(Elisabeth Clare-Prophet) - Alquimia Del Corazon-1
(Elisabeth Clare-Prophet) - Alquimia Del Corazon-1
(Elisabeth Clare-Prophet) - Alquimia Del Corazon-1
DEL
CORAZÓN
El corazón misericordioso
El misterio de la autotrascendencia
Ritual para el perdón
Hacer las paces con Dios
Ríndete a una forma de amor más elevada
Limpiar el corazón
CUARTA PARTE. PROTEGER EL CORAZÓN
La cámara secreta
Una chispa de la divinidad
La oración centrada en el corazón
Oraciones y meditaciones para entrar en el corazón
NOTAS
OTROS LIBROS DE ELIZABETH CLARE PROPHET
PRIMERA PARTE
Abrir el corazón
El amor más perfecto empieza con la expresión individual de tu
corazón; y cada uno de nosotros toca de forma diferente la canción
del corazón.
Aumentar nuestra capacidad de amar
Las almas bellas son las que se muestran universales, abiertas y listas para
cualquier cosa.
MONTAIGNE
Un día, muy de mañana, mezclándose entre los soñolientos
indigentes de la India en plena calle, Malcolm Muggeridge
acompañaba a la madre Teresa hacia la estación de ferrocarril
para despedirse de ella.
«Cuando el tren se puso en marcha —explicó— y me alejé
caminando, sentí como si estuviese dejando atrás toda la belleza
y toda la alegría del universo. Algo del amor universal de Dios se
le ha pegado a la Madre Teresa.»
Algo del amor universal de Dios se le había pegado también
a Muggeridge, pues quienes encarnan la llama viva del amor son
transformadores: transforman cualquier cosa que tocan. En el caso
de Muggeridge, los encuentros con la Madre Teresa, a quien
entrevistó por primera vez en la década de 1960, hicieron mella
en el desabrido y agnóstico periodista inglés. «A mi juicio —
escribió— la Madre Teresa representa fundamentalmente el amor
actuando [...]. En tiempos difíciles, ella es una luz ardiente,
brillante.»1
Al margen de quién seas o de cuál sea tu llamado o vocación,
tú también puedes ser un transformador de amor. Puedes dejar
una huella en otro u otros tantos corazones que justamente te
están esperando: almas que sólo responderán a la expresión
singular de tu corazón.
Cuando reparas en ello, ves que no hay nada más importante
que aumentar la capacidad de amar. Un discípulo le preguntó en
cierta ocasión al Buda Gautama: «¿Sería lo correcto afirmar que
una parte de nuestra formación va encaminada al desarrollo del
amor y la compasión?». El Buda respondió: «No, no sería
correcto. Lo correcto sería afirmar que toda nuestra formación va
encaminada al desarrollo del amor y la compasión».
El apóstol Juan dijo en esencia lo mismo en sus bellos
comentarios sobre el amor: «Este es el mensaje que habéis oído
desde el principio, que nos amemos unos a otros [...]. El que no
ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor». Si Dios es
amor y nosotros fuimos hechos a Su imagen y semejanza, como el
Génesis y los libros sagrados de Oriente relatan, en el fondo
también nosotros somos amor. Dios creó el universo para que
nosotros —y Él— pudiéramos experimentar las maravillas de ese
amor.
Ése es el motivo de que la mayoría, si no todos los problemas
más importantes de nuestra vida, giren en torno a la necesidad
innata de dar y recibir amor. Cuando nos quejamos de la falta de
valoración, respeto o incluso autoestima de que adolece nuestra
vida, lo que en realidad anhelamos es amor. Cuando nos
sentimos obligados a atravesar los tortuosos recodos, por
dolororos que sean, al recorrer el laberinto de la vida, es porque
estamos tratando de revivir la experiencia del amor divino,
inherente a nuestra alma.
El laberinto nos conduce por las elevadas cimas y los
profundos abismos de nuestros parajes internos. El paisaje ha sido
moldeado por nuestro karma, es decir, las consecuencias de lo
que hemos elegido en cuanto a amar o no amar. Cada vez que
llegamos a una encrucijada en el camino, volvemos a toparnos
cara a cara con esa elección: amar o no amar; abrir el corazón y
compartir nuestros dones o cerrarlo y hacer oídos sordos.
Puesto que el viaje no siempre es fácil, a veces tomamos el
camino más bajo, pero seguro, con el fin de recobrar el aliento. Y
ocurre, en ocasiones, que no somos capaces de retornar al
camino de arriba. Es comprensible. Puede que alguien nos hiriese
profundamente en esta vida o en una anterior, de modo que no
queramos abrir el corazón para no ser nuevamente rechazados.
Quizás estemos enojados con otras personas o con Dios por la
pérdida de un ser querido. O tal vez nos sintamos culpables por
nuestras faltas y nos hayamos convencido de que no merecemos
ser amados.
En algunos casos ponemos inconscientemente un muro. Nos
retiramos al castillo de nuestro corazón y colocamos capas y
capas de mecanismos de defensa en torno a él de manera que
nadie pueda acercarse demasiado a nosotros y a la vez nosotros
tampoco podamos acercarnos demasiado a otros. Sin embargo,
esas defensas nos mantienen aislados de aquello que
precisamente anhelamos: experimentar de forma íntima y
profunda dar y recibir amor.
Ése es el momento en que el universo conspira a fin de
despertarnos y devolvernos al camino elevado. Mi maestro y
finado esposo, Mark L. Prophet, dijo una vez: «Todas las
experiencias que se viven en la Tierra sirven para enseñarnos el
significado del amor. Todas las relaciones que existen en la Tierra
sirven para enseñarnos el significado del amor. Todo lo que
sucede en torno a la educación del alma [...] sirve para enseñar
el significado del amor. Porque el amor es el poder que sacude al
universo y hace sonar el único tono puro que confiere a cada
hombre la libertad de adherirse a su propia presencia divina, a su
plan divino.»
Si somos capaces de hacer nuestra esa afirmación cierta —que
todas nuestras experiencias están pensadas para enseñarnos a
dar y recibir más amor— de súbito las circunstancias de nuestra
vida cobran significado. Despertamos a la necesidad de
emprender un recorrido más elevado con el amor. Así, el trayecto
hacia esos profundos abismos y elevadas cimas se convierte en un
viaje sagrado.
«Sé paciente con todo lo que no está resuelto en tu corazón y
trata de amar a los interrogantes en sí», señaló en cierta ocasión
Rainer María Rilke*. «Vive los interrogantes ahora». ¿Cuáles son
algunas de las preguntas que debemos hacernos y experimentar
en el trayecto hacia el dominio del corazón? He aquí unas pocas:
¿Cómo puedo abrir el corazón y compartir libremente mi amor
con los demás? ¿Cómo puedo darle más autoridad al corazón, de
modo que pueda llevar a término mi razón de ser y aliviar a
quienes padecen dolor? ¿Cómo puedo sanar mi propio corazón
del dolor del pasado y aumentar mi capacidad de amar? ¿Cómo
puedo dar a los demás sin dejar de tener tiempo para nutrirme a
mí mismo? ¿Cómo puedo entrar en mi corazón para avivar los
fuegos internos del amor? ¿Cómo puedo convertirme en un
transformador vivo de amor?
La alquimia empieza con la perspectiva del corazón.
Llama a la puerta de la realidad, sacude las alas de tus pensamientos, relaja
los hombros, y abre.
RUMI
La perspectiva del corazón
«¿Dónde reside la verdad?» «En el corazón», respondió él, «pues por medio
de éste el hombre conoce la verdad».
UPANISHAD BRIHAD ARANYAKA
A los alquimistas de antaño se les conoce principalmente por
los experimentos que llevaban a cabo con el propósito de
transformar metales de baja ley en oro. Además, muchos entre
ellos se dedicaban a explorar el espíritu por medio de
experimentos cuyo objetivo era encontrar las claves de la
transformación espiritual y la vida eterna. Intentaban transformar
los metales de baja ley de su yo inferior en el oro de su más
elevado potencial.
La alquimia es la transformación de uno mismo, el cambio
imprescindible para el crecimiento espiritual. Tal como Jelaluddin
Rumi, el mayor poeta místico de Persia, escribió, «la alquimia de
una vida cambiante es la única verdad».2
El maestro alquimista y adepto Saint Germain enseña que el
punto donde reside la realidad es el corazón y que la clave para
entender la realidad de cualquier situación es la perspectiva del
corazón. «Centrado en el corazón», afirma, «puedes ver todas las
cosas como son».
La perspectiva del corazón consiste en pensar, sentir, actuar y
respirar con el corazón. Cualquier cosa que hagas, aunque sea
servir una taza de té a alguien, puede ser una prolongación de tu
corazón. La perspectiva del corazón cambiará el modo en que
tratas a los demás, la manera en que ellos te tratan a ti, y la
forma en que te tratas a ti mismo. La perspectiva del corazón
invita a ser honrado y engendra compasión.
Una vez los compañeros de un monje le preguntaron qué
debían hacer si veían a otro monje dormitar durante la oración.
«¿Debemos pellizcarle para que no se duerma?» inquirieron. El
primero respondió: «La verdad, si yo viera a un hermano
durmiendo le pondría la cabeza en mis rodillas y le dejaría
descansar»3. Eso es lo que llamamos la perspectiva del corazón.
Cuando nos valemos de ella, nos comprometemos a mantener
un espacio cálido y abierto en nuestro corazón, en el que
cualquiera que esté sufriendo se sienta a salvo. La perspectiva del
corazón es ese ingenio creativo que busca maneras de inyectar
amor a cada desafío. Es inevitable para él hallar una solución
especial y elevada a cada problema espinoso.
En su libro Legacy of the Heart [Vivir con el corazón], Wayne
Muller relata un cuento popular vietnamita que muestra cómo un
cambio de perspectiva puede convertir una situación
aparentemente imposible de resolver en una oportunidad de dar y
recibir más amor. «En el infierno, a todas las personas se les da
comida en abundancia, y luego, unos palillos de un metro de
largo», escribe Muller. «Cada una tiene la comida que necesita,
pero debido a que los palillos son demasiados largos, el alimento
nunca les llega a la boca.
»En el cielo, la escena es la misma: cada cual recibe gran
cantidad de comida, y sus palillos también miden un metro. No
obstante, en el cielo los utilizan para dar de comer a los demás.
Un simple acto de compasión puede transformar al instante el
infierno en el cielo».4
Contamos con multitud de oportunidades para ejercitar la
perspectiva del corazón. En un mundo competitivo donde tantas
personas se sienten impulsadas a abalanzarse sobre la yugular
del prójimo, nosotros tenemos la oportunidad de abalanzarnos
sobre el corazón. Ya sea que pienses, hables o sientas, obsérvate
haciéndolo con el corazón hasta que sientas que es éste (y no la
cabeza, el ego o tus mecanismos de defensa) quien está
pensando, hablando o sintiendo. Implica una cierta práctica, pero
es posible realizarlo.
La perspectiva del corazón nos permite hacer un esfuerzo
consciente dirigido a relacionarnos con la belleza del alma y no
con la idiosincrasia de la personalidad externa. Tratamos de no
juzgar al otro, pues ignoramos qué le está abrumando aun si
estamos interpretando correctamente sus acciones. A propósito de
ello escribió Henry Wadsworth Longfellow: «Cada hombre tiene
algún pesar secreto, el cual el mundo no conoce; y a menudo
tildamos a un hombre de frío cuando tan sólo está triste».
En ocasiones estamos tan absortos con nuestras tareas que no
nos queda tiempo para plantearnos la vida desde el corazón. En
cierta ocasión, cuarenta profesores de Estados Unidos visitaron a
la Madre Teresa de Calcuta. Uno de ellos empezó a hablar:
«Díganos algo que vaya a cambiarnos la vida». Probablemente
no se esperaba la sencilla receta que ella ofreció. «Sonríanse
unos a otros», replicó. «Dedíquense tiempo unos a otros, disfruten
unos de otros». En resumen: acuérdense del corazón.
El espejo que muestra la realidad es el corazón.
LAHIJI
Rumi imparte algunas de las lecciones más elocuentes y
perspicaces que jamás hayamos visto sobre el corazón. Nos
enseña que la perspectiva del corazón bien puede estar 180
grados alejada de las ideas preconcebidas que alberga nuestra
mente. En uno de los poemas de Rumi, Moisés se encuentra a un
pastor que de forma espontánea le habla a Dios. En su genial
monólogo, el pastor ofrece arreglar los zapatos de Dios, lavarle la
ropa y barrerle la habitación. Moisés, sin salir de su asombro, lo
regaña, reprochándole que ese tono tan familiar suena como si
estuviera charlando con sus tíos.
El arrepentido pastor vaga por el desierto cuando, de repente,
Dios regaña a Moisés por haber separado al pastor de Él. Dios
explica que lo importante no es la forma de adorarle sino que se
haga con un amor ardiente. «Yo no oigo las palabras», apunta
Dios. «Miro adentro».5
Gracias a la perspectiva del corazón vemos también los
desafíos que se nos presentan como «oportunidades del
corazón», es decir, momentos en que nos toca manifestar amor o
aprender algo nuevo sobre el amor. En el caso de Patrick* las
dificultades de la vida han pasado a ser una serie de avisos
conducentes a una forma superior de amor. A los 37 años sufrió
el primero de tres ataques al corazón. Hoy, a los 61, le han
operado tres veces a corazón abierto, le han colocado nueve
baipases y le han hecho veinte cateterismos cardíacos. Cuando
los médicos le practicaron recientemente una intervención
experimental en el corazón, no estaban seguros de si sobreviviría.
Pero así fue, e incluso superó un grave ataque seguido de un
edema cardiopulmonar.
Los médicos de Patrick reconocen que está vivo gracias a una
increíble fuerza de voluntad. Él, por su parte, afirma que lo que le
ha permitido sobrevivir es ir en pos del amor divino. Las
dificultades físicas que ha padecido su corazón le han hecho
sensible al potencial espiritual de éste. La vida, a fin de cuentas,
es según él sólo una preparación para la eternidad. «Todo lo que
he pasado físicamente hablando —concluye— me ha ayudado a
abrirme a mi espíritu. Es como si el deterioro de mi corazón físico
me hubiera ayudado a descubrir la estructura viva de mi espíritu,
de manera que, mientras mi salud se deteriora, mi amor crece».
Al ver con perspectiva su pasado, Patrick se dio cuenta de que
se estaba destruyendo emocionalmente. Como tantos otros
hombres de su generación —relata— en su juventud iba a toda
máquina, sin un destino concreto. «Teníamos miedo a no lograr
todo aquello que creíamos que nuestros padres deseaban que
lográsemos», aclara. «Ahora entiendo que muchas de las cosas
en las que invertí mi energía no me las voy a llevar. No me voy a
llevar mi automóvil. Tampoco me voy a llevar mi casa. Y, aunque
mi negocio es maravilloso, tampoco me lo voy a llevar conmigo.
Lo único que conservaré es mi espíritu.»
Esa señal de alerta le ha brindado nuevas fuerzas. También le
ha proporcionado un intenso deseo de expresar más amor
siempre que puede y de transmitir lo que ha aprendido. En
especial, quiere ayudar a sus hijos a desarrollar una mayor
percepción de su espiritualidad y a entender lo maravillosa que
puede ser la vida cuando nos centramos en el corazón. «No
tienen que preocuparse tanto por competir», apunta. «Todo lo que
tienen que hacer es ser ellos mismos y mostrarse dispuestos a
emprender el desafío de hallar el amor divino en esta vida.»
