El Cristiano Con Toda La Armadura de Dios Parte 8

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EL CRISTIANO

CON TODA LA ARMADURA DE DIOS


WILLIAM GURNAL

LUNES

Los mayores enemigos del cristiano: los espíritus malignos


Si la lucha del cristiano fuera solamente contra la carne, algunos podrían ganar por sus
propios esfuerzos. Pero Pablo descarta cualquier estúpida idea de una victoria
independiente al describir el carácter de nuestros mayores enemigos. Estos no son “sangre
y carne”, sino huestes de espíritus malignos dirigidos por Satanás mismo, y enviados a
guerrear contra los cristianos.
Negada para siempre su preeminencia por encima de las estrellas, Satanás se ha decidido a
reinar por debajo de ellas. Desde el día en que fue arrojado del Cielo, él y sus secuaces han
obrado incansablemente para establecer su dominio sobre la tierra. La Epístola a los Efesios
revela la esfera de su influencia: primero, su sistema de gobierno; segundo, la magnitud de
su poder; tercero, su territorio; cuarto, su naturaleza inherente; y quinto la razón de su
disputa con Dios.
1. Su sistema de gobierno
Se emplea la palabra principados para designar el territorio que el usurpador Satanás
reclama. Negar la posición exaltada del diablo en el mundo presente es contradecir a Dios
mismo. Cristo lo llamó “el príncipe de este mundo” (Jn. 14:30). Igual que los príncipes
cuentan con un pueblo y un territorio que gobernar, así Satanás tiene los suyos.
Un dictador terrenal será afortunado si dispone de unos pocos hombres de confianza. A los
demás deberá controlarlos por la fuerza o pronto perderá el trono y la cabeza. Pero Satanás
no tiene motivo para temer la bala de un asesino: puede confiar en todos sus súbditos y no
ha de preocuparse por la rebelión, a menos que intervenga el Espíritu Santo. De hecho, los
malvados van más allá de la mera lealtad al diablo; de buen grado doblan la rodilla e inclinan
la cabeza para adorarle (Ap. 13:4). Sin embargo, esto no es menos de lo que él exige.
Satanás es el peor de los dictadores, pues sus leyes son totalmente malignas. A su voluntad
se la llama “la ley del pecado”, por tanta autoridad como tiene (Ro. 8:2). Él da órdenes a los
pecadores deseosos, que corren a obedecerle. ¡No entienden que esos decretos se escriben
con su propia sangre, ni se percatan de que la condenación es lo único que se promete por
cumplir los deseos del diablo!
Satanás sabe que le hace falta la cooperación de todos sus súbditos para hacer prosperar
su reino, pero se complace especialmente en utilizar a los peores. Así como los príncipes
nombran ministros para hacer cumplir sus deseos, Satanás envía emisarios especiales para
llevar a cabo sus planes. Tiene sus discípulos escogidos, como Elimas, a quien Pablo llamó
“lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo” (Hch. 13:10). A este círculo íntimo
de corazones oscuros les imparte los misterios de la iniquidad y las profundidades de la
degradación.
Pero aun con estos escogidos no lo comparte todo. Siempre se encarga de su propia bolsa
y también de la del pecador; de forma que él es el inversor y este último solo un corredor
que trabaja para él. Finalmente, la totalidad de la ganancia deshonesta va a parar al bolsillo
del diablo. Todo lo que tiene el pecador —tiempo, fuerza, inteligencia, todo— se gasta para
mantener al diablo en su trono.
a) La reivindicación satánica de su trono
Puedes preguntarte: “¿Cómo se hizo una criatura tan vil con un principado tan poderoso?”.
No legalmente, puedes estar seguro, aunque el diablo sea lo bastante listo como para
presentar una reivindicación que parezca legítima.
Para empezar, él reclama la tierra por derecho de conquista. Es en cierto grado cierto que
ganó su corona por el poder y la política, y que lo mantiene de la misma forma. Pero
“conquista” es un título ridículo.
Un ladrón no tiene derecho legal a la cartera robada de su víctima simplemente por haberla
metido en su bolsillo y decir que es suya; ni el paso del tiempo puede jamás enmendar el
agravio así cometido. Tal vez pasen años antes de que se descubra, pero será tan culpable
en el día de su arresto como en el del robo. Un ladrón en el trono no es distinto de ese
carterista callejero. Es verdad que hace tiempo que Satanás ostenta su tí- tulo, pero no es
menos criminal por ello que en el día que le robó a Dios el corazón de Adán.
La conquista de tu corazón por Cristo es justa, por ser justa la causa de su guerra. Él viene
para recuperar lo que siempre fue suyo. Por otra parte, Satanás es un contendiente falso y
su conquista es un fraude, porque nunca podrá decir de la menor de las criaturas: “Mía es”.
El diablo también reclama su principado por elección. Cuenta los votos y verás que él
mantiene su posición presente por él voto unánime de la naturaleza corrupta del hombre.
No importa que entrara en el cargo utilizando una mentira: Adán fue engañado y también
todos sus hijos desde entonces. Cristo lo dijo claramente: “Vosotros sois de vuestro padre
el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer” (Jn. 8:44).
La victoria democrática de Satanás también es defectuosa, porque el hombre fue creado
súbdito de Dios, sin poder ni autoridad para destronar al Rey eterno en favor de otro.
Podemos optar por hacer caso omiso de la soberanía de Dios, pero no se la podemos quitar.
Aunque el pecado nos haya incapacitado para guardar la ley de Dios, no nos exime de
hacerlo, ni de los términos impuestos por el gobierno divino.
Finalmente, Satanás presenta una escritura falsa —que pretende ser de Dios— para
reclamar la tierra como suya. Este impostor es tan descarado que presentó su reivindicación
inválida a Cristo mismo, pretendiendo poseer el poder absoluto como príncipe de este
mundo. Mostró al Señor todos los reinos de la tierra y le dijo: “A ti te daré toda esta potestad,
y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy” (Lc. 4:6).
Había cierta verdad en ello, pero era algo más que la verdad. En un sentido Dios sí que
entregó este mundo a Satanás, pero no para que dispusiera de él a su antojo. El diablo es
príncipe de este mundo, pero no por preferencia de Dios, sino con su permiso. Y Dios puede
revocar ese permiso cuando él quiera.
b) La presente concesión de Dios a la pretensión de Satanás
Desde nuestra perspectiva humana limitada, nos preguntamos por qué Dios permite que
esa criatura apóstata ostente tal principado en el mundo. ¿Por qué tolera que este rebelde
se exhiba con pompa y arrogancia ante hombres y ángeles? Hay varias razones para
considerar.
Primero, para castigar el pecado. Dejar que Satanás chasquee el látigo sobre el hombre es
una forma de castigar la rebelión: “Por cuanto no serviste con gozo a Jehová tu Dios con
alegría y con gozo de corazón [...], servirás a tus enemigos [...] con hambre” (Dt. 28:47-48).
Satanás es un capataz de la ira de Dios. El diablo es esclavo de Dios, y el hombre lo es de
Satanás. El pecado encadena a la criatura humana a Satanás, quien ahora la atosiga sin
misericordia.
Una segunda razón por que Dios permite a Satanás alardear de su poder es para demostrar
que el poder de Dios es más grande. Nadie dudará de la omnipotencia de Dios cuando le
vean arrojar al poderoso dragón desde la tierra al Infierno como si fuera un mosquito. Igual
que el hombre solo no puede con el diablo, el diablo con todos sus secuaces no puede con
Dios. ¡Qué nombre más glorioso se habrá hecho Dios para sí cuando haya terminado esta
guerra!
El haber creado los cielos y la tierra le otorgó a Dios el nombre de Creador. Su providencia
le da el nombre de Preservador. Pero su triunfo sobre Satanás le confiere un nombre sobre
todos los demás: el de Salvador. Como Salvador, él protege al hombre redimido de la
destrucción y forma una nueva criatura dentro de él: un hijo de la gracia. Entonces acoge a
este pequeño en su seno y lo aleja de toda la confusión de Satanás, hasta llegar por fin al
Cielo.
No hay mayor prueba de la misericordia de Dios que su plan de redención. Todas las demás
obras divinas fluyen majestuosas como ríos hacia este gran mar poderoso, en cuya orilla los
santos se regocijarán. Ten esto por seguro: De no haber sido primeramente prisioneros de
Satanás, no comprenderíamos ni apreciaríamos la liberación final.
Finalmente, Dios permite el reino temporal de Satanás para aumentar el gozo eterno del
cristiano. ¿Parece una paradoja? Piensa en tu vida, y verás que a menudo las ocasiones de
mayor gozo surgen de las cenizas del sufrimiento. La Palabra da tres imágenes del gozo: el
de la madre primeriza, el del granjero próspero, y el del soldado victorioso. La exaltación de
los tres se cosecha en tierra dura. A la mujer le cuesta gran dolor, al granjero meses de duro
trabajo, y al soldado graves peligros el obtener el premio. Pero al final se les paga con creces.
Y un atributo peculiar de la tristeza es que su recuerdo a menudo endulza el gozo presente.
He aquí el corolario espiritual: Si Cristo hubiera venido y entrado en afinidad con nuestra
naturaleza pacíficamente, para luego volver al Cielo con su esposa inmaculada, sin duda
compartiríamos el gozo de la boda. Pero la forma en que él decidió llevar a sus redimidos al
Cielo adornará el gozo y la adoración; porque tendremos el recuerdo de los dolores agudos
que le causaron el pecado y Satanás, para compararlos con el gozo inconmensurable de ser
su esposa. El canto nupcial se une a la marcha victoriosa de un conquistador que ha
rescatado a su amada de las manos de su raptor cuando este la llevaba a las cámaras del
Infierno.
MARTES

