3 Maria Asuncion Requena Chiloe Cielos Cubiertos PDF
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PROLOGO
FUERTE BULNES
La dramaturga chilena María Asunción Requena Aizcarbe nació en 1911 en Coronel Pringles,
Argentina. Sus padres, españoles emigrados, se radicaron posteriormente en Punta Arenas, donde ella se
nacionalizó, creció y cursó sus primeros estudios. Completó sus humanidades (actual Enseñanza Media)
en Alicante, España. A su regreso se trasladó a Santiago para estudiar la carrera de odontología en la
Universidad de Chile. Cuando se graduó, retornó a Punta Arenas, donde vivió varios años dedicada al
ejercicio de su profesión. Allá se casó y tuvo tres hijos.
En 1949 obtuvo el premio de la Municipalidad de Punta Arenas, en el área de poesía, con su libro
Poemas. En 1952, ya viviendo en Santiago, obtuvo el primer lugar del concurso de la Dirección del
Teatro Nacional por su comedia dramática Mr. Jones llega a las ocho, y al año siguiente ganó el
Premio Teatro Experimental con Fuerte Bulnes, que mereció el Premio de la Crítica y de la
Municipalidad de Santiago en el género dramático. En 1957 obtuvo la mención honrosa en el concurso
del Teatro Experimental por su obra Pan caliente y al año siguiente ganó el primer premio de teatro
en los Juegos Literarios Gabriela Mistral por su obra El camino más largo, estrenada por el
Instituto de Teatro de la Universidad de Chile (Ituch) en 1959. En 1963 le fue otorgado el Premio
Alerce de la Sociedad de Escritores de Chile por Ayayema. En 1972 estrenó Chiloé, cielos
cubiertos. En 1974 se exilió en la ciudad de Lille, Francia, donde básicamente se dedicó a su
profesión de odontóloga. Falleció en 1986, sin retornara Chile.
María Asunción Requena dejó una obra que aún hoy parece algo misteriosa, un vuelo dramatúrgico que
se inicia en las raíces folclóricas y que alcanza ciertos niveles de lo sobrenatural. Todavía su conocida
trilogía sobre el mito y la leyenda del sur de Chile, formada por Fuerte Bulnes, Ayayema y Chiloé,
cielos cubiertos, sigue apareciendo invadida por un halo mágico que brota de los personajes, de cierta
atmósfera lluviosa y de la presencia de fuerzas oscuras que movilizan la acción. A diferencia de Luis
Alberto Heiremans, quien también se basó en ciertos aspectos folclóricos chilenos estilizados, su obra
recrea ciertas creencias específicas nacionales o recrea epopeyas inscritas en nuestra historia.
Seguramente su empeño por sacar adelante la carrera de odontología, reservada en aquellos años casi
exclusivamente para el público varonil, le llevó a escribir en 1959 El camino más largo, a la que
calificó de "autobiografía", y de la cual aclaró que "algunos hechos, algunos personajes hasta podrían ser
imaginarios". Está basada en la vida de Ernestina Pérez, una chilena que en 1882 consiguió un
decreto del entonces Presidente de la República que le permitió ingresar a la Escuela de Medicina,
privativa sólo para hombres. La obra repasa la batalla de la mujer contra los prejuicios sociales de la
época, su vocación humanitaria y de servicio, por un lado, y la soledad y las consecuencias familiares que
debió enfrentar por su decisión de llevar adelante una aventura profesional sin antecedentes, por otro.
Pero en otro aspecto, María Asunción Requena fue también pionera: se trata de una de las escasas
dramaturgas chilenas de la llamada Generación Teatral de 1950. Junto con Isidora Aguirre y Gabriela
Roeckpe conformó un menguado batallón, ante la avalancha de autores masculinos que por aquellos
comenzó a estrenar en Chile. Profundamente, sin estridencias ni banderas en alto, su obra colocó a las
mujeres también como protagonistas de las gestas y episodios de la historia nacional, personajes
gravitantes de los sucesos naturales o sobrenaturales que debían vivir. Ellas son tanto movilizadoras de
acciones e iniciativas, como simplemente llevaderas de las aflicciones de su comunidad.
Esta inclinación por los personajes femeninos –sumados al tema de la realización personal en un mundo
hostil– se verifica en una obra breve, prácticamente desconocida: La chilota. Allí se cuenta la historia
de una maestrita enviada a Chiloé por el gobierno, y que es rechazada por los lugareños por su carácter
de extranjera. Sólo consigue ser aceptada cuando revela su verdadera condición de chilota y a partir de
allí organiza a la comunidad para construir la primera escuela del poblado. En ésta, como en otras
creaciones de María Asunción Requena, se entrega la doble vertiente de los aspectos personales –la
batalla individual– junto a la gesta comunitaria o el tono épico que encierran los aspectos más
característicos de la vida en regiones apartadas.
Ambrosio Sebastián
Colono Iº (Cuina) El Compadre
Colono 2º Benito
Colono 3º Juana
Fray Domingo Mujer Iº Carmela)
Capitán Williams Mujer 2º
Gobernador, Don Pedro Silva Mujer 3º
Un Colono Mujer 4º
Otro Colono Teniente González
Ignacia Gobernador Santos Mardones
Venancia Cacique Santos Centurión
Don Luis Primer Colono Rebelde
Benamina Segundo Colono Rebelde
Remigio Colona Rebelde
Onahe 14 Colonos, Artilleros E Indígenas
ACTO PRIMERO
Sitio que, en el fuerte, hace las veces de plaza pública. Hay un grupo de colonos reunidos. Murmullo de
conversaciones agitadas.
Fray Domingo: ¿Qué es esto? ¿Qué pasa aquí? ¡Silencio! ¿Por qué tanto alboroto?
¿Un motín? ¡No faltaba más! Precisamente ahora, que está de paso
entre nosotros el capitán Williams.
Ambrosio: Justamente, se trataba de eso, fray Domingo.
Fray Domingo: ¡Silencio, he dicho!... Ya sé que desde hace tiempo a ti te andan
dando vueltas en la cabeza ideas revoltosas y que quieres hacer el
redentor. Pues bien, yo te digo que el capitán Williams debe irse de
aquí sin una sospecha de lo que estamos sufriendo realmente. Si un
informe oficial como el que él podría dar, hace saber en Santiago o
en Ancud nuestra verdadera situación, prendería el desaliento entre
nuestros compatriotas, y eso acarrearía el desinterés por la
colonización del estrecho, significaría la ruina definitiva de esta
empresa que Dios nos ha deparado para ennoblecer nuestras vidas.
Ambrosio: Esas son palabras bonitas no más, padre. Usted sabe muy bien que
aquí no hemos venido a hacer de misioneros, sino a crear una
colonia a cambio de una riqueza que nos dijeron que
encontraríamos. ¿Dónde están esas riquezas?
Fray Domingo: Eres un mercader, Ambrosio. Un mercader más despreciable que
los que Cristo expulsó del templo, y merecerías que también a ti te
expulsáramos a latigazos de esta colonia...
Ambrosio: ¡Fray Domingo! ¡Esas cosas no se le pueden decir a un hombre
como yo!
Fray Domingo: Condúcete, entonces, como el hombre que realmente eres... ¿Te
acuerdas de lo que pasó en la goleta Ancud cuando veníamos a
fundar este fuerte? ¿Te acuerdas del terrible temporal que estuvo a
punto de echarnos a pique en mitad de camino? A estas horas
nosotros deberíamos estar en el fondo del mar, y el Fuerte Bulnes
en la mente de Dios y en los buenos deseos de los hombres, si no
hubiera ocurrido entonces un hecho milagroso: siete de los
nuestros, encabezados por don Bernardo Philippi, regresaron a San
Carlos de Ancud en una chalupa y luego volvieron con los auxilios
necesarios. Siete hombres, Ambrosio, sólo siete hombres en una
miserable chalupa abierta, atravesando más de 150 millas de ida y
vuelta, en medio de un mar enfurecido... Todo esto te lo digo
porque tú estabas entre esos siete hombres, y para recordarte que
esas cosas no se hacen sólo por la mezquina esperanza de
conquistar una pequeña fortuna. Esas cosas se hacen cuando hay
una fe y una misión que cumplir.
Ambrosio: Sí, padre, tiene usted razón. Pero yo no estoy renegando. Sólo
estoy aspirando a condiciones mejores.
Fray Domingo: ¿Condiciones mejores? De acuerdo. Siempre que ellas no
signifiquen la ruina de la colonia. Estamos aquí no para ganar
fortunas, sino para dar testimonio de que Chile es dueño de estas
tierras de Magallanes. De lo contrario, bien pronto habrá otros
países que querrán apoderarse de ellas. Dios y nuestra patria nos
han encomendado esta misión maravillosa, y debemos tener fe en
que sabremos cumplirla. Pensar de otra manera es pensar como un
hereje y como un cobarde. Y tú no eres ni un hereje ni un cobarde.
Lo probaste el día en que te embarcaste en aquella chalupa.
Ambrosio: Padre, yo...
Fray Domingo: No me digas nada. Sé que estás ofuscado. Sé también que
continuarás regañando, porque eres un rebelde. Pero Dios
iluminará tu espíritu con impulsos generosos, como los que tuviste
entonces... Y ahora, silencio. Ahí viene el capitán Williams con el
nuevo gobernador. El primero que se queje tendrá que vérselas
conmigo, ¿entendido?... Y, como quien canta su mal espanta,
vamos a recibirlos cantándoles el "Himno a la bandera".
Cantan todos el "Himno a la bandera", de don José Zapiola. Entra el capitán Williams, seguido del
gobernador, don Pedro Silva.
Williams: ¡Bravo! ¡Bravo! Así me gusta. Esta colonia con su espíritu siempre
en alto, tal como el día en que llegamos aquí. Nada era capaz de
echar una sombra sobre su espíritu: ni los temporales de la travesía,
ni el peligro de los indios, ni las dificultades de tener que vérselas
con extranjeros que tenían los ojos puestos en estas tierras. ¿Se
acuerda usted, fray Domingo, que al día siguiente de llegar nosotros
aquí atracó a estas costas un barco francés y que sus marinos
bajaron a tierra plantando banderas, como si esta tierra hubiera
sido la tierra de nadie?
Fray Domingo: ¿Cómo no he de acordarme, capitán? Si hasta hay unos versos que
escribió uno de los nuestros sobre aquel suceso. Todavía andan por
ahí de boca en boca.
Williams: ¡Es verdad! ¡Ahora lo recuerdo! ¿Y no está aquí el poeta para que
los recite a nuestro nuevo gobernador?
Un Colono: No está, capitán. Es un artillero que está de guardia en estos
momentos. Pero la Ignacia se los sabe de memoria.
Williams: Que los diga, entonces.
Otro colono: Ya, Ignacia. "Hácele" el gusto al señor gobernador.
Ignacia: ¡Ay, no! ¿Cómo se le ocurre?
Venancia: ¿Y qué tiene, tonta?
Ignacia: Tengo vergüenza.
Venancia: No te vayan a comer, niña por Dios.
Un Colono: Mírenla, pues. Tan rogá que la han de ver.
D. Pedro Silva: Ignacia, ¿me va usted a negar ese gusto?
Fray Domingo: ¿No ves cómo te lo están pidiendo Ignacia? Yo sé que este artillero
poeta se pondrá muy orondo si sabe que tú has declamado sus
versos...
Ignacia: Bueno, por ser para su merced, los voy a decir. Pero no vayan a
hacer mofa de mí, ¿ah?
Williams: Ya, dilos de una vez.
Ignacia: Día 21 de septiembre
como a las doce del día...
¡Pero no ve cómo se está riéndose la Venancia! ¡no los digo naa
mejor!
Un Colono: Si lo hace de pura nerviosa no más, tonta. No le hagas caso.
Ignacia: Si se vuelve para el otro lado los digo. Si no, no.
Fray Domingo: Ya Venancia, vuélvete para el otro lado.
Williams: Y ahora que estamos solos, fray Domingo, díganos a don Pedro y
a mí, cuál es la verdadera situación de la colonia.
Fray Domingo: El mismo don Pedro dijo hace un momento, capitán, que no es
difícil darse cuenta de la verdadera situación.
Williams: Sí, pero ¿hay "algo" más?
