El Cristiano Con Toda La Armadura de Dios Parte 8
El Cristiano Con Toda La Armadura de Dios Parte 8
El Cristiano Con Toda La Armadura de Dios Parte 8
LUNES
2. Sus poderes
En la segunda parte de la descripción paulina del archienemigo, se habla de la fuerza o los
poderes con los cuales el demonio apoya sus reivindicaciones de soberanía. Si fuera un
soberano impotente, podríamos hacer caso omiso sin más de su autoexaltación. Pero
además de las huestes demoníacas que son sus secuaces, tiene cierto grado de poder para
respaldarla. Puede ser útil explorar el poder de los demonios considerando lo siguiente: sus
nombres, naturaleza, número, orden y unidad, y las grandes obras que se les acreditan.
Primero, ¿cómo reflejan sus nombres su poder? Los demonios tienen nombres muy
poderosos que se les adscriben en la Palabra. Satanás se destaca como el más poderoso de
todos. Se le llama “el hombre fuerte” (Lc. 11:21); tan fuerte que guarda su casa en paz,
desafiando a todos los hijos de Adán. Sabemos por experiencia propia que sangre y carne
no pueden con él. Cristo tenía que venir desde el Cielo para destruirlo a él y a sus obras, o
moriríamos todos en nuestros pecados.
También se le llama el “león rugiente” (1 P. 5:8), el rey de la jungla. Cuando el león ruge, su
voz atemoriza tanto a las presas que puede andar tranquilamente entre ellas y devorarlas
sin resistencia. Tal león es Satanás, que se mueve a sus anchas entre los pecadores,
apresándolos a voluntad (2 Ti. 2:26). Los atrapa vivos tan fácilmente como el cazador tienta
al pájaro con un trozo de pan haciéndolo caer en la red. A decir verdad, el diablo encuentra
tan ingenuos e impotentes a los pecadores que solo necesita presentarse con una
propuesta para que cedan sin más. Solo los hijos del Dios Altísimo se atreven a oponérsele,
y hasta la muerte si hace falta.
Otro nombre de Satanás es “el gran dragón escarlata”, que con su cola —los hombres
malos— “arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo” (Ap. 12:3,4). También se le
llama “el príncipe de la potestad del aire” (Ef. 2:2), porque como príncipe puede reunir a
sus súbditos y llamarlos a filas en cualquier momento.
Pero el título más poderoso es el de “el dios de este mundo” (2 Co. 4:4). Se le otorga porque
los pecadores lo adoran como a un dios, reverenciándolo erróneamente igual que hacen los
cristianos con Dios mismo.
La naturaleza de los demonios los hace también poderosos. Recuerda que estas criaturas
caídas eran ángeles y aún no están despojadas de todo su poder. La Palabra confirma la
potencia de los ángeles: “Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles, poderosos en fortaleza”
(Sal. 103:20). También se dice que los israelitas comieron pan de fuertes o de ángeles (Sal.
78:25, LBLA). Este poder de la naturaleza angelical se manifiesta ante todo en la
superioridad sobre las demás criaturas. Se coloca a los ángeles en el pináculo de la creación.
El hombre está por debajo de ellos, según Hebreos 2:7. En la creación, el superior tiene
poder sobre el inferior: las bestias sobre la hierba, el hombre sobre las bestias, y los ángeles
sobre el hombre.
Además los ángeles son superiores por la espiritualidad de su naturaleza. La debilidad del
hombre estriba en su carne: su alma fue hecha para grandes empresas, pero se ve lastrada
por un trozo de carne y tiene que remar al ritmo de su compañero más débil. Los demonios,
siendo ángeles por virtud de su creación, no tienen este estorbo, ni el humo del intelecto
carnal nubla su comprensión; no llevan zuecos en los pies que ralenticen su marcha. Son
como rápidas llamas de fuego arrastradas por el viento. Siendo espirituales, no se les puede
resistir con fuerza humana. No hay fuego ni espada que los dañe. Nadie es lo bastante fuerte
como para atarlos excepto Dios, el Padre de los espíritus.
