Bolano Salvaje PDF
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Candaya Ensayo, 2
BOLAÑO SALVAJE
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ISBN: 978-84-936007-1-6
Depósito Legal:
BOLAÑO SALVAJE
Prólogo, compilación y edición
Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón Patriau
EDITORIAL CANDAYA
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ÍNDICE
9 Presentación
Gustavo Faverón y Edmundo Paz Soldán
11 Roberto Bolaño: Literatura y apocalipsis
Edmundo Paz Soldán
Bolaño: su política
Bolaño: su estética
Apéndice
495 Biografías
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PRESENTACIÓN
Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón Patriau
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INTRODUCCIÓN
ROBERTO BOLAÑO: LITERATURA Y APOCALIPSIS
Edmundo Paz Soldán
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donde meten a las reses para matarlas: casi ninguna sale viva”
(Braithwaite 94). En la lucha, en el enfrentamiento contra el
“monstruo”, el escritor perderá, pero eso no debería
arredrarlo: “Tener el valor, sabiendo previamente que vas a
ser derrotado, y salir a pelear: eso es la literatura”
(Braithwaite 90).
En Bolaño hay un modelo de escritor al que se aspira; por
ejemplo, el Sensini que sale a ganar premios en concursos de
provincias como un “cazador de cabelleras”, y que está dis-
puesto a trampas como mandar el mismo cuento a varios
concursos a la vez; Henry Simón Leprince, “mal escritor”
que se ha ganado a pulso un espacio gracias a su valor–; el
Belano de “Enrique Martín”. En su artículo “Un epitafio en
el desierto”, Andrea Cobas Carral y Verónica Garibotto su-
gieren leer algunos cuentos de Llamadas telefónicas –“Sensini,
“Una aventura literaria” y “Enrique Martín”– como diversas
opciones del escritor ante el mercado y la institución literaria
(Paz Soldán y Faverón 183-85). En ese contexto, la apuesta
de Bolaño sería hacer como Sensini o Belano, “ingresar a la
industria editorial sin aceptar del todo sus reglas, coquetean-
do con ella, quebrando algunos de sus códigos” (185). Son,
digamos, la versión contemporánea de “las tretas del débil”:
como es imposible enfrentarse a un enemigo poderoso y salir
bien parado, lo mejor, entonces, sería, como estrategia de
supervivencia, decir sí y no a la vez: formar parte de la indus-
tria cultural, pero tratar de sabotearla desde adentro.
Hay también antimodelos: el escritor que se adecúa a las
reglas de la industria cultural –que parece borrar todo inten-
to de autonomía artística en los años noventa–, y el que se
deja deslumbrar por el poder. En el primer caso, están los
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DISCURSO DE CARACAS
Roberto Bolaño
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LA EXPERIENCIA EPISÓDICA
Y LA NARRATIVA DE ROBERTO BOLAÑO
Chris Andrews
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Por un tiempo, unos dos o tres meses, Anne creyó que esta-
ba enamorado de Rubén y que se quedaría a vivir en México
para siempre. Pero un día llamó por teléfono a sus padres, les
pidió dinero para un billete de avión, le dijo adiós a Rubén
y regresó a San Francisco (185).
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Más de tres mil páginas, más de media página por día, con
citas y un contenido gráfico que viene a reforzar la diagnosis
según la cual Anne sería una episódica avergonzada: “no
escaseaban los dibujos, los planos (planos de qué, le pregun-
té al verlos por primera vez: planos de casas ideales, planos
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LA BATALLA FUTURA
Juan Villoro
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Cierre
Así como la obra de Roberto Bolaño se hizo conocida a
mediados de los años noventa, su trabajo poético anterior se
volvió parte de la prehistoria del narrador, a pesar de que él
mismo haya tomado parte de ese material biográfico para su
ficción. Por esto, la poesía que escribió durante todo esos
años puede ser un índice biográfico-literario para investigar
retrospectivamente su proceso creativo.
Un par de conclusiones. Sopesando el paso de su poesía
infrarrealista a la compuesta una vez ya conformado como
narrador, destaca el hecho de que el dejar de escribir en pri-
mera persona del singular le permitió sobrepasar los escollos
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Notas
1 “Los años”, “Sucio, mal vestido”, “Las enfermeras” y “Musa”
entre otros.
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V. La cortesía de la desesperación
Gran remedio de B. contra su propia mela-cholé, y la de sus
obras y personajes: el humor.
Alguien le preguntaba a Henry de Montherlant (dandi,
adorador del coraje, suicida): ¿cómo es posible que usted que
es tan triste pueda reírse y hacer reír tanto? Y él contestaba:
“ah, es que mi humor es la cortesía de mi desesperación”.
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no. Y en efecto, los ojos, que fueron hechos con unas casta-
ñas, miran tristes hacia la derecha como si divisaran los fríos
que se aproximan. (¿Que cómo es la mirada de unas castañas
tristes? Nos haría falta B. para describirlo.) El caso es que ese
hombre hecho de fragmentos ha cosechado todo, cuando ya
es demasiado tarde y el invierno se aproxima. Siempre se
cosecha cuando es demasiado tarde, parece decirnos.
En una de las tres ocasiones en que nos vimos le pregun-
té a Bolaño –no a B., porque esto sí va con el hombre y no
con el personaje–, cómo se sentía con el éxito y el triunfo
que le estaban llegando. Levantó la cabeza de la sopa que
cuchareaba en el restaurante Venecia de Santiago (pero por
su gesto de amargura tanto podría haber estado en la crujía
comedor de una prisión en Los Ángeles de La Frontera), y
me espetó: “me llegó demasiado tarde”.
Ay, de la melancolía del otoño. Ay, de la melancolía que se
esconde tras los juegos de manos y las ilusiones de
Arcimboldo: todo está maduro, por fin, cuando ya no queda
tiempo para nada.
Los libros que lo imitarán, las tesis que se cernirán sobre
su obra, las cátedras que lo “deconstruirán”, y hasta –pobre
de B.– los dibujitos expoliados del fondo de los discos duros
más duros y el triste bolañismo epigonal, serán –ya son– esos
frutos tardíos que no recogerá. Las uvas y el pepino dulce y
las castañas tristes que, cuando los desmontamos y separa-
mos, dejan de ser un retrato vivo, lleno de tristeza y rabia y
deseo, como es la vida, y vuelven a ser una naturaleza muer-
ta. Si nos acercamos demasiado al cuadro o al libro, la ima-
gen se desvanece, las letras se borronean. Donde hubo un
rostro queda solamente la monstruosa mela-cholé del vacío.
