EJEMPLOS DE CUENTOS DE TERROR Lecturas, Ejemplos
EJEMPLOS DE CUENTOS DE TERROR Lecturas, Ejemplos
EJEMPLOS DE CUENTOS DE TERROR Lecturas, Ejemplos
Todo comenzó aquel día. Iba caminando hacia casa desde la escuela, cuando a
mitad del camino, me topé en la calle con una niña que me miraba. Iba vestida
con ropa vieja, tenía una mirada profunda y una sonrisa de oreja a oreja que me
causó escalofríos. La ignoré y continué con mi camino. Justo cuando estaba a
punto de llegar a mi hogar vi que ella estaba afuera, sonriéndome.
Un rato después estaba hablando con algunos de mis amigos por Facebook,
acerca de la escuela y del cuento corto que nos habían encargado escribir para el
día siguiente. En ese momento me llegó una solicitud de amistad y sin pensarlo
mucho, presioné el botón de aceptar.
No fue sino hasta segundos después, cuando me fijé en la foto de perfil de aquel
usuario desconocido, que el miedo se volvió a apoderar de mí. Era la fotografía
de la misma niña sonriente que me estaba acosando. Rápidamente cerré mi
portátil y la desconecté. Lo que no sospechaba era que la verdadera pesadilla
estaba a punto de comenzar.
A lo largo de los siguientes dos meses, llegué a verla en cada sitio al que iba y
también fuera de mi casa. No soportaba esa maldita sonrisa.
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Lo peor de todo, era cuando mis amigos me aseguraban que ellos no veían a
nadie. Si estaban jugándome una broma con aquello, definitivamente era la más
cruel que habían intentado conmigo.
La pequeña ensanchó su sonrisa hasta tal punto, que dejó de parecer humana.
—Tu peor pesadilla —acto seguido se echó a reír de una manera tan malsana, que
tuve que salir corriendo para no morir de miedo ahí mismo.
Finalmente tomé una decisión: si ella no me dejaba en paz, yo tendría que acabar
con ella. Así que tomé un cuchillo y salí de casa una vez más.
Han pasado doce años desde que aquella locura se desató. Últimamente no he
visto tanto a la niña, lo cual es un alivio. Pesé a mis temores, logré enamorarme y
me casé con la mujer a quien considero el amor de mi vida. Juntos acabamos de
tener una bebé, es hermosa, la pequeña más linda del mundo. Aunque… hay algo
en ella que me incomoda un poco.
Y es que, desde la primera vez que la vi, me di cuenta de que mi hija no dejaba
de sonreír.
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El visitante nocturno
Cuando Leonor y su madre se mudaron a esa casa antigua en el centro de
Madrid, la niña tuvo un mal presentimiento. El lugar era grande, pero oscuro,
como la mansión encantada de aquel relato corto de horror que había escrito
para la clase de Lengua. Los escalones crujían al subir y bajar, y en todo
momento sentías como si alguien estuviera observándote desde los rincones. Le
daban escalofríos.
Por la noche, Leonor dejó una lamparilla encendida para poder dormir mejor. La
primera noche fue una pesadilla. Los ruidos del jardín y el crujir de la casa la
atemorizaron tanto, que apenas y pudo pegar ojo. Tres días después se había
acostumbrado a todos esos espeluznantes sonidos, aunque no dejaba de sentir
que alguien la observaba.
Leonor asintió con la cabeza y las dos, todavía en pijama y sin hacer el equipaje,
salieron inmediatamente de la casa, se metieron en el auto y la madre arrancó a
toda velocidad.
Revisaron cada habitación. Al parecer no había nada fuera de lugar, todo estaba
tal y como lo habían dejado. Lo único extraño yacía en el cuarto de Leonor. Ahí,
sobre el espejo de su tocador, alguien había dejado un mechón de pelo y un
escalofriante mensaje en el vidrio: FUERA.
Ese mismo día, madre e hija volvieron a mudarse.
Meses después, mientras Leonor estaba en el colegio, su maestra les dio a ella y
a sus compañeros unos periódicos antiguos con los que harían una dinámica
escolar. Todos tenían que recortar fotos y noticias para crear su propio
periódico. La pequeña se quedó de piedra al toparse con la fotografía del mismo
niño fantasma que habitaba en la casa del centro, bajo un titular que le puso los
pelos de punta:
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Nunca sonrías a medianoche
Laurie era una joven universitaria que vivía sola desde que decidiera trasladarse
a una gran ciudad, para llevar a cabo sus estudios. Con sus ahorros y un empleo
de medio tiempo, había conseguido alquilar un piso pequeño donde contaba con
lo indispensable. Lo que la pobre muchacha no podía ni sospechar, es que allí
estaba a punto de vivir la experiencia más aterradora de su vida.
