Crisis Politica y Juridica Del Virreinato

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Universidad Autónoma

de Sinaloa

FACULTAD DE DERECHO

GUASAVE

Nombre:
LEONARDO ADRIÁN ALCÁNTAR HERRERA

Docente:
M.C. JOSÉ MANUEL CEBREROS DELGADO

Materia:
HISTORIA DEL DERECHO MEXICANO

Carrera:
LICENCIATURA EN DERECHO

Grupo:
1-6

Tema:
CRISIS POLÍTICA Y JURÍDICA DEL VIRREINATO

GUASAVE, SINALOA. A 09 DE SEPTIEMBRE DE 2017


ÍNDICE

1.- INTRODUCCIÓN 2

2.- MÉXICO VIRREINAL 3

3.- ORIGEN DE LA CRISIS 4

4.- INSTITUCIONES ESTABLECIDAS Y DETONANTES DE LA CRISIS 5

5.- POSICIÓN DE LA AUDIENCIA 7

6.- PROPUESTA DEL AYUNTAMIENTO DE MÉXICO 8

7.- ELEMENTOS FUNDAMENTALES DE LA PROPUESTA 11

8.- RECHAZO DE LA PROPUESTA POR LA AUDIENCIA 13

9.- POSICIÓN DEL VIRREY Y RAZONES DE ESTADO 14

10.- ASAMBLEA DE LOS TRES ESTADOS 16

11.- PRIMER DEBATE POLÍTICO 19

12.- FIN DEL VIRREINATO 22

12.- CONCLUSIONES 25

13.- REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 26

PREGUNTA ELABORADA 26
1. INTRODUCCIÓN

La crisis Política y Jurídica del Virreinato en México, es el periodo


comprendido entre 1808 y 1821, el cual finaliza con la independencia de nuestro
país.

Dicha crisis empieza en España, causada por la invasión del General


Francés Napoleón Bonaparte, en ese momento los españoles iniciaron una lucha
para liberarse de las fuerzas napoleónicas.

Los órganos de gobierno más importantes de la Nueva España eran el


Virrey, La Audiencia y Los Ayuntamientos.

El Ayuntamiento de México, le hizo algunas propuestas a la Real


Audiencia, para integrar alguna forma de gobierno, el cual no dependería
totalmente del Virrey para la toma de decisiones en México, debido a lo que
estaba pasando en España, ya que ésta se encontraba en total estado de
emergencia y en la Nueva España se vivía de forma normal, pero esta se negó a
aceptarlas, por que para ellos el único que tomaba decisiones de esa magnitud
era su majestad el Rey.

Los conflictos continuaron en España y al ver lo que sucedía, ciertos


grupos en México que estaban inconformes con la Monarquía Española,
aprovecharon el momento y tomaron por asalto el Real Palacio de México, la
noche del 15 de septiembre de 1808, y depusieron al virrey José de Iturrigaray,
dando así el primer golpe de Estado en la Historia de México.

A partir de ese momento, se iniciaron conspiraciones independentistas,


hasta que el 15 de Septiembre de 1810, el Cura Miguel Hidalgo al verse
descubierto da el grito de Dolores, iniciando así la lucha por la independencia de
México, una lucha que se extendería por años, la cual se consumaría el 27 de
Septiembre de 1821.

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2. MÉXICO VIRREINAL

Al caer Tenochtitlán, los antiguos dominios mexicas quedaron bajo el


mando de Hernán Cortés, a quien el emperador Carlos V nombró Capitán
General. Sin embargo, la ilimitada ambición de éste y los abusos cometidos por
sus colaboradores, convencieron al monarca de que era necesario establecer un
gobierno más disciplinado en los dominios a los que se llamó Nueva España.

Los virreyes eran elegidos entre los miembros de la nobleza española,


especialmente la castellana, a la que pertenecían en diferente grado, y solamente
en casos muy contados fueron nombrados para desempeñar el cargo personajes
nacidos en América (criollos). El virrey se encargaba de nombrar a las autoridades
regionales, de otorgar mercedes de tierras, como recompensa por servicios
prestados, de construir obras públicas, de ejecutar las decisiones de la Real
Audiencia, de vigilar la cobranza de las rentas reales, de ordenar la acuñación de
moneda y de dirigir al ejército.

El Virreinato duró casi 300 años. En ese lapso hubo 63 virreyes, quienes
encabezaban un grupo muy numeroso de funcionarios encargados de cobrar
impuestos, mantener el orden y proteger el territorio y su explotación económica.

En un principio, la población española se concentró en el centro de


México, pero muy pronto se extendió por los actuales estados de Michoacán y
Jalisco y siguió hacia el norte por la costa del Pacífico. Los españoles ocuparon
la región zapoteca y mixteca y siguió después la difícil conquista de la península
de Yucatán y el sureste montañoso, venciendo la decidida defensa de los
pueblos mayas.

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3. ORIGEN DE LA CRISIS

La crisis política en México de 1808, hace referencia al conjunto de


hechos que trastornaron la alta sociedad del Virreinato de Nueva España en el
ámbito político, socioeconómico y militar, que con el paso de los años serían los
causantes de la decadencia del poder político en la América Septentrional y del
inicio de la Guerra de Independencia. Factores detonantes de esta crisis fueron
la Invasión francesa a España y la consecuente lucha de los españoles por
liberarse de las tropas de Napoleón Bonaparte. Dentro del panorama del
virreinato, destaca la figura del virrey José de Iturrigaray, quien padeció durante
todo su mandato de serias sospechas de corrupción, principalmente lanzadas por
los elementos más reaccionarios y conservadores de la capital. Al conocerse la
noticia de la invasión napoleónica a Valencia, ciertos grupos en México
sospecharon que Iturrigaray pretendía independizar al virreinato y erigirse como
cabeza de un nuevo estado. Con el apoyo del arzobispo capitalino, Francisco
Xavier de Lizana y Beaumont, el hacendado Gabriel de Yermo y otros miembros
de la sociedad en la capital, tomaron por asalto el Real Palacio de México, la
noche del 15 de septiembre de 1808, y depusieron al virrey Iturrigaray, dando así
el primer golpe de Estado en la Historia de México.

