Modulo 6.1 MITOLOGIA GRIEGA

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L o s    D i o s e s   d e l   O l i m p o

Los griegos fueron de origen campesino y su religión conservó siempre el carácter que le dieron en
un principio aquellos hombres apegados a la tierra. El campesino, apenas levantado, se asoma a la
puerta de su casa y en la madrugada de la mañana, con temor y respeto, eleva su mirada hacia la
colina cercana. Allí, en la altura, reside un dios todopoderoso, Zeus, que puede convocar todas las
nubes y distribuir las lluvias.

Al pasar cerca de un montón de piedras (un herma), parecido a todos los que a través de los
campos jalonan su camino, se inclina, recoge una piedra y piadosamente la coloca sobre las otras;
este montículo es sagrado: Hermes, el dios de los viajeros, lo habita. También es sagrada la tumba
donde descansa algún muerto conocido, un héroe local. El campesino camina observando
atentamente a su alrededor. El río que atraviesa, la fuente donde se abreva, están poblados de
divinidades. La diosa Deméter protege el campo que va a sembrar.

Un gesto suyo, torpe o descuidado, en el mundo viviente y sensible que lo rodea, puede ofender a
un dios, herirlo y desatar su cólera. Si sube a la montaña penetra en el ámbito menos familiar de
los dioses que allí viven. Las divinidades de la naturaleza se agitan constantemente a su alrededor.
Las ninfas de las aguas y de los bosques pasan escoltadas por la "dama de los lugares salvajes".
Artemisa, y el marino que osa aventurarse en el mar se somete a los caprichos de un dios irritable
y celoso: Poseidón. Las olas del mar están pobladas de nereidas y sirenas que poseen la seducción
mortal de los mundos desconocidos. Ante esta naturaleza extraña, a menudo hostil, el griego se
siente seguro en su casa, protegido por Zeus, y cerca de sus genios domésticos.

Los griegos viven entre los innumerables dioses que ellos mismos han esparcido por el mundo.
Unos son humildes divinidades de la caza y de los campos, asociadas a la existencia cotidiana;
otros, grandes dioses más lejanos, que suelen manifestarse por ciertos signos: truenos,
relámpagos o sueños y hasta se mezclan con los hombres, ¿Este extranjero, este mendigo —se
suelen preguntar— no será un dios disfrazado?.

Los griegos le atribuyen a la mayoría de los dioses, apariencia y sentimientos humanos. En los
tiempos primitivos de su civilización, el griego había sentido la debilidad del hombre frente a las
fuerzas desconocidas que lo asedian y amenazan. Incapaz de explicarlas, las atribuye a voluntades
superiores a la suya, es decir, a voluntades divinas. Las venera bajo todas las formas en que se
manifiestan: en la piedra, en e] animal, en el viento, en el rayo. Después las va modelando a su
imagen; un dios que tiene forma de hombre puede inspirar temor y respeto, pero no el horror a lo
desconocido.
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La Mitología griega son creencias y observancias rituales de los antiguos griegos, cuya civilización
se fue configurando hacia el año 2000 a.C. Consiste principalmente en un cuerpo de diversas
historias y leyendas sobre una gran variedad de dioses. La mitología griega se desarrolló
plenamente alrededor del año 700 a.C. Por esa fecha aparecieron tres colecciones clásicas de
mitos: la Teogonía del poeta Hesíodo y la Iliada y la Odisea del poeta Homero.
La mitología griega tiene varios rasgos distintivos. Los dioses griegos se parecen exteriormente a
los seres humanos y revelan también sentimientos humanos. A diferencia de otras religiones
antiguas como el hinduismo o el judaísmo, la mitología griega no incluye revelaciones especiales
o enseñanzas espirituales. Prácticas y creencias también varían ampliamente, sin una estructura
formal — como una institución religiosa de gobierno — ni un código escrito, como un libro
sagrado. Principales dioses
Los griegos creían que los dioses habían elegido el monte Olimpo, en una región de Grecia
llamada Tesalia, como su residencia. En el Olimpo, los dioses formaban una sociedad organizada
en términos de autoridad y poderes, se movían con total libertad y formaban tres grupos que
controlaban sendos poderes: el cielo o firmamento, el mar y la tierra. 
Los doce dioses principales, habitualmente llamados Olímpicos, eran Zeus, Hera, Hefesto,
Atenea, Apolo, Artemisa, Ares, Afrodita, Hestia, Hermes, Deméter y Poseidón.
LOS MITOS: Los griegos no se limitan a concebir los dioses a su imagen. A los más importantes
les atribuyen una personalidad, una historia y múltiples aventuras. Los relatos maravillosos que
cuentan estas historias, estos mitos, cuyo conjunto forma la mitología, se habían elaborado
lentamente en el curso de siglos oscuros, durante los cuales se formó el pueblo griego.
Divinidades indoeuropeas, como Zeus, prehelénicas y cretenses como Deméter y más tarde las
asiáticas, se habían incorporado confundiéndose a veces con otras.
Muertos ilustres fueron elevados a la categoría de semidioses y aparecieron también numerosas
leyendas nuevas. Así se acumuló un conjunto de creencias, de tradiciones poéticas, de cuentos
populares. Con esta materia, maleable como la arcilla, poetas y artistas modelaron la imagen
definitiva de los dioses.
Homero definió y precisó su personalidad; Hesíodo, sus lazos de parentesco, y más tarde bajo el
buril de los escultores, estas sombras nacidas de la imaginación de un pueblo acabaron por
perfilarse en el mármol y en el bronce y adquirieron una forma concreta. Los mitos de los dioses
no dejaron de evolucionar, mientras la civilización griega mantuvo su impulso creador.
LA MITOLOGÍA: La mitología ofrece primero una explicación del origen del universo, de los dioses
y de los hombres.
En un principio todo estaba mezclado en una masa confusa que los griegos llamaban caos.
Primeramente se liberaron Nix (la noche de lo alto) y su hermano Erebo (oscuridad de los
infiernos); poco a poco los dos se separaron. Erebo desciende; Nix se instala en una esfera
inmensa que se divide en dos mitades una es Urano (la bóveda celeste); la otra, Gea (la tierra).
De su unión nacen los titanes (Océano, Yapeto, Cronos), los cíclopes, los monstruos de cien
brazos, los gigantes y otras divinidades fantásticas que la mitología distribuye sobre la tierra.
Cronos destrona a su padre, y por temor a sufrir una suerte parecida devora a cada uno de sus
hijos. Rea, su esposa, puede llegar a salvar el último de ellos, Zeus; Cronos en su lugar devora
una piedra, envuelta en pañales que aquélla le ofrece; Zeus se esconde en una caverna de Creta;
más tarde obliga a su padre, por efecto de una droga, a dar nuevamente vida a todos sus hijos.
Con la ayuda de éstos, y la de los cíclopes y los gigantes, emprende la tarea de destronar a su
padre, empresa que apoyan los otros titanes. Zeus, después vence a los titanes y a los " gigantes
y puede reinar como dueño sobre el Universo. La era de los monstruos primordiales termina.
Comienza la de los hijos de Cronos, los olímpicos que encuentran en su reino una primer raza de
hombres cuya creación se atribuye el titán Prometeo, hijo de Yapeto.
El titán sustrae para ello una partícula de fuego arrancada a la rueda del sol. Zeus, furioso, lo
encadena sobre el Cáucaso, donde un águila le devora sin descanso su hígado que vuelve a
crecer. Zeus extermina a los hombres enviando el diluvio; solamente sobrevive Deucalión, hijo de
Prometeo, y su mujer; quienes arrojan por encima 'de sus hombros piedras que se transforman
en hombres y mujeres.
Así aparece una nueva humanidad que no le debe nada a los grandes dioses pero que, nacida de
la' acción de los titanes, está ligada a los olímpicos por un cierto parentesco. Los dioses y los
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hombres son de naturaleza semejante, pero los dioses son más poderosos y están mejor
dotados. Los contemporáneos de Hornero y de Hesíodo consideraban al mundo como una
inmensa ciudad. Los dioses son los aristócratas; los hombres los plebeyos. Estas dos clases de
barreras no son infranqueables. Los dioses pueden aliarse con los simples mortales, y por sus
hazañas, los hombres, es decir los héroes, pueden elevarse a la categoría de dioses.
DIOSES OLÍMPICOS: Los grandes dioses que residen en la cima del Monte Olimpo son los
descendientes de un mismo antepasado, Cronos, y forman un verdadero genos alrededor de
Zeus. A él pertenecen sus hermanos (Poseidón y Hades), sus hermanas (Hestia, Deméter, Hera)
y sus hijos (Apolo y Atenea). Después de la derrota de Cronos, Zeus conserva su autoridad sobre
el universo entero como jefe de un clan. En esta familia divina cada miembro tiene su
personalidad y sus atributos.
Zeus, armado del rayo, es el dueño del cielo. Poseidón, provisto de un tridente, domina el mar.
Hades reina sobre el mundo subterráneo y el mundo de los muertos. Hestia, diosa del hogar,
permanece inmóvil en el Olimpo, como el hogar en la casa de los hombres. Deméter protege la
tierra cultivada; Hera, esposa de Zeus, vela sobre el matrimonio.
En seguida vienen los hijos de Zeus; Apolo, el dios resplandeciente, preside la adivinación, la
medicina, la música, y la poesía. Artemisa, la luna, es la diosa de la naturaleza salvaje; la bella
Afrodita representa el amor, la naturaleza fecunda. La sabia y fría Atenea simboliza la inteligencia
y la razón. Es una diosa guerrera, armada dé lanza y de escudo, y en la paz es la protectora de
los artesanos. Hermes, mensajero del Olimpo, ayuda a los viajeros, a los mercaderes y guía las
almas en el camino de los infiernos. El brutal Ares es el dios de la guerra; Hefaisto, el herrero
cojo, el dios del fuego y de todas las artes y artesanos que se servían de aquel elemento en su
trabajo, especialmente los fundidores de bronce. Dionisio, el recién llegado, personifica la viña, el
vino y la vegetación.
Alrededor de estos grandes dioses se reúnen una cantidad de divinidades menores: las ninfas
rodean a Artemisa, los sátiros forman la bulliciosa escolta de Dionisio, y el cortejo de Apolo, que
es el padre de Esculapio, el dios de la medicina, lo integran las musas (Melpómene, Talía,
Calíope, Erato, Clío, Euterpe, Tersícore, Polimnia y Urania).

LOS HÉROES: Considerados por la leyenda como hijos de un dios o de una diosa, los héroes o
semidioses fueron sin duda en su origen personajes ilustres a los que sus conciudadanos después
de su muerte les dedicaron un culto ? los semidivinizaron. Estaban vinculados con una ciudad o una
región ¡r sobre ellos se contaban las más sorprendentes aventuras.

TESEO: El héroe de Atenas había vencido al Minotauro y unificado el Ática. Con sus compañeros,
los argonautas, Jasón, el héroe de Tesalia, había partido para la lejana Cólquide, donde conquistó
el vellocino de oro. Estos mitos conservan sin duda un fondo histórico. Parecen representar unos el
fin de la tutela cretense sobre el Ática, y el otro la expedición aquea en busca; ide los metales
preciosos del Cáucaso.
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Nombre Nombre Dios/Diosa de...


griego romano
Zeus Júpiter
Rey de los dioses y gobernante del monte Olimpo; dios del cielo y el trueno. Hijo menor
de los titanes Crono y Rea. Los símbolos incluyen el rayo, el águila, el roble, el cetro y la
balanza. Hermano y marido de Hera, aunque tuvo muchos amantes.
Hera Juno
Reina de los dioses y diosa del matrimonio y la familia. Los símbolos incluyen el pavo
real, la granada, la corona, el cuco, el león y la vaca. Hija menor de Crono y Rea.
Esposa y hermana de Zeus. Siendo la diosa del matrimonio, con frecuencia trata de
vengarse de las amantes de Zeus y sus hijos.