Fray Domingo: Bueno... las cosechas no prosperan. La tierra es estéril o bien el
viento arrasa con los sembrados. Hasta ahora parece que no
podremos vivir sino de lo que nos envíen desde allá. Por eso el
anuncio de ese cargamento que está en la goleta ha causado tanta
impresión... Pero yo creo que con paciencia y con fe...
Williams: Fray Domingo, no me oculte nada. Le prometo que yo no diré
allá una palabra que perjudique a la colonia. Pero necesito saberla
verdad.
Fray Domingo: Existe la sensación de que el emplazamiento de la colonia ha sido
mal elegido.
Williams: ¿Cómo?
Fray Domingo: En esto no hay una crítica para usted, capitán. Usted tiene sus
puntos de vista y los respetamos. Pero si el Fuerte Bulnes hubiera
sido emplazado un poco más hacia el Atlántico, en la Punta
Arenosa1, tendríamos tierras más feraces y hasta minas de carbón,
y eso es muy importante. Yo no sé hasta qué punto podré seguir
predicándoles el desinterés a estos hombres si ellos saben que
están luchando contra una tierra estéril, mientras a pocos
kilómetros hay minas que pueden hacerlos ricos a corto plazo.
Los bienes de este mundo son tentadores.
Williams: ¿El fuerte... en la Punta Arenosa? No, no. Imposible. Aquí hay
abundancia de agua dulce y de madera. Además, estamos
emplazados sobre un promontorio y eso es muy importante para
defenderse de los indios en casos de ataque.
Fray Domingo: Son sus puntos de vista, capitán, y ya le he dicho que se los
respetamos. Por lo demás, fue una franqueza mía hablarle de esto.
En Santiago no deben saber nada de estas divergencias. Haría
peligrar nuestra colonia. Y en lo que a mí respecta, mi tarea es
evangelizar a los indios, lo mismo puedo llevarla a cabo estando
instalado aquí o en Punta Arenosa.
Pedro Silva: A propósito de los indios, ¿no causan muchas molestias?
Fray Domingo: De hecho, no muchas, aparte del peligro que significa tenerlos
como vecinos.
Pedro Silva: Mi propósito es entablar con ellos una política de apaciguamiento.
Si no me equivoco, los tehuelches tienen como jefe al cacique
Huisel.
Fray Domingo: Sí, pero quien los representa verdaderamente frente a nosotros es
el cacique Santos Centurión.
Pedro Silva: ¿Santos Centurión?
Williams: ¿No es un mestizo o un blanco renegado que nació en
Montevideo y que después anduvo peleando junto a José Miguel
Carrera en las pampas?
1
Punta Arenosa (Sandy Point): primer nombre que recibió la actual Punta Arenas, fundada en 1848 a raíz
del traslado, precisamente, de los colonos de Fuerte Bulnes.
Fray Domingo: El mismo. Parece que se vino a estas tierras huyendo de alguna
historia turbia, y aquí se ha convertido en una especie de cacique,
representante de los indios. Con él es más fácil entenderse, por
tratarse de un blanco. Pero tiene también toda la astucia de los
indios y sabe sacar buen partido de todo. Mucho me temo que
nos esté haciendo un doble juego. Le recomiendo tener mucho
cuidado con él, don Pedro.
Pedro Silva: ¿Y qué vida lleva?
Fray Domingo: La de los tehuelches. Hizo vida marital con una india y tuvo una
hija que ahora es una hermosa muchacha. Él la llama Onahe, pero
yo la he bautizado con el nombre de Javiera Carrera. No he tenido
mucho éxito; todo el mundo sigue llamándola Onahe. Me temo
que su evangelización, con semejante padre, será un trabajo muy
largo. Además, tengo que estar alerta con ella, porque como es
muy bonita, los sentimientos que despierta en algunos de nuestros
mocetones no son, precisamente, de los más cristianos.
Pedro Silva: ¡Qué difícil tarea la suya, padre!
Fray Domingo: Muy difícil... y muy hermosa, muy hermosa. Pero no me remueva
ese tema que podríamos quedarnos aquí hablando hasta mañana,
y eso suele no ser saludable en estas latitudes. Hasta la vista, don
Pedro.
Pedro Silva: Hasta luego, padre.
Fray Domingo: ¿Viene usted conmigo, capitán?
Williams: No, padre. Antes de retirarme quiero ir a la playa para echar un
vistazo a la goleta. Me da mucha alegría mirarla y pensar que en
ella está la tranquilidad material de esta colonia para varios
meses... Hasta mañana, fray Domingo.
Fray Domingo: Hasta mañana, capitán. (Se van).
Casa de Remigio y Benamina. Entran don Luis, Remigio y Ambrosio. En escena está Benamina
terminando de adornar una torta.
Desaparecen los dos. Calle. Aparecen Sebastián y don Luis, cada uno por un costado.
Don Luis: ¡Vaya! ¡Tú por aquí, Sebastián! ¿Qué hace un sargento de nuestra
guarnición a estas horas de Dios por estos andurriales?
Sebastián: Andaba tomando un poco de aire, don Luis. Estuve toda la tarde
de guardia y salí a ventearme un poco.
Don Luis: Oye, ¿y no andarás rondando a ver si te encuentras con cierta
indiecita?
Sebastián: ¿Con una indiecita?
Don Luis: Sí, no te hagas el leso. Con Onahe, la hija de Santos Centurión. Te
vi el otro día conversando con ella en el comedor de tropa. Ten
cuidado, ¿eh?
Sebastián: No, don Luis, si eran puras conversaciones no más. ¡Cómo se le
ocurre que yo...!
Don Luis: Te lo digo por si acaso. No sea cosa que te vayas a entusiasmar...
Cuidado con esa, Sebastián. Santos Centurión no te lo perdonaría
jamás. Si te gustan las indias, más vale que pienses en otra. No
queremos enredos con los indios. Además, tengo entendido que
su padre la tiene prometida al cacique Huisel.
Sebastián: Centurión no es un indio. No querrá dársela a ese caciquillo
borracho.
Don Luis: Santos Centurión vive demasiado tiempo entre ellos, y a veces
piensa como tal. Y es un cacique, no lo olvides. El más fuerte de
todos.
Sebastián: No se inquiete, don Luis. En primer lugar, no estoy esperando a
Onahe. En segundo lugar, no somos más que amigos. Y en tercer
lugar, si llega a haber algo entre nosotros, ya veremos lo que pasa.
Don Luis: Cuidado, cuidado. Más vale que te retires temprano, como yo.
Buenas noches, Sebastián.
Sebastián: Buenas noches, don Luis.
Don Luis: Parece que se va a levantar viento, ¿no?
Sebastián: No creo.
Don Luis: Yo no estaría tan seguro. De repente, llega el diablo y sopla.
Se va don Luis. Sebastián lo mira alejarse y, cuando está a punto de retirarse también, aparece Onahe.
Fray Domingo: Y tú, Ambrosio, ¿por qué no corres también a salvar la goleta?
Ambrosio: Que se pierda. Que se la lleve el viento. Así reventaremos todos
de una vez y se acabarán las esperanzas.
Fray Domingo: ¡Ambrosio! Tú no puedes hacer eso. Tú no eres un cobarde.
Aparece Benamina.
Benamina: Fray Domingo, fray Domingo, tienen que salvar la goleta. Tienen
que salvarla. Si no, mi hijito se morirá de hambre. Yo no quiero
que mi hijito se muera de hambre antes de nacer, fray Domingo.
Fray Domingo: (A Ambrosio). ¿Ves? Ese hijo no es una esperanza. Ese hijo es una
realidad. Tienes que ayudar a salvarlo.
Benamina: ¿Qué? ¿Que tú no quieres ir...? Pero, ¿qué laya de hombre eres tú?
¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡Eres un cobarde!
Benamina se abalanza sobre él, le abofetea el rostro y cae llorando al suelo. Aparece el capitán
Williams y, por otro lado, Sebastián y un grupo de artilleros.
Telón
ACTO SEGUNDO
Colono I°: ¿Para cuándo estarán listas las nuevas bodegas, Benito?
Benito: Dicen que las quieren tener para un mes más.
Colono Iº: ¡Serán fantasiosos! ¿Y para qué querrán tener bodegas si no hay
nada que guardar en ellas? Y lo poco y nada que hay, están
comiéndoselo los ratones.
Benito: Parece que van a empezar a mandarnos remesas de provisiones
más seguido que antes. El otro día le oí decir al gobernador que
habían destinado el queche2 Magallanes para el servicio de
aprovisionamiento del Fuerte.
Colono I°: Yo ya no les creo nada. Parece que las remesas no las mandaran
sino cuando se acuerdan. Y todavía: las mandan en unos
buquecitos que al primer soplido quedan tambaleándose. ¿Qué
pasó la otra vez? Si no andamos tan listos, se va la goleta Ancud al
garete, y ahí quedamos nosotros muriéndonos de hambre.
Benito: Si no es por Ambrosio, no habría quedado ni uno de nosotros
para contar la historia. Cierto es que las órdenes eran del capitán
Williams, pero él se portó como un lobo de mar, maniobró como
Dios de bien.
Colono Iº: ¡Tan raro que se ha puesto Ambrosio! Nunca ha sido muy
impulsivo; pero cuando recién llegamos era trabajador como él
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Queche: embarcación de origen europeo, de un solo palo y de igual forma por la popa que por la
proa. Su porte varía de 100 a 300 t.
solo. Y le ponía pasión al trabajo. Pero ahora parece que todo lo
hace por pura obligación. Parece que todo le enfada.
Benito: El otro día me dijeron que quiere hacer lo mismo que Santos
Centurión: irse con los indios y convertirse en un cacique blanco.
Colono I°: ¡Cuidado, que ahí viene!
Fray Domingo: Pero eso no está bien, hijo mío. Con esa actitud te vas a
conquistar muchas enemistades. Tú ya te habrás dado cuenta de
que los colonos están comenzando a murmurar de ti.
Ambrosio: Que murmuren. Me da lo mismo.
Fray Domingo: No puede darte lo mismo. Aquí todos debemos ser como una
sola familia. Más ahora que tenemos encima esta plaga última de
ratones... Y, ahora que lo digo, voy a aprovechar estas horas de
luz para ir a matar unas cuantas ratas más.
Ambrosio: No, padre. Ya ha matado bastantes. Basta por hoy.
Fray Domingo: ¡Basta por hoy!, he aquí una frase que no debemos pronunciar
jamás.
Ambrosio: Sí, padre. Ya sé que usted es de los que dicen: "ayúdate, que Dios
te ayudará".
Fray Domingo: Ya bastante nos ayuda, Ambrosio. No nos deja un momento libre.
Sería peligroso pensar demasiado en esta nuestra soledad...
Ambrosio: ¡Muy peligroso, padre...!
Benito, que después de despedirse de Colono I° se ha quedado solo, se acerca a fray Domingo y
Ambrosio, y tercia en la conversación.
Don Luis se va rápidamente. Ruido de viento. Los demás se retiran cabizbajos, salvo fray Domingo,
que cae de rodillas.
Fray Domingo: Dios mío, dales la paz. Ilumina sus corazones. Dales fuerzas para
resistir, porque no saben lo que están haciendo...
Se van los tres. En la plaza salen, don Luis por un lado, llevando un garrote y con aire de cansancio, y
Ambrosio por otro lado.
Sale Juana perseguida por su marido, el Colono Iº. Algunos colonos y mujeres se han agrupado atraídos
por los gritos, y siguen la escena con curiosidad.
Ambrosio toma al colono por un brazo y trata de retenerlo. Don Luis trata de amparar y, luego, de
retener a Juana.
Se zafa de Ambrosio y se abalanza sobre ella con gran alboroto de todo el mundo.
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Blocao: fortín de madera que se desarma y puede transformarse fácilmente para armarlo en otro lugar.
Sebastián: Y ahora, corre... Camina apegada a la sombra de la empalizada.
Que no te vea nadie.
Onahe: Te espero... ¿Vienes?
Sebastián: Sí. En seguida. Voy a buscar mis cosas y a dar una disculpa. Así
no notarán mi partida hasta mañana... No te olvides: tres silbidos.
Onahe: Tres silbidos... Te espero.
Se va Onahe. Sebastián da media vuelta para partir hacia otro lado, pero se encuentra de manos a boca
con fray Domingo, que ha salido sigilosamente.
