Sentencia Corte Suprema de Justicia - La Simulación

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Sentencia de Corte Suprema de Justicia - Sala de Casación Civil nº 63001-31-03-


003-2001-00443-01 de 29 de Agosto de 2016

Fecha de Resolución: 29 de Agosto de 2016


Emisor: Sala de Casació n Civil
Número de Proceso: 63001-31-03-003-2001-00443-01
Número de Providencia: SC11997-2016
Sentido del Fallo: NO CASA
Historial del Caso: Resuelve recurso contra sentencia de Tribunal Superior de
Distrito Judicial de Armenia, Sala Civil-Familia-Laboral, de 28 de Noviembre de 2012
Id. vLex: VLEX-691930501
Link: http://vlex.com/vid/691930501
Resumen

Procedencia: Tribunal Superior Sala Civil - Familia de Armenia


Fuente formal: Có digo Civil art. 152 / Có digo Civil art. 1766 / Có digo Civil art. 1792
/ Có digo Civil art. 1793 / Có digo Civil art. 1820 / Ley 28 de 1932 art. 1 / Ley 25 de
1932 art. 5 / CÓ DIGO CANÓ NICO art. 1141 / Có digo de Procedimiento Civil art.
586 / Decreto Ley 902 de 1988 art. 1 / Decreto 1729 de 1989 art. 1
Asunto: Pretende el demandante la declaratoria de simulació n absoluta de los
contratos de compraventa celebrados por su fallecido padre, que beneficiaron a su
compañ era sentimental. En primera instancia se accede a las pretensiones, decisió n
que es revocada por el Tribunal, que absuelve a los contradictores. Contra dicha
decisió n la demandante interpone recurso de casació n invocando un ú nico cargo
con fundamento en la causal primera por falta de aplicació n de las normas que
tratan de la legitimació n por activa para incoar la acció n de simulació n. La Corte NO
CASA la sentencia, pues pese a la rectificació n doctrinaria sobre la legitimació n al
heredero para demandar la simulació n por los actos de su causante, ello resulta
intrascendente para dar quiebre al fallo impugnado.
Tema: SIMULACIÓ N ABSOLUTA - Legitimació n del heredero para demandar los
actos celebrados en vigencia de la sociedad conyugal por su padre fallecido, en
beneficio de su compañ era extramatrimonial. Rectificació n doctrinaria. Ausencia de
interés jurídico del heredero sobre bienes de terceros atribuidos a su causante.
Sociedad de hecho entre concubinos. Teoría de la simulació n de los contratos.
Reiteració n de las sentencias de 11 de julio de 2014 y 30 de octubre de 1998.
LEGITIMACIÓ N EN LA CAUSA POR ACTIVA. - Del heredero que pretende la
declaració n de simulació n de los negocios jurídicos celebrados en vida por su
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causante. Incidencia de la falta de disolució n de la sociedad conyugal al momento de


la venta simulada y de la manifestació n de obrar por o para dicha comunidad de
bienes. Reiteració n de las sentencias de 22 de mayo de 1963, 20 de mayo de 1987,
30 de octubre 1998, 5 de septiembre de 2001, 30 de octubre de 2007, 22 de abril del
2014 y 07 de abril de 2015. SIMULACIÓ N RELATIVA - Ausencia de interés del
heredero para demandar los actos celebrados por interpuesta persona, atribuidos a
su padre fallecido en beneficio de su compañ era extramatrimonial. Reiteració n de
las sentencias de 24 de septiembre de 2012, 28 se agosto de 2001 y 16 de diciembre
de 2010. SOCIEDAD DE HECHO - Conformada entre concubinos ante la subsistencia
de otra comunidad de bienes a titulo universal. Apreciació n de la comunidad de vida
y la trascendencia en los negocios de la compañ era permanente. Reiteració n de la
sentencia de 24 de febrero de 2011. HEREDERO - Legitimació n para demandar la
simulació n de los negocios jurídicos celebrados en vida por su causante estando
vigente la sociedad conyugal. Interés jurídico sobre los actos celebrados por
interpuesta persona atribuidos a su causante. VIOLACIÓ N DIRECTA DE LA NORMA
SUSTANCIAL - Falta de aplicació n de las normas que tratan sobre la legitimació n en
la causa por activa para incoar la acció n de simulació n frente a los actos celebrados
en vida por su causante. Intrascendencia del yerro. Reiteració n de las sentencias de
15 de noviembre de 2012 y 11 de agosto de 2014.
Jurisprudencia relacionada: Rad: CSJ SC de 30 de octubre de 1998 Rad 4920. |
Tema: simulació n absoluta Rad: CSJ SC de 11 de julio de 2014, Rad 2007-00601-01,
No. de providencia SC 9072-2014 | Tema: simulació n absoluta Rad: CSJ SC de 22 de
mayo de 1963, GJ 102 pá g. 70 | Tema: legitimació n en la causa por activa Rad: CSJ SC
de 20 de mayo de 1987 | Tema: legitimació n en la causa por activa Rad: CSJ SC de 30
de octubre de 1998, Rad 4920 | Tema: legitimació n en la causa por activa Rad: CSJ
SC de 5 de septiembre de 2001, Rad. 5868 | Tema: legitimació n en la causa por
activa Rad: CSJ SC de 30 de octubre de 2007, Rad 2001-00200-01 | Tema:
legitimació n en la causa por activa Rad: CSJ SC4809-2014, 22 de abril de 2014, Rad.
2000-00368-01 | Tema: legitimació n en la causa por activa Rad: CSJ SC 3864-2015, 7
de abril de 2015, Rad 2001-00509-01 | Tema: legitimació n en la causa por activa
Rad: CSJ SC de 24 de septiembre de 2012 Rad 2001-00055-01 | Tema: simulació n
relativa Rad: CSJ SC de 28 de agosto de 2001, Exp. 6673 | Tema: simulació n relativa
Rad: CSJ SC de 16 de diciembre de 2010, Rad. 2005-00181-01 | Tema:
jurisprudencial simulació n relativa Rad: CSJ SC de 24 de febrero de 2011, Rad. 2002-
0084-01 | Tema: sociedad de hecho Rad: CSJ SC 15 de noviembre de 2012, Rad
2008-00322 | Tema: violació n directa de la norma sustancial Rad: CSJ SC10561-
2014, 11 de agosto de 2014 | Tema: violació n directa de la norma sustancial

Texto
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Contenidos
• CONSIDERACIONES
• DECISIÓN

CORTE SUPREMA DE JUSTICIA


SALA DE CASACIÓ N CIVIL
FERNANDO GIRALDO GUTIÉ RREZ
Magistrado Ponente
SC11997-2016
Radicació n n° 63001-31-03-003-2001-00443-01
(Aprobada en sesió n de veinticuatro de mayo de dos mil dieciséis)
Bogotá D.C., veintinueve (29) de agosto de dos mil dieciséis.
Decide la Corte el recurso de casació n interpuesto por el accionante frente a la
sentencia de 28 de noviembre de 2012, proferida por la Sala Civil Familia Laboral
del Tribunal Superior del Distrito Judicial de Armenia, dentro del proceso ordinario
de Á .G.V., en nombre propio y para las herencias ilíquidas de O.V.E. y G.G.B., contra
M.J.C.; J. y M.O.G.T.; I.G.G.; y R.E.Q. de V., como có nyuge supérstite de J.V., los
sucesores determinados de éste, J.H., J.I., B.L., J., M.M., P.A. y C.V.Q., F. y Á .M.V.M., los
menores J.J., V., A.P.V.C., representados por D.C.G., así como sus herederos
indeterminados; al cual fueron vinculados los herederos indeterminados y
determinados de G.G.B., reconociéndose como tales a Esperanza, I. y C.G.V..
I.-EL LITIGIO
El demandante solicitó declarar la nulidad de las siguientes escrituras:
74 de 1990 y 3933 de 1993 de la Notaría Segunda de Armenia, contentivas de las
ventas realizadas por G.G.B. a M.J.C., de las dos terceras (2/3) partes en las fincas «La
Suiza» y «Pequeñ a Suiza», en el corregimiento «El Caimo» en esa misma ciudad, por
ser absolutamente simuladas.
303 de 1994 de la Notaría Segunda de Armenia, donde esas dos personas
englobaron ambos predios para formar uno solo denominado «La Suiza», con una
extensió n de cuarenta y tres hectá reas y cinco mil setecientos once metros
cuadrados (43 has 5711 m²), por resultar afectado con lo anterior.
2332 de 1994 de la Notaría Segunda de Armenia, en el que ellos hicieron la partició n
material, pero ú nicamente en lo que se refiere a la adjudicació n del «literal “a” de la
clá usula tercera (…) a la señ ora J.C., consistente en una finca rural conocida con el
nombre La Suiza», de veintiocho hectá reas un mil quinientos once metros cuadrados
(28 has 1511 m²), por «simulació n absoluta».
2002 de 1995 de la Notaría Segunda de Armenia, donde I.G.G. «transfirió
simuladamente y a título de compraventa» a M.J.C. «y haciendo el papel de testaferro
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o interpó sita persona del señ or G.G.B., una cuarta (1/4) parte de los predios «La
Ramada» y «Altamira», situados en la vereda La Españ ola de Quimbaya.
4729 de 1995 de la Notaría Segunda de Armenia, en la cual J.G.T. «transfirió
simuladamente y a título de compraventa» a M.J.C. «y haciendo el papel de testaferro
o interpó sita persona del señ or G.G.B., una cuarta (1/4) parte de los predios «La
Ramada» y «Altamira», situados en la vereda La Españ ola de Quimbaya.
2076 de 2001 de la Notaría Segunda de Armenia, con que I.G.V. y M.J.C. englobaron
las fincas «La Ramada» y «Altamira», conservando el ú ltimo nombre y con una
extensió n de ciento treinta y una hectá reas y ocho mil dieciséis metros cuadrados
(131 has, 8016 m²), por las dos declaraciones precedentes. Así como «parcialmente
nulo por resultar afectado con la simulació n» la partició n allí misma convenida
«ú nica y exclusivamente» en lo que tiene que ver con la adjudicació n a J.C. del lote
«Las Mesetas» de ochenta y una hectá reas y nueve mil ciento veintidó s metros
cuadrados (81 has 9122 m²).
1533 de 1996 de la Notaría Segunda de Armenia, «ú nica y exclusivamente» por los
derechos de una cuarta parte que J.V. «transfirió simuladamente y a título de
compraventa» a M.J.C. «y haciendo el papel de testaferro o interpó sita persona del
señ or G.G.B., en el fundo S.J. y una zona contigua a éste, en el paraje de San José en
Montenegro.
329 de 2001 de la Notaría Ú nica de Circasia, mediante el cual M.O.G.T. «transfirió
simuladamente y a título de compraventa» a M.J.C. «y haciendo el papel de testaferro
o interpó sita persona del señ or G.G.B., la oficina 803 del Edificio Cá mara de
Comercio de Armenia.
Como consecuencia de ello, ordenar a M.J.C. «restituir materialmente a los
patrimonios de las sucesiones líquidas» de O.V.E. y G.G.B. esos bienes; así como las
anotaciones pertinentes en las Notarías relacionadas y la Oficina de Registro de
Instrumentos Pú blicos. Adicionalmente, condenar al pago de frutos civiles y
naturales.
Planteó en subsidio de todo lo expuesto «decretar que son relativamente simulados
todos los contratos de compraventa (…) decretando las nulidades parciales de las
escrituras» y «haciendo las demá s ordenaciones consecuentes con esa petició n, tales
como restituciones parciales, reconocimiento, pago de frutos civiles y naturales
proporcionalmente a lo que fuere probado» (fls. 176 al 196, cno. 1).
Sustenta sus aspiraciones en los hechos que a continuació n se compendian (fls. 3 a
6, cno.1):
G.E.G.B. traspasó «simuladamente» a M.J.C., ya directamente o por interpuesta
persona, varios bienes a saber:
De las fincas «La Suiza» y «Pequeñ a Suiza», que estaban a su nombre, dijo venderle
las dos terceras (2/3) partes, reservá ndose el saldo; propiedades que luego
englobaron, para la posterior partició n y adjudicació n de acuerdo a la proporció n
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con que figuraban en títulos, como quedó constando en las escrituras 74 de 1990,
3933 de 1993, 303 y 2332 de 1994, de la Notaría Segunda de Armenia.
Con la colaboració n de su sobrina I.G.G. y la hermana paterna J.G.T., sendas cuotas de
una cuarta (1/4) parte de «La Ramada» y «Altamira», quedando M. con las dos
cuartas (2/4) partes de ambos, que luego de englobarlos y dividirlos con el
propietario de la otra mitad, I.G.V., quedaron representadas en la finca «Las
Mesetas», conforme a los instrumentos 2002 y 4729 de 1995, así como 2076 de
2001, de esa misma Notaría.
Utilizando a J.V., una cuarta (1/4) parte en dos lotes en Montenegro, segú n escritura
1533 de 1996 de la Notaría Segunda de Armenia.
Con la connivencia de la hermana paterna M.O.G.T., la oficina 803 del Edificio
Cá mara de Comercio de Armenia, como consta en la escritura 329 de 2001 de la
Notaría Ú nica de Circasia.
Las ventas se hicieron por un precio «írrito o vil» y, ademá s de que nunca fue
recibido, reflejan que las propiedades en vez de valorizarse se desmejoraron.
Eso si se tiene en cuenta que los doce millones de pesos ($12’000.000) de las cuotas
de «La Suiza» estaban por debajo, en seis millones seiscientos sesenta y ocho mil
pesos ($6’668.000), de los veintiocho millones de pesos ($28’000.000) que un añ o
antes dijo pagar G.G. por la totalidad.
Se fijó en un milló n setecientos ochenta y seis mil pesos ($1’786.000) la enajenació n
de las partes en la «Pequeñ a Suiza», cuando el 23 de enero de 1990 compró el ciento
por ciento (100%) en nueve millones setecientos veintiú n mil pesos ($9’721.000), lo
que da una diferencia proporcional de cuatro millones seiscientos noventa y cuatro
mil seiscientos sesenta y seis pesos con sesenta y seis centavos ($4’694.666,66).
Y la oficina 803, que manifestaron negociar en ocho millones treinta y tres mil pesos
($8’033.000), figura comprada «cinco añ os y nueve meses atrá s» por diez millones
de pesos ($10’000.000).
Era de pú blico conocimiento la solvencia de G.B. y el «círculo familiar y de amigos»
supo que, para lesionar a su esposa O.V.E. y evitar los riesgos de un secuestro,
«desde muchos añ os atrá s acudió a la figura de la simulació n, para poseer la
mayoría de sus bienes en cabeza de testaferros o terceras personas», entre ellas, su
sobrina I.G.G. y las hermanas paternas J. y M.O.G.T..
A pesar de que G. convivió con la có nyuge hasta el fallecimiento de ésta (12 oct.
1999), mantuvo una «unió n marital de hecho» paralela y simultá nea con M.J.C., que
continuó hasta la muerte del compañ ero (21 feb. 2001), transfiriéndole a la ú ltima,
aunque no tenía capacidad econó mica, las propiedades relacionadas y «otros bienes
de fortuna representados en CDT y otros valores».
En uno de los negocios aparentes contó con la colaboració n de J.V., quien murió (2
nov. 1998), por lo que se involucran sus sucesores en la litis.
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Con esos comportamientos elusivos se afectaron tanto «los gananciales de su


