Char, René - Aproximaciones

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Tal y como Hölderlin es poeta de poetas, a decir del filósofo Martin Heidegger,

René Char, al mediar el siglo XX, según el pensador Albert Camus era el poeta
vivo más importante y Furor y misterio era la obra más deslumbrante de la
poesía francesa desde las Iluminaciones.
Ese poeta que nace y renace en el poema que lo crea, escribe esa poesía de
una imaginería tan consciente que renovaba la poesía de Francia, que incidía
en la física de la naturaleza que nos rodea, que nos constituye, pero también
en la reflexión metafísica de la disputa entre muerte y creación, arte y acción
ética. “Para unos, la cárcel y la muerte. Para otros, la trashumancia del Verbo”,
subrayaría Char en 1938. Él se había acercado al surrealismo en 1929, esa
estética que se rebela contra el reinado de la lógica, contra el racionalismo
absoluto, “creo —aclara André Breton— en la futura resolución de esos dos
estados, en apariencia tan contradictorios, como son el sueño y la realidad, en
una especie de realidad absoluta, de surrealidad”. Ciertamente Char fue más
un aliado que un adherente, escribiendo La marcha lenta en colaboración con
André Breton y Paul Eluard, así como en la firma de documentos políticos y
estéticos. En 1934 abandonó el surrealismo con la publicación de El martillo sin
dueño, poemas a los que Pierre Boulez puso música, obra que fue estrenada
en 1955. Char, convencido de la hondura de su propia poesía, un arte que
abreva en la tradición antigua y en la más estricta modernidad formal, decidió,
pues, proseguir con su arte por su cuenta. Char es un maestro de la concisión,
de ahí que parezca hermético debido a la condensación de sus imágenes, mas
de esa densidad surge la transparencia que nutre la humanidad del lector.
René-Emile Char nació en l’Isle-sur-la-Sorgue, Provenza, el 14 de junio de
1907. Su padre lo envió a Avignon a hacer estudios empresariales, no muy del
agrado del futuro poeta. Cumplió con el servicio militar en los años veinte y al
estallar la guerra en 1939 fue alistado en un regimiento de artillería en Alsacia.
Al ser derrotado el ejército francés y establecerse el régimen de Vichy,
jefaturado por el mariscal Petain, durante la ocupación nazi, Char pasó a la
Resistencia dirigiendo un comando bajo el nombre de Capitán Aleixandre. Sus
experiencias las puso en el poemario Solos permanecen (1945) y Las hojas de
Hipnos (1946), un diario de guerra donde escribe poemas breves, aforismos,
anécdotas, es un libro que manifiesta su unidad no por algún esquema
intelectual, sino por alcanzar un nuevo orden del espíritu (“orden en la
rebelión”). Su visión política lo hizo condenar en 1949 el estalinismo, y siempre
se opuso al armamentismo nuclear. El 19 de febrero de 1988 falleció; mas
había remitido para su impresión el manuscrito de El elogio de una sospecha
en diciembre de 1987, donde apunta: “El arte está hecho de opresión, de
tragedia, cribados discontinuamente por la irrupción de la dicha que inunda su
sitio, luego parte”.
Poesía y resistencia
Entrevista de Pierre Berger a René Char

Pierre Berger.- Antes de pedirle que participe en una conversación en la que la que
la honestidad intelectual sea una de las bases, me he detenido a releer el breve
prólogo que escribió usted en marzo de 1948 para la traducción de “Heráclito de
Efeso”, de Iván Battistini. Una frase, entre otras, me ha demostrado hasta qué
punto está usted comprometido en el camino de la esperanza: “El devenir progresa
conjuntamente en el interior y alrededor de nosotros. No está subordinado a las
pruebas de la naturaleza, se agrega a ellas y actúa sobre ellas”. En el instante en
que una especie de sueño letárgico pesa sobre nuestro mundo, una afirmación
semejante es, sin duda, una ventana abierta. De todas maneras, hay mucho que
hacer aún para que esta ventana no se vuelva a cerrar. Sabe usted cuán peligrosa
es una toma de conciencia, para no decir una toma de posición. Asistimos a
conflictos sorprendentes, y aun escandalosos, cuya resultante fatal es la duda. Su
prólogo al Heráclito es una auténtica toma de conciencia. Escrito en 1948, ¿qué ve
usted que pueda corregirse hoy?

