La Expiacion y Obra Misional

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El profeta José Smith declaró una vez que todas las cosas “que pertenecen a nuestra religión son

únicamente dependencias” de la expiación de Jesucristo1.

De manera similar y por las mismas razones, toda verdad que un misionero o un maestro enseña, es
sólo una dependencia del mensaje central de todos los tiempos: que Jesús es el Cristo, el Salvador y
Redentor del mundo.

Nuestro mensaje básico es que con la ofrenda completa de Su cuerpo, Su sangre y la angustia de Su
espíritu, Cristo expió la transgresión inicial de Adán y Eva en el Jardín de Edén y también los pecados
de todas las demás personas que vivirían en este mundo desde Adán hasta el final de los tiempos.

Algunas de esas bendiciones son incondicionales, como el don de la resurrección. Otras son muy
condicionales, y requieren que se guarden los mandamientos, se realicen ordenanzas y se viva la vida
de un discípulo de Cristo.

En ambos casos, el mensaje esencial del Evangelio es el que el mismo Maestro declara: “Yo soy el
camino, y la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”2. Es así como la expiación de Cristo,
que hace posible el regreso al Padre, es el hecho central, el fundamento crucial y la doctrina principal
del gran y eterno plan de salvación que se nos ha llamado a enseñar.

REQUISITOS ESENCIALES PARA EL BAUTISMO


Tal vez haya unos cuantos misioneros, si es que hay alguno, que desconozcan lo importante de esta
doctrina. Pero me ha sorprendido el hecho de descubrir que esto no es algo de lo que se hable
espontáneamente en conversaciones sobre la obra misional.

Por ejemplo, en conferencias de zona les he preguntado a los misioneros qué es lo que quieren que los
investigadores hagan como resultado de oír las charlas.

“¡Que se bauticen!”, es lo que exclaman al unísono.

“Sí”, les digo, “pero, ¿qué tiene que preceder al bautismo?”

Ahí comienzan a tener más cuidado con sus respuestas. Ah, piensan. Ésta es una prueba. Es una
prueba sobre la primera charla. “¡Leer el Libro de Mormón!”, exclama alguien. “¡Orar!”, grita un
élder. “¡Ir a la iglesia!”, declara una de las hermanas. “¡Escuchar todas las charlas!”, dice alguien más.

“Bueno, casi han cubierto todas las metas de la primera charla”, les digo, “pero, ¿qué más quieren que
hagan sus investigadores?”

“¡Que se bauticen!”, dice el coro por segunda vez. “Élderes y hermanas”, les suplico yo, “¡ya me
dijeron lo del bautismo, y todavía les pregunto lo mismo!” Bueno, ahora sí se sienten totalmente
confundidos.
Debe tratarse de metas de las otras charlas, piensan. “¡Cumplir con la Palabra de Sabiduría!”, dice
alguien. “¡Pagar los diezmos!”, dice alguien más. Y así seguimos.

Debo decirles que casi nunca los misioneros llegan a describir las dos cosas fundamentales que
queremos que los investigadores hagan antes del bautismo: Tener fe en el Señor Jesucristo y
arrepentirse de sus pecados. Sin embargo, “creemos que los primeros principios y ordenanzas del
Evangelio son: primero, Fe en el Señor Jesucristo; segundo, Arrepentimiento; [luego] tercero,
Bautismo por inmersión para la remisión de los pecados; cuarto, Imposición de manos para
comunicar el don del Espíritu Santo”3.

La vida de un nuevo converso debe edificarse sobre la fe en el Señor Jesucristo y en Su sacrificio


redentor: una convicción de que Él realmente es el Hijo de Dios, que vive en este instante, que sólo Él
tiene las llaves de nuestra salvación y exaltación. A esa creencia debe seguirla el verdadero
arrepentimiento, el arrepentimiento que muestra nuestro deseo de ser limpios, renovados y sanos,
arrepentimiento que nos permite reclamar todas las bendiciones de la Expiación.

Luego viene el bautismo para la remisión de pecados. Sí, el bautismo también es para ser miembros
de la Iglesia, pero no es eso lo que el profeta José Smith recalcó en ese Artículo de Fe. Él recalcó que el
bautismo era para la remisión de los pecados, enfocándonos a ustedes y a mí, al misionero y al
investigador, nuevamente en la Expiación, en la salvación, en el don que Cristo nos ha dado.