Perspectivas del corazón
Al final de cada apartado de este libro, siguiendo al título
«Perspectivas del corazón» ofrecemos unas técnicas prácticas que
puedes emplear para aumentar tu capacidad de dar y recibir más
amor y para crear tu propia alquimia del corazón.
Crea tu propio ritual del corazón. Puedes hacerlo antes de
levantarte por la mañana o antes de acostarte por la noche.
Empieza concentrándote en el corazón. Cierra los ojos un
momento y siente la presencia espiritual que mora en él.
Aprovecha este instante para reconectarte con tu yo espiritual
y recordar la promesa interna que hizo tu alma hace largo
tiempo de convertirse en un transformador vivo de amor.
Recupera durante el día ese sencillo ritual, sobre todo cuando
las circunstancias te tienten a alejarte de la sede del amor en
tu corazón.
Practica estar centrado en el corazón. A lo largo de la
jornada acostúmbrate a dirigir la conciencia hacia el corazón
periódicamente. Trata de pensar, sentir, actuar e incluso
respirar de manera consciente como si lo estuvieras haciendo
a través del corazón.
Busca una oración, afirmación o mantra sencillos que te
ayuden a conectarte con tu corazón y con el corazón de
Dios, y haz de ello una parte de tus ejercicios espirituales del
día. Si durante el día sientes el impulso de criticar a otros o a
ti mismo, de disgustarte o de apartarte del corazón de una u
otra forma, haz una pausa. Reconduce tu atención al corazón
y recita la afirmación u oración tantas veces como desees.
Puede ser tan simple como una de las que leerás a
continuación.
Revestir el corazón
de poder
El amor es una fuerza y un poder creativos. En cuanto comprendes que
eres cocreador con Dios, tu vida cambia. Empiezas a pensar: «Es una
gran responsabilidad. ¿Qué voy a hacer con mi poder de crear? Tengo
setenta años o algo más para llevarlo a cabo. ¿Qué voy a crear?».
Relacionarse con compasión
Mis amigos han sido algo muy especial en mi vida: han convertido mis
limitaciones en hermosos privilegios.
HELEN KELLER*
Dorothy Canfield Fisher señaló en cierta ocasión: «Una madre
no es una persona en quien apoyarse, sino aquélla que hace
innecesario apoyarse». Es así porque una verdadera madre es
compasiva, y la compasión reviste de poder. La compasión brinda
apoyo, pero no asfixia. Consuela pero no nos envuelve en
mullidos almohadones.
Si bien las palabras compasión y lástima se utilizan a veces
como sinónimos, distinguirlas tal vez nos ayude a entender mejor
el amor compasivo y su falsificación. La compasión nos reviste de
poder porque nos ayuda a aprender las lecciones espirituales
implícitas en todos los desafíos que nos salen al paso. La
compasión no culpa a otros por las circunstancias en las que nos
encontramos sino que nos muestra que es cómo reaccionamos a
ellas lo que de verdad importa. La compasión nos invita a
ascender a un punto de vista más elevado para que podamos
afrontar nuestros retos desde un nivel distinto.
Por otro lado, la lástima nos permite hacer el papel de víctima.
Nos alienta a revolcarnos en la pena por nosotros mismos y a
quedarnos en el mismo lugar donde estábamos. Nos tienta a
escapar de la realidad en lugar de encararla.
La lástima hace que por unos instantes uno se sienta bien, pero
a la larga no nos ayuda a crecer espiritualmente. Si un padre
consiente a su hijo llevado por ese tipo de sentimiento empático y
le protege con mimos de las dificultades y el trabajo duro que
implica madurar y florecer, ese niño puede que nunca crezca. No
importa la edad que tengamos: si no ponemos empeño en
aprender las lecciones del corazón, éste nunca madurará.
Como muchos padres, Susan aprendió de primera mano que la
mejor forma de tratar a su hijo era con compasión y no con
lástima. Durante el proceso, recibió para sí lecciones del corazón
muy importantes. Su hijo, Michael, luchó durante años para tener
estabilidad emocional. De tanto en tanto, encontraba algún
empleo, pero a los veintiún años llegó a un punto en que
dependía de ella para todo. Era incapaz de realizar sencillas
tareas y quería quedarse en casa todo el tiempo.
Después de hablar con amigos y con profesionales, Susan
entendió al fin que Michael necesitaba ayuda psicológica.
Asimismo, se dio cuenta de que tanto ella como Michael debían
tomar una decisión importante: que él continuara viviendo en
casa o se trasladara a una casa donde viviría en grupo y recibiría
cuidados profesionales.
«Yo trabajaba fuera de casa, y podía haber cuidado de mi
hijo; eso es lo que él quería», explica Susan. «Pero no era lo
mejor para él porque yo me había convertido en su muleta.
Estaba poniendo trabas a su crecimiento. Fue difícil. Te crees que
estás dando a tu hijo lo mejor porque le estás poniendo las cosas
fáciles, pero no es así.»
Michael se mudó a regañadientes a una casa donde vivía en
grupo, a unas setenta millas (112 km.) de distancia y Susan le
visitaba cada semana. Después de tres meses había mejorado
mucho. «Me di cuenta de que poner espacio de por medio era lo
mejor que podía hacer por él», admite Susan. «Era una forma
superior de amor.»
También fue lo mejor que Susan pudo hacer en su propio
beneficio. Ahora tiene tiempo para dedicarse a ella y a su
crecimiento espiritual, y ha descubierto nuevos modos de servir a
los demás. Ha decidido incluso cambiar de profesión. «Yo me
estaba impidiendo avanzar y se lo estaba impidiendo a mi hijo»,
reconoce. «Las decisiones más dolorosas son a veces las que nos
ayudan a crecer más.»
No siempre es fácil saber cuándo nos hemos quedado
atrapados en un ciclo de lástima en lugar de compasión, sobre
todo en las relaciones más cercanas. ¿Cómo podemos estar
seguros? Para empezar, la compasión nos da energía mientras
que la lástima tiende a quitárnosla. La compasión nos hace sentir
apoyados y fortalecidos; la lástima, por el contrario, resulta
sofocante.
En una relación basada en la compasión, ambas personas
cuentan con espacio para ser quienes realmente son. Cada una
respeta las necesidades de la otra y le ayuda a florecer. La
compasión, por ser amor, fomenta el crecimiento. En una relación
basada en la lástima, sin embargo, una de ellas o las dos se
sienten frustradas, cercadas, poco creativas. Empiezan a perder
el sentido de identidad propia. Las relaciones basadas en la
lástima producen codependencia.
Si quieres que los demás sean felices, practica la compasión. Si quieres ser
feliz, practica la compasión.
DALÁI LAMA
Erica Chopich y Margaret Paul definen a un individuo
codependiente como aquél que «da autoridad a los demás para
que le definan». Afirman que los codependientes «experimentan
el sentimiento de individualidad o de valía a través de los demás.
Permiten que otros les definan, y hacen a los demás responsables
de sus sentimientos».1 Melody Beattie señala que una persona
codependiente es «aquélla que ha dejado que el comportamiento
de otra le afecte o que le obsesiona controlar dicho
comportamiento».2
Es normal que nos preocupemos por los demás, pero no es
sano cuando esa preocupación se torna autodestructiva. En
palabras de Beattie, los codependientes se preocupan
excesivamente por los demás o tratan de ayudar de formas que
en realidad no ayudan. Con desespero intentan evitar herir los
sentimientos de otros individuos y terminan por lastimarse a sí
mismos. Dicen «sí» cuando en verdad quieren decir «no»3.
«Muchas personas, movidas por la ilusión de resultar
agradables», escribe John Gray, «sacrifican demasiado de su
propia identidad; de ahí que pierdan la capacidad de amar de
verdad y de conseguir el amor que necesitan».4
Pueden encontrarse gran cantidad de libros buenos y de
profesionales de la salud capaces de ayudarnos a ir hasta la raíz
de esos patrones autodestructivos y crear relaciones sanas. Desde
el punto de vista espiritual, una de las claves más importantes
para conseguir una buena relación es cultivar la que es única y
especial con nuestro Yo Superior y con Dios; y luego ayudar a
nuestra pareja a hacer lo mismo. «Amar a otra persona», postuló
Søren Kierkegaard, «es ayudarle a amar a Dios». Esa fuerte
conexión espiritual interna es lo que finalmente nos sostiene en el
viaje del amor.
Si permitimos que alguien dependa únicamente de nosotros
para que le proporcionemos felicidad, estabilidad y autoestima,
no le estamos haciendo ningún favor. Podemos —y, de hecho,
deberíamos— alentar, apoyar y fortalecer a los demás, pero
nada de lo que hagamos puede reemplazar el esfuerzo que otro
individuo realice para ascender. En el sendero de la automaestría
cada persona debe construir su propia relación personal con
Dios.
Perspectivas del corazón
Aplica las lecciones de la compasión. En tus interacciones con
los demás, ¿qué has aprendido sobre el poder que otorga la
compasión en contraposición al carácter sofocante y
absorbente propio de la lástima? ¿Cómo puedes aplicar esas
lecciones a tus relaciones e interacciones actuales?
Evalúa la calidad de tus relaciones. Haz una lista de las
relaciones más importantes que hay en tu vida en este
momento. ¿Hay alguien por quien te preocupes demasiado o
que te proteja en exceso? ¿Hay alguien a quien necesites
apoyar de manera más compasiva o fortalecedora en lugar
de con lástima o generándole dependencias?
Construye un hábito
En la vida sólo existen trabajo y amor [...]. Si somos afortunados, amamos
nuestro trabajo. Si somos juiciosos, nos disponemos a trabajar en el amor.
NOAH BEN SHEA
No existe una lista de lo que hay que hacer y lo que no hay
que hacer para amar más, ni hay fórmulas para conseguirlo.
Tenemos que descubrir por nosotros mismos la llave que libera el
manantial de amor en nuestro interior.
Sin embargo, existe algo que los maestros del amor nos
recomiendan: es más fácil amar cuando hacemos de ello un
hábito. Explican que el que fluye con espontaneidad es el amor
que se genera por medio del hábito. Amar genera un hábito, y tú
lo adquieres haciendo algo cada día y haciéndolo cuando no es
fácil. Al bombear la fuente del amor, tu corazón estará listo en un
momento dado para aliviar un corazón turbado, un cuerpo
cansado o un alma afligida.
Cuando las personas necesitan amor, lo necesitan en ese
momento. Cuando están en apuros o desesperadas, cuando están
enfermas o pensando en el suicidio, necesitan una transmisión
inmediata de tu corazón al suyo. Si tu bebé está llorando, no
esperas a terminar lo que estés haciendo para averiguar qué
pasa. El mismo principio se aplica siempre que estés dedicado a
aumentar el flujo de amor por medio de tu corazón. Estás en línea
directa con Dios, de modo que Él puede llamarte a cualquier hora
del día o de la noche y decirte: «Tengo una persona necesitada.
Ve a ayudarla».
Somos lo que hacemos repetidas veces. Por ello la excelencia no es un acto,
sino un hábito.
ARISTÓTELES
Cuando amamos no decimos: «Me importas, pero es
demasiado inoportuno hacer tal o cual cosa en este momento». El
amor se mide por la manera en que actuamos, y lo es todo
cuando somos capaces de darlo con constancia en circunstancias
extraordinarias.
U Tin U, uno de los líderes del movimiento para la democracia
en Birmania, entendía dicho principio. Envuelto en circunstancias
que habrían hecho montar en cólera o amargarse a la mayoría, él
se resolvió a mantener vivo su amor. Llevaba tres años en la
cárcel y casi había cumplido condena cuando revisaron su caso,
le sometieron a un nuevo juicio y una nueva condena: siete años.
Finalmente fue puesto en libertad en 1995.
Al hablar de su estancia en prisión y reclusión en solitario,
comentó que pese a sufrir graves limitaciones, halló modos de
mantener el espíritu vivo. «La barraca que ocupaba en el recinto
carcelario estaba rodeada por una alambrada. Yo permanecía
encerrado todo el tiempo», explicó. «El alambre me recordaba a
cada momento lo maravillosa que era la libertad [...]. El hecho de
perderla puede motivarnos a reflexionar sobre el valor
inapreciable de la vida. Pensar así me llenaba de alegría [...].
»Solía recitar de vez en cuando los discursos del Buda en pali
y los estudiaba, cosa que me inspiraba enormemente. Además,
me pasaron de forma clandestina un librito con citas de Jesús. Me
agradaba mucho su actitud de perdón y sinceridad.»
Mientras él estaba en prisión, la esposa de U Tin U le visitaba
y le llevaba comida. Con todo lo preciado de esas visitas y
regalos, U Tin U, sin embargo, prefería compartir el alimento con
sus carceleros e incluso con algunos miembros del equipo de
inteligencia militar. «Quería vencer cualquier sentimiento de verles
como “el enemigo”, así que intenté poner en práctica compartir
algo de mi comida con ellos», apuntó. «Ellos también llevaban
una vida muy dura en la cárcel.»5
U Tin U supo al instante que si construimos un hábito de amor
nuestro corazón nunca se cansará. Si de continuo permitimos que
una marea creciente de amor fluya de nuestro corazón a los
demás, sus puertas jamás se cerrarán.
Si pudiésemos ver la imagen de un corazón magnánimo a
niveles espirituales, lo veríamos convexo: expandido, rebosante
de luz, emanando luz constantemente. Cuando no emitimos el
amor puro y vigoroso del corazón, cuando estamos tan
ensimismados que no podemos dar, el corazón se vuelve
cóncavo, hundido hacia dentro, deprimido.
Sólo es posible vivir felices por siempre si se hace día tras día.
MARGARET BONNANO
Los maestros del amor nos dicen asimismo que si podemos
mantener el corazón abierto, aun cuando sea doloroso, podemos
ser un instrumento para la compasión y los cambios positivos en
la Tierra. La antigua tradición mística judía conocida como cábala
enseña que cada uno de nosotros contribuye individualmente al
estado del mundo. Cada instante aumentamos las fuerzas del bien
en el planeta, o bien, el peso de la negatividad.
La cábala también enseña que el mal en sí no ejerce poder
alguno. Son literalmente nuestros pensamientos, sentimientos,
palabras y obras, lo que confiere autoridad al mal. A la inversa,
el bien que hacemos priva al mal de poder y obliga al mundo
divino a enviar bendiciones a nuestra vida6. Cuando un número
suficiente de nosotros encarne, uno a uno, el atributo del amor, el
mundo se convertirá en un lugar lleno de amor. Lo resumió
Gandhi con estas palabras: «Creo firmemente que podemos
conquistar el mundo entero con la verdad y el amor».
Perspectivas del corazón
Bombea y sácale el jugo. ¿Existe alguna circunstancia
desafiante en tu vida que puedas utilizar como oportunidad
para mantener vivo el amor? ¿Qué puedes hacer
exactamente para mantener el hábito de amar en tales
situaciones?
Transmite amor. Reflexiona en cómo has interactuado hoy con
los demás. ¿Alguien necesitaba una ráfaga de amor de tu
corazón? ¿Dedicaste algo de tiempo a satisfacer esa
necesidad? Si no lo hiciste, ¿cómo puedes proporcionar el
amor y el apoyo que necesita esa persona?
Nutrirse uno mismo
Darnos a nosotros mismos lo que necesitamos significa que nos convertimos
en [...] nuestro asesor personal, confidente, consejero espiritual, socio, mejor
amigo y guarda. [...] Si nos escuchamos a nosotros mismos y escuchamos a
nuestro Poder Superior no nos descarriaremos.
