Lopez, Mar+¡a Emilia. Ni+ Os Peque+ Os
Lopez, Mar+¡a Emilia. Ni+ Os Peque+ Os
Lopez, Mar+¡a Emilia. Ni+ Os Peque+ Os
Aquellos a los que llamamos “primeros lectores” llegan al mundo de los signos bañados
de incertidumbres. Para un bebé sus dolores, sus incomodidades, el frío, el hambre, y las
respuestas calmantes de su madre, padre o cuidador, no están necesariamente
relacionados. Llevará un tiempo de vida, días, semanas, meses, decodificar el sentido de
las acciones y los cuidados maternos, anticiparse a la señal para confiar en que el abrigo
llegará, y con él la calma, la comprensión, el significado. Todo es confuso en los inicios de
la representación; cada gesto, cada signo, cada palabra, necesitará volverse código,
ligarse con otras, y poco a poco vendrá la fantasía, hecha de múltiples hebras entre el
desasosiego y el reparo, entre la inmadurez y el deseo, entre el placer y el sentido. Poco
a poco, el bebé o el niño pequeño, hallará en sí mismo algunos modos de consuelo,
apelando a esas imágenes mentales que puede construir por sí mismo, y que nacieron de
las necesidades más básicas, como imaginar el pecho de su madre en la espera, y
entonces poder tolerar esa misma espera, sin entrar en situación de catástrofe. ¡Qué útil
se vuelve la fantasía desde este punto de vista!, útil en principio para sobrevivir al
angustioso trance de la dependencia, para aprender a esperar, para comenzar a tejer la
relación con los otros, una relación de deseo, de satisfacción, una relación dialógica, de
creación de códigos comunes, una relación de escucha.
Traigo los inicios de la fantasía desde esta esfera vital y “práctica”, por decirlo de alguna
manera, para ponerla en contrapunto con algunos desméritos de la fantasía en el ámbito
educativo.
Pero es importante detenernos en algo más: ¿qué relación se teje aquí entre la fantasía y
la lectura? O ¿por qué iniciamos un pensamiento sobre los “primeros lectores” abordando
la esfera de la afectividad?
Precisamente porque la puesta en marcha de la actividad psíquica, es decir ese
movimiento que da lugar al surgimiento de la fantasía, implica en sí misma una lectura, las
primeras lecturas, esas que permiten comenzar a entender el mundo. Mundo-rostro de la
madre, mundo-libro, rostro amado-libro. Por eso nuestro primer lector no es aquel que
comienza a alfabetizarse en la escritura y lectura convencionales; nuestro primer lector no
1
Este texto tiene su origen en la Ponencia “Niños pequeños ¿lectores amodales?”, compartida en el Foro:
“El abordaje del libro. Estrategias para el mediador”, en las 17ª Jornadas para docentes, bibliotecarios y
profesionales del área de la salud, de la educación inicial y agentes de espacios comunitarios “Pasen y
lean”, Módulo de Nivel Inicial. Panelistas del Foro: Laura Devetach, Juana La Rosa, María Emilia López e
Istvan Schritter. 17ª Feria del libro infantil y juvenil. Buenos Aires, 24 de julio de 2006.
Publicado en la revista de educación A construir. Educación, integración y diversidad. Fascículo Nº6.
Colección 2007. Diciembre 2007. MV Ediciones, Buenos Aires.
1
María Emilia López. Niños pequeños ¿lectores sin modales?
tiene 5 ó 6 años sino horas, días, meses de vida, incluso meses de gestación, porque es
en el periodo intrauterino cuando comienza a escuchar y reconocer la voz de su madre,
primer alfabeto a interpretar.
Los bebés tienen un alto nivel de comprensión de lo que dicen los adultos, y elaboran
pequeños sentidos para esos intercambios con quienes los acompañan. Esos sentidos
surgidos de la intersubjetividad, constituyen el fundamento de las propias ideas, del
pensamiento autónomo, de la capacidad de leer el mundo. Algo de eso ocurre también
con los libros, con la literatura y el arte en general, si les damos permiso para construir
sus propios sentidos, si respetamos sus posibilidades de lectura, su fantasía.
De la voz al libro. Intentaré contar cuáles son, desde mi punto de vista, algunas posibles
modalidades del abordaje del libro por parte de los niños muy pequeños, teniendo en
cuenta precisamente que para ellos los inicios del camino lector se parecen en mucho a
los inicios del camino de la representación en un sentido más amplio, como fenómeno
psíquico fundante de lo humano.
