Llamada Universal A La Santidad - Guillaume Derville

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2.

Llamada universal a la santidad


Guillaume Derville
Enero 2013

Cuentan que en una ocasión, san Josemaría Escrivá de Balaguer, después de recordar
este texto de la carta a los Efesios (1, 4): “Elegit nos ante mundi constitutionem ut
essemus sancti et immaculati in conspectu eius”, lo tradujo -por Él mismo nos escogió
antes de la creación del mundo, para ser santos y sin mancha en su presencia-y
enseguida gritó con aquella voz clara y fuerte que le caracterizaba: “Y no hay más 1”.
San Josemaría expresaba así que el meollo del mensaje que debía proclamar era la
llamada universal a la santidad.
Ciertamente, el pueblo de Israel se sabía llamado a la santidad, porque Dios es santo
(cfr. Lv 19, 2). Sin embargo, solo después de siglos se abriría el gran camino, con la
venida del Mesías y la encarnación del Señor. ¿Cuál es el camino?, preguntó el apóstol
Tomás. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida -le respondió Jesús-; nadie va al Padre si
no es a través de mí” (Jn 14, 6). Por el bautismo, todo cristiano está llamado a la
santidad y al apostolado incorporándose a la vida de Cristo: cada uno y todos los
cristianos de todas las épocas. La llamada universal a la santidad, afirmación que es
central en el Evangelio, ilumina toda la vida con una luz decisiva. Fue predicada por san
Josemaría desde el año 1928, no sin una particular gracia de Dios. El Concilio Vaticano
II la proclamó solemnemente: “Todos los fieles, de cualquier estado o condición, son
llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, que es una
forma de santidad que promueve, aun en la sociedad terrena, un nivel de vida más
humano. Para alcanzar esa perfección, los fieles, según la diversa medida de los dones
recibidos de Cristo, siguiendo sus huellas y amoldándose a su imagen, obedeciendo en
todo a la voluntad del Padre, deberán esforzarse para entregarse totalmente a la gloria de
Dios y al servicio del prójimo2”.

1. Solo Dios es santo


“Tu solus Sanctus, tu solus Dominus, tu solus Altissimus, Iesu Christe, cum Sancto
Spiritu: in gloria Dei Patris”: “sólo tú eres Santo, sólo tú Señor, sólo tú Altísimo,
Jesucristo, con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre”. Al proclamar la divinidad
de Jesucristo, el Gloria afirma que solo Dios es santo. En estricto rigor, nadie es santo
mientras está en la tierra, sino que todos estamos en camino hacia esa santidad que Dios
nos quiere comunicar. Jesucristo ha lanzado esta llamada con estas palabras: “Sed
vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48). Recogiendo esa
enseñanza, san Pablo escribe a Timoteo: Dios “quiere que todos los hombres se salven y

1
Este recuerdo de Mons. PEDRO RODRÍGUEZ es corroborado por Notas de una meditación, 8 de febrero de
1959, Archivo General de la Prelatura, biblioteca, P06, II p. 669.
2
CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 40; cfr. nn. 39 y 41; Const. Gaudium et spes,
nn. 35, 38, 48 etc. Recordamos que LG es de 21 de noviembre de 1964.

1
lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tm 2, 4). Perfección, salvación eterna, verdad,
estas palabras reconducen todas a Dios, el único tres veces santo según el máximo
superlativo hebreo (cfr. Is 6, 3). En este sentido, la santidad es una participación en la
vida de Dios. Dios quiere que gocemos de esa santidad. Esto es la obra de Dios, con la
correspondencia personal del hombre: “Ciertamente se trata de un objetivo elevado y
arduo. Pero no me perdáis de vista que el santo no nace: se forja en el continuo juego de
la gracia divina y de la correspondencia humana3”.
En su primera carta a los Tesalonicenses, el escrito más antiguo del Nuevo Testamento,
san Pablo exhorta a aquellos recién convertidos que el Apóstol había empezado a formar
y que sufrían la persecución: “Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1 Ts
4, 3). Semejante afirmación podría asustar. En conformidad con la doctrina paulina (cfr.
Fl 4, 13: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”), san Josemaría, al dibujar este
camino hacia la santidad, enseñó a abandonarse en las manos de Dios, sin complicarse.
Este abandono filial es fundamental. Jesús lo inculcó a sus discípulos de muchas
maneras, por ejemplo con estas palabras encantadoras:
“No estéis preocupados por vuestra vida: qué vais a comer; o por vuestro cuerpo: con
qué os vais a vestir. ¿Es que no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el
vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni siegan, ni almacenan en graneros, y
vuestro Padre celestial las alimenta. ¿Es que no valéis vosotros mucho más que ellas?
¿Quién de vosotros, por mucho que cavile, puede añadir un solo codo a su estatura? Y
sobre el vestir, ¿por qué os preocupáis? Fijaos en los lirios del campo, cómo crecen; no
se fatigan ni hilan, y yo os digo que ni Salomón en toda su gloria pudo vestirse como
uno de ellos. Y si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios la
viste así, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe? Así pues, no andéis preocupados
diciendo: ¿qué vamos a comer, qué vamos a beber, con qué nos vamos a vestir? Por
todas esas cosas se afanan los paganos. Bien sabe vuestro Padre celestial que de todo
eso estáis necesitados. Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas
cosas se os añadirán. Por tanto, no os preocupéis por el mañana, porque el mañana
traerá su propia preocupación. A cada día le basta su contrariedad” (Mt 6, 25-34).
Cuando hacía ejercicios espirituales en Segovia en octubre de 1932, Josemaría, joven
sacerdote, recordó que su confesor le había indicado que se preguntase: “¿Qué grado de
perfección me pide Dios?4”. D. Álvaro del Portillo comenta esta anotación de los
Apuntes Íntimos escribiendo que “el grado de perfección de primera clase, o de segunda,
o de tercera” no es cosa que le importe a san Josemaría. “Lo que quiere es hacer en todo
la Voluntad del Señor, para que el Señor le lleve a ese nivel de perfección que desea
para él: y así, dejándose llevar hasta esa altura -la que sea-, el Padre está contento,
porque cumple con la Voluntad de Dios5”.
Dios “nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa, no en razón de nuestras
obras, sino por su designio y por la gracia que nos fue concedida por medio de Cristo
3
SAN JOSEMARÍA, Amigos de Dios, n. 7.
4
SAN JOSEMARÍA, Apuntes Íntimos, nº 1692 (10 de octubre de 1932), citado por PEDRO RODRÍGUEZ en
Camino, Edición crítico-histórica, Rialp, Madrid 20043, comentario al punto 754, nota 7 p. 865.
5
ÁLVARO DEL PORTILLO, en ibídem.