c) Cómo comprobar tu verdadera lealtad


Mira alrededor y verás cómo florece el imperio de Satanás a diestra y siniestra. Su gobierno
abarca continentes y océanos; sus súbditos son como la arena del mar. Necesitamos estar
seguros de que no nos contamos entre ellos, porque hasta en el territorio de Cristo (la
Iglesia visible) Satanás ha introducido a sus súbditos. Para descubrir la verdadera lealtad de
tu corazón, estudia los criterios siguientes.
Primero, entérate de a quién perteneces. Recuerda que Cristo tenía sus seguidores en la
corte de Nerón; pues bien, el diablo también tiene sus siervos en el atrio exterior del
cristianismo. Si reivindicas el nombre de Cristo, debes probarlo con algo más que una
conformidad externa a sus ordenanzas.
Cuando los súbditos de un rey van a vivir en países extranjeros, él sabe que aprenderán el
idioma y se amoldarán a las costumbres nacionales en lo posible. Esto no mina su lealtad
hacia el rey; al contrario, los hace súbditos más valiosos. Igualmente, Satanás no se enoja si
te pones en el atrio de la Iglesia visible y aprendes el lenguaje de los cristianos. Cede esto
sin perder nada. De hecho, a veces le sirve mejor un hipócrita que ofrece una muestra de
piedad a la Iglesia reservando su corazón para el adversario.
Cristo y Satanás crean una dicotomía espiritual imposible de pasar por alto y que divide al
mundo entero. Tú perteneces a un grupo, y solo uno. Cristo no admite rival, ni Satanás
tampoco. Por tanto no puedes ponerte de parte de los dos. La prueba de la lealtad es muy
sencilla: eres súbdito de aquel que lleva la corona en tu corazón; no de aquel a quien halagas
con la lengua.
Para saber si Cristo es tu verdadero Rey, responde a estas preguntas:
1) ¿Cómo llegó tu rey al trono? Por nacimiento eres súbdito de Satanás, al igual que todo
el género humano. Por tanto, él no va a ceder su lugar en tu corazón de forma voluntaria, y
ya sabes que no puedes resistir su poder con tus esfuerzos. Solo Cristo, por el Espíritu Santo,
es capaz de traer un cambio de gobierno a tu corazón. ¿Has oído alguna vez una voz del
Cielo que te llamara, como a Pablo, a postrarte a los pies de Dios y volverte hacia el Cielo?
¿Ha venido Cristo hasta ti, como el ángel acudió a la cárcel de Pedro, para arrancar las
cadenas de las tinieblas de tu mente y tu conciencia, haciéndote obediente? De ser así
puedes reivindicar que tienes la libertad.
Pero si en todo esto te parece que hablo otro idioma, y no percibes ninguna obra así en tu
alma, me temo que aún sigues en la cárcel. ¿Supones por un momento que una nación
invasora puede derrocar a un gobierno sin que lo sepan los ciudadanos? ¿Puede ser un rey
destronado para coronar a otro en tu alma sin que oigas ruido alguno? Al coronarse Cristo,
la celebración jubilosa de su coronación resonará en todo tu ser. Cuando él llegue para
arrebatarle tu alma a Satanás, lo sabrás. Debes decir, como el hombre que Jesús envió a
lavarse en el estanque de Siloé: “Habiendo yo sido ciego, ahora veo” (Jn. 9:25). ¿Puedes
hacerlo?
2) ¿Qué ley obedeces? Las leyes del príncipe de las tinieblas y las del Príncipe de paz son
tan contrarias como la naturaleza de ambos: una es la ley del pecado (Ro. 8:2), y la otra la
de la santidad (Ro. 7:12). A no ser que el pecado te haya cegado tanto que ya no disciernas
entre lo santo y lo profano, debes poder resolver esto sin problemas.
Cuando Satanás acude para tentarte, observa tu reacción. ¿Cómo respondes a sus
sugerencias? ¿Te plantas inamovible en las ordenanzas de Dios? ¿O abraza tu alma la
tentación como a una queridísima amiga, contenta con tener una excusa para hospedarla?
De ser así, ¡estás bajo el poder de Satanás! Pablo dice: “¿No sabéis que si os sometéis a
alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis? (Ro. 6:16).
3) ¿A dónde acudes para recibir protección? ¿Quién tiene tu confianza? Un buen príncipe
protege de buen grado a sus súbditos, y espera que le confíen su seguridad. Por tanto, los
súbditos obedientes entregan los asuntos de Estado a la sabiduría de su príncipe y su
consejo. Ante la injusticia, piden justicia; cuando son culpables, se someten a la pena legal
y sobrellevan el castigo debido.
¿Confías en la sabiduría de Dios para tratarte con justicia? Un impenitente teme
encomendarse al cuidado divino. Sabe que su alma necesita una limpieza a fondo, pero le
gusta la mugre y se la quiere quedar; de forma que cierre puertas y ventanas a lo puro y
justo, y sirve un festín inmundo para que su naturaleza pecaminosa lo engulla en privado.
El mismo temor que aleja al malvado de Dios, estimula al justo a abrir su corazón cuando el
Espíritu llama. Acoge la idea de un alma limpia y comprende que la purga que Dios efectúa
quita la basura carnal y hace sitio para una mayor bendición.
4) ¿Con quién te identificas? Tu príncipe es aquel cuyas victorias y pérdidas te importan.
¿Qué dices cuando el Espíritu de Dios está a la puerta de tu voluntad e impide el pecado
que instiga Satanás? Si estás de parte de Cristo, le amarás más por guardarte de la
concupiscencia; de otra manera, te sentirás resentido con Dios por evitar el deseo
verdadero de tu corazón. Cuando Satanás vuelva (y seguro que lo hará), te encontrará
anhelando aún el pecado al que se echó de tu puerta. Y él siempre gratifica al alma que
busca el pecado.
Cuando ves que Dios bendice los esfuerzos de sus hijos, ¿cómo respondes? ¿Canta con
júbilo tu alma al oír que el evangelio prospera? Si sigues siendo un hijo del diablo, cualquier
triunfo sobre el pecado constituirá una derrota para tu partido. El gozo de los cristianos te
sonará como una campana de hojalata; y volverás a casa murmurando como Amán, furioso
por dentro de que alguno de tus pecados favoritos te haya sido arrebatado y se haya
entregado a Cristo para su destrucción. Pero si Dios es realmente tu Padre, tu corazón se
elevará al oír el repicar de las campanas cuando tus compañeros derroten al pecado.
5) ¿Te has unido a las tropas que luchan para someter las insurrecciones de los hombres
malvados instigados por Satanás? No basta con ponerte a salvo y vitorear a otros cristianos.
Tú también debes correr la carrera que tienes por delante. Si eres cristiano, perteneces a
Dios y corres, no para ti mismo sino para él. Sus deseos deben anteponerse a los tuyos. Si
los súbditos pudieran escoger dónde vivir, la mayoría escogería vivir en el palacio con el
príncipe. Pero esto no suele ser lo mejor para su señor, de manera que quienes más le aman
no solo se niegan de buen grado las delicadezas de la corte, sino que se presentan
voluntarios para el servicio de fronteras, donde el enemigo es más fuerte. ¡Y agradecen al
príncipe el honor de servirle!
Pablo, en estos términos, estaba dispuesto a postergar el día de su coronación en la gloria
y prolongar el día de su tribulación terrestre para poder seguir sembrando para el Reino.
Servir a Dios es lo que cuenta en la vida. Nos da la oportunidad de probar nuestra gratitud
hacia él por habernos redimido del poder de Satanás y llevado al Reino de su amado Hijo.
¡Empieza enseguida, cristiano, a redimir el tiempo! Lo que piensas hacer para Dios, hazlo
pronto.
Examina tu corazón. Si encuentras de verdad en él una trasferencia de titularidad a nombre
de Cristo, alaba a Dios por ser ciudadano del Cielo y no del Infierno. ¡Marca el día de tu
nacimiento espiritual en el calendario de tu corazón y haz fiesta! Es el día de tu boda: “Os
he desposado con un solo esposo [...], Cristo”, dijo Pablo (2 Co. 11:2). Este mismo Cristo te
ha dado a ti la promesa de la vida eterna. ¿Sabes que desde la hora en que te sometes a su
dominio, todo el dulce fruto del árbol de la vida es tuyo? Es un don perfecto, concedido en
amor perfecto, a la novia que aun ahora él está perfeccionando.
Amado cristiano, recuérdate a menudo a ti mismo el cambio que Dios ha hecho en ti.
Satanás te tentará para que dudes de la sabiduría de haber escogido a Cristo como soberano,
de forma que ¡clava las promesas de Dios en el dintel de la puerta de tu corazón! Estas
guardarán a tu alma en cuarentena, y Satanás huirá de ellas como de la peste. Y no dejes
que el tiempo te haga olvidar la mazmorra en que Satanás te mantenía preso del pecado, o
él podría incitarte a volver allí con sus antiguas mentiras y promesas incumplidas. Compara
este horror con el sabor del Cielo, el cual ya has probado, y sabrás que tu mayor gozo en la
tierra es solo un aroma lejano de lo que te espera allí.
Aferrarte a un futuro tan maravilloso debe darte el coraje necesario para servir fielmente a
Cristo mientras el principado satánico prospera a tu alrededor. No puedes esquivar el
servicio. Aunque no te llame a predicar y bautizar, puedes ayudar a los que tengan este
llamamiento. Tus oraciones afilan la espada del ministro; rompen barreras al crecimiento
del reino de Cristo.
Sirves a un príncipe que conoce tu corazón. Nada le complace más que tu amor completo.
Anhela saber si, de ser libre para escoger tu propio rey y hacer tú las leyes, escogerías al
mismo, y no querrías otra ley que las que ya ha decretado.
MIERCOLES