Leo la figura del caballito de palo que ilustró Nora Hilb en “Cosas, cositas”;2 cabalgo, lo
monto, relincho, soy caballo y jinete. Viene a mi memoria la canción del caballo que va por
la sierra, la silla, me subo, la sierra, ¿montaña?, imagino, lo ordeno, lo digo, ¿qué digo?,
¡tan poco te digo! Digo de otro modo, leo de otro modo…
¿De qué modo leen los niños muy pequeños? ¿Cómo responde su percepción frente al
cúmulo de estímulos que un libro le propone? ¿Qué comprende? ¿Qué “necesita”
comprender para ser lector de determinados libros?
2
Hilb, Nora. “Cosas, cositas”. Colección Libros-álbum del eclipse. Ediciones del Eclipse, Bs As, 2004.
3
Stern, Daniel. “El mundo interpersonal del infante”. Paidós, Buenos Aires, 1991.
2
María Emilia López. Niños pequeños ¿lectores sin modales?
mediada por el lenguaje, se convierte en una experiencia de unión entre dos: el niño y el
mediador.
Estas ideas que nos permiten repensar el lugar del lenguaje y la literatura vienen a cuento
de muchos de los interrogantes que suelen acosarnos acompañando a un grupo de
chicos en el jardín, en la lectura de un libro. ¿Tengo que leer textualmente? ¿Y si las
palabras son muy difíciles? ¡Estas imágenes están sobrecargadas de información! Mejor
libros con dibujos de colores planos y contornos definidos, mejor historias cercanas a
ellos, mejor objetos conocidos, mejor pocas palabras, mejor que no hablen de muerte,
mejor que no provoquen miedo, mejor que enseñen algo, mejor que la literatura les sirva
para algo…
¿Cuándo la literatura sirve para algo? ¿Y para qué debería servir? Yo puedo contarles
para qué les sirve a los chicos del jardín donde trabajo, que tienen entre 45 días y tres
años de edad, niños frágiles si los hay… Pero antes de contarles para qué les sirve, les
cuento qué leen: por ejemplo los libros de Satoshi Kitamura, como Gato tiene sueño4 o
Pececito juega a las escondidas 5; por ejemplo los libros de Laura Devetach, como El ratón
que quería comerse la luna6, La hormiga que canta7, El paseo de los viejitos8 o los
poemas de Secretos en un dedal9; por ejemplo los libros de Anthony Browne, como
Zoológico10, En el bosque11, Willy el soñador12, Cambios13; por ejemplo los libros de
Graciela Montes, como Las velas malditas14, El ratón feroz15, El ratón feroz vuelve al
ataque16; por ejemplo los cuentos de Graciela Cabal, como Tomasito y las palabras17, o
¡Qué sorpresa Tomasito!18; por ejemplo ¡Poc, poc poc19!, de Gustavo Roldán, o Vida de
perros20, de Isol; o Circo21, de Fernando González, u Olivia22, de Ian Falconer, o Lobo23,
de Olivier Douzou; o El pequeño conejo blanco24, en versión de Xosé Ballesteros y Oscar
Villán; o Del topito Birolo y todo lo que pudo haberle caído sobre la cabeza25, un libro de
dos autores alemanes que decidieron problematizar cuestiones ligadas a la caca; o El
ratón más famoso26, de Istvansch, un libro “metalibro”, podríamos decir, que nos sumerge
precisamente en el armado y las partes de un libro; o Donde viven los monstruos27, un
4
Editorial Anaya, Madrid, 1997. También editado por FCE, México, 1998.
5
Editorial Norma, Bogotá, 1999.
6
Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1997.
7
Ediciones del Eclipse, “Colección libros-álbum del eclipse”, Buenos Aires, 2004.
8
Editorial Alfaguara, Buenos Aires, 1998.
9
Ediciones Universidad Nacional del Litoral. 2003.
10
Editorial Fondo de Cultura Económica, Colección “A la orilla del viento”. México, 1996.
11
Editorial Fondo de Cultura Económica, Colección “A la orilla del viento”. México, 2004.
12
Editorial Fondo de Cultura Económica, Colección “A la orilla del viento”. México, 1997.
13
Editorial Fondo de Cultura Económica, Colección “A la orilla del viento”. México, 1993.
14
Editorial Alfaguara, Buenos Aires, 1994.
15
Ediciones Gramón-Colihue, Buenos Aires, 1997.
16
Ediciones Gramón-Colihue, Buenos Aires, 1998.
17
Editorial Alfaguara, Buenos Aires, 1998.
18
Editorial Alfaguara, Buenos Aires, 2002.