MELODY BEATTIE
Carey se encontraba en una encrucijada. Trataba
desesperadamente de averiguar por qué motivo nunca podía
mantener un rumbo fijo en su vida. Durante un largo viaje en
autobús de regreso a su ciudad, tuvo tiempo para pensar; mucho
tiempo. Desde los silenciosos recovecos de su corazón imploró a
Dios y a la sabiduría interna de su Yo Superior que la ayudasen a
comprender.
Tan pronto como se bajó del autobús, Carey tuvo una
sorprendente revelación. Por primera vez en su vida, entendió que
la razón que le había impedido concentrarse en una meta y
alcanzarla era que muy en el fondo creía que no podía. Nunca se
había dado permiso para encontrar el camino porque temía
fracasar.
En ocasiones, como le ocurría a Carey, la falta de confianza
en nosotros mismos o de constancia tiene raíces más profundas. El
origen puede estar en una crisis relacionada con el amor: el amor
hacia uno mismo. ¿Nos amamos y valoramos? Si no nos amamos
a nosotros mismos, sabotearemos nuestro progreso espiritual,
emocional y profesional. No nos daremos permiso para ir más
hacia arriba simplemente porque no creemos que seamos
capaces o dignos de ello.
Esta enfermedad espiritual (a menudo agravada por padres,
compañeros, figuras de autoridad e incluso medios de
comunicación, todos ellos mal orientados) nos infectará con la
falsa creencia de que no merecemos ese empleo satisfactorio, esa
relación valiosa, esa bella casa o siquiera esas elevadas
experiencias espirituales que necesitamos y nos merecemos. A ello
hay que añadir que si no nos amamos daremos al traste con
nuestra capacidad de dar y recibir amor. De hecho, puede que
fracasemos, consciente o inconscientemente, tan sólo para
demostrar que no somos dignos.
«Este odio inconsciente hacia uno mismo no sólo se interpone
en nuestra manifestación del amor, sino también en el hecho de
recibirlo» escribe el Dr. Harville Hendrix. «No puedes sentirte
digno de aceptar amor si inconscientemente te odias u odias
ciertas partes de ti mismo.»7
Quienes muestran inclinación por la vida espiritual tienden a
mantener el listón alto y a ser excesivamente críticos consigo
mismos. Además, suelen ser en extremo sensibles a lo que los
demás dicen. Deberíamos ser realistas sobre los aspectos de
nuestra vida que hemos de mejorar, pero también debemos serlo
con respecto a la naturaleza de la vida y la espiritualidad. La vida
es un sendero, y la espiritualidad es un proceso. No somos hoy la
misma persona que fuimos ayer, al igual que no somos los mismos
que seremos mañana.
Cuando tratamos con niños, sabemos que están inmersos en un
proceso continuo de crecimiento y refinamiento, y no los
criticamos si cometen un error. Sin embargo, no siempre
trasladamos ese proceso a nuestra vida adulta ni tratamos a
nuestra alma del mismo modo.
El alma es nuestro niño interno, que pasa todavía por el
proceso de refinamiento; sigue aún desplegando su máximo
potencial. Independientemente de lo que nuestro niño interno esté
experimentando ahora, podemos amar a nuestra alma mientras
está recorriendo el camino de volverse íntegra. Porque lo más
importante no es hasta dónde hemos de llegar sino si estamos
totalmente comprometidos con el proceso. ¿Escuchamos lo que
nuestro corazón nos dice acerca de cuál es el siguiente paso en el
proceso? ¿Lo damos?
Quizás hagamos como Lisa, y no queramos afrontar lo que
nuestro corazón nos dice. Lisa era una madre soltera. Cuando no
estaba cuidando de sus hijos estaba trabajando, día y noche.
Estaba tan ocupada que nunca tenía tiempo de reflexionar. Más
tarde se dio cuenta de que durante años había acumulado
muchos sentimientos de culpa, y que había hecho todo lo posible
por evitar enfrentarse con ellos.
«No es fácil verse uno mismo», admite. «Es más fácil decir
‘dame algo en lo que me pueda enfrascar’; por ejemplo, un buen
proyecto que me lleve un año terminar. Dame algo que requiera
toda mi energía para no tener que pensar en mis problemas. Pero
lo que pasa entonces es que te estás desconectando de tus
emociones.»
En cuanto sus hijos crecieron y se marcharon de casa, Lisa
dispuso de algo de tiempo. ‘¿Qué hago ahora?’ se preguntó. El
silencio fue una voz de alerta. Le ayudó a darse cuenta de que
nunca se había tomado el tiempo de conocerse por dentro. «Estás
tan ocupada con tu profesión y con tus hijos que no dedicas ni un
momento a averiguar quién eres o quién quieres llegar a ser»,
comenta. «No te paras a preguntarte qué es lo que de verdad
necesitas.»
La soledad que reencontró Lisa constituyó un período para
reflexionar en sí misma. Le ayudó a descubrir una de las razones
por la cual había evitado el silencio tanto tiempo. Entendió que
durante años había mantenido a sus padres alejados porque les
culpaba de haberla disciplinado. A la vez, se sentía culpable por
haber sido una niña difícil. Ahora ha reanudado una
comunicación más frecuente con ellos y ha llegado a valorar lo
maravillosos y amorosos que son. «Me he vuelto a relacionar con
mis padres desde el corazón, y ello me ha abierto las puertas a
un nuevo mundo dentro de mi corazón», explica.
Lisa también se ha esforzado por aminorar el ritmo de vida que
llevaba. «Tenía que darme permiso para nutrirme el alma»,
afirma. «Ahora me paro y miro la puesta de sol, y valoro las
cosas pequeñas. Está creciendo una trinitaria en medio de mi
patio y me da mucha satisfacción verla cada vez que paso por
delante. Antes, habría pasado a toda prisa hacia el auto y no me
habría dado ni cuenta.»
Dedica tiempo cada día para llegar a tu hogar interior.
ROBIN CASARJIAN
Si quieres revestir de poder tu corazón, empieza por escuchar
lo que él te dice que necesitas en ese momento. Puede ser
cualquier cosa, desde pararte a oler unas flores hasta frotarte la
espalda o considerar un cambio de profesión. Escuchar el
corazón nos reviste de poder porque es el primer paso para
asumir la responsabilidad por nuestras necesidades.
«Si quieres amar, tómate el tiempo de escuchar al corazón»,
aconseja el autor y maestro budista de meditación Jack Kornfield.
«En la mayoría de culturas antiguas y sabias es una práctica
habitual que las personas le hablen a su corazón [...]. En el
corazón de cada uno de nosotros hay una voz de conocimiento,
una canción que nos recuerda lo que más valoramos y
anhelamos, lo que hemos sabido desde que éramos niños.»8
A veces negamos la voz del corazón. Pensamos que ocuparnos
de nuestras propias necesidades es egoísta. Sin embargo, cuando
lo hacemos, estamos recargando nuestras reservas espirituales y
físicas para que, a cambio, podamos dar más a otras personas.
Si no nos nutrimos a nosotros mismos, no podemos valorar y nutrir
de verdad a otros. Jesús dijo: «Ama a tu prójimo como a ti
mismo»; es decir, ama a tu prójimo como te amarías a ti mismo.
Si no podemos amarnos a nosotros mismos ¿cómo podemos amar
a los demás?
Antes de que el Buda Gautama pudiera iniciar la misión de su
vida, tuvo que aprender una importante lección sobre nutrirse uno
mismo. Durante seis años practicó la renunciación y la
mortificación del cuerpo, hasta que se debilitó tanto que terminó
por desmayarse. Una vez recuperado, comprendió que al negar
las necesidades del cuerpo estaba socavando lo que más
deseaba ver realizado. «Con un cuerpo debilitado», más tarde
explicó, «no podía dedicar mi última existencia a la compasión.»
Necesitaba cuidar de sí mismo antes de cuidar de los demás.
También nosotros debemos cuidarnos para brindar compasión
a otros. Cuando necesites tiempo a solas a fin de reunir fuerza
interior, tómatelo. Cuando necesites tiempo libre para reorientar
las prioridades en tu vida, tómatelo. Y cuando necesites nutrirte,
no delegues en otra persona esa tarea.
El amor es, por encima de todo, regalarse uno mismo.
JEAN ANOUILH
Si buscamos el amor en alguien para que supla el hecho de
que no nos amamos ni respetamos, podemos caer en la peligrosa
trampa de la idolatría. Tal vez nos digamos (a veces una y otra
vez): «Oh, es la persona más maravillosa que jamás he conocido.
Por fin he encontrado a la persona que me amará a la perfección.
Ya todos mis problemas se van a solucionar». Eso es una trampa
y la fórmula que conduce al desastre.
Cuando te amas, asumes la responsabilidad por el rumbo que
ha de tomar tu vida y por satisfacer tus necesidades personales.
Jan, por ejemplo, vivía en Florida (EE.UU.) cerca de Disney World,
o de Mickey Mouse, como dice ella. Tenía un buen empleo pero
aborrecía la frialdad de las ciudades y los trayectos diarios por
abarrotadas autopistas. «La gente no sonreía y todo el mundo
estaba demasiado ocupado como para prestar atención a otra
persona», explica.
Una vez al año Jan hacía una escapada a su valle favorito en
Montana (EE.UU.). En ese lugar pasaba las vacaciones desde hacía
diez años. Era tal el encanto de ese paraje que incluso se había
comprado allí una segunda casa.
Finalmente, el ajetreo de la ciudad se volvió insoportable. Jan
hizo una pausa para plantearse lo que sería el interrogante más
importante de su vida: «Si sólo me quedasen seis meses de vida,
¿adónde iría y qué haría?». No tardó mucho su corazón en darle
la respuesta. «Como nunca sabes cuánto tiempo te queda»,
señala, «decidí que más valía mudarme en ese momento».
Mientras seguía adelante con sus planes, conoció y se
enamoró del hombre de sus sueños. De todos modos seguía
convencida de que tenía que mudarse. A los pocos meses Jan ya
vivía en Montana, su novio hacía planes para reunirse con ella y
había conseguido un magnífico empleo. Aunque en éste le
pagaban menos que en el anterior, el dinero no era su mayor
preocupación. «Es cuestión de calidad de vida», puntualiza. «Al
fin y al cabo, pescar cuesta menos que ir a ver a Mickey Mouse,
y es mucho más divertido.»
Lo decisivo en esta historia no es que Jan dejara la ciudad,
porque para algunos de nosotros la ciudad es necesaria. Lo
decisivo es que hizo la pregunta correcta, que escuchó la
respuesta de su corazón... y que ha asumido la responsabilidad
de nutrirse a sí misma.
Perspectivas del corazón
Haz una lista de lo que te gusta de ti mismo. Si te resulta
difícil, pregunta a otros qué valoran de ti.
Consulta al corazón. Pregunta a tu corazón qué necesitas
ahora mismo para estar más equilibrado y en paz.
Encara las preguntas difíciles. Si sólo te quedaran seis meses
de vida, ¿a qué dedicarías el tiempo? ¿Cuáles serían tus
metas? ¿Cómo vivirías la vida?
¿Existen límites que debas establecer con el fin de nutrirte de
modo que puedas nutrir mejor a los demás? ¿Cómo puedes
comunicar con amor esos límites a los demás?
Educar el corazón
No existe otra realidad salvo la que albergamos en nuestro interior. Ésa es la
razón de que muchas personas vivan una vida tan irreal. Toman por reales
las imágenes que están fuera de ellos y nunca permiten que el mundo interior
se imponga.
HERMANN HESSE
El presentador de un programa de radio en Chicago me
estaba hablando de lo que hace falta para lograr la unión con
Dios. «No tiene más que ver lo serios y disciplinados que son los
rabinos», estaba comentando. «Ya desde jovencitos estudian un
montón de horas al día. Se sumergen en los textos antiguos, las
escrituras y el Talmud. Se tornan expertos en la ley y las
escrituras.»
Por supuesto, se trata de una disciplina que tiene cabida en
muchas religiones; pero me daba la sensación de que lo que el
presentador estaba insinuando era que los individuos estudiosos,
en virtud de su erudición y disciplina mental, se convertirían en
seres superiores, siendo eso lo que hace falta para lograr la unión
con Dios.
«No obstante, podrías albergar todo ese conocimiento y nada
de amor», repliqué. «El conocimiento en sí no nos garantiza la
entrada al reino de los cielos ni el logro espiritual ni tampoco la
unión con Dios. Sí, en cambio, lo hace la medida en que
amamos.»
Ese tipo de discusiones se han sucedido probablemente desde
tiempos inmemoriales. De hecho, en el magnífico libro Diary of
Adam and Eve [El diario de Adán y Eva] de Mark Twain, Eva se
lamenta para sus adentros de Adán: «Ojalá pudiera hacerle
entender que un corazón bueno y amoroso equivale a riqueza, a
riqueza suficiente, y que sin él el intelecto equivale a pobreza». La
sabiduría es una virtud maravillosa. Pero, a menos que esté
fusionada con el amor y con la voluntad divina, nuestro intelecto
será impotente espiritualmente hablando.
Ésa es una lección que nuestra sociedad va a verse obligada a
dominar en este nuevo milenio. La tecnología y la ciencia se están
acelerando a una velocidad nunca alcanzada. Pero, ¿qué sucede
con el desarrollo de nuestro corazón? ¿Podemos equilibrar
nuestros avances científicos con un desarrollo proporcionado del
corazón que nos permita tomar sabias decisiones sobre cuestiones
como la ingeniería genética, el medio ambiente o el uso de la
tecnología de las comunicaciones para informar y liberar en lugar
de para controlar y regular? ¿Seremos capaces de emplear
suficiente amor y sabiduría para reprimir la tentación de abusar
del poder?
El modo en que una sociedad afronta esos desafíos depende
de la manera en que nosotros como individuos desarrollemos
nuestro corazón. Confucio enseñó que desarrollar el corazón es
fundamental a la hora de establecer orden en el mundo. Dijo que
para poner el mundo en orden primero debemos poner la nación
en orden. Para poner la nación en orden, debemos antes poner la
familia en orden. Para poner la familia en orden debemos
previamente cultivar nuestra vida personal. Y para cultivar nuestra
vida personal antes tenemos que estar en armonía con nuestro
corazón.
Aunque la inteligencia es útil, necesita ser devuelta al espíritu. A eso se le
llama la gran armonía.
HUAI-NAN-TZU
¿Enseñamos a nuestros hijos a estar en sintonía con el
corazón? Que nuestros hijos sean capaces de expresar libremente
los magníficos atributos del corazón es previsión de futuro. Desde
hace muchos años me ha preocupado seriamente la calidad de
nuestro sistema educativo. Me interesa que nuestros hijos tengan
amplias oportunidades de equilibrar el desarrollo de su mente y
sus destrezas manuales con lo que denomino la educación del
corazón.
Educar el corazón nos permite desplegar todo nuestro
potencial espiritual. Nos muestra cómo confiar en nuestras
facultades internas y nuestros recursos internos para hacer frente a
las dificultades que se nos presenten. Educar el corazón aumenta
la capacidad del alma de desplazarse más allá de sí misma, de
explorar los vastos confines del universo, así como las
profundidades insondables del ser.
