06 ORACION EN FAMILIA CAMINANDO CON... Lunes XV SEMANA TO 13-07-2020

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 10

ORACION EN FAMILIA

CAMINANDO CON…
Lunes, 13 Julio, 2020
XV Semana del Tiempo ordinario

Cristo viene al mundo para realizar la instauración del Reino de Dios, para ello requiere que el hombre sea redimido,
liberado de ataduras que lo alejan de Dios.
La obra debe continuar y los discípulos deben hacerlo viviendo las exigencias que presenta el evangelio. Pidamos que
cada bautizado sea un discípulo misionero, que caminemos por la senda que Jesucristo nos marcó con su vida y obra,
y el reinado de Dios sea una realidad en el mundo.

HIMNO DE LA INFANCIA MISIONERA DE COLOMBIA


Fuego he venido a traer a la tierra,
quiero que arda sin descansar,
soy misionero y aunque pequeño,
sirvo con gozo al rey celestial.

Virgen santísima, mira a los niños,


que por el mundo sin amor van,
ruega por ellos y por nosotros,
por que anhelamos a Dios llegar.
Oh San Francisco, gran misionero,
que en el oriente voz del señor,
haz que nosotros todos podamos,
dar testimonio del dios amor.

Oh Teresita, nuestra patrona,


haz que aprendamos con dios hablar,
y que imitemos tu vida santa,
que por las almas supiste dar.

Con oraciones y con limosnas,


con sacrificio vida de amor
colaboramos con eficacia,
a construir tu reino señor.

Animador o coordinador de la celebración: En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.
Todos se santiguan y responden: Amén.

ANTÍFONA DE ENTRADA Mt 13, 33


El Reino de los cielos se parece a un poco de levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina, y
toda la masa acabó por fermentar

Bendigamos al Señor, que ha querido reunir en su Hijo a todos los hijos dispersos, que se ha dignado habitar en toda
casa consagrada a la oración, hacer de nosotros, con la ayuda constante de su gracia, templo suyo y morada del
Espíritu Santo, y con su acción constante santificar a la Iglesia, esposa de Cristo, representada en edificios visibles,
y, en estos tiempos de dificultades sanitarias, quiere que nuestras casas, nuestras residencias, sean templos, donde
nos invita bondadosamente a la oración y a la mesa de la Palabra, como Cuerpo de Cristo, como Iglesia, que somos y
también como familia, Iglesia doméstica, y ser resplandecientes por la santidad de vida.
TODOS: Bendito sea Dios por siempre.

INVOCACION AL ESPÍRITU SANTO


Oh Dios, que has instruido a tus fieles, iluminando sus corazones con la luz del Espíritu Santo, Amor del Padre y del
Hijo, concédenos obtener por el mismo Espíritu el gustar del bien y gozar siempre de sus consuelos.
Gloria, adoración, amor, bendición a Ti eterno divino Espíritu, que nos ha traído a la tierra al Salvador de nuestras
almas. Y gloria y honor a su adorabilísimo Corazón que nos ama con infinito amor.
Señor Jesús, envía tú Espíritu, para que con su asistencia y su luz, además, la Palabra, escrita en la Biblia,
descubramos la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de la vida y bebamos esperanza en la fuente de
vida y resurrección. Y podamos caminar contigo en medio de la realidad histórica que nos ha correspondido vivir.
Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las
personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros,
podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de
nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz.
Oh Espíritu Santo, alma del alma nuestra, te adoramos: ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los
tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de
la Palabra y revelarnos sus más íntimos secretos, guíanos, fortifícanos, consuélanos, enséñanos lo que debemos
hacer, danos tus órdenes.
Te prometemos someternos a lo que permitas que nos suceda: haznos sólo conocer tu voluntad.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado
concebida.
ACTO PENITENCIAL
Animador o coordinador de la celebración: invita a los participantes al arrepentimiento:
Hermanos: El Señor Jesús, que nos invita a la mesa de la Palabra, nos llama ahora a la conversión. Reconozcamos,
pues, que somos pecadores e invoquemos con esperanza la misericordia de Dios.
Después de unos momentos de silencio, prosigue:
 Palabra eterna del Padre, por la que todo ha venido a la existencia: Señor, ten piedad.
 Luz verdadera, que ha venido al mundo y a quien el mundo no recibió: Cristo, ten piedad.
 Hijo de Dios, que, hecho carne, has acampado entre nosotros: Señor, ten piedad.
Animador o coordinador de la celebración dice la siguiente plegaria Dios es un Padre misericordioso que, a pesar
de que nosotros nos alejamos de Él, siempre nos espera para darnos el abrazo del perdón, perdone nuestros pecados
y nos lleva a la vida eterna.
TODOS: Amén