Poseidón Neptuno
Señor de los mares, los terremotos y los caballos. Los símbolos incluyen el caballo, el
toro, el delfín y el tridente. Medio hijo de Crono y Rea. Hermano de Zeus y Hades.
Casado con la nereida Anfítrite, aunque, como la mayor parte de dioses masculinos
griegos, tuvo muchos amantes.
Dioniso Baco Dios del vino, las celebraciones y el éxtasis. Dios patrón del arte del teatro. Los
símbolos incluyen la vid, la hiedra, la copa, el tigre, la pantera, el leopardo, el delfín y
la cabra. Hijo de Zeus y de la mortal princesa de Tebas Sémele. Casado con la
princesa cretense Ariadna. El olímpico más joven, así como el único nacido de una
mujer mortal.
Apolo Apolo
o Febo Dios de la luz, el sol, el conocimiento, la música, la poesía, la profecía y el tiro con arco.
También considerado el dios de la medicina, de las profecías. Los símbolos incluyen el
sol, la lira, el arco y la flecha, el cuervo, el delfín, el lobo, el cisne y el ratón. Hermano
gemelo de Artemisa. Hijo menor de Zeus y Leto.
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Artemisa Diana
Diosa virgen de la caza, la virginidad, el parto, el tiro con arco y todos los animales. Los
símbolos incluyen la luna, el ciervo, el perro de caza, la osa, la serpiente, el ciprés y el
arco y la flecha. Hermana gemela de Apolo. Hija mayor de Zeus y Leto.
Hermes Mercurio
Mensajero de los dioses; dios del comercio y los ladrones. Los símbolos incluyen
el caduceo (vara entrelazada con dos serpientes), las sandalias y el casco alados, la
cigüeña y la tortuga (cuyo caparazón usó para inventar la lira). Hijo de Zeus y la ninfa
Maia. El segundo olímpico más joven, apenas mayor que Dioniso. Se casó con Dríope,
hija del rey Dríope, y su hijo Pan se convirtió en el dios de la naturaleza, el señor de los
sátiros, el inventor de la flauta y el compañero de Dioniso.
Atenea Minerva Virgen diosa de la sabiduría, la artesanía, la defensa y la guerra estratégica. Los
símbolos incluyen la lechuza y el olivo. Hija de Zeus y de la oceánide Metis, surgida de
la cabeza de su padre totalmente adulta y con armadura de combate completa después
de que este se hubiera tragado a su madre.
Ares Marte Dios de la guerra, la violencia y el derramamiento de sangre. Los símbolos incluyen el
jabalí, la serpiente, el perro, el buitre, la lanza y el escudo. Hijo de Zeus y Hera, todos los
otros dioses (con exclusión de Afrodita) lo despreciaban. Su nombre latino, Marte, nos
dio la palabra "marcial"
Afrodita Venus Diosa del amor, la belleza y el deseo. Los símbolos incluyen la paloma, el pájaro, la
manzana, la abeja, el cisne, el mirto y la rosa. Hija de Zeus y de la oceánide Dione, o tal
vez nacida de la espuma del mar después de que la sangre de Uranogoteara sobre la
tierra y el mar tras ser derrotado por su hijo menor Crono. Casada con Hefesto, aunque
tuvo muchas relaciones adúlteras, en especial con Ares. Su nombre nos dio la palabra
"afrodisíaco"
Hefesto Vulcano Maestro herrero y artesano de los dioses; dios del fuego y la forja. Los símbolos incluyen
el fuego, el yunque, el hacha, el burro, el martillo, las tenazas y la codorniz. Hijo de Hera,
por Zeus o solo. Después de que él naciera, sus padres le arrojaron fuera del monte
Olimpo, aterrizando en la isla de Lemnos. Casado con Afrodita, aunque a diferencia de la
mayoría de los maridos divinos, raramente fue licencioso. Su nombre latino, Vulcano,
nos dio la palabra "volcán".
Deméter Ceres Diosa de la fertilidad, la agricultura, la naturaleza y las estaciones del año. Los símbolos
incluyen la amapola, el trigo, la antorcha y el cerdo. Medio hija de Crono y Rea. Su
nombre latino, Ceres, nos dio la palabra "cereal".
Hades Plutón
Dios del inframundo, de los muertos y las riquezas de la tierra («Pluto» se traduce como
«el rico»), nació en la primera generación olímpica, pero debido a que vive en el
inframundo en vez de en el monte Olimpo, suele no ser incluido entre los doce olímpicos.
Robó a Perséfone de la Tierra y la convirtió en su esposa en el inframundo, de donde la
dejaba salir cada seis meses para reunirse con su madre.
Hestia Vesta Diosa del hogar, del correcto orden de lo doméstico y de la familia. Nació en la primera
generación olímpica y formó parte de los doce olímpicos, pero los relatos sugieren que
cuando Dioniso llegó al monte Olimpo ella le cedió su lugar en los doce para evitar
discordias. Se dice que cuando los olímpicos se dirigían a la guerra, la que respaldaba el
Olimpo era Hestia. Ella era la única que no iba a la guerra.
Eros Cupido El dios del amor sexual y la belleza. También era venerado como una deidad de la
fertilidad, hijo de Afrodita y Ares. Se le representaba a menudo portando una lira o un
arco y una flecha. Es a menudo acompañado por delfines, rosas y antorchas.
Heracles Hércules
Un héroe divino (semidios), hijo de Zeus y Alcmena, hijo adoptivo de Anfitrión y bisnieto
(y hermanastro) de Perseo (Περσεύς). Fue el más grande de los héroes griegos, un
parangón de la masculinidad y un campeón de la orden olímpica contra los monstruos
ctónicos. Cuando tuvo lugar su muerte, su parte divina subió al Olimpo, convirtiéndose
en un dios.
Pan Fauno/Silva El dios de las estepas, los pastores y los rebaños, de las montañas salvajes, la caza y la
no música rústica, así como el compañero de las ninfas.
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Perséfone Proserpina
Hija de Deméter y Zeus. Diosa de la primavera. Fue secuestrada por Hades, quien la
llevó al inframundo. Perséfone se convirtió en reina del inframundo. Deméter, diosa de
los cultivos, maldijo la tierra y no permitió que diera frutos. Los hombres, hambrientos, se
quejaron con Zeus y éste ordenó a Hades a que devolviera a su hija. Pero Perséfone
había comido fruta del inframundo y no podía quedar del todo libre. Zeus y Hades
llegaron a un acuerdo permitiendo a Perséfone salir del inframundo y reunirse con su
madre durante seis meses al año en los que Deméter se alegraba y hacía florecer los
cultivos (primavera/verano). Cuando Perséfone volvía al inframundo, Deméter se
deprimía y los árboles perdían sus hojas (otoño/invierno).

PROMETEO Y PANDORA

Según los primeros griegos, los creadores del hombre fueron Zeus y Prometeo. Prometeo era un Titán,
uno de los viejos dioses que habían ayudado a Zeus en su lucha contra Cronos. Fue Prometeo el que
modeló a los primeros hombres de barro, concediéndoles la posición recta para que mirasen a los
dioses. Zeus les dio el soplo de vida.

Los primeros eran aún seres primitivos que vivían de lo que podían matar con sus arcos de madera,
sus hachas de cuerno y sus cuchillos, y de las escasas cosechas que lograban hacer crecer. No
conocían el fuego, así que comían la carne cruda y se envolvían en gruesas pieles para abrigarse del
frío. Eran incapaces de hacer vasijas o escudillas y no sabían trabajar los metales para procurarse
herramientas útiles y armas.

Zeus estaba contento de que vivieran en aquel estado, porque temía que alguno pudiera crecer lo
suficiente como para rivalizar con él. Pero Prometeo había aprendido a amar al género humano y
sabía que con su ayuda los hombres podían progresar. Él y Zeus habían creado a la raza humana, no
unos animales cualquiera.

-Hay que enseñarles el secreto del fuego, dijo Prometeo a Zeus, si no, serán siempre como niños
inermes. Hay que terminar lo que hemos empezado.
-Son felices con lo que tienen, respondió Zeus. ¿Para qué preocuparnos?.

Prometeo comprendió que no conseguiría convencer a Zeus y entonces subió secretamente al Olimpo,
donde ardía el fuego día y noche, y encendió una tea. Con ella prendió un pedazo de carbón vegetal
hasta convertirlo en un tizón, lo escondió entre los tallos de una planta de hinojo y se lo llevó a los
hombres.

Aquel primer tizón proporcionaba el fuego a los hombres y Prometeo les enseñó a utilizarlo. También
los ayudó de otros modos. Por ejemplo, cuando se hacían sacrificios, la parte mejor del animal
sacrificado iba siempre destinada a los dioses y la peor, a los hombres. Valiéndose de un engaño,
Prometeo aseguró a los hombres una parte más adecuada. Dividió la carne de un buey en dos
montones: uno, el más aparatoso, no contenía más que huesos mondos cubiertos de grasa; el otro, la
carne mejor. Zeus escogió el primero, y al verse engañado de ese modo, se encerró en un irritado
silencio.

Con ayuda de Prometeo el hombre hizo rápidos progresos. Aprendió a modelar vasijas y escudillas, a
construir casas con bloques de arcilla cocida y con el tejado de ladrillos en vez de trenzado de cañas.
Aprendió a trabajar el metal  para defenderse y cazar. Pero una noche en que Zeus estaba mirando
desde el cielo, vio un fuego que ardía en la tierra y comprendió que había sido engañado. Mandó
llamar a Prometeo.
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-¿No te prohibí que dieras a conocer al hombre el secreto del fuego?, preguntó. Dicen que eres sabio;
pero, ¿no comprendes que con tu ayuda algún día el hombre desafiará a los dioses?. 
-No tiene por qué suceder, si lo amamos y le damos buenas enseñanzas, respondió Prometeo.  Pero
Zeus se enfureció sobremanera y no quiso oír más explicaciones.

Ordenó que Prometeo fuese llevado a las montañas del este y encadenado a una roca. Un águila feroz
se alimentaba todos los días con su hígado, y el hígado volvía a crecerle durante la noche para que la
tortura pudiera empezar otra vez. Pasaron muchos años antes de que Prometeo fuera liberado: hay
quien dice que treinta mil, y no está claro cómo sucedió. Según una leyenda fue rescatado por el
poderoso Hércules.

De todos modos, Zeus no había quedado satisfecho con su venganza e hizo sufrir todavía más al
género humano. Por voluntad suya, su hijo Efesto modeló una muchacha con una mezcla de arcilla y
agua. Atenea le infundió el soplo de la vida y la instruyó en las artes femeninas de la costura y la
cocina; Hermes, el dios alado, le enseñó la astucia y el engaño; y Afrodita le mostró cómo conseguir
que todos los hombres la desearan. Otras diosas la vistieron de Plata y le ciñeron la cabeza con una
guirnalda de flores; luego la llevaron ante la presencia de Zeus.

-Toma este cofrecito, le dijo, entregándole una cajita de cobre bruñido.  Es tuyo, llévalo siempre
contigo, pero no lo abras por nada del mundo. No me preguntes la razón y sé feliz, ya que los dioses te
han dado lo que todas las mujeres desean. Pandora, que así se llamaba la muchacha, sonrió.
Pensaba que el cofrecito estaría lleno de joyas y piedras preciosas.

-Ahora tenemos que encontrarte un marido que te ame, y yo conozco al hombre adecuado: Epimeteo.
Él te hará feliz.

Epimeteo era hermano de Prometeo, pero le faltaba toda la prudencia de su hermano. Prometeo le
había advertido que no aceptara ningún regalo de Zeus, pero él, un poco halagado y quizá temeroso
de rechazarle, aceptó a Pandora como esposa.

Hermes acompañó a la muchacha hasta la casa del flamante marido en el mundo de los hombres.
-Bueno, amigo Epimeteo, le dijo, no olvides que Pandora tiene un estuche que no debe abrir por
ningún motivo. Epimeteo tomó el estuche y lo colocó en sitio seguro.

Al principio, Pandora fue feliz viviendo con él y olvidó el estuche; más tarde, empezó a inquietarla el
gusanillo de la curiosidad. -¿Por qué no podemos ver al menos lo que contiene?- dijo un día Pandora a
su marido. Luego, mientras Epimeteo dormía, abrió el cofrecito y, rápidos como el viento, salieron
todos los males que desde entonces nos afligen: el cansancio, la pobreza, la vejez, la enfermedad, los
celos, el vicio, las pasiones, la suspicacia... Desesperada, Pandora intentó cerrar el cofrecito, pero era
demasiado tarde. Su contenido se había desparramado por todas partes.