2
Jesús desde la eternidad” (2 Tm 1, 9). La santidad es participación en la vida misma de
Jesucristo. Al injertarnos en la vida del Hijo de Dios que se encarnó para nuestra
salvación, no solo llegamos a una perfección moral, sino que, a la vez, participamos del
mismo ser de Cristo. Es una realidad ontológica asombrosa que permite a Juan Pablo II
afirmar: “Mediante la gracia recibida en el bautismo el hombre participa del eterno
nacimiento del Hijo del Padre, puesto que se convierte en hijo adoptivo de Dios: hijo en
el Hijo6”.

2. ¿Qué es la santidad?
Benedicto XVI enseña que “la santidad se mide por la estatura que Cristo alcanza en
nosotros, por el grado como, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra
vida según la suya7”. Se puede, por lo tanto, considerar el vocablo “santidad”
aplicándolo a la persona humana según tres perspectivas. Por su participación en la
naturaleza divina, es santa desde su bautismo 8; por su obrar recto, tiene una santidad de
vida o vida moral santa; la santidad, finalmente, se puede ver como una meta, pues
nadie es santo en esta tierra.
Cuando el Señor llamó a sus discípulos a la perfección, no lo hizo de modo vago o
simbólico. No se pueden aguar sus palabras. Antes de decirles “Sed vosotros perfectos”,
les enseñó el amor a los enemigos: “amad a vuestros enemigos y rezad por los que os
persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su
sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos y pecadores” (Mt 5, 44-45). En
estas palabras, encontramos muchas luces. Así, por ejemplo:
- la santidad pide cierta heroicidad en el cumplimiento de las virtudes: amar a los
enemigos significa estar muy cerca de Dios, saber perdonar y desear redimir el mundo;
- la santidad es la plenitud de la caridad, que es la virtud más grande; san Pablo la llama
“la plenitud de la Ley” (Rm 13, 10) y “el vínculo de la perfección” (Col 3, 14). Por
“vínculo”, san Pablo designa lo que une, como los ligamentos del cuerpo, el hilo de un
collar, o una cadena: el amor es el vínculo divino que une a los creyentes y, como dice
el Catecismo, “el ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la
caridad9”. San Josemaría explica así lo que significa la caridad: “Querer alcanzar la
santidad -a pesar de los errores y de las miserias personales, que durarán mientras
vivamos- significa esforzarse, con la gracia de Dios, en vivir la caridad, plenitud de la
ley y vínculo de la perfección. La caridad no es algo abstracto; quiere decir entrega real
y total al servicio de Dios y de todos los hombres; de ese Dios, que nos habla en el
silencio de la oración y en el rumor del mundo; de esos hombres, cuya existencia se
entrecruza con la nuestra10”. Exclamaba san Josemaría: “Qué bien pusieron en práctica
los primeros cristianos esta caridad ardiente, que sobresalía con exceso más allá de las
6
JUAN PABLO II, Homilía, Norcia, 23 de marzo de 1980.
7
BENEDICTO XVI, Audiencia, 13 de abril de 2011.
8
Cfr. CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 40.
9
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 1827.
10
SAN JOSEMARÍA, Conversaciones, n. 62; cfr. ed. crítico-histórica preparada por JOSÉ LUIS ILLANES y
ALFREDO MÉNDIZ, Rialp, Madrid 2012.

3
cimas de la simple solidaridad humana o de la benignidad de carácter. Se amaban entre
sí, dulce y fuertemente, desde el Corazón de Cristo. Un escritor del siglo II, Tertuliano,
nos ha transmitido el comentario de los paganos, conmovidos al contemplar el porte de
los fieles de entonces, tan lleno de atractivo sobrenatural y humano: mirad cómo se
aman (Tertuliano, Apologeticus, 39: PL 1, 471), repetían11”;
- “para que seáis hijos de vuestro Padre”, dice Jesucristo según el texto de Mateo que
estamos comentando: perfección y filiación divina van juntas. En efecto, la santidad no
es otra cosa que la plenitud de la filiación divina. Cuanto más creemos y amamos, tanto
más somos hijos de Dios en Cristo;
La exigencia de una identificación con Cristo pide conocer su vida: “Al abrir el Santo
Evangelio, piensa que lo que allí se narra -obras y dichos de Cristo- no sólo has de
saberlo, sino que has de vivirlo. Todo, cada punto relatado, se ha recogido, detalle a
detalle, para que lo encarnes en las circunstancias concretas de tu existencia. -El Señor
nos ha llamado a los católicos para que le sigamos de cerca y, en ese Texto Santo,
encuentras la Vida de Jesús; pero, además, debes encontrar tu propia vida12”;
- por esto, la santidad es inseparable de la cruz, que es precisamente cumplir la voluntad
de Dios por amor, y conlleva un sufrimiento, sin que falte la alegría.
Por otra parte, Jesucristo ha enseñado el mandamiento del amor. San Juan escribe que
“Nosotros amamos, porque Él nos amó primero. Si alguno dice: «Amo a Dios», y
aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ve,
no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien
ama a Dios, que ame también a su hermano” (1 Jn 4, 19-21). Por esto, la llamada
universal a la santidad es también llamada al apostolado. El fundamento cristológico de
esto es obvio: “No cabe disociar la vida interior y el apostolado, como no es posible
separar en Cristo su ser de Dios-Hombre y su función de Redentor. El Verbo quiso
encarnarse para salvar a los hombres, para hacerlos con Él una sola cosa13”. Santidad y
apostolado son dos caras de la misma moneda. “Señal evidente de que buscas la
santidad es -¡déjame llamarlo así!- el "sano prejuicio psicológico" de pensar
habitualmente en los demás, olvidándote de ti mismo, para acercarles a Dios 14”. En
efecto, enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, “la caridad asegura y purifica nuestra
facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino15”.