Por su caída el diablo perdió gran parte de su poder con relación al estado feliz y santo en
el cual había sido creado, pero no su capacidad innata. Sigue siendo un ángel, y teniendo
poder de ángel.
Además de sus nombres y su naturaleza, el gran número de los demonios aumenta su poder.
¿Qué hay más ligero que un grano de arena? Pero el número confiere peso. ¿Qué animal
hay más pequeño que el piojo? Sin embargo, cuánta desdicha causó a los egipcios una plaga
de ellos. Piensa lo formidables que son los demonios, que por su naturaleza son tan
poderosos y por su número semejante multitud. Satanás tiene suficientes demonios para
acosar a toda la tierra: no hay un lugar bajo el cielo donde no cuente con un destacamento,
ni persona a la que alguno de estos espíritus malditos no siga adondequiera que vaya.
Para servicios especiales, Satanás puede enviar una legión con objeto de constituir una
guarnición en una sola persona (Mr. 5:9). Y si puede permitir a tantos atacar a uno solo,
¿cuántos habrá en todo el ejército satánico? No te sorprenda la dificultad de tu marcha
hacia el Cielo, ya que tienes que atravesar el territorio mismo de esta multitud demoníaca.
Cuando Dios expulsó a los rebeldes del Cielo, estos se convirtieron en forasteros en la tierra.
Desde entonces vagan de aquí para allá, buscando lastimar a los hijos de los hombres,
especialmente a aquellos que van camino al Cielo.
Además de su gran número, la unidad y el orden entre los demonios los hacen aún más
formidables. No se puede decir que exista amor entre ellos —ese fuego celestial no puede
arder en el seno demoníaco—, pero hay una unidad y un orden respecto a su meta común
de vencer a Dios y los hombres. Unidos no por lazos de amor sino de odio y política, saben
que no tienen futuro si no concuerdan en sus malvados designios.
¡Son muy fieles a esta maligna hermandad! El Señor testificó de ello cuando dijo: “Y si
Satanás echa fuera a Satanás, contra sí mismo está dividido” (Mt. 12:26). ¿Has oído hablar
de algún motín en el ejército satánico? ¿O que algún ángel apóstata ofreciera libremente
un alma a Cristo?
Son muchos, pero hay un espíritu de maldad en todos ellos. Un demonio le dijo a Cristo:
“Legión me llamo, porque somos muchos” (Mr. 5:9). Observa que no dijo: “Nos llamamos”.
Esos espíritus malditos colaboran en sus tretas y se procurarán la cooperación humana
cuando puedan. No se contentan con la mera obediencia; obran en las almas más
tenebrosas para extraerles un leal juramento, como en el caso de las brujas.
Otra declaración del poder de los demonios está en sus grandes obras. ¡Este príncipe de la
potestad del aire puede producir efectos terribles en la naturaleza! No es ningún creador,
de forma que no puede fabricar ni un soplo de aire, ni una gota de agua, ni una chispa de
fuego. Pero suelto en el almacén de Dios, usará las herramientas del Creador con tal
destreza que nadie le podrá hacer frente. Es capaz de revolver tanto el mar que sus
profundidades hiervan como una olla, y de mover el aire para formar tempestades y
tormentas que amenacen con derribar los mismos cielos. Puede encender la mecha del
cañón celestial y causar truenos y relámpagos tan terribles que no solo asustan, sino que
producen grandes daños. Si lo dudas, lee cómo mató a los hijos de Job enviando un viento
fuerte que los enterró en las ruinas de su casa (Job 1:19).
Su poder tampoco se limita a los elementos naturales. También le da control sobre los
animales. Recuerda el hato de cerdos que arrojó al mar. Aparentemente —con el permiso
de Dios— tiene también algún poder sobre los cuerpos humanos; porque leemos que las
llagas de Job no eran una aflicción física natural, sino el rastro de Satanás en su carne.