René Char.- ¿Se preocupa usted acerca de la honestidad intelectual? Discúlpeme,


querido amigo, pero hay una cosa que mis orejas no pueden oír sin embarazo: es
precisamente la palabra “dignidad”, que se me hace el honor de aplicarme demasiado a
menudo... Protesto: soy un hombre como todos, a veces tan parcial y utopista como los
demás, se lo aseguro, de ninguna manera mejor... ¡Ah, no!

P.B.- Pero, su actitud...

R.C.- No hablemos de actitud. Yo me esfuerzo, me descascaro. ¡Eso es todo! En cuanto


al prefacio del Heráclito... Me ha ocurrido hacer escritos de circunstancia, aunque
raramente; de todas maneras, este prefacio podría estar bien escrito incluso hoy. No
tengo nada que suprimirle, nada que agregarle. En el momento en que vivimos –y
pienso sobre todo en aquellos que viven en esta hipnosis tan particular que difunde el
clima de nuestra época- la Esperanza es verdaderamente el único lenguaje activo y la
única ilusión susceptible de ser transformada en buen movimiento. Nosotros, hombres,
poetas, tenemos que contentarnos con asegurar que esta esperanza no es candor. No
podría haber poesía o vida sin esperanza -poesía: esperanza extrema; existencia:
esperanza relativa-. La poesía es la soledad noble por excelencia, una soledad, en fin,
que tiene derecho a confiarse. Hegel dice que, desde el punto de vista del sentido
común, la filosofía es el mundo al revés. Parafraseándolo, se podría decir que, desde el
punto de vista de la equidad, la poesía es el mundo en su mejor lugar. Aun si se halla
enfrentado a una naturaleza pesimista, aquel que acepte las perspectivas del Devenir
debe darse perfecta cuenta de que, en este caso, el móvil de ese pesimismo es
ambiguamente la esperanza; esperanza de que algo inesperado surgirá, de que la
opresión será derribada. Parece que la poesía, por los caminos que ella ha seguido, por
las pruebas que ha resistido para merecer su nombre de poesía, constituye la posta que
permite al ser exhausto y desmoralizado volver a encontrar fuerzas nuevas y razones
frescas para perseguir la presa o la sombra una vez más.

P.B.- Cada día comprobamos cómo es de grande la confusión intelectual. Los


valores más opuestos se unen de manera inesperada, lo más a menudo por medio
de intérpretes impuros y deshumanizados, lo que se podría llamar alianzas
peligrosas. Los mismos maestros del pensamiento son reivindicados por los
hombres más diversos. Así se verifica una vez más uno de los problemas sobre los
cuales usted se ha detenido recientemente: el de las incompatibilidades.

R.C.- Estamos rodeados, en los hombres más comunes, por jueces con fauces de
verdugos, ¡por perros de policía! Pero ¿cómo es eso? Uno no tiene jamás por qué
examinar ni condenar a alguien que se contenta con sufrir la realidad cotidiana con
todas sus imperfecciones y todas sus debilidades y que no erige su propia vulnerabilidad
en tablado, desde donde denunciar al prójimo a la vindicta pública... Sin embargo, eso
no es ya tan cierto, tanto va el mal de prisa... Pienso, a este respecto, muy especialmente
en Villon, quien es, sin duda, el más grande poeta francés. Pero justamente cuando
ciertos escritores, que no son –lo ignoren o no- sino actores de la literatura (olímpicos o
frenéticos), entienden intervenir y regentear, entonces creo que hay una impostura
manifiesta que es preciso reducir. Vea usted, Berger, todo hombre es, por lo general,
distinto de lo que cree ser en el bien como en el mal, en el error como en la verdad.
Ninguno de nosotros escapa a esta fatalidad. Las estratagemas no arreglan nada.

P.B.- La imperfecta conciencia de los escritores y artistas forma parte también –


Camus lo afirmaba en un discurso pronunciado en Pleyel en 1948- de nuestra
constante angustia. Parece cada día más necesario que un poeta defina a su vez
este mal.