Si bien la crisis venía desarrollándose desde tiempo atrás, el punto


culminante de ésta ocurrió en 1808, por lo que para la historiografía mexicana los
sucesos de los años 1800-1808, han quedado registrados como Crisis política
de 1808 en México. Participaron José de Iturrigaray y Francisco Xavier de Lizana
y Beaumont. La marcada distinción de castas y la preferencia hacia los
peninsulares despertó en los criollos y las diversas castas un sentimiento anti
peninsular, que fue exacerbado por la bancarrota financiera sufrida por el
virreinato entre 1804 y 1805. Carlos IV y Manuel Godoy, aparecen después como
figuras repudiadas o amadas para los dos bandos que la crisis generó en la alta
sociedad virreinal. Con el fin de apoyar la guerra contra el Reino Unido, que
resultó en una estrepitosa derrota marítima y la consecuente debacle económica
del reino, en especial de la Nueva España, la Corona emitió una medida muy
impopular para los novohispanos obligada por las graves crisis financieras que
sufría España desde la época de Felipe II, agravada por las guerras en las que el
imperio se vio envuelto a raíz del Pacto de Familia, por lo que se idearon los vales
reales, método por el cual el gobierno obtenía dinero a través de sus súbditos y
que, al decretarse la consolidación de éstos, produjeron una gran crisis en el
virreinato que llevó a la bancarrota a muchos habitantes, incluido Manuel Hidalgo,
el hermano menor de quien más tarde iniciaría el movimiento
independentista, Miguel Hidalgo, que falleció en 1811.

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4.- INSTITUCIONES ESTABLECIDAS Y DETONANTES DE LA CRISIS

El 8 de junio de 1808 llegó a México la noticia del motín de Aranjuez, a


consecuencia del cual había abdicado Carlos IV a favor de su hijo, el príncipe de
Asturias, destinado a llevar el nombre de Fernando VII.

El virrey de la Nueva España difundió la noticia con pesar, porque el fin del
reinado de Carlos IV significaba su propio fin, y produjo el inevitable júbilo de los
demás, por la razón contraria: el advenimiento del nuevo monarca implicaba el de
un nuevo virrey. En todo caso, las autoridades organizaron los festejos populares
de rigor.

Una semana después llegó otra noticia totalmente inesperada: que tanto
Carlos como Fernando habían resuelto la querella dinástica renunciando ambos a
la corona y abdicándola en Napoleón.

El virrey José de Iturrigaray convocó apresuradamente al “real acuerdo” –a


los miembros de la audiencia- y pulsó su opinión al respecto. ¿Qué hacer ante tal
situación?

El ayuntamiento de México, por su parte, se reunió para el mismo efecto y


sin que nadie se la solicitara, produjo su propia opinión.

Los órganos de gobierno más importantes de la Nueva España eran el


virrey, la audiencia y los ayuntamientos.

El virrey, además de gobernador del reino, superintendente de la real


hacienda y capitán general del ejército, ejercía facultades legislativas limitadas,
que le permitían dictar reglamentos y ordenanzas. Además, tenía funciones
judiciales restringidas, en su calidad de presidente de la real audiencia, órgano de
justicia en el que podía intervenir con voz, pero sin voto. Su autoridad se derivaba
directamente del rey, quien extendía y revocaba libremente su nombramiento.

La audiencia, por su parte, era un tribunal de apelación, pero también, en


casos especiales, de gobierno, tanto al constituirse en consejo del virrey -con el
nombre de real acuerdo- para asesorarlo, cuanto principalmente al ocupar su
cargo en su ausencia. Sus resoluciones judiciales podían ser impugnadas en
tercera y última instancia en España. Los miembros de tal organismo, los oidores,
eran también directamente nombrados por el rey.

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Por último, los cabildos de los ayuntamientos -españoles e indígenas-
administraban, unos, las ciudades y villas españolas, y otros, los pueblos
indígenas. Ambos eran jurídicamente de igual jerarquía y estaban organizados de
manera semejante. Las funciones ejecutivas las desempeñaban los regidores, y
las judiciales, los alcaldes. Sus resoluciones fundamentales eran aprobadas por el
virrey, aunque en la práctica funcionaban con gran autonomía, en razón de la
distancia. Sus miembros, a diferencia de virrey y oidores, no eran designados por
el rey sino por los vecinos más distinguidos de ciudades, villas y demás lugares
del reino.

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5.- POSICIÓN DE LA AUDIENCIA

En México, constituían el tribunal superior o real audiencia siete oidores y


tres fiscales. Oidores: Pedro Catani, regente; Ciríaco González Carvajal, decano;
Guillermo de Aguirre, Tomás Calderón, José Mesia, Miguel Bataller y José Arias
Villafañe. Fiscales: Francisco Javier Borbón, Ambrosio Sagarzurrieta y Francisco
Robledo.

En relación con la consulta que hizo el virrey, qué hacer ante la situación
en la cual España se había quedado sin rey, había dos caminos. Uno era rendir
obediencia a Napoleón y parecía ser el más indicado, pues tal es el que había
seguido la familia real y las autoridades de España, pero también, como lo señala
el doctor Mora, el más erizado de peligros, por el abierto y beligerante rechazo de
los españoles americanos, llamados criollos. El otro, no reconocer dominación
alguna extranjera, era sin duda el más patriótico, aunque no menos expuesto que
la anterior, pues si la metrópoli, con mayores recursos, había perecido bajo el
peso de Francia, no era de esperarse que corrieran con mejor suerte los reinos
americanos, menos fuertes que aquélla.

Finalmente, el real acuerdo se decidió no tomar ninguna decisión o, en


otras palabras, mantener el statu quo. Según el acta de la sesión del real
acuerdo, de 15 de julio, lo único que se acordó fue mantener el reino en estado de
defensa, por lo que pudiese sobrevenir.