2. Sus poderes
En la segunda parte de la descripción paulina del archienemigo, se habla de la fuerza o los
poderes con los cuales el demonio apoya sus reivindicaciones de soberanía. Si fuera un
soberano impotente, podríamos hacer caso omiso sin más de su autoexaltación. Pero
además de las huestes demoníacas que son sus secuaces, tiene cierto grado de poder para
respaldarla. Puede ser útil explorar el poder de los demonios considerando lo siguiente: sus
nombres, naturaleza, número, orden y unidad, y las grandes obras que se les acreditan.
Primero, ¿cómo reflejan sus nombres su poder? Los demonios tienen nombres muy
poderosos que se les adscriben en la Palabra. Satanás se destaca como el más poderoso de
todos. Se le llama “el hombre fuerte” (Lc. 11:21); tan fuerte que guarda su casa en paz,
desafiando a todos los hijos de Adán. Sabemos por experiencia propia que sangre y carne
no pueden con él. Cristo tenía que venir desde el Cielo para destruirlo a él y a sus obras, o
moriríamos todos en nuestros pecados.
También se le llama el “león rugiente” (1 P. 5:8), el rey de la jungla. Cuando el león ruge, su
voz atemoriza tanto a las presas que puede andar tranquilamente entre ellas y devorarlas
sin resistencia. Tal león es Satanás, que se mueve a sus anchas entre los pecadores,
apresándolos a voluntad (2 Ti. 2:26). Los atrapa vivos tan fácilmente como el cazador tienta
al pájaro con un trozo de pan haciéndolo caer en la red. A decir verdad, el diablo encuentra
tan ingenuos e impotentes a los pecadores que solo necesita presentarse con una
propuesta para que cedan sin más. Solo los hijos del Dios Altísimo se atreven a oponérsele,
y hasta la muerte si hace falta.
Otro nombre de Satanás es “el gran dragón escarlata”, que con su cola —los hombres
malos— “arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo” (Ap. 12:3,4). También se le
llama “el príncipe de la potestad del aire” (Ef. 2:2), porque como príncipe puede reunir a
sus súbditos y llamarlos a filas en cualquier momento.
Pero el título más poderoso es el de “el dios de este mundo” (2 Co. 4:4). Se le otorga porque
los pecadores lo adoran como a un dios, reverenciándolo erróneamente igual que hacen los
cristianos con Dios mismo.
La naturaleza de los demonios los hace también poderosos. Recuerda que estas criaturas
caídas eran ángeles y aún no están despojadas de todo su poder. La Palabra confirma la
potencia de los ángeles: “Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles, poderosos en fortaleza”
(Sal. 103:20). También se dice que los israelitas comieron pan de fuertes o de ángeles (Sal.
78:25, LBLA). Este poder de la naturaleza angelical se manifiesta ante todo en la
superioridad sobre las demás criaturas. Se coloca a los ángeles en el pináculo de la creación.
El hombre está por debajo de ellos, según Hebreos 2:7. En la creación, el superior tiene
poder sobre el inferior: las bestias sobre la hierba, el hombre sobre las bestias, y los ángeles
sobre el hombre.
Además los ángeles son superiores por la espiritualidad de su naturaleza. La debilidad del
hombre estriba en su carne: su alma fue hecha para grandes empresas, pero se ve lastrada
por un trozo de carne y tiene que remar al ritmo de su compañero más débil. Los demonios,
siendo ángeles por virtud de su creación, no tienen este estorbo, ni el humo del intelecto
carnal nubla su comprensión; no llevan zuecos en los pies que ralenticen su marcha. Son
como rápidas llamas de fuego arrastradas por el viento. Siendo espirituales, no se les puede
resistir con fuerza humana. No hay fuego ni espada que los dañe. Nadie es lo bastante fuerte
como para atarlos excepto Dios, el Padre de los espíritus.
Por su caída el diablo perdió gran parte de su poder con relación al estado feliz y santo en
el cual había sido creado, pero no su capacidad innata. Sigue siendo un ángel, y teniendo
poder de ángel.
Además de sus nombres y su naturaleza, el gran número de los demonios aumenta su poder.
¿Qué hay más ligero que un grano de arena? Pero el número confiere peso. ¿Qué animal
hay más pequeño que el piojo? Sin embargo, cuánta desdicha causó a los egipcios una plaga
de ellos. Piensa lo formidables que son los demonios, que por su naturaleza son tan
poderosos y por su número semejante multitud. Satanás tiene suficientes demonios para
acosar a toda la tierra: no hay un lugar bajo el cielo donde no cuente con un destacamento,
ni persona a la que alguno de estos espíritus malditos no siga adondequiera que vaya.
Para servicios especiales, Satanás puede enviar una legión con objeto de constituir una
guarnición en una sola persona (Mr. 5:9). Y si puede permitir a tantos atacar a uno solo,
¿cuántos habrá en todo el ejército satánico? No te sorprenda la dificultad de tu marcha
hacia el Cielo, ya que tienes que atravesar el territorio mismo de esta multitud demoníaca.
Cuando Dios expulsó a los rebeldes del Cielo, estos se convirtieron en forasteros en la tierra.
Desde entonces vagan de aquí para allá, buscando lastimar a los hijos de los hombres,
especialmente a aquellos que van camino al Cielo.
Además de su gran número, la unidad y el orden entre los demonios los hacen aún más
formidables. No se puede decir que exista amor entre ellos —ese fuego celestial no puede
arder en el seno demoníaco—, pero hay una unidad y un orden respecto a su meta común
de vencer a Dios y los hombres. Unidos no por lazos de amor sino de odio y política, saben
que no tienen futuro si no concuerdan en sus malvados designios.
¡Son muy fieles a esta maligna hermandad! El Señor testificó de ello cuando dijo: “Y si
Satanás echa fuera a Satanás, contra sí mismo está dividido” (Mt. 12:26). ¿Has oído hablar
de algún motín en el ejército satánico? ¿O que algún ángel apóstata ofreciera libremente
un alma a Cristo?
Son muchos, pero hay un espíritu de maldad en todos ellos. Un demonio le dijo a Cristo:
“Legión me llamo, porque somos muchos” (Mr. 5:9). Observa que no dijo: “Nos llamamos”.
Esos espíritus malditos colaboran en sus tretas y se procurarán la cooperación humana
cuando puedan. No se contentan con la mera obediencia; obran en las almas más
tenebrosas para extraerles un leal juramento, como en el caso de las brujas.
Otra declaración del poder de los demonios está en sus grandes obras. ¡Este príncipe de la
potestad del aire puede producir efectos terribles en la naturaleza! No es ningún creador,
de forma que no puede fabricar ni un soplo de aire, ni una gota de agua, ni una chispa de
fuego. Pero suelto en el almacén de Dios, usará las herramientas del Creador con tal
destreza que nadie le podrá hacer frente. Es capaz de revolver tanto el mar que sus
profundidades hiervan como una olla, y de mover el aire para formar tempestades y
tormentas que amenacen con derribar los mismos cielos. Puede encender la mecha del
cañón celestial y causar truenos y relámpagos tan terribles que no solo asustan, sino que
producen grandes daños. Si lo dudas, lee cómo mató a los hijos de Job enviando un viento
fuerte que los enterró en las ruinas de su casa (Job 1:19).
Su poder tampoco se limita a los elementos naturales. También le da control sobre los
animales. Recuerda el hato de cerdos que arrojó al mar. Aparentemente —con el permiso
de Dios— tiene también algún poder sobre los cuerpos humanos; porque leemos que las
llagas de Job no eran una aflicción física natural, sino el rastro de Satanás en su carne.
Todos estos ataques son poca cosa para Satanás. Su gran malicia se reserva para las almas
humanas. Él utiliza una molestia física para trastornar el equilibrio del alma. Sabe lo pron-
to que se perturban su paz y su descanso con los gemidos y quejas del cuerpo bajo cuyo
techo mora. Verdaderamente, aunque Satanás no tuviera otro vehículo para obrar su
voluntad en nosotros que nuestra débil constitución, seguiría teniendo una gran ventaja.
Me entristece ver cómo el alma cae tan por debajo de su origen divino. El cuerpo, pensado
para ser su siervo, se ha convertido en su dueño, y la gobierna con mano dura.
Sin embargo, Satanás no se limita a hostigar nuestros cuerpos para llegar al alma. Tiene un
atajo para ello. Cuando el primer hombre cayó, astilló el parapeto de su alma contra el pe-
cado y dejó abierto el camino para que el espíritu de Satanás entrara, con maletas y todo,
y se sintiera en su casa. Este no de- jaría ni un alma de la tierra desocupada si Dios no pusiera
freno al desfile. El poder salvador y guardador de Cristo es lo único que nos protege de este
intruso.
Satanás es astuto y admira la sabiduría de Dios; de forma que obra en los malvados de
manera parecida a como Dios lo hace en sus santos. Dios actúa eficazmente en los cristianos
(Gá. 2:8; 1 Ts. 2:13) y Satanás hace lo mismo en los hijos de desobediencia (Ef. 2:2). Pero los
frutos de sus labores no se parecen en nada. El Espíritu trae conocimiento y justicia al
corazón de los cristianos (Ef. 5:9); mientras Satanás produce envidia y toda maldad en el
corazón de los malos. El Espíritu Santo consuela; Satanás aterroriza: como en el caso de
Judas, que primero traicionó a su Maestro y luego se ahorcó.
Si eres cristiano, no debes temer que Satanás infiltre tu alma. Dios no lo permitirá. Pero el
diablo puede atacar y ataca las fronteras de tu fe. Aunque no seas súbdito directo de su
poder, eres y siempre serás el objeto principal de su ira. Luchará contra ti en cualquier
oportunidad, y solo lo vencerás mientras Dios te dé fuerzas. Si Dios se apartara, te
encontrarías enseguida impotente ante este poderoso enemigo. Ha enviado a casa a los
más fuertes de tus compañeros, temblando y clamando a Dios, con la sangre de su corazón
destilando de sus conciencias heridas.
Todo este estudio del poder de Satanás puede desalentarte, pero esa no es mi intención en
absoluto. Son lecciones valiosas, que te ayudarán en la marcha hacia el Cielo y te prepararán
para el Reino.
Al estudiar a Satanás, vemos que el poder no constituye base alguna para el orgullo. El
orgullo carnal es hijo ilegítimo del poder. Es una concupiscencia concebida en el vientre de
Satanás; y aunque tu corazón pueda henchirse cuando nace la misma, será para tu alma
como Caín para Abel: un enemigo mortal disfrazado de hermano.
JUEVES