19
Ediciones del Eclipse, “Colección libros-álbum del eclipse”, Buenos Aires, 2005.
20
Editorial Fondo de Cultura Económica, Colección “A la orilla del viento”. México, 1997.
21
Ediciones del Eclipse, “Colección libros-álbum del eclipse”, Buenos Aires, 2005.
22
Editorial Fondo de Cultura Económica, Colección “A la orilla del viento”. México, 2001.
23
Editorial Fondo de cultura económica, Colección “A la orilla del viento”. México, 1999.
24
Editorial Kalandraka. Pontevedra, 1999.
25
Holzwarth, Werner y Erlbruch, Wolf. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1991.
26
Ediciones del Eclipse, “Colección libros-álbum del eclipse”, Buenos Aires, 2005.
27
Editorial Alfaguara, Madrid, 2002.
3
María Emilia López. Niños pequeños ¿lectores sin modales?
Los chicos de este jardín son grandes lectores, apasionados, diría yo. No sólo pueden
decodificar las ilustraciones, las palabras, los poemas, los sentidos, las texturas de cada
obra, sino que además disfrutan, gozan, buscan la literatura permanentemente como una
de las propuestas preferidas. Siempre piden más. Y hay más.
¡Cuán lejano se vuelve entonces ese precepto de ofrecer a los niños pequeños libros
“sencillos”, pocas palabras, imágenes figurativas, realistas, porque de lo contrario “no las
entenderían”! ¡Cuán determinante es entonces la figura del mediador cuando decide qué
ofrecer, o cuando dice todo lo que hay para decir sobre la imagen o el texto, limitando la
interacción del niño con la palabra o la ilustración! Porque algo en lo que trabajamos
mucho, es en qué tipo de mediación ofrecer. Y esa pregunta por “qué decir” también se
nos vuelve recurrente. Tratamos de acompañar la lectura, a veces respetando a rajatabla
el texto (los chicos lo piden así), otras veces abriendo preguntas sobre lo que vendrá, y
entonces la historia se puebla de sentidos diversos; algunas veces, en los libros en los
que prevalecen las imágenes, dejamos fluir el relato, aportamos a las contradicciones que
se generan. Pero siempre escuchamos mucho, siempre estamos alertas a lo por venir,
tratando de “leer” las lecturas y los intereses de los chicos, intentando respetar ese
pequeño o gran sentido que emerge de cada uno de ellos, alimentando la fantasía que
despliega ideas nuevas o realiza lecturas paralelas.
“La necesidad de saber más para entender mejor es algo propio de cualquier proceso de
comprensión, sin embargo, para los niños pequeños, el libro se crea en sus manos”. Al
principio “No preguntan ni saben nada sobe su autor, su época, la intención del texto o
sus vicisitudes históricas”. 31 Pero eso es al principio, luego indagan sobre esos datos,
aunque tengan sólo dos o tres años, y no sólo eso: también reconocen a un autor por sus
ilustraciones en libros nuevos; allí hay una clara percepción estética a la que comienzan a
ponerle palabras. Pero antes estuvimos nosotros, los mediadores, generando inquietudes
a partir de la incorporación de ciertos hábitos: como decir quién es el autor del texto y el
autor de la ilustración de cada uno de los libros que leemos, alrededor del año y medio o
los dos años, y ofreciendo diversidad y pluralidad. Pero nombrar a un autor (escritor o
ilustrador) no sólo es aportar una referencia informativa, es también otorgar un lugar o una
palabra en donde alojar la percepción de un color, de una onomatopeya, de una temática,
de un tipo de trazo, de un estilo, de una estética dominante, y eso también es educarse
artísticamente.
28
Editorial Fondo de Cultura Económica, Colección “A la orilla del viento”. México, 1998.
29
Horror vacui es una expresión en latín que significa “miedo al vacío”. En la plástica, en la arquitectura, en
la gráfica, implica una especie de “ahogo” ornamental, donde no queda ningún resquicio vacío. Muchos
libros para niños juegan con el horror vacui como estética dominante de sus ilustraciones.
30
Díaz Armas, Jesús. “Estrategias de desbordamiento en la ilustración de libros infantiles”. Publicado
originalmente en: F. L. Viana y E. Coquet (2003). Leitura, Literatura infantil e Ilustracao. Investigacao e
Práctica docente 4. Braga: Centro de Estudios de Crianza da Universidade do Minho.
31
Colomer, Teresa. “Andar entre libros”. Colección Espacios para la lectura. FCE. México, 2005.
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María Emilia López. Niños pequeños ¿lectores sin modales?