legítima esposa» como «los derechos herenciales» de los cuatro (4) hijos de dicha
relació n, esto es, Á ., C., I. y E.G.V., luego del fallecimiento de ambos padres.
Los demandados se pronunciaron así:
M.J.C. se opuso y excepcionó «capacidad econó mica de la demandada. Veracidad de
las transacciones», «inexistencia de fraude a la sociedad conyugal y a los herederos»,
«distribució n de los bienes por los socios de la sociedad conyugal», «inexistencia de
causa o razó n para que el señ or G.G. se despojara de sus bienes», «los negocios
jurídicos de englobamiento y partició n material de bienes por parte de G.G. y M.J.» y
«el crecimiento econó mico de G.G.B. en la ejecució n de la sociedad de hecho que
tenía formada con la señ ora M. (sic) J.C.» (fls. 415 al 439, cno. 1).
I.G.G., J. y M.O.G.T. guardaron silencio.
R.H.Q. de V., J.H. y J.I.V.Q., así como Blanca Lilia, J. y M.M.V.Q., contestaron sin
resistirse (fls. 300, 301, 455 y 456, cno. 1).
La curadora ad litem de P.A. y C.V.Q.; F. y Á .M.V.M.; J.J., V. y A.P.V.C.; y los herederos
indeterminados de J.V.; dijo atenerse a lo demostrado (fls. 509 al 514, cno. 1).
El Juzgado Tercero Civil del Circuito de Armenia accedió a la «simulació n absoluta»
planteada y reconoció frutos por quinientos quince millones quinientos cinco mil
cien pesos ($515’505.100), a ser pagados dentro de los quince días siguientes a la
ejecutoria de la sentencia (9 dic. 2012), fls. 900 al 944, cno. 1.
El superior revocó la determinació n del a quo, al desatar la alzada de M.J.C., y
absolvió a los contradictores de «todas y cada una de las pretensiones, principales y
subsidiarias» (28 nov. 2012), fls. 105 al 130, cno. 10.
II.-FUNDAMENTOS DEL FALLO IMPUGNADO
Se analiza de entrada si existe legitimació n en la causa en el promotor ya que
«denota vulnerabilidad», lo que puede revisarse de oficio y es materia de
inconformidad de la apelante.
En este conflicto se confirió poder para que «pida a favor del suscriptor y para las
sucesiones líquidas de O.V.E. y de G.G.B., la declaració n de simulació n absoluta, con
las consecuencias que de ahí se derivan» y en el libelo «pide que el decreto
deprecado se haga a favor de las sucesiones líquidas de los ya dichos decesados (…),
dejando de lado la petició n a favor del poderdante».
Se concreta allí el primer inconveniente, pues, «la masa herencial» en la sucesió n de
O.V.E. queda conformada «por sus bienes propios y aquellos que le hubieren
correspondido por los gananciales adquiridos en vigencia del matrimonio», esto es,
desde su celebració n (24 may. 1948) hasta el fallecimiento de la consorte (12 oct.
1999), lo que conlleva la disolució n, y es a partir de ese instante que «emerge el
derecho de los continuadores de los derechos patrimoniales de la causante» para
accionar «en pro de integrar la masa social a distribuir entre quienes fueran
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esposos, para, en seguida, levantar el inventario de los activos y pasivos que


consolidará n el acervo hereditario de la fenecida».
El propó sito del conflicto es que todos los bienes indicados conformen el haber de la
sociedad conyugal, sin que esté decantado si se trataba de bienes propios, lo que no
es «peregrino, atendiendo a que no es regla invulnerable el que los herederos de
cada uno de los integrantes de una pareja matrimonial sean los mismos y en
idéntico nú mero o que coincidan sus asignatarios, legatarios o interesados en sus
sucesiones».
Atendiendo las palabras del gestor, con las transferencias «G.G.B. lesionó seriamente
no solo las gananciales de su legítima esposa O.V.E.» sino los derechos herenciales
de los cuatro hijos comunes en las sucesiones de ambos padres, por lo que respecto
de las ventas que aquel mismo realizó «no se vislumbra legitimidad en la causa por
activa, pues, la pretensió n solamente podría ser examinada en tanto ella se formule
a favor y beneficio de la sociedad conyugal constituida por la pareja matrimonial
formada por O.V.E. y G.G.B..
En lo que respecta a las negociaciones por interpuesta persona, era imprescindible
que se buscara la simulació n de las adquisiciones a nombre de I.G.G., J.G.T. y J.V., lo
que no se hizo y, de prosperar las expectativas frente a dichos bienes, la titularidad
retornaría a esos mismos enajenantes, «razones demá s para que brote silvestre la
ilegitimidad en la causa que en esta disputa se ha configurado».
Como las cosas fueron adquiridas en vigencia del matrimonio de O. y G., dá ndose los
traspasos «en su totalidad antes del fallecimiento de la esposa, con excepció n de la
oficina de la Cá mara de Comercio que la realizó una interpó sita persona después de
fallecer G.G.B., entonces el rescate perseguido enriquecería «la sociedad conyugal
que surge a la fecha de disolució n» por muerte de uno de los esposos, incurriéndose
en «yerro al enderezar la acció n en su propio favor o de las sucesiones líquidas de
O.V.E. y de G.G.B..
En vista de eso «no se da cita en este episodio la legitimació n en la causa por activa»,
lo que solo conlleva una decisió n desestimatoria.
III.-LA DEMANDA DE CASACIÓ N
El accionante formula un solo ataque por la causal primera del artículo 368 del
Có digo de Procedimiento Civil.
Ú NICO CARGO
Acusa la violació n directa de los artículos 8° de la Ley 153 de 1887; y 1008, 1012,
1013, 1016, 1398, 1766, 1781, 1820 y 1821 del Có digo Civil, por falta de aplicació n.
Estructura el descontento de esta manera:
La conclusió n del Tribunal sobre la falta de legitimació n del heredero que «por
muerte de uno de sus padres o de ambos, impugna de simulados los actos o
contratos mediante los cuales uno de ellos dispone de bienes sociales (…) si dicha
declaració n de simulació n no la pide para o en beneficio de la sociedad conyugal,
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por ser ésta la que primero debe liquidarse» es equivocada y se contradice con el
criterio jurisprudencial en ese sentido, segú n CSJ SC 1° mar. 1993, SC 30 oct. 1998,
SC 27 jul. 2000 y SC 5 ago. 2013, puesto que esa acció n no la condicionan los bienes
sobre los que recae o los contratos afectados, ni la naturaleza de los patrimonios a
beneficiarse con la restitució n, pudiendo acudir a ella quienes intervinieron en el
«concilio simulatorio», sus herederos o terceros afectados, esto es, «todo aquel que
tenga un interés jurídico, protegido por la ley, en que prevalezca el acto oculto sobre
lo declarado por las partes en el acto ostensible».
En cuanto a la posibilidad de que los herederos del có nyuge fallecido puedan acudir
a este medio ya se pronunció la Corte, en SC 6 feb. 1973 y SC 30 oct. 1998, ya sea que
obren «iure hereditario o iure proprio», resultando viable sin necesidad de que se
pida «en nombre o en favor de determinada masa de bienes, bajo la consideració n
de ser esa masa la que primeramente debe liquidarse en el proceso de sucesió n del
respectivo causante y, por lo tanto, llamada a enriquecerse con una eventual
restitució n de los bienes», solo si se acredita que es «titular de un derecho visible y
presente que no puede ser ejercido a plenitud mientras no se remueva la apariencia
del acto contrato que le impide o estorba dicho ejercicio», que recae sobre «todos
los bienes que conforman masa sucesoral que, desde luego, puede estar integrada
por bienes sociales».
Incluso no interesa a qué patrimonio ingresarían los activos, por ser un aspecto
consecuencial «que nada tiene que ver con la legitimació n en la causa» y debe
definir el juez al declarar la simulació n, pudiendo obviar incluso lo que se indique en
el libelo «atendiendo, especialmente, razones de analogía que regulan casos
semejantes» por no estar legislado el tema, como se dijo en SC 6 feb. 1973.
El sentenciador le impuso así al accionante satisfacer un requisito innecesario en la
legitimació n en la causa por activa, siendo suficiente para el heredero, ya fuera que
obrara «iure hereditario, o iure proprio» afirmar que en esa condició n sufre un
perjuicio «pues mientras se mantenga la apariencia de dichos contratos, se le impide
el ejercicio de sus derechos sobre los bienes relictos de sus padres, que realmente
no salieron de sus patrimonios».
Ni siquiera era perentorio pedir para la sociedad conyugal, bajo el supuesto de que
debe liquidarse primero para luego realizar la sucesió n de la esposa fallecida, siendo
que «cuando la disolució n de ésta, se produce como consecuencia de la muerte de
uno de los có nyuges o de ambos, su liquidació n se practica conjuntamente con la
sucesió n de éste o de éstos, formando una sola masa patrimonial sobre la cual el
heredero tiene derechos universales», al tenor del artículo 1008 del Có digo Civil,
por lo que es suficiente buscar que los bienes afectados con la simulació n «así sean
sociales, regresen a la respectiva sucesió n de su causante, para que sea el juez de la
sucesió n quien determine si se trata de bienes sociales o no» y así se entendió en CSJ
SC 21 oct. 1954, «con apoyo en los artículos 1821 del Có digo Civil, 586 y numeral 2°
del artículo 600 del Có digo de Procedimiento Civil».
También erró el fallador al estimar que tampoco existía legitimació n frente a los
convenios aparentes realizados por interpuestas personas, al no extenderse las
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pretensiones a los títulos por los cuales figuran comprando, «pues la ubicació n de
estos compradores dentro del marco negocial "(...) no tiene otro sentido que el de
una auténtica farsa en que, a pesar de ella, todos entienden que quien realmente
estipula es la persona que de la simulació n se sirve para que su identidad quede
entre sombras (...)"», por lo que de desvirtuarse «la negociació n entre el testaferro y
el adquirente, el bien materia del contrato simulado debe volver a la persona que se
vale de la simulació n, quien es quien realmente ha contratado, es decir, a la sucesió n
de G.G.B.» a pesar de que no se involucraran los instrumentos extrañ ados.

CONSIDERACIONES
Á .G.V., actuando para las sucesiones de sus progenitores y en calidad de heredero
reconocido de ambos, solicitó la declaratoria de simulació n de las escrituras por
medio de las cuales su padre G.G.B. dejó varios bienes que le pertenecían a nombre
de M.J.C., algunos de los cuales le transfirió él directamente y otros con la
colaboració n de terceros, hasta luego de que aquel falleció .
El Tribunal revocó la sentencia estimatoria de primer grado, para absolver a los
contradictores de todas las pretensiones al faltar legitimació n en la causa por activa,
ya que el gestor no dijo obrar para la sociedad conyugal de O.V. y G.G. sino para las
sucesiones ilíquidas de ellos, lo que no era posible sin dilucidar lo relacionado con
los bienes que conformaban la anterior.
Ademá s, porque en lo que se refiere a las transferencias por intermediarios, como
no se incluyeron los títulos precedentes que radicaba en ellos el dominio, de
retrotraerse las negociaciones ingresarían al patrimonio de I.G.G., J.G.T. y J.V., mas no
al de los causantes.
El censor cuestiona el juicio jurídico del fallador toda vez que para la prosperidad de
sus pedimentos no era imprescindible anunciar que reclamaba para la sociedad
conyugal, siendo suficiente la condició n que desde un comienzo invocó y resultando
intrascendente, por demá s, que dejara fuera de la discusió n la forma en que se hizo
figurar en un comienzo como dueñ as a las personas de que se sirvieron para ciertos
actos fraudulentos.
Siempre que se endilga la infracció n frontal de normas sustanciales, es labor del
recurrente demostrar có mo se produjo el desvío del juzgador, ya sea al pasar por
alto las que gobiernan el caso, basarse en las que le son ajenas o, a pesar de acertar
en la elecció n, darles una lectura que no corresponde; eso sí, con prescindencia de
discusiones probatorias y fá cticas que se entienden superadas.
Al respecto la Corte en SC 15 nov. 2012, rad. 2008-00322, citada en SC10561-2014,
señ aló que
[e]l ataque contra la sentencia del ad quem, cuando se invoca la violació n directa de
la ley sustancial, requiere de la aceptació n de todos los hechos que en ella se
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tuvieron por probados y sin que se pueda exteriorizar inconformidad con los
medios de convicció n obrantes en el plenario, toda vez que la labor argumentativa
del censor só lo puede estar orientada a descubrir los falsos juicios sobre las normas
materiales que regulan el caso, ya sea por falta de aplicació n, al no haberlas tenido
en cuenta; por aplicació n indebida, al incurrir en un error de selecció n que deriva en
darles efectos respecto de situaciones no contempladas; o cuando se acierta en su
escogencia pero se le da un alcance que no tienen, presentá ndose una interpretació n
erró nea (…) Corresponde, por ende, a una causal de pleno derecho, encaminada a
develar una lesió n producida durante el proceso intelectivo que realiza el fallador,
por acció n u omisió n, en la labor de escogencia y exégesis de la regulació n que
considera aplicable, con un resultado ajeno al querer del legislador.
Si bien las escrituras pú blicas que se otorgan para perfeccionar acuerdos de
voluntades son medios de prueba de las obligaciones que de ellas emanan, no
siempre su contenido es fiel reflejo del querer de los pactantes, ya sea por el
propó sito de distorsionar la realidad de lo convenido o al hacer aparecer como
cierto lo que en puridad no sucedió .
Por esto la jurisprudencia de la Corte, con base en el artículo 1766 del Có digo Civil,
desarrolló la teoría de la «simulació n de los contratos» en virtud de la cual, quien se
vea seriamente lesionado con el negocio aparente, tiene acció n para que salga a la
luz su verdadero alcance, con el fin de que desaparezca la fachada que impide hacer
efectivos los derechos del afectado.
No se trata, pues, de una discusió n sobre la validez del acuerdo por la presencia de
vicios que afecten su perfeccionamiento, sino de un medio tendiente a que se revele
la esencia de lo que resulta ajeno a la realidad, ya sea por mera suposició n o por
desfiguració n.
Así lo recordó en CSJ SC9072-2014 al precisar que
[l]o usual en los contratos escritos es que lo consignado en ellos corresponda al
querer de los pactantes, sirviendo como un registro de los deberes y derechos
recíprocos convenidos, a má s de un medio idó neo para hacerlos valer (…) No
obstante lo anterior, casos hay en que las estipulaciones expresadas disfrazan la
voluntad de los intervinientes. Es así como la Corte ha desarrollado la figura de la
simulació n, con base en el artículo 1766 del Có digo Civil, diferenciá ndola en dos
clases: De un lado la relativa, que sucede cuando a un acuerdo se le da un aspecto
contrario al real, por ejemplo si se hace pasar por una venta lo que es una donació n.
Por otra parte la absoluta, en el evento de que no exista ningú n á nimo obligacional
entre los actores, verbi gratia si se aparenta una insolvencia para afrontar reveses
econó micos.
Incluso en CSJ SC 30 oct. 1998, rad. 4920, se puntualizó que la naturaleza de la
«acció n de simulació n» es
(…) meramente declarativa encaminada a obtener el reconocimiento de una
situació n jurídica determinada que causa una amenaza a los intereses del actor,
quien, en ese orden de ideas, busca ponerse a salvo de la apariencia negocial, sin
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que, subsecuentemente, su ejercicio apareje un juicio negativo a la validez del


contrato, esto es, que en virtud de que la simulació n no presupone, per se, la
existencia de una anomalía contractual, la aludida acció n no puede concebirse como
un instrumento destinado a demostrar la existencia de un vicio de los contratos,
puesto que el fingimiento negocial, lejos de tener ese talante, es, simplemente, una
forma especial de concertar los actos jurídicos, vale decir, “una modalidad de
contratació n conforme a la cual se permite conservar una situació n jurídica que las
partes no quieren ver modificada en nada - simulació n absoluta -, o se oculta otra
realmente modificativa de una situació n anterior -simulació n relativa-, acordá ndose
emplear para ello un mecanismo que consciente y deliberadamente permite
disfrazar la voluntad real de los estipulantes, bien sea haciendo aparecer algo que
ninguna realidad tiene, o que la tiene pero distinta” (G.J. No. 2455 pá g. 249). En ese
orden de ideas, la acció n de simulació n o de prevalencia, como también se le ha dado
en llamar, no se endereza a deshacer una determinada relació n jurídica
preexistente, sino a que se constate su verdadera naturaleza o, en su caso, la falta de
realidad que se esconde bajo esa falsa apariencia.
La habilitació n para buscar que se descorra el velo con el que se cubre una
negociació n, que se insiste no es el resultado de un convenio imperfecto sino
maquillado, no la tiene cualquier persona sino, como se memoró en CSJ SC3864-
2015,
(…) aquel que exhiba “un interés jurídico, serio y actual, que no es otra cosa que la
titularidad de un derecho cierto cuyo ejercicio se halle impedido o perturbado por el
acto ostensible, que por ser fingido su declaració n de simulació n se reclama (G.J.
CXCVI, 2° semestre, pá g. 23). De manera, que en términos generales el interés se
pregona de las propias partes; de los terceros que por fungir de acreedores de los
contratantes eventualmente se ven lesionados, y del có nyuge, respecto de los actos
jurídicos celebrados por el otro, bajo las pautas, desde luego, del régimen econó mico
del matrimonio, previsto por la ley 28 de 1932…” (CSJ SC de 5 de septiembre de
2001, Rad. 5868).
Con esa posibilidad cuentan el esposo o esposa que ve lesionado sus intereses en la
composició n del haber social, en virtud del régimen de participació n en gananciales
consecuencial al matrimonio. Tal facultad, sin embargo, no es ilimitada si se tiene en
cuenta que, como dispone el artículo 1° de la Ley 28 de 1932,
[d]urante el matrimonio cada uno de los có nyuges tiene la libre administració n y
disposició n tanto de los bienes que le pertenezcan al momento de contraerse el
matrimonio o que hubiere aportado a él, como de los demá s que por cualquier causa
hubiere adquirido o adquiera; pero a la disolució n del matrimonio o en cualquier
otro evento en que conforme al Có digo Civil deba liquidarse la sociedad conyugal, se
considerará que los có nyuges han tenido esta sociedad desde la celebració n del
matrimonio, y en consecuencia se procederá a su liquidació n
Desde esa perspectiva, si bien la duració n de la «sociedad conyugal» va desde el
instante mismo en que se contraen nupcias hasta la configuració n de alguna de las
causales de disolució n del artículo 1820 del Có digo Civil, durante su vigencia existe
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una discrecionalidad en el manejo y disposició n independiente de los bienes por


