Sentencia Corte Suprema de Justicia - La Simulación
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Contenidos
• CONSIDERACIONES
• DECISIÓN
o interpó sita persona del señ or G.G.B., una cuarta (1/4) parte de los predios «La
Ramada» y «Altamira», situados en la vereda La Españ ola de Quimbaya.
4729 de 1995 de la Notaría Segunda de Armenia, en la cual J.G.T. «transfirió
simuladamente y a título de compraventa» a M.J.C. «y haciendo el papel de testaferro
o interpó sita persona del señ or G.G.B., una cuarta (1/4) parte de los predios «La
Ramada» y «Altamira», situados en la vereda La Españ ola de Quimbaya.
2076 de 2001 de la Notaría Segunda de Armenia, con que I.G.V. y M.J.C. englobaron
las fincas «La Ramada» y «Altamira», conservando el ú ltimo nombre y con una
extensió n de ciento treinta y una hectá reas y ocho mil dieciséis metros cuadrados
(131 has, 8016 m²), por las dos declaraciones precedentes. Así como «parcialmente
nulo por resultar afectado con la simulació n» la partició n allí misma convenida
«ú nica y exclusivamente» en lo que tiene que ver con la adjudicació n a J.C. del lote
«Las Mesetas» de ochenta y una hectá reas y nueve mil ciento veintidó s metros
cuadrados (81 has 9122 m²).
1533 de 1996 de la Notaría Segunda de Armenia, «ú nica y exclusivamente» por los
derechos de una cuarta parte que J.V. «transfirió simuladamente y a título de
compraventa» a M.J.C. «y haciendo el papel de testaferro o interpó sita persona del
señ or G.G.B., en el fundo S.J. y una zona contigua a éste, en el paraje de San José en
Montenegro.
329 de 2001 de la Notaría Ú nica de Circasia, mediante el cual M.O.G.T. «transfirió
simuladamente y a título de compraventa» a M.J.C. «y haciendo el papel de testaferro
o interpó sita persona del señ or G.G.B., la oficina 803 del Edificio Cá mara de
Comercio de Armenia.
Como consecuencia de ello, ordenar a M.J.C. «restituir materialmente a los
patrimonios de las sucesiones líquidas» de O.V.E. y G.G.B. esos bienes; así como las
anotaciones pertinentes en las Notarías relacionadas y la Oficina de Registro de
Instrumentos Pú blicos. Adicionalmente, condenar al pago de frutos civiles y
naturales.
Planteó en subsidio de todo lo expuesto «decretar que son relativamente simulados
todos los contratos de compraventa (…) decretando las nulidades parciales de las
escrituras» y «haciendo las demá s ordenaciones consecuentes con esa petició n, tales
como restituciones parciales, reconocimiento, pago de frutos civiles y naturales
proporcionalmente a lo que fuere probado» (fls. 176 al 196, cno. 1).
Sustenta sus aspiraciones en los hechos que a continuació n se compendian (fls. 3 a
6, cno.1):
G.E.G.B. traspasó «simuladamente» a M.J.C., ya directamente o por interpuesta
persona, varios bienes a saber:
De las fincas «La Suiza» y «Pequeñ a Suiza», que estaban a su nombre, dijo venderle
las dos terceras (2/3) partes, reservá ndose el saldo; propiedades que luego
englobaron, para la posterior partició n y adjudicació n de acuerdo a la proporció n
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con que figuraban en títulos, como quedó constando en las escrituras 74 de 1990,
3933 de 1993, 303 y 2332 de 1994, de la Notaría Segunda de Armenia.
Con la colaboració n de su sobrina I.G.G. y la hermana paterna J.G.T., sendas cuotas de
una cuarta (1/4) parte de «La Ramada» y «Altamira», quedando M. con las dos
cuartas (2/4) partes de ambos, que luego de englobarlos y dividirlos con el
propietario de la otra mitad, I.G.V., quedaron representadas en la finca «Las
Mesetas», conforme a los instrumentos 2002 y 4729 de 1995, así como 2076 de
2001, de esa misma Notaría.
Utilizando a J.V., una cuarta (1/4) parte en dos lotes en Montenegro, segú n escritura
1533 de 1996 de la Notaría Segunda de Armenia.
Con la connivencia de la hermana paterna M.O.G.T., la oficina 803 del Edificio
Cá mara de Comercio de Armenia, como consta en la escritura 329 de 2001 de la
Notaría Ú nica de Circasia.
Las ventas se hicieron por un precio «írrito o vil» y, ademá s de que nunca fue
recibido, reflejan que las propiedades en vez de valorizarse se desmejoraron.
Eso si se tiene en cuenta que los doce millones de pesos ($12’000.000) de las cuotas
de «La Suiza» estaban por debajo, en seis millones seiscientos sesenta y ocho mil
pesos ($6’668.000), de los veintiocho millones de pesos ($28’000.000) que un añ o
antes dijo pagar G.G. por la totalidad.
Se fijó en un milló n setecientos ochenta y seis mil pesos ($1’786.000) la enajenació n
de las partes en la «Pequeñ a Suiza», cuando el 23 de enero de 1990 compró el ciento
por ciento (100%) en nueve millones setecientos veintiú n mil pesos ($9’721.000), lo
que da una diferencia proporcional de cuatro millones seiscientos noventa y cuatro
mil seiscientos sesenta y seis pesos con sesenta y seis centavos ($4’694.666,66).
Y la oficina 803, que manifestaron negociar en ocho millones treinta y tres mil pesos
($8’033.000), figura comprada «cinco añ os y nueve meses atrá s» por diez millones
de pesos ($10’000.000).
Era de pú blico conocimiento la solvencia de G.B. y el «círculo familiar y de amigos»
supo que, para lesionar a su esposa O.V.E. y evitar los riesgos de un secuestro,
«desde muchos añ os atrá s acudió a la figura de la simulació n, para poseer la
mayoría de sus bienes en cabeza de testaferros o terceras personas», entre ellas, su
sobrina I.G.G. y las hermanas paternas J. y M.O.G.T..
A pesar de que G. convivió con la có nyuge hasta el fallecimiento de ésta (12 oct.
1999), mantuvo una «unió n marital de hecho» paralela y simultá nea con M.J.C., que
continuó hasta la muerte del compañ ero (21 feb. 2001), transfiriéndole a la ú ltima,
aunque no tenía capacidad econó mica, las propiedades relacionadas y «otros bienes
de fortuna representados en CDT y otros valores».