3. Don de Dios y lucha ascética


La santidad se construye en el tiempo mediante una lucha exigente. Lo manifiesta san
Pablo con alegría a los filipenses, mediante la imagen del premio en las carreras en el
estadio: “No es que ya lo haya conseguido, o que ya sea perfecto, sino que continúo
11
SAN JOSEMARÍA, Amigos de Dios, n. 225.
12
SAN JOSEMARÍA, Forja, n. 754.
13
SAN JOSEMARÍA, Es Cristo que pasa, 122.
14
SAN JOSEMARÍA, Forja, n. 861.
15
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 1827.

4
esforzándome por ver si lo alcanzo, puesto que yo mismo he sido alcanzado por Cristo
Jesús. Hermanos, yo no pienso haberlo conseguido aún; pero, olvidando lo que queda
atrás, una cosa intento: lanzarme hacia lo que tengo por delante, correr hacia la meta,
para alcanzar el premio al que Dios nos llama desde lo alto por Cristo Jesús” (Fl 3,12-
14). San Josemaría insiste en la tenacidad en esa lucha, hasta el final: “La santidad se
alcanza con el auxilio del Espíritu Santo -que viene a inhabitar en nuestras almas-,
mediante la gracia que se nos concede en los sacramentos, y con una lucha ascética
constante. Hijo mío, no nos hagamos ilusiones: tú y yo -no me cansaré de repetirlo-
tendremos que pelear siempre, siempre, hasta el final de nuestra vida. Así amaremos la
paz, y daremos la paz, y recibiremos el premio eterno16”.
El Catecismo enseña que “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad
sin renuncia y sin combate espiritual (cfr. 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la
ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las
bienaventuranzas: ‘El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo
mediante comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya
conoce’ (S. Gregorio de Nisa, hom. In Cant. 8)17”.
La santidad es, por lo tanto, la obra conjunta de la gracia y de la lucha personal,
sabiendo que siempre la gracia precede, acompaña y sigue nuestros esfuerzos. Se
entiende que san Josemaría haya incluido en las Preces del Opus Dei una oración que
proviene de la liturgia latina; en efecto, la colecta de la Misa del Jueves después de
Ceniza en el Misal de Pablo VI, y que es antigua (está también en el Misal de san Pío V,
y en el Gregoriano), reza: “Actiones nostras, quæsumus Domine, aspirando præveni
and adiuvando prosequere: ut cuncta nostra operatio a te semper incipiat, et per te
cœpta finiatur”: “Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras, para
que nuestro trabajo comience en Ti como en su fuente, y tienda siempre a Ti como a su
fin”.
La prioridad se ha de dar a la acción de Dios. Glosando las palabras “Opus Dei”, el
cardenal Joseph Ratzinger subrayaba que Dios había actuado a través de san Josemaría.
Reflexionando entonces sobre la santidad, afirmaba:
“En esta perspectiva se comprende mejor qué significa santidad y vocación
universal a la santidad. Conociendo un poco la historia de los santos, sabiendo que
en los procesos de canonización se busca la virtud “heroica” podemos tener, casi
inevitablemente, un concepto equivocado de la santidad porque tendemos a
pensar: “esto no es para mí”; “yo no me siento capaz de practicar virtudes
heroicas”; “es un ideal demasiado alto para mí”. En ese caso la santidad estaría
reservada para algunos “grandes” de quienes vemos sus imágenes en los altares y
que son muy diferentes a nosotros, normales pecadores. Esa sería una idea
totalmente equivocada de la santidad, una concepción errónea que ha sido
corregida – y esto me parece un punto central- precisamente por Josemaría
Escrivá.

16
SAN JOSEMARÍA, Forja, n. 429.
17
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 2015.

5
Virtud heroica no quiere decir que el santo sea una especie de “gimnasta” de la
santidad, que realiza unos ejercicios inasequibles para las personas normales.
Quiere decir, por el contrario, que en la vida de un hombre se revela la presencia
de Dios, y queda más patente todo lo que el hombre no es capaz de hacer por sí
mismo. Quizá, en el fondo, se trate de una cuestión terminológica, porque el
adjetivo “heroico” ha sido con frecuencia mal interpretado. Virtud heroica no
significa exactamente que uno hace cosas grandes por sí mismo, sino que en su
vida aparecen realidades que no ha hecho él, porque él sólo ha estado disponible
para dejar que Dios actuara. Con otras palabras, ser santo no es otra cosa que
hablar con Dios como un amigo habla con el amigo. Esto es la santidad.
Ser santo no comporta ser superior a los demás; por el contrario, el santo puede
ser muy débil, y contar con numerosos errores en su vida. La santidad es el
contacto profundo con Dios: es hacerse amigo de Dios, dejar obrar al Otro, el
Único que puede hacer realmente que este mundo sea bueno y feliz. Cuando
Josemaría Escrivá habla de que todos los hombres estamos llamados a ser santos,
me parece que en el fondo está refiriéndose a su personal experiencia, porque
nunca hizo por sí mismo cosas increíbles, sino que se limitó a dejar obrar a Dios.
Y por eso ha nacido una gran renovación, una fuerza de bien en el mundo, aunque
permanezcan presentes todas las debilidades humanas.
Verdaderamente todos somos capaces, todos estamos llamados a abrirnos a esa
amistad con Dios, a no soltarnos de sus manos, a no cansarnos de volver y
retornar al Señor hablando con Él como se habla con un amigo sabiendo, con
certeza, que el Señor es el verdadero amigo de todos, también de todos los que no
son capaces de hacer por sí mismos cosas grandes18”.
La santidad se alcanza con la ayuda de Dios “y con una lucha ascética constante 19”,
enseñó siempre san Josemaría. Habla de la “lucha interior20” para subrayar que es una
lucha contra sí mismo: contra las tentaciones, contra el pecado; a la vez, es la lucha
llena de confianza de un hijo de Dios. Por esto, siempre se debe luchar por amor:
“Cumples un plan de vida exigente: madrugas, haces oración, frecuentas los
Sacramentos, trabajas o estudias mucho, eres sobrio, te mortificas..., ¡pero notas que te
falta algo! Lleva a tu diálogo con Dios esta consideración: como la santidad -la lucha
para alcanzarla- es la plenitud de la caridad, has de revisar tu amor a Dios y, por El, a
los demás. Quizá descubrirás entonces, escondidos en tu alma, grandes defectos, contra
los que ni siquiera luchabas: no eres buen hijo, buen hermano, buen compañero, buen
amigo, buen colega; y, como amas desordenadamente "tu santidad", eres envidioso. Te
"sacrificas" en muchos detalles "personales": por eso estás apegado a tu yo, a tu persona
y, en el fondo, no vives para Dios ni para los demás: sólo para ti21”.