El poder es solamente el atributo legítimo de Dios. Los mortales salimos mal parados
cuando lo reclamamos para nosotros mismos, y Satanás también. De hecho, el diablo es la
más miserable de las criaturas de Dios, máxime cuando tiene tanto poder para emplearlo
mal. De haber perdido su potencia angelical cuando cayó, habría ganado con la pérdida.
Tiembla, entonces, si tienes algún poder, a no ser que lo utilices para Dios. Una plaga de
langostas no es más destructiva para un trigal maduro que el poder orgulloso para la gracia
del hombre.
¿Eres poderoso? ¿Cómo empleas este don de Dios? ¿En su obra, o para satisfacer tus deseos?
He aquí uno de los mejores instrumentos que Satanás tiene para tentar. El poder es
ciudadano del mundo y desempeña cualquier tarea que le asigne Satanás. Se viste primero
de una forma, luego de otra, todo para impresionar a los humanos. Y la mayoría es tan
miope que se deja engañar por su falsedad. A veces el poder desfila con seda y joyas,
fingiendo que el dinero es la clave de la grandeza; otras veces se viste de una profesión
respetada y rechaza hablar con los trabajadores inferiores. También puede llevar un
uniforme militar y exigir la obediencia instantánea de cientos de miles por debajo de su
rango. Pero, a pesar de todo su alarde de fuerza, el poder es una burbuja irisada que flota
en el viento: Dios solo tiene que hacer un gesto con su omnipotente cabeza para que
desaparezca en la nada.
Felices serían los demonios y los potentados terrenales, si en el Juicio pudieran aparecer
vestidos de pobres esclavos para recibir la sentencia. En aquel día todos sus títulos, dignidad
y riquezas ya no se leerán para honrarles, sino para su eterna vergüenza y condenación.
No dudo —ni tú tampoco debes hacerlo— que el poder de Satanás dificulte el alcanzar el
Cielo. Si el diablo es tan poderoso y el camino hasta allí está tan atestado de sus buscaplei-
tos, seguramente nos costará algo llegar a desplegar nuestros estandartes en los muros de
la nueva Jerusalén. Si ves a alguien que sale solo y desprotegido en un viaje largo y peligroso,
llegas a la conclusión de que no espera encontrarse con bandidos en el camino y bien
podrías cuestionar su sabiduría. Muchos que aparentan ser cristianos viajan de forma
parecida. Te dirán que van camino al Cielo, pero demuestran poca disposición a viajar en
compañía de los santos, ¡como si no les hiciera falta comunión durante el viaje! La mayoría
de estos van desprovistos de todo lo que se parezca a una armadura. Otros esgrimen alguna
esperanza vana y ligera en la misericordia de Dios, sin un solo texto de la Escritura como
munición. Tal “esperanza” es una pistola oxidada y explotará en la cara del necio que intente
utilizarla.
Estos hombres, muchos de los cuales tienen bastante éxito según el mundo, nunca
consiguieron sus riquezas terrenales con el poco esfuerzo que piensan invertir para llegar
al Cielo. Saben por experiencia que no se hace fortuna durmiendo, ni se cuida la familia con
las manos en los bolsillos. Mientras más avanzas en el camino del éxito, tantos más ladrones
hay que intentan engañarte. Y mientras más se acerca el cristiano al Cielo, más son los que
intentan engañar a su alma y robarle la corona de gloria si pueden. Subraya bien esto: Nunca
podrás defenderte solo contra Satanás, ni con Satanás contra Dios. Pero si te pones al lado
de Cristo, serás liberado tanto del yo como del diablo.
¡Alabado sea Dios! El poder de Satanás es grande, pero no hay razón para desesperar. Es un
gran consuelo que Dios permita a sus hijos ver que no tenemos por qué temer a Satanás.
Que lo teman los que no temen a Dios. ¿Qué son sus montañas de poder ante ti, cristiano?
¡Tú sirves a un Dios que puede hacer que un gusano derribe una montaña! (cf. Is. 41:15).
Entonces es indudable que podrá cuidarte a ti. El mayor golpe que Satanás puede dar a tu
valor es hacer que le temas excesivamente.
Tengo entendido que hay animales salvajes que, aunque más fuertes que el león, tiemblan
al oír su rugido. ¡Cuántas veces has temblado innecesariamente ante la aparición de Satanás,
cuando en Cristo tienes el poder para hollarlo bajo tus pies! Esfuérzate por mantener una
perspectiva correcta del poder de Satanás, y este león no resultará tan fiero. Tres
consideraciones te aliviarán cuando estés en peligro de creer que él es omnipo- tente.
Primeramente, Satanás tiene un poder derivado. No es suyo por derecho, sino por el
permiso de otro, y ese otro es Dios. Todo poder es de Dios, en la tierra o en el Infierno. Si
tu fe abraza esta verdad, podrás ir adonde quieras con la confianza absoluta de que Satanás
no te puede hacer ningún daño permanente. ¿Crees por un momento que tu Padre celestial
daría a su archienemigo una espada demasiado fuerte para que lo pudie- ras vencer, tú que
eres su hijo? Ya que Dios suministra las armas al enemigo, puedes estar seguro de que estas
servirán de poco en tu contra, si te pones bajo la protección de Dios.
Cuando Pilato intentó asustar a Cristo jactándose de su poder para perdonar o condenar al
preso, Cristo le respondió que no podía hacer nada si no le era dado de arriba (cf. Jn. 19:11).
Esto significaba: “Haz todo el mal que quieras. Yo sé quién autorizó tu misión”. Satanás
golpea, el hombre persigue, pero Dios es quien les da a ambos el poder.
Otro aspecto del poder de Satanás que debes conocer es que está limitado, y ello en dos
sentidos: el diablo no tiene poder para hacer todo lo que quiere, ni cuenta con el permiso
de Dios para utilizar todo el poder que ostenta.
Sus deseos no tienen límite, no solo aquí sino en el Cielo. Allí su mayor deseo es derrotar a
Dios y colocarse él mismo en el lugar sagrado. Pero no puede cumplir ese deseo, ni muchos
de los otros que arden en su interior. Él es solo una criatura y, por tanto, su correa tiene un
límite. Dios puede limitar y limita a Satanás, pero Satanás nunca limitará a Dios. Ya que Dios
está a salvo, tú también lo estás: “Porque [...] vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”
(Col. 3:3).
Esto es un gran consuelo: Satanás no puede ordenarte que peques contra tu voluntad.
Aunque tiene capacidad para acelerarte en el camino —como el viento hace que la marea
suba más rápidamente—, no puede invertir la corriente de tu corazón de su propio curso y
tendencia.
Igual que Dios decide qué poder puede ostentar Satanás, también controla la cantidad del
mismo que le es posible utilizar en un momento dado. Habrá veces cuando creas que Dios
te ha dejado solo en la lucha. Entonces tu fe tendrá que esforzarse más. Aférrate a la
seguridad de que Dios vigila cada movimiento de Satanás y no le dejará obtener la victoria
final. Cuando Dios lo permita, Satanás podrá robarle al cristiano mucho gozo y paz, pero
siempre estará bajo órdenes. Si Dios le dice: “¡Quieto!”, tiene que quedarse como un perro
bajo la mesa mientras los cristianos se sacian del consuelo de Dios. No se atreverá a recoger
ni una miga, porque el Maestro lo vigila. Perdemos mucho consuelo cuando olvidamos que
la mano de Dios siempre está levantada sobre Satanás, y su mirada tierna puesta en
nosotros.
El poder de Satanás no solo es derivado y limitado, sino que también está sometido al poder
superior de Dios. Las tretas que él maquina le son asignadas por Dios para el servicio y
beneficio final de los cristianos. Se puede decir del diablo, como del soberbio asirio, que “él
no lo pensará así, ni su corazón lo imaginará de esta manera” (Is. 10:7), porque el ánimo de
Satanás siempre está inclinado a la destrucción de todo hombre.
Pero la intención de Dios es distinta, como han aprendido muchos cristianos sabios a lo
largo de los siglos. Cuando le dijeron lo ocurrido en la Dieta de Nuremberg en contra de los
protestantes, Lutero dijo simplemente: “Se decretó de una forma allí, pero de otra en los
cielos”. Para consuelo de los santos, los pensamientos de Dios hacia ellos son de paz y
conservación, mientras los de Satanás son de ruina y destrucción. ¿Quién duda que los
pensamientos de Dios sean más inteligentes que los del diablo?
Ten por seguro que mientras Satanás persigue, Dios purifica (Dn. 11:35). La mayoría de las
manchas en tus virtudes se producen mientras te sacias de paz y prosperidad, y nunca
recuperan su blancura tan bien como al salir de bajo el azote de Satanás. Este envía el
desánimo, la congoja o la desesperación para engullir al cristiano, como el pez se tragó a
Jonás. Pero Dios utiliza esa tribulación para lijar y pulir tu fe, a fin de que al final sea más
fina y preciosa que antes.
Hacemos demasiado poco si nunca tememos a Satanás; pero lo halagamos excesivamente
si le tememos más de lo que confiamos en Dios. Si eres de Cristo, nada puede entrar en tu
vida sin permiso de Dios. Aquel que te ha dado la vida, también te ha dado la muerte. Aquel
que te ha dado el Cielo por heredad, también te ha dado el mundo con sus aflicciones: in-
cluyendo al príncipe de este mundo y toda su ira y su poder. Esto ciertamente es amor y
sabiduría expresados en un acertijo, pero los que tienen el Espíritu de Cristo pueden
descifrarlo.
VIERNES