Todos estos ataques son poca cosa para Satanás. Su gran malicia se reserva para las almas
humanas. Él utiliza una molestia física para trastornar el equilibrio del alma. Sabe lo pron-
to que se perturban su paz y su descanso con los gemidos y quejas del cuerpo bajo cuyo
techo mora. Verdaderamente, aunque Satanás no tuviera otro vehículo para obrar su
voluntad en nosotros que nuestra débil constitución, seguiría teniendo una gran ventaja.
Me entristece ver cómo el alma cae tan por debajo de su origen divino. El cuerpo, pensado
para ser su siervo, se ha convertido en su dueño, y la gobierna con mano dura.
Sin embargo, Satanás no se limita a hostigar nuestros cuerpos para llegar al alma. Tiene un
atajo para ello. Cuando el primer hombre cayó, astilló el parapeto de su alma contra el pe-
cado y dejó abierto el camino para que el espíritu de Satanás entrara, con maletas y todo,
y se sintiera en su casa. Este no de- jaría ni un alma de la tierra desocupada si Dios no pusiera
freno al desfile. El poder salvador y guardador de Cristo es lo único que nos protege de este
intruso.
Satanás es astuto y admira la sabiduría de Dios; de forma que obra en los malvados de
manera parecida a como Dios lo hace en sus santos. Dios actúa eficazmente en los cristianos
(Gá. 2:8; 1 Ts. 2:13) y Satanás hace lo mismo en los hijos de desobediencia (Ef. 2:2). Pero los
frutos de sus labores no se parecen en nada. El Espíritu trae conocimiento y justicia al
corazón de los cristianos (Ef. 5:9); mientras Satanás produce envidia y toda maldad en el
corazón de los malos. El Espíritu Santo consuela; Satanás aterroriza: como en el caso de
Judas, que primero traicionó a su Maestro y luego se ahorcó.
Si eres cristiano, no debes temer que Satanás infiltre tu alma. Dios no lo permitirá. Pero el
diablo puede atacar y ataca las fronteras de tu fe. Aunque no seas súbdito directo de su
poder, eres y siempre serás el objeto principal de su ira. Luchará contra ti en cualquier
oportunidad, y solo lo vencerás mientras Dios te dé fuerzas. Si Dios se apartara, te
encontrarías enseguida impotente ante este poderoso enemigo. Ha enviado a casa a los
más fuertes de tus compañeros, temblando y clamando a Dios, con la sangre de su corazón
destilando de sus conciencias heridas.
Todo este estudio del poder de Satanás puede desalentarte, pero esa no es mi intención en
absoluto. Son lecciones valiosas, que te ayudarán en la marcha hacia el Cielo y te prepararán
para el Reino.
Al estudiar a Satanás, vemos que el poder no constituye base alguna para el orgullo. El
orgullo carnal es hijo ilegítimo del poder. Es una concupiscencia concebida en el vientre de
Satanás; y aunque tu corazón pueda henchirse cuando nace la misma, será para tu alma
como Caín para Abel: un enemigo mortal disfrazado de hermano.
JUEVES
El poder es solamente el atributo legítimo de Dios. Los mortales salimos mal parados
cuando lo reclamamos para nosotros mismos, y Satanás también. De hecho, el diablo es la
más miserable de las criaturas de Dios, máxime cuando tiene tanto poder para emplearlo
mal. De haber perdido su potencia angelical cuando cayó, habría ganado con la pérdida.
Tiembla, entonces, si tienes algún poder, a no ser que lo utilices para Dios. Una plaga de
langostas no es más destructiva para un trigal maduro que el poder orgulloso para la gracia
del hombre.
¿Eres poderoso? ¿Cómo empleas este don de Dios? ¿En su obra, o para satisfacer tus deseos?
