Quiero Cantar Salmo 57 56 Comentario

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QUIERO CANTAR

Salmo 57 (56)

Literalmente, el salmo 56 es la oración de un perseguido. Los peligros son gravísimos: el salmista se ve


echado entre leones devoradores de hombres, con una fosa ante sus pies para que caiga en ella. Pero, a
pesar de tanto peligro, se siente seguro, en paz, e incluso es tanta la seguridad que tiene del auxilio de
Dios, que se ve ya librado y entona un canto de acción de gracias: Mi corazón está firme; voy a cantar y a
tocar.
Este salmo puede ser el telón de fondo de nuestra oración, sobre todo por la mañana, hora de la
resurrección de Cristo. Estamos, es cierto, rodeados de peligros y dificultades; nuestro enemigo, el diablo,
ronda buscando a quien devorar, pero nuestra esperanza tiene su firme fundamento en la contemplación del
Señor resucitado. También él fue tentado, también él vio una red tendida a sus pasos, pero cayeron en ella
sus enemigos, la muerte y el pecado, mientras él experimentó cómo Dios Padre, desde el cielo, le envió la
salvación, arrancándolo del sepulcro.
Acrecentemos nuestra esperanza: de todas nuestras angustias nos librará el Señor (2 Tm 3,11) y
despertemos la aurora de este nuevo día dando gracias a Dios, que nos ha hecho renacer a una nueva
esperanza por medio de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (cf. 1 Pe 1,3).
(Pedro Farnés)

CATEQUESIS DE JUAN PABLO II

1. Es una noche tenebrosa, en la que merodean fieras voraces. El orante está esperando que
despunte el alba, para que la luz venza la oscuridad y los miedos. Este es el telón de fondo del
salmo 56, sobre el que hoy vamos a reflexionar: un canto nocturno que prepara al orante para
la llegada de la luz de la aurora, esperada con ansia, a fin de poder alabar al Señor con alegría
(cf. vv. 9-12). En efecto, el salmo pasa de la dramática lamentación dirigida a Dios a la
esperanza serena y a la acción de gracias gozosa, expresada con las palabras que resonarán
también más adelante, en otro salmo (cf. Sal 107,2-6).

En la práctica, se trata del paso del miedo a la alegría, de la noche al día, de una pesadilla a la
serenidad, de la súplica a la alabanza. Es una experiencia que describe con frecuencia el Salterio:
«Cambiaste mi luto en danzas; me desataste el sayal y me has vestido de fiesta; te cantará mi
alma sin callarse. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre» (Sal 29,12-13).

2. Por tanto, son dos los momentos del salmo 56 que estamos meditando. El primero se
refiere a la experiencia del miedo ante el asalto del mal que intenta herir al justo (cf. vv. 2-7).
En el centro de la escena hay leones preparados para el ataque. Muy pronto esta imagen se
transforma en un símbolo bélico, delineado con lanzas, flechas y espadas. El orante se siente
asaltado por una especie de escuadrón de la muerte. En torno a él ronda una banda de
cazadores, que tiende redes y cava fosas para capturar a su presa. Pero este clima de tensión
desaparece en seguida. En efecto, ya al inicio (cf. v. 2) aparece el símbolo protector de las alas
divinas, que aluden concretamente al Arca de la alianza con los querubines alados, es decir, a la
presencia de Dios entre los fieles en el templo santo de Sión.

3. El orante pide insistentemente a Dios que mande desde el cielo a sus mensajeros, a los cuales
atribuye los nombres emblemáticos de «Fidelidad» y «Gracia» (v. 4), cualidades propias del amor
salvífico de Dios. Por eso, aunque lo atemorizan el rugido terrible de las fieras y la perfidia de los
perseguidores, el fiel en su interior permanece sereno y confiado, como Daniel en la fosa de los
leones (cf. Dn 6,17-25).

La presencia del Señor no tarda en mostrar su eficacia, mediante el castigo de los enemigos:
estos caen en la fosa que habían cavado para el justo (cf. v. 7). Esa confianza en la justicia
divina, siempre viva en el Salterio, impide el desaliento y la rendición ante la prepotencia del mal.
Más tarde o más temprano, Dios, que desmonta las maquinaciones de los impíos haciéndoles
tropezar en sus mismos proyectos malvados, se pone de parte del fiel.

4. Así llegamos al segundo momento del salmo, el de la acción de gracias (cf. vv. 8-12). Hay
un pasaje que brilla por su intensidad y belleza: «Mi corazón está firme, Dios mío, mi corazón está
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firme. Voy a cantar y a tocar: despierta, gloria mía; despertad cítara y arpa, despertaré a la
aurora» (vv. 8-9). Las tinieblas ya se han disipado: el alba de la salvación se ha acercado
gracias al canto del orante.

El salmista, al aplicarse a sí mismo esta imagen, tal vez traduce con los términos de la religiosidad
bíblica, rigurosamente monoteísta, el uso de los sacerdotes egipcios o fenicios encargados de
«despertar a la aurora», es decir, de hacer que volviera a aparecer el sol, considerado una
divinidad benéfica. Alude también a la costumbre de colgar y velar los instrumentos musicales en
tiempo de luto y prueba (cf. Sal 136,2) y de «despertarlos» con el sonido festivo en el tiempo de la
liberación y de la alegría. Así pues, la liturgia hace brotar la esperanza: se dirige a Dios invitándolo
a acercarse nuevamente a su pueblo y a escuchar su súplica. A menudo en el Salterio el alba es
el momento en que Dios escucha, después de una noche de oración.

5. Así, el salmo concluye con un cántico de alabanza dirigido al Señor, que actúa con sus dos
grandes cualidades salvíficas, ya citadas con términos diferentes en la primera parte de la súplica
(cf. v. 4). Ahora aparecen, casi personificadas, la Bondad y la Fidelidad divina, las cuales
inundan los cielos con su presencia y son como la luz que brilla en la oscuridad de las pruebas y
de las persecuciones (cf. v. 11). Por este motivo, en la tradición cristiana el salmo 56 se ha
transformado en canto del despertar a la luz y a la alegría pascual, que se irradia en el fiel
eliminando el miedo a la muerte y abriendo el horizonte de la gloria celestial.

6. San Gregorio de Nisa descubre en las palabras de este salmo una especie de descripción típica
de lo que acontece en toda experiencia humana abierta al reconocimiento de la sabiduría de Dios.
«Me salvó -exclama- habiéndome cubierto con la sombra de la nube del Espíritu, y los que me
habían pisoteado han quedado humillados» (Sui titoli dei Salmi, Roma 1994, p. 183).

Refiriéndose luego a las expresiones finales del salmo, donde se dice: «Elévate sobre el cielo,
Dios mío, y llene la tierra tu gloria», concluye: «En la medida en que la gloria de Dios se extiende
sobre la tierra, aumentada por la fe de los que son salvados, las potencias celestiales, exultando
por nuestra salvación, alaban a Dios» (ib., p. 184).

- Fuente: Juan Pablo II, Catequesis sobre los Salmos, Audiencia general del 19-IX-2001.

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Nota a los salmistas: El objetivo de estos documentos es ayudar al salmista a profundizar en el


canto. Os rogamos no usarlo para dar una larga catequesis sobre el canto a la asamblea.
Estos escritos podrían no obstante darnos alguna idea clave para transmitirla a la asamblea,
según el contexto de la celebración litúrgica, con la intención que ésta sea un verdadero
encuentro con Cristo resucitado.

Este y otros comentarios en: http://www.cruzgloriosa.org/cantos/comentarios

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