Aparece Venancia, viene como sonámbula. Mira largamente a fray Domingo sin decir palabra. Poco a
poco, van apareciendo otros colonos. Entre ellos, Ambrosio. Comienza a nevar.
Desfilan hacia la casa de Benamina las mujeres, iluminándose el camino con chonchones que proyectan
una luz triste sobre el escenario.
Ambrosio: (Con voz sorda, acercándose a fray Domingo). Se los dije, ¿no? Les dije
que este era un maldito agujero... ¡cuando pienso en ese pobre
niño! ¡Cuando ya empezaba a caminar! Ahí tiene usted la
esperanza... ¡Ese niño era la imagen de la colonia, la imagen de
todos nosotros! ¿De nuevo va a venir usted a hablarme de la
esperanza...?
Fray Domingo: (Conteniéndose y haciendo esfuerzos por concentrarse en su oración). Cállate,
Ambrosio. Ahora no nos queda más que encomendarnos a Dios.
Telón
ACTO TERCERO
Lugar público en el fuerte. Unas mujeres salen gritando aterrorizadas. A poco aparece Santos
Centurión. Gran barullo desde que se levanta el telón.
Desaparecen todas. Queda sólo Santos Centurión en escena, que ha aparecido con un rebenque en la
mano.
Aparece Santos Mardones, y poco a poco, empiezan a aparecer otros colonos, expectantes.
Centurión: ¡Tráigalo!
Centurión vuelve al centro del escenario y, a poco, aparecen dos indios conduciendo a fray Domingo,
maniatado. Centurión lanza una mirada triunfante a Mardones. Pausa. Los colonos dan muestras de
terror y de ira, a la vez.
Mardones: (Ronco). ¡Así es que esta era tu carta fuerte, eh!... Pues bien,
llévatelo... ¡Haz de él lo que quieras, que se lo coman tus indios,
pero déjame en paz la colonia!
Las mujeres: ¡No, no! ¿Qué va a ser de nosotras? ¡Fray Domingo! ¡La paz de
Dios en esta colonia!... ¿Quién será la bendición de nosotras?...
Mardones: ¡Silencio!
Don Luis: ¡Gobernador! ¡Déme la orden y tumbo aquí mismo a este cacique
del diablo y sus indios, para que sepan lo que es el respeto!
Mardones: ¡Silencio, he dicho! Entiendo que esto es una declaración de
guerra entre tú y tus indios, y yo y mi colonia.
Centurión: Sí, su merced... A no ser que usted le haga abrir la boca al
frailecito y que nos diga dónde está Onahe, quién se la ha robado
y quién mató al cacique Huisel... Mis indios encontraron a este
curita a la salida del bosque, y él tiene que saber todo eso.
Mardones: ¿Y por qué no se lo preguntas tú mismo?
Centurión: Ya se lo he preguntado. Pero lo único que hizo fue rezar y decir
latinazgos... Pero ya me estoy cansando, canejo... Quiero saber
dónde se han llevado a Onahe y quién mató a mi amigo Huisel,
pa' aquí mesmo sacarle las tripas...
Mardones: Fray Domingo... Ya ha oído usted la pregunta... ¡Contéstela!
¡Contéstela! O entregará la colonia al furor de los indios. (Pausa).
Fray Domingo: (Como continuando una oración)... et in terra pax hominibus bonae
voluntatis...!
Mardones: ¡Cómo!
Centurión: ¿No ve, su merced?... ¡Puros rezos y latinazgos!... Pero mientras el
curita no largue la pepa, me lo guardo como rehén. (Las mujeres
largan el llanto). ¡Y mientras tanto, usted tendrá que darme unos
diez kilos de charqui, tocino, ropa y diez botellas de ron!
Mardones: ¡Fray Domingo! ¡Hable de una vez o lo mando a ajusticiar por
delito de lesa patria!
Las mujeres aumentan el llanto. Afuera se oyen fuertes ruidos y voces confusas. Algunos disparos.
Rumores de los presentes. Centurión se acerca a la empalizada y habla hacia fuera. Disparos.
Santos Centurión grita algunas palabras en tehuelche. Le contestan con un griterío. Centurión se
muestra alarmado y volviéndose hacia los indios que sujetan a fray Domingo, les da una orden. Los
indios se van corriendo.
Las mujeres: Señor mío, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, etc. El pan
nuestro de cada día dánosle hoy, etc. Madre de Dios, ruega por
nosotros, etc.
Mardones: ¡Silencio!
Aparece un artillero.
Sale Santos Centurión. Todos quedan como petrificados mirando hacia el punto por donde se ha ido,
hasta que Santos Mardones rompe el silencio.
Todos se retiran en medio de animados y nerviosos rumores, menos Santos Mardones y fray Domingo,
que quedan en el centro de la escena.
Desaparece Santos Mardones. Fray Domingo, pensativo, se aleja y luego se encuentra con don Luis y
Benito.
Don Luis: Lo que pasa, Benito, es que tú eres de la primera hornada y por eso
te asustas por cualquier cosa.
Benito: No, don Luis. Este nuevo peligro de los indios es cosa seria. Peor
que todo lo anterior.
Don Luis: ¡Fray Domingo! ¡Bienvenido, fray Domingo!
Benito: Bienvenido, padre.
Fray Domingo: Gracias, gracias.
Apretones de manos.
Ella no contesta, se detiene, lo mira hacia atrás, por encima del hombro y luego continúa su camino en
silencio, desapareciendo por el lado opuesto.
Se encaminan hacia la salida. Ambrosio los sigue de lejos hasta medio camino, con aire de estar
embargado por una idea. Los mira desaparecer.
Fray Domingo: ¿Así es que los nuevos colonos se han puesto belicosos y los indios
amenazadores?
Don Luis: Eso no tiene nada de raro. Los indios pensarán que a lo mejor
nosotros tenemos a Onahe escondida aquí en el fuerte y usted
comprenderá que...
Desaparecen. Ambrosio se queda un segundo pensativo y luego desaparece por el lado contrario. Aparece
Benamina. Primero deambula en silencio y luego arrodillándose, acaricia la tierra y habla muy
dulcemente.
Ambrosio: Benamina.
Benamina: ¿Ah?
Ambrosio: Benamina, yo... Yo tengo un juego más bonito para su niño.
Benamina: Nosotros no queremos jugar con usted.
Ambrosio: Jugarán ustedes solos... Mire. En la casa que está al lado del blocao,
hay unos cohetes y unas estrellitas más lindas que las que usted le
prendió a su niño.
Benamina: Pero yo no puedo entrar allá.
Ambrosio: Sí. Puede. Aquí está la llave... Vaya, vaya. Verá qué contento va a
estar su niño.
Benamina: ¿Contento?
Ambrosio: Sí. Vaya... Pero que no la vea nadie...
Benamina: Sí... Sí... Va a estar muy contento...
Sale corriendo. La escena permanece sola un instante. Luego se oyen unas detonaciones. Entran en
escena los colonos, muy agitados. Aparecen Venancia, Benito, don Luis, Ignacia y fray Domingo.
Mardones: ¡Esto era lo único que nos faltaba! ¿Cómo pudo ocurrir esto, don
Luis?
Don Luis: No sé, gobernador. Yo estaba conversando con Benito y fray
Domingo, cuando sentimos el estallido.
Fray Domingo: (Acercándose). Pero, ¿qué pasó, gobernador?
Mardones: ¡Yo qué sé, fray Domingo! ¡Alguien tiene que haberme robado las
llaves del depósito!
Don Luis: ¡Con tal que no se levante viento! ¡Llegaría el fuego hasta el
polvorín!
Mardones: ¡Hay que evitarlo a toda costa! ¡No importa que todo lo demás se
queme, pero el polvorín no debe estallar!
Entra Remigio.
Mardones: ¿Y ustedes, qué hacen aquí? ¿Creen que porque son colonos
nuevos se van a cruzar de brazos?
Una colona: ¡Esto nos pasa por creer en promesas! ¿Por qué no nos entrega de
una vez a los indios?
Otros colonos: ¡El incendio lo provocó usted mismo para tenernos más
amarrados!
Mardones: ¡Callarse!
Otro colono: ¡Usted está de acuerdo con los indios!
Mardones: ¡Callarse, digo! ¡Y sepan que al primero que se insubordine lo hago
fusilar, para enseñarle a ser hombre! ¡Aquí, hasta las mujeres van a
tener que ponerse los pantalones! ¡Retirarse!
Se va el grupo de colonos. Entra Remigio con Benamina en los brazos y, junto a él, fray Domingo.
Fray Domingo: Por aquí, Remigio, por aquí... Cuidado, no la vayas a golpear...
Llévatela para ese lado...
Se va fray Domingo. Aparece don Luis, seguido por tres colonos que transportan el cuerpo de Ambrosio.
Los siguen algunas colonas, gimiendo.
Se retiran los que llevan a Ambrosio, seguidos siempre por las mujeres. Don Luis se dirige a algunos
colonos presentes.
Se dispersan y desaparecen todos. Otros colonos cruzan afanosamente la escena, pero los detiene una
carcajada que se oye dentro. Entran nuevos colonos y, luego, Santos Centurión, riéndose
estrepitosamente. Aparece Santos Mardones.
Saca un cuchillo y trata de lanzarse sobre Mardones. Una cortina humana se interpone entre ambos.
Mardones: ¿Y? ¡Aquí estamos, Santos Centurión! ¡Tú y yo! ¡Los dos solos!
¿Por qué no me destripas?
Centurión: (Sin deponer el cuchillo). Si es tan hombre como se cree, peliemos
como hombre... El que gane, le dará órdenes al que pierda.
Mardones: No tengo armas, Centurión. Tampoco hay quién me defienda.
Puedes matarme si quieres. Y luego a todos los pobladores. El
incendio avanza. Tal vez no quedará nada de Fuerte Bulnes. Ni
hombres, ni casas, ni rastros... Pero no será porque el polvorín ha
estallado, ni el fuego lo ha consumido todo... Será porque el
soldado Santos Centurión ahogó en sangre este retoño de Chile...
¡Qué hazaña, soldado! La historia recordará siempre esta noche
como la noche de Santos Centurión... ¿Qué te detiene? Aquí estoy.
¡Mátame! ¡Mátame de una vez! ¡Mátame, soldado Santos Centurión!
Centurión: ¡Gobernador! ¡No quiero que me llame soldado!
Mardones: ¿Y cómo te he de llamar, entonces? Soldado fui cuando peleé en
Maipú y en Cancha Rayada. Soldado fui cuando luché contra los
ingleses en la invasión de Buenos Aires, y en las campañas del Alto
Perú. Y soldado fui cuando estuve en el ejército del general
Belgrano. Y tenía bajo mis órdenes a otro soldado, que se llamaba
Santos Centurión... ¿Cómo he de llamar a ese soldado ahora, sino
con el nombre que entonces lo unió a mí en aquellas luchas?
¿Cómo he de llamarlo?
Centurión: Entonces, usted es... Usted es... El mismo...
Mardones: Sí. Yo soy... Y aquí me tienes, esperando tu cuchillada...
Los dos colonos se retiran corriendo. Mardones mira con aire triunfante el punto por donde ha
desaparecido Santos Centurión, y luego abandona la escena rápidamente. Ruido de viento. Se apagan
todas las luces.
EPILOGO
Al encenderse las luces, nuevamente se ve, entre escombros, a los colonos, salvo Benamina y Remigio,
reunidos en torno a Santos Mardones, que está en una eminencia del terreno.
Los colonos salen en orden y lentamente por diversos lados. Quedan don Luis y Mardones.
Fray Domingo: ¡Ah! ¡Al fin te encuentro, Sebastián! Quería pedirte que te vinieras
en la misma carreta que yo para...
Sebastián: Perdón, padre, pero yo no me voy con ustedes. Me quedo aquí.
Fray Domingo: ¿Cómo? Gobernador, ¿Es... es este el castigo que usted...?
Mardones: S, padre.
Fray Domingo: ¿Y no es demasiado duro?
Mardones: Tal vez. Pero él fue un desertor.
Fray Domingo: ¡Gobernador! Errare humanum est.
Mardones: Yo no sé latín, pero sé chileno, padre. Y el que la hizo, la deshizo...