ORACIÓN COLECTA
¡Oh Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados, para que puedan volver al buen camino!,
Hemos aceptado tu invitación para seguir a tu Hijo Jesús como discípulos. Concédenos a todos los cristianos
rechazar lo que es indigno de este nombre y cumplir cuanto en él se significa, y que tu Santo Espíritu nos dé
sabiduría y fortaleza para tomar en serio nuestra fe y para aceptar nuestra misión de discípulos misioneros siempre
dispuestos a cumplir con las exigencias del amor de Dios. Y que nos ayude a seguir a tu Hijo sin miedo y sin
desaliento, porque estamos convencidos de que Jesús nos llevará a ti, Dios nuestro de amor y de bondad, por los
siglos de los siglos.

DIOS NOS HABLA


PRIMERA LECTURA
Lectura del libro del profeta Isaías 1, 10-17
¡Escuchen la palabra del Señor, jefes de Sodoma! ¡Presten atención a la instrucción de nuestro Dios, pueblo de
Gomorra!
¿Qué me importa la multitud de sus sacrificios? -dice el Señor-. Estoy harto de holocaustos de carneros y de la
grasa de animales cebados;
No quiero más sangre de toros, corderos y chivos. Cuando ustedes vienen a ver mi rostro, ¿quién les ha pedido que
pisen mis atrios?
No me sigan trayendo vanas ofrendas; el incienso es para mí una abominación. Luna nueva, sábado, convocación a la
asamblea… ¡no puedo aguantar la falsedad y la fiesta! Sus lunas nuevas y solemnidades las detesto con toda mi alma;
se han vuelto para mí una carga que estoy cansado de soportar.
Cuando extienden sus manos, yo cierro los ojos; por más que multipliquen las plegarias, yo no escucho: ¡las manos de
ustedes están llenas de sangre!
¡Lávense, purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones! ¡Cesen de hacer el mal, aprendan a hacer el
bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda! Palabra de Dios.

SALMO Sal 49, 8-9. 16b-17. 21 y 23 (R.: 23b)

R. Al que va por el buen camino, le haré gustar la salvación de Dios.

No te acuso por tus sacrificios:


¡Tus holocaustos están siempre en mi presencia!
Pero yo no necesito los novillos de tu casa
ni los cabritos de tus corrales. R.

¿Cómo te atreves a pregonar mis mandamientos


y a mencionar mi alianza con tu boca,
tú, que aborreces toda enseñanza
y te despreocupas de mis palabras? R.

Haces esto, ¿y yo me voy a callar?


¿Piensas acaso que soy como tú?
Te acusaré y te argüiré cara a cara.
El que ofrece sacrificios de alabanza,
me honra de verdad;
y al que va por el buen camino,
le haré gustar la salvación de Dios. R.

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Mt 5, 10


Aleluya, aleluya. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los
cielos. Aleluya, aleluya.

EVANGELIO
Escuchemos la lectura del santo Evangelio según san Mateo 10, 34-11,1
Jesús dijo a sus apóstoles:
“No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a
enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como
enemigos a los de su propia casa.
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no
es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que
pierda su vida por mí, la encontrará.
El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió.
El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser
justo, tendrá la recompensa de un justo.
Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por
ser mi discípulo, no quedará sin recompensa”.
Cuando Jesús terminó de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí, para enseñar y predicar en las
ciudades de la región. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

REFLEXIÓN
Terminadas las lecturas el Animador o coordinador de la celebración entabla un diálogo con reflexión y respuesta a
esa Palabra proclamada y meditada para provecho de todos. Para ello, leamos personalmente los textos que se nos
proclamado. Y preguntarnos ¿Qué dice el texto? ¿Qué nos motiva hacer?