En uno de los negocios aparentes contó con la colaboració n de J.V., quien murió (2
nov. 1998), por lo que se involucran sus sucesores en la litis.
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por ser ésta la que primero debe liquidarse» es equivocada y se contradice con el
criterio jurisprudencial en ese sentido, segú n CSJ SC 1° mar. 1993, SC 30 oct. 1998,
SC 27 jul. 2000 y SC 5 ago. 2013, puesto que esa acció n no la condicionan los bienes
sobre los que recae o los contratos afectados, ni la naturaleza de los patrimonios a
beneficiarse con la restitució n, pudiendo acudir a ella quienes intervinieron en el
«concilio simulatorio», sus herederos o terceros afectados, esto es, «todo aquel que
tenga un interés jurídico, protegido por la ley, en que prevalezca el acto oculto sobre
lo declarado por las partes en el acto ostensible».
En cuanto a la posibilidad de que los herederos del có nyuge fallecido puedan acudir
a este medio ya se pronunció la Corte, en SC 6 feb. 1973 y SC 30 oct. 1998, ya sea que
obren «iure hereditario o iure proprio», resultando viable sin necesidad de que se
pida «en nombre o en favor de determinada masa de bienes, bajo la consideració n
de ser esa masa la que primeramente debe liquidarse en el proceso de sucesió n del
respectivo causante y, por lo tanto, llamada a enriquecerse con una eventual
restitució n de los bienes», solo si se acredita que es «titular de un derecho visible y
presente que no puede ser ejercido a plenitud mientras no se remueva la apariencia
del acto contrato que le impide o estorba dicho ejercicio», que recae sobre «todos
los bienes que conforman masa sucesoral que, desde luego, puede estar integrada
por bienes sociales».
Incluso no interesa a qué patrimonio ingresarían los activos, por ser un aspecto
consecuencial «que nada tiene que ver con la legitimació n en la causa» y debe
definir el juez al declarar la simulació n, pudiendo obviar incluso lo que se indique en
el libelo «atendiendo, especialmente, razones de analogía que regulan casos
semejantes» por no estar legislado el tema, como se dijo en SC 6 feb. 1973.
El sentenciador le impuso así al accionante satisfacer un requisito innecesario en la
legitimació n en la causa por activa, siendo suficiente para el heredero, ya fuera que
obrara «iure hereditario, o iure proprio» afirmar que en esa condició n sufre un
perjuicio «pues mientras se mantenga la apariencia de dichos contratos, se le impide
el ejercicio de sus derechos sobre los bienes relictos de sus padres, que realmente
no salieron de sus patrimonios».
Ni siquiera era perentorio pedir para la sociedad conyugal, bajo el supuesto de que
debe liquidarse primero para luego realizar la sucesió n de la esposa fallecida, siendo
que «cuando la disolució n de ésta, se produce como consecuencia de la muerte de
uno de los có nyuges o de ambos, su liquidació n se practica conjuntamente con la
sucesió n de éste o de éstos, formando una sola masa patrimonial sobre la cual el
heredero tiene derechos universales», al tenor del artículo 1008 del Có digo Civil,
por lo que es suficiente buscar que los bienes afectados con la simulació n «así sean
sociales, regresen a la respectiva sucesió n de su causante, para que sea el juez de la
sucesió n quien determine si se trata de bienes sociales o no» y así se entendió en CSJ
SC 21 oct. 1954, «con apoyo en los artículos 1821 del Có digo Civil, 586 y numeral 2°
del artículo 600 del Có digo de Procedimiento Civil».
También erró el fallador al estimar que tampoco existía legitimació n frente a los
convenios aparentes realizados por interpuestas personas, al no extenderse las
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pretensiones a los títulos por los cuales figuran comprando, «pues la ubicació n de
estos compradores dentro del marco negocial "(...) no tiene otro sentido que el de
una auténtica farsa en que, a pesar de ella, todos entienden que quien realmente
estipula es la persona que de la simulació n se sirve para que su identidad quede
entre sombras (...)"», por lo que de desvirtuarse «la negociació n entre el testaferro y
el adquirente, el bien materia del contrato simulado debe volver a la persona que se
vale de la simulació n, quien es quien realmente ha contratado, es decir, a la sucesió n
de G.G.B.» a pesar de que no se involucraran los instrumentos extrañ ados.
CONSIDERACIONES
Á .G.V., actuando para las sucesiones de sus progenitores y en calidad de heredero
reconocido de ambos, solicitó la declaratoria de simulació n de las escrituras por
medio de las cuales su padre G.G.B. dejó varios bienes que le pertenecían a nombre
de M.J.C., algunos de los cuales le transfirió él directamente y otros con la
colaboració n de terceros, hasta luego de que aquel falleció .
El Tribunal revocó la sentencia estimatoria de primer grado, para absolver a los
contradictores de todas las pretensiones al faltar legitimació n en la causa por activa,
ya que el gestor no dijo obrar para la sociedad conyugal de O.V. y G.G. sino para las
sucesiones ilíquidas de ellos, lo que no era posible sin dilucidar lo relacionado con
los bienes que conformaban la anterior.
Ademá s, porque en lo que se refiere a las transferencias por intermediarios, como
no se incluyeron los títulos precedentes que radicaba en ellos el dominio, de
retrotraerse las negociaciones ingresarían al patrimonio de I.G.G., J.G.T. y J.V., mas no
al de los causantes.
El censor cuestiona el juicio jurídico del fallador toda vez que para la prosperidad de
sus pedimentos no era imprescindible anunciar que reclamaba para la sociedad
conyugal, siendo suficiente la condició n que desde un comienzo invocó y resultando
intrascendente, por demá s, que dejara fuera de la discusió n la forma en que se hizo
figurar en un comienzo como dueñ as a las personas de que se sirvieron para ciertos
actos fraudulentos.
Siempre que se endilga la infracció n frontal de normas sustanciales, es labor del
recurrente demostrar có mo se produjo el desvío del juzgador, ya sea al pasar por
alto las que gobiernan el caso, basarse en las que le son ajenas o, a pesar de acertar
en la elecció n, darles una lectura que no corresponde; eso sí, con prescindencia de
discusiones probatorias y fá cticas que se entienden superadas.
