Tema 9.

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TEMA 9: EL SUSTANTIVO: CASO, GÉNERO,

NÚMERO

El sustantivo
El sustantivo latino constaba de un morfema radical seguido de un único morfema
trabado que indicaba caso y número; la referencia al género se hacía también en parte
a través de este mismo morfema (esencialmente de caso/número), aunque dicha
información se puede considerar inherente a la raíz. Podemos clasificar al sustantivo,
de una manera general, en cinco tipos.
Caso y número.
Teóricamente, cada sustantivo latino disponía en principio de doce terminaciones
diferentes, mediante las cuales se indicaba el papel que desempañaba en la oración
(esto es, su caso) y su número. Valiéndonos de la terminología tradicional, el
nominativo es el caso propio de la función de sujeto; el vocativo se emplea para la
apelación; el acusativo se utiliza para el objeto directo; el genitivo indica posesión, etc.;
el dativo es el caso del OI; y el ablativo permite expresar toda una variedad de
relaciones en la oración (causa, circunstancia, etc.), a menudo en combinación con una
preposición. Estas desinencias pueden ejemplificarse con un sustantivo de la clase
latina terminada en –A (la primera declinación) como MENSA “mesa”.

SINGULAR PLURAL
NOMINATIVO MENSA MENSAE
VOCATIVO MENSA MENSAE
ACUSATIVO MENSAM MENSAS
GENITIVO MENSAE MENSARUM
DATIVO MENSAE MENSIS
ABLATIVO MENSA MENSIS

Se observará que sólo presenta siete terminaciones diferentes, al igual que sucede
normalmente con los restantes sustantivos latinos (ninguno tenía más de ocho). A
causa de ello, en ocasiones la forma, por sí misma, no era capaz de especificar con
absoluta claridad el papel que el sustantivo desempañaba. Así, por ejemplo, para
entender la función de MENSAE en una oración concreta, el oyente necesitaba de
otras pistas como el orden de palabras, las desinencias verbales o de otros sustantivos,
etc. Esta fuente potencial de malentendidos aumentaba debido a otra ambigüedad
inherente al sistema: ciertos casos, muy especialmente acusativo y ablativo, podían
desempeñar varias funciones diferentes.
El sistema de casos aquí descrito funcionaría razonablemente bien en la lengua escrita,
donde, con frecuencia, una segunda lectura permitiría resolver lo que a primera vista
se prestaba a confusión; sin embargo, probablemente resultó siempre adecuado en el

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habla, ya que ésta necesita de una comprensión inmediata para que la comunicación
tenga lugar. Así pues, mientras la lengua literaria continuaba apoyándose en las
terminaciones casuales (hasta más o menos el siglo I de la era cristiana), hay evidencias
de que el latín hablado recurría, desde los tiempo más tempranos, a mecanismo
complementarios, sobre todo a las preposiciones, para aclarar esa ambigüedad que no
despejaban las confusas desinencias de los sustantivos. Ya en el teatro popular de
escritores como Plauto e incluso, ocasionalmente, en las obras de más empeño
literario de escritores posteriores, nos encontramos con que ciertas funciones del
sustantivo no se indican únicamente por su forma, sino mediante la combinación de
ésta con una preposición; esto sucede a menudo con el genitivo, el dativo y el ablativo.
Así, por ejemplo, a veces registramos la preposición DE seguida de ablativo en lugar del
genitivo: DIMIDIUM DE PRAEDA (Plauto), PAUCI DE NOSTRIS (César). El español hereda
directamente esta expresión analítica en la forma de de + sustantivo (la mitad del
botín un templo de mármol).
Así mismo, en tanto el latín clásico se servía del dativo sin ninguna otra marca para el
OI, esta función solía expresar en el habla de Roma por medio de IN o AD + acusativo.
Idéntica construcción (con el tiempo sólo a + sustantivo) se usó en la Península (y en
otras áreas) para el OD de persona, en sustitución del acusativo; el español (lo dio) a su
amigo, y (vio) a su amigo son, pues, descendientes directos de la combinación
latinovulgar AD + acusativo. Ahora bien, en español medieval, esta construcción con a
de persona no estaba todavía gramaticalizada, sino que servía para aclarar el
significado de aquellas secuencias en las que dos sustantivos o pronombres se
encontraban agrupados con un verbo y presentaban un mismo número (singular o
plural); en estas circunstancias el orden de palabras del español, relativamente libre
(muchas veces se permite que el sujeto siga al verbo), podía dar lugar a dudas sobre
cuál de los elementos debía interpretare como sujeto y cuál como complemento: la
presencia de a delante de uno de los pronombres inequívocamente apuntaba a que el
otro había de ser entendido como sujeto. Esta posible ambigüedad podía agudizarse
en el caso de los sustantivos personajes, ya que acostumbraban a funcionar como
sujeto; mas la a como marca del complemento objeto de persona sólo se convirtió en
obligatoria a fines del Siglo de Oro. A pesar de ello, se dan también hoy ejemplos en
que la preposición sigue utilizándose para eliminar la ambigüedad en oraciones como
mordió el perro al gato, en las que ninguno de los sustantivos e personal, pero donde,
sin el auxilio de la preposición, sería imposible determinar cuál de ellos es el sujeto.
En cuanto al ablativo, el de comparación del latín clásico se correspondía con DE +
ablativo n latín vulgar, secuencia que se mantiene todavía en los orígenes del español,
etapa en la que fue desplazado por la conocida construcción con que, proveniente del
QUAM latino. Igualmente, la noción de “ablativo instrumental” llegó a señalarse por
medio de expresiones como con o por medio de. En realidad, lo que ocurría es que casi
todos los valores de este caso latino requerían ya incluso en la lengua literaria, la
presencia de una preposición; así, A(B) + ablativo se usaba para expresar “la persona
agente de una acción”, construcción que continúa en los primeros tiempo del español

