Cuentos y Leyendas
Cuentos y Leyendas
Cuentos y Leyendas
Cada que salía aparecían animales muertos, pero éstos se empezaron a convertir
en humanos. La gente asustada decidió salir en busca del causante, cuando, cerca
del Panteón de Belén, escucharon gritos. Era Don Jorge, atacando con la boca el
cuello de un hombre.
La gente lo persiguió, pero él logró huir, así que el cura de Guadalajara lo fue a
buscar a su hacienda, para hacerle un exorcismo. El Vampiro juró vengarse de
todos, cuando alguien le clavó una estaca en el pecho.
Se fue. Sin ninguna explicación a María, quien cayó en una profunda depresión.
Dos años estuvo así, hasta que sus hermanos decidieron enclaustrarla en el
Antiguo Convento de la Concepción, donde se la pasaba rezando y pidiendo por
él.
La leyenda cuenta que como no podía soportar estar sin su amado, ya muerta
salió a buscarlo y lo mató para estar con él aunque sea en el más allá.
Es conocido por todos, porque apenas mide 68 centímetros de ancho, por lo que
los balcones de las casas están casi pegados. La leyenda de este lugar nace del
amor prohibido de una pareja de enamorados, Carlos y Ana, quienes se citaban
clandestinamente en uno de sus balcones, para demostrarse su amor.
Un día, el padre de ella los descubrió y se opuso por completo a ese amor, al
grado de matar, ahí mismo, al enamorado.
Otra versión de la historia indica que la asesinada fue Doña Ana, quien murió
después de que su padre le enterrara una daga por la espalda.
Don Carlos, al ver la muerte inminente de su amada, besó su mano aún tibia, de
ahí el nombre de este lugar.
Hoy en día, se dice que las parejas que se den un beso en el tercer escalón,
tienen garantizados 7 años de felicidad. Ritual obligado para las parejas que
visitan Guanajuato.
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Leer cuento: El monstruo del lago
Adaptación del cuento popular de África
Érase una vez una preciosa muchacha llamada Untombina, hija del rey de una
tribu africana. A unos kilómetros de su hogar había un lago muy famoso en toda la
comarca porque en él se escondía un terrible monstruo que, según se contaba,
devoraba a todo aquel que merodeaba por allí.
Pero no hubo manera; Utombina, además de valiente, era terca y decidida, así
que reunió a todas las chicas del pueblo y juntas partieron en busca del monstruo.
La hija del rey dirigió la comitiva a paso rápido, y justo cuando el sol estaba más
alto en el cielo, el grupo de muchachas llegó al lago.
Todas las jovencitas volvieron a chillar presas del pánico y corrieron al pueblo para
contar al rey lo que había sucedido. Destrozado por la pena, decidió actuar:
reclutó a su ejército y lo envió al lago para acabar con el horrible ser que se había
comido a su niña.
Cuando los soldados llegaron armados hasta los dientes, el monstruo se dio
cuenta de sus intenciones y se enfureció todavía más. A manotazos, empezó a
atrapar hombres de dos en dos y a comérselos sin darles tiempo a huir. Uno
delgaducho y muy hábil se zafó de sus garras, pero el monstruo le persiguió sin
descanso hasta que, casualmente, llegó a la casa del rey. Para entonces, de tanto
comer, su cuerpo se había transformado en una bola descomunal que parecía a
punto de explotar.
El monarca, muy hábil con el manejo de las armas, sospechó que su hija y los
soldados todavía podrían estar vivos dentro de la enorme barriga, y sin dudarlo ni
un segundo, comenzó a disparar flechas a su ombligo. Le hizo tantos agujeros que
parecía un colador. Por el más grande, fueron saliendo uno a uno todos los
hombres que habían sido engullidos por la fiera. La última en aparecer ante sus
ojos, sana y salva, fue su preciosa hija.
El malvado monstruo dejó de respirar y todos agradecieron a Utombina su
valentía. Gracias a su orgullo y tozudez, habían conseguido acabar con él para
siempre.
NO ME TENGÁIS MIEDO.
NO SOY PELIGROSO.