R.C.- Yo no quisiera pronunciar la palabra maldición... Es una palabra demasiado


cómoda y que autoriza todas las dimisiones. Creo que hay, de todas maneras, una parte
de responsabilidad individual (y, por extensión, colectiva) en lo que ocurre en este
momento. Hemos creído, en 1945, salir del espíritu totalitario... Acordémonos de que
ese cáncer, bajo el nombre de fascismo, ha comenzado por devorar una nación, luego
otra. En la actualidad está agazapado en el inconsciente de los hombres, en particular, de
aquellos que se declaran sus peores enemigos... Ese mal, en el cual nos hemos detenido
a pensar, es el desprecio del prójimo: una especie de indiferencia colosal con respecto a
la inteligencia de los demás y de su alma viviente. ¡Una intolerancia de dementes! ¡Su
caballo de Troya es la palabra felicidad! Y yo creo que eso es mortal. No se trata de un
peligro relativo sino absoluto.

P.B.- Que no justifica ningún espejismo de la Tierra Prometida.

R.C.- Yo le hablo en tanto ser que vive sobre una tierra presente, inmediata, y no en
tanto ser que tiene mil años de camino delante suyo. Hablo para los hombres de mi
tiempo, que han hecho morir como nunca, y no hipotéticamente para los hombres de la
distancia. Se acostumbra, para tentarnos, a desplegar ante nosotros la sombra clara de un
gran ideal. Sin embargo, la edad de oro prometida no podría serlo sino en el presente.
¡La perspectiva de un paraíso ha inflado al hombre!

P.B.- Entre tantos otros, la poesía es un acto de rebelión. ¿Cómo librar a la poesía
de sus opresores?

R.C.- La verdadera poesía se las arregla bien por sí sola: existid sin temor. Lo
importante es perseverar, no declararse vencido sobre el terreno de la condición humana
y de la libertad. Es preciso volver sin cesar, convencer, decidir la evidencia de ganar la
partida, elevar el buen sentido al primer rango...
P.B.- Todo lo que yo experimento en cuanto a la condición del poeta se encuentra
felizmente aclarado por ese comportamiento contradictorio que se ejerce en pro o
en contra de mí. Ello me encanta, sirve para propagar una manera de energía, de
calor humano. Pro y contra son indispensables. En un reciente estudio, Maurice
Blanchot escribe: “La obra es el alba que precederá al día. Ella inicia, entroniza.
Misterio que entroniza, dice Char, pero ella misma permanece en el misterio,
excluida de la iniciación y exiliada de la clara verdad: suerte de Mesías que será
redentor a condición de ser siempre el que vendrá y de ninguna manera el que ha
venido”. Me parece que Blanchot nos ofrece una clave y que eso deben ser las
“oportunidades patéticas” de las que nos habla en Hojas de Hipnos. ¿Está usted de
acuerdo?

R.C.- Completamente. Blanchot es el compañero espiritual soñado... No lo conozco.

P.B.- Los combates en los que usted ha participado y aquellos en los cuales
participa aún se asemejan misteriosamente. Siempre es el mismo enemigo, el
mismo ángel malo el que usted y sus amigos vuelven a encontrar. Y, de hecho, si la
esperanza está de vuestro lado, hay también otra esperanza –maléfica- enfrente.
¿No piensa usted que es el tiempo de darnos nuevas Hojas de Hipnos?

R.C.- El contenido de los libros varía según las épocas. Hoy no es un combate el que
sostenemos: es mucho más: una especie de paciencia armada nos introduce en ese
estado de rechazo increíble. Pero, permanecer abiertos, permanecer presentes, retener el
escalofrío, limitar al malvado... De 1941 a 1944 he escrito Hojas de Hipnos como un
ama de casa consigna sus cuentas en una libreta. De 1948 a 1952 he producido A una
serenidad crispada. Se exige de muchos poetas, al pedirles que comenten su poesía, la
exhibición de sus sentimientos íntimos, la confesión de sus “ideas”, si fuera realmente
cierto que ellos tienen “ideas”. Hojas de Hipnos correspondía a su tiempo; A una
serenidad crispada corresponde al nuestro.

P.B.- Esa forma aforística...

R.C.- Ya sé, ya sé... Y bien, si me reprocha mi forma breve, a eso respondo con dos
aforismos de Hojas...: “Mantén frente a los otros lo que te has prometido solamente a ti.
Ahí está tu contrato.” “He aquí la época en que el poeta siente erguirse en él esta
meridiana fuerza de ascensión”. Es preciso concentrar, decir con rapidez, iluminar con
exactitud... ¡Tanto peor para la retórica!

P.B.- Es verdad que se exige demasiado de los poetas.

