LÍRICOS
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LÍRICOS
LA LÍRICA ARCAICA
Ferraté, J. Líricos griegos arcaicos. Edición bilingüe. Seix Barral, Barcelona 1996.
García Cataldo, H. Poesía griega arcaica del s. VII. Antología de fragmentos. De Arquíloco a
Anacreonte. Centro de Estudios Griegos, Santiago 2017.
Rodríguez Adrados, F. Lírica griega arcaica. Poemas corales y monódicos. Editorial Gredos,
Madrid 2001.
Rodríguez Adrados, F. Orígenes de la lírica griega. 2 vols. Editorial Coloquio, Madrid 1986.
Suárez de la Torre, E. Píndaro Obras Completas. 2 vols. Editorial Atalaya, Barcelona 1996.
porque, al bravo guerrero que muere, el pueblo lo añora y, si vive, casi lo tiene por dios;
porque sus ojos lo ven igual que si fuese una torre; porque cumple hazañas de muchos, él solo.
El propio hijo de Cronos, Zeus, esposo de Hera de bella guirnalda, dio esta ciudad a los Heráclidas;
con ellos, dejado el ventoso Erineo, vinimos nosotros a vivir en la isla espaciosa de Pélope.
no empecéis la infame huida ni el miedo, haceos, dentro del pecho, el ánimo grande y robusto,
no penséis en la vida peleando en el frente; y a vuestros mayores, que ya no tienen rodillas ligeras,
no huyáis dejándolos a ellos atrás, a los viejos. Pues abochorna, que yazga, caído en vanguardia,
un guerrero, siendo un hombre mayor, delante de jóvenes, quien, ya blanco el cabello y la barba
llena de canas, está exhalando su alma valiente en el polvo, y tiene en el puño sujetas
las partes, bañadas en sangre —dan vergüenza a los ojos, y es malo de ver—, y desnudas las
carnes. Mas todo a un joven le cuadra en tanto conserva la flor de la juventud.
Los hombres se encantan de verlo y lo quieren bien las mujeres, mientras aún vive,
y lo admiran, si cae en vanguardia. Hala, estad firmes, abrid bien las piernas,
clavad en el suelo ambos pies, y morded con los dientes el labio.
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No quisiera acordarme de nadie ni en cuenta tenerlo por su excelencia en los pies
o destreza en la lucha, ni aunque tuviera el tamaño y la fuerza grande de un Cíclope
y al Bóreas tracio venciera corriendo ligero, ni aunque, más que Titono, fuera hermoso en figura
y, más que Ciniras y Midas, fuese opulento, ni aunque fuese más regio que Pélope,
el hijo de Tántalo, y tuviera una voz de miel, como Adrasto, ni aunque gozara de todas las glorias,
si no era valiente; pues el hombre no sale bueno en la guerra si no soporta ver con los ojos
la cruenta matanza y al enemigo a poca distancia no le entra. En eso estriba el valor,
y es ése en el mundo el trofeo mejor y más bello que puede un joven ganarse. Sirve al bien general,
al estado y la masa del pueblo, el hombre que, de pie en la vanguardia,
se afirma con terquedad y olvida del todo la huida infamante y arriesga la vida
y expone su ánimo fuerte y al compañero de al lado socorre y a gritos lo anima:
ése es el hombre que sale bueno en la guerra.
y no duran de joven los frutos más que cuanto en la tierra derrámase el sol.
Pero después que esa edad del hombre ha pasado, sin duda que ya estar muerto
resulta mejor que vivir. Son muchas las penas del alma: de unos la casa se hunde y vienen las
tristes obras de la escasez; a otro le faltan los hijos y al Hades se va bajo tierra
sin que haya podido su ansia acallar; otro sufre un morbo acerbo;
y así no hay humano a quien no le envíe de males un cúmulo Zeus.