18
JOSEPH RATZINGER, Dejar obrar a Dios, artículo publicado en L'Osservatore Romano, con ocasión de
la canonización de Josemaría Escrivá, 6 de octubre de 2002.
19
SAN JOSEMARÍA, Forja, n. 429.
20
Cfr. SAN JOSEMARÍA, Camino, cap. Lucha interior, nn. 707-733; Es Cristo que pasa, Homilía La lucha
interior, nn. 73-82.
21
SAN JOSEMARÍA, Surco, n. 739.

6
Por lo tanto esta lucha es una lucha positiva para quedar muy cerca de Dios, y para
crecer en virtudes, haciendo fructificar los talentos que nos ha dado. San Josemaría
invitaba a poner al servicio de los demás las facultades que Dios nos ha concedido, a
ayudarlos con todos nuestros talentos: con el genio, con las cualidades científicas,
literarias, artísticas, deportivas. Decía que, con defectos que tendremos siempre, hemos
de hacernos santos.
Dios puede hacernos santos y a la vez cuenta con el tiempo para todo, pues nos toca
ejercer libremente nuestra responsabilidad: Dios quiere que le amemos con plena
libertad. San Josemaría fue llamado por Juan Pablo II “el santo de lo ordinario” porque
ha proclamado la llamada a la santidad en medio del mundo: para “Monsieur tout le
monde”, podríamos decir empleando esta expresión francesa, u otra: “les gens de la
rue”, la gente de la calle. Podríamos añadir que el fundador del Opus Dei invitó a
descubrir el sentido vocacional de la existencia. Cada persona tiene una vocación, ha de
recorrer un camino que Dios dibuja contando con su colaboración; cada uno construye
su vocación, también cuando no es consciente de esta realidad y no ha tomado un
compromiso formal en este sentido. Esa vocación es a la vez luz y fuerza para ir
adelante. El que fue durante decenios secretario de Juan Pablo II cuenta de este papa:
“Un día le oí murmurar a voz baja: Opus Dei – donum Dei, que, en polaco, se puede
expresar con un juego de palabras: dany zadany, lo que significa que “‘los dones son al
mismo tiempo tareas’22”. En realidad, cualquier cosa que haga el bautizado se hace por
Jesucristo nuestro Señor, como reza la liturgia.

4. En medio del mundo


San Josemaría escribió en una carta sobre la misión sobrenatural del Opus Dei: “Hemos
venido a decir, con la humildad de quien se sabe pecador y poca cosa –homo peccator
sum [es decir: soy un hombre pecador] (Lc 5, 8)- pero con la fe de quien se deja guiar
por la mano de Dios, que la santidad no es cosa para privilegiados: que a todos nos
llama el Señor, que de todos espera Amor: de todos, estén donde estén; de todos,
cualquiera que sea su estado, su profesión, o oficio. Porque esa vida corriente, ordinaria,
sin apariencia, puede ser medio de santidad: no es necesario abandonar el propio estado
en el mundo, para buscar a Dios, si el Señor no da a un alma la vocación religiosa, ya
que todos los caminos de la tierra pueden ser ocasión de un encuentro con Cristo23”.
San Josemaría ha percibido claramente en su alma esa llamada universal a la santidad y
la misión suya de difundirla. Proclama que la perfección puede alcanzarse en el propio
estado: la radicalidad de la vida cristiana, total, sin fisura, hasta el heroísmo. No se trata
de llegar a la santidad en circunstancias excepcionales, sino de modo habitual y
ordinario. Así lo expresó el cardenal Joseph Ratzinger al comentar, en 1993, unas
palabras de san Josemaría sobre los años de vida escondida de Jesús en Nazareth:

22
Cardenal STANISLAW DZIWISZ, Dono e compito, en Pontificia Università della Santa Croce. Dono e
compito: 25 anni di attività, Silvana Editoriale, Milano 2010, 94.
23
SAN JOSEMARÍA, Carta 24-III-1930, 2, cit. en ANDRÉS VÁZQUEZ DE PRADA, El fundador del Opus Dei,
I. ¡Señor, que vea!, Rialp, Madrid 1997, 300.

