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Canto Popular Uruguayo - Aquiles Fabregat / Antonio Dabezies
ORÍGENES Y GESTORES
Detectar los orígenes exactos del CPU, no es nada fácil. Habría que nombrar al
insoslayable Bartolomé Hidalgo por enésima vez, como el primer cantor de opinión
que tuvo la Banda Oriental. Pero de eso hace demasiado tiempo. Hay un vacío
posterior que corta el hilo hasta bien entrado el Siglo Veinte.
El punto de arranque del actual “Canto Popular Uruguayo”, puede coincidir
con la fulgurante aparición de Osiris Rodríguez Castillos, que a principios de la
década del sesenta opuso su temática netamente oriental, inteligente y profunda, a
la que venía de la Argentina, e incluso invirtió la situación: sus poemas fueron
cantados por Cafrune, Larralde y otros grandes del país vecino.
Surgieron enseguida Víctor Lima -el mayor de la hornada- y el inmenso Rubén
Lena, poetas de lo uruguayo que escribían cosas para ser cantadas por ellos mismos
o sus amigos. Y aparecieron cantautores como Marcos Velázquez, Aníbal Sampayo,
Santos Inzaurralde, el payador Carlos Molina y Anselmo Grau, que llegó a tener su
propio programa en la incipiente televisión uruguaya. La tradicionalista Amalia de la
Vega también contribuyó con lo suyo, y se revalorizó parte de la poesía gauchesca
oriental: Wenceslao Varela, Romildo Risso. En Tacuarembó, Washington Benavides
ya escandalizaba a los más conservadores con sus trovas y escritos.
En la década del sesenta, se produce la primera eclosión de canto popular,
anticipadora de lo que sucedería en la segunda mitad de la del setenta. Nace una
camada de intérpretes de primerísima línea, la mayoría rotulados como “cantores de
protesta”.
El más importante es, sin duda, Alfredo Zitarrosa. Su voz consigue quebrar
todas las barreras ideológicas y llegar a todo el mundo. Sus discos son comprados
por gente que nada sabe de mensajes socio-políticos, pero lagrimea al escuchar
“Milonga para una niña”. Zitarrosa evade, quizás a pesar suyo, su condición de
cantor del pueblo, para ser gustado hasta por los mismos a quienes ataca con su
verbo. Nacido en Montevideo en 1936, ex locutor y periodista, consigue el punto
justo entre lo urbano y lo rural, que conoce por igual. Triunfa meteóricamente y abre
la brecha para otros artistas nacionales. Exiliado desde 1975, sigue haciendo música
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Una vez oí exclamar a un músico argentino, después de escuchar una grabación del
dúo Larbanois-Carrero, las siguientes palabras: “¡¿Pero cómo hacen?!… ¡Uno escucha
tres compases y ya sabe que son uruguayos!”
Más allá del sentido musical de esta nueva corriente llamada “Canto Popular
Uruguayo” -detrás de las luces, los efectos sonoros y los impresionantes marcos de
públicos que laten en cada recital-, hay todo un fenómeno de masas que asombra al
espectador que se acerca por vez primera a un espectáculo. Un fenómeno que no
pudo, por supuesto, pasar inadvertido al más frío observador de la actual realidad
uruguaya.
El CPU es atípico en todo sentido: no se ajusta a una determinada y constante
corriente musical; carece de ídolos, en el sentido místico que tal vocablo implica para
otros fenómenos similares; y si bien arrastra multitudes, no se encuadra en los
mismos parámetros que tales estallidos de comunicación suelen conllevar.
Surgido dentro de particulares coordenadas sociopolíticas, en un momento
muy especial de un país que -al menos en este siglo- no sabía de tiempos difíciles,
pasó por sobre todas las trabas que se le intentaron anteponer. Marginó el
profesionalismo, se le escapó de las manos a los grandes conductores y hacedores
de los acontecimientos musicales. Y terminó identificándose a sí mismo, a la vez que
identificaba, más allá de fronteras, a un Uruguay que nunca había logrado una
personalidad musical propia y definida.
Paradójicamente, quizás en todo ello esté la clave de su incontenible éxito: de
una forma de expresión de élite, cerrada y arrinconada a su pesar, se fue
convirtiendo en un fenómeno de masas que ya nadie puede discutir.
Para entender su real significado, es imprescindible adentrarse en las
especiales circunstancias de un Uruguay también atípico desde los primeros años de
la década del setenta. Sería fácil atribuir al CPU un sentido contestatario, meramente
político. Pero este suceso cultural obedece a algo más que a la simple veda política
que rige en la república desde junio de 1973. Analizando las letras, surge claramente
que apenas un pequeño porcentaje asume tina declarada postura en ese sentido
(situación explicable, además, por la rígida censura previa que obliga a presentar las
letras a un departamento policial especial, antes de cada actuación). Descontando
que si es un movimiento notoriamente definible como de “canción de texto” -donde
la estructura musical sostiene, sin privarse de sus valores, la importancia de la letra-,
encontramos en su temática un fiel reflejo de una realidad más vivencial que política.