He aquí uno de los mejores instrumentos que Satanás tiene para tentar. El poder es
ciudadano del mundo y desempeña cualquier tarea que le asigne Satanás. Se viste primero
de una forma, luego de otra, todo para impresionar a los humanos. Y la mayoría es tan
miope que se deja engañar por su falsedad. A veces el poder desfila con seda y joyas,
fingiendo que el dinero es la clave de la grandeza; otras veces se viste de una profesión
respetada y rechaza hablar con los trabajadores inferiores. También puede llevar un
uniforme militar y exigir la obediencia instantánea de cientos de miles por debajo de su
rango. Pero, a pesar de todo su alarde de fuerza, el poder es una burbuja irisada que flota
en el viento: Dios solo tiene que hacer un gesto con su omnipotente cabeza para que
desaparezca en la nada.
Felices serían los demonios y los potentados terrenales, si en el Juicio pudieran aparecer
vestidos de pobres esclavos para recibir la sentencia. En aquel día todos sus títulos, dignidad
y riquezas ya no se leerán para honrarles, sino para su eterna vergüenza y condenación.
No dudo —ni tú tampoco debes hacerlo— que el poder de Satanás dificulte el alcanzar el
Cielo. Si el diablo es tan poderoso y el camino hasta allí está tan atestado de sus buscaplei-
tos, seguramente nos costará algo llegar a desplegar nuestros estandartes en los muros de
la nueva Jerusalén. Si ves a alguien que sale solo y desprotegido en un viaje largo y peligroso,
llegas a la conclusión de que no espera encontrarse con bandidos en el camino y bien
podrías cuestionar su sabiduría. Muchos que aparentan ser cristianos viajan de forma
parecida. Te dirán que van camino al Cielo, pero demuestran poca disposición a viajar en
compañía de los santos, ¡como si no les hiciera falta comunión durante el viaje! La mayoría
de estos van desprovistos de todo lo que se parezca a una armadura. Otros esgrimen alguna
esperanza vana y ligera en la misericordia de Dios, sin un solo texto de la Escritura como
munición. Tal “esperanza” es una pistola oxidada y explotará en la cara del necio que intente
utilizarla.
Estos hombres, muchos de los cuales tienen bastante éxito según el mundo, nunca
consiguieron sus riquezas terrenales con el poco esfuerzo que piensan invertir para llegar
al Cielo. Saben por experiencia que no se hace fortuna durmiendo, ni se cuida la familia con
las manos en los bolsillos. Mientras más avanzas en el camino del éxito, tantos más ladrones
hay que intentan engañarte. Y mientras más se acerca el cristiano al Cielo, más son los que
intentan engañar a su alma y robarle la corona de gloria si pueden. Subraya bien esto: Nunca
podrás defenderte solo contra Satanás, ni con Satanás contra Dios. Pero si te pones al lado
de Cristo, serás liberado tanto del yo como del diablo.
¡Alabado sea Dios! El poder de Satanás es grande, pero no hay razón para desesperar. Es un
gran consuelo que Dios permita a sus hijos ver que no tenemos por qué temer a Satanás.
Que lo teman los que no temen a Dios. ¿Qué son sus montañas de poder ante ti, cristiano?
¡Tú sirves a un Dios que puede hacer que un gusano derribe una montaña! (cf. Is. 41:15).
Entonces es indudable que podrá cuidarte a ti. El mayor golpe que Satanás puede dar a tu
valor es hacer que le temas excesivamente.
Tengo entendido que hay animales salvajes que, aunque más fuertes que el león, tiemblan
al oír su rugido. ¡Cuántas veces has temblado innecesariamente ante la aparición de Satanás,
cuando en Cristo tienes el poder para hollarlo bajo tus pies! Esfuérzate por mantener una
perspectiva correcta del poder de Satanás, y este león no resultará tan fiero. Tres
consideraciones te aliviarán cuando estés en peligro de creer que él es omnipo- tente.
