Cuentos y Leyendas

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1. Jalisco. El árbol del vampiro.

La historia cuenta que a la Guadalajara colonial llegó un hombre muy rico de


Europa, quien todas las noches salía vestido de negro y con una actitud misteriosa.
Se llamaba Don Jorge.

Cada que salía aparecían animales muertos, pero éstos se empezaron a convertir
en humanos. La gente asustada decidió salir en busca del causante, cuando, cerca
del Panteón de Belén, escucharon gritos. Era Don Jorge, atacando con la boca el
cuello de un hombre.

La gente lo persiguió, pero él logró huir, así que el cura de Guadalajara lo fue a
buscar a su hacienda, para hacerle un exorcismo. El Vampiro juró vengarse de
todos, cuando alguien le clavó una estaca en el pecho.

Al morir, lo enterraron en el mismo Panteón de Belén. Pero lo extraño sucedió


cuando un árbol empezó a crecer justo por encima de la lápida de Don Jorge, misma
que se rompió. La leyenda dice que el día que el árbol sea derrumbado o que las
raíces rompan por completo la lápida, Don Jorge, el vampiro, regresará a llevar a
cabo su venganza.

Así que no se olviden de visitar el Panteón de Belén cuando vayan a Guadalajara,


Jalisco.
2. Ciudad de México. El fantasma de la monja.

María de Ávila, quien vivió en el siglo XVI, se enamoró de un mestizo de apellido


Arrutia, quien quería casarse con ella por su dinero y status social.

Los hermanos de María, Daniel y Alfonso se enteraron de lo que estaba pasando y


se opusieron rotundamente a que ese matrimonio se llevara a cabo, así que le
prohibieron a Arrutia ver a María. Al principio él se negó, pero los hermanos le
ofrecieron mucho dinero que él aceptó para marcharse.

Se fue. Sin ninguna explicación a María, quien cayó en una profunda depresión.
Dos años estuvo así, hasta que sus hermanos decidieron enclaustrarla en el
Antiguo Convento de la Concepción, donde se la pasaba rezando y pidiendo por
él.

Un día, no pudo más con el dolor y se ahorcó en un árbol de duraznos en el patio


del convento. La enterraron allí mismo y un mes después de su muerte, su
fantasma empezó a aparecer por las noches, reflejándose en las aguas del
convento cuando alguna de las novicias o monjas se veía el rostro. Desde
entonces se prohibió la salida de cualquiera de ellas al jardín cuando anocheciera.

La leyenda cuenta que como no podía soportar estar sin su amado, ya muerta
salió a buscarlo y lo mató para estar con él aunque sea en el más allá.

Visita el convento en la calle Belisario Domínguez número 5 en el Centro Histórico.


Llega con el metro Bellas Artes y Garibaldi. Búscalo entre las calles Lázaro
Cárdenas, Calle 57 y Allende.
4. Guanajuato. El callejón del beso.

Es conocido por todos, porque apenas mide 68 centímetros de ancho, por lo que
los balcones de las casas están casi pegados. La leyenda de este lugar nace del
amor prohibido de una pareja de enamorados, Carlos y Ana, quienes se citaban
clandestinamente en uno de sus balcones, para demostrarse su amor.

Un día, el padre de ella los descubrió y se opuso por completo a ese amor, al
grado de matar, ahí mismo, al enamorado.
Otra versión de la historia indica que la asesinada fue Doña Ana, quien murió
después de que su padre le enterrara una daga por la espalda.

Don Carlos, al ver la muerte inminente de su amada, besó su mano aún tibia, de
ahí el nombre de este lugar.

Hoy en día, se dice que las parejas que se den un beso en el tercer escalón,
tienen garantizados 7 años de felicidad. Ritual obligado para las parejas que
visitan Guanajuato.

https://www.zocalo.com.mx/new_site/articulo/las-10-leyendas-mas-famosas-de-mexico
Leer cuento: El monstruo del lago
Adaptación del cuento popular de África
Érase una vez una preciosa muchacha llamada Untombina, hija del rey de una
tribu africana. A unos kilómetros de su hogar había un lago muy famoso en toda la
comarca porque en él se escondía un terrible monstruo que, según se contaba,
devoraba a todo aquel que merodeaba por allí.