quienes la conforman, lo que comporta una dualidad de haberes que aunque
autó nomos tienen repercusiones hacia futuro, cuando ocurra esa situació n extintiva.
Ahora bien, el primer motivo de «disolució n de la sociedad conyugal» que
contempla la ley es precisamente la «disolució n del matrimonio», lo que acontece
indefectiblemente por la muerte de uno de los có nyuges tanto para el matrimonio
civil como para el religioso, segú n lo establecen el artículo 152 del Có digo Civil,
modificado por el 5° de la Ley 25 de 1992, y el canon 1141 del Có digo de Derecho
Canó nico.
Ante el acaecimiento del deceso surge para los herederos de quien fallece un
derecho que les era ajeno, como es reclamar al supérstite por los acuerdos
simulados que, ya sea ejercidos en el interregno de la «libre administració n» o con
posterioridad a esa «disolució n», son completamente lesivos a la conformació n del
activo social.
Esa acció n les es propia por las repercusiones directas que ese perjuicio les
ocasiona, ya que incide concretamente en lo que pasa a engrosar el «haber de la
sociedad conyugal», la subsiguiente repartició n de gananciales, la determinació n de
la masa herencial y su posterior adjudicació n, todo lo cual se agota en un solo
trá mite notarial o procesal, dependiendo de las circunstancias, como lo prevén los
artículos 586 del Có digo de Procedimiento Civil y 1° del Decreto Ley 902 de 1988,
modificado por el 1° del Decreto 1729 de 1989.
Por lo tanto, el solo hecho de invocar la calidad de «heredero» lleva implícito todo lo
anterior, sin que sea necesario que se aduzca obrar por o para la «sociedad
conyugal» como requisito imprescindible que legitime adelantar una acció n de esta
naturaleza.
La Corte en SC 30 oct. 1998, rad. 4920, se pronunció en esos términos cuando
diferenció las dos vías con que cuentan los «herederos del có nyuge fallecido para
demandar la simulació n de los actos del sobreviviente», expresando que
[s]i en vida del có nyuge que luego fallece, el otro dispuso simuladamente de un bien
calificado como ganancial cuando se había disuelto la sociedad conyugal o estaba en
vías de serlo, de acuerdo con las circunstancias explicadas anteriormente, es
evidente, en este caso, que tal motivo de disolució n, anterior y distinto al de su
propia muerte, le otorgaba en vida, legitimació n e interés para demandar la
simulació n de los actos celebrados por su consorte, con el fin de hacer prevalecer la
existencia real de unos bienes, como integrantes del haber social, sobre su aparente
disposició n por el otro có nyuge. No habiendo ejercido éste la acció n, podrá n hacerlo
sus herederos iure hereditario, tomando, simplemente, el lugar de su causante, lo
cual se explica, ademá s, por el cará cter patrimonial que dicha acció n ostenta.
Acto seguido añ adió que
[s]i en vida del causante, no se presentó ninguna de las situaciones comentadas, o
sea, ni se había disuelto la sociedad conyugal ni se esperaba que ello ocurriese -en la
forma expuesta-, resulta palmar que con ocasió n de su fallecimiento, emerge un
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motivo legal de disolució n de aquella (artículos 152 y 1820-1° del Có digo Civil) y,
precisamente por ello, son sus herederos quienes, iure proprio, adquieren a partir
de ese momento -jamá s antes-, y por efecto del régimen econó mico-matrimonial
consagrado en la Ley 28 de 1932, interés jurídico para demandar la simulació n de
los actos celebrados por el otro có nyuge; desde luego que los herederos tienen
derecho a que se establezca cuá les son los bienes gananciales que le corresponden a
su causante y que a su vez conforman la herencia que se les ha deferido, entre los
que necesariamente se deben incluir aquellos bienes sociales que fueron adquiridos
durante el matrimonio y respecto de los cuales no dispuso de manera verdadera o
cierta el có nyuge supérstite, facultad esta de disposició n que puede controvertirse
mediante la acció n de simulació n cuando, fingiendo un negocio, se acomoda un bien
ganancial al margen, aparentemente, del haber social (…) Por consiguiente, la acció n
que ejercen no la derivan de su causante, sino que emerge del perjuicio que para
ellos representa el negocio simulado; es decir, que su interés nace de modo
semejante al que surge para cualquier tercero, en cuanto ha de tenérseles como
titulares de una situació n jurídica que en su contenido econó mico resulta afectada
en la medida en que se conserven las transferencias patrimoniales que tuvieron su
causa en el negocio simulado.
Cuando surge para el có nyuge o sus herederos el derecho de accionar, como ocurre
si se disuelve el vínculo por la muerte o cualquier otra causa, ello conlleva la
posibilidad de revertir todas las negociaciones ficticias realizadas antes o después
de ese hecho, que por obvias razones afectan la conformació n del activo social, en
virtud de lo estipulado en el artículo 1793 del Có digo Civil, en virtud del cual «se
reputan adquiridos durante la sociedad los bienes que durante ella debieron
adquirirse por uno de los có nyuges, y que de hecho no se adquirieron sino después
de disuelta la sociedad, por no haberse tenido noticia de ellos, o por haberse
embargado injustamente su adquisició n o goce».
Quiere decir que así una operació n traslaticia de dominio se lleve a cabo por el
titular antes de que pierda vigencia la comunidad universal de bienes que nace con
las nupcias, no queda blindada de cuestionamientos posteriores sobre su verdadero
alcance, por el mero hecho de que para llevarla a cabo no se requiera de la
aquiescencia de la pareja.
En esos términos se pronunció la sala en SC 30 oct. 2007, rad. 2001-00200-01, al
resaltar que la legitimació n para demandar la simulació n desde el momento mismo
de la disolució n comprende
(…) las transacciones realizadas por uno de los consortes en vigencia de la sociedad
conyugal, esto es antes de su disolució n, tendiente a reintegrar el patrimonio social,
cuando uno de ellos de manera ficticia o fraudulenta ha celebrado un contrato para
sacar un bien que hace parte del haber social. El condicionamiento de que no le
asiste a la có nyuge legitimació n por activa para demandar la simulació n absoluta
“porque en el momento en que se hizo la venta, no se había iniciado proceso de
disolució n y liquidació n de sociedad conyugal” es inaceptable y equivocado.
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Posició n que reiteró la Corporació n en SC4809-2014, que aunque se refirió a un


caso de mandato oculto es predicable en este evento al referirse a los alcances de los
artículos 1792 y 1793 del Có digo Civil, para precisar que
[a]mbos preceptos delimitan temporalmente cuá les componentes econó micos, cuya
titularidad en cabeza de alguno de los esposos está en duda, ameritan de las
instancias procesales para su definició n, con el fin de entrar a conformar el haber
comú n (…) De tal manera que si existe contienda pendiente o latente al momento de
celebrarse el matrimonio, es claro que ninguna incidencia tiene en la sociedad
conyugal que inicia con éste. En sentido contrario, si los hechos que dan lugar al
incremento patrimonial de uno de los esposos suceden con posterioridad al acto de
unió n solemne, nada obsta para que una vez disuelta e incluso liquidada la sociedad
conyugal, se reclame la participació n correspondiente si se materializan con
posterioridad o, incluso, si se adelantan los trá mites pertinentes para su obtenció n
con resultados favorables (…) Cosa muy distinta es que, como lo consagra el artículo
1° de la Ley 28 de 1932, durante la vigencia de la sociedad, cada esposo pueda
administrar y disponer libremente “tanto de los bienes que le pertenezcan al
momento de contraerse matrimonio o que hubiere aportado a él, como de los demá s
que por cualquier causa hubiere adquirido o adquiera”, sin que su compañ ero de
vida tenga margen de discusió n en las decisiones que tome al respecto. Sin embargo,
la misma norma complementa que “a la disolució n del matrimonio o en cualquier
otro evento en que conforme al Có digo Civil deba liquidarse la sociedad conyugal, se
considerará que los có nyuges han tenido esta sociedad desde la celebració n del
matrimonio, y en consecuencia se procederá a su liquidació n” (…) Bajo ese orden de
ideas, el matrimonio no legitima para atacar las transacciones previas a su
celebració n que estén o sean susceptibles de pendencia, pero, respecto de los actos
posteriores, finiquitada la sociedad de bienes con la disolució n, sí se habilita el
camino para obtener una conformació n apropiada de los inventarios y su
distribució n equitativa.
Tienen trascendencia en la determinació n a tomar estos aspectos:
Que G.G.B. y O.V.E. contrajeron matrimonio por los ritos cató licos (24 may. 1948), fl.
3 cno. 1.
Que Á .G.V. fue fruto de ese vínculo (24 abr. 1960), fl. 4, cno 1.
Que O.V. de G. falleció (12 oct. 1999), fl. 2, cno. 1.
Que por medio de la escritura 3627 de 14 de diciembre de 1999, otorgada en la
Notaría Segunda de Armenia, se llevó a cabo la partició n y adjudicació n de bienes
dentro de la liquidació n de sociedad conyugal y de herencia de O.V. de G., donde
intervinieron el có nyuge supérstite G.G.B. y los hijos comunes Á ., C., Esperanza e
I.G.V. (fls. 85 al 120).
Que G.G.B. murió (21 feb. 2001).
Que segú n instrumento pú blico 1353 de 11 de abril de 2001, otorgado en la Notaría
Segunda de Armenia, se liquidó la herencia de G.G.B. entre los legitimarios Á ., C.,
Esperanza e I.G.V., y la cesionaria parcial de estos M.J.C. (fls. 130 al 153, cno. 1).
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Que durante los ú ltimos veinte (20) añ os de vida de G.G.B. sostuvo una relació n
afectiva permanente con M.J.C..
Que se pidió la declaratoria de nulidad absoluta de estas escrituras:
74 de 15 de enero de 1990, 3933 de 8 de octubre de 1993, 303 de 24 de enero de
1994 y 2332 de 18 de mayo de 1994, otorgadas en la Notaría Segunda de Armenia.
Las dos (2) primeras en las que G.G.B. dijo vender a M.J.C. las dos terceras (2/3)
partes en las fincas «La Suiza» y «Pequeñ a Suiza». En las restantes englobaron
ambos predios para su posterior fraccionamiento y reparto, para acabar con la
proindivisió n.
2002 de 28 de abril de 1995, 4729 de 24 de octubre de 1995 y 2076 de 8 de junio de
2001, de la misma Notaría, relacionadas con los predios «La Ramada» y «Altamira»,
donde, en su orden, I.G.G. y J.G.T. figuran transfiriendo a J.C. una cuarta (1/4) parte
cada una y ésta, a su vez, procede a englobarlos y dividirlos con I.G.V. y dividir en
dos lotes de similar extensió n para finiquitar la comunidad.
1533 de 14 de marzo de 1996, de la Notaría Segunda de Armenia, segú n la cual J.V.
enajenó a M. una cuarta (1/4) parte del fundo S.J. y una zona contigua a éste, en el
paraje de San José en Montenegro.
329 de 28 de marzo de 2001, de la Notaría Ú nica de Circasia, donde M.O.G.T.
traspasó a M.J. la oficina 803 del Edificio Cá mara de Comercio de Armenia.
Que ninguna petició n se hizo frente a estos títulos de adquisició n:
312 del 30 de marzo de 1966 y 1019 del 28 de octubre de 1968, de las Notarías
Tercera y Segunda de Armenia, respectivamente, con los que J.V. se hizo al predio S.J.
y el lote anexo (fl. 68, cno. 1).
2518 de 30 de mayo de 1994, de la Notaría Segunda de Armenia, por medio del cual
I.G.G. y J.G.T., empezaron a figurar como copropietarias de las fincas La Ramada y
Altamira.
2778 del 20 de junio de 1995, de la Notaría Segunda de Armenia, a favor de M.O.G.T.
por la oficina 803 del Edificio Cá mara de Comercio.
Que el ad quem concluyó la falta de legitimació n del promotor en el litigio por dos
razones específicas:
Se demandó «a favor de las sucesiones líquidas» de O.V.E. y G.G.B., la «simulació n
absoluta» de varios contratos, siendo que «la pretensió n solamente podría ser
examinada en tanto ella se formule a favor y beneficio de la sociedad conyugal
constituida por la pareja matrimonial», en lo que se refiere a las trasferencias
hechas por G.B..
En las ventas hechas «por interpó sita persona» se requería declarar «la simulació n
de las adquisiciones que aparecen a nombre de I.G.G., J.G.T. y J.V., puesto que de salir
avante las aspiraciones los bienes retornarían a los patrimonios de estos.
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En la sentencia impugnada se incurrió en un equivocado juicio de valor respecto de


la legitimació n en la causa por activa, que sí se tenía frente a algunas de las
negociaciones debatidas, lo que daría lugar a un éxito parcial del ataque.
Pero tal falencia si mucho amerita una rectificació n doctrinaria de la Sala, sin que
haya lugar a casarla, porque en ú ltimas se llegaría a una determinació n idéntica a la
que tomo el Tribunal, revocando lo dispuesto en primera instancia y absolviendo a
los demandados de todas las pretensiones, por estos motivos:
Ningú n reparo encontró el fallador al rango de heredero de Á .G.V. tanto de su madre
O.V.E., como de su padre G.G.B., manifestando desconcierto porque dijo obrar para
las sucesiones de ellos y no para la sociedad conyugal que conformaron en vida.
Fijó bajo ese racero un presupuesto de procedencia que no concibe el artículo 1766
del Có digo Civil, inspirador de la teoría jurisprudencial de la simulació n, como si
ademá s de acreditar la calidad de sucesor, ya a titulo universal o singular, fuera
perentorio invocar fó rmulas adicionales que complementaran tal condició n.
Aceptar dicha exigencia implicaría que, a pesar del interés manifiesto que le asiste
como heredero, éste se diluyera por obra y gracia de la preexistencia de la sociedad
conyugal de quien proviene su derecho, siendo un aspecto complementario a la
sucesió n de donde surge su vocació n para reclamar.
Indistintamente de la participació n que le quepa al accionante en cada uno de los
trá mites de liquidació n a que aludió , lo cierto es que de lograr sus pretensiones
tendría una repercusió n en la asignació n que por ley le corresponde, ya fuera que
coincidiera o no con los restantes legitimarios en ambos asuntos.
Se confundió de esta manera que la eficacia de las aspiraciones del demandante,
amparado en que era hijo de la causante cuyas gananciales resultaban disminuidas
por los convenios aparentes, no dependía de que así lo dijera en el petitum sino del
consecuencial ingreso al patrimonio comú n de los esposos.
Ese proceder desconoció que, como de antañ o tiene dicho la Sala, «el heredero que
defiende su legítima procede iure proprio, y tiene así libertad probatoria sobre el
hecho de la simulació n de actos que menoscaben la parte hereditaria a que está
llamado por ley» (CSJ SC 22 may. 1963, GJ T 102 pá g. 70).
Incluso con tal rigurosidad se pasó por alto que al invocar la doble connotació n de
heredero de O.V.E. y G.E.B., la de éste ú ltimo surgida con posterioridad a la
liquidació n notarial de sociedad conyugal y herencia de la primera, ademá s de que
fue dicho padre a quien se indicó como autor intelectual del engañ o, otro era el
alcance que se le debía dar a su exigencia.
Estando demostrado que Á .G.V. es legitimario del G.E.B. y que éste participó
directamente en cuatro de los instrumentos pú blicos señ alados como ficticios, en lo
que se refería a ellos, la acció n ejercida respecto de éste fue la que le transfirió con
ocasió n del fallecimiento, para que retornaran al patrimonio del simulante, sin que
para ello tuviera trascendencia si se trataba de bienes propios o sociales.
Ese aspecto se dilucidó en CSJ SC 20 may. 1987, GJ T 188, pá g. 228, acotando que
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(…) como la acció n de simulació n es de linaje patrimonial, es transmisible y, por