Y por último, no hay por qué ponerse triste. Sebastián tendrá como
castigo el mejor destino a que podría aspirar cualquiera de
nosotros: servir de prueba de que esta tierra, es nuestra tierra.
Fray Domingo: Sí... Sí... Claro... Hasta a mí me habría gustado hacerlo. Pero ya ven:
estoy tan cansado, que apenas me alcanzan las fuerzas para
sostener este precioso bulto.
Mardones: Padre... Permítame que le ayude.
Fray Domingo: Gracias, gobernador. Pero, ya que Dios ha de viajar en carreta, al
menos que lo haga en manos de su más humilde siervo.
Mardones hace intento de despedirse de Sebastián con un emocionado abrazo, pero se retiene y hace un
saludo militar que es contestado por el muchacho. Santos Mardones se retira rápidamente por el fondo.
Se escucha el segundo toque de corneta. Comienzan a salir los colonos. Al pasar junto a Sebastián le
dirigen respetuosos saludos o le palmotean el hombro serena, triste y afectuosamente. Cuando todos han
salido, quedando en escena sólo Sebastián y fray Domingo, se oye dentro el "Himno a la Bandera",
cantado por los colonos. Los dos presentes se miran. Sebastián se arrodilla. Fray Domingo le da la
bendición con el crucifijo envuelto y luego se va. Sebastián se encamina hacia el fondo del escenario y, de
espalda al público, hace señales de adiós a los que van partiendo. Aparece Onahe, se sientan en el suelo,
en actitud de contemplación y espera. Al fondo, violento atardecer magallánico, mientras se oye,
alejándose, el canto de los colonos.
FIN
CHILOE, CIELOS
CUBIERTOS
(1972)
PERSONAJES
Estefanía
Brunilda
Candelaria
Rosario
Orfelina
La Oyarzo
La Abuela Chufila
El Joven Naufragante
Alvarado
Chichicho
Lauro
Pancho Tieso
Cárdenas
Don Andrade
El Viejo Catrutro
Zoilo, Anima
Coro: Parejas que bailan y cantan.
Época: Actual. Comienza el invierno.
Lugar: Curaco de Vélez, en la isla Quinchao
Archipiélago de Chiloé, sur de Chile.
PRIMERA PARTE
Entra el coro.
Curaco de Vélez, ¡ay!
qué solo estás en invierno
qué soledad los caminos
qué soledad bajo el agua
de la lluvia
de la lluvia.
Te has recogido a tejer
un choapino bajo el agua
y se olvidaron de ti.
Curaco de Vélez, ¡ay!
que soledad los caminos
en la lluvia
en la lluvia
en la lluvia.
El coro sale. Luz de lluvia sobre calle de Curaco. Bajo el alero de una casa, Brunilda, Candelaria y
Estefanía miran caer la lluvia. Visten de negro y cubren sus cabezas con un manto, también negro.
Bajo otro alero, Alvarado, Lauro y Pancho Tieso permanecen inmóviles, con la variación de cambiar a
veces de postura. Visten poncho y sombrero. Entra Orfelina con una radio a transistores. Una bufanda
de lana le da varias vueltas al cuello. Es joven aún, flaca, menuda y con el pecho hundido. Llega hasta
el alero donde están las mujeres. Saluda con una sonrisa.
4
Reitimiento. Faena típica de Chiloé, en que la grasa del cerdo carneado se derrite en calderas y se pone
a cocer en ella masas, carnes y roscas.
Orfelina: Pero al menos tienen hombre.
Candelaria: Dije hambre, no hombre.
Orfelina: Es casi lo mismo.
Candelaria: Si no te gusta don Andrade, ándate pa'l monte. Ahí te podís
encontrar con el trauco5. (Ríen). Ese brujo no es muy regodión.
Orfelina: No se burlen de una.
Brunilda: ¡Y si no nos reímos!...
5
Trauco. (chauco). Ser de la mitología chilota. Es una especie de fauno que no alcanza más de un metro
de altura, cuyas extremidades posteriores terminan en muñones sanguinolentos. A pesar de su tamaño,
tiene mucha fuerza. Es agresivo con los hombres y enamoradizo con las mujeres, quienes no se resisten
a sus embrujos.
Orfelina: Ustedes que son. (Va a salir).
Entra el Catrutro, viejo chico, siempre malhumorado. Al pasar ha oído la palabra puente. Habla sin
detenerse y sale.
Viejo Catrutro: ¡Ja, el puente! Eso no más querían. No ven que son tontos en la
capital pa' preocuparse de nosotros. No nos hacen ni caminos y
van a construir un puente. ¡Eso no más querían! (Sale).
Cárdenas: Este viejo Catrutro que ni dice una buena. Esta es la gente que hace
hundirse a Chiloé.
Candelaria: ¡Y lo arregentado que está! Usted debería hablarle. No abre la boca
más que pa' decir maldades.
Estefania: Pa' mí que este ya no es gente humana.
Lastenia: Por culpa de él no va a haber puente en el Chacao.
Candelaria: Quizás qué pautos6 habrá hecho con los brujos por ahí.
Cárdenas: Ya, ya, no digan leseras. (A Orfelina). Acompáñeme a la
Cooperativa para ver los libros.
Orfelina: Pocas ganas tengo de hacer na. Bueno, vamos.
Cárdenas: Y a ustedes no se les olvide que pa' darles lana, tienen que cumplir
con las entregas.
Candelaria: En cuanto no más escampe.
6
Pautos: Pactos
7
Medán: manera de proveerse de ciertos bienes o alimentos que requiere una familia, la cual cursa
invitaciones para que todos los que lleguen y aporten con comida y licores celebrándolo en una fiesta.
Brunilda: Déjeme acordarme. (Recuerda).
Era una fiesta hermosa
rodeado de vecinos
con harta carne y papas
buena chicha y rico vino.
Candelaria: (Suspira). Ay, que sabía decir bien sus cosas el finaíto Bórquez, Dios
lo tenga en su santa compañía.
Cárdenas: (Con intención. A Estefanía). Sí que lo sabía.
"Esta era gente noble
sin rencor ni picardía
y esta reunión de vecinos
se usa todavía".
No podemos fallarle a las Oyarzo. Les fue malazo.
Estefania: Si no siembran no cosechan, p'.
Cárdenas: Usté sabe que el hijo anda pa' Punta Arenas y ella se enfermó. Ni
papas ni forraje pa' los animalitos van a tener.
Estefanía: Es que son flojos, p'.
Cárdenas: Sea como sea, no podemos fallarle.
Candelaria: Bueno, si se ha de hacer que sea una buena fiesta, entonces. Y que
suene tres días.
Cárdenas: De todo habrá. Y usted, Estefanía, déjese con las Oyarzo.
Estefanía: Usted sabe lo que pasaba cuando vivía el viejo Oyarzo Uribe. Nos
robaba la pesca del corral de mar y le echaba la culpa al Cuchivilu8.
Candelaria: Yo vi, muchas veces, cómo había hociconeado ese brujo con forma
de chancho. Lo converso, porque mis ojos lo vieron.
Estefanía: No niego que una que otra vez lo haya hecho ese brujo del diablo,
pero muchas otras veces era el viejo Oyarzo.
8
Cuchivilu: en la mitología chilota, es un monstruo marino, mitad chancho, mitad culebra, que vive en
las playas fangosas. Acostumbra a hozar en los canales. Las personas que pisan las aguas donde estuvo,
se cubren de sarna.
Lastenia: (Burlona). Los brujos no son cosa de otro mundo. Son hombres que
tienen magia.
Candelaria: Es malo creer en brujos, pero hay que guardarse de ellos.
Cárdenas: Bueno, bueno. Eso pasó hace tiempo y el viejo ya está enterrao tres
metros bajo el suelo. Ahora piense en el medán y cooperemos
todos, como siempre. (Mira el cielo). Que este invierno trae mucho
agua y no va a haber necesidad de agacharse pa' beber.
Estefanía: Muchaza o pocaza, siempre tomamos el agua parao en Chiloé. Así
es que, búsquese otro palique.
Cárdenas: (Sonríe). Bueno, bueno, bueno. Cuento con ustedes pa'l medán y no
se tarden en ponerse a tejer... Hasta luego.
Estefanía: Yo no soy entrometía, pero las Oyarzo siempre dan que hablar.
Candelaria: Son buena gente, Estefanía.
Estefanía: La Rosario Oyarzo anda con los ojos hueros desde un día que se
queó dormía en la playa. Dicen que vio al Caleuche9, como yo las
estoy viendo a ustedes, ahora.
Brunilda: Así dicen.
Estefanía: Y desde entonces anda así como pasmá.
Alvarado se aparta del grupo de los hombres, mira hacia el mar y sale en esa dirección. Estefanía da un
codazo a la mujer más próxima.
9
Caleuche: barco fantasma utilizado por los brujos para trasladarse. Puede nave–gar rápidamente sobre
el agua o bajo ella. Se presenta como un velero iluminado y hermoso que subyuga a quien lo ve,
capturándolo.
Brunilda: Bien que haría.
Candelaria: No es mala chica la Rosario.
Estefanía: Pero está pasmá.
Brunilda: (A Estefanía). Usté aconseje a su sobrino. Y si la quiere, que la pía
luego. ¿No está por irse?
Estefania: Qué más se quisieran, también. Mi sobrino es de lo mejor que hay.
Candelaria: Sí... Tiene bonito carácter, pero pobre igual que los otros. Como
era su marío, el mío y el de esta.
Brunilda: Así es.
El coro calla. Han entrado Rosario, con los pies desnudos, y el Joven Naufragante, tomados de la
mano. Se miran con amor. El Joven Naufragante es hermoso y varonil. Su aspecto denota su condición
fantasmal, sin perder su dimensión humana, si así pudiera decirse. Ambos jóvenes se besan, en tierna
despedida. El Caleuche, buque fantasma, resplandece en el mar.
Rosario se aparta suavemente, alejándose. El Joven Naufragante avanza unos pasos hacia ella.
El Joven Naufragante extiende sus brazos. Rosario se acerca, se abrazan largamente. Rosario se
aparta.
Rosario: Adiós...
Joven Naufragante: (La retiene). ¡Qué insoportable será el tiempo sin ti! ¿Volverás?
Rosario: Te lo prometí.
Joven Naufragante: Dilo una vez más.
Rosario: Lo prometo. (Inquieta). Debes irte.
Joven Naufragante: Lo sé... (Atormentado). Pero este amor es más fuerte que todo y no
puedo alejarme... Como debiera ser, para siempre.
Rosario: (Alarmada). Para siempre, no.
Joven Naufragante: (La abraza tiernamente). Te amaré a pesar de mí, de ti, a pesar del mal
que pueda causarte.
Rosario: Mal o bien, tu amor es lo único que quiero.
Joven Naufragante: (La estrecha). Te amo... Te amo.
Rosario: (Se aparta de sus brazos que la dejan ir con esfuerzo). Adiós...
Joven Naufragante: Sí... (Mira hacia el mar, se escucha una apagada melodía de acordeón, lejana,
dulce). Mi barco espera. (Alejándose). Adiós, paloma... (Desaparece).
Rosario: Adiós, amor... (Lo mira alejarse).
Canta el coro.
Rosario, con una última mirada al mar, se dispone a mariscar. Con un cuchillo abre la arena, buscando
pequeños moluscos que ha dejado la baja marea. Los va depositando en una canasta tejida a mano.
Entra Alvarado con una red al hombro. La observa antes de hablar, cerciorándose de que están solos.
Alvarado: ¡Buenas!
Rosario: (Se sobresalta). Buenas.
Alvarado: ¿Qué hace, solita, en la playa?
Rosario: Mariscando.
Alvarado: (Se acerca). Dejó de llover.
Rosario: Sí.
Alvarado: (Deja la red en el suelo). Un rato más tenemos reunión.
Rosario: (Haciendo esfuerzos por situarse en la realidad). ¿En la Cooperativa?
Alvarado: Esta vez en el almacén de don Andrade. Es mejor ahí.
Rosario: Claro.
Alvarado: Cárdenas le da y le da que nadie se vaya de la isla. Nos va a leer no
sé qué cosa.
Rosario: Mire, p'.
Alvarado: Y por eso siempre nos llama a reunión.
Rosario: ¡Ah!
Alvarado: Y es bueno irse.
Rosario: ¿Sí?