Aparece el hombre por sobre todas las cosas. Su vida cotidiana, sus dramas y
alegrías, las cosas que le rodean, las ilusiones, los ideales. En definitiva, aparece
reflejada una nueva generación, aún cuando para reflejarse necesite recurrir a un
pasado que le es querido y añorado a través de la visión de sus mayores.
Mucho se ha hablado de su politización, sobre todo por el lado de los
detractores de la corriente. Es cierto que creció, sí, en un momento particularmente
difícil, y que quizá su público de partida fue aquel que más cercenadas tenía sus
aspiraciones políticas. Pero la mayor politización del Canto Popular Uruguayo ha
brotado, precisamente, de fuera: lo politizan las prohibiciones, mitificando ciertos
nombres y apellidos más allá delo que expresan sus letras. Lo politizan quienes le
cierran sus puertas, convirtiéndolo, muy a su pesar, en una corriente musical
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RUBÉN LENA
Rubén Lena nació en Treinta y Tres, en 1925. Es para muchos la mayor figura
del Canto Popular Uruguayo creado fuera de los escenarios, y es -junto a
Washington Benavides- un ejemplo de productividad que alimenta a gran parte de la
corriente.
De niño, a pesar de que en su hogar se escuchaba mucha música, no tomó
contacto con el solfeo ni la guitarra, inclinándose por las letras. Recién en la
adolescencia, se dedicó a extraer, por su cuenta, los secretos del criollo instrumento.
Los primeros versos aparecieron en publicaciones estudiantiles como la revista
“Elevación”, de Treinta y Tres. Y su primera canción -“La Uñera”, con música de
Rosendo Vega- es de 1953. El conocimiento con Víctor Lima y el surgimiento de “Los
Olimareños”, fueron acicates fundamentales. El hasta ese momento maestro, becado
a Venezuela en 1959, comienza a competir con sus cosas con lo que viene de la
Argentina. Surgen “A Don José”, “De Cojinillo”, “Del Templao”. Surgen la serranera y
la media serranera, brotadas de su necesidad de un ritmo identificatorio que no fuera
el tradicional ni el argentino, Y se suceden los temas que serán “caballito de batalla”
de muchos cantores.
En 1979, ya conocido y respetado, se vino a radicar a Montevideo. Allí se
mantiene en estrecho contacto con los cultores del Canto Popular, mientras sus
obras se siguen editando, incluyendo las que firmó con el seudónimo de Zenobio
Rosas.
WASHINGTON BENAVIDES
Washington Benavides nació en Tacuarembó, en 1930. Es, con Rubén Lena, el
poeta más frecuentado por los cultores del Canto Popular.
Su infancia y su adolescencia transcurrieron en su departamento natal, donde
convivió desde pequeño con el canto y la guitarra. Su padre era guitarrista e
investigador de las raíces musicales uruguayas y alentó las tempranas inclinaciones
del futuro creador.
Interesado también en las letras, siguió el profesorado de literatura y se
recibió en 1954, ejerciendo en Paso de los Libres y en Tacuarembó hasta 1976. En
esa fecha bajó a Montevideo, donde se radicó. Y un año más tarde, comenzó sus
actividades radiales y otras relacionadas con el CPU.
Sus primeras publicaciones datan de 1949, en la revista literaria “Asir”. Es
autor de varios libros de poemas, y eventualmente ejerce también el periodismo.
Se lo considera el líder del llamado “Grupo de Tacuarembó”, que tanto incidió
en el fenómeno del Canto Popular y que nucleó artistas como Eduardo Darnauchans,
Eduardo Larbanois o su propio sobrino Carlos Benavides. Su temática va con facilidad
de lo urbano a lo rural, y es difícil que su nombre no aparezca en el repertorio de
cualquier cantor.
“El Bocha” como se lo llama cariñosamente, trabaja en la editorial “Banda
Oriental” .y es además, según sus propias palabras, “pintor y cantor ocasional”.
VÍCTOR LIMA
Víctor Lima nació en Salto, en 1921. De muy joven se dejó llevar por su
vocación andariega. Conoció todos los rincones del Uruguay y recorrió grandes
extensiones de la Argentina y Bolivia. Dicen que cantaba “a capella”, desdeñando el
acompañamiento instrumental y que la gente lo escuchaba con una atención casi
mística.
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CARLOS MOLINA
Carlos Molina nació en Cerro Largo, en 1927. Es el representante genuino -y
tal vez el último grande- de la estirpe de los payadores orientales. Pero su arte hace
rato que rebasó lo payadoril, y sus textos se cantan dentro y fuera del país.