7
“Dos consecuencias se desprenden de esta consideración de la vida de Jesús, del
misterio profundo de la realidad de un Dios que no sólo se ha hecho hombre, sino
que ha asumido la condición humana, haciéndose en todo igual a nosotros, excepto
en el pecado (cfr. Hb 4,15). Ante todo la llamada universal a la santidad, a cuya
proclamación el beato Josemaría contribuyó notablemente, como recordaba Juan
Pablo II en su solemne homilía durante la Misa de beatificación. Pero también, para
dar consistencia a esta llamada, el reconocimiento de que a la santidad se llega, bajo
la acción del Espíritu Santo, a través de la vida cotidiana. La santidad consiste en
esto: en vivir la vida cotidiana con la mirada fija en Dios; en plasmar nuestras
acciones a la luz del Evangelio y del espíritu de la fe. Toda una comprensión
teológica del mundo y de la historia deriva de este núcleo, como atestiguan, de
modo preciso e incisivo, muchos textos del beato Escrivá.
«Este mundo nuestro —proclamaba en una homilía— es bueno, porque salió bueno
de las manos de Dios. Fue la ofensa de Adán, el pecado de la soberbia humana, el
que rompió la armonía divina de lo creado. Pero Dios Padre, cuando llegó la
plenitud de los tiempos, envió a su Hijo Unigénito, que —por obra del Espíritu
Santo— tomó carne en María siempre Virgen, para restablecer la paz, para que,
redimiendo al hombre del pecado, adoptionem filiorum reciperemus (Gal 4,5),
fuéramos constituidos hijos de Dios, capaces de participar en la intimidad divina:
para que así fuera concedido a este hombre nuevo, a esta nueva rama de los hijos de
Dios (cfr. Rm 6,4-5), liberar el universo entero del desorden, restaurando todas las
cosas en Cristo (cfr. Ef 1,9-10), que las ha reconciliado con Dios (cfr. Col 1,20)»
(Es Cristo que pasa, n. 183).
En este espléndido texto, las grandes verdades de la fe cristiana (el amor infinito de
Dios Padre, la bondad originaria de la creación, la obra redentora de Cristo Jesús, la
filiación divina, la identificación del cristiano con Cristo...) son traídas a colación
con el fin de iluminar la vida del cristiano y, más en particular, la vida del cristiano
que vive en medio del mundo, empeñado en las múltiples y complejas ocupaciones
seculares. Las perspectivas dogmáticas de fondo se proyectan sobre la existencia
concreta, y esta, a su vez, impulsa a considerar de nuevo, con una preocupación
inédita, el conjunto del mensaje cristiano; de esta suerte, se produce un movimiento
en espiral, que implica y sostiene a la reflexión teológica24”.
Para caminar hacia la santidad, no se necesita otra consagración que las del bautismo y
de la confirmación, como afirma san Josemaría. “Apóstol es el cristiano que se siente
injertado en Cristo, identificado con Cristo, por el Bautismo; habilitado para luchar por
Cristo, por la Confirmación; llamado a servir a Dios con su acción en el mundo, por el
sacerdocio común de los fieles, que confiere una cierta participación en el sacerdocio de
Cristo, que -siendo esencialmente distinta de aquella que constituye el sacerdocio
ministerial- capacita para tomar parte en el culto de la Iglesia, y para ayudar a los
hombres en su camino hacia Dios, con el testimonio de la palabra y del ejemplo, con la
24
JOSEPH RATZINGER, Mensaje inaugural en el Simposio Teológico “Santidad y Mundo”, sobre el
fundador del Opus Dei. Simposio Teológico organizado por la Facultad de Teología del Ateneo Romano
de la Santa Cruz (hoy Pontificia Universidad de la Santa Cruz), del 12 al 14 de octubre de 1993.

8
oración y con la expiación25”. En efecto, explica el fundador del Opus Dei, “la
específica participación del laico en la misión de la Iglesia consiste precisamente en
santificar ab intra [es decir: desde el interior] –de manera inmediata y directa– las
realidades seculares, el orden temporal, el mundo26”.
Los sacerdotes tiene el sacerdocio común de los fieles y, además, el sacerdocio
ministerial: han de servir a sus hermanos en la fe para ayudarles a responder a la
llamada a la santidad y al apostolado, y lo hacen especialmente mediante la predicación
de la Palabra de Dios y la celebración de los sacramentos: en particular, la Eucaristía,
sacramento al cual se ordenan todos los demás, y que es “el centro y la raíz de la vida
espiritual del cristiano27”. San Josemaría hace esta pregunta retórica, al pronunciar una
homilía que llegó a ser famosa: “¿Qué son los sacramentos -huellas de la Encarnación
del Verbo, como afirmaron los antiguos- sino la más clara manifestación de este camino,
que Dios ha elegido para santificarnos y llevarnos al Cielo? ¿No veis que cada
sacramento es el amor de Dios, con toda su fuerza creadora y redentora, que se nos da
sirviéndose de medios materiales? ¿Qué es esta Eucaristía –ya inminente- sino el
Cuerpo y la Sangre adorables de nuestro Redentor, que se nos ofrece a través de la
humilde materia de este mundo -vino y pan-, a través de los elementos de la naturaleza,
cultivados por el hombre, como el último Concilio Ecuménico ha querido recordar? (cfr.
Gaudium et Spes, n. 38)28”. La Eucaristía nos lleva a tener una vida de amor; el
sacramento de la Penitencia, a volver al amor divino que nos limpia, nos perdona, nos
transforma. Santidad y vida sacramental son inseparables. Por esto el Concilio Vaticano
II, al hablar del Pueblo de Dios, después de enumerar los siete sacramentos, concluye:
“Los fieles todos, de cualquier condición y estado que sean, fortalecidos por tantos y tan
poderosos medios, son llamados por Dios cada uno por su camino a la perfección de la
santidad por la que el mismo Padre es perfecto29”.
San Josemaría ha predicado muchas veces sobre los primeros cristianos como fieles
corrientes, casados y célibes, que buscaban la santidad, en todas las actividades de la
tierra. “Si se quiere buscar alguna comparación, la manera más fácil de entender el
Opus Dei es pensar en la vida de los primeros cristianos. Ellos vivían a fondo su
vocación cristiana; buscaban seriamente la perfección a la que estaban llamados por el
hecho, sencillo y sublime, del Bautismo. No se distinguían exteriormente de los demás
ciudadanos”; seguía afirmando que los fieles del Opus Dei “son personas comunes;
desarrollan un trabajo corriente; viven en medio del mundo como lo que son:
ciudadanos cristianos que quieren responder cumplidamente a las exigencias de su fe30”.
En la Carta a Diogneto, un pagano desconocido reflexiona con nobleza sobre lo que
había sido para muchos nada más que una raza abominable de hombres 31, o por lo
25
SAN JOSEMARÍA, Es Cristo que pasa, n. 120.
26
SAN JOSEMARÍA, Conversaciones, n. 9.
27
SAN JOSEMARÍA, Es Cristo que pasa, n. 87. El Decreto Presbyterorum Ordinis emplea esa expresión en
el n. 14, aunque, como es obvio, ese documento lo aplica aquí a los sacerdotes.
28
SAN JOSEMARÍA, Conversaciones, n. 115.
29
CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 11
30
SAN JOSEMARÍA, Conversaciones, n. 24; cfr. ed. crítico-histórica preparada por JOSÉ LUIS ILLANES y
ALFREDO MÉNDIZ, Rialp, Madrid 2012.
31
Cfr. TÁCITO, Annales, 15, 44.