Alvarado: Seguro. Se gana más que aquí.
Rosario: ¡Ah!
Alvarado: (Después de una pausa). Usted siempre tan solita.
Rosario: Sí.
Alvarado: ¿No tiene miedo?
Rosario: ¿De quién?
Alvarado: Bueno... No sé... Tantas cosas.
Rosario: Cómo ha de ser.
Alvarado: Este invierno va a ser malo.
Rosario: No peor que otro.
Alvarado: Se va a oír el Camahueto10. Estoy seguro. (Ríe).
Rosario: ¡Qué cosas!
Alvarado: ¿Su hermano anda pa'l lao de la Argentina?
10
Camahueto: animal mitológico parecido al ternero, de pelaje plomizo, corto y brillante. Lleva un
cuerno en medio de la frente, al cual se atribuye el germen de la vida. Es vigoroso, ágil y de gran
belleza.
Rosario: Sí... No sé... En alguna parte de allá.
Alvarado: Es muy grande la Patagonia y agarra pa’l lao chileno y pa’l lao
argentino, también.
Rosario: Así será, p'.
Alvarado: Y hay mucho trabajo.
Rosario: Toos dicen lo mismo. Y toos siguen pobres.
Alvarado: (Después de una pausa). Si uno tiene mujer, trabaja más tranquilo y le
cunde más.
Rosario: ¡Ah!
Alvarado: Y se gana plata y después se vuelve pa'acá, y se hace una buena
casa.
Rosario: Qué bueno.
Alvarado: ¿Le gustaría?
Rosario: ¿Qué cosa?
Alvarado: Ir.
Rosario: A ónde.
Alvarado: Pa' Magallanes.
Rosario: (Por decir algo). No sé.
Alvarado: O a la Argentina. ¿O prefiere pa' Magallanes?
Rosario: Yo no prefiero na.
Alvarado: (No se da por aludido). En la estancia a uno le dan una casa. Puesto, le
llaman.
Rosario: ¿Aquí no tiene casa?
Alvarado: ¡Cómo no voy a tener, pues! Pero el pedazo de tierra es muy chico,
como les pasa a todos. Y trabajo no se encuentra... ¿Y qué le queda
a uno sino ir a buscarlo donde se lo dan? Por eso estamos como
estamos. (Pausa. Deja el tono serio). Además... Allá no hay que arar la
tierra.
Rosario: Raro.
Alvarado: Se siembran ovejas que salen solas. (Ríe de su broma. Rosario lo mira).
Alvarado: Era una broma.
Rosario: Lo sabía.
Alvarado: (Después de una pausa). Dejó de llover, pero un rato más... va a volver
a llover.
Rosario: Sí.
Alvarado: (Trata de entusiasmarla). Si uno va a la Argentina, la plata vale más.
Rosario: Eso lo vengo oyendo desde que nací y las cosas no han cambiado.
Alvarado: ¿Usted no quiere que me vaya?
Rosario: Si ha de irse, se va.
Alvarado: (Insiste). Pero si alguien no quiere que uno se vaya...
Rosario: El agua de lluvia corre aunque la atajen.
Alvarado: Cierto. (Pausa). Pero es mejor cambiar y cuando son dos, mejor.
Rosario: ¿Sí?
Alvarado: Se le hace mejor pelea al frío. ¿No ve que allá neva?
Rosario: Con una frazá bien abrigá aquí también se le hace pelea al frío.
Alvarado: No es lo mismo. Y otra cosa, allá no hay tanto olor a humo.
Rosario: Así será.
Alvarado: ¿Sabe? No me gustaría irme solo. Y si me hubiera ido, ya estaría de
vuelta.
Rosario: (Sin inflexiones). Qué bueno.
Alvarado: ¿Se alegraría si hubiera vuelto?
Rosario: Seguro.
Alvarado: (Esperanzado). ¿De veras?
Rosario: Habría vuelto a trabajar a la isla y eso creo que es bueno pa' Chiloé.
Alvarado: (Se acerca). Y si quiere tanto a Chiloé... Por qué no se casa... Pa'
que... Pa' que así... (Se arrepiente de su torpeza).
Rosario: (Molesta). Tengo que irme. Me quea harta leña que cortar.
Alvarado: La acompaño.
Rosario: Voy por otro lao.
Alvarado: Yo voy por ahí mismo.
Rosario: No... Yo no voy por ahí. Hasta luego.
Sale corriendo. Alvarado queda; contrariado, recoge la red. Mira por donde Rosario ha desaparecido. Se
vuelve y al salir se cruza con Lauro, Pancho Tieso y Chichicho.
Estribillo
A la balsa, a la balsa, sí,
a la balsa, a la balsa, no
a la refalosa, ay zamba
no llores zamba, no llores no,
a la refalosa, ay zamba
no llores zamba, no llores no.
En la balsa viene
Chichicho a Curaco
Vuelve pa' Dalcahue
y se espera un rato.
Cobra la pasá
pone unos tablones
pa' que los turistas
pongan sus talones.
Estribillo
A la balsa, a la balsa, sí,
a la balsa, a la balsa, no
a la refalosa, ay zamba
no llores zamba, no llores no,
a la refalosa, ay zamba
no llores zamba, no llores no.
Vuelve pa' Curaco
le echa la bencina
y si hay muchos autos
pasa por encima.
Cobra la pasá
pone los tablones
si alguno se moja
píe mil perdones.
Estribillo
A la balsa, a la balsa, sí,
a la balsa, a la balsa, no
a la refalosa, ay zamba
no llores zamba, no llores no,
a la refalosa, ay zamba
no llores zamba, no llores no.
Si pasa a una niña
llamada Rosario
su balsa es de flores
el mar, un milagro.
Si no fuera pobre
¡cuánto amor le dara!
pero sólo tiene
su risa en la cara.
Chichicho se va.
Estribillo
A la balsa, a la balsa, sí,
a la balsa, a la balsa, no
a la refalosa, ay zamba
no llores zamba, no llores no,
a la refalosa, ay zamba
no llores zamba, no llores no.
Sale el coro con los últimos pasos de la refalosa. Chichicho ha salido momentos antes. Luz sobre
almacén. Beben en el largo mesón Lauro y Pancho Tieso. Después de un momento entra Chichicho. Don
Andrade, detrás del mostrador, atiende.
Beben en silencio.
Don Andrade: Y así fue como les dije. Ni que me paguen me quedo a vivir en
Santiago.
Ha entrado el Chichicho.
Todos aprueban.
Cárdenas: ¡No todos son iguales! Ahora hay gente preocupada de nosotros y
nos van a ayudar. Chiloé está en Chile, ¿no?
Varios: ¿Y dónde quiere que esté? ¿A dónde va a estar?
Lauro: Chiloé está donde debe estar. Pero de Puerto Montt pa' allá es una
cosa y de Puerto Montt pa' acá es otra.
Don Andrade: No sigan con eso. (A Cárdenas). ¿Qué le sirvo?
Cárdenas: Nada.
Don Andrade: Sí, hombre. Sírvase algo antes de la reunión.
Cárdenas: Bueno. Una chichita.
Lauro: En invierno deberían venir para acá. Quizás así comprenderían.
Don Andrade: (Observa al malhumorado Alvarado). Lo noto un poco revuelto,
Alvarado, ¿qué le pasa?
Alvarado: Cosa mía.
Don Andrade: Como quiera. (Le sirve).
Lauro: La Rosario parece que tuviera otras pretensiones.
Alvarado: (Mortificado). Cosa mía.
Lauro: No es pa' enojarse. Píala y asunto concluido. Si la madre dice que
sí, ella tendrá que aceptar, no más.
Alvarado: (Enojado). Ya dije que es cosa mía.
Pancho Tieso: (Fatalista, después de un silencio). Chilote enamorao, chilote cagao.
Don Andrade: Déjese, déjese y tengamos la fiesta en paz, coño. Cada cual a su
avío.
Cárdenas: Bueno, hagamos la reunión. Comencemos con los que estamos.
Se acomoda sobre un barril. Cárdenas se coloca detrás del mostrador y abre su carpeta. Don Andrade
se sienta con los demás. Chichicho se acomoda en el suelo, Alvarado algo apartado.
Cárdenas: (Los mira detenidamente para dar la impresión de cierta solemnidad). Y
ahora, compañeros, a abrir bien las orejas y el entendimiento.
Pancho Tieso: A usted lengua no le falta, pero que el trabajo bueno no se ve por
ninguna parte.
Cárdenas: Escuche primero y hable después.
Lauro: Lea no más, don Cárdenas, que aquí lo escuchamos.
Don Andrade: Si no se callan de una vez cómo va a leer, coño.
Cárdenas: (Golpea sus papeles). Aquí está. Lo pueden leer todos. (Lee).
"Reaparecerá el choro zapato".
Lauro: (Alegre como unas pascuas). ¡Eso estuvo bueno!
Cárdenas: (Lee con cierta dificultad, que trata de disimular). "La más importante
inversión realizada en Chiloé, pa'l fomento, desarrollo y
recuperación de la fauna... mitícola de la zona, con una inversión..."
(al auditorio), esto es cosa de importancia, compañero... (lee), "con
una inversión de 4 millones 251 mil escudos...", ¿oyeron bien? 4
millones (lee) "251 mil escudos".
Viejo Catrutro: ¿Pa' nosotros?
Cárdenas: No se lo van a poner en su bolsillo, pero aquí van a estar pa'
nuestro progreso. Aquí lo dice (lee): "que abra promisorias
perspectivas económicas a las Cooperativas de Pescadores Castro
Ltda".
Candelaria: (Interrumpe). Ahí onde su compadre, Estefanía.
Estefanía: Ahí mismo.
Viejo Catrutro: Si no está muy transcurrido, siga leyendo, aunque yo no creo en ni
una cosa. (Increpa). No vengo naciendo ayer, p'.
Don Andrade: No necesita jurarlo. ¡Mire este!
Cárdenas: (Lee). "de Pescadores Castro Ltda. y Yaldad Ltda".
Lauro: (Al Chichicho). ¿Que ahí no vive tu tío?
Chichicho: En Quellón vive, p'.
Viejo Catrutro: ¡Qué me importa a mí ónde vive su tío!
Chichicho: (Lo remeda). Ba, ba, ba, ba, ba, ba, ba.
Don Andrade: Bueno, aquí se habla o se escucha, coño.
Pancho Tieso: Las dos cosas p'.
Cárdenas: (Muy preocupado de su lectura). Silencio, compañeros (lee): "y que abre
un futuro cierto y real a la comercialización del casi ya desaparecido
choro zapato".
Lauro: ¡Andale!
Cárdenas: (Lee). "encontrándose (acentúa) los dineros a disposición (prosigue con
gran énfasis) para la iniciación inmediata de los trabajos". Quería
referirme a la parte que dice (lee) "un futuro cierto y real". Eso es lo
que les vengo diciendo, que ahora estamos navegando con la
lancha a favor de la marea y muy pronto llegaremos a mar libre.
Viejo Catrutro: Por Achao, no se va a poder. Hay una parte muy condená.
Cárdenas: Usted también está embarcao, así que no venga a aportillar.
Viejo Catrutro: Yo hace tiempo que me varé en la playa y no pienso volver a
mojarme el traste. (Burlas).
Candelaria: ¡Jesús, ve!
Cárdenas: Usted es dueño de mojarse lo que quiera... o no también, ni una
cosa mojarse. Sigamos con la reunión. (Lee). "la Cooperativa de
Pescadores Castro Ltda. recibirá 300 mil escudos por la
construcción e instalación de balsas en el estero de Putemún".
Lauro: Putemún está pa' Castro. En Curaco no vamos a tocar nada.
Cárdenas: Va a haber trabajo pa' todos.
Viejo Catrutro: No va a alcanzar pa' todos, si es que hay trabajo.
Cárdenas: (Enérgico). ¡Ya! No voy a permitir más interrupciones. (Lee)
"...cultivándose... Un total de 6 millones de unidades de dichos
moluscos...".
Lauro: (Después de un silencio). ¡Justo! ¡Justo! ¡Catay, catay!
Cárdenas: Esto es lo que hemos estado esperando tanto tiempo. Vamos a
estar de lo mejor que podamos. (Golpea los papeles).
Viejo Catrutro: ¿Y qué año será d' eso?
