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«Poesía nueva» y «El


hombre moderno», dos
textos de César Vallejo
M AY 1 8 , 2 0 1 8 by R E VI S TA AU L L I D O

i n LO S Q U E VI N I E R O N



César Vallejo durante una visita a Niza en 1929, aparente-


mente en lo que hoy es la Promenade du Paillon. Fuente.

Hace pocas semanas se recordaron 80 años del


día en que se cumplió la fatídica profecía de
César Vallejo en su poema «Piedra negra so-
bre una piedra blanca»: «Me moriré en París
con aguacero,/ un día del cual tengo ya recuer-
do./ Me moriré en París ―y no me corro/ tal
vez un jueves, como es hoy, de otoño». Pese a
que su muerte no se produjo ni en otoño ni un
jueves sino en primavera y un viernes, la sem-
piterna e idealizada lluvia parisina sí acompa-
ñó las últimas horas de existencia en este mal-
tratado mundo del que, probablemente, es el
poeta más trascendental de nuestra lengua en
el siglo XX.

A partir de su muerte, casi en el anonimato, en


la que él consideraba había dejado de ser la ca-
pital del mundo nació el mito, como ha sucedi-
do siempre con tantos otros creadores en la
historia, cuando cientos de poetas en caste-
llano ―tal vez miles, por no decir decenas de
miles― se animaron a dislocar el idioma y la
sintaxis imitando la grieta telúrica de su poe-
sía, la que se ha perpetuado indeleblemente a
través de generaciones, en diversas latitudes.

Dentro de su bibliografía destacan sus inicios


modernistas con Los heraldos negros (1919) y la
fractura vanguardista que experimentó con
Trilce (1922), publicado todavía en su natal
Perú, un año antes de partir como corresponsal
a Europa. Además del testimonio imprescindi-
ble de la Guerra Civil en España, aparta de mí
este cáliz (1939), luego incorporados como par-
te del conjunto de Los poemas humanos (1939),
ambos editados poco después de su muerte.

En medio de todos sus libros de poesía escribió


varios de narrativa y teatro, pero destacó en
especial mediante el periodismo y el ensayo
con textos como Rusia en 1931, Contra el secre-
to profesional y El arte y la revolución. Sus cola-
boraciones con diarios y revistas peruanas fue-
ron continuas, especialmente desde París y
Madrid, transformándose esta en su principal
medio de subsistencia. Precisamente desde
este periodo se originan las dos crónicas de
César Vallejo que publicamos hoy: «Poesía
nueva» y «El hombre moderno».

Los textos que transcribimos a continuación


pertenecen a Crónicas de poeta (1996), editado
por Biblioteca Ayacucho en Caracas y con pró-
logo y selección de Manuel Ruano, que recoge
los artículos periodísticos del poeta peruano
en el lapso entre 1915 y 1938. Cabe recalcar
que se ha respetado con exactitud la ortografía
y sintaxis de los textos originales.

POESÍA NUEVA
Poesía nueva ha dado en llamarse a los versos
cuyo léxico está formado de las palabras «cine-
ma, motor, caballos de fuerza, avión, radio,
jazz-band, telegrafía sin hilos», y en general, de
todas las voces de las ciencias e industrias con-
temporáneas, no importa que el léxico corres-
ponda o no a una sensibilidad auténticamente
nueva. Lo importante son las palabras.

Pero no hay que olvidar que esto no es poesía


nueva ni antigua, ni nada. Los materiales artís-
ticos que ofrece la vida moderna, han de ser
asimilados por el espíritu y convertidos en sen-
sibilidad. El telégrafo sin hilos, por ejemplo,
está destinado, más que a hacernos decir «telé-
grafo sin hilos», a despertar nuevos temples
nerviosos, profundas perspicacias sentimenta-
les, amplificando videncias y comprensiones y
dosificando el amor: la inquietud entonces cre-
ce y se exaspera y el soplo de la vida se aviva.
Esta es la cultura verdadera que da el progreso;
éste es su único sentido estético, y no el de lle-
narnos la boca con palabras flamantes. Muchas
veces las voces nuevas pueden faltar. Muchas
veces un poema no dice «cinema», poseyendo,
no obstante, la emoción cinemática, de manera
oscura y tácita, pero efectiva y humana. Tal es
la verdadera poesía nueva.

En otras ocasiones el poeta apenas alcanza a


combinar hábilmente los nuevos materiales
artísticos y logra así una imagen o un «rap-
port» más o menos hermoso y perfecto. En ese
caso ya no se trata de una poesía nueva a base
de palabras nuevas como en el caso anterior,
sino de una poesía a base de metáforas nuevas.
Mas, también, en este caso hay error. En la
poesía verdaderamente nueva pueden faltar
imágenes o “rapports” nuevos ―función ésta
de ingenio y no de genio― pero el creador
goza o padece allí una vida en que las nuevas
relaciones y ritmos de las cosas se han hecho
sangre, célula, algo, en fin, que ha sido incor-
porado vitalmente en la sensibilidad.