Si sólo se nos enseña a hacer hincapié en formas empíricas de
plantear una situación, ocurre que nuestra mente analítica se
convierte en el único instrumento con el que contamos para
construir nuestra vida. Sin embargo, se nos ha dotado de mucho
más. El corazón y el alma continuamente sienten, intuyen y
perciben lo que no puede explicarse por el método empírico. Lo
que no tiene sentido para el intelecto sí lo tiene para el corazón y
el alma. Si no prestamos atención ni ajustamos los delicados
instrumentos de nuestra vida interior, las capacidades espirituales
innatas permanecerán en estado latente.
Mark Prophet y yo estábamos tan preocupados por los
componentes que se echaban en falta en nuestro sistema público
educativo que en 1970 fundamos Montessori International, con el
propósito de que nuestros hijos y muchos otros niños que
asistieran a nuestra escuela pudieran recibir una verdadera
educación holística. Hubo un tiempo en el cual aquélla contaba
con programas que abarcaban desde preescolar hasta
secundaria.
Cada uno de esos pequeños debe tener la máxima
oportunidad de entender la ciencia del ser. Hay que enseñarle a
cada uno a escuchar con el corazón y a dejarse llevar por esas
intuiciones del alma que le guiarán en el trayecto de su destino
inmortal. Ello requiere de maestros que sean mentores en lugar de
monitores. Requiere de maestros que respeten y tengan un papel
colaborador, no que controlen el desarrollo de la mente o de la
inteligencia del corazón, las cuales son únicas en cada alumno.
En realidad, los únicos educadores verdaderos son Dios y el
espíritu que mora en el interior. Todos los demás maestros son
sustitutos, que están presentes para ayudarnos hasta que
aprendamos a escuchar la sabiduría de nuestro corazón, alma y
mente superior.
Educar el corazón nos prepara para convertirnos en
transformadores vivos del amor. Aprendemos a percibir de
manera intuitiva lo que los demás necesitan, y a colmar esa
necesidad con lo que hace falta en un momento dado. Esa
fórmula alquímica siempre proviene del corazón.
No puedes enseñar nada a ningún hombre; tan sólo puedes ayudarle a
encontrarlo dentro de sí mismo.
GALILEO
Curar el corazón
La curación del corazón comienza con misericordia: ofreciéndola al
prójimo, brindándonosla a nosotros mismos. Empieza afirmando que
dominamos nuestro destino. No importa lo que hayamos hecho, no
importa lo que hayamos vivido: podemos trascendernos a nosotros
mismos. Podemos aprender a dominar el flujo creativo de energía por
medio de nuestro corazón.
El corazón misericordioso
La felicidad consiste en tener buena salud y mala memoria.
INGRID BERGMAN
Habían pasado veinte años desde que Rich se divorció de su
primera esposa; y sin embargo, todavía se sentía mal por el modo
en que ese matrimonio había terminado. «Estaba totalmente
enfrascado en mí mismo y había muchas cosas que no tenía
claras», rememora. También lamentaba no haber expresado
nunca a su familia política cuánto la valoraba y cómo sentía que
el divorcio hubiera repercutido de manera tan profunda en su
vida.
Muchos años después, reunió el coraje suficiente para escribir
a su exesposa pidiéndole perdón. Mandó la carta al hijo que tuvo
de ese matrimonio a quien solicitó que se la entregase a su
madre.
«Al poco tiempo me llamó por teléfono», explica Rich.
«Cuando oí sus palabras, que denotaban comprensión, fue como
si alguien me hubiese abierto el corazón por primera vez.
También tenía un mensaje de su madre: “Por favor, dile a Rich
que le perdoné hace tanto tiempo que casi lo he olvidado”. Me
pareció lo más bondadoso que un ser humano pudiera decirle a
otro. Durante años me había enfrentado con diversas formas de
culpa, de modo que esas palabras me sanaron.»
Abrir el corazón y dejar sus más íntimos sentimientos al
descubierto en esa carta fue para Rich dar un gran paso
adelante. Tenía que superar el miedo a ser rechazado. Mas, una
vez hubo actuado —ofreciendo misericordia y pidiéndola a la vez
— el miedo y la culpa fueron disueltos por el poder curativo del
amor. Se dio cuenta de cuánto valor le había hecho falta al
contarle la historia a su primo, el cual a su vez acababa de pasar
por un divorcio hacía poco. «Cuando le animé a procurar
resolverlo ya que a mí me había dado tan buen resultado, se
asustó. Le faltaron segundos para desaparecer de mi oficina»,
comenta Rich.
Es una reacción normal. Cuando algo nos resulta difícil o
desagradable, queremos esfumarnos lo antes posible. Winston
Churchill señaló una vez: «En ocasiones los hombres se tropiezan
con la verdad, pero la mayoría se marchan a toda prisa como si
nada hubiese ocurrido». Cuando andamos por un sendero del
corazón y «nos tropezamos» con una situación que precisa
resolverse, independientemente de lo incómoda que sea, no nos
marchamos a toda prisa, puesto que sabemos que somos libres de
verdad para progresar espiritualmente a menos que hagamos un
alto y apliquemos la misericordia. Ahora y siempre nos
corresponde perdonar, perdonar y perdonar.
Se esconde una sencilla ley tras ese mandato. Cuando nos
negamos a perdonar a alguien que nos ha hecho daño, aun
cuando lo haya hecho una y otra vez, nos atamos a esa persona.
«Todo lo que seas incapaz de dar —afirmó André Gide— te
posee.» La persona a quien nos negamos a perdonar, aquélla con
quien estamos enojados, se convierte en nuestro maestro. No
importa cuánto nos esforcemos por avanzar en alguna dirección:
tan sólo podremos ir hasta donde la cuerda de lo no resuelto nos
permita. Y por lo general es una cuerda muy corta. Lo es porque
nuestra alma es inevitablemente atraída hacia el mismo escenario
a fin de restablecer la armonía y resolver la situación.
Ama y serás amado. Todo en el amor es tan matemático como los dos lados
de una ecuación algebraica.
RALPH WALDO EMERSON
Por ese motivo las personas que vayan a la tumba sin hacer las
paces con sus adversarios se van a encontrar con una sorpresa
cuando lleguen al otro lado. Descubrirán que si no soltamos el
resentimiento, la ira o los deseos de venganza, tendremos que
reencarnar junto a los mismos individuos una y otra vez hasta que
aprendamos a amar. De modo que las disputas de profundo
arraigo entre familias e incluso naciones no vienen sólo de
generaciones: puede que se remonten a siglos o hasta a vidas
atrás. La enemistad se perpetúa hasta que no se perdonen.
Y no solamente se llevarán la incapacidad de perdonar a la
tumba, sino que se irán al ataúd antes si no perdonan. Una
universidad de Tennessee (EE.UU.) realizó un estudio para evaluar
los efectos de la personalidad capaz de perdonar. Los
investigadores midieron ciertos indicadores como la presión
sanguínea, la tensión en los músculos de la frente y el ritmo
cardíaco mientras los alumnos hablaban de vivencias que habían
tenido relacionadas con la traición. Descubrieron que quienes
perdonaban más fácilmente tenían la presión sanguínea más baja
y les subía menos que aquéllos que guardaban algún tipo de
rencor.1
El tema del perdón es confuso para muchos de nosotros porque
se nos ha enseñado equivocadamente que el perdón nos limpia
de la transgresión o el delito. Creemos que cuando pedimos
perdón por algo que hemos hecho o cuando perdonamos a otra
persona ahí se acaba el asunto y también nuestra
responsabilidad. Sin embargo, perdón no equivale a absolución.
Seguimos siendo responsables de nuestras acciones. Si pagas a
alguien para que te pinte de azul el auto y te lo pinta rojo, puedes
perdonarle pero tiene que corregir la situación y volverlo a pintar.
Cuando Dios nos perdona, nuestro karma negativo (o pecado)
queda sellado durante algún tiempo. Es como si Dios nos quitase
el fardo de karma de nuestra espalda para que tengamos tiempo
de seguir el sendero de automaestría y de prepararnos para
pasar el examen cuando nos regrese. Y regresará. Si finalmente
superamos la prueba podemos graduarnos y pasar al siguiente
nivel de maestría espiritual.
Así es como funciona el universo. Si perdemos la calma o nos
enojamos, se pondrá a prueba otra vez nuestra paciencia y
perdón. Tal vez nos venga en una serie de nuevas circunstancias
o se reproduzca la misma escena con los mismos actores.
Cualquiera que sea el caso, tendremos que mostrar de cuánto
amor y perdón podemos infundir la situación a fin de proveer
nuestra curación y la de los demás.
Jesús fue un profeta del amor, y una de las enseñanzas más
profundas que dio sobre la dinámica espiritual del amor se halla
en el Padrenuestro: «Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores». Estamos tan
acostumbrados a oír esas palabras que no pensamos en lo que
significan: perdona nuestros defectos y errores de la misma
manera que nosotros perdonamos los defectos y errores de los
demás.
Ésa es la ley básica del karma: lo que hagas con los demás se
te hará a ti. Dios nos ofrecerá el perdón en la misma medida en
que nosotros ofrezcamos la misericordia de nuestro corazón a los
demás. De manera que si no perdonamos se nos negará la
misericordia. Por ello, el mayor peligro del corazón poco piadoso
es que daña a quien lo abriga.
La historia de un amor no es importante: lo que sí es importante es que uno
sea capaz de amar.
HELEN HAYES
La ley del perdón es una simple ecuación energética, ya que lo
que pensamos, sentimos y hacemos se ramifica en los niveles
energéticos de nuestro ser. El antiguo arte oriental del feng shui,
por ejemplo, establece que el desorden o los bloqueos en nuestro
entorno pueden crear bloqueos en nuestra vida. El mismo
principio se aplica a nuestro ámbito interno. Cuando damos y
recibimos amor libremente, cuando nos ocupamos de los
problemas de la vida y de resolverlos con rapidez, la energía se
mueve. Mas si nos aferramos al resentimiento o a la rabia, la
energía se bloquea. Si la falta de perdón y de amor es grave, la
energía bloqueada endurece el corazón. A niveles espirituales
ello crea insensibilidad o dureza de corazón.
Si quieres curar el corazón y activar la misericordia, un método
práctico es tratar ese asunto desagradable y peliagudo que
acaba de llegar a tu vida lo antes posible. Perdona al prójimo y
pide perdón con toda la sinceridad de tu corazón para que
ambos podáis avanzar.
No obstante, los grandes adeptos jamás afirmaron que el
perdón fuese necesariamente fácil. No siempre lo es perdonar a
quienes han cometido delitos graves contra el cuerpo, la mente y
el alma. Una mujer abrió una vez su corazón en una carta que
me dirigió, con estas palabras: «Por más que lo intente, no puedo
perdonar a mi exesposo por haber abusado sexualmente de mis
hijas. A consecuencia de ello, han sufrido toda su vida. Tienen
problemas en sus matrimonios. No han sido capaces de resolver
el trauma que les causó toda esa situación, y por lo tanto no
puedo perdonarle. ¿Qué debo hacer?».
Recé a Dios sobre ese asunto y recibí una enseñanza
impresionante, a la vez que liberadora, la cual transmití a dicha
mujer. La resolución, aprendí, es un proceso que consta de dos
etapas. La primera consiste en invocar misericordia divina.
Podemos perdonar al alma de quien cometió el agravio y le
pedimos a Dios que perdone a esa alma.
La segunda etapa equivale a invocar justicia divina para que
se exterminen las fuerzas negativas, tanto internas como externas,
que dominan al alma y que operan por medio de ella. Pedimos a
Dios que reprima al yo irreal, esto es, el lado oscuro de la
persona que le condujo a cometer el daño. También podemos
pedirle que conceda al alma la oportunidad de arrepentirse de
sus actos y de fortalecerse a fin de resistir el impulso de hacer el
mal tan pronto como éste llame a su puerta.
De todos modos, el simple hecho de perdonar a alguien no
significa que consintamos sus actos perniciosos. Significa que
podemos abandonar el sentimiento de injusticia y dejar que Dios
se ocupe de la situación. El cuándo, el dónde y el cómo son
asunto de Dios: «Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor».
Por tanto, nuestra función es perdonar y la de Dios es
administrar el juicio y suministrar al alma las cuotas
incrementadas de karma que le ayudarán a aprender sus
lecciones. En realidad, podemos amar la naturaleza espiritual que
reside en el fondo de cada persona independientemente de los
actos que haya realizado. El fuego alentador que yace en el
núcleo de nuestras células es Dios, de modo que podemos amar
al alma y honrar esa luz aun cuando la conciencia que la utiliza
ya no esté al servicio del Espíritu.
Comprender ambos componentes del perdón —perdonar al
alma y pedir a Dios que extinguiera las fuerzas negativas que
operaban por medio de aquélla— fue el remedio que sanó la
vida de la señora que me escribió la carta. Ello la liberó, pues
sabía que Dios dispensaría tanto misericordia divina como justicia
divina. Tras años de angustia, pudo por fin decir adiós a la
situación.
Perspectivas del corazón
Reflexiona sobre tu capacidad de perdonar. Cuando surgen
conflictos, ¿los resuelves con facilidad o los arrastras mucho
tiempo? ¿Eres capaz de soltarlos, dejarlos en manos de Dios
y olvidarte de ellos?
Procura resolver. ¿Existe alguna circunstancia en tu vida que
no hayas resuelto del todo (algo que tal vez haya ocurrido
años atrás que todavía te resulte una carga)?
Si hay alguien a quien no hayas perdonado o que no te
haya perdonado, habla con esa persona o escríbele una
carta. Pídele perdón o dile que la perdonas. Si ha fallecido,
escríbelo de todos modos en una carta, quémala y pide a los
ángeles que se la entreguen a esa alma.
El misterio de la
autotrascendencia
Nuestra grandeza como seres humanos descansa no tanto en ser capaces de
recrear el mundo como en ser capaces de recrearnos a nosotros mismos.
MAHATMA GANDHI
Con frecuencia la persona más importante a quien debes
perdonar es a ti mismo. En ocasiones creemos que no somos
dignos de tal perdón. Miramos nuestro lado humano y deducimos
que no somos lo bastante buenos. Sin embargo, no estamos aquí
para perfeccionar nuestro lado humano. Estamos aquí para
liberar nuestra grandeza interna y manifestar todo el potencial de
nuestro yo espiritual.
Todos hemos cometido errores, y es necesario que entremos en
contacto con el dolor que podamos haber causado a otros. Es
preciso sentir, con toda la sensibilidad del corazón, el
remordimiento capaz de convencer a nuestra alma de que nunca
vamos a volver a lastimar a otro ser vivo de esa manera; pero
también es necesario sobreponernos a ello.
No importa qué errores hayamos cometido: hacíamos lo que
podíamos en esa situación. Ahora es el momento de perdonarnos,
de proseguir con nuestra vida y de concentrar la mirada en el
vasto potencial espiritual que tenemos dentro de nosotros. Todos
tenemos ese potencial, y sin embargo no siempre lo hemos
aceptado.
Una de las razones por las cuales perdonarse y aceptarse uno
mismo sea tan difícil es que muchos fuimos víctimas del desprecio
o el ridículo durante la etapa de crecimiento. Tal vez los que nos
acusaban fueran despiadados al ejercer esa condenación. El
Libro del Apocalipsis, que constituye una exposición de
arquetipos, menciona al acusador de nuestros hermanos quien
«los acusaba delante de nuestro Dios día y noche». El acusador
de los hermanos es el arquetipo correspondiente a aquéllos que
convierten en un hábito el criticar y condenar a los demás.
Ante esos acusadores hemos llegado a creer erróneamente que
no somos dignos de ser amados. Cuando esos dardos de crítica
vuelan, lo que suele pasarnos por alto es que los acusadores
necesitan criticarnos y rebajarnos para sentirse bien consigo
mismos.