Cárdenas: El año que viene será.
Viejo Catrutro: ¡Qué lástima que pueo estar muerto, pa' reírme un rato! ¿Por qué
no en dos mil años más? (golpea la mesa). ¡Agora! ¡Agora tiene que
ser!
Cárdenas: (Pierde la paciencia). Hasta usté necesitó nueve meses para salir a este
mundo a joder. ¡Cuánto más para seis millones de choros! (Risas).
Viejo Catrutro: (Se levanta airado). Uno viene aquí pa' ayuar y miren cómo lo tratan,
sin respeto ninguno. Me voy, que ya me cansé de oír leseras.
Don Andrade: (Le sirve una copa). Se la ha ganao. No se desanime, hombre. Lo que
pasa es que son duros de cabeza.
Cárdenas: No. Si no hay hombre más listo que el chilote. Pero irse es más
fuerte que too.
Don Andrade: Y no les importa padecer, coño.
Cárdenas: Y padecen desde que salen de sus islas. La última vez se fueron a
Magallanes 600 hombres. Los metieron a todos amontonados en
las bodegas del buque. El Navarino era. ¡600 hombres! ¿Usted sabe
lo que es eso? Ni el ganado resiste esos rigores... Le juro que me
hubiera puesto a gritar de rabia. Si tan sólo uno se arrepintiera de
irse, sería como empezar de veras. En vez de mirar para el sur,
mirarían pa' su tierra.
Orfelina sale corriendo. Don Andrade le da una nalgada. Grito de Orfelina. Sale.
Don Andrade: (La mira irse, riendo). Anda, anda, que ya te cogeré desprevenía y me
darás el sí, Orfelina. (Repara en Alvarado que está en la calle). Oiga,
11
Qué contiene: qué significa.
usté, Alvarado ¿qué se ha quedao haciendo ahí? ¿Le pasa algo?
¡Tiene usted una cara!
Alvarado: No... No me pasa na. Estaba pensando.
Don Andrade: ¿En lo que dijo Cárdenas?
Alvarado: En parte sí y en parte no.
Don Andrade: A mí me parece sensato el hombre y lo que dice. Pues, es para el
mejor de todos. ¿No quiere usted entrar?
Alvarado: No, gracias, ya me iba pa' la lancha.
Don Andrade: Con Dios.
Hablado
En su barca chilota
pasa Alvarado
las penas que no dice
las va remando.
Pa' acercarte a la playa
voy a cantarte
cosas de este verano
para alegrarte.
Estribillo
Después pasan pa' Achao
miran la iglesia
dan una vuelta en bote, caramba,
y se regresan.
Estribillo
Hablado
A Alvarado mi canto
no le ha servido
y se va con sus penas
en los bolsillos.
¡quién pudiera ser agua
pa' acompañarlo!
¡Quién tuviera trabajo
pa' conformarlo!
Sale el coro. Calle de Curaco. Al reparo del alero grande, Candelaria, Estefanía y Brunilda.
Candelaria: (A Estefanía, que quiere irse). Esperemos otro ratito. Pa' ver si viene el
correo.
Estefanía: Hoy no hemos hecho otra cosa que esperar.
Brunilda: Ya tendremos tiempo de encerrarnos too el invierno.
Entra Rosario.
Candelaria: ¿Adónde va, Rosario, tan apurá? Alléguese pa' acá y cuéntenos.
Rosario: (Se detiene muy a su pesar). ¿Y qué voy a contar?
Estefanía: Algo... de Alvarado, por ejemplo.
Rosario: Na hay que decir.
Candelaria: Catay, chica. Yo tendría pa' hablar too el día, porque no es toos los
días que se casa una.
Rosario: ¿Y quién le dijo que me voy a casar?
Candelaria: No hay más que verle los ojos al Alvarao pa' saber las intenciones
que tiene ese hombre.
Rosario: (Trata de ser amable). Será como usté dice, pero yo no he pensao en
casarme.
Estefania: Quiere guardarse el secreto pa' ella sola.
Rosario: (Mordaz). Si fuera secreto, lo sabría toda la isla.
Candelaria: No sea tan suelta'e lengua, niña, que se le puee enrear.
Orfelina: (Ha entrado y escuchado toda la conversación). Yo estoy de parte de
Rosario. ¿Por qué va a andar como un chucao, canta y canta? Si
quiere guardar sus cosas, ella es dueña.
Estefanía: Es que las Oyarzo son así.
Rosario: ¿Y qué tiene que sacarle a mi familia?
Candelaria: Si es pa' tirarte la lengua, no más, tonta. Si fueras la Orfelina
andarías bailando desnúa por Curaco.
Orfelina: ¡Por Dios, cállese, no diga deso agora!
Brunilda: Vos no te casas porque no quieres, no más. Ahí está don Andrade,
chivateando cada vez que te ve.
Estefanía: Yo no me fijaría que es viejo.
Brunilda: (Con buena intención). Yo lo encuentro muy bien pa' la Orfelina.
Orfelina: (Con ironía). Pa' las gallinas el maíz, pa' los pollos el arroz, pa' los
viejos son las viejas y pa' los mozos soy yo.
Rosario, con la vista baja, guarda silencio. Teme a las bromas de las mujeres, pero no se atreve a
alejarse.
Candelaria: Mejor dinos qué hizo cuando te besó. Porque te habrá besao. En
estos tiempos andan toos apuraos. No es como los tiempos de
antes.
Brunilda: Pero cómo le va a preguntar esas cosas a la Rosario. Ella sabrá,
pues.
Candelaria: Si le pregunto es por su bien. Según eso es como le irá después.
(Explica). Algunos besan torcíos. Y eso no es naíta'e bueno. Otros,
hacen ruíos.
Brunilda: ¿Y de aónde sabe tanto del amor?
Estefanía: ¿Qué contiene eso, agora? No va a andar haciendo averiguaciones,
p'.
Candelaria: Sí, p'. (Siguiendo su relato). Hay otros que cuando besan... (Se
interrumpe), pero pa' qué seguir, esos son los menos.
Brunilda: Diga, pues, diga.
Candelaria: Esos besan como si se les escapara el alma. ¡Son los mejores! Pero
no deben quear. (Con intención). ¿O quean todavía, Rosario?
Candelaria: (La mira). Debe ser de esos, entonces. (La llama). ¡Rosario! Niña,
venga pa'acá pa'aconsejarla.
Rosario: (Se vuelve, rabiosa). ¡Guarde sus consejos pa' otra! Yo sé bien donde
miro. (Sale).
Candelaria: ¡Dios mío, esta niña! No sabe lo que es la vida sin un hombre al
lado.
Estefanía: Ahora que podría estar acompañá pa'siempre con Alvarao.
Candelaria: Tiene que irse con él para que no sufra nunca esta soleá. Tiene que
irse con él.
Brunilda: (Después de un silencio). ¡Onde andarán nuestros hombres!
Estefanía: Pasando frío.
Candelaria: Y quizás qué humillaciones. ¡Qué no daría por tenerlo a mi lao! Lo
va a tragar la pampa, como a los otros. ¡Bahamóndez! Ese frío no
es humano y la gente no mira bien a los chilotes... ¿Por qué te
fuiste, bahamóndez?
Brunilda: Cuando se nace el trigo nada anda bien. Pero con unos ahorritos en
la costura había pa' comprar algo de harina y de aceite si faltaba.
¿Por qué te fuiste, Avendaño?
Estefanía: Esa mina del Turbio es peligrosa. ¿Cómo podrán tus pulmones
soportar el encierro? ¡Barrientos! ¿Por qué te fuiste?
Las mujeres se agrupan viéndolos alejarse en el recuerdo, sin trasuntar su dolor, dignas, casi estatuarias.
Entra el coro cantando. Con ellos, Alvarado y Rosario, que se sitúan en primer plano, cada uno en
extremos opuestos. Alvarado la mira con intensidad. Rosario, sólo el mar.
Chiloé es un palafito
que suspira por sus hombres
se fueron para otras tierras
se fueron quizás a dónde.
Alvarado está por irse
Rosario no lo ha mirado
si se va, quiere con ella
empezar nuevo trabajo.
Pero Rosario no quiere
caminar con ese dueño,
su corazón se ha plegado
como pájaro en invierno.
Y otra vez se irá en un barco
un chilote y otro más
dolidos si no regresan
dolidos porque se van.
Chiloé, verdes colinas
húmedo cielo, silencio,
en cada rincón, la lluvia
está llorando por ellos.
Candelaria, Estefanía y Brunilda inician la salida, pensativas. Las siguen el coro, Alvarado y Rosario.
Coro y personajes se entrecruzan. Desaparecen por distintos puntos.
Fin de la primera parte
Segunda parte
Cocina en casa de la Oyarzo. Esta y Candelaria tejen a telar. Fuera de escena trajina Zoilo, ánima del
marido muerto de la Oyarzo; arrastra muebles.
Entra Zoilo y después de unas caminadas se sienta entre las dos mujeres. Mastica un pedazo de pan.
12
Ahose mienta: ahora se llama.
La Oyarzo: ¿Y si la descubrió, cómo es que está viva, todavía?
Candelaria: Porque el Lauro no había querío decir na, hasta ahora. Se lo voy a
contar, pero que de su boca no salga. Iba el Lauro una noche
medio achispado por un camino, bien noche, y en eso se encontró
con la Chabelita Rosca. Una niña tan preciosa dijo que era, que no
púo con la tentación. Y cuando en eso estaba, la niña se transformó
en una vieja, vieja y luego en un animal. Entonces él le gritó: yo sé
que eres la Chabelita Rosca, y ella se asustó y le rogó que no lo
contara a nadies y que le dijera que no la había reconocío, porque,
entonces, se iba a morir dentro de un año. Y se puso a llorar. Y él
la volvió a ver tan bonita y le dijo que no sabía quién era, que no la
había reconocío y por eso no más está viva la Abuela Chufila.
La Oyarzo: ¿Cómo es que le pasó, ahora, si la Abuela Chufila es tan vieja, pues?
Candelaria: Poderes que tiene, pues.
La Oyarzo: ¿Será la Viuda?
Candelaria: No sé si es la Viuda, pero puede ser, también.
La Oyarzo: Entonces, la Chufila estará por morirse, digo yo.
Candelaria: Esa no se muere ni aunque la maten.
Guardan silencio. Entra Zoilo. Camina. Mira a su mujer y le hace unos pasos de cueca zapateada. La
Oyarzo los siente.
La Oyarzo: Descansa en paz, Zoilo, por amor de Dios. No me penís tanto que
me voy a enfermar.
Zoilo da unos zapateos más. Suspira hondamente y sale. Se oyen sus pasos alejándose. La Oyarzo los
sigue hasta que desaparecen muy lejanos. Silencio.
La Oyarzo: (Da un gran suspiro de alivio). ¡Gracias a Dios, parece que se fue de
verdá!
Candelaria: Más vale así. Y a mí pueda ser que los brujos me dejen en paz esta
noche.
La Oyarzo: Si Zoilo quiere entibiarse del hielo que sufre, ahí está su cama que
compartimos tantísimos años, como ha de ser. Es mi marío, en la
vida y en la muerte.
Candelaria: (Se esponja). Se siente como un alivio. ¿Será que se fue de verdá su
finao?
La Oyarzo: Yo también me siento más livianita, fíjese.
Ríen ambas.
La Oyarzo sale en busca de un rosario. Vuelve, se sienta y reza con devoción. La Candelaria busca
unas yerbas y las prende. Esparce el humo por los rincones mientras repite: "un rezo a la Virgen y un
sahumerio al hocicón, que nadie está libre que haya un brujo en un rincón". Después de un momento,
golpean a la puerta. Ambas se miran. La Oyarzo mira hacia fuera con gran precaución. Se vuelve con
los ojos abiertos como platos.
Las dos mujeres tratan de aventar el humo, con manos y delantales. Vuelven a oírse golpes.
Candelaria: Yo abriré.
Se sientan. Silencio. Largo, largo silencio. Las mujeres se miran. Candelaria es la más impaciente.
Mueve manos, pies, suspira.
Silencio. Largo silencio. Alvarado busca, desesperadamente, un tema de conversación. Saluda con la
cabeza, levemente.
Alvarado: Otro problema es que... En Queilén las lanchas se están
aprovechando y cobran una barbariá por llevarlo a cualquier punto
de la isla.