Nadie, ni de día ni de noche, osaba acercarse a muchos metros a la redonda de


ese lugar. Untombina, en cambio, valiente y curiosa por naturaleza, estaba
deseando conocer el aspecto de ese monstruo que tanto miedo daba a la gente.
Un año llegó el otoño y con él tantas lluvias, que toda la región se inundó. Muchos
hogares se vinieron abajo y los cultivos fueron devorados por las aguas. La joven
Untombina pensó que quizá el monstruo tendría una solución a tanta desgracia y
pidió permiso a sus padres para ir a hablar con él. Aterrorizados, no sólo se
negaron, sino que le prohibieron terminantemente que se alejara de la casa.

Pero no hubo manera; Utombina, además de valiente, era terca y decidida, así
que reunió a todas las chicas del pueblo y juntas partieron en busca del monstruo.
La hija del rey dirigió la comitiva a paso rápido, y justo cuando el sol estaba más
alto en el cielo, el grupo de muchachas llegó al lago.

En apariencia todo estaba muy tranquilo y el lugar les parecía encantador. Se


respiraba aire puro y el agua transparente dejaba ver el fondo de piedras y arena
blanca. La caminata había sido dura y el calor intenso, así que nada les apetecía
más que darse un buen chapuzón. Entre risas, se quitaron la ropa, las sandalias y
las joyas, y se tiraron de cabeza. Durante un buen rato, nadaron, bucearon y
jugaron a salpicarse unas a otras. Tan entretenidas estaban que no se dieron
cuenta de que el monstruo, sigilosamente, se había acercado a la orilla por otro
lado y les había robado todas sus pertenencias.
Cuando la primera de las muchachas salió del agua para vestirse, no encontró su
ropa y avisó a todas las demás de lo que había sucedido. Asutadísimas
comenzaron a gritar y a preguntarse qué podían hacer ¡No podían volver
desnudas al pueblo!
Se acercaron al lago y, en fila, comenzaron a llamar al monstruo. Entre llantos, le
rogaron que les devolviera la ropa. Todas menos Utombina, que como hija del rey,
se negaba a humillarse y a suplicar nada de nada.
El monstruo escuchó las peticiones y, asomando la cabeza, comenzó a escupir
prendas, anillos y pulseras, que las chicas recogieron rápidamente. Devolvió todo
lo que había robado excepto las cosas de la orgullosa Utombina. Las chicas
querían volver, pero ella seguía negándose a implorar y se quedó inmóvil, en la
orilla, mirando al lago. Su actitud consiguió enfadar al monstruo que, en un
arrebato de ira, salió inesperadamente del lago y de un bocado se la tragó.

Todas las jovencitas volvieron a chillar presas del pánico y corrieron al pueblo para
contar al rey lo que había sucedido. Destrozado por la pena, decidió actuar:
reclutó a su ejército y lo envió al lago para acabar con el horrible ser que se había
comido a su niña.

Cuando los soldados llegaron armados hasta los dientes, el monstruo se dio
cuenta de sus intenciones y se enfureció todavía más. A manotazos, empezó a
atrapar hombres de dos en dos y a comérselos sin darles tiempo a huir. Uno
delgaducho y muy hábil se zafó de sus garras, pero el monstruo le persiguió sin
descanso hasta que, casualmente, llegó a la casa del rey. Para entonces, de tanto
comer, su cuerpo se había transformado en una bola descomunal que parecía a
punto de explotar.
El monarca, muy hábil con el manejo de las armas, sospechó que su hija y los
soldados todavía podrían estar vivos dentro de la enorme barriga, y sin dudarlo ni
un segundo, comenzó a disparar flechas a su ombligo. Le hizo tantos agujeros que
parecía un colador. Por el más grande, fueron saliendo uno a uno todos los
hombres que habían sido engullidos por la fiera. La última en aparecer ante sus
ojos, sana y salva, fue su preciosa hija.
El malvado monstruo dejó de respirar y todos agradecieron a Utombina su
valentía. Gracias a su orgullo y tozudez, habían conseguido acabar con él para
siempre.