ende, los herederos del simulante tienen el suficiente interés jurídico para atacar de
simulados los actos celebrados por el causante, ya sean herederos forzosos, ora sean
herederos simplemente legales (…) Precisamente la jurisprudencia, para precisar y
aclarar criterios que no aparecían con la suficiente nitidez, afirmó en sentencia de
19 de diciembre de 1962 que los herederos de quien contrató en vida, está n
legitimados en causa para incoar la acció n de simulació n, porque formando parte tal
acció n de la universalidad transmisible del causante, se fija en cabeza de los
sucesores universales, como los demá s bienes transmisibles. "Basta, pues, la
vocació n hereditaria de herederos forzosos, o simplemente legales o testamentarios,
para que quien goce de ella tenga interés jurídico para ejercer las acciones que tenía
su antecesor y pueda ejercitarlas en las mismas condiciones que éste podría hacerlo
si viviera. Si bien, con respecto a la simulació n, tal interés puede responder a dos
situaciones distintas: la del heredero forzoso, a quien el acto simulado ha inferido
dañ o directo por sustracció n de bienes llamados a participar en la integració n de la
correspondiente asignació n (legítima, rigorosa o efectiva, mejoras, porció n conyugal
o alimentos), y la del heredero llamado por la Ley, pero no de manera imperativa o
instituido por testamento, cuya vocació n no se origina, por tanto, en el sistema legal
que limita la libertad de testar... Pero este distingo no toca sino con la facultad de
probar la simulació n que tiene el heredero: si forzoso, con libertad de medios; si
legal o testamentario, no podrá hacerlo sino en la medida en que podría probar el de
cujus" (…) Empero, conviene aclarar que la posició n con que actuara el heredero
revestía especial interés en el derecho probatorio derogado, pues hoy ha perdido
interés esa distinció n, comoquiera que hay libertad probatoria en la demostració n
de la simulació n.
En ese mismo pronunciamiento se concluyó que «infringe la ley el sentenciador
cuando le desconoce interés jurídico al heredero para demandar la simulació n o la
rescisió n por lesió n enorme de un contrato de compraventa celebrado en vida por el
causante».
Por esas razones, al comparecer el gestor «iure proprio» reclamando por las
operaciones que su progenitor realizó en vigencia de la sociedad conyugal que se
disolvió con la muerte de la madre de aquel y esposa de éste, estaba plenamente
legitimado para ello. Lo que igual acontecía al añ adir su connotació n de sucesor del
falso enajenante, en virtud de la trasferencia de los derechos que eran connaturales
a su intervenció n en la transacció n discutida.
Quiere decir que el juzgador se equivocó al fijar como imprescindible para dar paso
a la acció n aspectos que, aunque relevantes, no la condicionaban sino que incidían
en el resultado, concretamente frente a las escrituras donde participó G.G.B., lo que
conlleva a una rectificació n sobre ese punto.
Diferente acontece en lo que se refiere a las operaciones por interpuesta persona, si
se tiene en cuenta que el planteamiento del ad quem parte de una interpretació n al
libelo plenamente acogida por el censor, por la naturaleza del cargo propuesto, lo
que repercute en su razonabilidad y contundencia.
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En el preá mbulo de la determinació n confutada se fijó como regla general del pleito
que el poder conferido facultó pedir «la declaració n de simulació n absoluta, con las
consecuencias que de allí se derivan, sobre los contratos de transferencia de
dominio vertidos en las escrituras pú blicas que dieron pie a la demanda» -negrita
adrede- (fl. 125, cno. 10), procediéndose a solicitar «que el decreto deprecado se
haga a favor de las sucesiones líquidas de los ya dichos decesados: O.V.E. y de G.G.B..
Esa fue la razó n para que atinadamente se concluyera que
[e]n lo que hace relació n a las transferencias efectuadas por interpó sita persona, la
simulació n demandada, para que, si tiene éxito pase al haber de la sociedad
conyugal atrá s mentada, requiere que, a su turno se declare la simulació n de las
adquisiciones que aparecen a nombre de I.G.G., J.G.T. y J.V.; sin embargo, ello no ha
sido objeto de demanda, por lo que si las pretensiones de simulació n elevadas a la
jurisdicció n salieran avantes, el dominio registrado de esos bienes tornaría a
quienes aparecen transfiriéndolo, esto es: I.G.G., J.G.T. y J.V., razones demá s para que
brote silvestre la ilegitimidad en la causa que en esta disputa se ha configurado.
En otras palabras, si se buscaba establecer que eran completamente aparentes las
mutaciones en el dominio de la parte de J.V. en el predio «S.J. y su zona contigua, así
como las cuotas con que figuraban I.G.G. y J.G.T. en los predios «La Ramada» y
«Altamira», con los actos de englobe y divisió n que los siguieron, solo para
sustraerlos del patrimonio de M.J.C., surge de bulto la falta de legitimació n del
promotor en la calidad anunciada.
Toda vez que desde esa ó ptica la propuesta era dejar sin efectos las escrituras 2002
y 4729 de 1995; 1533 de 1996 y 2076 de 2001, todas de la Notaría Segunda de
Armenia, como si nunca hubieran existido, el ú nico resultado sería que las cosas
quedaran como estaban antes de su otorgamiento y la titularidad retornara a los
enajenantes, tal cual lo resaltó el proveído.
Ese resultado, por consiguiente, ningú n beneficio reportaba para el accionante como
heredero de O.V.E. y G.G.B., ya que tanto el patrimonio social de la pareja, como el
individual a distribuir entre sus descendientes, permanecería incó lume, ya que los
bienes de terceros ninguna incidencia tendría en ellos, razó n por la que tampoco se
acredita el interés para actuar.
Desde esa visió n no es de recibo lo que expone el recurrente, en el sentido de que en
esos instrumentos en concreto lo que aconteció fue una «simulació n de cará cter
subjetivo, o sea, la simulació n por interpuesta persona, también conocida con el
nombre de simulació n por "interposició n ficticia de persona"» y por lo tanto era
innecesario incluir los actos por medio de los cuales los terceros involucrados
adquirieron fingidamente, puesto que «declarada la simulació n de la negociació n
entre el testaferro y el adquirente, el bien materia del contrato simulado debe volver
a la persona que se vale de la simulació n, quien es quien realmente ha contratado, es
decir, a la sucesió n de G.G.B..
Esa posició n no concuerda con el enfoque bajo el cual se definió el litigio, ya que si el
objeto era deshacer los contratos por ser totalmente figurados, los alcances de la
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solució n no podían ir má s allá de lo que se precisó en la sentencia examinada, esto


es, que todo quedaba como antes de su celebració n.
Ya si de lo que se trataba era darles trascendencia a esos actos, el camino a tomar
era diferente, bien porque la compradora no fuera M.J. sino G.G.B., o en el evento de
que siendo de éste figuraran a nombre de otras personas, quienes tuvieron la
intenció n de retornarlo a su legítimo dueñ o y, por instrucciones de él, lo dejaron en
cabeza de su compañ era sentimental.
En ambos casos, antes que obtener la desaparició n de las transferencias, se trataría
es de concederles plenos efectos aunque cambiando el nombre del adquirente para
que figurara G.B. en remplazo de M..
Tales postulados se refieren sin lugar a dudas a una «simulació n relativa», que no
fue materia de aná lisis en vista de que el estudio se enfocó en la «simulació n
absoluta» como ú nico motivo de discusió n, lo que en ningú n momento se cuestiona
y por el contrario queda inmerso en la manifestació n del opugnador en el sentido de
que frente a los hechos sustento del fallo y la apreciació n probatoria «no se formula
reparo alguno y que por el contrario, la censura acoge» (fl. 45).
No puede olvidarse que como se dijo en CSJ SC 24 sep. 2012, rad. 2001-00055-01,
(…) en tratá ndose de la “simulació n por interposició n fingida de persona”, que
“consiste en hacer figurar como parte contratante a quien en verdad no lo es, con el
fin concertado de ocultar la identidad de quien real y directamente está vinculado
con la relació n negocial”, derivá ndose de allí que “ese intermediario o testaferro es
un contratante imaginario o aparente” y que el contrato celebrado, “en términos
generales, permanece intacto”, salvo por “las partes que lo celebran”, “no basta que
en el negocio actú e una persona para ocultar al verdadero contratante, sino que se
requiere que concurran las circunstancias que caracterizan la simulació n, una de las
cuales es el concierto estipulado “…de manera deliberada y consciente entre los
contratantes efectivo y aparente con la contraparte para indicar quiénes son los
verdaderos interesados y el papel que, por fuerza precisamente de esa inteligencia
simulatoria trilateral, le corresponde cumplir al testaferro, esto bajo el entendido
que cual ocurre por principio en todas las especies de simulació n, la configuració n
de este fenó meno tampoco es posible en el á mbito de los extremos subjetivos del
contrato si no media un “pacto para simular” en el cual consientan el interponente,
la persona interpuesta y el tercero, pacto cuyo fin es el de crear una falsa apariencia
ante el pú blico en cuanto a la real identidad de aquellos extremos y que no necesita
para su formació n, que se produzca en un momento ú nico, habida consideració n que
su desarrollo puede ser progresivo y, por ejemplo, terminar consumá ndose
mediante la adhesió n por parte de un tercero adquirente a la farsa fraguada de
antemano por quien enajena y su testaferro, aceptando por consiguiente las
consecuencias que su interposició n conlleva” (G.J. Tomos CXXXVIII, CLXVI pá g. 98, y
CLXXX pá g. 31, entre otras)” (Cas. Civ., sentencia de 28 de agosto de 2001,
expediente No. 6673; se subraya), criterio reiterado por la Corte en fallo reciente,
que data del 16 de diciembre de 2010 (expediente No. C-47001-3103-005-2005-
00181-01).
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Quedan por tanto sin piso las disquisiciones sobre la legitimació n que asistía a
Á .G.V., como heredero de sus progenitores, para buscar la «simulació n absoluta» de
las escrituras que otorgaron I.G.G., J.G.T. y J.V..
Inclusive cualquier discusió n sobre la procedencia de la «simulació n relativa» frente
a esos instrumentos, en el contorno del pronunciamiento rebatido, no era posible
por la causal de casació n propuesta, ya que los reparos frente a la lectura que se le
dio al libelo son propios de la vía indirecta por error de hecho en la interpretació n
que se le dio a aquel.
Llama la atenció n de la Corte el que, si bien el Tribunal absolvió «a la parte
demandada de todas y cada una de las pretensiones, principales y subsidiarias
elevadas», en la fundamentació n para hacerlo nada se dijo en relació n con la
escritura 329 de 28 de marzo de 2001, de la Notaría Ú nica de Circasia, de venta por
M.O.G.T. a M.J. de la oficina 803 del Edificio Cá mara de Comercio de Armenia, siendo
la ú nica referencia que
(…) la adquisició n de los inmuebles sometidos a este escrutinio tuvo lugar en
vigencia del matrimonio de O.V.E. y G.G.B. y las enajenaciones que se anuncian como
fruto de la comedia elusiva se efectuaron en su totalidad antes del fallecimiento de
la esposa, con excepció n de la oficina de la Cá mara de Comercio que la realizó una
interpó sita persona después de fallecer G.G.B..
Sin embargo, las apreciaciones que se hicieron sobre las otras transferencias en que
aparecían personas diferentes a G.G. le son plenamente predicables.
De todas maneras el censor guardó silencio sobre el particular, fuera de que las
objeciones por falta de consonancia entre lo pedido y lo resuelto corresponden al
segundo motivo de este extraordinario medio de contradicció n.
No obstante que, como se dejó dicho, se excedió el sentenciador al pregonar que
como el heredero no anunció actuar para la sociedad conyugal de sus padres carecía
de legitimació n para reclamar la «simulació n absoluta» de las escrituras 74 de 1990
y 3933 de 1993, de venta de G.G.B. de las dos terceras (2/3) partes en las fincas «La
Suiza» y «Pequeñ a Suiza» a M.J.C., así como 303 y 2332 de 1994, con las que los
comuneros conformaron un solo globo y luego lo fraccionaron, todas ellas otorgadas
en la Notaría Segunda de Armenia, de entrar la Corporació n a pronunciarse en sede
de instancia sobre esos actos en concreto, el resultado sería igual al desestimatorio
que llegó el ad quem.
Esto porque, en primera medida, el aná lisis no se extendería a lo que toca con los
demá s instrumentos objeto del petitum que se encontró atinado, ni daría lugar a
pronunciarse sobre las aspiraciones subsidiarias de que «son relativamente
simulados todos los contratos de compraventa a que hice alusió n», pues, la
apreciació n del Tribunal en el sentido de que lo ordenado tramitar fue la
«simulació n absoluta» no fue objetado, lo que por demá s es acorde con el poder
donde se omite cualquier alusió n a la «simulació n relativa» y se enfatiza que se
confiere para iniciar y llevar
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(…) hasta su terminació n en todas las instancias de ley, proceso ordinario