Al respecto la Corte en SC 15 nov. 2012, rad. 2008-00322, citada en SC10561-2014,
señ aló que
[e]l ataque contra la sentencia del ad quem, cuando se invoca la violació n directa de
la ley sustancial, requiere de la aceptació n de todos los hechos que en ella se
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tuvieron por probados y sin que se pueda exteriorizar inconformidad con los
medios de convicció n obrantes en el plenario, toda vez que la labor argumentativa
del censor só lo puede estar orientada a descubrir los falsos juicios sobre las normas
materiales que regulan el caso, ya sea por falta de aplicació n, al no haberlas tenido
en cuenta; por aplicació n indebida, al incurrir en un error de selecció n que deriva en
darles efectos respecto de situaciones no contempladas; o cuando se acierta en su
escogencia pero se le da un alcance que no tienen, presentá ndose una interpretació n
erró nea (…) Corresponde, por ende, a una causal de pleno derecho, encaminada a
develar una lesió n producida durante el proceso intelectivo que realiza el fallador,
por acció n u omisió n, en la labor de escogencia y exégesis de la regulació n que
considera aplicable, con un resultado ajeno al querer del legislador.
Si bien las escrituras pú blicas que se otorgan para perfeccionar acuerdos de
voluntades son medios de prueba de las obligaciones que de ellas emanan, no
siempre su contenido es fiel reflejo del querer de los pactantes, ya sea por el
propó sito de distorsionar la realidad de lo convenido o al hacer aparecer como
cierto lo que en puridad no sucedió .
Por esto la jurisprudencia de la Corte, con base en el artículo 1766 del Có digo Civil,
desarrolló la teoría de la «simulació n de los contratos» en virtud de la cual, quien se
vea seriamente lesionado con el negocio aparente, tiene acció n para que salga a la
luz su verdadero alcance, con el fin de que desaparezca la fachada que impide hacer
efectivos los derechos del afectado.
No se trata, pues, de una discusió n sobre la validez del acuerdo por la presencia de
vicios que afecten su perfeccionamiento, sino de un medio tendiente a que se revele
la esencia de lo que resulta ajeno a la realidad, ya sea por mera suposició n o por
desfiguració n.
Así lo recordó en CSJ SC9072-2014 al precisar que
[l]o usual en los contratos escritos es que lo consignado en ellos corresponda al
querer de los pactantes, sirviendo como un registro de los deberes y derechos
recíprocos convenidos, a má s de un medio idó neo para hacerlos valer (…) No
obstante lo anterior, casos hay en que las estipulaciones expresadas disfrazan la
voluntad de los intervinientes. Es así como la Corte ha desarrollado la figura de la
simulació n, con base en el artículo 1766 del Có digo Civil, diferenciá ndola en dos
clases: De un lado la relativa, que sucede cuando a un acuerdo se le da un aspecto
contrario al real, por ejemplo si se hace pasar por una venta lo que es una donació n.
Por otra parte la absoluta, en el evento de que no exista ningú n á nimo obligacional
entre los actores, verbi gratia si se aparenta una insolvencia para afrontar reveses
econó micos.
Incluso en CSJ SC 30 oct. 1998, rad. 4920, se puntualizó que la naturaleza de la
«acció n de simulació n» es
(…) meramente declarativa encaminada a obtener el reconocimiento de una
situació n jurídica determinada que causa una amenaza a los intereses del actor,
quien, en ese orden de ideas, busca ponerse a salvo de la apariencia negocial, sin
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motivo legal de disolució n de aquella (artículos 152 y 1820-1° del Có digo Civil) y,
precisamente por ello, son sus herederos quienes, iure proprio, adquieren a partir
de ese momento -jamá s antes-, y por efecto del régimen econó mico-matrimonial
consagrado en la Ley 28 de 1932, interés jurídico para demandar la simulació n de
los actos celebrados por el otro có nyuge; desde luego que los herederos tienen
derecho a que se establezca cuá les son los bienes gananciales que le corresponden a
su causante y que a su vez conforman la herencia que se les ha deferido, entre los
que necesariamente se deben incluir aquellos bienes sociales que fueron adquiridos
durante el matrimonio y respecto de los cuales no dispuso de manera verdadera o
cierta el có nyuge supérstite, facultad esta de disposició n que puede controvertirse
mediante la acció n de simulació n cuando, fingiendo un negocio, se acomoda un bien
ganancial al margen, aparentemente, del haber social (…) Por consiguiente, la acció n
que ejercen no la derivan de su causante, sino que emerge del perjuicio que para
ellos representa el negocio simulado; es decir, que su interés nace de modo
semejante al que surge para cualquier tercero, en cuanto ha de tenérseles como
titulares de una situació n jurídica que en su contenido econó mico resulta afectada
en la medida en que se conserven las transferencias patrimoniales que tuvieron su
causa en el negocio simulado.
Cuando surge para el có nyuge o sus herederos el derecho de accionar, como ocurre
si se disuelve el vínculo por la muerte o cualquier otra causa, ello conlleva la
posibilidad de revertir todas las negociaciones ficticias realizadas antes o después
de ese hecho, que por obvias razones afectan la conformació n del activo social, en
virtud de lo estipulado en el artículo 1793 del Có digo Civil, en virtud del cual «se
reputan adquiridos durante la sociedad los bienes que durante ella debieron
adquirirse por uno de los có nyuges, y que de hecho no se adquirieron sino después
de disuelta la sociedad, por no haberse tenido noticia de ellos, o por haberse
embargado injustamente su adquisició n o goce».
Quiere decir que así una operació n traslaticia de dominio se lleve a cabo por el
titular antes de que pierda vigencia la comunidad universal de bienes que nace con
las nupcias, no queda blindada de cuestionamientos posteriores sobre su verdadero
alcance, por el mero hecho de que para llevarla a cabo no se requiera de la
aquiescencia de la pareja.
En esos términos se pronunció la sala en SC 30 oct. 2007, rad. 2001-00200-01, al
resaltar que la legitimació n para demandar la simulació n desde el momento mismo
de la disolució n comprende
(…) las transacciones realizadas por uno de los consortes en vigencia de la sociedad
conyugal, esto es antes de su disolució n, tendiente a reintegrar el patrimonio social,
cuando uno de ellos de manera ficticia o fraudulenta ha celebrado un contrato para
sacar un bien que hace parte del haber social. El condicionamiento de que no le
asiste a la có nyuge legitimació n por activa para demandar la simulació n absoluta
“porque en el momento en que se hizo la venta, no se había iniciado proceso de
disolució n y liquidació n de sociedad conyugal” es inaceptable y equivocado.
