escrito se
vuelve así, una vez más, palabra viva.
La reforma litúrgica decidida por el Concilio Vaticano II se ha esforzado
en presentar a los católicos un más rico alimento bíblico. Los tres ciclos
de lecturas de las misas dominicales otorgan un lugar privilegiado a los
evangelios, para poner a la luz el misterio de Cristo como principio de
nuestra salvación. Al poner en relación, regularmente, un texto del
Antiguo Testamento con el texto del evangelio, este ciclo sugiere
frecuentemente el camino tipológico para la interpretación de la
Escritura. Como se sabe, ésta no es la única lectura posible.
La homilía, que actualiza explícitamente la palabra de Dios, forma
parte de la liturgia. Volveremos a hablar de ella a propósito del ministerio
pastoral.
El leccionario surgido de las directivas del Concilio (Sacrosanctum
Concilium, 35), debía permitir una lectura de la Sagrada Escritura "más
abundante, más variada y más adaptada". En su estado actual, no
responde sino en parte a esta orientación. Sin embargo, su existencia ha
tenido felices efectos ecuménicos. En algunos países, ha permitido,
además, medir la falta de familiaridad de los católicos con la Escritura.
La liturgia de la palabra es un elemento decisivo en la celebración de
cada sacramento de la Iglesia. No consiste en una simple sucesión de
lecturas, sino que debe incluir igualmente tiempos de silencio y de
oración. Esta liturgia, en particular la Liturgia de las Horas, acude como
fuente al libro de los Salmos para hacer orar a la comunidad cristiana.
Himnos y oraciones están impregnados del lenguaje bíblico y de su
simbolismo. Esto sugiere la necesidad de que la participación en la
liturgia esté preparada y acompañada por una práctica de lectura de la
Escritura.
Si en las lecturas "Dios dirige su palabra a su pueblo" (Misal Romano,
33), la liturgia de la Palabra exige un gran cuidado, tanto para la
proclamación de las lecturas como para su interpretación. Es, pues,
deseable que la formación de futuros presidentes de asambleas y de
aquellos que los acompañan, tenga en cuenta las exigencias de una
liturgia de la palabra de Dios fuertemente renovada. Así, gracias a los
esfuerzos de todos, la Iglesia continuará la misión que le ha sido
confiada, "de tomar el pan de vida de la mesa de la palabra de Dios,
como de la del cuerpo de Cristo, para ofrecerlo a los fieles (Dei Verbum,
21).
2. La Lectio divina
La Lectio divina es una lectura, individual o comunitaria, de un pasaje
más o menos largo de la Escritura, acogida como palabra de Dios, y que
se desarrolla bajo la moción del Espíritu en meditación, oración y
contemplación.
La preocupación de una lectura regular, más aún, cotidiana, de la
Escritura, corresponde a una antigua práctica en la Iglesia. Como
práctica colectiva, está testimoniada en el siglo III, en la época de
Orígenes. Este hacía la homilía a partir de un texto de la Escritura leído
cursivamente durante la semana. Había entonces asambleas cotidianas
consagradas a la lectura y a la explicación de la Escritura. Esta práctica,
que fue posteriormente abandonada, no tenía siempre un gran éxito
entre los cristianos (Orígenes, Hom. Gen. X, 1).
La Lectio divina como práctica sobre todo individual está testimoniada
en el ambiente monástico muy temprano. En el período contemporáneo,
una Instrucción de la Comisión Bíblica, aprobada por el papa Pío XII, la
ha recomendado a todos los clérigos, tanto seculares como regulares (De
Scriptura Sacra, 1950; Enchiridion Biblicum, 592). La insistencia sobre la
Lectio divina bajo este doble aspecto, individual y comunitario, ha vuelto
a ser actual. La finalidad pretendida es suscitar y alimentar un "amor
efectivo y constante" a la Sagrada Escritura, fuente de vida interior y de
fecundidad apostólica (Enchiridion Biblicum, 591 y 567), favorecer
también una mejor comprensión de la liturgia y asegurar a la Biblia un
lugar más importante en los estudios teológicos y en la oración.
La constitución conciliar Dei Verbum, 25 insiste igualmente sobre una
lectura asidua de las Escrituras, para los sacerdotes y los religiosos.
Además (y es una novedad) invita también "a todos los fieles de Cristo"
a adquirir "por una lectura frecuente de las escrituras divinas la
'eminente ciencia de Jesucristo' (Flp. 3, 8)". Diversos medios son
propuestos. Junto a una lectura individual, se sugiere una lectura en
grupo. El texto conciliar subraya que la oración debe acompañar a la
lectura de la Escritura, ya que ella es la respuesta a la palabra de Dios
encontrada en la Escritura bajo la inspiración del Espíritu. En el pueblo
cristiano han surgido numerosas iniciativas para una lectura comunitaria.