Después de compartir, leer la siguiente reflexión:


Les propongo unas pautas para interiorizar la Palabra de Dios, y como María, meditarla en nuestro corazón, bajarla
de nuestra mente al centro de nuestra existencia, a nuestra intimidad, y entrando en nuestra existencia, caminar
con Cristo, la Iglesia, la familia, en la situación histórica.
La V Conferencia de los Obispos de América Latina, que tuvo lugar en Aparecida del Norte, Brasil, elaboró un
documento muy importante sobre el tema: “Discípulos y Misioneros/as de Jesucristo, para que en El nuestros
pueblos tengan vida”.
La Palabras del Señor que estamos meditando en estos días, especialmente el Sermón de la Misión del Capítulo 10
del Evangelio de San Mateo, ofrece muchas luces para poder realizar la misión de discípulos y misioneros de
Jesucristo.
En el centro del proceso de formación y preparación misionera de los discípulos, Jesús establece criterios
profundos y duros de digerir.
Tanto el profeta Isaías como el mismo Señor Jesús están conscientes de las consecuencias que produce la puesta en
práctica de la voluntad de Dios, tanto en el ámbito de las relaciones personales como en la convivencia social.
Quien se decida quedar bien delante de Dios no puede conformarse con recitar plegarias y ofrecer sacrificios,
hacer promesas e ir a misa, necesita dar un giro radical a sus actitudes cotidianas.
La protección de los débiles, el respeto de los derechos propios y ajenos son señales del cambio espiritual que Dios
espera de su pueblo. Este cambio personal genera un cambio social que frecuentemente encuentra resistencias
notables.
Isaías, el profeta escritor más importante de Israel se hace portavoz de un Dios que se queja de su pueblo.
Dios no quiere el culto o la liturgia como se está realiza en el Templo. Lo que Dios rechaza es un culto hecho de
palabras y mucho incienso, pero “con las manos llenas de sangre”, Cuando nuestra voz brota del odio o del egoísmo
rebota en el muro del cielo. Es decir, con la vida de los demás en nuestras manos y sin hacer nada por ellos.
No se puede engañar a Dios con ritos y oraciones, si esa liturgia no va acompañada de justicia social. La liturgia no
puede ser tranquilizadora de conciencias.
El mismo Dios que había ordenado ritos en las prescripciones que aparecen en el libro del Levítico 1, 1-17; 23, 1-8; es
el que les dice que no tienen ningún valor a sus ojos y le repugnan si no brotan de lo íntimo de un corazón sincero,
sino no expresan algo íntimo, profundo. Si solo son gestos exteriores.
Así, las palabras de Isaías resuenan como gritos de la verdad, de la sinceridad, de la sensatez humana y de la
sabiduría divina. Si queremos ser amigos de Dios y de los hombres, no podemos tener doblez de mente, corazón y
obras. Un corazón sencillo, humilde, compasivo, amigable, hace sonreír a Dios Padre.
Nuestro pensamiento ha de ser coherente con la verdad del Evangelio y no traicionarla por intereses bastardos,
bajo capa aparente de verdad. Nuestro corazón ha de sentirse atraído por el bien y felicidad de los hombres,
dándoles la mano y la ayuda que podamos, sin intereses. Nuestras obras, si son buenas, hablarán de lo que
interiormente vivimos; y si son malas, nos denunciarán por infidelidad.
Dios se solidariza con los débiles y oprimidos. El verdadero culto que Dios espera está en la vida cotidiana en
servicio de los demás, especialmente de los más débiles.
Ello requiere lo que Jesús insta a los discípulos: optar definitivamente por el Reino. Por el Reino hay que dejarlo
todo. Radicalmente. Totalmente.
Terminamos hoy la lectura del “discurso de la misión”, el capítulo 10 de Mateo.
Jesús es radical y severo respecto al seguimiento cristiano. En primer lugar, Jesús exige un amor preferencial por
Él; en segundo lugar, el apóstol debe incluir su cruz personal en su vida de seguimiento a Jesús. Y, en tercer lugar,
Jesús señala que el misionero tiene que estar dispuesto a dar la vida por él.