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6.- PROPUESTA DEL AYUNTAMIENTO DE MÉXICO

Por su parte, el ayuntamiento de la Ciudad de México, con base en


las Leyes de Indias, arguyó dos cuestiones fundamentales: primero, que la
renuncia de Fernando VII a la corona era nula así como la consiguiente cesión de
bienes de la monarquía española a Napoleón, y que, en caso de ser válida, esta
nación era la legítima heredera, en lo que le correspondía, de la corona; segundo,
que era conveniente que Iturrigaray siguiera al frente del gobierno, aunque ya no
con su antiguo carácter de virrey sino con una nueva calidad política, la de
encargado del reino, para reafirmar la cual era necesario que convocara a un
congreso nacional.

El ayuntamiento estaba formado por un alcalde, trece regidores ordinarios y


cuatro regidores honorarios. El martes 19 de julio se juntaron en cabildo
extraordinario Juan José de Fagoaga, alcalde ordinario; Antonio Méndez Prieto y
Fernández, decano presidente; Ignacio Iglesias Pablo, Manuel de Cuevas Moreno
de Montoy Guerrero y Luyando, el Marqués de Uluapa, León Ignacio Pico, Manuel
Gamboa y Francisco Manuel Sánchez de Tagle, todos ellos, regidores
propietarios, y el procurador general Agustín de Rivero.

También participaron Francisco Primo de Verdad y Ramos, el síndico del


común Juan José Francisco de Azcárate; el Marqués de Santa Cruz de Inguanz
Agustín de Villanueva, y el doctor Manuel Díaz, regidores honorarios.

No asistieron por estar ausentes de la capital los regidores Joaquín


Romero de Camaño, Antonio Rodríguez Velasco, Manuel Arcipreste y Joaquín
Caballero, y por estar enfermo, Ignacio de la Peza y Casas.

El síndico del común Francisco Primo de Verdad propuso que se hiciera


saber al virrey la disposición de la capital para defender los dominios del reino y
conservarlos para sus legítimos soberanos. Hubo consenso en la propuesta y se
resolvió solicitarle igualmente que mantuviera el reino fuera del alcance no sólo de
los franceses y su emperador sino también “de toda otra potencia, aún de la
misma España”.

Por otra parte, se dijo que al renunciar a la corona Carlos IV en 1808 y


entregar a Napoleón los bienes territoriales de la monarquía española y los seres
humanos que habitaban en ella -como si fueran animales- el abdicante había
cometido un acto nulo; ya que al tomar posesión “juró no enajenar el todo o la
parte de los dominios que le prestaron obediencia”, según se hizo constar
solemnemente en el acta respectiva.
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No podía ceder en favor de un tercero lo que no era suyo, ni menos atentar
contra los legítimos intereses de los sucesores de la monarquía. La renuncia de
Fernando VII en beneficio del mismo emperador corso tampoco era válida, porque
la había hecho antes de tomar posesión de su cargo y le había sido arrancada
bajo presión. No se puede renunciar a lo que no se tiene.

En estas condiciones, la nación americana -conocida como reino de la


Nueva España- era la legítima sucesora de los derechos del monarca. La
soberanía se había transferido naturalmente de éste a aquélla. “Nadie tiene
derecho -declaró el regidor Juan José Francisco de Azcárate- a atentar contra los
respetabilísimos derechos de la nación”. Consecuentemente, “ninguno puede
nombrar soberano a la nación, sin su consentimiento”. Cualquier designación
hecha por Napoleón, el duque de Murat e incluso por Carlos IV o Fernando VII era
nula.

Tales son las bases jurídicas que obligarían a los miembros del
Ayuntamiento de México, en agosto de 1808, a presentar al virrey José de
Iturrigaray una doble petición:

 que permaneciera en el cargo, “entendiéndose que con la


calidad de provisional”, y ya no como “virrey”, strictu
sensu, puesto que ya no había rey, sino como “encargado
del reino”.

 que convocara a un Congreso de representantes de todas


las ciudades, villas y demás lugares del reino, que
asumiera las atribuciones y las facultades todas de la
soberanía, y que, por ende, tomara en sus manos la
majestad de la nación.

Era preciso que él, como encargado provisional del reino, jurara no sólo
desempeñar su encargo ante dicho congreso, conforme a las leyes vigentes, sino
también no entregarlo a nadie. Todas las otras autoridades constituidas debían
obligarse asimismo ante el congreso, desde el primero hasta el último de los
empleados públicos.

Los asuntos más importantes que requirieran resolución soberana, sobre


todo en materias de hacienda, guerra y justicia así como los nombramientos de
los principales funcionarios del reino, debían someterse ante el congreso.

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Así, pues, el reino debía quedar momentáneamente representado “por las
superiores autoridades que lo gobiernan y administran justicia” (virrey y audiencia)
así como por la ciudad (ayuntamiento) y demás corporaciones civiles y
eclesiásticas, reunidas en congreso, y adquirir el compromiso de devolver la
soberanía al monarca cuando se hallase libre de toda presión extraña.

Todo lo expuesto fue aprobado por unanimidad y así se le hizo saber al


virrey.

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7.- ELEMENTOS FUNDAMENTALES DE LA PROPUESTA

Audaz era la declaración de que “la soberanía reside en el reino”, así fuera
provisionalmente, es decir, en los cuerpos que lo componen, audiencia y
ayuntamientos -que tales eran los “tribunales superiores y corporaciones que
llevaban la voz pública”- así como en los demás citados. Esto significa que la
soberanía ya no reside en el rey.

Si la soberanía reside en las clases que componen el reino, éstas tendrán


la atribución de representarlo frente a otras naciones, expedir leyes, nombrar a
sus autoridades y hacer justicia en todos sus niveles, incluyendo la última
instancia, mientras el rey recupera su trono.

Hasta entonces, las autoridades más importantes habían dimanado del rey.