Eran cerca de las dos de la mañana, cuando Laurie escuchó como alguien tocaba
la puerta de su apartamento. Molesta, intentó ignorar a quien quiera que
estuviera afuera, pensando que debían haberse equivocado.
“Algún vecino despistado, que se olvidó de las llaves y piensa que está en su piso”, se
dijo a sí misma, intentando volver a dormir.
Pero cuando los golpes se hicieron más fuertes, no tuvo más remedio que
levantarse para echar a quien quiera que estuviera tocando. Más valía que no
fuera una broma.
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Sin embargo cuando abrió la puerta, no había nadie en el umbral y el pasillo
estaba desierto.
No hubo respuesta.
Laurie contempló estupefacta aquella frase, escrita con lo que parecía ser sangre
fresca sobre el vidrio y liberó un grito lleno de terror.
—¡¿Hola?!
Media hora después, la policía entraba con ella para inspeccionar el lugar, en el
que aparentemente no faltaba nadie. El mensaje escalofriante seguía intacto en
la ventana, pero ni rastro de quien lo había escrito.
Al ver la grabación, tanto ella como los policías se quedaron estupefactos. Allí
aparecía ella, durmiendo antes de que tocasen a la puerta. De pronto, un hombre
alto y de sonrisa macabra salía arrastrándose desde debajo de su cama y se la
quedaba observando fijamente, exponiendo dos hileras de dientes afilados.
Permaneció allí dos, tres, cuatro horas sin moverse, solo observándola.
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Por la mañana, Laurie decidió salir de aquel departamento para no volver jamás.
Nunca atraparon a aquel hombre.
El camionero fantasma
Dicen que la siguiente historia ocurrió en una carretera que discurre por un
tramo montañoso, lleno de curvas y barrancos. Normalmente, los camioneros
que pasan por este lugar extreman sus precauciones para evitar accidente. No
obstante una noche, un camionero de nombre Ignacio Velázquez se saltó todas
las normas de velocidad y piso el acelerador de su vehículo. Sus motivos eran
urgentes: le habían comunicado por radio que su esposa estaba a punto de dar a
luz.
Ignacio tenía que llevar el dinero que faltaba para que atendieran el parto. Por
desgracia, su extrema negligencia al conducir ocasionó lo inevitable y el hombre
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se mató al salirse del camino por accidente.
Sin embargo, su propósito de ayudar a su esposa era tan fuerte que ni la muerte
misma le permitiría dejarla desamparada…
—Hace unas horas, su marido me envío con este sobre para usted —le reveló
Daniel, entregándoselo.
—Imposible, mi marido murió hace unos meses, el día en que nació mi hijito.
Dentro, Matilde encontró una suma considerable de dinero, producto del último
salario de su esposo y la venta de una finca, que le permitiría vivir holgadamente
por un tiempo. Mientras Daniel se ponía pálido, los ojos de ella se llenaron de
lágrimas al leer el último mensaje de Ignacio.
Siempre cumplo con mis promesas, aquí tienes el dinero. No olvides que yo siempre
estaré con ustedes. Los amo.
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El cuadro del payaso
Cuando un padre de familia fue transferido una nueva ciudad por su trabajo, él
se fue a vivir a una casa recién remodelada junto con su mujer y sus hijos, de
espaciosas habitaciones y con un gran jardín. No obstante lo hermosa que era
por fuera y por dentro, había un detalle que los hizo sentir un tanto incómodos
desde el principio: en el vestíbulo de la vivienda se encontraba colgado un
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enorme cuadro, el cual mostraba a un colorido y sonriente payaso. Este tenía una
mano levantada con el puño cerrado.
Había algo en ese retrato que les daba mala espina. No obstante, como no
encontraban la forma de descolgarlo decidieron dejarlo donde estaba por el
momento y ocuparse de completar la mudanza.
Lo único que encontraron fue un enorme cuadro lleno de color, que mostraba a
un payaso estrafalario y sonriente con la mano derecha extendida, mostrando los
cinco dedos.
Errores 10
Has cometido varios de ellos, sin siquiera darte cuenta.