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Un hipo hipnótico
La escritura de Monsieur Pain es compleja, caótica y por
momentos ajena a la realidad. Así, los sueños, las lecturas y
los recuerdos de Pierre Pain irrumpen en la narración igual
que en el monólogo de un médium. Si en «Revelación mes-
mérica» el hipnotizador se pregunta si Mr. Vankirk se habría
dirigido a él desde la región de las sombras, en Monsieur Pain
el lector podría preguntarse si los personajes están muertos o
sólo hipnotizados, pues sueño y vigilia se disuelven en los
soliloquios de Pierre Pain:
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Notas
1 Iwasaki 91-92.
2 Bolaño: «Intentaré Olvidar...», «Bólido» y «Palingenesia»,
Renacimiento 23-24 (Sevilla, 1999), 81-82.
3 Poe 347.
4 Bolaño: «Un paseo por la literatura», Tres, 92.
5 Poe: “Un análisis suficiente mostrará que el placer, en todos los
casos, es el reverso del dolor. El placer positivo es una simple idea.
Para ser felices hasta cierto punto, debemos haber padecido hasta
ese mismo punto. No sufrir nunca sería no haber sido nunca
dichoso. Pero se ha demostrado que en la vida inorgánica no
puede existir dolor; de ahí su necesidad en la orgánica. El dolor de
la vida primitiva en la tierra es la única garantía de beatitud para la
vida definitiva en el cielo” (348-349).
6 Bolaño: Monsieur Pain, 52-53.
7 Monsieur Pain 62.
8 Monsieur Pain.
9 Monsieur Pain 11.
10Bolaño: «Sensini», Llamadas telefónicas, pp. 28 y 14, respectiva-
mente.
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BOLAÑO: SU POLÍTICA
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Notas
1 Roberto Bolaño. 2000. Nocturno de Chile. Barcelona: Anagrama.
Todas las citas pertenecen a esta edición, se indica número de pági-
na entre paréntesis.
2 Recordamos Amuleto (1999): Auxilio Lacouture se encuentra
encerrada en un baño de la Universidad de México (UNAM) en
1968 para esconderse de los militares que irrumpen la autonomía
universitaria y anticipan otro suceso clave: la masacre de
Tlatelolco. Aquí, Bolaño narra los procesos de configuración y sig-
nificación de una memoria traumática a partir de un acontecimien-
to que funciona como paradigma y metonimia del horror latinoa-
mericano: Tlatelolco como emblema de una generación mexicana
que pasa a ser paradigma de una generación latinoamericana.
3 La imagen paloma/halcón en relación a las dictaduras militares
es una constante. En Argentina se utilizaron los términos para dis-
tinguir dos facciones dentro de las Fuerzas Armadas: los ‘blandos’
o ‘palomas’ y ‘los duros’ o ‘halcones’.
4 Cf. además el poema de Neruda “Farewell”.
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Notas
1 Roberto Bolaño, La literatura nazi en América (1996). Barcelona:
Seix Barral, 1999. Más adelante discuto con más detalle la cone-
xión de Estrella distante con esta versión previa.
2 En Los detectives salvajes, el detective Abel Romero conversa con
Belano: “De repente, alguien, no sé quien, se puso a hablar del
mal, el crimen que nos había cubierto con su enorme ala negra.
¡Hágame el favor! ¡Su enorme ala negra!... Después nos unimos a
la conversación general. Sobre el mal, sobre la malignidad...
Belano, le dije, el meollo de la cuestión es saber si el mal (o el deli-
to o el crimen o como usted quiera llamarle) es casual o causal. Si
es causal, podemos luchar contra él, es difícil de derrotar, pero hay
una posibilidad, más o menos como dos boxeadores del mismo
peso. Si es casual, por el contrario, estamos jodidos. Que Dios, si
existe, nos pille confesados. Y a eso se resume todo” (397). La
cuestión no se resuelve de manera definitiva en Estrella distante,
aunque el desarrollo de los hechos desde la perspectiva del narra-
dor tiende a afirmar una causalidad, a la que no sólo el criminal
habría contribuido. Sí se resuelve en el sentido de encontrar una
forma de hablar del mal y del crimen sin acudir al lugar común de
lenguaje que Romero rechaza.
3 En la conocida máxima, Walter Benjamin en “Tesis sobre la filo-
sofía de la historia” lo señala con certeza: “No existe un documen-
to de la cultura que no lo sea a la vez de la barbarie” (“Sobre el
concepto de la historia” 52). George Steiner recoge esta idea en
sus reflexiones sobre la simultaneidad del barbarismo y la cultura
en In Blue Beard’s Castle
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I
“Barco de guerra perdido en la boca del río de la histo-
ria”(299).
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II
Todos los poetas, incluso los más vanguardistas, necesitan un
padre. Pero éstos eran huérfanos de vocación (177).
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III
Todo lo que empieza como comedia acaba como monólogo cómi-
co, pero ya no nos reímos(500).
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IV
Y nadie gime: no hay desgarro (487).
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V
Vuelvo a ver la espalda de Cesárea Tinajero como la popa de un
buque que emerge de un naufragio de hace cientos de años (607).
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Notas
1 Cfr. Martínez en Espinosa (comp.).
2 La novela se compone de tres partes. El primer fragmento del dia-
rio –que abre el texto– abarca los últimos meses de 1975. A conti-
nuación, una extensa serie testimonial ocupa el centro de la novela.
Los testimonios –que van del 76 al 96– se presentan ordenados
cronológicamente pero escandidos por los trece fragmentos en que
se divide el testimonio de Amadeo Salvatierra enunciado en 1976. La
segunda parte del diario fechada también en el 76 cierra la novela.
3 Cfr. Manzoni (comp.) y Espinosa (comp.).
4Cfr. Brodsky y Masoliver en Manzoni (comp.). Promis y Rojo en
Espinosa (comp.).
5 Publicado en 1998, en pleno auge del género testimonial, Los
detectives salvajes se burla ostensiblemente de las convenciones del
género quebrando el pacto de verosimilitud que lo sostiene: la apa-
rente meticulosidad en la consignación de las fechas y lugares con-
trasta con la labilidad del contenido de los testimonios. ¿Quién
recoge los relatos? ¿Quién traduce los que supuestamente son pro-
ducidos por hablantes de otras lenguas? ¿Cómo es que algunos tes-
timonios dialogan entre sí y otros retoman explícitamente puntos
de narraciones anteriores, como si el testigo hubiera tenido un
acceso previo al material narrado? ¿Por qué algunos vocativos
apuntan directamente a Belano?
