Método Prospectivo
Método Prospectivo
Método Prospectivo
Tiene su fundamento en la psicología social y parte de la convicción de que es ser humano lleva en
sí mismo un germen de futuro del cuál es responsable. El método ayuda a expresar este y a darle
organicidad operativa. Con su mediación, la persona expresa su señorío sobre la presente realidad
destinada a transformarse en el futuro deseado y querido. Este futuro coincide con lo que
entendemos como Voluntad de Dios y su búsqueda es la tarea a cumplir y realizar en el tiempo. El
método no se apoya en el pasado, ni en un presente cargado de problemas y urgencias heredados
del pasado. Se apoya en un futuro ya presente en los deseos, aspiraciones y anhelos que pugnan
por realizarse. Este es el terreno de la esperanza cristiana. Es la opción por la que el ser humano
pone toda su seguridad en el poder de Dios, seguro que Él llevará a cumplimiento la obra iniciada.
Antes de entrar en las modalidades de su uso, nos conviene tener una visión global del método, de
su lógica interna y de la mentalidad que lo fundamenta: es el sentido metodológico.
Como cristianos, y en vistas a la tarea pastoral, le añadimos unas indicaciones sobre la actitud
espiritual con la que conviene vivir el proceso de planificación: es el sentido teológico-espiritual.
1. El Método y su técnica
Contará para ello con una metodología dotada de todos los medios aptos, incluidas nuevas
técnicas y nuevos instrumentos.
Al entenderla como una forma conjugada de pensamiento y acción, podemos dividir la prospectiva
en tres pasos metodológicos:
a) La factibilidad
b) La aceptabilidad
Apoyados en las latencias, y al facilitar su eclosión, nos elevamos sobre las rutinas cotidianas y nos
situamos en un futuro mejor. Es el salto propio de la creatividad. Nos despegamos de la órbita del
presente para situarnos en el futuro más porvenir. Por un acto de anticipación y mediante la
ayuda de la imaginación, vamos dando ser y formas nuevas a realidades todavía inexistentes. El
resultado es el método prospectivo.
Desde esa atalaya imaginaria se examina, critica y cuestiona la situación presente. Más aún, la
nueva luz se proyecta hacia pasado y entonces la historia es vista en función de un futuro elegido.
Es un análisis funcional y valorativo que nos permite evaluar las dificultades, descubrir las
potencialidades, poner de relieve los recursos e identificar los obstáculos para lograr los fines
propuestos. Surge así el modelo de diagnóstico.
Una misma situación, analizada en el presente, puede dar lugar a diferentes modelos de
diagnóstico, según sea el polo del futuro desde el cual aquel es evaluado.
El tercer paso consiste en elaborar el programa de acción. Este surge del contraste entre el modelo
prospectivo, entendiendo como tesis, y el modelo de diagnóstico entendiendo como antítesis. El
proceso de la acción es una síntesis dinámica, distinta en cada momento, que genera energía para
conducir el presente hacia delante. El presente queda así orientado al futuro y potenciado por el
futuro.
En el modelo prospectivo quedaron ya perfilados los fines y el objetivo {ultimo. En este tercer paso
de programación, se trata de diseñar los objetivos intermedios precisando su posibilidad para
alcanzar los fines. Estos objetivos se colocan gradualmente en el tiempo, empezando por los más
lejanos hasta llegar a los más cercanos.
Una vez precisado el conjunto de los objetivos se define, a la luz del diagnóstico, la marcha hacia
su consecución a través de etapas. Los grandes tramos de realización se gradúan distinguiendo
entre corto, mediano y largo plazo.
Cuando ponemos plazo al cumplimiento de los objetivos estos se convierten en metas. Una meta
es, por lo tanto, todo objetivo situado tentativamente en el tiempo, como un hito prefijado que
incitará nuestra marcha.
El don de la Esperanza.
La esperanza, por tanto, nos libera de la esclavitud que ejerce sobre nosotros el pasado,
enclavándonos en un inmovilismo estéril. Nos abre al amor de un futuro entendido como la
plenitud de un presente todavía parcial y limitado. Un futuro en el que podemos soñar y que
creemos posible porque Dios lo quiere. Un futuro que podemos amar y ansiar como horizonte
digno de ser alcanzado y conquistado. No es la meta de un deseo del etéreo, sino el objeto de una
voluntad constante y eficaz.
Con su apertura al futuro la esperanza cristiana expresa un anhelo, un deseo “angustioso” que
trasciende toda la gama de las necesidades humanas. Las promesas de Dios no se identifican con
los contenidos de las utopías sociales. Estas esperan un hombre nuevo y una Tierra nueva como
fruto del esfuerzo humano, en la lucha de los procesos históricos.