HACER QUE LA EXPIACIÓN SEA LA PARTE FUNDAMENTAL DE LA OBRA MISIONAL


Permítanme sugerir algunas cosas que todos nosotros podemos hacer para que tanto los miembros
como los investigadores tengan siempre muy presentes a Cristo y Su expiación.

Estimulemos de toda manera posible una mayor espiritualidad durante las reuniones de la Iglesia, en
especial durante las reuniones sacramentales. Los investigadores merecen sentir en las reuniones
sacramentales el mismo espíritu que sienten durante las visitas de los misioneros.

Ayudemos a orientar a los investigadores explicándoles la ordenanza de la Santa Cena de la que serán
testigos. Los misioneros podrían leerles a los investigadores las oraciones sacramentales tal como se
encuentran en las Escrituras, podrían compartir con ellos las palabras de su himno sacramental
favorito o hacer muchas cosas que puedan ayudar a esos nuevos visitantes a tener una experiencia de
aprendizaje poderosa cuando asistan a una reunión sacramental.

De la misma manera, hagamos todo lo posible para que los servicios bautismales sean una experiencia
espiritual y centrada en Cristo. El nuevo converso merece que la experiencia del bautismo sea
sagrada, que esté cuidadosamente planeada y que sea un momento de espiritualidad. Las oraciones,
los himnos y ciertamente los discursos, todo debe enfocarse en el significado de la ordenanza y en la
expiación de Cristo, que es lo que la hace eficaz. Misioneros, en su afán por registrar el bautismo no se
olviden de lo que ese bautismo representa y lo que debe significar en la vida del nuevo miembro.

Por medio de la experiencia de la enseñanza, los misioneros deben testificar del Salvador y de Su don
de salvación para nosotros. Es obvio que los misioneros deben testificar con regularidad sobre todos
los principios que enseñen, pero es de especial importancia que den testimonio de esta doctrina
fundamental en el plan de nuestro Padre Celestial.

Son varias las razones para testificar. Una de ellas es que el declarar la verdad hará eco, traerá un
recuerdo al subconsciente del investigador de que ha escuchado esa verdad antes; y, por supuesto,
sabemos que así es. El testimonio del misionero evoca un gran legado de testimonio que se remonta a
los concilios de los cielos antes de la creación del mundo. Allí, en otro lugar, estas mismas personas
escucharon el bosquejo de ese mismo plan y oyeron en cuanto al papel que Jesucristo jugaría en su
salvación.
La verdad es que los investigadores no sólo escuchan nuestro testimonio de Cristo, sino también el
eco de otros testimonios anteriores, incluso su propio testimonio del Salvador, porque ellos
estuvieron entre los fieles que guardaron su primer estado y que se ganaron el privilegio de un
segundo estado. ¡Siempre debemos recordar que esos investigadores estuvieron entre los valientes
que una vez vencieron a Satanás por medio del poder del testimonio de Cristo!4

Y más aun, cuando ustedes dan testimonio de “Jesucristo, y a éste crucificado”5, para usar las
palabras de Pablo, invocan el poder de Dios el Padre y del Espíritu Santo. El Salvador mismo enseñó:

“…quien en mí cree, también cree en el Padre; y el Padre le testificará a él [el investigador] de mí,
porque lo visitará [al investigador] con fuego y con el Espíritu Santo.

“Y así dará el Padre testimonio de mí, y el Espíritu Santo le dará [al investigador] testimonio del Padre
y de mí, porque el Padre, y yo, y el Espíritu Santo somos uno…

“…ésta es mi doctrina; y los que edifican sobre esto, edifican sobre mi roca, y las puertas del infierno
no prevalecerán en contra de ellos”6.

¿Por qué, entonces, debemos testificar frecuente y poderosamente de Cristo? Porque al hacerlo
invitamos el poder divino del testimonio que dan Dios el Padre y el Espíritu Santo, y nuestro propio
testimonio llega a formar parte de él, un testimonio que viene con alas de fuego al corazón del
investigador. Tal testimonio divino de Cristo es la roca sobre la que se debe establecer el fundamento
de todo converso. Sólo este testimonio del Ungido, del Victorioso que expía, prevalecerá en contra de
las puertas del infierno.

Estudien las Escrituras a conciencia y familiarícense con los pasajes que enseñan y testifican de la
misión redentora de Cristo. Nada les tocará el corazón ni les conmoverá el alma como las verdades de
las que les he estado hablando.