3. El reino satánico (“las tinieblas de este siglo”)


A Satanás le encantaría convencerte de que él es “señor de todo”, aunque sabe que este
título es exclusivo de Dios. El diablo gobierna “las tinieblas de este siglo” solamente y, por
tanto, es un subordinado del Señor. Las fronteras de su imperio están delimitadas y
definidas. Primero, el tiempo que gobierna este príncipe es “este siglo” y no más allá.
Segundo, el lugar que rige es “este mundo” y no el Cielo. Y tercero, los súbditos a quie­ nes
manda son “las tinieblas de este siglo” y no los hijos de la luz.
Entonces, para empezar, el imperio de Satanás está limitado por el tiempo. “Este siglo” es
un puntito de tiempo limitado en cada una de sus fronteras por la vasta eternidad. En este
escenario, el diablo hace el papel de príncipe. Pero cuando Cristo baje el telón final sobre
este siglo, Satanás será expuesto delante de todos, se le quitará la corona y su espada se le
romperá en la cabeza. Será echado del escenario con escarnio, convirtiéndose en prisionero
eterno del Infierno. Ya no será una plaga para los cristianos, ni gobernará a los malos. En su
lugar, tanto él como los miembros de su compañía, sufrirán la ejecución inmediata de la ira
de Dios. Se terminará para siempre su larga carrera de actos viles.
Esta es la comisión de Cristo, y su obra no se acabará hasta que “haya suprimido todo
dominio, toda autoridad y potencia” (1 Co. 15:24). Entonces, y solo entonces, entregará su
reino al Padre: “Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos
debajo de sus pies” (v. 25). La cuestión no es si Cristo conseguirá someter a Satanás, sino
cuándo lo hará.
El hecho de que los días de Satanás estén contados es mala noticia para los malvados. Los
pecadores lo pasan bien al presente y parecen creer que las cosas seguirán así siempre. En
cualquier día se les escucha reír, mientras los discípulos de Cristo lloran y se afligen. Ellos se
visten de seda, mientras los cristianos se cubren con harapos. El diablo tiene cuidado de
gratificar su naturaleza sensual, como el príncipe que premia a sus nobles con réditos y
encomiendas. Como dijo Balac a Balaam: “¿No puedo yo honrarte?” (Nm. 22:37).
Parece extraño —y sin embargo no es de extrañar, considerando la naturaleza degenerada
del hombre— ver cómo Satanás lleva a los pecadores por la nariz con su gancho dorado. Si
les pone como cebo el honor, la riqueza o el placer sus corazones lo anhelan como el pez
ansia el gusano. Puede conseguir que pequen por un pedazo de pan. Eso le pasó a Demas,
quien abandonó el evangelio por el placer mundano.
Un corazón malo está tan ansioso de amontonar los premios prometidos por el diablo que
pasa por alto la terrible paga que Dios amenaza con darle por la misma obra. Los que caen
en las redes de Satanás son aquellos que deciden saciarse del fruto de la injusticia el cual
brilla colgado del árbol de la tentación. Un bocado te hace desear más; ¡pero cuidado!, nada
de lo que Satanás ofrece está libre de su maldición. Sus premios se hallan tan contaminados
como él mismo: son veneno para el alma humana (1 Ti. 6:9).
¿No sería sabio, antes de negociar con el diablo, preguntar por la garantía de sus promesas?
¿Puede él afianzar el negocio y evitar un pleito con Dios? ¿Es capaz de garantizar que al
morir no quedarás desamparado en otro mundo? Quede advertido el comprador: el tiempo
demostrará que Satanás te ha estafado. “Pero si ya he empezado a cosechar los placeres
que él ofrece. Los disfruto ahora mismo —dice el pecador—. Tendría que esperar al Cielo
para la mayoría de las promesas de Cristo”.
Pecador, tienes razón al decir que tu placer es ahora mismo, porque no puedes asegurarte
de que dure ni un segundo más. Tu felicidad presente está pasando, y la de los cristianos,
aunque futura, vendrá para no terminar nunca. Como Esaú, ¿perderás la herencia eterna
del Reino de Dios por un plato de comida y la satisfacción inmediata? ¿Qué locura
desesperada hace que los pecadores rechacen un poco de tribulación presente?
Neciamente optan por enfrentarse a la ira eterna de Dios a cambio del corto festín que
Satanás les ofrece ahora. Si el diablo te trata como un rey en esta vida, ¿qué comparación
tiene eso con la eternidad?
Que esto aliente a los que pertenecen a Cristo: la tempestad puede ser recia, pero es
temporal. Las nubes que ahora cubren tu cabeza pasarán, y tendrás buen tiempo, una
bonanza eterna de gloria. ¿No puedes velar una hora con Cristo?
Pídele a la fe que mire por el ojo de la cerradura de las promesas, para ver lo que Dios tiene
reservado para aquellos que le aman. Sirves a un Dios eternamente fiel a su pacto. Una vez
que te has bañado en la fuente de sus tiernas misericordias, ¿cómo puedes parar a este
lado de la eternidad, temiendo mojarte los pies con esos breves sufrimientos que, como un
arroyuelo, corren entre ti y la gloria?
Además de la limitación en el tiempo, el imperio satánico está también limitado en cuanto
al lugar. El diablo gobierna únicamente en “este mundo”. No puede ascender a los cielos,
aunque llame a filas a todas sus huestes malignas. El rebelde que antes compartía
íntimamente la gloria de Dios, ni siquiera se ha atrevido a mirar a aquel lugar santo desde
que fue expulsado; por eso vaga de un lado a otro aquí abajo, excomulgado de la presencia
de Dios aunque no de los cristianos que van camino al Cielo.
Si quieres, puedes tomar este hecho como fuente de gran gozo: ¡Satanás no tiene poder
alguno sobre tu felicidad eterna! ¿Qué tienes de valor que no esté en el Cielo? Cristo está
allí y, si le amas, tu corazón también se encuentra allí. Tus amigos y seres amados, muertos