Primeramente, Satanás tiene un poder derivado. No es suyo por derecho, sino por el
permiso de otro, y ese otro es Dios. Todo poder es de Dios, en la tierra o en el Infierno. Si
tu fe abraza esta verdad, podrás ir adonde quieras con la confianza absoluta de que Satanás
no te puede hacer ningún daño permanente. ¿Crees por un momento que tu Padre celestial
daría a su archienemigo una espada demasiado fuerte para que lo pudie- ras vencer, tú que
eres su hijo? Ya que Dios suministra las armas al enemigo, puedes estar seguro de que estas
servirán de poco en tu contra, si te pones bajo la protección de Dios.
Cuando Pilato intentó asustar a Cristo jactándose de su poder para perdonar o condenar al
preso, Cristo le respondió que no podía hacer nada si no le era dado de arriba (cf. Jn. 19:11).
Esto significaba: “Haz todo el mal que quieras. Yo sé quién autorizó tu misión”. Satanás
golpea, el hombre persigue, pero Dios es quien les da a ambos el poder.
Otro aspecto del poder de Satanás que debes conocer es que está limitado, y ello en dos
sentidos: el diablo no tiene poder para hacer todo lo que quiere, ni cuenta con el permiso
de Dios para utilizar todo el poder que ostenta.
Sus deseos no tienen límite, no solo aquí sino en el Cielo. Allí su mayor deseo es derrotar a
Dios y colocarse él mismo en el lugar sagrado. Pero no puede cumplir ese deseo, ni muchos
de los otros que arden en su interior. Él es solo una criatura y, por tanto, su correa tiene un
límite. Dios puede limitar y limita a Satanás, pero Satanás nunca limitará a Dios. Ya que Dios
está a salvo, tú también lo estás: “Porque [...] vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”
(Col. 3:3).
Esto es un gran consuelo: Satanás no puede ordenarte que peques contra tu voluntad.
Aunque tiene capacidad para acelerarte en el camino —como el viento hace que la marea
suba más rápidamente—, no puede invertir la corriente de tu corazón de su propio curso y
tendencia.
Igual que Dios decide qué poder puede ostentar Satanás, también controla la cantidad del
mismo que le es posible utilizar en un momento dado. Habrá veces cuando creas que Dios
te ha dejado solo en la lucha. Entonces tu fe tendrá que esforzarse más. Aférrate a la
seguridad de que Dios vigila cada movimiento de Satanás y no le dejará obtener la victoria
final. Cuando Dios lo permita, Satanás podrá robarle al cristiano mucho gozo y paz, pero
siempre estará bajo órdenes. Si Dios le dice: “¡Quieto!”, tiene que quedarse como un perro
bajo la mesa mientras los cristianos se sacian del consuelo de Dios. No se atreverá a recoger
ni una miga, porque el Maestro lo vigila. Perdemos mucho consuelo cuando olvidamos que
la mano de Dios siempre está levantada sobre Satanás, y su mirada tierna puesta en
nosotros.
El poder de Satanás no solo es derivado y limitado, sino que también está sometido al poder
superior de Dios. Las tretas que él maquina le son asignadas por Dios para el servicio y
beneficio final de los cristianos. Se puede decir del diablo, como del soberbio asirio, que “él
no lo pensará así, ni su corazón lo imaginará de esta manera” (Is. 10:7), porque el ánimo de
Satanás siempre está inclinado a la destrucción de todo hombre.
Pero la intención de Dios es distinta, como han aprendido muchos cristianos sabios a lo
largo de los siglos. Cuando le dijeron lo ocurrido en la Dieta de Nuremberg en contra de los
protestantes, Lutero dijo simplemente: “Se decretó de una forma allí, pero de otra en los
cielos”. Para consuelo de los santos, los pensamientos de Dios hacia ellos son de paz y
conservación, mientras los de Satanás son de ruina y destrucción. ¿Quién duda que los
pensamientos de Dios sean más inteligentes que los del diablo?