En concreto, pediría a los misioneros regulares y a los miembros misioneros que estudien y enseñen
en cuanto a la expiación de Cristo basándose en el Libro de Mormón. Digo eso con prejuicio personal,
porque fue durante mi misión que aprendí a amar el Libro de Mormón y la majestuosidad del Hijo de
Dios que en él se revela. En su enfoque sin paralelo en el Salvador del mundo, el Libro de Mormón es
literalmente un nuevo testamento u “otro testamento” de Jesucristo, que le declara a todos que por
medio de la expiación del Hijo de Dios, “así como ha[n] caído pueda[n] ser redimido[s]; y también
todo el género humano, sí, cuantos quieran”7.

TESTIMONIOS DE PROFETAS DEL LIBRO DE MORMÓN


Consideren lo que Nefi dijo al comienzo de su ministerio:

“Y el mundo, a causa de su iniquidad, lo juzgará como cosa de ningún valor; por tanto, lo azotan, y él
lo soporta; lo hieren y él lo soporta. Sí, escupen sobre él, y él lo soporta, por motivo de su amorosa
bondad y su longanimidad para con los hijos de los hombres.

“Y el Dios de nuestros padres… sí, el Dios de Abraham, y de Isaac, y el Dios de Jacob se entrega a sí
mismo como hombre… en manos de hombres inicuos para ser levantado, según las palabras de Zenoc,
y para ser crucificado, según las palabras de Neum, y para ser enterrado en un sepulcro, de acuerdo
con las palabras de Zenós…
“Y todas estas cosas ciertamente deben venir, dice el profeta Zenós. Y se henderán las rocas de la
tierra; y a causa de los gemidos de la tierra, muchos de los reyes de las islas del mar se verán
constreñidos a exclamar por el Espíritu de Dios: ¡El Dios de la naturaleza padece!”8.

O bien, estas palabras de Jacob, el extraordinario hermano de Nefi, ¡que dio un sermón de dos días en
cuanto a la Caída y la Expiación!

“¡Oh cuán grande es la bondad de nuestro Dios, que prepara un medio para que escapemos de las
garras de este terrible monstruo; sí, ese monstruo, muerte e infierno, que llamo la muerte del cuerpo,
y también la muerte del espíritu…

“Y viene al mundo para salvar a todos los hombres, si éstos escuchan su voz; porque he aquí, él sufre
los dolores de todos los hombres, sí, los dolores de toda criatura viviente, tanto hombres como
mujeres y niños, que pertenecen a la familia de Adán.

“Y sufre esto a fin de que la resurrección llegue a todos los hombres…

“Y él manda a todos los hombres que se arrepientan y se bauticen en su nombre, teniendo perfecta fe
en el Santo de Israel, o no pueden ser salvos en el reino de Dios”9. O, como último ejemplo, estas
palabras del gran patriarca Lehi:

“Por tanto, la redención viene en el Santo Mesías…

“He aquí, él se ofrece a sí mismo en sacrificio por el pecado, para satisfacer las demandas de la ley, por
todos los de corazón quebrantado y de espíritu contrito; y por nadie más se pueden satisfacer las
demandas de la ley.

“Por lo tanto, cuán grande es la importancia de dar a conocer estas cosas a los habitantes de la tierra,
para que sepan que ninguna carne puede morar en la presencia de Dios, sino por medio de los
méritos, y misericordia, y gracia del Santo Mesías, quien da su vida, según la carne, y la vuelve a
tomar por el poder del Espíritu, para efectuar la resurrección de los muertos, siendo el primero que ha
de resucitar.

“De manera que él es las primicias para Dios, pues él intercederá por todos los hijos de los hombres; y
los que crean en él serán salvos”10.

Obviamente, reconocerán que estos ejemplos son testimonios sacados de solamente las primeras
páginas del Libro de Mormón. Tal vez sea suficiente para comunicarles lo urgente e impresionante del
tema que contiene ese registro sagrado. El Libro de Mormón fue la primera —y es todavía la más
grande— herramienta misional de esta dispensación.