El monstruo del lago


(c) CRISTINA RODRÍGUEZ LOMBA
Leer cuento: El ogro rojo
Érase una vez un ogro rojo que vivía apartado en una enorme cabaña roja en la
ladera de una montaña, muy cerquita de una aldea. Tenía un tamaño gigantesco e
infundía tanto miedo a todo el mundo, que nadie quería tener trato con él. La gente
de la comarca pensaba que era un ser maligno y una amenaza constante, sobre
todo para los niños.

¡Qué equivocados estaban! El ogro era un pedazo de pan y estaba deseando


tener amigos, pero no encontraba la manera de demostrarlo: en cuanto salía al
exterior, todos los habitantes del pueblo empezaban a chillar y huían para
refugiarse en sus casas. Al final, al pobre no le quedaba más remedio que
quedarse encerrado en su cabaña, triste, aburrido y sin más compañía que su
propia sombra.

Pasó el tiempo y el gigante ya no pudo aguantar más tanta soledad. Le dio


muchas vueltas al asunto y se le ocurrió poner un cartel en la puerta de su casa en
el que se podía leer:

NO ME TENGÁIS MIEDO.

NO SOY PELIGROSO.

La idea era muy buena, pero en cuanto puso un pie afuera para colgarlo en el
picaporte, unos chiquillos le vieron y echaron a correr ladera abajo aterrorizados.

Desesperado, rompió el cartel, se metió en la cama y comenzó a llorar


amargamente.

– ¡Qué infeliz soy! ¡Yo solo quiero tener amigos y hacer una vida normal! ¿Por qué
me juzgan por mi aspecto y no quieren conocerme?…

En la habitación había una ventana enorme, como correspondía a un ogro de su


tamaño. Un ogro azul que pasaba casualmente por allí, escuchó unos gemidos y
unos llantos tan tristes, que se le partió el corazón. Como la ventana estaba
abierta, se asomó.

– ¿Qué te pasa, amigo?

– Pues que estoy muy apenado. No encuentro la manera de que la gente deje de
tenerme miedo ¡Yo sólo quiero ser amigo de todo el mundo! Me encantaría poder
pasear por el pueblo como los demás, tener con quien ir a pescar, jugar al
escondite…

– Bueno, bueno, no te preocupes, yo te ayudaré.

El ogro rojo se enjugó las lágrimas y una tímida sonrisa se dibujó en su cara.

– ¿Ah, sí?… ¿Y cómo lo harás?

– ¡A ver qué te parece el plan!: yo me acercaré al pueblo y me pondré a vociferar.


Lógicamente, pensarán que voy a atacarles. Cuando todos empiecen a correr, tú
aparecerás como si fueras el gran salvador. Fingiremos una pelea y me pegarás
para que piensen que yo soy un ogro malo y tú un ogro bueno que quiere
defenderles.

– ¡Pero yo no quiero pegarte! ¡No, no, ni hablar!

– ¡Tú tranquilo y haz lo que te digo! ¡Será puro teatro y verás cómo funciona!

El ogro rojo no estaba muy convencido de hacerlo, pero el ogro azul insistió tanto
que al final, aceptó.

Así pues, tal y como habían hablado, el ogro azul bajó al pueblo y se plantó en la
calle principal poniendo cara de malas pulgas, levantando los brazos y dando unos
gritos que ponían los pelos de punta hasta a los calvos. La gente echó a correr
despavorida por las callejuelas buscando un escondite donde ponerse a salvo.