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literario, aunque fue sustituida en seguida por de + sustantivo; este último empleo de
de con valor de agente se mantiene como normal hasta el siglo XVI y es a partir de
entonces cuando por reemplaza a esa preposición en esta función, aunque no siempre:
el uso más antiguo continúa apareciendo tras ciertos participios, ej. Amado de todos. El
“ablativo de compañía” requería también la presencia de una preposición (CUM), cuyo
descendiente es el español con.
En definitiva, la tendencia hacia construcciones preposicionales era irreversible y, a
pesar de que las terminaciones casuales y las preposiciones desempeñaban la misma
función, éstas cumplían su misión de modo más eficaz, debido a que su número era
mayor que el de morfemas de caso; así fue cómo las desinencias casuales acabaron
conviniéndose en meras marcas redundantes de unos valores de los que daba cuenta
con mayor precisión la preposición que acompañaba a la palabra. Y si bien es cierto
que la redundancia no implica necesariamente la pérdida de los morfemas de caso
(todas las lenguas admiten un elevado grado de redundancia), explica, cuando menos,
que en el momento en que etas terminaciones se vieron amenazadas por la
convergencia fonológica, apenas se resistiesen a este fenómeno que se abatió sobre
muchos pares de terminaciones. A continuación señalaremos brevemente las
convergencias fonológicas más relevantes (y sus consecuencias sobre el sistema
casual):
1. La pérdida de la M final conlleva frecuentemente, en el singular, la confusión
del acusativo y del ablativo de la tercera declinación (acus. MONTE(M)= abl.
MONTE).
2. La confluencia de A y A, junto con la pérdida de la M, hizo imposible la
distinción entre el nominativo MENSA, el acusativo MENSA y el ablativo MENSA
de la primera declinación.
3. La confusión de U y O (y de las restantes vocales velares en posición inicial)
originó que no se diferenciasen en el singular el acusativo de la segunda
declinación (DOMINUM) del dativo/ablativo (DOMINO).
4. La convergencia de I y E (y de las restantes vocales palatales en posición final)
provocó la confusión en la tercera declinación del nominativo/acusativo plural
(MONTES) con el genitivo singular (MONTIS).
Obsérvese que con esto no se afirma que el cambio fonológico haya causado la
confusión morfológica y la consiguiente sustitución de las terminaciones casuales por
preposiciones, como a menudo se sostiene; antes bien, nos inclinamos a pensar que
fueron precisamente as inadecuadas distinciones pues sólo así podía garantizarse la
diferencia de funciones. Tal evolución convirtió en redundantes a la mayoría de las
desinencias casuales y permitió que prosiguiese ya sin obstáculos, la amplia confusión
producida como resultado del cambio fonológico.
Hacia los siglos IV o V de nuestra era, los cambios fonológicos que acabamos de indicar
habían llevado, en el singular, a una considerable simplificación de los morfemas de
caso de todos los sustantivos latinos; por su parte, las formas plurales se habían
reducido también por analogía con el singular. Es cierto que, en oriente y en lagunas

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partes de occidente, pudieron sobrevivir hasta tres casos para algunos sustantivos,
pero, durante este período, casi todo el oeste de la Romania disponía probablemente
de un máximo de dos formas casuales, tanto para el singular como para el plural (un
nominativo o aso sujeto y un caso oblicuo, que se usaba para las restantes funciones);
no obstante, tal distinción faltaba, sin duda, en algunos puntos del sistema nominal.
Así pues, en la última etapa del latín hablado, éste debía mostrar en Hispania y
también en otras áreas el modelo que aparece en:

Dicho sistema supone dos hechos que hasta ahora no hemos examinado. En realidad,
el primero de ellos no nos interesa en este momento, pues para nuestro actual
propósito carece de importancia si /i/ (<I) y /e/ (<I, E, E) eran todavía fonemas distintos
en la sílabas finales. En cambio, sí resulta significado que la terminación del nominativo
plural de los sustantivos de la primera declinación fuese /-as/; hay claras evidencias de
que sucedió así en el latín hablado de la mayor parte de la Romania desde los tiempos
más tempranos, frente al registro literario, que mostraba una –AE analógica.
Este sistema bicasual sobrevivió en francés y occitano, con modificaciones menores,
hasta los siglos XII-XIII.
Como resultado de una serie de ajustes analógicos, en otras áreas geográficas se
produjo con anterioridad una reducción mayor, a dos formas invariables, una para el
singular y otra para el plural. En este sentido, debemos tomar nota de que los
sustantivos en –A –y lo mismo sucedía en el plural de la tercera declinación –carecían
de inflexión casual ya en los últimos tiempo del latín vulgar, y este hecho –que en un
gran número de ocasiones no fuera posible la distinción entre algunos casos –marcó
sin duda la pauta para su desaparición en las restantes declinaciones. Los ajustes
analógicos que desencadenaron el proceso de eliminación fueron los siguientes:
1. La /s/ final aparece en casi todas las formas de plural, más sólo en algunas del
singular; por ello, llegó a considerarse exclusivamente como marca de número
y ya no de caso. Este modelo (/-s/= plural, =singular) se había establecido, de
modo decisivo, en la 1º declinación latinovulgar; su extensión analógica supuso
la pérdida de la /-s/ en las formas de singular (generalmente el nom.) donde se
había mantenido hasta entonces. De este modo, se originó, en el singular, la
inmediata confluencia del nominativo /ánno/, /nú be/ (antes /ánnos/) con el
oblicuo.
2. Los sustantivos imparisílabos de la 3º (es decir, aquellos cuyo nominativo
singular cuenta con una sílaba menos que los restantes casos) sufrieron una
nivelación analógica y ampliaron sus formas más breves; así, el Appendix Probi

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condena el uso de los expandidos GLIRIS, GRUIS y recomienda los tradicionales
GLIS, GRUS, mientras que en latín no literario registramos MENTIS por MENS,
CARNIS por CARO, BOVIS por BOS, etc. No obstante, en latín vulgar esta
nivelación se limitaba a los sustantivos con sentido no personal, si bien debió
afectar también, durante el período siguiente, a los que hacían referencia a
persona. Este cambio implica (junto con la pérdida de la /-s/ del singular que
acabamos de examinar), la confusión del nominativo singular /leone/
(<*LEONIS< LEO) con un oblicuo singular /leone/.
3. Una vez realizados estos dos cambios que hemos analizado, la oposición
morfológica entre nominativo y oblicuo ha quedado reducida tan sólo al plural
de los sustantivos en –o (/ánni/ vs. /ánnos/). Incluso si prescindimos de la
restricción universal según la cual los plurales no pueden presentar más grados
de oposición morfológica que los singulares correspondientes, resulta evidente
que las presiones analógicas internas que pretendían nivelar esa oposición
entre /ánni/ y /ánnos/ debieron de convertirse en prácticamente irresistibles.
Pero, ¿qué forma estaba destinada a sobrevivir? En la Península y otros
territorios occidentales, donde el plural de la mayor parte de los sustantivos se
caracterizaba por la adición de /s/ a la misma vocal que aparecía en singular,
está claro que iba a preferirse /ánnos/; /ánni/ decayó por completo, tal vez tras
un período de libre distribución con /ánnos/ en ambos papeles (nominativo y
oblicuo). (En el centro de Italia y en otras zonas orientales, donde la /s/ final se
perdía normalmente y la mayoría de los plurales diferían de los singulares
correspondientes por una alternancia vocálica –singular /rosa/, plural /rose/ -,
la presión estructural llevaría a escoger /ánni/ en lugar de /ánno(s)/.)
El resultado de estos ajustes es la desaparición de todo rastro de distinción entre casos
en los tres tipos principales de sustantivos que hereda el español: (1) rosa/rosas (2)
año/años, y (3) león/leones, nube/nubes. En este último, la presencia o ausencia de
/-e/ tiene más que ver con la fonología histórica que con la morfología.
Los estudios tradicionales sobre la evolución del sistema nominal establecen que la
forma del acusativo se mantiene a expensas de las demás, cuyas funciones adopta. Y lo
cierto es que las formas nominales español sobrevivientes recuerdan más, en efecto, a
este caos del latín clásico que a cualquier otro; ahora bien, la explicación tradicional no
da cuenta de por qué una forma como ésta, que en latín señalaba el objeto directo de
un verbo transitivo, terina también aplicándose para designar al sujeto de la oración,
además de asumir otras muchas funciones; incluso aquellas explicaciones que parten
de la preeminencia del acusativo ha d aceptar que determinadas voces españolas no
pueden proceder de ese caso latino. Con todo, si sólo atendemos al plano morfológico,
esta tesis es razonable, por más que desde el punto de vista sintáctico, no carece de
problemas. Mediante la justificación aquí ofrecida, que se apoya en la nivelación
analógica y fonológica de terminaciones originariamente distintas, tratamos de obviar
esta dificultad sintáctica, partiendo del hecho de que las formas del sustantivo
españolas (y de otros romances) heredan tanto las funciones como (en gran medida)
las formas de una gran variedad de casos latinos.