en Cristo, están allí y anhelan tu llegada. Todo tu servicio para el Señor se halla almacenado
como un tesoro dentro de los muros de la ciudad santa.
Tu salvación te da derecho al Reino de Dios y te pone fuera del alcance de ese depredador,
si te apropias el poder de Cristo. Tal fue el caso de Job. El diablo lo saqueó hasta dejarlo en
la piel y por poco no se la quita también. Reducido a huesos y llagas, Job miró a la muerte y
al diablo de frente sin titubear: sabía que Cristo era su Redentor, y se aferró a la promesa
de un día mejor en el que estaría para siempre fuera del alcance del enemigo.
Aun mientras estás limitado a esta tierra, puedes confiar en que tu Padre vela sobre ti. El
diablo le robó la bolsa a Job y lo dejó temporalmente arruinado, pero Job tenía un Dios en
el Cielo que finalmente restauró su fortuna. Como cristiano, cuentas con algunas
seguridades colaterales: tu capital de fe y tu escritura de herencia como ciudadano del Cielo.
Estas cosas suponen una gran seguridad tanto para ahora como para el futuro. Satanás lo
sabe, y hará todo lo posible por arrebatártelas. Pero por mucho que se esfuerce, no logrará
borrar tu nombre del Libro de la Vida. No puede anular tu fe, ni tu relación con Dios, ni secar
el manantial de tu consuelo, aunque temporalmente pueda obstruirlo. No le es dado
impedir el final glorioso de toda tu guerra contra el pecado. Dios, de quien se dice que nos
guarda con su poder “mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser
manifestada en el tiempo postrero” (1 P. 1:5), guarda todo esto en el Cielo entre las joyas
de su corona, fuera del alcance de Satanás.
El imperio satánico también está restringido en cuanto a sus súbditos. El principado
diabólico no solo se halla limitado en lugar y tiempo, sino también por aquellos a quienes
se le permite gobernar. Se los describe como “las tinieblas de este siglo”; o más
sencillamente, como aquellos que están en tinieblas.
La palabra tinieblas a veces se emplea en la Escritura para expresar la condición de alguien
gravemente afligido (Is. 50:10); otras veces para describir la naturaleza de todo pecado (Ef.
5:11); y en ocasiones para referirse al pecado de la ignorancia en particular. Se compara a
menudo con la noche o la ceguera física. Para iluminar este pasaje específico, utilizaré las
dos siguientes interpretaciones: 1) las tinieblas como el pecado en general; y 2) las tinieblas
como la oscuridad de la ignorancia en particular.
Nótese esta distinción antes de empezar: el diablo gobierna a aquellos que están en un
estado de pecado e ignorancia, no a los que a veces pecan o son ignorantes. De otro modo
se apoderaría de los cristianos tanto como de pecadores no regenerados.
a) Por qué se describe el pecado como tinieblas
Una y otra vez en la Palabra el pecado se identifica con las tinieblas. Hay varias razones para
ello.
1) Las tinieblas espirituales causan el pecado. La causa externa del pecado es Satanás, su
gran promotor; la causa interna es la oscuridad natural del alma humana: la desgraciada
consecuencia de la caída de Adán. Cuando el Espíritu ilumina el alma, se revela la naturaleza
mortal del pecado y los hombres se refugian en Dios. Pero si el alma queda en tinieblas o se
esconde de la verdad, el pecado se disfraza y es aceptado.
2) El pecado causa la ceguera espiritual. Aunque la oscuridad del corazón nos lleva
primeramente al pecado, es el pecado lo que nos lleva a una mayor profundidad de tinieblas.
El pecado actúa como una droga sobre la conciencia, de forma que lo que antes era
repugnante se vuelve agradable y placentero. Puede que hayas conocido a alguno que
mostraba un disgusto santo por el pecado de los demás, pero una vez catada la misma copa,
ya no veía mal alguno para rechazarlo.
El pecado no solo produce tinieblas en el alma por su propia naturaleza, sino que a veces
actúa como emisario enviado de Dios. Dios ha avisado acerca de las graves consecuencias
de rebelarse contra la luz que él ofrece. Su Espíritu entra en la mazmorra negra de tu alma
no regenerada con el foco de la verdad. Si te niegas a responder, huyendo por la puerta de
atrás hacia Satanás, Dios ha decretado que mueras “sin sabiduría” (Job 36:12); esto es, en
tinieblas. Cada vez que le das la espalda a Dios coqueteas con la condenación eterna. ¿Por
qué iba Dios a dejar que su vela ardiera continuamente para nada? Lee el edicto publicado
en su Palabra: “No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre” (Gn. 6:3).
3) El pecado huye de la luz. Para un pecador, la luz de la verdad quema más que el sol del
desierto al mediodía (Jn. 3:19); por tanto, huye del lugar donde esta brilla, y cuando se
expone a ella, no ahorra en gastos para buscar alivio. Satanás siempre está a su lado, listo
para ayudarle a buscar la forma de esconderse de sus rayos penetrantes.
¿Oye la verdad en un sermón poderoso? Satanás se sienta junto a él en el banco y le susurra
alguna tontería para distraerle. Puede preguntarle qué planes tiene para la cena, o para el
día de mañana. Si el sermón quema demasiado, el diablo adormece sus sentidos y le hace
dormitar hasta el final del culto. Supongamos que la conciencia del hombre se está acercan-
do a la verdad; entonces Satanás puede enviarlo a escuchar a un predicador frío, cuyas
palabras necias le hagan cosquillas en la mente en lugar de aguijoneaste la conciencia.
Puede ser que dicho predicador predique la Palabra, pero lo hace con cortapisas: es
demasiado cobarde para utilizar la Espada del Espíritu con toda su fuerza y poder, por miedo
a “ofender” a alguno de la congregación. Muchos que se atreven a manejar la verdad y
hasta a admirarla mientras esté envainada, se desmayarían viéndola desenvainada y
desnuda.
SÁBADO