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Que durante los ú ltimos veinte (20) añ os de vida de G.G.B. sostuvo una relació n
afectiva permanente con M.J.C..
Que se pidió la declaratoria de nulidad absoluta de estas escrituras:
74 de 15 de enero de 1990, 3933 de 8 de octubre de 1993, 303 de 24 de enero de
1994 y 2332 de 18 de mayo de 1994, otorgadas en la Notaría Segunda de Armenia.
Las dos (2) primeras en las que G.G.B. dijo vender a M.J.C. las dos terceras (2/3)
partes en las fincas «La Suiza» y «Pequeñ a Suiza». En las restantes englobaron
ambos predios para su posterior fraccionamiento y reparto, para acabar con la
proindivisió n.
2002 de 28 de abril de 1995, 4729 de 24 de octubre de 1995 y 2076 de 8 de junio de
2001, de la misma Notaría, relacionadas con los predios «La Ramada» y «Altamira»,
donde, en su orden, I.G.G. y J.G.T. figuran transfiriendo a J.C. una cuarta (1/4) parte
cada una y ésta, a su vez, procede a englobarlos y dividirlos con I.G.V. y dividir en
dos lotes de similar extensió n para finiquitar la comunidad.
1533 de 14 de marzo de 1996, de la Notaría Segunda de Armenia, segú n la cual J.V.
enajenó a M. una cuarta (1/4) parte del fundo S.J. y una zona contigua a éste, en el
paraje de San José en Montenegro.
329 de 28 de marzo de 2001, de la Notaría Ú nica de Circasia, donde M.O.G.T.
traspasó a M.J. la oficina 803 del Edificio Cá mara de Comercio de Armenia.
Que ninguna petició n se hizo frente a estos títulos de adquisició n:
312 del 30 de marzo de 1966 y 1019 del 28 de octubre de 1968, de las Notarías
Tercera y Segunda de Armenia, respectivamente, con los que J.V. se hizo al predio S.J.
y el lote anexo (fl. 68, cno. 1).
2518 de 30 de mayo de 1994, de la Notaría Segunda de Armenia, por medio del cual
I.G.G. y J.G.T., empezaron a figurar como copropietarias de las fincas La Ramada y
Altamira.
2778 del 20 de junio de 1995, de la Notaría Segunda de Armenia, a favor de M.O.G.T.
por la oficina 803 del Edificio Cá mara de Comercio.
Que el ad quem concluyó la falta de legitimació n del promotor en el litigio por dos
razones específicas:
Se demandó «a favor de las sucesiones líquidas» de O.V.E. y G.G.B., la «simulació n
absoluta» de varios contratos, siendo que «la pretensió n solamente podría ser
examinada en tanto ella se formule a favor y beneficio de la sociedad conyugal
constituida por la pareja matrimonial», en lo que se refiere a las trasferencias
hechas por G.B..
En las ventas hechas «por interpó sita persona» se requería declarar «la simulació n
de las adquisiciones que aparecen a nombre de I.G.G., J.G.T. y J.V., puesto que de salir
avante las aspiraciones los bienes retornarían a los patrimonios de estos.
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En el preá mbulo de la determinació n confutada se fijó como regla general del pleito
que el poder conferido facultó pedir «la declaració n de simulació n absoluta, con las
consecuencias que de allí se derivan, sobre los contratos de transferencia de
dominio vertidos en las escrituras pú blicas que dieron pie a la demanda» -negrita
adrede- (fl. 125, cno. 10), procediéndose a solicitar «que el decreto deprecado se
haga a favor de las sucesiones líquidas de los ya dichos decesados: O.V.E. y de G.G.B..
Esa fue la razó n para que atinadamente se concluyera que
[e]n lo que hace relació n a las transferencias efectuadas por interpó sita persona, la
simulació n demandada, para que, si tiene éxito pase al haber de la sociedad
conyugal atrá s mentada, requiere que, a su turno se declare la simulació n de las
adquisiciones que aparecen a nombre de I.G.G., J.G.T. y J.V.; sin embargo, ello no ha
sido objeto de demanda, por lo que si las pretensiones de simulació n elevadas a la
jurisdicció n salieran avantes, el dominio registrado de esos bienes tornaría a
quienes aparecen transfiriéndolo, esto es: I.G.G., J.G.T. y J.V., razones demá s para que
brote silvestre la ilegitimidad en la causa que en esta disputa se ha configurado.
En otras palabras, si se buscaba establecer que eran completamente aparentes las
mutaciones en el dominio de la parte de J.V. en el predio «S.J. y su zona contigua, así
como las cuotas con que figuraban I.G.G. y J.G.T. en los predios «La Ramada» y
«Altamira», con los actos de englobe y divisió n que los siguieron, solo para
sustraerlos del patrimonio de M.J.C., surge de bulto la falta de legitimació n del
promotor en la calidad anunciada.
Toda vez que desde esa ó ptica la propuesta era dejar sin efectos las escrituras 2002
y 4729 de 1995; 1533 de 1996 y 2076 de 2001, todas de la Notaría Segunda de
Armenia, como si nunca hubieran existido, el ú nico resultado sería que las cosas
quedaran como estaban antes de su otorgamiento y la titularidad retornara a los
enajenantes, tal cual lo resaltó el proveído.
Ese resultado, por consiguiente, ningú n beneficio reportaba para el accionante como
heredero de O.V.E. y G.G.B., ya que tanto el patrimonio social de la pareja, como el
individual a distribuir entre sus descendientes, permanecería incó lume, ya que los
bienes de terceros ninguna incidencia tendría en ellos, razó n por la que tampoco se
acredita el interés para actuar.
Desde esa visió n no es de recibo lo que expone el recurrente, en el sentido de que en
esos instrumentos en concreto lo que aconteció fue una «simulació n de cará cter
subjetivo, o sea, la simulació n por interpuesta persona, también conocida con el
nombre de simulació n por "interposició n ficticia de persona"» y por lo tanto era
innecesario incluir los actos por medio de los cuales los terceros involucrados
adquirieron fingidamente, puesto que «declarada la simulació n de la negociació n
entre el testaferro y el adquirente, el bien materia del contrato simulado debe volver
a la persona que se vale de la simulació n, quien es quien realmente ha contratado, es
decir, a la sucesió n de G.G.B..
Esa posició n no concuerda con el enfoque bajo el cual se definió el litigio, ya que si el
objeto era deshacer los contratos por ser totalmente figurados, los alcances de la
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Quedan por tanto sin piso las disquisiciones sobre la legitimació n que asistía a
Á .G.V., como heredero de sus progenitores, para buscar la «simulació n absoluta» de
las escrituras que otorgaron I.G.G., J.G.T. y J.V..