Ciertamente podemos beneficiarnos de un comentario
constructivo y edificante. No obstante, con demasiada frecuencia
nuestra sociedad hace hincapié en los aspectos negativos.
Tendemos a mirar a alguien y, a continuación, lo hacemos trizas
mentalmente. No nos gusta cómo se viste o la curvatura de sus
cejas o la forma de sus gafas. Se nos ha enseñado a examinarnos
mutuamente (y a nosotros mismos) según patrones imposibles, en
lugar de utilizar el gran don de la visión para contemplar el
Espíritu vivo en el prójimo y honrarlo. Se nos ha enseñado que
para ser aceptados y amados debemos vivir de acuerdo con esos
modelos. Sin embargo, el anhelo verdadero de nuestra alma es
que se la ame por lo que es y por quien es en el fondo, no por la
personalidad, la apariencia o por los logros que tenga.
Mi trabajo no es motivar a los jugadores [...]. Mi trabajo es no desmotivarlos.
LOU HOLTZ
Recuerdo un día en que iba caminando por la calle con mi
esposo, Mark, y él me expresó el amor que sentía por mí, por mi
persona verdadera. Dijo: «Elizabeth, amo a tu alma». Me
acuerdo de cómo lloré. Por primera vez en mi vida había
conocido a alguien capaz de conocer mi alma —además de
todos mis defectos, mis errores, mis problemas— y que me amaba
como era. Me amaba no porque fuera perfecta o imperfecta, sino
porque era yo.
Cada vez que criticamos, en realidad crucificamos a Dios en
esa persona. En el sendero del corazón, tenemos el deber de
bajar a ese Dios de la cruz nutriéndolo en lugar de derribándolo.
Si tienes la tentación de criticar, haz una pausa y examina lo que
realmente te molesta. Pregúntate: ¿por qué necesito criticar y de
qué tengo miedo?
Los psicólogos explican que criticar a otros es en verdad
criticar una parte de nosotros. Lo que más nos desagrada de otra
persona se relaciona con algún rasgo que no nos gusta de
nosotros. El Dr. Harville Hendrix señala que su esposa y él
descubrieron que en su relación tenían que «aprender a amar en
la otra persona lo que más nos desagradaba de nosotros»,
apunta.
Por ejemplo, Hendrix afirma que tiene la tendencia a enfadarse
cuando su esposa pasa demasiado tiempo al teléfono. Sin
embargo, él pasa a veces demasiado tiempo frente a la
computadora. Comenta que si entiende por qué hablar por
teléfono es importante para su esposa y, a la vez, respeta sus
necesidades, puede superar el odio inconsciente que siente hacia
alguna parte de sí mismo. Gracias a ello, aumenta no sólo el
amor por su esposa, sino también hacia sí mismo. Cada vez que
nos abstenemos de juzgar a otra persona y nos acercamos a ella
con empatía en lugar de con espíritu crítico —indica— también
nos respetaremos a nosotros mismos en vez de rechazarnos.2
La repercusión más importante que ello conlleva es que muchas
de las dificultades psicológicas, espirituales e incluso físicas que
atravesamos quizás empiecen con falta de perdón y de
aceptación de nosotros mismos. Si no nos perdonamos tenemos la
tendencia a no perdonar a los demás. Cuando seguimos un
modelo inviable para nosotros, tendemos a hacer lo mismo para
con los demás. Cuando somos severos y rígidos con nosotros,
somos propensos a serlo con los demás. Pero cuando estamos en
paz con nosotros, podemos encarar el mundo con paz. Cuando
nos perdonamos podemos perdonar más fácilmente a los demás.
Lo cierto es que al darnos Dios libre albedrío y ponernos en
este denso mundo físico, sabía que cometeríamos errores. El
ensayo y el error constituyen el camino del eterno alquimista, el
cual experimenta una y otra vez en busca de una meta más
elevada. La equivocación tiene por objetivo propulsarnos hacia
arriba y hacia delante en cuanto aprendemos la lección que nos
ha permitido crecer. Desde luego, nunca hemos estado destinados
a dar vueltas en círculo, como en una rueda de molino, repitiendo
los mismos errores en lugar de elevarnos cada vez más por una
espiral de autotrascendencia.
Todo en la vida es un experimento.
RALPH WALDO EMERSON
La autotrascendencia es la ley del universo. El mundo espiritual,
como sucede con el universo físico, no es estático. Los seres que
habitan en reinos espirituales, desde santos y maestros hasta
poderosos arcángeles, están en continuo crecimiento,
progresando y madurando en amor, sabiduría y poder. Con la
energía que tenemos cada día a nuestra disposición, la energía
que acciona el motor de nuestra vida, también nosotros estamos
destinados a trascendernos continuamente.
Cuando no experimentamos progreso es porque estamos
atascados en una matriz que nos limita. No alcanzamos a
concebir la matriz más elevada de lo que podríamos ser. Si hoy
día tienes la misma imagen de ti que tenías ayer, estarás creando
con la energía de hoy los mismos patrones que creaste ayer. Si
escondido en cualquier parte de tu ser te acecha algún
pensamiento que acepte la limitación, que acepte la condenación
de los crueles acusadores, te va a impedir ser recreado a imagen
y semejanza de ese patrón superior. Y cuando criticas a los
demás, les estás animando a aferrarse a un concepto limitativo de
sí mismos.
Dicho en pocas palabras, si no somos lo que queremos ser,
ello puede deberse a que invertimos demasiada energía en los
viejos patrones. Por otro lado, el amor crea la nueva matriz. El
amor es autotrascendente y nos muestra que controlamos nuestro
destino.
Puedo ser una persona nueva cada día. Ése es un concepto
apasionante. Eres cocreador con el Espíritu, y el proceso
cocreativo está ocurriendo allí donde estás. Tú eres un científico
del Espíritu. Eres un alquimista en el laboratorio del ser. Lo que
creas cada día puede ser una nueva expresión del amor si
quieres que así sea.
Perspectivas del corazón
¿Te estás aferrando a una matriz que te limita? ¿Cuáles son
las creencias erróneas que quizá tengas sobre ti mismo,
reforzadas por figuras de autoridad mal orientadas, por
rivales, etc.? ¿Cuál es la imagen más elevada que te gustaría
manifestar? ¿Qué puedes hacer que te ayude a sostener esa
imagen superior día tras día?
La próxima vez que sientas que te condenan, date permiso
para afirmar: «He invocado la ley del perdón. Dios me ha
perdonado. Hoy voy a hacerlo mejor. Por tanto, ¡ no acepto
esa culpa, esa deshonra ni esa etiqueta de pecador!» Arroja
todo reproche, deshonra y sentimiento de culpa a los fuegos
alquímicos del corazón. Deja que esos fuegos, cual gran
hoguera de perdón, consuman los barrotes que te aprisionan
el corazón y te liberen el alma.
Sírvete de las circunstancias como espejo. Piensa en algún
rasgo o comportamiento de otra persona que te moleste. ¿Te
recuerda a algo que no te gusta de ti? Ponte en el lugar de la
otra persona y trata de entender por qué actúa de esa
manera. Luego piensa en el comportamiento similar en ti y
pregúntate a qué fin sirve.
Ritual para el perdón
Aquél que no puede perdonar a los demás destruye el puente por el que debe
pasar.
GEORGE HERBERT
Cuando no nos ocupamos de los problemas tan pronto como
llaman a la puerta, la energía de los asuntos no resueltos se
acumula, como capas de roca sedimentaria, bloqueando la
entrada al corazón. Nos puede tener dando vueltas en la cama
toda la noche. Y, en cuanto alguien nos provoca, nuestros
sentimientos no resueltos pueden despertar de repente, haciendo
que tengamos reacciones que a menudo nos sorprendan.
Una buena forma de mantener abiertos los canales del corazón
es creando tu propio ritual de la entrega al final del día antes de
irte a dormir (véase acápite Ritual para el Perdón). Dentro del
ritual puedes pedir a Dios que te muestre los pasos prácticos que
debes dar al día siguiente a fin de avanzar hacia la solución.
Una oración universal que se ha convertido en parte importante
del ritual de la entrega de muchas personas es la afirmación del
perdón. Un amigo le dio a Juan una copia de esa afirmación y
éste la depositó en un cajón de su escritorio en la oficina. Aquella
semana salió a almorzar con una amiga de su esposa, quien le
trajo malas noticias. Le contó a Juan que su mujer tenía una
aventura con el vicepresidente del departamento de ventas donde
ambos trabajaban, y que la historia se había iniciado antes de
que se casaran.
Enojado y dolido, Juan llamó a su esposa y luego al amante de
ésta para confrontarles. «Cuando colgué —recuerda— podía
sentir la rabia que ardía dentro de mí y me arrollaba. Habría sido
fácil perder el control y hacer alguna tontería. De repente, sentí un
claro impulso de abrir el cajón del escritorio, sacar la afirmación
del perdón y decirla. La hice en voz alta varias veces, sin levantar
la voz ya que estaba en el trabajo pero la di con todo mi
corazón. Al recitarla, sentí una increíble presencia de paz
acudiendo a mí. Sentí la energía volátil disiparse. Y podía pensar
con claridad.»
Cuando se calmó, Juan recordó que el padre de su esposa
había sido alcohólico y que ella nunca se había sentido amada
por él. En la actualidad hacía lo que podía y trataba de
complacer tanto a Juan como a su amante. El incidente le
confirmó lo que llevaba sospechando desde hacía meses: que por
el bien de su propio crecimiento espiritual había llegado el
momento de salir de esa relación.
En lugar de quedar atrapado en un juego de venganza o
culpa, Juan dio lo que en este caso era un paso positivo para él y
para su esposa. En cuestión de semanas estaban divorciados. Al
haber perdonado a su esposa, era libre para avanzar. «De hecho
acabamos separándonos como amigos», apunta Juan. «El hecho
de hacer esa afirmación me ayudó a soltar la ira y a resolver una
situación nada saludable que me estaba reteniendo
espiritualmente.»
Perspectivas del corazón
Crea tu propio ritual de la entrega. Justo antes de dormirte,
deja que los sucesos del día te pasen por delante del ojo
interno como si fuera una película. A continuación háblale a
Dios del día. Si hay circunstancias no resueltas que te turban,
pídele que te perdone, que te ayude a perdonar a los demás
y a restablecer el flujo de la figura de ocho entre tú y
aquéllos que nombres. Envía amor por esa figura en forma
de ocho desde tu corazón hasta el de las personas a quienes
alguna vez hayas lastimado y todas las que alguna vez te
hayan lastimado a ti.
Pide a Dios o a tu santo, maestro o ángel preferido que
sea el tutor de tu alma mientras duermes, y que te muestre
concretamente cómo resolver la situación al día siguiente.
Solicita tener la oportunidad en el lugar y el momento
adecuados para corregir la situación.
Experimenta con la afirmación del perdón. Antes de hacer la
afirmación, pide perdón para ti y para aquéllos que
nombres. Imagina un fuego sagrado resplandeciendo dentro
de tu corazón. Visualiza ese fuego de amor como una
intensa llama de color rosa mezclado con violeta3. Observa
las llamas del perdón volviéndose más y más intensas al
transmutar a niveles energéticos la energía calcificada de la
falta de perdón y los recuerdos de las heridas y el dolor.
Tu corazón puede ser un instrumento de amor divino
mientras recitas la afirmación. Cuando digas las palabras
envía llamas de color violeta rosado de tu corazón al de los
que has nombrado. Visualiza esas llamas suavizando y
disolviendo toda la dureza y la insensibilidad del corazón.
Conforme vayas haciéndote experto en esa visualización,
podrás enviar esferas llameantes de luz cada vez a más
personas, llegando incluso a visualizar llamas de perdón
sobre ciudades enteras, países o zonas en guerra, envueltas
en un ungüento curativo del perdón. Repite tantas veces como
quieras la afirmación que leerás seguidamente. Cuanto más
la repitas, mayores serán el hábito y el poder que construirás.
Afirmación del perdón
YO SOY* el perdón aquí actuando, arrojando las dudas y los
temores,
la Victoria Cósmica despliega sus alas
liberando por siempre a todos los hombres.
YO SOY quien invoca con pleno poder
en todo momento la ley del perdón;
a toda la vida y en todo lugar
inundo con la Gracia del perdón.
Hacer las paces con Dios
Lo que determina tu ignorancia es lo profundas que sean tus creencias en la
injusticia y la tragedia. Lo que la oruga llama el fin del mundo, el Maestro
denomina mariposa.
RICHARD BACH
«De verdad no lo entiendo. ¿Cómo ha podido Dios permitir
que sucediera? ¿Cómo ha podido permitir que mi pequeño (o mi
esposo, mi hermana, mi madre) muriera?»
Eso es lo que nos sentimos tentados a responder cuando nos
enteramos de algún hecho trágico para el cual no existe
explicación lógica. De todos modos, no es Dios quien «permite»
que esas tragedias ocurran. La ley del círculo, también llamada
ley del karma («quien siembra vientos, recoge tempestades»), nos
dice que lo que ocurre en el presente es el resultado de causas
que hemos puesto en movimiento en el pasado, ya sea en ésta o
en vidas anteriores. Por amor a nuestra alma Dios nos dio libre
albedrío, y Él lo respeta. Nos permite experimentar y, de ahí,
aprender por experiencia propia las consecuencias de nuestros
actos.
Por supuesto, las personas inician cada día actos de karma
negativo cuando dañan a otros. De modo que no todo lo que
ocurre es necesariamente el pago por algo que hayamos hecho
en el pasado. En ocasiones hay almas que incluso se ofrecen
para hacer sacrificios con el propósito de ayudar a alguien
cercano a ellas a que aprenda alguna lección importante.
Nunca sabemos con certeza la verdadera razón que se
esconde tras una tragedia. Pero sí podemos elegir. Podemos
maldecir a Dios o a nosotros mismos o a otros, o podemos abrir el
corazón, enviar más amor e intentar comprender la lección
destinada a nuestra alma.
No siempre sabemos conscientemente cuándo estamos
enojados con Dios. A veces sólo podemos deducirlo de los
síntomas que emergen de los niveles inferiores de nuestro ser. La
rabia inconsciente puede, por ejemplo, hacernos pasar una
cantidad excesiva de tiempo comiendo o durmiendo. Puede
volvernos pasivos, resentidos o indiferentes, como forma de
rebeldía silenciosa. La rabia inconsciente puede llevarnos a
criticar a otros o a fijarnos en aspectos externos a nosotros,
incluso en el trabajo, para evitar hacer frente a las raíces de
nuestra rabia: cualquier cosa con el propósito de escapar de la
realidad.
Si nunca resolvemos el dolor que suele esconderse bajo la
rabia, los arrastraremos a ambos el resto de la vida. A la larga,
la ira inconsciente para con Dios tal vez nos impida «hacernos a
la mar» durante muchas vidas más.
En ocasiones, el único modo de manejar nuestro dolor —y
quizás ésta sea la lección que debamos aprender— es estar
agradecidos por lo que tenemos. Cuando se produjeron los
devastadores incendios que arrasaron Los Álamos, un reportero
de televisión preguntó a uno de los lugareños cómo se sentía al
ver las imágenes de las llamas consumiendo la población,
incluido su hogar. «Cuando vimos esas imágenes —dijo el
hombre— mi esposa y yo nos abrazamos y comentamos lo
agradecidos que estábamos por lo que teníamos.»
Me ha hecho bien en la vida el haberme abrasado bajo el sol y empapado
bajo la lluvia.