9
Sí; al Sol le ha tocado un trabajo de todos los días,
y nunca les sale, ni a sus caballos ni a él,
descanso ninguno, después que la Aurora de dedos de rosa,
dejado el Océano, sube a lo alto del cielo. Pues una cama de encanto, profunda,
con alas, forjada en oro precioso por manos de Hefesto, lo lleva,
sumido en ávido sueño, del mar a través, y rozando la espuma del agua,
de las Hespérides pasa al país de los Negros; allí sus caballos lo esperan
y la ágil carroza, hasta que llega la Aurora temprana.
Y entonces el hijo del noble Hiperión se sube en el carro.
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Y qué vida, y qué goce, quitando a Afrodita de oro?
Morirme quisiera, cuando no importen ya más
los amores ocultos, los dulces obsequios, la cama,
cuanto de amable tiene la flor de la edad para hombre y mujer;
pues tan pronto llega la triste vejez, que hace al hombre feo y malo a la par,
sin cesar le consumen el alma los viles cuidados,
ya no se alegra mirando a los rayos del sol, los muchachos le odian, lo vejan también las mujeres;
tan terrible dispuso Dios la vejez.
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Después que, dejada la villa de Pilos Nelea,
en nuestros navios llegamos al Asia deseada
y a Colofón la amable atacamos con fuerza aplastante
y allí nos quedamos, venciendo en la recia embestida;
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Y al cuarto septenio es cuando tiene la fuerza más grande, entre los hombres segura señal del valor.
Y el quinto es el tiempo en que el hombre debiera pensar en casarse y procurar obtener
descendencia de hijos.
Y al sexto madura la mente del hombre en todas las cosas y ya en adelante no quiere descuido en
sus actos.
Y al séptimo tiene el juicio y el habla mejores, lo mismo que al octavo;
y suman los dos catorce años. Y al noveno, le queda poder;
no obstante, es más débil, mirando al perfecto valor, en lengua y prudencia.
Y al décimo, si alguien lo alcanza y llega hasta el límite, no vendrá antes de tiempo a buscarlo la
muerte.
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Nunca nuestra ciudad morirá por decreto de Zeus ni por voluntad de los dioses siempre felices;
pues la magnánima hija de un padre fuerte la guarda, Palas Atena, poniéndole encima las manos.
Quienes tratan de hundir la ciudad, estúpidamente, son sus propios vecinos,
pensando en ganancias, y el juicio perverso de los caudillos del pueblo, llamados
a pagar con dolor su enorme arrogancia; pues no saben frenar los excesos,
ni un límite darle a la alegría de hoy, calmando el banquete. y se enriquecen,
siguiendo injustos empeños y sin respeto ninguno, todo lo roban y todo lo pillan,
sagrado y profano, cada uno a su modo, y no vigilan los fundamentos augustos de la justicia
que calla, y presente y pasado conoce, y con el tiempo, torna, sin falta, a vengarse.
Ya no vuelve a sanar, la ciudad que padece esa llaga; y no tarda en caer en la vil servidumbre
que despierta interna discordia y la guerra dormida, destructora de tantos magníficos
jóvenes; pues una bella ciudad se agota enseguida, por obra de sus enemigos,
con bandos que alientan los malos. Y mientras cunde por todo el común la desgracia,
son muchos los de entre los pobres que salen a tierra extranjera ii servir como esclavos,
y se atan con lazos infames. Así que a la casa de todos llega el mal del común;
y no bastan ya a sujetarlo las puertas de entrada; pasa de un salto el alto cercado,
y al fin da con uno, aunque vaya a esconderse al fondo del cuarto.
Mi alma me ordena que esto a la gente de Atenas enseñe: que el Mal Gobierno le trae aflicciones
al pueblo, y que el Buen Gobierno todo lo pone en orden y a punto, y que ata a menudo
con grillos al malo; pule asperezas, modera la hartura, disipa el abuso, marchita los brotes
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De la nube procede la fuerza de nieve o granizo, y el trueno se forma
a partir del rayo brillante; y una ciudad con los grandes empieza a morir,
y a un monarca cae en servir el común por su propia ignorancia;
y al que se exaltó demasiado no es fácil después contenerlo,
y hubiera sido mejor pensar antes en todo.