La venganza de Zeus se había realizado: la raza humana no podía ser noble como había querido
Prometeo. La vida sería una lucha constante contra dificultades de todo género. Había pocas
probabilidades de que el hombre pudiera aspirar al trono de Zeus.

Pero el triunfo del rey de los dioses no era completo. Una cosita de nada había quedado en el fondo
del estuche y Pandora consiguió encerrarla. Era la esperanza. Con ella el género humano había
encontrado la manera de sobrevivir en este mundo hostil. La esperanza les daba una razón para
seguir viviendo.

Tomado de Dioses y héroes de la mitología griega. Ed. Anaya.


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Heracles (Hércules romanos)


Hijo de Zeus y de Alcmena, esposa de Anfitrión, fue concebido en una triple noche, sin que por ello se
alterase el orden de los tiempos, ya que las noches siguientes fueron mas cortas.
Se dice que el día de su nacimiento resonó el trueno en Tebas con furioso estrépito, y otros muchos
presagios anunciaron la gloria del hijo del dueño y señor del Olimpo. Alcmena dio a luz dos mellizos,
Heracles e Ificles. Anfitrión deseando saber cuál de los dos era su hijo, envió dos serpientes que se
aproximaron a la cuna de los mellizos. El terror se apoderó de Ificles, quien quiso huir, pero Heracles
despedazó a las serpientes y mostró ya entonces, que era digno hijo de Zeus.
Por otro lado, Hera, movida por los celos, resolvió eliminar al recién nacido enviando contra él a dos
terribles dragones para que le despedazasen. El niño, sin el menor espanto, los trituró e hizo pedazos.
Palas logró que se apaciguara la cólera de Hera hasta el extremo de que la reina de los dioses consintió en
darle de mamar de su pecho al hijo de Almena. Se cuenta que Heracles, abandonando el pecho, dejó caer
algunas gotas de leche que se derramaron sobre el cielo, formándose de esta singular manera la vía láctea
o camino de Santiago.
Los maestros más hábiles se encargaron de la educación de Heracles, Autólico le enseñó la lucha y la
conducción de carros; Eurito, rey de Elia, el manejo del arco: Eumolpo, el canto; Cástor y Pólux, la
gimnasia; Elio, le enseñaba a tocar la lira y el centauro Quirón, la astronomía y medicina.
Su desarrollo físico fue extraordinario y su fuerza portentosa. Heracles era un gran bebedor, y su jarro era
tan enorme que se necesitaba la fuerza de dos hombres para levantarlo.
Ya mozo, Heracles se retiró a un lugar apartado para pensar a que género de vida se habría de dedicar. En
esta oportunidad se le aparecieron dos mujeres de elevada estatura, una de las cuales, la Virtud, era
hermosa, tenía un rostro majestuoso y lleno de dignidad, el pudor en sus ojos, la modestia grabada en sus
facciones y vestía de blanco. La otra llamada, Afeminación o Voluptuosidad, de líneas onduladas y color
rosado, miradas encendidas y llamativo vestido, manifestaba claramente sus inclinaciones.
Cada una de las dos procuró ganarlo para sí con promesas, decidiéndose Heracles por la Virtud. Abrazó
así el héroe por su propia voluntad un género de vida duro y trabajoso.
Cuando Heracles creció, Hera vertió en su copa un veneno que lo enloqueció y esta locura hizo que
Heracles matara a su mujer y a sus propios hijos confundiéndolos con enemigos. Como castigo fue enviado
con el primo de Hera, Euristeo, para servirle por 12 años. Euristeo, estimulado por Hera, siempre vengativa,
le encomendó las empresas mas duras y difíciles, las cuales se llamaron los doce trabajos de Heracles.
Estas fueron: El león de Nemea, la hidra de Lerna, el jabalí de Erimanto, las aves de Stinfálidas, la cierva
de Artemisa, el toro de Creta, los establos de Augías, robar los caballos de Diomedes, robar las manzanas
de las Hespérides, arrebatar el cinturón de Hipólita, dar muerte al monstruo Gerión, y arrastrar a Cerbero
fuera de los infiernos.
De todos ellos salió victorioso el héroe y son otros muchos los que asimismo se le atribuyen, pues casi
todas las ciudades de Grecia se vanagloriaban de haber sido teatro de algún hecho maravilloso de
Heracles. Exterminó a los centauros, mató a Busilis, Anteo, Hipocoón, Laomedonte, Caco y a otros muchos
tiranos; libró a Hesione del monstruo que iba a devorarla, y a Prometeo del águila que le comía el hígado,
separó los dos montes llamados más tarde columnas de Heracles, etc.
El amor, pese a las numerosas hazañas realizadas por el héroe, ocupó intensamente el espíritu y el cuerpo
de Heracles. Tuvo muchas mujeres y gran número de amantes. Las más conocidas son Megara, Onfalia,
Augea, Deyanira y la joven Hebe, con la cual se casó en el cielo, sin olvidar las cincuenta hijas de Testio, a
las cuales hizo madres en una noche.
El odio del centauro Neso, unido a los celos de Deyanira, fueron la causa de la muerte del héroe. Sabedora
esta princesa de los nuevos amores de su esposo, le envió una túnica teñida con la sangre del centauro,
creyendo que con ello impediría que amara a otras mujeres. Pero apenas se la puso el veneno del que
estaba impregnada hizo sentir su funesto efecto, y penetrando a través de la piel, llegó en un momento
hasta los huesos. En vano procuró arrancarla de sus espaldas; la túnica fatal estaba tan pegada a la piel
que sus pedazos arrastraban tiras de carne.
Las más espantosas imprecaciones contra la perfidia de su esposa brotaron de los labios del héroe, y
comprendiendo que se acercaba su última hora, constituyó una pira en el monte Oeta, extendió sobre ella
su piel de león, y echándose encima mandó a Flictetes que prendiera fuego y cuidase sus cenizas.
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En el mismo instante en que comenzó a arder la pira, se dice que cayó un rayo sobre ella para purificar lo
que pudiera quedar de mortal en Heracles. Zeus lo subió al Olimpo y lo colocó entre los semidioses.
Los Doce Trabajos