Y lo hacemos con unas afirmaciones paradójicas de Jesús: él ha venido, no a traer paz, sino espadas y divisiones en
la familia; hay que amarle más a él que a los propios padres; el que busque con sus cálculos conservar su vida, la
perderá; hay que cargar la cruz al hombro para ser dignos de él.
Jesús nos pide que tomemos nuestra cruz. Tomar la cruz para seguirlo, en una opción que rechaza el mal en todas
sus formas, y expresa el amor en gestos sencillos y concretos, dirigidos a los más pequeños, nos hace experimentar
la dignidad de los hijos de Dios.
Todo esto es imposible con el sólo deseo o esfuerzo, es fruto en nuestra vida de un amor que nos amó primero hasta
dar la vida.
El que nos invita a cargar la cruz y seguirlo; ha cargado primero, por amor a nosotros, la cruz siguiendo
obedientemente la voluntad del Padre.
Así, nos pide la entrega total a la causa del Reino. Esa es la única razón válida para Jesús.
Jesús nos quiere decir que nuestra fe debe ser el centro de toda nuestra vida. Y nos recuerda que no podemos
andar con engaños. No podemos mantener una doble vida.
No podemos ser cristianos de domingo, para luego engañar en nuestro trabajo, defraudar a nuestros amigos o
servirnos de nuestros familiares para lo que nos interesa. Ser cristiano, día a día y minuto a minuto es el desafío
que nos lanza Jesús.
Por ello, sus palabras, “No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la
espada.”
De Él hemos oído hablar de un Padre que es Dios amor y padre de todos, y nos resulta difícil oírle ahora hablar de
violencia, separación, ruptura.
Es ciertamente una forma de hablar.
El Evangelio de San Mateo nos presenta este cambio disruptivo con una imagen enigmática: Jesús no es el
sembrador de la paz, sino el generador de conflictos que dividen a los miembros de una misma familia.
Como trasfondo de este evangelio de Mateo, está la primitiva comunidad, que vive tiempos difíciles a causa de la
persecución y el martirio. En ese contexto se trata de encontrar un sentido al sufrimiento y a la contradicción.
Por eso la afirmación de Jesús aparece fuerte, contundente y desconcertante.
Esta afirmación no significa que Jesús estuviera a favor de la división y de la espada. Jesús no se desdice de las
recomendaciones de paz que había hecho, ni de las bienaventuranzas con que ensalzaba a los pacíficos y
misericordiosos, ni del mandamiento de amar a los padres. Es el Mesías de paz y afirma que ha venido a traer la
espada. ¡No! Jesús no quiere la espada (Jn 18,11) ni la división. Lo que Él quiere es la unión de todos en la verdad (cf.
Jn 17,17-23) Esto produce desconcierto en sus oyentes más próximos, porque también pide ocupar el primer lugar
en la escala del amor.
Lo que está afirmando es que seguirle a él comporta una cierta violencia: espadas, división en la familia, opciones
radicales, renuncia a cosas que apreciamos, para conseguir otras que valen más. No es que quiera dividir: pero a los
creyentes, su fe les va a acarrear, con frecuencia, incomprensión y contrastes con otros miembros de la familia o
del grupo de amigos.
En aquel tiempo, el anuncio de la verdad que indicaba que Jesús de Nazaret era el Mesías se volvió motivo de mucha
división entre los judíos. Dentro de la familia o comunidad, unos estaban a favor y otros radicalmente en contra. En
este sentido la Buena Nueva de Jesús era realmente una fuerte división, una “señal de contradicción” (Lc 2,34) o,
como decía Jesús, él traía la espada. Así se entiende la otra advertencia: “Sí, he venido a enfrentar al hombre con
su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual son los de su casa.
Si Jesús fue causa de profundas contradicciones, también lo serán sus seguidores. La persecución y el martirio
serán consecuencia de la coherencia y fidelidad en el seguimiento del maestro. El evangelio vivido prioritariamente,