Les testifico que cambiaremos vidas, incluso la nuestra, si enseñamos la Expiación por medio del
Libro de Mormón como también, por supuesto, por medio de todas las otras Escrituras.
LA EXPIACIÓN Y EL MISIONERO
Cualquier persona que haga cualquier tipo de obra misional tendrá la oportunidad de preguntarse:
¿Por qué es tan difícil? ¿Por qué no podemos tener éxito más rápido? ¿Por qué no son más las
personas que se unen a la Iglesia? ¿Por qué no es el único riesgo que corren los misioneros el de
contraer pulmonía por estar empapados todo el día y toda la noche en la pila bautismal?
He pensado mucho en eso. Propongo lo siguiente como mi idea personal. Estoy convencido de que la
obra misional no es fácil porque la salvación no es una experiencia barata. La salvación nunca fue
fácil. Nosotros somos la Iglesia de Jesucristo, ésta es la verdad, y Él es nuestro Gran y Eterno Líder.
¿Cómo podemos creer que podría ser fácil para nosotros cuando nunca fue fácil para Él? Opino que
tanto los misioneros como los líderes de la misión deben pasar, aunque sea unos momentos, en
Getsemaní. Tanto los misioneros como los líderes de la misión deben dar aunque sea uno o dos pasos
hacia la cima del Calvario.
Espero que no me malinterpreten. No estoy hablando de nada remotamente cercano a lo que Cristo
experimentó. Eso sería presuntuoso y sacrílego. Pero es mi opinión que los misioneros y los
investigadores, para llegar a la verdad, para llegar a la salvación, para conocer aunque sea de manera
mínima este precio que se pagó, tengan que pagar una pequeña parte de ese mismo precio.
Es por ese motivo que creo que la obra misional nunca ha sido fácil, ni tampoco la conversión, ni la
retención, ni la fidelidad continua. Creo que vivir el Evangelio debe requerir algo de esfuerzo, algo de
lo más profundo de nuestra alma.
Si Él pudo salir de noche, arrodillarse, postrarse, sangrar por cada poro y exclamar: “Abba, Padre
(Papá), si pudiera pasar de mí esta copa, que pase”, entonces no es de sorprenderse que la salvación
no sea cosa fácil para nosotros. Si se están preguntando si hay un modo más fácil, no deben sentirse
mal por eso, deben recordar que no han sido los primeros en hacerse esa pregunta. Alguien más
grande y mucho mejor se preguntó eso hace mucho tiempo... y no habría una manera más fácil.
Cuando les sea difícil, cuando sean rechazados, cuando les escupan y los echen, se encontraran
hombro a hombro con la mejor vida que haya conocido el mundo, el único misionero puro y perfecto
que haya vivido jamás. Tienen motivo para erguirse honrados y agradecidos porque el Hijo Viviente
del Dios Viviente lo sabe todo en cuanto a las tristezas y aflicciones de ustedes. La única manera de
lograr la salvación es pasar por Getsemaní y caminar hacia el Calvario. El único camino a la eternidad
es por medio de Él: el Camino, la Verdad y la Vida.
Testifico que el Dios viviente es nuestro Padre Eterno y que Jesucristo es Su Hijo viviente Unigénito
en la carne. Les testifico que este Jesús, que fue muerto y colgado en un madero12, vive. Todo el
triunfo del Evangelio es que Él vive, y debido a que Él vive, viviremos nosotros también.
En ese primer domingo de Resurrección, María Magdalena primero creyó haber visto a un jardinero.
Y eso fue lo que vio: el Jardinero que cultivó el Edén y que soportó Getsemaní. El Jardinero que nos
dio el árbol de la vida.
Declaro que Él es el Salvador del mundo. Sé que somos levantados a la vida porque Él fue levantado a
la muerte. Les doy testimonio de que Él fue herido por nuestras transgresiones y molido por nuestras
iniquidades, que Él fue varón de dolores, experimentado en quebranto porque tomó sobre sí las
transgresiones de todos nosotros. Testifico que vino de Dios como un Dios para sanar a los
quebrantados de corazón, para secar las lágrimas de todos los ojos, para proclamar libertad al cautivo
y la apertura de la cárcel a los presos. Les prometo que como resultado de su fiel respuesta al llamado
a proclamar el Evangelio, Él les sanará el corazón quebrantado, les secará las lágrimas y los liberará a
ustedes y a sus familias. Ésa es mi promesa misional para ustedes y el mensaje que tienen para el
mundo.
NOTAS
1. Véase Enseñanzas del Profeta José Smith, compilación de Joseph Fielding Smith, 1976, pág. 141.
2. Juan 14:6.
3. Artículos de Fe 1:4; cursiva agregada.
4. Véase Apocalipsis 12:10–11.
5. 1 Corintios 2:2.
6. 3 Nefi 11:35–36, 39; cursiva agregada.
7. Moisés 5:9.
8. 1 Nefi 19:9–10, 12.
9. 2 Nefi 9:10, 21–23.
10. 2 Nefi 2:6–9; cursiva agregada.
11. Véase Marcos 14:36.
12. Véase Hechos 5:30.
13. Véase Isaías 53; Mosíah 14.
14. Véase Isaías 61:1–3

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