1. EL LEÓN DE NEMEA 2. LA HIDRA DE LERNA 3. LA CIERVA CERINEA

4. EL VERRACO
ERIMANTIANO 5. LOS ESTABLOS ÁUGEOS 6. LAS AVES DE ESTÍNFALO

9. LA CORAZA DE LA AMAZONA
7. EL TORO DE CRETA 8. LAS YEGUAS DE DIOMEDES HIPÓLITA

10. LOS BUEYES DE 11. LAS MANZANAS DE LAS


GERIÓN HESPÉRIDES 12. LA CAPTURA DE CERBERO
La vida de Heracles tras los Doce Trabajos
Una vez cumplida su penitencia, Heracles no tenía ya que obedecer los caprichos del malvado y cobarde
Euristeo. Su existencia terrenal aún dio de sí para muchas más aventuras.
En primer lugar se divorció de su esposa Megara y se la entregó a su leal primo Iolaos. Después tomó parte
en una competición de arquería organizada por Eurito, rey de Escalia, en Tesalea. Como premio, el rey
ofrecía a su hija Ilie, pero aunque obtuvo la victoria, Eurito no le quiso entregar a su hija visto el fracaso de
su primer matrimonio. El héroe montó en cólera sin que hubiese esta vez intervención de Hera, y como
resultado mató de una pedrada a ífito, hijo del rey, que además le admiraba y había estado de su lado.
Una vez más, Heracles tenía que cumplir penitencia. Fue rechazado por un rey aliado de Eurito, y Pitia,
sacerdotisa del Oráculo le expulsó, lo que le hizo encolerizar de nuevo, robando las herramientas de la
sacerdotisa y amenazando con destruir el Oráculo. Entonces intervino Apolo, enojado, iniciándose una
pelea que sólo se detuvo cuando Zeus envió uno de sus rayos.
Entonces se decidió que Heracles debería ser vendido como esclavo. Así llegó a propiedad de la reina
Onfale de Lidia, en Asia Menor. Según algunos, tuvo que vestirse de mujer, sentarse entre las damas
sirvientas de la reina y aprender a coser y tejer, tareas puramente femeninas. Como broma, Onfale a veces
se disfrazaba con una piel de león, un cayado y un arco. No obstante, también se dice que Heracles la
ayudó deshaciéndose de muchos de sus enemigos y dándole un hijo.
Después de la penitencia con Onfale y recuperada la cordura, Heracles se tomó la revancha con todos
aquellos que le habían tratado injustamente. Regresó a Troya, aún gobernada por el rey Laomedón, el
hombre que no había cumplido su palabra después de que el héroe salvase a su hija Hesione, y cercó la
ciudad que no tardó en caer gracias a la ayuda de Telamón, hermano de Peleo. Heracles quería hacer el
trabajo solo y se enfadó con Telamón, que atemorizado construyó un altar en su honor. Laomedón y casi
todos sus hijos murieron, mientras Hesione se convertía en esposa de Telamón. Podarces, único hijo
superviviente que luego se llamó Príamo. se hizo con el trono y la ciudad floreció.
Desafortunadamente, él también tuvo que ver con la caída de la ciudad en la guerra contra los griegos
cuando ya era anciano (ver Príamo).
Después tuvo una aventura en la isla de Cos, a la que llegó tras una tormenta desencadenada por Hera.
Zeus estaba tan enojado que decidió encadenar a su esposa en el Olimpo y sujetar sus tobillos con
yunques. Heracles emprendió entonces una nueva tarea ayudando a los dioses en su lucha contra los
gigantes.
Su siguiente objetivo fue Áugeo, rey de Elis, que había roto su promesa cuando Heracles le limpió los
establos (el Quinto Trabajo). Dado que Áugeo tenía el apoyo de ciertos aliados poderosos, Heracles tardó
algún tiempo en deshacerse de él. Finalmente conquistó Elis, mató a Áugeo y proclamó a su hijo Fileo rey
del lugar. Heracles le agradeció a Zeus, su padre, la ayuda prestada instaurando los Juegos Olímpicos.
Tras haberse vengado de muchos viejos enemigos, Heracles recordó la promesa hecha al alma de
Meleagro para casarse con su hermana Deyanira. Viajó hasta Calidón, en Etolia, la parte occidental del
centro de Grecia, donde vivía la muchacha junto a su padre el rey Eneo, aunque su verdadero padre era
Dioniso, que había reparado el daño regalándole al rey el don de la viticultura (la palabra Eneo se parece
a oinos, «vino» en griego). Deyanira era una joven bella, atlética y fuerte, diestra con la cuadriga y las
armas, por lo que Heracles no era su único pretendiente. Su principal rival era Aquelo, dios del río al que
Heracles había insultado y retado a un combate. En el duelo, el dios, que habitualmente tenía forma
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humana con cabeza de toro, se transformó primero en una serpiente para escurrirse entre las manos de
Heracles y después en un toro. Hasta que el héroe no le partió el cuerno derecho no admitió su derrota.
Heracles se casó con Deyanira y juntos tuvieron un hijo llamado Hilo y una hija llamada Macaría. Pronto
debieron salir de Calidón, ya que, en otro ataque de furia, Heracles había aplastado a un muchacho.
Emprendieron camino hacia el este hasta llegar a Trachis. En el río Eveno se encontraron con el centauro
Neso, que se ofreció a cruzar a Deyanira por un pequeño importe. Heracles, agradecido, le dio el dinero y
tan pronto como lo tuvo en su poder huyó con su esposa e intentó violarla. Ella gritó y Heracles tomó su
arco para abatir al centauro con sus flechas envenenadas. Mientras agonizaba le susurró a Deyanira sus
últimas palabras, en las que le aconsejaba qué hacer si su marido perdía el interés por ella. Así tomó parte
de la sangre de sus heridas para rociar con ella la vestimenta de Heracles si sospechaba de alguna relación
adúltera. Con ello se aseguraría de que nunca más le sería infiel. Deyanira guardó un frasco con la sangre
y lo puso a buen recaudo.
A su llegada a Trachis, Heracles acudió en ayuda del rey Ceix, aplastando a sus enemigos. Tiempo
después viajó a Tesalea, donde mantuvo un duelo con Cieno, hijo de Ares y responsable del asesinato y
robó a una serie de peregrinos de camino a Delfos (no se debe confundir a este Cieno con el hijo de
Poseidón, (ver Poseidón, o con el amigo de Faetón, ver Faeton). Cieno contó con la ayuda de su padre, pero
cuando llegó Heracles asistido por Atenea, el dios de la guerra resultó herido, lo que llevó a Zeus a
intervenir con uno de sus rayos.
Uno de los que más injustamente le había tratado y a quien todavía no había castigado era el rey Eurito de
Escalia. El rey se había negado a entregarle a su hija Iole como premio tras el concurso de tiro con arco.
Heracles dejó a Deyanira en Trachis y con un ejército de aliados desencadenó ana batalla en Escalia contra
Eurito y sus hombres. Heracles mató al rey y a todos sus hijos. Iole trató de poner fin a su vida arrojándose
al vacío desde la muralla de la ciudad, pero se salvó gracias a que su túnica hizo de paracaídas y a que
Heracles estaba allí para recogerla. Después de pasar la noche con ella, la envió a Trachis con el resto de
prisioneros y le pidió a Deianeria que le llevase una túnica limpia para hacer un sacrificio por Zeus en el
cabo Ceráneo, en el noroeste de Euboa. Cuando Deyanira, que ya no era joven entonces, vio a la bella
Iole, no pudo reprimir sus celos y, temiendo que su marido hubiese dejado de quererla, roció la túnica con
la sangre de Neso que había quedado y le entregó la prenda a su ayudante.
Poco después, Heracles se puso la túnica y el veneno de la Hidra mezclado con el de Neso empezó a
hacer efecto, con una terrible quemazón en la piel del héroe. Aunque se quitó la túnica, no pudo evitar que
la piel se le cayese a tiras. Así fue trasladado en barco a Trachis, donde Delaneira se dio cuenta del engaño
del centauro y se suicidó.
Heracles supo enseguida lo que le estaba ocurriendo y consultó al Oráculo de Delfos, que le advirtió que se
construyese una pira funeraria en el monte Eta de Tesalea. Hilo preparó la pira, a la que se subió Heracles,
pero nadie se atrevía a encenderla. Solo Filoctetes, hijo de Poeas, un pastor que pasaba por allí, se prestó
a hacerlo. Como pago recibió el arco y las
flechas del héroe.
Tan pronto como prendió el fuego y las llamas cubrieron el cuerpo de Heracles, se vio un rayo tras el cual
desapareció el héroe; su padre se lo había llevado al Olimpo en una nube y allí le fue concedida la
inmortalidad. Heracles firmó la paz con Hera y eligió a la bella Hebe como compañera para la eternidad.
Resulta curioso que, según Homero, el alma de Heracles vagaba ya por el mundo de los muertos a pesar
de su inmortalidad. Odiseo, que había conseguido información sobre cómo transcurriría su viaje de regreso
a casa a través del Hades, se encontró con él allí.
El héroe inmortal viajó de nuevo a la tierra con Hebe para ayudar a Iolaos en defensa de los hijos de
Heracles contra Euristeo. Se supone que se apareció a Filoctetes en forma divina para hacerle luchar con
los griegos en Troya. Su arco jugaría un papel fundamental, pues con él se dio muerte a Paris, instigador de
la guerra.
Heracles fue honrado más allá del mundo griego. En Roma su nombre era Hércules y se igualó con el dios
semítico Melqart, adorado en Fenicia y Cartago. Heracles aparece con frecuencia en la literatura clásica.
Los grandes dramaturgos atenienses le dedicaron algunas de sus obras. Eurípides escribió el drama
Alcestis -una tragedia ligera sobre la salvación de ésta, en la que Heracles aparece como un personaje
valiente y rudo-, Las Heráclides, acerca de la batalla de los hijos del héroe contra Euristeo y Heracles, en la
que el héroe mata a su esposa y a su hijo en un ataque de locura provocado por Hera. La
obra Trachiniae de Sófocles, que significa «mujeres de Trachis» o «la muerte de Heracles», presta atención
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a la trágica contribución de Deyanira en el desarrollo de los acontecimientos que trajeron la muerte de
Heracles.
La importancia de su figura en la Antigüedad se entiende mejor a través del comportamiento del emperador
romano Cómodo (161-192), que se hacía retratar y adorar a sí mismo como si fuese Hércules. Se trataba
de un personaje con problemas mentales, pero su obsesión por la «fuerza hercúlea» ha llegado hasta
nuestros días.
Aquiles
Aquiles, hijo de la diosa Tetis y del mortal Peleo, fue uno de los grandes héroes de la mitología griega. De
todos los que lucharon en la Guerra de Troya fue el más reconocido. Su papel en la guerra fue decisivo
para la victoria de los griegos, pero eso no significaba que pudiese asistir a la caída de Troya. Pese a sus
cualidades sobrehumanas, Aquiles era mortal. Su muerte fue anticipada y, al contrario que otras figuras
como Heracles (Hércules), no le esperaba la edificación, sino una vida de desesperanza en el mundo de las
sombras. La extrema fortaleza, crueldad, arrogancia y belleza de Aquiles se convirtió en el prototipo de
todos aquellos que quisieran pagar por vivir una vida ilustre, peligrosa y acelerada. Este tipo de vida
siempre conlleva una muerte prematura, tal y como muestran los ejemplos de Alejandro Magno,
conquistador macedonio que admiraba al propio Aquiles, e incluso otros más recientes como el de James
Dean, Jimi Hendrix, Ayrton Senna o Barry Sheen.
Al principio, tanto Zeus como Poseidón cortejaron a la encantadora Tetis, hija de Nereo, dios del mar, pero
como debido a una antigua predicción el hijo de Tetis superaría a su padre, se convirtió en esposa de
Peleo, rey de Fitia en Tesalea. Durante su magnífica ceremonia de bodas se sembraron las semillas de la
Guerra de Troya cuando Eris, diosa de la discordia, arrojó una manzana dorada sobre los invitados. Iba
destinada a Hera, la diosa más bella, pero Atenea y Afrodita iniciaron una pelea con ella para dilucidar
quién merecía la manzana, siendo Paris, príncipe de la corona de Troya, el que juzgó finalmente a petición
de todos, con un resultado desastroso.
Tetis sabía que su hijo se convertiría en un destacado héroe, pero también sabía que no llegaría a alcanzar
la madurez. Con todo el amor que le podía dar, hizo cuanto pudo para cambiar su destino, hasta bañar a su
hijo en las aguas de la laguna Estigia que conducía al Averno para hacerle inmortal. Y casi lo consiguió,
pero cuando sumergió a su pequeño en el agua, el talón por el que le sujetaba quedó fuera del agua yeso
provocó que siguiese siendo mortal. Finalmente fue el «talón de Aquiles» el elemento fatal para el héroe.
De acuerdo con otra interpretación, ante el estupor del padre del pequeño, Tetis, trató de hacer inmortal a
Aquiles acostándole sobre el fuego durante la noche y frotando su cuerpo con ambrosía a diario.
Aquiles fue educado por el sabio centauro Cirón, que ya había instruido a otros héroes. Entre otras cosas,
Aquiles recibió una formación intensiva en la carrera, algo que le iba a ser de gran utilidad en el campo de
batalla. Uno de los epítetos más corrientes en la Ilíada de Homero es el de «pies ligeros».
Debido a que Tetis sabía que Aquiles corría el peligro de morir en la batalla. le envió a la corte del rey
Licomedes en la isla de Scyros, donde se ocultó bajo la apariencia de una joven durante unos días. Sin
embargo, esto no evitó que aun así tuviese un hijo, Neoptolemo, con Deidamiata, hija de Licomedes.
La estancia de Aquiles en el refugio no duró demasiado. Cuando los griegos decidieron partir hacia Troya
para rescatar a Helena. Artemisa rechazó proveerles del viento necesario a menos que el comandante
griego, el rey Agamenón de Micenas, le ofreciese a su hija Ifigenia. Agamenón convenció a Ifigenia para