9
menos en sus orígenes una superstición oriental: el cristianismo. El autor, alrededor del
año 150, describe con rectitud lo que observa: “Los cristianos no se distinguen de los
demás hombres ni por su tierra, ni por su habla, ni por sus costumbres. Porque ni
habitan ciudades exclusivas suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de
vida aparte de los demás. […] Habitando ciudades griegas o bárbaras, según la suerte
que a cada uno le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a los
usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor de peculiar conducta,
admirable, y, por confesión de todos, sorprendente. […] Mas, para decirlo brevemente,
lo que es el alma en el cuerpo, eso los cristianos en el mundo32”.
San Josemaría acudía con frecuencia a ese testimonio. Para ilustrar la grandeza de la
vocación cristiana, quiso citar en Amigos de Dios estas otras líneas de la Carta a
Diogneto sobre los primeros cristianos: “Son para el mundo lo que el alma para el
cuerpo. Viven en el mundo, pero no son mundanos, como el alma está en el cuerpo, pero
no es corpórea. Habitan en todos los pueblos, como el alma está en todas las partes del
cuerpo. Actúan por su vida interior sin hacerse notar, como el alma por su esencia...
Viven como peregrinos entre cosas perecederas en la esperanza de la incorruptibilidad
de los cielos, como el alma inmortal vive ahora en una tienda mortal. Se multiplican de
día en día bajo las persecuciones, como el alma se hermosea mortificándose... Y no es
lícito a los cristianos abandonar su misión en el mundo, como al alma no le está
permitido separarse voluntariamente del cuerpo33”.
Hoy día, nadie se atreve a negar de modo frontal la llamada universal a la santidad. Sin
embargo, en la práctica, muchos son los cristianos que remiten al día de mañana, por no
decir al final de su vida, el tomarse en serio la idea de que pueden ser santos; y no pocas
personas, en el fondo, no creen que esto sea posible. San Josemaría era consciente de
esa ignorancia práctica o teórica e insistía en que todos debían tomar conciencia de que
Dios los quería santos en la vida que cada uno debiera vivir: “La santidad: ¡cuántas
veces pronunciamos esa palabra como si fuera un sonido vacío! Para muchos es incluso
un ideal inasequible, un tópico de la ascética, pero no un fin concreto, una realidad viva.
No pensaban de este modo los primeros cristianos, que usaban el nombre de santos para
llamarse entre sí, con toda naturalidad y con gran frecuencia: os saludan todos los
santos (Rm 16, 15), salud a todo santo en Cristo Jesús (Flp 4, 21)34”.

5. El concepto de santidad a lo largo de la historia de la Iglesia


La historia de la Iglesia ha conocido muchas respuestas a la llamada evangélica a la
santidad. Después de los primeros cristianos, en el segundo siglo aparecieron los
eremitas, que iban a combatir al diablo en el desierto. San Antonio Magno, en Egipto,
vuelve también entre los hombres para guiarles en su vida espiritual. El hecho de la
vida en común conoció un gran desarrollo con los monasterios desde el siglo IV. A
finales del siglo V nace san Benito: escribirá, para los monjes de Montecasino, una
32
Epistola ad Diognetum, V, en Padres apostólicos, ed. bilingüe completa, trad. de DANIEL RUIZ BUENO,
Madrid 19936, pp. 850-851.
33
Epistola ad Diognetum, VI, tal como la cita SAN JOSEMARÍA en Amigos de Dios, n. 63.
34
SAN JOSEMARÍA, Es Cristo que pasa, Rialp, Madrid 1973, n. 96.

10
“regla” que prevé que hagan tres promesas delante de todos: “estabilidad, conversión de
sus costumbres y obediencia35”. Hoy por esa Regla se rigen casi todos los monjes de
Occidente, incluidas las más de 20 congregaciones benedictinas actuales.
En el siglo XIII nacieron las primeras órdenes religiosas, con san Francisco de Asís y
santa Clara, y con santo Domingo de Guzmán. El ideal de vida cristiana llegó así a
plasmarse en la renuncia a las cosas de la tierra, que es uno de los elementos que
definen el estado religioso36. Los religiosos, enseña el Concilio Vaticano II, “por la
profesión de los consejos evangélicos han respondido al llamamiento divino para que no
sólo estén muertos al pecado, sino que, renunciando al mundo, vivan únicamente para
Dios37”.
Esa entrega tiene una gran fuerza de arrastre: “los religiosos, fieles a su profesión,
abandonando todas las cosas por Él, sigan a Cristo como lo único necesario 38”. Gracias
al testimonio de los religiosos, dice el beato Juan Pablo II, “la mirada de los fieles es
atraída hacia el misterio del Reino de Dios que ya actúa en la historia, pero espera su
plena realización en el cielo39”. ¡Cuánto bien han hecho, siguen y seguirán haciendo, no
sin una maravillosa Providencia de Dios, tantos religiosos y religiosas en el mundo
entero! Junto con una obra de evangelización auténticamente desinteresada y muchas
veces hasta el martirio, a muchas Órdenes, Congregaciones religiosas y demás
realidades de la vida religiosa se deben gigantes avances en la cultura, por ejemplo en el
arte, en la enseñanza y en las ciencias40, sin contar con la atención a los pobres y a los
enfermos: en Europa, hasta hace pocos decenios eran muchas veces las religiosas
quienes atendían los hospitales, y en algunos lugares su disminución en número se hace
notar cruelmente. Las necesidades de la evangelización originaron, en el siglo XVI,
clérigos regulares, por ejemplo, san Ignacio de Loyola. Con su Introducción a la vita
devota (1609), san Francisco de Sales adoctrina a los que no viven alejados del mundo
para que practiquen la devoción.
Sobre todo desde el siglo XX se ha dado un cierto proceso de acercamiento al mundo
por parte de los religiosos, llegando en ciertos casos a tomar una apariencia similar a la
de los seglares, por su forma de vestir y por trabajar en tareas seculares. Sin embargo,
su estado sigue siendo distinto al de los fieles corrientes. De otra parte, desde 1947
existen también los institutos seculares.
Lo que nos interesa señalar es que los religiosos, con su distinción y apartamiento en un
modo u otro del mundo (realidades compatibles con tantas actividades que llevan a cabo
en el mundo para el bien de la Iglesia y de la sociedad) cumplen por la especificidad de
su estado una santa y fecunda función en la Iglesia: como dice la Constitución
35
SAN BENITO, Regla de los monjes, 58, 17, trad. y ed. Norberto Núñez, osb, Monasterio de Montserrat,
Madrid 2011, 188.
36
Así, por ejemplo, los tres votos de castidad, pobreza y obediencia, que hacen muchos religiosos,
manifiestan un espíritu de renuncia a la concupiscencia de la carne, a las riquezas y a la propia voluntad.
37
CONCILIO VATICANO II, Decr. Perfectae caritatis, n. 5.
38
IBÍDEM.
39
JUAN PABLO II, Exh. Ap. Postsinodal Vita consecrata, 25 de marzo de 1996, n. 1.
40
Cfr. por ejemplo BENEDICTO XVI, Discurso, Encuentro con el mundo de la Cultura en el Collège des
Bernardins, París, 12 de septiembre de 2008: “La base de la cultura de Europa, la búsqueda de Dios y la
disponibilidad para escucharle, sigue siendo aún hoy el fundamento de toda verdadera cultura”.

