4.3. La Oratoria y Los Elementos de La Comunicación Oral PDF
4.3. La Oratoria y Los Elementos de La Comunicación Oral PDF
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Es
un arte aplicado, que se perfecciona con la práctica. Expresar las ideas propias ante un auditorio,
exponer correctamente propuestas, defender posturas e intereses, resulta de fundamental
importancia en la vida personal y profesional de cualquier persona. Desde luego, para el
negociador, el exponer adecuadamente sus argumentos y replicar a los ajenos, será una de sus
herramientas de trabajo más eficaces. A pesar del nuevo ecosistema digital, las presentaciones
públicas, el debate y la exposición oral continúan revistiendo idéntica importancia que en el
pasado. Personas de gran valía, que atesoran conocimiento e iniciativa, ven frustradas o
limitadas sus propias carreras por su incapacidad de hablar correctamente en público.
Dedicamos tiempo, dinero y esfuerzo en estudiar carreras y cursos, aprendemos inglés y nuevas
tecnologías – todas ellas, sin duda alguna, fundamentales en la sociedad actual –pero, sin
embargo, despreciamos el formarnos en oratoria, siquiera a nivel elemental. ¿Por qué? Desde
la escuela, pasando por la universidad, arrastramos un déficit en preparación y experiencia en
comunicación ante un público, de ahí nuestro proverbial miedo escénico y acentuado sentido
del ridículo. Pero nunca es tarde para aprender, cualquier persona puede adquirir el nivel
suficiente para poder expresarse eficazmente en público: el orador no nace, sino que se hace.
Aunque el ejercicio de la oratoria se pierde en el origen de los tiempos, no tenemos
constancia teórica de su desarrollo – al menos en la tradición occidental – hasta la Grecia Clásica,
como ya vimos en el caso de la retórica. La oratoria es el arte práctico de hablar para convencer
y persuadir. La oratoria bebe de las fuentes teóricas de la retórica, pero su mando es práctico y
pone las palabras y el discurso al servicio de unos objetivos determinados. Esta visión
pragmática ha permitido que el concepto de la oratoria haya atravesado los siglos manteniendo
una lozanía que la retórica perdió. El inglés Blair definió la oratoria como el “arte de hablar de
manera que se consiga el fin que se persigue”. La oratoria no es el arte del bien hablar, sino que,
en verdad, está mucho más asociado al bien convencer o persuadir. El buen orador no será quien
más metáforas utilice en la tribuna, sino el que logre transmitir más eficazmente sus prioridades
o mejor consiga persuadir a la audiencia. La oratoria nunca debe ser considerada como un fin
en sí misma, sino como un instrumento al servicio de un objetivo. “Una comunicación sin éxito
es ruido” (DE SANTIAGO 2012 p.48). El orador no habla para gustarse a sí mismo, debe hablar
para gustar o convencer a una audiencia. Si el público, una vez finalizada la intervención del
orador, dice «¡Qué bien habla!», pero no logra recordar después sus principales mensajes, ni ha
finalizado conmovido o convencido, el orador ha fracasado. La oratoria no es un ornato floral,
es una herramienta verbal. La oratoria tiene una esencia finalista, se ejercita para algo y la mejor
oratoria es la que mejor consigue los fines que persigue.
La oratoria no es el arte de hablar bien, sino que se trata del arte de hablar
adecuadamente y de manera eficaz para alcanzar unos objetivos determinados. Hablar sin
objetivos convierte al orador en un cascarón de palabras vacías y estériles. Por esta causa, a
veces, la retórica y la oratoria poseen una connotación negativa, la primera por exceso formal y
la segunda por aparente interés truculento. Nuestra tesis se basa en negar ambas sospechas, al
menos en su versión excluyente. Tanto la retórica como la oratoria trabajan con el lenguaje para
conseguir unos fines lo que, además de legítimos, permiten la convivencia y la creatividad
individual y colectiva. Al igual que el orador tiene un objetivo al hablar, la audiencia también lo
posee al escuchar. Y en ese acto retroalimentado se basa la comunicación, en la que la fuerza
de las palabras a través de la oratoria conforma conocimientos, pareceres y decisiones. La
persuasión no es la única finalidad de la oratoria. También podemos considerar entre sus fines
el transmitir información o conocimiento, el motivar, el describir situaciones o, simplemente,
contar una historia, aunque, a los efectos de la negociación que nos ocupa, el convencer es la
finalidad última de la oratoria negociadora.
La oratoria, como instrumento, ni es buena ni mala a efectos morales, depende de la
intencionalidad a la que sirva o de los efectos que, en su caso, produzca. Ya Catón y Quintiliano
advirtieron que la honradez es la primera característica del orador, aunque existieron – y existen
– grandes oradores no honrados. Pero intentar convencer a una audiencia de algo en lo que no
se cree, o lo que no se predica con el ejemplo, suele resultar desacreditado y desactivado por la
falta de coherencia. Quintiliano, estirando al límite el argumento, afirma que los argumentos
nacen de manera natural de la causa, y la mejor causa provee siempre de los más lógicos y
eficaces argumentos. Si un abogado gana una de estas causas justas, simplemente ha hecho lo
que debía. Pero lograr ganar las causas inciertas, apartando al juez de la contemplación de la
verdad, es el verdadero mérito del orador. No podemos compartir el adanismo de Quintiliano.
Existen defensores de lo justo incapaces de ganar un debate o de convencer, por no saber
argumentar adecuadamente, mientras que lo que postulan los injustos pueden ganarse a la
audiencia por su brillante y eficaz oratoria y argumentos. Ya analizamos la fuerza de los
argumentos falaces.