que acudiese al puerto de Aulis, donde se encontraba la flota, con la promesa de casarla con Aquiles. La
llegada del héroe tuvo que ser planificada con astucia por Odisea, que llevó a cabo la tarea con gran
entusiasmo. Escondió algunas armas entre las joyas que había en las habitaciones de las mujeres en el
palacio de Licomedes. Entonces se acordó que habría un sonido de trompetas para dar la señal de alarma,
momento en el cual una «dama», que sería Aquiles disfrazado, tendría que acudir a recoger las armas …
Aquiles confirmó su reputación de guerrero despiadado e indestructible casi de inmediato en cuanto llegó a
Troya. Los troyanos sentían el miedo cada vez que le veían aparecer en su cuadriga con su auriga,
Automedonte. Dos caballos inmortales, Xanto y Balio, que podían incluso hablar, tiraban de la cuadriga.
Incluso antes de empezar el asedio de la ciudad, Aquiles mató a Cieno, uno de los hijos de Poseidón, que
era inmune a las armas ordinarias, por lo que Aquiles optó por estrangularle con la cinta de su propio casco.
Troilo, uno de los hijos de Apolo y Hecabe, reina troyana, murió en una emboscada que le tendió Aquiles
mientras escoltaba a un grupo de troyanas, entre las que estaba Polixena, cuando se dirigían a coger agua
más allá del recinto amurallado de la ciudad. Este hecho, no obstante, fue uno de los más heroieos en la
historia de Aquiles.
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Durante los diez largos años de asedio de Troya, los griegos llevaron a cabo diversas incursiones y
saquearon las pequeñas localidades que rodeaban la ciudad-estado. Aquiles jugó un papel principal en
estos ataques. Durante una de las incursiones raptó a la bella Briseis, a la que convirtió en su amante.
Agamenón, comandante en jefe de las tropas griegas y beneficiario de gran parte del botín de guerra
tomado por Aquiles, también tenía una amante. Criseis le parecía mejor que su esposa Clitemnestra, a la
que había dejado en casa, si bien Criseis era hija de uno de los sacerdotes más importantes de Apolo, y
para evitar la ira del dios, Agamenón tuvo que devolverla a su padre. Aquiles fue uno de los que más
insistieron en ello y Agamenón entonces reclamó a Briseis como amante. Como comandante en jefe no
podía tolerar que nadie gozase de más favores sexuales que él.
Aquiles tuvo que entregar a Briseis en contra de su voluntad, pero rechazó seguir adelante con el asedio.
Se había herido su orgullo y el héroe inclusó pidió a su madre que implorase a Zeus que la fortuna de la
batalla sonriese a los troyanos, como así ocurrió. El asedio de Troya duró diez años, con los griegos cada
vez más presionados. Los troyanos incluso llegaron a enfrentarse a ellos en su propio campamento situado
junto al mar, momento en el que Aquiles rehuyó el combate con el enemigo. No obstante, cuando los
troyanos amenazaron con incendiar los barcos de los griegos, sí aceptó que su mejor amigo y compañero
de fatigas, Patroclo, entrase en combate en medio de toda la confusión. Patroclo se vistió con la armadura
de Aquiles y se convirtió en el héroe de la batalla, ya que los troyanos le tomaron por Aquiles, que ya se
había encargado antes de ponerles de rodillas. Pero aunque pudiese parecer el propio Aquiles, no lo era, y
Héctor, príncipe de la corona troyana, le mató y se hizo con la armadura del héroe griego.
Aquiles montó en cólera cuando supo la noticia de que su mejor amigo había muerto. Incluso su madre, la
divinidad que le visitaba en su propia tienda, era incapaz de consolarlo. Aquiles sólo quería vengarse y
cuando Tetis le dijo que estaba escrito que moriría poco después de la muerte de Héctor, contestó: «Moriría
en este lugar y en este momento, ya que no puedo salvar a mi amigo. Ha caído lejos de casa y en un
momento de necesidad mi mano no ha estado allí para ayudarle» (la Iliada, XVIII). Tetis supo entonces que
no podría detener a su hijo, por lo que llamó a Hefesto para que le hiciese una nueva armadura a Aquiles.
Vestido con su nueva armadura, el héroe se subió a su cuadriga y se encaminó hacia el campo de batalla,
donde provocó un baño de sangre entre los troyanos. Buscó a Héctor tres veces en los alrededores del
recinto amurallado hasta matarlo y arrastrar su cuerpo desnudo con su cuadriga. Cada día arrastraba su
cuerpo por donde pasaba y sólo después de un tiempo pudo Tetis convencerle de que devolviese el cuerpo
de Héctor a su padre, Príamo, que guiado por Hermes, el mensajero de los dioses, y con un importante
rescate, llegó personalmente hasta la tienda de Aquiles para presentarle sus respetos. Eljoven quedó
conmovido por la pena del anciano y le entregó el cuerpo de su hijo, diciéndole que podía enterrar a Héctor
en paz en un lugar adecuado. Esta historia del resentimiento de Aquiles por la pérdida de Briseis, la entrega
del cuerpo de Héctor y su enterramiento quedó descrita de manera magistral en la Ilíada.
Poco antes de su muerte, Aquiles se vio envuelto en una batalla contra un ejército de Amazonas que
llegaron para ayudar a los troyanos. Consiguió derribar a su reina, Pentesilea, con su lanza, pero se
enamoró de ella al ver su cuerpo muerto sin la protección de la armadura.
Poco después de esa aventura fue herido con una flecha lanzada con el arma de Paris, un gran guerrero
cuyo arco en esta ocasión estaba guiado por Apolo, al que no le gustaba demasiado Aquiles. El dios se
aseguró de que la flecha acertaba en su única parte vulnerable, el talón.
Tetis y las otras hijas de Nereo lloraron la muerte de su hijo durante 17 días. Incluso las musas acudieron a
su funeral para entonar un himno de lamento frente a su pira. Después de la cremación, sus cenizas fueron
depositadas en una urna dorada que había sido forjada por Hefesto y situada en la misma tumba en la que
fue enterrado Patroclo, junto al mar.
Después se desencadenó una cruenta batalla entre los griegos para dilucidar quién debía ser el heredero
de la armadura de Aquiles. Áyax, que había sido el que había recuperado el cuerpo del héroe en el campo
de batalla, lo reclamó para él, pero finalmente fue Odisea quien se hizo con la preciada pieza provocando
con ello el suicidio de Áyax. Odisea presentó después la armadura a Neoptolemo, el hijo de Aquiles, para
forjar un vínculo más fuerte entre todos los griegos antes de empezar la fase más dura de la Guerra de
Troya.
Poco después, el mismo Odisea se encontró con la sombra de Aquiles en el mundo de las almas, una
escena que Homero describe en la Odisea. El héroe había cambiado de idea y ya no proclamaba aquello
de que había que vivir deprisa y morir joven.
«No me consueles en mi muerte, rey Odisea», le dijo a su visitante del mundo de los vivos. «Preferiría ser
siervo en una casa pobre en el mundo de los vivos que rey de reyes entre los muertos» (la Odisea, XI).
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De acuerdo a otra narración de los hechos, la sombra de Aquiles, que poco antes de que los griegos
salieran de Troya había reclamado a Polixena, hija de Príamo, sobrevivió junto a Patroclo en la isla de
Leuce, una zona paradisíaca del Averno reservada para los grandes héroes. No obstante, esta suposición
parece justificar que el héroe pudiera haber preferido una vida con luz plena en el mundo de los vivos en
vez de ser una sombra en el mundo de los muertos.
Apolo y Daphne
Apolo, gran cazador, quiso matar a la temible serpiente Pitón que se escondía en el monte Parnaso.
Habiéndola herido con sus flechas, la siguió, moribunda, en su huída hacía el templo de Delfos. Allí acabó
con ella mediante varios disparos de sus flechas.
Delfos era un lugar sagrado donde se pronunciaban los oráculos de la Madre Tierra. Hasta los dioses
consultaban el oráculo y se sientieron ofendidos de que allí se hubiera cometido un asesinato. Querían que
Apolo reparase de algún modo lo que había hecho, pero Apolo reclamó Delfos para sí. Se apoderó del
oráculo y fundo unos juegos anuales que debían celebrarse en un gran anfiteatro, en la colina que había
junto al templo.
Orgulloso Apolo de la victoria conseguida sobre la serpiente Pitón, se atrevió a burlarse del dios Eros por
llevar arco y flechas siendo tan niño:
- ¿Qué haces, joven afeminado -le dijo-, con esas armas? Sólo mis hombros son dignos de llevarlas. Acabo
de matar a la serpiente Pitón, cuyo enorme cuerpo cubría muchas yugadas de tierra. Confórmate con que
tus flechas hieran a gente enamoradiza y no quieras competir conmigo.
Irritado, Eros se vengó disparándole una flecha, que le hizo enamorarse locamente de la ninfa Daphne, hija
de la Tierra y del río Ladón o del río tesalio Peneo, mientras a ésta le disparó otra flecha que le hizo odiar el
amor y especialmente el de Apolo.
Apolo la persiguió y cuando iba a darle alcance, Daphne pidió ayuda a su padre, el río, el cual la transformó
en laurel. En otras versiones, Daphne pide ayuda a su madre Gea. La metamorfosis de Daphne ha sido
magistralmente descrita por Ovidio:
“Apenas había concluido la súplica, cuando todos los miembros se le entorpecen: sus entrañas se cubren
de una tierna corteza, los cabellos se convierten en hojas, los brazos en ramas, los pies, que eran antes tan
ligeros, se transforman en retorcidas raíces, ocupa finalmente el rostro la altura y sólo queda en ella la
belleza”.
Este nuevo árbol es, no obstante, el objeto del amor de Apolo, y puesta su mano derecha en el tronco,
advierte que aún palpita el corazón de su amada dentro de la nueva corteza, y abrazando las ramas como
miembros de su cariño, besa aquél árbol que parece rechazar sus besos. Por último le dice:
- Pues veo que ya no puedes ser mi esposa, al menos serás un árbol consagrado a mi deidad. Mis
cabellos, mi lira y aljaba se adornarán de laureles. Tú ceñirás las sienes de los alegres capitanes cuando el
alborozo publique su triunfo y suban al capitolio con los despojos que hayan ganado a sus enemigos. Serás
fidelísima guardia de las puertas de los emperadores, cubriendo con tus ramas la encina que está en
medio, y así como mis cabellos se conservan en su estado juvenil, tus hojas permanecerán siempre verdes.
Existe otra versión del mito en la que Daphne es hija de Amiclas. Gran amante de la caza y de las
montañas lejanas a las ciudades, es la preferida de Artemisa. Leucipo, hijo del rey de Élide, Enómao,
estaba enamorada de ella, por lo que se vistió de mujer para poder acercársele. Así disfrazado se convirtió
en su compañero inseparable, hasta que Apolo, celoso, inspiró a Daphne y sus compañeras el deseo de
bañarse en una fuente.
Leucipo se negó pero sus ellas le obligaron a desnudarse, descubriendo así su engaño. Furiosas, se
lanzaron sobre él, pero los dioses lo volvieron invisible. Entonces, Apolo se precipitó para atrapar a Daphne
pero ella consiguió escapar y le rogó a Zeus que la convirtiera en laurel, que es el significado de Daphne en
griego.
Simbología: Apolo era el dios de la música y de las artes. La lira de siete cuerdas era el instrumento
particular de Apolo; la corona de laurel, tradicionalmente se colocaba en la cabeza de músicos y poetas.
Helena
Helena era hija de Zeus y de Leda. Fue esposa del rey Menelao de Esparta, aunque Paris decidió raptarla,
con lo que se desencadenó la Guerra de Troya.
Helena era una mujer de extraordinaria belleza. Afrodita la comprometió con Paris a cambio del premio del
concurso de belleza donde él fue juez. Aunque en la obra de Homero aparece como una común mortal, la
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tradición la consideraba inmortal por su origen divino. Zeus la había concebido junto con Polideuces, uno de
los Dioscuros, con su madre Leda adoptando la apariencia de un cisne. Clitemnestra, hermana de Helena,
y su hermano Castor eran también, según esta versión, comunes mortales engendrados a través de Leda y
su marido Tindareo.
Helena creció en Esparta, en la corte de Tindareo. Cuando tenía unos 12 años, Teseo la raptó, pero sus
hermanos Castor y Polideuces consiguieron liberarla. Más adelante, todos los más prominentes solteros
griegos le pedían la mano a su padre hasta que Menelao, el próspero príncipe de Micenas, fue el
afortunado que se casó con ella. Así se convirtió en rey de Esparta, mientras su hermano Agamenón ya se
había casado con Clitemnestra. El resto de pretendientes juraron fidelidad a Menelao si alguna vez tenía
problemas a causa de su esposa.
El matrimonio fue feliz al principio, con una hija llamada Hermione. Después apareció París, hijo del rey de
Troya, y durante una visita a Esparta provocó el deseo de Helena gracias a la intervención de Afrodita.
Cuando Menelao hubo de partir hacia Creta para asistir al entierro de su abuelo, Paris vio la oportunidad de
raptarla y huir hacia Troya con varios de los tesoros del rey. Una vez allí, se casó con Helena sin la
aprobación popular. El príncipe Héctor en particular reprobó la actitud de su hermano hacia las mujeres y se
opuso al matrimonio.
Cuando Menelao regresó y descubrió lo que había ocurrido se puso en contacto con su hermano
Agamenón y los monarcas griegos que le habían prometido ayuda. Junto con Odiseo, Menelao viajó hasta