La idea era muy buena, pero en cuanto puso un pie afuera para colgarlo en el
picaporte, unos chiquillos le vieron y echaron a correr ladera abajo aterrorizados.
– ¡Qué infeliz soy! ¡Yo solo quiero tener amigos y hacer una vida normal! ¿Por qué
me juzgan por mi aspecto y no quieren conocerme?…
– Pues que estoy muy apenado. No encuentro la manera de que la gente deje de
tenerme miedo ¡Yo sólo quiero ser amigo de todo el mundo! Me encantaría poder
pasear por el pueblo como los demás, tener con quien ir a pescar, jugar al
escondite…
El ogro rojo se enjugó las lágrimas y una tímida sonrisa se dibujó en su cara.
– ¡Tú tranquilo y haz lo que te digo! ¡Será puro teatro y verás cómo funciona!
El ogro rojo no estaba muy convencido de hacerlo, pero el ogro azul insistió tanto
que al final, aceptó.
Así pues, tal y como habían hablado, el ogro azul bajó al pueblo y se plantó en la
calle principal poniendo cara de malas pulgas, levantando los brazos y dando unos
gritos que ponían los pelos de punta hasta a los calvos. La gente echó a correr
despavorida por las callejuelas buscando un escondite donde ponerse a salvo.
– ¡Maldito ogro azul! ¿Cómo te atreves a atacar a esta buena gente? ¡Voy a
darte una paliza que no olvidarás!
– ¡Vete de aquí, maldito ogro azul, y no vuelvas nunca más o tendrás que
vértelas conmigo otra vez! ¡Canalla, que eres un canalla!
– ¡No me pegues más, por favor! ¡Me voy de aquí y te juro que no volveré!
Se levantó, puso cara de dolor y escapó a pasos agigantados sin mirar atrás.
¡Su día a día no podía ser más genial! Conversaba alegremente con los dueños
de las tiendas, jugaba a las cartas con los hombres del pueblo, se divertía
contando cuentos a los niños… Estaba claro que tanto los adultos como los
chiquillos le querían y respetaban profundamente.
Era muy feliz, no cabía duda, pero por las noches, cuando se tumbaba en la cama
y reinaba el silencio, se acordaba del ogro azul, que tanto se había sacrificado por
él.
– ¡Ay, querido amigo, qué será de ti! ¿Por dónde andarás? Gracias a tu ayuda
ahora tengo una vida maravillosa y todos me quieren, pero ni siquiera pude darte
las gracias.
El ogro rojo no se quitaba ese pensamiento de la cabeza; sentía que tenía una
deuda con aquel desconocido que un día decidió echarle una mano
desinteresadamente, así que una tarde, preparó un petate con comida y salió de
viaje dispuesto a encontrarle.
Durante horas subió montañas y atravesó valles oteando el horizonte, hasta que
divisó a lo lejos una cabaña muy parecida a la suya pero pintada de color añil.
Dio unas cuantas zancadas y alcanzó la entrada, pero enseguida se dio cuenta de
que la casa estaba abandonada. En la puerta, una nota escrita con tinta china y
una letra superlativa, decía:
Sabía que algún día vendrías a darme las gracias por la ayuda que te presté. Te
lo agradezco muchísimo. Ya no vivo aquí, pero tranquilo que estoy muy bien.
Me fui porque si alguien nos viera juntos volverían a tenerte miedo, así que lo
mejor es que, por tu bien, yo me aleje de ti ¡Recuerda que todos piensan que soy
un ogro malísimo!
Sigue con tu nueva vida que yo buscaré mi felicidad en otras tierras. Suerte y
hasta siempre.
Tu amigo que te quiere y no te olvida:
El ogro azul.
El ogro rojo se quedó sin palabras. Por primera vez en muchos años la emoción le
desbordó y comprendió el verdadero significado de la amistad. El ogro azul se
había comportado de manera generosa, demostrando que siempre hay seres
buenos en este planeta en quienes podemos confiar.
Con los ojos llenos de lágrimas, regresó por donde había venido. Continuó siendo
muy dichoso, pero jamás olvidó que debía su felicidad al bondadoso ogro azul
que tanto había hecho por él.
El ogro rojo
(c) CRISTINA RODRÍGUEZ LOMBA
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