Ensayo de La Bondad

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PONTIFICIA UNIVERSITAS ANTONIANUM DE ROMA

STUDIUM THEOLOGICUM FRANCISCANUM “CARDENAL ECHEVERRÍA”


CARRERA DE FILOSOFÍA

Nombre: Daniel Jiménez Quevedo Prof.: Patricio Muenala Fecha: 2018-07-09

Materia: Filosofía Moral Ciclo: IV

EL BIEN Y EL MAL EN EL SER CREADO SEGÚN SAN AGUSTÍN

INTRODUCCIÓN

Al adentrarnos en temas de moral es necesario comprender que los actos morales han de
ser juzgados en términos de “bueno” o “malo”. En tal sentido al estudiar a San Agustín se trata de
encontrar la razón de estas inquietudes del ser humano que rigen, o condicionan, su actuar diario
intentando explicar, también, el origen de estos conceptos y su influencia en la sociedad para
comprender si el hombre ha perdido la valoración moral objetiva de la que nos habla San Agustín.
Pues se evidencia un relativismo moral, en palabras de Benedicto XVI, las cosas son buenas o
malas según mi disposición mental, se ha caído en un subjetivismo que no admite ninguna
normativa a la luz de la objetividad.

Es a través del conocimiento como el ser humano puede orientar su vida, pues le permite
producir un mejor discernimiento personal en miras a obrar de la mejor manera en su diario
accionar. Eso no significa que alguien que ignore ciertas cosas no pueda obrar bien, o discernir;
sin embargo, el conocer permite obrar y tomar decisiones con mayor seguridad y ser responsable
de ellas. Y, si dichas acciones se orientan en el ejercicio de la bondad, virtud inscrita en la
naturaleza humana, se acrecentará la sabiduría –que no es igual a conocimiento-, al respecto se
puede mencionar que el conocimiento es tener conciencia de algo, y la sabiduría radica en saber
hacer uso de ese conocimiento a fin de que el hombre pueda hacer el bien y evitar el mal. Ya decía
el sabio santo franciscano San Buenaventura; “Se bueno y serás sabio”

En la mente del ser humano siempre existirá la premisa del contraste existente entre el bien
y el mal. Surgirán interrogantes que pretendan explicar la razón del mal en lo creado, partiendo
del hecho de la creación bondadosa, o buena, hecha por Dios –esto dentro del pensamiento
cristiano. Si Dios es bueno y desde sus inicios “todo lo creado estaba bien” (Gn 1, 31), entonces,
cuándo fue que el mal tomó campo en el mundo, cuál fue la razón y para qué, con qué finalidad lo
hizo, o, quién lo creo. Estas interrogantes serán abordadas en el presente ensayo con el objetivo de
llevar al lector a sacar conclusiones propias en base a su reflexión, mas no se pretende dar una
respuesta de única vía. El pensamiento agustiniano será el protagonista del presente trabajo, mismo
que, influyó de manera evidente el pensamiento cristiano y del mundo occidental.
En el presente ensayo se empleará como documento base el libro de San Agustín: La
Naturaleza del bien. Contra los maniqueos de la editorial Eunsa, edición de 1978, aplicando la
hermenéutica para explicar los conceptos desde la antigüedad a nuestros días. Se dividirá el ensayo
en tres subtemas, en el primero se abordará sobre el autor en cuestión, en el segundo será acerca
de la bondad inscrita de manera natural en todo lo creado, y en el tercero se hablará sobre el mal y
raíz.