Troya, para obligar a los troyanos a que liberasen a su hija, sin conseguirlo. De este modo, los griegos
prepararon un poderoso ejército y partieron hacia Troya donde comenzaron un asedio que duró diez años,
hasta que consiguieron entrar en el recinto amurallado gracias a la astucia de Odiseo.
Durante toda la guerra Helena fue maldecida por ambos bandos, por el problema que había causado.
Ella misma tenía una sensación extraña sobre lo que estaba sucediendo. En el palacio de Príamo se
dedicaba a tejer tapices en los que representaba escenas de la guerra; a veces echaba de menos a
Menelao y a su hija, a los que había abandonado. Se llamaba a sí misma «vergüenza» y deseaba haber
acabado con su vida antes de haberse dejado seducir por Paris.
En aquel momento su amor por Paris se había enfriado. Cuando Afrodita le pidió que cuidase de él tras una
humillante derrota con Menelao, empezó a discutir con la diosa. Helena se negó a compartir su lecho con
Paris y Afrodita la amenazó con poner a los griegos y a los troyanos en contra suya: «¡Así te espera un
horrible destino!». Helena accedió entonces a ir al dormitorio de Paris, donde le lanzó todo tipo de
reproches. Pero ni siquiera esto pudo apagar el deseo del príncipe por ella.
Tiempo después, Paris murió con un flecha lanzada por el griego Filoctetes. De esta manera, Helena se
convirtió en esposa de su hermano Deifobo.
Durante la guerra, cuando Odiseo entró en la ciudad disfrazado de pedigüeño, Helena fue la única persona
que le reconoció. Le cuidó y no le traicionó, permitiéndole acabar con varios troyanos, porque quería de
verdad regresar a Grecia y estaba apenada por haberse dejado engañar de esa manera.
Tras la caída de Troya, Menelao regresó a casa después de vagar por diversos lugares durante un tiempo.
Se había reconciliado con Helena y la pareja vivía en paz como si nada hubiese ocurrido. Cuando
Telémaco, hijo de Odiseo, les buscó en Esparta para saber sobre el destino de su padre, Helena quedó
sorprendida por el gran parecido entre el padre y el hijo. Ella aún conservaba su belleza, «similar a la de
Artemisa», y mezcló una pócima estimulante que vertió en el vino del joven mientras le contaba cómo había
ayudado a su padre durante su misión en Troya. Fue así como Menelao comprobó la otra faceta de su
carácter y recordó cómo, tras haber introducido el caballo de madera en la ciudad, Helena y su marido
Deifobo habían intentado que los griegos se introdujesen en él llamándoles por su nombre mientras
imitaban las voces de su esposas.
Pese a esta anécdota tan desagradable, Menelao y Helena vivieron felices de ahí en adelante.
En la tragedia Helena de Eurípides aparece una versión alternativa de las vicisitudes del personaje, con
tintes extraños. Así, París nunca huyó hacia Troya con la verdadera Helena, sino con una mujer de
extraordinario parecido. Mientras tanto, la verdadera permanecía en Egipto, donde se había reunido con
Menelao cuando llegó desde Troya en su viaje de regreso a casa. Homero también menciona esta llegada,
pero no en solitario, sino acompañado de Helena.
Con independencia de la extraña historia de Eurípides, Helena siempre ha sido una figura misteriosa.
Aunque fue víctima de las circunstancias que no podía controlar, también se la puede considerar la
primera femme fatale de la tradición occidental.
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Narciso
Narciso era hijo del dios boecio del río Cefiso y de Liriope, una ninfa acuática. El famoso vidente Tiresias ya
había hecho la predicción de que viviría muchos años, siempre y cuando no se viese a sí mismo. A los 16
años Narciso era un joven apuesto, que despertaba la admiración de hombres y mujeres. Su arrogancia era
tal que, tal vez a causa de ello, ignoraba los encantos de los demás. Fue entonces cuando la ninfa Eco, que
imitaba lo que los demás hacían, se enamoró de él. Con su extraña característica, Eco tendía a permanecer
hablando cada vez que Zeus hacía el amor con alguna ninfa. Narciso rechazó a la pobre Eco, tras lo cual la
joven languideció.
Su cuerpo se marchitó y sus huesos se convirtieron en piedra. Sólo su voz permaneció intacta. Pero no fue
la única a la que rechazó y una de las despechadas quiso que el joven supiese lo que era el sufrimiento
ante el amor no correspondido. El deseo se cumplió cuando un día de verano Narciso descansaba tras la
caza junto a un lago de superficie cristalina que proyectaba su propia imagen, con la que quedó fascinado.
Narciso se acercó al agua y se enamoró de lo que veía, hasta tal punto que dejó de comer y dormir por el
sufrimiento de no poder conseguir a su nuevo amor, pues cuando se acercaba, la imagen desaparecía.
Obsesionado consigo mismo, Narciso enloqueció, hasta tal punto que la propia Eco se entristeció al imitar
sus lamentos.
El joven murió con el corazón roto e incluso en el reino de los muertos siguió hechizado por su propia
imagen, a la que admiraba en las negras aguas de la laguna Estigia. Aún hoy se conserva el término
«narcisismo» para definir la excesiva consideración de uno mismo.
Perseo
Perseo era hijo de Zeus y de la mortal Danae. Fue uno de los heroicos semidioses de la mitología griega
junto a Heracles y Teseo, llevando a cabo numerosas tareas sobrenaturales.
Acrisio, rey de Argos y padre de Dánae, la había encerrado en una torre de bronce para evitar que ella
concibiese un hijo, ya que un oráculo le había asegurado que su nieto lo mataría. Zeus, que deseaba a
Dánae, rechazó dejar este castigo así. Visitó a Dánae en forma de lluvia de oro, de la cual nació Perseo
(ver Dánae). Acrisio, sorprendido, encerró a la madre y al hijo en una caja y los arrojó al mar, pero gracias a
la protección de Zeus, la caja llegó a salvo a la isla de Sérifos, donde Dánae y su hijo fueron acogidos por el
rey Dictis, hermano del rey Polidectes de Sérifos. Perseo creció junto a su madre y el rey, pero Polidectes
se enamoró de Dánae y decidido librarse del muchacho, que ya cuidaba de su madre. Por ese motivo le
encargó que le trajese la cabeza de Medusa, algo imposible dada la apariencia del monstruo, que convertía
en piedra al que osase mirarla (ver Gorgonas, Las).
Afortunadamente, Perseo contó con la ayuda de Atenea, que estaba enemistada con Medusa a causa de la
relaciones que tenía con Poseidón -que quizá la había violado- en un santuario dedicado a Atenea. La
diosa le dio a Perseo un espejo de bronce tan bruñido que reflejaba todo lo que veía y le dijo lo que tenía
que hacer. Primero debería visitar a las gorgonas, tres hermanas que vivían en el norte de África -dos
según algunas versiones- y que eran brujas que compartían un solo ojo. Perseo les robó el ojo y les obligó
a mostrarle el camino para llegar a Medusa, lo cual aceptaron a cambio del ojo, que finalmente arrojó al
agua para que no pudiesen advertir a nadie de sus intenciones. Unas ninfas le dieron a Perseo un casco
que lo hacía invisible, un par de sandalias aladas y un saco en el que meter la cabeza de Medusa cuando la
hubiera atrapado. Hermes le entregó un sable mágico.
Con la ayuda de todos los regalos, Perseo voló hasta el hogar de las otras gorgonas junto al Océano. Las
tres hermanas se habían dormido y Perseo pasó delante de ellas con cuidado, sin perder de vista a Medusa
sirviéndose de su escudo como espejo para no tener que mirarla directamente y evitar de ese modo que lo
convertiera en piedra. Así cortó la cabeza llena de serpientes del monstruo con el sable de Hermes y la
puso en el saco. La sangre derramada por Medusa originó al monstruo Crisaor y al caballo alado Pegaso
(ver Belerofonte).
Según Ovidio, el primer encuentro que tuvo Perseo a su regreso fue con el titán Atlas, a quien se presentó
como hijo de Zeus. Perseo no fue bien recibido porque un oráculo le había dicho a Atlas que un hijo de
Zeus le robaría las manzanas del jardín de las Hespérides. Cuando el gigante adoptó una postura
amenazante, el héroe le mostró la cabeza de Medusa y lo convirtió en piedra, pasando a ser así la cadena
montañosa que conocemos con ese nombre (ver Atlas). Perseo continuó su viaje hacia el oeste, a través de
África, y llegó a Etiopía, donde vio a una bella muchacha encadenada a una roca junto al mar. Era
Andrómeda, la hija del rey Cefeo, que estaba a punto de ser sacrificada a un monstruo marino como acto
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conciliador por las arrogantes palabras de su madre Casiopea (ver Andrómeda). Perseo vio aparecer al
terrible monstruo de las profundidades del mar para devorar a Andrómeda y les dijo a sus desesperados
padres que la salvaría si prometían convertirla en su esposa. Cefeo y Casiopea aceptaron de inmediato e
incluso le ofrecieron el reino como dote. Como si de un ave se tratase, Perseo se abalanzó sobre la bestia y
le clavó su sable. Sus sandalias aladas le permitieron huir inmediatamente del ataque del monstruo, que
murió poco después de ser atravesado.
La boda de Perseo y Andrómeda no fue tan feliz como ellos querían. Cefeo ya había prometido a
Andrómeda a su hermano Fineo, que no se conformó con las explicaciones del rey. Con un gran número de
seguidores, Fineo apareció en la celebración, convirtiéndola en un baño de sangre en el que hubo
numerosas víctimas y Perseo tuvo que utilizar la cabeza de Medusa, su arma más mortífera. De esta
manera quedaron convertidos en piedra Fineo y todos sus seguidores.
Años después, cuando Andrómeda le había dado un hijo a Perseo, la pareja viajó a Sérifos, llegando a
tiempo de rescatar a su madre y a Dictis de las manos de Polidectes cuando se habían refugiado en un
santuario. Polidectes no quiso creer que Perseo hubiese regresado con la cabeza de Medusa y trató al
héroe con desprecio. Perseo le mostró la cabeza de la criatura y Polidectes se convirtió en fría piedra.
Perseo convirtió a Dictis en rey de Sérifos y prosiguió su viaje hasta Argos, que era el reino de su abuelo.
Acriso, recordando la predicción en el sentido de que moriría a manos de su nieto, temió que su final estaba
cerca y huyó a Tesalea, aunque no pudo escapar a su destino. Perseo lo persiguió hasta allí y ambos se
encontraron compitiendo en los juegos locales en honor del rey. Durante una de las pruebas, un disco
lanzado por Perseo cayó sobre la cabeza de Acriso y le mató.
De vuelta en Argos, Perseo convirtió en piedra al usurpador Preto y ascendió al trono del lugar -muchos
piensan que se trataba de la ciudad-estado de Tirins-. Como quiera que fuere, allí se quedó a vivir
felizmente con Andrómeda, que le dio otros cinco hijos y una hija.
Después de su muerte, la que había sido su gran protectora, Atenea, lo subió a los cielos y lo convirtió en
una constelación. Ese mismo honor lo recibieron Andrómeda y sus padres. Antes de hacer esto, Atenea
había tomado la cabeza de Medusa y la había puesto en su escudo o aegis con el que cubría sus hombros.
La Leyenda de Ícaro
Ícaro se conoce a veces como el inventor del trabajo en madera. Es hijo de Dédalo, genio de la antigüedad
que le mostró a Ariadna cómo Teseo podía encontrar el camino en el laberinto de Minos, donde se
encontraba el Minotauro (monstruo con cuerpo de toro y cabeza de hombre).
Con esta ayuda, Teseo fue capaz de matar al Minotauro, por lo que el rey Minos y padre del monstruo, muy
molesto encerró a Dédalo con su hijo en el laberinto.
Con la intensión de huir, Dédalo fabricó unas alas para él y su hijo. Las adhirió con cera a los hombros de
Ícaro y luego en los suyos e iniciaron el vuelo que los llevaría a la libertad. El padre había advertido a su
joven e imprudente hijo que no volara demasiado alto ni demasiado bajo.
No obstante las advertencias de su padre, Ícaro fascinado por lo maravilloso del vuelo se elevó por lo aires
desobediendo a Dédalo quien no pudo impedirlo. Además, Ícaro se sintió dueño del mundo y quiso ir más
alto todavía. Se acercó demasiado al sol, y el calor que había derritió la cera que sostenía sus alas, por lo
que las perdió. El desdichado y temerario joven acabó precipitándose en el mar, donde murió. Por eso,
desde entonces ese mar se conoció como El Mar de Icaria.
En otras versiones donde se elimina el elemento fantástico, se nos cuenta como Dédalo había matado a su
sobrino Talo, por lo que había tenido que huir de Atenas. Ícaro, igualmente desterrado había ido en busca
de su padre, pero naufragó en las aguas de Samos, por lo que el mar recibió un nombre derivado del suyo,
igual que en la leyenda original.
También se dice que Ícaro y su padre habían huido de Creta en dos barcos de vela inventados por Dédalo,
pero el joven no supo dominar las velas y naufragó o más bien que cuando llegó a la isla de Icaria, se lanzó
torpemente hacia tierra y se ahogó.
La leyenda era fuerte e incluso por mucho tiempo se mostraba una supuesta tumba de Ícaro en un cabo del
mar Egeo, al igual que se decía que en las islas de Ámbar había dos columnas que Dédalo había levantado
una en honor a su hijo y otra en nombre de él mismo. Asimismo, se decía que Dédalo había representado
en una escultura el triste destino de su hijo en las puertas el templo de Cumas, dedicado a Apolo.