siempre es motivo de rechazo y conflicto porque entra a cuestionar el estilo de vida y eso, desde luego, incomoda.
Era lo que estaba aconteciendo, de hecho, en las familias y en las comunidades: mucha división, mucha discusión,
como consecuencia del anuncio de la Buena Nueva entre los judíos de aquella época, unos aceptando, otros negando.
Hasta hoy es así. Muchas veces, allí donde la Iglesia se renueva, el llamado de la Buena Nueva se vuelve una “señal
de contradicción” y de división. Personas que durante años vivieron acomodadas en la rutina de su vida cristiana, no
quieren ser incomodadas por las “innovaciones” del Vaticano II. Incomodadas por los cambios, usan toda su
inteligencia para encontrar argumentos en defensa de sus opiniones y para condenar los cambios como contrarios a
los que pensaban ser la verdadera fe.
Hay muchas personas que aceptan renuncias por amor, o por interés (comerciantes, deportistas), o por una noble
generosidad altruista (en ayuda del Tercer Mundo). Los cristianos, además, lo hacen por la opción que han hecho de
seguir el estilo evangélico de Jesús.
Ya se lo había anunciado el anciano Simeón a María, la madre de Jesús: su hijo sería bandera discutida y signo de
contradicción. Y lo dijo también el mismo Jesús: el Reino de Dios padece violencia y sólo los violentos lo consiguen.
La fe, si es coherente, no nos deja “en paz”. Nos pone ante opciones decisivas en nuestra vida. Ser cristianos -
seguidores de Jesús- no es fácil y supone saber renunciar a las tentaciones fáciles en los negocios, o en la vida
sexual. No es que dejemos de amar a los familiares. Pero, por encima de todo, amamos a Dios. Ya en el AT el primer
mandamiento era el de “amar a Dios sobre todas las cosas”.
La decisión exige decisión fuerte, segura, cortante, incluso, de ser necesaria, ruptura con los lazos familiares. No se
puede seguir a Jesús bajo las restricciones que imponen los vínculos de la sangre.
Por ello la frase: “he venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre... El que quiere a su padre o a
su madre más que a mí, no es digno de mí.”
Esta frase no significa, evidentemente, que podamos ser negligentes en atender y amar a nuestros padres: en otros
lugares del evangelio Jesús insiste que nuestro amor hacia ellos sea real y debe traducirse en actos concretos de
ayuda mutua y de justicia (Mc 7,11).
Lucas presenta esta misma frase, pero mucho más exigente. Dice literalmente: “Si alguno viene junto a mí y no odia
a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser
discípulo mío.” (Lc 14,26). ¿Cómo combinar esta afirmación de Jesús con aquella otra en la que manda observar el
cuarto mandamiento: amar y honorar al padre y a la madre? (Mc 7,10-12; Mt 19,19).
La frase: “he venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre..., no debe pues utilizarse para
justificar nuestro temperamento desabrido o violento... o bien para excusar una incapacidad personal, de hijo
egoísta, que nos impediría amar sinceramente a los nuestros o a aquellos con los que convivimos.
No, esta frase se refieren a ciertas circunstancias en nuestra existencia, en las que hay que decidirse y tomar
partido por Dios y por su causa, por Jesús: ser buen cristiano y seguir a Jesús, puede provocar la oposición de
nuestros deudos... En este caso, ¡Jesús nos pide que seamos capaces de preferirlo! "El que quiere a su padre o a su
madre más que a mí..."
Es, ciertamente, una cuestión de amor, de preferencia: hay casos en los que estamos obligados a tomar una decisión
por o contra Dios.
Siguiendo a Jesús, no hay que dudar en esos casos. Todos los lazos terrestres, aun los más sagrados, como los de la
familia, de la sangre, del ambiente, deben pasar, entonces a un segundo plano.
Dos observaciones:
(a) El criterio básico en el que Jesús insiste es éste: la Buena Nueva de Dios ha de ser el valor supremo de
nuestra vida. No puede haber en la vida un valor más alto.