No se puede sino animar este deseo de un mejor conocimiento de Dios y
de su designio de salvación en Jesucristo, a través de las Escrituras.
3. En el ministerio pastoral
Recomendado por Dei Verbum, 24, el recurso frecuente a la Biblia en el
ministerio pastoral toma diversas formas, siguiendo el género de
hermenéutica del cual se sirven los pastores y que pueden comprender
los fieles. Se pueden distinguir tres situaciones principales: la catequesis,
la predicación, y el apostolado bíblico. Numerosos factores intervienen,
en relación con el nivel general de vida cristiana.
La explicación de la palabra de Dios en la catequesis (Sacrosanctum
Concilium, 35; Direct. catec. gen., 1971, 16), tiene como primera fuente
la Sagrada Escritura, que explicada en el contexto de la Tradición,
proporciona el punto de partida, el fundamento y la norma de la
enseñanza catequística. La catequesis debería introducir a una justa
comprensión de la Biblia y a su lectura fructuosa, que permite descubrir
la verdad divina que contiene, y que suscita una respuesta, la más
generosa posible, al mensaje que Dios dirige por su palabra a la
humanidad.
La catequesis debe partir del contexto histórico de la revelación divina,
para presentar personajes y acontecimientos del Antiguo y del Nuevo
Testamento a la luz del designio de Dios.
Para pasar del texto bíblico a su significación salvífica para el tiempo
presente, se utilizan hermenéuticas variadas, que inspiran diversos
géneros de comentarios. La fecundidad de la catequesis depende del
valor de la hermenéutica empleada. Existe el peligro de contentarse con
un comentario superficial, que se queda en una consideración cronológica
de la sucesión de acontecimientos y de personajes de la Biblia.
La catequesis no puede, evidentemente, explotar sino una pequeña
parte de los textos bíblicos. En general, utiliza sobre todo los relatos,
tanto del Nuevo como del Antiguo Testamento e insiste sobre el
Decálogo. Pero debería emplear igualmente los oráculos de los profetas,
la enseñanza sapiencial, y los grandes discursos evangélicos, como el
Sermón de la montaña.
La presentación de los evangelios se debe hacer de modo que
provoque un encuentro con Cristo, que da la clave de toda la revelación
bíblica y trasmite la llamada de Dios, a la cual cada uno debe responder.
La palabra de los profetas y la de los "servidores de la Palabra" (Lc. 1, 2)
deben aparecer como dirigidas ahora a los cristianos.
Observaciones análogas se aplican al ministerio de la predicación, que
debe sacar de los textos antiguos un alimento espiritual adaptado a las
necesidades actuales de la comunidad cristiana.
Actualmente, este ministerio se ejerce sobre todo por la homilía, que
sigue a la proclamación de la palabra de Dios en la celebración
eucarística.
La explicación de los textos bíblicos durante la homilía no puede entrar
en muchos detalles. Conviene, pues, poner a la luz los aportes
principales de esos textos que sean más esclarecedores para la fe y más
estimulantes para el progreso de la vida cristiana, comunitaria o
personal. Presentados esos aportes, es necesario hacer obra de
actualización e inculturación, según cuanto ha sido dicho antes. Para esta
finalidad, son necesarios principios hermenéuticos válidos. Una falta de
preparación en este campo tiene como consecuencias la tentación de
renunciar a profundizar las lecturas bíblicas, contentándose con moralizar
o hablar de cuestiones actuales, sin iluminarlas con la palabra de Dios.
En diversos países, se han hecho publicaciones con la colaboración de
exegetas, para ayudar a los responsables pastorales a interpretar
correctamente las lecturas bíblicas de la liturgia y a actualizarlas de
manera válida. Es deseable que esfuerzos semejantes se generalicen.
Seguramente se debería evitar una insistencia unilateral sobre las
obligaciones que se imponen a los creyentes. El mensaje bíblico debe
conservar su carácter principal de buena noticia de salvación ofrecida por
Dios. La predicación será más útil y conforme a la Biblia si ayuda a los
fieles, primero a "conocer el don de Dios" (Jn. 4, 10), tal como ha sido
revelado en la Escritura, y luego a comprender de modo positivo las
exigencias que de allí derivan.
El apostolado bíblico tiene como objetivo hacer conocer la Biblia como
palabra de Dios y fuente de vida. En primer lugar favorece la traducción
de la Biblia en las diversas lenguas y la difusión de esas traducciones.
Suscita y sostiene numerosas iniciativas: formación de grupos bíblicos,
conferencias sobre la Biblia, semanas bíblicas, publicación de revistas y
libros, etc.