HENRY WADSWORTH LONGFELLOW
John y Reve Walsh pasaron por una situación muy difícil
cuando secuestraron a su hijo de seis años, Adam, en una tienda
en la Florida (EE.UU.) mientras su madre estaba comprando a tan
sólo tres pasillos de distancia. Unas semanas después,
encontraron la cabeza separada del cuerpo en un canal. John, a
la sazón promotor hotelero, quedó destrozado. No podía trabajar
y lo perdió todo. Sin embargo, él y su esposa transformaron el
dolor y la pérdida de su hijo en algo capaz de salvar a millones
de personas.
El trabajo de John y Reve condujo a la aprobación de dos
proyectos de ley, uno de los cuales estableció el National Center
for Missing and Exploited Children (Centro Nacional para niños
desaparecidos o explotados), dotado con una línea telefónica
gratuita para emergencias. Asimismo, fundaron una asociación
sin ánimo de lucro denominada Adam Walsh Child Resource
Center, cuyo objetivo era promover reformas legislativas.
Además, John pasó a ser presentador de America’s Most Wanted,
el programa más popular de televisión sobre la lucha contra la
delincuencia.
La tragedia que vivió la familia Walsh dio origen también al
programa Code Adam que se desarrolló en algunos comercios. El
Código Adam consiste en una alarma especial que se comunica
con el sistema público de direcciones tan pronto como se
denuncia la desaparición de un menor. Los vendedores
interrumpen su labor para buscar al niño desaparecido y
controlan todas las salidas para evitar el rapto del menor.
John ha sido galardonado con numerosos premios y
reconocido por tres presidentes en mérito a sus destacados
esfuerzos, que han contribuido a la causa de los niños
desaparecidos o explotados. «No tienes que enterrar y olvidar a
tus hijos», señaló a un periodista. «Ellos son tu legado. De todos
modos, de no haber sido por Adam y por mi amor a él, nunca
habría logrado hacer lo que he llevado a cabo, como la Ley para
niños desaparecidos, la cual conecta de inmediato al FBI con
casos relacionados con la desaparición de menores».4
Si bien quizá no tengamos que afrontar situaciones tan
trágicas como la muerte de Adam, todos nosotros nos topamos
con circunstancias adversas. ¿Vamos a enojarnos, o por el
contrario trataremos de descubrir la bendición o lección que
ocultan? El filósofo taoista Lieh Tse ilustró esta cuestión con un
relato acerca de un pobre anciano que vivía con su hijo. Un día,
cuando el caballo del hombre desapareció, sus vecinos se
acercaron a manifestarle el pesar que sentían.
«¿Por qué suponen que ello es un problema?», preguntó el
viejo. Pasado algún tiempo, el equino regresó, acompañado de
unos cuantos ejemplares salvajes. Cuando los vecinos le
felicitaron por la súbita multiplicación de su patrimonio, él replicó:
«¿Por qué piensan que se trata de buena suerte?».
Sucedió que, con tantos caballos alrededor, su hijo comenzó a
montar, a consecuencia de lo cual se rompió una pierna. Tan
pronto como los vecinos se reunieron para expresarle cuánto
lamentaban la nueva calamidad, el hombre preguntó: «¿Qué les
hace pensar que es una desgracia?». A continuación, estalló la
guerra y a su hijo, todavía cojo, lo declararon exento, de manera
que no tuvo que ir a la guerra. El anciano pudo haberse puesto
furioso por cada giro de los acontecimientos, tal vez amenazando
con el puño a Dios. No obstante, le rindió cada situación y
esperó a que apareciera la bendición oculta.
Perspectivas del corazón
Piensa en alguna situación difícil que se te haya presentado
a ti o a otra persona. Mira bien adentro y pregúntate si
todavía albergas rabia. ¿Ves alguna bendición o lección
oculta en esa circunstancia? ¿Cómo puedes transformar esa
pérdida en algo positivo capaz de ayudar a otros?
Ríndete a una forma de amor más
elevada
Ama como si nunca te hubieran herido. Baila como si nadie te estuviera
mirando.
SATCHEL PAIGE
En algún momento de la vida todos nos hemos sentido como
Charlie Brown cuando afirmó: «Nada le quita tanto el sabor a la
mantequilla de cacahuete como un amor fracasado». Quizás una
relación o una amistad no funcionaron y nos sintamos
abandonados o rechazados. O puede que amásemos a alguien
para al final darnos cuenta de que no era lo que pensábamos. A
veces la pena o la culpa son insoportables. Dimos tanto de
nuestro corazón... ¿para qué?
En ocasiones, la respuesta, el «para qué», está en el dolor
mismo. «Tu dolor —escribió Kahlil Gibrán— rompe el caparazón
que encierra la comprensión.» Cuando sufras porque alguien
rechazó tu amor, puedes pedir a Dios que cure el sufrimiento, que
bendiga a quienquiera que hayas amado y que ayude a los dos a
convertirse más en el yo verdadero. Pero sobre todo, puedes
pedirle a Dios que te muestre por qué estás sufriendo.
Tal vez suframos porque esperábamos algo poco realista en
respuesta a nuestro amor o que otras personas llenaran el vacío
de nuestra autoestima, cosa que sólo nosotros podemos hacer a
fuerza de amarnos y nutrirnos. Quizá nos apoyáramos en la
personalidad humana en lugar de buscar la esencia espiritual que
descansa debajo de ella. Cualquiera que sea el origen del dolor,
si le prestamos atención, podemos aprender de él.
Nunca se pierde el amor. Si no es comprendido, regresará para suavizar y
purificar el corazón.
WASHINGTON IRVING
Lo más importante que conviene recordar es que el amor jamás
se desperdicia. «No hay amor que no nos sea correspondido»,
escribió Walt Whitman; «se recompensa de una u otra forma».
No importa lo que suceda: el amor siempre vale la pena porque
cada instante en que amamos nos acerca más a la forma más
elevada de amor que nuestra alma está buscando. En el nivel más
básico del ser, anhelamos volver a unirnos con nuestros amados
divinos: Dios y «la llama gemela», la cual es nuestra «otra mitad»,
como la describió Platón, nuestra pareja original, que fue creada
al principio con cada uno de nosotros.*
Con frecuencia las llamas gemelas han quedado separadas
una de la otra y desviadas por un tiempo de su destino divino
conjunto. Esas rutas secundarias nos han hecho caer en la trampa
de circunstancias en las que hemos creado karma negativo con
otros individuos. En muchos casos, no somos libres para estar con
nuestra llama gemela hasta que primero no saldemos esas deudas
kármicas con las demás personas. Lo único que nos liberará de
tales enredos kármicos es el amor.
Así pues, cada poquito de amor que damos no sólo nos ayuda
a saldar nuestras deudas kármicas, sino que también nos
aproxima mucho más a esa reunión con nuestra llama gemela y
con Dios. El hecho de darme cuenta de que el amor puede
contribuir a saldar las deudas que tenemos con otras personas me
ha ayudado a considerar todo tipo de relaciones como
experiencias de aprendizaje y oportunidades para dar más amor,
aun cuando aquél fuese objeto de rechazo.
Otra forma de contemplar las iniciaciones del amor es a través
de la lente del yoga bakti. En el hinduismo, uno de los cuatro
yogas (o sendero de unión con Dios) es bakti, el yoga del amor
divino, el cual se practica de diversas formas, si bien en esencia
es devoción a Dios por encima de todo: una devoción que
conduce al corazón de Dios.
Siempre que tendemos una mano hacia alguien, en realidad
estamos enviando una flecha de amor de nuestro corazón al de
Dios. Cuando servimos a alguien —ya sea un niño
desconcertado, el compañero de trabajo refunfuñón o la
excéntrica anciana a quien ayudamos a salir del ascensor—
estamos sirviendo al Dios que mora dentro de él o ella. En síntesis,
estamos rindiéndonos o entregándonos a una forma de amor más
elevada.
Si practicamos el ejercicio de ver más allá de la personalidad
externa de aquél a quien estamos sirviendo, de poner la mirada
en la verdadera meta de nuestro amor (Dios), nos percataremos
de que nuestro amor por cualquier persona es de cierto el reflejo
de nuestro amor por Dios. Al fin y al cabo, fue de Él de quien
estuvimos enamorados desde el principio hasta el final. Es más:
cuando amamos, es Dios quien ama a través de nosotros.
Cada uno de nosotros lleva puesta una máscara, por decirlo
de alguna manera, y detrás de la máscara se esconde la
presencia viva del Espíritu. Dios se disfraza para que tengamos
muchísimas oportunidades de devolverle nuestro amor al amar
todas esas divinas manifestaciones y expresiones del Espíritu. La
máscara en sí puede ser en apariencia imperfecta, y sin embargo
sabemos que el Señor del Amor mora en el interior. En realidad,
el amor proviene de una sola fuente, y podemos estar
agradecidos de que tantas personas a lo largo de la vida hayan
sido bellos instrumentos de ese amor divino.
Ama a las personas a quienes el destino te haya puesto al lado, y hazlo con
todo el corazón.
MARCO AURELIO
Así, cuando sufras una dolorosa pérdida y te preguntes: «Di
todo mi corazón, ¿para qué?»; hazte a continuación otra
pregunta: ¿A quién y qué amé en realidad?
Si te das permiso para profundizar lo suficiente, la respuesta
será: Todo el tiempo estuve de verdad amando al Espíritu que
habita dentro de esa persona. La belleza e intensidad de tu amor
de ninguna manera pudo haber sido el amor por el yo externo. En
realidad, amaste al alma y a la esencia espiritual que se
expresaba en y a través de esa persona. Y esa clase de amor
nunca cae en saco roto. Es el amor de Dios.
En sus memorias, Alma María Mahler, esposa del compositor
Gustav Mahler, comentó acerca de ese amor interno que
compartían: «Cada uno estaba celoso del otro, aunque ambos lo
desmentíamos», escribió. «Él solía decir: “Si de repente alguna
enfermedad, como por ejemplo la viruela, te desfigurase, al fin,
cuando a nadie agradases, podría mostrarte cuánto te he
amado”».5
Perspectivas del corazón
Piensa en la relación que mantienes con la familia, los
amigos, la pareja o los compañeros de trabajo. ¿Recuerdas
algún punto de inflexión en alguna de esas relaciones en el
cual, tras haber pagado una «deuda» con amor y servicio al
otro, ambos pudisteis seguir vuestro camino?
Mira más allá del sufrimiento. Cuando te enfrentes con el
rechazo o la pena de lo que parece la pérdida de un amor,
pregúntate: ¿Por qué he amado? ¿A quién y qué he amado
de verdad? ¿Cuál es el mensaje? ¿Cuál es «el caparazón»
gastado de comprensión limitada que este dolor está tratando
de abrir con fuerza? ¿Qué se me está revelando?
Ama a lo más elevado. Intenta darte cuenta de que, al amar a
otra persona, al servirle, en realidad estás amando y
sirviendo al espíritu divino que vive dentro de ella. Estás
enviando la flecha de amor desde tu corazón hasta el de
Dios.
Limpiar el corazón
Cuando todos los nudos del corazón están sueltos, incluso aquí,
en este nacimiento humano, lo mortal se vuelve inmortal.
UPANISHAD KATHA
Muchas personas creen que las inclinaciones del corazón
siempre son correctas. «Haz lo que te diga el corazón», afirman.
Sin embargo, el corazón, como cualquiera de nuestras facultades
espirituales, puede enturbiarse, especialmente si no hemos curado
heridas del pasado o perdonado a nosotros mismos o a los
demás.
Por ejemplo, la sensibilidad y el deseo naturales del corazón
de abrirse y compartir podrían quedar eclipsados por miedo al
rechazo. Los recuerdos dolorosos del pasado pueden volvernos
cautos o ponernos a la defensiva en vez de prestos a brindar
compasión y apoyo. Cuando nos topamos con una situación
difícil que preferiríamos pasar por alto, es muy fácil refugiarse en
lo que se denomina la zona cómoda tras los muros de nuestro
castillo. ¡Arriba las defensas!
De todos modos, tenemos otra alternativa. Además de las
técnicas para el perdón y la autotrascendencia que hemos
ofrecido en la tercera parte del libro, otra forma poderosa de
curar el corazón es limpiándolo.
En este preciso instante una corriente cristalina de energía fluye
desde el Espíritu, a través de tu Yo Superior, hasta tu corazón. Es
energía transferida de Arriba abajo. Avanza a la velocidad de la
luz y estalla en tu corazón creando una llama espiritual, haciendo
latir tu corazón físico y sosteniendo el flujo de energía dentro de
ti. Esa corriente de energía en movimiento es tu fuente natural de
amor puro y creativo.
A cada momento, en cuanto esa energía te llega al corazón,
estás decidiendo cómo utilizarla. ¿Con qué vibración en particular
vas a grabarla? ¿La vas a expresar en forma de amor o crítica,
paz o ira, generosidad o egoísmo?
Si elijo irradiar amor con esa energía que fluye por mi
corazón, al final regresará a mí a modo de bendiciones de amor.
Si emito ira, resentimiento o crítica, esta energía discordante, por
la ley del círculo, también volverá a mí. En algún momento, en
algún lugar, nos hallaremos en el extremo receptor de todo lo que
hayamos emitido.
Cuando la corriente de energía negativa que hemos enviado
retorna a nosotros, tenemos la oportunidad de cambiar su
naturaleza, de transformarla en algo positivo. Tal como establece
la ley de la conservación de energía, ésta no se crea ni destruye,
sino que pasa por etapas de transformación y purificación. Si
escogemos hacer frente al odio con odio, a la ira con ira, al
miedo con miedo, el círculo vicioso continuará. Si, por el
contrario, afrontamos el odio con amor, la ira con amor y el
miedo con amor, convertimos el círculo en una espiral,
transportando a cada cual a un nuevo nivel. «El odio nunca cesa
con el odio, sólo con amor se cura», afirmó el Buda.
Todos hemos utilizado mal las energías del corazón alguna
vez. Puede que hayamos sido poco amables, críticos o tacaños. A
niveles energéticos, nuestros pensamientos, sentimientos y
acciones negativas crean alrededor del corazón lo que parece
una sustancia como la melaza. En casos graves —cuando el
corazón rebosa ira, orgullo, resentimiento o egoísmo— la energía
negativa se acumula y solidifica, como una roca o como el
cemento. Esa «dureza de corazón» es capaz de impedir que el
rayo del amor llegue a nuestro corazón o irradie de él. La energía
negativa permanece con nosotros integrada a nuestra conciencia
hasta que no la transmutemos por medio del amor.
Al igual que nos quitamos la suciedad que se nos adhiere y
nos lavamos cada día, también podemos crear un ritual diario
para lavar y purificar el corazón a fin de liberarlo de los
escombros que nos nublan la visión espiritual y nos hacen perder
perspectiva. Cada escuela espiritual posee sus propias prácticas
para la purificación. Muchas de ellas son fórmulas sagradas de
oración y meditación que invocan la luz del Espíritu Santo para
purificar el corazón. En algunos casos, esta poderosa energía
transformadora del Espíritu Santo se ha visto como una luz violeta,
a la cual se la denomina la llama violeta.
Cuando un espejo está cubierto de polvo
no puede reflejar imágenes. [...]
Lo mismo sucede con todos los seres.
Si su mente no está libre de mancha,
[Dios, lo absoluto] no puede revelarse
por Medio de ella.