Pero de alguna manera siempre te las has ingeniado para no afrontar las
consecuencias, hasta el día de hoy. ¿Te parece familiar ese minúsculo
movimiento que captas por el rabillo del ojo? Tú sabes, ese movimiento que está
fuera del alcance de tus ojos, pero que sigues captando con la visión periférica. Y
después, cuando volteas para mirar, descubres que no hay nada en donde creías.
Esa ha sido una de esas veces en las que te equivocaste sin saberlo.
¿Alguna vez has sentido escalofríos al imaginar que alguien te está observando?
¿Has fantaseado con que hay algo oscuro y siniestro cerca de ti? ¿Algo que te
está mirando y que nadie más puede ver? Te lo advierto, no te conviene tomarte
esto como un juego. Esas señales son el resultado de la experiencia acumulada a
lo largo de miles de años, siglos heredados de instinto que conservas en tu
cuerpo te están diciendo a gritos que estás a nada de cometer otro error.
¿Y que hay de ese golpe inexplicable, de aquella herida aún fresca que no
recuerdas haber sufrido, de esas veces en las que despiertas empapado en
sudor, gritando y con la respiración tan agitada como si acabaras de echar una
carrera y no puedes explicarte por qué? Esas son las veces en las que estaban a
punto de atraparte.
¿Y qué es lo que son? Verás, es algo complicado de explicar, imagina que
tuvieras que explicarle a un invidente de nacimiento como es el color rojo.
Realmente no puede explicarse, es algo que tienes que experimentar en persona.
Y no te gustará hacerlo. Lo único que puedo asegurarte es que ellos te ven
solamente como una cosa: comida. Y mientras te están devorando podrían
mantenerte vivo por un largo rato.
Lo más probable es que mientras estás leyendo esto, hayas escuchado un sonido
extraño en la misma habitación. Quizá no se trate de nada; sin embargo, hay
veces en las que es uno de ellos intentando encontrarte, tratando de llegar hasta
ti. Descuida, no lo harán. Casi nunca pueden hacerlo… a menos claro, que
cometas otro error. Y cuando te equivocas, es prácticamente como si estuvieras
agitando un pedazo de carne fresca enfrente de una un montón de animales
hambrientos. Normalmente nunca reaccionan con la suficiente velocidad,
aunque a veces sí que lo hacen. A lo largo de los siglos ha habido tantas
desapariciones inexplicables, tantos misterios sin resolver, que no es fácil
determinar cuanta gente ha sido víctima de esa siniestra especie, ni cuántas
cometieron más errores de los que sin saber, tenían permitido.
La estatua
Hace bastantes años en Oklahoma, Estados Unidos, se cuenta que un
matrimonio decidió salir una noche a cenar, para festejar su aniversario. Pocas
veces tenían la oportunidad de disfrutar un momento a solas, pues eran padres
de dos niños muy inquietos. Parte de la planeación de aquella velada, incluyo
contratar a una niñera para cuidar de los pequeños.
La elegida fue una estudiante universitaria, bastante joven pero con experiencia
al tratar con niños.
Al principio, la niñera subió para comprobar que los niños no habían despertado.
Su habitación se encontraba en penumbras, los infantes yacían acurrucados
debajo de las sábanas y en medio de sus camas, una estatua sombría miraba
hacia la puerta, con una expresión que a la joven le causó escalofríos.
Luego bajó al salón de estar, para ver la televisión. No contaba con que el único
televisor que tenía cable era el del dormitorio de los padres, pues estos no
deseaban que sus hijos miraran cosas inapropiadas a su edad. Aburrida, la
muchacha decidió llamarles para preguntar si podía mirar la tele en su cuarto.
Al otro lado de la línea, ellos le dieron autorización para hacerlo. Pero antes de
colgar tenía una última petición que hacerles.
—La estatua que se encuentra en medio de sus camas. Puedo verla desde aquí y
la verdad es que pone algo nerviosa.
Nada más colgar, la pareja llamó a la policía y regresó a toda velocidad a su casa.
Ahí, se encontraron con una escena que les heló la sangre.
Tanto la niñera como sus pequeños hijos, habían sido asesinados y estaban
tendidos en un charco de sangre. La policía comprobó que habían sido muertos a
causa de las heridas provocadas con un arma punzocortante. Registraron toda la
casa con cautela, esperando encontrar pistas del perpetrador de aquel crimen
más todo fue en vano. El asesino había escapado antes de que ellos llegaran.