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Género.
En la evolución al español del sustantivo latino, la categoría de género sufrió dos
transformaciones principales. Por un lado, se produce la reducción de un sistema de
tres géneros (masculino-femenino-neutro) a uno de sólo dos (masculino-femenino),
con la redistribución consiguiente de los sustantivos neutros sobreviviendo en los dos
géneros conservados. Por otro lado, debido a una serie de cambios se llega casi a una
total correspondencia entre género y desinencias nominales.
Sustantivos neutros.
Se puede afirmar que el margen de diferencia entre los neutros latinos y los restantes
sustantivos no era suficiente, ni desde el punto de vista de su forma ni atendiendo a su
contenido semántico; fue precisamente esta falta de distinción la que al final provocó
su desaparición.
En realidad, formalmente las únicas características que los particularizaban eran la
identidad entre las terminaciones de nominativo y acusativo y el hecho de que ambos
casos terminasen siempre en /a/ plural. Semánticamente tampoco se revelaban como
grupo específico, pues, aunque en algún tiempo hubiesen designado exclusivamente a
la clase de los inanimados (mientras los masculinos y femenino se aplicaban a los seres
animados), esta relación se había desdibujado muchísimo hacia el siglo I a.C.; de
hecho, muchos inanimados poseían género masculino o femenino, y algunos animados
se contaban entre los neutros. El resultado de la indistinción de los neutros fue un
elevado número de intercambios en latín vulgar entre éstos y (especialmente) los
masculinos; así, a menudo encontramos sustantivos neutros con terminaciones
masculinas, en tanto que otros tradicionalmente masculinos adoptan a veces la
terminación /a/ del plural neutro.
La redistribución de los neutros se llevó a cabo de acuerdo con un principio general: si
el sustantivo latino tenía una vocal velar en su sílaba final se incluía entre los
masculinos; no obstante, aquellos (relativamente pocos) neutros que evolucionaban
desde su forma plural (en /a/) adquirían género femenino. Cuando la vocal de final no
era ni /-o/ ni /-a/ (esto es, en aquellos con /-e/ o consonante final), parece como si el
nuevo género se les hubiese atribuido arbitrariamente, si bien en determinados casos
es posible que haya influido su asociación con un sustantivo masculino o femenino de
significado relacionado.
Los neutros latinos de la 2º declinación (PATRUM, VINUM) diferían formalmente de los
masculinos de la misma clase tan sólo en el nominativo singular (-UM vs. –US), el
nominativo plural (-A vs. –I) y el acusativo plural (-A vs –OS). Tales diferencias se
habrían reducido el perderse la /-s/ del nominativo singular en los masculinos; sin
embargo, incluso antes de que esto ocurriese esos neutros se habían hecho idénticos
a los masculinos como ANNUS, DOMINUS, tras abandonar sus plurales en /-a/ y
adoptar terminaciones masculinas. Estos neutros, por tanto, pasan al español como
masculinos:

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PRATUM>PRATA> prado, prados.
VINUM> vino.
(debe observarse que VINUM y vino, como sustantivos incontables, carecen de formas
plurales, excepto en el sentido especializado de clases de vino).
De igual modo, los neutros de la 4º se confundieron con los masculinos de la misma
clase; más tarde se hicieron idénticos al grupo anterior (prado, vino, etc.), cuando esta
declinación confluyó con la 2º. Así:
CORNU, CORNUA> cuerno, cuernos.
También los neutros de la 3º declinación cuyo nominativo/acusativo singular
terminaba en –US (TEMPUS, CORPUS, PECTUS, PIGNUS, OPUS; pl. TEMPORA,
CORPORA, PECTORA, PIGNORA, OPPERA; LATUS, pl. LATERA) fueron absorbidos
finalmente por los masculinos en –o, -os. No obstante, hay evidencias de que en
español preliterario estos sustantivos poseían una terminación invariable /-os/ para el
singular (sin duda la presencia de /-s/ tanto en el acusativo como en el nominativo
permitió que la consonante se resistiera a la eliminación analógica que afectaba a los
sustantivos masculinos y para el plural (donde la terminación era puramente
analógica); se registran ejemplo de ello ya en el español medieval temprano, etapa
durante la cual tales sustantivos terminaban en –os en locuciones que,
aparentemente, poseían un sentido singular: en tiempo de, en cuerpos, en pechos,
huebos me es, al lados de. Sin embargo, dejando aparte estas locuciones fosilizadas,
los sustantivos de la 3º se habían asimilado completamente en el español medieval a
los masculinos en –o/-os:
TEMPUS> TEMPORA> tiempo, tiempos.
CORPUS, CORPORA> cuerpo, cuerpos.
PECTUS, PECTORA> pecho, pechos.
PGNUS, PIGNORA> peño, más tarde empeño.
LATUS, LATERA> lado, lados.
EL plural PIGNORA tuvo una evolución independiente (>prenda), como le sucedió al
plural de OPERA.
Ahora bien, los neutros de la 3º declinación componen, desde el punto de vista formal,
un grupo un tanto heterogéneo. Así, un subgrupo importante estaba integrado por los
imparisílabos cuyo nominativo/acusativo singular terminaba en /n/ o /r/ (NOMEN, pl.
NOMINA, ROBUR, pl. ROBORA). En Hispania estos sustantivos eran tratados como
otros imparisílabos, de suerte que el nominativo y el acusativo singular (que en los
neutros eran idénticos) se adecuan al número de sílabas de las restantes formas del
paradigma. Y dado que las nuevas formas expandidas de singular terminaban en /e/
(NOMEN>*NOMINE, ROBUR>*ROBORE), lo que ocurrió fue que se asimilaron al tercer
tipo de sustantivos del español y sustituyeron sus plurales en –A por /-es/. A estos

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recién llegados se les asignó uno de los dos géneros, masculino o femenino, de modo
arbitrario; con todo, en contados casos la proximidad de su significado con un nombre
preexistente pudo haber jugado un papel importante al asignar el nuevo género, como
en LUCEM, que tal vez se convierte en femenino (lumbre) por asociación con el
femenino LUX (>luz). Los sustantivos que pertenecen a este grupo son:
NOMEN/NOMINA> *NOMINE/NOMINA> nombre(s) masc.
VIMEN/VIMINA> VIMINE/VIMINA> mimbre(s) masc.
AERAMEN/AERAMINA> *AERAMINE/AERAMINA> alambre(s) masc.
EXAMEN/EXAMINA> *EXAMINE/EXAMINA> enjambre(s) masc.
LEGUMEN/LEGUMINA> *LEGUMINE/LEGUMINA> legumbre (s) fem.
LUMEN/LUMINA> LUMINE/LUMINA> lumbre fem.
CULMEN/CULMINA> CULMINE/CULMINA> cumbre(s) fem.
ROBUR/ROBORA> ROBORE/ROBORA> roble(s) masc.
UBER/UBERA> *UBERE/UBERA> ubre(s) fem.
SULFUR> *SULFURE> azufre masc.
Algo similar sucedió con LAC, voz que, a causa de la analogía con el genitivo LACTIS,
dativo LACTI, etc., adquiere idéntica ampliación de su cuerpo fónico:
LAC> LACTE> leche fem.
Otro neutros de la 3º declinación eran bastante heterogéneos en su forma. Algunos no
podían incrementar el número de sus sílabas a partir de otros casos, por tratarse de
parisílabos, o bien se resistieron a ese aumento por diferentes razones, que no
siempre conocemos:
FEL> hiel fem.
MEL> miel fem.
RETE (atestiguado como fem. RETIS en lat. Vulgar)> red fem.
MARE> mar (masc. o fem. en esp. med., hoy en día suele aparecer como masc.)
COCHLEARE> esp. med. cuchar (masc. o fem.); posteriormente prefirió el género
femenino y se hipercaracteriza cambiando a la terminación en –a.
CAPUT/CAPITA con singular en /-o/ en latín vulgar, fue arrastrado a la clase en –o (y se
hizo por tanto masc.) con el plural analógico cabo(s).
VAS/VASA (lat. clásico) conoció en latín vulgar competidor VASUM/VASA, que
sobrevive como el masculino vaso(s).