(b) La situación económica y social en la época de Jesús era tal que las familias eran obligadas a encerrarse en sí
misma. No tenían condiciones para mantener las obligaciones de convivencia comunitaria como, por ejemplo,
el compartir, la hospitalidad, la comunión alrededor de la mesa y la acogida a los excluidos. Ese repliegue
individualista sobre ellas mismas, causado por la coyuntura nacional e internacional, provocaba las siguientes
distorsiones:
 Imposibilitaba la vida en la comunidad.
 Reducía el mandamiento “honora el padre y la madre” exclusivamente a la pequeña familia nuclear y no
alargaba a la gran familia de la comunidad.
 Impedía la manifestación plena de la Bondad de Dios, pues si Dios es Padre/Madre, nosotros somos
hermanos y hermanas unos de otros. Y esta verdad ha de encontrar su expresión en la vida en
comunidad. Una comunidad viva y fraterna es el espejo del rostro de Dios. Convivencia humana sin
comunidad es como un espejo rajado que desfigura el rostro de Dios.
En este contexto, lo que Jesús pide “odiar al padre y a la madre” significaba que los discípulos y las discípulas
debían superar la cerrazón individualista de la pequeña familia sobre sí misma y alargarla a la dimensión de la
comunidad. Jesús mismo practicó lo que enseñó a los otros. Su familia quería llamarlo para que volviera, y así la
familia se encerraba en sí misma. Cuando le dijeron: “Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan”, él
respondió: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y mirando a las personas a su alrededor dice: “Aquí
están mi madre y mis hermanos. Quien hace la voluntad de Dios, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre (Mc
3,32-35). ¡Alargó la familia! Y éste era y sigue siendo hasta hoy el único camino para que la pequeña familia pueda
conservar y transmitir los valores en los que cree.
El discípulo tiene que ser ante todo una persona libre y responsable.
Libre de la mentalidad apegada al lucro y al exclusivo beneficio personal. Libre ante las posesiones, los objetos y las
personas. Libre para enfrentar el conflicto que suscita el anuncio del Reino. Libre para comportarse y ser un
verdadero hijo de Dios como lo es Jesús.
Sus responsabilidades, aunque no evaden la subsistencia, no se concentran en ella. El discípulo puede encontrar un
camino alternativo en el que combine la sobrevivencia con el trabajo por el evangelio, tal como lo hicieron Pablo y las
primeras comunidades cristianas.
Libertad y responsabilidad para asumir la cruz que implica el seguimiento de Jesús.
Porque el Reino a la vez que trae la plenitud produce conflictos.
Ante la misión de los discípulos, Jesús da dos consejos importantes y exigentes:
(a) Tomar la cruz y seguir a Jesús: Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. Para percibir todo el
alcance de este primer consejo, es conveniente tener presente el testimonio de San Pablo: “Yo sólo me
gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo
estoy para el mundo.” (Gal 6,14). Cargar la cruz supone, hasta hoy, la ruptura radical con el sistema inicuo
vigente en el mundo.
(b) Tener el valor de dar la vida: El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la
encontrará. Sólo se siente realizado en la vida aquel que fue y es capaz de darse enteramente a los demás.
Pierde la vida aquel que quiere conservarla sólo para sí. Este segundo consejo es la confirmación de la
experiencia humana más profunda: la fuente de vida está en el don de la propia vida. Dando se recibe. Si el
grano de trigo no muere,..… (Jn 12,24).
Jesús afirma con la frase: “El que conserve su vida, la perderá. Y el que pierda su vida por mí... la
conservará”, una de las leyes fundamentales de la existencia: La "vida" es el mayor bien. No hay que estar
pendiente de la propia vida, no tratar de poseerla para sí en una especie de ansia egoísta...