Esta historia es una de las leyendas urbanas más conocidas en los Estados Unidos.
Algunas personas aseguran que ocurrió de verdad aunque hasta la fecha, no se ha
comprobado la existencia de ningún crimen como el que se describe en el relato.
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Las fugadillas
Dicen que esto ocurrió hace varias decenas de años, cuando las costumbres de
las parejas prontas a casarse, ciertamente eran más estrictas que hoy en día. En
aquel tiempo, las señoritas de buena familia no podían aspirar a tener una cita
con sus futuros esposos. Estas debían cortejarlas en presencia de toda su familia
y desde luego, celebrar el compromiso pertinente por todo lo alto.
Una noche, poco antes de la boda, la pareja se reunió en un viejo caserón con
todos sus amigos. Iban a ofrecer una fiesta para compartir la dicha de su
compromiso.
Después de cenar, todos los invitados se reunieron en el salón de estar para
proponer alguna diversión. El alcohol había sido consumido de manera
abundante entre ellos y los ánimos estaban muy por los cielos.
Así, cada uno de los invitados se dispersó por la casa para buscar un escondite,
mientras el novio contaba en un rincón y se disponía a ir a buscarlos.
Una a una fueron encontradas las personas convidadas a la fiesta, y cada vez que
alguna era descubierta, esta tenía la obligación de sumarse a la búsqueda, hasta
que ya no quedara nadie por hallar. Después de la medianoche prácticamente
todos los asistentes habían aparecido.
Buscaron por todos los rincones posibles del caserón, desde el sótano hasta el
olvidado ático. Nadie halló a la novia.
Alonso finalmente se casó con otra joven, al cabo de un año y juntos se fueron a
vivir al caserón donde comenzó todo.
Una de las criadas encontró la llave de un viejo baúl, el cual no sabía si conservar
o deshacerse de su contenido. Con mucho cuidado lo abrió y soltó un grito de
horror al mirar adentro.
Caramelos envenenados
Este Halloween, no voy a dejar que mis hijas salgan a pedir dulces. No después
de lo que ocurrió el año pasado. La mitad de los padres en el pueblo siguen de
luto desde la tragedia.
Luego comenzaron a llegar los niños mayores, todos ellos en peores condiciones.
El Centro de Control de Enfermedades se hizo presente poco después y rastreó
el origen de los caramelos. Fue así como se descubrió que la fábrica de chocolate
local era la culpable. La clausuraron. Las propietarias todavía enfrentan un juicio
por negligencia.
No era que las decoraciones disgustaran realmente a los demás. Si solo hubiesen
dejado un par de cosas, nadie se habría16molestado. Sin embargo para algunos,
ver aquella cosa específica era escalofriante.
Los niños no habían muerto por ningún monstruo o esqueleto. Si no por las
arañas. Millones de arañas diminutas, cuyos huevos impregnaban el polvo de
cacao que bañaba sus dulces de chocolate y mantequilla de maní.
Los que se asfixiaron antes de que las arañas salieran de sus pulmones tuvieron
suerte. Otros tosían y escupían cientos de arañas mientras morían.
Desde noviembre del año pasado, hay telarañas en todos lados. Muy pequeñas.
Son de la misma araña hondureña que importada accidentalmente en la fábrica
de chocolate. Estamos infestados de ellas.
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—¿Hola?
—Mis disculpas por llamarle a esta hora. Es solamente que… yo conozco a su hija.
—Eh, um… no, este… la otra. Voy a clases con Sarah en la universidad.
—En Chicago.
—¿En Chicago?
—Sí, podría decirse que sí —contestó—. Pero en fin, me da gusto escuchar que
tiene amigos en la universidad. ¿Te molesta si pregunto a que se debe esta
llamada?
—Bueno… realmente no. Hace tiempo ella rompió todo contacto. Siempre le dije
que podía llamar si lo deseaba… no hemos cambiado nuestro número, por si
acaso. Aunque supongo… que ella ya cambió el suyo.
—Lo lamento. Eso… se escucha como algo que ella haría. Mire, este… discúlpeme
por ser yo quien tenga que contarle esto, pero Sarah fue reportada como
desaparecida.
—¡Oh Dios mío! Pero eso… eso no puede ser. Es decir, sí, Sarah ha sido bastante
asocial desde su niñez. ¡Eso no significa que no deban investigar! Oye… ¿podrías
pasarme el número de tu campus? Creo que puedo coger un vuelo esta misma
noche y llegar hasta allí temprano por la mañana.