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Pero, si sigues haciéndome caso, quita ese verso, y no te enfade el que yo lo entienda mejor,
cámbialo, dulce poeta, y canta de esta manera: «A los ochenta me coja la muerte fatal».
No me venga una muerte sin lágrimas, no: a los amigos quisiera dejar,
al morir, dolor y lamentos. Y cuanto más viejo soy, más cosas aprendo.
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Y yo ¿por qué acabé, sin alcanzar aquello porque congregaba al pueblo?
Pídase, acerca de eso, testimonio, en el juicio del tiempo,
a la suprema madre de los olímpicos divinos, la oscura Tierra,
de quien arranqué los linderos hincados dondequiera,
y, siendo antes esclava, ahora es libre. Y a Atenas, a la patria que les dieran los dioses,
del exilio hice volver a mucho esclavizado sin razón, o con razón,
y a otros que un apremio urgente hizo escapar y ya no hablaban el ático,
de tanto andar vagando; y al que estaba aquí mismo en vergonzosa servidumbre,
y temblaba viendo al amo de mal humor, le di la libertad.
Y esto lo conseguí por imponerme trabando la justicia con la fuerza,
y acabé como había prometido. Y escribí leyes donde acomodaba,
lo mismo para el vil que para el noble, justicia recta para cada uno.
Y si otro en cambio coge el aguijón, un insensato amigo de ganancias,
seguro que se le revuelve el pueblo; de haber yo mismo sostenido
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Ya que están limpios, ahora, el suelo, y las manos de todos, y las copas;
y hay uno que pone coronas trenzadas,
y otro que pasa un perfume oloroso en un frasco;
y se alza la crátera, llena hasta el borde de dicha
y hay más vino en reserva, que dice no habrá de faltarnos nunca,
y que huele a flores, suave, en los cascos;
y difunde el incienso su santo aroma en el medio;
y fresca y dulce y limpia está el agua, y a mano los rubios panes esperan
y, tal que impone respeto, la mesa, de queso y de miel suculenta cargada;
y cubren el ara del centro por todas partes las flores;
y envuelven toda la casa el canto y la fiesta: deben primero los comensales
al dios entonarle un himno con pías historias y puras palabras;
y, hecha ya libación y habiendo implorado la fuerza de hacer lo que es justo
—eso, sin duda, es más propio—, no hay abuso en beber hasta donde lo habido
no impida volver sin criado a la casa, no siendo un anciano;
y al hombre se debe alabar que demuestra, al beber,
su nobleza en que se acuerda del bien y se esfuerza en lograrlo,
y que no viene a contar las batallas que nuestros abuelos fingieron entre Titanes,
Gigantes, Centauros, ni violentas querellas, que en eso no hay nada que sirva;
y es bueno guardarles respeto, siempre, a los dioses.
2
Si uno por su viveza en los pies, o en la quíntuple prueba,
obtiene el triunfo donde el recinto de Zeus,
junto a las aguas del Pisa, en Olimpia, o vence en la lucha,
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o gana en el arte del púgil lastimador, o en la espantosa porfía que llaman pancracio,
es probable que ya sus vecinos al verlo lo estimen mejor y que obtenga en los juegos
un puesto de honor, destacado, y que por cuenta del pueblo alimento
le den en la ciudad y un presente que sea un recuerdo; y que saque
todo eso mismo si vence en los carros también, sin ser como yo
acreedor a esos premios: mejor que la fuerza de hombres o potros es, de verdad,
mi saber. Pero en esa materia se piensa muy mal, y no es justo que se prefiera
la fuerza a un útil saber. No porque haya entre el pueblo uno que sea un buen púgil
o bueno en la quíntuple prueba o que sepa luchar o tenga viveza en los pie
—el más estimado de todos los ejercicios donde del hombre el vigor se prueba en los juegos—,
no está por eso mejor gobernada la ciudad, ni tendrá una alegría mayor
porque triunfe un atleta en certamen a la orilla del Pisa;
que eso no llena de la ciudad el almacén.