6Si bien a lo largo del testimonio de Salvatierra aparecen mencio-
nadas distintas tendencias dentro de la revolución mexicana duran-
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BOLAÑO, EPIDEMIA
Jorge Volpi
Para BL
1. El último latinoamericano
Tras una larga enfermedad, Roberto Bolaño murió el 14 de
julio de 2003. Ese mismo día, cerca de la medianoche, se vol-
vió inmortal. Cierto: poco antes había empezado a paladear
eso que las revistas del corazón llaman las mieles de la fama,
o al menos de esa fama apacible y un tanto escuálida a la cual
puede aspirar un escritor. Apenas unos días atrás, en Sevilla,
donde se aprestaba a leer su casi siempre mal citada o de
plano incomprendida conferencia “Sevilla me mata”, él
mismo se había apresurado a buscar un ejemplar del periódi-
co francés Libération porque le dedicaba la primera plana de
su suplemento, y ya sabemos que para cualquier escritor lati-
noamericano –y Bolaño, pese a ser el último, lo era– no exis-
te mayor celebridad que los halagos pedantes y un punto
achacosos de la izquierda intelectual francesa. Como todo
escritor que se respete, Bolaño se reía a carcajadas de las mie-
les de la fama y se pitorreaba de la izquierda intelectual fran-
cesa, pero el sabor almibarado de los artículos y críticas que
lo ponían por los cielos endulzó un poco sus últimos días. En
resumen: antes de morir, Bolaño alcanzó a entrever, con la
ácida lucidez que lo caracterizaba, que estaba a punto, a casi
nada, de convertirse en un escritor famoso pero, aunque
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5. El oráculo de Blanes
En Sevilla, en el congreso de jóvenes escritores al que asistió
en 2003 y que terminaría por ser su última aparición pública,
un escritor joven se acercó a Bolaño, el maestro indiscutible,
el sabio y el aeda, y le preguntó con ingenuidad y veneración
y respeto qué consejo podía darle a los escritores jóvenes, no
sólo a quienes estaban allí reunidos para escuchar sus profe-
cías, sino a los escritores jóvenes de todos los países y de
todas las épocas. Y Bolaño, que siempre buscaba desconcer-
tar a sus interlocutores –y en especial a los críticos– respon-
dió algo como esto: Les recomiendo que vivan. Que vivan y
sean felices. A sus fanáticos más recalcitrantes, a aquellos que
lo veneran como al nuevo demiurgo de la literatura, quizás les
moleste esta anécdota verídica (muchos testigos podrían
comprobarla). A mí me fascina. Bolaño intuía que iba a morir
muy pronto y susurraba que, más allá de la fama y más allá de
los libros y más allá de la literatura, está eso: la vida. La vida
que a él se le acababa, la vida que entonces él ya casi no tenía.
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7. Epidemia
En Sevilla, donde se disponía a leer “Sevilla me mata”, pero
donde no alcanzó a leer “Sevilla me mata”, frente a una
docena de escritores jóvenes –jóvenes por decreto vuelvo a
decir– que lo admiraban y envidiaban y lo escuchaban como
a un mago o a un oráculo, una noche Bolaño repitió, una y
otra vez, el mismo chiste. Un chiste malo. Un chiste pésimo.
Un chiste de esos que no hacen reír a nadie. Un tipo se le
acerca a una chica en un bar. “Hola, ¿cómo te llamas?”, le pre-
gunta. “Me llamo Nuria.”. “Nuria, ¿quieres follar conmigo?”
Nuria responde: “Pensé que nunca me lo preguntarías”.
Cinco, diez, veinte variaciones del mismo tema. De ese tema
fútil, banal, insignificante. De ese chiste malo. De ese chiste
pésimo. De ese chiste que no hace reír a nadie. Pero los
escritores jóvenes congregados en Sevilla lo escuchaban
arrobados, seguros de que allí, en alguna parte, se ocultaba
el secreto del mundo.
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BOLAÑO: SU ESTÉTICA
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¿SIAMESES O DOBLES?
VANGUARDIA Y POSTMODERNISMO
EN ESTRELLA DISTANTE DE ROBERTO BOLAÑO
Jeremías Gamboa Cárdenas
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Vanguardia en escena
Los relatos de Roberto Bolaño se caracterizan por estar dedi-
cados a escritores o aspirantes a escritores que “son vanguar-
distas o se aprovechan de la herencia de los vanguardistas”
(Aguilar 146). Carlos Wieder, en buena cuenta, no es sino un
miembro –junto a Silvio Sávatico, Ernesto Pérez Masón,
Willy Schürholz, Amado Couto o Ramírez Hoffman– de esa
estirpe de escritores vanguardistas asociados a proyectos
totalitarios fascistas o nazis delineados en La literatura nazi en
América. De todos ellos, la figura de Estrella distante ha sido
la única que ha sido “instrumentalizada” por un régimen
totalitario, el pinochetista5. Los otros personajes de la
novela –Bibiano O’Ryan, las hermanas Garmendia, la gorda
Posadas, Juan Stein o Diego Soto, de los que el narrador anó-
nimo resulta representante– responden al modelo del artista
asociado al activismo socialista, inclinación mayoritaria de la
vanguardia histórica (Huyssen 163). Como sus predecesores,
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El turno de lo postmoderno
A partir de ahora abordaré la forma en que Roberto Bolaño
hace suyos algunos de los principios del programa poético de
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Notas
1 Se puede leer, como hace Gonzalo Aguilar, a La literatura nazi en
América, como “una sombra, en un doble frágil y siniestro de la
literatura en América” (Aguilar 149). El estudio de Cecilia
Manzoni, “Narrar lo inefable. El juego del doble y los desplaza-
mientos en Estrella distante”, se ocupa en extenso del tema.
2 Sobre el legado del “vanguardismo histórico” en la cultura pop
de los años 60 y la configuración de lo postmoderno a partir de los
alcances de la vanguardia son relevantes los ensayos de Andreas
Huyseen “The Cultural Politics of Pop” y “The Search for
Tradition: Avantgarde and Posmodernism in the 1970`s” en Alter
the Great Divide.
3 Los movimientos de vanguardia en Latinoamérica –el martinfie-
rrismo en Argentina o el modernismo en Brasil– identificaron su
proyecto con causas nacionales (Franco 111), entre ellas la con-
solidación de los cánones y las literaturas de los países latinoame-
ricanos (Unruh 7), lo que diferencia su causa de la crítica a la
“institución arte” (Bürger).
4 Para Néstor García Canclini el debate de la postmodernidad, de
por sí problemático en los centros en que se lo discute, se liga en
nuestros países al carácter contradictorio de nuestros proyectos
modernizadores. “La crisis conjunta de la modernidad y de las tra-
diciones, de su combinación histórica, conduce a una problemáti-
ca (no una etapa) posmoderna, en el sentido en que lo moderno
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Cartógrafo salvaje
El mapa es, en términos técnicos, un modelo referencial del
territorio, visto desde una perspectiva vertical. Tal como
numerosos filósofos contemporáneos han señalado de
manera recurrente, el mapa no es el territorio. Sin embargo,
es innegable el fuerte impulso mimético que el mapa tiene.
La explícita relación entre ficción y realidad en la obra de
Bolaño responde a este ímpetu mimético. El mapa es al terri-
torio lo que la ficción a la realidad. Esta información a pri-
mera vista trivial, adquiere un peso específico particular
cuando se intenta reconstruir, desde la crítica, el mapa cogni-
tivo elaborado por Bolaño en el contexto contemporáneo.