No existiendo éste, las actuales habían perdido fundamento, legitimidad y


razón de ser. La propuesta del ayuntamiento, al invertir la situación, resolvía el
problema tan inesperadamente como inesperado había surgido el problema
mismo, y además, en forma conveniente para todas las partes… sobre todo para
el virrey. Los altos funcionarios del reino ya no dependerían del rey sino al
contrario: ahora estos –incluyendo el rey- dependerían del reino -representado por
sus corporaciones– y administrado por el virrey, por lo menos en forma
provisional, hasta que el rey regresara… si regresaba.

Porque si no regresaba, se presentó la posibilidad de que dichas


corporaciones nombraran a Iturrigaray “primer rey de la Nueva España
independiente”, según escribió en sus notas Melchor de Talamantes y se propagó
como rumor en los círculos políticos de la capital, con gran preocupación de los
oidores.

En todo caso, como se señaló antes, el virrey debía obligarse bajo


juramento, ante el pleno de los representantes de la nación constituidos en
congreso, a gobernar provisionalmente conforme a las leyes, así como a defender
la integridad y los derechos del reino. Tal juramento debía ser igualmente hecho
por los miembros de las demás corporaciones. Así, todos quedarían obligados
ante el órgano supremo.

Dos pues eran las novedades más importantes de esta “representación”,


como se llamaba a la propuesta:

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 la creación inmediata y momentánea de un nuevo poder
político provisional, compuesto por varios órganos:
ayuntamiento de México, como órgano consultivo de
gobierno; audiencia de México, como órgano superior de
justicia, y encargado del gobierno del reino, con facultades
específicas en materia de hacienda y guerra, y
 la creación a más largo plazo de un poder político
supremo, el congreso nacional, ante le cual se sometieran
todas las autoridades del país, empezando por el virrey y
los oidores –con nuevos títulos y funciones-, y seguidos
por aristócratas, altos oficiales del ejército, jefes de oficina,
obispos y todos los demás; poder político supremo que
descansaría fundamentalmente en los ayuntamientos, a
través de sus representantes.

Pero en términos políticos, la propuesta era de mayor trascendencia,


porque implicaba un pacto entre americanos y peninsulares para gobernar el país
en forma autónoma y mantenerlo en estado de defensa no sólo frente a Francia
sino también “de la misma España”.

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8.- RECHAZO DE LA PROPUESTA POR LA AUDIENCIA

El virrey sometió a consulta de la audiencia o real acuerdo la propuesta del


ayuntamiento y el 20 de julio, “en el curso del debate, los oidores manifestaron
claramente el disgusto que les causaba la duda de la corporación municipal sobre
la subsistencia legal de las autoridades y su indicación para revalidarlas
popularmente”.

Con asistencia de alcaldes y fiscales, dicho real acuerdo reprochó al


ayuntamiento dos cosas: primero, que “haya tomado sin corresponderle la voz y
representación de todo el reino”, y segundo, que haya planteado “medios que no
corresponden al fin propuesto, ni son conformes a las leyes fundamentales de
nuestra legislación, ni tampoco coherentes con los principios establecidos”.

“En el presente estado de cosas, nada se ha alterado en orden a las


potestades establecidas legítimamente (en la Nueva España) y deben todas
continuar como hasta aquí, sin necesidad del nombramiento y juramento. Este
real acuerdo y todas las demás potestades tienen hecho juramento de fidelidad,
que dura y durará no sólo en lo legal sino en sus propios sentimientos”.

Si habían jurado fidelidad al monarca y obediencia a las leyes de la corona,


las autoridades debían continuar ejerciendo sus funciones de acuerdo con dichas
leyes, hasta que la situación se aclarase. Consecuentemente, nada de cuerpos o
asambleas con atributos soberanos, ni un ejecutivo con atribuciones específicas,
ni de un tribunal supremo propio, y menos de un Estado autónomo. Los
ayuntamientos no tenían ninguna facultad consultiva. Esta facultad estaba
reservada a la audiencia. Debían supeditarse, como siempre, a la autoridad del
virrey, conforme a las leyes vigentes, y no las leyes a las resoluciones de los
ayuntamientos reunidos en congreso nacional.

Al rechazar la propuesta de los americanos, los oidores peninsulares


rechazaron no sólo la posibilidad de establecer temporalmente un nuevo órgano
de poder, con facultades específicas para hacer frente a la situación, sino también
de compartirlo con ellos en igualdad de condiciones. En otras palabras,
rechazaron el pacto político que les fue propuesto. Nunca más se les volvería a
plantear con tal generosidad.

Así concluyó la primera parte de este inesperado debate constitucional.

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9.- POSICIÓN DEL VIRREY Y RAZONES DE ESTADO

Para el virrey, los argumentos de los oidores carecían de consistencia


política así como de eficacia práctica.

Cierto que las autoridades establecidas habían sido designadas por el rey
legítimo y que en consecuencia debían permanecer en ejercicio de sus funciones
conforme a la ley. Pero:

o El rey legítimo, Carlos IV, al cual debían su


nombramiento, ya había sido depuesto; es decir, ya
no era rey.
o Por otra parte, Fernando VII, destinado a sucederlo,
no había alcanzado a tomar posesión, por lo que
todavía no era rey legítimo.
o Ambos habían resignado la corona en favor de
Napoleón.
o Tampoco podía considerarse como tal a Napoleón,
depositario legal y político de la corona española.

Luego entonces, desde cualquier óptica bajo la cual se analizara el


problema, las principales autoridades de la Nueva España, empezando por la del
virrey, ya no tenían más carácter que el provisional, y sus actos y resoluciones
debían circunscribirse a atender los asuntos de trámite.

El mismo Talamantes comentaría esta situación en forma breve, pero no


menos clara:

“No habiendo rey legítimo en la nación, no puede haber virreyes. No hay


apoderado sin poderdante. El que se llamaba pues virrey de México ha dejado de
serlo desde el momento en que el rey ha quedado impedido para mandar en la
nación. Si tiene al presente alguna autoridad, no puede ser otra sino la que el
pueblo haya querido concederle. Y como el pueblo no es rey, el que gobierne con
el consentimiento del pueblo no puede llamarse virrey”.