Ten por seguro que mientras Satanás persigue, Dios purifica (Dn. 11:35). La mayoría de las
manchas en tus virtudes se producen mientras te sacias de paz y prosperidad, y nunca
recuperan su blancura tan bien como al salir de bajo el azote de Satanás. Este envía el
desánimo, la congoja o la desesperación para engullir al cristiano, como el pez se tragó a
Jonás. Pero Dios utiliza esa tribulación para lijar y pulir tu fe, a fin de que al final sea más
fina y preciosa que antes.
Hacemos demasiado poco si nunca tememos a Satanás; pero lo halagamos excesivamente
si le tememos más de lo que confiamos en Dios. Si eres de Cristo, nada puede entrar en tu
vida sin permiso de Dios. Aquel que te ha dado la vida, también te ha dado la muerte. Aquel
que te ha dado el Cielo por heredad, también te ha dado el mundo con sus aflicciones: in-
cluyendo al príncipe de este mundo y toda su ira y su poder. Esto ciertamente es amor y
sabiduría expresados en un acertijo, pero los que tienen el Espíritu de Cristo pueden
descifrarlo.
VIERNES
4) Tanto el pecado como las tinieblas causan malestar. ¿Qué iban a hacer los egipcios bajo
la plaga de las tinieblas sino esperar a que pasara? Un hombre en pecado está bajo la misma
plaga: no puede hacer nada de provecho hasta que Dios levante las tinieblas de su alma. El
epitafio de todo pecador impenitente bien podría rezar: “Aquí yace uno que nunca hizo ni
una hora de trabajo para Dios”.
Si no puede servir a Dios en las tinieblas, tampoco puede ayudarse a sí mismo en esa
situación. ¡Lástima del hombre cuyas tinieblas ocultan el mal servicio que presta a su propia
alma! Es como quien está desamparado en un sótano oscuro, creyéndose atrapado y
condenado a morir. Pero si se encendiera una vela, encontraría la llave de la puerta junto a
su mano. Cristo es la vela que alumbra al hombre para que salga de las tinieblas. Él está con
los brazos abiertos, ofreciendo la libertad. Nada más que la oración de arrepentimiento se
interpone entre el pecador y su salvación; pero las tinieblas de su alma lo mantienen
prisionero en la cárcel de Satanás.
Esto nos lleva a otra gran causa de aflicción: las tinieblas llenan el corazón de terror. Los
malvados no tienen paz. Aun mientras duermen, su conciencia solo descansa a ratos.
Comen y beben con miedo, se alegran con miedo. No tienen ni un placer en esta vida que
no se halle contaminado por esta plaga.
5) El pecado da lugar a la oscuridad total. En esta tierra hay una cierta mezcla de tinieblas y
luz, hasta para el pecador más vil: algo de paz con tribulación, algún placer con dolor, alguna
esperanza de perdón... Pero en la eternidad existe una oscuridad completa. Allí el fuego de
la ira arderá sin cesar, y el pecado mantendrá el paso con el tormento total.
b) Por qué los que están en tinieblas se hallan bajo el dominio de Satanás
A Satanás se le llama “[gobernador] de las tinieblas de este siglo”. Por tanto, todos los que
están en tinieblas se hallan bajo su gobierno por decreto divino. La Palabra nos dice que los
pecadores son morada del propio diablo. ¿Recuerdas la historia del espíritu inmundo que
determinó: “Volveré a mi casa de donde salí” (Mt. 12:44)? Es como si dijera: “He andado
entre los santos de Dios, llamando a esta y aquella puerta, y nadie me deja entrar. Pero sé
de uno que sí lo hará. Volveré a mi casa, donde seguramente tendré control total”. Y
efectivamente, cuando vuelve la encuentra vacía y lista para ser disfrutada. Toda tendencia
del alma se emplea para arreglar y disponer la casa para su dueño.