El concepto de “mapa cognitivo” fue introducido en
1948 por el sicólogo Edward Tolman, quien lo usó para des-
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El mapa y el detective-fotógrafo
Sebastián Urrutia Lacroix, el sacerdote-crítico de Nocturno de
Chile, narra durante el transcurso de su estado febril, la histo-
ria de un pintor guatemalteco a quien visitó en París en vís-
peras de la Segunda Guerra Mundial. El artista –que se había
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Gaucho en París
El cuento “El viaje de Álvaro Rousselot”, incluido en el volu-
men El gaucho insufrible, problematiza de manera paradigmáti-
ca el uso del mapa cognitivo y de las fotografías. Aquí el
mapa no está representado por la perspectiva aérea descor-
poreizada de la pintura del DF antes citada, sino que por un
tour o trayectoria, que representa el espacio desde una pers-
pectiva interna y móvil14. Cabe señalar que Bolaño utiliza
esta misma estrategia discursiva para representar el espacio
en sus dos grandes novelas.
Rousellot es un escritor argentino que poco a poco va
alcanzando cierta notoriedad. Sus libros son traducidos al
francés y publicados en pequeñas editoriales de la ciudad de
la luz. Lo extraño es que justo antes de que sus libros sean
comercializados en Francia un cineasta francés, que se apelli-
da Morini, estrena películas con un argumento exactamente
igual al de sus novelas. Rousselot no lo demanda, pero sí
intenta conocerlo. En su primer viaje a París hace todo lo que
está a su alcance para encontrarse con el director. Y lo logra.
El resultado del encuentro es ridículo y confuso, pero Morini
parece reconocer, avergonzado, el plagio al autor sudamerica-
no. Aquí Bolaño desestabiliza el clásico binario de la tradición
literaria latinoamericana: el plagiario no es de la periferia,
sino metropolitano. Además, es el cine el que copia a la lite-
ratura y no en forma de adaptación –una estrategia amplia-
mente difundida–, sino como la apropiación ilícita de un
argumento.
Durante su estadía en París y antes de su encuentro con
Morini, el escritor argentino de apellido francés se mueve por
la ciudad como un turista cualquiera, que decide tomar algu-
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Notas
1 “So I come finally to my principal point here, that this latest
mutation in space-postmodern hyperspace-has finally succeded in
trascending the capacities of the individual human body to locate
itself, to organize its immediate surroundings perceptually, and cog-
nitevely to map its position in a mappable external world.” (44).
2 En Mito y archivo Roberto González Echevarría propone que la
novela Latinoamericana carece de una forma fija y por ello está
permanentemente buscando nuevas formas de legitimación. Por
ello, imita los discursos de autoridad de cada período histórico. Es
por eso que las cartas de relación del siglo XVI y textos posterio-
res como Comentarios reales de los Incas de Garcilaso de la Vega, el
Inca, imitan el discurso jurídico. Durante el siglo XIX el lenguaje
de autoridad está dado por la ciencia, por lo que aparecen textos
como Facundo de Domingo Faustino Sarmiento. La “novela de la
tierra” durante la primera mitad del siglo XX está mediada por el
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guez del ser. El ser aislado se pierde en algo que no es él. Poco
importa la representación que se le da a ese “algo”. Se trata
siempre de una realidad que excede los límites comunes” (La
littérature et le mal 22).
Una condición patológica –es decir, mórbida e impregna-
da de pathos– penetra al mundo representado y, por ello, quie-
nes se internan en el conocimiento del Mal detentan un
poder carismático y turbador. La imagen que de su tío ha
forjado Klaus es similar a la que él, a su vez, proyecta al tér-
mino del tercer libro, antes de que se inicie La parte de los crí-
menes:
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Notas
1 Observa Umberto Eco que en la poética de la obra abierta (y,
sobre todo, en la de esa forma radical que es la “obra en movi-
miento”) se advierte la resonancia de ciertas nociones de la ciencia
contemporánea. Alude, en particular, a dos. Una es la de ‘campo’,
proveniente de la física, que en vez de sostenerse en la relación clá-
sica entre causa y efecto propone “una compleja interacción de
fuerzas, una constelación de eventos, un dinamismo de estructu-
ra”(Opera aperta 51-2). La otra es la de ‘posibilidad’, que “es una
noción filosófica que refleja a toda una corriente de la ciencia con-
temporánea, marcada por el abandono de una visión estática y
silogística del orden, privilegiando la apertura a una plasticidad de
las decisiones personales y a una ‘situacionalidad’ e historicidad de
los valores” (Opera aperta 52). En 2666, antes que un orden causal
y estable lo que se nota es un mundo definido por vínculos móvi-
les y relaciones en apariencia contingentes.
2 El escritor que crea Bolaño es, curiosamente, homónimo de un
intelectual y funcionario nazi. En Homo sacer, de Giorgio Agamben,
se lee lo siguiente: “En 1942, L’Institut Allemand de París decide
hacer circular una publicación destinada a informar a los amigos y
aliados franceses sobre los rasgos y los méritos de la política nazi
en materia de salud y eugenesia. El libro, que recoge intervencio-
nes de los mayores especialistas alemanes en la materia (como
Eugen Fischer y Ottmar von Verschuer) y de los más altos respon-
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EL SAMURÁI ROMÁNTICO
Rodrigo Fresán
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Idas
¿Y qué es lo que lleva a uno –apenas terminados de leer estos
dos últimos libros de Bolaño– a ponerse a enhebrar respues-
tas de viejas entrevistas y a aventurar teorías más líricas que
exactas? La respuesta sólida a tan leve enigma no la tengo
clara, pero aventuro una sospecha: Bolaño es uno de los
escritores más románticos en el mejor sentido de la palabra.
Y un acercamiento a él y a lo que escribió contagia casi ins-
tantáneamente un cierta idea romántica de la literatura y de
su práctica como utopía realizable. Unas ganas feroces de que
todo sea escritura y de que la tinta sea igual de importante
que la sangre. En este sentido, la obra de Bolaño ahora, para
bien o para mal, inevitablemente acompañada de la leyenda
de Bolaño, es una de las que más y mejor obliga –me atrevo
a afirmar que es la más poderosa en este sentido dentro de
las letras latinoamericanas– a una casi irrefrenable necesidad
de leer y de escribir y de entender al oficio como un comba-
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Vueltas
Ahora, dos libros de naturaleza muy distinta vienen a engro-
sar la obra de Bolaño. Son dos libros póstumos (“Póstumo
suena a nombre de gladiador romano. Un gladiador invicto.
O al menos eso quiere creer el pobre Póstumo para darse
valor”, sonríe muy en serio Bolaño en otra entrevista) pero,
en su misma naturaleza ectoplasmática, de signo muy dife-
rente. Los relatos y conferencias y fragmentos de El secreto del
mal fueron rescatados y ordenados por el crítico y amigo
Ignacio Echeverría a partir de una expedición al disco duro
del ordenador de Bolaño. En cambio, La Universidad
Desconocida –tal como explica su viuda Carolina López en la
nota titulada “Breve historia del libro”– se trató y se trata de
una obra cuidadosamente pensada y estructurada por Bolaño
a lo largo de muchos años y que, tal vez por sentirla como
algo final y sin vuelta, nunca quiso publicar en vida.