Una importante contribución es la de asociaciones y movimientos
eclesiales que ponen en primer plano la lectura de la Biblia en una
perspectiva de fe y de compromiso cristiano. Numerosas "comunidades
de base" centran sobre la Biblia sus reuniones y se proponen un triple
objetivo: conocer la Biblia, construir la comunidad y servir al pueblo.
También aquí la ayuda de los exegetas es útil, para evitar actualizaciones
mal fundadas. Pero hay que alegrarse de ver que gente humilde y pobre,
toma la Biblia en sus manos y puede aportar a su interpretación y
actualización una luz más penetrante, desde el punto de vista espiritual y
existencial, que la que viene de una ciencia segura de sí misma (cfr. Mt.
11, 25).
La importancia siempre creciente de los medios de comunicación de
masa, diarios, radio, televisión, exige que el anuncio de la palabra de
Dios y el conocimiento de la Biblia sean propagados activamente por
estos medios. Las exigencias muy particulares de estos, y por otra parte,
su influjo sobre un vasto público, requieren para su utilización una
preparación específica, que permita evitar las improvisaciones penosas,
así como los efectos espectaculares de mal gusto.
Se trate de la catequesis, la predicación o el apostolado bíblico, el texto
de la Biblia debe ser presentado siempre con el respeto que merece.
4. En el ecumenismo
Si el ecumenismo, en cuanto movimiento específico y organizado, es
relativamente reciente, la idea de la unidad del pueblo de Dios, que este
movimiento se propone restaurar, está profundamente enraizada en la
Escritura. Tal objetivo era la preocupación constante del Señor (Jn. 10,
16; 17, 11. 20-23). Supone la unión de los cristianos en la fe, la
esperanza y la caridad (Ef. 4, 2-5), en el respeto mutuo (Flp. 2, 1-5) y la
solidaridad (1 Cor. 12, 14-27; Rom. 12, 4-5); pero también, y sobre
todo, la unión orgánica a Cristo, como los sarmientos con la vid (Jn. 15,
4-5), como los miembros y la cabeza (Ef. 1, 22-23; 4, 12-16). Esta unión
de-be ser perfecta, a imagen de la del Padre y del Hijo (Jn. 17, 11. 22).
La Escritura define su fundamento teológico (Ef. 4, 4-6; Gál. 3, 27-28).
La primera comunidad apostólica es un modelo concreto y viviente
(Hech. 2, 44; 4, 32).
La mayor parte de los problemas que afronta el diálogo ecuménico
tiene una relación con la interpretación de los textos bíblicos. Algunos
problemas son de orden teológico: la escatología, la estructura de la
Iglesia, el primado y la colegialidad, el matrimonio y el divorcio, la
concesión del sacerdocio ministerial a las mujeres, etc. Otros son de
orden canónico jurisdiccional: se refieren a la administración de la Iglesia
universal y de las Iglesias locales. Otros, en fin, son de orden
estrictamente bíblico: la lista de libros canónicos, ciertas cuestiones
hermenéuticas, etc.
Aunque no pueda pretender resolver ella sola todos esos problemas, la
exégesis bíblica está llamada a contribuir al ecumenismo con una
importante ayuda. Progresos notables se han realizado ya. Gracias a la
adopción de los mismos métodos y de puntos de vista hermenéuticos
análogos, los exegetas de diversas confesiones cristianas llegan a una
gran convergencia en la interpretación de las Escrituras, como lo
muestran el texto y las notas de varias traducciones ecuménicas de la
Biblia, así como otras publicaciones.
Hay que reconocer, además, que sobre puntos particulares, las
divergencias de interpretación de las Escrituras son frecuentemente
estimulantes y pueden revelarse complementarias y enriquecedoras. Tal
es el caso, cuando expresan valores de tradiciones particulares de
diversas comunidades cristianas, y traducen así los múltiples aspectos
del Misterio de Cristo.
Puesto que la Biblia es la base común de la regla de fe, el imperativo
ecuménico comporta, para todos los cristianos, una llamada apremiante
a releer los textos inspirados en la docilidad al Espíritu Santo, la caridad,
la sinceridad y la humildad, a meditar esos textos y a vivir de ellos, para
llegar a la conversión del corazón y a la santidad de vida que, unidas a la
oración por la unidad de los cristianos, son el alma de todo movimiento
ecuménico (cfr. Unitatis redintegratio, 8). Habría que hacer accesible,
para esto, al mayor número posible de cristianos, la adquisición de la
Biblia, animar las traducciones ecuménicas (ya que un texto común
ayuda a una lectura y comprensión comunes), promover grupos de
oración ecuménicos, para contribuir, por un testimonio auténtico y
viviente, a la realización de la unidad en la diversidad (cfr. Rom. 12, 4-
5).
CONCLUSIÓN