Los que están en tinieblas no tienen fuerzas para resistir a Satanás. Él gobierna al hombre
entero, moldeando sus temores y distorsionando sus percepciones. Si este lee la Palabra, el
diablo está listo con su propio comentario, retorciendo la verdad y convirtiéndola en un
laberinto de mentiras. Si demuestra disgusto por el pecado, Satanás se lo hace ver con las
lentes rosadas de la contemporización. Y aunque el pecador crea que ha avanzado mucho
en entendimiento, la verdad es que sigue preso de muchos engaños. De hecho, Satanás le
presta tan generosamente este o aquel instrumento de injusticia que, a menudo, lo
considera un amigo en lugar de un amo cruel. Pero la persona no puede cortar la cuerda
con que el diablo la mantiene atada al pecado, de la misma forma que un hacha no puede
cortar árbol alguno si no hay leñador.
Pero existe una esperanza para todos: Cristo, el Buen Pastor, está con nosotros. Si clamas a
él, aunque tu clamor no sea más fuerte que el balido de un débil cordero, él lo oirá y vendrá
a rescatarte enseguida.
Considera larga y detenidamente la condición deplorable de todos los que están en pecado.
¿Qué lengua puede expresar, o qué corazón concebir, la miseria de semejante estado?
¿Qué mayor abominación hay que los demonios desplieguen sus banderas en las almas
humanas y contaminen el trono hecho para Dios? No hay pestilencia peor en la tierra que
Satanás, el cual devora ansiosamente corazón y espíritu. Si él es tu dueño, no esperes nada
por tu servicio más que fuego y tormento.
Mira hacia arriba antes de que sea tarde, y verás a Cristo enviado por Dios para recuperar
su trono y tu libertad. Si conocieras los privilegios de un siervo de Cristo, dirías que los únicos
felices son aquellos que andan siempre con él. Sus leyes no se escriben con la sangre de sus
súbditos, como las de Satanás, sino con la suya propia. Todos sus mandamientos son actos
de gracia. Tener su comisión es un privilegio, y contar con una tarea presente que te
mantiene en su compañía es galardón suficiente por el servicio pasado.
Jesucristo es un príncipe a quien le encanta ver que su pueblo prospera y se enriquece bajo
su gobierno. Pero la falsa propaganda de Satanás tiene amplia difusión entre los pecadores.
De hecho, cuando Cristo llega para liberarlos, a veces se encogen de temor ante el mismo
que les ha amado desde el principio.
Qué gran misterio, que las tristes almas atadas por las cadenas del deseo y condenadas,
camino de la ejecución, rechacen la libertad en el Señor. Seguramente, al morir en sus pe-
cados, no pueden esperar mejor resurrección que la muerte. Me temo que no creen que
exista la resurrección y se suponen a salvo una vez en la tumba. Pero que sepan los
pecadores que la tumba no los retendrá cuando Dios llame a sus prisioneros a declarar. La
muerte no se pensó para que fuera el refugio de los pecadores, sino una prisión para
retenerlos hasta el día del Juicio. ¡Cómo se sorprenderán entonces al ver que el Juez es el
mismo a quien rechazaron aquí como Rey! ¡Renunciad al gobierno del diablo mientras
queda tiempo! ¡Suplicad la misericordia y la gracia mientras aún estén disponibles! Si dejáis
vuestras lágrimas para el otro mundo, no os servirán de nada.
c) Aviso: Cuidado con las tretas de Satanás
Antes hemos considerado algunas actividades del Enemigo en contra de los cristianos.
Miremos ahora las tareas que acomete para mantener a sus siervos pecadores sujetos a las
leyes del pecado y la muerte.
1) Satanás intercepta los mensajes de Dios para los perdidos. Entiende bien, amigo, que la
reflexión es el primer paso hacia el arrepentimiento. Cuando Faraón observó que los pen-
samientos de los israelitas se volvían hacia Dios, supo que era señal de peligro. Él suponía
que podría estorbar la liberación espiritual de ellos aumentando su esclavitud física, de
forma que aumentó su trabajo. Satanás hace lo mismo con sus esclavos, manteniéndolos
demasiado ocupados como para pensar en el Cielo o en el Infierno. Nunca los deja, y
siempre está activo para interceptar cualquier pensamiento de gracia, misericordia, paz o
arrepentimiento enviado por el Espíritu Santo.