El ogro rojo, siguiendo la farsa, descendió por la montaña a toda velocidad y se


enfrentó a su nuevo amigo. La riña era de mentira, pero nadie lo sabía.

– ¡Maldito ogro azul! ¿Cómo te atreves a atacar a esta buena gente? ¡Voy a
darte una paliza que no olvidarás!

Y tratando de no hacerle daño, empezó a pegarle en la espalda y a darle patadas


en los tobillos. Quedó claro que los dos eran muy buenos actores, porque los
hombres y mujeres del pueblo picaron el anzuelo. Los que presenciaron la pelea
desde sus refugios, se quedaron pasmados y se tragaron que el ogro rojo había
venido para protegerles.

– ¡Vete de aquí, maldito ogro azul, y no vuelvas nunca más o tendrás que
vértelas conmigo otra vez! ¡Canalla, que eres un canalla!

El ogro azul le guiñó un ojo y comenzó a suplicar:

– ¡No me pegues más, por favor! ¡Me voy de aquí y te juro que no volveré!

Se levantó, puso cara de dolor y escapó a pasos agigantados sin mirar atrás.

Segundos después, la plaza se llenó y todos empezaron a aplaudir y a vitorear al


ogro rojo, que se convirtió en un héroe. A partir de ese día, fue considerado un
ciudadano ejemplar y admitido como uno más de la comunidad.

¡Su día a día no podía ser más genial! Conversaba alegremente con los dueños
de las tiendas, jugaba a las cartas con los hombres del pueblo, se divertía
contando cuentos a los niños… Estaba claro que tanto los adultos como los
chiquillos le querían y respetaban profundamente.
Era muy feliz, no cabía duda, pero por las noches, cuando se tumbaba en la cama
y reinaba el silencio, se acordaba del ogro azul, que tanto se había sacrificado por
él.

– ¡Ay, querido amigo, qué será de ti! ¿Por dónde andarás? Gracias a tu ayuda
ahora tengo una vida maravillosa y todos me quieren, pero ni siquiera pude darte
las gracias.

El ogro rojo no se quitaba ese pensamiento de la cabeza; sentía que tenía una
deuda con aquel desconocido que un día decidió echarle una mano
desinteresadamente, así que una tarde, preparó un petate con comida y salió de
viaje dispuesto a encontrarle.

Durante horas subió montañas y atravesó valles oteando el horizonte, hasta que
divisó a lo lejos una cabaña muy parecida a la suya pero pintada de color añil.

– ¡Esa debe ser su casa! ¡Iré a echar un vistazo!

Dio unas cuantas zancadas y alcanzó la entrada, pero enseguida se dio cuenta de
que la casa estaba abandonada. En la puerta, una nota escrita con tinta china y
una letra superlativa, decía:

Querido amigo ogro rojo:

Sabía que algún día vendrías a darme las gracias por la ayuda que te presté. Te
lo agradezco muchísimo. Ya no vivo aquí, pero tranquilo que estoy muy bien.

Me fui porque si alguien nos viera juntos volverían a tenerte miedo, así que lo
mejor es que, por tu bien, yo me aleje de ti ¡Recuerda que todos piensan que soy
un ogro malísimo!

Sigue con tu nueva vida que yo buscaré mi felicidad en otras tierras. Suerte y
hasta siempre.
Tu amigo que te quiere y no te olvida:

El ogro azul.

El ogro rojo se quedó sin palabras. Por primera vez en muchos años la emoción le
desbordó y comprendió el verdadero significado de la amistad. El ogro azul se
había comportado de manera generosa, demostrando que siempre hay seres
buenos en este planeta en quienes podemos confiar.

Con los ojos llenos de lágrimas, regresó por donde había venido. Continuó siendo
muy dichoso, pero jamás olvidó que debía su felicidad al bondadoso ogro azul
que tanto había hecho por él.

El ogro rojo
(c) CRISTINA RODRÍGUEZ LOMBA

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