A partir de la deposición de Carlos IV, en efecto, el virrey Iturrigaray había


quedado prácticamente fuera de su cargo, salvo que se diera el hipotético y muy
remoto caso de que Fernando VII lo ratificara en su empleo. Su sustitución, pues,
no era más que cuestión de tiempo. Sin embargo, al abdicar Fernando a favor de
Napoleón, se había complicado la situación y creado un inesperado y profundo
vacío político, legal y constitucional.
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Iturrigaray se convenció de que ese vacío no podría ser llenado más que
con una ficción jurídica y política, persuasiva y convincente, como la que había
propuesto el ayuntamiento, que mantuviera no sólo la legitimidad del rey
abdicante, a pesar de su abdicación, sino también la de las autoridades, aunque
con las diferencias que les imponía la situación.

El mundo hispánico se había quedado sin cabeza. Primo de Verdad tenía


razón: “un pueblo en estado de interregno puede llamarse ciudad sin gobierno y
semejante a un ejército sin general”. Era necesario darle legítimamente una
cabeza, por lo menos aquí, en esta parte del mundo, en la Nueva España, y
mantenerla sobre sus hombros con sus propios medios.

Los únicos elementos legítimos en que descansaba la nación eran los


ayuntamientos, porque sus integrantes no habían sido nombrados por el rey sino
por los propios vecinos. Esta siempre había sido la auténtica fuerza del reino,
desde su fundación hasta el presente. El ayuntamiento de México, pues, a través
de su propuesta, lo había provisto de la posibilidad de legitimar su autoridad como
encargado del reino, aunque fuera de manera provisional. Configurar una nueva
entidad política –una junta o congreso nacional- a base de vecinos, es decir, a
base de ayuntamientos, que descansaba en una fuerza propia, de la cual él
dependiera y a la vez que dependiera de él, sería sentar las bases que le
permitieran consolidar su posición política, desempeñar sus funciones y hacer
frente a la situación.

Además, había razones de Estado para convocar al Congreso. Según el


ayuntamiento de la ciudad, asesorado por Talamantes, el congreso era
requisito sine qua non para garantizar la seguridad interna y externa de la
nación, sobre todo esta última.

En cuanto a la identidad y seguridad del reino frente al mundo, “el gobierno


exterior del reino tiene dos ramos: uno activo, que es la alianza y correspondencia
con las naciones extranjeras; el otro pasivo, que es la resistencia a los enemigos.
Permitamos que esté bien administrado este segundo pero, ¿qué hay del primero,
que es el más esencial, y para el cual el virrey y las audiencias no tienen
autoridad alguna?”.

Y por lo que se refiere a su seguridad interna, “no hay tranquilidad sin


orden. No hay orden sin leyes, sin tribunales que las hagan observar, y faltando la
metrópoli, nos faltan todos los tribunales supremos, que dan consistencia y
firmeza a los menores. Este defecto no se ha reparado. ¿Cómo habrá, pues,
tranquilidad?”.
- 15 -
10.- ASAMBLEA DE LOS TRES ESTADOS

En tales condiciones, el 28 de julio llegaron más noticias a México, tan


estremecedoras como las anteriores: España entera se había insurreccionado
contra Napoleón y estaba formando juntas de gobierno que asumían la soberanía
en nombre y ausencia del rey cautivo. Al día siguiente, al hacerse pública la
información, se inflamó el espíritu popular.

De inmediato, el ayuntamiento se reunió y pidió al virrey que, lejos de


reconocer a alguna de tales juntas, la Nueva España formara la suya propia, en
los términos de la propuesta que le había presentado anteriormente. Al mismo
tiempo, le sugirió que tomara el voto consultivo no sólo de la audiencia sino
también de la nobleza –española e indígena- y del clero, cuyos principales
representantes residían en la capital del reino.

El virrey Iturrigaray, en lugar de consultar primero al real acuerdo sobre el


contenido de dicha petición y citar después a la asamblea, como lo señalaba la
ley, convocó primero a la asamblea y consultó después al real acuerdo. “Decidida,
como lo está, la convocación de la junta general, he tenido por oportuno remitir a
vuestras señorías, como lo hago, las mencionadas representaciones (del
ayuntamiento) con sus antecedentes”. Las “representaciones” a que se refiere el
virrey eran las nuevas propuestas del ayuntamiento, cuyo contenido no se conoce
más que por inferencias, ya que los documentos originales que las contienen
nunca han sido localizados; pero los cuales no pudieron ser muy diferentes de los
anteriores.

Los miembros de la audiencia se indignaron al conocer los documentos de


referencia y exigieron al virrey, “de uniforme dictamen”, que “se sirva suspender la
junta que tiene decidida, y que no haga novedad en materia de tanta gravedad y
consecuencia”.

Si Fernando ya había regresado a España “no sólo sería inútil la junta


promovida sino sumamente perjudicial por las razones que no pueden ocultarse a
la penetración de vuestra excelencia”. Y si el rey no ha regresado -ni llegara a
regresar- era indispensable conocer previamente lo que “su excelencia” ha
determinado “en razón de esos cuerpos y personas que han de concurrir a la
junta (así como) el modo y términos en que han de hacerlo, para qué fines, con
qué representación, voto, modo y términos en que deberá concurrir a ella este
tribunal”.

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El virrey contestó que “la convocación de la junta general” no era posible
suspenderla “pues ya estaba decidida de antemano para la conservación de los
derechos de su majestad, para la estabilidad de las autoridades constituidas, para
la seguridad del reino, para la satisfacción de sus habitantes, para los auxilios que
puedan contribuir y para la organización del gobierno provisional que convenga
establecer para los asuntos de resolución soberana, mientras varían las
circunstancias”.

Y concluyó tajantemente: “Sin la reunión de las autoridades y personas


más prácticas y respetables de todas las clases de esta capital, ni puede
consolidarse toda mi autoridad, ni afianzarse el resto de mis resoluciones. El
congreso de estos individuos examinará si conviene crear una particular junta de
gobierno que me auxilie en los casos urgentes que puedan sobrevenir y ocurran”.
Así, pues, “urge mucho celebrar la primera sesión el martes de la mañana
siguiente a las nueve de la mañana en este Real Palacio”.