I. CONOCIENDO AL AUTOR
San Agustín nació en Tagaste (Argelia actual) el 13 de noviembre del 354 y murió en
Hipona el 28 de agosto del 430. Su padre, Patricio, un pagano de posición social acomodada, que
luego de una larga resistencia a la fe, hacia el final de su vida se convierte al cristianismo. Mónica,
su madre, era una devota cristiana. Al enviudar, se consagró totalmente a la conversión de su hijo
Agustín. Lo primero que enseñó a su hijo Agustín fue a orar, pero luego de verle gozar de esas
santas lecciones, sufrió al ver cómo iba apartándose de la Verdad hasta que su espíritu se infectó
con los errores maniqueos y, su corazón, con las costumbres de la disoluta Roma. Mónica
confiando en las palabras de un Santo Obispo que le dijo: “el hijo de tantas lágrimas no puede
perderse”, no cesó de tratar de convertirle por la oración y la persuasión hasta lograrlo.
A los 32 años San Agustín entrega su persona a Dios, luego de una permanente búsqueda
convirtiéndose a la fe católica. Aunque Agustín no pensaba en el sacerdocio, fue ordenado en el
391 por el Obispo de Hipona, Valero, quien le tomó por asistente. San Agustín es uno de los
ejemplos fundamentales de la búsqueda constante de Dios, de la verdad, del conocimiento. Esta
búsqueda no la hizo en soledad sino en estrecha relación con los otros, en especial su madre Santa
Mónica y sus amigos. San Agustín dice: “Necesitamos de los otros para ser nosotros”. Esta es
otra enseñanza de Agustín, la importancia de la comunidad para la vida personal y para la búsqueda
de la verdad en la reflexión y el diálogo con los otros.
Pocos hombres han poseído un corazón tan afectuoso y fraternal como el de San Agustín.
Se mostraba amable con los infieles y hasta los invitaba a comer con él, en cambio, se rehusaba a
comer con los cristianos de conducta públicamente escandalosa y les imponía las penitencias
canónicas.

II. LO CREADO EN CONSONANCIA CON LA BONDAD


Se inicia el ensayo con la siguiente afirmación de San Agustín: “Toda naturaleza creada,
en sí misma considerada, es un bien” (Agustín, 1978, p. 701). En este sentido se comprende que
el bien está inscrito en la naturaleza de las cosas creadas, siempre y cuando actúen de acuerdo a lo
que les corresponde, es decir, mientras se desenvuelvan según la función –finalidad- para la cual
fueron creadas. Platón había propuesto lo mismo en la explicación del retorno de todas las cosas a
Dios, o al Ser, o al Mundo de las Ideas como él lo llamaba. Por ello, se puede asegurar que todos
los entes participan del ser de Dios, de quien “han dimanado y procedido” (Agustín, Confesiones
, 2003) y “de quien únicamente provienen todos los modos y diferencias que tienen de ser las
criaturas” (Agustín, Confesiones , 2003), pues éste se lo ha dado a cada una, y participan asimismo
del Bien primero desde su propia naturaleza.

San Agustín asume la participación del bien de las criaturas compaginándola con el
pensamiento cristiano y anticipándose a Santo Tomás: “Todo procede de ese Ser que es el Bien y
todo logra su propia plenitud cuando llega a su fin que es el Bien”, Tomás de Aquino, citado en:
(Ramos, 1995, p. 120). En definitiva, san Agustín, al hilo del planteamiento platónico, no separa
del ser el bien. La creación es, pues, ese acto en el que lo creado participa de manera imperfecta
del Bien, de la Bondad de la que procede:
Dios es el supremo e infinito bien sobre el cual no hay otro: es el bien inmutable y, por lo
tanto, esencialmente eterno e inmortal. Todos lo demás bienes tienen en él su origen, pero
no son de su misma naturaleza (Agustín, 2003, p. 157).

Dios por su naturaleza simple, pura, perfecta e inmutable se diferencia de manera absoluta
de las criaturas: “Hallé y conocí que ninguna de ellas era lo que Vos” (Agustín, 2003). las criaturas,
para poder existir, no pueden compartir la naturaleza de Dios en sentido pleno, si lo hacen serían
Dios mismo “y puesto que solo él es inmutable, todo lo que hizo de la nada está sometido a la
mutabilidad y al cambio” (Ramos, 1987, p. 123). Eso convierte a los entes en bienes, relativos e
imperfectos.

Sin embargo, surge la pregunta ¿cómo es posible hablar de la realidad como un bien cuando
el mal se hace patente e involucra a las creaturas? Tomás de Aquino dirá que “el Bien, que es Dios,
es la única razón que se le puede asignar a la creación” (Ramos, 1987, p. 126). En tal caso se puede
cuestionar lo postulado por Santo Tomás ¿Cómo una ceguera ideológica frente a la imperfección
y maldad que se ve en los entes? La realidad del mal es obvia, “yo buscaba el origen del mal”
(Agustín, 2003), dice San Agustín, quien convencido de la falsedad del maniqueísmo al que había
estado tantos años unido, indaga la razón del mal y su inquietante coexistencia con la bondad
divina:
Como él es sumamente bueno, todas las cosas las crea buenas, y ved ahí cómo todas las
abraza y llena de su bondad. Pues ¿en dónde está el mal?, ¿de dónde ha dimanado?, ¿por
dónde se ha introducido en el universo?, ¿cuál es la raíz que lo produce?. (Agustín, 2003)