4) Tanto el pecado como las tinieblas causan malestar. ¿Qué iban a hacer los egipcios bajo
la plaga de las tinieblas sino esperar a que pasara? Un hombre en pecado está bajo la misma
plaga: no puede hacer nada de provecho hasta que Dios levante las tinieblas de su alma. El
epitafio de todo pecador impenitente bien podría rezar: “Aquí yace uno que nunca hizo ni
una hora de trabajo para Dios”.
Si no puede servir a Dios en las tinieblas, tampoco puede ayudarse a sí mismo en esa
situación. ¡Lástima del hombre cuyas tinieblas ocultan el mal servicio que presta a su propia
alma! Es como quien está desamparado en un sótano oscuro, creyéndose atrapado y
condenado a morir. Pero si se encendiera una vela, encontraría la llave de la puerta junto a
su mano. Cristo es la vela que alumbra al hombre para que salga de las tinieblas. Él está con
los brazos abiertos, ofreciendo la libertad. Nada más que la oración de arrepentimiento se
interpone entre el pecador y su salvación; pero las tinieblas de su alma lo mantienen
prisionero en la cárcel de Satanás.
Esto nos lleva a otra gran causa de aflicción: las tinieblas llenan el corazón de terror. Los
malvados no tienen paz. Aun mientras duermen, su conciencia solo descansa a ratos.
Comen y beben con miedo, se alegran con miedo. No tienen ni un placer en esta vida que
no se halle contaminado por esta plaga.
5) El pecado da lugar a la oscuridad total. En esta tierra hay una cierta mezcla de tinieblas y
luz, hasta para el pecador más vil: algo de paz con tribulación, algún placer con dolor, alguna
esperanza de perdón... Pero en la eternidad existe una oscuridad completa. Allí el fuego de
la ira arderá sin cesar, y el pecado mantendrá el paso con el tormento total.
b) Por qué los que están en tinieblas se hallan bajo el dominio de Satanás
A Satanás se le llama “[gobernador] de las tinieblas de este siglo”. Por tanto, todos los que
están en tinieblas se hallan bajo su gobierno por decreto divino. La Palabra nos dice que los
pecadores son morada del propio diablo. ¿Recuerdas la historia del espíritu inmundo que
determinó: “Volveré a mi casa de donde salí” (Mt. 12:44)? Es como si dijera: “He andado
entre los santos de Dios, llamando a esta y aquella puerta, y nadie me deja entrar. Pero sé
de uno que sí lo hará. Volveré a mi casa, donde seguramente tendré control total”. Y
efectivamente, cuando vuelve la encuentra vacía y lista para ser disfrutada. Toda tendencia
del alma se emplea para arreglar y disponer la casa para su dueño.
Los que están en tinieblas no tienen fuerzas para resistir a Satanás. Él gobierna al hombre
entero, moldeando sus temores y distorsionando sus percepciones. Si este lee la Palabra, el
diablo está listo con su propio comentario, retorciendo la verdad y convirtiéndola en un
laberinto de mentiras. Si demuestra disgusto por el pecado, Satanás se lo hace ver con las
lentes rosadas de la contemporización. Y aunque el pecador crea que ha avanzado mucho
en entendimiento, la verdad es que sigue preso de muchos engaños. De hecho, Satanás le
presta tan generosamente este o aquel instrumento de injusticia que, a menudo, lo
considera un amigo en lugar de un amo cruel. Pero la persona no puede cortar la cuerda
con que el diablo la mantiene atada al pecado, de la misma forma que un hacha no puede
cortar árbol alguno si no hay leñador.
Pero existe una esperanza para todos: Cristo, el Buen Pastor, está con nosotros. Si clamas a
él, aunque tu clamor no sea más fuerte que el balido de un débil cordero, él lo oirá y vendrá
a rescatarte enseguida.
Considera larga y detenidamente la condición deplorable de todos los que están en pecado.
¿Qué lengua puede expresar, o qué corazón concebir, la miseria de semejante estado?
¿Qué mayor abominación hay que los demonios desplieguen sus banderas en las almas
humanas y contaminen el trono hecho para Dios? No hay pestilencia peor en la tierra que
Satanás, el cual devora ansiosamente corazón y espíritu. Si él es tu dueño, no esperes nada
por tu servicio más que fuego y tormento.
Mira hacia arriba antes de que sea tarde, y verás a Cristo enviado por Dios para recuperar
su trono y tu libertad. Si conocieras los privilegios de un siervo de Cristo, dirías que los únicos
felices son aquellos que andan siempre con él. Sus leyes no se escriben con la sangre de sus
súbditos, como las de Satanás, sino con la suya propia. Todos sus mandamientos son actos
de gracia. Tener su comisión es un privilegio, y contar con una tarea presente que te
mantiene en su compañía es galardón suficiente por el servicio pasado.
Jesucristo es un príncipe a quien le encanta ver que su pueblo prospera y se enriquece bajo
su gobierno. Pero la falsa propaganda de Satanás tiene amplia difusión entre los pecadores.
De hecho, cuando Cristo llega para liberarlos, a veces se encogen de temor ante el mismo
que les ha amado desde el principio.
Qué gran misterio, que las tristes almas atadas por las cadenas del deseo y condenadas,
camino de la ejecución, rechacen la libertad en el Señor. Seguramente, al morir en sus pe-
cados, no pueden esperar mejor resurrección que la muerte. Me temo que no creen que
exista la resurrección y se suponen a salvo una vez en la tumba. Pero que sepan los
pecadores que la tumba no los retendrá cuando Dios llame a sus prisioneros a declarar. La
muerte no se pensó para que fuera el refugio de los pecadores, sino una prisión para
retenerlos hasta el día del Juicio. ¡Cómo se sorprenderán entonces al ver que el Juez es el
mismo a quien rechazaron aquí como Rey! ¡Renunciad al gobierno del diablo mientras
queda tiempo! ¡Suplicad la misericordia y la gracia mientras aún estén disponibles! Si dejáis
vuestras lágrimas para el otro mundo, no os servirán de nada.
c) Aviso: Cuidado con las tretas de Satanás
Antes hemos considerado algunas actividades del Enemigo en contra de los cristianos.
Miremos ahora las tareas que acomete para mantener a sus siervos pecadores sujetos a las
leyes del pecado y la muerte.
1) Satanás intercepta los mensajes de Dios para los perdidos. Entiende bien, amigo, que la
reflexión es el primer paso hacia el arrepentimiento. Cuando Faraón observó que los pen-
samientos de los israelitas se volvían hacia Dios, supo que era señal de peligro. Él suponía
que podría estorbar la liberación espiritual de ellos aumentando su esclavitud física, de
forma que aumentó su trabajo. Satanás hace lo mismo con sus esclavos, manteniéndolos
demasiado ocupados como para pensar en el Cielo o en el Infierno. Nunca los deja, y
siempre está activo para interceptar cualquier pensamiento de gracia, misericordia, paz o
arrepentimiento enviado por el Espíritu Santo.
2) Satanás estorba a los mensajeros de Dios. Cuando Dios envió a Moisés para liberar a
Israel, el diablo mandó a Janes y Jambres para resistirle (cf. Ex. 7:11; 2 Ti. 3:8). Cuando Pablo
predicaba la verdad al procónsul, Elimas le respondió con mentiras (Hch. 13:8). Satanás
tiene espías en todas partes, vigilando las actividades de los cristianos. Cuando Dios envía a
sus hijos con un mensaje de misericordia para algún pecador, esos espías corren para llegar
antes y estorbarlos.
Pecador, cuídate especialmente de amigos y parientes carnales cuando te inclinas a seguir
a Cristo. Decide que si aun tus propios hijos se aferran a tus pies para sujetarte, los echarás
de tu lado. Y si tu padre y tu madre se echan delante de ti, pasarás sobre sus espaldas, si
hace falta, para llegar a Cristo. Que los que quieran se burlen de tu fe. ¿Qué vale el Cielo si
no puedes pasar algo de vergüenza por su causa? Si escupen en tu cara, Cristo te la limpiará.
Pueden burlarse de ti ahora, pero no lo harán después: el final ya está declarado, y te
encuentras en el lado del Vencedor.
3) Satanás distrae a los pecadores con demoras. Al diablo no le preocupan los pensamientos
pasajeros acerca del arrepentimiento. Supongo que hay muchos en el Infierno que en
alguna ocasión pensaron en arrepentirse, pero Satanás siempre fue capaz de distraerlos con
asuntos más urgentes. Pecador, si piensas escapar alguna vez, corre por tu vida: lejos del
diablo, de tus deseos, de tus placeres presentes si son obra de Satanás. El diablo dice:
“Mañana”; Dios dice: “Hoy”. ¿A quién vas a obedecer?
4) Satanás propone un compromiso. Cuando la conciencia del pecador sigue revuelta a
pesar de todo el esfuerzo diabólico, Satanás está dispuesto a ceder en cosas pequeñas. El
Faraón por fin decidió dejar que los israelitas fueran al desierto para ofrecer sacrificio, pero
insistió: “Con tal que no vayáis más lejos” (Ex. 8:28). Así que un pecador puede orar, oír la
Palabra o hacer alguna especie de profesión de fe, con tal que no se aleje mucho de sus
pecados. Pero Cristo tiene que ser Rey de todo tu corazón, o no será Rey. Igual que Moisés
declaró que no quedaría atrás “ni una pezuña” cuando los israelitas abandonaran Egipto (Ex.
10:26), el pecador debe despedirse para siempre de su pecado, sin dejar nada que sea
ocasión para una visita de retorno.
La libertad está en tu puerta si clamas a Cristo. El que escuchó el clamor de Israel en Egipto
también te oirá a ti, y acudirá enseguida a tu alma prisionera. ¡No lo dudes! Aunque él es
Príncipe de todos, te escoge a ti para ser su esposa: “Porque tu marido es tu Hacedor [...];
y tu Redentor, el Santo de Israel” (Is. 54:5). Pero debes salir de Egipto antes de la boda.
¿Qué tiene Satanás para ofrecerte que se compare con esto?
d) El poder cegador de la ignorancia
La ignorancia, por encima de otros pecados, esclaviza el alma a Satanás. Un hombre sabio
puede ser su esclavo por propia decisión; pero un ignorante no tiene opciones. Su
ignorancia puede llevarlo a pasar sin peligro por ciertos pecados, pero le derribará a los pies
de muchos más. La salida de la ignorancia está bien marcada, pero a veces es un camino
duro. Tal vez por ello hay tantos que viven y mueren ignorantes. ¿Qué esperanza hay para
el ignorante? El conocimiento es la clave (cf. Lc. 11:52), Cristo es el camino a la libertad (Jn.
14:6). La ignorancia, por otra parte, excluye a Cristo pero le deja la puerta abierta a Satanás.
DOMINGO