Inclusive cualquier discusió n sobre la procedencia de la «simulació n relativa» frente
a esos instrumentos, en el contorno del pronunciamiento rebatido, no era posible
por la causal de casació n propuesta, ya que los reparos frente a la lectura que se le
dio al libelo son propios de la vía indirecta por error de hecho en la interpretació n
que se le dio a aquel.
Llama la atenció n de la Corte el que, si bien el Tribunal absolvió «a la parte
demandada de todas y cada una de las pretensiones, principales y subsidiarias
elevadas», en la fundamentació n para hacerlo nada se dijo en relació n con la
escritura 329 de 28 de marzo de 2001, de la Notaría Ú nica de Circasia, de venta por
M.O.G.T. a M.J. de la oficina 803 del Edificio Cá mara de Comercio de Armenia, siendo
la ú nica referencia que
(…) la adquisició n de los inmuebles sometidos a este escrutinio tuvo lugar en
vigencia del matrimonio de O.V.E. y G.G.B. y las enajenaciones que se anuncian como
fruto de la comedia elusiva se efectuaron en su totalidad antes del fallecimiento de
la esposa, con excepció n de la oficina de la Cá mara de Comercio que la realizó una
interpó sita persona después de fallecer G.G.B..
Sin embargo, las apreciaciones que se hicieron sobre las otras transferencias en que
aparecían personas diferentes a G.G. le son plenamente predicables.
De todas maneras el censor guardó silencio sobre el particular, fuera de que las
objeciones por falta de consonancia entre lo pedido y lo resuelto corresponden al
segundo motivo de este extraordinario medio de contradicció n.
No obstante que, como se dejó dicho, se excedió el sentenciador al pregonar que
como el heredero no anunció actuar para la sociedad conyugal de sus padres carecía
de legitimació n para reclamar la «simulació n absoluta» de las escrituras 74 de 1990
y 3933 de 1993, de venta de G.G.B. de las dos terceras (2/3) partes en las fincas «La
Suiza» y «Pequeñ a Suiza» a M.J.C., así como 303 y 2332 de 1994, con las que los
comuneros conformaron un solo globo y luego lo fraccionaron, todas ellas otorgadas
en la Notaría Segunda de Armenia, de entrar la Corporació n a pronunciarse en sede
de instancia sobre esos actos en concreto, el resultado sería igual al desestimatorio
que llegó el ad quem.
Esto porque, en primera medida, el aná lisis no se extendería a lo que toca con los
demá s instrumentos objeto del petitum que se encontró atinado, ni daría lugar a
pronunciarse sobre las aspiraciones subsidiarias de que «son relativamente
simulados todos los contratos de compraventa a que hice alusió n», pues, la
apreciació n del Tribunal en el sentido de que lo ordenado tramitar fue la
«simulació n absoluta» no fue objetado, lo que por demá s es acorde con el poder
donde se omite cualquier alusió n a la «simulació n relativa» y se enfatiza que se
confiere para iniciar y llevar
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principio era ella quien tenía capacidad econó mica, pero el esposo fue un excelente
administrador; y que la solidez econó mica evidenciada en las declaraciones de renta
de M. era el reflejo de la de su compañ ero, quien siempre fue «una persona
adinerada».
La defensa de M.J.C., que reitera en la apelació n, se centró en que fue compañ era
permanente de G.G.B. por má s de veinte añ os, tiempo durante el cual desarrollaron
actividades conjuntas encaminadas al incremento de sus patrimonios, sin que en
ningú n momento se buscara defraudar la sociedad conyugal de éste con O.V.E..
Con ese propó sito hizo énfasis en la antigü edad de las transacciones frente a la
ocurrencia del deceso de la esposa; el lapso amplio entre las dos ventas que se le
hicieron; la ausencia de temores de G. frente a un posible secuestro; el monto de los
bienes que este aportó al haber comú n para su liquidació n; la insignificancia de lo
discutido frente a lo que fue distribuido entre padre e hijos; que si bien no contaba
con los mismos recursos de su pareja era una persona productiva con desempeñ o
laboral y de negocios reconocido
Las pruebas recaudadas ofrecen una lectura disímil de lo que de ellas extrajo el
juzgador de primer grado, al concluir que el á nimo de G.G. en ningú n momento fue el
de que los lotes «La Suiza» y «Pequeñ a Suiza» dejaran de pertenecerle.
Muy por el contrario lo que todas ellas en conjunto arrojan es que no solo esa fue su
voluntad, sino que con esa transacció n ninguna mengua se produjo en la posterior
liquidació n de sociedad conyugal que tenía vigente, fuera de que su proceder con
posterioridad a esos actos terminó favoreciendo ostensiblemente a los herederos de
la có nyuge, por la participació n en las gananciales como resultado de la disolució n a
la muerte de aquella.
A pesar de que se tuvieron por establecidos los «vínculos afectivos entre el señ or
G.G.B. y la señ ora M.J.C., con quien cohabitaba», ninguna relevancia se le dio a la
duració n de ese nexo sentimental y los alcances que del mismo pudieran derivarse,
para por el contrario presumir de allí un interés en deteriorar las gananciales que le
llegaran a corresponder a O.V., en vista de que las operaciones se dieron en vida de
ésta.
Bien sabido es que la existencia del matrimonio no impide que surja la unió n marital
de hecho en los términos de la Ley 54 de 1990, solo que mientras la sociedad
conyugal que deriva del vínculo solemne esté vigente, se trunca el camino para que
se generen efectos patrimoniales entre los compañ eros permanentes. Sin embargo,
nada obsta para que en esos eventos se analice la presencia de lo que la
jurisprudencia de la Corte de vieja data ha denominado «sociedad de hecho entre
concubinos», cuya subsistencia se reconoce aú n a la par de la comunidad de bienes a
título universal que cualquiera de ellos o ambos pudiera tener por una relació n
anterior.