R.C.- Si existe una poesía, si ella es un polo de atracción, si es alimenticia, ¿qué


necesidad hay de hablar de ella?

P.B.- Inquietos por lo que esencialmente ellos no han creado, los hombres tienen
necesidad de definición, una necesidad nostálgica, como si pensaran que las
mejores definiciones son el propio origen.

R.C.- Pero no! Veamos... Hacemos salir de nuestro laconismo, de nuestro cuarto de
trabajo, de las circunstancias comunes a todos los hombres, significa desearnos
“cargados de misión”.
P.B.- Pero es evidente que vosotros tenéis una misión...

R.C.- No. Tenemos una tarea, eso sí... Bien sé que los poetas tienen a menudo curiosas
pretensiones. Sin cesar, ellos se creen obligados a tocar el clarín, de donde su rápida
pérdida de influencia...

P.B.- De todas maneras, ellos no pueden permanecer enclaustrados...

R.C.- No, por supuesto. Además, yo no abogo por la torre de marfil... sino por el
conocimiento exacto de los motivos. No se desconfía lo suficiente de la impropiedad, no
sólo de los términos, sino de la farsa de los acontecimientos...

P.B.- En ellos estamos.

R.C.- Una de las curiosidades de la época es lo universal. En cuanto cualquier individuo


es consultado, responde sin vacilación –lo cual implica que él es la ciencia infusa- aun si
es ignorante del asunto o de la cosa humana de que se trata. El intelectual sueña a la vez
“ser” y “no poder ser”. Y lo que no puede ser, su orgullo lo proyecta en los otros,
aquellos para los cuales escribe. Lo que no debería dispensarlo, en cuanto a sí mismo,
de la prueba patética.

P.B.- Yo le he dicho “misión”, usted me ha respondido “tarea”. Conforme. Además,


pienso que las dos nociones no son incompatibles. Y es por eso que puedo
preguntarle qué espera usted de la juventud. Mi pregunta no es tan simple.
Después de la aparición de sus últimos libros, después de la antología a la que
precedió mi ensayo en la colección Poètes d’aujourd’hui, muchos espíritus jóvenes
tomaron en cuenta el ¿Ha leído usted a Char? de Mounin. Se le comenta en los
medios más diversos y yo sé, por mi parte, de jóvenes desesperaciones que se
borraron después de la publicación de EL sol de las aguas. Creo que eso es muy
significativo y es por ello que le aseguro que mi pregunta no es tan simple.

R.C.- No es simple, en efecto. De esas adhesiones yo no puedo únicamente estar


conmovido: ellas aumentan aun mis escrúpulos. No exageremos. Creo que con un poco
de obstinación y la ayuda de sus hermanos mayores, la juventud superará el desorden.
Creo que mis poemas corresponden a alguna cosa cuyo equivalente serían deberes
felices después de dificultades sin número. Nunca he propuesto nada que, una vez
pasada la euforia, corriera el riesgo de caer de lo alto. No soy de aquellos que toman el
mar “como si tal cosa”. Naturalmente me parece que los jóvenes van hacia aquellos que
los escuchan con seriedad, con afecto, y no los desengañan.

P.B.- No hay sólo el problema de las incompatibilidades; está también el de los


equívocos. Bien se ve que la honestidad intelectual pierde cada día más su sentido.
Usted se complace en repetir a menudo que “todo sigue siendo todavía posible”.
¿Podría incluso repetirlo aquí?

R.C.- Sí, ciertamente.

P.B.- Vivimos cada vez más el tiempo de la elección. ¿Qué puede la poesía en el
dilema que nos concierne? En medio de los hombres ¿qué pueden los poetas?
R.C.- El poeta está originariamente comprometido, pero “comprometido” es una palabra
que no tiene sentido aquí, que es impropia. Digamos que el poeta es combinable.

P.B.- Sea. Pero el compromiso, antes de ser una moda, tenía un sentido noble.

R.C.- Sólo he visto hasta ahora seres para quienes la palabra compromiso era muy
imprecisa. La expresión que les convenía mejor era solidaridad, odio común, amor
compartido o deseo de cambio. He asistido en 1940 a la agonía de tres hombres, los tres
diferentes durante su validez. Cada uno de ellos tenía un fragmento del mismo obús en
el vientre y agonizaban juntos bajo nuestros ojos. Le aseguro que sus quejas eran las
mismas...