1) La ignorancia abre la puerta al pecado. Un ignorante está en el mismo aprieto que un


sonámbulo, que pisa descalzo una víbora y no siente su picadura. Cae de cabeza en el
pecado y no se da cuenta de su herida mortal. Leemos acerca de algunos “cargad[o]s de
pecados” que “nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad” (2 Ti. 3:6,7). Sus vidas
solo dan frutos amargos, alimentados y regados por su propia ignorancia.
2) La ignorancia encierra el pecado en el alma. Ya hemos dicho que la ignorancia causa
tinieblas. La oscuridad suele producir sueño: una mente ciega y una conciencia adormecida
son compañeras comunes. El ignorante peca sin vacilar. ¡Ay de aquellos que son de mente
tan ligera que nunca se saben culpables! Enfrentan la muerte segura con la complacencia
de un niño que corre a jugar en las mismas olas que lo arrastrarán a mar abierto y lo
devorarán de un sediento trago.
Si lo que estoy diciendo te habla, despiértate enseguida. Ve pronto a negociar con Dios y
cambia tu ignorancia por su sabiduría. Alimenta tu mente con su Palabra. La conciencia es
la alarma de Dios para despertar al pecador, pero solo puede ser testigo de lo que conoce.
Si la verdad no la informa, no sonará cuando la herejía o el pecado entren con el propósito
de incendiar tu alma. Si no te despiertas para apagar las llamas con un arrepentimiento a
tiempo, arderás para siempre.
3) La ignorancia excluye el medio de liberación. Los amigos y ministros están fuera, y no
pueden salvar al hombre en llamas si este no les deja entrar. Cuando se aconseja a un
ignorante obcecado no sirven ni amenazas ni promesas. Ni le teme a la una ni desea la otra.
Si escribimos: “¡PELIGRO!” en letras mayúsculas y en rojo, no le servirá más a un ciego que
a un buey.
Pero habrá momentos en la vida del pecador cuando, por la gracia del Espíritu Santo, sentirá
la opresión de su alma y anhelará la liberación. Entonces buscará a tientas la salida. Hay
cosas que al principio le parecerán correctas, y Satanás le llevará a un callejón sin salida tras
otro para alejarle del camino al Cielo. “Prueba con las buenas obras —le dirá—. Eso te será
un estímulo”. O bien: “Haz nuevas resoluciones, y promete que de aquí en adelante serás
mejor persona. ¿Qué más puede esperar Dios de ti?”. Pero al final, exhausto y desilusionado
por su vagabundeo sin fin, el pecador alzará la vista y se encontrará en el punto de partida,
¡esclavo del pecado y las tinieblas!
El Dios omnisciente siempre ha sabido que el camino al Cielo no se puede encontrar a ciegas;
por eso envió a su Hijo como Luz del mundo. Solo hay una salida segura de tus tinieblas, una
vía de escape: Jesucristo nuestro Señor. Que tu fe se una a su promesa de la vida eterna
para todos aquellos que creen en él, y él te sacará de las tinieblas a la luz gloriosa del
evangelio.
e) Aviso: Cuidado con la ignorancia
1) A los padres de hijos ignorantes. Padres, vuestros hijos tienen un alma que Dios espera
que alimentéis con el mismo cuidado que prodigáis a sus necesidades físicas. ¿Quién les va
a enseñar sino vosotros? Nadie se sorprende de que un barco que zarpa sin brújula se hunda
o encalle. ¿Por qué sorprenderse entonces de que los hijos se alejen de Dios cuando no han
recibido dirección espiritual?
Vemos el modelo establecido por los antiguos creyentes. David, un rey muy ocupado,
tomaba muy en serio su responsabilidad de instruir a su hijo en los caminos del Señor:
“Reconoce al Dios de tu padre y sírvele con corazón perfecto y con ánimo voluntario” (1 Cr.
28:9). ¿Y qué decir de la madre y la abuela de Timoteo, que le enseñaron la Palabra desde
su niñez? Creo que hay que poner en tela de juicio el cristianismo de aquel que no se
molesta en dar a conocer a Dios y su camino a sus propios hijos. Aun diré que nunca he
conocido a un verdadero cristiano que no se preocupara profundamente por la relación de
sus hijos con el Padre celestial.
Ofrecerás un pobre resultado en el Día del Juicio si solo puedes decir: “Señor, he aquí mis
hijos. Los eduqué como caballeros y los dejé ricos”. ¡Qué ridículo testimonio de tu propia
necedad: hacer tanto por aquello que se enmohece, y nada por el conocimiento de Dios
para la salvación, que dura eternamente!
Un estudio minucioso de los principios divinos demostrará la gravedad de este asunto. Si
descuidamos la formación espiritual de nuestros hijos, fracasamos de tres formas...
Obviamente les fallas a tus hijos cuando los dejas en la ignorancia. La fe y la incredulidad
son fundamentalmente distintas, no solo por definición sino también por su forma de obrar.
La fe no crece si no hay siembra, y morirá donde esté plantada si no se la riega y abona con
la Palabra de Dios. El ateísmo, la impiedad y la inmundicia, por otra parte, no solo crecen
sin plantarlas, sino que no morirán a menos que se las arranque de raíz. De hecho, crecen
mejor en el alma desatendida, hasta que la simple ignorancia e incredulidad del muchacho
se convierten en actitudes voluntarias del hombre.
¡Qué grave injusticia se comete con la negligencia! Los hijos no nacen con una Biblia en el
corazón o en la mente, pero Satanás ya ha hecho su trabajo de sembrar en el vientre, desde
el momento de la concepción, la semilla de la incredulidad. Los padres tienen ahora que
hacer el suyo. La clase de fe que plantas en el corazón de tus hijos ha de ser lo bastante
fuerte como para brotar y ahogar la cizaña de Satanás. La mejor temporada par sembrar la
fe es en la niñez.
También te fallas a ti mismo dejando a tus hijos en la ignorancia, porque te echas encima
las consecuencias de sus pecados tanto como de los tuyos propios. Cuando un hijo
transgrede un mandamiento de Dios, es su pecado, pero también el del padre si nunca le
enseñó a su hijo ese mandamiento. Los hijos rebeldes se convierten en cargas muy pesadas
para sus padres. Cuando un padre o una madre reconoce que la fuente de la re- beldía está
en su propia negligencia para educar a su hijo, una carga se amontona sobre otra y el peso
se hace insoportable. ¿Puede haber mayor congoja en esta vida que ver a tu propio hijo
corriendo a toda velocidad hacia el Infierno, sabiendo que tú lo equipaste para esa carrera?
Haz lo mejor que puedas en su juventud, mientras está bajo tu cuidado constante, para
ganarlo para Dios y ponerlo en el camino al Cielo.
Más importante aún: cuando crías un hijo ignorante le fallas a Dios. La Palabra nos habla de
aquellos que con injusticia detienen la verdad (Ro. 1:18). Entre otros, esto incluye a los
padres que excluyen a sus hijos del conocimiento de la salvación. ¿Qué padre robará en la
casa de su propio hijo? Pero esto es lo que haces si descuidas su formación espiritual,
porque guardas en tu bolsillo el talento de oro que Dios quiere que le des. Si no dejas una
herencia piadosa, ¿qué pasará cuando mueras, y la verdad del evangelio se entierre junto
con tus huesos podridos?
Si eres hijo de Dios, tus hijos tienen una relación más estrecha con el Padre celestial que los
hijos de los incrédulos. Dios te ha llamado a ti para alimentarlos como tú has sido
alimentado, y para protegerlos a toda costa de la educación del diablo. Educar a tus hijos
en el camino del Señor no es una sugerencia casual, sino un mandamiento solemne a todo
padre cristiano. Negarte a obedecer, ya sea deliberadamente o por negligencia, te supondrá
una amarga paga cuando te presentes ante el Rey de reyes en el Juicio.
2) A los ministros: Cómo se hacen instrumentos de la ignorancia. Pastor, tiende la mano de
compasión a las almas ignorantes de tu congregación, que no distinguen la mano derecha
de la izquierda. Están enfermos de muerte y no lo saben. La plaga de la ignorancia es un
cáncer insidioso que roe en silencio sus espíritus, indetectable si no entra la luz de la verdad
y lo expone.
Cuando el conocimiento y la conciencia empiezan a extirpar la ignorancia, el pecador
normalmente experimenta cierto dolor que da paso a la convicción. Igual que el dolor físico
lleva al hombre a su médico, el espiritual dirige al alma enferma a su pastor para recibir
consejo. Desafortunadamente, el alma ignorante comparte la maldición del leproso: es
insensible al dolor que causa su enfermedad. Por tanto, constituye el deber del pastor
buscarla y ofrecerle la cura.
No esperes que los ignorantes acudan a ti; ya hemos dicho que desconocen su enfermedad.
Si por casualidad empiezan a sentir que algo no va bien en su alma, temen más el remedio
que la enfermedad. Agotarán todas sus fuerzas para esconder su ignorancia, en lugar de
remediarla.
Para los que pastorean grandes congregaciones, bien sé lo duro que parece la tarea de
ministrar a cada feligrés ignorante. Pero hagamos lo que podamos por ellos. El que tiene
una gran casa y pocos ingresos hace bien en repararla poco a poco, en lugar de dejarla caer
por no poder hacerlo todo a la vez.
Es una bendición —como dice Job— ser ojos para el ciego (Job 29:15). Tales son los pastores
a los que Dios considera “según [su] corazón” (Jer. 3:15). Pero ¡ay de aquellos que son
cómplices de la ignorancia de su pueblo! Como pastor, tienes varias maneras de contribuir
a fomentar la ignorancia.

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