3
Y habiendo adoptado, imitando a los lidios, inútiles lujos,
mientras de un execrable dominio estuvieron libres aún,
a la plaza acudían con mantos teñidos todos de púrpura,
mil en total por lo menos, e iban, ufanos, felices con sus elegantes peinados,
esparciendo el olor de exquisitos perfumes.
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Sesenta y siete años han paseado ya mis pensamientos
por la tierra de Grecia; y desde mi nacimiento
habían pasado veinte y cinco además, si es que yo puedo testimoniar
exactamente sobre estas cosas. (Trad. Adrados.)
138
Muchacho, es Zeus tonante quien prescribe de todo el desenlace,
y quien lo pone por donde él quiere. En cambio, entre los hombres no cunde el tino,
no, que, pasajeros, vivimos como bestias, ignorantes del término que Dios le dará a todo.
Pero, mientras discurren lo imposible, sustenta la esperanza a los humanos:
unos aguardan a que venga el día, otros confían en que cambie el año.
No hay quien no espere, para el año próximo, hacerse amigo de fortuna y bienes.
Y a uno la vejez se le adelanta antes del plazo. A otros los consumen viles dolencias.
Y a otros, subyugados por Ares, los manda Hades bajo tierra.
Otros, dentro del mar, zarandeados por la borrasca y el oleaje azul,
perecen trabajando por la vida. Y otros se atan un lazo, ¡desdichados!,
y a voluntad dejan la luz del sol. Libre de mal, no hay nada;
innumerables hados funestos y calamidades imprevistas y penas sufre el hombre.
Mas, si me hicieran caso, no andaríamos amando el daño,
ni poniendo el ánimo en la amargura nos torturaríamos.
143
Dijo una cosa muy bella el poeta de Quíos: «Como brotan las hojas,
igual se suceden los hombres». Pocos son los mortales que prestan oído
y guardan en su corazón la sentencia; y es que en todos vive la misma esperanza,
que prende en el pecho del joven. Mientras goza un mortal de la amable flor de sus años,
tiene el ánimo leve, y discurre imposibles. No espera que habrá de venir la vejez
ni que debe morir, ni, mientras tenga salud, en el morbo repara.
Necios, esos que piensan así y que no saben que es corto el tiempo
que duran la juventud y la vida del hombre. Tú, desengáñate y, ya que vivir tiene un término,
esfuérzate, y déjale al alma que goce del bien.
ALCMÁN (630)
146
Llenadme, Musas del Olimpo, el alma
con el amor de una nueva canción:
13
sobre Pérgamo la muy desdichada. Pero hoy no estoy de humor de celebrar ni a Paris,
que engañó a su mismo huésped, ni a Casandra, la de exquisitos tobillos,
ni a ningún otro Priámida, ni el día incalificable en el que Troya,
la de las altas puertas, fue tomada; ni otra vez quiero recordar
la eminente excelencia de los héroes llevados en las naves claveteadas
para daño de Troya; nobles héroes, a quienes el potente Agamenón mandó,
el rey Plistenida, caudillo de la tropa, hijo de un padre también noble, Atreo.
Eso, las sabias Musas Heliconides bien podrían tomarlo como tema,
pero es difícil que un mortal fuera en vida capaz de referir todo lo de las naves,
y de cómo Menelao pasó, zarpando de Aulis, de Argos a Troya rica en potros
cruzando el mar Egeo, con sus hombres, los aqueos,
armados con escudo de bronce, de entre quienes fue el mejor, con lanza,
Aquiles el de pies veloces, y Áyax, el grande y fuerte hijo de Telamón, el hijo de Tideo.
a hacerte amigo de un malvado: ¿qué provecho hay en que un villano sea amigo de uno?