Afirmaba también: “cualquiera que ella fuese, debía buscarla de tal modo, que no me viese
precisado por ella a creer que Vos, Dios y Señor inconmutable, erais capaz de alguna mudanza o
variedad” (Agustín, 2003, p. 243). Y enumera a los muchos males que existen: “la muerte, la
enfermedad, el olvido, la locura, la perturbación, la impotencia, la pobreza, la necedad, la ceguera,
el dolor, la iniquidad, el deshonor, la guerra, la destemplanza, la deformidad, la perversidad”
(Agustín, 1978, p. 725).
Por ello las criaturas, desde que existen, van en busca de esa perfección –liberarse de los males
temporales- como objetivo primordial y no alcanzado: “Todas las criaturas se envejecen, y todas
se acaban. De modo que cuando nacen y caminan a ser, cuanto más aceleradamente crecen para
lograr el lleno de su ser, tanta más prisa se dan para no ser.” (Agustín, 2003). El comportamiento
de las criaturas está inscrito en su naturaleza, sin embargo, esa naturaleza está sujeta al tiempo, es
decir, la búsqueda de la perfección no se da como meta regida por la necesidad de la criatura, sino
que su ser lo reclama por el principio de contingencia.
El mal parece ser inevitable, pues reclamar la inmutabilidad en la creación, implicaría que
las cosas fueran incorruptibles, imperecederas, inmutables, tal modo de ser es incompatible con la
creación de los diversos seres. Las criaturas al compartir la esencia del Ser en manera proporcional
no las obliga a formar parte de un todo, independientemente de su multiplicidad y de su grado de
participación del Ser, las criaturas están llamadas a formar una unidad integral, es decir son
perfectas en virtud de su existencia: “Vos contenéis todas las cosas con la mano de vuestra eterna
verdad, y todas participan de ella y son verdaderas, en cuanto existen y tienen ser” (Agustín, 2003).

III. LA CORRUPCIÓN COMO ORIGEN DEL MAL


La filosofía platónica será para San Agustín fuente de verdades para la configuración de su
pensamiento: “Dispusisteis que por medio de un hombre lleno de una soberbia intolerable viniesen
a mis manos unos libros de los platónicos, traducidos de la lengua griega a la latina” (Agustín,
2003). Comprende, de este modo, la verdadera razón de la existencia de las criaturas y dice que no
son un ser; sino la participación del Ser de Dios: “Que tienen ser verdadero porque Vos las habéis
creado; que no lo tienen porque no tienen el ser que tenéis Vos, y sólo existe y tiene ser,
verdaderamente, lo que siempre permanece inconmutable” (Agustín, 2003). Es de este modo como
Dios, permaneciendo en su unidad, da origen a la multiplicidad de entes creados.

Comprende, finalmente, que el ser de las cosas se diferencia del ser de Dios:
No hicisteis todas las criaturas iguales en bondad, por eso mismo son todas y tienen su
propio y distinto ser: cada una de por sí tiene su particular bondad y, miradas todas juntas,
son muy buenas, porque nuestro Dios y Señor hizo todas las cosas. (Agustín, 2003).

En san Agustín se descubre que el mal no niega la bondad de Dios y, por ende, no niega la
bondad de sus criaturas:
Es evidente que, si se privaran enteramente de toda su bondad, absolutamente dejarían de
ser: luego, mientras que tienen ser, tienen alguna bondad, y así es cierto que todas las cosas
que son, son buenas. Lo cual prueba convincentemente que el mal, cuyo principio andaba
yo buscando, no es alguna sustancia, porque si lo fuera, algún bien sería. (Agustín, 2003).