Como diría Eco, “un texto no sólo se apoya sobre una competencia sino que también
contribuye a crearla”. 32 Es ese hiato entre lo que el lector sabe y lo que el libro le plantea
como desafío desconocido, lo que impulsa al lector a aprender. De allí en más, el camino
es pura búsqueda, descubrimiento, creación, aprendizaje, autonomía y goce.
Para eso les sirve la literatura.
El juego y la lectura
Istvan33 dijo una vez: “Siempre dije que cuando se trata de libros es muy común que se dé
protagonismo a la letra por sobre todo, y en el caso de los libros ilustrados, dar
importancia a uno solo de los discursos es un desperdicio. Ahora estoy diciendo de ir más
allá y ver el libro, lúdicamente”34. Y yo estoy plenamente de acuerdo. Si pensamos el libro
como un juguete, dejaremos que con él ocurran todas las situaciones personales que un
chico quiera realizar (física y mentalmente hablando), como cuando juegan con los
autitos; allí no decimos que hay un único modo de hacerlo, allí no esperamos que el autito
le enseñe algo, ahí confiamos en la demiurgia que ese niño puede establecer en la
interacción con ese juguete.
Tal vez confiar en lo intrínsecamente lúdico de un libro, permita más espacio para la
experiencia artística.
Así nomás, entremezclado en la conversación más cotidiana, así de poético hizo Dolores
el relato más trivial. A mí me conmovió. Cuando me fui de la sala, escribí lo que me había
dicho en un papelito, para no olvidarlo. Y creo que la emoción proviene de la capacidad
de lenguaje de Dolores, de su destino poético, de su posibilidad estética, de que lo
poético sea parte de su vida cotidiana, porque esa es para mí una preocupación de todos
los días, porque pienso los libros y las palabras como vehículos de la creatividad, de la
capacidad de pensar, de la construcción de sentidos, de la ampliación de la experiencia…
y verlo en acto da alegría.
32
Eco, Humberto. “Lector in fábula”. Lumen, Barcelona. 1981.
33
Referencia a Istvan Schritter, ilustrador, escritor y editor de libros para niños. Director de la colección
libros-álbum del eclipse, Ediciones del Eclipse. Buenos Aires.
34
Istvansch, “Trampas para cazar futuros lectores”. Ponencia presentada en las Jornadas para la educación
inicial. 30ª Feria del libro del autor al lector. Buenos Aires, Mayo de 2006.
35
Citado por Michel Onfray, en “La construcción de uno mismo. La moral estética”. Perfil libros, Bs. As,
2000.
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María Emilia López. Niños pequeños ¿lectores sin modales?
fantasía, por lo que se aprende, por lo que se crea, y sobre todo, por lo que se construye
en el vínculo con el adulto que acompaña. Desde mi punto de vista, el acompañamiento
de las experiencias literarias en estos tiempos, es casi una garantía de encuentro con los
chicos, es una forma de estar menos solos, de crear sentidos compartidos, de ejercitar la
construcción de significaciones, de aprender a “estar con otros”, de construir espacio
poético en sentido amplio, algo para nada desdeñable en la soledad de muchos de
nuestros chicos de hoy.
Maurice Sendak, ese gran creador de libros para niños, escribió alguna vez: “Cuando mi
padre me leía, yo me recostaba sobre él y me volvía parte de su pecho o de sus brazos. Y
yo creo que los niños que son abrazados y sentados en las piernas –deliciosamente
acariciados- siempre asociarán la lectura con los cuerpos de sus padres, con el olor de
sus padres. Y eso siempre te hará lector. Porque ese perfume, esa conexión, dura para
toda la vida. Y si hay algún consejo que yo pueda dar, sería ese: si estás buscando una
manera de acercarte a tus hijos no hay nada mejor que sentarlos en tus piernas y leer”.
Frente a maestros desesperados por “cómo hacer para contener a sus alumnos”, cómo
poner límites, cómo enseñar, yo recomendaría mucha lectura, muchos cuentos, mucho
espacio para la transgresión creativa.
La literatura crea ilusión; lo que no existe en mi mundo real, puede ser real en la fantasía,
la fantasía entonces crea esperanza… La fantasía en edades tempranas, cuando todavía
lo real no aplastó lo suficiente la convicción en el poder de la imaginación, hace al sujeto
niño más deseante, porque aún confía con fuerza en el poder de su creatividad. Los
cuentos, los poemas, entonces, no sólo acrecientan la inteligencia, aumentan también la
capacidad de confiar en el futuro, y de construirlo. Para eso también sirve la literatura.