TESEO Y EL MINOTAURO
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El Rey Minos, de Creta, tenía varios hijos: Ariadna, Fedra, Glauco, Catreo, pero su predilecto era Androgeo,
joven fuerte y vencedor en el gimnasio y la palestra.
Cuando en Atenas se organizaron los juegos en honor de Palas Atenea, se reunieron los mejores atletas
griegos, y allí partió Androgeo, para medirse con los más fuertes paladines de la Hélade, con el beneplácito
de Minos, quien esperaba a su hijo regresar con la corona del triunfo.
El joven príncipe logró vencer en todas las pruebas a sus rivales, los mejores campeones de la ciudad.
Pero los atenienses, en lugar de victorearlo, hicieron recaer su furia sobre él, por haber derrotado a sus
luchadores, y esa misma noche le dieron muerte.
Al recibir la noticia el Rey Minos, sintió un inmenso dolor, pero inmediatamente se despertó en él un
irrefrenable deseo de venganza, y marchó con un numeroso ejército a sitiar a Atenas, hasta que logró que
se rindieran incondicionalmente, e impuso condiciones y penas terribles.
Entre sus condiciones, estableció que durante nueve años, los atenienses debían enviar a la isla de Creta a
siete robustos jóvenes y a siete doncellas, quienes serían las víctimas que se ofrecerían para ser
devorados por el minotauro.
El minotauro, mitad hombre y mitad toro, vivía en un laberinto, cercano a Cnosos, capital de Creta. Estaba
encerrado en dicho laberinto y se alimentaba de carne humana, de esclavos y prisioneros de guerra, así
como los jóvenes atenienses, que enviaba el rey Minos.
Año a año, llegaban los mensajeros de Creta a elegir a sus víctimas.
Al tercer año, un joven y gallardo joven hijo del rey ateniense Egeo, llamado Teseo, se ofreció
voluntariamente, pues se consideraba capaz de enfrentar y dar muerte al minotauro.
Al enterarse el Rey Minos, expresó:
- Como miembro de la familia real estás eximido de ir como víctima. Pero si insistes, te diré que, aunque
mates al minotauro, jamás encontrarás la salida del laberinto.
-No me importa- respondió el joven Teseo, me basta con matar al monstruo y ser útil a Atenas.
Ariadna, quien escuchó el diálogo, secretamente, por la noche se acercó al joven y le entregó un puñal y un
ovillo de hilo, diciendo:
-Con este puñal mágico, podrás atravesar el corazón del minotauro, y si sigues el hilo de este ovillo podrás
hallar la salida.
Agradecido quedó el joven Teseo, y penetró en el laberinto, desenvolviendo el ovillo de hilo. Durante horas
recorrió el laberinto hasta enfrentarse con la bestia. Después de ardua lucha, logró atravesar el corazón del
monstruo con el puñal que le entregara la bella Ariadna. El minotauro expiró entre convulsiones. Y Teseo
rescató a sus compañeros, con los que emprendió el camino de regreso siguiendo el hilo.
Fue aclamado por la gente de Cnosos por haberlos liberado del monstruo y del salvaje castigo que año a
año debían tributar al minotauro.
Teseo, victorioso, regresó a Atenas en su nave con las velas desplegadas.
El Mito de Perséfone
Perséfone es hija de Zeus y Deméter (hija de Cronos y Rea, hermana de Zeus, y diosa de la fertilidad y el
trigo). Su tío Hades (hermano de Zeus y dios de los Infiernos), se enamoró de ella y un día la raptó.
La joven se encontraba recogiendo flores en compañía de sus amigas las ninfas y hermanas de padre,
Atenea y Artemisa, y en el momento en que va a tomar un lirio, (según otras versiones un narciso), la tierra
se abre y por la grieta Hades la toma y se la lleva.
De esta manera, Perséfone se convirtió en la diosa de los Infiernos. Aparentemente, el rapto se realizó con
la cómplice ayuda de Zeus, pero en la ausencia de Deméter, por lo que ésta inició unos largos y tristes
viajes en busca de su adorada hija, durante los cuales la tierra se volvió estéril.
Al tiempo, Zeus se arrepintió y ordenó a Hades que devolviera a Perséfone, pero esto ya no era posible
pues la muchacha había comido un grano de granada, mientras estuvo en el Infierno, no se sabe si por
voluntad propia o tentada por Hades. El problema era que un bocado de cualquier producto del Tártaro
implicaba quedar encadenado a él para siempre.
Para suavizar la situación, Zeus dispuso que Perséfone pasara parte del año en los confines de la Tierra,
junto a Hades, y la otra parte sobre la tierra con su madre, mientras Deméter prometiera cumplir su función
germinadora y volviera al Olimpo.
Perséfone es conocida como Proserpina por los latinos.
La leyenda cuenta que el origen de la Primavera radica precisamente en este rapto, pues cuando
Perséfone es llevada a los Infiernos, las flores se entristecieron y murieron, pero cuando regresa, las flores
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renacen por la alegría que les causa el retorno de la joven. Como la presencia de Perséfone en la tierra se
vuelve cíclica, así el nacimiento de las flores también lo hace.
Por otra parte, durante el tiempo en que Perséfone se mantiene alejada de su madre, Deméter y confinada
a el Tártaro, o mundo subterráneo, como la esposa de Hades, la tierra se vuelve estéril y sobreviene la
triste estación del Invierno.
El mito de las Amazonas
Las Amazonas eran un pueblo de solo mujeres descendientes de Ares, dios de la guerra y de la ninfa
Harmonía. Se ubicaban a veces al norte, otras en las llanuras del Cáucaso, y otras en las llanuras de la
orilla izquierda del Danubio. En su gobierno no interviene ningún hombre, y como jefe tienen una reina. La
presencia de los hombres era permitida siempre que desempeñaran trabajos de servidumbre. Para
perpetuar la raza se unían con extranjeros, pero sólo conservaban a las niñas. Si nacían varones, se cuenta
en algunas versiones, que los mutilaban dejándolos ciegos y cojos. Otras fuentes indican que los mataban.
Por decreto, a todas las niñas les cortaban un seno, para facilitarles el uso del arco y el manejo de la lanza.
De esta costumbre proviene su nombre ‘amazonas’ del griego ‘amazwn’ que significa ‘las que no tienen
seno’.
Eran un pueblo muy guerrero, por lo que su diosa principal era Artemisa, la cazadora. Debido a esto, se les
atribuía la fundación de Éfeso y la construcción del Gran Templo de Artemisa.
De este pueblo, hay muchas leyendas donde grandes héroes tuvieron que enfrentarse a ellas. Por ejemplo,
Belerofonte quien luchó contra ellas por mandato de Yóbates. Una de las más conocidas es cuando
Heracles (Hércules) cumple la misión que le asigna Euristeo, y se dirige a las márgenes del Termodonte a
adueñarse del cinturón de Hipólita, reina de las amazonas. Ésta consintió en entregarle el cinturón a
Heracles, pero la celosa Hera (esposa del dios Zeuz) provocó una rebelión entre las Amazonas, y Heracles
tuvo que matar a Hipólita. Teseo que acompañaba a Heracles en su misión, se llevó a Antíope, una de las
amazonas. Ellas, molestas por este atrevimiento y para vengar el rapto, hicieron la guerra contra Atenas,
pero fueron derrotadas por los atenienses que estaban liderados por Teseo.
Otra hazaña legendaria que las involucra, es la ayuda que le brindaron a los troyanos durante la guerra de
Troya. Pentesilea, reina amazona, envió un grupo de apoyo a Príamo, rey troyano. Aquiles dio muerte a
Pentesilea, quien antes de morir, hizo que éste se enamorara perdidamente de ella, lo que le infundió gran
sufrimiento.
Atlas
El titán Atlas era hijo de Japeto y de la ninfa Climene. Después de que los titanes se hubiesen puesto a
disposición de Zeus y sus hermanos, Atlas no fue hecho prisionero en el mundo de los muertos como el
resto de ellos. Zeus le infligió un castigo especial que consistió en cargar con el arco del cielo sobre sus
hombros. Atlas llevó a cabo la tarea en el rincón más occidental que los griegos conocían y que se situaría
cerca del estrecho de Gibraltar.
Heracles visitó a Atlas en uno de sus Doce Trabajos para recoger las manzanas de oro de las Hespérides.
Gaya, la diosa de la tierra, le había dado las manzanas a Hera cuando se casó con Zeus y ésta a su vez se
las entregó a las Hespérides, hijas de Atlas, para que las guardasen en un bello jardín que estaba protegido
por el dragón Ladón. Atlas le puso una condición a su visita.
Para evitarle el problema de luchar con el dragón, iría él mismo hasta el jardín mientras Heracles le
sostenía el arco del firmamento.
Afortunadamente, Heracles era lo suficientemente fuerte y Atlas pudo llegar al jardín. Cuando regresó con
las manzanas, le sugirió que podría ir él a entregárselas a Eurystheus (Euristeo), jefe de Heracles, mientras
el héroe seguía sosteniendo el arco un poco más.
Heracles fingió estar de acuerdo con la idea, pero le pidió a Atlas que tomase el arco un momento para
poder ponerse un almohadón sobre sus hombros doloridos. Atlas accedió y así HeracIes pudo huir con las
manzanas, provocando el lamento eterno del primero ante tan pesada carga.
Ovidio describe cómo Perseo, hijo de Zeus como Heracles, visitó a Atlas. Perseo le pidió pasar la noche
con él, a lo que aquél se negó, recordando un oráculo que en cierta ocasión le había dicho que un hijo de
Zeus llegaría para robarle las manzanas de sus hijas -probablemente se refería a Heracles-. Atlas amenazó
a Perseo y éste utilizó la cabeza de Medusa (ver Las Gorgonas, y Perseo) para convertirle en montaña de
piedra, la cadena del Atlas en Marruecos. Esta versión ofrece la contradicción de que Perseo visitara a
Atlas antes que Heracles y que éste luego no lo encontrara convertido en montaña, sino aún como titán.
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Tánatos
Tánatos era el hijo de Érebo y Nicte, hermano gemelo de Hipnos, y personificación de la muerte.
Era el genio alado que acudía a buscar los cuerpos de los que habían fallecido.
Cortaba un mechón de sus cabellos para ofrecer como tributo a Hades y se llevaba sus cuerpos al mundo
de los muertos.
Transportó, ayudado por su hermano Hipnos, el cuerpo del guerrero Sarpedón, muerto en Troya, hasta
Licia. También se llevó el cuerpo de Alcestis que, ejemplo del amor conyugal, había sustituido a su marido
en el féretro.
Más tarde, su presa le fue arrebatada por Heracles, que lo obligó a devolverla a la vida más joven y más
bella que nunca.
Sin embargo, la historia más curiosa en la que interviene Tánatos es en la que es encadenado por Sísifo.
Sísifo era el más astuto y el menos escrupuloso de los mortales. Era capaz de los más enrevesados
engaños para conseguir sus propósitos.
Se dice que, al ser amante de Anticlea, él sería el verdadero padre de Ulises.
Cuando Zeus raptó a Egina, la hija del río Asopo, Sísifo fue testigo casual de los hechos. Utilizó la
información para conseguir de Asopo un manantial en la ciudadela de Corinto, y delató a Zeus.
Éste, enfurecido, mandó a Tánatos para acabar con la vida del mortal, pero el hábil Sísifo consiguió atrapar
y encadenar al genio alado de la muerte, y por un tiempo ningún hombre murió.
Finalmente, Ares liberó a Tánatos, que volvió a realizar su trabajo empezando por el propio Sísifo.
Pero Sísifo era capaz aun de más artimañas para librarse de la muerte, y antes de morir ordenó en secreto
a su esposa que no le tributara honras fúnebres.
Una vez en los infiernos, se quejó ante Hades de la impiedad de su esposa y le pidió que le dejará volver
para castigarla.
Hades se lo permitió y Sísifo, que no tenía intención de volver a los infiernos, vivió en la Tierra feliz hasta
época muy avanzada. Cuando por fin murió, Hades le impuso una tarea para evitar una nueva evasión. Su
martirio consistía en empujar cuesta arriba un gran peñasco que, una vez en la cumbre, volvía a caer por su
propio peso y el trabajo de Sísifo se prolongaba así eternamente.