La Oyarzo: Son tan abusaores.
Alvarado: La otra es que parés que van a construir caminos pa'llegar más fácil
a Quenchi desde Caucahué. Y no va a ser tan sacrificao pa'los
agricultores llevar sus productos, como ahora.
Candelaria: (Se decide a tomar el toro por las astas). Usted, pues Alvarado, las tiene
toas. Si hasta parece la radio de la Orfelina. (Alabándolo). ¡Tan
noticioso!
Decae nuevamente la conversación. Las mujeres se miran afligidas. Silencio opresor. Alvarado
transpira. Su cuerpo se inclina, adelantándose a las palabras que no logran salir. Finalmente, y
aferrándose a su gorra, se para y lanza de una sola vez su pregunta.
Alvarado: (Se levanta, jubiloso). ¿Quiere decir, entonces, quiere decir que yo...
que usté y yo, quiero decir que la Rosario y yo...?
La Oyarzo: (Se repone de su emoción y toma un aire práctico, interrumpéndolo). Vamos
por parte.
La Oyarzo titubea, pensando en los gastos. Mira a Candelaria que interpreta la mirada.
Candelaria: Pa’l día del medán sería bueno. Y ahí cooperamos toos.
La Oyarzo: Nadies se ha casan nunca en un medán.
Candelaria: Que sea esta la primera.
Alvarado: Está bien, pero pa'cuando lo harían.
Candelaria: Es cosa de hablar con los demás. Total, pa'el almud de papas que
hay que traer. (Recuerda la boda). De veritas que hay que traer de un
too.
La Oyarzo: Cordero, principalmente y chancho.
Candelaria: Déjelo too por mi cuenta.
Alvarado: Tiene que ser luego, por el barco.
Candelaria: ¿Y qué más me tardo?
Alvarado: ¿Podría ser... pasao mañana?
La Oyarzo: No alcanzaría a llegar mi hermana de Castro. Y ella estaría tan
gustosa en venir.
Alvarado: Le avisa después. No puedo esperar.
La Oyarzo: (Después de un momento). Bueno, como ha de ser, si usté es el único
hombre que hay, por el momento en la familia, tendrá que mandar,
p'.
Alvarado: (Da la mano sacudiendo el brazo a ambas mujeres). Hasta luego... no más.
(Se pone el sombrero y sale).
La Oyarzo: ¡Jesús, Virgen Santísima, Madre de Dios! (Se abrazan).
Candelaria: Ahora hay que decirle a la Rosario que está comprometida
pa'casarse.
La Oyarzo: Quizás cómo lo va a tornar.
Candelaria: Tiene que tornarlo bien, p'. Su padre hubiera hecho lo mismo.
La Oyarzo: A lo mejor quiere a otro y no lo sabemos.
Candelaria: Es el único que la ha peío.
La Oyarzo: De veras, p'. Y eso es lo que vale.
Candelaria: Claro como la luz del día. Bueno, ahora me voy a prepararlo too.
Falta un día, no más, pa' pasao mañana.
La Oyarzo: (Disponiéndose a trabajar). Tendré que ponerme a fregar pisos, en
seguida. Y los músicos, sobre too, que no vaya a faltar acordeón,
Candelaria.
Candelaria: Habrá hasta violín. Déjeme a mí. (Antes de salir se vuelve). Tendremos
que ponernos a rezar la novena, después, en agradecimiento. Hasta
luego. (Sale).
Rosario guarda silencio. La Oyarzo siente como un desvanecimiento. Ella corre en su ayuda.
La luz fulgurante del Caleuche, aparece. Entra el joven Naufragante. Rosario corre hacia él.
Suena la melodía del Caleuche. El Joven Naufragante la escucha con desesperada impotencia.
Joven Naufragante: (Con gran esfuerzo). Debo irme. Mi barco me llama. (La mira una vez
más y se aleja).
Rosario: ¡No me dejes! (Da unos pasos hacia él).
Joven Naufragante: No, Rosario. No te muevas... No te muevas... (Desaparece).
Rosario: (Desgarrada). ¡Vuelve, vuelve!... ¡Por favor, vuelve, vuelve...!
Queda un momento como paralizada por la desesperación. De pronto, recuerda algo de la conversación y
la esperanza la invade.
No encontrarás alivio
para tu mal.
Se enredaron los hilos
de tu telar.
Si la Abuela Chufila
tuviera el don,
sería tan letrada
como lo es Dios.
Deja esos sueños, paloma
caminando por el mar,
hay un camino en la tierra
que te ha salido a buscar.
Amor que viene del agua
es sueño y no verdad.
Quien quiera que lo llamara
ha de ponerse a llorar.
Porque ese amor es fuego,
sal y cristal
y se rompe si el viento
fuera a tocar.
Vuelve a tu nido, vuelve,
le grita el mar,
desenreda los hilos
de tu telar.
Sale el coro. Rosario va hacia la cocina de la Abuela Chufila. Arrodillada e impaciente, escucha la
interminable charla de la Abuela Chufila, que con un trapo pasa y repasa una olla, sentada ante un
brasero.
Abuela Chufila: (Sonríe por un colmillo). Y le dije, que le dije, ustedes son unas
perdidas, eso es lo que son, que le dije. (Ríe bajito). Y esas eran
pedradas que les tiraba a los vidrios. Toítos los vidrios le rompía.
Rosario: (Conteniéndose). Abuela Chufila, deme luego las yerbas o el remedio
que dijo que me iba a hacer.
Abuela Chufila: No estés tan apurada, hijita. Los hombres pueden esperar.
Rosario: Pero yo no.
Abuela Chufila: Por eso no me gusta na la juventú de ahora. Más me gustan las
cosas de antes... Esta ollita, por ejemplo. La quiero como si fuera
mi propia hija. Me la regaló una patrona que tuve en Punta
Arenas... ¡Y era de buena! Cuando me casé, ella me amadrinó.
(Pausa). Más me hubiera valido casarme con el diablo, digo yo...
Rosario: Abuela Chufila, ¿se acuerda a lo que vino?
Abuela Chufila: Na, hijita. (Prosigue con sus recuerdos). En cuanto no más llegaba se iba
pa'onde esas mujeres. Me avisaban apenas iba entrando el barco, él
era ingeniero de las máquinas. Yo lo esperaba pa' decirle unas
cuantas cosas. Mira, mira, Alcides Antonio que le dije, qué te habís
figurao, condenao del diablo que no más llegando te ibas a ir onde
esas mujeres de mal vivir, qué te habís creído, que te irías a burlar
de mí, que le dije. Y le dije, que le dije, la próxima vez que te
vuelvas a ir onde esas que no es garrotazo el que te voy a mandar
por la cabeza. (Sonríe). Ese fue miedo que le agarró y me grito, vieja
bruja... Más brujo seráis tú, que le dije. (Pausa). Y pa'allá se fue, no
más. (Sonríe). ¡Ay, Dios mío! y esa era la que armaba yo. Más valiera
que no le tuviera en mis manos porque, por Diosito Señor... que yo
creo que lo hubiera estrangulao. (Habla fuerte). Entreguen a ese
hombre, que está casao por las dos leyes y no tiene por qué venirse
a meter onde ustedes que le sacan toa la plata, que le dije. Alcides
Antonio Martínez sal de aonde esas fiuras13 condenás y vente pa' la
13
Fiuras: figuras.
casa que es onde debes estar y entregar toa la plata y no onde esas
mujeres de mal vivir, que le dije. (Pausa). Y no lo entregaban, na.
(Ríe). Y esos eran piedrazos que les tiraba. Toítos los vidrios los
rompía. Porque la casa era con ventanas con vidrios. Y a la fuerza
me tenían que sacar. Y cada vez que llegaba el barco era lo mismo.
Yo no sé cómo no se aburría. Después se fue pa'la Argentina y no
volví a verle más.
Rosario: (Trata de abreviar el relato). Y usted se fue a Puerto Montt y después
pasó a Ancud y después trabajó en Castro y al final llegó a Curaco.
Abuela Chufila: ¡Y esta sabe más que yo, Jesús María! (Pausa). ¡Esta ollita está como
nueva! Y la estufa que tenía, ¿aonde quedaría?... y le dije, que le dije:
Alcides Antonio me tienes que comprar una estufa a leña. Y me la
compró pa 'que me queara callá, porque lo jodía toos los días. Pero
la estufa que compro era tan chica, Dover la llamaban, que cuando
ponía la olla de los picorocos no cabía ni una cosa más. ¡Hm! Fijo
que a la mujer que tiene ahora, le ha comprao estufa blanca y con
serpentina pa’l agua caliente. (Habla fuerte). Condena del diablo, que
ese marío no es na tuyo, y te lo agenciaste a la mala.
Rosario: Pero si su marío se murió hace como noventa años.
Abuela Chufila: (La mira un momento). Ya lo sé. Y toos nos tenemos que morir.
Rosario: (Le toma las manos, sacándole la olla). Abuela Chufila, por favor,
ayúeme. Deme las yerbas o el remedio que me dijo que iba a hacer.
Tengo que hacer algo, pronto, pa'que Galvarino Alvarado deje de
quererme.
Abuela Chufila: (Vuelve de sus recuerdos). ¿Deje de qué...? ¿Pa qué...? ¿`Pa qué dijiste?
Rosario: Pa' que deje de quererme.
Abuela Chufila: ¿Estás buena de la mollera, chica? ¿Y qué cosas son esas que dice,
agora p'? Tonta no soy, sorda no soy, ¿qué es lo que estuviste
diciendo agora?
Rosario: Que le haga un impedimento a Alvarado pa' que no me siga
queriendo.
Abuela Chufila: ¡Jesús María!, ¿y qué contiene eso?
Rosario: Si es muy difícil, hágalo querer a otra.
Abuela Chufila: (Toma su olla, la mira, la vuelve a dejar). En los años que tengo jamás
había escuchado semejante barbariá. (La escudriña). ¿O estás preñá
de algún otro?
Rosario: No, no, no, no, no. Sólo quiero que me dejen en paz. No quiero
casarme con Alvarado.
Abuela Chufila: Entonces quieres casarte con otro. ¿Qué te pida y a ver quién gana?
¿Cuánto ofrece ese otro?
Rosario: (Desanimada). Nada.
Abuela Chufila: Entonces, ni hay vuelta que darle. Si no ofrece na es que no tiene
na y si no tiene na, ¿de qué cosa sirve? Que se quee en su corral, no
más, cuidando bestias.
Rosario: No tiene corral ni tiene bestias.
Abuela Chufila: (Se interesa). A ver, hijita. Rosario, pues, que yo no conozco a
ninguno de la Isla que no tenga su corral, por poco que sea. ¿Es
extranjero?
Rosario: (Suave). Sí...
Abuela Chufila: ¿De qué lao de Chile es? ¿De Osorno o por ahí?
Rosario: No, no es de ahí.
Abuela Chufila: Ya sé, es pa’l lao de la Argentina, de esos que andan con unas
bombachas así tan anchas.
Rosario: No, no.
Abuela Chufila: (Impaciente). Pero de algún lao tiene que ser, chica. ¿Cómo lo
mientan?
Rosario no contesta.
Abuela Chufila: (La observa). ¡Hm! Por lo que me estoy entendiendo (le huele el pelo) y
por el olor que se te ha puesto en el pelo, que no es de manzana ni
de cholga ahumá, voy a necesitar... (Rosario la mira expectante)
raspaúra de cacho de Camahueto, canto de chucao14 y un peazo de
vestío de Pincoya15 con luna llena.
Rosario: ¡Pa'qué se burla de una, pues!
Abuela Chufila: Si estás embrujá tengo que hacerte una brujería bien complicá
pa'desembrujarte.
Rosario: Si estoy embrujá no me quiero desembrujar.
Abuela Chufila: (Se escandaliza). Jesús María, Nuestro Señor y su corona de espinas.
¿Quién te ha ponío así? (La palmea amistosa). Puedes confiar en la
Abuela Chufila, que no es la primera vez que oigo semejantes
herejías.
Rosario: (Sin poder contenerse). No quiero a nadie más que a él... Aunque me
pierda, aunque me convirtiera en pescao... Aunque...
