Cuerpo Joanico

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6 de marzo de 2019

Bibliografía:

 EL CUADRANTE, José Luis Sicre.


 Lectura del Evangelio de Juan. León – Dufour (más exegético).

Al empezar su comentario homilético al prólogo de Juan, seguramente en diciembre del año 414,
san Agustín se dirigía así a sus oyentes:
'El hombre dejado a solas sus fuerzas naturales no percibe lo que es del Espíritu de Dios'. Entonces
me siento vacilar: ¿cómo explicar lo que acabamos de leer en el evangelio: 'Al principio era el
Verbo y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios'?... ¿Cómo, hermanos míos?
¿Tendremos que callarnos? Pero ¿para qué leer, si es para guardar silencio? ¿Y para qué escuchar,
si no va a haber explicación?... Por otra parte, hay entre vosotros —no lo dudo— algunos que
comprenden antes de cualquier explicación; pero no quiero defraudar a los que una explicación
puede ayudar a comprender... En fin, la misericordia de Dios intervendrá quizás para que todo el
mundo quede satisfecho y cada
uno comprenda lo que pueda, puesto que el que habla dice también lo que puede. ¿Quién puede
decir las cosas de Dios tal como son? Me atrevo a afirmarlo, hermanos míos: quizás el mismo
Juan no dijo lo que es, sino que dijo también lo que pudo, porque no era más que un hombre...
(Juan), que pronunció estas palabras, las recibió él mismo cuando descansaba sobre el pecho del
Señor, de donde bebió lo que luego nos daría a beber a nosotros. Pero son palabras lo que nos
ofreció; tú, a tu vez debes buscar su inteligencia en la fuente de la que bebió el propio Juan.
Quizás objetéis que yo estoy más cerca de vosotros que Dios. Me veis a mí, ciertamente; pero
Dios está soberanamente presente (praesidet) a vuestra conciencia. Prestadme a mí oídos, a él
vuestro corazón. ¡Y que todo quede lleno!1.

LEER POR NUESTRA CUENTA LOS APUNTES DE APOCALIPSIS

Cuerpo Joanico
El cuarto evangelio, el más polémico y debatido de todos los evangelios canónicos. El entusiasmo
que demostraron por él los gnósticos le hizo un flaco servicio: provocó que tardase bastante en
ser admitido por la Iglesia. Fue a finales del siglo II cuando san Ireneo de Lyon se convirtió en
uno de sus mayores abogados. Y es posible que entonces, para darle mayor autoridad, se
propusiese la idea de que su autor, el discípulo amado, era nada menos que Juan, el hijo del
Zebedeo. Pero es una hipótesis que no podemos demostrar ni destruir.

El cuarto evangelio sigue siendo un caballo de batalla. En el año 1997 se ha publicado en


Inglaterra un libro, pretendidamente científico, que propone suprimirlo del canon de los libros
inspirados por su falta de valor histórico y su odio a los judíos.

En este Evangelio podemos encontrar muchos milagros y signos:

 Bodas de Caná  No están en los


 Curación del hijo de un funcionario real Evangelios Sinópticos.
 Curación de un enfermo en la piscina de Betesda
 La multiplicación de los panes
 Jesús se reúne con sus discípulos caminando sobre el mar
 Curación de un ciego de nacimiento
 Resurrección de Lázaro
 Aparición a orillas del lago de Tiberíades (pesca milagrosa)

1
Traducción (libre) de san Agustín, In Johann. evang. I, 1 y 7 (cf. Obras, t. XIII, Madrid 1955, 72ss).
Abordar el estudio de San Juan supone el pasaje a un mundo distinto al de los Sinópticos y San
Pablo. Por de pronto, Pablo y los Sinópticos nos brindan un primer acercamiento a una historia y
obra, a pocos decenios de su cumplimiento en este mundo. Pablo comienza a escribir en el 51
d.C. y los Sinópticos en torno al año 70. El cuatro Evangelio en cambio es el fruto de una
maduración más prolongada. Se propone como fecha probable de composición la última década
del siglo primero, más de medio siglo después de los acontecimientos.
Si bien no negaremos profundidad teológica a un pensamiento tan rico como el de
Pablo, y ni siquiera podemos hacerlo con justicia frente a los Sinópticos, sin embargo, el
mayor tiempo de decantación y el alma profundamente contemplativa del autor del cuarto
Evangelio nos suministran sondeos del misterio de Cristo, que bien pueden decirse
culminantes de todo el NT. No estuvo errada la primera tradición al reservar casi el epíteto
de teólogo a este evangelista.
Por lo mismo, con seguro instinto sobrenatural, la liturgia de la Iglesia acude a las
páginas de San Juan para prolongar su meditación asombrada, frente a los misterios
primordiales en los que se cimenta la fe: Navidad y Pascua. Así, desde el 27 de diciembre
hasta el 12 de enero, la primera lectura es la “lectio continua” de la primera carta de San
Juan y durante siete días también es el cuarto Evangelio el que suministra la proclamación
de las gestas de Cristo. Igualmente, ya desde la cuaresma, a partir de la cuarta semana, la
liturgia toma del Evangelio de San Juan las lecturas que nos introducen en el misterio del
complot de los judíos contra Cristo. Después, a partir de la segunda semana de pascua y
a lo largo de otras seis, es también el cuarto Evangelio el que ocupará la contemplación
del creyente que celebra su fe.
El estilo mismo se presenta diferente en Juan y en Pablo, por ejemplo. Frente al
pensamiento nervioso y entrecortado del último, el primero se presenta solemne,
mayestático, ponderativo de la estructura. Para situarnos en este pluralismo (que no es
oposición sino complementariedad), puede ayudarnos una consideración global de las
líneas que ya están fermentando el AT. “El AT -escribe P. Benoit- está como atravesado
por dos corrientes convergentes, que preparan el advenimiento de Dios entre los hombres.
Una de estas corrientes es el de los intermediarios humanos que se van sublimando poco
a poco desde el plano terrestre e individual hasta el plano divino y colectivo: pienso en el
Rey Mesías, en el Siervo, en el Hijo del hombre; personajes que, bajo la mano de Dios,
se acercan cada vez más a aquel que los acabará llegando a ser Cristo, el Salvador
sufriente, el Hijo por excelencia. La otra corriente es la de los intermediarios divinos que
se van abajando para acercarse a los humanos: estos son precisamente la Palabra y el
Espíritu; la Palabra, que Dios envía sobre la tierra y que corre rápida (Sal 147,15; 107,20),
que se lanza todopoderosa desde el trono real para cumplir la obra de Dios (Sab 18,14-
16; Is 55,10-11); el Espíritu, que él ha retirado del hombre pecador (Gn 6,3), pero que,
por sus profetas, promete devolver para los tiempos mesiánicos (Is 32,15; Ez 36,26-27;
Jl 3,1) y sobre todo al Mesías (Is 11,2).” (“Paulinisme et Johannisme”, en Exégese et
Theologie, París 1968, vol. III, 302-303).
Juan se sitúa con su enfoque más sobre la segunda línea. Mientras los Sinópticos
nos presentan los tanteos, que desde la multitud de opiniones van deslindando lo propio
de la persona de Cristo, que desde el “vecino de Nazaret” van llegando al grito final del
centurión: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15,39);

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