No te podría salvar de una situación difícil ni del infortunio; y si tuviera alguna cosa buena,
no querría hacerte partícipe de ella. Ninguna gratitud obtiene el que hace bien a la gente vil:
es igual que sembrar en las aguas de la mar espumosa. Porque ni segarás
una gran cosecha si siembras en el mar, ni, si haces bien a los villanos,
recibirás a cambio beneficios; pues la gente baja tiene aspiraciones insaciables
y si yerras en una cosa, el agradecimiento por los favores anteriores, se borra;
mientras que los hombres de bien, al recibir un beneficio, son los que más lo aprecian
y en el futuro tienen memoria y agradecimiento de aquellos favores.
No hagáis jamás vuestro compañero querido a un hombre vil;huidle siempre como a un mal puerto.
(v. 114)
Cúmpleme, oh Zeus Olímpico, mi justa plegaria y concédeme, a cambio de los males,
gozar también de algún bien. O alá muera si no hallo algún respiro
de mis tristes pensamientos y no causo dolores a cambio de los míos.
Pues tal es mi destino y no se cum ple mi venganza
sobre los que se han adueñado de mis bienes arrancándomelos por la violencia;
como un perro he atravesado un barranco llevándomelo todo la corriente del torrente.
Séame dado beber su negra sangre y ojalá me dirija su m irada algún numen propicio
que lleve a efecto estas cosas conforme a mi deseo. Oh vil pobreza
¿por qué te quedas conmigo y dejas de irte con otro hombre?
No me ames contra mi voluntad; vete a visitar otra casa
y no participes continuamente de mi vida desgraciada. –v-348-354.)
Lo que ha sucedido, es imposible hacer que no haya tenido lugar;
del futuro es de lo que h ay que cuidarse. En todas las acciones h ay peligro
y nadie sabe al comienzo de una empresa cuál va ser su final:
el que intenta ganar fama por falta de previsión cae en un grande y terrible infortunio,
mientras que al que obra bien la divinidad le da en todo el buen éxito,
que le libera de su insensatez. Es preciso aceptar con valor los regalos
que los dioses hacen a los hombres mortales y soportar fácilmente
lo que de bueno y de malo nos dan en suerte: no angusties en demasía
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SIMÓNIDES 520 a. C.
206
¿Quién se ciñó, de los de ahora,
por su victoria en el certamen
con los vecinos, tantas hojas de mirto
o coronas de rosas?
214
La humana fortaleza es poca, y vanos, los cuidados,
y nuestra vida breve añade trabajo a los trabajos;
la muerte ineluctable a todos igual nos amenaza;
que igual porción de muerte toca
a buenos y a malvados.
215
Siendo humano, nunca digas lo que va a pasar mañana;
ni, si ves feliz a un hombre, cuánto tiempo ha de durarle.
No es más rápido el esguince de la mosca de ala larga
que el mudar de los mortales.
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De los que en las Termopilas cayeron
gloriosa es la fortuna
y noble es el destino,
y es un altar la tumba,
y en vez de llanto tienen el recuerdo
y la alabanza por lamento; y nunca
desaparecerá esta sepultura
por descaecimiento
ni por el que lo doma todo, el tiempo.
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SAFO 600 a. C.
Himno a Afrodita
Hija de Zeus trenzadora de engaños, yo te imploro,
con angustias y penas no esclavices mi corazón,
Señora, ven en vez de eso aquí, si en verdad ya otra vez
mi voz oíste desde lejos y me escuchaste
y abandonando la mansión del padre viniste,
el áureo carro luego de uncir: bellos, veloces gorriones
te trajeron sobre la tierra negra batiendo con vigor sus alas
desde el cielo por en medio del éter. Presto llegaron:
y tú, diosa feliz, sonriendo con tu rostro inmortal me preguntabas
qué me sucedía y para qué otra vez te llamo
y qué es lo que en mi loco corazón más quiero que me ocurra:
«¿A quién muevo esta vez a sujetarse a tu cariño?