Así, mientras El secreto del mal puede leerse como los men-
sajes en ocasiones difusos pero claros de un espectro, La
Universidad Desconocida (más allá de que varias de sus partes
fueran publicadas en vida por Bolaño) adquiere, aquí y ahora,
el carácter de summa testamentaria. Así, El secreto del mal abre
–aunque interrumpidas– líneas hacia el futuro mientras que
La Universidad Desconocida se nos presenta como el omnipre-
sente Fantasma de las Navidades Pasadas.
Dice bien Echevarría en la nota preliminar a El secreto del
mal que “La obra entera de Roberto Bolaño permanece sus-
pendida sobre los abismos a los que no teme asomarse. Es
toda su narrativa, y no sólo El secreto del mal, la que aparece
regida por una poética de la inconclusión”. Y es verdad y ahí
está, por ejemplo, el final más que abierto de Los detectives sal-
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Espectros mexicanos
La obra narrativa de Roberto Bolaño es una de las propues-
tas más originales de la literatura latinoamericana de la última
década. Es asimismo, uno de los proyectos más lúcidos, inte-
ligentes y atrevidos, de lo cual da perfecta cuenta el hecho de
que Los detectives salvajes acaba de obtener el Premio Rómulo
Gallegos.
Bolaño posee un especial talento para unir lo divertido
con lo dramático, para integrar las aventuras literarias en las
sórdidas aventuras de la vida, para reconstruir con eficacia
la dinámica de espacios geográficos que le son familiares
como México, Santiago de Chile, París o Cataluña, y para
dar un contenido político (el golpe de estado de Pinochet,
el mayo del 1968 mexicano) y humano sin caer en la rigidez
ideológica o en el moralismo. Escritura en la que apenas si
hay descripciones, la trama depende casi exclusivamente de
la agitada y variada presencia de numerosísimos personajes
que nunca pierden su marcada individualidad y que, en con-
secuencia, tienen, cada uno de ellos, cierta presencia prota-
gonizante. Es por esta razón que las novelas de Bolaño están
concebidas fragmentariamente, como una feliz acumula-
ción de escenas –dentro de una tradición inaugurada por
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No hay nada más necesario y al mismo tiempo peligroso que
mitificar a un personaje y, a través del personaje, a su obra.
Yo ya no sé hasta qué punto son inseparables la vida trashu-
mante de Roberto Bolaño, sus años de hambre, su dedica-
ción absoluta a la lectura y a la escritura, la ferocidad y
generosidad y arbitrariedad de sus opiniones, su larga enfer-
medad y la conciencia de su prematura muerte a tan joven
edad, también el hecho de que su obra más importante y una
de las más grandes de la literatura contemporánea en lengua
castellana, se haya publicado después de su fallecimiento. No
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LA SOLUCIÓN BOLAÑO
Alan Pauls
Cuando leí Los detectives salvajes llevaba un tiempo largo sin ver
poetas. Meses, años, quizá décadas. Suena al tipo de castidad
drástica y perfectamente inútil que aconsejan los programas
de desintoxicación. Pero no: lo vago de la medida de la abs-
tinencia prueba que no era deliberada. No veía poetas, eso es
todo. O los veía de lejos, un poco borrosos, como si ambos,
ellos y yo, viviéramos en mundos paralelos cuyas ventanas
alguien se empeñara en olvidarse de limpiar. O bien me los
imaginaba diminutos, siempre, como suele ser diminuto todo
lo que uno se imagina –porque, por alguna razón, para ima-
ginar algo hay que empequeñecerlo, jibarizarlo a escala de
zoológico de cristal–. Me imaginaba poetas, por ejemplo,
cada vez que con el rincón de un ojo despectivo detectaba en
el diario el anuncio de ¿cuántos? ¿tres? ¿cinco? ¿diez recitales
de poesía en una sola tarde? Me los imaginaba también cuan-
do por las noches, al desvestirme y buscar en todos mis bol-
sillos algo que sabía que me sería vital a la mañana siguiente
y que no encontraría, tropezaba con el flyer fotocopiado de
una peña poética que me entintaba las yemas de los dedos. (Y
si hay algo que yo detesto es que se me entinten las yemas de
los dedos.) Me los imaginaba siempre que me enteraba
–tarde, demasiado tarde, y por boca de alguien que sin duda
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no me quería bien– de que los dos o tres poetas con los que
había tenido algún contacto en mi juventud, gente altiva,
ensimismada, de un ingenio tortuoso, que pronunciaba mal a
propósito cualquier idioma extranjero y cultivaba el deleite de
fabricar monstruos con los nombres propios (el único que
recuerdo ahora, perdónenme, es el apellido del famoso escri-
tor sadomasoquista Sade-Masoch) –siempre que me entera-
ba, decía, de que esos dos o tres poetas conocidos míos no
contestarían el teléfono, llegado el caso remotísimo de que se
me ocurriera llamarlos, porque estaban fuera de la ciudad,
participando de un cónclave poético de invierno auspiciado
por una bodega o una marca de estilográficas, uno de esos
retiros escandalosos que entiendo que los poetas acometen
cada tanto en algún hotel de balneario acorralado por el vien-
to y el frío y que aprovechan para tirar por la borda la dieta
de café y tabaco y drogas y ginebra a la que son adictos, para
comer a lo bestia, beber como cosacos, sacarse los ojos por
algún diferendo métrico y vomitar sobre colchas donde las
migajas de algún último desayuno de la temporada estival
inmediatamente anterior todavía esperan el ojo de lince de la
empleada de limpieza que les aseste el golpe de gracia.
Ahora que lo pienso no veo por qué me asombro tanto.
Si no ando por ahí recordando cuánto hace que no veo yudo-
kas, o basquetbolistas, o maquilladoras, es sencillamente por-
que no son gremios que se me dé por frecuentar. Quiero
decir: si no veía poetas cuando leí Los detectives salvajes es por-
que no conocía poetas. Como se dice: no eran “mi mundo”
–salvo por esos dos o tres que según mis informantes, pro-
bablemente pagados por los poetas mismos y no con dinero,
como es obvio, sino con plaquettes mariconas, sonetos para la
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Notas
1 Una primera versión de este texto fue leída en Jornadas Homenaje
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Uno
Imaginemos que esto no fuera un artículo sobre Roberto
Bolaño, sino un relato de Bolaño sobre sí mismo. ¿Cómo sería
formalmente? Probablemente dos serían las formas posibles
que podría tomar esa ficción, en lo que al punto de vista narra-
tivo respecta, a juzgar por los mejores cuentos que sobre seres
reales o imaginados escribió el autor de origen chileno.