Abuela Chufila: (Le tapa la boca y la remece). Calla, agora, calla, calla condenó. (Se
repone). Me habís asustao, chiquilla del diablo. Las cosas que se te
han metío en la mollera. ¿Lo sabe la Oyarzo?
14
Chucao: ave que habita en los bosques desde la vi a la xi región.
15
Pincoya: diosa que personifica la fertilidad de las especies marinas. Viste un maravilloso traje de hojas
de sargazo. Es hermosa, sensual y atrayente.
Rosario: ¿Cómo voy a decirle a mi mamá que yo... que yo...?
Abuela Chufila: No digas ni una cosa más. Voy a tener que hacer un buen
zahumerio pa'borrar tus palabras que habís pronunciao en esta casa
que solamente la olorosan los manzanos cuando revienta la flor.
(Pausa). ¿Y cómo se llama el joven? ¿Tiene nombre de pájaro o de
molúsculo?
Rosario: ¿Quiere o no ayuarme? No le pido que le haga un mal como hizo
con su vecina que le dejó la lengua pegá al paladar, lo único que le
pido...
Abuela Chufila: (La interrumpe). ¡Calla, calla! Yo no le hago el mal a nadie. Esas son
habladurías de la gente. Yo sólo dije: "aguja y tormento, los brujos
alaos, que se muera pa'dentro la vieja del lao". Cierto que se le pegó
la lengua al paladar y quedó fruncía. Pero no se murió na y lo único
que se le nota es cuando habla. En vez de decir milcao, dice
milquío. Pero yo no tengo na que ver con eso.
Rosario: Yo no le pido que haga cosas pa'que se muera nadie. Es sólo pa'que
Galvarino Alvarado no quiera casarse conmigo.
Abuela Chufila: (Reacciona jubilosamente ante el nombre). Pero si a ese joven lo conozco
tanto. Y es de lo mejor que hay. (Con picardía se abraza a sí misma).
¡Ay, Abuela Chufila, si tuvieras unas arruguitas menos!... (A Rosario.
Volviendo a ponerse seria). Ya verías dónde iba a parar el tal Alvarado.
Mal empiezas, hija. Lo único que vas a sacar es que cuando te cases
con él, en vez de hijos te va a dar garrotazos.
Rosario: (Desalentada va hacia la salida). Olvídese de too lo que le dije.
Abuela Chufila: Si me dijeras su nombre, quizás yo podría, a lo mejor.
Rosario: Galvarino Alvarado. Ya se lo dije.
Abuela Chufila: El otro, hijita, el otro.
Rosario: (Se vuelve antes de salir). Cuando se seque la mar, y los árboles
caminen, entonces verá escrito su nombre en una nube... sobre esta
misma casa.
Sale rápidamente.
Abuela Chufila: (Queda un momento lela, reacciona con energía). Jesús, María, Nuestro
Señor y su pesada cruz, líbranos de los pecaos por tu corona de
espinas y por toítos los clavos. (Cambia su expresión mística). Chucao,
chucao, chucao, las uñas y el rabo, llévate el mal pa' la vieja del lao.
(Mística). José, María y Jesús, tan jodío con la cruz, líbranos de los
pecaos. (Cambia de expresión). Chucao, chucao, chucao, las uñas y el
rabo, allégale el mal a la puta del lao.
Cárdenas: (Después de aplaudir un poco con los demás). Muy bien, muy bien. A ver
esos músicos. (Mira hacia fuera). Entren. No se queden ahí. (Entran
tres músicos. Acordeón, bombo y guitarra–violín).
Abuela Chufila: (Toma la guitarra de manos de Lauro, forcejeando). Yo quiero cantarle
algo a los novios. No tengo na. No tengo na agarrotados los dedos
y puedo echarme una cantaíta como Dios manda. Una polkita.
Los invitados se miran preocupados. Alguien trata de quitarle la guitarra, sin resultados.
Candelaria: (Le habla al oído). Acuérdese que está en una fiesta de casados. Vea
bien lo que va a cantar.
Abuela Chufila: (La aparta). Asiéntese por allá, no más. (Rasguea). Está más desafiná
que calzón de sacristán.
Don Andrade: Dele, dele. Cante de una vez, Abuela Chufila. (A Cárdenas).
Estamos aviados...
Abuela Chufila: (Canta con aire santurrón).
Los novios se daban la mano
y a los ojos se miraban
el cura que no era leso...
(Carraspeos de advertencia. La Abuela Chufila comprende)
a la novia confesaba.
Las campanas de la iglesia
repicaban, repicaban
el novio que no es leso...
(Gran carraspeo de los hombres)
con el cura conversaba.
Todos: Bien... Muy bien... Suficiente.
Luego del primer estupor, Candelaria y otros invitados reaccionan y toman a la Abuela Chufila de un
brazo. Se la llevan en vilo.
Abuela Chufila: (Protestando). ¿Qué no ve que me faltan versos? Gente más
desconsiderá... (Salen con las últimas palabras).
Don Andrade: Se le fue el santo al cielo, coño.
Los músicos comienzan a tocar una cueca. Se forman las parejas para bailar. Dos invitados cantan.
16
Chigua: cesto hecho de cuerdas o corteza de árboles, de forma oval, para uso doméstico.
Pal amor hacen falta
dos en la lancha.
Termina la cueca con alegría de todos. Cárdenas observa que los novios no han bailado.
Cárdenas: ¿Y qué cosa es esta, que los novios no han bailado ni una cosa?
Que bailen, pus. Un cielito, podría ser.
Candelaria: (Entusiasta). ¡Yo lo canto!
Cárdenas: Eso está bien.
Se preparan las parejas para el cielito, incluidos Rosario y Alvarado. Rosario, maquinal, ausente, sin
vida.
Estribillo
Estribillo
Manzanos, sin tus manzanas,
no llores que volverán
a tu corazón, cielito,
manzanitas de cristal.
Estribillo
Después del penúltimo estribillo, la música calla repentinamente. Las figuras quedan inmóviles en la
posición del baile. La luz se hace fotográfica. La música del baile la nave, estilizada, se oye en el
momento de aparecer una fuerte luz sobre Rosario, que la acompaña a primer plano. Aparece el Joven
Naufragante. Rosario alza con gracia sus brazos y ambos jóvenes bailan, mirándose con profundo amor.
La música, poco después, es reemplazada por la melodía del Caleuche. El Joven Naufragante arrulla
un momento en sus brazos a Rosario y se separa de ella. Los brazos y manos se estiran hasta tocar las
yemas de los dedos. El Joven Naufragante sale. Rosario vuelve a la fiesta. Se coloca junto a Alvarado.
Recomienza el cielito y el baile termina. Vuelve la luz.
Cárdenas: (Indica a los demás la pareja formada por don Andrade y Orfelina, a quien
aquel ha llevado aparte y está galanteándola). ¡Catay, vela, que me creo
que el Espíritu Santo anda suelto por estos lados!
Don Andrade: (Jacarándose). Usted lo ha dicho: ¡El Espíritu Santo y toa la Corte
Celestial! (Meloso). ¿No es así, Orfelina?
Orfelina: (Haciendo remilgos). Usted que es...
Cárdenas: Anímese, anímese, Orfelina. Que una boda detrás de otra trae
mucha suerte.
Súbitamente estalla una tormenta. El viento sopla con furia. Los truenos se suceden. Todo se llena de
ruidos. Puertas que se golpean. Lluvia. Animales mugiendo. Las mujeres se agrupan, atemorizadas.
Entra la Abuela Chufila y se acurruca en un rincón.
Abuela Chufila: Recen, recen, que se ha desencadenado un temporal de los mil
diablos.
Cárdenas: No hay por qué asustarse tanto. (A los hombres). Vamos a ver a los
animalitos y en qué podemos ayudar.
Rosario escucha la tormenta y se oprime el corazón, que pareciera fuera a estallar. Mientras las mujeres
rezan, se va retirando hacia el interior. Sale.
La Oyarzo: No, pues, la Rosario no está rezando con nosotras. Pa'la pieza
estará. Metía en su cama. Se empavoriza por demás cuando hay
tormenta.
La pieza se oscurece. En primer plano, Rosario entra corriendo, defendiéndose del temporal y las
sombras que bailan a su alrededor. Gritos, aullidos, carcajadas horripilantes la rodean. El trueno
retumba, como participando de la fantasmal sinfonía. Una figura siniestra proyectada se alza frente a
ella. Es el Trauco, brujo sátiro de las islas, que intenta abrazarla. Rosario cae al suelo, vencida por el
terror.
Se retuerce en el suelo, gritando su espanto. Una luz fulgurante ilumina el cielo. El trauco desaparece.
Se proyecta la silueta del Caleuche. Entra el Joven Naufragante. Corre hacia ella y se inclina,
hablándole con suavidad.
El joven Naufragante se acerca al mar y toma unas algas verdes, delgadas como cintas y coloca el nuevo
velo de desposada.
Joven Naufragante: (Se arrodilla, Rosario lo imita. Entrecruzan sus manos). Por siempre, para
siempre, Calén.
Rosario: (Se arrodilla frente a él). Calén.
Ambos se levantan y avanzan hacia el mar, tomados de la mano, mirándose a los ojos. El Caleuche, no
lejos de la playa, resplandece. La tormenta, con un último trueno, se pierde entre las islas. El fragor de
las olas se calma. Poco a poco, amanece. La escasa luz del sol ilumina el grupo que mira hacia el mar:
la Oyarzo, Candelaria, Estefanía, Brunilda, Orfelina y Alvarado, que lleva un pequeño farol.
Alvarado: (Dolorido). No está en parte alguna. Como tragá por... (No se atreve a
formular su pensamiento).
Estefanía: No puee desaparecer en el aire.
Alvarado: Hemos dao vuelta la isla.
La Oyarzo: ¡Hijita, ónde estás!
Candelaria: (Señala un tronco traído por el mar). Ese tronco ahí. Hace tiempo que
no se varaba alguno en esta playa.
Lastenia: El Caleuche sería.
Alvarado: (Molesto). El temporal lo trajo. Duró toa la noche.
La Oyarzo: Y esta hija mía al descampao.
Alvarado: (Celoso). Quízás, po.
La Oyarzo: Tiene razón pa'estar mortificao, pero no piense mal de la hija.
Alvarado: Disculpe. Es que estoy como atontao... El día de nuestro
casamiento...
Orfelina: En Changuita tiene una amiga, ¿vieron allá?
Alvarado: También estuvimos allá... Y en bote no pudo salir. ¿Y quién iba a
arriesgarse en una noche así? No habría cristiano que se salvara de
la braveza del mar.
La Oyarzo: ¿Qué esperanza nos quea?
Entra el Chichicho, empapado, con el velo de Rosario en la mano. Ve el grupo y se detiene. Luego
avanza y lo entrega a la Oyarzo.
La Oyarzo se ha detenido a escuchar, sin volverse. Al oír la respuesta se encoge aún más. Salen.
Alvarado se dirige hacia el mar, Chichicho se arrodilla junto al tronco.
Luz sobre calle de Curaco. Entran, cada una con un paquete, Candelaria, Estefanía y Brunilda.
Entra Pancho Tieso llevando una maleta vieja, amarrada con un cordel. Se cruza con Lauro. Este se
detiene un momento, se despiden con un apretón de manos. Pancho Tieso pasa delante de las mujeres.
Pancho Tieso sale. Entra Alvarado. Las mujeres siguen al viajero con la mirada, sintiendo que algo de
cada una se va con los pasos que se alejan. Cárdenas entra. Al ver a Alvarado, disimula la alegría de
una causa ganada para la isla. Se une a él.
Cárdenas: Entonces, ¿nos quedamos?
Alvarado: (Simplemente). Nos queamos.
Ambos hombres quedan quietos. Entran Chichicho, Orfelina, don Andrade, el viejo Catrutro. Todos
quedan inmóviles hasta el último apagón y la última nota. Todos mirando su esperanza.
Ante las figuras inmóviles de los personajes, el coro comienza a bailar un baile de estilo ceremonial, con
palmas y pasos silenciosos. Van desapareciendo con los últimos compases, pasando entre los personajes.
Luego, unas campanas de iglesia distorsionadas por el viento. Alguna gaviota solitaria. Un sol de
invierno se asoma en puntillas, y una gota de agua cae... Cae... Cae... Cae... Cae... Cae... Cae...
FIN