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OS/OSSA (lat. clásico) fue desbancado de modo semejante por el latín vulgar
OSSUM/OSSA, de donde procede hueso(s).
Aunque la mayoría de los neutros sufrió una reestructuración analógica de sus
plurales, un cierto número de ellos (en –A) se trasladaron a la clase de sustantivos
terminados en a, y se convirtieron de este modo en femeninos singulares, formando
un nuevo plural en /-as/. En cuanto a los plurales originarios de gran parte de estos
sustantivos, existía la posibilidad de que fuesen entendidos (a veces con poca
exactitud) como colectivos, categoría en la que la distinción de número se debilita. Así,
junto al neutro del latín clásico ARMUN/ARMA (cuyo plural podía sugerir el significado
colectivo de armamento y dar lugar a una reinterpretación de esta forma como un
sustantivo singular) encontramos atestiguado el femenino ARMA/ARMAE, origen del
español arma(s). De la misma manera, paralelamente al latín clásico OPUS/OPERA
‹‹obra(s)››, registramos OPERA/ OPERAE, de donde obra(s) (con respecto a OPUS> esp.
med. huebos).
Algunos de estos plurales neutros que han pasado al tipo femenino en a mantienen
vestigios de su sentido colectivo (varios continúan, de hecho, como sustantivos
incontables y sin un plural español):
ARMA ‹‹arma››> arma.
BRACCHIA ‹‹brazos››< braza (cf. sing. BRACCHIUM>brazo).
FOLIA ‹‹hojas››> hoja (también colectivo).
LIGNA ‹‹madera››> leña.
OVA (lat. clásico OVA) ‹‹huevos››> hueva (cf. OVUM> huevo).
VOTA ‹‹votos››> boda.
Otros han perdido completamente ese carácter colectivo:
MORA> (zarza)mora.
OPERA> obra.
PIGNORA ‹‹prendas››> prenda.
PIRA ‹‹pera››> pera.
La confusión de neutros con masculinos y femeninos supuso, en el propio latín, un
período de incertidumbre en cuanto al género de ciertos sustantivos, de suerte que
algunos masculinos o femeninos presentan la terminación del neutro plural /-a/. Tales
formas en /-a/ han sobrevivido en alguna ocasión, convertidas en auténticos
femeninos singulares, como ARMA> arma, OPERA> obra, etc.:
Fruta< FRUCTA ‹‹fruta(s)›› (plural incorrecto de FRUCTUS, de donde fruto).
Rama< *RAMA ‹‹ramas›› (plural incorrecto de RAMUS, de donde ramo).

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Según hemos podido comprobar, en el proceso de adaptación de los sustantivos
neutro a masculinos o femeninos, hay casos en los que la forma ha determinado el
género por el que finalmente optó el castellano; y cuando no existe una razón formal
para la elección (por terminar el neutro en /e/ o consonante), el género se determina
en parte arbitrariamente y en parte atendiendo al que poseen palabras con las que el
antiguo neutro se relacionaba semánticamente.
Marcas de género en el sustantivo.
-Sustantivos masculinos y femeninos en –US y –A. Ya en latín clásico se establecía una
fuerte conexión entre el género y la forma de la palabra: la mayoría de los sustantivos
en –US (esto es, los de la 3º y 4º) eran masculinos (prescindimos de los neutros de esta
declinaciones, ya que rápidamente adquirieron el género masculino), mientras que la
mayor parte de los que terminaban en –A (los de la 1º) eran femeninos. Esta
correlación se había visto fortalecida en latín vulgar (por el cambio de género de los
femeninos en –US y de los masculinos en –A) y en el español medieval la
correspondencia llegó a ser casi biunívoca, de manera que las únicas formas
aberrantes, en esa fase, eran probablemente el femenino mano y el masculino día.
Ahora bien, para alcanzar este estadio, hubo que someter a un ajuste el género de tres
grupos de palabras: las denominaciones de árboles, las de piedras preciosas y las de los
términos de parentesco.
Los nombres de árboles, femeninos e latín, solían acabar en –US. A menudo se adoptó
la solución más sencilla para remediar esta situación anómala, el cambio de género:
CERASIUS> cerezo. POPULUS> chopo.
FRAXINUS> fresno. TAXUS> tejo.
PINUS> pino. ULMUS> olmo.
Pero, en otros casos (de modo particular aunque no exclusivamente cuando se
precisaba distinguir la denominación del árbol y la de la fruta correspondiente),
continúa atribuyéndose el femenino al árbol, si bien esa terminación /a/ que se le
aplica se debe a que el sustantivo original es sustituido por un adjetivo relacionado que
concuerda con el femenino ARBOR:
FICUS> (ARBOR) FICARIA> higuera (por su parte, FICUS> higo).
FAGUS> (ARBOR) FAGEA> haya.
A veces algunos nombres de árboles que tenían otras terminaciones recibían este
mismo tratamiento, pues, de esta manera, se marcaba la diferencia entre el nombre
del árbol y el del fruto:
NUX> (ARBOR) NUCLAIS> nogal o (ARBOR) NUCARIA> noguera (por su parte,
NUX/NUCE> nuez).
ILEX> (ARBOR) ILICINA> encina.