Hay que salir de sí mismo, ir más allá, superarse. En el olvido de sí mismo es donde se halla la verdadera
"vida", la verdadera felicidad, el verdadero crecimiento y plenitud. La Palabra de Jesús no tiene pues ningún
aspecto negativo, ni triste ni punible: es una palabra de luz y de alegría. "Dando" su propia vida, como Jesús,
uno "encuentra la vida" y esta vida, que se encuentra de nuevo es mucho más valiosa que la simple vida
terrestre: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10).
Cada misa es el memorial y la renovación del don que Jesús hizo de Sí mismo antes de pedirnos que esta
actitud sea también la nuestra: "He aquí mi vida entregada por vosotros, he aquí mi cuerpo y mi sangre
entregados por vosotros...".
La identificación del discípulo con Jesús y con el propio Dios. Esta experiencia tan humana de don y de entrega
recibe aquí una aclaración, una profundización. “Quien os recibe, a mí me recibe; y quien a mí me recibe, recibe a
aquel que me ha enviado”. En el don total de sí el discípulo se identifica con Jesús; allí se realiza su encuentro con
Dios, y allí Dios se deja encontrar por aquel que le busca.
El que recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado. Y cualquiera que le dé
a beber aunque sea un vaso de agua fresca a uno de esos humildes... no perderá su recompensa.
¡La acogida! ¡Ser acogedor! Es la forma sonriente del amor. Es el don más sencillo y el que con más frecuencia se
puede practicar siempre, incluso cuando se es muy pobre y no se tiene otra cosa que dar. A lo menos, siempre se
puede hacer esto: cuidar que sean siempre acogedores y amables nuestro trato y nuestras relaciones humanas.
Jesús ha evocado tres clases de miembros de la comunidad:
 Los profetas -los que tienen una responsabilidad en la comunidad-;
 Luego los justos -los que no tienen más que su vida justa y honrada a ofrecer como modelo-...,
 En fin, los pequeños -los que no tienen ninguna responsabilidad en la comunidad. Es la cima y la conclusión de
todo ese discurso apostólico de Jesús.
Al profeta se le reconoce por su misión como enviado de Dios. El justo es reconocido por su comportamiento, por su
manera perfecta de observar la ley de Dios. El discípulo no es reconocido por ninguna calidad o misión especial, sino
sencillamente por su condición social de gente pequeña. El Reino no está hecho de cosas grandes. Es como un
edificio muy grande que se construye con ladrillos pequeños. Quien desprecia al ladrillo, nunca tendrá el edificio.
Hasta un vaso de agua sirve de ladrillo en la construcción del Reino.
El ordenamiento social, comunitario y personal que requiere la propuesta de Jesús choca violentamente con la
mentalidad vigente. Y en este choque no sólo se oponen las autoridades, las burocracias o los legalistas; también se
oponen las personas que tienen su consciencia enajenada.
Estas exigencias a los discípulos, tienen su contrapartida en los requerimientos que se le plantean al pueblo. Dios
pone una comunidad de discípulos al servicio de la multitud. Esta debe corresponder a la gracia divina
solidarizándose los mensajeros de la Buena Nueva. Las recompensas, a discípulos y al pueblo, las dará Dios a su
tiempo.
Los discípulos cuentan con la ayuda del Espíritu Santo para hacer frente al odio, a las humillaciones y a la violencia
que van a producirse contra los discípulos, pero tendrán la sabiduría y el criterio suficiente para transformar las
situaciones más desfavorables en oportunidades para un testimonio eficaz.
Preguntémonos:
 ¿Nos consideramos dignos de seguir a Nuestro Señor Jesucristo?
 Perder la vida para poderla ganar. ¿Has tenido alguna experiencia de sentirte recompensado/a por una
entrega gratuita de ti a los demás?
 ¿Aceptas las implicancias del seguimiento de Cristo?
 ¿Qué lugar ocupa en tu escala de valores tu amor por Cristo?
Que las respuestas a esta pregunta nos ayuden a renovarnos en plenitud, para comenzar todo con la novedad de
Cristo.