Por un lado, tendríamos una estrategia de tipo historicis-
ta, en boca de un narrador omnisciente, que hablaría tal vez
de los padres del escritor, de una gestación dilatada, difícil
–en la irónica tradición de Tristam Shandy– que culminaría
con el nacimiento en Santiago de Chile, 1953, de Roberto
Bolaño. Se repasaría a renglón seguido su trayectoria vital,
con cierto énfasis quizá en los años de adolescencia pasados
en México, en su experiencia en la guerrilla, en su errabun-
deo (un tanto salvaje, incluso judío), que lo llevó a Barcelona
(“en el 77 era una ciudad en movimiento”, dijo en una entre-
vista), a la zaga de un hogar que acabaría por encontrar en el
noreste de España (y se daría a entender, de soslayo, que el
hogar puede ser, más que una patria, una pareja, la conse-
cuente familia, una editorial que te apoye, incluso el recono-
cimiento, con sus premios y traducciones: cóctel de caos, no
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Dos
No, desgraciadamente, este texto es un primer esbozo de
ensayo y no un relato de Bolaño. Sin duda, tanto el lector
como el autor de estas líneas preferirían leer una ficción suya
sobre él mismo, una ficción que hablara sobre su propia vida
sin máscaras (como la de Arturo Belano, su recurrente alter
ego). Una larguísima confesión, como Nocturno de Chile (2000),
en que el narrador se fuera desvistiendo hasta quedar desnu-
do, en pasado y alma, frente al lector. O un diálogo entre dos
personajes mezquinos como los del relato “Detectives”, que
en cierto momento hablan de cuando vieron a Belano en pri-
sión y éste se miró en un espejo que no le devolvió la imagen
conocida, sino la de su otro, el transformado por la pérdida,
por la culpa sin culpable, por la miseria de la historia colectiva.
Dos libros me interesará leer, especialmente, sobre
Bolaño, en un futuro que no debería ser demasiado lejano.
En primer lugar, la edición crítica de su primera obra maes-
tra, Los detectives salvajes (1998), que con los premios Herralde
y Rómulo Gallegos aparcó para siempre la invisibilidad de su
autor. Toda la literatura de Bolaño es de un modo u otro
metaliteraria (La literatura nazi en América, Monsieur Pain...).
Pero ninguna de sus obras lo es en el grado de Los detectives...
Esa novela es, además de una lúcida disección del exilio y de
un divertido recorrido por la hiperbólica adolescencia (que
contrapuntea, trágicamente, nuestra madurez), y entre otras
muchas cosas, una parodia de la vanguardia –al tiempo que
una novela realmente vanguardista– y una enciclopedia de
literatura. Para el descubrimiento de esa dimensión enciclo-
pédica de Los detectives... se impone una edición crítica en que
cada alusión literaria sea desvelada. Intuyo que son muchísi-
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Tres
Me temo que hay que haber vivido y leído tanto como
Bolaño para leerlo con propiedad. Hay que haber dormido
en un sofá prestado, completamente enamorado de tu anfi-
triona, si puede ser en Israel, para comprender la escena que,
personalmente, cada vez se me antoja como neurálgica en el
mapa nervioso de Los detectives..., una novela a la que como a
Rayuela (o como a Zama o como a Respiración artificial) es nece-
sario regresar periódicamente. Leamos: “Claudia y yo que por
aquellas fechas aún creíamos que íbamos a ser escritores y
que hubiéramos dado todo por pertenecer a ese grupo más
bien patético, los realvisceralistas, la juventud es una estafa.
(...) ¿de qué se trata, pues? Y Norman, para mi alivio, dejó de
mirarme y se concentró durante algunos minutos en la carre-
tera, y después dijo: de la vida, de lo que perdemos sin dar-
nos cuenta y de lo que podemos recobrar”. Inmediatamente
después de evocar eso, Norman visualiza a Ulises, mucho
tiempo atrás, enamorado de Claudia en Tel-Aviv. Dormía en
el sofá y de noche temblaba y gemía, y no sabía el narrador
si era porque lloraba o porque se masturbaba. Concluye que
seguramente lloraba en sueños: “una vez me quedé y lo com-
prendí todo, de un solo golpe”.
De nuevo, la pérdida, y la memoria y la escritura que tra-
tan de recuperar, como si se tratara de una quimera. De
nuevo un instante que explica una existencia. De nuevo, el
llanto. El protagonista de “La nieve” habla de “aquella tarde
de llanto que cambió mi vida”, la catarsis, como la de Joanna
Silvestri, del relato homónimo, que también llora hasta que le
sangra el alma al ver cómo el único paréntesis de felicidad
que hubo en toda su vida está a punto de cerrarse. El mismo
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llanto brota del sofá israelí de Los detectives salvajes: las lágrimas
se confunden con el semen.
Gemidos similares se encuentran en las páginas de 2666,
la otra obra maestra de Bolaño, doblemente inacabada. Por
un lado, porque le falta la sexta parte. Por el otro, porque no
fue sometida al proceso de depuración a que todo autor debe
someter sus libros. Dice: “En la oscuridad creyó oír unos
débiles gemidos. Le pareció que el joven lloraba y se durmió
acunada por su llanto”.
Cuatro
La huida. La fuga: ése es el movimiento de la narrativa bola-
ñiana. Archimboldi, el protagonista de su novela última, en
este cambio de milenio debe ser entendido como “un vetera-
no de la Segunda Guerra Mundial que sigue huyendo, un
recordatorio para Europa en tiempos convulsos”. El exilio.
Sobre éste dice Amalfitano, otro alter ego: “ahora lo veo como
un movimiento natural, algo que a su manera, contribuye a
abolir el destino o lo que comúnmente se considera el desti-
no”. La huida y el exilio. El exilio y la huida. Intuyo que en el
caso de Bolaño hay que entender como temas y como modus
operandi. Especialmente en 2666. Porque en ella el lenguaje, la
escritura, los fragmentos de entre diez líneas y cuatro o cinco
páginas, proliferan hasta colmar cada una de las cinco partes,
otorgando un ritmo unitario a todas ellas. El ritmo del frag-
mento: el ritmo del conocimiento: el compás de la escritura.
En sintonía con él hay que entender el uso magistral del con-
trapunto en la novela, utilizado hasta lo intolerable en “La
parte de los crímenes” y dosificado en “La parte de los críti-
cos” con un resultado exquisito: no sólo porque logra que la
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Último
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tara, dentro del universo que ella misma había creado, con el
crítico español de prensa más influyente de su momento his-
tórico. De modo que Echevarne asistió a la playa de Sant Pol
que Belano había escogido como marco de una escena que
“era el resultado lógico de nuestras vidas absurdas”. El duelo,
con espadas, tuvo lugar. El arma blanca de Belano incluso
llegó a acompañar el latido de Echevarne, cuando se posó
sobre su corazón, pero después se retiró, con el convenci-
miento de que el autor –su obra– habían superado el juicio
crítico, y siguieron combatiendo “como dos niños tontos”.