11
dogmática Lumen gentium, “los religiosos, por su estado, dan un preclaro y eximio
testimonio de que el mundo no puede ser transfigurado ni ofrecido a Dios sin el espíritu
de las bienaventuranzas41”. San Josemaría solía contar cómo la toma de conciencia de
que tenía que ser generoso con Dios estuvo unida al hecho de haber percibido el
sacrificio de un carmelita que iba descalzo sobre la nieve 42. Llevó además a diversas
personas a abrazar la vida religiosa y tuvo muchos amigos religiosos 43, ya desde los
años treinta44, entre ellos algunos fundadores de nuevas instituciones o realidades
eclesiales45, sin contar con el diálogo que tuvo la oportunidad de mantener con
muchos46.
Con la sabiduría de Gamaliel (cfr. Hch 5, 34-39), san Josemaría decía: “Jamás moveré
un dedo para apagar una llama que se encienda en honor de Cristo: no es mi misión. Si
el aceite que arde no es bueno, se apagará sola 47”. Se conserva un manuscrito suyo con
estas palabras: “Una gran misión nuestra es hacer amar a los religiosos 48”. En plena
fidelidad con esta afirmación, el Prelado del Opus Dei en su carta pastoral con ocasión
del “Año de la fe” convocado por Benedicto XVI, exalta el papel de la familia para “que
broten vocaciones de entrega a Dios en el sacerdocio y en las variadísimas realidades
eclesiales, tanto en el ámbito secular como en la vida consagrada 49”. Como no podría ser
de otro modo, la llamada universal a la santidad despierta, entre otras, vocaciones para

41
CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 31.
42
Cfr. ANDRÉS VÁZQUEZ DE PRADA, El fundador del Opus Dei, I. ¡Señor, que vea!, Rialp, Madrid 1997,
96.
43
Cfr. los testimonios firmados por religiosos y religiosas en Testimonios sobre el fundador del Opus Dei,
Rialp, Madrid 1994, 447 p. Cfr. también JOSÉ CARLOS MARTÍN DE LA HOZ, Un amigo de san Josemaría:
José López Ortiz, OSA, obispo e historiador, en “Studia et Documenta” 6 (2012) 67-90; ALDO CAPUCCI,
San Josemaría e il beato Ildefonso Schuster (1948-1954), en “Studia et Documenta” 4 (2010) 215-254.
44
Cfr. por ej. JOSÉ LUIS GONZÁLEZ GULLÓN, Josemaría Escrivá de Balaguer en los años treinta: los
sacerdotes amigos, en “Studia et Documenta” 3 (2009) 41-106.
45
Cfr. por ejemplo Testimonios sobre el fundador del Opus Dei, Rialp, Madrid 1994: testimonios de:
BEATO JOSÉ MARÍA GARCÍA LAHIGUERA (1903-1989), Arzobispo, fundador de las Oblatas de Cristo
Sacerdote (Congregación aprobada en 1950). Otras realidades eclesiales, por ej. Mons. JUAN HERVAS
BENET (1905-1982), con el apoyo del cual nacieron los Cursillos de Cristiandad (1949): “aquel hombre
de Dios [san Josemaría] influyó para alentar una empresa que no era su empresa, y volcó caridad y
comprensión sobre un método de espiritualidad y de apostolado laical que iba por caminos distintos del
suyo” (p. 202) ; vid. al respecto FRANCISCA COLOMER, La relación personal entre san Josemaría Escrivá
de Balaguer y Mons. Juan Hervás a través de sus cartas, en “Studia et Documenta” 4 (2010) 185-213. El
Padre Joseph-Marie Perrin me ha contado personalmente cómo le ayudaron, para su fundación, Mons.
Escrivá de Balaguer y don Álvaro del Portillo.
46
Por ejemplo, solo durante el Concilio Vaticano II, cfr. CARLO PIOPPI, Alcuni incontri di san Josemaría
con personalità ecclesiastiche durante gli anni del Concilio Vaticano II, en “Studia et Documenta” 5
(2011) 165-228.
47
SAN JOSEMARÍA, cit., en ÁLVARO DEL PORTILLO, Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei, realizada
por CESARE CAVALLERI, Rialp, Madrid 1993, cap. 5, p. 82.
48
SAN JOSEMARÍA, Autógrafo, facsímile publicado por la Postulación General del Opus Dei, El beato
Josemaría Escrivá, Fundador del Opus Dei, Roma 1992, p. 117. Se trata del librito que acompañó la
beatificación. Es bonito ver que el milagro aprobado para la beatificación fue la curación de un tumor de
una carmelita, Sor Concepción Bullón Rubio; que el Cardenal Edouard Gagnon, sulpiciano fue el ponente
(1990-1991), siendo Relator de la Causa el P. Ambrogio Eszer, dominico.
49
JAVIER ECHEVARRÍA, Carta pastoral con ocasión del “Año de la fe”, 29 de septiembre de 2012, n. 25,
en www.opusdei.es/art.php?p=50426. Mons. Javier Echevarría vuelve sobre esto en su intervención
durante el Sínodo de Obispos sobre la Nueva evangelización en 2012: cfr. Synodus Episcoporum, Boletín
12, 12 de octubre de 2012, 2-3: “de ese ministerio [el confesonario] florecerán vocaciones para el
seminario y la vida religiosa y vocaciones de buenos padres y madres de familia”.