EL DESPERTAR DE LA FE
Proteger el corazón
En un mundo acelerado como en el que vivimos, a menudo nos bombardean
presiones internas y externas capaces de perturbar el ritmo pacífico y
armonioso de nuestro corazón. La maestría espiritual exige que lo protejamos
de los intrusos que desean desplazarnos del centro del amor. Si hemos de
dominar el corazón, debemos aprender a acomodar nuestro ritmo de vida al
ritmo natural de aquél.
Mantener en guardia
el corazón
El sonido más leve importa. El ritmo más pasajero importa. Puedes hacer lo
que quieras; de cualquier modo todo importa.
WALLACE STEVENS
El adepto Djwal Kul narra una maravillosa historia que
aconteció en un pueblo costero de Holanda, donde la gente era
mucho más feliz y sabia que el resto de habitantes del territorio.
Nunca nadie pudo saber por qué, pero Djwal Kul explica que fue
el resultado de la bondadosa actitud del molinero y su mujer,
quienes ponían mucho amor en su trabajo. La gente del pueblo se
llevaba ese amor en sacos de harina que luego de hornear
convertían en pan.
Durante cada comida, el poder regenerador del amor del
molinero y su esposa se propagaba por la mesa y entraba en el
cuerpo de los habitantes del pueblo cuando comían el pan. «Al
igual que poder radiactivo —explica Djwal Kul— la energía de
ese revitalizante amor del molinero y su mujer se diseminó por
toda la población.» Asimismo, señala que así como la comida
cocinada por manos infundidas de amor divino puede generar
felicidad espiritual, de igual modo nuestros actos imbuidos de
amor aumentarán la belleza de la población mundial.
El corazón encierra un enorme potencial curativo. Habrá
ocasiones en las que alguien necesitará que tu corazón le infunda
amor directamente. Y si bien todos podemos ser instrumento para
la curación, no lo somos de manera automática. Para que nuestro
corazón sea una reserva de luz curativa, lista para suministrar ese
amor en un momento dado, debemos abrirlo y esparcir nuestro
amor. Pero también debemos protegerlo.
Ponemos en peligro esa capacidad de ser instrumentos de
curación cuando no podemos mantener la luz que Dios nos ha
dado: cuando permitimos que esa energía se agote debido a
arrebatos de ira, irritación, orgullo, intolerancia, egoísmo, crítica,
etc. Dios quiere confiarnos más luz y energía, pero tenemos que
merecer esa cantidad adicional de poder. A decir de otro modo,
el banco cósmico no nos prestará más energía de la que
podamos demostrar seremos capaces de utilizar con sensatez.
Los revoltosos intrusos que irrumpen en nuestro corazón cuando
no estamos en guardia hacen que perdamos el valioso terreno
que hemos ganado. «Mucho más penosas son las consecuencias
de la ira que sus causas», escribió Marco Aurelio en sus
Meditaciones. Shantideva, monje budista y sabio del siglo VIII, lo
expresó en estos términos: «Todos mis actos virtuosos, devoción a
los Budas, generosidad y demás, acumulados durante miles de
años, se destruyen en un momento de furia. No existe pecado tan
dañino como el odio, penitencia más efectiva que la tolerancia
[...]. Mi mente no probará la paz si abriga dolorosos
pensamientos de odio».1
San Simeón el Nuevo Teólogo, monje y místico bizantino del
siglo X, afirmó que vigilar el corazón es la tarea principal del
buscador espiritual. Debemos poner atención y estar «de patrulla»
por nuestro corazón, advierte. Basa su observación en la
respuesta de Jesús a los escribas y fariseos que acusaban a los
discípulos de transgredir la ley por no lavarse las manos antes de
comer pan.
Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte, el que domina su espíritu que
el conquistador de una ciudad.
PROVERBIOS 16:32
Jesús trata de hacerles entender que no es lo que hagamos
externamente, como por ejemplo rituales o mostrar cierta
apariencia, lo que nos va a hacer santos. Es lo que acontece
dentro de nuestro corazón. «No es lo que penetra en la boca del
hombre lo que le condena, sino lo que sale de ella», concluye
Jesús. Y eso que sale de la boca «proviene del corazón». En
resumen, el estado de nuestro corazón tiñe nuestras palabras y
acciones. Jesús prosigue diciendo que del corazón pueden
«proceder pensamientos malignos», así como «lo que condena al
hombre» cual sería asesinatos, adulterios, robos, falsos
testimonios y blasfemias.
Por tanto, vigilar el corazón, afirma San Simeón, es tan
importante que los santos padres «abandonaron todas las demás
formas de trabajo espiritual y se concentraron por completo en la
tarea de vigilar el corazón, convencidos de que por medio de
esta práctica llegarían a poseer cualquier otra virtud».2
Una forma especialmente sutil de peligro que procede «del
corazón», un peligro que puede ser tan nocivo como la rabia es
la fuerza de la irritabilidad. En los libros de Agni Yoga, el adepto
El Morya describe al veneno resultante de la irritabilidad como
«peligrosidad».
Se trata de una toxina que puede infectar, debilitar y
finalmente destruir. Puede hacer que los proyectos fracasen, las
relaciones se rompan y los negocios se vayan a pique. Esa
peligrosidad puede diseminarse como un virus a menos que
decidamos poner freno a la reacción en cadena, aguantar y
hacer frente a la energía de la irritación con total armonía. Si nos
enlazamos con ese patrón de la peligrosidad en vez de vigilar el
corazón, asumimos esa misma energía y le añadimos la nuestra
acumulada. Nos convertimos en portadores de esa enfermedad
infecciosa.
¿Cuál es el antídoto para el veneno de la irritabilidad?
«Depositamos nuestra confianza en el poder de la paciencia»,
explica El Morya. «Con la intensidad de la paciencia se crea una
sustancia especial, la cual, actuando como un poderoso antídoto,
neutraliza incluso esa energía de la peligrosidad»3. La paciencia
es una potente forma de amar.
A propósito de ello, uno de mis mentores espirituales me
advirtió una vez: «No basta con defender la verdad. No basta
con defender las causas justas. Debes hacerlo con amor perfecto
y con un corazón perfecto. No debes albergar ni una pizca de
odio ni resentimiento, porque atraerás al instante más oscuridad
de esa clase a ti. Lo que haya dentro de ti vas a atraer». Cuanto
más intensa sea la energía opuesta a nuestro amor, más
deberemos amar.
Eso es lo que Tony intentó transmitir a su hijo al ir éste a
pedirle consejo sobre el modo en que debía tratar a sus hijos
cuando necesitaran disciplinarse. Al hijo de Tony le preocupaba
el hecho de no estar manejando la situación correctamente. Tony
ha pasado por situaciones muy difíciles desde que crió a su hijo.
Hoy día, ha incorporado a sus ejercicios espirituales diarios la
meditación en el corazón, y ha llegado a comprender lo
importante que es estar centrado en él. Al acudir su hijo en busca
de consejo se mostró agradecido por poder compartir con él lo
que había aprendido con los años.
Tony ofreció a su hijo la sinceridad y el apoyo que necesitaba.
Le dijo que la forma en que le había criado no había sido tal vez
la mejor. «La única manera de criar a tus hijos —señaló Tony— es
con amor». Aunque en ocasiones éste deba ser severo, siempre
parte de un lugar centrado en el corazón, afirmó. «Nunca hagas
algo que surja de la ira. Si sientes una ira profunda que se agita
dentro de ti, mírate al espejo. La persona con quien estés enojado
probablemente seas tú mismo.»
Tony prosiguió diciendo a su hijo que cuando es el amor lo
que guía nuestro trato con los hijos, tenemos una fabulosa
oportunidad de cortar de raíz problemas en potencia. «Cuando
estés enfadado —aconsejó— adéntrate en tu reserva de amor. Si
todavía sientes la necesidad de comentar lo que haya ocurrido,
hazlo con amor. Cuando hay rabia, nadie oye nada.»
Tony tiene razón al afirmar que la única forma verdadera de
enfrentarse con las fuerzas adversas al amor deseosas de
derribarnos es irradiando más amor. Si inundamos a la otra
persona de amor, la fuerza opuesta a él no será capaz de resistir
la presión de la cascada de luz que se habrá apoderado de
nuestro corazón.
Perspectivas del corazón
Cálmate y cuenta hasta nueve. Todos tenemos que afrontar
circunstancias que nos ponen a prueba la paciencia y la
armonía e intentan sacarnos de quicio. «El mejor remedio
para la ira —manifestó Séneca— es la demora.» Si vas a una
reunión, pongamos por caso, y tú u otra persona empieza a
salirse de sus casillas, sugiere una pausa de un cuarto de
hora.
Tómate un vaso de agua para tranquilizarte, sal a tomar
un poco de aire fresco y respira profundamente. Toma la
decisión de que nada ni nadie vinculados a la reunión te
apartarán de tu centro de armonía. Afirma tres veces en voz
alta con amor y determinación: «¡Nada me apartará de la
armonía y el amor que viven en mi corazón!». Una vez que lo
hayas decidido, entrega a Dios el asunto en cuestión.
Como ayuda al control de emociones desbocadas y
corrientes turbulentas de energía negativa que surgen de
tanto en tanto, puedes también utilizar la siguiente oración a
modo de válvula de seguridad. Dila en voz alta con fervor
sabiendo que tu Yo Superior tiene el control absoluto de tus
energías, de la reunión y de tu vida.
Cuenta hasta nueve
Ven ahora por el Amor de Dios,
protege tú mi alma aquí,
haz ahora mi mundo tuyo
que la Luz de Dios brille en mí.
Cuento uno, hecho está.
¡Aquiétate, mundo emocional!
Dos y tres, libre SOY,
Oh Dios, dame luz a mi corazón [...] y luz a mi oído y a mi vista [...] y luz
delante y detrás de mí.
ABU TALIB
Al decir las palabras, visualízate como aparece en la
gráfica de tu Yo Divino. Tu Yo Superior se encuentra justo
encima de ti. Sobre él está tu Presencia YO SOY, que es la
presencia de Dios en ti.
Ve y siente una cascada de luz blanca deslumbrante, más
brillante que el sol al caer sobre la nieve, descendiendo de tu
Presencia YO SOY para envolverte. Observa cómo se funde
hasta formar un muro impenetrable de luz.
Visualízate dentro de esa aura centelleante de luz blanca
rodeado de la llama violeta del Espíritu Santo, la cual es una
energía espiritual de alta frecuencia que transforma la
negatividad —tuya o de otra persona— en energía positiva y
amorosa. Al recitar esta oración en voz alta, estás afirmando
que Dios y el poder de Dios dentro de ti tienen el control de tu
familia, tus relaciones, tu trabajo, tu vida.
Tubo de Luz
Amada y radiante Presencia YO SOY,
Adentrarse en el corazón
El corazón es el lugar donde se producen los grandes encuentros. Es
allí donde nos encontramos con nuestro Yo Real y también con Dios.
En cuanto se produce esa reunión, ocurre una transformación
alquímica y nunca volvemos a ser los mismos.
La cámara secreta
El cielo más elevado brilla en el loto del corazón.
UPANISHAD KAIVALYA
Desde cristianos contemplativos hasta maestros budistas de
meditación, los místicos del mundo han descubierto la magia de
la comunión con lo Divino en su corazón, el cual definen como el
nexo entre este mundo y el espiritual. Allí, a mitad de camino
entre el cielo y la tierra —afirman— podemos buscar y hallar
nuestra realidad innata.
Así pues, el corazón es más que un órgano físico: es la sede
de nuestra conciencia más elevada y el trampolín para nuestra
transformación. En la tradición oriental, el corazón es el punto de
apoyo del sistema energético del cuerpo. Es uno de los siete
centros principales de energía, denominados chakras, a los cuales
se ha representado simbólicamente con la figura de un loto, cada
uno con un número distinto de pétalos.
Estos centros funcionan a niveles sutiles, invisibles al ojo físico,
si bien influyen en todos los aspectos de nuestra vida. Actúan
como estaciones emisoras y receptoras que procesan y reducen la
energía espiritual que fluye hacia nosotros a cada momento,
nutriendo nuestro cuerpo, mente y alma.
Tal como explicamos de manera más detallada en Tus siete
centros de energía (Porcia Ediciones, 2ª reimp., 2012) el corazón
es el centro más importante del cuerpo. Al igual que el corazón
bombea la sangre oxigenada desde nuestros pulmones hacia el
resto del cuerpo, la energía que recibimos del Espíritu nos pasa
por el centro del corazón antes de seguir avanzando para nutrir
los restantes chakras y sistemas de nuestro organismo.
Al pasar la energía por nuestro chakra del corazón, éste le
imprime su vibración singular y sus atributos, lo cual, para bien o
para mal, afecta a todo aquello que decimos o hacemos. Como
dijo el autor de Proverbios: «Porque cuales son sus pensamientos
íntimos [siente en su corazón], tal es él [el hombre]». Por ello es
tan importante sanar y limpiar el corazón con técnicas del estilo
de las que comentamos en la tercera parte («Curar el corazón»).
Cada uno de nuestros centros espirituales, llamados chakras,
nos ofrece un modo diferente de percibir y recibir a Dios. Por
medio del chakra del corazón podemos elegir experimentar a
Dios en forma de amor, compasión, caridad, consuelo, suavidad,
sensibilidad, discernimiento, aprecio; o bien podemos utilizar mal
la energía creativa que fluye a través de él para expresar odio,
antipatía, rabia, egoísmo, irritación o negligencia.
Los místicos describen el corazón como un refugio al cual
podemos retirarnos para hablarle a Dios. «El corazón no es sino
un Mar de Luz», escribió Rumi, «el lugar donde vemos a Dios».
Algunos textos hindúes y budistas exponen que el corazón es el
lugar donde habita «el Señor de Todo».
Los místicos revelan asimismo que dentro de nuestro corazón
hay una antecámara, por así decir. Es tu templo, tabernáculo o
catedral interior, esto es, tu sala privada de meditación. En el
hinduismo, a ese santuario interno se le conoce como el octavo
chakra, llamado Ananda-Kanda («raíz de la dicha»). También se
le denomina la cámara secreta u oculta del corazón. Jesús se
refirió a ella al decir: «Cuando ores, entra en tu aposento, y
cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto».
La cámara secreta del corazón es la entrada a las dimensiones
cósmicas. «El pequeño espacio que hay dentro del corazón es tan
grande como el vasto universo», afirma el antiguo Upanishad
Chandogya. «Los cielos y la tierra están ahí, y también el Sol, la
Luna y las estrellas; el fuego, los relámpagos y los vientos están
ahí; así como todo lo que ahora es y todo lo que no es.» Un texto
sánscrito nos exhorta a entrar en meditación visualizando una
bella isla en nuestro corazón, con doradas arenas salpicadas de
joyas y la fragancia de árboles florecidos bordeando la costa.
Bajo un hermoso emparrado se halla un templo de rubíes, y es ahí
donde comulgamos con nuestro maestro en profunda meditación.
Al avanzar en estado meditativo por el chakra del corazón nos
encontramos con una puerta trasera, por así decir, que conduce a
la cámara secreta. Allí, sentado en un trono, descansa nuestro
maestro interno, nuestro Yo Superior. A este querido amigo que
nos proporciona orientación divina y conexión espiritual se le
conoce en las diferentes religiones o escuelas espirituales con
diversos nombres.
El hinduismo describe al espíritu que mora en el corazón como
«el Ser más íntimo, no mayor que el dedo pulgar», que también
recibe el nombre de Atmán. Los místicos cristianos aluden al
hombre interno del corazón o la luz interna. Jesús descubrió que
el Yo Superior era «el Cristo» y Gautama, que se trataba del
«Buda». De ahí que al Yo Superior se le llame a veces el Cristo
interno (o Yo Crístico) o también el Buda interno.