Hijo de campesinos, gran parte de su niñez transcurrió en estancias y
establecimientos rurales, donde despertó su afición por los versos. A los 15 años
llegó a Montevideo, donde conoció al payador argentino Evaristo Barrios, con quien
hizo su debut radial. Luego recorrió cafés, pulperías y “recreos”, donde ganó fama
rápidamente por la perfección de sus rimas, la claridad de sus conceptos y lo certero
de sus réplicas en el contrapunto. En 1950 hizo su primer viaje a la Argentina, país
que visitó luego frecuentemente. También estuvo varias veces en Europa: España,
Italia, Australia, la Unión Soviética, en 1959, 65 y 76. En 1983 viajó a Australia,
invitado especialmente. Sus versos han sido recopilados en varios libros, la mayoría
inhallables.
MARCOS VELÁZQUEZ
Marcos Velázquez nació en Montevideo, en 1939. En su niñez tuvo estrecho
contacto con el canto criollo, del cual su padre era amante fanático. En su
adolescencia y su primera juventud se dedicó a investigar las tradiciones musicales
de todo el país, y en 1964 su nombre se conoció repentinamente al ganar el
Concurso de Intérpretes del Canal Oficial de televisión. Un año después, su canción
“La rastrojera” ganó el premio a la mejor canción del Festival de Salto y sus poemas
obtuvieron el primer y el tercer premio en el Certamen de la Asociación “El Cielito”.
Grabó su primer disco y a partir de 1969 comenzó a viajar al exterior. Vivió
tres años en Chile. Y al producirse el golpe de Pinochet, fue a radicarse a Europa.
Fijó su residencia en Francia y hasta el presente lleva hechas numerosas giras, que
incluyeron casi todos los países europeos. Ha cantado en el Olympia y ha brindado
recitales en compañías célebres, como por ejemplo la de Joan Manuel Serrat. Sus
textos son cantados por varios artistas del CPU; el “Tero-tero” es una especie de
clásico.
LUCIO MUÑIZ
Lucio Muñíz nació en Treinta y Tres, en mayo de 1939. Se crió en Montevideo,
donde su afición por la literatura, el canto y la guitarra desembocó muy pronto en
una prolífica actividad creativa. Escribió cuentos y poesías, compuso y ejecutó la
música para un filme documental, concibió letra y música de innumerables temas.
A partir de 1977, sus grabaciones como solista se suceden y otros artistas
-principalmente “Los Zucará”- hacen de sus creaciones distintas versiones. Críticos y
aficionados lo han definido siempre como uno de los grandes creadores actuales y
sus libros ya han evadido fronteras. El larga duración “Entre todos” (1982) está
dedicado íntegramente a su obra, en interpretación de diversos cultores del Canto
Popular.
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CUNHA Y DA CUNHA
Los dos poetas que siguen, jóvenes y emprendedores tienen un doble valor: a
las bondades dé su pluma, unen sus afanes para que el Canto Popular Uruguayo siga
engrandeciéndose. Uno lo hace como organizador, el otro como difusor.
“MACUNAÍMA”
Atilio Duncan Pérez Da Cunha, alias “Macunaíma” nació en Montevideo en
1951 el día de Maracaná: 16 de julio. Estudió aplicadamente y se recibió de profesor
de Historia en 1974. En 1977 apareció su primer libro “Derrumbado nocturno y
desván/Frente al gas del quemador”, y en 1980 “Los Caballos perdidos”, que diera
origen en 1982 al larga duración homónimo, interpretado por varios músicos y
actores.
Ha organizado, conducido y acompañado varios espectáculos del CPU, y desde
una emisora radial cumple la cotidiana labor de impulsarlo. Es uno de esos
personajes que no se encuentran a la vuelta de cualquier esquina. .
VÍCTOR CUNHA
Víctor Cunha nació en Tacuarembó en junio de 1951. Formó parte del
movimiento surgido en el departamento mediterráneo, incursionando en varias
disciplinas artísticas: dibujo, diseño, fotografía, poesía.
En 1973 fue editado su primer libro de poemas, al que siguieron dos más.
Si bien su obra como letrista no ha sido muy fecunda, Víctor Cunha ha sido un
nombre muy importante para el Canto Popular Uruguayo. Su labor como impulsor,
coordinador y difusor de la nueva corriente, a partir de su llegada a Montevideo, no
ha tenido pausas. Como fotógrafo y diseñador, su firma apareció en una docena de
discos larga duración. Y a él se deben varios espectáculos inolvidables. No es hijo del
poeta Juan Cunha, como muchos creen. Y una de sus particularidades, la que lo
diferencia de casi todos los poetas del Canto Popular Uruguayo, es su incapacidad
para cantar. Él prefiere hacer cantar a los demás.