Al respecto dijo la Corporació n en SC 24 feb. 2011, rad. 2002-00084-01, que
(…) la preexistencia de una sociedad conyugal, no impide la formació n de la
sociedad de hecho entre “concubinos”, ni su vigencia excluye la posibilidad de otras
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sociedades entre consortes o entre éstos y terceros, las cuales, por supuesto, son
diferentes, por cuanto aquélla surge ex legge por la celebració n del matrimonio y es
universal (…) En cambio, las otras sociedades surgen de actos dispositivos,
negociales o contractuales, aú n de “hecho”, presuponen íntegros los elementos
esenciales del tipo contractual y son de cará cter singular, particular y concreto
(cas.civ. sentencia de 18 de octubre de 1973, CXLVII, 92) … En cualquier caso, tiene
dicho la Corte, "nada impide que una sociedad de hecho, como la formada entre
concubinos, pueda concurrir con otras, civiles o comerciales legalmente
constituidas, toda vez que lo que el legislador enfá ticamente reprime es la
concurrencia de sociedades universales" (cas. civ. sentencia de 29 de septiembre de
2006, exp. 1100131030111999- 01683-01, reiterando las de 27 de junio de 2005,
exp. 7188 y 26 de marzo de 1958) … En tal virtud, la sociedad de hecho pretendida
no es universal, sino singular e integrada de los aportes, bienes obtenidos con la
colaboració n y esfuerzos de la pareja en su consecució n, por lo cual, su liquidació n
comprenderá los “a)… adquiridos con posterioridad a la constitució n del estado
concubinato y a título oneroso, es decir, como fruto del trabajo e industria de los
concubinos. No comprende los bienes que alguno de los concubinos hubiera tenido
antes de asociarse con el otro concubino, o los adquiridos durante el estado de
concubinato a título gratuito (herencias, donaciones). (...) Por este motivo con razó n
ha dicho la Corte que “debe existir un criterio de causalidad entre la asociació n de
hecho y los bienes provenientes de la misma” (G:J: Tomo 42, Pá g.844). b)
Determinados los bienes de la sociedad de hecho es necesario proceder a repartirlos
en dos partes iguales: una para cada concubino”. (Sentencia del 26 de marzo de
1958)
En ese mismo pronunciamiento se recalcó que en dicho «proyecto de vida» no es
irrelevante la sola labor de acompañ amiento o la realizació n de actividades
domésticas por uno de los integrantes de la pareja, sin que sea admisible estimar
que con ello se renuncia a cualquier participació n en el acrecimiento patrimonial
durante el tiempo de convivencia.
Al respecto se dijo que
[e]sta Sala, en consecuencia, acentú a la relevancia singular de la relació n personal o
sentimental como factor de formació n, cohesió n y consolidació n del nú cleo familiar,
así como la particular connotació n de las labores del hogar, domésticas y afectivas,
en las cuales, confluyen usualmente relaciones de cooperació n o colaboració n
conjunta de la pareja para la obtenció n de un patrimonio comú n. Para ser má s
exactos, a juicio de la Corte, el trabajo doméstico y afectivo de uno de los
compañ eros libres, su dedicació n a las labores del hogar, cooperació n y ayuda a las
actividades del otro, constituyen per se un valioso e importante aporte susceptible
de valoració n, la demostració n inequívoca del animus societatis y de la comunidad
singular de bienes, salvo prueba en contrario.
No era, pues, de poca monta lo expuesto por el accionante en el sentido de que G.G.
convivió en «unió n marital de hecho, con la señ ora M.J.C., lo que ésta admitió con la
aclaració n que la cohabitació n fue exclusiva y por má s de veinte añ os, tiempo
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realizando oficios de mujer en la casa, de ama de casa (…) yo sé que ella tuvo un
colegio de niñ os, sé que ella trabajaba allá pero no puedo decir si era dueñ a» (fls. 30
al 33, cno. 4); concordando con R.M.M. que narró «a doñ a M. sí, yo la distingo a ella
por hay (sic) cinco añ os, de vista, que era la señ ora de don G. y una vez pasaban en la
camioneta y me dijo ella es doñ a M. mí señ ora» (fls. 42 al 45, cno. 4).
E.C.S., N.S. de Armenia, relató que «a doñ a M. la conozco, la conocí por intermedio de
don G. como la persona con quien convivía», fuera de que por los hijos de G. supo
que «estaba casado con doñ a O. pero que estaban separados de hecho y que don G.
convivía con doñ a M. y la esposa «vivía bien con la ayuda de sus hijos y entiendo
también que de don G.» (fls. 47 al 52, cno. 4).
J.O.V. contó que «hace muchos añ os conozco a doñ a M., treinta, treinta y cinco añ os,
cuarenta, yo no sé si ella fue profesora de un colegio que había por los lados de
Rellivi (…) Ella tenía un vínculo con el colegio pero no sé si era dueñ a, profesora» y
al inquirírsele si G. y M. «convivieron como marido y mujer durante má s de quince
añ os y hasta la muerte del señ or G. admitió que «sí, ellos vivían juntos» (fl. 56, cno,
4).
Igualmente, en los interrogatorios de parte rendidos por las codemandadas, I.G.G.
resaltó que «aproximadamente la conozco [a M.] desde el añ o 1978, porque ella era
la compañ era sentimental de mi tío y ella era de una familia pobre», adicionalmente
supo que el «9 de mayo de 1991» G. y su hijo C. compraron la finca Arizona a Á .V.G. y
al cuestionarla si como forma de pago hizo que M.J. transfiriera el colegio Cua Cua,
no dudó en que «sí, fue parte de pago de la finca, para comprar la finca Arizona, acá
tengo prueba y aporto en dos folios», en alusió n a la escritura 1332 de 1991 de la
Notaría Segunda de Armenia que anexó en ese acto (fls. 328 al 330, 337 y 338, cno.
4).
M.O. y M.J.G.T., por su parte, coincidieron en que sabían de la existencia de M. «hace
má s o menos 20 añ os (…) en La Ceja» cuando su hermano G. la llevó a presentarla
como su compañ era sentimental, confirmando la versió n sobre la adquisició n de la
finca Arizona y el cumplimiento en el pago con el «Colegio Cua Cua» (fls. 350 al 353,
cno. 4).
En lo ú nico que difieren todas esas declaraciones frente a lo que narraron los
testigos pedidos por M.J., esto es, C.A.M.T., B.L.R., C.T. de V., A.S.D., M.A.S.I., J.C.L.V.,
G.R.P.V. (fls. 4 al 33, cno. 5), es en que estos le reconocen a la compañ era capacidad
econó mica y una participació n activa en los negocios a la par de G..