declarativo de mayor cuantía de nulidad por simulació n absoluta de contratos de
transferencia de dominio de varios inmuebles y derechos de cuota parte vinculados
a otros inmuebles, las cuales constan en las escrituras pú blicas No. 74 del 15 de
enero de 1990, 3933 del 08 de octubre de 1993, 2002 del 28 de abril de 1995, 4729
del 24 de octubre de 1995, 1533 del 14 de marzo de 1996 y la 329 del 28 de marzo
del 200l, corridas todas en la Notaría Segunda del Círculo de Armenia, excepto la
ú ltima que fue otorgada en la Notaría Ú nica de Circacia Quindío, así como la nulidad
absoluta y parcial por resultar afectadas por la misma simulació n absoluta, las
escrituras pú blicas No. 303 del 24 de enero de 1994, 2332 del 18 de mayo de 1994 y
la 2076 del 08 de junio del 2001, igualmente corridas en la Notaría Segunda de
Armenia –negrita ajena al texto- (fls. 166 y 167, cno. 1).
R., por lo tanto, verificar si los indicios que tuvo en cuenta el fallador de primer
grado para acceder a las pretensiones sobre las operaciones en que intervino
directamente G.G. tienen el peso suficiente para entender que lo que allí se hizo
constar era completamente ajeno a la realidad y con el propó sito de afectar la
sociedad conyugal del enajenante, sin que fueran suficientes para ese propó sito,
como pasa a verse:
La decisió n del a quo de declarar «absolutamente simulados» los cuatro (4)
documentos pú blicos donde constan dos transacciones sobre los inmuebles «La
Suiza» y «La Pequeñ a Suiza», así como la unificació n por los condó minos y posterior
segregació n para distribuirse lo que le tocaba a cada uno, se basó en las
apreciaciones generalizadas de que G.G.B. «acostumbraba adquirir sus bienes,
fueran muebles o inmuebles, a través de terceras personas, en especial familiares y
su compañ era permanente», quienes nada pagaban por ello, «toda vez que el dinero
provenía de éste y él continuaba administrando, usufructuando y haciendo las
gestiones que como tal le corresponden a un dueñ o».
Extrajo esa conclusió n de lo narrado por los testigos M.Q.Á ., F.J.M.V., C.G.V., E.G.G.,
V.D.G.T., J.O.Á .G., R.M.M. y J.O.V., el Notario Segundo de Armenia Eduardo Castañ o
Sierra; ademá s de los interrogatorios de parte absueltos por I.G.G., M.O. y M.J.G.T..
Complementó lo anterior con la prueba indiciaria consistente en los vínculos
afectivos de G.G.B. y M.J.C., «con quien cohabitaba»; la ausencia de pago del precio y
el bajo monto del mismo comparado con el de mercado; el patró n de conducta de
G.B. en vida al poner bienes en nombre de terceros pero que administraba en forma
directa y personal; que no tuviera la sociedad conyugal liquidada, como mó vil de la
simulació n; falta de capacidad econó mica de M.J. cuando comenzó la relació n con su
compañ ero; y que G. siguió ejecutando actos de señ or y dueñ o después de las ventas,
mientras que la compradora era ajena a la administració n.
Desestimó todas las excepciones con base en esas mismas conjeturas, en vista de
que no se desvirtuó la carencia de recursos de la opositora, sin que el sueldo como
funcionaria del ICBF o los ingresos fueran suficientes para entender que era
solvente; que el mó vil de las transferencias fue defraudar la sociedad conyugal de G.
y O. indistintamente del porcentaje de bienes que cada uno aportó , porque en un
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principio era ella quien tenía capacidad econó mica, pero el esposo fue un excelente
administrador; y que la solidez econó mica evidenciada en las declaraciones de renta
de M. era el reflejo de la de su compañ ero, quien siempre fue «una persona
adinerada».
La defensa de M.J.C., que reitera en la apelació n, se centró en que fue compañ era
permanente de G.G.B. por má s de veinte añ os, tiempo durante el cual desarrollaron
actividades conjuntas encaminadas al incremento de sus patrimonios, sin que en
ningú n momento se buscara defraudar la sociedad conyugal de éste con O.V.E..
Con ese propó sito hizo énfasis en la antigü edad de las transacciones frente a la
ocurrencia del deceso de la esposa; el lapso amplio entre las dos ventas que se le
hicieron; la ausencia de temores de G. frente a un posible secuestro; el monto de los
bienes que este aportó al haber comú n para su liquidació n; la insignificancia de lo
discutido frente a lo que fue distribuido entre padre e hijos; que si bien no contaba
con los mismos recursos de su pareja era una persona productiva con desempeñ o
laboral y de negocios reconocido
Las pruebas recaudadas ofrecen una lectura disímil de lo que de ellas extrajo el
juzgador de primer grado, al concluir que el á nimo de G.G. en ningú n momento fue el
de que los lotes «La Suiza» y «Pequeñ a Suiza» dejaran de pertenecerle.
Muy por el contrario lo que todas ellas en conjunto arrojan es que no solo esa fue su
voluntad, sino que con esa transacció n ninguna mengua se produjo en la posterior
liquidació n de sociedad conyugal que tenía vigente, fuera de que su proceder con
posterioridad a esos actos terminó favoreciendo ostensiblemente a los herederos de
la có nyuge, por la participació n en las gananciales como resultado de la disolució n a
la muerte de aquella.
A pesar de que se tuvieron por establecidos los «vínculos afectivos entre el señ or
G.G.B. y la señ ora M.J.C., con quien cohabitaba», ninguna relevancia se le dio a la
duració n de ese nexo sentimental y los alcances que del mismo pudieran derivarse,
para por el contrario presumir de allí un interés en deteriorar las gananciales que le
llegaran a corresponder a O.V., en vista de que las operaciones se dieron en vida de
ésta.
Bien sabido es que la existencia del matrimonio no impide que surja la unió n marital
de hecho en los términos de la Ley 54 de 1990, solo que mientras la sociedad
conyugal que deriva del vínculo solemne esté vigente, se trunca el camino para que
se generen efectos patrimoniales entre los compañ eros permanentes. Sin embargo,
nada obsta para que en esos eventos se analice la presencia de lo que la
jurisprudencia de la Corte de vieja data ha denominado «sociedad de hecho entre
concubinos», cuya subsistencia se reconoce aú n a la par de la comunidad de bienes a
título universal que cualquiera de ellos o ambos pudiera tener por una relació n
anterior.
Al respecto dijo la Corporació n en SC 24 feb. 2011, rad. 2002-00084-01, que
(…) la preexistencia de una sociedad conyugal, no impide la formació n de la
sociedad de hecho entre “concubinos”, ni su vigencia excluye la posibilidad de otras
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sociedades entre consortes o entre éstos y terceros, las cuales, por supuesto, son
diferentes, por cuanto aquélla surge ex legge por la celebració n del matrimonio y es
universal (…) En cambio, las otras sociedades surgen de actos dispositivos,
negociales o contractuales, aú n de “hecho”, presuponen íntegros los elementos
esenciales del tipo contractual y son de cará cter singular, particular y concreto
(cas.civ. sentencia de 18 de octubre de 1973, CXLVII, 92) … En cualquier caso, tiene
dicho la Corte, "nada impide que una sociedad de hecho, como la formada entre
concubinos, pueda concurrir con otras, civiles o comerciales legalmente
constituidas, toda vez que lo que el legislador enfá ticamente reprime es la
concurrencia de sociedades universales" (cas. civ. sentencia de 29 de septiembre de
2006, exp. 1100131030111999- 01683-01, reiterando las de 27 de junio de 2005,
exp. 7188 y 26 de marzo de 1958) … En tal virtud, la sociedad de hecho pretendida
no es universal, sino singular e integrada de los aportes, bienes obtenidos con la
colaboració n y esfuerzos de la pareja en su consecució n, por lo cual, su liquidació n
comprenderá los “a)… adquiridos con posterioridad a la constitució n del estado
concubinato y a título oneroso, es decir, como fruto del trabajo e industria de los
concubinos. No comprende los bienes que alguno de los concubinos hubiera tenido
antes de asociarse con el otro concubino, o los adquiridos durante el estado de
concubinato a título gratuito (herencias, donaciones). (...) Por este motivo con razó n
ha dicho la Corte que “debe existir un criterio de causalidad entre la asociació n de
hecho y los bienes provenientes de la misma” (G:J: Tomo 42, Pá g.844). b)
Determinados los bienes de la sociedad de hecho es necesario proceder a repartirlos
en dos partes iguales: una para cada concubino”. (Sentencia del 26 de marzo de
1958)
En ese mismo pronunciamiento se recalcó que en dicho «proyecto de vida» no es
irrelevante la sola labor de acompañ amiento o la realizació n de actividades
domésticas por uno de los integrantes de la pareja, sin que sea admisible estimar
que con ello se renuncia a cualquier participació n en el acrecimiento patrimonial
durante el tiempo de convivencia.
Al respecto se dijo que
[e]sta Sala, en consecuencia, acentú a la relevancia singular de la relació n personal o
sentimental como factor de formació n, cohesió n y consolidació n del nú cleo familiar,
así como la particular connotació n de las labores del hogar, domésticas y afectivas,
en las cuales, confluyen usualmente relaciones de cooperació n o colaboració n
conjunta de la pareja para la obtenció n de un patrimonio comú n. Para ser má s
exactos, a juicio de la Corte, el trabajo doméstico y afectivo de uno de los
compañ eros libres, su dedicació n a las labores del hogar, cooperació n y ayuda a las
actividades del otro, constituyen per se un valioso e importante aporte susceptible
de valoració n, la demostració n inequívoca del animus societatis y de la comunidad
singular de bienes, salvo prueba en contrario.
No era, pues, de poca monta lo expuesto por el accionante en el sentido de que G.G.
convivió en «unió n marital de hecho, con la señ ora M.J.C., lo que ésta admitió con la
aclaració n que la cohabitació n fue exclusiva y por má s de veinte añ os, tiempo
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durante el cual se brindaron apoyo y colaboració n para el fortalecimiento


econó mico.
Ese hecho aislado antes que ser determinante de una confabulació n para defraudar
a la có nyuge del compañ ero, se constituía en un factor de peso para presuponer que,
independientemente del lazo emocional que unía a G. y M., ellos desarrollaron
actividades lucrativas en conjunto que en vez de socavar la veracidad de las
escrituras discutidas, les confería pleno valor, ya fuera que se tratara de ventas
efectivas o ajustes de cuentas entre socios a las que se les daba ese alcance.
Esa misma situació n dejaba sin piso cualquier deducció n sobre un aprovechamiento
de M. de la situació n econó mica má s favorable de G., pasando por alto el papel
relevante que siempre le dio y quedó plenamente establecido.
Es má s, sería un contrasentido decir que como la costumbre de G.G. era adquirir
bienes a nombre de terceros, esa conducta determina que lo mismo aconteció con
las dos terceras (2/3) partes de «La Suiza» y «Pequeñ a Suiza», siendo que, por el
contrario, lo que hizo fue salir de ellas.
Ademá s, fuera de que la capacidad econó mica de M.J. en el á mbito de una «sociedad
de hecho entre concubinos» no era tan determinante, lo cierto es que se demostró
que ella contaba con recursos, que aunque inferiores a los de G., también
contribuyeron al acrecimiento proporcional de sus respectivos activos.
No en vano acreditó que en 1978 adquirió dos bienes urbanos que englobó y
posteriormente enajeno (5 may. 1991), cuando ya estaba en unió n marital (fls. 307
al 315, cno. 1) y con las declaraciones de renta por los añ os comprendidos entre
1987 y 2001, en vez de establecerse que sacó ventaja de la relació n con G., se
aprecia es un crecimiento paulatino pero consistente de su patrimonio líquido que
pasó de treinta y nueve millones ochocientos mil pesos ($39’800.000) en 1991 a
cuatrocientos ochenta y un millones quinientos ochenta y tres pesos ($481’583.000)
en 1999.
Eso concuerda con lo que consta en la declaració n de renta de G.G., quien en 1991
(fl. 412, cno. 1) contaba con un patrimonio bruto de ciento un millones ciento
ochenta y nueve mil pesos ($101’189.000) y unas deudas de noventa y ocho
millones ochenta y cuatro mil pesos ($98’084.000), para un patrimonio líquido de
tres millones ciento cinco mil pesos ($3’105.000), pero en 1999, cuando se adelantó
conjuntamente la liquidació n notarial de sociedad conyugal y herencia de O.V. (fls
85 al 129, cno. 1), aportó la totalidad de sus activos a la sociedad conyugal por un
mil doscientos dieciséis millones cinco mil pesos ($1.216’005.000).
Comparadas las informaciones de esos documentos se percibe sin esfuerzo que, si
bien el apoyo que se dieron los compañ eros fue determinante, en ningú n momento
se hizo en detrimento de la sociedad conyugal que aquel conservaba con O.V., siendo
que en el mismo lapso mientras M. se enriqueció en cuatrocientos cuarenta y un
millones setecientos ochenta y tres mil pesos ($441’783.000), G. lo hizo en un mil
doscientos doce millones novecientos mil pesos ($1.212’900.000), casi triplicá ndola.
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Ademá s, la participació n de M.J. en la titularidad de inmuebles con G.G.B. no fue


aislada ni esporá dica, así aparece en el folio inmobiliario 018-25444 donde ambos
englobaron el predio «El Carmelo» en 1985, que habían adquirido en proindiviso el
añ o anterior, aunque posteriormente enajeno su cuota a C.G.V. (folios 316 al 325).
Igual aconteció con la finca «El Porvenir» que aparecen adquiriendo por partes
iguales (11 ago. 1993) y transfiriendo de consuno (19 oct. 1995), folios 352 al 369.
Si a lo anterior se le suma lo que dijeron todos los testigos no queda duda sobre la
comunidad de vida por largo tiempo que mantuvieron G.G. y M.J., así como su
trascendencia en los negocios.
A pesar de que los deponentes del demandante se esforzaron por desestimar la
colaboració n de la compañ era en las transacciones, todos señ alaron conocerla y que
lo asistía en varias ocasiones, en ese sentido M.Q.Á . quien conoció a M. «en el
momento en que comencé a trabajar con don G. [1994] porque era la señ ora que
vivía con él» y le «gustaba que lo acompañ ara doñ a M. [en referencia a las
propiedades] porque le gustaba salir con ella los sá bados hacer el recorrido de las
fincas» (fls. 2 y 3, cno. 4); F.J.M.V. dijo que «la conozco yo creo que desde cuando
empezó a vivir con don G., en esa época por allá , no recuerdo en qué añ o, él le dio a
ella un colegio o una guardería ubicada en límites, después del San Luís, porque
hasta donde yo conozco doñ a M. no tenía nada» y en las reuniones de familia «que
me invitaban ellos a almorzar, pero muy poquitas veces, un fin de semana, ahí si vi a
doñ a M.» (fl. 12, cno. 4); y C.G.V., hermano del promotor, al preguntá rsele «hace
cuá nto conoce a la señ ora M.J.» contesto que «hace mucho tiempo» y má s adelante
señ aló que «ellos [M. y G. vivieron juntos o vivían juntos», precisando que «ella tuvo
un colegio que se llamaba el Cua Cua con otras socias o no sé con quién sería, y ella
trabajaba en una entidad pero no sé cuá l sería; durante la convivencia con don G.
tuvo el Colegio Cua Cua», fuera de que «se le cedió el apartamento con todas sus
cosas a la señ ora M.J. en la sucesió n [de G.G.] como deuda de gratitud porque ella
vivía allá » (fls. 17 al 21, cno. 4).
Por su parte E.G.G. concretó que M. era «la señ ora que vivía con G.G., hace como unos
veintipico de añ os, veintidó s, veintitrés añ os», que «en las fincas casi siempre estaba
acompañ ando a G., cuando yo iba a las fincas; yo pienso que ella se comportaba
como la señ ora de G., disponía de las cosas de la casa, de la cocina, esos detalles
domésticos» y que recién la conoció «tenía un jardín infantil por el Norte, como
saliendo a P., luego lo vendió , ya de ahí no supe nada que hacía con la plata» (fls. 22
al 26, cno. 4).
V.D.G. al cuestionarlo sobre si «conoce a la señ ora M.J.C. manifestó que «si señ or,
hace aproximadamente veinte añ os, porque era … ella vivía con don G. en unió n
libre» y «era empleada de Bienestar Familiar. No sé si con posterioridad consiguió
bienes» y en relació n con un activo de G. que estaba a su nombre y de otros
familiares no vio la necesidad de restituirlo a los herederos porque «ese bien nos lo
regaló don G. a la familia» (fls. 26 al 29, cno. 4).
J.O.Á .G. admitió que «M. sé que era la que vivía con don G., insistiendo luego que «si
la conozco, hace diez añ os, porque era la persona que vivía con don G. y «la vi
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realizando oficios de mujer en la casa, de ama de casa (…) yo sé que ella tuvo un
colegio de niñ os, sé que ella trabajaba allá pero no puedo decir si era dueñ a» (fls. 30
al 33, cno. 4); concordando con R.M.M. que narró «a doñ a M. sí, yo la distingo a ella
por hay (sic) cinco añ os, de vista, que era la señ ora de don G. y una vez pasaban en la
camioneta y me dijo ella es doñ a M. mí señ ora» (fls. 42 al 45, cno. 4).
E.C.S., N.S. de Armenia, relató que «a doñ a M. la conozco, la conocí por intermedio de
don G. como la persona con quien convivía», fuera de que por los hijos de G. supo
que «estaba casado con doñ a O. pero que estaban separados de hecho y que don G.
convivía con doñ a M. y la esposa «vivía bien con la ayuda de sus hijos y entiendo
también que de don G.» (fls. 47 al 52, cno. 4).
J.O.V. contó que «hace muchos añ os conozco a doñ a M., treinta, treinta y cinco añ os,
cuarenta, yo no sé si ella fue profesora de un colegio que había por los lados de
Rellivi (…) Ella tenía un vínculo con el colegio pero no sé si era dueñ a, profesora» y
al inquirírsele si G. y M. «convivieron como marido y mujer durante má s de quince
añ os y hasta la muerte del señ or G. admitió que «sí, ellos vivían juntos» (fl. 56, cno,
4).
Igualmente, en los interrogatorios de parte rendidos por las codemandadas, I.G.G.
resaltó que «aproximadamente la conozco [a M.] desde el añ o 1978, porque ella era
la compañ era sentimental de mi tío y ella era de una familia pobre», adicionalmente
supo que el «9 de mayo de 1991» G. y su hijo C. compraron la finca Arizona a Á .V.G. y
al cuestionarla si como forma de pago hizo que M.J. transfiriera el colegio Cua Cua,
no dudó en que «sí, fue parte de pago de la finca, para comprar la finca Arizona, acá
tengo prueba y aporto en dos folios», en alusió n a la escritura 1332 de 1991 de la
Notaría Segunda de Armenia que anexó en ese acto (fls. 328 al 330, 337 y 338, cno.
4).
M.O. y M.J.G.T., por su parte, coincidieron en que sabían de la existencia de M. «hace
má s o menos 20 añ os (…) en La Ceja» cuando su hermano G. la llevó a presentarla
como su compañ era sentimental, confirmando la versió n sobre la adquisició n de la
finca Arizona y el cumplimiento en el pago con el «Colegio Cua Cua» (fls. 350 al 353,
cno. 4).
En lo ú nico que difieren todas esas declaraciones frente a lo que narraron los
testigos pedidos por M.J., esto es, C.A.M.T., B.L.R., C.T. de V., A.S.D., M.A.S.I., J.C.L.V.,
G.R.P.V. (fls. 4 al 33, cno. 5), es en que estos le reconocen a la compañ era capacidad
econó mica y una participació n activa en los negocios a la par de G..
Quiere decir que vistas en conjunto todas las pruebas, ninguna duda queda sobre la
convivencia de G. y M. como pareja estable por lo menos durante veinte (20) añ os,
que es la duració n en que concuerdan la mayoría de los testigos pedidos por ambos
litigantes; la permanente presencia de J.C. en actividades familiares y sociales donde
se le reconocía como la «señ ora de G.; y que, independientemente de la cantidad de
recursos con que contara al iniciar la relació n, ésta fue una persona activa
laboralmente y estuvo a cargo del «Colegio Cua Cua» desde su inicio en el añ o 1978
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hasta el añ o 1991, cuando debió entregarlo en cumplimiento de una negociació n