P.B. El sentido de ese mensaje se refuerza muy particularmente en un texto suyo


que yo sé sin terminar pero del que conocemos de todas maneras algunos
fragmentos. Hablo de La búsqueda de la base y de la cumbre.

R.C.- Ese texto está, en efecto, sin terminar, y en él trabajo. No entreveo la fecha de su
publicación, no porque este texto tenga una importancia tal que deba ser embellecido y
modificado sin cesar, sino porque es como los altos y los bajos de mi vida misma. Un
día me ha sido dado escribir: “El conocimiento nutre y la experiencia marchita”. Es
preciso desconfiar de la importancia de la experiencia porque ella vuelve a los seres y a
las cosas sin juventud, imperfectibles. Usted me ha preguntado hace un momento si yo
creía en la juventud. Creo tanto en ella, que muy a menudo me desmiento.

Extraído de El movimiento “Poesía Buenos Aires” 1950/1960, número XI/XII, dedicado


íntegramente a René Char (versión de Raúl Gustavo Aguirre), Bs. As., 1979

Acerca de René Char

Hace 100 años, el 14 de junio, nació en l’Isle-sur-Sorgue, al sur de Francia, cerca de


Aviñón, el poeta René Char autor de Furor y misterio, Canto del rechazo, El rostro
nupcial, Despedida al viento, Habito un dolor y otros libros de una poesía tanto
conceptual como de violentas iluminaciones. Su amigo, el historiador Paul Veyne, lo
describe con estas palabras: "Tenía un fuerte acento de provincia, una estatura colosal.
Podía ser colérico, meditabundo, generoso, simpático e insufrible. A las damas les
reservaba el encanto. Era egocéntrico, inconformista. Casi nunca hablaba de su poesía.
Era un solitario desgarrado y secreto. Se sentía refractario a la idea de autoridad. Lo más
gracioso de ese oso es que se tragó un ruiseñor". René Char perteneció al movimiento
surrealista entre 1929 y 1934, militó por la República Española y contra el totalitarismo,
y durante la ocupación alemana de Francia dirigió un grupo de resistencia armada. "Para
Char la poesía es resistencia. Se negó a publicar poesía durante la ocupación ya que para
él la única arma era el revólver y no el poema", señala la hispanista y académica
Florence Delay. El poeta chileno Waldo Rojas, que conoce bien la obra de Char y ha
traducido algunos de sus poemas, precisa, por su parte, que una divisa del autor de El
martillo sin dueño podría ser: "Que el poema sea, no que hable de", y destaca luego que
se trata de una poesía con mucha luz que comunica con el cosmos, las flores silvestres y
las piedras, y que aborda de manera frecuente el tema de la fraternidad.
Publicamos un largo poema en forma de aforismos de René Char, extraído de su libro
Furor y Misterio, según la traducción castellana de la editorial Visor. A modo de
introducción, tan sólo quisiéramos decir que el presente texto fue escrito durante la
Segunda Guerra Mundial, en un tiempo en el cual su autor luchaba en su Provenza natal
como capitán de un grupo de la Resistencia. Son estas las palabras de un hombre de
acción, capaz de vincularse a los otros de un modo radical, que medita sobre su
quehacer poético con una transparencia meridiana.

Antonin Artaud
Por René Char

No tengo voz para elogiarte, hermano mío.


Si me inclinara sobre tu cuerpo que la claridad va a dispersar,
Tu risa me rechazaría.
El corazón entre nosotros, durante lo que se llama impropiamente una hermosa
tormenta,
Da en tierra varias veces,
Mata, cava e incendia,
Luego renace más tarde en la dulzura del hongo.
No necesitas un muro de palabras para exaltar tu verdad,
Ni las volutas del mar para ungir tu profundidad,
Ni de esta mano febriciente que nos rodea la muñeca,
Y suavemente nos conduce a derribar un bosque
En donde el hacha son nuestras entrañas.
Está bien. Vuelve al volcán,
Y nosotros,
Que lloremos, asumamos tu relevo o preguntemos:
"¿Quién es Artaud?' a esa espiga de dinamita de la que ningún grano
se separa,
Para nosotros, nada habrá cambiado,
Nada, sino esta quimera viviente del infierno que se despide
de nuestra angustia.

(París, 8 de marzo de 1948).

Les Matinaux, 1950.

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