Quiere decir que vistas en conjunto todas las pruebas, ninguna duda queda sobre la
convivencia de G. y M. como pareja estable por lo menos durante veinte (20) añ os,
que es la duració n en que concuerdan la mayoría de los testigos pedidos por ambos
litigantes; la permanente presencia de J.C. en actividades familiares y sociales donde
se le reconocía como la «señ ora de G.; y que, independientemente de la cantidad de
recursos con que contara al iniciar la relació n, ésta fue una persona activa
laboralmente y estuvo a cargo del «Colegio Cua Cua» desde su inicio en el añ o 1978
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herencia de la ú ltima fueron adquiridos entre 1991 y 1999, cuando lo ló gico desde
tal criterio sería un empobrecimiento en ese tiempo.
En cuanto a que M.J. para cuando «empezó a convivir con el señ or G.G., no tenía
bienes de fortuna» carece de fundamento, si ni siquiera se preocupó el juzgador de
constatar la fecha en que eso pasó y confrontarlo con los títulos de dominio de que
era titular la opositora en 1978, fuera de que subestimó el desempeñ o laboral, tanto
previo como posterior, en entidades pú blicas y el centro de formació n que dirigió .
Las anteriores apreciaciones son suficientes para desvirtuar los indicios extraídos
de las probanzas, lo que indefectiblemente redundaría en idéntica determinació n
absolutoria a la que tomó el Tribunal, pues, no existen elementos demostrativos que
logren derruir el contenido de los instrumentos cuestionados, muy a pesar de que el
accionante tuviera legitimació n para pedir su escrutinio.
El cargo, en consecuencia, no prospera.
Sin costas por la rectificació n doctrinaria, como dispone el inciso final del artículo
375 del Có digo de Procedimiento Civil.
DECISIÓN
En mérito de lo expuesto, la Sala de Casació n Civil de la Corte Suprema de Justicia,
administrando justicia en nombre de la Repú blica y por autoridad de la ley, NO
CASA la sentencia de 28 de noviembre de 2012, proferida por la Sala Civil Familia
Laboral del Tribunal Superior del Distrito Judicial de Armenia, dentro del proceso
ordinario de Á .G.V., en nombre propio y para las herencias ilíquidas de O.V.E. y
G.G.B., contra M.J.C.; J. y M.O.G.T.; I.G.G.; y R.E.Q. de V., como có nyuge supérstite de
J.V., los sucesores determinados de éste, J.H., J.I., B.L., J., M.M., P.A. y C.V.Q., F. y
Á .M.V.M., los menores J.J., V., A.P.V.C., representados por D.C.G., así como sus
herederos indeterminados; al cual fueron vinculados los herederos indeterminados
y determinados de G.G.B., reconociéndose como tales a Esperanza, I. y C.G.V..
Sin costas.
N. y devuélvase
Á LVARO FERNANDO GARCÍA RESTREPO
Presidente de Sala
MARGARITA CABELLO BLANCO
FERNANDO GIRALDO GUTIÉ RREZ
AROLDO WILSON QUIROZ MONSALVO
LUIS ALONSO RICO PUERTA
ARIEL SALAZAR RAMÍREZ
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de las causales de disolució n del artículo 1820 del Có digo Civil, durante su
vigencia existe una discrecionalidad en el manejo y disposició n independiente
de los bienes por quienes la conforman, lo que comporta una dualidad de
haberes que aunque autó nomos tienen repercusiones hacia futuro, cuando
ocurra esa situació n extintiva.
«Ahora bien, el primer motivo de «disolució n de la sociedad conyugal» que
contempla la ley es precisamente la «disolució n del matrimonio», lo que
acontece indefectiblemente por la muerte de uno de los có nyuges tanto para el
matrimonio civil como para el religioso, segú n lo establecen el artículo 152 del
Có digo Civil, modificado por el 5° de la Ley 25 de 1992, y el canon 1141 del
Có digo de Derecho Canó nico.
«Ante el acaecimiento del deceso surge para los herederos de quien fallece un
derecho que les era ajeno, como es reclamar al supérstite por los acuerdos
simulados que, ya sea ejercidos en el interregno de la «libre administració n» o
con posterioridad a esa «disolució n», son completamente lesivos a la
conformació n del activo social.
«Esa acció n les es propia por las repercusiones directas que ese perjuicio les
ocasiona, ya que incide concretamente en lo que pasa a engrosar el «haber de la
sociedad conyugal», la subsiguiente repartició n de gananciales, la
determinació n de la masa herencial y su posterior adjudicació n, todo lo cual se
agota en un solo trá mite notarial o procesal, dependiendo de las circunstancias,
como lo prevén los artículos 586 del Có digo de Procedimiento Civil y 1° del
Decreto Ley 902 de 1988, modificado por el 1° del Decreto 1729 de 1989.
«Por lo tanto, el solo hecho de invocar la calidad de «heredero» lleva implícito
todo lo anterior, sin que sea necesario que se aduzca obrar por o para la
«sociedad conyugal» como requisito imprescindible que legitime adelantar una
acció n de esta naturaleza.
«La Corte en SC 30 oct. 1998, rad. 4920, se pronunció en esos términos cuando
diferenció las dos vías con que cuentan los «herederos del có nyuge fallecido
para demandar la simulació n de los actos del sobreviviente», expresando que
[s]i en vida del có nyuge que luego fallece, el otro dispuso simuladamente de un
bien calificado como ganancial cuando se había disuelto la sociedad conyugal o
estaba en vías de serlo, de acuerdo con las circunstancias explicadas
anteriormente, es evidente, en este caso, que tal motivo de disolució n, anterior
y distinto al de su propia muerte, le otorgaba en vida, legitimació n e interés
para demandar la simulació n de los actos celebrados por su consorte, con el fin
de hacer prevalecer la existencia real de unos bienes, como integrantes del
haber social, sobre su aparente disposició n por el otro có nyuge. No habiendo
ejercido éste la acció n, podrá n hacerlo sus herederos iure hereditario, tomando,
simplemente, el lugar de su causante, lo cual se explica, ademá s, por el cará cter
patrimonial que dicha acció n ostenta.