La audiencia contestó al virrey “por segunda vez” que “no se presenta en el


día ni en las circunstancias, urgencia ni necesidad alguna” para realizar tal junta;
que las leyes de Indias “tienen previsto el remedio para casos iguales” y que dicho
remedio consiste en la conservación de la autoridad del virrey “en su plenitud”,
bajo consulta “en las materias arduas e importantes”, con el real acuerdo. Esto le
confería el gobierno absoluto para todo lo ordinario, con asistencia del real
acuerdo en lo extraordinario. No menos, pero tampoco más. En este marco, sobre
esta base y bajo la protesta del caso, sus miembros concurrirían a la asamblea
del siguiente día.

La junta general fue convocada, por cierto, sin agenda previa. Así ocurriría
con las tres siguientes. Los notables de la capital, representando a los tres
estados –nobleza, clero y estado llano- se reunieron el 9 de agosto en el palacio
del virrey, sin saber exactamente para qué habían sido convocados.

El virrey, sin embargo, según lo expuesto, tenía el propósito de someter a


su opinión, entre otros, los siguientes temas básicos:

 estabilidad de las autoridades constituidas;


 organización de un gobierno provisional para los asuntos que
requiriesen resolución soberana, y
 facultades del virrey.

Fue una asamblea impresionante, la primera que se realizó en México para


tratar asuntos de Estado. No sería superada en número, representatividad y
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solemnidad más que por la que se celebraría en la catedral de Oaxaca algunos
años después, en diciembre de 1813, por instrucciones del capitán general José
Ma. Morelos, a fin de elegir representante de la provincia al Congreso
Constituyente de Chilpancingo.

Asistieron al palacio real 82 personas –demasiadas para la época-


presididas por el virrey, sentado bajo dosel. “Seguían en la línea derecha de
sillas” el real acuerdo, con los señores fiscales, “y en la otra y las demás”, el
arzobispo, canónigos e inquisidores y miembros del ayuntamiento.

También concurrieron los miembros del tribunal de cuentas, los del


consulado, jefes de oficina, títulos nobiliarios y vecinos distinguidos, clérigos y
frailes en representación de sus congregaciones, y además, los delegados del
ayuntamiento de Jalapa, y los gobernadores de las parcialidades de indios de San
Juan y Santiago.

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11.- PRIMER DEBATE POLÍTICO

En esta asamblea, los representantes del ayuntamiento de México


reiteraron sus argumentos anteriores; pero invocaron esta vez la tesis de la
soberanía popular e insistieron que se organizara un gobierno provisional, que al
igual que los de España, pero por medios más legales, ejerciera la soberanía, es
decir, el poder supremo, en nombre de Fernando VII.

El licenciado Francisco Primo de Verdad, quien tomó la palabra en nombre


del ayuntamiento, a través de un razonamiento por analogía, expuso que la Ley
de Partida prevé explícitamente que en caso de que quede el rey en menor edad,
sin haberle nombrado regente su padre o tutor, designárselo corresponde a la
nación, representada por las cortes. Agregó que en las actuales circunstancias,
dada la analogía con la ausencia o el cautiverio del soberano legítimo, era
necesario proceder conforme a la ley, y con base en ella, convocar a una junta o
congreso de representantes de todas las ciudades, villas y demás lugares del
reino, a fin de que dicho congreso asumiera la soberanía para reservársela a
Fernando VII, por una parte, y por otra, para nombrar al encargado provisional del
gobierno del reino y demás autoridades.

Esta vez, la propuesta se basó no sólo en las modernas tesis liberales de la


soberanía popular sino también en la tradición jurídica española y alcanzó a
definir los perfiles de los nuevos órganos de poder, ligeramente distintos a los
originalmente planteados por el mismo ayuntamiento en julio anterior.

 Las audiencias (había tres, las de México, Guadalajara y Chihuahua)


formarían tribunales supremos, pero sin funciones gubernativas, y sus
miembros serían nombrados o ratificados por el congreso. (La audiencia de
México ya había quedado sujeta de hecho a la opinión, no vinculante
jurídicamente, pero decisiva moralmente, de la asamblea de los tres
estados que se estaba llevando a cabo).
 El congreso estaría formado por representantes de todas las ciudades,
villas y pueblos del reino, dotado de atribuciones para designar, no al virrey
–ya que el congreso no era rey- sino al “encargado provisional del
gobierno”, y éste, a su vez, quedaría comprometido y obligado ante dicho
congreso o junta nacional.
 Se erigiría también una pequeña junta o consejo de gobierno, con carácter
consultivo, pero permanente, que auxiliaría al virrey en sus decisiones
fundamentales.

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La alianza entre europeos y americanos, pues, propuesta inicialmente por el
ayuntamiento, “aún contra la misma España”, fue reemplazada esta vez, como se
ve, por una alianza más restringida entre americanos y virrey, en función de los
más altos intereses del nuevo Estado nacional.

Pero, en la práctica, todo el poder quedaría en manos de los americanos,


reunidos en cortes, parlamento o congreso. El supremo tribunal de justicia,
formado por peninsulares, se limitaría a ejercer funciones exclusivamente
judiciales, no de gobierno, y el encargado del gobierno del reino, también
peninsular, tendría el carácter de provisional, vigilado además de cerca por un
consejo de gobierno americano. Más tarde, ya se vería.

A los oidores no se les escapó la proyección política de la propuesta, y


apoyados por muchos peninsulares presentes en la asamblea, categóricamente la
rechazaron. A través de los fiscales de la propia audiencia expusieron que la
soberanía reside en el rey; que éste la ha transmitido parcialmente al virrey a
través de las leyes, y que observar éstas era respetar la voluntad soberana de
aquél.