12
la vida religiosa que, a su vez, contribuyen a difundir cada vez más esa llamada. La vida
religiosa es también promovida por numerosos “movimientos50” y nuevas comunidades
muy variadas, de cuyas aportaciones no es necesario ocuparse aquí. Por otra parte, no es
éste el lugar para describir la ampliación del concepto de “religioso” al de “vida
consagrada”, en una rica diversidad que algunos autores consideran que sigue
moviéndose en torno a la noción de “religioso”51.
Es un hecho, sin embargo, que la proclamación de la llamada universal a la santidad no
siempre ha sido igualmente afirmada, de modo que ha tenido una historia paradójica,
como observa José Luis Illanes: “durante largo tiempo, su reconocimiento ha coexistido
con su oscurecimiento52”. Algunos autores no sacan todas sus consecuencias de la
llamada universal a la santidad, e incluso presentan el estado de los religiosos como el
más elevado. Se habla al respecto de “estado de perfección” o de “estado de consejos”,
en referencia a las virtudes de castidad, pobreza y obediencia o, mejor dicho, a un
determinado modo de practicar esas virtudes, plenamente legítimo, pero que no es el
único válido en orden a la plenitud del ideal cristiano. La realidad es que sería
obviamente un error –opuesto a lo proclamado por el Vaticano II– considerar que la
radicalidad de la vida cristiana se vive solo en las Órdenes y Congregaciones
religiosas53.
Ese ambiente de una cierto obscurecimiento de la llamada a la santidad explica este
punto de Camino: “Tienes obligación de santificarte. —Tú también. —¿Quién piensa
que ésta es labor exclusiva de sacerdotes y religiosos? A todos, sin excepción, dijo el
Señor: «Sed perfectos, como mi Padre Celestial es perfecto» 54”. En la historia de la
Iglesia, la vocación de los religiosos ha conocido sucesivas formas diversas,
desarrollando una capacidad de crecimiento y adaptación que manifiesta su riqueza.
Pero importa señalar con claridad que la Obra no es un eslabón de esa cadena, pues
nace desde el principio con un espíritu esencialmente secular, reflejo esencial de la
presencia “natural” en el mundo. Su antecedente, como san Josemaría señaló muchas
veces, está constituido por la vida sencilla de los primeros cristianos. Sus rasgos
esenciales son la santificación en medio del mundo, en el trabajo, en la familia, en todas
las nobles actividades temporales, con una plena unidad de vida entre lo cristiano y lo
humano y una plena secularidad, actitud espiritual que, como señala José Luis Illanes,

50
Cfr. JOSÉ LUIS GUTIÉRREZ GÓMEZ, La Prelatura del Opus Dei y los movimientos eclesiales. Aspectos
eclesiológicos y canónicos, en http://www.collationes.org/de-documenta-theologica/iure-
canonico/item/436.
51
Cfr. CARLOS JOSÉ ERRÁZURIZ, Corso fondamentale sul diritto nella Chiesa, vol. I, Giuffrè, Milano
2009, pp. 261-275.
52
JOSÉ LUIS ILLANES, Tratado de Teología espiritual, Eunsa, Pamplona 2007, 138.
53
Es uno de los inconvenientes del libro Estados de vida del cristiano de Hans Urs von Balthasar. En
Riflessioni su un’opera di Hans Urs von Balthasar (“Annales Theologici” 21 (2007) 61-100), Paul
O’Callaghan señala algunos aspectos de una reflexión que muestran los límites de la fundamentación
teológica de Balthasar: éstos conciernen el inicio de la humanidad, la identidad de Cristo y de sus
primeros discípulos, la cualidad paradigmática de la vida religiosa, el significado de la obediencia y del
celibato sacerdotal (cfr. http://www.collationes.org/doctrinalia-ductu/themata-actualium/item/199-
riflessioni-su-un%E2%80%99opera-di-hans-urs-von-balthasar).
54
SAN JOSEMARÍA, Camino, 291. Referencias anteriores en PEDRO RODRÍGUEZ en Camino, Edición
crítico-histórica, Rialp, Madrid 20043, comentario al punto 291.

13
afirma a la vez la consistencia y el valor de las cosas temporales nacidas de la Creación
y la apertura del mundo a la trascendencia55.
Desde 1928 el Opus Dei ha venido a recordar a todos los cristianos la llamada
universal a la santidad en medio del mundo; de ahí que a san Josemaría le gustara decir:
“se han abierto los caminos divinos de la tierra 56”. La doctrina que proclamó fue
confirmada por el Concilio Vaticano II (1965), como recordaba el beato Juan Pablo II,
dirigiéndose a unos fieles del Opus Dei durante una homilía en Castelgandolfo:
“Vuestra institución tiene como finalidad la santificación de la vida permaneciendo en el
mundo, en el propio puesto de trabajo y de profesión: vivir el Evangelio en el mundo,
viviendo ciertamente inmersos en el mundo, pero para transformarlo y redimirlo con el
propio amor a Cristo. Realmente es un gran ideal el vuestro, que desde los comienzos se
ha anticipado a esa teología del laicado, que caracterizó después a la Iglesia del Concilio
y del postconcilio […]: vivir unidos a Dios en el mundo, en cualquier situación,
tratando de mejorarse a sí mismos con la ayuda de la gracia y dando a conocer a
Jesucristo con el testimonio de la vida. ¿Y qué hay más bello y más entusiasmante que
este ideal? Vosotros, insertos y mezclados en esta humanidad alegre y dolorosa, queréis
amarla, iluminarla, salvarla57”.

© CRIS, 2013

Bibliografía básica
ERNST BURKHART -JAVIER LÓPEZ, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de
san Josemaría, vol. I, Rialp, Madrid 2010, 198-239.
JOSÉ LUIS ILLANES, Tratado de Teología espiritual, Eunsa, Pamplona 2007, cap.
VI Vida cristiana y llamada a la santidad, 127-153.
PEDRO RODRÍGUEZ, Opus Dei: estructura y misión. Su realidad eclesiológica,
Cristiandad, Madrid 2011, cap. III El Opus Dei en la Iglesia: de la vida a la
misión, 59-84.

55
Cfr. JOSÉ LUIS ILLANES, “Secularidad”, en CÉSAR IZQUIERDO - JUTTA BURGGRAF – FÉLIX Mª
AROCENA (eds.), Diccionario de Teología, Eunsa, Pamplona 2006, pp. 926-932.
56
SAN JOSEMARÍA, Es Cristo que pasa, Rialp, Madrid 1973, 21.
57
JUAN PABLO II, Homilía, Castelgandolfo, 19 de agosto de 1979.

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