LA PALABRA SE HACE ORACIÓN


Animador o coordinador de la celebración: Después de escuchar la Palabra de Dios oremos al Señor nuestro
Dios:
Para que aquellos, a quienes el Señor llama a ministerios especiales en la Iglesia, le sigan con firmeza y sin descanso;
y para que todos nosotros nos entreguemos sin titubeos a Dios y a nuestros hermanos, como Jesús se entrega a sí
mismo por nosotros. Roguemos al Señor.

Para que los gobernantes de las naciones se comprometan al bien común de sus pueblos, llevados por el sentido de
justicia social y por espíritu de servicio desinteresado. Roguemos al Señor.

Para que nuestras oraciones y nuestra adoración del Señor nos lleven a comprometernos más seriamente por las
causas por las que oramos. Roguemos al Señor.

Animador o coordinador de la celebración: Elevando nuestros corazones al cielo y guiados por el Espíritu Santo,
digamos: Padre nuestro…

COMUNIÓN ESPIRITUAL
Hagamos nuestra oración de comunión:
Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el santísimo sacramento de altar. Te amo sobre todas las
cosas y deseo recibirte en mi alma. Pero como no puedo recibirte sacramentalmente, te pido vengas a mí
espiritualmente a mi corazón. Y, como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a vos. No
permitas, Señor, que jamás me separe e ti. Amén
Luego de un momento de silencio, durante los cuales hagamos la promesa individual y comunitaria de ser justos y
nobles, y serlo con delicadeza, que es buen traje de convivencia.

Y ahora, como hijos confiados dirijámonos a María santísima, Madre de Dios, diciendo:
Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios;
no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades,
antes bien, líbranos de todo peligro,
¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita.

Oración mientras dura la pandemia.


OREMOS
Oh Dios todopoderoso y eterno, mira el Corazón de tu amantísimo Hijo y las alabanzas y satisfacciones que te
ofrece en nombre de los pecadores y perdona a los que imploran tu misericordia, a ti nos dirigimos en nuestra
angustia; te pedimos con fe que mires compasivamente nuestra aflicción, concede descanso eterno a los que han
muerto por la pandemia del “corona-virus”, consuela a los que lloran, sana a los enfermos, da paz a los moribundos,
fuerza a los trabajadores sanitarios, sabiduría a nuestros gobernantes y valentía para llegar a todos con amor,
glorificando juntos tu santo nombre. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Después de un momento conveniente de oración en silencio, concluye diciendo, con las manos juntas:
OREMOS
Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna. Habiendo participado de la abundancia de tu gracia, te rogamos,
que, fortalecidos por el poder vivificante, tus fieles, que quisiste dedicados a las tareas temporales, sean valientes
testigos de la verdad evangélica y en los ambientes en que trabajan hagan siempre presente y activa a tu Iglesia.
Llénanos con la sabiduría y poder de tu Espíritu para seguir a Jesús sin titubeos a través del desierto del dolor y de
la cruz, con el fin de llevar su vida, fuerza y alegría a nuestros hermanos necesitados y con el fin de darte honor y
gloria a ti, Padre, por tu Hijo Jesucristo.
Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en
acción.
Amado Jesús: concédenos, a través de Él, un sano entendimiento que nos ayude a interiorizar tu Palabra y llevarla a
la práctica.
Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en
acción.
Padre eterno, por tu inmenso amor y misericordia, concede a todos los difuntos de todo tiempo y lugar, la gracia de
disfrutar del gozo eterno.
Madre Santísima, Madre de la Iglesia, protege a todos los que, dejando su vida personal, abandonan todo por seguir
a tu amado Hijo Jesús en consagración total y absoluta.
Madre Santísima, Madre de la Iglesia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

CONCLUSIÓN
Finalmente, signándose de la frente al pecho y del hombro izquierdo al derecho, dice:
El Señor nos bendiga para la misión, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
TODOS: Amén.
CANTAR Ave María o canto a la virgen.
Señor, dichosos los que moran en tu casa
y pueden alabarte siempre;
dichoso el que saca de ti fuerzas
cuando piensa en las subidas. (Sal 84,5-6)

También podría gustarte