Safo, ¿quién es la que te agravia?
Si ha huido de ti, pronto vendrá a buscarte;
si no acepta regalos, los dará; si no te ama, bien pronto te amará
aunque no lo quiera». Ven, pues, también ahora,
22
me hace estremecerme,
esa pequeña bestia dulce y amarga,
contra la que no hay quien se defienda […].
Trad. Rodríguez Adrados
251
Cipria y Nereides, otorgadme
que vuelva acá mi hermano, incólume,
y que se cumpla todo cuanto
quisiera en su alma que ocurriese,
y que todas sus faltas pague
y traiga dicha a sus amigos
y un tormento a sus enemigos
que igual no nos toque sufrirlo,
y que quiera hacerle a su hermana algún honor,
y que se rompan los lazos
de las tristes penas que antes sufría. . .
252
Me parece el igual de un dios, el hombre
que frente a ti se sienta, y tan de cerca
te escucha absorto hablarle con dulzura y
reírte con amor.
Eso, no miento, no, me sobresalta
dentro del pecho el corazón; pues cuando
te miro un solo instante, ya no puedo
decir ni una palabra,
la lengua se me hiela, y un sutil
fuego no tarda en recorrer mi piel,
mis ojos no ven nada, y el oído
me zumba, y un sudor frío
me cubre, y un temblor me agita
24
ALCEO 600 a. C.
292
Yo, desdichado,
llevo una vida de aldeano rústico
en donde echo a faltar, Agesilaidas,
las voces que convocan la Asamblea
o el Consejo: de aquello que mi padre
y el padre de mi padre compartieron,
hasta viejos, con estos ciudadanos
que se dañan los unos a los otros,
yo vivo desposeído, y exilado en remoto lugar. Solo, entre lobos,
hice mi casa aquí, como Onomacles,
preparando la guerra; que es innoble
no revolverse contra los que mandan.
Entre tanto, al recinto de los dioses
felices voy, pisando el suelo negro,
a recrearme en sus mismos visitantes;
y, lejos del peligro, me establezco
en donde, compitiendo en hermosura,
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HIPONACTE Finales s. VI
Trad. Rodríguez Adrados
28
Infame Mimnes, no pintes en el costado de bancos numerosos
de un trirreme una serpiente que huya desde el espolón
en dirección al piloto; pues es una desgracia y una infamia para el piloto,
oh esclavo hijo de esclavo, el que una serpiente le muerda la espinilla.
32
Hermes, querido Hermes, hijo de Maya, nacido en Cilena,
imploro tu ayuda, pues tengo un frío terrible.
28
ANACREONTE 530 a. C.
Traducciones: Rodríguez Adrados
6
A Artemis
Te imploro de rodillas, cazadora de ciervos,
rubia hija de Zeus, Artemis señora de las bestias salvajes:
tú que ahora junto a 1os remolinos del Leteo contemplas
esa ciudad de hombres valientes, alegre,
pues pastoreas a unos ciudadanos nada rudos.
13
Ea, muchacho, tráenos una jarra
29
79
Quiero cantar a Eros tierno,
coronado de guirnaldas entretejidas con flores:
él manda sobre los dioses,
es él quien subyuga al hombre. (Trad. Ferraté)
ANACREÓNTICAS
Trad. M. Castillo Didier
BAQUÍLIDES
Epinicio III
Estrofa
A la soberana de Sicilia de óptimos frutos, de Démeter,
y a Core, coronada de violetas, canta Clío de dulces dones,
32
E l hombre e s flor de un día: ¿Qué soy? ¿ó qué no soy? ¿quién m e diría? Sombra somos : ¿qué
digo? D e sombra fugitiva sueño vano.