Dirá desde el presente narrativo, en 1994, Iñaki Echavarne:
“Durante un tiempo la Crítica acompaña a la Obra, luego la
Crítica se desvanece y son los Lectores quienes la acompa-
ñan”. En un relato anterior, “Detectives”, ya mencionado,
parte del ingente material narrativo que preparaba la gesta-
ción de Los detectives..., se daba la clave del tipo de arma esco-
gido y del lugar: “a los chilenos no nos gustan las armas de
fuego, sino las blancas, debe ser por el mar”.
En el mismo cuento, por cierto, se afirma que “los muer-
tos siempre nos miran”.
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EL REHACEDOR
“EL GAUCHO INSUFRIBLE” Y EL INGRESO DE
BOLAÑO EN LA TRADICIÓN ARGENTINA
Gustavo Faverón Patriau
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El origen de la premonición
Ese mismo año, 1978, también en Absurdos, Di Benedetto –a
quien, lo diré de paso, Bolaño admiraba por encima de cual-
quier otro autor argentino–, publicó un tríptico que incluía,
como cuadro final, el relato titulado “Conejos”. La frase ini-
cial de ese cuento presenta a su misterioso protagonista:
“Nacida con dos dones, Florence Taylor: el de los recuerdos
y el de la maternidad” (Cuentos 346). El enigma radica en que
Florence ni recuerda el pasado ni da a luz a una progenie: lo
que llama sus “memorias” lo son del futuro y la maternidad
a la que esa introducción alude es simbólica y paradójicamen-
te tanática. El presente de Florence es algún momento en el
siglo diecinueve –y “la Patagonia en el siglo XIX es un desier-
to”, nos informa el narrador (346)–, pese a lo cual uno de
“sus recuerdos”, que se presentan siempre bajo la forma
de textos escritos en el porvenir (búsquese a Piglia por aquí),
es el que sigue: “«Los conejos invaden la Patagonia», que la
visita con atributos de memoria, pero, en verdad, tomado de
un diario de Buenos Ayres que no ha visto, porque falta una
centuria o más para que ese periódico sea fundado. Así de
desdeñosos del curso razonable del tiempo suelen ser los
recuerdos de Miss Florence” (346). La noticia del periódico
que “recuerda” Florence es, otra vez, la de la invasión de roe-
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El origen de la parodia
Roberto Bolaño dedicó “El gaucho insufrible” a Rodrigo
Fresán, quien, más de una década antes, había publicado, en
su primer libro de cuentos –Historia argentina (1991)–, el rela-
to llamado “Padres de la patria”. A pesar de su brevedad y
su tono sardónico, el cuento resume varias de las ideas ante-
cedentes de “El gaucho insufrible”. Está, por ejemplo, la
imaginación de la pampa como un espacio materno cuya
renovación es tan constante que parece no devenir, no discu-
rrir en el tiempo: “el olor era de la tierra recién hecha, vuel-
ta y vuelta” (Historia 15). Y sin embargo, también está la
noción de los gauchos como seres míticos, de origen impre-
ciso, fundidos con su caballo y (como hubiera querido Di
Benedetto) acaso condenados a él: “llevaban tanto tiempo
cabalgando que ya no sabían dónde terminaban ellos y
dónde empezaban sus caballos” (15). Los gauchos protagó-
nicos se llaman Chivas y Gonçalves: este último es “una ver-
dadera bestia” (18), pero es también el personaje crucial de la
historia, un prototipo de héroe trágico pero gratuito, admira-
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mundo descrito. Pero tal cosa sólo es posible una vez que la
esfera contrapuesta, la urbana, entra en el colapso: la ciudad
es un mundo frágil, hecho de apariencias, que se hunde al pri-
mer desequilibrio; el campo, en cambio, retirado de la histo-
ria, puede sobrevivir para siempre en el letargo: su vida es
agonía, decaimiento sí –puede ser cada vez más pobre–, pero
no agotamiento final: es “muerte-vida”, como en Dabove, y
por ello es más original que la ciudad, en un sentido preclási-
co: es origen, está in illo tempore, como el mito, es anterior a
todo (como en Borges). Por eso, viajar a él es siempre, en
cierta forma, un regreso –“fue entonces cuando Pereda deci-
dió volver al campo” (20).
En Dabove leemos el pasaje en que el protagonista tiene
la premonición de su entrada en la “muerte-vida”: “frente
mismo a ese cementerio abandonado y polvoriento que me
sugería la idea de una muerte doble, la que había albergado y
la de él mismo, que se caía y se transformaba en ruinas, ladri-
llo por ladrillo, terrón por terrón, me ocurrió la desgracia”
(11 relatos 64). En Bolaño, también, la pampa es cementerio
y, sin embargo, esa misma cualidad mortal la hace permanen-
te, constante: “la pampa, en cambio, era lo eterno. Un cam-
posanto sin límites es lo más parecido que uno puede hallar.
¿Se imaginan un camposanto sin límites?” (35). Esa imagen
reelabora la de Dabove pero añade el mismo concepto del
campo como eternidad que Bolaño halla en “El evangelio
según Marcos”, de Borges, donde el narrador explica: “la
metáfora que equipara la pampa con el mar no era, por lo
menos esa mañana, del todo falsa, aunque Hudson había
dejado escrito que el mar nos parece más grande, porque lo
vemos desde la cubierta del barco y no desde el caballo o
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Notas
1 Qué mejor lugar para leer también sobre la batalla de Suipacha,
en Bolivia, en la que un batallón de gauchos salidos a luchar desde
Buenos Aires intervino como factor decisivo, que Historia de la
República Argentina: su origen, su revolución y su desarrollo político hasta
1852, de Vicente Fidel López.
2 Una referencia de otra índole a lo que llama el “problema de la
madrastra” la ofrece Bolaño en el siguiente pasaje sobre las filia-
ciones eurocéntricas de los argentinos: Buenos Aires, dice, “es la
mezcla perfecta de París y Berlín, aunque si uno aguza la vista, más
bien es la mezcla perfecta de Lyon y Praga” (El gaucho 17).
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BOLAÑO EXTRATERRITORIAL
Ignacio Echevarría
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pero ella los ve. Y al verlos sabe que, aunque caminan juntos,
no constituyen lo que comúnmente se llama una masa, pues
“sus destinos no están imbricados en una idea común”.
“Los unía sólo su generosidad y su valentía”, se dice
Auxilio Lacouture. “Y caminaban hacia el abismo”, añade.
“Creo que eso lo supe desde que los vi. Sombra o masa de
niños, caminaban indefectiblemente hacia el abismo.”
