Donde Se Ganan Las Batallas - Predicas de Charles Stanley - Sermones Cristianos
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Piense en la fortaleza interior que habría logrado Pedro esa noche, de haber hecho lo que
Jesús le pidió: velar y orar, pues nunca imagino Pedro negar a Jesus
Descubra cuál es su mayor recurso
Pedro no entendía lo que estaba a punto de suceder, aunque debió haber tenido el
discernimiento necesario para saberlo. Ni Jacobo, ni Juan, ni ninguno de los
otros discípulos lo tuvieron. Aunque habían estado con Jesús durante tres años, todavía no
tenían una idea clara del plan eterno de Dios, y esta falla se convertiría en su vergüenza.
Entre los discípuols surgió una disputa sobre quién sería el mayor entre ellos. Jesús
intervino, diciendo: "El mayor entre vosotros [sea] como el más joven, y el que dirige, como
el que sirve" (Lc 22.26). Más tarde, les reveló una sorprendente verdad: todos ellos le
abandonarían esa misma noche.
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No podían concebir que sucediera tal cosa, no a un hombre que había cambiado la vida de
tantos, y que literalmente había hecho milagros ante sus ojos. Con la muerte y el dolor
acercándose rápidamente, los discípulos se durmieron, sin haber aprendido la lección más
importante para ganar cualquier batalla. ¿Cuál lección? Que hay que velar y orar.
¿Somos negligentes en cuanto a nuestra fe?
La mayoría de nosotros nos hemos encontrado, alguna vez, en situaciones en las que
sabíamos que algo estaba a punto de cambiar. Podíamos sentirlo. Puede que hayamos sido
prevenidos con anticipación; es posible incluso que alguien nos haya dicho con antelación
qué iba a suceder, pero no estuvimos dispuestos a aceptar ninguna otra posibilidad.
Tras el arresto y la crucifixión del Salvador, los discípulos hicieron probablemente lo que la
mayoría habríamos hecho: pensaron en los detalles que condujeron a esa noche, y en el
hecho que cambió para siempre sus vidas. ¿Fue que no vieron algo, una señal de por qué
las cosas habían salido tan diferentes a lo que ellos esperaban? ¿Pudieron haber hecho
algo para evitar el arresto de Jesús? ¿No habían sido leales con Él? ¿Les esperaba a ellos
el mismo destino?
Ciertamente, la principal victoria del cristiano fue ganada en la cruz. Fue allí donde Dios
sacrificó a su Hijo por los pecados de la humanidad. Jesús tenía que morir, para que
pudiéramos tener vida eterna. No ha existido ninguna victoria más grande que ésta; pero en
las horas previas que llevaron a este momento se logró una victoria muy importante.
Tuvo lugar esa misma noche en el huerto de Getsemaní. Fue aquí donde Jesús se rindió
completamente a la voluntad de su Padre. Si Él no hubiera hecho esto, la cruz jamás habría
podido ser levantada. Usted y yo nos habríamos perdido eternamente.
Hay también otra verdad muy reveladora acerca de lo que sucedió en el huerto horas antes
del arresto de Jesús. Los discípulos tuvieron la gran oportunidad de demostrar su fidelidad,
sin embargo, no pasaron la prueba, no una sino tres veces. ¿Podemos aprender algo de su
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fracaso? Pues así es.
Al término de la cena pascual, Jesús llevó a sus discípulos del aposento alto a un lugar de
aislamiento y oración. Les pidió que se mantuvieran alertas y vigilantes, pero no hicieron ni
una cosa ni la otra. Jesús escogió a tres hombres —Pedro, Jacobo y Juan— con los cuales
tenía una relación particularmente estrecha, para que fueran a un lugar de íntima oración,
que estaba aun más cerca del corazón de Dios. Estaba literalmente a pocos pasos de
distancia de donde Él había hecho su oración de entrega personal.
Jesús no era solamente Dios; era también humano. En Getsemaní, su condición humana
se hizo más evidente. Estaba angustiado, sufriendo y sintiéndose muy solo, aunque sus
amigos estaban con Él. Jesús tenía que rendirse al plan de Dios, o no hacer la voluntad del
Padre. No había forma de evitar la importancia de ese momento.