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Las denominaciones de piedras preciosas no son siempre palabras populares; de hecho
hay términos de este tipo que entraron en el español de la Edad Media desde fuentes
escritas. No obstante, algunos de los que se transmitieron oralmente eran femeninos
en latín (por lo menos a veces), aunque terminaban en –US. Demoraron más que los
nombres de árboles en encontrar una forma fija, y el español medieval vaciló entre
adaptarlos a uno y otro de los modelos (/-a/=femenino, /-o/= masculino):
AMETHYSTUS> esp. med. ametisto/ametista; desde el s. XVI amatista.
SAPPHIRUS> esp. med. çafir; zafiro desde el s. XVII.
SMARAGDUS> esp. med. esmeragde/esmeralda, esp. mod. esmeralda.
TOPAZIUS> esp. med. estopaçio/estopaza/estopazo (más tarde remodelado como
topacio).
En cuanto a los términos de parentesco, hemos de analizar, en concreto, las voces
SOCRUS (madre política) y NURUS (hija política) (de la 4º declinación). Se trataba de
términos femeninos que se oponían, por tanto, a la regla de formación del género en
latín vulgar. En este caso, resulta imposible el cambio de género y la única solución era
modificar la forma; el Appendix Probi nos atestigua que esta opción ya se daba en latín
vulgar (NURUS NON NURA, SOCRUS NON SOCRA) y son, precisamente, las formas allí
condenadas las que han sobrevivido como nuera y suegra.
Así pues, quizá en español medieval tan solo hubo dos excepciones a la regla de que
las palabras acabadas en /-a/ eran femeninas y las que terminaban en /-o/ masculinas:
mano (<MANUS, fem. en latín) y día (< latín vulgar *DIA, latín clásico DIES). Sin
embargo, desde finales de la Edad Media la fuerza de esta norma se debilitó, de suerte
que en la actualidad existe un gran número de sustantivos que la incumplen:

 Masculinos en /-a/, prestamos de los neutros griegos (frecuentemente fem. en


esp. med.): profeta, planeta, clima, etc.
 Masculinos en /-a/ que se originan, a través de metonimia, en femeninos
abstractos: el cura, el corneta, guardia, guarda, centinela, etc.
 Femeninos en /-o/, creados por metonimia, abreviación, etc.: la modelo, la
moto, la foto, la dínamo, etc.
-Sustantivos masculinos y femeninos acabados en /e/ o en una consonante. En estos
sustantivos no se da, por supuesto, correspondencia entre género y forma. A causa de
ello, resulta fácil el cambio de género (de masculino a femenino y viceversa), que se
constata con relativa frecuencia y que afecta tanto a palabras populares como cultas.
EL paso de femenino a masculino es particularmente corriente en el caso de
sustantivos que empiezan por vocal; ello se debe a que en español medieval la forma
del artículo definido o indefinido precedente era idéntica para los dos géneros (el
amor, fem., el origen, fem., un árbol, fem.). En un pequeño número de ejemplos, la
palabra recibe en español ambos géneros, o bien pueden detectarse diferencias de
género de una región a otra. Como muestras de esta vacilación se incluyen:

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 Amor, honor, masculinos en latín y con ambos géneros en español medieval, se
hacen únicamente masculinos en la última etapa de la Edad Media;
 Calor, color cambian a masculino después del Siglo de Oro, aunque todavía se
mantienen como femeninos en modalidades dialectales; obsérvese que labor
es femenino incluso en el estándar;
 Árbol, femenino en latín, frecuentemente se conservó como tal durante la Edad
Media; hoy en día es masculino;
 Arte, femenino en latín y en español medieval; ahora masculino en singular,
femenino en plural;
 Génesis femenino como sustantivo común, es masculino cuando designa al
primer libro de la Biblia;
 Linde, masculino en latín y femenino en español medieval, en la actualidad es
femenino en singular y masculino en plural;
 Orden, masculino en latín, adquirió gradualmente el género femenino en
algunos significados (así en el de mandato);
 Origen, femenino en latín y en español hasta el siglo de Oro, ahora es
masculino;
 Pirámide, préstamo que entra en el Siglo de Oro como masculino, hoy en día es
femenino;
 Sal, masculino en latín, en nuestros días tiene género femenino, excepto en el
noroeste de España;
 Valle, femenino en latín y, a menudo, en español medieval (la val, etc.), sin
embargo hoy tiene género masculino.
Desde el período latino, se ha producido una tendencia a incorporar esas palabras
cuyo género no estaba abiertamente marcado (las acabados en /e/ o en una
consonante) en las categorías en las que sí existe una correspondencia entre género y
forma (la que termina en a y la que termina en o). Dicho fenómeno, que consiste en
dotar a los sustantivos de una marca clara de género (/-a/ u /-o/), se designa, a veces,
con el nombre de hipercaracterización; para el proceso por el que los femeninos
terminados originalmente en –or, -és, -e, -ón, acabaron al final en –ora, -esa, -a, -ona
en la última etapa del español medieval. Son ejemplos de hipercaracterización de
sustantivos femeninos:
AMITES> esp. med. andes> esp. mod. andas.
GRUE> esp. med. grúa (más tarde grulla, como voz referente a un ave).
INFANTE fem.> origen esp. la infante> infanta.
PANTICE> panza.
PULICE> pulga.
PUPPE> popa.
RESTE> riestra> ristra.