“Y los oí cantar”, continúa diciendo Auxilio Lacouture,
“los oigo cantar todavía [...] muy bajito, apenas un murmullo
casi inaudible, a los niños más lindos de Latinoamérica, a los
niños mal alimentados y bien alimentados, a los que tuvieron
todo y a los que no tuvieron nada, qué canto más bonito el
que sale de sus labios, qué bonitos eran ellos, qué belleza,
aunque estuvieran marchando hombro con hombro hacia la
muerte [...] Así pues los muchachos fantasmas cruzaron el
valle y se precipitaron en el abismo. Un tránsito breve. Y su
canto fantasma o el eco de su canto fantasma, que es como
decir el eco de la nada, siguió marchando al mismo paso que
ellos, que era el paso del valor y de la generosidad, en mis
oídos. Una canción apenas audible, un canto de guerra y de
amor, porque los niños sin duda se dirigían a la guerra pero
lo hacían recordando las actitudes teatrales y soberanas del
amor [...] Y aunque el canto que escuché hablaba de la gue-
rra, de las hazañas heroicas de una generación entera de lati-
noamericanos sacrificados, yo supe que por encima de todo
hablaba del valor y de los espejos, del deseo y del placer”.
En un poema significativamente titulado “Autorretrato a
los veinte años”, incluido en Los perros románticos, Bolaño
habla del miedo que siente al poner su mejilla junto a la meji-
lla de la muerte, y al contemplarse a sí mismo en ese gesto le
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toria: “Los detectives salvajes es, por otra parte, mi propia bre-
cha: es una novela que me ha obligado a replantearme
aspectos de mi propia narrativa. Y es también una novela
que me ha infundido ánimos para continuar escribiendo,
incluso para rescatar lo mejor que había en mí cuando
empecé a escribir” (282-283)10. El principal rasgo que deter-
mina que buena parte de la labor novelística de Bolaño y
Vila-Matas pueda considerarse narrativa híbrida reside en la
técnica literaria empleada por ambos autores. Más allá de
puntuales coincidencias temáticas, la producción de estos
escritores se caracteriza por el original armazón constructi-
vo sobre el que se sustentan sus ficciones. Si bien el engra-
naje literario aparece a menudo oculto tras las peripecias de
la narración, en ocasiones el artificio artístico deja entrever
los pilares de la estructura que organiza el discurso. Así ocu-
rre en dos de las obras de estos autores, galardonadas con el
premio Herralde: Los detectives salvajes, en que se encuentra
esbozado todo el universo personal de Bolaño, y El mal de
Montano, donde el género de novela-ensayo cultivado por
Vila-Matas alcanza quizá su mayor grado de armonía y com-
plejidad.
Los detectives salvajes relata la peculiar indagación del chile-
no Arturo Belano (alter ego habitual del propio Bolaño) y del
peruano Ulises Lima (máscara de su amigo Mario Santiago)
en los orígenes del movimiento poético conocido como rea-
lismo visceral. Ambos escritores son miembros activos de un
núcleo de jóvenes poetas radicados en México DF que se rei-
vindican como sucesores espirituales de esta corriente litera-
ria. El viaje de Belano y Lima, que se prolonga durante más
de veinte años, tiene como eje la búsqueda de Cesárea
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Conclusiones
En los últimos años, el auge de la literatura híbrida o mesti-
za puede verse como síntoma de los cambios ocurridos en el
horizonte de expectativas de la (pos)modernidad. En estas
coordenadas, Bolaño coincide con los escritores españoles
contemporáneos al menos en dos aspectos. Por un lado, la
preocupación por las ficciones que oscilan entre la relectura
de la historia oficial y la reescritura de la historia privada
desemboca en un tipo de literatura que, sin renunciar a su sus-
trato argumental, admite una interpretación en clave ideológi-
ca. Como hemos observado a propósito de La literatura nazi
en América, de Bolaño, y Soldados de Salamina, de Javier Cercas,
la narrativa actual no se halla desprovista de implicaciones
éticas. La novela, como género esencialmente fundado sobre
la heteroglosia (Bajtín), tiene la función de contrarrestar los
efectos de los discursos sustentados en la univocidad exclu-
yente. Según afirma Milan Kundera, “el mundo basado sobre
una única Verdad y el mundo ambiguo y relativo de la nove-
la están modelados con una materia totalmente distinta. La
Verdad totalitaria excluye la relatividad, la duda, la interroga-
ción y nunca puede conciliarse con lo que yo llamaría el espí-
ritu de la novela” (24). Por otro lado, el interés por integrar el
universo de la literatura en las propias obras fructifica a
menudo en ensayos novelísticos que ensanchan el panorama
de la narrativa tradicional. Así sucede en Los detectives salvajes,
de Bolaño, y El mal de Montano, de Enrique Vila-Matas, donde
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Notas
1En el caso de Sebald, dicho proyecto narrativo quedó definitiva-
mente truncado por su temprana muerte en 2001.
2 Este planteamiento entronca con una cierta línea del pensamiento
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chileno. Creo que ellos creen que soy un catalán loco que ha
decidido hacerse pasar por chileno.
¿A qué público lector se dirige?
No me dirijo a nadie en concreto. Pero si eso fuera posible,
me gustaría dirigirme a dos o tres jóvenes desesperados que
leen un libro como quien se agarra a una tabla. Es el mejor
de los lectores. Te quiere y después te mata.
¿Piensa más en el público español que en el chileno?
No. En principio cuando un escritor cualquiera se pone a
escribir no piensa en nada. Nadie puede pensar en 200.000
personas. Es una presunción por parte de un escritor decir
“yo pienso…”. Con gran esfuerzo podrás pensar en cinco o
seis. La literatura es trabajosísima y realmente en lo único que
piensas es en acabar.
¿Se relaciona con otros escritores?
Sí, con Enrique Vila-Matas, con Ignacio Martínez de Pisón,
con Javier Cercas…
¿Cómo valora la narrativa española más reciente?
La narrativa es espléndida. La poesía es como para cogerlos
a todos y tirarlos por un barco a alta mar.
¿Cree que la literatura de su país es suficiente o insufi-
cientemente conocida en España?
Creo que es insuficientemente conocida porque los lectores
españoles no tienen por qué conocer la literatura chilena, así
como los lectores chilenos tampoco conocen la literatura
española. El mundo vive en una incomunicación que fluye a
una velocidad de vértigo. Es una paradoja pero es así. En rea-
lidad todos estamos incomunicados.
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APÉNDICE
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OBRAS CITADAS
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BIOGRAFÍAS
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Jorge Volpi (México, 1968) es autor de las novelas A pesar del oscu-
ro silencio, Días de ira, La paz de los sepulcros, El temperamento melancóli-
co, Sanar tu piel amarga y El juego del Apocalipsis y de los ensayos La
imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968 y La guerra y las
palabras. Una historia del alzamiento zapatista. En 1999 obtuvo el
Premio Biblioteca Breve por En busca de Klingsor, con la cual inició
una “Trilogía del siglo XX”, y de la cual se han publicado ediciones
en veintisiete idiomas. En 2004 publicó El fin de la locura y en 2006
No será la Tierra.
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