La poesía nueva a base de palabras o de metá-


foras nuevas, se distingue por su pedantería de
novedad y, en consecuencia, por su compila-
ción y barroquismo. La poesía nueva a base de
sensibilidad nueva es, al contrario, simple y
humana y a primera vista se la tomaría por an-
tigua o no atrae la atención sobre si es o no
moderna.

Es muy importante tomar nota de estas dife-


rencias.

………….Favorables París Poema, Nº 1, París,


julio de 1926, también en Amauta, Nº 3, Lima,
noviembre de 1926, y en la Revista de Avance,
vol. 1, Nº 9, La Habana, agosto de 1926.

EL HOMBRE MODERNO
……………………………………………………………
…………………..París, noviembre de 1925

Dicen que nuestro tiempo se caracteriza por


los caballos de fuerza que tiran de los carrua-
jes, de las astas de las banderas de los cuernos
de la vida entera. La velocidad es la seña del
hombre moderno. Nadie puede llamarse mo-
derno sino mostrándose rápido. Así lo estatu-
yen los filósofos. Los oradores ingleses han re-
ducido la factura de sus oraciones a lo esque-
mático y hay representaciones liberales que,
como Mr. Jiwons han ganado la elección con un
solo discurso, en un país donde toda gran em-
presa política supone mil anginas por inflama-
ción del órgano de la voz. En Estados Unidos el
Alcalde de New York acaba de ser elegido sin
haber dicho un solo discurso. Se podría argüir
que el silencio no quiere decir la rapidez. Esa
es otra cuenta. Posiblemente, el tiempo que
habría empleado el alcalde en pronunciar una
oración política lo habrá empleado en otra
cosa. Porque el ritmo de la velocidad no sólo
consiste en hacer una cosa pronto, sino tam-
bién, y sobre todo, en escoger acertar el em-
pleo del tiempo oportuno. Supongamos dos
personas que quieren atravesar la calzada de la
Avenida de la Opera; estará más pronto en la
otra acera la persona que acierte el momento de
la travesía, pues el adagio reza: No por mucho
madrugar, se amanece más temprano… Natu-
ralmente, en nuestro tiempo, lo que hay que
escoger es el momento, es decir, el tiempo, y
no la clase de labor, como en el caso del alcalde
de New York. De todas maneras, en ambas co-
sas, la rapidez sale de saber escoger el empleo
del tiempo. No hay que olvidar, por lo demás,
que la velocidad es un fenómeno de tiempo y
no de espacio; hay cosas que se mueven más o
menos ligeras, sin cambiar de lugar. Aquí se
trata del movimiento en general físico y psí-
quico. En algún verso de Trilce he dicho haber-
me sentado alguna vez a caminar.

Pero nos hemos salido del tema. La velocidad,


pues, signo es de nuestro tiempo. No soy yo
quien lo dice; yo sólo gloso un concepto gene-
ral. Algunos se preguntan:

―¿De qué manera se es rápido? ¿Qué se debe


hacer para acelerarnos? Se trata de una disci-
plina heredada o de una disciplina que puede
aprenderse a voluntad…

Estos son los que creen en que la rapidez nos


lleva por buen camino. Ya sabemos que los que
crean así, echan una buena yuca a los demás y
no hay Santo que los mueva, sino con las es-
paldas vueltas a la máquina.

Mas la disciplina de la velocidad existe, here-


dada o aprendida. Ella consiste en la posesión
de una facultad de perspicacia máxima para la
recepción, o mejor dicho, para traducir en con-
ciencia, los fenómenos de la naturaleza y de
reino subconsciente, en el menor tiempo posi-
ble; emocionarse a la mayor brevedad y darse
cuenta instantáneamente del sentido verdade-
ro y universal de los hechos y de las cosas. Hay
hombres que se asombran de la actividad de
otros. Hay escritores europeos ―por ejem-
plo― que en el transcurso de un solo día han
leído un bello libro, han saboreado una gran
audición musical, han peleado y se han recon-
ciliado tres veces con sus mujeres, han pasado
una hora conversando con un hostilano (sic),
han escrito dos capítulos de un libro, se han
cambiado cuatro veces de traje para diversos
actos, han tenido una larga mirada sobre Dios
y sobre el misterio…

No hay que confundir la velocidad con la lige-


reza, tomada esta palabra en el sentido de ba-
nalidad. Esto es muy importante.

Dos personas contemplan un gran lienzo; la


que más pronto se emociona, ésa es la más
moderna.

………………………………………………………El
Norte, Trujillo, 13 de diciembre de 1925.

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