Dijo a sus discípulos: "Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad
conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío,
si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. Vino luego a
sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar
conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad
está dispuesto, pero la carne es débil.
Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa
sin que yo la beba, hágase tu voluntad. Vino otra vez y los halló durmiendo, porque los ojos
de ellos estaban cargados de sueño" (Mt 26.3843).
Lo que sucedió después, es más de lo que quisiéramos imaginar. Jesús regresó por tercera
vez, sólo para encontrarlos dormidos nuevamente. Mateo escribió: "Y dejándolos, se fue de
nuevo, y oró por tercera vez, diciendo las mismas palabras. Entonces vino a sus discípulos y
les dijo: Dormid ya, y descansad.
He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado" (vv. 44, 45). Estaba a
punto de hacerse realidad todo lo que Jesús les había dicho que sucedería. Una vez que la
iniquidad de Satanás se pusiera en acción, no habría más tiempo para "velar y orar".
Permita que la oración sea su primera respuesta
Llegará un momento en el que Dios nos llamará a orar, y entonces deberemos obrar de
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acuerdo con lo que hemos aprendido de Él. Pero si no hemos pasado tiempo con el Señor,
no sabremos cómo permanecer firmes en nuestra fe.
También nos faltarán el discernimiento y la sabiduría clave para tomar buenas decisiones.
Cuando vengamos al lugar de la oración, el lugar donde Jesús llevó a esos hombres aquella
noche, debemos estar completamente concentrados en su santidad, tanto así que el estar
en su presencia infinita nos haga ponernos de rodillas. Jesús se humilló a sí mismo delante
del Padre, y aquellos hombres tuvieron la oportunidad de ser testigos de cómo oró Él,
aunque no lo hicieron.
Cuando enfrentemos desafíos demasiado grandes para nosotros, nuestra primera respuesta
debe ser acudir a Dios en oración. La victoria en todas las batallas, se obtienen sólo en un
lugar: en el lugar de la oración.
En vez de quedarse sentado, haga el esfuerzo de postrarse delante del Señor; extiéndase
sobre el piso y permanezca tranquilo en su presencia. Puede que algunas personas no
puedan hacer esto físicamente, pero sí pueden postrarse delante de Él en su corazón.
Piense en la fortaleza interior que habría logrado Pedro esa noche, de haber hecho lo que
Jesús le pidió: velar y orar. O considere el discernimiento y el poder que hubiera tenido por
seguir el ejemplo de Cristo. Juan y Jacobo se habrían, sin duda, unido a Pedro, y los demás
habrían hecho también lo mismo. Habrían logrado el coraje que tanto necesitaban. Pero,
cuando el enemigo atacó, salieron corriendo por el temor de perder sus vidas.
En la oración hay un poder ilimitado. Ésta es una de las razones por las que Jesús pidió a
sus seguidores que oraran con Él esa noche. Las personas, muchas veces, quieren conocer
la voluntad de Dios para sus vidas. Gastan dinero comprando libros y probando métodos
diferentes para aprender algo nuevo que dé significado a sus vidas. Pero la verdad es que,
lo que están buscando, está justamente frente a sus ojos. Todo lo importante se consigue
mediante la oración.
Gracias a la oración, Jesús se sintió seguro del plan de Dios para Él. ¿No le gustaría saber
qué plan tiene Dios para su vida? Cristo ganó la batalla en un lugar de oración. Ése es,
también, el lugar en el que usted puede ganar sus batallas. Él nunca se dio prisa por saber
qué opinaban los demás. Él quería saber únicamente lo que Dios Padre pensaba. Cuando
se levantó del suelo esa noche en el huerto, tenía la dirección, la esperanza y las fuerzas
que necesitaba para soportar el Calvario por amor a nosotros. Jesús sabía que podía confiar
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en el Padre, porque había pasado tiempo con Él.
¿Qué problema tan grande hay en su vida, que usted no es capaz de manejar? Para Dios,
nada es demasiado grande. ¿Quisiera usted "velar y orar" con Él, para conocer su voluntad
y su plan perfectos?
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