Por el contrario, quien espera en Cristo, no se identifica con ninguna posición adquirida ni
alcanzable. El creyente es, siempre y en todo lugar, extranjero y peregrino, porque el futuro al que
tiende es un futuro trascendente, que procede sólo del poder de Dios.
Por esto la escatología cristiana establece una relación crítica con los diversos proyectos históricos,
sean estos políticos, sociales o eclesiásticos (incluidos los que surjan del presente método)
Culmen de este anhelo, de este deseo “angustioso”, de este saberse extranjeros y peregrinos, de
esta relación crítica con los proyectos históricos, es la oración.
En ella, la esperanza expresa los anhelos de la huma-nidad, sus deseos e insatisfacciones y las
presentan a Dios, futuro absoluto. A la luz del reino y de su realización definitiva, el cristiano se
pregunta qué pide Dios en este momento histórico.
La oración de la esperanza es sintonía con Dios en quien tiene sentido el mundo y la historia. Es
interrogante, disponibilidad, adhesión, abandono confiado y contemplación del querer de Dios en
el aquí y ahora de la propia historia. Pero sobre todo la oración es anhelo, siempre insatisfecho,
mientras el cristiano no alcance la patria definitiva, la casa paterna.
Esperanza y Profecía.
Las promesas de una realización definitiva del ser humano y del mundo nos permiten leer la
revelación bíblica como anticipación del futuro. La esperanza resulta así una categoría para la
interpretación global de la historia de la salvación. Nos exige prestar atención al momento actual
para descubrir en él las tendencias de futuro; discernir desde el hoy de Dios las tendencias ya
presentes en el hoy de la historia; secundar aquellas que se ajustan al Plan divino y oponerse a las
que son reflejo del espíritu del mal. Este diagnóstico realizado a la luz de la fe nos permite
descubrir el misterio pascual presente en acto, en el devenir de la historia. Al creer en la
posibilidad de crecimiento, de actuación – desarrollo – revelación, de cuanto es obra de Dios, la
esperanza se hace profecía. Lo que de ahí surge no nace por fuerza de nuestras capacidades, sino
por el poder de Dios que nos fue comunicado.
Esto supone vivir el presente como preñado de futuro y vivir con dolores de parto, después de
engendrarlo en aquello que aún no es. El presente es entonces sufrimiento, por cuanto tiene de
anhelo no cumplido, pero es a la vez generador de futuros mejores. No es el sufrimiento pasivo de
quien soporta una situación como inevitable y busca un lugar donde escapar. Es el sufrimiento
activo de quien ha entendido el proceso de la historia y se lanza a la acción con ánimo de
conducirlo hacia el futuro.
Esperanza y Acción.
Por lo mismo la esperanza es creadora del futuro esperado. Para crearlo imagina, promueve,
arriesga, inventa, prueba y cambia, hasta dar con el proceso que contribuirá a la realización del
plan de Dios, presente y operante en el mundo.
En esta perspectiva el pasado interesa como fuente de sabiduría. Conocerlo mejor nos ayudará a
descubrir por donde pasa, en el presente, la presencia operante de Dios. Así resultará fácil hacer
las opciones y tomar las decisiones que puedan realizar el futuro entrevisto. Una vez descubierto
el qué hacer, la esperanza se expresa como compromiso para su realización. Cuenta para ello con
la fuerza y la constancia del hombre de fe. Este no se apoya en su propia experiencia del pasado.
Cree en el poder de Dios porque ha experimentado su fidelidad.
Los hombres y las mujeres de esperanza viven en ese confín en el cual la realidad es y todavía no
es. Miran al futuro con la insatisfacción de lo que todavía no es, mientras experimentan la paz del
presente que ya es. Viven así en una pascua-pasaje continuo. Como personas de nuestro tiempo
sintonizan con el cambio permanente, rápido, profundo y universal. Como personas de esperanza
hacen del presente una oportunidad de transformación y orientación de la realidad hacia Dios, su
futuro absoluto.
Su esperanza es operativa por la fuerza transformadora del amor de Dios que renueve la faz de la
Tierra. Es el ser humano o el grupo humano quienes viven en la esperanza como profecía-
oblación-amor. Por esto, pueden responder a los actuales desafíos de un mundo que camina hacia
la unidad y adolece a la vez de falta de sentido. El hombre o la mujer de esperanza le ofrecerá al
mundo un camino que permita, facilite y promueva la convivencia en la paz y en la justicia.
Esperanza y Método.
Bibliografía