«Acto seguido añ adió que [s]i en vida del causante, no se presentó ninguna de
las situaciones comentadas, o sea, ni se había disuelto la sociedad conyugal ni
se esperaba que ello ocurriese -en la forma expuesta-, resulta palmar que con
ocasió n de su fallecimiento, emerge un motivo legal de disolució n de aquella
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(artículos 152 y 1820-1° del Có digo Civil) y, precisamente por ello, son sus
herederos quienes, iure proprio, adquieren a partir de ese momento -jamá s
antes-, y por efecto del régimen econó mico-matrimonial consagrado en la Ley
28 de 1932, interés jurídico para demandar la simulació n de los actos
celebrados por el otro có nyuge; desde luego que los herederos tienen derecho a
que se establezca cuá les son los bienes gananciales que le corresponden a su
causante y que a su vez conforman la herencia que se les ha deferido, entre los
que necesariamente se deben incluir aquellos bienes sociales que fueron
adquiridos durante el matrimonio y respecto de los cuales no dispuso de
manera verdadera o cierta el có nyuge supérstite, facultad esta de disposició n
que puede controvertirse mediante la acció n de simulació n cuando, fingiendo
un negocio, se acomoda un bien ganancial al margen, aparentemente, del haber
social (…) Por consiguiente, la acció n que ejercen no la derivan de su causante,
sino que emerge del perjuicio que para ellos representa el negocio simulado; es
decir, que su interés nace de modo semejante al que surge para cualquier
tercero, en cuanto ha de tenérseles como titulares de una situació n jurídica que
en su contenido econó mico resulta afectada en la medida en que se conserven
las transferencias patrimoniales que tuvieron su causa en el negocio simulado.
«(…) Cuando surge para el có nyuge o sus herederos el derecho de accionar,
como ocurre si se disuelve el vínculo por la muerte o cualquier otra causa, ello
conlleva la posibilidad de revertir todas las negociaciones ficticias realizadas
antes o después de ese hecho, que por obvias razones afectan la conformació n
del activo social, en virtud de lo estipulado en el artículo 1793 del Có digo Civil,
en virtud del cual «se reputan adquiridos durante la sociedad los bienes que
durante ella debieron adquirirse por uno de los có nyuges, y que de hecho no se
adquirieron sino después de disuelta la sociedad, por no haberse tenido noticia
de ellos, o por haberse embargado injustamente su adquisició n o goce».
Quiere decir que así una operació n traslaticia de dominio se lleve a cabo por el
titular antes de que pierda vigencia la comunidad universal de bienes que nace
con las nupcias, no queda blindada de cuestionamientos posteriores sobre su
verdadero alcance, por el mero hecho de que para llevarla a cabo no se requiera
de la aquiescencia de la pareja.
En esos términos se pronunció la sala en SC 30 oct. 2007, rad. 2001-00200-01,
al resaltar que la legitimació n para demandar la simulació n desde el momento
mismo de la disolució n comprende (…) las transacciones realizadas por uno de
los consortes en vigencia de la sociedad conyugal, esto es antes de su
disolució n, tendiente a reintegrar el patrimonio social, cuando uno de ellos de
manera ficticia o fraudulenta ha celebrado un contrato para sacar un bien que
hace parte del haber social. El condicionamiento de que no le asiste a la
có nyuge legitimació n por activa para demandar la simulació n absoluta “porque
en el momento en que se hizo la venta, no se había iniciado proceso de
disolució n y liquidació n de sociedad conyugal” es inaceptable y equivocado.
Posició n que reiteró la Corporació n en SC4809-2014, que aunque se refirió a un
caso de mandato oculto es predicable en este evento al referirse a los alcances
de los artículos 1792 y 1793 del Có digo Civil, para precisar que [a]mbos
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Es titular de un real interés quien pretenda obtener la tutela jurídica para que
sus derechos se desembaracen de todo obstá culo opuesto a su desarrollo y
normal ejercicio. Tratá ndose del acto aparente, frecuentemente pueden
resultar afectados los derechos de terceros por la forma jurídica usada, cuando
se oculta el verdadero contenido negocial. Lo normal y cotidiano es que todo
ejercicio de las prerrogativas se muestre de manera diamantina, en su
extensió n, naturaleza y límites, de tal modo que ostente la verdad real; pero
muchas veces los sujetos de derecho no actú an así, sino con el fin de perjudicar
a quienes no han intervenido en el negocio, de tal forma que ocultan la verdad
por vía de un acto de apariencia o de engañ o. En todas estas hipó tesis deviene
necesario autorizar que tales actos sean impugnados por los reales o
eventuales perjudicados.
La Corte, de la mano de F.F. ha sostenido: «“(…) Su acció n se dirige a establecer
la verdad, a poner en claro lo dudoso o equívoco, a destruir la apariencia, y no
tiene por qué apoyarse en la culpabilidad delictuosa del deudor. El ú nico
requisito necesario para ejercer la acció n de simulació n es la existencia de
interés, determinado a veces por el elemento del dañ o y cuya naturaleza y
extensió n son diversas. Porque (…) en la de simulació n resulta el perjuicio de la
incertidumbre y dificultad de hacer valer un derecho subjetivo y, por
consiguiente, de la amenaza de su posible violació n. Ademá s, el elemento del
dañ o en la acció n de simulació n tiene un aspecto má s amplio y multiforme, ya
que no consiste solamente, en una disminució n de la garantía de los acreedores,
sino en cierto peligro de perder un derecho o de no poder utilizar una facultad
legal”» [8].
Es incontrovertible, por consiguiente, en materia de simulació n la doctrina, así
como la jurisprudencia deben reconocer que su ejercicio corresponde a quien
tuviere un interés jurídico tutelable frente al desconocimiento o violació n de un
derecho suyo, así sea consumado o potencial.
En consecuencia, si el integrante que no celebró el contrato es el socio conyugal
o compañ ero, inclusive el concubino de quien sí lo hizo, si la sociedad
econó mica se forma a partir del vínculo meramente consensual o solemne, y si
el negocio jurídico recayó sobre cosa que en términos del artículo 1781 del
Có digo Civil está llamada a componer el haber de la correspondiente sociedad,
ninguna duda hay acerca de que, al primero de los aludidos consortes o
consorcios sí le asiste un interés jurídico tutelable, pues cual miembro de dicha
sociedad patrimonial tiene todo el derecho para que se descubra la verdad
alrededor de un acto semejante.
Por tanto, la Corte se equivoca al perseverar en una posició n carente de raíces
normativas; con mayor razó n, segú n su propias palabras, no convenía «(…)
pasar por alto el interés de orden social que hay en que la verdad brille y las
ficciones y simulaciones no prosperen [y que n]o es dado al juzgador restringir
en su interpretació n las palabras o preceptos legales en forma que de ello se
derive el éxito de aquello (…) que la ley abomina y que marca con el calificativo
de nulo, de absolutamente nulo (…)»[9] –simulado decimos hoy–.
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