entre G.G. y Á .V..
Sopesados todos los medios de convicció n, antes que estructurarse los indicios
determinantes de una «simulació n absoluta», lo que se establece es que la relació n
de la pareja rebasó los límites de la afectividad para extenderse a una colaboració n y
apoyo mutuo que insidió en el incremento recíproco de los capitales, dejando
esclarecido en vida lo que a cada uno de ellos correspondía, sin que con ello se
establezca un desmedro frente a terceros, que también se vieron favorecidos con el
aumento considerable de la fortuna de G.B..
La existencia de la «unió n marital» en el entorno demostrativo, má s que la
acreditació n de la total apariencia de las escrituras discutidas, lo que hace es
reforzar el contenido de las mismas, como actos de disposició n entre «socios de
hecho» con los que, en vista de las condiciones peculiares de G. cuya sociedad
conyugal vigente impedía la conformació n de una sociedad patrimonial entre
compañ eros, dispusieron los correctivos necesarios para repartirse los beneficios y
regularizar así cualquier cruce de cuentas pendiente.
Basta con apreciar lo concerniente al inmueble donde funcionaba el establecimiento
educativo que la mayoría reconocen como de propiedad de M.J., que compró el 23 de
octubre de 1978 y transfirió a Á .V. el 9 de mayo de 1991 (fls. 335 y 336, cno. 4). Ya
fuera que lo hubiera adquirido por su propio esfuerzo, lo que al parecer ocurrió si se
tiene en cuenta que segú n el consenso general el vínculo natural inició en la década
de los ochenta, o bien por la colaboració n de G., lo cierto es que ejerció actos de
señ ora y dueñ a, saliéndose de él para responder por una obligació n del compañ ero.
Ademá s, esa enajenació n se hizo justo en el intermedio del traspaso de las dos
terceras partes de «La Suiza» y «Pequeñ a Suiza», acontecido el 15 de enero de 1990
y el 8 de octubre de 1993, respectivamente, por lo que no extrañ aría que estuvieran
relacionados.
No resultaba tan palpable, como lo estimó el a quo, que esos vínculos afectivos
constituyera en este caso «una de las presunciones má s comunes a toda clase de
simulació n, en razó n del afecto que ordinariamente se presenta entre ellos», que no
se recibió el precio por lo que dijeron los familiares, que lo fijado era muy bajo y que
el transferente siguió encargá ndose del manejo de los bienes después de la
enajenació n, puesto que precisamente la cercanía justifica la forma como se
perfeccionaron las mutaciones y la continuidad en la administració n de bienes con
un propó sito comú n.
Tampoco lo reforzaba la costumbre de G.B. de poner bienes en nombre de
familiares, puesto que la situació n entre parientes dista mucho de lo que acontece
entre personas que deciden conformar familia.
Ni siquiera podría decirse que la existencia de la sociedad conyugal entre G. y O.
fuera motivo para que aquel pasara propiedades a la compañ era, si todos los
inmuebles que relacionó el esposo en la liquidació n de la sociedad conyugal y de
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herencia de la ú ltima fueron adquiridos entre 1991 y 1999, cuando lo ló gico desde
tal criterio sería un empobrecimiento en ese tiempo.
En cuanto a que M.J. para cuando «empezó a convivir con el señ or G.G., no tenía
bienes de fortuna» carece de fundamento, si ni siquiera se preocupó el juzgador de
constatar la fecha en que eso pasó y confrontarlo con los títulos de dominio de que
era titular la opositora en 1978, fuera de que subestimó el desempeñ o laboral, tanto
previo como posterior, en entidades pú blicas y el centro de formació n que dirigió .
Las anteriores apreciaciones son suficientes para desvirtuar los indicios extraídos
de las probanzas, lo que indefectiblemente redundaría en idéntica determinació n
absolutoria a la que tomó el Tribunal, pues, no existen elementos demostrativos que
logren derruir el contenido de los instrumentos cuestionados, muy a pesar de que el
accionante tuviera legitimació n para pedir su escrutinio.
El cargo, en consecuencia, no prospera.
Sin costas por la rectificació n doctrinaria, como dispone el inciso final del artículo
375 del Có digo de Procedimiento Civil.

DECISIÓN
En mérito de lo expuesto, la Sala de Casació n Civil de la Corte Suprema de Justicia,
administrando justicia en nombre de la Repú blica y por autoridad de la ley, NO
CASA la sentencia de 28 de noviembre de 2012, proferida por la Sala Civil Familia
Laboral del Tribunal Superior del Distrito Judicial de Armenia, dentro del proceso
ordinario de Á .G.V., en nombre propio y para las herencias ilíquidas de O.V.E. y
G.G.B., contra M.J.C.; J. y M.O.G.T.; I.G.G.; y R.E.Q. de V., como có nyuge supérstite de
J.V., los sucesores determinados de éste, J.H., J.I., B.L., J., M.M., P.A. y C.V.Q., F. y
Á .M.V.M., los menores J.J., V., A.P.V.C., representados por D.C.G., así como sus
herederos indeterminados; al cual fueron vinculados los herederos indeterminados
y determinados de G.G.B., reconociéndose como tales a Esperanza, I. y C.G.V..
Sin costas.
N. y devuélvase
Á LVARO FERNANDO GARCÍA RESTREPO
Presidente de Sala
MARGARITA CABELLO BLANCO
FERNANDO GIRALDO GUTIÉ RREZ
AROLDO WILSON QUIROZ MONSALVO
LUIS ALONSO RICO PUERTA
ARIEL SALAZAR RAMÍREZ
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LUIS ARMANDO TOLOSA VILLABONA


SALVAMENTO DE VOTO
Con el merecido respeto hacia los H. Magistrados que suscribieron la providencia,
me permito exponer las razones por las cuales disiento de la providencia aprobada
por la mayoría.
1. Al referirse a la legitimació n en la causa para demandar la simulació n de los
actos y negocios jurídicos, la Sala sostuvo que aquella le asistía, en términos
generales, a las partes, a los acreedores de alguno de los contratantes y al
có nyuge. A este ú ltimo, bajo las pautas del régimen econó mico del matrimonio
previsto en la Ley 28 de 1932.
Empero, tal como lo he expresado en otras oportunidades, tratá ndose de la
acció n de prevalencia, el mencionado presupuesto de la pretensió n no está
limitado a dichos sujetos.
La jurisprudencia de esta S. ha sido enfá tica en precisar que está legitimado
para incoarla «todo aquel que tenga un interés jurídico, protegido por la ley, en
que prevalezca el acto oculto sobre lo declarado por las partes en el acto
ostensible», precisando que el interés en el litigio -en el sentido que se dejó
expresado- «puede existir lo mismo en las partes que en los terceros extrañ os
al acto, de donde se sigue que tanto aquéllas como éstos está n capacitados para
ejercitar la acció n…» (CSJ SC, 27 Jul. 2000, Rad. 6238; CSJ SC-16669, 18 Nov.
2016, Rad. 2005-00668-01; se subraya).
En la ú ltima providencia citada, se indicó que «tanto la doctrina como la
jurisprudencia reconocen que «en los alrededores del contrato hay personas
que ciertamente no fueron sus celebrantes, pero a quienes no les es indiferente
la suerte final del mismo» (CSJ SC, 28 Jul 2005, Rad. 1999-00449-01), de modo
que su incumplimiento, los vicios en su formació n, el ocultamiento de la
voluntad real de los contratantes y el desequilibrio en su contenido
prestacional, alcanza y afecta patrimonialmente a sujetos diferentes de los
contratantes» (CSJ SC-16669, 18 Nov. 2016, Rad. 2005-00668-01).
Desde luego «No son ellos los terceros absolutos o penitus extranei, que son
totalmente extrañ os al contrato y no guardan nexo alguno con las partes, por lo
que aquel ni les perjudica ni les aprovecha, sino los terceros relativos, de
quienes se predica una vinculació n jurídica con los contratantes por cuanto ese
pacto les irradia derechos y obligaciones…» (ibídem).
Luego, dentro de los legitimados para demandar la simulació n se encuentran
los cesionarios, los herederos o causahabientes a título universal o singular y
también los deudores solidarios o de obligació n con objeto indivisible, los
coherederos, los comuneros, los titulares de derechos reales principales cuando
la propiedad se halla desmembrada, el có nyuge o compañ ero permanente
respecto a bienes sociales, el adquirente de cosa litigiosa y el propietario del
bien gravado con garantía real.
2. En relació n con los có nyuges, conforme a la tesis expuesta en la providencia, la
legitimació n en la causa para cuestionar a través de dicha acció n los negocios
jurídicos celebrados por uno de ellos en vigencia de la sociedad conyugal, surge
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a partir de su disolució n, dado que antes de ese momento existe una


discrecionalidad en el manejo y disposició n independiente de los bienes por
cada uno de los esposos, y ninguno tiene margen de discusió n en las decisiones
que al respecto tome el otro.
Criterio que considero desacertado, el cual proviene de la confusió n que por
añ os se ha mantenido entre el momento de la ‘formació n de la sociedad
conyugal’ y el de la ‘exigibilidad de la adjudicació n de la cuota de gananciales’,
perdiendo de vista que una cosa es que la sociedad conyugal nace con el
matrimonio y desde ese instante se crea el patrimonio comú n, y otra diferente
que durante su vigencia, el có nyuge a cuyo nombre se encuentran los bienes
actú e -para los efectos de administració n y gestió n de los bienes gananciales-
“como si tuviera patrimonio separado”, quedando aplazada la exigibilidad de
los derechos del otro có nyuge hasta el momento de la liquidació n.
El artículo 1º de la Ley 28 de 1932 confirma lo anterior cuando señ ala que
durante el matrimonio cada uno de los có nyuges tiene la libre administració n y
disposició n “de los bienes que le pertenezcan” (propios), así como de los demá s
que por cualquier causa “hubiere adquirido o adquiera” (de la comunidad que
estén a su nombre).
Eso significa que desde la celebració n de las nupcias se forma un patrimonio
social distinto al de cada uno de los esposos, respecto del cual el có nyuge que
detenta bienes a su nombre ejerce tanto su facultad de disposició n como la
representació n de los intereses de su pareja, y por eso debe responder ante
ésta por la mala gestió n que haga de los mismos.
Asumir, entonces, que la facultad de disposició n del có nyuge sobre los bienes
gananciales de los que sea propietario es absoluta, resulta completamente
errado, porque tal potestad es una medida para colocar en un plano de igualdad
material los derechos de los consortes y su capacidad de administració n y
disposició n del patrimonio familiar, pero jamá s una especie de régimen de
separació n de bienes sin responsabilidad frente al có nyuge defraudado.
Es cierto que durante la vigencia de la sociedad conyugal cada esposo puede
disponer de los bienes comunes que está n a su nombre, tal como lo indica la
decisió n mayoritaria, pero esa potestad es para percibir o aumentar los
gananciales y para facilitar las operaciones negociales sobre los mismos, es
decir para incrementar el patrimonio social, pero no para agotarlo o disiparlo;
ni mucho menos para defraudar los intereses de su pareja.
Por eso, el có nyuge que no tiene la libre disposició n y administració n de un
bien ganancial está legitimado y le asiste interés para reclamar la protecció n
del haber social por medio de las acciones judiciales correspondientes, cuando
su derecho ha sido vulnerado o se ha visto inminentemente amenazado, aú n si
tal hecho ocurre antes de disolverse la sociedad.
El defraudado, en mi criterio, tiene legitimació n e interés para ejercer su
defensa desde el momento mismo que llega a conocer que los derechos
patrimoniales de la sociedad conyugal han sido vulnerados o se encuentran en
grave, serio e inminente peligro, y si fallece antes de acudir a la jurisdicció n, el
derecho de incoarla se transmite a sus herederos, quienes está n legitimados
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para representar a la persona del difunto por la sola condició n de


causahabiente a título universal del de cujus.
En los términos precedentes, dejo salvado mi voto.
De los Señ ores Magistrados,
ARIEL SALAZAR RAMÍREZ
Magistrado
LUIS ARMANDO TOLOSA VILLABONA
SALVAMENTO DE VOTO
Radicació n n.° 63001-31-03-003-2001-00443-01
Con el acostumbrado respeto por la mayoría de la Sala, enseguida expongo las
razones por las cuales salvo el voto.
3. En los pasajes que a continuació n transcribo, en la sentencia de la que me
distancio, la mayoría da a comprender que la o el có nyuge carece de
legitimació n para demandar de simulados los actos celebrados por el otro o la
otra si no ha sido disuelta la respectiva sociedad conyugal o si, por lo menos, la
disolució n de ésta no ha sido demandada en proceso judicial.
1.1. Sobre el particular, la providencia, en efecto, expresa:
«(…) La habilitació n para buscar que se descorra el velo con el que se cubre una
negociació n, que se insiste no es el resultado de un convenio imperfecto sino
maquillado, no la tiene cualquier persona sino, como se memoró en CSJ
SC3864-2015,
«(…) aquel que exhiba “un interés jurídico, serio y actual, que no es otra cosa
que la titularidad de un derecho cierto cuyo ejercicio se halle impedido o
perturbado por el acto ostensible, que por ser fingido su declaració n de
simulació n se reclama (G.J. CXCVI, 2° semestre, pá g. 23). De manera, que en
términos generales el interés se pregona de las propias partes; de los terceros
que por fungir de acreedores de los contratantes eventualmente se ven
lesionados, y del có nyuge, respecto de los actos jurídicos celebrados por el otro,
bajo las pautas, desde luego, del régimen econó mico del matrimonio, previsto
por la ley 28 de 1932…” (CSJ SC de 5 de septiembre de 2001, Rad. 5868).
«Con esa posibilidad cuentan el esposo o esposa que ve lesionado sus intereses
en la composició n del haber social, en virtud del régimen de participació n en
gananciales consecuencial al matrimonio. Tal facultad, sin embargo, no es
ilimitada si se tiene en cuenta que, como dispone el artículo 1° de la Ley 28 de
1932,
«[d]urante el matrimonio cada uno de los có nyuges tiene la libre
administració n y disposició n tanto de los bienes que le pertenezcan al
momento de contraerse el matrimonio o que hubiere aportado a él, como de los
demá s que por cualquier causa hubiere adquirido o adquiera; pero a la
disolució n del matrimonio o en cualquier otro evento en que conforme al
Có digo Civil deba liquidarse la sociedad conyugal, se considerará que los
có nyuges han tenido esta sociedad desde la celebració n del matrimonio, y en
consecuencia se procederá a su liquidació n
«Desde esa perspectiva, si bien la duració n de la «sociedad conyugal» va desde
el instante mismo en que se contraen nupcias hasta la configuració n de alguna
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de las causales de disolució n del artículo 1820 del Có digo Civil, durante su
vigencia existe una discrecionalidad en el manejo y disposició n independiente
de los bienes por quienes la conforman, lo que comporta una dualidad de
haberes que aunque autó nomos tienen repercusiones hacia futuro, cuando
ocurra esa situació n extintiva.
«Ahora bien, el primer motivo de «disolució n de la sociedad conyugal» que
contempla la ley es precisamente la «disolució n del matrimonio», lo que
acontece indefectiblemente por la muerte de uno de los có nyuges tanto para el
matrimonio civil como para el religioso, segú n lo establecen el artículo 152 del
Có digo Civil, modificado por el 5° de la Ley 25 de 1992, y el canon 1141 del
Có digo de Derecho Canó nico.
«Ante el acaecimiento del deceso surge para los herederos de quien fallece un
derecho que les era ajeno, como es reclamar al supérstite por los acuerdos
simulados que, ya sea ejercidos en el interregno de la «libre administració n» o
con posterioridad a esa «disolució n», son completamente lesivos a la
conformació n del activo social.
«Esa acció n les es propia por las repercusiones directas que ese perjuicio les
ocasiona, ya que incide concretamente en lo que pasa a engrosar el «haber de la
sociedad conyugal», la subsiguiente repartició n de gananciales, la
determinació n de la masa herencial y su posterior adjudicació n, todo lo cual se
agota en un solo trá mite notarial o procesal, dependiendo de las circunstancias,
como lo prevén los artículos 586 del Có digo de Procedimiento Civil y 1° del
Decreto Ley 902 de 1988, modificado por el 1° del Decreto 1729 de 1989.
«Por lo tanto, el solo hecho de invocar la calidad de «heredero» lleva implícito
todo lo anterior, sin que sea necesario que se aduzca obrar por o para la
«sociedad conyugal» como requisito imprescindible que legitime adelantar una
acció n de esta naturaleza.
«La Corte en SC 30 oct. 1998, rad. 4920, se pronunció en esos términos cuando
diferenció las dos vías con que cuentan los «herederos del có nyuge fallecido
para demandar la simulació n de los actos del sobreviviente», expresando que
[s]i en vida del có nyuge que luego fallece, el otro dispuso simuladamente de un
bien calificado como ganancial cuando se había disuelto la sociedad conyugal o
estaba en vías de serlo, de acuerdo con las circunstancias explicadas
anteriormente, es evidente, en este caso, que tal motivo de disolució n, anterior
y distinto al de su propia muerte, le otorgaba en vida, legitimació n e interés
para demandar la simulació n de los actos celebrados por su consorte, con el fin
de hacer prevalecer la existencia real de unos bienes, como integrantes del
haber social, sobre su aparente disposició n por el otro có nyuge. No habiendo
ejercido éste la acció n, podrá n hacerlo sus herederos iure hereditario, tomando,
simplemente, el lugar de su causante, lo cual se explica, ademá s, por el cará cter
patrimonial que dicha acció n ostenta.
«Acto seguido añ adió que [s]i en vida del causante, no se presentó ninguna de
las situaciones comentadas, o sea, ni se había disuelto la sociedad conyugal ni
se esperaba que ello ocurriese -en la forma expuesta-, resulta palmar que con
ocasió n de su fallecimiento, emerge un motivo legal de disolució n de aquella
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(artículos 152 y 1820-1° del Có digo Civil) y, precisamente por ello, son sus
herederos quienes, iure proprio, adquieren a partir de ese momento -jamá s
antes-, y por efecto del régimen econó mico-matrimonial consagrado en la Ley
28 de 1932, interés jurídico para demandar la simulació n de los actos
celebrados por el otro có nyuge; desde luego que los herederos tienen derecho a
que se establezca cuá les son los bienes gananciales que le corresponden a su
causante y que a su vez conforman la herencia que se les ha deferido, entre los
que necesariamente se deben incluir aquellos bienes sociales que fueron
adquiridos durante el matrimonio y respecto de los cuales no dispuso de
manera verdadera o cierta el có nyuge supérstite, facultad esta de disposició n
que puede controvertirse mediante la acció n de simulació n cuando, fingiendo
un negocio, se acomoda un bien ganancial al margen, aparentemente, del haber
social (…) Por consiguiente, la acció n que ejercen no la derivan de su causante,
sino que emerge del perjuicio que para ellos representa el negocio simulado; es
decir, que su interés nace de modo semejante al que surge para cualquier
tercero, en cuanto ha de tenérseles como titulares de una situació n jurídica que
en su contenido econó mico resulta afectada en la medida en que se conserven
las transferencias patrimoniales que tuvieron su causa en el negocio simulado.
«(…) Cuando surge para el có nyuge o sus herederos el derecho de accionar,
como ocurre si se disuelve el vínculo por la muerte o cualquier otra causa, ello
conlleva la posibilidad de revertir todas las negociaciones ficticias realizadas
antes o después de ese hecho, que por obvias razones afectan la conformació n
del activo social, en virtud de lo estipulado en el artículo 1793 del Có digo Civil,
en virtud del cual «se reputan adquiridos durante la sociedad los bienes que
durante ella debieron adquirirse por uno de los có nyuges, y que de hecho no se
adquirieron sino después de disuelta la sociedad, por no haberse tenido noticia
de ellos, o por haberse embargado injustamente su adquisició n o goce».
Quiere decir que así una operació n traslaticia de dominio se lleve a cabo por el
titular antes de que pierda vigencia la comunidad universal de bienes que nace
con las nupcias, no queda blindada de cuestionamientos posteriores sobre su
verdadero alcance, por el mero hecho de que para llevarla a cabo no se requiera
de la aquiescencia de la pareja.
En esos términos se pronunció la sala en SC 30 oct. 2007, rad. 2001-00200-01,
al resaltar que la legitimació n para demandar la simulació n desde el momento
mismo de la disolució n comprende (…) las transacciones realizadas por uno de
los consortes en vigencia de la sociedad conyugal, esto es antes de su
disolució n, tendiente a reintegrar el patrimonio social, cuando uno de ellos de
manera ficticia o fraudulenta ha celebrado un contrato para sacar un bien que
hace parte del haber social. El condicionamiento de que no le asiste a la
có nyuge legitimació n por activa para demandar la simulació n absoluta “porque
en el momento en que se hizo la venta, no se había iniciado proceso de
disolució n y liquidació n de sociedad conyugal” es inaceptable y equivocado.
Posició n que reiteró la Corporació n en SC4809-2014, que aunque se refirió a un
caso de mandato oculto es predicable en este evento al referirse a los alcances
de los artículos 1792 y 1793 del Có digo Civil, para precisar que [a]mbos
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preceptos delimitan temporalmente cuá les componentes econó micos, cuya