Por ende, el mal no es como pensaban los maniqueos, un segundo principio diverso a Dios
con una naturaleza que no ha sido creada por Dios, que tiene realidad y actúa por sí misma,
oponiéndose al bien y, en muchas ocasiones, eliminándolo para imponer su presencia (Gilson,
2009, p. 567). Ante esto, san Agustín dice que el mal no es algo en sí, sino que es la corrupción de
una naturaleza buena: “Ninguna naturaleza, por lo tanto, es mala en cuanto naturaleza, sino en
cuanto disminuye en ella el bien que tiene” (Agustín, 1978, p. 710)

El mal tiene su origen en la mutabilidad de los entes, estos, que en un principio son buenos
dejan de serlo y el mal toma partida. El Santo de Hipona menciona: “Me hicisteis conocer, Señor,
que todas las cosas que se corrompen son buenas, porque no pudieran corromperse si no tuvieran
alguna bondad, ni tampoco pudieran si su bondad fuera suma, pues si fueran sumamente buenas,
serían incorruptibles” (Agustín, 2003). Cuando una cosa deja su naturaleza de bien y se encamina
a hacer algo contrario a lo inscrito en su esencia da cabida al mal (Gilson, 2009, p. 567).
Al hablar del ser humano se sigue la misma línea para explicar el mal moral: “La voluntad libre es
una naturaleza buena, pero su efecto puede ser malo según cómo el hombre use de ella. Este uso
del libre arbitrio está a disposición del propio libre arbitrio” (Bruna, 2007).

Por lo tanto para san Agustín el mal se da cuando los entes creados, “son menos perfectos
de lo que debían ser” o cuando “no se acomodan a las cosas a las que corresponden, de suerte que
se dice malos porque son impropios o inconvenientes […] porque no se ha guardado la medida
conveniente” (Agustín, 1978, p. 714). El mal moral o pecado, para la teoría de san Agustín,
consiste en no actuar conforme a lo que cada uno está llamado a ser, a lo propio de su condición
de hombre, al cual le corresponde aspirar a los bienes más altos:
Por conseguir todas estas cosas y otras semejantes peca el hombre, cuando con inmoderada
inclinación a ellas, siendo así que son los bienes más bajos e inferiores que hay, deja los
mayores y soberanos bienes como son vuestra ley, vuestra verdad y a Vos mismo, que sois
nuestro Señor y nuestro Dios. (Agustín, 2003)

En ese sentido, para San Agustín, la razón de haber pecado en la primera vez pudo ser:
El apetito y deseo de conseguir alguno de aquellos bienes que hemos calificado de
inferiores y últimos entre todos, o el miedo de perderlos, porque en la realidad son
hermosos y agradables, aunque respecto de los otros superiores, eternos y soberanos bienes,
sean viles y despreciables. (Agustín, 1978, p. 543)
No obstante, como ocurre con el resto de la creación, el ser humano no es propiamente
malo, ni es mala su naturaleza, porque Dios solo crea cosas buenas. El mal por lo tanto es hacer
un mal uso del bien. Es cuando el pecado toma parte de la vida del hombre, porque este, ha
abandonada una naturaleza excelente para adoptar una naturaleza inferior. Por lo tanto, el pecado
es corromper aquello que es llamado a la perfección desde el principio de su existencia. (Bruna,
2007)

CONCLUSIÓN

Tal como se mencionó al principio del trabajo, los temas tratados no responden ni quieren
responder a la interrogante de por qué existe el mal en el mundo. Se explica la naturaleza del mal
desde la visión agustiniana y su relación con el bien, su lado opuesto. Por tanto, es inherente que
el ser está en constante interacción entre el bien y el mal, y estos a su vez dan origen a la acción
de la libertad y el arbitrio como los agentes que permiten la prevalencia o existencia del uno y del
otro. Se considera también la influencia del pensamiento platónico en San Agustín y la metáfora
de la carreta halada para comprender lo anteriormente dicho. En función del arbitrio, el cual toma
campo con la corrupción permitida por el individuo mismo, se concluye la razón de la existencia
del relativismo moral evidente en nuestro tiempo.
BIBLIOGRAFÍA

Agustín, S. (1978). La Naturaleza del Bien. Contra los Maniqueos. Madrid:


EUNSA.

Agustín, S. (2003). Confesiones . Quito: Fundación Jesús de la Misericordia.

Biblia de Jerusalén Latinoamericana. (2001). España: Descleé De Brouwer S.A.

Bruna, M. J. (2007). El bien como la verdad de la voluntad. Felicidad. Salamanca:


EUNSA.

Gilson, E. (2009). El espíritu de la Filosofía Medieval (Cuarta ed.). Madrid,


España: RIALP S.A.

Martínez, M. (2013). Libertad y finalidad en san Agustín. Respuesta al nihilismo


contemporáneo. Navarra: Universidad de Navarra.

Ramos, A. (1987). La causalidad del bien en Santo Tomás. Madrid.

Ramos, A. (1995). La Ciudad de Dios. Madrid: EUNSA.

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