Oculto en el corazón de todos los seres se halla el Atmán, el Espíritu, el Yo;
menor que el átomo más pequeño, mayor que los extensos espacios.
UPANISHAD KATHA
La acústica especial de la cámara secreta del corazón nos
permite oír «la vocecita queda» de Dios y de nuestro Yo Superior,
así como recibir dirección y comprensión divinas, que tanto
necesitamos. Con frecuencia pensamos que estamos demasiado
ocupados como para detenernos a escuchar. Sin embargo, la
cámara secreta no está muy lejos. No tiene que tomarte mucho
tiempo introducirte en ella y establecer una reunión telefónica
urgente con tu maestro interno.
Perspectivas del corazón
Consulta con frecuencia a tu maestro interno. Tu Yo Superior
lo sabe todo. Él puede enseñarte, darte dirección inequívoca
y advertirte de cualquier peligro si es que vas a tomarte el
tiempo para sintonizar con esa voz. Una vez reconozcas esa
presencia instructora dentro de ti, puedes retirarte a tu
cámara secreta en momentos claves del día y comulgar con
ella. Puedes decir: «Oh mi amado, estoy tan agradecido por
tu guía, iluminación y amor. Enséñame. Dirige el curso de mi
vida y muéstrame los siguientes pasos que debo dar».
Adéntrate en tu corazón, entra en contacto con tu Yo
Superior y haz preguntas concretas para las que necesites
respuesta, como por ejemplo, qué debes hacer a
continuación o cómo has de resolver una situación que te ha
surgido. El siguiente paso es uno de los más importantes:
escucha. Tal vez la respuesta no acuda a ti de inmediato,
pero ya llegará en el momento apropiado.
Una chispa de la divinidad
El cuerpo es en sí una pantalla para proteger y desvelar en parte la luz que
resplandece dentro de tu presencia.
RUMI
Los místicos también han revelado que dentro de la cámara
secreta del corazón brilla una «chispa divina», una llama sagrada
de la que Dios nos ha dotado, una chispa de fuego proveniente
del corazón de Dios. En esencia, la chispa divina es un fragmento
de Dios, situada justo dentro de ti. Es Espíritu puro. Es lo que te
conecta con la Fuente. Puede que creamos que somos seres
humanos caminando por la Tierra, pero en realidad somos seres
divinos poseedores de una conexión divina.
Los místicos de cualquier parte del mundo creen que dentro de
cada uno de nosotros habita una parte de Dios. «¿No sabéis que
[...] el Espíritu de Dios mora en vosotros?» escribió el apóstol
Pablo. En la tradición hindú, el Upanishad Katha habla de «la luz
del Espíritu» que se oculta en «el elevado lugar secreto del
corazón» de todos los seres. Los místicos judíos se refieren a una
chispa divina que hay en el interior, la neshamah, que sirve de
puente con el mundo divino.
Quienes han establecido contacto con esa chispa divina la
describen como un fuego sagrado y también como una semilla de
lo Divino. Santa Catalina de Siena dijo en una de sus oraciones:
«En tu naturaleza, eterna Divinidad, llegaré a conocer la mía. Y
¿cuál es mi naturaleza [...]? Es fuego, pues tú no eres sino un
fuego de amor [...]. Tú que eres fuego lo compartes [con el
alma]».1
El teólogo y místico cristiano Meister Eckhart afirmó: «La semilla
de Dios está dentro de nosotros». Existe una parte de nosotros,
señala Eckhart, que «permanece eternamente en el Espíritu y es
divina [...]. Ahí Dios brilla y arde sin cesar».
Asimismo, los budistas se refieren a la chispa divina como «el
germen de budeidad» que yace en cada ser vivo. Los textos
budistas explican que «todo lo que vive ha sido dotado de la
esencia del Buda», es decir, la naturaleza de Buda. Tanto escritos
como obras de arte budistas a menudo utilizan el loto como
símbolo del corazón, siendo así que cuando aquél es alimentado
se abre y revela la naturaleza búdica. Ese loto del corazón está
destinado a florecer dentro de cada uno de nosotros y a
desplegar todo el potencial espiritual.
Dios besa al alma en sus zonas más secretas.
HILDEGARD DE BINGEN
En algunas tradiciones espirituales, a esa chispa se la
denomina llama «trina» porque engendra los atributos básicos del
Espíritu: poder, sabiduría y amor, que corresponden a la Trinidad.
Hacemos uso de esta llama interna cada vez que actuamos desde
nuestra parte amorosa y espiritual. Es el fuego, el brío, la chispa
creadora que imbuye nuestros más sutiles pensamientos y
sentimientos, palabras y obras. Esa llama es poder espiritual: el
poder de cambiar nuestra propia vida y, a la postre, el mundo.
Tu chispa divina es la misma luz universal que ardió en el
corazón de los santos, adeptos y maestros ascendidos* de
Oriente y Occidente. La única diferencia entre su llama y la
nuestra radica en tamaño e intensidad. Cuanto más intensa es la
llama, mayor es la dotación de luz. Cuanto mayor es la luz,
mayor el poder de que estamos revestidos para convertirnos en
transformadores vivos de amor.
Al igual que los que han sido grandes revolucionarios del
Espíritu, también nosotros podemos aumentar el tamaño e
intensidad de nuestra llama espiritual y la dotación de amor. Los
místicos nos han dado varias fórmulas para aumentar esa luz.
Entre ellas destacamos ejercitar el corazón, la cabeza y la mano,
puesto que no sólo incrementamos la llama con meditación y
oración. También lo conseguimos al aplicar nuestro corazón en
cosas prácticas, es decir, por medio de los actos que realizamos
cada día con el fin de satisfacer las necesidades de otras
personas.
1. Malcolm Muggeridge: Something beautiful for God. Garden City, N.Y.: Doubleday & Company, Image
Books, 1977; págs. 44, 109.
* Rainer María Rilke (1875-1926), escritor y poeta. Se le considera uno de los mayores poetas líricos de la
Alemania moderna. [N. de E.]
2. Coleman Barks et al., trad.: The essential Rumi. HarperSanFrancisco, 1995; pág. 188. Las citas de Rumi
que figuran en las páginas 11, 65 y 155 corresponden a The essential Rumi, págs. 200, 8, 172.
3. Véase Jack Kornfield y Christina Feldman: Soul Food: Stories to Nourish the Spirit and the Heart.
HarperSanFrancisco, 1996; pág. 141.
4. Wayne Muller: Legacy of the Heart: The Spiritual Advantages of a Painful Childhood. New York: Simon &
Schuster, Fireside, 1993; pág. 176. Este libro fue publicado en español con el título Vivir con el corazón.
Barcelona: Ed. Urano, 1997.
* Los nombres que figuran en los relatos, salvo los personajes públicos, son ficticios.
* Puedes utilizar el mantra que prefieras para denominar al Espíritu Universal.
6. Ibíd.; pág. 109.
7. M. Scott Peck: The Road Less Traveled: A New Psychology of Love, Traditional Values and Spiritual Growth.
New York: Simon & Schuster, Touchstone, 1978; págs. 81, 116-17. Este libro se ha publicado en español con
el título La nueva psicología del amor.
8. Lorraine E. Hale: Hale House: Alive with Love. Hale House, 1991; pág. 8.
1. Erika J. Chopich y Margaret Paul: Healing Your Aloneness: Finding Love and Wholeness through Your Inner
Child. HarperSanFrancisco, 1990; pág. 41. Este libro se ha publicado en español con el título Cura tu
soledad. Madrid: Ed. Edaf, 1995.
2. Melody Beattie: Codependent No More: How to Stop controlling Others and Start Caring for Yourself.
Center City, Minnesota: Hazelden, 1992; pág. 36.
3. Ibíd.; pág. 37.
4. John Gray: Prefacio de Handbook for the Heart: Original Writings on Love. Ed. Richard Carlson y Benjamin
Shield. Boston: Little, Brown and Company, 1996; pág. x.
5. Aung San Suu Kyi y Alan Clements: The Voice of Hope. New York: Seven Stories Press, 1997; pág. 278.
6. Véase Elizabeth Clare Prophet, Patricia Spadaro y Murray L. Steinman: «The Origin of Evil», en Kabbalah:
Key to your Inner Power. Corwin Springs, Montana: Summit University Press, 1997; págs. 142-45.
7. Harville Hendrix: «The Mirror of Love», en Handbook for the Heart. Ed. Carlson y Shield; pág. 93.
8. Jack Kornfield: «The Wellspring of the Heart», en Handbook for the Heart. Ed. Carlson y Shield; págs. 44-
45.
9. Barks et al.: The Essential Rumi; págs. 190-91.
10. «Eddi Bocelli’s Story». http://www.geocities.com/Vienna/Choir/6642/eddi.html (23 junio 2000).
11. David McArthur y Bruce McArthur: The Intelligent Heart: Transform your Life with the Laws of Love. Virginia
Beach, Virginia: A.R.E. Press, 1997; págs. 40-42. Véase asimismo Doc Childre, Howard Martin y Donna
Beech: The HeartMath Solution. HarperSanFrancisco, 1999.
12. Thomas Petzinger Jr.: «Talking about Tomorrow: Saul Bellow», Wall Street Journal Interactive Edition,
2000. http://interactive.wsj.com/millennium/articles/flash-SB944523384413082346.htm (24 julio 2000).
TERCERA PARTE
1. Angela Pirisi: «Forgive to Live», Psychology Today, julio/agosto 2000, pág. 26.
2. Hendrix: «The Mirror of Love»; págs. 93-94, 97-98.
3. Así como un rayo del sol al pasar por un prisma se refracta en los siete colores del arco iris, la luz espiritual
que invocamos con la oración hablada se manifiesta en siete rayos o llamas. La violeta tiene el color y la
frecuencia de la luz espiritual que estimula la misericordia, el perdón y la transmutación. La llama rosa es la
del amor divino.
* Cada vez que dices «YO SOY» (del «YO SOY EL QUE YO SOY»), en realidad estás diciendo «Dios en mí es...». El
«YO SOY» es el poder del Espíritu que opera personalmente a través de ti.
4. Tom Gliatto: «The Mourning After», People, 30 de marzo de 1997.
* Algunas personas utilizan el término «alma compañera» para referirse a la «llama gemela», pero tienen
distinto significado. Las llamas gemelas son dos mitades del Todo Divino. Son almas con el mismo origen
espiritual e igual patrón de identidad. Las almas compañeras comparten un llamado complementario en la
vida y son compañeras de viaje. Puedes tener más de un alma compañera pero una sola llama gemela. Véase
Almas compañeras y llamas gemelas, Barcelona: Porcia Ediciones, 1ª reimp., 2012.
5. Norman Lebrecht: Mahler Remembered. Nueva York: W.W. Norton & Company, 1988; pág. 148.
6. Dannion Brinkley, citado en Elizabeth Clare Prophet, Patricia R. Spadaro y Murray L. Steinman: Saint
Germain’s Prophecy for the New Millenium. Corwin Springs, Montana: Summit University Press, 1999; págs.
305, 306.
7. Fritjof Capra: The Tao of Physics. Nueva York: Bantam Books, 1984, 2ª ed.; pág. 141. Este libro se ha
publicado en español con el título El tao de la física, Málaga: Ed. Sirio, 2009.
* El corazón es uno de los siete centros principales de energía, llamados chakras, que existen en el cuerpo
(véanse acápite La cámara secreta del corazón para más información sobre este chakra).
CUARTA PARTE
1. Robert A. F. Thurman: Essential Tibetan Buddhism. HarperSanFrancisco, 1996; pág. 142. Acharya
Shantideva: A Guide to the Boddhisattva’s Way of Life; trad. Stephen Batchelor. Dharamsala, India: Library of
Tibetan Works & Archives, 1979; pág. 57.
2. San Simeón el Nuevo Teólogo, citado en Teachings of the Christian Mystics; ed. Andrew Harvey. Boston:
Shambala, 1998; pág. 60.
3. Helena Roerich: Heart. Nueva York: Agni Yoga Society, 1975; pág. 272.
4. Hadewijch de Antwerp, citado en Teachings of the Christian Mystics; ed. Harvey, pág. 84.
5. Thurman: Essential Tibetan Buddhism; pág. 142.
6. Ibíd.; pág. 160.
7. Elizabeth Clare Prophet: Saint Germain: alquimista, diplomático y maestro de la libertad. Barcelona, Porcia
Ediciones, 2006; págs. 148-149.
8. Daniel C. Matt: God and the Big Bang: Discovering Harmony between Science and Spirituality. Woodstock,
Vermont: Jewish Lights Publishing, 1996; pág. 73.
* La palabra templo en este contexto se refiere a los muchos aspectos de nuestro ser, incluidos nuestro
cuerpo, mente y emociones. Como Pablo escribió en su carta a los corintios: «¿Acaso no sabéis que sois
templo de Dios y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?».
9. Wolfe Lowenthal: There are no secrets: Professor Cheng Man-ch’ing and his Tai Chi Chuan. Berkeley,
California: North Atlantic Books, 1991; págs. 111, 67.
10. Gerry Spence: How to Argue and Win Every Time. Nueva York: St. Martin’s Press, 1995; págs. 28-29.
QUINTA PARTE
1. The Prayers of Catherine of Siena; ed. Suzanne Noffke. Nueva York: Paulist Press, 1983; págs. 104, 91.
* Los maestros ascendidos son seres procedentes de todas las religiones y creencias espirituales, que han
llevado a cabo su razón de ser, se han graduado de la escuela de la Tierra y se han vuelto a unir a Dios.
2. Véase Elizabeth Clare Prophet y Patricia R. Spadaro: Recetas para una vida espiritual. Barcelona: Porcia
Ediciones, 2007; págs. 47-62.
* El Santo Ser Crístico es otra expresión para denominar al Yo Superior. La «Santa Llama Crística» es tu
chispa divina, la llama trina que mora en la cámara secreta de tu corazón.
3. Extractado de Djwal Kul: Activar los chakras. Porcia Ediciones, 3ª ed., 2006.
4. Swami Prabhavananda y Christopher Isherwood: How to Know God: The Yoga Aphorisms of Pantajali.
Nueva York: New American Library, Mentor, 1969; págs. 49, 50.
* Por paso que hable: por muy bajo y suave que hable.
7. «Camino de perfección», cap. 28:2, 9-11, en Santa Teresa. Obras completas. Burgos: Edit. Monte
Carmelo, 2002; págs. 567, 571, 572.
11. Lotus Prayer Book. Yogaville, Virginia: Integral Yoga Publications, 1986; pág. 85.
12. Thurman: Essential Tibetan Buddhism; págs. 160, 161.
13. Lotus Prayer Book; pág. 180.
* Es la última línea del popular sutra del corazón que muchos budistas recitan a diario. Se dice que este
mantra alivia cualquier sufrimiento.
Elizabeth Clare Prophet es una autora de renombre
internacional y pionera en espiritualidad práctica. Entre sus libros
más conocidos se encuentran la popular serie sobre espiritualidad
práctica, que incluye Cómo trabajar con los ángeles, Arcángel
Miguel, ayúdame, Llamas gemelas y almas compañeras y
Disuelve tus problemas. Se encuentra disponible una amplia
selección de sus títulos en un total de 32 idiomas.
Summit University Press continúa publicando las obras inéditas
de Mark L. Prophet y Elizabeth Clare Prophet.