Sísifo

Sísifo, astuto rey de Corinto, vio de cerca el rapto de la ninfa Egina. Pero guardó el secreto, hasta que
llegara la ocasión de sacarle provecho. 
Esperó que el río Asopo, padre de la joven pasara por sus tierras en busca de su hija. Y primero le exigió
que hiciese brotar una fuente cristalina en la ciudadela de su reino. Luego le contó que el raptor de Egina
era Zeus. 
El señor del Olimpo, irritado por la delación, llamo a Tánatos (la muerte) y le mandó a arrojar a los infiernos
al rey de Corinto. 
Figura siniestra, envuelta en negros ropajes habitante del Hades, hermano del Sueño, Tánatos llegó
súbitamente a las tierras de Sísifo. 
La tétrica presencia no atemorizo al astuto soberano. Con mucha maña y mucho arte, Sísifo engaño al dios
de la muerte. Lo invito amablemente a entrar por una puerta y, cuando Tánatos se dio cuenta de lo que
había pasado, se encontró aprisionado en un calabozo. Por largo tiempo nadie murió en el mundo. 
Plutón estaba triste y alarmado. Los campos del mundo Inferior no se enriquecían con nuevas almas. La
barca de Caronte yacía varada en un rincón, sin utilidad ni función. Era preciso restituir al mundo su orden
natural. El dios de los muertos recurrió a su hermano Júpiter. 
Sabiendo que Sísifo tenía preso a Tánatos, el padre de los dioses envió a Ares (Marte) para obligar al
primero a libertar a su terrible cautivo. Y la primera víctima de la muerte habría de ser el propio delator de
Júpiter. Al  rey de Corinto no le quedó  más que obedecer. 
Se preparó, pues, para seguir a Tánatos a los infiernos; antes sin embargo, pidió un momento para
despedirse de su esposa. En ese instante de los adioses, le recomendó vivamente que no lo enterrase ni le
hiciese funerales. Y aunque sin comprender las razones del marido, la mujer obedeció. 
En el centro de la tierra, Sísifo se lamentaba día y noche. Se quejaba de no haber tenido honras fúnebres.
De que la esposa ingrata no lo hubiera sepultado. Necesitaba volver a la superficie de la tierra para
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castigarla por tamaña negligencia. 
Tanto se lamentó y tanto pidió, que Plutón acabó compadeciéndose de él y le permitió retornar al mundo
por un corto tiempo. 
Apenas dejó el Hades, el astuto Sísifo tomó rumbos lejanos y la firme resolución de no volver a ver nunca
las sombras infernales. 
Sin embargo, un día muchos años después, le faltaron las fuerzas para seguir viviendo. Estaba demasiado
viejo. Ya no tenía energías para engañar a la Muerte. Y fue nuevamente arrastrado a los subterráneos del
mundo. 
Plutón que jamás había olvidado la fuga de Sísifo, al recibirlo por segunda vez tomó todas las precauciones
para mantenerlo en su dominio. Le impuso una tarea que no le permitiese ni un minuto de descanso e
impidiera cualquier evasión: empujar montaña arriba una enorme piedra, que siempre se le escapa de las
manos al llegar cerca de la cima. Y así,  perpetuamente, el condenado que osara engañar a la Muerte
desciende por la ladera para retomar la piedra y recomienza su tarea sin fin y sin objetivo.
Deucalión
Cuando habitaba sobre la tierra la humana generación de bronce, Zeus, el soberano de los mundos, a
cuyos oídos habían llegado malos rumores de sus crímenes, resolvió recorrer la Tierra bajo figura de
persona humana. En todas partes, sin embargo, encontró que la verdad dejaba pequeño al rumor. Un
atardecer, cuando ya el crepúsculo cedía el paso a la noche, entró en la mansión inhóspita del rey de
Arcadia Licaon, famoso por su ferocidad. Realizó varios prodigios para dar a entender que llegaba un dios y
la multitud se hincó de rodillas ante él; pero Licaon se burló de aquellas plegarias piadosas. «¡ Ya veremos
—dijo— si es un mortal o un dios!», y resolvió en lo íntimo de su corazón dar muerte inesperada al huésped
a media noche, mientras estuviese sumido en el sueño. Antes, sin embargo, sacrificó a un desdichado que
le enviara como rehén el pueblo de los molosos, coció sus miembros aun palpitantes en agua hirviente o los
asó al fuego y los sirvió para cena a la mesa del forastero. Zeus, que todo lo había penetrado, levantóse
airado del convite y envió sobre el palacio del impío la llama vengadora. El Rey, consternado, huyó al
campo abierto; el primer grito de dolor que exhaló fue un aullido, sus ropajes se convirtieron en vello, sus
brazos en patas y quedó transformado en un lobo ávido de sangre.
Volvió Zeus al Olimpo y, habiendo celebrado consejo con los dioses, resolvió aniquilar aquella desalmada
raza humana. Disponíase a esparcir el rayo por todos los países, pero le retuvo el temor a que se inflamase
el éter y que el fuego prendiese en el eje del Universo. Dejando el rayo que le forjaran los cíclopes, decidió
enviar a toda la superficie de la tierra lluvias torrenciales y destruir a los mortales bajo los aguaceros caídos
del cielo. Inmediatamente fueron encerrados en las cavernas de Éolo, Bóreas y todos los vientos que
ahuyentan las nubes, y sólo se dio salida al Austro, el cual se precipitó a la Tierra cargado de lluvia. Negro
como la pez era su rostro pavoroso, cargadas de nubarrones sus barbas, el agua fluyendo de sus albos
cabellos, oculta la frente tras un manto de niebla y con la lluvia manándole del pecho. Asióse a los cielos y
sujetando con la mano las nubes suspendidas en vastas extensiones, conmenzó a exprimirlas. Retumbó el
trueno; un denso diluvio se desplomó del cielo; dobláronse los sembrados bajo la tempestad impetuosa.
Desvanecióse la esperanza del campesino que veía perdida su penosa labor de todo el año. Poseidón,
hermano de Zeus, acudió también en su ayuda en aquella obra de destrucción y, reuniendo a todos los ríos,
díjoles: «¡Que vuestra corriente rompa todo freno, lanzaos sobre las casas, derribad los diques!». Y ellos
cumplieron su orden, y el propio Poseidón abrió con su tridente el seno de la tierra, dando, con la
conmoción, vía libre a las olas.
De este modo, los ríos desencadenados invadieron los campos, inundaron los sembrados, arrancaron
alamedas y se llevaron templos y casas. Si emergía un palacio, pronto el agua llegaba a su techumbre y las
torres más altas se perdían en el remolino. Muy pronto no pudo distinguirse el mar de la tierra: todo era
océano, océano sin orillas. Los hombres trataban de salvarse como podían; uno trepaba a la más elevada
montaña, otro se refugiaba en un bote, bogando por encima de su hundida granja o de las colinas de sus
viñedos, cuya superficie rozaba con su quilla. Extenuábanse los peces entre el ramaje de los bosques; el
ligero jabalí huía ante la invasión de las aguas. Pueblos enteros eran arrasados por la oleada, y los que
ésta perdonaba sucumbían a la muerte horrible del hambre en las cumbres de los páramos estériles.
Una elevada montaña proyectaba aún dos peladas cumbres por encima de las aguas en la tierra de Fócida:
era el Parnaso. En ella refugióse Deucalión, hijo de Prometeo, a quien éste advirtiera a tiempo y que se
había construido una balsa; iba con él su esposa Pirra. No se había hallado ningún hombre ni mujer que
superasen a esta pareja en probidad y temor de los dioses. Y he aquí que cuando Zeus, contemplando
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desde el cielo el mundo sumergido en las aguas quietas, vio que de tantos millares y millares no quedaba
sino una única pareja humana, ambos puros, ambos piadosos adoradores de la divinidad, envió a Bóreas,
dispersó las negras nubes y le mandó que disipara la niebla; volvió a mostrar al cielo la tierra, y la tierra al
cielo. También Poseidón, príncipe de los mares, deponiendo el tridente aquietó las olas. El océano volvió a
tener orillas, los ríos tornaron a sus cauces; los bosques sacaron de las honduras las copas de sus árboles
cubiertos de limo, siguieron las colinas; ensanchóse de nuevo la llanura y otra vez, por fin, apareció la
tierra. Deucalión miró a su alrededor. El país se hallaba devastado y sumido en sepulcral silencio. Ante
aquel espectáculo, las lágrimas rodaron por sus mejillas, y dirigiéndose a su esposa Pirra, le dijo: «Amada,
compañera única de mi vida, por muy lejos que mire, en cualquier dirección que vuelva los ojos, no
descubro una sola alma viviente. Nosotros dos, unidos, constituímos la población de la Tierra, todos los
demás moradores han sucumbido bajo el diluvio. Pero tampoco nuestras vidas están del todo seguras.
Cada nube que diviso me llena aún de pavor. Y aun suponiendo que todo peligro haya pasado, ¿qué vamos
a hacer, solos, en la Tierra abandonada? ¡Ah, si mi padre Prometeo me hubiese enseñado el arte de formar
criaturas humanas e infundir un espíritu a la moldeada arcilla!». Así dijo, y la desamparada pareja
prorrumpió en llanto; después hincaron las rodillas ante un altar medio derruido de la diosa Temis y
comenzaron a suplicar a los dioses celestiales: «Dinos, ¡oh Diosa!, por qué medio regeneraremos a nuestra
raza exterminada. ¡Ayuda a volver a la vida al mundo fenecido!».
«Dejad mi altar —resonó la voz de la diosa—, cubrid con un velo vuestras cabezas, desceñios los
cinturones y arrojad detrás de vosotros los huesos de vuestra madre».
Durante un buen espacio permanecieron ambos atónitos ante la enigmática sentencia divina. Pirra fue la
primera en romper el silencio: «¡Perdóname, diosa excelsa —dijo—, si, aun temblando, no te obedezco y no
quiero agraviar la sombra de mi madre dispersando sus huesos!». Pero por el alma de Deucalión pasó
como un rayo de luz y así tranquilizó a su esposa con afables palabras: «Si mi sagacidad no me engaña, el
mandato de los dioses no entraña impiedad ninguna. Nuestra gran madre es la Tierra, sus huesos son las
piedras, y éstas son, Pirra, las que debemos arrojar tras de nosotros».
Con todo siguieron ambos durante mucho tiempo desconfiando de aquella interpretación; pero, ¿qué
perderemos en probarlo?, pensaron al fin. Alejáronse, pues, veláronse las cabezas, desciñéronse los
vestidos y arrojaron, como se les ordenara, las piedras tras de sí. Entonces se produjo un gran milagro: la
piedra comenzó a perder su dureza y fragilidad, volvióse flexible, creció, tomó cuerpo; aparecieron en ella
formas humanas, aunque imprecisas todavía, pues más bien parecían figuras toscas o el primer esbozo
tallado por el artista en el bloque de mármol. Todo lo que había de húmedo y terreo en el mineral trocóse en
la carne del cuerpo; lo rígido y firme se convirtió en huesos; las vetas de la piedra quedaron siendo arterias
y venas. De este modo, las piedras arrojadas por el hombre adquirieron en breve, con la ayuda de los
dioses, la forma humana masculina, mientras las que arrojara la mujer adoptaban la forma femenina.
La raza humana no contradice este su origen, pues es una raza dura y apta para el trabajo. Cada instante
de su existencia le recuerda el tronco de donde procede.
El mito de Eurídice
Eurídice era una dríade (ninfa) y era a la esposa de Orfeo (poeta y músico divino).
Orfeo amaba profundamente a su bella esposa quien acostumbraba pasear con las náyades.
Una vez en que la bella Eurídece caminaba en uno de sus paseos, por un prado de Tracia fue vista -según
Virgilo- por Arsisteo, quien prendado inmediatamente de ella, la persigue para hacerla suya. Ella escapa
con gran velocidad y miedo, pues su corazón sólo le pertenece a Orfeo. En su huída, Eurídice es mordida
por una serpiente y muere.
Orfeo, desconsolado la llora y su desesperación no encuentra consuelo, por lo que toma la arriesgada
decisión de ir en busca de su dulce y amada esposa al Hades, la tierra de los muertos.
Con su dulce canto y su poesías, Orfeo logró conmover a Caronte, quien lo deja atravesar el río Estigia,
límite entre el mundo de los vivos y los muertos. Después, también con sus habilidades artísticas Orfeo
logra convencer a Perséfone y a Hades de que le permitan llevarse a Eurídice.
Las divinidades subterráneas aceptan que se la lleve, pero Orfeo debe prometer que no intentará ver a su
esposa hasta que la haya llevado a la luz del sol.
Entonces, según lo convenido, Eurídice seguía a Orfeo en el camino hacia la luz, y en el momento en que
estaban a punto de abandonar las oscuras profundidades, Orfeo tuvo dudas.
Así, empezó a pensar en la posibilidad de que Perséfone lo hubiera engañado y que Eurídice no viniera tras
él, por lo que no pudo soportar la tentación y se volvió para mirarla y corroborar que ella venía con él.
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Cuando esto ocurrió, Eurídice fue arrastrada por una fuerza irresistible otra vez hacia el Hades. Orfeo,
desesperado, intenta ir de nuevo a rescatar a su amada, pero esta vez Caronte no se lo permite.
Orfeo regresó a la Tierra solo y desamparado y mantuvo fidelidad a su esposa hasta su muerte.
Cancerbero
Es un perro llamado Cerbero (can-cerbero) de enorme tamaño y con tres cabezas. Su misión era guardar la
puerta del Hades , el infierno en la mitología griega. El cancerbero realizaba su trabajo con mucho celo por
lo cual con frecuencia se utiliza su nombre para referir la labor de todo guarda que cumple su función con
mucha seriedad.

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