titularidad en cabeza de alguno de los esposos está en duda, ameritan de las
instancias procesales para su definició n, con el fin de entrar a conformar el
haber comú n (…) De tal manera que si existe contienda pendiente o latente al
momento de celebrarse el matrimonio, es claro que ninguna incidencia tiene en
la sociedad conyugal que inicia con éste. En sentido contrario, si los hechos que
dan lugar al incremento patrimonial de uno de los esposos suceden con
posterioridad al acto de unió n solemne, nada obsta para que una vez disuelta e
incluso liquidada la sociedad conyugal, se reclame la participació n
correspondiente si se materializan con posterioridad o, incluso, si se adelantan
los trá mites pertinentes para su obtenció n con resultados favorables (…) Cosa
muy distinta es que, como lo consagra el artículo 1° de la Ley 28 de 1932,
durante la vigencia de la sociedad, cada esposo pueda administrar y disponer
libremente “tanto de los bienes que le pertenezcan al momento de contraerse
matrimonio o que hubiere aportado a él, como de los demá s que por cualquier
causa hubiere adquirido o adquiera”, sin que su compañ ero de vida tenga
margen de discusió n en las decisiones que tome al respecto. Sin embargo, la
misma norma complementa que “a la disolució n del matrimonio o en cualquier
otro evento en que conforme al Có digo Civil deba liquidarse la sociedad
conyugal, se considerará que los có nyuges han tenido esta sociedad desde la
celebració n del matrimonio, y en consecuencia se procederá a su liquidació n”
(…) Bajo ese orden de ideas, el matrimonio no legitima para atacar las
transacciones previas a su celebració n que estén o sean susceptibles de
pendencia, pero, respecto de los actos posteriores, finiquitada la sociedad de
bienes con la disolució n, sí se habilita el camino para obtener una conformació n
apropiada de los inventarios y su distribució n equitativa
.
1.2. Como se advierte, en tales apartados, la mayoría da a entender que si la
sociedad conyugal no está disuelta o no se ha promovido y notificado una
acció n judicial que conduzca a la disolució n, el o la có nyuge o compañ ero (a)
carece de legitimació n para demandar de simulados los actos celebrados por el
consocio dentro de la vigencia de tal vínculo.
4. Paso a demostrar có mo la tesis de la Sala carece por completo de sustento
normativo o doctrinal hoy, pues no existe en el régimen jurídico patrio una
disposició n legal o constitucional, que deslegitime al socio afectado que no
negoció , para acusar, en vigencia de la sociedad conyugal o patrimonial, de
aparentes los actos así celebrados por el otro consorte.
El punto lo he expuesto in extenso, en otras disidencias, sin embargo, ahora se
hace necesario reiterarlo.
5. La mera circunstancia de que el artículo 1° de la Ley 28 de 1932 prescriba que
«durante el matrimonio cada uno de los có nyuges tiene la libre administració n
y disposició n tanto de los bienes que le pertenezcan al momento de contraerse
el matrimonio o que hubiere aportado a él, como de los demá s que por
cualquier causa hubiere adquirido o adquiera (…)», no significa que el otro
consorte carezca, en definitiva, de interés y, desde luego, de legitimació n para
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promover particularmente la actio simulandi en torno de un negocio jurídico


celebrado por el otro, sobre bienes adquiridos en vigencia del vínculo
matrimonial, sencillamente porque la admitida libertad para administrar y
disponer, sumado al hecho de que la sociedad conyugal se haga tangible al
disolverse, no da para entender, simple y llanamente como lo hace la
jurisprudencia y el fallo del que me aparto, que antes de tal momento no exista
dicha sociedad de bienes, pues ello no es lo que expresa, ni permite entender el
citado precepto.
Para empezar, porque la primera parte del mismo, recién transcrita, se ocupa
solo de conferir a los có nyuges o compañ eros libertad para administrar y/o
disponer del patrimonio propio y del que cada uno adquiriere en vigencia del
vínculo marital. No obstaculiza ni prohíbe que por el ejercicio de esa facultad no
se forme desde la fecha del matrimonio sociedad conyugal o sociedad
patrimonial; y en sana ló gica, ante la claridad meridiana del tenor literal de tal
expresió n legislativa (art. 27, C.C.), el intérprete no puede deducir, a partir de
tal prebenda, una sociedad meramente simbó lica, como se viene haciendo.
De igual modo, porque la parte restante del señ alado artículo, al disponer que
«(…) a la disolució n del matrimonio o en cualquier otro evento en que conforme
al Có digo Civil deba liquidarse la sociedad conyugal, se considerará que los
có nyuges han tenido esta sociedad desde la celebració n del matrimonio (…)»,
no hace cosa distinta a reconocer có mo la comentada sociedad patrimonial o
conyugal en realidad surge tangible desde el mismo momento en que hay
contrato matrimonial (art. 113, C.C.), determinació n esa del legislador que en
verdad no podía ser de otro modo si no se pierde de vista que por «(…) el hecho
del matrimonio se contrae sociedad de bienes entre los có nyuges, segú n las
reglas del título 22, libro IV, del Có digo Civil» (art. 180, ibídem).
Si no fuera así, si la aludida sociedad se patentizara apenas al disolverse el
vínculo marital o ella misma, ¿có mo podrían los có nyuges asumir de modo
pacífico, entre otras obligaciones, «[l]os gastos de crianza, educació n y
establecimiento de los hijos (…)», si respecto de tales gastos la ley dice «(…)
pertenecen a la sociedad conyugal»? (art. 257 ib.). Es claro que de ningú n modo,
porque al no existir, bajo la idea del fallo del que me aparto, haber social, si no
solo al disolverse, con cargo a la comentada sociedad conyugal en el entretanto
ninguno de los socios podría asumir tales gastos, ¿por qué?, ¿con qué?.
Por tanto, si en términos de la ley, la afamada sociedad de bienes nace a la vida
jurídica y se materializa desde el instante en el cual se gesta el vínculo marital,
con independencia de que deba o tenga que disolverse; por el mero hecho de la
gestació n y vigencia de la sociedad conyugal al consorte no negociante le asiste
pleno interés y, por supuesto, legitimació n para intentar la acció n de
prevalencia de cara al convenio celebrado por el otro cuando crea que se trata
de un acto aparente.
Es claro, entonces, que en vía de hacer objetiva la sociedad durante la unió n no
es menester la disolució n del matrimonio y mucho menos liquidarla, pues en
cuanto la norma estima «(…) que los có nyuges han tenido esta sociedad desde
la celebració n del matrimonio (…)», ineludible deviene admitir que ella, al
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margen de la comentada libertad administrativa y dispositiva, a lo largo de la


unió n marital no es una mera abstracció n, algo ininteligible o abstracto, sino
realidad pura; situació n que, per se, radica interés en el socio no negociante
para demandar, desde el nacimiento mismo de la relació n, la declaració n de
apariencia del acto bilateral celebrado por el otro sobre bienes que harían parte
del haber social segú n los dictados de la ley.
De ese modo, mientras el precepto, sin tapujo alguno, considera «(…) que los
có nyuges han tenido esta sociedad desde la celebració n del matrimonio (…)»,
es decir, ella siempre estuvo, está y estará latente, con desprecio de tan
elocuente contenido normativo la Sala viene estimando que el interés del
consorte no contratante nace apenas cuando notifica al otro la acció n con la
cual busca disolver el lazo conyugal, bajo la errada creencia de que antes no lo
tiene solo porque el artículo otorga la preanotada libertad. Es evidente, tal
disposició n, y ninguna otra, nada señ alan acerca de que por la independencia
en la administració n y disposició n de sus respectivos bienes, la sociedad
conyugal o patrimonial no se forme desde el inicio y que a raíz de ello el socio
no contratante carezca de legitimació n para provocar la declaració n de
simulació n del acto que involucre cosas habidas en forma onerosa en la época
del matrimonio.
En este orden, el hito y su fijació n, así concebidos por la Corte, son hartamente
caprichosos: ¿de dó nde, có mo o por qué, con base en o a partir de qué precepto
positivo juzga la Corporació n necesario presentar primero una demanda que
conduzca a la disolució n de la sociedad conyugal y que la legitimació n se
adquiere a partir de la fecha en la cual el auto que la admita se notifique al otro
có nyuge? El mero hecho de esa presentació n o notificació n no es elemento
indicativo ni denota por sí solo, la disolució n del matrimonio o de la
materializació n de la sociedad conyugal, pues promover el caso judicial y
noticiar al opositor no conlleva, indefectiblemente, a lo uno o a lo otro, no solo
porque, en ú ltimas, la decisió n puede ser adversa a lo deprecado, sino también
porque circunstancias de diversa índole pueden frustrar la prosecució n del
trá mite natural, haciendo, en uno y otro evento, apenas imaginaria la
disolució n.
Pero ademá s, si por voluntad propia el consorte no contratante, no quiere
deshacer el matrimonio o disolver la sociedad conyugal, la Sala, sin embargo,
con aquel planteamiento está compeliendo a ello, quebrantando rectamente los
artículos 13 y 333 de la Constitució n Nacional, segú n los cuales todas las
personas nacen libres e iguales ante la ley, siendo que la actividad econó mica y
la iniciativa privada son libres. Con esa posició n le coarta su derecho a decidir
libremente, en tanto lo apremia, sin base normativa alguna, a promover una
acció n, en la cual, a lo mejor, no está interesado.
6. Ademá s, la posició n hoy reiterada por la Sala, motivadora de esta salvedad de
voto, en época donde la dignidad humana ha adquirido su má s amplio,
uniforme y universal reconocimiento por los diversos países del mundo, da la
espalda a los má s caros valores y principios profesados por el Constituyente de
1991.
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El pueblo de Colombia decretó , sancionó y promulgó la Carta Política de 1991,


entre otros, «(…) con el fin de fortalecer la unidad de la Nació n y asegurar a sus
integrantes la vida, la convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad, el
conocimiento, la libertad y la paz, dentro de un marco jurídico, democrá tico y
participativo que garantice un orden político, econó mico y social justo (…)»; y
dispuso que la Repú blica unitaria, en la cual organiza el Estado colombiano, se
funda «(…) en el respecto a la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de
las personas que la integran y en la prevalencia del interés general» (art. 1°).
Los aspectos envueltos en esta transcripció n no son caracteres del Estado
colombiano, sino de su propia naturaleza, de su ontología.
En ese contexto, determinó como fines esenciales del Estado: “(…) servir a la
comunidad, promover la prosperidad general y garantizar la efectividad de los
principios, derechos y deberes consagrados en la Constitució n; facilitar la
participació n de todos en las decisiones que los afectan y en la vida econó mica,
política, administrativa y cultural de la nació n; defender la independencia
nacional, mantener la integridad territorial y asegurar la convivencia pacífica y
la vigencia de un orden justo”; y señ aló : «Las autoridades de la Repú blica –la
Corte lo es, desde luego– está n instituidas para proteger a todas las personas
residentes en Colombia, en su vida, honra, bienes, creencias y demá s derechos y
libertades, y para asegurar el cumplimiento de los deberes sociales del Estado y
de los particulares» (art.2° ib.).
Cuando con desconocimiento del verdadero espíritu de las normas previstas en
el artículo 1° de la Ley 28 de 1932, la Corporació n no le reconoce al có nyuge
actor en acció n de simulació n la legitimació n para promoverla, de la forma
como lo hace en el fallo objeto de esta separació n de voto, no solo se sustrae de
asegurar, en particular a esa especie de sujetos procesales, la justicia y la
igualdad que cada uno de ellos busca al acudir a la jurisdicció n, sino que omite
advertir que el marco jurídico en referencia, entendido de la manera antes
expresada, y no del modo adoptado en la sentencia y en la doctrina
jurisprudencial, garantiza a las señ aladas personas el acceso a la realizació n de
un orden social y econó mico justo, establecido por la Constitució n Política
como uno de sus fines primordiales.
Si uno de los propó sitos esenciales del Estado es garantizar la efectividad de los
principios, derechos y deberes consagrados en la Constitució n y asegurar la
vigencia de un orden justo, en la providencia de la cual me aparto la Corte toma
un rumbo que en modo alguno converge o realiza dichos propó sitos, pues al
impedir al compañ ero o có nyuge, que no han promovido o notificado acció n
que conlleve a la disolució n del vínculo marital o de la sociedad conyugal,
demandar la simulació n de los actos a través de los cuales su pareja enajenó
bienes sociales, no solo lo discrimina, quebrantando con inocultable elocuencia
los dictados del artículo 13 de la Carta Fundamental, sino que deja de lado
principios esenciales como los de igualdad, justicia y dignidad humana
contenidos en los mandatos superiores, sin ninguna explicació n vá lida.
Si por imperio de la ley la sociedad conyugal surge, ipso jure, con el
matrimonio, no es justo que la Corporació n les imponga a los có nyuges o
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compañ eros la carga de demostrar que promovieron el pertinente proceso de