—No, ni lo diga, soy yo quien debe agradecerle a usted. Yo, eh… ya he hecho
esto algunas veces en el pasado, pero… no es divertido cuando no hay nadie a
quien le importe.
Yo vivía únicamente con mis padres en casa y desde luego, sabía que no eran
ellos quienes me hacían tales cosas.
En ese entonces me refería a las voces como “los chicos malos de la cocina”.
Pero el tiempo pasó y afortunadamente, esa oscura fantasía se quedó muy atrás,
como suele pasar con todos los temores de la infancia.
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O eso pensaba, hasta lo que ocurrió hace poco.
Tengo 39 años en este momento y un hijo de seis con una imaginación muy
activa. Últimamente se ha vuelto adepto a los amigos imaginarios. Me contó que
contaba con un amigo llamado Ben, con el cual se enojó por algo que había dicho
acerca de mí.
—Ben dice que cuando tú eras niño, él y sus colegas solían hacer que te orinaras
de miedo en los pantalones.
—Ben y sus amigos dicen que tú los llamabas “los chicos malos de la cocina” y
también que te daban palizas horribles —prosiguió él, haciendo que un escalofrío
de puro terror me corriera por la espalda.
Me esforcé por sonreír, aunque estaba paralizado por el temor. Revolví con una
mano sus cabellos y traté de parecer despreocupado.
—Tú no hagas caso de lo que te diga ese chico —le dije, tratando de tranquilizarlo
—, estoy seguro de que Ben solo tiene celos. Por eso te dijo todas esas mentiras.
Creía que esas cosas de mi niñez no eran más que pesadillas de crío.
21
Papá, hay alguien en mi armario
Eran las 2:38 de la mañana, cuando sentí que alguien me sacudía en la cama. Me
desperté lentamente y vi que mi hijo había entrado a la habitación. Estaba de pie
junto a la cama y tenía una expresión asustada en el rostro.
—Oh, eso es algo nuevo —dijo ella, antes de tenderle los brazos al niño—. Ven
conmigo, amor. Deja que papá se ocupe del señor monstruo, mientras estás un
rato en la cama con mami.
Salí de la cama con lentitud mientras mi hijo se metía debajo de las sábanas. Vi
que ella se disponía a dormir de nuevo y le solté una broma.
—¿Segura que no quieres acompañarme? Tal vez entre los dos podamos vencer
al monstruo.
—No, sé que tú solo puedes con él. Y si no regresas… bueno, al menos fuiste un
buen marido.
Riendo, salí del dormitorio. El cuarto de mi hijo se hallaba al otro lado de la casa,
por lo cual tuve que subir la escalinata para acercarme. Vi que la puerta de la
habitación se encontraba abierta de par en par, más no así la del armario, que
estaba completamente cerrada.
Sin embargo y por precaución, tomé el bate de béisbol que reposaba cerca de ahí
y tras respirar profundamente, me atreví a girar el picaporte.
Mientras la puerta se abría, pude comprobar que mi hijo decía la verdad. En una
esquina, un montón de ropa se hallaba apilada desordenadamente y el sonido
provenía de debajo de ella.
Era la voz amortiguada de una persona. Un niño. Apretando el bate con fuerza y
dominado por el miedo, comencé a tirar lentamente de las prendas, incluso
cuando el sudor bajaba a raudales por mi frente. Estaba ejerciendo tanta presión
con mi mano, que los nudillos se me habían puesto blancos y el corazón me latía
de forma frenética.
—¡Quiere a mi mamá!
No abras la puerta
24 con su hijo Jonás, en un pueblo en el
María era una madre soltera que vivía sola
que nunca pasaba nada. Pero aquella noche, los dos se sobresaltaron al ver en
las noticias que un peligroso asesino había escapado de prisión. Se trataba de un
hombre tan trastornado, que incluso los conductores del programa habían
palidecido al informar la novedad.
Lo malo era que María debía hacer un turno esa noche en su trabajo y por lo que
se sabía, aquel enfermo bien podía estar rondando por el pueblo. Así que antes
de salir, le hizo una advertencia muy seria a su hijo.
Jonás le prometió que así lo haría y su madre partió más tranquila al trabajo.
Paralizado, José miró hacia la entrada, la cual parecía que de un momento a otro
podría derrumbarse debido a la fuerza con la que llamaban desde el otro lado.
