La Historia Del Membrillo y Del Batata

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La historia del membrillo y del batata

En mi caso se trata de una antinomia. Una oposición cimentada por apenas disimulados
fastidios y fanatismos discretos, pero fanatismos al fin.

El membrillo es propio de los espíritus más dotados de paciencia, firmeza de carácter, empuje,
decisión, “pocas pulgas” y podríamos decir que también goza de buena y merecida fama en
pasteles y pastafrolas.

El dulce de batata es, sin embargo, mi preferido. Ostenta un brillo y una consistencia que
empalaga pero que me atrae con promesas de satisfacer, vaya a saber qué ansiedades. Luce
como ninguno junto a la feta de queso fresco.

Como decía, el membrillo y el batata, desde siempre dividieron las aguas en mi familia. Y más
tarde, con el correr del tiempo, tengo la certeza de que se buscan y se atraen. En definitiva
tendrán su lugar para siempre en esos espacios cotidianos, chiquitos, en esos metros que
separan la mesada y la heladera, la mesa del comedor y la alacena, el horno y la fuente. En ese
devenir… ellos habitan. Pulseando una controversia, tirando cada uno para su lado, a ver quién
se queda con la razón.

El membrillo y el dulce de batata representan y condensan sensaciones, vivencias, más allá de


lo que puedo recordar. Ignoro mucho de su origen, de su fabricación, de marcas o tipologías. Sé
que alguna vez probé “el batata con chocolate”…y otra, “el batata con cereza”. Y volví sin
explicaciones al auténtico y original. Recuerdo qué feliz me ponía alguna vez que -en osado
gasto- mis padres volvían a casa con una lata resplandeciente de dulce de batata. Y mi mamá
orgullosa nos hablaba de la extraordinaria utilidad de dicha lata….entre las calas del patio,
abajo del bombeador, sosteniendo no sé qué cosa en el lavadero. Otras veces, se quedaba
largas temporadas en la mesada, ascendida a orgulloso molde de torta. Hasta que la humedad y
los cambios de temperatura las volvían manchadas y “feúchas”, las latas se usaban a más no
poder…como en toda buena familia cuidadosa.

El membrillo venía en un cajoncito de madera. Tengo la idea que era más caro. Siempre
fraccionado y severo. Con su color rojizo, su extraordinario sabor sobre una tostada con
manteca.

Todos aprendimos que el amor venía en forma de pastafrola, pastelitos o tostada coronada con
el más apto para el deleite. Que su paso por muestras vidas nos dejó aprendizajes que van más
allá de sabores y texturas. Aprendimos sobre cómo no se tiran las cosas lindas a la basura. Y, si
se puede, se las usa y re usa. Que habrá fanáticos del membrillo y habrá fanáticos del batata.
Que poner contento al otro dándole el dulce que más le gusta, es tan o más bonito que
degustar el preferido por uno.

….Más acá en el tiempo y con la familia ampliada reapareció el membrillo, esta vez con “marca
de origen”. Vino de San Juan. Hubo que reconocerlo al tipo: más rústico que el del almacén,
venía precedido de una frase maravillosa “te lo manda mi abuela” o “este lo hizo mi vieja”. Y yo
lo tomaba entre mis manos como quien toma un pedazo de amor, comprendiendo cabalmente
que en ese cuadrado dulce, muy dulce y pesado venía una parte de la herencia de cuidados,
mimos, consejos, enseñanzas de otras mujeres fuertes y luchadoras.

Eso siempre me emocionó. Me hizo sentir que a través de ese membrillo recibía parte de una
gesta amorosa, de otros paisajes y costumbres y que –benditamente– nos tocaba compartir.

…..Ayer justo me compré un pedazo de dulce de batata. Aunque vino medio seco en una
bandejita del súper, sabía que Gerardo se iba a poner contento cuando al final de la comida le
dijera ¿fruta o queso y dulce? Ahhh! Que fiesta de pronto…cuántos halagos por el gesto y la
atención!

…..Vieron que una cosa trae a la otra no? Bueno, la cosa es que la cosecha de naranjas este año
fue muy generosa y se llenaron la frutera, los 5 canastos de plástico del carrito, un contenedor
nuevo transparente (de esos para guardar vaya a saber qué) y hasta el canasto de mimbre de
los paseos. Ese, el más grande con tapa también se llenó de naranjas rebosantes de vitalidad y
promesas de jugo. Más grandes que la luna, creo.

Y así pasó que mandé un mensaje a la vecina de al lado: “¿les gustan las naranjas? …tengo para
llevarles de la cosecha de la casa”…Y la rápida respuesta de mi vecina. “Siii! …a los nenes les
encantan!”.

Y allí fui. Orgullosa con mi bolsa. Ella me esperaba, sonriente, con un cuadrado de membrillo
precioso…“viene de San Juan...lo hizo mi mamá… ¿les gusta?” me dijo amorosa.

¡Qué feliz me volví a casa con mi membrillo casero!

De madres, de abuelas, de vecinas, de almaceneras, de hijas que se extrañan mucho, de mi


papá que no está hace tanto…de mis hermanos (siempre)…la vida de los dulces de membrillo y
de batata y de tantos objetos cotidianos, tejen con nosotros y entre nosotros el maravilloso
sentido de la VIDA.

Mónica, 21-08-2019

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