2) Satanás estorba a los mensajeros de Dios. Cuando Dios envió a Moisés para liberar a
Israel, el diablo mandó a Janes y Jambres para resistirle (cf. Ex. 7:11; 2 Ti. 3:8). Cuando Pablo
predicaba la verdad al procónsul, Elimas le respondió con mentiras (Hch. 13:8). Satanás
tiene espías en todas partes, vigilando las actividades de los cristianos. Cuando Dios envía a
sus hijos con un mensaje de misericordia para algún pecador, esos espías corren para llegar
antes y estorbarlos.
Pecador, cuídate especialmente de amigos y parientes carnales cuando te inclinas a seguir
a Cristo. Decide que si aun tus propios hijos se aferran a tus pies para sujetarte, los echarás
de tu lado. Y si tu padre y tu madre se echan delante de ti, pasarás sobre sus espaldas, si
hace falta, para llegar a Cristo. Que los que quieran se burlen de tu fe. ¿Qué vale el Cielo si
no puedes pasar algo de vergüenza por su causa? Si escupen en tu cara, Cristo te la limpiará.
Pueden burlarse de ti ahora, pero no lo harán después: el final ya está declarado, y te
encuentras en el lado del Vencedor.
3) Satanás distrae a los pecadores con demoras. Al diablo no le preocupan los pensamientos
pasajeros acerca del arrepentimiento. Supongo que hay muchos en el Infierno que en
alguna ocasión pensaron en arrepentirse, pero Satanás siempre fue capaz de distraerlos con
asuntos más urgentes. Pecador, si piensas escapar alguna vez, corre por tu vida: lejos del
diablo, de tus deseos, de tus placeres presentes si son obra de Satanás. El diablo dice:
“Mañana”; Dios dice: “Hoy”. ¿A quién vas a obedecer?
4) Satanás propone un compromiso. Cuando la conciencia del pecador sigue revuelta a
pesar de todo el esfuerzo diabólico, Satanás está dispuesto a ceder en cosas pequeñas. El
Faraón por fin decidió dejar que los israelitas fueran al desierto para ofrecer sacrificio, pero
insistió: “Con tal que no vayáis más lejos” (Ex. 8:28). Así que un pecador puede orar, oír la
Palabra o hacer alguna especie de profesión de fe, con tal que no se aleje mucho de sus
pecados. Pero Cristo tiene que ser Rey de todo tu corazón, o no será Rey. Igual que Moisés
declaró que no quedaría atrás “ni una pezuña” cuando los israelitas abandonaran Egipto (Ex.
10:26), el pecador debe despedirse para siempre de su pecado, sin dejar nada que sea
ocasión para una visita de retorno.
La libertad está en tu puerta si clamas a Cristo. El que escuchó el clamor de Israel en Egipto
también te oirá a ti, y acudirá enseguida a tu alma prisionera. ¡No lo dudes! Aunque él es
Príncipe de todos, te escoge a ti para ser su esposa: “Porque tu marido es tu Hacedor [...];
y tu Redentor, el Santo de Israel” (Is. 54:5). Pero debes salir de Egipto antes de la boda.
¿Qué tiene Satanás para ofrecerte que se compare con esto?
d) El poder cegador de la ignorancia
La ignorancia, por encima de otros pecados, esclaviza el alma a Satanás. Un hombre sabio
puede ser su esclavo por propia decisión; pero un ignorante no tiene opciones. Su
ignorancia puede llevarlo a pasar sin peligro por ciertos pecados, pero le derribará a los pies
de muchos más. La salida de la ignorancia está bien marcada, pero a veces es un camino
duro. Tal vez por ello hay tantos que viven y mueren ignorantes. ¿Qué esperanza hay para
el ignorante? El conocimiento es la clave (cf. Lc. 11:52), Cristo es el camino a la libertad (Jn.
14:6). La ignorancia, por otra parte, excluye a Cristo pero le deja la puerta abierta a Satanás.
DOMINGO