—¡JABEME DA PUETA!
Luego de ver lo que había ocurrido con su mamá, el pobre chico enloqueció y
tuvo que ser internado en un psiquiátrico. A partir de entonces, no dejaba de
tener pesadillas sobre lo sucedido y no soportaba que hubiera puertas cerradas,
pues tenía un pánico extremo a que alguien tocara y no saber quien se
encontraba del otro lado.
La casa maldita
Tomás, Mateo y Lucas, eran tres amigos adolescentes que una noche acudieron
a una casa abandonada a las afueras de su pueblo. Alguna vez habían escuchado
una leyenda corta, que aseguraba que ahí pasaban cosas extrañas, pero ellos no
le habían dado la menor importancia. Se creían invencibles, como todos los
muchachos de su edad.
Lo primero que hicieron, fue preguntar si la niña aún se encontraba allí y ella no
tardó en responderles que así era. El ambiente se había vuelto sumamente
tétrico y conforme las horas pasaban, las preguntas fueron subiendo de
intensidad.
El espíritu de las niñas se dio a la tarea de deletrear una nueva contestación. Ella,
les dijo, había sido asesinada cruelmente por su propia madre entre aquellas
mismas paredes. Nunca habían logrado27 atraparla, pues se había dado a la fuga
inmediatamente después de cometer el crimen. Y ahora ella no podía descansar
en paz.
Y lo más importante, era que la casa estaba maldita y ellos estaban en peligro.
Para este punto, los tres jóvenes se encontraban sumamente asustados. Aquello
había dejado de ser una broma para pasar a ser un juego muy arriesgado.
Al día siguiente, el pueblo entero salió a buscar a los muchachos, que no habían
regresado a sus casas. La búsqueda concluyó en la vivienda abandonada, donde
fueron encontrados sus cuerpos en medio de un charco de sangre.
Todos estaban muertos y tenían en sus rostros una grotesca mueca de terror.
El repartidor
Cuando salí de la secundaria, decidí tomar un trabajo como repartidor de pizzas
para ayudar a pagarme la matrícula de la universidad. No mentiré, me tomó un
gran esfuerzo soportar aquel empleo no solo por la mala paga, sino también por
lo exhausto que terminaba luego de conducir en mi moto a diferentes sitios de la
ciudad.
Sin embargo, no fueron aquellas cosas las que finalmente me hicieron decidir
renunciar para buscar una cosa mejor.
Nunca voy a olvidar aquel día en el que dentro de la pizzería, recibimos una
inquietante llamada. Yo estaba a punto de terminar con mi turno y como era ya
muy tarde, era prácticamente el único repartidor que permanecía en el
establecimiento.
Con desgana, descolgué el teléfono y contesté. Del otro lado de la línea, una voz
muy rara me habló. Parecía un hombre que intentaba imitar un tono muy agudo,
como si estuviera jugando o haciendo una broma.
Maldiciendo para mis adentros y esperando que aquello no fuera una jugarreta,
decidí obedecer a mi jefe y entregar la orden, pues me dijo que después de eso
podía marcharme directamente a casa.
Al mirar hacia arriba, mi corazón se detuvo al ver a una silueta que corría un
poco la cortina y se asomaba para mirarme. No pude distinguir bien su rostro
pero al instante, la misma voz fingida que me había hablado por teléfono se dejó
oír.
Lo último que escuché, fue la puerta abriéndose con violencia y una risa aguda y
frenética, que solo un demente podría haber emitido.
Tan pronto como llegué a la ciudad, hablé con la policía y unos oficiales
decidieron investigar el lugar. Su respuesta no me dejó tranquilo: habían entrado
en la casa sin encontrar a nadie. La propiedad había estado abandonada desde
siempre.
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Vecino molesto
Cuando era joven, me fui a vivir a un edificio que se encontraba en el centro de
la ciudad, la típica construcción antigua pero con pisos baratos en la que uno
puede iniciar su vida de soltero. No había demasiado espacio, pero las ventanas
eran amplias y el lugar muy tranquilo.
A veces me preguntaba si mi vecino haría aquello con los nudillos de las manos,
o si pondría alguna grabación para molestarme.
—Es el código más fácil de todos, papito —me respondió con inocencia—. Este se
usa para pedir ayuda.
Hasta hoy, las dudas no han dejado de acosarme desde que sé el significado de
esos golpes. ¿Quién estaría pidiendo ayuda desde el apartamento de mi vecino y
por qué?
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