familia para decirles que con la notificació n al opositor del mismo, y solo a
partir de ese instante, tienen o pueden tener legitimació n en causa simulandi.
Como desde el comienzo lo definió la jurisprudencia constitucional, los «(…)
principios fundamentales del Estado son una pauta de interpretació n ineludible
por la simple razó n de que son parte de la Constitució n misma y está n dotados
de toda la fuerza normativa que les otorga el artículo cuarto del texto
fundamental (…). En síntesis, un principio constitucional jamá s puede ser
desconocido en beneficio de otra norma legal o constitucional o de otro
principio no expresamente señ alado en la Constitució n, pero puede, en ciertos
casos, necesitar de otras normas constitucionales para poder fundamentar la
decisió n judicial»[1].
Con la comentada exigencia la Corte se olvida que, cual autoridad de la
Repú blica, está especialmente instituida con el cardinal deber de proteger
también a ese puñ ado de sujetos de derecho, en sus bienes, derechos y
libertades, mucho má s, si no se pierde de vista que el Estado tiene la primordial
obligació n de reconocer, «(…) sin discriminació n alguna, la primacía de los
derechos inalienables de la persona y amparar a la familia como institució n
bá sica de la sociedad» (art. 5°, C.P.); en tanto «[t]odas las personas nacen libres
e iguales ante la ley (…)». Si todas han de recibir, por lo menos en principio,
«(…) la misma protecció n y trato de las autoridades (…)», para materializar la
igualdad real y efectiva, han de gozar «(…) de los mismos derechos, libertades y
oportunidades sin ninguna discriminació n (…)» (ib. 13).
De modo que cuando sin sustento legal se les coarta a los có nyuges o
compañ eros (as) el derecho a promover la acció n de simulació n, por el mero
hecho de no haber iniciado proceso de familia para disolver el vínculo o la
sociedad conyugal, la Corte toma una posició n del todo discriminatoria,
violando por ese camino los preceptos superiores puestos de presente. Como la
«(…) familia es el nú cleo fundamental de la sociedad (…)», la Constitució n
Nacional le impone al Estado el deber de garantizar su «(…) protecció n integral
(…)» (art. 42); resguardo que la Corporació n se sustrae de ofrecer, como si
pudiera sustraerse de la observancia de los mandatos superiores.
Ninguna seguridad se le da a la familia, institució n bá sica de las distintas
comunidades del mundo, cuando se le niega a uno de los integrantes de la
pareja la legitimació n para promover la declaració n de simulació n de negocios
jurídicos recaídos sobre bienes que en términos del propio artículo 1° de la Ley
28 de 1932 hacen parte del patrimonio de la sociedad familiar. Esa requisitoria
no es legal y el ordenamiento tampoco da margen para por vía de doctrina
jurisprudencial crear o mantener campos vedados al principio de lealtad y de
transparencia en la administració n y manejo de los negocios de la economía
familiar; se trata, en verdad, de una concepció n caprichosa que no es producto
de la razó n ni de la ló gica. En el fondo se desprotege, no al có nyuge o
compañ ero que acude a la acció n simulatoria, sino a la familia, en tanto le cierra
a ésta, tal vez, el ú nico camino que tendría para lograr que un bien social
retorne al acervo familiar.
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Si las «(...) relaciones familiares se basan en la igualdad de derechos y deberes


de la pareja (…)» (art. 42, ib), lo pregonado en el fallo, amén de
desproporcionado, impide respecto del integrante no negociante la activació n
de la igualdad de derechos para establecer la realidad en torno al contrato
celebrado por el otro.
7. La legitimació n por la que abogo es coherente ademá s con las antiguas y nuevas
tendencias legislativas en otros escenarios del derecho de familia.
5.1. Así, el artículo 532 del Có digo Civil, derogado, como se sabe, por la Ley
1306 de 2009, preveía que «(…) el juicio de interdicció n [por disipació n]
pod[ría] ser provocado por el có nyuge no divorciado del supuesto disipador
(…)». Conforme al artículo 32 de la Ley 1306 de 2009 las «(…) personas que
padezcan deficiencias de comportamiento, prodigalidad o inmadurez negocial y
que, como consecuencia de ello, puedan poner en serio riesgo su patrimonio
podrá n ser inhabilitadas para celebrar algunos negocios jurídicos, a petició n de
su có nyuge, el compañ ero o compañ era permanente (…)».
Como se advierte, en tales escenarios de la relació n familiar, el legislador
concede legitimació n a un integrante de la pareja para promover el proceso de
interdicció n del otro por disipació n, sin exigir, como presupuesto, la disolució n
del respectivo vínculo o de la correspondiente sociedad conyugal o patrimonial
de hecho, con todo y que con ello solo busca poner a buen resguardo el
patrimonio propio del presunto interdicto.
Si con tal institució n se concede interés a ese có nyuge para buscar la
declaració n de interdicció n por despilfarro, có mo no va a tener legitimació n
para demandar la simulació n de un acto bilateral celebrado por el otro sobre
cosas que corresponden a la sociedad conyugal. La legitimació n existe, porque
por «(…) el hecho del matrimonio se contrae sociedad de bienes entre los
có nyuges, segú n las reglas del título 22, libro IV, del Có digo Civil» (art. 180.
C.C.), mayormente si no se pierde de vista que el «(…) matrimonio es un
contrato (…) por el cual un hombre y una mujer se unen con el fin de vivir
juntos (…) y de auxiliarse mutuamente» (ib., 113).
5.2. El artículo 5° de la Ley 294 de 1996, en desarrollo del precepto 42 de la
Constitució n Política contiene normas para prevenir, remediar y sancionar la
violencia intrafamiliar. la R. 2ª de la Ley 575 de 2000, lo modificó y
complementó , adoptando una medida de protecció n contra todo el cú mulo de
despropó sitos y prá cticas que atentan contra la paz intrafamiliar. En forma
contundente impone: «[p]rohibir, al agresor la realizació n de cualquier acto de
enajenació n o gravamen de bienes de su propiedad sujetos a registro, si tuviere
sociedad conyugal o patrimonial vigente», caso en el cual la autoridad judicial
con atribuciones «(…) oficiará a las autoridades competentes» (literal l). La
medida de igual modo, la podrá decretar no solo el juez de familia en los
procesos de divorcio o de separació n de cuerpos por causal de maltrato
(pará grafo primero), también, y en forma provisional e inmediata, la autoridad
jurisdiccional que conozca de los delitos que tengan origen en actos de
violencia al interior de la comunidad doméstica (pará grafo primero).
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Como se observa, con la advertencia de que se tenga sociedad conyugal o


patrimonial vigente, el ordenamiento estatuye como medida en los casos de
violencia en la convivencia familiar, la rotunda prohibició n al agresor para que
enajene o grave bienes de su propiedad. ¿Será que el consorte no enajenante
tiene interés por intentar la simulació n de bienes sociales traditados
aparentemente por el otro consocio? Sin duda que sí. No es coherente que el
legislador expresamente impida al agresor desprenderse o gravar bienes
sociales que estén en su cabeza, y el juez le niegue al có nyuge actor vocació n
para provocar la simulació n, si en ambos casos se busca es, sencillamente,
impedir que por medio de mecanismos indebidos o irreales los bienes de la
sociedad conyugal o patrimonial se distraigan en perjuicio del bienestar
familiar y/o del otro có nyuge.
5.3. Acorde con la Ley 258 de 1996, reformada por la Ley 854 de 2003, se
entiende afectado a vivienda familiar el inmueble adquirido por uno o ambos
có nyuges, antes o después de la celebració n del matrimonio destinado a la
habitació n de la familia. Segú n su artículo 2°, dicha afectació n surte efectos por
ministerio de la ley respecto de las viviendas adquiridas con posterioridad a la
vigencia de ese estatuto. Una vez configurada por voluntad de la ley o
constituida por los có nyuges o compañ eros permanentes, solo podrá
enajenarse o constituirse gravamen u otro derecho real sobre los bienes así
comprometidos con el consentimiento de ambos có nyuges (artículo 3°). El
notario debe indagar al comprador del bien destinado a vivienda, si tiene
sociedad conyugal vigente, matrimonio o unió n marital de hecho y si posee otro
inmueble afectado a vivienda familiar. Si no existe el fedatario dejará
constancia expresa de la constitució n por ministerio de la ley (artículo 6°).
Cual se aprecia, en este otro escenario el legislador, en bien de la seguridad y
bienestar de la familia, impone el gravamen sobre el inmueble destinado a
vivienda, aun contra la voluntad de los có nyuges. Si de igual modo la acció n de
simulació n ejercida por el consorte no negociante propende porque la cosa
aparentemente enajenada jurídicamente se mantenga dentro de la sociedad
conyugal, también para seguridad y bienestar de la familia, no existe entonces,
motivo legítimo que al có nyuge afectado le impida activar dicho recurso judicial
y obtener decisió n de fondo al respecto.
8. El soporte argumentativo del fallo resulta también inaceptable si se lo analiza
bajo la teoría de la simulació n.
La simulació n no tiene por objeto afianzar la posició n de quienes hayan
adquirido del supuesto comprador; só lo se propone constatar la veracidad de la
declaració n de voluntad frente a un acto aparente, no querido por las partes.
Esa labor de confirmació n no tiene ni siquiera virtualidad creadora o
destructora de algú n vínculo contractual; en sentido estricto verifica lo
realmente sucedido, para que brille la verdad la transparencia en los negocios
familiares.
La naturaleza jurídica, dentro de las reconocidas por el derecho, responde a una
acció n declarativa. Tan solo se circunscribe a constatar lo existente, a verificar
el sentido de la voluntad real.
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La simulació n busca destruir los negocios aparentes, desleales o divergentes


para confirmar lo veraz de una determinada relació n. Es una acció n
transmisible, indivisible; e impersonal, en tanto reconoce la acció n a quien
tenga interés jurídico para que prevalezca la verdadera voluntad sobre la
declarada, aspecto a raíz del cual un contratante podrá accionar contra un
tercero y viceversa, en todos aquellos casos en los cuales la necesidad de
protecció n a sus intereses así se lo indiquen. Es viable frente a quien ponga en
peligro una prerrogativa patrimonial, a raíz del acto ficticio o de la relació n con
los efectos sobre los cuales el mismo gira.
Esa naturaleza meramente declarativa de esta acció n ha sido reconocida por la
Corte. Avanzando su pensamiento hacia la escuela italiana, en su momento
puntualizó : «[l]as acciones para demandar la nulidad y la simulació n tienen
naturaleza y contenido distinto. La de nulidad es constitutiva y de condena: lo
primero, porque destruye una situació n jurídica creada; lo ú ltimo, porque
segú n la ley, lleva a reivindicar la cosa, aú n contra terceros de buena fe. En
cambio, la acció n de simulació n es declarativa, porque con ella tan solo se busca
descubrir el verdadero pacto, el oculto, dá ndole la prevalencia que le
corresponde sobre el fingido. Pero esto no es ó bice para que a la acció n de
simulació n se le considere como principal y puedan acumulá rsele otras,
encaminadas a amparar derechos que tengan nexos con la situació n jurídica
encubierta»[2].
Por consiguiente, en tanto su objeto se dirige a descubrir el contenido de la
voluntad realmente concertada para hacer que produzca sus efectos normales,
la doctrina[3] y la jurisprudencia[4] le confiere a la simulació n la característica de
«unidad» [5].
Consecuencia sine qua non de otorgarle esa naturaleza, lo es que en algunas
épocas la Corporació n ha reconocido legitimació n en la causa a todo el que
tenga interés jurídico. Inicialmente hizo ver có mo, al lado de las partes y de los
herederos, «[t]ambién pueden ejercitar la acció n de simulació n todo el que
tenga interés jurídico en obtener la prevalencia del acto oculto sobre el
ostensible»[6].
Un poco má s adelante, enfatizó que «[l]a acció n de simulació n, cierto es, tiene
naturaleza declarativa. Por medio de ella se pretende descubrir el verdadero
pacto, oculto o secreto, para hacerlo prevalecer sobre el aparente u ostensible.
Pero para el ejercicio de la acció n de simulació n es requisito indispensable la
existencia de un interés jurídico en el actor. Es la aparició n de tal interés lo que
determina la acció n de prevalencia. Mientras él no exista, la acció n no es viable.
(…)»[7].
Por tanto, con el reconocimiento de la acció n a todo el que tenga interés en que
prevalezca la verdadera voluntad sobre la simplemente declarada, la
jurisprudencia implícitamente ha admitido su cará cter impersonal. De esta
manera, la consideració n de que no todo derecho corresponde o debe
corresponder a una determinada prestació n, ha de posibilitar la existencia de
interés jurídico que merezca la protecció n de los poderes pú blicos, como
ejercicio lícito para ejercer la acció n de prevalencia.
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Es titular de un real interés quien pretenda obtener la tutela jurídica para que
sus derechos se desembaracen de todo obstá culo opuesto a su desarrollo y
normal ejercicio. Tratá ndose del acto aparente, frecuentemente pueden
resultar afectados los derechos de terceros por la forma jurídica usada, cuando
se oculta el verdadero contenido negocial. Lo normal y cotidiano es que todo
ejercicio de las prerrogativas se muestre de manera diamantina, en su
extensió n, naturaleza y límites, de tal modo que ostente la verdad real; pero
muchas veces los sujetos de derecho no actú an así, sino con el fin de perjudicar
a quienes no han intervenido en el negocio, de tal forma que ocultan la verdad
por vía de un acto de apariencia o de engañ o. En todas estas hipó tesis deviene
necesario autorizar que tales actos sean impugnados por los reales o
eventuales perjudicados.
La Corte, de la mano de F.F. ha sostenido: «“(…) Su acció n se dirige a establecer
la verdad, a poner en claro lo dudoso o equívoco, a destruir la apariencia, y no
tiene por qué apoyarse en la culpabilidad delictuosa del deudor. El ú nico
requisito necesario para ejercer la acció n de simulació n es la existencia de
interés, determinado a veces por el elemento del dañ o y cuya naturaleza y
extensió n son diversas. Porque (…) en la de simulació n resulta el perjuicio de la
incertidumbre y dificultad de hacer valer un derecho subjetivo y, por
consiguiente, de la amenaza de su posible violació n. Ademá s, el elemento del
dañ o en la acció n de simulació n tiene un aspecto má s amplio y multiforme, ya
que no consiste solamente, en una disminució n de la garantía de los acreedores,
sino en cierto peligro de perder un derecho o de no poder utilizar una facultad
legal”» [8].
Es incontrovertible, por consiguiente, en materia de simulació n la doctrina, así
como la jurisprudencia deben reconocer que su ejercicio corresponde a quien
tuviere un interés jurídico tutelable frente al desconocimiento o violació n de un
derecho suyo, así sea consumado o potencial.
En consecuencia, si el integrante que no celebró el contrato es el socio conyugal
o compañ ero, inclusive el concubino de quien sí lo hizo, si la sociedad
econó mica se forma a partir del vínculo meramente consensual o solemne, y si
el negocio jurídico recayó sobre cosa que en términos del artículo 1781 del
Có digo Civil está llamada a componer el haber de la correspondiente sociedad,
ninguna duda hay acerca de que, al primero de los aludidos consortes o
consorcios sí le asiste un interés jurídico tutelable, pues cual miembro de dicha
sociedad patrimonial tiene todo el derecho para que se descubra la verdad
alrededor de un acto semejante.
Por tanto, la Corte se equivoca al perseverar en una posició n carente de raíces
normativas; con mayor razó n, segú n su propias palabras, no convenía «(…)
pasar por alto el interés de orden social que hay en que la verdad brille y las
ficciones y simulaciones no prosperen [y que n]o es dado al juzgador restringir
en su interpretació n las palabras o preceptos legales en forma que de ello se
derive el éxito de aquello (…) que la ley abomina y que marca con el calificativo
de nulo, de absolutamente nulo (…)»[9] –simulado decimos hoy–.
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Dicho pensamiento fue reafirmado al determinar expresamente que los


terceros sí tenían acció n de simulació n sobre la base de la naturaleza jurídica
de la misma. En efecto, señ aló la doctrina jurisprudencial, tienen acció n «(…)
[l]as partes contratantes, sus causahabientes a título universal o herederos y en
general toda persona que tenga interés protegido por la ley en que prime el
acto secreto sobre el pú blico, (…) todos ellos tienen la acció n de simulació n: que
se reconozca y declare que el bien no ha sido realmente enajenado, y que por
tanto permanece aú n en el patrimonio del contratante (…), que prime la verdad
real sobre la expresió n só lo aparentemente declarada (…)»[10].
9. Por consiguiente, una actitud distinta de la argumentada en las precedentes
líneas de esta salvedad de voto, como la asumida por la mayoría en la sentencia
de la que me aparto, es reduccionista y retardataria, injusta, innoble y desigual,
violatoria de los principios y valores fundantes del Estado Social de Derecho.
10. En suma, aquel enfoque doctrinal de la Corporació n, no solo es caprichoso y
contrario a la estructura del actual ordenamiento jurídico, sino
manifiestamente contrario a los principios y valores profesados por la Carta
Política.
Dejo así salvado mi voto.
Fecha ut supra
L.A. TOLOSA VILLABONA
[1] Sentencia T-406 de 5 de junio de 1992.
[2] G.J., t. LXXVII, pá gina 793.
[3] F., F.. La simulació n de los negocios jurídicos, pá gina 53 a 55.
[4] G.J., ts. XLII, pá ginas 336-337, y LXXVII, pá ginas 792-795.
[5] F., F.. Ibídem.
[6] G.J., t. XLIII, pá gina 830.
[7] G.J., t. LXXIX, pá gina 526.
[8] G.J., t. LXXVII, pá ginas 793-794.
[9] G.J., t. XLII, pá gina 25.
[10] G.J., t. XLV, pá gina 257.

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