Para demostrar al virrey que la audiencia era el único órgano de carácter


consultivo, no el ayuntamiento, y menos la junta que se estaba llevando a cabo,
hablaron directamente a virrey, regidores y síndicos y los instruyeron frente a la
asamblea. Les dijeron: “el primero y más principal derecho de la soberanía puede
ser el de romper la guerra y hacer la paz, y aunque vuestra excelencia (el virrey)
no lo tiene, ¿quién le podrá negar la facultad de defenderse y estar preparado
contra cualquier agresión? Las Leyes de Indias lo autorizan respecto de sus
enemigos interiores. Y el derecho público, natural y de gentes lo constituyen en
necesidad, con mayor motivo cuando cualquier particular tiene semejante
derecho”.

“Otra de las prerrogativas del monarca es la de hacer leyes, pero ¿qué


necesidad tenemos de otras que las que nos gobiernan, a cuya observancia
excitan vuestra excelencia y los tribunales superiores por medio de bandos,
edictos y acordados, que sostienen el orden de la justicia conmutativa y
distributiva, según el mérito de cada uno?”.

“Aunque no puede nombrar presidentes y oidores, por lo respectivo a los


primeros, está proveído con las cédulas y órdenes de sustitución de mando, y por
lo que hace a los segundos, con la facultad que tiene vuestra excelencia de
nombrar abogados en falta de oidores para el desempeño de los negocios. Y

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como las audiencias deben subsistir, continuarse y conservarse aunque sea con
un solo oidor (según lo establece la ley) por este medio lo sostiene su excelencia”.

“El perdón de los delitos es reservado al soberano y a vuestra excelencia le es


dado por las leyes. La naturalización de extranjeros está suplida por las reales
órdenes que previenen que todos los que sean útiles al Estado se dejen vivir en
América”.

“La formación de juntas es atributo propio de la soberanía, pero estando


formadas las que se necesitan para la real hacienda y otras, puede vuestra
excelencia, según las ordenanzas, formar las que necesita para las disposiciones
de la guerra. Otras muchas prerrogativas tiene su majestad de su privativa
inspección, pero pocas hay que no se encuentren suplidas por las leyes indianas”.

Los fiscales concluyeron:

o España está en estado de emergencia. Tal es la razón por la que


han surgido diversas juntas gubernativas. En cambio, la Nueva
España no lo está. Vive normalmente. Luego entonces, no tiene
necesidad de formar ninguna junta nacional.
o La ley citada por el representante del ayuntamiento sobre el derecho
de reunirse en cortes para nombrar tutor al rey menor se refiere a un
pueblo principal, que tiene este derecho, no a un pueblo accesorio y
subordinado, que no lo tiene. En otras palabras, a la metrópoli, no a
una colonia.
o En tales condiciones, juntarse en cortes y nombrar autoridades sin
consentimiento del monarca no es ejercer sino usurpar la soberanía.

El oidor Aguirre, por su parte, tocando el fondo del asunto, preguntó


directamente al síndico Primo de Verdad cuál es el pueblo en el que ha recaído la
soberanía, y al responder éste que “en las autoridades constituidas”, el oidor le
replicó irónicamente que “las autoridades no son el pueblo”.

Al final, aunque no se aprobó la junta nacional, como lo quería el


ayuntamiento, tampoco se aprobó el reconocimiento a ninguna junta procedente
de la metrópoli, como lo deseaba la audiencia. Nadie perdió, pero nadie ganó. De
este modo, el virrey dio a la prensa un comunicado en los siguientes términos:

“Cualesquiera juntas que en clase de supremas se establezcan para


aquellos y estos reinos no serán obedecidas si no fueren
inauguradas, creadas o formadas por Su Majestad”.

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12.- FIN DEL VIRREINATO

Francisco Primo de Verdad calificado como protomártir de la independencia


de México, decía de sí mismo haber logrado que su estudio fuera uno de los más
proveídos de asuntos y que se hayan puesto a su dirección muchos de los más
arduos que se han versado en los tribunales de la Corte.

El cargo de regidor honorario y síndico del Ayuntamiento de México lo


seguía ocupando Primo de Verdad cuando junto con Juan Francisco de Azcárate
promovió el plan que, como veremos, planteaba la independencia de México.

Primo de Verdad fue apresado el 16 de septiembre de 1808, un día


después del golpe contra Iturrigaray, y murió inesperadamente el 4 de octubre
siguiente.

Siendo regidor honorario del Ayuntamiento de México, Azcárate hizo a


nombre de este una representación al virrey Iturrigaray el 19 de julio, mediante la
cual probaba que las abdicaciones reales eran nulas y que se debía reconocer a
Fernando VII. En tanto el monarca no recuperase su libertad, la soberanía residía
en el Reino y en las clases que lo formaban, particularmente en los tribunales
superiores y en los cuerpos o corporaciones que llevaban la voz pública, quienes
la conservarían para devolverla al legítimo sucesor, debiendo gobernarse el reino
por las leyes establecidas.

En consecuencia de lo anterior, la ciudad de México en representación de


todo el reino de la Nueva España sostendría los derechos de la casa reinante y
para ello solicitaba al virrey continuase provisionalmente como tal sin entregar el
gobierno ni a la misma España hasta en tanto esta estuviese ocupada por los
franceses, sin admitir a otro virrey, prestando juramento y pleno homenaje al reino
ante el real acuerdo y en presencia del Ayuntamiento de los tribunales, debiendo
gobernar conforme a las leyes establecidas. “Se trataba de proponer la autonomía
para México evitando que se mude dinastía”.

El fundamento del juramento propuesto por Azcárate se encuentra en las


Siete Partidas, específicamente en la Ley 5a., tít. XV, de la Segunda Partida que
establece que el señorío del reino no podía partirse ni enajenarse. Dicha Ley se
titula Como el Rey, y todos los del Reino deben guardar que el Señorío sea
siempre uno, y no lo enajenen, ni lo departan. Prohíbe que el señorío del reino
sea dividido o enajenado por tres razones:

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 Primera: Por hacer lealtad a su señor, demostrando que aman su honra y
su pro.
 Segunda: Por honra de sí mismos, porque cuanto mayor sea el señorío y
su tierra, tanto más serán ellos preciados y honrados.
 Tercera: Por guarda del rey y de sí mismos, porque mientras mayor sea el
señorío, mejor podrán guardar del rey y de sí mismos.