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SENIORE fem. > esp. med. temprano la señor> señora.
TURTURE> tórtola.
Ejemplos de hipercaracterización de sustantivos masculinos los tenemos en:
CICERE> chícharo.
CORTICE> corcho.
CUCUMERE> esp. med. cogombro> esp. mod. cohombro.
PASSARE (latín clásico PASSER) gorrión> pájaro.
PULVERE>*PULVUS> origen español polvos> polvo.
Clases de sustantivos.
Las cinco clases latinas de sustantivos no eran iguales numéricamente; el tipo en a (o
1º declinación; MENSA, ROSA) era muy abundante, al igual que las clases en o (o 2º
declinación; DOMINUS, MAGISTER) y la caracterizada por una consonante o /i/ (la 3º
declinación; REX, NUBIS); en cambio, el modelo en u (o 4º declinación, MANUS,
GRADUS) y el que terminaba en e (o 5º declinación; DIES, RES) contaban con pocos
elementos.
Los sustantivos de la 3º declinación se dividían en imparisílabos (cuyo nominativo
singular tenía una sílaba menos que los restantes casos [ej. nom. sing. LEO, ac. sing.
LEONEM, nom. ac. pl. LEONES), o en el caso de los sustantivos neutros con una sílaba
menos tanto en el nominativo como en el acusativo neutros con una sílaba menos
tanto en el nominativo como en el acusativo singular [p. ej., nom. ac. sing. NOMEN,
nom. ac. pl. NOMINA]) y parisílabos (con el mismo número de sílabas en todos los
casos [p. ej., nom. sing. NUBIS, ac. sing. NUBEM, nom. ac. pl. NUBES]).
Además, los sustantivos de la 4º declinación compartían muchas de sus terminaciones
con los de la 2º; por su parte, los de la 5º eran en muchos aspectos idénticos a los de la
3º declinación.
Estas semejanzas estructurales se intensificaron, sin duda, a medida que el sistema de
desinencias casuales se debilitaba, ya que sobrevivieron precisamente aquellas en las
que más se asemejaban las declinaciones. Como resultado de estas similitudes y del
desajuste numérico entre los diferentes grupos a que hemos aludido, comienza ya en
el latín hablado una reducción de estas cinco declinaciones a tres. Con todo, y aun
antes de esta confusión, gran parte de los sustantivos femeninos de la 5º cambiaron a
la 1º: así, MATERIES> MATERIA, RABIES>*RABIA. DIES, aunque sólo ocasionalmente era
femenino en latín clásico, y a pesar de aparecer en español como masculino, también
se modificaba y adaptaba a la forma de la 1º declinación: *DIA.
Si, ahora, además de la convergencia de las declinaciones, tenemos en cuenta también
el tratamiento que reciben los sustantivos neutros, resulta fácil explicar que el español

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haya llegado a poseer tres clases de sustantivos. Veamos de qué forma se ha originado
cada una de ellas:
1. Sustantivos en /a/. Proceden de:
-de la 1º declinación latina (mesa, rosa).
-femeninos de la 5º declinación (madera, rabia).
-plurales neutros de cualquier declinación (hoja, boda).
-femeninos hipercaracterizados de la 3º declinación (señora, pulga).
2. Sustantivos en /o/. Proceden de:
-masculinos y neutros de la 2º declinación (dueño, vino).
-masculinos y neutros de la 4º declinación (paso) y un único femenino singular
de la misma: mano.
-neutros de la 3º declinación cuyo nominativo/acusativo singular termina en
una vocal velar (cabo, tiempo).
-masculinos hipercaracterizados de la 3º declinación (pájaro, corcho).
3. Sustantivos en /e/ o en consonante:
-gran parte de los sustantivos de la 3º declinación (nube, león).
-sustantivos de la 5º declinación que no pasaron a la 1º (haz ‘cara’, fe).
-un puñado de palabras de la 2º declinación, cuyas terminaciones cambiaron
por razones desconocidas (cobre> CUPRU), trébol< TRIFOL(I)U).
No obstante, había unos cuantos sustantivos medievales que no se ajustaban a
ninguno de estos patrones. Los casos más importantes son buei (<BOVE), lei (<LEGE),
rei (<REGE), cuyos plurales eran al principio regulares fonológicamente (pero
morfológicamente irregulares): bueis (<BOVES), leis (<LEGES), reis (<REGES); durante la
Edad Media, estas formas aberrantes se acomodaron a la clase de e/cons., mediante la
remodelación de su plural en bueyes, leyes, reyes.

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