Por eso se dispuso que cuanto fallece el rey, el nuevo monarca debía de jurar
si tenía edad de catorce años, que nunca en la vida dividiría o enajenaría el
señorío. Este juramento debían hacerlo en las villas reuniendo al Consejo y
también los hombres señalados, hombres y mujeres, grandes y pequeños.

Establece la Ley 5a. que debe el pueblo guardar que el señorío sea toda la
vida uno y no consentir de ningún modo que se enajene o se divida. Los que lo
hicieren errarían primero contra Dios, dividiendo lo que el juntó, despreciando y
teniendo por vil lo que él diera por honra. Segundo, contra la palabra del profeta
Isaías que dijo: “42:8 ¡Yo soy el Señor, este es mi Nombre! ¡No cederé mi gloria a
ningún otro ni mi alabanza a los ídolos!”; y errarían contra sí mismos si
aconsejasen al rey para hacerlo y no lo estorbasen cuanto pudiesen para evitarlo.
Los que no lo hicieren cometerían traición y así deben ser castigados.

Se sostiene en el Diccionario universal de historia y de geografía, de don


Manuel Orozco y Berra, que con esta representación de Azcárate se dio inicio en
México a la revolución de Independencia y al desencadenamiento de la serie de
hechos que produjeron primero la prisión, destitución y destierro de Iturrigaray, y
después la idea de independencia, ya que se pensó que la representación del
Ayuntamiento redactada por Azcárate a eso iba dirigida.

Una segunda representación del Ayuntamiento de México se hace el 5 de


agosto, urgiendo se convoque a una Junta de Gobierno presidida por el virrey y
compuesta por la Real Audiencia, el señor Arzobispo, la nobilísima ciudad y las
diputaciones de los tribunales, cuerpos eclesiásticos y seculares, la nobleza, los
ciudadanos principales y el estado militar.

La desgracia del virrey, la noche del 15 de septiembre de 1808, acarreó la de


Primo de Verdad y el licenciado Azcárate, quienes dirigían al Ayuntamiento
considerado la cabeza del partido novohispano frente al europeo. El golpe de
estado encabezado por Gabriel de Yermo tendría como consecuencias la
exacerbación del resentimiento criollo y el surgimiento de las conspiraciones de
Valladolid y Querétaro. Los insurgentes de 1810 llegarían a decir que el golpe de

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estado era una de las causas de la rebelión, por haber ofendido la dignidad del
pueblo.

Azcárate fue procesado y encarcelado por tres años, liberado en 1811,


“quedando el interesado en buena opinión y fama que se tenía de su honor y
circunstancias, antes de los sucesos de 1808”, señala la sentencia liberatoria.

Una vez consumada la Independencia en 1821 por don Agustín de Iturbide,


Azcárate fue nombrado miembro de la Junta Provisional Gubernativa del Imperio
Mexicano, siendo en ese momento síndico segundo del Ayuntamiento de México.
Es uno de los firmantes del Acta de Independencia del Imperio Mexicano.

Debemos señalar que el Colegio de Abogados se presentó ante la Junta


Provisional a cumplimentar su juramento de independencia en la sesión de 9 de
octubre de 1821.

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12.- CONCLUSIONES

300 años fue lo que duró la invasión española en México, poco más de 3
siglos de represión hacia los indígenas y criollos, llegaron para apoderarse de
todo lo que había, también trajeron nuevas costumbres y tradiciones impuestas a
los indígenas.

Como todo hay cosas buenas y malas, entre las buenas, trajeron
conocimiento de un mundo aun desconocido para nosotros, además de nuevas
formas de hacer nuestras tareas; entre las malas, que la mayoría de las
intenciones de ellos eran la de apoderarse de todo un pueblo y hacerlos sus
esclavos para que trabajaran en beneficio de los conquistadores, imponiendo su
gobierno, sin importar el como estábamos gobernados nosotros con nuestros
propios ideales.

Nos trajeron cultura que nos ayudó a superarnos ante los cambios que se
estaban viviendo.

Pero como no todo es para siempre, se llegó el momento en el que nos


sentimos preparados para poder crear nuestro propio gobierno y poder tomar
nuestras propias decisiones, aún en contra del que ya teníamos y nos regía.

Siempre hay alguien más fuerte en busca de más poder, esto sucede hasta
nuestros días.

España cae en crisis, debido a que el ejército más poderoso del mundo en
ese tiempo, los franceses, quisieron apoderarse del reino español, esa crisis llegó
hasta nuestras tierras y lo único que hicieron nuestros antepasados fue
aprovechar ese momento por el que pasaba la corona española, así pues, ante
una debilitada monarquía, decidieron los grupos indígenas y criollos, levantar la
voz y en su momento las armas, para defender nuestro territorio y sacar de él al
gobierno invasor, que después de años de lucha sangrienta, lograron su objetivo,
el de formar una nación independiente.

Estamos conscientes de que el pueblo es el que debe decidir quien y como


se gobierna, cuando el pueblo se une, salen cosas buenas, nunca debemos
dejarnos de nadie, la historia lo demuestra con distintos hecho a lo largo del
tiempo, debemos de luchar por lo que queremos, el querer es poder.

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13.- REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/7/3275/5.pdf
http://www.si-educa.net/basico/ficha614.html
http://jherrerapena.tripod.com/bases/base1.html
http://relatosehistorias.mx/nuestras-historias/la-crisis-politica-de-1808
https://www.mexicodesconocido.com.mx/el-virreinato-o-epoca-colonial-1521-
18101.html

PREGUNTA:

¿Cuál fue el principal detonante de la Crisis Política y Jurídica del Virreinato


en México?

RESPUESTA:

La invasión a España por parte de Napoleón Bonaparte y su poderoso


Ejército Francés, esto tuvo repercusiones hasta la Nueva España y trajo como
consecuencia finalmente la Independencia de México.

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